La Tierra en el Tiempo de los Dioses

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EDUARDO BAGUR

LA TIERRA EN EL TIEMPO DE LOS DIOSES

NOVELA

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EDICIÓN DEL AUTOR

© Copyright 2011 by Eduardo Bagur Arte de Portada by Yair Herrera Diseño Grafico by David Fernando López Todos los derechos reservados, incluidos los derechos de reproducción en todo o en parte por cualquier medio. Impreso en los talleres gráficos Arekuna, Bv. Los Granaderos 3051, Alto Verde, Ciudad de Córdoba, Argentina. IMPRESO EN LA ARGENTINA – PRINTED IN ARGENTINA Queda hecho el depósito que previene la ley 11723 ISBN 978-987-33-0805-5

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I

El Impurgna reflejaba en el lago su mole cubierta de hielo. En aquella época del año los vientos predominantes venían desde las montañas heladas y los días eran fríos y secos. Nergal, acodado en la baranda de la terraza, miraba el agua de un color azul sin sombras. - Del color de tus ojos, amor mío -Rememoró. Su hija llegó al balcón arrebujada en una manta de vivos colores. Un vistoso gorro dejaba al descubierto parte de sus largos cabellos negros. Se acomodó junto a su padre y contempló el paisaje. - Cuando llegué de Tiamat, me sorprendió la inexistencia de sombras -dijo ella-. Había una gran columna en el patio del aeropuerto, era de día y quedé perpleja; la columna no hacía sombra hacia ninguna parte. Entonces miré el cielo para comprobar si era mediodía y el sol estaba justo sobre mi cabeza, pero no había sol, sino ese cielo plateado y brillante. - ¿Acaso no te había hablado sobre eso? -Preguntó su padre riendo.

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- No lo recordaba; tal vez se lo mencionaste a mis hermanos. Ese día quedé sorprendida; después me explicaron que se veía así porque las partículas de alta energía del sol impactaban sobre el plasma ionizado del escudo produciendo luz, como si infinitas lámparas de magnesio estuvieran encendidas al mismo tiempo, ¡pero de noche, la visión de las estrellas fue espectacular!, más nítida que en Tiamat... - Te habrán explicado que la vida es posible en este planeta porque ese escudo evita que el calor acumulado se pierda en el espacio helado. - Sí; después aprendí sobre los climas. Aquí nunca llueve como en Tiamat, sino que las nubes llegan de pronto, oscurecen el cielo y se deshacen en humedad. - En la época en que yo nací, la acumulación de gases de la polución industrial formaba, en algunas regiones, unas burbujas que impedían el paso de las nubes cargadas de humedad. Así se formaron vastos desiertos. - Algo parecido comienza a sufrir Tiamat con el efecto invernadero... a propósito de ello, ¿supiste que los humanos pusieron un telescopio en órbita? - Sí, me lo dijo Enliti -Contestó él acariciándole los cabellos. - ¿No te preocupa la velocidad de sus avances tecnológicos? No tardarán en descubrir este planeta.

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- No te preocupes, hija. Faltan más de mil años para que Nibiru llegue al perihelio; es mucho tiempo para ellos, que amenazan suicidarse en cualquier momento. - Si descubren que en su propio sistema solar existe un planeta habitado, experimentarán un impacto cultural enorme; será necesario prepararlos. Nuestra influencia en su pasado histórico los va a conmocionar. - Dirás que soy un viejo cabezota, Irsum, pero todavía me siento culpable. De no ser por mí, ellos aún estarían trepados a los árboles. - Sólo en parte fue responsabilidad tuya. Creo que a ustedes los manipuló el demogorgón; al menos, no conseguiste convencerme de lo contrario. - Quizá algún día surja la verdad histórica. La de los humanos, ¿y por qué no?, también la nuestra. - ¿Te refieres al hallazgo en el monte Impurgna? - Enliti prometió traernos la traducción de las estelas descubiertas. - Si de verdad encontraron la tumba de Impurgna y Ángel tendremos que revisar toda la historia de nuestra civilización afirmó Irsum. - A veces la realidad es más fantástica que la mitología; eso descubrí yo cuando vivía en Tiamat.

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- Los humanos no conocen su planeta por ese nombre, padre; lo llaman Tierra... - Olvidaron el antiguo nombre en algún meandro de su historia, igual que a su estrella la llaman con el nombre genérico sol, en lugar del nombre propio Apsu. Creo que los sumerios todavía los recordaban. Enliti era aún más viejo que Nergal, pero estaba mejor conservado. Hacía mucho tiempo que permanecía al frente de la Universidad. Nergal, acompañado por Nesherih e Irsum, le dieron la bienvenida. Los cuatro se instalaron en las cómodas butacas de la galería vidriada de la planta baja, que permitía una soberbia vista del lago. Un robot dispuso una mesa con bebidas y alimentos. - Traje la traducción de las inscripciones encontradas en la tumba de los hacedores -anunció Enliti, enseñando una minúscula plancha dorada que tenía en la palma de su mano. - Recuerdo de memoria el texto grabado en la piedra que ocultaba la entrada -dijo Irsum-. “Tú, que llegaste a esta puerta arrogante de brío, y sólo eres una chispa entre dos nadas, inclina tu orgullosa cabeza y recoge en silencio la altivez de tu corazón, porque aquí reposan nuestros supremos padres

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hacedores, Impurgna y Ángel. Ellos te concedieron la vida que vives”. - Pero luego nos enteramos que en la tumba había sólo un sarcófago de piedra vacío, aparte de una especie de libro guardado en otra caja de granito pulido -intervino Nesherih-. Eso es todo lo que sabemos. - Los arqueólogos han confirmado que la tumba pertenece al período arcaico primigenio -dijo Enliti-. O sea, el período más antiguo de vida inteligente. - ¡Cuatro millones de años! -exclamó Nergal¿Pero cómo se explica que el sarcófago estuviera vacío? - Los especialistas sostienen que muy pocos restos pueden quedar de un organismo al cabo de ese tiempo; sólo trazas de carbono, calcio, hierro y otros elementos. Encontraron que la tapa era muy rústica; dejaba intersticios por donde podían entrar y salir insectos minúsculos. Ahora hay hielo, pero sabes que el monte Impurgna se descongela cuando Nibiru se acerca al perihelio. - Dicen algunas leyendas que los hacedores eran seres venidos de las estrellas. Otras tradiciones sostienen que Impurgna y Ángel eran un ser pero con dos cabezas ¿Pudieron los arqueólogos hallar alguna verdad en esos mitos? -preguntó Irsum.

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- Encontramos testimonios que arrojan luz sobre esas leyendas; los lingüistas ya los están discutiendo. En tanto ellos se manifiesten, nosotros podemos observar la grabación repuso Enliti. La pantalla se iluminó en cuanto el robot introdujo la plancha proporcionada por Enliti. La grabación ofrecía filmaciones de la cámara abierta y las explicaciones de los arqueólogos sobre el sepulcro y las planchas de piedra grabadas. Nergal, Nesherih e Irsum se informaron de los múltiples análisis realizados sobre el hallazgo. El libro encontrado en el cofre de granito estaba confeccionado en láminas muy delgadas de oro puro y las palabras habían sido repujadas sobre una de sus caras con un instrumento apropiado. Las lajas de piedra, en cambio, fueron grabadas con un buril de bronce. Cada una de ellas aparecía en la pantalla mientras un locutor invisible recitaba los textos traducidos que contenía: “Escriba, tú amas la piedra como el sembrador ama el trigo que dora sus campos; córtala en láminas, ráscala y púlela y déjala lisa, para que puedas confiarle lo que te voy a dictar”.

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“Yo, Aseleel, hijo de Dritón, me siento colmado de tristeza porque Ángel, el último de los hacedores y padre supremo de los dioses, acaba de morir. Su partida fue dulce y pacífica y después de cerrarle los ojos, transido de dolor, he salido de la cabaña para anunciarla a todos. Afuera se deslizaba una hermosa y tibia tarde y la vida seguía su curso, para mayor gloria de su raza, hoy con él desaparecida”. “Yo, Aseleel, afirmo que por mis venas corre la sangre de los hacedores, pues mi padre Dritón, ya muerto, vino al mundo por la unión de Ángel y de Ararat, una de las doce damas primigenias, nacida en el lejano Tiamat, tercer planeta en torno a la estrella Apsu”. “Yo, Aseleel, ordené construir el sepulcro de Ángel al pie del monte Impurgna por deseo de mi abuelo. Con ellos termina una era que perdurará en el recuerdo por siempre”. “Yo, Aseleel, proclamo que cuanto voy a referir lo escuché de la boca de Ángel, mi abuelo, pues en su compañía me sorprendió también la vejez. En poco tiempo me disolveré en la noche, como antes lo hizo mi padre y ahora él, y por ello confío a mi libro lo

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que me dijo, para que la posteridad admire sus hazañas”. “Mi abuelo me dijo que sus ojos vieron la luz en el segundo planeta de la estrella Alteas, compañera binaria de Apsu, nuestro sol. Me dijo que su planeta conoció la vida por obra de una raza de maestros, venida de lejos, a la que llamaron los Superiores.” “Mi abuelo me dijo que varias generaciones de hacedores consiguieron hacer, de Nibiru y Tiamat, cálidos nidos para albergar la vida. Me dijo que él dejó su planeta y viajó durante 17000 años, dormido en un capullo, una máquina de hibernación regresiva. Me dijo que al partir era un ser adulto y despertó como un mozalbete, pero sabiendo lo que sabía cuando se acostó a dormir. Me dijo que cuando despertó en Nibiru, supo del estallido de Alteas y la desaparición de su planeta natal”. “Escriba, trae una de esas piedras agrietadas que pensabas tirar y graba esto: Babah, la mujer que me importuna todos los días y se mofa de mi decrepitud, diciendo que soy sólo un viejo anodino y que la estirpe de la que me envanezco morirá conmigo, pues un accidente que sufrí en mi infancia me privó de

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procrear, acaba de leer lo escrito, y se ha sonreído con sorna y escupió su veneno y dijo: Aseleel, si en el futuro alguien tiene la mala fortuna de tropezar con tus piedras y lee lo que mandaste grabar, creerá que el sepulcro guarda los restos del inmarcesible Aseleel y no los de Ángel el hacedor. La hice callar y le mandé calentar la sopa, pues tengo hambre; pero en su simplicidad puede que no carezca de razón y yo, Aseleel, no me haya expresado con la debida humildad. En adelante cuidaré referir los hechos como mi abuelo me los contó. En la pantalla apareció ahora una lámina de oro repleta de escritura. El locutor anunció que en adelante se leería el libro de Aseleel. “ - ¡Impurgna, despiértate ya! –exclamó Ángel, dando palmadas sobre el pecho de ambos hasta que su hermano abrió los ojos, recobrando el control sobre el brazo derecho. - ¡Oh, cállate! - Disculpa. Nunca voy a superar el miedo a que sigas durmiendo y me dejes aquí. - Activaron los controles del capullo para despertarnos -dijo Impurgna después de examinar el tablero.

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- ¿Habrá pasado algo? -aventuró Ángel. - Veamos qué sucede -concluyó su hermano, incorporándose. Con movimientos todavía inseguros, abandonó el capullo y caminó por los desiertos corredores de oro artificial de la estación. Como había supuesto, sus tres compañeros lo esperaban en la sala principal. - ¿Por qué me despertaron? - Tenemos malas noticias -respondió Uliab-. La nave interestelar no regresó de Tiamat. - Asimismo Tiamat no responde -informó Sen. - ¿Piensan que se estrelló sobre Tiamat? -preguntó Impurgna. - Llega la señal del radiofaro de a bordo; significa que aún permanece en órbita -dijo Maut- Hemos decidido ir a investigar; tú deberás aguardar aquí. - ¿Acaso pretenden dejarme solo en Nibiru? - ¿No dicen que eres dual? No estarás tan solo -se burló Maut. Ella se acercó al muchacho y le acarició el cabello, permitiendo que sus senos le rozaran la espalda. Uliab, con un gesto de reprobación, apartó a la hacedora. - Eres biólogo; no estás adiestrado para una misión espacial. Quiero que te quedes a cargo de la estación.

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- Tendrás que aprender por tu cuenta a usar la pequeña nave operativa -intervino Sen-. Hay manuales, pero cuida no romperte la cabeza. - Aunque el funcionamiento de ese aparato es simple, conviene que se abstenga de usarlo -aconsejó Uliab-. No habrá nadie que lo auxilie en caso de accidente. - ¡Es un adulto restaurado, no un joven de verdad! -protestó Sen- ¿Quieres que viaje por Nibiru a pie? - ¿Qué pasaría si traemos los embriones y él no está para implantarlos? ¡El fracaso sería total! -objetó Maut. - Es verdad -convino Uliab-. No te expongas; nosotros te mantendremos informado. Impurgna contempló la nave que se alejaba de Nibiru. - Esto no es justo, Ángel. No me llevan porque desconfían de mí por ser dual. - Lamento los problemas que te causo, hermano. También a mí me hubiese gustado disponer de un cuerpo para moverme por allí a voluntad. - No somos culpables de nada; simplemente nacimos así. Mira, esto ya lo hablamos infinidad de veces y no nos lleva a ninguna parte. Ahora bien;

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tenemos todo un planeta para nosotros solos. ¿Qué opinas? - No importa lo que dijo Uliab; utilicemos la nave operativa para reconocerlo. - Estoy de acuerdo; consultemos los manuales para aprender a manejarla. - Entiendo que Tiamat está a ocho minutos luz de Apsu -dijo Ángel-. Significa que un mensaje transmitido por Uliab desde la nave interestelar demorará unas ochenta horas en llegar aquí. - Estás equivocado, demorará varias horas menos. - ¿Por qué? - Para cuando la nave de nuestros amigos llegue a Tiamat, Nibiru también se habrá acercado al sol. - ¡Caray!, no tuve en cuenta eso. - Porque eres un simple biólogo, no un astronauta -dijo Impurgna, remedando la forma de hablar de Uliab. -Salgamos -dijo Ángel después de festejar la ocurrencia de su hermano-, pronto atardecerá. Ángel disfrutaba del paisaje a través de los sentidos de su mellizo. Recordaba que cuando niño, al referirse Impurgna a él, su familia pensó que la otra criatura era fruto de la imaginación del muchacho, pero luego los psicólogos confirmaron que, aunque muy poco frecuentes, habían ocurrido casos similares. Ángel no

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llegó a desarrollar un esbozo de cuerpo, pero existía como una entidad que moraba en el cerebro del niño y se manifestaba sólo como una voz en su interior, sin capacidad para utilizar los músculos cuando estaban regidos por la voluntad de Impurgna, aunque, al ser éste más remolón para despertarse por las mañanas, Ángel aprovechaba para mover los dedos de manos y pies y ejercitar la respiración; si el ambiente donde dormían estaba oscuro, podía abrir los ojos, pero si había alguna luz, Impurgna despertaba de inmediato. - Estoy preocupado, Ángel; si nuestros compañeros no consiguen los embriones, nuestra vida será un fracaso, pese a todos los sacrificios. Tantos estudios para venir aquí y terminamos solitarios en este planeta. - Te lo dije; era una misión sin retorno. Viniste dormido en un capullo y descubres que todos los que amabas ya murieron. - No me entiendes. Pensé que para sembrar la vida valía la pena renunciar para siempre a las delicias y comodidades del mundo natal, al dulce paisaje cotidiano, como lo creyeron otros que hicieron lo mismo y murieron aquí. - Huiste del amor. Eso es lo que de verdad hiciste. Sentí que te desgarrabas por dentro.

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La imagen de un rostro muy bello apareció en la memoria de Impurgna y sus ojos se humedecieron. - Yo también la amaba, hermano ¡Era tan hermosa! Su voz llegaba hasta mí como un bálsamo para mi pobre existencia, y a través de tus dedos sentía la tersura de su piel y su calor. Te odié cuando la abandonaste. - ¿Cómo olvidar tu repentino silencio? Entonces supe lo que era la soledad. - Quería morir en aquellos días. Sentí que la intolerable impotencia de mi ser era una carga injusta; hubiese expresado con alaridos mi rabia y mi pena, pero ni siquiera tenía voz. - Reconozco que me perturbaron los celos. Cuando vertía en su oído las palabras que tú me dictabas y escuchaba lo que ella respondía, empecé a creer que en realidad era a ti a quién Themis amaba ¡Por favor, Ángel, perdóname! - Finalmente se habrá desposado con otro. En todo caso, nadie quedó allá. La anterior generación de hacedores había conseguido que la ecología de Nibiru se estabilizara y funcionara sin ayuda. Estaba lista para recibir a seres inteligentes. La única función de Impurgna consistía en esperar a que sus compañeros trajeran los

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embriones desarrollados por los biólogos de Tiamat. Finalmente recibieron noticias. El cristal de comunicaciones en la sala principal anunció la existencia de un mensaje. El hacedor se ubicó en la consola. Un fulgor índigo se transformó en el rostro tenso y grave de Uliab. « Estamos en la nave interestelar. Permanece en una órbita estable, pero sin tripulación. No encontramos mensajes ni indicios de lo sucedido con ellos y nadie responde desde la estación en el planeta azul. Al observar la superficie descubrimos una inesperada alteración de la flora y la fauna. Creemos que se debe al factor de mutación que perjudicó las tareas de las primeras misiones de hacedores; recordarás la aparición de animales monstruosos, eliminados finalmente. Aunque el exterminio no ha sido total; sobreviven algunas especies. Verás que también fracasó el desarrollo de criaturas inteligentes. No comprendemos cómo se produjo este desastre biológico, Impurgna. Investigar eso te corresponde a ti. Nosotros tenemos que evaluar el desastre técnico ocurrido en esta nave; los detalles van en la sección comprimida del mensaje. Yo experimento una cierta perturbación mental; me he vuelto impaciente e irritable, y creo que mis dos amigos también están afectados. Discutimos sobre los próximos pasos a

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seguir. Ellos quieren regresar de inmediato a Nibiru, pero no hay contenedores de embriones a bordo. Nos intriga un hecho misterioso e inexplicable: no entendemos porqué los tripulantes evacuaron esta nave sin dejar las razones anotadas en la bitácora. Espero que hallemos la respuesta en la estación. Te saludo.» El rostro de Uliab desapareció y el cristal se apagó. - ¿Cuál es tu parecer, Ángel? - No comprendo lo que quiso decirnos. - Hay que descomprimir el resto del mensaje. Es extraño ¿Huliab piensa que hay un factor que influye en sus mentes? - Los tripulantes de la nave interestelar la evacuaron sin dejar explicación alguna. Es una actitud insólita ¿Qué los perturbó tanto? - Alguna vez ocurrió algo parecido, Ángel ¿Recuerdas al gorgón? - No. Consultemos el cristal enciclopédico. Impurgna examinó los cristales de la biblioteca hasta que extrajo uno que colocó en el aparato de lectura. «Algunos científicos piensan que los gorgones son criaturas virtuales. Su existencia se sospechó por la índole de los mensajes enviados desde una nave espacial que operaba en el quinto planeta de Alteas.

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La nave en cuestión jamás regresó, y desde entonces El Consejo decretó la prohibición absoluta de operar en cercanías del quinto planeta. Los análisis de las comunicaciones enviadas por los tripulantes de la nave perdida confirmaron la existencia de severas anomalías en la conducta de los mismos. Se concluyó en que el gorgón no tiene existencia física, pero sí está formado por alguna clase de energía que interactúa en una desconocida frecuencia de onda con el cerebro de los hacedores, posesionándose de ellos. Los científicos esbozaron la teoría de que el ente puede influir sobre los sistemas volitivos de todos los seres vivos. La mayoría de los sabios rechazó semejantes lucubraciones, aduciendo que si fuera así, implicaría que la criatura es sabia, no sólo inteligente. En ese caso ¿de dónde procedería su conocimiento y experiencia? La imposibilidad de comprobar experimentalmente estas teorías terminó por cerrar el debate. La conclusión oficial es que si el gorgón del quinto planeta realmente existe, no sabemos nada sobre él». - Bueno, es todo lo que hay, Ángel. - Muchas generaciones de hacedores vivieron en Tiamat para sembrar la vida y jamás mencionaron la existencia de un gorgón ¿Puede ser que recién haya llegado al planeta?

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- Quizá, ¿pero procedente de dónde? ¿No puede ocurrir que esa cosa sea tan inteligente que se haya mantenido oculta mientras observaba? - Creo posible imaginar teorías hasta el infinito, hermano. Eso no conduce a nada. Seamos prácticos ¿Qué vamos a hacer ahora? - Aguardar a que nuestros compañeros se comuniquen con nosotros para decirnos qué encontraron en Tiamat. Por lo pronto, estudiaremos el resto del mensaje. - De acuerdo ¿Cuánto tiempo esperaremos? - Hasta que Nibiru se acerque al punto de lanzamiento hacia Tiamat. El aparato operativo podrá alcanzar la nave interestelar, puesto que el mayor consumo de energía se producirá en el momento de vencer la gravedad de Nibiru. Y también en el frenaje. - Entiendo, podemos utilizar propulsores auxiliares para la primera etapa. - Sí, después nuestro viaje será una caída hacia el sol. - Puede suceder que no alcancemos la nave antes de consumir la energía restante en el frenado. En ese caso, caeremos en Tiamat. - Es verdad. Tampoco es imposible que nos equivoquemos en los cálculos y nos quedemos varados en el espacio.

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- Bien; si conseguimos llegar a la nave interestelar, ¿cómo evitaremos la influencia del gorgón? - ¿Crees factible la existencia de esa cosa? - Si nuestros amigos no se comunican con nosotros debemos presumir que alguien no los deja ¿Cómo impedir que nos atrape también? - Es una buena pregunta. La solución puede ser una vestimenta especial blindada a distintas frecuencias de ondas. - Estudiemos eso ahora para estar preparados si llega el momento de viajar. Nunca recibieron noticias de Tiamat y finalmente llegó el día. Levantaron vuelo y atravesaron la cubierta de plasma, saliendo al cielo estrellado. El planeta Kishar, el gigante gaseoso de la gran mancha roja, el mayor del sistema de Apsu, destacaba su brillo entre las estrellas. Sortearon sin inconvenientes la zona de asteroides y cayeron hacia el sol. Después cruzaron la órbita de Lahmu y observaron a través del telescopio la superficie golpeada sin misericordia por los meteoritos llovidos del cielo. Tiamat era visible como un puntito brillante que se agrandó hasta adquirir un hermoso color azul sembrado de nubes blancas. El suspenso los mantuvo en vilo, rogando que sus cálculos fueran exactos. La nave comenzó a frenar

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e inició una órbita. Entraron en el cono de sombras tras el planeta y luego amaneció. La nave interestelar estaba frente a ellos. Se acoplaron tras varias maniobras fallidas, cuando apenas quedaba energía en las celdas propulsoras. Encontraron el interior como sus amigos lo dejaron. - Correcto, Ángel. Sólo queda reemplazar las celdas de energía de nuestra nave, equiparnos y descender. - Percibo que algo nos está separando. Tu mente se aleja de mí. Tengo miedo. - ¿Será la influencia del gorgón? Si no conseguimos protegernos, esta misión fracasará. El hacedor vestía un traje confeccionado con una aleación metálica, liviana pero resistente. Desde un compartimiento adosado al cinturón, tenía acceso a los cristales que hacían del atuendo una cabina blindada a un amplio espectro de frecuencias. - Ya está activado el instrumento, Ángel ¿Cómo te sientes? - Un poco mejor, pero la presencia sigue con nosotros. - Probaré una gama más baja ¿La sientes? - Sí; prueba hacia subplanos. - Nada puede haber allí; no obstante te daré el gusto.

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El hacedor manipuló el control en sentido contrario, interfiriendo frecuencias más altas. - Espera, Impurgna. Vuelve hacia atrás lentamente ¡Ya! ¡La cosa se ha ido! - No creí que existiera algo en un subplano ¿Contra qué nos estamos enfrentando? - El gorgón es una criatura desconocida. Mucho cuidado, hermano. La nave volaba sobre una jungla interminable. Impurgna detectó la estación por los instrumentos, pero permanecía invisible bajo la maleza. - No hay un claro donde aterrizar, pero veo un pequeño lago que parece apropiado. Acuatizaré. Voló sobre una superficie pantanosa, con grandes plantas acuáticas. Iba a posarse cuando las aguas se agitaron y un animal enorme, de largo cuello rematado en una cabeza achatada, emergió del pantano. - ¡Mira el monstruo, Ángel! ¡Nada en las fotografías nos había preparado para la emoción de estar en presencia de ellos! - Los hacedores jamás habrían dado vida a un ser así, Impurgna. Debe ser obra del gorgón. - Es fuerte como para destrozar la nave; tendré que fabricar un claro en la selva, cerca de la estación.

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Al descender sobre los árboles, los motores de plasma sobrecalentado los incendiaron. Una vez consumida la vegetación y frías las cenizas, se posaron en Tiamat. Bajo el sol del mediodía la selva estaba húmeda y calurosa, alborotada por abundante fauna. Antes de abandonar la nave, graduó la temperatura de su traje a un nivel de refrigeración confortable. - La estación no está lejos, pero será difícil abrirse paso por la jungla. - Los monstruos pueden acercarse e inutilizar nuestro aparato, Impurgna. Recuerda que convinimos en protegerlo. - Tienes razón. Los dispositivos eléctricos mantendrán alejadas a las bestias. Emprendió la marcha. Pronto lamentó que su hermano no dispusiese de un cuerpo para ayudarle con la carga que transportaba. No sufría el calor, pero habituado a la ingravidez, los obstáculos del terreno lo extenuaban y tenía que detenerse a recuperar el aliento. Un aparato que llevaba en la mano le señalaba la presencia de la estación, pero a medida que se aproximaban a ella, la jungla se volvía más enmarañada. Un matorral espeso les cerró el camino. - La estación yace sepultada por la maleza, Ángel. Tengo que buscar la entrada.

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- Te encuentras en el hemisferio norte del planeta, las tormentas predominantes corren hacia el sur. Eso significa que la entrada está orientada al sur. - Tienes razón, hermano. Habrá que dar otro rodeo. Marcharon hasta que el instrumento señaló la presencia de la estación hacia el norte de donde se encontraban. Hallaron una rampa excavada en la tierra, ocupada por una mata de ramas gruesas y entrelazadas, erizadas de púas. - Esta excavación es artificial, Ángel; seguramente la hizo Uliab para hallar la puerta. La planta creció después. - Tengo miedo. Esa mata no fue puesta allí por los hacedores. Siento que alguien nos acecha. - Podría incendiarla, pero temo que el fuego se extienda y el calor dañe la estación. Vinimos en busca de embriones vivos. Habrá que cortar. La sierra eléctrica le permitió improvisar un túnel entre la vegetación. Fue un trabajo lento, porque tenía que quitar las ramas cortadas para acceder a las siguientes. Al principio la mata estaba verde y relativamente blanda, pero luego encontró madera seca y muy dura. Una infinidad de sabandijas cubrió su traje. - Esta mata da horror, Ángel ¡Mira esas púas! En Nibiru no hay vegetal que se le parezca.

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- La entidad no desea que entremos. Percibo muy cercana su presencia, esa cosa está en el interior de la estación. Encontraron varios esqueletos de animales atrapados por las púas antes de dar con la puerta; el oro artificial brillaba como si estuviese recién pulido. El hacedor manipuló el mecanismo de apertura, pero la puerta permaneció trabada. - Con el soplete de plasma perforaré un círculo en el sitio del cerrojo. Luego, empujaré. Mientras trabajaba, la mata de espinas sobre su cabeza se agitó. Escuchó ruido de ramas quebradas y un gruñido. Ante la boca del pasadizo que había formado al abrirse camino, apareció una garra monstruosa. - Una bestia nos descubrió, Ángel. Debo apresurarme a entrar. La llama del soplete dibujaba una ranura al rojo blanco sobre la puerta. Mientras, las garras arañaban el terreno y una nariz enorme resoplaba. La mata se agitaba y crujía cuando la bestia tiraba de ella para abrir un hueco e introducir la cabeza. Impurgna terminó un semicírculo y comenzó el otro. El animal tiró de la mata y el hacedor sintió que varias espinas lo punzaron a través del traje blindado. Sin dejar de trabajar, levantó la vista; pudo entrever la cabeza del

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monstruo que jadeaba y abría las fauces armadas de dientes formidables y unos ojillos de pupilas ovaladas que lo miraban fijo. Sintió un sudor frío mientras trazaba otro cuarto de círculo. La presencia tan cercana de su presa puso frenético al animal; sus dientes y garras cortaban y desprendían la enredadera. Impurgna completó el otro cuarto de círculo y apagó el soplete. Estaba atrapado por las espinas. El monstruo acercó su boca mientras el hacedor se debatía para liberarse, rasgando la tela del blindaje. La zarza se sacudió e Impurgna se sintió levantar por el aire para caer de inmediato al suelo. Desesperado, se puso de pie y se estrelló con todas sus fuerzas contra la puerta, pero ésta no se abrió. Comprendió que algunas gotas de oro fundido, al enfriarse, habían soldado el corte. El rugido lo hizo volverse. Vio venir hacia él la boca abierta, chorreando saliva, y se encogió aguardando el golpe con una mano levantada, pero las fauces mordieron una rama, clavándose las espinas. La bestia reculó dolorida; con las garras delanteras se quitó las espinas y se dispuso para llevar a cabo la acometida final. - ¡¡Dale con el soplete!! -escuchó Impurgna que Ángel gritaba. Sorprendido de estar con vida e ileso, se puso de rodillas, apretó la espalda contra la puerta cerrada y

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encendió el soplete. Cuando la bocaza estaba por atraparlo, una llamarada azul penetró en ella. El hacedor vio que la lengua se encogía por el calor. La bestia inspiró e hizo que el fuego desapareciera por la garganta; el terrible dolor causado por los pulmones incinerados la hizo enderezarse de un salto y enseguida cayó de espaldas. De pronto, su poderosa cola, agitada por un espasmo, pasó rozando el cuerpo encogido de Impurgna y se estrelló contra la puerta con un golpe seco, abriéndola del todo. Él se arrojó de cabeza por la abertura y luego corrió hasta sentirse a salvo en el corredor de acceso, donde se detuvo para recuperarse del susto. Una vez restablecido, fue a la sala principal. El cristal maestro estaba roto, las consolas destruidas y unas manchas oscuras lo ensuciaban todo. - Hubo una pelea, Ángel; ¡mira la sangre derramada! Sin embargo, no hay cadáveres. Encenderé la luz de emergencia. Movió una llave. Los paneles luminosos del techo se encendieron. - No hay manera de saber qué sucedió aquí. Ya nada podremos obtener del cristal principal. Revisaré la sala de capullos. Sólo uno de ellos funcionaba. Esperanzado, fue a mirar por la cubierta transparente. Reconoció a Uliab

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y lo contempló a su antojo, con reverente dulzura. Luego manipuló los botones para activar el sistema de reanimación. Algún tiempo después su jefe abrió el capullo por sí mismo y surgió con movimientos vacilantes. Vio la figura que lo observaba en cuanto levantó la cabeza. - ¿Quién eres tú, hermano? -inquirió con emoción en la voz. - Soy Impurgna. Uliab abrió grandes los ojos y una expresión de alegría le iluminó el semblante. - ¡No sabes cómo ansiaba que consiguieras venir! Impurgna comenzó a abrir los cierres de su casco para quitárselo y enseñar el rostro al amigo, pero éste, con una expresión de alarma en la mirada y la mano levantada, lo detuvo. - ¡No te quites la protección blindada! - ¿Por qué? - ¡Hay un ente terrible aposentado en este planeta!; no es de este plano de existencia, pero es muy inteligente y poderoso ¡Si te quitas el casco, se hará dueño de tu mente! - ¿Cómo lo impides tú? - No pude evitarlo y me atrapó; pero parte de mi cerebro quedó dañado por un golpe, y eso me liberó. - ¿Qué es lo que quiere el ente?

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- Usarnos de intermediarios entre su plano y el nuestro. - ¿Te comunicas con él? - No nos habla directamente. Se manifiesta como proyectos que nacen en tu mente y que te empeñas en concretar. - Vine a buscar los embriones. - Sólo ha quedado un contenedor sin utilizar, pero está en los dominios de la criatura, en la sala central. - Ven -dijo el hacedor ayudando a Uliab que caminaba con dificultad-, vamos a la sala principal; mientras, dime, ¿qué sentías cuando esa cosa te dominaba por completo? - Ante todo, una insaciable necesidad de hacer. Si alguien interrumpe o sale mal el trabajo, la ira te invade, te vuelves agresivo y pierdes por completo el control; sientes que eres un mero espectador mientras tu cuerpo actúa por su cuenta. Cuando llegamos encontramos a los hacedores muertos. Se habían matado entre ellos. - ¿Por qué lucharon? - Fracasaron en su proyecto. - ¿Qué quieres decir?... Quizá los Superiores crearon al ente con un propósito que desconozco. Lleva mucho tiempo aquí y aprendió a causarles problemas a los hacedores; mal

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clima, terremotos, volcanes, hielos. Después los desarrollos biológicos produjeron monstruos, y en vez de seres inteligentes nacieron mutantes inferiores y agresivos. - ¿Dices que todo lo provocó él? – Son informes que rescatamos del cristal bibliográfico. - Háblame del proyecto fracasado. - Cuando llegamos a la nave interestelar nos sorprendió encontrar que el sistema de piloto automático estaba desmantelado. - Sí; lo leí en el informe comprimido. Incluso comprobamos que faltan los repuestos en el depósito. - Después hallamos la nave operativa de ellos despojada de su aviónica. Nos preguntamos qué querían hacer con tanto componente electrónico. - ¿Descubrieron la razón? - Sí; pero antes encontramos los cadáveres de todos. Ya te dije que se habían matado entre sí. - ¿Por esa ira que sería provocada por el ente? - Al menos, eso ocurrió con nosotros. Descubrimos el proyecto en la sala central de la estación; construían un robot provisto de ocho miembros articulados. - ¿Cuál era el objeto de esa máquina?

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- Había innumerables planos y bosquejos. Los estudiamos y nos gustó; decidimos continuar haciéndolo. - ¿Por influencia del ente? - Entonces no estábamos seguros de su presencia, aunque yo lo sospechaba cuando te envié la comunicación a Nibiru. La parte mecánica estaba resuelta cuando llegamos. No era complicada. En cambio, los esquemas electrónicos resultaron en extremo complejos, debían transformar ondas procedentes de un subplano en impulsos motores. Probamos miles de combinaciones y no conseguimos fabricar la interfase. El problema superaba nuestros conocimientos. - ¿Qué pasó entonces? - Verás, las relaciones entre Sen y yo se deterioraban por causa de Maut. Comenzamos a sentir celos del otro y ella lo advertía y parecía agradarle. Tuvimos algunas discusiones. Cuando decidimos abandonar el proyecto, nos pusimos furiosos, discutimos y nos vituperamos, culpándonos mutuamente del fracaso. Sentí un odio irracional hacia él y ansiaba matarlo. A su vez, Sen amenazó a Maut, porque en esos días ella se acostaba sólo conmigo. - ¿Se pelearon por Maut?... ¡Parece increíble!

