Raras Ensayos sobre el amor, lo femenino, la voluntad creadora
TURNER NOEMA
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Título: Raras. Ensayos sobre el amor, lo femenino, la voluntad creadora © Brenda Ríos, 2019 Primera edición, 2019 D. R. © 2019 Editorial Turner de México, S.A. de C.V. Francisco Peñuñuri 12, Del Carmen, Coyoacán, 04100 Ciudad de México, CDMX www.turnerlibros.com
Ilustración de cubierta: Julie Lillard ISBN: 978-607-7711-27-8 Reservados todos los derechos en lengua castellana. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su tratamiento o transmisión por ningún medio o método sin la autorización por escrito de la editorial. Impreso en México
La editorial agradece todos los comentarios y observaciones: turner@turnerlibros.com
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Raras Ensayos sobre el amor, lo femenino, la voluntad creadora BRENDA RĂ?OS
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ÍNDICE
A manera de prólogo Jean Rhys: Signos del paisaje Fátima Vélez: Del porno y las babosas Todos los caminos llevan al cuerpo Clarice Lispector: El acto creativo María Moreno: Black out Xel-Ha López: Contar el nuevo siglo Verónica Bujeiro: Escribir es afuera Gloria Gervitz: Los claveles rojos Inés Arredondo: Las razones de afuera Dolores Castro: Lo que vuela, la ceniza, el muro, el viento, el pájaro, el olvido Elena Garro: A falta de casa, ella Becky G: El spanglish, el girlpower, la sexualidad Hannah Gadsby: La trágica heroína de la comedia American honey: La joven Werther Sharon Olds: El amor invisible Lucia Berlin: El yo en tercera persona Anne Sexton: La prohibición Carson McCullers: La mujer de cristal Anaïs Nin: La triste intimidad Emily Dickinson: A puerta cerrada
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El extremo goce Chantal Maillard: Platón y el acontecimiento María Zambrano: Razones poéticas Amy Winehouse: Narciso triste Kerstin Thorvall: La memoria y el cuerpo
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A MANERA DE PRÓLOGO
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ste es un libro personal. No podría ser de otra manera. Son ensayos personales que van desde ideas inocentes hasta desplazamientos más aletargados. Ejercicios de diálogo. Están aquí reunidas mujeres no por azar, o sí, pensemos que sí, por azar. Porque me las encontré al mismo tiempo1. Porque las vi de manera distinta con los años. Algunas son los genios del mundo, otras solo trabajan mucho. Pero todas ellas me hicieron detenerme a pensar. Como si estuviera frente a un escaparate frente a un vestido. Luego uno ya no ve el vestido, piensa en otra cosa y, cuando nos damos cuenta, llevamos ahí unos buenos veinte minutos sustraídos de todos mirando la propia imagen en el cristal. Que perdone el lector si acaso lo sentimental se atraviesa por ahí, quise tirar del lado de la razón, pero yo también caigo en el tobogán de lo frágil. Este es, ante todo, un libro de lo amoroso, de lo serio o lo tosco que puede ser entendido ese amor por diversas visiones. Visiones fantasmales, frescas o salidas del fondo del pantano. El amor está en cada uno de los textos, en lo dulce, lo ridículo, lo grotesco, lo dramático. El amor enseñado en las mujeres. El amor mal entendido. El amor como filosofía y aprendizaje. El amor como arte. No lo planeé tal cual pero, si lo pienso, me parece lo más natural del mundo haber evitado el número par, redondo y 7
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final. 25 perspectivas, visiones, lenguajes, puntos de partida. 25 mujeres, en este caso, que coinciden en la pasión creadora. La pasión como via crucis, experimentación, búsqueda, espacio propio, ojos hacia dentro, ojos domésticos. Mujeres que hacen una épica moderna: contar la guerra del día, el día como batalla, el cuerpo como batalla, las relaciones amorosas, familiares, prisioneras de una guerra de la que nadie cuenta los muertos. Hacer una lista siempre es fragmentar el mundo. No se puede hablar del todo, entonces tomemos un lado, una esquina, una ventana, un paisaje representativo. Mi intención aquí es poner en diálogo a diversas creadoras que me parecen fundamentales para entender nuestro tiempo y, con ello, entendernos a nosotros mismos. No hablo de forma ni de estilo, debate