50 discursos que cambiaron el mundo
.................................... Andrew Burnet, editor Con contribuciones de:
Nancy E. M. Bailey Allan Burnett Andrew Campbell Steve Cramer Catherine Gaunt Traducción de
Pablo Sauras Rodríguez-Olleros
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Título: 50 discursos que cambiaron el mundo © Andrew Burnet, editor, 2016 Edición original en inglés: 50 Speeches that Made the Modern World, Chambers, 2016 © Chambers Publishing Ltd 2016 De esta edición: © Turner Publicaciones S.L., 2017 Diego de León, 30 28006 Madrid www.turnerlibros.com Primera edición: noviembre de 2017 De la traducción del inglés: © Pablo Sauras Rodríguez-Olleros, 2017
Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial.
ISBN: 978-84-16714-20-9
Cubierta e interiores: diseño TURNER, adaptado de la versión original Depósito Legal: M-31103-2017 Impreso en España
La editorial agradece todos los comentarios y observaciones: turner@turnerlibros.com
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Índice
Prólogo 1. Emmeline Pankhurst “Las leyes establecidas por los hombres” 2. Vladímir Ilich Lenin “¡Para los trabajadores, todo!” 3. Mahatma Gandhi “¿Por qué propugnamos la no colaboración?” 4. Benito Mussolini “Tenemos que ganar la paz” 5. Franklin D. Roosevelt “De lo único de lo que hay que tener miedo es del miedo mismo” 6. La Pasionaria “¡No pasarán!” 7. Eduardo VIII “Dejo a un lado mi carga” 8. Neville Chamberlain “Este país está en guerra con Alemania” 9. Winston Churchill “Lucharemos en las playas” 10. Iósif Stalin “Esta es una cuestión de vida o muerte para el estado soviético” 11. Joseph Goebbels “Que se desate la tormenta” 12. Heinrich Himmler “Quiero hablaros […] del exterminio del pueblo judío” 13. Charles de Gaulle “¡París ultrajado! ¡París quebrado! ¡París martirizado! ¡París finalmente liberado!” 14. Ho Chi Minh “Vietnam tiene derecho a ser un país libre e independiente”
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15. David Ben-Gurión “Inauguramos hoy esta Ruta del Valor” 16. Albert Einstein “Basar la seguridad nacional en el armamento es una ilusión funesta” 17. Nikita Jrushchov “El culto a la personalidad y sus consecuencias nocivas” 18. Anthony Eden “Es momento de actuar” 19. Dag Hammarskjöld “Nunca habrá paz a menos que se reconozcan los derechos humanos” 20. Harold Macmillan “La mayoría de los ciudadanos nunca ha vivido tan bien” 21. Patrice Lumumba “Un gobierno honrado, leal, fuerte y popular” 22. Ernesto ‘Che’ Guevara “Para ser revolucionario, lo primero que hay que tener es revolución” 23. John F. Kennedy “Ich bein ein Berliner” 24. Martin Luther King “Tengo un sueño” 25. Malcolm X “El voto o la bala” 26. Betty Friedan “Nunca ha habido mayor hostilidad entre los dos sexos” 27. Edward Heath “Una Europa libre, democrática, segura y feliz” 28. Richard M. Nixon “No valen los lavados de imagen en la Casa Blanca” 29. Yasir Arafat “He venido con una rama de olivo en una mano y el arma de un luchador por la libertad en la otra” 30. Adolfo Suárez “Puedo prometer y prometo” 31. Margaret Thatcher “La señora no está por darse la vuelta”
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32. Ronald Reagan “Los impulsos agresivos de un imperio del mal” 33. Desmond Tutu “La solución final ideada por el apartheid” 34. Václav Havel “Nuestro ambiente moral está contaminado” 35. Nelson Mandela “Hoy, día de mi liberación” 36. Mary Fisher “El virus del sida no es una criatura política” 37. Isabel II “Ha resultado ser un annus horribilis” 38. Benazir Bhutto “La igualdad entre los sexos es un principio del islam” 39. Bill Clinton “He pecado” 40. George W. Bush “Hoy nuestro país ha visto el mal” 41. Sadam Huseín “Irak vencerá” 42. Osama bin Laden “Nuestros actos son una reacción a los vuestros” 43. Steve Jobs “Ya estás desnudo. No hay ningún motivo para no hacer lo que te dicta el corazón” 44. Barack Obama “El heroísmo lo encontramos aquí, en el corazón de tantos conciudadanos nuestros” 45. Aung San Suu Kyi “Mi país acaba de emprender el viaje hacia un futuro mejor” 46. Malala Yousafzai “Pensaban que iban a silenciarnos con las balas. Pero no lo consiguieron” 49. Christine Lagarde “Reducir el exceso de desigualdad no es solamente correcto moral y políticamente: es buena gestión económica” 48. Hilary Benn “Nunca hemos cruzado la carretera, y nunca deberíamos hacerlo”
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49. Hillary Clinton “Habéis votado por que tengamos un mañana mejor que el ayer” 50. Theresa May “Al salir de la Unión Europea, nos habremos forjado un papel nuevo y mejor en el mundo”
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Agradecimientos 253 Créditos 255
