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Marta ร lvarez

LA GUARDIANA PERDIDA con ilustraciones de Laia Lรณpez

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Primera edición: marzo de 2018 Diseño de la colección: Laura Zuccotti Maquetación: Argos Edición: Helena Pons Dirección editorial: Iolanda Batallé Prats © 2018, Marta Álvarez, por el texto © 2018, Laia López, por las ilustraciones © 2018, La Galera SAU, por la edición en lengua castellana Casa Catedral® Josep Pla, 95 08019 Barcelona www.lagaleraeditorial.com facebook.com/lagalerayoung twitter.com/lagalerayoung instagram.com/lagalerayoung

Impreso en Egedsa Depósito legal: B-593-2018 Impreso en la UE ISBN: 978-84-246-6245-5 Cualquier tipo de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra queda rigurosamente prohibida y estará sometida a las sanciones establecidas por la ley. El editor faculta al CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) para que autorice la fotocopia o el escaneo de algún fragmento a las personas que estén interesadas en ello.

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Para Clara y Nuria, por demostrarme que la magia existe.

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Se arrepiente de haber pensado que el monstruo era bonito. Es decir, lo es. Con esa majestuosa cabeza de águila y ese pico que destella incluso bajo los fluorescentes del polideportivo; con esas alas de lustrosas plumas color bronce y el imponente cuerpo de león con garras afiladísimas… Pero resulta que, cuando esas garras afiladísimas te aplastan contra el suelo y te aprisionan el cuello, «bonito» es la última palabra que se cruza por tu mente. Ahora mismo, a Erin se le ocurren muchos calificativos, pero ninguno de ellos es «bonito». —¡Maldito plumero con patas! —resuella—. No te atrevas a tocarme. Sabe que el bicho no puede entenderla, pero ¿a qué chica no le gusta soltar una buena frase triunfal? Sobre todo justo antes de agarrar a un monstruo águila-león de dos mil kilos

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y quitárselo de encima como quien se sacude una mota de polvo de la camisa. Vale, es posible que le requiera un poco más de esfuerzo. ¿Ha dicho ya que pesa como dos mil kilos? Con la mano enguantada con su gema roja, Erin agarra la zarpa que le rodea el cuello. La bestia chilla cuando su superfuerza de mystical corporal la obliga a soltarla. Antes de que el aberrante ataque con su otra garra, Erin se retuerce como puede bajo el peso del cuerpo de león y lanza un rodillazo. No es uno de los movimientos precisos que Gala le ha estado enseñando, pero sirve: con la fuerza extra que le confieren sus poderes, el golpe de Erin basta para quitarse el bicho de encima. La bestia se incorpora con un nuevo chillido, pero Erin es más rápida: mientras el monstruo se pone en pie, ella se cuela entre sus patas, lo agarra por el pelaje y lo lanza hacia arriba. El aberrante sale disparado, convertido en un borrón de plumas. —Bueno, ¿y ahora qué? El resto de las chicas la miran, sin saber qué contestar. Nora está invocando algo de viento que apenas consigue revolver las plumas del aberrante, aunque al menos lo mantiene lejos de ellas. No tiene ni idea de lo que hace Iris (sus poderes son muy poco espectaculares, pobrecilla) y Hana aparece y desaparece. A juzgar por los «¡Eh!, ¡eh!, tú, gato con alas!» que grita de vez en cuando, está intentando distraer la atención del aberrante. Aunque, tratándose de Hana, nunca se sabe. —¡A este bicho no le hace daño nada! —responde Luna con frustración. Sus manos refulgen con rayos morados.

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Podrían achicharrar a cualquiera en un segundo; sin embargo, ya han comprobado que al aberrante no le causan ni un rasguño. Erin la mira, desafiante, mientras se lleva la mano al catalizador que sobresale por entre su pelo. —¿Nada? Eso ya lo veremos. El artefacto metálico se transforma en un arco en cuanto Erin lo desengancha de su oreja. El aberrante ha recuperado el control de su vuelo, y agita las alas con tanta furia que el vendaval que crea está a punto de derribarlas. Se ha elevado hasta rozar el techo del polideportivo, desde donde parece mucho más pequeño que antes: ahora cualquiera diría que «solo» tiene el tamaño de un coche. Que eso sea una mejora no es precisamente tranquilizador. Con los ojos clavados en él, Erin dispara una de las flechas plateadas que han aparecido junto con su nuevo arco. O, más bien, intenta disparar: en cuanto se separa de la cuerda, su flecha se desvanece en el aire. —Pero ¿qué…? —Creo que la transformación solo funciona si estás tocando el catalizador —dice Luna sin apenas mirarla. Sus rayos de éter rozan al monstruo, pero siguen sin causarle ninguna herida—. En cuanto dejas de estar en contacto con el arma en que decidas transformarlo… ¡puf! —Buen momento para descubrirlo —protesta Erin—. Menudo cacharro más inútil. —Tampoco creo que te hubiera servido de nada que funcionase —comenta Iris, sin separar los ojos del aberrante, que vuela en círculos, rozando el techo. ¿Estará Iris ejercien-