raído hace mucho, hablo de una simbiosis entre vida y obra. Una obra que, para ser hecha, pensada, llevada a la página o al cine significó haber roto algo antes. Una estructura, un tabú, un modo de decir o, incluso, las más de las veces, a ellas mismas. La rotura hace click, los huesos se alinean para armar otro esqueleto más revelador. No son creadoras transparentes, no son, dada la cantidad de artistas en lo que va del siglo pasado y éste, ni representativas de una escuela de pensamiento o de algún movimiento artístico. No son la punta del iceberg de algo tan enorme sumergido en una Alaska imaginaria. Son creadoras que elegí por afinidad, cercanía, y muchas quedaron fuera, por eso, me disculpo. La reflexión aquí vertida nace de una inquietud meramente íntima: ellas son un paradigma para imaginar la naturaleza del cuerpo y de la mente humana. No solo de la mujer, como nos han hecho creer (el hombre representa a la humanidad, la mujer a sí misma), no así; la mujer creadora es un universo de intimidad, de exploración de lo que no se sabía nada hasta hace unos doscientos años. Por lo tanto, lo que aquí se presenta son aproximaciones. Me importa mucho contar la posibilidad de su 8
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A MANERA DE PRÓLOGO
existencia: palpitante, sufriente, lúdica, apasionada, lujuriosa, cándida pero libre de inocencia o de estupidez. Todas ellas un crisol del mundo pensado hacia dentro pero obligado a la acción familiar, amorosa, pública. Testimonios o confesiones, sin hacer menoscabo de ello, de una realidad ligera, pesada, sobria, tenebrosa pero única en su género. Especie en extinción, la inteligencia del cuerpo. No la de la mente atribuida al mundo masculino y razonado, frío. La inteligencia febril, de comprender cosas, fenómenos, por la sensación, la enfermedad, las malas pasiones, la fiebre, la curiosidad peligrosa que habita en algunas mujeres. El mundo femenino, pues, es un mundo de comprender lo que no se comprende a simple vista y de aprender a distinguir lo que de ahí puede ser comunicado. No hay comprensión sin el misterio. Así como no hay día sin la noche. Cada amanecer es celebrado con la luz. El conocimiento, igual. Y aquellos, aquellas que traen el fuego sagrado, suelen quemarse vivas. Muchos creadores son fantásticos, monstruosos, capaces de enormes sacrificios por su obra. Muchas creadoras van más allá del sacrificio: el centro está afuera. En un lugar desconocido, con luz o sin ella, un lugar de muerte planeada, de alcohol, drogas, búsquedas fútiles. La vida es un accesorio al que hay que examinar, cambiar de sitio. De un lado a otro llevan un peso único: su lenguaje. Querían comunicar. Su obra tiene algo en común: el misterio. Se callan a veces, gritan otras pero vuelven a una necesidad de narrar, pintar, saltar, cantar, darse. El trabajo es un movimiento del don, ellas son el regalo, envueltas para nadie y tocando la puerta a la media noche sin saber qué hay detrás del otro lado. Es su hábito: regresan siempre, una y otra vez, como las aves, al mismo sitio: ellas mismas son esa habitación obscura, que permanece. La habitación es el diario, el poema, la ficción, el encuentro amoroso, el lugar donde 9
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descansar de las obligaciones diarias. En su doble jornada la mujer que escribe busca los minutos para hacer el día, la maternidad, la relación amorosa y apuntar todo eso: dejar el registro, la voz, el cuerpo entero. Buscaron, se ocultaron, se sobreexpusieron como negativos de la fotografía. Y aprendieron a languidecer. Eran un país mudo, con sótanos de tortura, leyes intocables de violencia familiar. En ellas estaba el fin marcado desde el inicio: desde que imaginaron escribir, cantar, hacer cine. ¿Se habrían salvado de otra manera? No lo sabremos. La vida es una oportunidad exquisita para trabajar lo otro: lo que no se puede nombrar. Anaïs Nin dice: “escribo en el mismo nivel en que vivo”. De eso se trata todo esto. De hacer los infiernos, los cielos, equiparables en lo que uno toca, sospecha, infiere. ¿De qué escribir? De lo que está enfrente, sí. Pero también de todo eso que se pone bajo la alfombra. Y de eso las mujeres saben más que nadie por el tiempo que se les dejó a cargo de la limpieza.