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- Mientras buscaba un arma, Sen me atacó con una herramienta. Cuando desperté, ambos estaban muertos. Él le había disparado con mi arma. Cerca del cuerpo de Maut estaba la pistola de ella... - Retiraste los cadáveres... - Sí; luego me puse a cavilar. Nuestra conducta había sido anormal; un factor nos había manipulado todo el tiempo ¿Para qué construir un robot si sólo vinimos a buscar los embriones? Entonces la luz se hizo en mi mente: ¡era la criatura que lo necesitaba para acceder al plano material! Decidí destruirlo, por eso llevé el cristal de poder a la sala central. - ¡El cristal de poder! ¿Qué pensabas hacer? - Mi idea era que si lo ponía a resonar, liberaría las energías primordiales en un radio de diez milímetros en torno a su núcleo. - ¡Eso debía causar una explosión enorme! profirió Impurgna sorprendido. Toda la estación y una fracción de territorio se volatilizarían ¿Para qué? - No conseguimos que el aparato funcionara a gusto del ente, pero tuvimos algunos logros. De alguna manera el gorgón quedó atrapado en los circuitos -el hacedor soltó una carcajada nerviosa- ¡Ya no puede salir de allí! - ¿Prisionero de su propia máquina? ¡Entonces ya no corremos peligro!

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- No te apresures; no sabes de lo que es capaz un gorgón, si de veras es una de esas cosas; aunque prisionero, conserva el poder de influir a distancia. Creo que en proporción inversa al cuadrado. Ya viste que su poder llega a la nave en órbita. - ¿Qué hiciste entonces? - Pensé que, pese a ser la criatura un ser de otro plano, en el momento de la explosión las energías íntimas de la materia dejarán de vibrar y formarán un caos. Puede que el ente, sometido a esas condiciones, perezca, o resulte transportado a otro plano. - Pero finalmente la explosión no se produjo. - La cosa previó mis intenciones y se presentó; cuando la vi me faltó el valor y escapé de allí. Corrí a encerrarme en el capullo en que me encontraste. - ¿Por qué no regresaste a Nibiru? - Al llegar a Tiamat acuatizamos en un lago y los monstruos destruyeron la nave. - ¿Dijiste que el gorgón se presentó? - Estoy seguro de que hurgó mi cerebro para descubrir el punto débil. O sea, que... Uliab no pudo continuar. Una decena de criaturas vestidas con pieles de animales y cuerpos musculosos irrumpió en la sala de control. Venían armados con toscos garrotes de madera y piedra y se lanzaron contra los hacedores, profiriendo chillidos y gruñidos.

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Impurgna saltó de su asiento y encendió el soplete que había conservado siempre entre sus manos; los mutantes retrocedieron, pero su compañero estaba indefenso y los golpes resonaron sobre su debilitado cuerpo, hasta que la llama alcanzó a los atacantes. Con sus ropas y pelos convertidos en antorchas, algunos huyeron gritando; los demás los siguieron. - Olvidé la puerta destrozada, Ángel -dijo el hacedor mientras corría para auxiliar a su amigo. Pero al inclinarse sobre él vio las heridas mortales. - Uliab nos ha dejado ¿Qué será ahora de nosotros? - Vinimos a buscar los embriones, Impurgna. Ya sabemos dónde están. - Sí; vamos a la cámara central a enfrentarnos con lo que sea. Abrió la puerta del pasillo que comunicaba con la sala central. Estaba oscuro y gélido. Mientras avanzaba, sintió que una fuerza lo rechazaba dificultándole el paso, como si marchase contra una corriente de agua sumergido hasta el pecho. Finalmente llegó a la puerta de la cámara central, respiró hondo y la abrió. Del otro lado lo aguardaba una criatura horripilante y enorme. Cuando vio que una garra se estiraba hacia él, atinó a dar un salto atrás y cerró de un portazo.

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- ¡No puedo enfrentarme a eso y vencerlo! -gritó desesperado. - ¡Salgamos de aquí, Impurgna! ¡No resisto más! Impurgna huyó a la sala de control y evaluaron la situación. - Si regresamos sin los embriones nuestro fracaso será absoluto. Nunca habrá vida inteligente en Nibiru. - Tanto da morir aquí como en aquel planeta, Impurgna. El gorgón nos ha vencido. - Pero si morimos allá, será como nosotros mismos. Aquí, el ente puede terminar por apoderarse de los dos. - Esa cosa me produce terror. La percibo como una presencia interpuesta entre tú y yo. - La criatura parece vivir en el frío; ¿qué efecto le causaría el soplete de plasma? - Ninguno. Recuerda lo que nos dijo Uliab: «la criatura no es de este plano de existencia». También mencionó que es capaz de escarbar en tu mente ¿Cómo lo viste tú? - Como un tsu gigante, de boca llena de dientes y lengua que escupía veneno. - El tsu gigante era un monstruo de literatura infantil que siempre te causó espanto, Impurgna. Yo no lo vi así, sino como una babosa enorme, dispuesta a

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tragarte y absorberte al interior de su protoplasma viscoso. - ¿Qué quieres significar? - El ente no tiene apariencia física real, se viste así para asustarte. Ni siquiera te puede tocar porque no está hecho de sustancias químicas sino de ondas de energía. ¿Quieres que te demuestre que está en un plano diferente al nuestro? - ¿Cómo vas a probar tal cosa? - Abres de nuevo la puerta de la cámara central; cuando veas la criatura, le arrojas una herramienta de acero a la cabeza. - ¿Y si le rebota? - Huyes si no quieres morir. Pero no creo que ocurra; estuvimos una vez ante ella y aparte de terror no sentimos otra cosa. Dime, ¿qué le impidió al gorgón correr detrás de nosotros? Simplemente, no tiene poder de implantar imágenes en tu mente más allá de la puerta. - Para entrar otra vez a esa cámara, hermano, se necesita mucho más valor del que yo tengo. - Tu propio miedo es el único enemigo que enfrentarás. Impurgna se detuvo otra vez ante la puerta cerrada, apretando en su mano crispada una herramienta

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pesada. Se decidió y abrió. El monstruo se precipitó hacia él e Impurgna le arrojó el proyectil que pasó a través de la figura y lo escuchó golpear contra la pared metálica y después varias veces contra el piso. El hacedor volvió a cerrar y se quedó afuera, temblando. - ¡Tenías razón, Ángel! - Debes ignorar al ente que manipula nuestras mentes pero no es capaz de lastimarnos. Tienes que vencer los temores arraigados en tu niñez. - ¿Acaso el aire frío también lo imaginé? - No. Ese frío es un fenómeno tangible; creo que es la única manifestación física del ente, pero hay calefacción en tu traje. - No puedo; siento que no soportaría enfrentarme a esa visión otra vez. - Eres la única esperanza de tu raza. Podrás darle sentido a su existencia culminando la tarea para la que fue creada. Los hacedores desaparecerán como si jamás hubiesen existido, si no logras vencer tu miedo. Respiró profundamente, reguló la calefacción del traje y abrió la puerta. El monstruo vino hacia él y le lanzó un tremendo zarpazo que obligó a Impurgna a encogerse y cerrar los ojos. No ocurrió nada. Cuando los volvió a abrir, la oscuridad era total. Encendió la luz del casco y su haz se perdió en la niebla helada. La humedad del aire se condensaba por el frío y caía

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sobre el piso formando una fina capa de escarcha. Un silencio insoportable se había hecho a su alrededor. - La niebla palpita como si estuviese viva -dijo Ángel-. Ahora la criatura está estudiándonos ¡Es mejor que terminemos cuanto antes! Se internó en la sala central. Lo perturbaba la ausencia total de sonidos. A poco de buscar, encontró el único contenedor de embriones aún sellado. También vio en el centro del cuarto el cristal de poder conectado a varias celdas de energía. A su lado estaba el engendro que, según Uliab, mantenía atrapado al ente. Era una carcasa de metal bruñido, rellena de instrumentos electrónicos y una enorme cantidad de cables sueltos. Ocho brazos provistos de manos metálicas salían de sus costados y pendían inertes. Una complicada bobina de hilos de oro la rodeaba. Muchas luces testigo se hallaban encendidas. - Mira, Ángel. Uliab dejó el cristal de poder con un control manual. Fijaré un tiempo prudencial para poder alejarme antes del estallido y lo activaré. - ¡Impurgna! gritó su hermano desde muy lejos ¡Nos separa! - ¡No me dejes solo ahora! -exclamó el hacedor, sus dedos frenéticos manipulaban los controles del blindaje de su ropa para eliminar la interferencia.

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Sentía vértigo. Tuvo que apoyarse en el soporte del cristal. - ¡Ángel, ¿me escuchas?! -gritaba en su interior Impurgna. En su mente, presa del terror, le parecía escuchar un murmullo lejano e incomprensible. De pronto una luz intensa lo cegó. Cuando volvió a ver, la habitación estaba iluminada con la luz de emergencia y con la de su propio casco. El nivel de sonido era normal; también la niebla había desaparecido junto con el frío. Continuaba con vértigo aunque el ambiente se había vuelto cotidiano. Era una sala central de estación como cualquier otra que hubiese conocido, con las únicas excepciones del cristal de poder y el engendro mecánico en medio de ella. - El gorgón se fue, Ángel. Pero su hermano no respondió. - ¿Qué pasará ahora? -se preguntó mirando aturdido a su alrededor. La respuesta llegó como jamás la hubiese esperado, en forma de unos discretos golpecillos contra la puerta cerrada, producidos por unos nudillos delicados. Advirtiendo que aquella situación era incongruente, sintió su corazón acelerársele aún más. Preparó el soplete y abrió la puerta con precaución.

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Lo había esperado todo, menos la presencia de esa hermosa muchacha de cabellos rojizos vestida con una breve túnica azul. Sus ojos y su boca le sonreían mientras extendía los cálidos brazos. - ¡Themis! ¡No es posible que seas tú! -profirió. - ¿Por qué no? -inquirió ella con una risa juguetona. Se acercó hasta apoyar con suavidad la mano sobre el brazo tembloroso del hacedor. - Te amo, quítate el casco para besarte. - ¡Tú nunca saliste de nuestro planeta! ¡Nuestro planeta ya no existe! ¡Tampoco tú puedes existir! - ¿Acaso no sientes mi mano sobre tu brazo, amor mío? ¡Soy yo, soy real! Hace mucho que vine aquí; estuve en un capullo esperando por ti. ¡Mírame, tócame! Themis giró sobre sí misma con una sonrisa pícara, mientras él la contemplaba estupefacto. Ella se acercó nuevamente y comenzó a manipular los cierres del casco, hablándole con ternura. El primero quedó suelto y comenzó a trabajar en el segundo. Saliendo de su estupor, el hacedor la detuvo. - Espera, el cristal está armado; corres peligro. Lo desarmaré. Seguido por la muchacha, se dirigió al aparato y oprimió el interruptor, el cristal comenzó a titilar.

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- ¿Qué has hecho, Impurgna? -preguntó ella; ahora muy seria. - Lo he activado. Es irreversible, ni yo ni nadie puede detener la explosión. - ¿Por qué me haces esto? -preguntó con un sollozo, mientras él tomaba en sus manos el contenedor de los embriones y llegaba a la puerta abierta-. Te fuiste y vine por ti. Soy todo lo que tienes. No me abandones otra vez, por favor. Impurgna transpuso la puerta y se volvió para enfrentar la mirada de ella. Había en los ojos de la muchacha una profunda tristeza, tan honda como la suya propia. - Por desgracia sólo existes en mi mente, Themis. Creo que fui un idiota al dejarte, pero ahora solamente eres una evocación removida por esa cosa maldita dijo con voz quebrada. Cerró la puerta y puso la traba. Recogió el resto del equipo antes de abandonar la estación. Afuera la tarde estaba muy oscura y unos densos nubarrones amenazaban con descargar la tormenta. El hacedor se apresuró por la picada que abrió al venir. Un relámpago, seguido de un fuerte trueno, descargó la lluvia. Él caminó chapaleando y resbalando por el lodo, aproximándose a la nave. Cerca de allí había un manso arroyuelo que al venir había cruzado de un

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salto, pero ahora había cambiado. Casi todo el camino lo había hecho con el agua por los tobillos, pero ahora le llegaba a las rodillas y muy pronto le cubrió las caderas. A lo lejos se escuchaba el ruido de un torrente. Un tronco seco de un árbol había comenzado a flotar y le pareció que era la única forma de seguir adelante; se sentó a horcajadas. Aseguró el contenedor de los embriones entre dos ramas y desplegó la pala del equipo para usarla de remo y guiar su improvisada embarcación a través de la zona anegada. De pronto le dio de lleno la fuerza de la correntada, que se lo llevó a gran velocidad. Sólo atinó a no caerse, aferrado con desesperación a las ramas de la copa. El torrente bramaba y aceleraba. Se veían altas paredes de piedra a los costados y el agua embestía con fuerza contra las rocas que sobresalían por doquier. Luchó para mantenerse sobre el tronco, mientras el agua lo sepultaba por instantes, hasta que un choque lo despidió. Aturdido, braceó con todas sus fuerzas para salir a flote, mientras sentía que su cuerpo golpeaba las piedras. Su mayor temor era que se destrozara la cubierta del casco y el agua lo ahogase. Colocó el cuerpo con los pies hacia delante y nadó de espaldas, así consiguió amortiguar el choque contra las piedras flexionándose. Paulatinamente se acercó a

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la orilla donde consiguió asirse de unas plantas para salir del agua. Estaba muy dolorido, y temblaba de frío por una falla en el calefactor. Pero continuaba ileso y eso lo hubiese alegrado, de no haber perdido el contenedor con los embriones. La lámpara del casco también se había salvado del desastre y funcionaba. Nunca se había sentido tan solitario y desamparado, con el viento rugiendo en sus oídos y la lluvia repicando sobre el traje. Era el único ser de su especie en aquel rincón de la galaxia. Hasta su hermano lo había dejado solo. - Ángel -dijo, por la costumbre de dialogar con él, aunque sabía que no obtendría respuesta-, no sé si me escuchas, pero tengo deseos de hablar contigo. Si no logro encontrar los embriones, moriremos aquí, pues todo estará perdido. Debo encontrar el recipiente esta misma noche, porque la explosión ocurrirá poco después de que salga el sol. ¡Pensar que creí exagerado el tiempo que me otorgaba para llegar a la nave! Mientras esto pensaba, comenzó a caer granizo y buscó refugio bajo una piedra. Desplegó la sombrilla que llevaba para protegerse del sol; la tela era fuerte y resistiría el impacto del granizo. Así comenzó la

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búsqueda de los embriones; alumbrándose con la luz del casco y con la sombrilla abierta en una mano. Caminó por la orilla corriente arriba hasta llegar al sitio donde cayó del tronco. Desde allí inspeccionó aguas abajo cada sitio donde pudiera haberse encajado el árbol. Los troncos atrapados por las rocas abundaban y ninguno tenía el contenedor. En no pocas ocasiones necesitó sumergirse en el agua helada para inspeccionar algunos troncos; mientras tanto, la noche avanzaba y el cansancio lo hizo detenerse. Mientras sollozaba, estuvo a punto de sentarse sobre una roca a esperar la muerte, pero con un esfuerzo supremo se obligó a continuar. - Ángel, estoy aterido y exhausto. No comprendo cómo el cuerpo me obedece, pero he resuelto no cejar hasta que se abata sobre mí la fuerza del estallido. Así, obstinado, martirizado por la lluvia, el granizo y el viento, extenuado, siguió el torrente aguas abajo. Hubo otros lugares donde evitó el peligro de ser llevado de nuevo por la furia de la corriente. Finalmente llegó a un sitio donde la velocidad del agua se redujo al desembocar en un lago. - Ángel, hasta donde llega mi vista veo árboles que flotan. ¡Cientos de ellos! ¿Cómo voy a lograr en lo que resta de la noche ubicar al que lleva los embriones? He llegado al final.

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Desfallecido, se sentó al abrigo de una piedra para protegerse del granizo que no había cesado de castigarlo. Cruzó los brazos sobre las rodillas, apoyó la cabeza en ellos y se puso a llorar. Al cabo, un sonido diferente atrajo su atención, un sonido que le recordó su niñez. - Un tambor, Ángel ¿Recuerdas cómo me divertía ese sonido en mis juegos de niño? Cualquier recipiente metálico era apto para ensayar mi música. De pronto se puso de pie. Olvidó el cansancio para escuchar el origen del sonido que hacía el granizo al golpear sobre metal. Se internó a nado tras el ruido cada vez más cercano. Poco tiempo después tenía el contenedor en sus manos y regresó feliz a la orilla. Ubicó con sus instrumentos el radiofaro de la nave y partió en línea recta. Amanecía cuando llegó al claro. Encontró la nave rodeada de cadáveres de monstruos, abatidos por las descargas eléctricas con que la protegiera. Subió a bordo y despegó. Consiguió acoplarse sin problemas, pero en el interior de la nave sideral se sintió más solo que nunca. Pensó que el gorgón había destrozado algo en su interior, separándolo para siempre de su hermano. Pasó una hora y de pronto un fuerte brillo ocultó gran parte de la selva. - Aquí estoy, Impurgna.

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- ¡Ángel, has vuelto, por fin! - Tuve mucho miedo de no hablar nunca más contigo. - También para mí fue horrible, pero ahora todo está bien. Se quitó el maltrecho traje y quedó desnudo. Examinó su cuerpo lastimado por las espinas de la zarza y los golpes contra las rocas. - Por suerte no son graves. Necesito descansar y reponerme. Después nos iremos. - No quiero molestarte, pero tengo una duda. Entiendo que nuestra nave operativa no puede alcanzar Nibiru aunque éste se halle a la distancia mínima de nosotros, ¿verdad? - Sí; no tiene autonomía suficiente. Contaba con encontrar la nave que utilizaron nuestros compañeros, pero ya escuchaste a Uliab. Los monstruos la destruyeron. - ¿Cómo haremos para conducir esta nave? - Supongo que habrá manuales. Los buscaremos y estudiaremos. Pudimos llegar hasta aquí; ¿no es cierto? - Sí; pero investiguemos si un solo tripulante puede maniobrar esta nave interestelar ahora que no tiene piloto automático. No olvides que yo no tengo brazos.

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Impurgna la recorrió una y otra vez hasta aprenderse de memoria cada mecanismo. Al fin tuvieron que aceptar la realidad. - Solo no puedo. Los controles manuales requieren simultáneamente a más tripulantes atendiendo sistemas en otras partes. Además, trazar la nueva órbita me va a llevar un tiempo considerable. No olvides que somos biólogos; podemos errarle a Nibiru por más de un millón de kilómetros. - Para nosotros esta nave no es más que un cascarón inútil -observó Ángel, muy frustrado-. Ni siquiera hay aquí comida suficiente. - Estamos perdidos, hermano. Tendremos que regresar a Tiamat si no queremos perecer de hambre. Por suerte, parece que aniquilamos al gorgón. - Hay una posibilidad -dijo Ángel después de un rato de silencio-. Tenemos embriones de seres inteligentes a bordo ¿Qué te parece si incubamos los suficientes para formar una tripulación? - ¡Excelente idea! -aprobó su hermano, aplicándose una palmada en la frente-. Esta nave debe llevar incubadoras. No había incubadoras a bordo. Dedujeron que el ente había obligado a los tripulantes a llevarlas a tierra.

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- La única posibilidad es que las hembras mutantes incuben a nuestros embriones. - En verdad, esa gente salvaje es sólo una mutación de esos mismos embriones, Impurgna; podrían servir. Pero se me ocurre una objeción; ¿cuánto tiempo calculas que les llevará a los niños crecer y capacitarse para tripular una nave interestelar? - De quince a dieciocho años -respondió el hacedor después de pensar un momento. - Nibiru se aleja de nosotros a más de cien mil kilómetros por hora. No lo alcanzaremos antes del afelio, que está a unos mil ochocientos años. - Empiezo a comprender tu punto de vista, Ángel. Necesitaríamos varias generaciones de tripulantes para alcanzar nuestro planeta. Como las sucesivas tripulaciones no pueden hibernar, plantea enormes problemas de almacenamiento de agua, alimentos, oxígeno. Demasiado de todo. Es imposible. - No queda otra solución que aguardar hasta que Nibiru se aproxime otra vez al sol, Impurgna. Emplearemos uno de los capullos de hibernación. Impurgna preparó su cuerpo para la hibernación de acuerdo a las normas de procedimiento. No dejó nada al azar. Ya había pasado varias veces por esa experiencia, pero ahora debía confiar en los

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instrumentos automáticos, pues nadie vigilaría la máquina para intervenir en caso de alguna avería. Durante el sueño, el metabolismo de sus células, sometidas a baja temperatura, se reduciría hasta niveles apenas compatibles con la vida. El hacedor reguló el tiempo de hibernación, transcurrido el cual, la máquina debía reanimarlo otra vez. Una etapa muy crítica, usualmente vigilada por personal experto que ahora no existía. Se introdujo sin vacilar al interior del capullo y cerró la cubierta. Cómodamente recostado, oprimió el botón de puesta en marcha. - Allá vamos, Ángel -dijo, mientras una niebla fría comenzaba a envolverlo y el gas a invadir sus pulmones-. Espero que pronto vuelva a escucharte. - Has sido un excelente hermano para mí. Siempre hiciste lo que te pareció mejor para ambos. Hasta pronto.

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II - ¡Impurgna! ¡Despierta, Impurgna! Ángel estaba aterrado. Hacía más de una hora que había abierto los ojos, dado muchas palmadas sobre el pecho y su hermano no respondía. Sabía que pronto necesitarían beber mucho líquido y comer, de otro modo el organismo, debilitado por la hibernación, perecería. Temía que la zona del cerebro que correspondía a Impurgna hubiese quedado sin irrigación. De ser así, los dos morirían en cuestión de horas al quedar el cuerpo acostado en el aparato de hibernación. Su desesperación provocó algo insólito: percibió que temblaba de miedo. ¡Era el miedo de su mente lo que hacía temblar el cuerpo de los dos! Durante toda su vida había experimentado solamente sensaciones táctiles muy débiles. A través de los

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dedos de su hermano podía sentir la suavidad y el calor de la piel de otro hacedor o el frío de las noches invernales, pero siempre fueron sensaciones pasivas y atenuadas. Pero ahora las sentía como nunca antes. Probó de cerrar el puño de la mano izquierda y lo consiguió con poco esfuerzo. Vio el botón de apertura del capullo. Sin esfuerzo alzó la mano, cerró el puño y estiró el índice para oprimirlo. La cubierta del capullo se deslizó. Estimulado por el resultado (nunca había manipulado nada externo al cuerpo de ambos), trató de incorporarse. Descubrió lo difícil que le resultaba coordinar la cantidad de músculos necesarios para esa acción que su hermano llevaba a cabo con tanta facilidad. Tras cada fracaso, volvía a intentarlo con premura, sabiendo que su vida dependía de ello y el tiempo se agotaba. Finalmente, tras varias contorsiones que estuvieron a punto de desnucarlo, su cuerpo cayó desde el capullo al piso. La experiencia adquirida le permitió arrastrarse hasta la cabina de alimentación. En un compartimiento inferior había recipientes de agua y alimento almacenados y estaban a su alcance. Los líquidos eran parte esencial de la alimentación de emergencia, y tragarlos implicaba una aventura donde arriesgaba la vida; su porción de cerebro no

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había automatizado el manejo de la epiglotis y el alimento podía inundar los pulmones; por eso bebió muy despacio, el cuerpo desmadejado sobre el piso y la cabeza apoyada en la pared. Lo ideal hubiese sido la alimentación parenteral, pero no lograría llegar a la sala de auxilios de la nave, y mucho menos manipular las tubuladuras y canalizar su propia vena con manos que todavía no obedecían cabalmente. Permaneció muchas horas en esa posición, bebiendo de a ratos. Una molestia que comenzó a invadir todo su cuerpo la reconoció por fin como calambres y dolor. - Tengo que cambiar de posición. Nunca hubiese imaginado que usar el cuerpo fuese tan complicado. Cosas que Impurgna hacía sin pensar a mí me cuestan horrores. Tenía miedo de dormirse y dejar de respirar. Se obligó a mantenerse despierto, cada vez más asustado, hasta que al fin el sueño lo venció. Despertó recostado sobre el piso y vio el techo de la sala. - Al menos, todavía puedo abrir los ojos. Movió las manos y se las miró; flexionó los dedos una y otra vez. Eso lo alegró. Temía despertarse y comprobar que no podía moverse más, o hallar a su hermano nuevamente a cargo y que todo había vuelto

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a ser como antes. Se recriminó por sus pensamientos, pero sintió que esta vez ya no podría soportarlo. - Tengo que beber, beber mucho -razonó, incorporándose un poco para asir un recipiente nuevo. Beber le resultó más simple, lo reconfortó sentirse más fuerte, por lo que trató de gatear. Había visto a muchos bebés hacerlo, pero a él no le fue fácil; sin embargo, al cabo de los días recorría los pasillos de la nave a buena velocidad. Estaba siempre desnudo, porque muy pronto comprobó que ciertas funciones de su cuerpo tampoco las manejaba de manera apropiada. - Para todo soy igual a un bebé -reflexionó, mientras limpiaba las suciedades que había provocado. Bastarse a sí mismo le inspiró confianza. Después de todo lo que había pasado, aprender a caminar no fue tan difícil como esperaba. Adiestró su mente en el uso de las manos, realizando labores más complejas, hasta que un día decidió que ya estaba listo para regresar a la superficie de Tiamat, llevando los elementos necesarios según la lista y el programa que elaboró junto a Impurgna. Éste acostumbraba comer solamente frutas y hortalizas, pero Ángel no las encontró en el planeta en cantidad y calidad suficiente y muy pronto comprendió que estaba obligado a consumir proteínas animales si quería sobrevivir. Se aficionó a la caza y a

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la pesca mientras preparaba cultivos de cereales y legumbres que le aseguraran la subsistencia. También construyó una casa de paredes de piedra y techo de madera. Ángel estaba orgulloso de su obra, había templado su ánimo y estaba decidido a cumplir su objetivo. Instaló el laboratorio en la casa. Preparó un narcótico y un arma capaz de inyectarlo a distancia. Muy pronto descubrió una colonia de mutantes; los ejemplares masculinos se alejaban todos los días para cazar y las hembras quedaban en las grutas para atender a las crías, pero, sobre todo las más jóvenes, se dispersaban por los alrededores para buscar frutos y escarbar en procura de raíces e insectos comestibles. Una de ellas se apartó del resto y se acercó hasta el sitio donde el hacedor había improvisado un puesto de caza, cubierto de hojas y ramas donde podía ocultarse. También tuvo en cuenta los vientos que soplaban hacia el refugio, ya que los mutantes tenían un agudo sentido del olfato. Cuando la hembra se puso a tiro, le disparó un dardo. Ella gritó y echó a correr, pero su marcha se hizo cada vez más lenta hasta que cayó sobre los pajonales. Todo lo que necesitaba el hacedor era una muestra de sangre, y la obtuvo en unos segundos. Oculto en el refugio, esperó a que la hembra despertara, dispuesto a prestarle auxilio en caso de que

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un animal peligroso se aproximara. Finalmente ella se incorporó y miró en torno sorprendida, después se alejó en busca de sus compañeras. - No tengo ninguna duda -se dijo-. Las hembras son aptas para incubar nuestros embriones. Fue cazándolas una a una. Apenas dormida, la cubría con una sala de operaciones móvil que había inventado, le implantaba el embrión y se alejaba, para que la hembra pudiese despertar y retornar con los suyos. Desde lejos vio a los recién nacidos pendiendo de sus madres o mamando de ellas. Se destacaban notablemente del resto de los mutantes bebés. - O bien los machos no se han dado cuenta de nada o se hacen los distraídos -pensó con una sonrisa. Las hembras eran celosas de sus crías mientras amamantaban. No permitían a los machos acercarse, espantándolos con horribles chillidos y gruñidos. El resto de las hembras colaboraba con ellas. Hasta el macho jefe de la colonia tenía que bajar la cabeza y alejarse resignado. Preparó una sala de la vivienda para recibir a las niñas, pues escogió sólo embriones de sexo femenino. Su propósito era implantarles embriones a ellas cuando llegase el momento. Esperaba que eso

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sucediera cuando estuviesen cerca de Nibiru. Sabía dónde ubicar a cada una de las niñas y las recuperó en un solo día. Entonces comenzaron sus problemas. Jamás imaginó el trabajo que daba atender las infinitas necesidades de las criaturas. Cada día lo pasaba transitando sin solución de continuidad por situaciones de enorme alegría y auténtica desesperación, y todas las noches se iba a la cama, cuando podía, llorando de cansancio y sintiendo lástima por sí mismo. Olvidó las noches de sueño completo y reparador y conoció la angustia ante cada llanto que no cesaba o cualquier tos que se dejaba oír. - Me pregunto si los mutantes las aceptarían de regreso. -se decía burlonamente, mientras las miraba complacido en las ocasiones en que todas dormían al mismo tiempo. Su preferida era una criatura muy bella de cabellos rojizos, a quien resolvió dar el nombre de Themis. Un día se acercó a su lecho y la niña abrió los ojos azules, lo miró y le obsequió una gran sonrisa. Ángel, sonriendo también, le pasó los dedos por las mejillas regordetas y sonrosadas. Themis le tomó un dedo con su manecita y se lo zampó en la boca. Desde ese día la consintió de una manera desvergonzada.

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Ya no tenía tiempo para cazar, por suerte los animales que había domesticado le proporcionaban leche y carne y la huerta los vegetales suficientes para las necesidades. - Sólo son unos pocos años -se consolaba-, después las pondré a trabajar. Otro día lamentó no poder compartir con Impurgna su alegría. Las niñas dieron sus primeros pasos en medio de los jardines. El hacedor estaba flaco y macilento, con los ojos enrojecidos de cansancio, pero conocía al fin la felicidad. Por la noche tocaba música con los instrumentos de madera que había encontrado tiempo para fabricar y les contaba historias que inventaba, para familiarizarlas con el entorno que los rodeaba. Sus narraciones incluían a los mutantes, siempre hambrientos y armados de garrotes y a las fieras asesinas que merodeaban en los bosques y pajonales. Les hablaba del cielo y les contaba que allí había un mundo hermoso donde vivirían y serían felices para siempre y donde conocerían el amor. Las niñas, constantemente inquietas y alborotadas, se quedaban en silencio para no perderse los relatos, que escuchaban con los ojos muy abiertos, expresando con sus caritas asombro, alegría o temor. Después venían las preguntas, expresadas todas a gritos y al mismo tiempo, que él se esforzaba por contestar.

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Gradualmente aprendieron los quehaceres domésticos más simples, aliviando al hacedor de la pesada carga. Competían en agradarle, llevándole exquisitos bocados y alguna bebida fermentada. Él, por su parte, intentaba mantener una disciplina estricta, pero ellas lo manejaban a su antojo. Sin embargo, fue inflexible a la hora de instruirlas en los conocimientos esenciales. Mientras crecían, alternaban el estudio de las matemáticas superiores con la confección de arcos y flechas. Ángel necesitaba encarar sin demora la preparación y almacenamiento de alimentos concentrados. Por fortuna, la nave en órbita disponía de agua, lo que evitaba transportarla desde la superficie del planeta, ahorrando energía que no abundaba. Otras colonias de mutantes llegaron a la zona, alterando la ecología. Al disminuir la disponibilidad de alimentos, las criaturas se marchaban a buscarlos a otra parte, pero el hacedor no podía hacer lo mismo. Por tal causa resolvió vedar el territorio a sus competidores. Inventó unos cohetes fabricados con madera y fibras vegetales a los que llenó con pólvora negra, que preparó mezclando carbón, nitrato y azufre. Disparaba los mísiles así confeccionados contra sus cuevas; no les causaba daño, pero las horrorosas explosiones y humareda nauseabunda los alejaba

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deprisa. Cada vez que volvían, les disparaba tres o cuatro mísiles y ellos tardaban mucho tiempo en regresar por más. Así la zona permaneció abundante de caza y las chicas pudieron ejercitarse sin otro peligro que el de las fieras. Su objetivo consistía en transformar a esas niñas, de hábitos campesinos, en astronautas. Sus narraciones abrieron el camino, pero ahora necesitaba el auxilio de elementos más concretos para la imaginación desbocada de sus pupilas. Ángel las puso a construir con madera una réplica a escala de la nave interestelar y las llevó a vivir en ella. Después de acallar las protestas, prendió fuego a la vivienda primitiva. Tenían instrucciones de no alejarse mucho de la morada y jamás solas, pues temía que los mutantes tornaran sin que él lo supiera. Por lo común, el hacedor era obedecido, pero Eilah tenía sus propias ideas. Era la de mayor estatura y la más aventurera del grupo. Su destreza con el arco admiraba al hacedor y su pasión por la caza la convirtió en la más eficiente proveedora para la despensa. Cierta tarde salió con cuatro compañeras con la idea de nadar. El arroyo, en cuya cercanía vivían, formaba una poza lo bastante profunda. Ella no se bañó porque ese día tenía molestias y dolores sobre los que ya había consultado al hacedor.

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- No te preocupes -le aseguró Ángel con una sonrisa, luego de examinarla-, son trastornos propios de tu condición femenina. No debes alarmarte. Recién en ese momento se percató de que las niñas habían crecido. Al revisarla, notó que se insinuaba el vello del pubis y que los senos comenzaban a abultarse. Al ver a sus compañeras retozando, Eilah tomó el arco y se alejó un trecho en busca de un animal para cazar. Le encantaba hacerlo sola, pues consideraba que las demás no mantenían el necesario sigilo y carecían de paciencia para acechar sus presas. En eso andaba cuando acertó a divisar un cuernilargo, animal que apreciaban mucho por la calidad de su carne y los derivados que obtenían de él. Se trataba de un cuadrúpedo nervioso y veloz, muy difícil de cazar. De pelaje marrón oscuro, pesaba casi el triple que la muchacha, por lo que debía andarse con cuidado. Si agachaba la cabeza y embestía, esos cuernos podían matarla con facilidad. Tiró unos pastos secos al aire para conocer la dirección del viento. El animal pastaba, pero se lo veía muy inquieto. A cada momento levantaba la cabeza y se alejaba al trote varios cientos de metros. Obligada a seguirlo, adoptaba toda clase de precauciones para no ser descubierta.

