Valentina Camerini
HISTORIAS MONSTRUOS
DE
GRIBAUDO
ilustraciones de Elisa Bellotti
COMO ESTATUAS DE PIEDRA
«
¡V
enga inmediatamente, hemos hecho un descubrimiento excepcional!»
Este había sido el mensaje que había recibido Daphne Georgiou. Trabajaba como profesora de arte y estaba especializada en la Antigüedad, por lo que era habitual que sus colegas la llamaran desde las excavaciones arqueológicas cuando se descubría algo interesante.
Esta vez, sin embargo, el correo electrónico procedía de la profesora Aritaki, que estaba realizando una excavación en unas remotas colinas del centro del Peloponeso, un lugar donde no se esperaba encontrar nada especial, la verdad.
Solo los restos de una pequeña aldea agrícola, le había dicho el profesor.
Así que Daphne Georgiou leyó y releyó el mensaje, intrigada, preguntándose qué había despertado tanto entusiasmo en el profesor. Aritaki había sido compañero de estudios muchos años atrás y Daphne siempre estaba encantada de ayudarle. Así que la profesora llenó su bolsa con unas cuantas mudas de ropa, se puso los zapatos más resistentes que tenía, los adecuados para una excavación arqueológica, y junto con su viejo labrador Aquiles dejó Atenas y partió hacia el Peloponeso.
—Verdaderamente increíble —repitió varias veces el profesor, vertiendo agua en un vaso con manos temblorosas.
Daphne Georgiou había llegado por la tarde y Aritaki la había acogido en su tienda, no lejos de la de sus ayudantes, jóvenes estudiantes de arqueología.
—¿De qué va todo esto? —preguntó con curiosidad, acariciando a Aquiles, que descansaba tranquilamente a sus pies.
—Como sabes, aquí solo había un pequeño pueblo. De hecho, ni siquiera se podía entender por qué alguien vivía aquí, aislado de todo el mundo…
La profesora recordó el viaje que había hecho para llegar hasta su amigo: tras abandonar la carretera principal, había atravesado kilómetros de campo sin encontrar rastro de seres humanos.
—Pero un pastor que pasaba encontró algunos restos, así que empezamos a excavar.
Cada vez sentía más curiosidad.
—¿Y qué has encontrado?
—Una cueva, cerrada con grandes rocas.
—¿Y qué tiene eso de especial?
El profesor se levantó, cogió dos antorchas y dijo: —Tienes que venir a verlo.
Ojos crueles brillan en el vacío, ruidos inquietantes salen del sótano, sombras sinuosas se mueven bajo las aguas...
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