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JEAN RHYS: SIGNOS DEL PAISAJE
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hys tuvo una vida trágica. Eso no la hace especial, mucha gente tiene una vida trágica. Lo que la hace única es que lleva esa tragedia a una escritura bastante particular: es obscura, es poética, es avasalladora. Es una escritora enorme y con ello quiero decir que sus personajes son emblemáticos de una época y de un modo de expresar los problemas sentimentales. Sus personajes pierden ante las pasiones. Una persona deja de ser una persona al instante en que las pasiones la dominan. He ahí la pérdida pero también su enorme humanidad. La vida solo puede ser explicada a razón de conocer esas pasiones y saber qué se hace con ellas: si se ignoran la persona pierde parte de sí misma, si se deja abrazar por ellas es aún peor: la persona no existe más. No hay término medio, al parecer. Si el amor es correspondido, o el odio, la persona está sujeta al otro, si no, el cuerpo padece física y mentalmente. Las partes que no se aclaran en sus libros dejan entrever la locura, la paranoia, la persecución y esas partes de la conciencia humana que dejan de funcionar con claridad. El mundo femenino es el mundo del encierro, de guardarse todo. Las personas no pueden hablar y cuando lo hacen dicen todo mal, hacen todo mal. He ahí lo trágico. La marginalidad, el abandono de las personas mayores, tampoco son retratos que levanten el sistema ético como aprendizaje, es un fiel retrato de 11
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sociedades que pueden no sentir nada por el otro, a menos que la indiferencia sea un sentimiento. El mundo de Rhys es cruel y poderoso. Hay una magia oculta en él, una magia hecha de sueños, la noche, la obscuridad y lo que no se comprende. Una especie de Conrad más pesimista, si eso es posible. Un Conrad crecido en la exuberancia del sol y que posee un contraste a esa luminosidad. La luz es esperanza, o eso solemos creer; en la obra de Rhys el sol excesivo, la belleza de ese paisaje caribeño es, además, castigo. El paraíso es el infierno de la imposibilidad de adaptación, de la amistad, de las relaciones familiares. El paraíso vivo es el rechazo de la vida. La desolación más absoluta. Dios, si existiera, creó esos paraísos para demostrar que se puede tener la belleza más grande y no formar parte de ella: una lección cruel, y última. Nacemos excluidos de la belleza, la bondad, la correspondencia amorosa. No hay manera de hacer crecer el amor, de que el otro corresponda. He ahí lo trágico. El ancho mar de los sargazos (1966) fue una novela que cayó como un fruto en tierra árida. Un libro-manifiesto. No como una novela de iniciación, no de ese modo. No estamos frente a una escritora que se descubre como niña-mujer. No así. Es un libro fundacional. Para entender una nación entera. Solo porque una persona habla. Su historia es la historia de muchos, muchos pueblos. Y esta es una historia libre de visiones apocalípticas. Cuando Tony Morrison escribía sobre la negritud, o ya había una Maya Angelou en lucha, Rhys se volcaba hacia otra cosa, hacia otro tipo de identidad. Su biografía será, como en muchas grandes autoras, un punto de partida para la invención de la humanidad. Es una pena, por un lado, que su obra sea estudiada más como un documento que ayuda a repensar los Estudios Coloniales, y el factor político de su “levantamiento” contra la opresión del colonizador. En eso V.S. Naipaul lleva la ventaja. Bien hecha, por otro lado. 12
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Sin embargo, la riqueza de una obra como la de Rhys, aun esa que no se nota tan madura en algunos cuentos del inicio, vive en un retrato descarnado de la feminidad volátil. Sus personajes, casi todos mujeres, no son fuertes, son flores trasplantadas de vida breve: incapaces de vivir donde nacieron por el peso de la mirada del otro, el maltrato del otro y aún más incapaces de vivir fuera de ese lugar sagrado, el origen y el clima, el paisaje opresor. La belleza del Caribe se transformará en pesadilla. No puede haber conciencia de la noche, del fruto, del árbol, sin imaginar lo tenebroso, lo que espera detrás, la oscuridad malévola, lo desconocido, la traición en el que se ama. Las mujeres