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La brisa venía desde el animal hacia ella. Su presa se introdujo en los pastizales altos. La veía a intervalos cuando el cuernilargo estiraba el cuello para escuchar. Esa actitud la alarmó. Los pastizales altos eran el sitio preferido para los felinos carnívoros, que los aprovechaban para acercarse sin ser vistos. Tal vez uno de ellos también asechaba al cuernilargo, lo que explicaba su recelo. Decidió que corría peligro y empezó a retroceder, pero sólo lo había hecho una centena de metros cuando escuchó un cuerpo pesado moviéndose entre los pastos, cortándole la retirada. Resolvió que lo mejor era iniciar una carrera hacia adelante, para obligar al perseguidor a delatar su posición. Corrió a toda velocidad, asustando al cuernilargo que emprendió el galope. Eilah procuraba espantar con el ruido que hacía al embestir los pajonales, cualquier otro animal que estuviese delante. Sabía que hasta los felinos más feroces escapaban cuando algo se les acercaba haciendo ese estruendo. Su cuerpo transpiraba por la carrera bajo el sol y después de recorrer quinientos metros se detuvo para orientarse. Se había alejado demasiado de la vivienda. En el silencio que sobrevino, escuchó con claridad el ruido de su perseguidor. No sólo eso, a ambos lados de ella había ruidos; era perseguida por tres cazadores. Esta vez su carrera fue una fuga desesperada y corrió

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y corrió hasta que su paso se convirtió en un trote cada vez más lento. Al fin, agotada, con los pulmones adoloridos y la boca abierta para respirar, se detuvo y giró el cuerpo para mirar atrás. Pese al galope de su corazón aturdiéndole los oídos, escuchó a quienes la seguían. Dos todavía a ambos costados, uno atrás. De uno de los costados el ruido se desdobló; alguien se mantuvo cerca, sin moverse, alguien más la rodeó para cortarle la huida. Comprendió que estaba emboscada por cuatro seres demasiado inteligentes y valerosos para ser felinos, de modo que no se sorprendió cuando apareció un mutante. Se sobrecogió al ver esa criatura encorvada, tan alta como ella, el rostro cubierto de pelos y los ojillos mirándola curiosos. El macho olfateaba con ruido la brisa que venía desde ella hacia sus fosas nasales. Al verlo quieto, la muchacha atacó primero. Tensó el arco y disparó una flecha que dio en el centro del pecho del mutante, que gruñó y soltó el garrote; después giró y escapó chillando. Preparó otra flecha, pero desde atrás otro mutante se abalanzó derribándola; dos más saltaron también de los pajonales y asieron a Eilah de brazos y piernas El macho jefe parecía más curioso que irritado; olfateaba a la mujer con sus fosas dilatadas; de pronto le hundió la nariz en la entrepierna y olfateó unos segundos con aspiraciones prolongadas. Después

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levantó la cabeza al cielo y rugió. Sus dos compañeros se alejaron de un salto y se acuclillaron expectantes. El jefe ahora tenía la lengua afuera. Un hilillo de saliva le corría por los pelos que le rodeaban la boca abierta. Primero la lamió por todas partes, especialmente en la entrepierna. La muchacha, trastornada de terror, sintió que el macho la ponía boca abajo; un tremendo dolor la obligó a gritar con todas sus fuerzas. Mordía y arañaba el pasto mientras el mutante le descargaba todo su peso sobre la espalda sin dejar de moverse con violencia. Finalmente, tras un paroxismo, el macho se quedó quieto, dejó de gruñir y se puso a jadear agitado. Cuando al fin la criatura se levantó bruscamente, Eilah volvió a gritar. Los otros dos se incorporaron para acercarse, pero el jefe rugió y volvió a alejarlos, levantó a la muchacha tirando de sus cabellos y la puso de pie. El dolor le impedía a la chica caminar, un hilo de sangre bajaba por su entrepierna. Entonces el jefe la cargó al hombro y echó a andar. Cuando llegó la noche, Ángel y el resto de las muchachas la llamaron en vano, pero la oscuridad los obligó a suspender la búsqueda. También estaba oscuro cuando el macho jefe llegó a su gruta, cargando sobre los hombros a la muchacha.

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Blandiendo el garrote y rugiendo echó a las hembras que convivían con él, quienes a fuerza de chillidos hicieron conocer su descontento al resto de la colonia. El macho arrojó a Eilah sobre un tosco lecho de ramas y la violó otra vez. Los gritos de la niña excitaron a los machos jóvenes; varios de ellos entraron en la cueva, pero el jefe los corrió enfurecido. Cometió un error, porque afuera lo rodearon varios al mismo tiempo y la pelea fue desigual; el jefe tuvo que escapar para salvar la vida. Sin jefe, nadie impidió a los otros entrar en la cueva. Los lastimeros quejidos de Eilah se debilitaron hasta cesar por completo, después la arrastraron afuera, donde la atacaron las furiosas hembras desplazadas que destrozaron su cráneo a golpes. Enseguida la colonia se disputó la carne. Al amanecer, Ángel guió a su tropa directamente a las montañas, donde descubrieron huellas de los mutantes y las siguieron; más adelante hallaron algunas flechas sin usar, entonces estuvieron seguros de que Eilah estaba en poder de las criaturas. La hediondez procedente de las cavernas los guió. Aunque herido, el macho jefe apareció de pronto y les hizo frente, pero Ángel disparó su ballesta y lo mató. Ese primer éxito dio valor a las chicas, que acribillaron a flechazos todo mutante que apareció a la

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vista. El resto buscó refugio en las cuevas, desafiándolos con chillidos. El hacedor pensaba qué hacer para hallar a la moza secuestrada en medio de ese desorden, cuando el grito de espanto de una de las jóvenes fue coreado por el resto. El hacedor siguió la dirección de sus miradas y se descompuso de horror al descubrir sobre una piedra, cubierta de sangre oscura, la parte superior de un cráneo. Pese a la suciedad, reconoció los largos cabellos rubios que permanecían adheridos. La dulce y pelirroja Themis venía algo más atrás, empuñando el soplete de plasma; otra de ellas, la dócil Ararat, la acompañaba portando el tanque de combustible. Apuntó hacia la cueva más cercana y lanzó un extenso chorro de fuego; pronto la gritería cesó y un tufo a carne quemada los envolvió. Ángel vomitó por el olor mientras la encolerizada muchacha asolaba el resto de las grutas. Se marcharon dejando la colonia devastada y silenciosa. Una vez en la vivienda, el hacedor percibió que algo había cambiado. Esperaba que las jóvenes se mantuviesen en un silencio triste por la muerte de Eilah, pero ellas estaban jubilosas por la victoria y reían y danzaban al compás de la música que tocaban con sus flautas de madera. Y además de cantar,

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tomaron los recipientes de bebida y los hicieron circular de boca en boca. Desolado, Ángel se encerró en su cabina para lamentar la muerte de la joven. Mucho más tarde, cuando la fiesta hubo terminado y volvió el silencio a la vivienda, la puerta de su cámara se abrió y una de las chicas se recostó en el lecho junto a él. En la oscuridad sintió la mano de ella, cálida y suave, posarse sobre su pecho desnudo; la mano no se quedó allí, recorrió el abdomen, pasó por el ombligo y se detuvo más abajo. El hacedor, que jamás había experimentado un contacto semejante, fue sorprendido por el vigor con que su instinto adormecido respondió al estímulo. Al percibir con su mano lo que había provocado, ella dejó escapar una risita. Entonces él reconoció la voz. - ¡Themis, eres tú! - Esta noche quiero tenerte conmigo, señor -dijo ella con voz ronca de deseo. Ángel fue desbordado por su naturaleza y sus escrúpulos desaparecieron como una pluma aventada por el viento. Ambos cuerpos se entrelazaron con apasionado ardor. Por la mañana se sintió culpable y abandonó el lecho dejando a Themis dormida. Tomó una de las jarras de bebida fermentada y se emborrachó. Las muchachas despertaron tarde y

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limpiaron todo, pero esa noche dieron más bebida al hacedor y otra de ellas reemplazó a Themis en el lecho, y así transcurrieron varios días hasta que se terminó la existencia de bebida. Para entonces en la vivienda reinaba el caos y las prácticas se dejaron de hacer. Ángel las conminaba a reanudarlas, pero Themis se rió de él. - ¿Para qué continuar con esos ejercicios aburridos que no sirven para nada, señor? - Esta vivienda es oscura y huele mal dijo otra. Construyamos una nueva como la que teníamos antes y quememos esta inmundicia. Al escucharlas, el hacedor huyó de la casa, fue hasta el arroyo y bebió agua para quitarse el dolor de cabeza. - ¡Esto es obra del gorgón! -Razonó- ¡La cosa no murió sino que está todavía en alguna parte y se va apoderando de nosotros! Se puso de pie y regresó despavorido. Las chicas se alarmaron al verlo tan descompuesto. - ¡Nos vamos! -Gritó desesperado- ¡Preparen todo según el programa establecido! - ¿Adónde nos vamos, señor? -Averiguó Themis. - ¡Al cielo! ¡Nos vamos al cielo! - ¿Al cielo? ¿Nos vamos en ese aparato que, según tú, puede volar? preguntó otra.

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Cuando vieron que Ángel quitaba la cubierta que protegía la nave operativa de las inclemencias del tiempo, entendieron que la cosa iba en serio. El hacedor dirigió el estibado de la carga de comestibles y luego ordenó a Themis y a Ararat que se sujetaran a los asientos. La nave se puso en marcha y se elevó. Ver su vivienda desde arriba hizo batir palmas de excitación a las dos muchachas; a medida que ascendieron el horizonte se curvó, se volvió oscuro y salieron a la noche estrellada. La nave interestelar las dejó mudas de impresión y no volvieron a hablar hasta que se encontraron en el interior. - ¡Señor!; ¡es similar a nuestra casa, pero enorme y toda de metal! exclamó Themis. - La disposición de los compartimientos es la misma; así que ya saben dónde está el depósito. Estiben la carga mientras regreso por más. La nave operativa había agotado las celdas de energía, por lo que el hacedor la desacopló, dejándola a la deriva. Al cabo del tiempo se acercaría a la atmósfera y quedaría destruida. Mientras, las muchachas se mostraban fascinadas por la aventura y se dedicaron a la tarea para la cual se entrenaron por años. Las astrónomas ubicaron a Nibiru que se acercaba al perihelio y calcularon la trayectoria hasta

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el punto en que el planeta llegaría al cabo de veintidós meses. El resto de las chicas se familiarizó con las máquinas e instrumentos verdaderos durante algunos meses, hasta que llegó el tiempo de partir. Los tripulantes se aseguraron a los asientos y coordinaron sus acciones para poner en marcha los motores. El súbito impulso los hundió en sus butacas y escaparon de la atracción de Tiamat, aumentando la velocidad. Al cabo de los meses el viaje se volvió pura rutina y las muchachas se alternaron en el control de los sistemas de la nave. Ángel se limitó a vigilar estrictamente el consumo de alimentos, dejándose un margen de tres meses por cualquier eventualidad. La fase crítica se presentó durante el frenado para entrar en órbita de Nibiru, maniobra que se hizo tal como si las chicas hubiesen sido astronautas veteranas. Ese día hubo festejos a bordo de la nave en órbita, aunque las once mujeres estaban embarazadas, pues el hacedor les había implantado embriones tiempo atrás. - Mañana descenderemos en Nibiru anunció Themis. Toda la tripulación se refugiará en los capullos, pero dos de nosotras comandaremos la nave hasta último momento. Sonriendo, Ángel se levantó y estrechó a la muchacha en sus brazos, besándola en la boca.

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- Hiciste un trabajo maravilloso, Themis, todos te debemos la vida. Después de abandonar la sala de control, donde el calor se volvía intolerable, Themis y Ararat corrieron a la sección de los capullos. Mientras su compañera cerraba la doble esclusa por la que acababan de entrar, Themis activó el sistema detonador, regulado para dos minutos. La explosión debía separar la nave en tres segmentos, dejando libre el central que correspondía a la sala de capullos. La muchacha había dispuesto que dos asientos se colocaran fuera de los capullos para controlar la separación de la sección antes de refugiarse. Parecieron eternos esos dos minutos, mientras aguardaban amarradas para no salir despedidas por la vibración. Las explosiones simultáneas las sacudieron sin piedad; las luces verdes en el tablero se pusieron rojas, salvo una. - ¡La separación falló! -gritó desesperada Ararat¡Vamos a morir! Sabían que si la sección de capullos no se soltaba, se quemaría y estrellaría junto con la parte de la nave a la cual permanecía unida. Themis no perdió un segundo. Se liberó del correaje y abrió la pequeña escotilla del túnel de inspección donde entró arrastrándose.

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- ¡Cierra la portilla, Ararat! ¡Y vete al capullo! - ¡¿Qué vas a hacer?! -Gritó su compañera, tirando de sus pies para sacarla de allí. - ¡Por favor!; ¡no pierdas tiempo! ¡Cierra la portilla para que la onda explosiva no penetre en la sala de capullos! - La chica obedeció. Era consciente de que su amiga no podría regresar a la sala de capullos. Themis se impulsó a toda velocidad por el túnel hasta el sitio donde estaba la carga explosiva defectuosa. Por una mirilla comprobó que sus temores no habían sido infundados; la sección no se había soltado. Descubrió la falla; el cable que llevaba la señal eléctrica se había desconectado a la entrada del depósito de explosivo. - Perdóname, querida, pero soy responsable de esta tripulación -Dijo con una sonrisa a la hija que latía en sus entrañas mientras conectaba el cable. La explosión le dio de lleno y diseminó sus restos en la estratosfera junto con la nave incendiada. La sección, libre al fin, frenó con sus motores automáticos hasta que se abrieron los paracaídas. Los cálculos de Themis resultaron exactos, la cápsula cayó blandamente en un pantano, a no más de un kilómetro de la estación de oro artificial. El hacedor realizó una ceremonia fúnebre para honrar a Themis y agradecerle la salvación de la raza,

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nombrándola madre suprema de los dioses. Estaba admirado de su valor y consternado por su muerte. Decidió que las generaciones venideras sabrían de ella y de su heroico sacrificio. Su hazaña sería cantada por quienes vendrían después. Al poco tiempo nacieron otras diez niñas. Mientras crecían, en las astronautas implantó cinco embriones de varones y cinco de mujeres. Con el tiempo la población aumentó gracias al uso de los aparatos de incubación. Los usó con mucha prudencia, pues por experiencia sabía el trabajo que daba criar simultáneamente a varios bebés. Cuidó que la proporción de varones nunca fuese mayor del diez por ciento en esas primeras etapas, pues privilegiaba los nacimientos naturales y necesitaba un crecido número de madres. A uno de los niños lo llamó Dritón y lo tuvo de Ararat, pues convivía con la muchacha desde que llegaron a Nibiru. A sus diez primeras mujeres, por ser las más veteranas y respetadas, el hacedor las reunía consigo para planear políticas y administrar justicia. Padeció el sufrimiento de ver morir de vejez a cada una de sus intrépidas astronautas, como solía llamarlas al ponerlas como ejemplo de las nuevas generaciones. Ángel había dispuesto que el mayor de los varones se uniera también al grupo en reemplazo de la valiente

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Themis. La costumbre perduró y cada una de las diez originales que moría, era inmediatamente reemplazada por el decano de la población, fuese varón o mujer, para que en el Consejo el número de doce miembros permaneciese inalterable. La última en dejarlo fue su amada Ararat y la tristeza lo hizo recluirse en su cabaña a llorar la pérdida. De esta manera, también para el hacedor transcurrió el tiempo y envejecía. A la sazón se habían acabado los embriones llegados en el contenedor; entonces llamó a su presencia a Dritón, su hijo y guardián de la estación de oro artificial. - Llama a mi nieto y ven conmigo -le ordenó. Para ese tiempo, Dritón tenía manchados de blanco los cabellos y su hijo Aseleel era un adulto joven. Los condujo hasta la cámara central de la estación donde permanecían almacenados los brillantes cristales del conocimiento, las incubadoras de embriones, los capullos de hibernación regresiva y multitud de instrumentos y aparatos que los hacedores utilizaron para dar vida a Nibiru. Los equipos estaban inmaculados, clasificados y mantenidos en su lugar por la paciente dedicación de Dritón. También había allí un artefacto de forma octogonal, hecho de cristales artificiales de gran tamaño.

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- Tiene tres grupos de controles con diez teclas; una para cada dedo. Opriman todas las teclas al mismo tiempo. - ¡Hace calor! -Exclamó Dritón cuando los cristales se encendieron con una luz muy brillante. - Y hará mucho más dijo el hacedor. Es mejor que salgamos. Salieron, pero permanecieron cerca observando. Al cabo de un tiempo notaron que las paredes de oro irradiaban calor; tuvieron que alejarse otro poco. - No entiendo, señor, ¿qué ocurre? -Preguntó Dritón. - Ese aparato organiza las energías primordiales para conseguir materia estable en estado puro, como el oro que sirvió para construir la estación. El calor proviene de esas energías, que el aparato liberará a su alrededor mientras resistan los cristales. Mientras Ángel hablaba, la cúpula geodésica de oro, perfecta en su forma hasta ese momento, se ablandaba y deformaba. El calor era intenso y tuvieron que alejarse aún más. - ¡Pero estás destruyéndola, señor! -Profirió Dritón, comprendiendo al fin. - Pese a tu edad, aún eres un niño, y ese artefacto es muy peligroso en manos de niños. Quizá algún día

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volváis a inventarlo, pero entonces, necesariamente, ya seréis adultos. Los restos de la estación iluminaban la noche de un fulgor dorado. El oro se derretía y goteaba hasta la capa de rocas del subsuelo. Pronto en la superficie no quedó más que una mancha oscura y circular que se empezó a enfriar lentamente. No quedaba nada de los hacedores, salvo él mismo. La naturaleza había terminado por corroer la sección de los capullos hasta reducirla a una imperceptible ondulación del terreno cubierto de trigo, pues al pantano lo habían secado. Aquella lejana noche, Dritón derramó amargas lágrimas y se marchó. Jamás volvió a dirigir la palabra a su padre, y con los años, envejeció y murió. Aseleel le trajo al hacedor la nueva de su muerte y Ángel rasgó sus vestiduras y quedó postrado en cama varios días. Después reclamó al Consejo que se diera el nombre de su hijo a una de las lunas de Nibiru. Para ese entonces, Ángel se había convertido en un viejecillo bonachón que aguardaba tranquilo el fin de sus días; también su nieto estaba entrado en años y vivía con su abuelo en la vieja cabaña que el hacedor construyó para Ararat. El monte más alto de Nibiru permanecía cubierto de hielos. Ángel le había dado el nombre de Impurgna, en homenaje a su hermano desaparecido dentro de su

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propio cuerpo. Al sentir que se aproximaba su muerte, ordenó que lo enterraran allí. Los dioses lo amaban y se pusieron muy tristes cuando comprendieron que ese cuerpo no contenía más al padre supremo. Una multitud acudió desde todas partes para el funeral y los doce miembros del Consejo acordaron dar el nombre de Ángel a la luna mayor y más cercana”. «Escriba, has hecho un trabajo maravilloso; la piedra se abandona a tus manos como una amante a las caricias del amado. Tu obra perdurará en el tiempo. Mientras, las historias sobre los hacedores y su docena de diosas primigenias, murmuradas de boca en boca por multitud de generaciones, padecerán la metamorfosis del contenido, hasta mudarse en mitos y leyendas que las madres narrarán a sus hijos al calor del fuego del hogar en las noches frías. Yo, Aseleel, así lo afirmo». Cuando terminó la grabación, Nergal lanzó una sonora carcajada. - ¡Aseleel, viejo taimado! ¡Hasta hoy nadie supo de ti y de pronto te habrás vuelto el personaje más famoso de Nibiru!

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Irsum y Nesherih permanecieron en anonadado silencio. Sentían que todas las creencias de su infancia terminaban de estallarles en la cara. - ¡Me imagino que ahora los historiadores y filósofos tendrán que barrer sus libros al triturador de desperdicios! -siguió diciendo Nergal-. Bueno; yo no me quedaré a escuchar sus lamentos mucho tiempo. El planeta fue barrido por una ola de revisionismo histórico de la que tardaría en reponerse. Nergal tenía otras cosas más urgentes en qué pensar, pues se acercaba la fecha de su viaje. Pero antes quería terminar sus memorias; Del, el autómata, estaba a su disposición para esa tarea. De pronto la grabadora se detuvo y el ingenio mecánico giró la cabeza para enfocar las cámaras hacia su amo. - Este es el último archivo, señor -dijo con voz impersonal- ¿Necesita grabar algo más? - No; has finalizado la tarea. Dame la estela. El robot extrajo de la grabadora la diminuta plancha de oro y silicio y se acercó a Nergal que lo esperaba con la mano extendida. Colocó suavemente la estela sobre la palma de su amo y permaneció en actitud de espera. Mientras él la miraba pensativo, llegaron Irsum y Nesherih. - ¿Terminaste? -inquirió su hija.

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Él asintió con la cabeza, caminó hasta una repisa de la que tomó una caja de cristal transparente que contenía la historia de su vida impresa en el brillante metal y dejó caer en ella el último capítulo. - ¿Te sientes bien? -preguntó Nesherih, acercándose para pasarle la mano por los cabellos ralos y emblanquecidos-. Estás tan silencioso en los últimos días... - No te preocupes, ocurre que he tenido que remover viejos recuerdos y algunos son muy duros -le dijo tomándole una mano para llevarla hasta sus labios. Sin soltarla, la condujo hasta su posesión más preciada, un cofre de oro cuyas figuras repujaron a mano artesanos muertos en la noche de los tiempos. Pasó un dedo por el cincelado. - Ustedes conocen la historia de este cofre y la catástrofe que produjo en Tiamat. - Sí, pero es sólo un retazo de tu vida; hay muchos otros que ignoro. Me prometiste que al finalizar tus memorias veríamos la proyección. Es una de las últimas cosas que haremos juntos. - Tienes razón, Nesherih. Ven; siéntate a mi lado. Acércate tú también, mi querida Irsum, hay sitio para los tres en el diván. Del -ordenó al autómata que aguardaba inmóvil-, activa los archivos desde el número uno.

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III

- ¡Déjame, Shoraded; yo quiero apretar el botón rojo! -grité mientras me trepaba al asiento que estaba junto a la computadora. - Espera, la encenderé -contestó girando la palanca. Brotó una luz lechosa que se tornó en rosada cuando pulsé el botón. Introduje en el receptáculo mi pequeña estela personal y apareció en el centro de la habitación una dulce y joven figura femenina. Era Maestra. - Buen día, Nergal -saludó-. Acompáñame, hoy pasearemos por el bosque. Caminé por la cinta sin fin y la densa floresta comenzó a desenrollarse ante mí. Pocos minutos después sentía que era yo el que me internaba por ella. - ¿Qué ves? - Son vegetales como los de mi cuarto de trabajo, Maestra, pero mucho mayores. - Así es. Hay plantas de todos los tamaños. A estos tan grandes los denominamos árboles en un sentido general. Así como llamamos dioses al conjunto de habitantes de Nibiru. Pero como ves, no son todos iguales. Cada clase diferente tiene su nombre particular. Algunos son altos y otros más bajos. Algunos son

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gruesos y otros delgados. Nacen pequeños y luego crecen. - Escucha el aire, Maestra, cómo canta en las hojas. Y mira, cómo se mecen las ramas. - Los árboles son flexibles para que el viento no los rompa. - Aquél tiene frutas como las que comemos en la cena. Maestra, que era virtual, podía cortar frutas virtuales. Trajo una y la abrió para mostrarme la semilla. - Observa, aquí dentro está el germen de un nuevo árbol -dijo. Permanecí un momento contemplando el carozo, pero ella me instaba a proseguir el paseo. - Además de árboles, hay muchas otras clases de plantas en el bosque. Fíjate en esas grandes hojas que parecen vestir el tronco de aquella plinia. No pertenecen a ella porque la plinia tiene hojas pequeñas y oscuras. Es una enredadera. Las enredaderas tienen un tallo muy largo y débil que no puede sostenerlas. Entonces trepan por los árboles para alcanzar la luz. - ¿Y este tan pequeño? ¿Cómo se llama? - No es un árbol; es un arbusto y ya no crecerá. Se llama alibia. Acércate y huele sus flores.

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Aproximé mi rostro a una pequeña corola rosada y aspiré su aroma acidulado y refrescante. - ¡Qué rico, Maestra! - Volvamos ya, querido. Es hora de tu clase de natación. - ¡Sss!, Maestra. Agáchate. Me parece que un musni anda por allí. Acuclillado abracé mis rodillas y contuve la respiración. El pequeño animalito de mullido pelaje totalmente blanco y cola frondosa, asomó por el hueco de un tronco seco, frotó su carita como si la lavara y permaneció unos minutos quieto, encandilado por la luz. Contuve la respiración para no espantarlo. Podía sentirse el viento en la fronda y el zumbar de los insectos. Luego el musni bajó por la corteza y rápidamente se perdió entre la maleza. Sus patitas produjeron pequeños chasquidos sobre las hojas secas. - Hemos tenido suerte. No es fácil encontrar uno de esos animalitos -dijo Maestra sonriendo-. Escucha, mañana continuaremos nuestro paseo. Siguiendo el camino hay una pradera llena de flores. Si andamos aprisa alcanzaremos a verla. Verás que te gustará. Hasta entonces, pequeño. Maestra desapareció y el bosque con ella. La luz se diluyó y mi cuarto de estudios recobró su aspecto habitual. Apenado, acaricié las hojas de los pequeños

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lolutos que lo decoraban y que sobrevivían bajo los ampliadores solares. Oprimiendo otro botón aparecía un niño de mi edad, Amigo. Con él compartíamos diversos juegos de mesa, y cuando Maestra venía a dar sus clases matutinas, él era quien formulaba las preguntas más interesantes. Después que Amigo se retiraba, me sentía deprimido y solo. - Vamos, Nergal -me animó mi preceptor-. Desvístete y nos bañaremos. Te enseñaré una nueva brazada y luego jugaremos con el velero. Tráelo y ven. A la tarde, Hashinit me acicaló vistiéndome con una túnica azul celeste bordada y peinándome con esmero. Cenaría con mis padres y sus visitas. Por supuesto que la importuné todo el tiempo. Demoró tanto en arreglar mis bucles que Insal asomó su bella y ensortijada cabeza para requerir por qué aún no había pasado por su cuarto. No estaba maquillada, así es que no me preocupé. Sabía muy bien lo que tal operación demoraba. Pero mi nodriza me riñó. - Compórtate. No seas malcriado. - Cuéntame un cuento. Te prometo estarme quieto. - De acuerdo, escucha; hace mucho, mucho tiempo, Impurgna llegó montando su nube de plata. Traía miles de niños tan, tan pequeños, que todos cabían en un capullo de rosa enredado en su larga barba blanca. Nibiru era entonces un planeta lleno de flores. El

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hacedor puso a un niño en cada corola. Bebieron el dulce néctar y crecieron fuertes y felices durmiendo blandamente entre los pétalos... Cuando estuve listo, me presenté ante mi progenitora. Ella me hizo girar y aprobó: - ¡Qué preciosidad! Te felicito, Hashinit. Mi nodriza inclinó la cabeza con humildad, pero sus ojos relucían de orgullo. Sin que yo tuviese conciencia de la realidad que había más allá de mi hogar, donde pasé recluido mis primeros años de vida, no dejaba de admirarme por ser el centro de atención de tantas miradas que me hacían sentir alguien muy especial. Sólo tiempo después supe que la ley de igualdad de derechos al agua de la vida para todos los habitantes de Nibiru, había prolongado largamente la juventud y existencia de dioses y anunnakis. La superpoblación del planeta se hizo tan insostenible que institucionalizaron la regulación de los nacimientos. Esta dolorosa medida que privó de descendencia a millones de dioses y a la casi totalidad de los anunnakis, fue sin embargo de lentos resultados. Mucho antes de que la población se redujera a un número adecuado, la polución industrial, la erosión de los suelos por su uso intensivo y la excesiva explotación de los recursos naturales, junto a

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la progresiva desertificación, casi habían acabado con la flora y la fauna del planeta. La agricultura a cielo abierto fue reemplazada por las granjas hidropónicas y salvo algunas reservas para el estudio científico, los animales tuvieron que ser borrados del mundo, cuidando de almacenar sus embriones por si en el futuro pudieran ser vueltos nuevamente a la vida natural. Los mares se dedicaron a producir materias primas alimenticias y se construyeron las primeras ciudades submarinas. Sólo ocasionalmente permitían que parejas de dioses de gran prestigio tuvieran hijos. Por su parte, los anunnakis mantenían sus esperanzas de paternidad en los escasísimos sorteos que los beneficiaban con autorizaciones de nacimiento, de manera que los niños se volvieron una rareza. Al repartirse los permisos equitativamente entre todas las ciudades del planeta, los pocos niños existentes vivían muy alejados unos de otros, lo que imposibilitaba el reunirlos en número suficiente para su formación en escuelas e instituciones. Por lo que recibían educación individual a un alto costo, pues se les debía proporcionar un cuarto de estudios como el que yo tenía, equipado con ampliadores solares, computadora de imagen virtual a visión natural y elementos para practicar diversos deportes. Toda esta infraestructura se descontaba del

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puntaje de los dioses progenitores en las Tablas del Destino, y necesariamente debía ser muy alto para evitar que se atrevieran a solicitar un permiso, pese a que todos los matrimonios tenían derecho a que se prepararan embriones genéticamente desarrollados a partir de sus células. Estos embriones quedaban congelados en tanto que la pareja trabajaba y hacía méritos para traerlos algún día a la vida. Un niño no sólo satisfacía la necesidad de perpetuarse y llenaba el lógico vacío en el corazón de los adultos, sino que también era un signo de elevadísima distinción. Tener un hijo significaba que se habían rendido importantes servicios a la sociedad. Mis progenitores eran altos funcionarios del gobierno de la ciudad, lo que implicaba además de su trabajo, una activa vida social. Criar un niño resultaba imposible con semejante agenda. Cuando les fue concedida la implantación de mi embrión, delegaron en Hashinit la gestación y atención maternal y en Shoraded la dirección de mi educación. Así Insal evitaba las molestias y limitaciones del embarazo, parto y crianza y ambos se libraban de perder su valioso tiempo en solucionar los triviales conflictos y problemas infantiles. Así fue como mi nodriza me dio a luz, y luego cuidó de mí hasta que fui a la Universidad y mi preceptor me adentró en las infinitas

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facetas del conocimiento que deben acercarse a un niño, que vive encerrado en un cuarto y al que hay que preparar para la vida en sociedad y relacionar con un mundo natural circunstancialmente suspendido. Efectivamente, había muchos beneficios pero también una gran desventaja. Estaba prisionero en mi hogar. La sola presencia de un niño en la vía pública podía originar incidentes de riesgo para la criatura. La posibilidad de resultar sofocado o herido por las efusividades de tanta gente que ansiaba un hijo, era un peligro demasiado real. Mis progenitores, como todos, no se atrevían a dejarme salir. Tiempo después descubrí repentinamente la causa de mi desazón. Había crecido y comenzaba a advertir las incongruencias de mi mundo. - No es real -dije un día-. Amigo no existe. Tampoco existe Maestra, ni el bosque, ni los pequeños animalitos. Todos desaparecen apagando la computadora. - Así es, Nergal. Son proyecciones. Hace mucho tiempo en Nibiru hubo árboles, flores y animales que vivían libremente en el campo. En esa época también muchos niños jugaban juntos en los jardines y estudiaban en amplios salones, con una maestra tan real como Hashinit o como yo. En aquel tiempo cada familia tenía una casa, con ventanas por donde entraba

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la luz -continuó él pensativamente-. Ahora somos demasiados. Nos apiñamos en edificios inmensos que por sí solos constituyen toda una ciudad, sin ver casi nunca las estrellas, ni las lunas que nos rodean. Se volvió a mí con los ojos brillantes y me desordenó lentamente los cabellos con su mano. - El Gran Consejo sólo autoriza el nacimiento de unos pocos niños de tiempo en tiempo para que algún día volvamos a vivir como antes. A esos pocos niños les hacemos ver estas proyecciones para que sepan y no olviden que todo eso es bello y puede existir en realidad. Por el momento, debido al exceso de habitantes y a la necesidad de proveer comodidades para todos, la flora y la fauna de Nibiru están destruidas y sus reservas minerales en proceso de agotarse. - Pero entonces, ¿de dónde se sacan los vegetales que comemos? - De las huertas hidropónicas. Allí y en las estaciones biológicas se conservan cuidadosamente las distintas especies. Mi progenitor trabaja en uno de estos laboratorios. Es, en pequeña medida, un mundo natural. Te encantaría verlo. ¡Escucha! Hablaré con tus progenitores. Quizá podamos hacer una excursión. Shoraded les pidió permiso. Para convencerlos les habló de mi aplicación en el estudio; ya manejaba con

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soltura la computadora, dominaba las diversas ciencias en sus aspectos básicos elementales y mis poco brillantes resultados en las artes se debían a las naturales inclinaciones de mi espíritu y no a la falta de esfuerzo. En los deportes sobresalía y como ellos mismos podían comprobarlo, mi cuerpo estaba armónico y bien desarrollado. Merecía un premio. Quería conocer plantas y animales reales y mi celador podía satisfacer mi deseo con sólo avisar a Nannor, su padre, que lo visitaría. Si ellos otorgaban su beneplácito y disponían que un carro eléctrico nos transportara... Estaba casi tan alto como un adulto. Vestido como tal, nadie vería que se trataba de un niño... Así fue como al día siguiente salí por primera vez de mi hogar, flanqueado por mis dos anunnakis, luciendo una túnica larga y una falsa barba rala de adolescente. La estación biológica me dejó atónito. Aparte de los laboratorios y las viviendas, contenía un parque de regulares dimensiones bajo la cúpula del invernadero. Después de la colación me dejaron vagar a mi antojo por el parque. Mi preceptor confiaba en mí. Una intensa felicidad me embargó aquella beatífica tarde entre los bosquecillos poblados de aves que piaban alegremente, los arroyos murmurantes con pozas

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profundas pobladas de pececitos de colores, las flores primorosas y perfumadas, las frutas brillantes colgando de los árboles como joyas y los pequeños animalitos tan mansos que podía acariciarlos sin que huyeran. No fue aquella la única visita que hicimos a la estación biológica, pero sí la más inolvidable. Su recuerdo me impulsó mucho tiempo después a la aventura en pos del planeta azul. Insal, a quien le hiciera gracia mi barba postiza, le comentó mis andanzas a una amiga muy querida que tenía una niña algo mayor que yo. El éxito del ardid del disfraz las animó y planearon reunirnos. Así fue como una tarde Inaku llegó de visita junto a su progenitora. La niña parecía mucho mayor vestida con ropas de mujer y con su oscuro pelo recogido, pero luego, en mi cuarto de trabajo, ahogada de risa, suelta la cabellera sobre la espalda y rojas las mejillas bajo los pícaros ojos negros, descubrió su verdadera e infantil personalidad. Resultó excelente contrincante para jugar con el balón, deporte que no podía compartir con Amigo por su virtualidad, y también en distintos juegos de mesa. Desde entonces nos visitamos tan a menudo como pudimos conseguir que las respectivas progenitoras sucumbieran a nuestros ruegos. El resto del tiempo nos enviábamos mensajes por la computadora.