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Prólogo La frase “mundo contemporáneo” nos sugiere enseguida infinidad de ideas. Da la impresión de que vivir en la sociedad actual es estar rodeado de docenas de pantallas de televisión: multitud de canales que pretenden captar nuestra atención con un continuo bombardeo de imágenes y sonidos. Los avances tecnológicos son tan rápidos que a la mayoría nos cuesta estar al día y a muchos nos preocupan sus efectos. Los conflictos religiosos y políticos parecen agravarse. La pobreza aumenta mientras unos pocos siguen acumulando una riqueza inmensa. El cambio climático, las crisis financieras, las guerras… de todos estos males se nos habla en medio de una incesante marea de anuncios, programas de entretenimiento y noticias sobre famosos. A pesar del ruido y de los cambios acelerados existe un arte que sigue siendo tan valioso como en las antiguas Grecia y Roma, y seguramente en épocas aún más remotas. Me refiero a la oratoria, el arte de servirse de la palabra para persuadir, de exponer un argumento a muchas personas y mantener su atención. Hoy, un discurso pueden llegar a escucharlo millones de personas al mismo tiempo; pero el buen orador sabe cautivar a cualquier público, por numeroso que sea. Este libro se limita a ofrecer una panorámica de la oratoria en la época contemporánea. No pretende, desde luego, recorrer todos los hitos de este periodo. Hemos reunido cincuenta discursos representativos del arte de hablar en público, y pronunciados en circunstancias históricas muy diferentes. Los oradores defienden ideas igualmente diversas, algunas más encomiables o nobles que otras. Muchos tratan las cuestiones eternas, como la guerra y la paz, la desigualdad, la justicia, la revolución y la represión política. Otros, en cambio, se ocupan de realidades peculiares del mundo contemporáneo, como el sida, la bomba atómica, la tecnología actual y el terrorismo. Todos tienen algo original que decir, y lo dicen con elocuencia. En la introducción a cada discurso hemos procurado sentar al lector en primera fila, por así decirlo, describiendo las circunstancias inmediatas en que fue pronunciado, su contexto histórico y, en ciertos casos, la reacción del público. Además hemos añadido notas al pie para aclarar todas aquellas referencias que puedan resultar oscuras. Algunos discursos los hemos abreviado, suprimiendo frases o pasajes que no creemos de interés para el lector. Pero esas explicaciones no deben distraernos de lo esencial: las palabras de los oradores. Si figuran aquí es porque hablan muy bien por sí mismas. Andrew Burnet, editor
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“Cuanto más se piensa en el derecho al voto para las mujeres, más evidente se hace su importancia”. – Emmeline Pankhurst
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Emmeline Pankhurst Sufragista británica
Emmeline Pankhurst, de soltera Goulden (1857-1928), fue una de las principales adalides del sufragismo a finales del siglo xix y principios del xx. Luchó sin descanso por el derecho al voto de las mujeres, causa a la que más tarde se sumarían sus hijas, Christabel (1880-1958) y Sylvia (1882-1960). Sus cuarenta años de activismo se vieron coronados por la Representation of the People Act, aprobada por el parlamento británico poco antes de su muerte, en 1928, y que establecía la igualdad política entre los dos sexos.
“Las leyes establecidas por los hombres” Londres, 24 de marzo de 1908
Fundada en 1887, la National Union of Women’s Suffrage Societies (Unión Nacional de Asociaciones para el Sufragio Femenino), que aglutinaba diecisiete organizaciones, había desarrollado una campaña tan tenaz como infructuosa. El malestar por la falta de resultados llevó a Emmeline y su hija Christabel a crear dos asociaciones independientes: la Women’s Social and Political Union (Unión Social y Política de las Mujeres), en 1903, y otra más combativa, la Women’s Freedom League (Liga de Mujeres por la Libertad), en 1907. Las sufragistas interrumpían los discursos de los políticos e incitaban a la policía a detenerlas por alteración del orden: estos y otros métodos les reportaban publicidad, aunque los caricaturistas y los grandes periódicos se deleitaban ridiculizándolas. En 1907, una reforma legal permitió a las mujeres que pagaban impuestos votar en las elecciones locales en Gran Bretaña; pero Pankhurst no se dio por satisfecha. En 1908, la activista dio una serie de conferencias titulada “La importancia del sufragio”. El siguiente discurso, pronunciado en vísperas de las elecciones del distrito de Putney, ataca sin rodeos el estado de cosas. Panhurst construye minuciosamente su argumentación, mostrando cómo las leyes de los hombres no han mejorado la vida de las mujeres corrientes.
