ÁFRICA SALVAJE
ALEX BERNASCONI P R E FAC I O D E S A B A D O U G L A S - H A M I LTO N
ÁFRICA
SALVAJE
A mi madre. Nessun luogo è lontano, guardo il cielo e tu sei sempre li, la mia stella polare. Ningún lugar está demasiado lejos, miro al cielo y siempre estás allí, mi estrella polar. tu Sasa
Publicado originalmente en inglés en 2010 con el título Wild Africa por Papadakis Publisher of Kimber Studio, Winterbbourne, Berkshire, Reino Unido www.papadakis.net Directora de la publicación: Alexandra Papadakis Diseño: Aldo Sampieri
© de esta edición: Compañía Logística de Hidrocarburos, CLH, S.A. / Turner, 2016 © de las fotografías: Alex Bernasconi, 2010 © de «Conservar el paraíso»: Hugh Cumming, 2010 © del prefacio: Saba Douglas-Hamilton, 2010 © de la traducción: Núria Saurina, 2016
ISBN: 978-84-16714-34-6 DL: M-21736-2016
Reservados todos los derechos. Esta publicación o cualquier parte de ella no pueden reproducirse o transmitirse en forma alguna o por cualquier medio electrónico, mecánico, incluyendo fotocopia, grabado o cualquier otro sistema de almacenamiento de información, sin el permiso de la editorial. Esta edición ha sido posible gracias al patrocinio de CLH.
PREFACIO
SABA DOUGLAS-HAMILTON Es el olor lo primero que te asalta cuando llegas a África. Esa ráfaga de aire caliente salida del asfalto cociéndose al sol, el trasfondo espeso de rica marga y, flotando en el aire, la sensación irregular de una tormenta. Luego, la luz. La gente, los árboles, los edificios, las flores, los perros callejeros, los coches desvencijados; todo parece mucho más vivo y los colores mucho más intensos que en ninguna otra parte del mundo.Y finalmente el sonido, cayendo como una catarata sobre los sentidos, como un salto de agua, y es entonces cuando sabes que has vuelto a casa, a donde empezó todo, a la que fue la cuna de la humanidad hace tantos millones de años. Nací en África y me he criado entre elefantes, pero mi precoz pasión por la naturaleza mudó en una carrera cinematográfica centrada en la fauna y la flora que me permitió explorar algunos de los rincones más remotos de la Tierra. Uno de los aspectos más gratificantes de pasar semanas o meses enteros filmando animales en parajes salvajes es aprender a identificar a los individuos de tu reparto y llegar a conocer y apreciar sus singulares idiosincrasias. Requiere tiempo y una paciencia infinita, pero los resultados son espectaculares. Los retratos de Alex Bernasconi de animales en solitario son algunas de las imágenes más sensacionales de este libro. Ha capturado algunos momentos de una intimidad sobrecogedora; no ha cedido a la oferta facilona de dientes y garras, indulgente con nuestro abyecto voyerismo, sino que ha optado por algo mucho más profundo: por la sensibilidad sosegada y contemplativa de unas criaturas con una inteligencia distinta aunque análoga. En cada escena se oye la voz del propio animal explicándonos su mundo. Esta delicada percepción se debe al tiempo y dedicación que Alex ha consagrado a cada fotografía –horas interminables y solitarias bajo un sol de justicia–, y también a su paciencia. No importa cuánto se haya estudiado a un animal con anterioridad, no es hasta que te encuentras cara a cara con él y saboreas su individualidad que empiezas a comprender la amplitud y la complejidad de su comportamiento. Es entonces cuando la simple realidad y belleza de «él estando allí», vivo y frente a tus ojos, te deja sin aliento. En África, la gente y los animales han coexistido desde el principio de los tiempos, lo que tal vez explica por qué sigue siendo el hogar de la mayor parte de los grandes mamíferos del planeta. De hecho, parte de la magia del continente es la visión que nos ofrece de un pasado indómito, donde los magnéticos confines se extienden bajo un cielo inmenso y a menudo siguen siendo ingobernables para la agricultura o el desarrollo humano. Recorriéndolos con la vista, surcando