Edmond Jabès. Angustia de un solo final

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Edmond Jabès ­ Angustia de un solo final Ser todavía, allí donde ya no nos queda más que ese «todavía» por vivir. Las palabras de la amistad preceden siempre a la amistad, como si ésta, para manifestarse, esperara a ser anunciada. I. No podemos tener una imagen de nosotros mismos. ¿La tenemos de los demás? Probablemente, pero no sabemos nunca, por desgracia, si es la correcta. Ver de la misma manera que decimos «Hasta más ver» a un extranjero al que miramos marcharse. Lo que pasa alumbra el paso. Lo que permanece, lo anula. Abre mi nombre. Abre el libro. La felicidad que sentimos al amar no está forzosamente unida a un amor feliz. Es necesidad de amor. En el espejo de mi cuarto de baño vi aparecer un rostro que hubiera podido ser el mío, pero cuyos rasgos me parecía descubrir por primera vez. Rostro de otro y, sin embargo, tan familiar. Juntando mis recuerdos, encontraba a través de él al hombre con el que me confunden, pero del que soy el único en saber que, desde siempre, fue para mí un extranjero. De repente el rostro desapareció y el espejo, perdida razón de ser, ya no reflejó sino el trozo de pared, liso y blanco, que se encontraba enfrente. Página de cristal y página de piedra, dialogando entre sí, solitarias y cómplices. El libro no tiene origen. Joven es el mundo respecto a la eternidad, y muy viejo respecto al instante. ¿Acaso preguntamos a una isla quién es? El mar la adula y la aturde. Un día la engullirá. Fijada a nada. Fijada al agua. «¿Cómo ves la libertad? —preguntó el discípulo a su maestro. «Tal vez como dos alas temerarias que, en el cielo, luchan desesperadamente contra el viento», contestó el maestro. Y añadió: «Sin embargo, habrá que ver si, como tú también habrás supuesto, esas alas son efectivamente las de una frágil ave de paso». «Y si no fueran las alas de la frágil ave? —siguió el discípulo. «Más acertada ­dijo entonces el maestro­ sería la comparación. «La imagen de la libertad sería el viento». Cada verdad obra en pos de su verdad. Modesta contribución a la Verdad universal. Nuestra fe en ella la sostiene. ... todas esas pequeñas verdades que vienen a minar h idea que podríamos tener de una verdad única. —Son hormigas —pensaba yo— cavando, imperturbables, sus agujeros. De una tuerca de movimiento no hagas una tuerca de cierre. «La verdad no existe para permitir, quizá, que nuestras verdades existan», decía él.


Y añadía: «Una vez que el sol se ha puesto, en el vacío espacio celeste centellean, para nuestros ojos alzados, miríadas de estrellas. Oh soledad de cada una de ellas.» Vagamos en la muerte, alumbrados por nuestras verdades insistentes. Inmutable y justa es la ley. Menos segura de sí misma, la justicia. Imposible de abarcar es, tal vez, la Verdad. Esforzarse por expresarla es, a menudo, equivocar el rumbo. Desleal, a pesar suyo, es la primera palabra. ¿La verdad como vía y no como voz? Yo creo. Yo trazo. Luz. Luz. «La verdad es una palabra impronunciable», decía él. No le pongas trabas al libre vuelo de la idea. Serías el primero en lamentar la inconsecuencia de tu gesto. El alma se desata. El gorrión ignora al perro pero se cuida del gato. El ojo clavado en el reloj, temblorosa espera. Cada desplaazamiento de la aguja te sobresalta, porque te vuelve a cuestionar. Así de caprichoso es el futuro. Siempre nos sorprenderá. ¿Esperar qué, sino la muerte? Y la tememos. Esperar, tal vez, el olvido de la muerte. Dios no está en la respuesta. Como el diamante en sus reflejos, Él está en la pregunta espejeante. Cada latido del corazón es una respuesta puntual de la muerte a la pregunta angustiada del corazón y una respuesta evasiva de la vida a la enigmática pregunta de la muerte. El cuerpo no tiene proyectos, ni futuro, pues éstos son sueños y deseos del instante que lo moldea. Construye lo que se desmorona. Instruye lo que se erige. Si ayer yo no estaba, ¿por qué preocuparme por saber si estaré mañana? ¿Y cómo acreditar hoy mi presencia entre vosotros si no soy capaz de aportar ninguna prueba de ello? Él decía: «Hay que desconfiar de las ideas que han tomado varios caminos. Para recuperarlas, ya no se sabe cuál de ellos seguir. «La idea no viene a nosotros. Nosotros vamos a ella, de la misma manera que volvemos a la fuente que nos dio de beber.» El mundo es pequeño, tan pequeño que el mundo se lo traga de un bocado. Versión de Maryse Privat Libellés : Edmond Jabès


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