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Retrato de un mundo roto
Título original: Portrait d’un monde cassé
© del texto: El Grand Continent, 2024
El Grand Continent es una revista creada en 2019 en París. Se publica en papel una vez al año y en línea varias veces al día. Para suscribirse y saber más información: legrandcontinent.eu/es
© de esta edición: Arpa & Alfil Editores, S. L.
Primera edición: septiembre de 2024
ISBN: 978-84-10313-10-1
Depósito legal: B 13925-2024
Diseño de colección: Enric Jardí
Diseño de cubierta: Anna Juvé
Maquetación: Àngel Daniel
Impresión y encuadernación: CPI Black Print
Impreso en Sant Andreu de la Barca
Este libro está hecho con papel proveniente de Suecia, el país con la legislación más avanzada del mundo en materia de gestión forestal. Es un papel con certificación ecológica, rastreable y de pasta mecánica. Si te interesa la ecología, visita arpaeditores.com/pages/sostenibilidad para saber más.
Arpa Manila, 65 08034 Barcelona arpaeditores.com
Reservados todos los derechos.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o transmitida por ningún medio sin permiso del editor.
El Grand Continent
Retrato de un mundo roto
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ÍNDICE
Giuliano da Empoli 9
Conflagración: retrato de un continente roto
El clivaje de los clivajes: ecología y sociedad en Europa
Jean-Yves Dormagen 15
¿Por qué lo verde lo abrasa todo?
Julia Cagé y Jean-Marc Jancovici 46
La elección ucraniana de Europa: ¿cómo salir de nuestro momento Hamlet?
Timothy Garton Ash 57
Ampliar o reformar: retrato de un continente roto
Lea Ypi 71
Allí donde Europa ya no tiene elección
Niall Ferguson 80
Un mundo desalineado: en la urgencia de las recomposiciones
La disrupción de la gran convergencia
Branko Milanovic 91
El advenimiento del Gran Norte
Vladislav Surkov 102
¿Qué es el sur global?
Aude Darnal 109
La trampa del «sur global»
Bruno Tertrais 119
Europa entre dos guerras: la transición geopolítica de la Unión
Josep Borrell 133
Ensayos
Bifurcar: el Partido Comunista Chino y el Silicon Valley trabajan en un futuro posthumano
Giuliano da Empoli 149
Terror e IA: la violencia milenarista en la era de ChatGPT
Hugo Micheron 164
Varios mundos en un solo planeta
Dipesh Chakrabarty 179
Encontrar lo nuevo: salir del estancamiento climático
Pierre Charbonnier 198
La autonomía estratégica y la clase media
Anu Bradford, Isabella Weber, Paul Magnette y Nicholas Mulder 222
Presentación de los autores 235
241
«Diesel». Una sola palabra, impresa en letras grandes en los carteles de la AfD, el partido alemán de extrema derecha que hizo del escepticismo climático uno de los temas principales de su campaña para las elecciones europeas del pasado junio. Los partidos que juegan con el miedo al cambio no necesitan eslóganes. Basta con que escriban en sus carteles ciertas palabras clave: Navidad, filetes, trajes de indios y vaqueros, sal, azúcar, pan, buenos chistes... Todo aquello que las «élites» dan la impresión de querer arrebatar a la gente común y corriente —y que los movimientos nacional-populistas han convertido en su estandarte—.
Mientras tanto, al otro lado del océano, el campeón de la gente común y corriente —gran amante de la comida basura y de los chistes de dudosa calidad—, Donald Trump, prosigue su campaña electoral. «Me han inculpado más veces que a Al Capone», dice, ocultando a duras penas cierto orgullo. De momento, no puede decirse que la acumulación de procesos judiciales le haya perjudicado. Al contrario, su prestigio entre sus adversarios del Partido Republicano se ha disparado al ritmo que se acumulaban las demandas contra él. Si lo pensamos bien, no tiene nada de extraño: a los ojos de sus partidarios, la implacable persecución de Trump por parte de
Prólogo
los jueces no es más que una prueba más de su condición de outsider en relación con las élites del «Estado profundo».