lo que media entre un horizonte y otro, uno puede imaginar cómo el paso de los animales durante millones de años ha ido dando forma al paisaje africano, sea por la estéril huella de un palacio subterráneo de termitas o por los sinuosos caminos labrados por búfalos y elefantes al caminar por los pantanos. Ahora bien, pese a la imagen que se tenía de África como un foco de enfermedades transmitidas por mosquitos, que la mantuvo aislada del desarrollo durante siglos, hoy el continente está cambiando. Su población se encuentra en auge, hace poco superó por primera vez los mil millones de habitantes y no da muestras de ralentización. La intensa demanda de recursos naturales aumenta a medida que se invaden zonas vírgenes. El calentamiento global, la contaminación, la desforestación, la degradación del suelo, la desertificación y la pérdida de biodiversidad han alcanzado niveles críticos. Pero estos problemas no son específicos de África; si pretendemos conservar la riqueza natural de esta hermosa Tierra azul y verde y envuelta en nubes en la que vivimos, nos enfrentamos a retos a escala global. Sin embargo, siempre he tenido la firme convicción de que, si uno ama algo, hará todo lo que esté en su mano para protegerlo. Haciendo que disfrutemos de la belleza de un mundo en peligro de extinción, este libro ayuda a recordarnos lo que está en juego.Y lo que quizás sea más importante: inspira en nuestros corazones amor y respeto por esa red de interconexiones que es la vida. Kenia, junio de 2010
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CONSERVAR EL PARAÍSO
LA FOTOGRAFÍA DE FAUNA Y FLORA DE ALEX BERNASCONI Cuando creemos que hemos visto todo lo que hay que ver, cuando el mundo ha sido catalogado en infinito detalle, cuando parecería que ya no queda nada por descubrir, vemos que Alex Bernasconi ha plasmado pacientemente el asombroso espectáculo de la naturaleza. Tanto en las inesperadas formas de un paisaje antiguo y eterno como en los ricos colores de una llanura o en el alegre campar a sus anchas de los animales en su reino, Bernasconi revela un mundo natural que no está ni subyugado ni en extinción. En la era de la invasión urbana y de la tragedia ecológica inminente, sus imágenes constituyen un testimonio que sabe apreciar la grandeza visual de la vida y una belleza aún por descubrir. Va en busca de lo oculto y fortuito; espera captar un repentino y fugaz destello de color, vida y atmósfera, una combinación de creación y armonía con el hábitat, la vida, plácida y estridente, festiva y enérgica, imponente y peligrosa, siempre en sintonía con su fuerza motriz elemental: la naturaleza. Estamos ante la vida en todo su esplendor y deleitándose a través de la naturaleza, serena en su poder, un poder que sigue infundiendo sobrecogimiento y asombro. Las fotografías de Bernasconi capturan la misteriosa belleza de este poder. Son las imágenes de un artista que por encima de todo respeta la materia con la que trabaja, que sabe que lo que ve no es más que un magnífico destello de algo mayor, que regresa a él para descubrirlo aun a riesgo de salir herido. Son paisajes del continente de la naturaleza, un continente sin límites. La naturaleza, tanto en su nobleza como en sus situaciones más dolorosas, representa el centro neurálgico de su arte. «Mi amor por la fotografía brota de la necesidad de proteger y expresar mis sentimientos sobre la naturaleza, el corazón de nuestra existencia». Producto de la civilización urbana y sus restricciones, su perspectiva es enteramente sincrónica. La naturaleza es, con mayor motivo, una revelación y una liberación. «Tal vez porque nací y crecí en una ciudad, con un paisaje de hormigón cercado por edificios, con los colores del cielo degradados por la contaminación, con sus contados rincones verdes asfixiados y estériles, siempre soñé con escapar, con disfrutar de espacios abiertos». Sus imágenes son sin duda alguna documentos