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do su telequinesia para mantenerlo alejado? No parece muy centrado en ella…—. ¿Acaso sabes disparar un arco? —¡Pues a lo mejor sí que sé! —replica Erin. Por supuesto, no es cierto. Pero si alguien puede aprender a disparar en un minuto, esa es ella. Su fuerza de voluntad no conoce límites. Algunos dirían que es «cabezonería». Erin prefiere llamarlo «talento innato». El aberrante vuelve a chillar; un chillido tan agudo que casi les perfora los tímpanos. Erin se tensa, con el corazón bombeando adrenalina para devolverla a la lucha… pero resulta que ya hay alguien encargándose de la bestia. Hana ha abandonado su técnica de aparecer y desaparecer, y ahora lanza potentes destellos de luz dorada alrededor de la cabeza de águila. Sorprendentemente, la distracción funciona: el aberrante parece mareado, enfadado y cautivado al mismo tiempo; a Erin le recuerda a esos tíos cachas que salen siempre gritando en los realities de la tele. —¡Ya me acuerdo! —exclama entonces Nora—. ¡Es un grifo! ¡Sabía que lo había vist… que me sonaba de algo! —¿Cómo va a llamarse «grifo»? —pregunta Hana, desviando la atención de su ráfaga de lucecitas—. No echa agua por ninguna parte… —¡Claro, un grifo! —dice Luna—. ¿Cómo no lo he reconocido an…? —¡Cuidado! Con un chillido de triunfo, el tal «grifo» se lanza directo hacia Hana, con el pico por delante. Erin se tira sobre ella. Gracias a su supervelocidad llega antes que la bestia, aunque ambas mysticals ruedan por el suelo tras el impacto.

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Pero, oye, mejor unos cuantos moratones que tener que coserte la cabeza al cuello después de que una bestia te la arranque de cuajo, ¿no? Y hablando de cabezas, al lado de donde han quedado las suyas, Luna golpea el suelo con su báculo. Erin se desembaraza de Hana y se incorpora para ver cómo, de la gema que remata el arma de Luna, sale una esfera de éter. Justo antes de estrellarse contra el grifo, la bola de energía explota como una bomba de pintura morada. El éter se extiende alrededor de la bestia y forma una especie de escudo electromagnético. El grifo chilla al estrellarse contra él. No puede atravesarlo, pero no parece que su roce le haya producido ninguna lesión. Maldito bicho indestructible… —Nora, ¿qué hacemos? —grita Erin, mientras ayuda a Hana a levantarse del suelo. —Bueno, no sé si lo leí en el bestiario o en… —Nora se calla durante una fracción de segundo. El grifo se encarga de llenar el hueco que han dejado sus palabras con un chillido de furia. Suena amortiguado tras la cárcel de éter pero, aun así, el sonido eriza la piel—. Da igual. —Carraspea—. Si no recuerdo mal, le atrae el oro; supongo que por eso le han distraído tus destellos dorados —añade, sonriendo a Hana—. Ha sido muy inteligente, por cierto. —¿Verdad? Mi instinto me lo decía… —El bestiario dice que es un aberrante elemental —explica Nora—. Creo que eso significa que puede… A Erin siempre le ha fascinado secretamente el misterioso funcionamiento de los campos de energía de Luna. Hoy, esa fascinación les salva la vida.

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Más allá de la barrera chisporroteante, los contornos del grifo apenas son visibles. Pero Erin, aguzando sus sentidos, los distingue. Su visión se agudiza como si fuese la lente de un microscopio, y ve cómo, tras los relámpagos morados, al aberrante abriendo su afilado pico. Ve cómo Hana clava su mirada de acero. Ve la chispa que aparece al fondo de su garganta. —¡Al suelo! Erin se lanza sobre Hana y Luna, y las aparta del campo de tiro de la bestia. Se mueve tan deprisa que no ve si las llamas han podido atravesar la barrera de éter, pero no tarda en comprobarlo de otra forma: mientras rueda por el suelo de nuevo (esta vez enredada con Hana y Luna) nota la estela abrasadora del fuego en su espalda. Es tan potente que le sorprende que su traje no se derrita. Nora chilla. Iris grita su nombre. Desde el suelo, Erin gira sobre sí misma y se incorpora, y lo que encuentra la deja pretrificada. Lejos de apartarse de las llamas, Nora se ha interpuesto entre las chicas y el fuego. Tiene los brazos doblados en cruz sobre el pecho, su brazalete refulge como un hierro al rojo… y las llamas del grifo la rodean desde el codo hasta la muñeca. —¡Quieta, Erin! —grita Nora, antes siquiera de que ella pueda moverse. Tiene los ojos entrecerrados y fijos en sus brazos envueltos en llamas, y la mandíbula tan apretada que apenas se la entiende—. ¡Luna! Deshaz… la barrera… —¿Qué? ¿Estás loca? —El fuego es… Su… fuego…