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Más adelante pude prescindir de la barba postiza para salir de casa. Mi preceptor se aprestó a dar los toques finales a mi educación, llevándome a visitar museos y centros de información donde se almacenaba la historia del planeta. - ¿Por qué están expuestas aquí tantas armas antiguas? -pregunté cierto día. - Son de las guerras de unificación. En una época las distintas regiones del planeta eran independientes y tenían sus propios consejos de gobierno y sus propias costumbres, pero, llegada la era industrial, se vio que los recursos del planeta estaban desigualmente repartidos. Esto generó varios conflictos hasta que finalmente se llegó a un acuerdo. Se decidió formar un gobierno mundial; el Gran Consejo, integrado por la docena de dioses de mayor linaje de Nibiru -concluyó Shoraded llevándome frente a los retratos de los primeros grandes dioses. Una tarde en el parque de la estación biológica, fatigados Inaku y yo de vagabundear, nos sentamos sobre la hierba a descansar y charlar. - En un tiempo más habré reunido en las Tablas del Destino el puntaje necesario para seguir la carrera de astronauta -me jactaba-. Shoraded dice que avanzo muy rápido. Luego pasaré el resto de mi vida

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paseándome por las estrellas. Será magnífico añadí fingiendo conducir una nave imaginaria. Un pequeño musni se acercó. Inaku lo puso en su regazo para acariciarlo. Miré su carita iluminada por la alegría y me pareció más bella que nunca. La abracé con suavidad y besé su fresca boca infantil. Fueron los más felices y los últimos tiempos de mi niñez. Después, mi vida cambió por completo. Un día mi aya me dijo que mis progenitores querían hablar conmigo. Los encontré en la sala de nuestra vivienda; era aquél un acontecimiento desusado, pues normalmente veía a uno o al otro, pero casi nunca a ambos en forma simultánea. - Nergal -me dijo Insal-, ya es tiempo de que te integres al mundo, de prepararte para ejercer una actividad, o estudiar. Hashinit me ha dicho que te gustaría ser astronauta... - Es lo que más me atrae. No quiero un trabajo rutinario y aburrido. - Lamentablemente tú no tienes puntaje suficiente en las Tablas del Destino -intervino Gabel-. Las vacantes para la industria espacial son muy solicitadas y sólo acceden a ella los dioses de mayor prestigio. - Debes comprender que por ser la más codiciada del mundo, la actividad espacial elige a dioses de vastos conocimientos y experiencia -dijo ella

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apartándome los cabellos de la frente-. Tú tienes todavía mucho que aprender. - Por fortuna -continuó mi progenitor-, la actividad que le sigue en importancia, la industria geológica, ha accedido a reservarte un lugar. Estudiarás geología. - ¡Pero eso significa que pasaré el resto de la vida enterrado en las profundidades del planeta! -protesté consternado. - Encerrado en una mina o en una ciudad, ¿qué diferencia hay? -preguntó Gabel. - No es como te lo imaginas, Nergal -explicó mi progenitora poniendo una mano sobre el brazo de su marido-, lo más penoso de esa actividad es realizado por los anunnakis. Además, los avances tecnológicos alivian la mayor parte del trabajo. En las profundidades de las minas hay ambientes climatizados tan agradables como en el interior de cualquier ciudad. - Por otra parte, no necesariamente estarás obligado a trabajar en las minas; piensa en un doctorado, por ejemplo -dijo Gabel mirando furtivamente su reloj y levantándose para dar por terminada la reunión-. En ese caso podrás dedicarte a la investigación. Seguramente surgirán otras opciones. - No debes subestimar esta oportunidad -dijo Insal levantándose a su vez-. Muchos otros hay que lo

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darían todo para conseguir la vacante que hemos hallado para ti. La breve charla había terminado y yo me quedé solo cuando ellos se fueron a proseguir su vida cotidiana. Mi niñez había concluido oficialmente. - Maestra, van a desmantelar el cuarto de estudios y me iré a vivir en la Universidad. No te veré más. - Debes alegrarte, jovencito. Es un avance importante en tu vida. Te enfrentarás al mundo sin la ayuda, a veces demasiado protectora, de tus seres queridos. - ¡Tengo miedo! - Es natural; temes a lo desconocido. Sin embargo, debes confiar en ti; tienes los conocimientos básicos esenciales y te irá bien. Terminarás por aceptar tu nueva vida y hasta te parecerá maravillosa. - Gracias por todo lo que has hecho por mí, Maestra. - Hasta siempre, mi chiquito. No llores. En realidad, tu vida comienza a partir de ahora. La figura de Maestra desapareció y ya no encendió más la computadora. Permanecí largo rato observando ese aparato definitivamente mudo para mí. Los sirvientes procuraron, con algunas inocentes bromas, infundirme valor sin obtener grandes resultados.

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Sintiéndome un tanto confundido y hasta defraudado, fui a despedirme de Inaku. Me recibió en una pequeña salita. - ¿Qué pasó con tu cuarto de trabajo? - Ya no lo tengo. Soy mayor y pronto me iré a estudiar. No lo necesitaba y nos deshicimos de él. Efectivamente, parecía haber crecido muchísimo desde la última vez que estuvimos juntos. Además, se la veía seria y quizás preocupada. - Justamente venía a despedirme de ti porque me marcho. Mis progenitores me envían a estudiar geología -añadí con pesar. - Está muy bien. Mejor que astronáutica. Por lo menos te tendremos a mano en el planeta -mi amiga sonreía. Te amo, Inaku. ¿Me amas tú también? ¿Esperarás mi regreso? Ella tomó mi mano y la besó. - No hagamos planes, Nergal. Ambos iremos a la Universidad, conoceremos gente nueva. Es mejor que seamos libres por ahora. Hundí mis dedos en su espesa cabellera de brillos azules como la noche. - Está bien, si tú lo quieres así. Pero dime. ¿Qué te ocurre? Pareces triste... - No, descuida, no es nada. Te extrañaré. ¿Sabes?

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La abracé y la besé. Ella ya no era una niña y abrió su boca. Su beso consoló mi espíritu perturbado. Luego me despedí de los anunnakis, de mi hogar, de Hashinit, de Shoraded y sus progenitores. Gabel e Insal me acompañaron al aeropuerto. Después que los abracé y mientras subía por la rampa hacia la nave que me llevaría a la Universidad, el recuerdo del beso de Inaku retornó a mí y me ardió en la garganta y me quemó en el pecho, y siguió quemándome en el viaje y aún mucho tiempo después. - Mi tarea consiste en hallar la forma de que te insertes en la sociedad estudiantil -dijo el consejero universitario-. Actualmente hay tan pocos jóvenes de tu edad que ya no existen cursos ni profesores para las materias de introducción. Hizo una pausa, dirigiéndome una mirada acompañada por una sonrisa que me pareció misteriosa. - Hemos designado a un estudiante con experiencia para compartir la vivienda contigo. Te ayudará a superar las dificultades que puedas tener al principio, Nergal. Apartó la vista de la pantalla donde examinaba mis datos personales y me extendió una tarjeta magnética.

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- Aquí tienes grabada la zona y el número de tu departamento -se levantó y me puso una mano en la espalda para acompañarme fuera de la oficina-. Espero que encuentres de tu agrado el programa de adiestramiento que hemos desarrollado para casos como el tuyo. Un carro eléctrico aguardaba en el corredor. Esperó a que yo me instalara a bordo con el equipaje. - Sé bienvenido a la Universidad -dijo mi consejero cuando el carro se puso en movimiento. El vehículo me llevó por los corredores que entrelazaban las distintas dependencias de aquella megaestructura. Una multitud llenaba los salones y paseos públicos y caminaba por los jardines hidropónicos. En poco tiempo llegamos al sector destinado a vivienda del personal universitario y el vehículo se detuvo. Cuando entré al departamento, vi a una joven algo mayor que yo, ocupada en desempacar. - ¡Hola! -saludó con una sonrisa sin dejar lo que hacía-. Me advirtieron que llegabas; mi nombre es Helea. - Hola, yo soy Nergal -respondí sin soltar mi equipaje- ¿Eres tú el estudiante que va a vivir conmigo? No sabía que fuese una mujer...

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- Es parte del programa. Las computadoras han examinado tus gustos, costumbres y forma de ser. Me eligieron a mí para compartir la vivienda contigo porque somos compatibles. - Pero tú también eres estudiante, ¿verdad? - Desde luego; estudio historia desde hace algún tiempo. Pero deja tus cosas y ven a ver nuestra vivienda. Helea descorrió una puerta deslizable que ocultaba un minúsculo cuarto provisto de un mueble que ocupaba toda una pared; junto al mueble había un lecho listo para usar. El cuarto de ella estaba al otro lado de la pequeña sala, frente al mío, y era igual, salvo su disposición opuesta. Entre ambos encerraban el cuarto de baño. El resto de la vivienda era la sala donde estábamos, amoblada con un par de sillones y dos muebles provistos de sendas computadoras. - Bueno -dije cuando hube examinado todo-; no es muy espacioso. - ¿Bromeas? -se rió-. Es un privilegio disponer de tanto espacio para nosotros dos solos; los anunnakis que logran ingresar a la Universidad, deben compartir un sitio no mucho mayor que este entre seis. Terminamos de llevar el equipaje a nuestros respectivos cuartos y de pronto nos encontramos sentados frente a frente en los divanes, mirándonos.

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- ¿Tienes novia? - Tengo una amiga, Inaku. No quiso ser mi novia ¿Tú tienes novio? Encontró muy divertida mi pregunta. Su risa cristalina inundó la vivienda. Después se puso seria. - Conviene no atarse a compromisos mientras todavía eres estudiante. Después, cuando ya sepas en qué vas a trabajar durante toda tu vida, y dónde, recién entonces se puede formalizar una relación. - ¿Y eso por qué? - Supón que decido vivir en pareja estable con alguien, y al salir de la Universidad yo encuentro trabajo al otro lado del mundo y mi novio se queda a trabajar cerca de aquí; ¿cómo quedaría nuestra relación? - Entiendo; algo así me pasó con Inaku. Era cómodo hablar con ella y le confié cosas que jamás dije a Hashinit o a mi preceptor. Después mi compañera se levantó. - Es hora de ir a comer algo. En otros tiempos había amplios salones sociales exclusivos para los estudiantes, pero ahora compartimos los mismos con el resto de la gente universitaria. Me condujo entre una muchedumbre de dioses de ambos sexos, muchos de ellos de edad avanzada. Por lo general conversaban acerca de sus trabajos.

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Observé que varios se fijaban en mí y cuchicheaban en voz baja. Helea conocía a algunos de los más jóvenes y me los presentó. Formaban un pequeño grupo de egresados que ya tenían trabajo y hablaban de cosas que yo no entendía casi nada, pero lo mismo disfruté de su compañía. Después de varias horas me sentí tan fatigado que dejé de prestar atención a lo que se decía. Mi mente voló hacia el recuerdo de Inaku y la dolorosa punzada volvió. Le dije a Helea que me iba y saludé a los demás. Regresé solo al departamento. Estuve sentado en el borde de la cama, sin nada que hacer. Ya no había quien organizara mi tiempo y eso me desconcertaba. Decidí tomar una ducha antes de acostarme. Quizás luego me sintiera mejor. Estaba quitándome espuma de la cara cuando sentí que alguien me abrazaba desde atrás, giré la cabeza sorprendido y allí estaba Helea, totalmente desnuda. Fue tan inesperado para mí, que sólo atiné a mirarla asombrado. Ella ignoró mi turbación y me arrebató la pastilla de jabón. - Déjame enjabonarte -dijo cerrando el grifo. Con suavidad me pasó la pastilla perfumada por todo el cuerpo. Después la puso en mi mano y giró para que le frotara la espalda. Tímido al comienzo y con audacia después, la cubrí de espuma. Su cuerpo

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estaba más desarrollado que el de Inaku. Los pechos de ésta apenas sobresalían, mientras que los de Helea se destacaban espléndidos y levantados, tan perfectos y bellos como los de Hashinit, pero ahora los de la muchacha despertaban en mí una sensación desconocida. Los pezones se endurecieron al contacto de mis dedos. Pasé jabón por las caderas redondeadas y el pubis cubierto de un vello enrulado. Abrió el grifo para quitarnos la espuma, me echó los brazos al cuello y apoyó sus labios mojados sobre los míos mientras el agua caía sobre nosotros. Después de secarnos, me tomó de la mano y me condujo a su lecho. La seguí dócilmente, sin salir de mi aturdimiento, preguntándome si era real lo que estaba sucediendo. Shoraded me había explicado los mecanismos de la reproducción, pero lo que yo descubrí esa noche con mi compañera fue el placer. Además, entre los brazos de Helea disminuía el fuego que dentro de mí encendiera el beso de Inaku y quise hacerlo una y otra vez hasta que mi compañera, una de las jóvenes más insaciables de la Universidad, según supe después por comentarios e inclusive por propia experiencia, decidió, exasperada, abandonar el campo y se encerró en mi dormitorio.

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Al día siguiente nos levantamos tarde y aseamos nuestro departamento. Después salimos a comer. Cuando regresamos, me instruyó en el uso de la computadora. Las clases estaban grabadas en estelas didácticas. La computadora se conectaba a un casco virtual cuyo visor proyectaba a mis ojos imágenes tridimensionales mientras escuchaba claramente por los auriculares las explicaciones del docente. No era tan sofisticada como la de mi cuarto de estudios, cuyas imágenes holográficas se veían con enorme realismo en el espacio, pero cumplía la misma función. De esta manera, sin moverme del departamento, asistía cómodamente a clases. La máquina respondía con su infinita paciencia electrónica cuando me hacía repetir una y otra vez aquello que no había comprendido bien. Entretenido en el estudio no advertí el paso del tiempo, hasta que percibí unos discretos golpecitos en el casco. - Se hace tarde para cenar -me dijo Helea-. Deja los estudios para mañana y vamos a bañarnos. Nos duchamos juntos y jugamos divertidos y felices bajo el agua. Después fuimos al salón social donde me entretuve con mis nuevos amigos. Nos retiramos temprano. El trajín de la noche anterior se hacía sentir. Pronto me habitué a la rutina. Estudio durante el día, esparcimiento en la noche. Me gustó. En poco tiempo

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hice amigos; me sentía feliz y a mis anchas. Mi hogar, Hashinit, Shoraded, Inaku, parecían cada vez más lejanos. Periódicamente acudía a los laboratorios de investigación geológica, donde trabajaba una gran cantidad de gente. Allí tomé contacto con los instrumentos de mi carrera. También tenía que acompañar a los graduados cuando salían a examinar alguna zona de nuestro planeta. Exploramos muchos sitios agrestes y desolados, verdaderos desiertos de piedra sin animales ni vegetación alguna, tan erosionados que dejaban al descubierto los plegamientos geológicos. Tomamos rocas de muestra para llevarlas al laboratorio donde las observamos en detalle. También visitamos numerosas minas, adentrándonos en las profundidades de Nibiru para conocer los métodos de trabajo en los diferentes yacimientos. Pero la mayor parte del tiempo permanecía en el departamento junto a Helea, asistiendo a las clases virtuales. En ocasiones ella me llevaba a visitar museos y archivos informáticos. Completé así las lecciones iniciadas por mi preceptor. Junto a mi compañera conocí muchísimos aspectos que ignoraba del pasado de nuestra raza. - Estos utensilios pertenecen al período secundario tardío ¿Qué te parecen?

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Examiné los instrumentos de la vitrina. Los objetos, tallados en hueso y en piedra, se veían groseros. - Los que vimos en la sala anterior estaban mucho mejor terminados -dije-. No hay duda que los fabricó gente más experimentada. - Sin embargo, aquellos pertenecen al período arcaico primigenio. Son más antiguos. - ¿Cómo es posible? Eso no concuerda con el concepto de evolución permanente. - Por eso algunos científicos creen en la existencia de una raza maestra. Son los creacionistas, y sus teorías se contraponen con las de los evolucionistas, sus rivales. - Maestra siempre me habló de la teoría evolucionista... - Porque es la oficialmente aceptada. Jamás lo olvides en los exámenes. El período de estudios transcurrió casi sin advertirlo. Al rendir las últimas evaluaciones, las imágenes de Inaku y de mi hogar tomaron relevancia y la añoranza llenó mi corazón. Por fin, un día me encontré en la nave que me llevaría de regreso, palpitando de ansiedad por el reencuentro. Mis progenitores se las arreglaron para estar juntos a mi llegada.

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- ¡Querido, te veo más delgado! -exclamó Insal al verme, al tiempo que se ponía en puntas de pie para depositar un beso sobre mi frente. - ¿Es que no te gusta la comida en la Universidad? -inquirió Gabel después de abrazarme. Yo les narré mis experiencias sin omitir detalle alguno; ellos me escucharon mirándome con ojos espantados. Habituados a las costumbres tradicionales de nuestra ciudad, la vida alegre y licenciosa de los estudiantes los escandalizaba. Y más todavía que su hijo participara de tal desbarajuste. - No he visto a Hashinit ni a Shoraded. ¿Qué ha pasado con ellos? pregunté. - Debo decirte algo comenzó titubeando mi progenitor. Has madurado mucho en este tiempo y debes saberlo. - ¿Qué les sucedió? -interrumpí ansioso. - Nada; ellos están bien. Escucha, sé que te pareció extraño que te enviáramos tan de improviso a la Universidad, ¿verdad? - Sí, Gabel; así fue. - Sucedió algo que no te quisimos decir para evitarte preocupaciones. Tú sabes que durante mucho tiempo trabajé para el gobierno de la ciudad y puse en ello mi mejor empeño y voluntad. - Sí, señor; lo sé.

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- Bien, Nergal. No siempre el esfuerzo personal es suficiente y en mi caso no lo fue. Atak, un dios con muchas influencias en el Gran Consejo, quiso el puesto de jefe del gobierno y lo obtuvo. Todos los integrantes del equipo anterior fuimos desplazados y nuestros cargos ocupados por sus acólitos. Insal y yo pasamos un mal momento. Por fortuna contabas con puntaje suficiente para ingresar a la Universidad, aunque no fuera en la carrera de tu agrado. Fue un medio de desvincular tu suerte de la nuestra. Ahora tu vida depende de ti y nada que nos suceda puede perjudicarte. - Si yo lo hubiese sabido... - Te hubieras preocupado inútilmente, hijo. Ya nada se podía hacer, pero no temas. Hemos montado una empresa de asesoramientos en control de calidad industrial. Nos va bien, pero tuvimos que prescindir de la mayoría de nuestros anunnakis. Gracias a Nannor y a algunas amistades, pudimos conseguirles empleo en la estación biológica a Hashinit y a Shoraded. Están juntos y son felices. De repente un angustioso pensamiento se abrió paso en mi mente. - ¿Qué sucedió con Inaku? Su progenitor también era funcionario.

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- Él está con el nuevo jefe de gobierno. Se sintió incómodo por la amistad de su hija con nuestro hijo; por eso la envió a estudiar arte a una ciudad lejana. Advertí que esa debió ser la pena que ensombrecía a mi amiga cuando me despedí de ella y que por eso rechazó mi amor. Aquel mismo día visité la estación biológica donde trabajaban mis preceptores. Habían anexado una huerta hidropónica para cultivar, en condiciones rigurosamente controladas, las variedades vegetales necesarias para la alimentación y la industria. Caminé entre las hileras de plantas observando a los anunnakis cosechar los frutos. Mi nodriza se ocupaba en ese momento de distribuir el riego en su zona de sembradíos. Me detuve a su lado, sonriendo en silencio. Ella percibió mi presencia, giró la cabeza y me miró. Sus hermosos ojos se abrieron por la sorpresa y se arrojó en mis brazos ahogando un sollozo de alegría. También derramé algunas lágrimas, y por un instante permanecimos estrechados sin poder hablar. - Fui a mi hogar y me encontré con que ya no vivías en él ¿Dónde está tu marido? - Fue a buscar insumos químicos para los cultivos. Pero, ¡qué delgado estás! Has crecido... - Me puso muy triste no encontrarte en casa a mi regreso ¿Cómo te encuentras tú?

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- No debes preocuparte por nosotros. Sabíamos que solamente viviríamos contigo hasta que ingresaras a la Universidad. No se puede detener el tiempo. Estamos muy bien aquí. Mira todas esas plantas con flores y frutos brillantes ¿Recuerdas cuánto te gustaba venir? A veces paseo por el parque y pienso: ¡Nergal estuvo aquí! Y es como estar contigo. He sido dichosa; tuve la fortuna de darte a luz. Para mí siempre serás mi hijo. Te he llevado en mi vientre, te he dado el pecho, y te tuve largamente en mi regazo. Estoy orgullosa de ti y segura de que llegarás lejos. Serás el recuerdo que atesoraré mientras viva. Al regresar a la Universidad, fui citado por mi consejero académico. - Tuviste buenas notas en el período anterior, pero la industria geológica aumentó sus exigencias respecto a los puntajes requeridos para finalizar la carrera. Con el que tienes actualmente pueden cancelar tu matrícula. Sentí un mareo al escuchar esto y me puse pálido. Quedar fuera de la universidad me condenaba, por lo que me restaba de vida, a ejercer tareas secundarias, casi al nivel de cualquier anunnaki. - Tal como yo veo las cosas –prosiguió-, tu única posibilidad es ingresar de aprendiz en una mina. Te

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otorgará puntaje y ganarás en experiencia. No sólo eso, te reservarás un puesto en esa mina para cuando hayas finalizado la carrera. Tendrás título y trabajo todo junto. Es una gran seguridad para tu futuro. Me apresuré a seguir su consejo. Fui admitido en una gran mina ubicada cerca de la Universidad, donde las enormes máquinas perforadoras excavaban las galerías arrojando detrás de sí el material triturado que era recogido y transportado en contenedores hasta la planta procesadora, en la que se extraía y purificaba el mineral. Gran parte del trabajo era automático y aprendí a regular el proceso desde los monitores de la sala de control. También pasaba mucho tiempo en el laboratorio para conocer las técnicas de refinado y análisis de las muestras. Continuamente trabajábamos bajo un ruido insoportable. Al principio me vi obligado a ir a la cama con el casco puesto para conciliar el sueño. Con el tiempo terminé por acostumbrarme. Negeg, un anciano minero a punto de jubilarse, me había tomado a su cargo. Se suponía que cuando dejase el puesto vacante yo ocuparía su lugar. Después de cada turno de trabajo concurríamos al salón social, instalado en una antigua galería subterránea hacía largo tiempo agotada, donde nos despachaban una

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fuerte cerveza minera de la que mi instructor bebía cantidades prodigiosas. - ¿Hace mucho que trabajas aquí? -averigüé mientras bebíamos. - Desde que era un joven como tú, y de eso hace tanto que ya ni siquiera intento recordar. Si pusiera junta toda la cerveza que me he bebido desde entonces, podría tener mi propio lago. - Si tuvieras que comenzar otra vez de joven, ¿volverías a trabajar en esta mina? - ¡Creo que en tu lugar saldría ya mismo por esa puerta y no volvería jamás! Puedo describirte tu vida en detalle desde que tomes el puesto hasta que tengas mi edad. Todos los días tendrás que hacer lo mismo que hicimos hoy. Cambiarán los números de las galerías a medida que se vaya profundizando, tal vez algunas nuevas técnicas vengan de tiempo en tiempo a interrumpir la rutina cotidiana, pero hasta esos pequeños cambios llegarán a parecerte monótonos. El hastío se introducirá poco a poco, tan hondo dentro de ti, que terminará por dañar tu cerebro y no sabrás gozar ni siquiera de los períodos de vacaciones. Las licencias del hastiado Negeg se hicieron más frecuentes, pues yo me quedaba ocupando su lugar. Al comienzo todo era nuevo y fascinante, pero cuando

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dejó de tener novedad para mí, me ganó el tedio; un aburrimiento insoportable a cinco mil metros de profundidad que debía ahogar en cerveza. No había mujeres en las minas por temor a las distracciones, no obstante no faltaban los accidentes entre los anunnakis. Cuando el período de aprendizaje terminaba, regresaba a la Universidad hasta las siguientes vacaciones. De esa manera transcurrió mi vida. Compartía el departamento con Helea, pero al promediar mi carrera ella concluyó la suya. Fueron semanas difíciles en las que debí apoyarla, animarla y soportar su humor repentinamente variable. Por fin rindió su evaluación, aprobándola con excelente puntaje. Entré en la vivienda para felicitarla, pero ella había sacado sus cosas del armario para empacarlas. - ¿Vas a marcharte? -la interrogué sorprendido. - He recibido una oferta muy tentadora. Hay una vacante docente para mí en otra ciudad -respondió esquivando los ojos. Me acerqué a ella y la obligué a mirarme. - No te entiendo, ambicionabas el doctorado, lograr el puntaje necesario para acceder a los puestos de investigación...

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- He desistido de seguir los estudios. Quizá más adelante... Tener un empleo me permitirá aplicar lo que he aprendido. - ¡Elegiste lo más fácil! -Exclamé soltándola para salir dando un portazo. Furioso, di vueltas por los pasillos hasta que me calmé. No quería que Helea se fuera. ¿Qué sería de mí sin ella? Sin su pícara risa, su clara inteligencia y su espíritu travieso, ¿qué quedaría de mi vida estudiantil? No era el único en lamentar su partida. La despedimos con una fiesta en el salón social, y en improvisados cantos expresamos nuestro pesar. Le costó mantener su determinación, pero en definitiva y buscando devolverse el valor, nos aseguró que no la recordaríamos más allá del tiempo que le tomara abordar la nave. También se acercaba el fin de mi carrera. Trabajaba con intensidad y los pocos momentos de esparcimiento que me permitía, los pasaba con un pequeño grupo de amigos y amigas tan apaciguados como yo. Por fin llegó el gran día de mi evaluación, que consistió en responder a las preguntas y situaciones que me planteó una computadora, la cual me hizo recorrer virtualmente diferentes yacimientos para identificar y calcular las reservas minerales en cada uno de ellos. También fueron examinados mis

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conocimientos geofísicos y el uso de instrumental tecnológico moderno. Terminé agotado y nervioso. Esperé en el despacho de mi consejero académico el resultado del examen. Él consultaba la pantalla del ordenador; al fin me miró y en la cara se le dibujó una sonrisa. - Bien; has aprobado. - ¡Ah, señor, qué alivio! -dije sintiendo que mis músculos se relajaban y desaparecía la presión sobre mi estómago. - Ahora es preciso decidir qué piensas hacer. El trabajo en la mina estará muy pronto a tu disposición. - Señor, si ocupo ese puesto quedaré estancado y falto de perspectivas para el futuro. - ¿Por qué crees eso? Tienes un título y puedes hacer carrera hasta lograr un nivel gerencial. - Pero recién cuando quienes me preceden se hayan jubilado, y con el agua de la vida eso puede llevar mucho tiempo. Sé que el borrachín de Negeg se dejó anquilosar y jamás avanzó en las categorías de la mina; eso dio lugar a que los principales cargos jerárquicos fueran sucesivamente ocupados por gente más joven que él. Si tomo ahora su lugar voy a tener seguridad, pero también rutina y hastío. Yo quiero otra cosa para mí.

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Me miró en silencio un largo rato; yo no aparté la vista. - Concretamente, debes explicarme cuál es tu idea. - Quiero hacer el doctorado, señor. Sé que se organizan equipos de investigación para intentar asentamientos en las lunas de Nibiru, con la finalidad de explotar los yacimientos de minerales que escasean cada vez más en nuestro planeta. - Pero sabrás que los cupos para integrar las futuras expediciones serán muy limitados y se competirá muy duro por ellos. Encontrarás a muchos dioses de más linaje que el tuyo anotados en las listas de espera. - Debo correr el riesgo, señor; estoy seguro de que si no lo intento, lo lamentaré toda la vida. - Bueno, mi deber es aconsejarte el camino más seguro. Pero eres muy ambicioso y créeme que te comprendo porque yo, de joven, también he tenido mis sueños, pero debo advertirte que estas aspiraciones rara vez se cristalizan en nuestra ordenada y previsible sociedad. Al fin el tedio y la rutina se apoderan de nosotros hasta que terminamos por observar impotentes el naufragio de nuestras ilusiones. Se le humedecieron los ojos, se le quebró la voz y tuvo que hacer silencio por unos momentos. Turbado,

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bajé la vista. Él se recompuso y prosiguió hablando con esfuerzo. - Los cambios son lentos y poco profundos. Mira, por ejemplo, a los anunnakis. Desde que los antiguos esclavos recobraron su libertad, ¿qué cambios hubo? Anunnakis han nacido y anunnakis morirán, y para ellos están destinados los puestos más humildes. Las Tablas del Destino distribuyen eficazmente los escasos recursos de nuestro mundo, por eso no viven mucho mejor los dioses de mayor prestigio que el último de los sirvientes. Acumular puntaje para acceder a puestos de mayor responsabilidad y jerarquía equivale hoy al afán de antaño por poseer bienes materiales. El consejero abandonó su asiento y se paseó por la habitación sin dejar de hablar. - El poder se logra ahora con puntaje y la competencia es encarnizada. No obstante no es mi propósito desanimarte, sólo quiero prevenirte para que sepas que el camino que quieres seguir no es fácil. Lo descubrirás tú mismo muy pronto. Para comenzar -prosiguió regresando a la computadora-, no podrás hacer el doctorado a menos que un científico de cierto renombre acceda a patrocinarte y eso es duro de conseguir. Todos están muy ocupados en sus propios asuntos. Yo procuraré ubicar a alguno que tenga una

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vacante disponible, pero puede llevarme mucho tiempo. Mira, consultaré la pantalla y verás tú mismo que no hay ningún nombre. El consejero observó la pantalla luego de teclear algunos botones y un nombre solitario brilló en ella; ambos ahogamos una exclamación de sorpresa. Él apretó enseguida otros botones y estableció una comunicación. - ¿Tú eres la secretaria de Enki? -indagó cuando su llamada fue atendida-. Acabo de verificar que tiene una vacante disponible ¿Crees que puedo obtenerla para un pupilo mío? - Envíame sus antecedentes ahora mismo. Le conseguiré una entrevista con él. Tiene suerte, pues hace sólo unos instantes que ingresé la existencia de la vacante al centro de datos. Mientras escuchaba esta conversación, mi corazón palpitaba con fuerza. Enki era uno de los científicos más prestigiosos de Nibiru. Conseguir su patrocinio era impensable para mí. - Bien, Nergal me dijo el consejero; parece que la suerte está de tu lado. Intenta impresionar bien a Enki, porque si él accede a patrocinarte, tus perspectivas de éxito están descontadas.

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La secretaria de Enki me introdujo en un pequeño gabinete atiborrado de instrumental electrónico donde él trabajaba. Lo reconocí por haberlo visto numerosas veces en la telepantalla. Era joven todavía, de cabellos negros y ojos grandes, grises y brillantes. Su sonrisa era jovial y se movía con calma y seguridad. Con un gesto me invitó a sentarme frente a él. - Así que tú eres Nergal --dijo con simpatía mientras consultaba en la pantalla mis antecedentes, trabajos y calificaciones obtenidas hasta el momento-. Puedes entrar a cumplir funciones en una mina, pero no has aceptado ¿Por qué? - No quiero pasarme el resto de la vida enterrado, ahogando mi tedio en cerveza. Pienso que debe haber una mejor forma de vivir. - Nuestra sociedad se ha vuelto muy estática. Casi no existe movilidad porque las escalas de puntaje perpetúan las diferencias. Tú sabes que a mayor puntaje corresponde obtener más puntos por unidad de tiempo. Los jóvenes como tú son pocos y sus puntajes escasos. Por ello quedan instalados en un sitio de la escala social que difícilmente abandonen, ya que todos los caminos están bloqueados por sus mayores. Leyó la decepción en mi rostro. Sonrió y trató de levantarme el ánimo.

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- Me gusta que te hayas negado a seguir lo fácil y seguro; ello demuestra que tienes disposición para luchar. - Sí, Señor. - Parte de tu vida ya está trazada; perteneces a la industria geológica. Tal vez no sepas que la Universidad tiene convenios con los geoindustriales para no retirar personal calificado hacia otras actividades. No podrás conseguir empleo en la Universidad ni tampoco en la industria espacial. - ¡Francamente, ignoraba eso, señor! -expresé consternado. - No obstante los reglamentos que elucubran sujetos sentados en sus escritorios, a veces no será tan fácil separar una actividad de otra. Por ejemplo, se acaban de formar grupos de trabajo multidisciplinarios para estudiar las posibilidades de extracción mineral en las lunas de Nibiru. Si las condiciones son accesibles a nuestro nivel tecnológico, seguramente se instalarán bases permanentes en ellas. ¿Comprendes lo que significa? Será necesaria gente joven y capacitada para abrir nuevas fronteras. Practicar la minería en las lunas implica la necesidad de enviar geólogos con adiestramiento espacial. - ¡Sería maravilloso participar en ello, señor!

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- Yo puedo conseguir que ingreses al proyecto Dritón, pero no te apresures a alegrarte. El hecho de intervenir en los equipos de estudio no significa que podrás viajar alguna vez. La competencia para acceder a las plazas vacantes será terrible. - Gracias, señor -dije poniéndome de pie al comprender que la entrevista había terminado-. Te agradezco el tiempo que me has dedicado. - Trata de hacer un buen trabajo. Yo no te perderé de vista. Ven a consultarme cada vez que lo consideres necesario. Poco tiempo después ingresé al proyecto de investigación Dritón. Ese hecho, además de abrirme la posibilidad de iniciar mi trabajo de tesis, me daba una remota oportunidad de viajar a esa luna, para lo cual sería necesario previamente hacer un curso de astronauta, actividad donde realmente estaba la acción por aquel tiempo en Nibiru. Muchos dioses de diferentes disciplinas científicas trabajaban en el proyecto en una ordenada cadena de jerarquías. A los geólogos nos acomodaron en una estrecha oficina. Mi jefe era un joven geofísico algo mayor que yo. La primera tarea que me confió fue escudriñar de cerca la superficie de Dritón, explorada por máquinas telecomandadas. Por medio de un casco

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virtual, yo dirigía el robot sobre la helada superficie de la luna buscando trazas de minerales. Mis hallazgos, junto a los realizados por otros compañeros, pasaron a engrosar los datos que se incorporaban al trabajo principal como minúsculos arroyuelos que alimentan el río majestuoso. Felizmente, teníamos frecuentes vacaciones para aliviar un poco el fastidio de esa tarea. De tiempo en tiempo hacía una visita a Enki y le daba cuenta de mis progresos. - Lo malo de pertenecer a un gran equipo -me quejé llevado por la impaciencia-, es que mi labor desaparece como gotas de agua en el torrente. - Finalizado el estudio, derramará puntos entre todos los participantes, aunque los dioses de más linaje sean quienes obtengan el mayor beneficio del fruto de tus afanes y el de muchos otros. - ¡Pero aún no he podido ocuparme de mi tesis! - Debes tener paciencia. Ante todo, una tesis es una labor individual realizada fuera de los horarios de trabajo establecidos, de otra manera, los puntos se los llevaría tu jefe. Lo que sucede es que todavía no has encontrado la punta del ovillo para imaginarla. Piensa, por ejemplo, que en las minas de Dritón las condiciones de explotación serán muy diferentes que en las minas de Nibiru; habrá que utilizar técnicas

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especiales. Allí tienes un buen campo para ejercitar la imaginación. Puedes consultar los archivos que ilustran sobre herramientas de uso geológico. Para destacarte, tienes que trabajar más duro que el común de la gente. Sus consejos me abrieron el panorama. Decidí pensar menos en reuniones sociales y aprovechar las vacaciones. Investigué con modelos computados llevando a un simulador las condiciones de la luna: escasa gravedad, ausencia de atmósfera y bajísimas temperaturas. Con el tiempo, advertí que las técnicas corrientes fracasarían en aquellas condiciones. Llevé mis conclusiones a Enki. Me indicó otra manera de indagar en los bancos de datos para conseguir más información. Tiempo después estuve en condiciones de trazar pautas para el mejoramiento de las técnicas corrientes de minería. Con su patrocinio, publiqué los trabajos con mi propio nombre. Muy poco después me relevaron de mis funciones de explorador virtual para asignarme la tarea de introducir en la computadora los datos del resto de los exploradores; era el quehacer más irrelevante del Proyecto Dritón. - Han descubierto tus publicaciones -me dijo una compañera de trabajo.

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- Esas reacciones son habituales -dijo Enki cuando le informé-. Yo soy ahora un científico de prestigio, pero cuando era un principiante, tuve que soportar el uso que hacían mis superiores de mis trabajos para aumentar sus propios puntajes. Muchas veces estuve tentado de dejar todo, pero un día me dije: de donde nacieron esas ideas seguramente quedan muchas más, y fatalmente tendrán necesidad del productor. Y así fue. - El hecho es que Ishkur y los demás están celosos de mí. - Temen que mejore tu posición en las Tablas del Destino para cuando llegue el momento de designar a quienes irán a Dritón a hacer el trabajo real. Como sabes, esas plazas son muy solicitadas porque otorgan más puntos por unidad de tiempo que en la superficie del planeta. Por ejemplo, si hubieras ocupado el puesto de Negeg, obtendrías cien puntos por unidad de tiempo. El mismo puesto en Dritón otorgará el triple por los peligros y las incomodidades a que estarán expuestos. Todos luchan fieramente para conseguir eso, y debes hacer lo mismo. Por aquel tiempo la rutina de las actividades cotidianas fue olvidada ante un tema que monopolizó la atención de todos. Nibiru se acercaba al perihelio.