únicos, pero sobre todo son el resultado de una profunda sensibilidad que se encuentra en armonía con la sutil poesía del entorno. «El silencio del desierto, el sonido del viento, el susurro de la hierba, el estruendo del salto de agua, el canto de los pájaros o grillos, el olor de la tierra, del musgo, de los animales, el aroma de las plantas y las flores, el calor del sol, el gélido frío de la nieve, la luz y la sombra, y los colores –brumosos al atardecer, cálidos a media mañana, calientes por la tarde y fríos en invierno–, esas son las fuentes de las que empecé a nutrirme emocionalmente». Lo sentimental o lo meramente pintoresco no son su objetivo. Se trata más bien de tierra y vida vírgenes, de la sensación de algo puro y eterno pero tan actual que está sucediendo en este mismo instante. Es la naturaleza tal y como es, con una belleza que encierra poder y crueldad, un mundo natural al que estamos conectados al nivel más fundamental. «Son los parajes más salvajes los que conservan intactas esas emociones primitivas que se hallan en estado latente en todos nosotros. Ellos son la esencia de la vida». Es por haber cortado este vínculo –lo cual es consecuencia de haber acorazado nuestra sensibilidad y de la necesidad humana de acabar con la mismísima fuente de su ser– por lo que se ha desatado la contaminación y destrucción de la naturaleza; ello motiva a Bernasconi como fotógrafo. «Es el abrupto contraste entre el ambiente en el que estamos acostumbrados a vivir y el que estamos poniendo en peligro lo que me ha impelido a fotografiar y dejar constancia del mundo natural». Su fotografía posee además un urgente y necesario objetivo social. Puede infundir empatía por medio del entusiasmo y del asombro, o engendrar una reacción personal ante la catástrofe ecológica. «Como piensan otros tantos fotógrafos de naturaleza, si logramos que, aunque sea solo una persona, cambie de punto de vista, podemos estar seguros de haber conquistado algo importante».
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Bernasconi es un fotógrafo autodidacta cuya frescura y amplitud de miras son el resultado de haber estudiado las fotografías como lo opuesto a la fotografía y que ha adquirido «la habilidad de fijar la esencia a algo indefinido. La buena fotografía debe ir más allá de la fotografía». Se ve a sí mismo como un fotógrafo inscrito en la tradición de documentar escrupulosamente los detalles de la naturaleza y, a la vez, como un artista visual, atento a las formas y colores sutiles y al alma de lo que retrata. «A diferencia de un pintor o artista gráfico, nosotros no creamos los elementos que usamos. Es la naturaleza quien nos los ofrece, y no pueden ser sino perfectos. Para nosotros solo resta el cometido de sacarlos a la luz». A pesar de que se define a sí mismo como un «espectador», Bernasconi hace uso de una extraordinaria mezcla de habilidades que resulta esencial para el éxito de su formidable fotografía de naturaleza. La destreza es un requisito, pero no un fin en sí mismo. «La pericia técnica es indispensable en la medida en que nos permite expresar nuestra visión sin tener que concentrarnos en lo que en la práctica estamos ejecutando, y sí pensar, en cambio, en lo que deseamos lograr». Mientras muchos fotógrafos de naturaleza son especialistas y «además, son biólogos con conocimientos profesionales de la vida de animales y plantas», para el enfoque de un fotógrafo siempre es esencial una sensibilidad práctica hacia la naturaleza, sea cual sea su formación. «Estudiar el comportamiento de los animales (y en especial cualquier señal de estrés) a menudo nos permite acercarnos a ellos de una manera segura y ganarnos su confianza, y eso requiere cierta experiencia práctica en el campo. No hay libro que nos lo pueda enseñar». Es a menudo una perspectiva creativa de la realidad descarnada y de las condiciones físicas del terreno, o la voluntad de ver