También, un poco más al sur, el «dictador más cool del mundo» (según su propia definición), Nayib Bukele, fue reelegido triunfalmente en El Salvador, sin haber organizado un solo mitin electoral. Lo único que hizo fue colgar vídeos en las redes sociales, grabados desde su sofá, en los que instaba a los salvadoreños a votarle para que la oposición no «liberara a pandilleros y los utilizara para volver al poder».
Escenas de la vida ordinaria en «el año de las grandes elecciones», me dirán. Por una curiosa coincidencia de fechas, los ciudadanos de setenta y seis países serán llamados a las urnas en el año 2024. Cuatro mil millones de personas, más de la mitad de la humanidad, se verán afectadas por los resultados de estas elecciones. Pero, mirándolo bien, lo que llama la atención no es tanto el carácter excepcional del clima electoral que se ha instalado en todo el mundo, sino más bien su desconcertante banalidad.
Hubo una época, es cierto, en que el periodo electoral era una fase limitada en el tiempo de la vida de una democracia. Por aquel entonces, Mario Cuomo, el gran orador y legendario gobernador demócrata del estado de Nueva York, podía afirmar que «se hace campaña en poesía, pero se gobierna en prosa». Para ganarse los votos del electorado, era necesaria una actitud lírica, llena de grandes palabras y sueños, que transformaba al político en poeta. Pero una vez en el poder tenía que enfrentarse a la realidad y a los hechos. Entonces se volvía menos lírico y más realista, como un autor de prosa.
Este enfoque presupone una clara distinción entre la fase de campaña electoral y la fase de gobierno. En primer lugar, como indica el origen militar del término, la campaña es un periodo de confrontación, durante el cual cualquier compromiso con el enemigo se considera traición. Es un juego de suma cero, del que solo pueden salir ganadores y perdedores.
El campo de batalla no es la realidad, sino la percepción. No cuentan los hechos, sino las opiniones. Como en la poesía, lo único que cuenta en una campaña electoral es el ritmo, donde cada palabra es performativa y todo se juega en lo inmediato. Pero una vez terminada la campaña, las tropas vuelven a sus cuarteles de invierno y el tiempo del gobierno impone una lógica diferente. En un sistema que funciona, el gobierno no es un juego de suma cero, sino de suma positiva, en el que la capacidad de encontrar compromisos basados en la realidad de los hechos permite alcanzar resultados que benefician al conjunto de la sociedad. Por supuesto, sería ingenuo imaginar que en el pasado la distinción entre el gobierno y la campaña electoral era tan clara. En todas las democracias, la dinámica de la competición electoral siempre ha tenido un efecto considerable en la actividad gubernamental. Es más, el clima político y mediático ha ido cambiando durante décadas, lo que ha llevado a una mayor erosión de las diferencias entre campaña y gobierno. Sidney Blumenthal acuñó el término «campaña permanente» hace más de cuarenta años.
Hoy, las numerosas campañas electorales en curso en todo el mundo no tienen quizá otra función que mostrarnos que esta evolución se ha cumplido plenamente. Gracias a la contribución decisiva de los nuevos medios de comunicación, ya no hay diferencia entre la emoción y el conflicto que caracterizaban a las campañas electorales y el debate democrático ordinario. Nuestras sociedades están atrapadas en una espiral centrífuga tan frenética que los periodos electorales se han vuelto indistinguibles de la normalidad del mundo roto que habitamos —y cuyas líneas de falla desciframos constantemente en El Grand Continent—. He aquí quizá la única verdadera novedad de este «año de las grandes elecciones».
Giuliano da Empoli
Conflagración: retrato de un continente roto
«El clivaje de los clivajes: ecología y sociedad en Europa»
Jean-Yves Dormagen
Un clivaje durante mucho tiempo eludido
Hasta ahora, Europa se distinguía de Norteamérica por la práctica ausencia de una oferta política basada en el escepticismo climático, o al menos en el rechazo de las políticas de transición, para movilizar a los electores. En Estados Unidos, como sabemos, varios líderes republicanos, encabezados por Donald Trump, han asumido posiciones de escepticismo climático y expresado su hostilidad a las políticas de lucha contra el cambio climático. En vísperas de las elecciones presidenciales de 2016, en una visita a California afectada por incendios forestales especialmente catastróficos y mortales, afirmaba: «Al final se enfriará». Una de sus primeras decisiones importantes fue retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París en 2017, y después dedicó parte de su mandato a deshacer las políticas medioambientales aplicadas por la Administración Obama.