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—¡Luna, haz lo que te dice! —grita Erin. —¡Vale! Uno… dos… ¡Ya! Luna voltea su báculo, y el arma absorbe la cúpula de éter como un aspirador. El grifo interrumpe su llamarada para soltar un chillido de liberación mientras se lanza sobre ellas. Antes de que Erin tenga tiempo de convertir su catalizador en un escudo (y que Erin no tenga tiempo de hacer algo es asunto serio), Nora lanza un grito ronco y separa los antebrazos.

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El fuego sale disparado de su brazalete y envuelve al grifo. El aberrante se precipita contra el suelo, transformado en una bola de sombras, llamas y chillidos. Un segundo antes de estamparse contra la cancha, desaparece en una nube de humo negro. Nora se derrumba de rodillas. Erin se planta a su lado en una centésima de segundo. Sin embargo, Nora retrocede con un espasmo cuando se le acerca, y Erin enseguida comprende por qué. —¡Nora! —se les escapa. Aunque su amiga se resiste, Erin la coge con cuidado de las manos y les muestra a las demás sus brazos. Su piel está roja y brillante. —No es nada… —musita ella. Se le escapa un siseo de dolor cuando intenta soltarse. —¿Cómo que no? —dice Erin, horrorizada—. ¡Te ha abrasado los brazos! —No es para tanto… No he podido… controlarlo bien… Pero se pasará. Mystical elemental y todo eso… —Ha sido alucinante —susurra Hana. —Gracias… Aún arrodillada frente a Nora y con sus muñecas entre las manos, Erin frunce los labios. Sus pupilas están clavadas en los brazos de su amiga. «Vamos, gema corporal», piensa. «No vas a fallarme ahora, ¿verdad?». Sus poderes tienen varios «niveles», y todas están trabajando duro para dominarlos… aunque con escasos resultados. Nora apenas consigue mantener el control más

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básico sobre los elementos. Hana ya sabe cómo manipular la luz para volverse invisible, sí, pero nunca logra quedarse así demasiado tiempo. Y desde luego, está muy lejos de las ilusiones ópticas que los libros de Selene dicen que una mystical boreal puede invocar. Respecto a Luna, tiene bastante controlado lo de crear escudos y disparar éter y tal, pero a Erin no la engaña: una vez le confesó que había usado su conexión esencial con Umbria para invocar a un demonio (de nombre impronunciable), y la cosa fue un completo desastre. Por su parte, Iris considera que está avanzando bastante, sobre todo con la telepatía, pero en realidad depende del momento: hoy mismo, Erin no la ha visto hacer casi nada contra el grifo. Siendo justa, el poder de Iris no es algo que se pueda ver, precisamente, pero eso es lo de menos. Que Erin sepa, Iris tampoco ha conseguido utilizar nunca ni la persuasión ni la misteriosa clarividencia que le prometen las páginas de los cronistas. Y luego está ella. No es un secreto que Erin es, probablemente, la alumna más aventajada entre las Mystical. Por eso le resulta especialmente irritante no conseguir conquistar su único talón de Aquiles: la sanación. La última vez que lo intentó con verdadero empeño, se agotó hasta tal punto que estuvo dos días sin poder salir de la cama. Por supuesto, Nora fue la única que lo descubrió. Y está claro que lo recuerda, porque se destransforma entre las manos de Erin y aprovecha la sorpresa para escurrirse de su agarre antes de que su amiga malgaste más poder y esfuerzo en curarla.

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De nuevo con ropa normal, Nora examina sus antebrazos quemados. —Déjalo, Erin. Me pondr… —Sus ojos se abren de par en par, clavados en el reloj de muñeca que ha vuelto a aparecer al recuperar su aspecto normal—. Oh, no. Oh, no, no, no… —¿Qué pasa? —pregunta Hana. Nora trastabilla al ponerse de pie. —El examen de química… ¡Llegamos tarde al examen final! Oh. No.

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