una oportunidad en lo que aparentemente es una adversidad, lo que origina las imágenes más inesperadas. «Un fotógrafo de naturaleza tiene que lidiar con frecuencia con condiciones extremas: frío intenso, calor sofocante, humedad, insectos, escasez de agua (o exceso de agua, en la estación de los monzones), falta de electricidad, o no poder comunicarse en caso de emergencia. Todos estos factores nos ponen trabas y a la vez nos estimulan, y nos reportan una satisfacción absoluta cuando nuestro trabajo sale adelante». Antes que nada, el tono que impregna las imágenes de Bernasconi es una suerte de apertura a lo imprevisto, de disposición a ser sorprendido, una lúcida resistencia que, cuando otros están a punto de dar media vuelta, le permite observar impresionantes escenas en el momento en que tienen lugar. «La paciencia requerida para esperar durante horas o días tratando de sacar una fotografía que jamás podremos lograr no es nunca una carga, pues estamos haciendo lo que amamos. A veces la suerte está de nuestra parte: tal vez no obtengamos la instantánea específica que teníamos en mente, pero la naturaleza siempre tiene sorpresas agradables en la manga para aquellos que saben cómo esperar y cómo usar sus ojos. Es una recompensa extra a nuestra perseverancia». Si la naturaleza es un lugar, para Bernasconi ese lugar es África. Es capaz de percibir su inagotable idiosincrasia, la tremenda variedad de sus paisajes, recorriendo un país tras otro, en los que la vida deambula y reposa, se muestra y devora. Eso lo podemos ver en el excepcional espectro de colores que nos descubre, en la feroz energía de una manada en movimiento, en la serena armonía de poder reflejándose en el resplandor de un arco iris. Es un lugar oculto, un mundo atemporal revelado en instantes versátiles, un paisaje de extraordinarias y efímeras sensaciones preservadas en imágenes. «África, más que ningún otro continente, tiene la capacidad de conmoverme cada día como si fuera la primera vez, y por el número y la variedad de sus especies animales no tiene igual en la Tierra. Es el paraíso». Alex Bernasconi no rehúye el carácter complejo del continente, su historia, tanto sus maravillas como sus crueles conflictos. «No es un continente fácil, con su dolorosa historia de guerra, hambre y pobreza. Puede mostrarse tan tierno como violento, como la naturaleza misma. Sus paisajes y colores se nos muestran encantadores, pero algunos de los sucesos que allí tienen lugar son realmente crueles». Sus imágenes son una reacción directa a la vida que él ve. Transmiten algo asombroso y espeluznante sobre la inmediatez de su belleza, algo dulce y a la vez aterrador. «Ver un cachorro de león morir a manos de un macho adulto, o una cacería que acaba en una muerte lenta, es sobrecogedor, pero forma parte del orden de las cosas. He visto a mucha gente romper a llorar al presenciar escenas de este tipo, porque una cosa es verlo en documentales y otra cosa muy
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distinta es presenciarlo». Es esta original proximidad de la «presencia» en su fotografía lo que hace que esas imágenes sean inconfundibles. Emanan talento por la luz y la frescura del instante, por la extraña fuerza que puede proyectar tanto la muerte como «nuestro regocijo al asistir al nacimiento de una cría de jirafa, que da sus primeros pasos torpes con sus largas patas que parecen zancos, o al ver a unos guepardos persiguiéndose juguetonamente». Para Bernasconi, planear un viaje no es más que el inicio. A lo mejor ya conoce un lugar, o regresa a un hábitat remoto donde solo está seguro de una cosa: de que hay vida. Pero son las revelaciones caprichosas de lo imprevisto lo que le procura buena parte de sus imágenes más logradas. Lo que transmite es el profundo entusiasmo por aquello con lo que trabaja, una emoción por algo nuevo que puede descubrirse en cualquier instante. En todo momento es