Como candidato de nuevo este año, Donald Trump parece haberse radicalizado aún más en temas de transición. Su objetivo parece ser eliminar la acción climática de las políticas federales. Cuando en diciembre de 2023 Fox News le
preguntó sobre el riesgo de que abuse del poder si es reelegido a la Casa Blanca para vengarse de sus oponentes, Donald Trump tuvo esta extraña respuesta: «Excepto el primer día, quiero cerrar la frontera y quiero perforar, perforar, perforar», e insistió: «Me encanta este tipo —señalando al presentador—, me dijo: “No te vas a convertir en un dictador, ¿verdad?”. Le contesté: “No, no, no, excepto el primer día. Cerramos la frontera y perforamos, perforamos, perforamos. Después de eso, no seré un dictador”». Aunque el carácter transgresivo de tal declaración —hecha por un hombre acusado por la justicia de conspirar contra el Estado— ha sido ampliamente comentado, el contenido profundamente antiecológico de sus palabras ha pasado desapercibido. En realidad, tal declaración representa la esencia del proyecto trumpista: presentarse como contrario a la entrada de migrantes en suelo estadounidense, por supuesto, pero también como contrario a las políticas de transición energética, como demuestra la insistencia con la que anuncia que su primer acto como «dictador» será «perforar, perforar, perforar». En esto, Donald Trump responde a las expectativas de su electorado. Como sabemos, los votantes republicanos son muy hostiles a la inmigración ilegal, pero también se oponen a las políticas de transición. Todos los sondeos confirman que el cambio climático es uno de los temas, si no el tema, en el que la brecha entre votantes republicanos y demócratas es mayor: mientras que el 82 % de los demócratas dicen considerar el cambio climático un tema clave, solo el 16 % de los republicanos comparten esta opinión1. Esta diferencia de 66 puntos explica por qué las políticas de transición se han convertido en una línea divisoria decisiva en la política estadounidense. También en Canadá, las cuestiones climáticas y las políticas de transición han polarizado y dividido. Mientras que el Partido Liberal de Canadá (PLC) se presentaba como defensor de las políticas de descarbonización y lucha contra el
cambio climático, el Partido Conservador de Canadá (PCC) adoptó una postura contraria a los impuestos sobre el carbono y, más en general, una postura ambigua sobre las cuestiones climáticas. En su convención de marzo de 2021, los delegados del PCC rechazaron por una estrecha mayoría (54 %) una moción para reconocer la existencia del cambio climático y hacerle frente. Sin duda, esta postura no es ajena a las victorias de los conservadores en provincias como Alberta, que obtienen una parte preponderante de sus ingresos de la extracción de petróleo y gas y cuya población muestra poco entusiasmo, por decirlo eufemísticamente, por las políticas de descarbonización.
El escepticismo climático y las posiciones antiecológicas también están bien representados en Sudamérica. Recordemos las posiciones de Jair Bolsonaro, por ejemplo, cuando pidió ostensiblemente vastos proyectos de deforestación en la Amazonia. Argentina ha elegido a un presidente libertario y ultraconservador, Javier Milei, que no oculta su escepticismo climático, expresándolo de una forma deliberadamente transgresiva a la que es particularmente aficionado: «Todas esas políticas que culpan al ser humano del cambio climático son falsas y lo único que buscan es recaudar fondos para financiar vagos socialistas que escriben papers de cuarta», dijo durante un debate el 8 de octubre de 2023.
Cómo llegó el escepticismo climático a Europa
Vista desde Europa, este tipo de postura política ha parecido durante mucho tiempo una peculiaridad «americana». Ningún gran partido de gobierno o fuerza política había hecho una oferta explícitamente relativista —y mucho menos escéptica— en materia climática en la arena pública, ni siquiera había adoptado una postura clara y frontal en oposición
a las políticas de transición y descarbonización. Hasta ahora, la ecología ha seguido siendo una cuestión bastante secundaria en los debates electorales, en gran parte debido a la falta de oponentes, como parte de un aparente consenso blando. Ninguna de las elecciones presidenciales en Francia, por ejemplo, estuvo polarizada y estructurada por cuestiones medioambientales, lo que también contribuyó a las bajas puntuaciones de los candidatos ecologistas. El Pacto Verde para Europa2, a pesar de sus ambiciones declaradas y del impacto que tendría en las economías europeas, no había suscitado hasta hace poco gran controversia pública cuando se adoptó en 2020. Es cierto que, en Francia, los acalorados debates en torno a la inmigración, el uso del velo y reformas sociales como el matrimonio para todos han desatado más pasiones que la transición ecológica.