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Después de vagar solitario en su excéntrica órbita, se aproximaba a la estrella central de nuestro sistema. Paulatinamente, Apsu crecía y aumentaba su brillo mientras nuestro planeta comenzaba a interceptar las órbitas de los planetas interiores, que giraban en sentido opuesto. Durante el pasado perihelio, los astrónomos pudieron estudiar los planetas del sistema con más detalle, utilizando instrumentos colocados en órbita. Pero desde entonces, el progreso en la construcción de cohetes decidió a los científicos a enviar sondas no tripuladas a cada uno para examinarlos de cerca. Apasionaba y excitaba la imaginación la posibilidad de descubrir la existencia de vida en los planetas interiores de nuestro sistema. El Gran Consejo fue presionado por los dioses de la actividad espacial, y accedió a facilitar recursos adicionales para llevar a cabo semejante empresa, con gran oposición de las industrias no involucradas, que vieron disminuidos sus presupuestos. Nosotros, en el Proyecto Dritón, tuvimos escasez de medios por esta causa, lo cual nos retrasó. Los más contrariados por esta situación eran quienes mayores posibilidades tenían de integrar las expediciones a esa luna. Los dioses geoindustriales habían luchado para impedir el proyecto, pero fueron derrotados. El Gran Consejo debía tener en cuenta los anhelos del conjunto

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de la población, expresado por los filósofos y sociólogos que los interpretaban y eran sus voceros. Por más que se consiguieran extraer los recursos de las lunas, sostenían, la situación del atestado Nibiru no mejoraría. Quizá, tan sólo no empeoraría por un tiempo. Aunque los niños estaban casi extinguidos, pasaría mucho tiempo sin que se palparan los resultados del control de la natalidad. Hasta para los más optimistas el anhelo de un planeta otra vez poblado de bosques y animales y en cuyas ciudades se oyeran voces infantiles, pertenecía a un futuro muy lejano. Hallar un nuevo planeta habitable por los dioses, que aliviara el hacinamiento en el nuestro, era una posibilidad que atraía poderosamente la atención pública, por eso esperábamos con enorme interés recibir las imágenes que las sondas enviarían desde sus respectivos blancos. Cierto día en que me encontraba hastiado y deprimido por mi trabajo, uno de mis compañeros pasó apresurado cerca de mí. - ¡Nergal! ¡Están por llegar las imágenes del primer planeta! ¡Todos se están reuniendo frente a la tele pantalla! En la pantalla se exhibían imágenes del planeta Gaga tomadas con telescopio. Era el más externo del sistema interior. Estábamos excitados y charlábamos

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al mismo tiempo, pero cuando el locutor anunció la inminente llegada de las señales enviadas por las sondas, se hizo un súbito silencio. Pronto vimos una toma de Gaga desde corta distancia, cubierto de hielos y orbitado por una sola luna. - ¡Es un planeta totalmente helado! -exclamamos al ver que se confirmaban las estimaciones previas de los astrónomos La otra sonda, posada sobre ese mundo muerto, mostraba un desolado paisaje de metano congelado. Un manto helado que lo cubriría para siempre. Destrozadas nuestras ilusiones, reanudamos en silencio las tareas de todos los días. De tiempo en tiempo la decepción se repitió a medida que asistíamos a la llegada de las restantes sondas que se adentraban cada vez más cerca del sol. Cada planeta visitado constituía una nueva frustración. Donde los científicos depositaban mayores esperanzas era en el séptimo, Tiamat. No sólo estaba a una conveniente distancia del sol; los astrónomos habían detectado la presencia de vapor de agua en las nubes de su atmósfera. Nuestro Director en el Proyecto Dritón sentenció en aquellos días: - Si no hay vida en el planeta azul, ya podemos desechar de encontrarla en el resto de nuestro sistema.

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Por ello aguardábamos con alguna esperanza las fotografías del séptimo planeta, y cuando el gran día llegó, corrimos a la sala principal con el mismo entusiasmo de la primera vez. Las tomas de aproximación llegaron con la imagen de un hermoso planeta azul, sembrado de nubes blancas. - ¡Vapor de agua! ¡Seguramente esas nubes son de vapor de agua! -gritaron varios dioses desde las primeras filas. El panorama se deslizaba bajo la sonda en órbita y grandes manchas rosadas y verdes aparecían entre el color azul que las ceñía. Las zonas norte y sur aparecían blancas en una gran extensión. - ¿Es posible que todo lo azul sea agua? -preguntó alguien. - ¡No puedo creer que la haya en tan inmensa cantidad! -exclamó mi jefe, Ishkur, sentado delante de mí. - ¡Mira las enormes manchas blancas que se dilatan desde los polos! -dije yo ¡Eso es hielo! - Sí; ¿pero hielo de agua o de metano? La otra sonda frenó para descender sobre la superficie. En el acto perdimos contacto con el aparato y pensamos que se había estrellado, pero más tarde llegaron sus señales, con gran alivio de todos.

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Las primeras fotos enviadas por la sonda aposentada en el suelo de Tiamat fueron borrosas, pero enseguida las lentes automáticas enfocaron correctamente y un absoluto silencio se hizo en toda la sala poblada de dioses, mientras la enorme pantalla mostraba la imagen de un arbusto con flores que se mecían suavemente por la brisa en algún lugar de Tiamat. La sala estalló en aplausos y nos pusimos de pie para abrazarnos y gritar de júbilo: ¡Hay vida en Tiamat! Un grito que se repitió alrededor de Nibiru. Inmediatamente abandonamos el trabajo para llenar los bares y festejar alborozados aquel hallazgo. Toda la sociedad estaba conmocionada y el Gran Consejo autorizó el disparo de sondas adicionales para estudiar mejor el planeta azul antes de que nuestro mundo retornara al espacio interestelar. Después contemplamos con tranquilidad las imágenes enviadas por las sondas disparadas hacia el octavo y el noveno planetas, también carentes de condiciones para la vida. Cuando el entusiasmo decreció, la vida de todos volvió a sus cauces habituales. Yo aproveché el tiempo que me dejaba libre el trabajo para preparar algunos estudios sobre explotación minera en

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condiciones especiales y cuando estuvieron listos fui a ver a Enki para que los examinara. - Es muy buen trabajo, Nergal. No lo considero adecuado para tu tesis, pero es un buen comienzo. Creo que faltan aquí más ensayos prácticos. De todas maneras, me gustaría tenerte entre mi gente para un nuevo proyecto. Todavía no se ha divulgado y muy pocos saben de él; lo llamamos Proyecto Tiamat. El objetivo es transportar a ese planeta una misión científica. - ¡Maravilloso! -exclamé asombrado- ¿Será posible lograrlo? - No tenemos todavía capacidad técnica, pero estimo que con una planificación rigurosa, estaremos en condiciones antes del próximo perihelio. ¿Quieres unirte a los equipos de estudio que se van a formar? - ¡Tú sabes que estoy perdiendo el tiempo en el Proyecto Dritón! manifesté entusiasmado- ¡Puedo dejarlo ahora mismo! - Toma las cosas con calma -dijo con una sonrisa-. Mientras tanto, no malogres el trabajo que has hecho. Debes hacer una comunicación para presentarla en la Universidad; yo la refrendaré. Luego puedes unirte a nosotros, pero antes debes presentar tu renuncia formal a tus superiores del Proyecto Dritón. También yo hablaré con ellos. No olvides que sólo algunos de

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los que integren los nuevos equipos de estudio serán seleccionados para la expedición, y lo que has visto hasta ahora en materia de competencia te parecerá un juego. Algún tiempo después me incorporé al resto de la gente reunida por Enki para hacer los estudios preliminares del Proyecto Tiamat. Trabajé muy duro con las fotografías y los datos telemétricos para conocer en detalle la información que poseíamos sobre los aspectos geológicos de ese planeta. Utilicé esos elementos para elaborar un trabajo que demostraba la existencia de zonas montañosas donde las fotografías de las variedades de rocas y los análisis me llevaban a afirmar que la riqueza mineral era abundante y variada. Acompañé mi trabajo con una formidable cantidad de informes geográficos y geofísicos. Luego de la revisión y de las correcciones sugeridas por mi patrocinador, lo presenté como trabajo de tesis al tribunal examinador, que me concedió el doctorado con una alta calificación. Mi tesis fue agregada al enorme caudal de estudios que dieron forma al Proyecto Tiamat, el cual tomó estado público cuando la Universidad lo presentó al Gran Consejo. En cuanto los medios científicos e industriales tuvieron conocimiento de las conclusiones preliminares, se

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desató un terremoto de pasiones con epicentro en la propia Universidad, que alcanzó en ondas sucesivas a las principales actividades del planeta. El Gran Consejo se convirtió en la caja de resonancia de poderosos intereses antagónicos. Los sectores que estimaban percibir beneficios de ese proyecto eran enfrentados por aquellos que se verían excluidos de él. En la propia Universidad, Enki tenía el apoyo de los científicos a quienes convenía la empresa, y era atacado por una gran cantidad de sabios relevantes que veían en peligro los recursos para sus propios trabajos. De esta manera me encontré sumergido en violentas disputas. Los enemigos del proyecto exigieron la formación de comisiones para debatir el tema, con la secreta finalidad de que la aventura quedase definitivamente esterilizada. Yo mismo fui invitado a integrar uno de esos grupos de trabajo donde los sabios doctores pronunciaban sesudas y prolongadas conferencias que nadie escuchaba; mientras, el tiempo transcurría sin que el Gran Consejo tomara una decisión. Fueron otra vez los idealistas, sociólogos y filósofos los que desequilibraron la balanza. Especularon con la posibilidad casi cierta de edificar un nuevo hogar para los dioses en el cosmos, un hogar donde fuese posible vivir en contacto con la naturaleza virgen y donde

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muchos niños pudiesen nacer. Un gran anhelo cundió entonces entre las grandes masas anónimas que apoyaron el envío de las sondas de exploración y vieron satisfechas sus aspiraciones de encontrar vida en otro mundo. Por otra parte, era una nueva oportunidad para el mismo Nibiru, pues un dios del Gran Consejo propuso a sus pares autorizar el nacimiento de un niño en nuestro planeta por cada tres dioses que eventualmente emigrasen a Tiamat o a las lunas Ángel, Themis o Dritón. Entonces un inmenso clamor se extendió, arrasando la oposición y obteniendo el voto favorable del Gran Consejo. En tanto estos acontecimientos políticos tenían lugar, se crearon en la Universidad equipos multidisciplinarios para programar las futuras actividades de la expedición. Yo formé parte de uno de ellos, que incluía a geólogos, geógrafos, geofísicos y otros especialistas en el estudio de las masas continentales de Tiamat. En un comienzo el diálogo fue franco y abierto, pero desde el momento en que se conoció el dictamen del Gran Consejo autorizando la concreción del proyecto, surgió en todos nosotros, avasalladora, la ambición de ocupar una plaza en la expedición a Tiamat. Aquellos que lo consiguieran inscribirían sus nombres en la historia de nuestro planeta, serían considerados héroes y ascenderían prodigiosamente en la escala social. La puja por participar se volvió tan encarnizada que pronto vi que

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muchos de mis compañeros eran desplazados por dioses socialmente superiores. Un día el director de la comisión geológica me citó a su despacho y yo acudí temblando. El dios me recibió con gesto adusto y apesadumbrado. - Nergal -me dijo sin contemplaciones-, tengo quince aspirantes de linaje más elevado que el tuyo pidiéndome tu puesto. No puedo demorar mi decisión más allá de mañana. Trata de hablar con Enki hoy sin falta. Desesperado, acudí a ver a mi amigo, que ocupado en múltiples tareas, no me pudo atender. Terminaba ya el día cuando lo entrevisté para informarle de mi situación. - La puja por los puestos se salió de control. He pretendido conservar a mi gente, basándome en la experiencia que poseen en el estudio del nuevo planeta, pero sin resultado alguno. El Gran Consejo ha ordenado que se cumplan estrictamente los dictámenes de las Tablas del Destino. Cada uno de los puestos del proyecto será llenado por puntaje. - Pero eso quiere decir que quedaré fuera -me lamenté, en tanto pugnaba por reprimir las lágrimas. - No creas que no lo siento -dijo con tristeza-. Perdí el noventa por ciento de mis antiguos colaboradores y me he visto forzado a resguardar los archivos informáticos para evitar que alguno de ellos, por despecho, borre la información almacenada. - ¿Qué voy a hacer ahora? -me pregunté en voz alta a mí mismo más que a Enki.

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- Regresa al Proyecto Dritón sin tardanza aconsejó. En estos momentos han tenido tanta fuga de personal que necesitan científicos con toda urgencia ¡Si no puedes ir a Tiamat, vete a esa luna!

IV

El nuevo director del proyecto Dritón me recibió en su despacho. - He consultado tus antecedentes, Nergal. Vi que ya trabajaste con nosotros, aunque no en un puesto de relevancia. - Así es, señor, pero antes de retirarme publiqué algunos trabajos sobre la minería en Dritón. Después presenté mi tesis y obtuve el doctorado. - Vi tu legajo. El Proyecto Tiamat causó un serio perjuicio a nuestros planes, porque mi personal más calificado se ha ido a competir por las plazas del nuevo emprendimiento. ¡Nuestro director fue uno de los primeros en dejarnos! - ¿Crees que tengo posibilidad de viajar a Dritón? - ¡Llegaste en el momento oportuno! Necesitamos adiestrar un segundo contingente para enviar allá. Hace un tiempo instalamos una estación de

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exploración y muestreo y queremos incrementar la explotación industrial. Tú tienes experiencia en minería y, además, conoces la geología de la luna. ¡Desde este momento eres uno de nosotros! Mientras continuaba la furiosa rebatiña por las plazas del Proyecto Tiamat, fui sometido a un intensivo adiestramiento para convertirme en astronauta y poder sobrevivir en las difíciles condiciones de Dritón. Al cabo de un corto tiempo me encontré instalado en un cohete. Vestía el traje espacial, y atado al asiento de seguridad, esperaba el momento del disparo mientras reflexionaba sobre la naturaleza de los dioses. Poco tiempo atrás soñaba con encontrarme donde estaba ahora, sabiendo que era un objetivo poco menos que inalcanzable. Habiéndolo conseguido, me sentía triste y deprimido por perder la posibilidad de viajar al planeta azul. De pronto me apartó de mis cavilaciones la súbita presión contra mi espalda y el bramido que inundaba la cabina, mientras nos poníamos en marcha arrojando humo y llamaradas sobre la plataforma de despegue. Por una ventanilla veía nuestro planeta convertirse en una enorme esfera brillante suspendida en el espacio, mientras que por otra, la luna se destacaba en el cielo estrellado. Algún tiempo después soportamos la

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maniobra de frenado para entrar en órbita. La cara oculta de Dritón era solamente una sombra sin estrellas, hasta que amaneció de pronto al surgir otra vez Nibiru a la vista, iluminando la cara del satélite, en apariencia tan cercano, que temíamos estrellarnos contra las montañas filosas. Un módulo llegó para acoplarse con nuestra nave. Después que embarcamos, se soltó y encendió los motores para descender suavemente sobre una plataforma iluminada que resaltaba entre el paisaje oscuro y rocoso. La plataforma bajó hacia las profundidades de la luna llevando consigo el módulo, hasta detenerse en el interior de una caverna artificial donde algunos dioses nos aguardaban. Al abandonar la máquina vimos que el techo del refugio se deslizaba, encerrándonos en las entrañas de Dritón. Mi falta de experiencia en esa gravedad reducida me hacía caminar con torpeza y lo mismo les ocurría a mis compañeros recién llegados, por lo que nuestros guías tuvieron que sostenernos para evitarnos caer a cada paso. Entramos a la base por una cámara de compresión antes de pasar a una sala donde nos quitamos los trajes espaciales. La temperatura interior, agradable, contrastaba con el desierto helado de la superficie.

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Me encontraba por fin en un mundo diferente donde la vida sólo era posible en cavernas excavadas en la roca y preparé mi mente para vivir largo tiempo en esa luna. La minúscula población, formada por dioses y anunnakis, nos tributó una cálida bienvenida, ya que la camaradería resultaba imprescindible en un sitio tan aislado. Me dieron un departamento mayor que el que ocupamos Helea y yo en la Universidad; la idea era que disfrutáramos de más comodidad, por lo que pronto me sentí a gusto, y salvo por la baja gravedad, que transformaba nuestros pasos en pequeños saltos, la vida no era diferente que en Nibiru. La actividad social, muy intensa en los períodos de descanso, se concentraba en un amplio salón donde nos sentábamos a beber la fuerte cerveza tradicional de los mineros, mientras charlábamos o mirábamos en la pantalla gigante las transmisiones desde nuestro planeta. A poco de llegar me presentaron a mi jefe, una joven muy bonita. - Ella es Nesherih -me informó mi acompañante-; es una geóloga experimentada que vino con la primera expedición. - ¡Hola! le dije con mi mejor sonrisa. Mi nombre es Nergal. - He leído tus trabajos respondió ella. Nos han facilitado bastante nuestra tarea; espero que contigo

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aquí podamos perfeccionarlos en detalles que no han funcionado del todo bien. - Comprenderás que mis estudios fueron hechos desde un punto de vista teórico. No he tenido oportunidad de hacer ensayos previos. - No necesitas disculparte; te aseguro que por lo general nos ayudaron mucho. Si logras que herramientas y procesos trabajen de manera eficiente, aumentaremos la producción. - Estudiaré los problemas que han aparecido. ¿Qué están explotando ahora? - Oro; acabamos de encontrar una veta importante justo donde dijiste que estaba. Nos habituamos a trabajar juntos y también a compartir los momentos de descanso. La decisión de vivir en pareja la tomamos de común acuerdo y solicitamos una habitación mayor, a la que llevamos nuestras cosas. Juntos, la vida se hacía soportable y hasta entretenida, a diferencia de lo que ocurría en la mina donde trabajaba Negeg. Nos compensaba también la circunstancia de que nuestros hechos eran registrados en las Tablas del Destino a un ritmo tres veces más veloz que en el planeta, ascendiendo en la escala social.

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Algún tiempo después, el director nos llamó a su despacho. - Debemos encontrar la manera de aumentar la producción. La demanda de oro ha crecido bruscamente. - ¿Cuál es la razón? consultó mi compañera. - Por causa del Proyecto Tiamat van a construir una ciudad en órbita, donde ensamblarán las partes de la nave que transportará a la expedición. Ello requiere de una infraestructura electrónica que, como ustedes saben, utiliza una infinita variedad de componentes fabricados con oro. - Pero, señor -objetó Nesherih-, ¡para aumentar la producción necesitamos más equipo y personal! - No cuentes con obtenerlos. Como temíamos, ese proyecto absorbe todos los recursos en beneficio de la industria espacial. Nuestro presupuesto fue recortado. Tendremos muchas dificultades para operar en el futuro inmediato. - Por lo que vi, creo que podemos mejorar nuestros métodos –intervine-. Varias de mis teorías no han funcionado, pero tengo otras ideas. Para hacer algunos ensayos será preciso que vayamos a los nuevos yacimientos. - Tienen mi permiso para hacer lo que consideren necesario. Un aumento de la producción permitirá a la

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industria geológica tener una mayor injerencia en el Proyecto Tiamat, pues ha quedado relegada respecto a la Universidad y a la industria espacial. - ¿Acaso el hecho de proveer los metales necesarios no nos reportará también importantes beneficios? -Quise saber. - Estoy de acuerdo, pero no es admisible que la participación nuestra termine cuando la nave se vaya. ¿Y después, qué? - Comprendo dijo Nesherih. La Universidad y la industria espacial se harán dueñas de Tiamat. La nuestra pasará a ser una industria de tercer orden en la tabla de puntajes. - Por eso necesitamos incorporar a alguna gente nuestra en la expedición, para que una vez en Tiamat, hagan un relevamiento exhaustivo de las posibilidades industriales geológicas. Aparte del estudio de su flora y de su fauna, necesitamos saber con certeza si hay minerales en cantidad suficiente como para abastecer en el futuro las necesidades de Nibiru. - ¿Cómo pretende el director general introducir nuestra gente en la expedición? -Preguntó extrañada mi compañera-. Todas las plazas fueron ocupadas. Quizá en el futuro...

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Luego de esta conversación, ambos nos enfundamos los trajes espaciales y visitamos las diferentes minas para ensayar nuevas técnicas y aparatos, acompañados muchas veces del equipo de ingenieros. Tuvimos éxito, pues logramos incrementar la extracción de mineral aurífero en un porcentaje muy significativo. También aprovechamos las condiciones de baja fuerza gravitatoria para desarrollar un método de refinado imposible de llevar a cabo en la gravedad del planeta. La nueva técnica, una vez perfeccionada, nos permitió purificar el mineral a un costo más bajo, en menor tiempo y con un rendimiento superior al de los procedimientos tradicionales. Nuestros nombres y el del director fueron mencionados en el centro principal de la industria geológica, y esas cosas otorgaban puntaje extra. Muy poco tiempo después, Nesherih, por su linaje y antigua experiencia, ascendió a un cargo principal y yo ocupé la vacante que ella dejó. Pasábamos los períodos de vacaciones con nuestros amigos en el salón social. La pequeña base había quedado estancada en su crecimiento por la escasez de recursos, y todos esperábamos que cuando la expedición al planeta azul partiera, cobraría nuevo impulso por una mayor asignación de medios. Con el tiempo podría transformarse en una verdadera ciudad, y hasta quizás se

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autorizaran algunos nacimientos. Comenzamos a hablar de la posibilidad de casarnos. Estábamos habituados a la baja gravedad y no extrañábamos la vida en el planeta. Sin embargo, cierto día el director me citó a solas en su despacho. Esa reunión marcó el punto de partida de un nuevo rumbo en mi vida. - Tengo entendido que tu trabajo de tesis trata de las posibilidades minerales que ofrece Tiamat -me dijo-. - En efecto; mi investigación pasó a integrar las conclusiones oficiales del proyecto de exploración, pero luego no pude agregar estudios complementarios; me cesantearon para dejar el lugar a otro. - ¿Tu interés era puramente académico o pretendías formar parte del grupo expedicionario? - Nunca me he limitado en mis ambiciones, señor. Yo quería ir allá. - Nuestro director general se mostró fascinado con tu tesis y la hizo revisar por sus mejores expertos, pero se pregunta si tu actual vínculo con Nesherih constituye un obstáculo. - ¿Un obstáculo para qué, señor? -pregunté, sintiendo de pronto que mi corazón golpeaba con fuerza dentro del pecho- ¿Acaso surgió alguna posibilidad?

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- Por favor, no me hagas preguntas. Sólo responde a la mía con toda franqueza. Por un momento nuestras miradas se cruzaron en silencio. - Señor -dije después-, por viajar a Tiamat haría cualquier cosa, incluso dejar para siempre a Nesherih. Más tarde fui al bar y me atiborré de cerveza para cobrar el valor de mirar a mi prometida a la cara. Ella no percibió nada y nuestra relación siguió con normalidad. No volví a tener noticias del director y di por olvidado el incidente. Por la telepantalla admiramos la inauguración de Abugal, una verdadera ciudad espacial, construida en un punto de libración referido a Nibiru y Ángel, la luna más cercana, lo que le confería gran estabilidad. En la estación se instaló el taller para ensamblar las distintas partes de la nave que iría a Tiamat. Los preparativos avanzaban con rapidez porque se acercaba la fecha de la partida. La nave sería lanzada antes de que nuestro planeta alcanzara las órbitas de los planetas interiores. Su viaje hasta las proximidades del sol, donde se encontraba el planeta azul, le daría la aceleración suficiente para arribar mucho tiempo antes de que Nibiru llegase al perihelio. Tal circunstancia

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daría tiempo a los exploradores para estudiar a fondo las condiciones de ese mundo. También nuestro planeta aumentaría su velocidad, que sería máxima cuando rodeara el sol, muy cerca de la zona de asteroides. En ese momento, la expedición se vería obligada a dejar el planeta azul y cortar camino a toda velocidad, para interceptar a Nibiru antes de que se internara otra vez en el espacio interestelar. Durante una de las transmisiones informativas, vi a Enki y a su esposa Dankina anunciando que se acercaba el tiempo para la partida de la misión. Demostraban felicidad y entusiasmo y me alegré mucho por ellos. Mi amigo había luchado con denuedo para llevar adelante el proyecto y se merecía todo el éxito que pudiese alcanzar. Esa noche bebí a la salud de ambos. Mientras, esperábamos con impaciencia que ellos se fueran de una vez; el Gran Consejo había confirmado que, al quedar desocupada mucha mano de obra especializada, se instalaría en Dritón la mayor ciudad minera de la historia. - ¿Pensaste en lo que eso significa? -preguntó mi prometida mientras me estrechaba en sus brazos¡Podremos casarnos y tener un hijo! - Será muy hermoso, Nesherih -respondí besándola en los labios.

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Un día en que estábamos reunidos en el salón social, nos llegó el anunció de que el Gran Consejo presentaría inmediatamente a cada uno de los miembros de la expedición, ya que la partida era inminente. - He bebido demasiado, necesito ir a nuestro cuarto -dije a Nesherih-. Sentía surgir en mí el despecho y no soportaba ver los rostros de aquellos que lo habían logrado en mi lugar. Organizaba los planes de trabajo para las próximas jornadas, cuando escuché voces agitadas y exclamaciones en el pasillo que comunicaba con nuestra habitación. La voz de Nesherih surgió con nitidez entre las otras. - ¡Nergal! –gritó-; ¡ven rápido! Creí que algún grave incidente había sucedido en la base y salí nervioso al pasillo. Mi prometida me abrazó con lágrimas en los ojos, mientras quienes venían con ella hablaban todos al mismo tiempo y me palmeaban. Yo los miraba atónito. - ¡Te eligieron para integrar la expedición! -gritó ella junto a mi oído- ¡Tu nombre fue pronunciado y tu imagen apareció en la telepantalla! No podía salir de mi desconcierto mientras me conducían al salón social donde todos se acercaban para felicitarme. El director acudió enseñando un

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despacho urgente vía Abugal, acabado de recibir, que informaba el envío de un cohete para recogerme. Nuestros ojos intercambiaron un silencioso mensaje. Después estuvimos bebiendo a mi salud hasta muy tarde. Nesherih se mostraba alegre y expansiva, pero yo leía en sus ojos cada vez que me miraban. Más tarde, cuando estuvimos solos preparando mi equipaje, vi las lágrimas corriendo por su rostro y cómo pretendía vanamente ocultarlas. - Este sería un día de alegría para mí, pero resulta muy duro por la pena que te causo. - Por favor, no hablemos de eso -dijo, rompiendo a llorar-. Si de alguna manera lograse que te quedaras aquí conmigo, me odiarías para siempre. Es mejor que te vayas. Habíamos pasado deliciosos momentos juntos, nos teníamos verdadero afecto y llegamos a hacer planes serios para un futuro en común, pero yo en ese momento estaba decidido a sacrificar a cualquiera por partir en la misión. ¿Qué más podía decirle? Seguramente no volveríamos a vernos y me sentía culpable por mi traición. Permanecimos largo rato abrazados en silencio hasta que sus sollozos se calmaron. Después hicimos el amor por última vez y nos esmeramos en dejarnos un buen recuerdo.

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Finalmente me ayudó a colocarme el traje espacial y nos encaminamos a la sala de embarque donde aguardaban para despedirme. - Nergal -me dijo en el momento de besarnos por última vez-, consideraré que lo nuestro fue un sueño hermoso que siempre recordaré. - Nunca olvidaré tu cariño y tu comprensión. Perdóname. Aseguró el cierre de mi casco con los ojos anegados. Me despedí de todos, antes de trancar la puerta del módulo de servicio y partir al encuentro del cohete que me aguardaba en órbita para llevarme a Abugal. La enorme estructura giratoria, orgullo de la tecnología de Nibiru, se recortaba oscura contra el globo plateado del planeta. En sus cercanías había varias naves espaciales. Una, la que nos llevaría a Tiamat, se destacaba por su inmenso tamaño. El cohete que me trajo quedó estacionado. Un módulo me recogió y llevó a la entrada, situada en el eje, donde la velocidad de giro era menor. Una vez en la estación, fuimos hasta la rampa que conducía a la zona de presurización donde pude quitarme el equipo. Enseguida vi a Enki que acudió a recibirme. Nos

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estrechamos en un abrazo después de tanto tiempo sin vernos. - Estoy contento por ti -me dijo sonriendo-, ya te creía perdido para nuestro proyecto. - Explícame qué sucedió. No tenía esperanza alguna de participar. Me condujo por las distintas rampas móviles hacia el interior. La ciudad espacial estaba construida de metales pulidos y su movimiento giratorio producía una cierta gravedad artificial. Mucha gente se movilizaba en todas direcciones, ya que la estación era un centro de comunicaciones, además, aquí se concentraban y reexpedían los abastecimientos para Dritón provenientes de Nibiru y los minerales que desde la luna enviaban al planeta. La Universidad había instalado un observatorio astronómico y varios laboratorios de investigación. En sus talleres se armaron partes de la nave interplanetaria y se fabricaron las ingentes cantidades de combustible necesarias para la misión. Mientras marchábamos, Enki me explicaba la razón de mi inesperada inclusión en la empresa. - Fue por resolución especial del Gran Consejo. Hubo una enorme presión de la industria geológica en tu favor. Ellos resolvieron reintegrarte tu antiguo

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puesto. Todo eso justo a última hora, sin darle tiempo a nadie para apelar. - Pero yo no tengo conocimiento de la planificación actual del proyecto. ¿Podré estudiar durante el viaje? - Imposible. Partimos enseguida y tú serás enfriado, pero tendrás ayuda para facilitar tu adaptación cuando te despertemos. Mi amigo me dejó en manos de los médicos, que me sometieron a un extenso chequeo mientras los expertos inspeccionaban minuciosamente el equipo de astronauta que yo vestía, porque faltaba tiempo para confeccionarme uno nuevo a medida. Cuando al fin terminé con todos estos preparativos, me condujeron con premura a la sala de embarque donde un módulo aguardaba para llevarme hasta la nave espacial. - Están esperándote para partir -me informó el piloto, mirándome con expresión asombrada y respetuosa. Vista de tan cerca la nave interplanetaria abrumaba por su tamaño. Varios módulos la rodeaban, estacionados en sus cercanías y muchos técnicos flotaban haciendo las verificaciones de último momento. Al aparcar en el interior fui recibido por un tripulante que me llevó rápidamente por diversos pasillos hasta una cabina.

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- Casi todos los miembros de la expedición duermen -dijo mientras abría la puerta-, pero exceptuamos a los de tu equipo para que puedas conocerlos. La cabina tenía seis asientos de seguridad y, en una zona diferenciada, cinco cápsulas de tiempo. En cada una viajaría un dios en estado de hibernación. Reconocí a Ishkur entre los que me esperaban y con una sonrisa le estreché la mano. - ¿Puedes presentarme a los demás? Un poco turbado, se apresuró a nombrar a las diosas. Ninkashi, agrónoma y botánica, Shala, antropóloga y Mami, médico del grupo. El dios se llamaba Dumuzi y era paleontólogo. Junto con Ishkur que era geofísico, formaban un selecto equipo. Las diosas impactaban por su belleza, especialmente Ninkashi, por quien experimenté instantáneamente una gran simpatía. Eran dignos exponentes de la selección genética que se practicaba en nuestra sociedad. Para distendernos, ya que estábamos nerviosos y excitados aguardando la partida, charlábamos sin parar. Ishkur aprovechó la distracción de los otros para alejarme un poco. - No quiero ocultarte que tu repentina inclusión en el viaje ha deparado muchos comentarios.

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- ¿Cuáles, por ejemplo? - Dicen que la decisión de nombrarte ha sido un acto de autoritarismo insólito en el Gran Consejo. La Universidad fue notificada a último momento. - No sé nada de eso. Yo vivía en Dritón y hace pocas horas me enteré que formaba parte de la expedición. - El director general de la industria geológica apoyó expresamente tu nombre ante el Gran Consejo. ¿Por qué? - Mira -le dije en un tono adecuado para terminar aquella conversación de una vez-, si el director general ha querido que yo participe es para que haga lo único que sé hacer; ubicar y medir yacimientos de minerales escasos en Nibiru. Me miró mientras pensaba una respuesta, pero los altavoces nos ordenaron asegurarnos a los asientos para iniciar el viaje y debió callar. Aplastado contra el asiento, soporté con los ojos cerrados la aceleración de la nave que escapaba de Nibiru para dirigirse hacia el interior del sistema de Apsu. Al cabo de un tiempo que me pareció interminable, el empuje cesó bruscamente y me atreví a abrirlos. Cuando nos desprendimos de los correajes flotamos ingrávidos; disponíamos de calzado especial

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que se adhería al piso, permitiéndonos caminar con alguna dificultad por el interior de la nave, y al observar a través de las telepantallas, vimos el planeta que se alejaba lentamente de nosotros. Me parecía increíble estar allí en ese momento, participando de una expedición en la que arriesgaba mi vida enfrentando lo desconocido. Trataba de no pensar en los peligros que teníamos por delante y me alegraba tener que enfrentar algunos de ellos dormido, como las poderosas tormentas magnéticas de Anshar o el cruce de la franja de asteroides. Si algo andaba mal, jamás lo sabría... Procurábamos relajarnos cuando se abrió la puerta de la cabina para dejar pasar a tres médicos, uno de los cuales era Dankina, esposa de Enki. Se habían quitado los trajes espaciales para vestir unas prendas livianas y cómodas. Empujaban delante de sí unas cajas que flotaban en el aire; llevaban diverso instrumental que aseguraron a los estantes de un anaquel colocado cerca de las cápsulas de hibernación. Enseguida comprendimos que venían a dormirnos. Ella terminó con sus preparativos y se volvió hacia nosotros que aguardábamos en silencio. - Ninkashi -le dijo a la muchacha-, comenzaremos contigo; quítate toda la ropa.

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La muchacha vaciló un momento, pero los dos auxiliares médicos le desprendieron los cierres del traje espacial, se lo sacaron y guardaron en un armario que llevaba su nombre. Finalmente quedó desnuda, exhibiendo su hermosa figura que los varones contemplamos con admiración. Se irguió, orgullosa y segura de su belleza, y hasta sonreía al advertir las emociones que provocaba en nosotros. Dankina procedió a revisarla con sus instrumentos para darle luego a beber una dosis del agua de la vida. Este elixir estaba destinado a proteger las células de su organismo de la prolongada hibernación. - Ayúdenla a recostarse en la cápsula –ordenó ella a sus auxiliares. La muchacha quedó de espaldas mientras ella chequeaba con su instrumento la dispersión del elixir, que tenía incorporado un marcador radiactivo. Después revisó el corazón de la diosa antes de sentirse satisfecha y permitir que se le diera de beber una dosis de la pócima del sueño. Esta droga era un somnífero que le evitaría sufrir durante el enfriamiento del cuerpo. Cuando la pócima hizo efecto, los ojos de Ninkashi se cerraron y quedó dormida. La amarraron a la cápsula para evitarle los golpes contra las paredes al flotar ingrávida. De un compartimiento colocado a la cabecera extrajeron una máscara de oro provista de

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mangueras y cables. En su parte interior mostraba una boquilla larga y flexible que introdujeron por la boca de la diosa intubando la tráquea; así controlarían su respiración. Después que ajustaron la máscara al rostro, le distribuyeron electrodos en diversas partes del cuerpo, el mayor de los cuales ocultaba todo el seno izquierdo y servía para monitorear el corazón. Escuchamos los sonidos amplificados de la respiración de la diosa y el ritmo de sus latidos. En la consola de la cápsula varias luces encendidas indicaban que el conjunto funcionaba con normalidad. Los médicos miraron a Dankina. - Pueden cerrarla -dijo aprobando con la cabeza. La cubierta bajó y la cápsula quedó sellada. En ese momento un zumbido escapó del aparato y el termómetro comenzó a registrar un descenso de temperatura en su interior. Los aparatos electrónicos quedaron desde ese momento encargados de mantener con vida a la muchacha hasta que llegara el momento de despertar. Se procedió igual para dormir al resto del equipo que pasó a ocupar las demás cápsulas disponibles. Finalmente Dankina indicó que nos retiráramos, dejando aquel recinto levemente iluminado por las luces de los tableros y en un silencio apenas roto por el regular zumbido de las máquinas.