consciente de la imprevisibilidad de su situación. «Es posible preparar diferentes espacios en los que uno va a trabajar, pero jamás las situaciones. La suerte y las circunstancias juegan un papel primordial en el éxito de la mayoría de tomas». Al centrarnos en cómo se hicieron las imágenes más significativas, Bernasconi sabe lo innecesario que es para poder apreciarlas detallar cómo las compuso. La fotografía de los rinocerontes con un arco iris a orillas del lago Nakuru, en Kenia, habla por sí misma como imagen de singular armonía y serenidad, y aun así el relato de su creación nos brinda la apasionante oportunidad de comprender cómo trabaja y el dramatismo que se halla detrás de su arte. «Me encontraba allí para retratar flamencos, pero la luz era espantosa, y no había hecho mucho en todo el día. Solo había perdido la oportunidad de sacar una excelente fotografía de un leopardo que me habían señalado tras sufrir un pinchazo». A pesar de sus decepciones, «era reacio a regresar al campamento, pues había aprendido que nunca sabes cuándo se puede presentar una oportunidad inesperada». Prestando inmediatamente atención a un cambio de circunstancias, «me di cuenta de que se estaban abriendo unos pequeños claros en el cielo gris, filtrando la luz solar, y vislumbré una pequeña parte del arco iris. Con mis prismáticos distinguí a una pareja de rinocerontes en la orilla del lago». Uno puede notar su sensibilidad en la frescura de la escena, y lo prometedor repentinamente presente en sus elementos. Sin embargo, estos no fueron dispuestos deliberadamente, sino que fueron escurridizos. Apuntaban a algo mejor, mayor, algo todavía por definir, cuya visión se desvanecería en cuestión de segundos si no se aprovechaba inmediatamente. «Este fue el inicio de una frenética carrera hacia la orilla. Mi corazón empezó a palpitar desaforadamente cuando vi que el arco iris estaba ahora entero y era totalmente visible, pero todavía estábamos lejos». La fugacidad de su composición solo se evidenció cuando todo parecía perdido: «Unos minutos más tarde desapareció, tal como había aparecido». Pero él persistió en su empeño: «Llegamos a la orilla donde los dos rinocerontes pastaban tranquilamente, y adopté una posición desde la que disparar». Es entonces cuando la misteriosa fusión de fortuna, instinto y arte alcanzó su clímax. «Y entonces, uno de los regalos más famosos de África: el arco iris apareció contra un cielo oscuro, justo el tiempo suficiente como para poder sacar aquella fotografía». Este encuentro fortuito se halla en el corazón del método de Bernasconi. Muestra la deferencia hacia su objeto de trabajo, y eso es lo que aporta a las mejores imágenes esa calidad fuera de lo común. «Me recuerdo a mí mismo este episodio siempre que estoy a punto de tirar la toalla. Me dice que mi amor por África es recíproco». No es solamente su sensibilidad visual lo que caracteriza estas imágenes, sino también una rara cualidad que trae consigo el vínculo más profundo y que se halla en el corazón de su comprensión de los animales. «La paciencia es una de las virtudes más importantes de un fotógrafo de naturaleza». Respecto a la fotografía de un león sonriendo, una representación en apariencia tan sencilla y natural de majestuosidad pero en un estado de alegría casi travieso, explica que escogió «a aquel magnífico macho durmiendo sobre una porción de terreno donde se había producido el incendio de algunos matorrales. Entonces me di cuenta de que el fondo oscuro crearía una imagen fuera de lo común y me coloqué cerca de él con la esperanza de que se despertara. Los leones pueden dormir hasta veinte horas al día, y sabía que podría ser una larga espera». Su todoterreno atrajo a otros conductores, que se unieron para ver el espectáculo. Cuando la luz menguó, se dieron por vencidos y se esfumaron. Incluso su guía se estaba desesperando. Pero el león no movía un solo pelo del bigote.