Todo eso está cambiando. Nos encontramos en un punto de inflexión en el que el clima se está convirtiendo también en un clivaje importante en Europa.
Hasta ahora, el escepticismo y el relativismo climáticos solo habían sido apoyados en el continente por una fracción de las fuerzas populistas de la derecha. Este movimiento político ha estado y sigue estando dividido en la cuestión climática3. Algunas organizaciones son claramente escépticas del cambio climático y se oponen a las políticas de descarbonización. Ya a finales de los años noventa, el PVV holandés (Partido por la Libertad) afirmaba que no había pruebas científicas de la responsabilidad humana en el cambio climático. Declaraciones similares hicieron el FPÖ austriaco, el Partido Popular danés, el Partido Brexit y la AfD. En su manifiesto para las elecciones europeas de 2019, los populistas alemanes también afirmaban que la lucha contra el calentamiento global impedía el acceso a energía barata, y se posicionaban como defensores de los vehículos con motor de combustión interna, en particular los que funcionan con diésel.
«El clivajE dE los clivajEs: Ecología y sociEdad En EuroPa» 19
Pero, en realidad, esta posición era minoritaria dentro del movimiento populista de derecha. Una minoría está incluso a favor de las políticas de lucha contra el cambio climático4. En cuanto a la mayoría de los componentes de este movimiento, han adoptado una postura prudente y «moderada» sobre la cuestión climática: reconocer la realidad del cambio climático, sin convertirlo en un punto central de sus respectivos programas. Esta actitud es bastante típica de la posición adoptada en cuestiones climáticas por partidos como el belga Vlaams Belang, el partido checo Libertad y Democracia, la Liga Italiana, los griegos de Amanecer Dorado y la Reagrupación Nacional en Francia. Este último tiene desde hace tiempo la estrategia de evitar las divisiones sobre esta cuestión: en su programa para las elecciones presidenciales de 2017, se pronunció a favor de reducir a la mitad la cuota de combustibles fósiles en veinte años y de prohibir la explotación del gas de esquisto.
En este contexto, en Europa, la ecología, y, más concretamente, la cuestión climática, no se ha convertido realmente en una división política destacada. Por supuesto, no todos los actores políticos eran «ecologistas», ni siquiera todos estaban preocupados por la cuestión climática. La aplicación de las políticas de descarbonización no era un campo de batalla de intereses divergentes. Pero este clivaje estaba desactivado de alguna manera en el marco de un aparente consenso blando en todo el espectro político sobre la necesidad de actuar en favor del clima. Tanto más cuanto que no había combatientes, es decir, fuerzas políticas que adoptaran explícitamente —a la manera de los republicanos en Estados Unidos— posiciones de escepticismo del cambio climático o al menos de clara oposición a las políticas de descarbonización.