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- Por tu linaje tienes derecho a ocupar otra sala con alguien de tu rango -me explicó mientras la seguía por los pasillos de la nave. Entramos en una pequeña cabina en la que había solamente dos cápsulas, una de las cuales estaba ocupada. Naturalmente, la curiosidad me llevó en el acto a asomarme. Fue entonces cuando la vi por vez primera, y al mirarla, una voz muy dentro de mí anunció que ella me estaba destinada. La miré extasiado; aquel cuerpo desnudo era maravilloso. Su piel, pálida por el frío, estaba ligeramente tostada por el ultravioleta, la humedad en el interior de la cápsula se había condensado en cristales de hielo. El rostro estaba oculto por la máscara de oro y sólo podía ver los largos cabellos rubios flotando alrededor de la cabeza. El seno derecho, bello e inalterado en su forma por la falta de gravedad, estaba coronado por un delicado pezón rosado. Yo admiraba el vientre perfecto, interrumpido por el hermoso hoyo del ombligo y el vello dorado que ocultaba su pubis, cuando sentí a Dankina a mi lado. - Ella es Ninti -explicó con una sonrisa, mientras apoyaba su mano en mi hombro para apartarme de allí-. Es doctora en biología.

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- ¡Qué hermosa es! -exclamé extasiado sin dejar de contemplarla- ¿Crees posible reanimarla a ella antes que a mí? - Desde luego; ¿por qué lo dices? - Pídele de mi parte que me ayude a despertar. - Así lo haré, pero ahora debemos apresurarnos. Desnúdate para que te podamos dormir. Después de beber la pócima del sueño, sentí que me hundía en la más profunda y oscura de las noches.

Volví a la conciencia con la horrible sensación de carecer de brazos y piernas; además, sentía pesados los párpados y cuando conseguía abrir los ojos, veía solamente una claridad difusa. Percibí una opresión sobre mi frente y al cabo de un tiempo comprendí que una mano cálida y suave estuvo apoyada allí, porque la sentí deslizarse por la mejilla hasta quedar posada sobre mi pecho desnudo. - No trates de moverte, Nergal. Respira lenta y profundamente y pronto se normalizarán tus latidos. El sonido de esa voz femenina me agradó. Tomó una de mis manos con la suya y apreté con mis dedos

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para sentir su suavidad y su calor. Podía ahora divisar una imagen borrosa y cercana que poco a poco se normalizó hasta que distinguí su rostro. Tenía los ojos grandes y azules como los lagos profundos de Nibiru. Bajo la nariz recta, sus labios carnosos se entreabrían en una sonrisa que permitía ver la blanca hilera de los dientes. Los cabellos estaban ocultos por un gorro de tela que impedía que flotaran a su antojo. El cuello grácil y la delicada curva de los hombros condujeron mi vista hacia el nacimiento de los pechos, revelados en parte por el escote de la túnica que los cubría. Me sumergí en la profundidad de su mirada mientras entrelazaba los dedos de mi mano con los suyos. Ella no hizo ningún esfuerzo por retirarlos, pero advertí que un leve rubor le encendía el rostro. - Dankina me transmitió tu pedido –dijo-. Hace ya un tiempo que estoy despierta y he venido todos los días a mirarte; sentía curiosidad por ver tu rostro. Estuve aquí cuando abrieron la cápsula y te quitaron la máscara. Eres hermoso ¡Jamás había visto ojos tan verdes! - Tú eres muy bella, Ninti. Cuando me dormía pensaba en ti solamente. ¿Cómo ha podido suceder esto? Nunca antes te había visto y ahora me parece conocerte desde siempre ¡Jamás me sentí así!

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- No te agites -dijo poniendo un índice sobre mis labios-; tu organismo debe normalizarse poco a poco. Liberó la mano que yo le tenía aprisionada y se incorporó. - ¡No te vayas! - Debo advertir a los médicos que has despertado. - De acuerdo, pero vuelve, por favor. Sonrió una vez más y se alejó contoneándose. Después de una minuciosa inspección el médico quedó satisfecho de mi estado y permitió que me levantara. Ninti regresó tan pronto él se fue y me ayudó a ponerme una túnica y el calzado adherente, pues yo estaba muy torpe. Cuando me puse de pie, tuve que sujetarme de la muchacha pues sentí un mareo. - No te preocupes, es normal; no has ejercitado tus músculos en mucho tiempo. - ¿Adónde me llevas? - A la sala de masaje hídrico. No está lejos. Estaba tan desfallecido que de no ser por la falta de gravedad no hubiese podido sostenerme sobre las piernas. Ella me tenía de un brazo. Abrió una puerta y entramos a una habitación muy pequeña, donde había una cabina transparente.

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- Contiene agua caliente reciclada. Te quitaré la túnica y el calzado. Quedé desnudo, flotando en la habitación. Ninti me tomó de los brazos para introducirme en la cabina; de una cavidad extrajo una máscara provista de una boquilla, conectada a un conducto flexible. La ajustó a mi cabeza y movió una llave. - ¿Puedes respirar bien? Asentí con la cabeza. Cerró la puerta de la cabina y manipuló un botón. Una cantidad de agua a presión surgió por varios orificios y me rodeó por completo. La sentía estrujar con fuerza cada centímetro de mi piel. A través de la máscara y de la cabina podía ver a la muchacha que observaba el proceso cruzada de brazos, muy sonriente. Al cabo de unos minutos el agua dejó de frotarme y desapareció aspirada por los mismos orificios de salida. Abrió la puerta y me quitó la máscara. Secó mi cuerpo con una pistola que arrojaba aire caliente, después me vistió con túnica y calzado nuevos. - ¿Qué sigue ahora? -Inquirí de buen humor. - Debes tomar alimentos líquidos en cantidad. La temperatura a que estuvo sometido tu cuerpo no alcanzó a congelar las células de tus órganos; las funciones básicas, aunque lentas, prosiguieron

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mientras dormías, por lo que debes eliminar gran cantidad de desechos. - Creí que el agua de la vida protegía mis células... - Te aseguro que lo hizo. Sin ella tus tejidos habrían perdido casi toda el agua, haciendo imposible los procesos de síntesis proteica. Hubieses muerto. - Me asustas. Jamás pienso en la muerte. - Vamos a comer. Te sentirás mejor. Entramos en una amplia cabina iluminada de azul donde estaban expuestos los recipientes flexibles con alimento. Varios miembros de la expedición respondieron alegremente a nuestro saludo. - Este es Nergal, nuestro jefe geólogo –les dijo Ninti-. Acaba de despertar. Asintieron en señal de comprensión. Todos habían experimentado el desagradable regreso desde el sueño profundo. Por otra parte, los miembros de la expedición se conocían entre sí por las prácticas y entrenamientos que realizaron juntos. Yo solamente conocía a la gente de mi equipo y a otros pocos dioses. Al observar con detenimiento la cabina, vi que una de sus paredes era transparente y el color azul que inundaba el lugar se debía a la cercana presencia de Tiamat. Jirones de nubes blancas cubrían partes del paisaje que se deslizaba lentamente, mostrando los colores de las masas continentales rodeadas de mares.

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Sobrecogido por aquel impresionante espectáculo, admiré el planeta azul. Casi no podía creerlo. ¡Después de todo, había llegado! Ninti vino a mi lado, alcanzándome un recipiente de alimento del que bebí sin dejar de mirar el paisaje. - Los hielos cubren gran parte de la superficie al norte y al sur -me explicó-, pero en el ecuador el clima es bastante cálido. Parece que hemos llegado hacia el final de un período glacial, ya que los hielos están en retirada hacia los polos. Las manchas verdes que hay en el ecuador y zonas adyacentes es vegetación muy abundante. - ¿Habrá seres inteligentes? - No vimos ninguna manifestación de origen artificial, pero no podemos descartar que existan. - ¿Cómo serán ellos, qué harán cuando nos vean? - Estoy ansiosa por averiguarlo, Nergal; vamos a aprender muchas cosas aquí. Espero que nuestra presencia no perturbe demasiado este sistema biológico. Después de la comida me sentí mejor. Tenía los músculos agarrotados aún, por lo que Ninti me condujo al gimnasio; me desnudó para pasarme un aparato que masajeaba mis brazos, piernas, cuello y espalda. Debido a lo intempestivo de mi partida no fue

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posible entrenarme para salir de la hibernación, de modo que ella me enseñó los diferentes ejercicios. Sentir sobre mí las manos de la muchacha y rozarla me excitaba agradablemente. Exageraba mis dificultades hasta el punto de que ella no podía dejar de advertirlo, pero igual me ayudaba a completar cada postura. Reímos y nos sentimos felices de estar juntos. Hacía demostraciones prácticas, lo que me permitió observar las esbeltas curvas de su cuerpo en las distintas posiciones. Terminamos la sesión de gimnasia y fuimos a la sala de baños. Ninti también se quitó la ropa y pude admirar una vez más su cuerpo desnudo. La máquina lavadora era un pequeño recinto transparente que lanzaba agua pulverizada en forma de finísima neblina perfumada y luego la aspiraba. Podíamos respirar sin necesidad de máscaras pues corría aire, sin embargo, nuestra piel se humedeció al instante, mientras jugábamos ingrávidos. La tomé de los cabellos para besar sus labios mojados; de pronto nuestras bocas se unieron en un beso apasionado, nuestros cuerpos entrelazados se buscaron con deseo incontenible y allí mismo nos amamos por primera vez. - ¡Eres un loco! -dijo después, poniendo un oído sobre mi corazón para escuchar el ritmo de mis latidos-. Se supone que debes pasar un período de

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reposo al salir de la hibernación. Vamos a secarnos y vestirnos. Tienes que descansar. Si Dankina se entera de esto va a reprendernos por irresponsables ¡Suéltame!, ¿quieres hacerlo de nuevo? ¡No, Nergal! Transformaron en lechos las cápsulas de hibernación que ocupamos durante el viaje. En el pequeño cuarto dormíamos los dos, aunque solíamos hablar hasta muy tarde; después yo despertaba por las mañanas y me incorporaba para contemplarla mientras ella dormía. Otras veces era yo quien la sorprendía mirándome, después nos abrazábamos y hacíamos el amor. - Tengo miedo de que esto termine alguna vez -dije una de las primeras noches que pasamos juntos. - Vinimos a explorar un mundo, ¿recuerdas? - Ahora sólo tú me importas. Te amo. - Tú y yo vamos a convivir mientras sea posible, Nergal. Yo también te amo, ¿pero qué será de nosotros cuando volvamos a Nibiru? Tú vivirás en Dritón; regresarás con Nesherih. - ¡No pienso regresar con ella! ¡Quiero vivir contigo! - ¡Le prometiste casamiento! - ¡Entonces yo no te conocía!

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- ¡La palabra es sagrada! Por ahora, tú y yo solamente somos buenos amigos. Era tan hermosa cuando se enojaba... Pero comprendí que la posición de ella era firme. Me llevaría mucho tiempo conocerla y todavía más tiempo comprenderla. A la gente de mi equipo los despertaron unos días después. Los ayudé a sobrellevar ese horrible período. Pronto establecieron relaciones entre ellos, Dumuzi con Mami e Ishkur con Shala. Observé que Ninkashi me miraba de un modo extraño y no supe qué decirle. Los biólogos terminaron primero que nosotros su período de adaptación y comenzaron a trabajar antes. Ahora Ninti se despertaba temprano y salía para su trabajo. Un día creí que regresaba, porque escuché abrirse la puerta de nuestro cuarto poco después que salió. Pero no era ella, sino Ninkashi. Avanzó hasta mi lecho y se sentó en él. - ¿Te ocurre algo? -Indagué incorporándome. - ¿Qué crees que hacen los otros cuatro en estos momentos? Me siento sola... - ¿No tienes algún amigo? - Lo tenía. Tú lo reemplazas. ¿Acaso no sabes que esta expedición se planificó con igual número de varones y mujeres?

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Sus palabras me despertaron del todo. Yo ignoraba todavía muchas cosas de este proyecto. - ¿Quiere eso decir que Ninti...? No quise terminar la pregunta. Ella sonrió y se recostó a mi lado. Sentí su perfume y la abracé para que no se fuera flotando... La relación con Ninkashi me turbó tanto que Ninti no dejó de advertirlo. Esa noche, después de acostarnos uno al lado del otro, me tomó de la mano, después permanecimos largo rato en silencio. - ¿Hay otra mujer, verdad? Rápidamente le conté todo. Ella permaneció silenciosa. - ¿Estás enojada? - ¿Por qué? Sólo somos buenos amigos. Pese a sus palabras, su voz no era tan cálida como siempre. - No sé cómo remediar esto... - No tienes que hacerlo. Por ahora, sólo disfrutemos de los momentos en que podamos estar juntos tú y yo. Una vez que todo el personal de la expedición despertó y pasó el período de recuperación física, comenzó una etapa de intensa actividad. Los geólogos

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estudiamos los más recientes mapas de Tiamat, confeccionados con los datos proporcionados por los instrumentos que había a bordo, para seleccionar el sitio de descenso. Los continentes del planeta, rodeados de mares, estaban irregularmente repartidos sobre la superficie. Denominamos mundos a cada uno de ellos. El mundo superior fue descartado inmediatamente para el aterrizaje porque se veía inhabitable, cubierto en su mayor parte por el hielo de los glaciares y azotado por continuas tormentas gélidas; en su parte sur, sobre las costas del mar interior, las montañas nevadas rodeaban zonas bajas ocupadas por peligrosos pantanos. El mundo occidental, que se extendía casi de polo a polo, presentaba lugares apropiados en las regiones cercanas al ecuador, pero también lo descartamos rápidamente por estar aislado entre dos inmensos océanos del resto de las tierras emergidas. Tampoco era apropiado descender en los archipiélagos occidental y oriental, sobre todo porque detectamos actividad volcánica, de modo que seleccionamos algunas zonas adecuadas en los mundos central, oriental e inferior. Después de infinitos análisis nos decidimos por un sitio en el mundo central, cuyo clima parecía cálido y acogedor. Contaba con abundantes ríos y tenía hacia el sur un enorme lago de aguas tranquilas, ideales para el

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descenso. Otro factor que inclinó la balanza en su favor fue la certeza de la existencia de gran cantidad de hidrocarburos, elemento que facilitaría nuestras operaciones debido a sus múltiples aplicaciones energéticas. Los detalles de la fase de descenso y las actividades posteriores fueron objeto de una planificación meticulosa para asegurar el éxito del proyecto. Por último sólo restaba la prueba biológica antes de escoger a la tripulación avanzada, que tendría el honor histórico de ser el primero en poner los pies en otro planeta. El equipo de biólogos disponía de un plantel de musnis; Ninti había diseñado una jaula especial para exponerlos gradualmente al ambiente de Tiamat. El cohete que los llevó aterrizó sin dificultades. Una serie de pequeñas cámaras nos permitió seguir paso a paso el experimento. Primero los musnis respiraron aire filtrado. La atmósfera de Tiamat estaba formada principalmente de nitrógeno y oxígeno, mezclados con pequeñas cantidades de otros gases. Los animalitos respiraron normalmente por varios días, entonces se dejó de filtrar el aire abriendo orificios cuyo tamaño impedía a los musnis abandonar la jaula. Muy pronto observamos que una cantidad de insectos se introdujo volando y comenzaron a picar los animales.

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- ¡Miren eso! -exclamaron varios dioses horrorizados por el espectáculo de los musnis que se revolvían y se rascaban con sus patitas, corriendo en vano por la jaula en busca de un sitio donde ponerse a salvo. Ninti liberó un gas que espantó los insectos y cerró los orificios, volviendo a filtrar el aire. - Los observaremos varios días para comprobar si el ataque de los insectos los ha dañado -dijo. Luego de pasar un tiempo sin que los animales mostrasen otras molestias, pues todos comían y bebían con normalidad, resolvió exponerlos otra vez al ambiente. - Lo haremos al atardecer -nos dijo Ninti-. Puede que a esa hora la actividad de los insectos sea menor. Abrió de nuevo los orificios y casi en el acto una serpiente se coló por uno de los agujeros. Era diferente a los reptiles de Nibiru por su extraña cabeza achatada y sus ojos inmóviles de mirada siniestra. Apenas entró por completo en la jaula, se enroscó y miró fijo a uno de los musnis. Los animales se mostraban asombrados pero no temerosos, de pronto la extraña bestia se estiró y golpeó con la cabeza en la parte posterior del cuello del musni que había elegido como presa. El animalito cayó de costado; por un momento sus patas temblaron, luego quedó inmóvil. El monstruo abrió una boca enorme por donde el musni comenzó a desaparecer.

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Rato después pudimos contemplar el cuerpo cilíndrico de la bestia deformado por el animalito devorado. Mientras, se introdujo otra serpiente que acabó con un segundo musni. Ninti resolvió abrir del todo la jaula para permitir al resto de las criaturas escapar de esos seres. - No creo que sean capaces de sobrevivir en ese mundo hostil -dijo con lágrimas en los ojos. Vimos de nuevo el suceso en cámara lenta y desde varios ángulos. El pequeño monstruo, al abrir la boca, proyectó hacia delante dos colmillos curvos que clavó en el cuello del musni. - Adviertan que la herida en sí no es grave; sin embargo, el musni cae en el acto. Debemos examinar esas criaturas, pues sospecho que al morder inyectan una sustancia tóxica –intervino Enky. - También es notable la articulación de sus mandíbulas -observó uno de los biólogos-. Engulló al musni entero, pese a que su volumen es muy grande con respecto al monstruo. - Lo primordial es que allá abajo la naturaleza es muy agresiva, con especies animales que se alimentan de otras -observó Ninti-; a diferencia de Nibiru, donde la fauna es herbívora y prevalece la asociación entre especies distintas. Sólo los dioses somos omnívoros.

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No contamos con ese peligro; puede haber bestias carnívoras mucho mayores que esos reptiles alargados. - Yo bajaré junto con el primer contingente afirmó Enki. En el acto varios dioses protestaron. - ¡Tú no debes arriesgarte así! -se lamentó uno de los médicos-. No sabemos qué peligros los aguardan. Quizá no sea aconsejable enviarles cohetes de rescate y queden librados a su propia suerte en el planeta. Enki, luego de escuchar todas las objeciones, levantó la mano para pedir silencio. - Todo eso ya lo previmos. En cuanto a mí, he tenido que luchar muy duro para que este proyecto se concretara. Creo que me gané el derecho de ser el primero en pisar el suelo de Tiamat, aunque mi vida corra peligro. Decidió que ya era hora de que los dioses descendieran en el planeta azul. Fui uno de los designados para integrar ese grupo. Cuando llegó el momento tan esperado, nos colocamos los trajes espaciales para dirigirnos a la sala de embarque. Ninti, que debía quedarse en la nave madre, me besó antes de cerrar la cubierta de mi casco. - Cuídate mucho, Nergal; te amo -me dijo al asegurar los cierres y verificar mi equipo.

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-No temas -dije pasándole por la cara mi mano enguantada-, te esperaré con una guirnalda de flores de Tiamat. A través de un estrecho túnel abordamos el cohete de descenso. Frente a los controles tomó asiento Engi, escogido por su habilidad de piloto. A su lado se ubicó Enki y el resto nos aseguramos a los asientos posteriores mientras las cámaras registraban la escena para transmitirla a Nibiru, donde seguramente las actividades se detendrían cuando llegaran las imágenes del acontecimiento. Además, lo que ocurría se estaba grabando en estelas de oro y silicio para las generaciones venideras. Encerrados en la cabina, nos sentíamos sobrecogidos por ser protagonistas principales de un hecho histórico. Finalmente nos desacoplamos de la nave principal para flotar solos sobre Tiamat. Al encender el piloto los motores de freno, la inercia nos aplastó contra los asientos al tiempo que una vibración enorme se transmitía por todo el cohete. Rápidamente la nave madre se perdió de vista, encontramos atmósfera más densa y nos envolvieron las llamas originadas por la fricción. Caíamos a gran velocidad sobre el planeta. Otra vez Engi encendió los motores de freno y el fuego se apagó, entonces vimos la curvatura del horizonte. El piloto desplegó las alas

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retráctiles e iniciamos un largo planeo hacia el punto de referencia escogido: un solitario doble pico montañoso al que habíamos dado el nombre de la mitológica doncella Ararat. El lago se acercó veloz por la proa; distinguimos las olas cada vez más cerca, hasta que hicimos contacto con un fuerte chasquido. La brusca desaceleración nos arrojó contra las correas de seguridad, en tanto la cabina se hamacaba violentamente y el agua salpicaba los cristales impidiendo la visión. Después sobrevino el silencio, sólo interrumpido por el golpeteo de las olas contra el fuselaje. Experimentábamos una sensación desacostumbrada: volvíamos a tener peso, aunque la gravedad de Tiamat fuese algo inferior a la de Nibiru. Quitamos los cierres de la portezuela y Enki la abrió para contemplar el espléndido paisaje iluminado por el sol de la mañana. Se veía muy conmovido y un brillo húmedo iluminaba sus ojos cuando miraba hacia las costas; había luchado con denuedo para vivir este instante de gloria, sorteando prejuicios, incomprensión y celos. Y aquí estaba ahora, mecido por las olas en un lago del planeta azul. Equilibró las presiones en su casco, levantó la cubierta transparente y expulsó de sus pulmones el aire de Nibiru para poder inhalar el de Tiamat.

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Mientras respiraba, los demás lo observábamos expectantes. Su rostro se distendió en una sonrisa que fue captada por la cámara y emitida a través del espacio hacia el hogar lejano. Lanzamos una exclamación de júbilo y nos abrazamos alborozados. Después nos quitamos los cascos para respirar el aire puro y escuchamos el ruido de las olas y el murmullo de la brisa, mientras unas aves que volaban en círculos sobre la nave protestaban con ásperos chillidos por nuestra inesperada irrupción en su mundo. Remolcamos el cohete hasta la costa utilizando tres barcas inflables provistas de motor. Yo navegaba en una de ellas en compañía de Enki; escrutábamos la orilla para localizar un sitio adecuado donde desembarcar, mientras, otros dos compañeros se ocupaban de coordinar la maniobra con las otras embarcaciones. Cuando llegamos a aguas poco profundas, detuvimos los motores y permitimos que el cohete encallara despacio en el cieno del fondo, enturbiando el agua y despidiendo olor a vegetales descompuestos. - Sólo se ven pantanos y maleza -dije bajando los prismáticos- ¿Qué hacemos, Enki? - Libera la barca del cable que nos une al cohete. Vamos a navegar cerca de la orilla.

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Bordeamos esquivando troncos de árboles secos que flotaban semisumergidos entre plantas acuáticas en busca de un sitio para desembarcar. Una roca sobresalía en un punto de la orilla. Eran aguas profundas y conseguimos llegar hasta la piedra; Enki trepó por ella, poniendo por primera vez el pie en el suelo firme de Tiamat. Lo seguí hasta el punto más alto y conseguimos ver en torno. - Un arroyo desemboca en el lago -dijo mi amigo observando con los prismáticos-. Regresemos a la barca; trataremos de remontarlo aguas arriba. Encontramos la desembocadura del arroyo. Sus aguas estaban estancadas y putrefactas a causa de la vegetación, pero nos abrimos paso a fuerza de remos hasta descubrir una isla diminuta pero despejada. Por medio de los transmisores que cada uno de nosotros llevaba en el casco, nos manteníamos en contacto entre todos y con la nave madre. - Aquí acamparemos por esta noche -dijo mi amigo-, que vengan los demás. Limpiamos de malezas un sitio para armar el campamento. Las periódicas crecidas depositaban en la isla una cantidad de madera seca que no tuvimos más que recoger para hacer una fogata. Ninguno de nosotros había experimentado jamás el calor proporcionado por el fuego de leña, pues en Nibiru

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hacía mucho tiempo que las hogueras estaban prohibidas. Fue muy reconfortante, ya que el sol se ocultaba tras el horizonte y anochecía sobre el mundo central. En el cielo comenzaron a brillar algunas estrellas. Festejamos la primera noche con cerveza sintética y alimento envasado. Bebimos y comimos escuchando los extraños sonidos de los insectos en el silencio nocturno. Cuando una gran luna apareció en el horizonte alumbrándonos con su luz reflejada, cantamos alegres canciones que rebotaron en mil ecos jamás escuchados por las extensas soledades de Tiamat. Estábamos tan eufóricos y excitados que nadie pudo descansar, pese a la fatiga de un día entero de esfuerzos, intensificados por el retorno a la gravedad. Mucho más tarde vimos un resplandor que teñía de naranja el horizonte oriental y surgió el sol, enorme y brillante como jamás puede verse desde nuestro planeta. Enki ordenó permanecer en las tiendas ese primer día y turnarnos para dormir. Ocupamos los subsiguientes en reconocer los alrededores. Íbamos provistos de armas, por desconocer los peligros que podían acecharnos. La vegetación era agreste y salvaje, con muchas matas espinosas de madera dura. Las aves, abundantes y variadas, pasaban en bandadas sobre nosotros y manadas de animales que pastaban en

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la zona escaparon al vernos llegar, dejando sus huellas marcadas en el terreno húmedo. También miríadas de insectos revoloteaban a nuestro alrededor, pero no podían picarnos a través de las ropas protectoras. No fuimos molestados por nadie en aquellas exploraciones de reconocimiento. Pensamos que de existir nativos inteligentes, habitaban en las cercanías de las montañas del noreste, bastante lejos de donde estábamos. Los bosques abundaban. Derribamos algunos árboles para cortar tablas con las que fabricamos un embarcadero, al que llevamos el cohete para descargar el resto del equipo. Cerca del embarcadero habíamos descubierto un excelente lugar, que Enki consideró apropiado para instalar el campamento definitivo. No muy lejos había manantiales de hidrocarburos que surgían espontáneamente a la superficie con su olor característico. Trabajamos varios días para despejar el sitio y dejarlo listo para recibir al resto de la expedición. Enki dio el nombre de Eridu a aquel lugar e izó su enseña con el símbolo del misterio de la vida: dos serpientes entrelazadas en torno a una vara. Representaban las estructuras helicoidales que en las entrañas de la célula transmiten las características esenciales de la especie, raza y familia de generación en generación. Completaba el emblema un globo alado, el planeta

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Nibiru, en su parte superior. Mi amigo decidió que no había peligros especiales que desaconsejaran traer a tierra al resto de la expedición. Habíamos revisado la zona de descenso en el lago para despejarla de troncos, pues constituían un peligro del que la pura suerte y la habilidad de Engi nos habían preservado la primera vez. Una mañana se escuchó un fragor muy alto en el cielo y poco después vimos una estela de humo que se aproximaba desde el sureste en dirección a nosotros. El cohete se acercó veloz y acuatizó entre una doble cortina de agua y espuma. Cuando la nave se detuvo, los tripulantes de las barcas estábamos a muy corta distancia para registrar con las cámaras el preciso instante en que abrían la puerta. Los recién llegados se asomaron agitando los brazos mientras gritábamos, dándoles la bienvenida. Mis ojos buscaron entre ellos hasta distinguir los largos cabellos dorados de Ninti agitados por la brisa del lago. Recibimos a las diosas con guirnaldas de flores; cuando le entregué la suya a Ninti, nos estrechamos en un fuerte abrazo y nos dimos un beso prolongado. Hubo fiesta en el campamento esa noche. Comimos, bebimos y cantamos hasta la madrugada. Finalmente ella y yo nos deslizamos hasta nuestra

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tienda para dormir estrechamente abrazados. Así comenzó la etapa más feliz de mi vida.

V Desperté cuando el sol estaba alto sobre el horizonte, con su cabeza junto a la mía. Sus cabellos aparecieron esparcidos sobre mi pecho y de a ratos el aire de su pausada respiración me hacía cosquillas sobre la piel. Permanecí quieto para no despertarla, mas por fin sus labios se curvaron en una sonrisa y me miró, entonces sumergí mis ojos en los suyos, tan azules. Sentí mi corazón a punto de estallar de felicidad por tenerla junto a mí. El campamento se animó poco a poco. Quienes nos levantamos primero reíamos y hablábamos en voz baja para no molestar a los que permanecían en sus tiendas. Mucho más tarde Enki nos reunió a todos para distribuir las tareas. - Nuestro principal objetivo es demostrar que una comunidad de dioses puede vivir por sus propios medios en Tiamat -nos dijo-, para lo cual vamos a organizar los equipos de trabajo que nos permitirán transformar este pequeño campamento en nuestra base de operaciones.

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Los diversos grupos marcharon a cumplir sus respectivas misiones; unos se dedicaron a fabricar ladrillos para construir viviendas seguras y confortables, mientras que otros se ocuparon en desmontar y preparar una franja de terreno donde cultivar trigo y cereales. Los demás desmalezaron los arroyos para que sus aguas, al correr sin impedimentos, terminaran de limpiarlos. Con mi equipo fuimos hasta el embarcadero para desmalezar sus entornos y poder ampliarlo cortando troncos nuevos para embarcar con comodidad cuando saliéramos a pescar. Dumuzi e Ishkur resultaron excelentes pescadores, en tanto que las muchachas y yo nos dedicamos a cazar aves, algunas de las cuales resultaron muy aptas para el consumo. Trabajamos con denuedo, pero al cabo de un tiempo Eridu se transformó en un hogar. Los pantanos quedaron desecados y saneados y se edificaron las primeras viviendas de ladrillo y piedra techadas con maderas aromáticas. El tercer cohete arribó, trayendo al resto de los expedicionarios y el material pesado, inclusive tres mu desarmados que los ingenieros ensamblaron nuevamente en el campamento. Ninti y su equipo iniciaron diferentes cultivos para adaptarlos a las condiciones de Tiamat. También

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investigaban las plantas autóctonas, con el propósito de ubicar las que fuesen útiles para nuestras necesidades y examinaron la fauna terrestre con la misma finalidad. Al cabo de un tiempo supimos que podríamos sobrevivir por nuestra cuenta en el nuevo planeta. Ella estaba siempre conmigo, éramos felices y todo nos parecía maravilloso. Solíamos recorrer juntos los alrededores o navegábamos en barca por el lago. A menudo fuimos hasta el mar para bucear en las aguas saladas y observar la fauna y la flora submarina. Tomamos el sol sobre las playas de arena y nuestra piel se bronceó por sus rayos. La muchacha se puso aún más bella por el ejercicio; en su rostro tostado se destacaban más los ojos azules y sus cabellos se habían aclarado. Pasaba largas horas observando con sus instrumentos las flores y los insectos, mientras yo la miraba en silencio para no interrumpir su concentración. Capturaba especímenes interesantes que luego llevábamos a su recién construido laboratorio. Nuestra dieta era agradable y completa porque encontramos muchas variedades de peces, aves y moluscos nutritivos y de exquisitos sabores. Los que desde el comienzo estábamos en Tiamat, ya no comíamos otra cosa que los alimentos naturales

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aderezados con especias silvestres del lugar. Devorábamos con el placer que daba una vida de trabajo intenso en contacto con la naturaleza salvaje. Tiempo después estuvimos en condiciones de iniciar la etapa científica de la misión. Para entonces Eridu disponía de suficientes viviendas de ladrillo y piedra. Hicimos jardines, plantamos árboles y edificamos una represa para embalsar uno de los arroyos, formando un bonito lago cuyas aguas utilizamos para consumo y para regar las plantaciones. Con Eridu como base de operaciones, diferentes grupos partirían para investigar las condiciones del planeta tan bien como fuese posible, dadas las limitaciones de tiempo y de personal. Desde el poblado, Enki y su consejo de científicos coordinarían el trabajo. Cada descubrimiento, cada muestra de material geológico y biológico, debía llegar aquí para ser evaluado, analizado y decidir la ejecución de operaciones ulteriores. Los ingenieros mantendrían en funcionamiento la central de energía de Eridu junto con los demás servicios de infraestructura. Dankina, como médico en jefe del proyecto, instaló en colaboración con sus auxiliares un pequeño hospital para atender cualquier emergencia, y para realizar a la vez estudios y

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experiencias sobre los efectos que las condiciones de Tiamat pudieran tener a largo plazo sobre los dioses. Ninti y sus biólogos quedarían también en Eridu, en la estación biológica, ocupándose de los cultivos experimentales y de la crianza de animales útiles, al tiempo que investigarían las variedades vivientes. Para llevar a cabo las exploraciones se formaron equipos con científicos de diversas disciplinas, y se asignaron turnos para transportarlos en mu a los distintos lugares escogidos, donde permanecerían hasta cubrir el área asignada. Una vez concluida cada misión, regresarían a Eridu para revisión médica, descanso y evaluación de la tarea realizada. De esta forma las expediciones se alejarían progresivamente del mundo central hasta completar el estudio de las regiones distantes. El equipo a mi cargo tenía la misión general de relevar los recursos del planeta para determinar sus posibilidades de albergar a una población estable de dioses. Como geólogo, mi tarea consistiría en ubicar los distintos yacimientos de materias primas minerales, analizar su calidad y cuantificar su dimensión. Contaba con la colaboración de Ishkur y sus instrumentos geofísicos y sismológicos. Ninkashi tenía la función de clasificar animales y plantas y evaluar la riqueza de los suelos, además, debería buscar

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variedades potencialmente útiles a la alimentación y la industria. Shala, la antropóloga, tenía que establecer contacto con las posibles criaturas inteligentes que pudiésemos encontrar, estudiar su cultura, costumbres y modos de vida. Dumuzi, como paleontólogo, buscaría fósiles y determinaría la edad de los yacimientos y de los diferentes terrenos geológicos; además, su tarea permitiría conocer la historia de la vida del planeta. Finalmente Mami, la tercera de las diosas de mi grupo, nos acompañaría como médico y auxiliaría en caso de enfermedad o accidente, evaluando al mismo tiempo la respuesta de nuestros organismos frente a las exigencias de terrenos, alturas y climas diferentes. Aunque estaríamos en contacto permanente con los demás a través de Eridu y de la nave madre, en caso de emergencia dependeríamos de nuestras propias fuerzas, por lo que era importante para cada uno de los miembros del grupo saber que podía confiar sin reservas en los demás. - Mañana salimos para nuestra primera misión -le comuniqué a Ninti. - ¿Dónde vas a ir? - No lejos de aquí. Examinaremos los yacimientos de hidrocarburos.

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- Te voy a extrañar, mi amor -dijo ella abrazándome. - ¿No te molesta que me vaya con Ninkashi? - Quizás un poco -respondió mirándome a los ojos-. Esto ya lo hablamos. Cuando nos conocimos ninguno de los dos era virgen ¿Por qué hemos de exigirnos castidad? ¿Y para qué? - Bueno, no lo sé. Te amo más que a nada; sólo que nuestra relación me tiene confundido... - Por ahora es una especial amistad. Estoy segura de que te amo, pero recién estamos conociéndonos. Formar verdaderamente una pareja es más que eso, es saber sin lugar a dudas que siempre vamos a poder contar el uno con el otro, que los dos vamos a ser uno, y yo ni siquiera sé si vamos a vivir juntos cuando regresemos a Nibiru. - Yo quiero vivir contigo para siempre. - En la medida que transcurran las misiones, pasaremos cada vez más tiempo sin vernos. No nos prometamos una fidelidad que no vamos a poder cumplir. - Imaginarte en brazos de otro que no sea yo, me conmueve hasta lo más profundo, pero te prometo que aprenderé a soportarlo, aunque no me resultará fácil. - Mi amor -dijo besándome-, coloquemos nuestro cariño por sobre todo ello.