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Entonces, en lo que él interpreta como un acto de cordialidad recíproca, el león se movió, como si de forma deliberada le permitiera retratarlo. «Al fin, el león, conmovido por mi perseverancia, o simplemente habiéndose acostumbrado a mi presencia, se despertó y me permitió fotografiarlo en distintas posiciones, incluyendo la más cómica, en la que da la impresión de estar de lo más satisfecho consigo mismo por hacer esperar en vano a numerosos intrusos. El tiempo está siempre de su parte, al fin y al cabo». Esta combinación de afinidad y respeto con el objeto de su trabajo es lo que confiere a esas imágenes su dimensión íntima y excepcional. Suelen ser fotografías exuberantes, casi voluptuosas, radiantes y sensuales en los colores y la luz de sus paisajes.Y, sin embargo, constituyen también documentos muy personales que sitúan a quien los mira en una posición acogedora, obtenida con esfuerzo a través de la confianza con la vida que plasman. Pero es cuando Bernasconi relata sus expediciones para encontrar gorilas de montaña –que solo se pueden avistar en su hábitat natural, puesto que no hay ninguno que viva en cautividad– cuando uno se hace una idea de todo el trabajo que hay detrás de buena parte de estas fotografías. Son el resultado de una a menudo larga y ardua lucha contra lo remoto de aquel terreno, una inmersión física en las profundidades de espesas selvas y junglas, lo que hace de estos encuentros con la naturaleza algo si cabe más delicado. Lo que transmiten es un espíritu de aventura, una sensación de ilusión y de emoción y lo que finalmente se descubre supera cualquier expectativa. Cuando buscaba gorilas de montaña en la Selva Impenetrable de Bwindi, en Uganda, Alex Bernasconi vio que «la jungla es tan densa que se corre el riesgo de chocar con uno de ellos antes de darse cuenta de que está allí; la única manera de descubrirlos es quedarse quieto y escuchar el ruido que hacen al moverse entre la vegetación. La primera visión de estas espléndidas criaturas, con esas expresiones casi humanas, te deja sin habla». El tiempo está contado, pues «solo se nos está permitido pasar una hora en compañía de los gorilas, para no importunarlos y limitar el riesgo de infectarlos con enfermedades humanas», y se presentan las consideraciones prácticas inevitables. «Desde el punto de vista de un fotógrafo, es un auténtico reto obtener imágenes “limpias”: la vegetación casi impenetrable, el extremo contraste entre luz pobre y cegadora e incluso el terreno mismo son factores a tener en cuenta. El uso de cámaras con estabilizador nos ha permitido lograr tomas mucho mejores, sobre todo con objetivos largos y luminosos». Uno se hace una idea real de la fina línea sobre la que, en última instancia, camina Bernasconi cuando logra algunas de sus imágenes más reveladoras. Su veracidad es el resultado de una combinación de audacia y sensibilidad. Al fotografiar al gorila de montaña de espalda plateada llamado Gohonda, en Ruanda, Bernasconi empezó «a sacar fotos, acercándome cada vez más a él. En cierto momento su mirada devino magnética y no podía apartar los ojos de él, rompiendo una de las pocas reglas para trabajar con gorilas. Pueden interpretar este gesto como un desafío y volverse agresivos, de modo que, si te miran fijamente, es aconsejable bajar la vista, como signo de sumisión». Es como si, pese a toda su experiencia y sensibilidad, no pudiese evitar sentirse intimidado por el objeto de su fotografía. Pero una fuerza de magnificencia lo salva. Bernasconi siempre ha reconocido la generosidad y amabilidad de la naturaleza, como si en sus manos estuviera dar o quitar vida. Cuando uno se encuentra de cerca con ella, da la sensación de tener un potencial amenazador, atemperado por la magnanimidad siempre que se encuentre con un respeto sincero. «Pero Gohonda se compadeció; entendió la situación y con calma me permitió observarlo y fotografiarlo un rato más. Cuando pensó que ya era suficiente, se alzó perezosamente, partió en dos un tronco tan grueso como una pierna, como si fuera un mondadientes, pasó a mi lado y se perdió en la selva». Y, como es típico de él, Bernasconi reconoce quién fue el verdadero amo de la situación: «Cuando se me acercó, sí bajé la vista…». Es esta misma cualidad la que te lleva de inmediato al corazón de África, la que te sitúa al lado del latido mismo de su naturaleza, como si realmente estuvieras allí y no fueras simplemente un observador lejano. Se trata de imágenes sensuales imbuidas en el esplendor que las ha inspirado. Bernasconi sabe exactamente cómo fotografiar la naturaleza porque es consciente de que para mirar hacia arriba debes también mirar hacia abajo.
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