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Las ideas que expondré esta noche no son nuevas: las vengo defendiendo en todas partes y en todas las campañas electorales desde hace un año y medio. Les son familiares a no pocos de ustedes, pero no les importará que repita para quienes vienen a escucharme por primera vez esos mismos argumentos y ejemplos que muchos conocemos de sobra.
Empezaré diciendo que el derecho al voto es fundamental para que el punto de vista de las mujeres influya en las decisiones públicas. Ciertas leyes afectan por igual a mujeres y hombres. En tales casos es fundamental que los legisladores respondan ante nosotras: así se verán obligados a consultarnos antes de dictar o reformar las normas. Llevamos muchos años sin ver apenas ningún avance legislativo para las mujeres. Las razones son obvias. Los parlamentarios cada vez dedican más tiempo a atender las reivindicaciones de quienes se organizan de diversas formas para defender intereses de empresas o asocaciones políticas. De nada sirve que un diputado sea vagamente consciente de que las mujeres también tienen intereses, porque nunca los tomará en consideración: mirará exclusivamente por el bienestar de aquellos a quienes debe su escaño. Se han aprobado −o por lo menos discutido− multitud de leyes beneficiosas para los trabajadores, pero apenas se ha hecho nada, en cambio, a favor de las mujeres, y no porque nuestras necesidades no sean apremiantes. Existen muchas normas anacronicas y que es necesario reformar porque nos perjudican gravemente. A las mujeres presentes en esta sala me gustaría indicarles una serie de leyes particularmente injustas. Los políticos están acostumbrados a hablarnos como si las leyes no nos afectaran. El lugar de las mujeres, dicen, está en la casa, y sus intereses se limitan a la crianza y educación de los hijos: la política no tiene nada que ver con estas cosas, así que no nos atañe. De las leyes, sin embargo, depende el régimen al que está sometida la mujer casada, así como la educación y el porvenir de los hijos. El parlamento determina todo esto. Consideremos, pues, unas cuantas disposiciones, examinándolas desde el punto de vista de las mujeres. Empecemos por las leyes matrimoniales. Las hacen los hombres, y las mujeres se ven afectadas. Veamos si son justas, equitativas y sabias. ¿Garantizan la manutención de la esposa? Muchas mujeres renuncian a la independencia económica para casarse: ¿cómo se las compensa? ¿De qué seguridad gozan en un matrimonio por el que han sacrificado esa independencia? Pensemos en una mujer que cobra un buen sueldo. Cuando se case y tenga hijos tendrá que renunciar a su empleo. ¿Qué obtendrá a cambio? La ley únicamente obliga al marido a procurarle alimento, techo y vestido, pero sin entrar en detalles: a él y solo a él corresponde decidir cuánto dinero se gastará
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en el hogar y cómo se gastará. La mujer no tiene voz en el asunto, ni derecho alguno sobre los ingresos del marido. Si él es un buen hombre, un hombre justo, cumplirá con su deber proporcionándole todo cuanto necesita. En caso contrario, es decir, si él decide privarla prácticamente de comida, ella no tiene ningún recurso legal para combatir esta injusticia, así que habrá de contentarse con lo que su marido crea suficiente. No niego que la mayoría de los hombres son mucho más justos y rectos de lo que la ley les obliga a ser… pero también hay maridos malvados, sin duda, y ustedes estarán de acuerdo conmigo en que es necesario introducir una reforma legal que nos permita defendernos de ellos. Consideremos el caso de la mujer que se queda viuda y con niños pequeños. Si el marido, en el testamento, se muestra indiferente a sus deberes conyugal y paterno y no le deja nada a ella ni a sus hijos, no existe ningún impedimento legal. Ese testamento es válido. Como ven, la esposa no goza de la menor seguridad económica. Todo depende de que tenga suerte con el marido. Si es bueno, puede estar tranquila; si no lo es, sufrirá, y la ley no la amparará. Tal es la condición de la mujer casada, y está lejos de ser justa. Supongamos que una mujer tiene muy mala suerte y le toca un marido immoral y cruel, un hombre incapaz de cuidar a sus hijos. ¿Qué ocurre en el tribunal que juzga los divorcios? ¿Cómo puede ella librarse de un marido así? Si un hombre está casado con una mala mujer y quiere librarse de ella, le basta con demostrar que le ha sido infiel una vez. A la mujer que se ve en la misma situación no le valdrá de nada, en cambio, probar ni uno ni mil actos de adulterio: la infidelidad del marido no es causa legal de divorcio. Para librarse de él tendrá que demostrar bigamia