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Jon Fosse Hermana

Traducción de Cristina Gómez-Baggethun Nórdica

Título original: Søster

© Søster, Det Norske Samlaget, 2000

Published in agreement with Winje Agency and Casanovas & Lynch Literary Agency

© De la traducción: Cristina Gómez-Baggethun

© De la ilustracion de cubierta: Alberto Gamón

© De esta edición: Nórdica Libros • nordicalibros.com

Primera edición: octubre de 2023

Isbn: 978-84-10200-61-6

Depósito legal: M-19823-2024

IBIC: FA

Thema: FBA

Impreso en España / Printed in Spain

Gracel Asociados (Madrid)

Diseño: Nacho Caballero

Maquetación: Diego Moreno

Corrección ortotipográfica: Victoria Parra y Ana Patrón

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Hierba crecida

Desde donde estaba en el patio, podía ver el barco amarrado en el muelle de la playa, un barco bonito, bonito y sin pintar. Y el fiordo estaba tan azul y brillante que las montañas se tumbaban en el fiordo y ahora estaban ahí tendidas, con todo su verde y su negro y su marrón. No se veía un solo barco en el fiordo, quizá fuera demasiado temprano por la mañana o algo así. Y aún no se había despertado nadie más, ni madre ni padre ni hermana. Solo él estaba despierto, esa impresión daba, al menos, solo él estaba despierto en

todo el mundo, pensaba ahí parado en pijama, mirando hacia el fiordo. Tomó aire profundamente y lo soltó despacio. ¿Y por qué estarían durmiendo, todos los demás, en una mañana tan bonita?, pensó; tan suave estaba el tiempo, tan clara y a la vez algo brumosa estaba la mañana. Pero la verdad es que era muy aburrido estar así parado, pensó. ¿Haría hoy algo divertido? ¿Había algo en este día que le hiciera ilusión?, pensó, y seguro que sí, quizá la madre o el padre los llevaran a hermana y a él a la playa para que pudieran bañarse, o quizá tendría que ocurrírsele algo a él, pensó, por lo general tenía que ocurrírsele algo a él, claro, y seguramente hoy sería igual, pensó, y ¿por qué no?, ¿por qué no?, piensa y mira hacia toda la hierba crecida, todas esas briznas de hierba largas, verdes y afiladas, y se acerca a la hierba, y la hierba es más alta que él; quizá podría meterse en la hierba, piensa, sí, siempre podría hacer eso, piensa, y se mete bajo las primeras briznas de hierba y las briznas cuelgan verdes y afiladas sobre su cabeza y se adentra más en la hierba y en algunos sitios está tan alta que le llega por encima de la cabeza, y luego, cuando está metido en la hierba más alta, se queda ahí parado, mirando a través de las briznas, y lo único que ve son briznas de hierba, hasta donde le alcanza la vista no hay más que briznas, briznas verdes, y entonces se sienta y las briznas verdes se cimbrean sobre él y es como si tuviera un techo, un techo verde,

sobre la cabeza, piensa, y se tumba y se queda ahí tumbado mirando el cielo, que no está azul intenso sino suave y aun así azul oscuro parece estar ahora y ahí a lo lejos hay una nube mullida, casi no es ni una nube, no son más que unos hilos de nube que no paran de moverse y las briznas de hierba sobre su cabeza los dividen todo el rato y en las briznas hay un oleaje lento, y entonces mira hacia una sola brizna de hierba, mira cómo se mueve esa única brizna de hierba, adelante y atrás a lo largo de la nubecilla, adelante y atrás, despacio, despacio, adelante y atrás se mueve, y él está ahí tumbado, mirando y mirando y entonces se le cierran los ojos y respira también adelante y atrás, adelante y atrás, respira tranquilo, adelante y atrás, y se siente como una pequeña ola que rompe contra la playa, adelante y atrás, adelante y atrás, adelante y atrás, adelante… y atrás, adelante… y atrás, adelante… atrás, y ya no hay para él más que su respiración en la hierba crecida, bajo el cielo, junto al fiordo.

No llorar

¿Y por qué se enfadó madre tanto? Él no había hecho nada malo, había estado mirando el fiordo y el cielo y la nube de hilos allá arriba en el cielo y la brizna de hierba sobre su cabeza, así que por qué empezó madre a gritar y se asustó y dijo que jamás saliera solo en pijama, que nunca saliera en medio de la noche mientras los demás dormían, que no se le pasara por la cabeza hacer esas cosas, porque entonces ella no podría dormir, entonces ella nunca más podría dormir, mira que echarse a dormir en la hierba, dijo madre, y le tiró del brazo con tanta fuerza que le hizo daño, aunque él no pensaba llorar; ella, la madre, no iba a verlo llorar por haberse quedado mirando el fiordo y el cielo y una brizna de hierba contra una nube que casi no era más que unos hilos.