Dividir sobre las políticas de transición
Este consenso blando se está rompiendo ante nuestros ojos. La aparición en la escena electoral holandesa del Movimiento Campesino-Ciudadano (BoerBurgerBeweging, BBB) fue un presagio de ello. Fundado por Caroline van der Plas, antigua miembro del partido democristiano, el BBB es un nuevo tipo de single issue party. Formado como los ecologistas en el tema del medio ambiente, está arraigado en el otro lado del clivaje: en la oposición frontal a las políticas de lucha contra la contaminación. El BBB se formó como reacción al «plan nitrógeno», que exige una reducción del 50 % de las emisiones de nitrógeno de aquí a 2030, lo que requiere un replanteamiento del modelo de agricultura intensiva y una fuerte reducción de la cabaña ganadera holandesa. El Movimiento Campesino-Ciudadano supo alimentarse de la cólera de los agricultores, pero su espectacular éxito en las elecciones provinciales de marzo de 2023 demuestra que ha conseguido atraer apoyos mucho más allá de los círculos directamente afectados: con un 19 % de los votos, se ha impuesto como primera fuerza electoral, quedando en cabeza en todas las provincias del país. Además de oponerse al «plan nitrógeno», el BBB activó la división rural/urbano, aprovechando el supuesto desprecio de las clases altas de las grandes ciudades por la gente del campo. Utilizando una lógica de inversión del estigma y un consumado sentido de la puesta en escena, Caroline van der Plas asistió a la apertura del Parlamento en tractor. La oferta del BBB no se limita a esta oposición, sino que abarca otros temas: más bien liberal en economía —reducción de impuestos, desregulación—, conservadora en cuestiones sociales —contra la supresión del periodo de reflexión de cinco días antes del aborto—, antimigración —a favor de una política de asilo más estricta— y teñida de euroescepticismo. Estos temas reflejan los perfiles
ideológicos de los electores que el BBB pretende reunir en torno a su programa.
El partido ha sabido sacar partido de unas elecciones intermedias, las provinciales, percibidas como poco importantes y, por tanto, propicias a la expresión de un voto de sanción y al uso expresivo de la papeleta electoral. Tampoco pudo confirmar su avance en las últimas elecciones legislativas, en noviembre de 2023, cuando solo obtuvo el 4,7 % de los votos. Pero el partido que ganó esas elecciones con el 23,7 % de los votos, el PVV de Geert Wilders, es un partido de las derechas identitarias que combina la hostilidad a los musulmanes con el escepticismo climático. Su manifiesto reza: «Durante décadas nos han hecho temer el cambio climático […]. Debemos dejar de tener miedo». Su líder, Geert Wilders, pide que se extraigan más petróleo y gas del mar del Norte. También quiere mantener las centrales eléctricas de carbón y gas —un programa no muy diferente al «perforar, perforar, perforar» promovido por Donald Trump—. Como demuestran la evolución del Partido Republicano bajo Donald Trump o el éxito electoral de Geert Wilders, la aparición de una oferta política climáticamente relativista («estamos exagerando», «estamos haciendo demasiado», «hay otras prioridades») o contraria a las medidas concretas aplicadas en el marco de la transición no implica necesariamente, ni mucho menos, la formación de nuevas fuerzas políticas. En la mayoría de los casos, adoptará la forma de un reposicionamiento de los partidos políticos ya bien establecidos sobre estas cuestiones. Lo vimos recientemente en Finlandia, donde el partido nacionalista Verdaderos Finlandeses, bajo el impulso de su líder, Riikka Purra, obtuvo el 20 % de los votos en las elecciones legislativas de abril de 2023 al defender un programa para abandonar el compromiso del país con la neutralidad del carbono para 2025. Lo vemos hoy en un país como Francia, donde la Reagrupación
Nacional parece dar un giro climáticamente relativista y adoptar cada vez más una postura hostil a la mayoría de las políticas de transición. Es cierto que, colectivamente, no es explícitamente escéptico en materia climática y que, por el momento, no discute la necesidad de políticas de lucha contra el cambio climático. No obstante, cabe señalar que algunos de sus altos ejecutivos han adoptado recientemente posiciones públicas en este sentido. Abandonando su estrategia de eludir el tema, Marine Le Pen pronunció el 1 de mayo de 2023 un discurso muy hostil a muchos aspectos de las políticas de transición. Durante las últimas elecciones presidenciales, la lucha de la RN contra los aerogeneradores —acusados de destruir el campo y de ser una «estafa ecológica»5— había allanado en cierta medida el camino para este reposicionamiento. Pero su discurso va un paso más allá. La «transición ecológica» es vilipendiada en su totalidad como «el patio de recreo de los hipócritas del clima». Porque, en sus palabras, «durante 30 años se ha abusado de la ecología y se ha aplicado, sin