o abandono del hogar o crueldad flagrante, además de inmoralidad. Consideremos ahora la posición que ocupa como madre. Hemos repetido este ejemplo tantas veces en nuestras reuniones que muchos deben de haberlo oído ya. La legislación inglesa no reconoce a la mujer casada como progenitora del niño que ha traído al mundo. La mujer no existe legalmente como madre. Según nuestras leyes de familia, el niño tiene un único progenitor con potestad para tomar decisiones sobre su futuro: dónde y cómo vivirá, cuánto dinero se destinará a su sustento e instrucción, cómo se le educará y cuál será su religión. Ese progenitor es el padre. He citado unos cuantos ejemplos de leyes establecidas por los hombres y que afectan a las mujeres. Y ahora les pregunto: si las mujeres pudiésemos votar ¿existirían estas leyes? Si tuviésemos derecho al sufragio se habrían aprobado normas equitativas. La legislación regularía con equidad el divorcio y reconocería dos progenitores para el niño, los dos que le ha dado la naturaleza. Ya les he hablado de la condición de la mujer casada, que no existe legalmente como progenitora. Los niños tienen un solo progenitor, pero los ilegítimos también tienen uno solo, a saber, la madre: la desgraciada mujer que tiene que criar sola a su hijo. Ella es la única responsable de su futuro y la única en ser castigada en caso de desatención del niño.
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Les daré un ejemplo. Cuando visité Herefordshire en vísperas de las elecciones, supe que una madre soltera que vivía en el condado estaba siendo juzgada por desatender a su hijo. Era criada, y había puesto al niño al cuidado de otra persona. Los magistrados −entre ellos varios coroneles y terratenientes− no preguntaron qué ingresos tenía, ni quién era el padre, ni si este contribuía a la manutención de su hijo. Condenaron a la mujer a tres meses de cárcel. Quisiera hacer una pregunta a las mujeres presentes aquí. Si las mujeres influyeran en la elaboración de las leyes ¿no creen ustedes que habrían logrado que los hombres con hijos ilegítimos se hicieran tan responsables de su bienestar como las madres?
El votante y el legislador son hombres y tienen en cuenta los intereses de los hombres, ignorando los de las mujeres. Este estado de cosas persistirá mientras no se nos reconozca el derecho al voto. Nos conviene recordar esto cuando oigamos hablar de la influencia de las mujeres. Las mujeres no tendremos verdadero peso político has ta que los hombres estén dispuestos a atender nuestras reivindicaciones. Pensemos en el futuro. Hoy es más importante que nunca que las mujeres puedan votar, porque en los periódicos, en las asambleas y hasta en las iglesias se habla continuamente de leyes y reformas sociales. No cabe duda de que tales leyes −y dice el Partido Liberal que, si sigue en el poder, se promulgarán muchas− son decisivas para las mujeres. De ser justa, la legislación social beneficiará mucho a las mujeres y los niños. Si no lo es, posiblemente nos veremos sometidas a la peor tiranía que hayamos sufrido en toda la historia. Se habla mucho de legislación sobre vivienda. ¿Quién negará que este asunto nos atañe a las mujeres? A cualquier mujer que lo piense detenidamente le parecerá una desfachatez por parte de los hombres tomar decisiones al respecto sin consultarnos. Consideremos el sistema educativo. Los hombres llevan reflexionando desde 1870 sobre cómo educar a los niños. Creo que aún no se han dado cuenta de que antes o después tendrán que pedirnos consejo a las mujeres, intentando asimilar algunas de las cosas que hemos aprendido a lo largo de los siglos. Es asombroso el tiempo que pierden los diputados discutiendo las leyes educativas… Cuanto más se piensa en el derecho al voto para las mujeres, más evidente se hace su importancia. Todos los días, en nuestra campaña a favor del sufragio femenino, se nos ocurren nuevos argumentos, nuevas razones para reivindicarlo. Confío en haber convencido a unos cuantos hombres y unas cuantas mujeres presentes aquí para que reflexionen más detenidamente sobre el sufragio femenino. Y también confío en que se den cuenta de que si las mujeres luchamos por
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esta causa con tanto empeño es porque podremos hacer mucho bien una vez que se nos haya reconocido el derecho a votar. No lo reclamamos por orgullo ni para jactarnos de lo que hemos logrado. Tampoco nos mueve el afán de imitar a los hombres, de ser como ellos. Lo reclamamos porque sin él nos es imposible llevar a cabo la tarea que todo hombre y toda mujer ha de estar dispuesto a cumplir en beneficio de su comunidad.
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