El cortacésped

El cortacésped rojo grande y pesado se sacude, arriba y abajo, no quiere estarse quieto sobre el suelo, retumba y cruje y tiembla y salta de arriba abajo y las cuchillas vibran ahí delante; y entonces el tipo ese sin camisa agarra los mandos y vuelca el cortacésped hacia delante y de pronto las cuchillas salen disparadas, adelante y atrás, con una fuerza salvaje, y entonces el tipo apoya el cortacésped en el suelo y luego suelta el freno que había estado sujetando y el cortacésped se pone en marcha con una violenta sacudida y sale disparado hacia delante y hasta el tipo ese parece asustarse un poco cuando el cortacésped lo arrastra con él y las altas briznas de hierba quedan tiradas por detrás del cortacésped, de cualquier manera, en briznas sueltas y en manojos de briznas, y quedan unos rastrojos tiesos a ras de tierra, rastrojos, y entre los rastrojos hay tierra. Y luego el terrible rugido del cortacésped. Y ahí parado, viendo cómo avanza entre rugidos el cortacésped, él se sacude con la tierra.

Ir a un sitio

Hermana preguntó si de verdad podían hacerlo, porque madre siempre decía que no podían ir a ningún lado, ni saltar ninguna valla, ni atravesar ninguna verja, ni cruzar la carretera, la carretera nunca, y nunca bajar al mar, eso decía madre, así que ¿podían bajar a la playa?, había preguntado hermana, y él había respondido que claro que podían, tampoco era tan peligroso, al fin y al cabo habían estado muchas veces en la playa con madre o con padre y ¿qué tenía eso de peligroso?, había respondido él, y entonces hermana dijo que madre se había enfadado mucho cuando se despertó y él no estaba, había dado muchas voces y lo había llamado y luego había salido corriendo y lo había llamado a gritos, y resulta que él estaba afuera en la hierba y encima iba solo en pijama, había dicho madre, y había dicho que no podía hacer esas cosas, nunca debía salir solo cuando los demás dormían, había dicho madre, no podía hacer eso nunca más, había dicho, piensa él,

y entonces él cogió a hermana de la mano y se quedaron ahí parados y luego él dijo que se iban para el mar, ya no aguantaba más el ruido del cortacésped, dijo, y entonces hermana preguntó si él podía llevarle la cestita de plástico rosa y aunque a él no le gustara, precisamente, la idea de ir por ahí con esa cesta, tendría que hacerlo. Porque si él llevaba la cesta, y dentro había tacitas y platos y un pequeño cuenco amarillo en el que hermana decía que iba a meter las fresas que cogiera por el camino, ella podía llevar la muñeca con la otra mano, dijo hermana. Él cogió la cesta con una mano y le dio la otra a hermana y luego tomaron el camino que bajaba desde la casa, él con la cesta rosa en una mano y a hermana de la otra, y de la otra mano de hermana colgaba su gran muñeca, tan grande era la muñeca que arrastraba los pies por la gravilla cuando bajaron por el camino, con gran seriedad, paso a paso.

Un hombre con una gran barriga

Un hombre viene andando hacia ellos, por la carretera, lleva unas gafas de sol negras y sobre la cabeza un sombrero de paja y el hombre abre los brazos y dice que quiénes serán estos dos que andan por ahí, mira qué guapos y elegantes, y han salido a pasear, fíjate qué alegría encontrarse con una gente tan simpática, dice el hombre, y hermana aprieta más la mano del hermano y él mira hacia el hombre grande y tiene una barriga tan grande que tanto él como hermana cabrían dentro de esa barriga, piensa. Fíjate qué alegría encontrarme con vosotros, dice el hombre, una verdadera alegría. ¿Sois novios?, pregunta el hombre. No, somos hermanos, dice él. Así que sois hermanos, dice el hombre, y hermana asiente con tanta fuerza que se le sacude la mano. Fíjate qué gente tan simpática, dice el hombre, hace mucho que no me encuentro con gente tan simpática, dice, y hermana aprieta con todas sus fuerzas la mano, la mano del hermano.