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En muchos sitios cercanos a Eridu los hidrocarburos brotaban de la tierra formando pantanos malolientes. Tomamos muestras y analizamos la composición química. En los casos mucho más frecuentes de yacimientos profundos, ayudamos a Ishkur a manipular los detectores que medían la radiación natural de ese compuesto y utilizamos métodos sismológicos para conocer la profundidad y extensión de los yacimientos. Poco tiempo después de caminar por la región, sabíamos que estábamos parados sobre verdaderos océanos de hidrocarburos, capaces de satisfacer nuestras necesidades por milenios. Nos trasladábamos de un sitio a otro y volvíamos a armar el campamento cada vez, disponiendo las tres tiendas cerca de una fogata de leña común. Disfrutábamos conversando por las noches mientras mirábamos bailar las llamas. También tomábamos cerveza y licores, pues Ninkashi nos había sorprendido agradablemente con su arte de fabricarlos con casi cualquier cosa fermentable. Cada tienda era ocupada por dos personas. Yo compartía una con Ninkashi, la segunda la habitaban Ishkur y Shala y Dumuzi con Mami vivían en la tercera. Ninkashi y yo manteníamos una apasionada

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relación y con frecuencia charlábamos abrazados hasta que el sueño nos vencía. - ¿Le molesta a Ninti que tú vivas conmigo cuando estamos en misión? -curioseó una de las primeras noches. - He hablado con ella y me ha dicho que tal vez le moleste un poco pero que procurará sobreponerse. - ¿También tú la comprendes a ella? Quizás en este momento está acostada con otro, tal como nosotros dos. Sus palabras me hicieron sentir el aguijonazo de los celos. - La verdad, es que trato de no pensar en eso, aunque sé que sucede. No obstante los dos nos amamos; sabemos que luego de nuestras mutuas infidelidades volveremos a estar juntos porque nos queremos por sobre todas esas cosas. Yo soy de Ninti y creo que ella sabe que es mía. - ¿Y a mí no me amas? - Te quiero, me siento unido a ti. Tal vez si no la hubiera conocido a ella no habría para mí nadie más que tú, pero las cosas han sucedido de este modo. Me incorporé en el lecho para ponerla de espaldas y tenderme sobre su cuerpo desnudo. - Quiero que sepas que a ti realmente te quiero dije mientras la besaba y mordía suavemente sus

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labios-, me gusta tenerte en mis brazos. Soy feliz por tenerte a ti, soy feliz por tener también a Ninti. - Te amo -dijo abrazándome con fuerza y gimiendo junto a mi oído-. Respeto tu amor por ella. Tal vez un día me case y tenga hijos con otro, pero a ti te amaré siempre. Nunca vaciles en venir a mí porque te estaré esperando. Cuenta siempre conmigo, amor. Le agradecí su cariño y amistad y nos pusimos a jugar en el interior de la tienda hasta que nuestras risas despertaron un coro de protestas en las tiendas vecinas. Cuando regresamos a Eridu, le confié a Ninti mis relaciones con Ninkashi. Desde ese día se hicieron amigas; las veía pasear por Eridu tomadas del brazo, charlando en voz baja y de pronto prorrumpían en carcajadas, lo que me tranquilizó y alegró porque había llegado a temer que se sintiesen rivales. Sucedía que yo todavía no conocía a Ninti. Admiraba su hermosura física, calidez, excelente carácter y su alegría de vivir, pero recién comenzaba a intuir que algo en ella la hacía muy especial. Nunca había conocido a una mujer así. Sólo después de que las necesidades físicas quedaban satisfechas, como si fuese un requisito previo, me sentía verdaderamente junto a ella. Cuando el fuego de su pasión quedaba consumido, su espíritu se evadía del cuerpo y desplegaba las alas echando a volar por territorios

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desconocidos y mundos infinitos. Para mí, aquella era una experiencia nueva y hermosa, pues con las otras mujeres estaba habituado a compartir sólo naderías insubstanciales, pero a menudo no podía alcanzarla por aquellas regiones. Mis alas resultaban cortas y débiles y ella debía detenerse y regresar otra vez al mundo de todos los días. Su intelecto estaba muy desarrollado pero no se envanecía por ello; lo consideraba apenas un instrumento que le permitía ir mucho más allá. Yo miraba sus profundos ojos y me puse triste al comprender que estaba obligada a vagar sin compañía por aquellas regiones maravillosas porque no había nadie capaz de seguirla, entonces conseguí leer en sus ojos su inconmensurable soledad. Intentaba hablarme de esos mundos lejanos donde su espíritu vagaba a sus anchas, pero no existían en nuestro lenguaje imágenes y palabras para describir su pensamiento y yo no lograba cabalmente comprenderla. La amaba, aunque tenía la certeza de que su mundo verdadero estaba para siempre fuera de mi alcance. Iniciamos una misión por las montañas al nordeste de Eridu donde instalamos nuestro campamento. Caminábamos Ishkur y yo por una profunda

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hondonada, siguiendo el lecho de un arroyo seco, cuando mi compañero se detuvo de pronto. - ¡Mira! -dijo sobresaltado. Seguí con la vista la dirección de su índice extendido y descubrí una huella de pie descalzo sobre la arena, un pie parecido a los nuestros, pero más ancho y de dedos muy gruesos. Con cuidado buscamos otros rastros y muy pronto los encontramos acompañados de sangre fresca. Los insectos acudieron atraídos por ella. - Esta criatura no es como las otras, Nergal ¿Qué opinas? - Parece que marchara cargada, observa la profunda huella de sus talones. Las matas de yuyos aparecían aplastadas y en los arbustos espinosos encontramos atrapados algunos pelos largos y oscuros. - Llama a los demás, este es un hallazgo importante -le dije mientras procuraba divisar con los prismáticos algún movimiento a la distancia. Más tarde, después de levantar el campamento, el resto del grupo se nos reunió trayendo consigo todo el equipo. Shala y Dumuzi examinaron con cuidado las huellas y las fotografiaron. Luego confeccionaron una copia utilizando una sustancia plástica.

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- La criatura camina erguida sobre sus dos pies dijo Shala-, los pasos son largos y ágiles. No hace mucho que pasó por aquí, pero viaja más rápido que nosotros ¿Qué hacemos, Nergal? - Vamos a seguir las huellas hasta donde sea posible -respondí. Caminamos durante dos días hasta que la brisa nos trajo un fuerte olor a carne descompuesta y a heces en las cercanías de unas cavernas. Nos colocamos las máscaras filtrantes y avanzamos hasta dar con diversos residuos putrefactos de los que se levantaban enjambres de insectos que revoloteaban y zumbaban en torno. No vimos a nadie cuando penetramos cautelosamente en las cuevas, pero encontramos numerosos objetos y montones de huesos de animales esparcidos por el piso. - ¡Miren! -exclamó Shala- ¡Un utensilio! Señalaba una roca ahuecada llena de raíces a medio moler, y un trozo romo de piedra usado para machacarlas. Enseguida descubrimos otros utensilios de piedra y hueso, restos de fogatas con brasas aún encendidas entre las cenizas y pieles trabajadas de animales. La muchacha, muy excitada, tomaba numerosas fotografías mientras inspeccionaba palmo a palmo cada cueva.

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- Hay un cierto nivel de organización en este aparente desorden -señaló-. Observen esos conjuntos de pieles de animales y los utensilios repetidos. Aquí hay demarcación de territorio y concepto de propiedad. - Es evidente que las criaturas huyeron al advertir nuestra presencia -dijo Dumuzi-. No han tenido tiempo de llevarse sus posesiones. - Pero ya sabemos donde esperarlas -dije yo. En los días subsiguientes las observamos de lejos con los prismáticos y las filmamos con teleobjetivo. Saltaba a la vista que eran seres semejantes a nosotros. Poseían estatura inferior a la nuestra, pero sus cuerpos se veían robustos y musculosos, sobre todo los machos, más peludos que las hembras. A éstas se las identificaba fácilmente por los pechos colgantes hasta la cintura, además, algunas llevaban las crías colgando del cuello mientras buscaban raíces y frutos. Vestían pieles de animales y se adornaban con piedras brillantes y trozos de huesos. Caminaban erguidos sobre sus extremidades posteriores; sus ojos eran vivaces, la nariz achatada y la frente estrecha. Sin duda un macho adulto y fuerte los comandaba porque sus actitudes de jefe eran inequívocas. Comunicaba sus órdenes con gruñidos y empujones y parecía

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sentirse responsable de la seguridad de su tribu. Permitía que su gente anduviese por una amplia zona, pero se ponía muy nervioso cuando alguno de los suyos se encaminaba en nuestra dirección. De alguna manera él sabía dónde estábamos y aceptaba nuestra presencia. También respetaba nuestro territorio. - Aunque muy primitivos, creo que son inteligentes -dije- ¿Cuál es tu opinión, Shala? - Sus instrumentos me recuerdan a los del período intermedio primario. Me gustaría obtener radiografías de sus cráneos. - Si cazamos a uno de ellos, los demás van a ponerse furiosos -alertó Dumuzi. - No conviene iniciar un comportamiento agresivo -coincidió Shala-. Primero deben acostumbrarse a vernos. - Tenía entendido que la regla básica para observar el comportamiento cotidiano de una colonia, es evitar que el sujeto se sienta observado -objetó Ishkur. - Antes de nosotros verlos ya saben que estamos aquí -protestó Shala- ¿Cómo acercarnos a ellos sin que lo sepan? Durante un tiempo nos limitamos a seguir y fotografiar sus movimientos, luego ella intentó acercarse para hacer contacto. La muchacha se

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mantenía sola durante horas sobre una roca a la vista de las criaturas, simulando masticar raíces y frutos e imitaba sus gruñidos y gestos. A los demás nos divertían mucho sus gritos y saltos y la filmamos para que luego todos pudiesen contemplar sus esfuerzos. Ninguna criatura se acercó a Shala. Hasta el macho jefe parecía asustado de su presencia cercana y trasladó su tribu a otro lugar. - No resulta -admitió ella en la reunión de la noche-. Son inteligentes y nos temen. - Levantaron el campamento y se llevaron sus pertenencias -dijo Dumuzi. - Nos llevará tiempo seguirlos y ubicarlos. Nuestro programa se retrasa -opinó Ishkur-, ¿qué hacemos, Nergal? - Tenemos muchas filmaciones de estos seres. Me gustaría llevar algún ejemplar y muestras biológicas a Eridu. En este tema tú eres la especialista, Shala. - Cualquier acción que los involucre sin su permiso pueden interpretarlo como agresión simple y llana y traer consecuencias. Hacer la guerra con ellos es una decisión que incumbe a Enki y a su consejo de dioses. - Correcto –aprobé-. Pidamos el transporte y regresemos a Eridu para exhibir las filmaciones. Estreché a Ninti en un abrazo y nos besamos.

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- Regresaste antes de lo planeado ¿pasó algo? - Sí; necesito que me acompañes a una reunión del Consejo. Observaron las filmaciones en un absoluto silencio. Cuando finalizamos nuestra exposición, Enki dio comienzo a una sesión extraordinaria. - Es evidente su arcaico estado cultural -dijo-, no obstante son los legítimos propietarios de este planeta. Esto cambia por completo nuestra perspectiva de la expedición. Quiero escuchar las opiniones de ustedes, antes de llevar el caso ante el Gran Consejo en Nibiru. - La cuestión es; ¿son realmente seres inteligentes o simples animales con algunas peculiaridades? -Preguntó el representante de los ingenieros-. La respuesta a esta pregunta es crucial para la suerte de esta expedición. - No olvides la cuantía de los recursos empleados para venir a este planeta, Enki -aconsejó un ingeniero espacial-. No podemos suspender todo y cruzarnos de brazos a esperar el momento de marcharnos. - Nosotros, los universitarios, somos bastante románticos -dijo el jefe del equipo de geògrafos-, pero creo que en este asunto exageramos. No podemos desperdiciar tantos esfuerzos por causa de unos

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bichitos diferentes al resto. Terminaríamos como empleados en las granjas hidropónicas. - Creo que el sólo hecho de tener esta reunión ya habla bien de nosotros acotó el ingeniero espacial-. Propongo seguir con el proyecto tal cual fue establecido. ¿Qué decía al respecto la normativa básica del Gran Consejo? - Establecer relaciones formales en caso de encontrarnos con nativos inteligentes -recitó de memoria Dankina. - Y defendernos en caso de ser atacados -dijo Enki-. ¿Observaste algún comportamiento agresivo, Shala? - Ninguno en absoluto. Cuando vieron que me acercaba, se alejaron de la zona. - Tal como si fuesen animales que quieren evitar que los cacen -afirmó el ingeniero espacial. - Veo que se pretende establecer que el grado de inteligencia y desarrollo cultural de esos seres va a determinar si los respetamos o no -intervino Ninti-. Si los calificamos, según nuestra escala de valores, como seres racionales, los trataremos como a iguales. Si por el contrario, decidimos que son animales, nos apoderamos de este planeta sin escrúpulo alguno. Digamos las cosas como son. - Si son seres racionales, nuestra presencia va a significar un importante avance para ellos;

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trascenderán rápidamente las etapas que van desde el estado primitivo en que se encuentran hasta la era espacial -afirmó el jefe de los geofísicos. - Una cultura no debe valorarse por el número de cohetes -insistió Ninti-. Pueden existir otras pautas diferentes que los lleven a desarrollar una civilización que conserve el orden ecológico sin destruirlo, como hicimos en Nibiru. El jefe geofísico iba a responder cuando Enki corrió bruscamente su asiento. - Esta sesión termina aquí mismo -dijo poniéndose de pie-. Nergal, voy a quitarte a Shala y a Dumuzi por un tiempo, también necesitaré a una pareja de tus biólogos, Ninti. Formaré un equipo especial para que estudie a esos seres. Ella asintió y abandonó la sala. La seguí. Después que nos alejamos del edificio principal, se volvió y me tomó la mano. - Esto me ha puesto mal, Nergal. Creo que va a ser muy difícil conciliar los intereses de todos. - ¿Te refieres en especial a los intereses de esos seres? - El choque de nuestras respectivas culturas será catastrófico para ellos. Aquí termina lo que consiguieron hasta ahora, pues en adelante su futuro

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no será el que determine su naturaleza sino el que les impongamos. - Yo creo que estamos especulando sin saber nada de esas criaturas. - Tienes toda la razón. Voy a solicitar a Enki ir como biólogo en el grupo para conocerlas más. Ishkur, Mami, Ninkashi y yo reanudamos nuestro programa. En algunos lugares detectamos la presencia de otras colonias de esos seres, y nos mantuvimos alejados, después de comunicar su posición al grupo de Enki. Nosotros proseguimos nuestra tarea en una zona inexplorada. En los descansos Ishkur permanecía con Mami mientras Ninkashi y yo salíamos a buscar bayas para preparar bebidas que nos alegraban por las noches y nos ponían a cantar. Mi compañera se había empeñado en enseñarme los secretos de la fermentación y resulté un alumno aplicado. Cierto día escarbamos en torno a un arbusto para extraer su raíz, pero mi piqueta dio con algo duro que supuse una roca. - Es una roca muy extraña -opinó ella-, tiene forma de colmillo. - Es demasiado grande para ser un colmillo, aunque tiene aspecto de fósil.

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Cuando estudiante había participado de expediciones y encontramos fósiles, pero nunca había visto algo como lo que teníamos allí. Con precaución desenterramos todo el colmillo y descubrimos que era descomunal. - ¿Si este es un colmillo, de qué tamaño es la bestia? -Preguntó maravillada mi compañera. - Quizá el resto de la cabeza no esté lejos. Llamemos a los otros para que nos ayuden. Nos llevó varios días de trabajo dar con el cráneo y toda una semana para desenterrarlo por completo. - ¡Se parece a una cabeza de lagarto, pero es inmensa! -se horrorizó Ishkur. Pero aquella cabeza era sólo una parte del cuerpo. Los huesos de los miembros anteriores eran muy chicos y no guardaban proporción con los miembros posteriores que resultaron gigantescos, también las vértebras de la espina dorsal la prolongaban en el terreno por metros y metros. - En Nibiru jamás se encontró animal que se le aproxime –dije- creo que hicimos un descubrimiento sensacional. Lástima que no esté aquí Dumuzi; este es su campo. Obtuvimos gran cantidad de fotografías en las que posamos junto al fósil para dar una cabal idea de la magnitud del animal.

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- No puedo creer que de buenas a primeras hayamos dado con el mayor monstruo de Tiamat opinó Mami-. La lógica indica que deben estar por allí enterrados ejemplares aún mayores. Recogimos algunas vértebras, pues, junto con el colmillo que vimos primero, eran objetos bastante representativos para exhibir en Eridu. Nos cuidamos de señalar exactamente la ubicación del hallazgo en el mapa. Cuando estábamos por pedir por radio que nos enviaran el mu, Mami observó una piedra de forma extraña debajo de una costilla del monstruo. - Esta roca es muy extraña, Ishkur. Ayúdame a retirarla. Cuando obtuvimos la piedra pudimos examinarla. Era un trozo de sílex que no dejaba dudas de que había sido trabajado por manos muy hábiles; había sido cortado y aguzado en punta. - ¡He visto armas así en Nibiru! –exclamé-. Nuestros antepasados construían lanzas con puntas semejantes a esta. - También yo las he visto –intervino Ninkashi-, pero esta es varias veces más grande y pesada. Sólo un gigante primitivo pudo manejar un arma así para dar muerte a semejante monstruo.

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Cuando llegamos a Eridu, causamos sensación. Enki no terminaba de dar crédito a nuestras fotografías y los científicos no dejaban de estudiar la punta de lanza. Decidieron ir de inmediato a ver el fósil con sus propios ojos. Ninti, Dumuzi y Dankina estuvieron entre los que fueron con ellos. Regresaron al día siguiente. Mientras, supimos que el Gran Consejo nos había enviado una felicitación por haber sido los primeros en descubrir la presencia de un ser inteligente en Tiamat, lo que significaba que nuestros nombres habían sido especialmente pronunciados en Nibiru. Tiempo después recibimos otra felicitación por haber descubierto al monstruo. Los miembros del equipo desbordábamos de satisfacción, porque esas menciones significaban puntaje adicional. - ¿Cómo te fue con esos seres? -Consulté a Ninti en la primera ocasión en que nos fue posible estar solos. - No hubo manera de hacer contacto con ellos. Si se veían presionados, se volvían belicosos. Descubrimos otras colonias que residían en la zona y los estudiamos para conocer cómo se relacionaban entre sí. Cada grupo defendía celosamente su territorio de caza y los conflictos se ventilaban a golpes. Cuando el alimento empezaba a escasear, juntaban sus cosas y marchaban hasta encontrar un nuevo hábitat.

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- ¿Shala no consiguió interpretar su idioma? - La comunicación entre ellos parece rudimentaria, Nergal. Además, no todos los grupos tienen las mismas costumbres. Por ejemplo, algunos dejan sus muertos a merced de las alimañas, otros, en cambio, los cubren con piedras. - ¿Pudieron tomarle radiografías a algún ejemplar? - Nos descorazonamos al ver frustrados todos los intentos de contactar pacíficamente con una colonia, entonces decidimos actuar en equipo para atrapar a alguna determinada criatura, pero todas reaccionaron belicosamente, chillando y gruñendo muy fuerte, amenazándonos con armas de madera o piedra. Nos vimos obligados a dormirlas. En ese estado pudimos revisarlas sin inconvenientes. Dankina les auscultaba el corazón y los pulmones, grabando los registros obtenidos y yo tomaba muestras de pelos, sangre y tejidos que conservaba en frío. - Esa no me parece una manera pacífica de tratarlas -objeté sonriendo. - No te burles. Es frustrante seguirlas por esos terrenos durante días y días y sólo obtener gruñidos a cambio de nuestros esfuerzos. Pero tuvimos suerte; encontramos humanoides más evolucionados, a juzgar por su aspecto físico, la calidad y cantidad de sus utensilios y hábitos de vida.

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- ¿Humanoides? - Enki resolvió denominarlos así. La organización de esas comunidades es algo más compleja, hay una rudimentaria especialización entre sus integrantes. Tienen guardias que se ocupan de vigilar a los intrusos, luego están los cazadores, ejemplares jóvenes y ágiles que operan en equipo para acorralar y dar muerte a sus presas. La tarea principal de las hembras, aparte de parir y cuidar las crías, consiste en recolectar raíces y frutos. - ¿Sus características físicas son iguales? Creo que nosotros vimos algunos grupos de humanoides diferentes. - Hay variedades, pero nos llevará tiempo establecer patrones de características físicas y de comportamiento. Lo que más me asombró de estos grupos más avanzados es que entierran a sus muertos en hoyos cavados al efecto mientras celebran una especie de ceremonia fúnebre. - ¿Shala tampoco tuvo éxito cuando intentó contactarlos? - Hay algo en nosotros que causa temor a todos los animales en general, incluso a los carnívoros feroces. Hemos visto a grandes felinos asechar los humanoides para destrozarlos con sus zarpas y devorarlos, pero preferían escapar de nosotros sin enfrentarnos.

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- ¿Qué vas a hacer ahora? - Tenemos mucho trabajo por delante para adaptar especies vegetales y animales a nuestras necesidades, además, Enki ordenó capturar algunos bebés humanoides para criarlos en la estación biológica, con la finalidad de acostumbrarlos a nuestra presencia. A medida que las misiones nos alejaron hacia el norte del mundo central, los cambios climáticos obstaculizaron los programas trazados. Muchas veces encontramos que el tiempo se alteraba súbitamente y debíamos permanecer encerrados en las tiendas, soportando temporales de lluvia y nieve y hasta hambre, mientras aguardábamos el rescate. Así, mis ausencias se prolongaron y al regresar corría a los brazos de Ninti; después ella me llevaba a la estación biológica para enseñarme sus progresos. - Intentamos mejorar por medio de injertos los vegetales. Al trigo que trajimos de Nibiru lo cruzamos con una variedad nativa poco apta para producir harina. El resultado ha sido un grano de características aceptables para nuestras necesidades. -Me explicaba ella un día mientras señalaba los campos cubiertos de doradas espigas que se mecían con la brisa. - Tu trabajo es realmente maravilloso. ¿Pero qué ha sido de los humanoides que tenías?

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- Entristecieron y enfermaron en cautiverio. Tuve que devolverlos a su ambiente natural. Me temo que su inteligencia los lleva a añorar la compañía de los suyos. Son gregarios. - ¿No podías dejarlos sueltos en la estación? - Ni lo pienses; son indóciles y salvajes. Creo que no es posible inducirlos a convivir con nosotros. - Pero entonces, ¿qué podemos hacer con ellos? - Nada. Solamente permitirles vivir a su antojo. Sospecho que son producto de un callejón sin salida de la creación. - ¿Qué significa eso? - Significa que pueden pasar millones de años y los humanoides seguirán prácticamente en el estado actual, sin desarrollo complejo del lenguaje ni pensamiento abstracto o matemático. Ven, quiero mostrarte las granjas. Me enseñó los animales que había cruzado para obtener una mejora en la calidad de la leche, la carne y los derivados. Ella era especialista en genética molecular. Pasaba la mayor parte de su tiempo en el laboratorio, estudiando la estructura de las bases nitrogenadas de los seres vivos; lo que Enki denominaba las serpientes de la vida. - Para mí, la doble estructura helicoidal constituye una manifestación químicamente estable de un cierto

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nivel de protofuerzas -me explicaba-. Aquellos a quienes denominamos los hacedores han impreso en ellas una serie de instrucciones que se cumplen de manera inexorable. - Espera, mi amor. Creí que eras evolucionista. - Pues, no. Cuando ingresé a la Universidad lo era, a causa de una educación tendenciosa, pero después de estudiar la complejidad de las serpientes de la vida, concluí que no era posible que la casualidad, unida al medio y a la acción de un tiempo prolongado las hubiesen desarrollado. De allí a imaginar la acción racional de mentes avanzadas, o hacedores, no hubo sino un corto paso. - ¿No tuviste problemas con tus superiores en la Universidad? - En general, no. Son muchos los biólogos situados en posiciones diferentes y hasta antagónicas; es parte de nuestra carrera y hay un cierto respeto hacia las ideas de los demás en tanto no trasciendan al gran público. Solamente cuando una idea consigue abrirse camino sobre la base de demostraciones, y termina por ser aceptada dentro de la Universidad, su divulgación se hace oficial como conocimiento establecido. - Comprendo. Eso no sucede en carreras como la mía, mucho más dedicadas a la industria. Pero recién hablaste de las protofuerzas. Leí algo sobre ese tema,

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pero comprenderás que muy poco tiene que ver con la geología. - Con esa palabra nos referimos a la inteligencia inherente a los seres biológicos. Hasta las formas más elementales de seres vivos, como los unicelulares, necesitan poseer y administrar una información muy compleja. - O sea, la información almacenada en las estructuras helicoidales... - Quizá es más que eso. ¿De dónde proviene esa fuerza vital, esa entidad interesada en que la célula sobreviva y se multiplique y para ello utilice la información de que dispone? Parece existir un factor inteligente que trasciende a las formaciones moleculares, como paquetes de energía que cuentan con información propia. A esas energías desconocidas las denominamos en general protofuerzas o energías primordiales. - ¿Pero qué hay de la influencia del medio, o la acción de las radiaciones, por ejemplo? - No lo sé. Intuyo la acción de las protofuerzas sin conocerlas en profundidad. Los instrumentos más sensibles me dejan ciega ante esos niveles de energía. Creo que mis estudios son sólo como la raspadura de la uña sobre la corteza de un mundo inmenso, pero estoy convencida de que voy en la dirección correcta.

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Aunque la apasionaba la investigación, no vacilaba en dejar su laboratorio para irse conmigo de vacaciones junto al mar o a las montañas. Los ingenieros construyeron en sus horas libres hermosas naves de madera impulsadas por velas y en ellas navegábamos buscando nuevas playas para nadar y amarnos sobre la arena. Volvíamos felices y tostados de esas excursiones, con la mente despejada y lista para acometer otras tareas. Habíamos explorado el mundo central y gran parte del mundo oriental, donde visitamos las montañas más altas del planeta, cubiertas por hielos eternos. Descubrimos muchas cavernas enormes y solitarias producto de pasados acontecimientos geológicos. Parecía ya, fuera de toda duda, que no existían criaturas de inteligencia superior a la de los humanoides. Enki y sus científicos opinaban, después de analizar lo encontrado hasta entonces, que la vida había surgido en este mundo por contaminación. En Nibiru la vida sería mucho más antigua que en Tiamat. En ocasión del choque entre ambos mundos, el planeta azul resultó contaminado, y después la vida siguió evoluciones diferentes. - Me gustaría tener alguna vez una tal seguridad -me confió Ninti respecto a esas conclusiones oficiales-

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-. Hay diferencias en la biología de los dos planetas. Los fósiles de animales gigantescos como el que encontraste no tienen equivalente alguno en Nibiru, y son parte de una ecología feroz. En nuestro planeta prevalece la simbiosis, en cambio aquí la naturaleza es cruenta hasta lo inimaginable, con enorme cantidad de especies que se devoran unas a otras. También hay mucho canibalismo. Te aseguro que no consigo hallar todavía una buena explicación para este enigma. Pareciera que los dictámenes categóricos sirven para conformar a la razón, pero a mi no me gustan porque cierran puertas que luego te prohíben volver a abrir. Teníamos planeado explorar el mundo superior, pero una expedición geográfica estuvo a punto de sucumbir durante una tormenta de nieve, por lo que Enki desistió de enviar más gente allí. En lugar de marchar al norte, decidió que llevara a mi contingente al extremo del mundo inferior. Sobrevolamos la gran región selvática ecuatoriana en viaje hacia el sur, en busca de la zona de los lagos y las extensas mesetas por donde los ríos caudalosos se desploman de súbito en atronadoras cataratas. Descubrimos especies de animales que no conocíamos todavía, poblando la intrincada jungla de clima húmedo y caluroso. Desde el aire observamos un sitio

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maravilloso y descendimos a explorarlo. Después de largo tiempo de luchar contra vientos helados que cortaban la piel, ese sitio, de aguas cálidas donde bañarnos, era demasiado bueno para sobrevolarlo rápidamente. Pasamos días deliciosos bañándonos en los ríos; pescamos y disfrutamos del sol junto a la orilla. Ninkashi había encontrado otras variedades de frutos con los que preparaba unas bebidas que se subían rápidamente a la cabeza. Al cabo de un par de días, y no sin pena, decidimos proseguir viaje. Nuestro objetivo era llegar al extremo del mundo inferior, donde los océanos oriental y occidental se unían. Poco tiempo después de dejarnos allí el mu, se desencadenaron fuertes tormentas de viento y lluvia que nos obligaron a permanecer refugiados en las tiendas, escuchando el bramido de las olas al romper contra los arrecifes y los acantilados. Más hacia el sur comenzaba la zona de los grandes témpanos, que cubrían el mar hasta acumularse finalmente en el inmenso casquete polar. Cuando al fin amainó el temporal salimos a cumplir nuestra misión. Como quedamos sin provisiones naturales tras el largo encierro, dejamos a las muchachas a cargo de surtir la despensa y los demás marchamos hacia las montañas, llevando los equipos.

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Ishkur iba adelante, yo lo seguía de cerca y atrás venía Dumuzi. Cargábamos mucho equipaje, en especial Dumuzi que por ser el forzudo del grupo, insistió en transportar el equipo más pesado, por lo que se fue retrasando. En cierto momento no lo vimos más y lo llamamos por el transmisor. - Me detuve a descansar y perdí las huellas de ustedes. Me he desviado contestó. - ¿Quieres que volvamos sobre nuestros pasos? -le pregunté. - No quiero perder todo lo andado. Llegaré al objetivo por otra ruta, de modo que nos veremos allí. Tranquilizados, aunque estábamos trasgrediendo los procedimientos que indicaban que jamás un miembro del equipo debía seguir solo, continuamos marchando, pero muy cerca de nuestra meta recibimos una señal de alerta de la nave madre. - Aquí Nergal, adelante -contesté por mi radio. - Hemos detectado una señal de emergencia en su zona; ¿no la escuchan ustedes? Ishkur, alarmado al igual que yo, extrajo de su equipo el gonio de alta sensibilidad, y al poco tiempo detectó una señal pulsante, proveniente de una dirección donde sólo podía estar nuestro compañero. Llevábamos puestos los cascos de exploración dentro de los cuales estaba el transmisor. Existía un disposi-

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tivo de emergencia que se activaba por la acción de un golpe contra el casco, haciendo que la radio emitiera una señal de auxilio. Seguramente la acción perturbadora de las rocas nos impidió escucharla, pero sí lo hizo la nave madre colocada en órbita. Sin duda alguna, Eridu ya había sido advertido que estábamos en emergencia. El silencio de la nave madre era indicativo de que no podía hacer contacto con Dumuzi, ya que en caso contrario nos lo hubiesen dicho. La acción inmediata nos correspondía a ishkur y a mí y mientras no hubiera novedades, no seríamos importunados con preguntas. Las muchachas obedecían también la consigna de no distraernos en ese momento, aunque ciertamente ya venían a la carrera para apoyarnos. - Nos encaminamos hacia la señal -informé a nave madre. Mientras marchábamos por un terreno en extremo abrupto, intentamos infructuosamente hablar con nuestro amigo, quien probablemente estaba inconsciente o muerto. - Una fuente de calor se acerca a Dumuzi -nos avisó nave madre. - Comprendido –respondí-, ¿está mas cerca que nosotros?

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- Muy cerca. Ustedes demorarán veinte minutos en llegar. Los sensibles sensores termográficos de la nave madre, enfocados hacia la zona en emergencia, nos habían localizado. Una señal extraña significaba que un animal merodeaba en las proximidades. La situación era crítica, aunque la voz reposada de nave madre no lo dejaba traslucir. La bestia estaba ya sobre nuestro compañero y nosotros no llegaríamos a tiempo. De pronto tuve una idea. - ¡Ishkur! ¡Rápido, los cohetes de señales! Entendió en el acto. Dejamos caer nuestras mochilas y aprestamos el disparador. El cohete partió con un agudo silbido hacia arriba en dirección a la zona de donde provenía la señal de radio de Dumuzi. Pronto vimos en el cielo el fogonazo del estallido y luego llegó el sonido de la explosión, retumbando en ecos por montes y quebradas. En tanto, mi compañero había lanzado otros dos cohetes que estallaron a su vez en el cielo del mundo inferior. - La señal de calor se aleja rápidamente -informó nave madre. - Recibido –respondí-. Continuamos la marcha. Al llegar vimos que nuestro amigo había rodado desde una altura considerable. Habría caído por un profundo precipicio de no quedar su cuerpo detenido

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en un arbusto espinoso. Desde lo alto podíamos verlo cubierto de sangre, colgando cabeza abajo sin moverse. Aseguramos las cuerdas de los aparejos y nos deslizamos por la pendiente entre las piedras. Enseguida rescatamos a Dumuzi de aquella posición. Su corazón latía débilmente por la pérdida de sangre y presentaba fracturas múltiples, algunas de ellas expuestas a través de la ropa, dejando ver los huesos astillados y sangrantes. Mientras luchábamos por contener la hemorragia, llegaron las muchachas precedidas por Mami. Correspondía ahora a ella salvar la vida de Dumuzi. Sus manos se movieron con rapidez inyectando al herido diversas sustancias mientras sus compañeras se ocupaban de evitar la pérdida de sangre. Al cabo de un tiempo, nuestro amigo comenzó a quejarse y hasta intentó abrir los ojos, enseguida se desmayó otra vez. - ¡Miren! -exclamó Shala señalando una de las piernas, que mostraba la carne desgarrada por la acción de unos dientes agudos. - Sin duda una hiena ha tratado de arrancarlo del arbusto para llevárselo y devorarlo -dijo Ishkur-. Por suerte las explosiones la espantaron. Lo pusimos lo más cómodo posible para aguardar al mu de rescate. Ishkur, inclinado sobre él, había

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observado que mantenía el puño derecho cerrado con fuerza. - ¿Qué tienes allí? -Preguntó en tanto forzaba la mano para abrirla. - ¡Un diamante! -Gritamos a un tiempo mientras mirábamos la piedra azulada que parecía concentrar en su interior el brillo del sol. La máquina se detuvo en el aire para bajar la camilla donde colocamos al herido que dormía profundamente. Una vez a bordo, partió a toda velocidad hacia Eridu. Después los cinco proseguimos nuestra misión y casi inmediatamente Mami encontró otro diamante. Antes de que ese día terminara, hallamos gemas de diferentes tamaños y colores y en las semanas que siguieron comprobamos que ese territorio guardaba una riqueza mineral sin precedentes. Descubrimos vetas de oro, plata, platino, cobalto y uranio en cantidades inusuales en una extensa superficie. ¡Mi equipo había dado con el tesoro de Tiamat! La última noche que pasamos allí, festejamos bebiendo a la salud de Dumuzi y por nuestra buena suerte. Por las riquezas que contenía dimos el nombre de Abzu al lugar y luego abordamos el transporte para regresar.