caen en todas las tentaciones. La pasión, el alcohol, la posibilidad de confiar en los demás. Pareciera que la verdadera fuerza radica en la contención, en no darse, pero los personajes de Rhys no pueden contenerse y pierden. El lector es testigo de la ambivalencia y la conciencia de ellas antes de que se pierdan del todo. Bernhard, el autor austriaco, cuenta en un libro fenomenal, Trastorno, cómo a ciertos hombres del campo alemán de la posguerra los separan líneas apenas marcadas, sutiles, borrosas, entre la locura y la normalidad. Sus personajes son personas del mundo rural, el carnicero, el tabernero, y todos caen en eso que no se puede saber muy bien qué significa pero es falta de lucidez, de conciencia y de estar presente en el mundo. Muchos personajes femeninos de las mejores escritoras del siglo XX y parte del actual son fuertes, independientes, sensibles y poderosas. Elfriede Jelinek lleva al extremo sus mujerespersonajes en retratos crueles, feroces, casi inhumanas. Para muestra, La pianista, un libro brutal y quizá por ello mismo más verdadero. Pero, pensando en Clarice Lispector o Alice Munro, sus personajes son conscientes de sí mismas, de su lenguaje y los alcances de este, del poder de la intimidad. Ellas se conocen mejor que nadie. Rhys será una excepción: sus mujeres tambalean, 13
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no aciertan en sus sospechas, el amor no les es correspondido o, si acaso, llega con la violencia. En ellas está el desarraigo, el abandono, la sensación de fracaso las acompaña donde vayan y, sin importar las decisiones que tomen o dejen que los otros tomen, nunca les va bien. En ese sentido trágico hay una suavidad que no llega a ser sacrificio de madre, esposa o hija. El sacrificio requiere conciencia de lo que se deja de hacer por tal situación, lo que se espera de ello: se contemplan el costo y se paga. No, la suavidad viene justo de esta rendición física, emocional y de lengua misma. La lengua materna estará subordinada al que gana, al poderoso, al extranjero. El mestizo pertenece a dos tierras: la de origen y la de llegada. Esa pertenencia es difícil por lo que implica: no se está nunca en donde no hay arraigo. Como criolla, Rhys no podía ser negra en un caribe negro, con la historia del abuelo tratante de esclavos. Pero no era blanca en Inglaterra. Su acento, su color, su timidez y su falta de dinero la delataban de inmediato. Como un ser entre dos espacios no halló una tercera vía, no pudo, no supo cómo. Su obra no es una interrogación del mundo. Su obra es una ausencia de respuestas. Como ese espacio blanco que se busca en el silencio, una oración sin fe, una oración a oscuras. La casa es la fe y la oscuridad de afuera, del bosque o selva o mar, es lo que rodea esa fe, ese vacío inmenso. No es azaroso que la casa se incendie (en El ancho mar de los sargazos y en varios de los cuentos de Que usted la duerma bien, señora). Los personajes no solo se rinden, sino que se exasperan en esa rendición, en un autosabotaje espiritual. El alma es algo que ocurre en un proceso invisible de avasallamiento. El ritual de crecer es llevar consigo esa evidencia. Algo pasó en la infancia. Algo muy duro. Algo que no se puede contar porque ni siquiera se sabe cómo comenzó. Por eso el espanto de la vida adulta. 14
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En El dios de las pequeñas cosas de Arundathi Roy la niña de la novela sabe justo eso: no hay vuelta atrás en el mundo adulto. La infancia terminó pero no el personaje: ese sigue ahí, dándole vueltas a todas las versiones de la memoria. Así también Rosario Castellanos en Balún Canán. La niña sabe cuándo deja el mundo infantil y entra a la vida de mujer donde debe actuar conforme a reglas. A ser una mujer. A formar parte de un mundo obscuro, doméstico y forzado. Idea que perseguirá a Castellanos en Rito de iniciación y que la hará preguntarse, entre otras cosas, el papel de la mujer en la sociedad. La mujer que no se adapta es una marginal y una mártir de sí misma. Los roles son poderosos. Por eso a la protagonista de El ancho mar de los sargazos, Antoinette Cosway, el padre le arregla el matrimonio, sospechando que no tendrá posibilidades, por mucho que la belleza y el exotismo estuvieran de su parte; la educó