decirlo, el concepto altamente ideológico del decrecimiento […], la revolución ecológica que se nos vende […] es un salto a las ortigas de la ecología punitiva […], a las espinas de los nuevos impuestos […], es una revolución cuyas primeras víctimas sacrificadas serán los más frágiles, los más pobres». Describiendo esta transición como una «teoría», una «visión apocalíptica» y una «locura suicida», apunta en particular a la «caza del automóvil de combustión», afirmando que el objetivo de esta política no es «prohibir los automóviles de combustión, sino prohibir totalmente el automóvil», porque «deben comprender, queridos amigos, que detrás de este mismo planteamiento ideológico se esconde la idea de la desaparición de la actividad industrial e incluso de toda actividad humana». Ahora está claro cuál es la estrategia: oponerse a las políticas de «transición ecológica» y a la mayoría de las
medidas que las sustentan. Las energías renovables, especialmente los aerogeneradores, y el fin programado de los vehículos de combustión se están convirtiendo en áreas prioritarias de conflictualidad. Se utilizan diversos argumentos para desacreditar estas políticas. Se manifiesta un cierto relativismo climático, consistente en presentar a los científicos —en primer lugar, al IPCC— como excesivos y demasiado radicales. Presentarlos como «teorías» significa también relativizar su contenido y realismo. Las políticas de transición se presentan como socialmente injustas, perjudiciales para la calidad de vida de los franceses y «antiecológicas», ya que las turbinas eólicas y los vehículos eléctricos, según los dirigentes de la RN, no hacen sino agravar los problemas medioambientales. Por último, estas políticas serían inútiles porque el progreso técnico y la ciencia aportarían soluciones al desafío climático.
Este reposicionamiento estratégico no es un caso aislado en Europa, ni se limita a las derechas populistas. Varios partidos tradicionales de derechas parecen haber entrado en conflicto con las políticas de transición, los objetivos de descarbonización y el Pacto Verde. Sin pretender repasar aquí esta evolución, nos limitaremos a algunos ejemplos extraídos de las noticias más recientes. En una notable entrevista concedida el 12 de septiembre de 2023, la presidenta del Parlamento Europeo, Roberta Metsola, se distanció del Pacto Verde, dejando claro que hablaba «como presidenta del Parlamento, no en nombre del Partido Popular Europeo (PPE)». Expresó su preocupación por el impacto de una normativa «demasiado restrictiva» y costosa, que en su opinión podría alimentar el voto populista6. Este tipo de preocupación es la que ha llevado no solo al PPE, sino también a algunos de los liberales de Renew, a pedir una «pausa reguladora». Los políticos, sobre todo los de centro y derecha, perciben, con mayor o menor claridad, que la transición ecológica podría convertirse
en una importante fractura política, favoreciendo en su detrimento el ascenso de los populistas de derechas. Es este tipo de anticipación electoral el que parece haber convencido al primer ministro británico, Rishi Sunak, de anunciar el 20 de septiembre una ralentización del ritmo de la transición para adoptar un enfoque «más pragmático, proporcionado y realista». Entre las principales decisiones anunciadas figuran el aplazamiento de cinco años (de 2030 a 2035) de la prohibición de los coches de gasolina y gasóleo, la flexibilización de las condiciones de retirada progresiva de las calderas de gas y el abandono de una medida sobre la eficiencia energética de las viviendas que pesaba mucho sobre los propietarios. El primer ministro, que estaba en apuros en las encuestas, parece haberse convencido de la necesidad de este cambio de rumbo tras la sorprendente derrota del candidato laborista en unas elecciones locales en el oeste de Londres. Este resultado fue interpretado como un rechazo a un impuesto sobre los vehículos contaminantes aplicado a todo el Gran Londres por el alcalde laborista, Sadiq Khan.
La crisis de los agricultores iniciada en enero de 2024 y las manifestaciones de tractores, sobre todo en Alemania, Francia y otros países europeos, son otros signos de la creciente tensión en torno a las cuestiones medioambientales. Las reivindicaciones en torno a la fiscalidad del gasóleo —en Francia y aún más en Alemania— y, más en general, el cuestionamiento del Pacto Verde, presentado como la imposición de normas y obligaciones imposibles de respetar para los agricultores (retirada de tierras, pesticidas, transición a la agricultura ecológica, etc.), han servido de palanca para cuestionar los métodos y el ritmo, e incluso los objetivos, de las políticas de transición lanzadas a escala europea. Pocas veces la ecología ha sido un tema tan controvertido como en el contexto de este movimiento social, que goza actualmente de gran popularidad.
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