Cuatro años y tres años

La mujer del gran hombre con sombrero de paja no es tan grande. Ella es pequeña y para andar tiene que apoyarse en algo, en una silla, o en un bastón, o en el brazo del hombre grande. Ahora está sentada en un sillón y en el sofá están sentados hermana y él, y hermana ha puesto la mano sobre el muslo del hermano, y a él no le gusta, que ella tenga la mano ahí, pero tampoco le parece que pueda apartarla. La mujer del hombre grande está inclinada hacia ellos. Les ha preguntado cómo se llaman. Ha dicho que son unos niños muy majos. Les ha preguntado cuántos años tienen y él ha dicho que él tiene cuatro y que hermana tiene solo tres. Pero ¿les dejan salir solos?, ha preguntado la mujer, y él ha respondido que sí.

Cosquillas

Oye que el hombre grande habla y se ríe a carcajadas en la entrada y hermana lo mira y él oye al hombre grande decir que sí que están aquí, los dos, venían por la carretera, por lo visto se iban de pícnic, porque llevaban una cesta, y ella había recogido unas fresas, pero ahora están aquí, sí, dice el hombre grande, y la mujer le hace cosquillas a hermana en la tripa y dice que mira tú qué niña tan bonita y el hombre grande dice que no hay ningún problema, que es muy agradable recibir visita de una gentecilla como esta, oye que dice el viejo, y luego dice algo de que vienes enseguida, sí.

Visitas como esta

Sobre la mesa hay helado y unos refrescos, y hermana está de pie comiendo helado, él está comiendo helado en el sofá. Ha sido el hombre grande el que les ha traído el helado y los refrescos, y ahora está sentado en un sillón al otro lado de la mesa. Dice que es muy agradable recibir visitas como esta. Y la mujer dice que desde luego que sí, qué gusto recibir una visita como esta. Y a unos invitados tan simpáticos hay que darles tanto helado como refrescos, claro, dice el hombre grande. Claro, faltaría más, dice su mujer, y luego pregunta al hombre grande si su madre, que se llama Anna, va a venir a recogerlos. ¿Viene la Anna?, dice la mujer, y el hombre grande dice que viene, ahora mismo viene, por lo visto estaba haciendo la comida y no se ha dado cuenta de que habían salido a dar una vuelta y no estaban, dice. Hermana le toca el brazo, levanta la vista hacia él y dice que quiere irse con mamá. El hombre grande dice que mamá viene enseguida, viene

a buscarlos, dice el hombre grande, y hermana asiente varias veces con la cabeza, con fuerza asiente, y levanta la vista hacia su hermano y dice que viene mamá.

Mano en la tripa

Está tumbado en la cama y se siente triste y apenado, porque hoy, cuando él y hermana iban hacia el mar, se encontraron con el hombre grande que se los llevó a su casa y allí les dieron helado y unos refrescos antes de que viniera la madre a recogerlos y la madre estuvo amable y agradable mientras estuvieron en esa casa, pero cuando llegaron a la suya dijo que nunca más podían hacer algo así, nunca más debían marcharse de esa manera, era peligroso, en la carretera había coches, coches peligrosos, nunca más debían hacer eso, y todo el tiempo que la madre estuvo enfadada y desagradable lo estuvo mirando a él y no a hermana, y luego dijo que tenían que irse derechos a la cama, tanto él como hermana, ese sería su castigo, dijo la madre, y preguntó al padre si no estaba de acuerdo y él dijo que sí, sí que estaba de acuerdo, y ahora están ahí acostados, hermana y él, ella con la muñeca en brazos mientras que él está solo consigo mismo; y hermana

duerme y él mira la habitación en penumbra y piensa en el barco y en el mar, y en el hombre grande con las gafas de sol negras y el sombrero de paja, en su enorme barriga, que era tan grande que tanto hermana como él habrían cabido dentro de esa barriga, y seguramente habría cabido hasta la muñeca, piensa, y piensa en el cortacésped, en todo el ruido que hace, y en las bonitas briznas de hierba que quedan ahí tiradas al paso del cortacésped y en el olor que produce el cortacésped, un olor aburrido, el cortacésped huele a aburrido. Un olor aburrido, dice, y hermana le coloca la mano sobre el brazo. Él se pone de costado, le da la espalda a hermana. Huele muy aburrido, dice, y hermana se arrima a su espalda y le pone la mano en la tripa y él se queda pensando en que ya tiene cuatro años y hermana tiene tres. Él es el hermano mayor. Ella la hermana chica. Eres la hermana chica, dice. Y tú el hermano mayor, dice hermana entre sueños.

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