en colegio de monjas, la dotó de buen capital, que, por ley inglesa, le correspondía al marido (tema que llevó a Virginia Woolf a escribir Una habitación propia, pues la mujer inglesa no pudo poseer dinero ni propiedades hasta ya entrado el siglo XX). Antoinette pasa del poder familiar, del dominio paterno y la indiferencia brutal de la madre a un matrimonio arreglado. Por eso el final psicótico. Una mujer del caribe, de una isla, termina sin poder salir de una habitación fría y húmeda, con muebles viejos, al cuidado de una enfermera. Una isla en sí misma. Si eso no es un final triste e irónico qué lo es. Sin rastros de su belleza, sin haber dispuesto nunca del dinero, sin haber trabajado. Quizá Rhys logra una metáfora difícil sobre las relaciones interpersonales: no importa la distancia de uno a otro si no se tiene lenguaje. El lenguaje es un puente. En su obra no hay manera de encontrar un diálogo que funcione: la mujer piensa de manera ecuánime pero cuando actúa en el diálogo es un ser irracional, ganado por los celos o la ira. En la segunda parte 15
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de El ancho mar de los sargazos es el esposo quien habla y él tampoco controla la situación: se deja llevar por los rumores de odio alrededor de la familia de su esposa. Un medio hermano que la odia, la nana que se suponía bruja, el abuelo tratante de esclavos y es incapaz de comprender siquiera a qué se enfrenta. El amor era imposible: nunca confió. El hombre era inmaduro y ella era pasional. No había manera de encontrarse. Ella hace un último intento por lograr que él la ame de nuevo, y por amar quiere decir que vuelva a dormir con ella, y le pide a la nana un hechizo. La nana le advierte que no funcionará. Si acaso sirviera solo podría estar con ella una vez más y luego él la despreciaría con mayor fuerza. Ella no cede. Luego, lo que había, se rompe. Ella es una persona que pierde por el deseo. Más masculina que él, por decirlo de un modo. Él es contenido y frío, distante. Habla poco. Se contiene, no se gasta. En el fondo de la relación amorosa está el desprecio que ambos tienen al lugar del otro, al lugar de pertenencia, lengua, identidad. Él nunca quiso entender el sitio donde ella vivió y ella no pudo adaptarse nunca a Inglaterra. Tal y como le pasó a la misma Jean Rhys. A Cosway, como a ella de niña, los niños vecinos en Dominica le decían “cucaracha blanca”, o “blanca-negra”, porque, al ser blancos pobres, no tenían la misma categoría que los otros blancos. El color de piel va ligado al poder histórico. Una niña criolla, sin dinero, cuya nana cocinaba pescado seco en lugar del fresco (que era más caro) no tenía amigos, y cuando por fin logra hacer una, esta le roba el vestido una tarde en que van a nadar al río. Esa misma será quien le tire, meses después (justo cuando su casa se incendia y ella se acerca a esa única amiga a pesar del vestido robado) una piedra en la cabeza. No hay esperanza en la novela. Infancia triste, adolescencia paralizada por educarse en un claustro, donde más o menos estaba cómoda y aceptada, y luego vendrá la vida itinerante en 16
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Europa. Con un final aun peor que el inicio. La novela es el tiempo de la vida de una persona: en ese tiempo ocurren varias cuestiones: el personaje crece, presencia cosas, se enfrenta a sus miedos, evoluciona, o no. Entonces es una antiheroína: la borracha, la marginal, la desempleada, la amargada, la que atenta contra el sistema. ¿Todo marginal será un atentado a todo sistema? ¿Acaso la rebeldía es una posibilidad de los seres incomprendidos? Pequeños escritores malditos, urbanos incomprendidos, sin lengua, sin familia, sin nada que los ate al país nuevo. Hojas al viento, tratando de aferrarse a los tejados, a los árboles, aun si no pueden vivir en ese clima. Aun si la vida es dura con las hojas. Decía que hay algo de Conrad en Rhys: una rendición ante lo que está afuera del hombre. En Conrad la naturaleza es superior, monstruosa, y triunfará porque es el mar, la selva, lo tenebroso, lo que el hombre evita a toda costa o lo que el hombre quiere dominar sin posibilidad de triunfo. No hay manera de idealizar esa naturaleza. Conrad se burla de todo aquel que lo intenta. Rhys, en cambio, nace rendida a ello. Su languidez caribeña no es la personalidad del ocio o del sometido ante el clima extremo, es una languidez de orden espiritual. De reconocer una fuerza superior que rige el destino de los hombres y suele ser injusta y triste. Por eso sus mujeres son el epítome de la debilidad: una rara falta de fuerza, como si el cansancio ocupara todo ese espacio que debe ser la voluntad del hombre. La falta de lucha ante la adversidad es notable. Conmovedora. Una apatía del espíritu que ante una civilización y un siglo que levanta al hombre por sobre todas las cosas y los valores supremos de identidad y belleza dice: “No”. Su palabra será No. Para Rhys el esfuerzo es inútil. V.S. Naipul, por otro lado, que llevará al absurdo el tema del éxito del migrante indio en Inglaterra, a base de embustes y 17
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atajos sociales, logra en sus textos comprender la sociedad occidental y el premio será el éxito, la adaptación social de sus personajes. No hay triunfo sin simulación, sin hacerse pasar por otro. Sin importar lo que se pierda en el camino. Sus héroes son los farsantes, los que supieron “entender” la adaptación como hacer lo que el blanco espera que se haga y seguir el juego. La vida en Inglaterra será dejarse llevar por la corriente. Aun si por dentro esos personajes son íntegros y dignos, su vida hacia afuera mantendrá la apariencia de derrota. Solo así avanzan y ganan, en un reñido juego de ajedrez. Derek Walcott escribió un hermoso poema, larguísimo, considerado en sí una novela en verso: Omeros. Ahí, él toma toda la tradición occidental, la lengua impuesta, el inglés, en el Caribe donde él creció. Como Rhys, es una mezcla de culturas y lenguas. Como Rhys, toma ese idioma y lo convierte en algo para ser devuelto. Walcott reconstruye la historia de Occidente y logra hacer un Homero tropical. Tropicaliza el viaje de Ulises. A Ulises le pasarán las cosas que les pasan a los hombres de Barbados. Y logra una obra maestra. Su obra es afrenta y agradecimiento. No se pudo luchar contra el invasor, pero sí se puede reconstruir la historia de un pueblo a partir del mito más grande contado por el hombre. Y entrega este nuevo personaje que habla de un pueblo que vivió humillación, ira, pobreza pero tiene algo que decir. Está tan vivo como cualquier inglés vivo y habla un idioma propio como cualquiera. Ahí está el tino del poeta: reconstruye, avanza, resignifica. Rhys, por otro lado, no escribe para protestar o dejar testimonio, hay algo de grito, de desesperación, de vida que se va. La escritura es una persona que está muriendo. Se nota el duelo y la conciencia de esa vida que languidece. Como en los libros de Reynaldo Arenas, principalmente Antes de que anochezca, cuando teme perder ese ejemplar que escribe desesperadamente en la 18
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máquina de escribir (escribirá tres veces Otra vez el mar porque, en efecto, como bien le indicaba su paranoia, la policía encontraba el ejemplar y lo destruía), y la novela se siente un cuerpo apresurado, a medias, repetitivo pero con un humor de calor, del instante único. Una fecha que está por cumplirse, una prisa, una desesperación comprensible. Excepto que Rhys no está desesperada ni perseguida. Su escritura es triste, no melancólica por extrañar su infancia o su tierra perdida, o incluso la casa donde creció, sino triste a secas, con tristeza llana de hombre triste. Hombre consciente de que lo que se haga será en vano. Rhys pone en evidencia un hecho natural: no siempre las flores trasplantadas sobreviven. La capacidad de supervivencia de las especies, Darwin presente, hace notar que las especies frágiles tienen otra manera de esparcir el polen. Hay un matojo en los desiertos, una bola de paja que circula en las películas del Western. Se sabe que para reproducirse deja de ser verde y bello, se deja envejecer hasta convertirse en rama seca y se vuelve esa madeja horrenda de paja. Así, dando vueltas, logra esparcir su semilla y perpetuar su especie. Algunos grandes escritores logran una escritura veraz y cadavérica para perpetuarse, a costa de sí mismos. La obra es ellos aun cuando ya no estén. Los lectores adivinamos los fantasmas.
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