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Encontramos a nuestro compañero muy restablecido del accidente y nos relató lo que le había sucedido. - Trataba de hallar un paso seguro cuando un breve reflejo me distrajo y alcancé a ver la piedra casi al borde de las rocas; cuando me incliné para recogerla, se produjo un desprendimiento y eso fue lo último que recuerdo. La enorme riqueza descubierta en el Abzu causó conmoción. Nuestros nombres volvieron a escucharse con admiración en Nibiru y otra vez el Gran Consejo envió felicitaciones a mi equipo, interesándose de paso por la salud de Dumuzi. Volví a vivir con Ninti en la estación biológica. Teníamos que resarcirnos luego de tanto tiempo sin vernos. Realizamos muchos paseos en barco acampando en lugares tan bellos como solitarios. Nos sentábamos al calor del fuego para mirar el cielo poblado de estrellas en las noches sin luna, respirando el aroma de las flores y plantas silvestres que la brisa nos traía. Yo la estrechaba en mis brazos mientras oíamos el suave roce de las olas cuando morían sobre la arena de la playa. - Pensar que los átomos de nuestros cuerpos han sido alguna vez parte de una estrella que estalló para permitirnos vivir... -le dije una noche.

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- Sí, pero es posible que esa misma explosión sepultara en el olvido planetas y civilizaciones que desaparecieron sin más. A veces pienso que el universo es la tesis de un estudiante que ha sido reprobado por ella. ¿Acaso no pudo hacerlo mejor? ¡Qué frágil es la vida, Nergal!; apenas una finísima capa extendida sobre la roca estéril de los planetas, expuesta a que la menor contingencia cósmica la destruya para siempre. - No me había detenido a pensar en ello; esa roca estéril que mencionas es justamente el objeto de mis afanes -le dije antes de besarla. - Querido, para que tú saques oro de esas rocas necesitas tener vida. Pero, ¿qué es la vida? Los biólogos hurgamos en ella con nuestros más delicados instrumentos para encontrar apenas las sustancias químicas que constituyen el ropaje de la vida, pero lo más sutil de ella se nos escapa entre los misteriosos laberintos de las protofuerzas. - En general los científicos se molestan cuando les hablan de protofuerzas... - Vivimos encandilados por todo lo que es físico, y el científico serio y respetado jamás admitirá, por lo menos en público, la existencia de esas energías. No obstante parecería que tras la capa de realidad que nos

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rodea, subyace otra realidad última que nos es desconocida. - Alguna vez escuché mencionar que un sabio se dedica por entero al estudio de esos temas. - Te refieres a Moloc. He sido discípula suya en la Universidad. Sus conclusiones son muy discutidas en los ambientes científicos. - Él afirma que esas regiones pueden llegar a manipularse con determinadas técnicas... - He seguido con detenimiento el pensamiento de Moloc, Nergal; ¡sus conclusiones me han causado horror, y se lo dije! Pretende utilizar las energías psíquicas del cerebro para influir en los planos subyacentes a la materia, pero las técnicas que propone consisten en atormentar las mentes, provocando intensos estados de miedo y sufrimiento. En esas condiciones se formarían puentes que permitirían acceder a dichos planos. - Pero de todas maneras él ha obtenido algunos resultados. Ha logrado producir fenómenos difíciles de explicar desde el campo de las leyes físicas. - Probablemente existen muchos niveles de manifestación desconocidos e incomprensibles para nosotros, que estamos sujetos a un solo aspecto de la realidad. Tú conoces las energías que son necesarias para mantener estables las moléculas químicas; pero,

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para mí, ese es el nivel más conspicuo de las protofuerzas. En los planos profundos existe un poder que tiende a prostituir a quien lo utiliza. Yo lo sé. Lo he sentido en mí como una fuerza que me subyuga y me obliga a indagar en lo más profundo de las estructuras helicoidales. He sentido miedo al comprender lo que esas fuerzas pueden, a través de mi mente, obligar a mis manos a ejecutar. - Creo que exageras. Das a entender que tras ellas se esconde una inteligencia. Me cuesta admitirlo. ¡En todo caso son sutiles niveles de energía y nada más! - No estés tan seguro de eso... No siempre estábamos de acuerdo y algunas veces nos sorprendíamos discutiendo con vehemencia. Entonces callábamos de pronto, nos besábamos y hacíamos el amor para destruir con el sentimiento y el cálido contacto de nuestros cuerpos la invisible barrera que las ideas pretendían colocar entre nosotros. Después procurábamos tender un puente de entendimiento entre nuestras diferencias. La mente de Ninti me aventajaba y yo la admiraba. Su delicado espíritu descendía para entrar en contacto con el mío y hacerle participar de las bellezas de su mundo, pero yo no podía entenderla apelando sólo al razonamiento, necesitaba además de la intuición y el sentimiento.

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Después de regresar a Eridu, me llevó a su jardín y me enseñó la colección de utensilios fabricados por los humanoides de diferentes lugares de Tiamat. - Tú has tenido enorme éxito buscando recursos minerales. Yo no puedo decir lo mismo de mi trabajo, especialmente en lo que se refiere a los humanoides. Parecen detenidos en el tiempo para siempre. Quizá son los restos degenerados de una raza anterior, y una verdadera civilización yace enterrada bajo los hielos o en el fondo de los mares. He planteado mis inquietudes a Enki y me ha dado permiso para iniciar una búsqueda antes de irnos del planeta. ¿Quieres unirte a mi equipo? - ¿Unir mi gente a la tuya? Yo no tengo inconvenientes, mi amor, pero el que tiene la última palabra es Enki. - Él concedió su permiso siempre que tú aceptes, además, donde vamos puede haber todavía recursos minerales que desconoces. - Entonces no tienes más que fijar la fecha de partida. Dije abrazándola para besar su boca abierta en una sonrisa.

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VI

Preparamos cuidadosamente el último viaje de exploración. En esta misión viajaríamos en dos transportes porque éramos un grupo numeroso. - De acuerdo con los datos que tenemos, Lemuria es una de las tierras emergidas de mayor antigüedad nos dijo Enki-. Se han hallado especímenes de humanoide de un tipo muy arcaico. Sabemos que los continentes navegan sobre el magma, separándose lentamente después de formar una masa continental única. Ello no aclara el origen de los humanoides de Lemuria, ya que no creemos que hayan existido en la época remota en que los continentes estaban unidos. - Entonces, ¿cómo explicas su presencia en esas islas apartadas del resto de las masas continentales? -preguntó uno de los asistentes a la reunión informativa.

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- El hecho de que se encuentren allí parece indicar que había un pasaje por tierra desde el mundo oriental, desaparecido luego por algún cataclismo. Ustedes realizarán excavaciones en la isla principal y en las costas adyacentes para buscar indicios de seres más evolucionados que los que actualmente habitan Tiamat. Antes de nuestra partida arribaron desde la nave madre los últimos y mayores cohetes. Traían el equipo y los técnicos para armar las instalaciones que nos permitirían abandonar Tiamat. Al verlos sentimos alegría por regresar a nuestro propio mundo, y también experimentamos una profunda tristeza al tener que abandonar las bellezas del planeta azul. Lemuria era un vasto conjunto de islas de clima cálido y vegetación exuberante y variada, rodeadas por el océano oriental. La flora y la fauna exhibían ejemplares autóctonos. Había volcanes activos en algunas de las islas. Por otra parte los huracanes eran frecuentes, pero nuestras viviendas los soportaron sin mayores inconvenientes. Encontramos yacimientos minerales muy valiosos, aunque modestos en comparación con lo que vimos en el Abzu. El mar era de un color verde claro y en sus aguas cálidas y

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cristalinas vivían las más abundantes especies submarinas del planeta, infinidad de maravillas que admirábamos al sumergirnos entre los vistosos corales. Las islas eran de una belleza indescriptible por lo abundante de su flora, y la calidad de sus fuentes de agua dulce, todo ello enmarcado por los accidentes del terreno y las playas de finísima arena donde nos recostábamos a tomar el sol. Cierto día Ninti y yo charlábamos mientras el sol nos secaba después de nadar. Mami, Shala y dos biólogos permanecían buceando entre los corales, cuando Ishkur lanzó un grito. Rápidamente nos incorporamos para ver qué pasaba. Él señalaba algo con su brazo extendido; al mirar en esa dirección, vimos una extraña aleta triangular que sobresalía del agua. De pronto, la aleta desapareció. - Es un pez enorme -dijo Ninti-.Tal vez sea peligroso para los que bucean. Dumuzi recogió el arpón de cazar y sin vacilar se sumergió detrás del pez. Ninti, Ishkur y yo lo imitamos. Vimos que los cuatro buzos estaban a más de veinte metros de profundidad y el pez los rondaba. Era un animal de más de quince metros de largo, de hocico puntiagudo y la boca llena de dientes de aspecto aterrador. Las dos muchachas y los biólogos, horrorizados, se habían colocado de espaldas contra el

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arrecife, mientras el monstruo nadaba despacio cerca de ellos, hasta que llegó Dumuzi y le arrojó el arpón, que se clavó en la cola del pez. El animal, que hasta el momento sólo parecía curioso, se volvió un torbellino de actividad; nadó velozmente en círculos y se revolvió furioso hasta que se clavó sus propios dientes en la zona herida y de un mordisco se arrancó un pedazo de carne. El agua se tiñó con la sangre mientras los buceadores escapaban del animal enloquecido. De pronto, surgidos quién sabe de dónde, aparecieron varios monstruos de igual o mayor tamaño, que en unos segundos atacaron y devoraron al pez herido. Nadaban enardecidos y veloces, atacándose mutuamente. Ninti y yo escapamos a toda velocidad hasta la costa, mientras atrás el agua turbia parecía hervir. - ¿Están todos bien? -Consultamos a los buceadores ya en la playa. - Sí -respondió Dumuzi sosteniendo en sus brazos a Mami-; pero este susto no lo olvidaremos fácilmente. - El mar se ve delicioso dijo Ninti, de pronto descubres que oculta criaturas temibles. ¿Observaron las hileras de dientes de esos peces monstruosos? Están diseñados para matar. ¿Qué otras sorpresas nos

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esperan? No alcanzaremos a estudiar Tiamat durante el tiempo que disponemos. No sólo las aguas de los mares ocultaban peligros. No conocíamos al monstruo de los pantanos. Había muchos sitios pantanosos en el interior de la isla mayor. Territorios boscosos, en su mayor parte inundados por aguas estancadas, con muchos vegetales de tallos finos y flexibles por donde era muy peligroso internarse. Cierto día veníamos siguiendo un ave enorme pero pacífica, de cuello largo rematado por una cabeza que se balanceaba a cuatro metros de altura. Ninti quería algunos de sus huevos para el laboratorio y confiábamos en que nos llevaría al nido. El animal llegó junto a un pantano donde encontró algo de comida, pues se dedicó a picotear entre los juncos, cuando de súbito el agua se agitó y surgió una especie de lagarto monstruoso, con una cola poderosa que castigaba el agua y una bocaza erizada de dientes que se cerraron sobre un ala del ave. Un segundo después, el agua volvía a estar en calma, como si nada hubiese pasado. Sólo que el ave no estaba más. Quedamos pálidos y paralizados del susto. - ¿Te imaginas si nos metemos al agua y se aparece algo así? -pregunté.

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- ¿Por qué este planeta está atiborrado de monstruos? Intuyo que es más inquietante la respuesta que la pregunta. Otros días conseguimos observar esos monstruos y fotografiarlos. Solían tomar el sol en la orilla, muy cerca del agua, a la que se arrojaban si algo los alarmaba. Vimos ejemplares de no menos de diez metros de largo que se mantenían inmóviles por horas, camuflados entre el barro del pantano. Eran muy veloces para atacar y podían dar cuenta de cuadrúpedos de gran tamaño, al que una vez mordidos arrastraban hasta el fondo del río para ahogarlos. No todos los habitantes de los mares eran monstruos voraces; entablamos amistad con los delfines y las ballenas, aunque al principio éstas nos provocaron pavor por su tamaño colosal, mas pronto vimos que eran seres pacíficos y su dieta consistía en flora microscópica. Ayudamos a los biólogos a ubicar los yacimientos arqueológicos más antiguos de Lemuria. Ishkur y Dumuzi encontraron un enorme desfiladero donde los diversos períodos geológicos superpuestos quedaban expuestos a la vista. Durante un tiempo considerable escarbamos en los diferentes estratos buscando fósiles y utensilios. Trasladábamos cada hallazgo a las cabañas de madera y piedra que construimos, donde

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eran analizados y clasificados según el terreno del que procedían. Pero al ahondar en busca de yacimientos más antiguos, solamente encontramos fósiles de animales muy primitivos, como los que habían aparecido en otras partes. - Es evidente el estancamiento cultural de los humanoides -opinó Ninti-. Observen los utensilios que obtuvimos en diferentes estratos geológicos; hay ligeras innovaciones en su confección y diseño, pero no son concordantes con su antigüedad. Instrumentos toscos de un estrato son reemplazados por otros mejor acabados de un período más moderno, pero después aparecen en épocas posteriores otros más toscos. - En efecto -intervino Shala-. Si obtenemos un promedio de calidad de la manufactura y la atribuimos a la inteligencia de los humanoides, no se observa una evolución significativa a través de millones de años. - Eso no concuerda con nuestras teorías de la evolución -observó Dumuzi. - Quizás no haya progreso alguno en millones de años en el futuro -dijo Ninti-. Por otra parte, no olvidemos que nuestra exploración es superficial y limitada a zonas reducidas por causa de la glaciación que cubre la mayor parte del planeta.

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- Tampoco alcanzamos a explorar el fondo de los océanos. Puede que las aguas oculten importantes secretos -dijo Dumuzi. - La historia geológica de este planeta deja muchos claros en nuestros estudios -opinó Ishkur-. Sin duda este planeta ha soportado repetidas catástrofes como la que destruyó a los grandes monstruos. Esta glaciación seguramente es un episodio más en la serie. - Los hielos se retiran ahora, pero debajo de esa masa debe estar sepultada la mayor parte de la vida -intervino Ninti-. La fauna actual se ha concentrado en las regiones cálidas y semi cálidas. Aunque es abundante, calculo que no asciende a más que un pequeño porcentaje de la que había antes de la glaciación. - Supongo que a medida que los hielos se retiren, las nuevas tierras se repoblarán -aventuré. - La repoblación natural llevará mucho tiempo; además, infinidad de especies se extinguieron. Será necesario ayudar a la naturaleza. Los humanoides que existen parecen ser los sobrevivientes de una población mucho más numerosa, según lo sugiere la cantidad de utensilios hallada en terrenos más profundos. - ¿Quieres decir que estamos en un planeta diezmado, que será necesario repoblar si queremos

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que los dioses lo habiten en el futuro? -le consultó Ishkur. - Sí, la ecología debe ser restaurada -afirmó ella. Dejamos Lemuria y arribamos al mundo occidental por su costa oeste luego de sobrevolar el vasto océano oriental. Una expedición geográfica que nos precedió pudo proporcionarnos mapas detallados. Heredamos también sus cabañas, muy necesarias en esa zona de inviernos particularmente duros por la altura. Las montañas estaban perpetuamente cubiertas de nieve y una corriente marina procedente del sur hacía que soplaran vientos muy fríos. En esa zona la vegetación era rala, pero los valles protegidos parecían aptos para la agricultura y la ganadería. Las montañas formaban tres cadenas paralelas de las cuales la central era la más imponente por sus elevados picos. Hacia el sur alcanzaba alturas sólo superadas por las cordilleras del mundo oriental. La nieve derretida se escurría en numerosos arroyos hacia la costa oeste, muy rica en pesca, pero hacia el este se formaban ríos muy caudalosos que cruzaban una selva inmensa antes de volcar sus aguas al mar occidental. Mi equipo encontró importantes vetas de oro, plata y cobre y los biólogos descubrieron nuevas variedades vegetales. Una de ellas, de hojas alargadas y

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filamentosas, resultó adecuada para múltiples usos, desde alimento a combustible. Sus frutos eran unas mazorcas de granos dispuestos en filas irregulares con interesantes propiedades nutritivas y buen sabor. Ninkashi los maceró y fermentó, obteniendo un licor excelente para soportar ese clima. En la zona de las cabañas el paisaje era abrupto y bellísimo, de un cielo azul muy puro. Ninti y yo partíamos en largas excursiones, descendiendo por peligrosos abismos hasta encontrar algún arroyo perdido en aquellas vastas soledades donde no había rastro alguno de humanoides y muy pocos animales. Pescábamos salmones y truchas en las pozas heladas y oscuras y los asábamos con leña seca de los escasos árboles que crecían en el lugar. El clima era inestable y solían formarse inesperadas neblinas, que ocultaban los precipicios y las cumbres nevadas que nos rodeaban por doquier. No teníamos más alternativa que refugiarnos en la tienda para amarnos, charlar y disfrutar de nuestra mutua compañía. Fueron aquellos los días más hermosos que pasamos en Tiamat. Los dos en medio de la soledad, belleza y paz de aquellas montañas donde podíamos embriagarnos de amor sin preocupación alguna. - Nergal -me dijo un día-, estos lugares son muy pintorescos, pero mi equipo ya no tiene más excusas

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para seguir aquí. Exploraremos la jungla que hay hacia el oriente. ¿Qué harás tú? - Sabemos que los extremos norte y sur están cubiertos por los hielos, por lo que examinaremos la región cálida cercana al ecuador. Luego iremos a la Atlántida antes de volver a Eridu. - Es muy posible que llegues antes que nosotros, pues si la fauna de la selva es tan variada como esperamos, va a ocuparnos todo el tiempo disponible. - Prométeme que te cuidarás. Los miembros de la expedición geográfica fotografiaron en esas selvas unas serpientes colosales, de veinte metros de largo, capaces de devorar animales muy grandes. - No te preocupes. Aprendimos a ser precavidos con tantos monstruos que andan por allí. Cuídate también. - Te lo prometo. Entonces te esperaré en Eridu, mi amor -le dije estrechándola con cariño en mis brazos. El mu que se llevó a los biólogos hacia el este se perdió de vista, y de inmediato nosotros levantamos vuelo hacia el norte y cruzamos el ecuador. A poco el continente se estrechaba hasta convertirse en una banda de tierra entre los dos océanos más imponentes del planeta. Aquella zona era muy rica en minerales de oro, plata, berilio y esmeraldas de un verde muy puro.

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También los hidrocarburos eran abundantes y de excelente calidad. Al sobrevolar unas islas no muy lejos de la costa sobre el mar occidental, descubrimos desde el aire unas magníficas playas de arena y lujuriosa vegetación. Decidimos aterrizar para tomar el sol y bañarnos en aquellas aguas templadas, azules y transparentes; un infinito placer luego del frío de las montañas. Descansamos un día antes de partir hacia la Atlántida, un conjunto de islas situadas entre los mundos occidental e inferior. La isla principal estaba cruzada de norte a sur por una cadena de montañas en la que se distinguían columnas de humo producidas por la actividad volcánica casi continua en esa región. Hacia ambos lados de la cadena montañosa había llanuras y bosques, surcados por numerosas corrientes de agua. El mu nos dejó en la isla principal y partió para recoger a un grupo expedicionario que debía llevar al norte del mundo inferior. La primera noche que pasamos en la Atlántida nos despertó a la madrugada un seísmo que sacudió nuestras tiendas. Uno de los volcanes comenzó a arrojar humo, cenizas y lava, así que levantamos el campamento y escapamos hacia el norte. Las montañas estaban yermas en su mayor parte, cubiertas de lava solidificada; solamente en aquellos lugares en que tuvo tiempo de formarse un

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mantillo, crecía alguna vegetación. Encontramos yacimientos importantes de oro, mercurio y plomo, algo de cobre y mucho azufre. También había un arroyo de aguas muy frías que discurría entre las rocas formando pozas y cascadas. Las primeras estaban habitadas por una variedad de truchas de doradas escamas y carne muy sabrosa, lo que nos animó a instalar allí el campamento para aguardar a que nos recogieran. Durante el día la temperatura era lo suficientemente alta como para permitirnos nadar, pero por las noches refrescaba mucho y teníamos que abrazarnos estrechamente a las muchachas para entrar en calor. Hacíamos frecuentes excursiones por los alrededores, abandonando el campamento al que regresábamos al atardecer. Una soleada mañana, Ninkashi me propuso remontar el arroyo. - Seguramente el frío de estas aguas se debe a que las vertientes donde nacen están muy cercanas -me dijo-; debe ser hermoso verlas surgir entre las rocas. - Vamos -le respondí de inmediato-, de paso recogeremos hongos para la cena. Partimos dejando solo el campamento, pues las otras dos parejas habían salido ya en diferentes excursiones como lo hacíamos siempre. Siguiendo el curso del arroyo nos internamos por una quebrada.

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Marchamos con lentitud por el tamaño y cantidad de rocas que tuvimos que sortear o trepar. De tiempo en tiempo nos desviábamos hacia los bosques de coníferas para recoger hongos de delicado perfume y gran tamaño con los que acompañábamos las comidas. Yo miraba la posición del sol y pensaba en el largo camino de regreso que nos esperaba. - Creo que es mejor volver -le dije a la muchacha por la radio, ya que se había alejado y el ruido del torrente ahogaba mis gritos. - ¡Ven!; ¡ya la encontré! -gritó ella. El agua surgía del interior de la montaña entre dos piedras. De bruces sobre una de ellas, la muchacha intentaba alumbrar con la luz de su casco el interior del túnel donde el arroyo nacía. - Creo que hay allí una caverna. Sería interesante mirarla antes de regresar. - Bueno, pero sólo por un momento; de lo contrario volveremos de noche al campamento. - Será cosa de un instante -dijo quitándose la ropa hasta quedar vestida sólo con el casco. La imité y nos metimos en el agua helada. Haciendo fuerza con los brazos contra las paredes de piedra resbaladiza vencimos la corriente y nos introdujimos en la caverna. El túnel tenía unos cien metros de largo, pero al ensancharse, la fuerza del agua disminuyó.

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Nuestros ojos, deslumbrados al principio por la luz del sol, se habituaron a la penumbra. Encontramos un sitio donde abandonar el arroyo. Cuando nos pusimos de pie y observamos en torno fue surgiendo a nuestra vista un espectáculo maravilloso, el más hermoso que contemplamos en Tiamat. Nos hallábamos parados ante un lago subterráneo de aguas oscuras e inmóviles, que ocupaba tan sólo parte de una inmensa caverna en la que desembocaban infinidad de túneles. Paredes, techo y piso estaban adornados por descomunales formaciones calcáreas, entrelazadas entre sí y con enormes rocas torneadas por antiguos torrentes de lava, que le conferían al conjunto un aspecto artístico de incomparable magnitud y belleza inimitable. Absortos, rodeamos el lago mientras nuevas formas mayestáticas surgían a medida que variaba la perspectiva, descubriendo una obra de arte inacabable, esculpida pacientemente por la naturaleza en un proceso de milenios. La suave luminosidad interior, producida por la luz del sol filtrándose a través de incontables grietas, nos fue desplegando aquel vasto paisaje prodigioso que se renovaba a cada paso que dábamos. Absortos en la contemplación de toda esa belleza, perdimos la noción del paso del tiempo, hasta que advertimos que los contornos se desdibujaban lentamente conforme desaparecía la luz del sol.

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- ¡Ninkashi! -exclamé alarmado, tomándola del brazo- ¡Debemos salir de inmediato! Nos habíamos internado mucho al rodear el lago y marchando después por el suelo irregular, así que cuando el sol finalmente se ocultó tras las montañas nos dejó a oscuras. Encendimos las luces de los cascos, pero habíamos perdido la visión de conjunto y no teníamos punto de referencia alguno para orientarnos. - ¡¿Cómo vamos a encontrar la salida?! -preguntó ella estrechándose contra mí. - ¡No lo sé! ¡Corremos peligro de internarnos en otras galerías y extraviarnos completamente! - ¡Entonces, ¿qué haremos?! - Mira, ante todo debemos conservar la calma. Lo mejor es no movernos de aquí y esperar a que por la mañana la luz del sol ilumine nuevamente la caverna. Advertiremos lo que sucede a nuestros compañeros para que no se intranquilicen. Pero nuestros llamados fueron infructuosos. Las paredes de roca interferían la transmisión. - ¡Ahora sí que la hemos hecho! -lamenté contrariado- ¡Al no tener noticias de nosotros, nuestros amigos van a poner en alerta los sistemas de socorro! - ¡Tengo frío, Nergal, y además estoy aterrada!

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Una tenue niebla helada había comenzado a envolvernos. Sin separarnos, escrutamos con las luces, buscando un sitio protegido donde pasar aquella noche. Descubrimos un pequeño hueco y nos instalamos en él, estrechamente abrazados para infundirnos calor en la oscuridad, ya que apagamos las linternas pues necesitábamos ahorrar baterías. El entrenamiento para astronautas incluía algunas técnicas de concentración mental para resistir bajas temperaturas. Mi amiga era mucho más hábil que yo para lograr ese estado y dormitó sobre mi hombro, pero yo apenas pude calmar los temblores de mi cuerpo y estuve todo el tiempo con los ojos bien abiertos. Más tarde la caverna se llenó de misteriosos sonidos que no pude identificar; pensé que era el viento, filtrándose por grietas y pasadizos, pero sentía una presencia allí y mi compañera se agitó entre mis brazos. - Nergal, ¿qué son esos ruidos? - Probablemente el viento y los cambios de temperatura de las piedras. Trata de dormir. - ¡Tengo mucho miedo. No sé qué me pasa! ¡Me parece intuir que hay algo en la oscuridad! - Quizá ande por aquí algún animal. Lamentablemente dejamos nuestros detectores y armas junto con las ropas en el exterior. Cometimos

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una estupidez introduciéndonos aquí como dos niños traviesos. Estaba furioso conmigo mismo por la situación en que nos habíamos colocado. Nuestra inocente aventura estaría para esas horas movilizando a todos. No quería pensar en el momento en que tuviera que explicarle al Consejo lo sucedido. De tanto en tanto encendíamos una luz para registrar los alrededores, pero nunca pudimos ver un animal ni cosa alguna merodeando, aunque crecía en nosotros la certeza de que realmente algo moraba en aquella caverna poblada de sonidos y tinieblas. Esa presencia era palpable y la sentíamos en nuestra piel y en nuestra mente. Ninkashi estaba al borde de la histeria y lloraba sin parar. Más de una vez tuve que emplear toda mi fuerza para sujetarla e impedir que huyera en la oscuridad. - ¡Nergal! -Chillaba desesperada- ¡¡Eso está aquí, junto a mí!! ¡¡ Es horrible, me toca con sus dedos fríos!! - ¡No hay nadie más aquí! ¡Estamos solos, mira! – le dije para tranquilizarla, encendiendo de nuevo la luz para demostrarle que no había nada. Alrededor nuestro persistía aquella extraña niebla que alumbrábamos con la linterna.

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- ¡¡Eso es!! -Gritó con los ojos abiertos de pavor¡¡Es la niebla!! ¡¡Veo unas horribles formas en ella y unos ojos malignos que nos miran!! Tal vez la atemorizada imaginación de mi compañera, al borde del pánico en aquel ambiente, influyó también en mí; me pareció distinguir formas fantásticas moviéndose en el aire lechoso y también unos ojos siniestros que nos miraban con fijeza, mientras los misteriosos sonidos se hacían cada vez más audibles. Nos apretujamos contra las rocas sin dejar de mirar la niebla, hasta que primero una, y luego la otra, ambas linternas perdieron potencia y se apagaron, dejándonos a oscuras. Ninkashi se retorcía chillando porque sentía que era recorrida por dedos fríos y persistentes. También yo sentía mi corazón galopando por el miedo mientras unas manos invisibles palpaban mi cuerpo. Pasamos la más terrible noche de nuestras vidas, al límite de la locura, hasta que al fin la claridad retornó poco a poco a la caverna. Todavía la niebla se mantuvo cerca de nosotros, hasta que por último se esfumó lentamente como una pesadilla y desapareció en la nada. Aprovechamos para escapar de ese lugar maldito con los cuerpos tan fríos como el agua en que nos zambullimos para buscar la salida. También afuera soplaba una brisa helada y temblábamos de tal modo

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que resultó una hazaña vestirnos con las manos tiesas. Ayudándonos mutuamente logramos ponernos la ropa y aguardamos tiritando a que nos calentara el sol, mientras mirábamos el arroyo del que se levantaba una neblina densa que señalaba hacia lo lejos su curso entre las piedras. En cuanto recargamos las baterías de los cascos, hicimos un llamado general para informar que ambos estábamos bien y a salvo. - Recibido -informó de inmediato una voz desde la nave madre-. Las patrullas van hacia ustedes. - ¡Nergal, Ninkashi! ¿De verdad no han sufrido daño? -dijo una voz muy conocida por los auriculares. - ¡Ninti! ¡Te hacía en las selvas del mundo occidental! - ¡Hemos volado toda la noche para participar de la búsqueda! Poco tiempo después comenzaron a llegar las patrullas que se organizaron durante la noche y estuvieron buscándonos inútilmente. Nadie había descansado y se los veía extenuados pero alegres porque estábamos sanos y salvos. Nos emocionamos al comprender cómo se habían preocupado por nosotros. También llegó Ninti con su gente. Abrazados, nos besábamos y llorábamos mientras Ninkashi era atendida por Mami

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y Shala. Cuando terminamos de relatar nuestra experiencia, todos quisieron conocer la caverna. Poco después de desplegarse por los alrededores descubrieron otras entradas más cómodas para visitarla, pero nosotros dos resolvimos no movernos de allí. - ¡No volveré a entrar en ella jamás! -exclamé mientras tomábamos el sol sobre la hierba y comíamos las provisiones que nos trajeron. Ninkashi no respondió y se mantuvo en silencio un largo rato; luego se volvió a mí con el rostro demudado. - Hay algo horrible allí; sin embargo, a cada instante una voz muy dentro de mí me dice que regresaré a la caverna algún día. Más tarde volvieron nuestros amigos. Habían filmado las maravillosas formaciones del interior. Ninti estaba impresionada al igual que los otros, pero observé que el color había huido de su rostro cuando se acercó a mí. - Es un espectáculo imponente y hermoso, Nergal. Parece haber un inmenso laberinto subterráneo que llevará mucho tiempo explorar. Pero hay algo extraño y hasta terrorífico allí; todos lo percibimos. Mira cómo se alejan en silencio y nadie ríe. En el interior de esa caverna hemos sentido miedo.

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Al día siguiente arribamos a Eridu, dando por terminada la expedición. Embalamos prolijamente el material de filmación y las muestras y las despachamos a los almacenes levantados cerca de las plataformas de despegue. Después de terminar con nuestras respectivas obligaciones, Ninti y yo ocupamos los últimos días en navegar por el lago en uno de los veleros y disfrutar hasta el postrer momento de las bellezas del planeta azul. Antes de dejar Eridu, ella liberó los animales para que buscaran el sustento por sí mismos. Con las puertas abiertas los vimos marcharse, tímidamente algunos y otros a la carrera, dispersándose en todas direcciones. Al cabo, solamente una bandada de aves quedó volando en círculos en lo alto del cielo. Mientras veíamos las criaturas perderse entre los jardines y bosques que nos rodeaban, quedamos en silencio porque ya sentíamos nostalgia de los días que vivimos en el planeta azul. - Se puede hacer un hogar para nosotros aquí -dijo ella pensativamente-. Los niños podrían vivir en paz gozando de una naturaleza que no supimos conservar en Nibiru. - Tal vez consigamos volver ¿Quieres casarte conmigo? Los niños serían felices en este lugar. Se volvió y me echó los brazos al cuello mientras me miraba con sus hermosos ojos.

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- Me gustaría tener hijos contigo ¡Podrían hacer tantas cosas en este planeta donde todo está sin realizar! Señaló a la distancia los últimos animales que se perdían en silencio entre los campos silvestres y solitarios. - Mira, un mundo entero para construir evitando los errores que los dioses cometimos en Nibiru. Acepto casarme contigo, mi amor, y regresar aquí a vivir con nuestros niños.

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Una estrella nueva y brillante había aparecido por las noches; era Nibiru que llegaba al perihelio, advirtiendo con su luz a los dioses que había llegado el momento de partir. Los cohetes despegaron de uno en uno, estremeciendo con su rugido los confines del mundo central, transportando hacia los cielos a los expedicionarios del Proyecto Tiamat. Ninti y yo vimos acercarse la nave madre, mucho más chica, porque fue perdiendo partes en cada una de las etapas de la aventura. El módulo que nos transportaba quedó acoplado con un leve golpe y entonces pasamos al interior. La tripulación, que se turnara para hibernar, estaba despierta y lista para partir. Ella ocupó su cápsula antes que yo y la besé para desearle dulces sueños. Inmediatamente ocupé la mía a su lado y dormía también cuando la nave madre encendió sus motores para ir al encuentro de nuestro planeta, que alcanzaría antes de que volviese a adentrarse en lo profundo del espacio, entre el enjambre de estrellas.

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VII

No había en los anales de Nibiru una recepción tan multitudinaria y cálida como la que se brindó a los expedicionarios del planeta azul. El espaciopuerto, al que arribamos procedentes de Abugal, estaba cubierto por una muchedumbre jubilosa que saludaba al entrar los vehículos que nos transportaban. En la zona reservada aguardaban los doce miembros del Gran Consejo, junto a los dioses de mayor estirpe y nuestros familiares. En un instante la enorme sala se llenó de gente que se estrechaba en emocionados abrazos, felices por el reencuentro. Me aguardaban Insal y Gabel y los tres lloramos de alegría porque mi ausencia del hogar había sido todavía más prolongada, a causa de mi estancia en Dritón. Pese a la confusión de aquel momento, encontré tiempo para presentarles a Ninti, pero luego nos vimos nuevamente separados para posar ante las cámaras y responder la interminable cantidad de reportajes que nos hacían. En una desordenada pero alegre ceremonia, el Gran Consejo nos otorgó una alta condecoración y después participamos en infinidad de entrevistas públicas donde narramos nuestras vivencias en el lejano

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Tiamat. Muchos dioses querían saber si ya estaban dadas las condiciones para habitarlo; las vistas de los maravillosos panoramas habían despertado un gran anhelo de emigrar para gozar de sus bellezas. Al cabo de un tiempo, los integrantes de la expedición nos fuimos diluyendo entre el resto de la gente y nuestras vidas entraron paulatinamente en la monotonía anterior. Ninti y yo viajamos juntos para visitar a nuestras respectivas familias, tal como acostumbraban hacerlo quienes se disponían a contraer matrimonio. Primero visitamos el hogar de mis progenitores, donde habían organizado una recepción para agasajarnos y presentarnos a sus amistades. Después la llevé a la estación biológica, orgulloso de presentarla a Hashinit y Shoraded. Luego que se repusieron de la emoción de verme, trabaron conversación con ella y recorrimos las instalaciones. Los intereses eran comunes y pasó mucho tiempo antes de que pudiera llevármela de allí. Quedaron encantados con mi futura esposa, sobre todo el anciano Nannor que conservaba su inmenso amor por la naturaleza. También los progenitores de mi prometida nos obsequiaron con una fiesta. Entablé amistad con su hermano Enliti, que era un científico de prestigio. Al poco tiempo de hablar con él parecía que nos conocíamos de toda la vida; Ninti estaba feliz de

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vernos charlar juntos tan familiarmente. Pasada aquella etapa de reuniones y agasajos, ella regresó a la Universidad y consiguió un pequeño departamento para ambos. Tenía a su cargo un equipo de científicos cuyo objetivo consistía en estudiar la biología de Tiamat, utilizando para ello los ejemplares que la expedición trajo. Por mi parte, advertí que no tenía ningún trabajo concreto, ya que mi último empleo había sido en Dritón y no sentía ningún deseo de regresar allá por dos razones; la primera, desde luego, era no separarme de Ninti, y la segunda, no tener que enfrentar a Nesherih. De todos modos, mi prometida insistía en que aclarara mi situación. - Le has dado tu palabra. Es verdad que los hechos y las circunstancias han variado, pero tendrás que decírselo francamente. Quizás aún te aguarda en Dritón y no se merece que te espere inútilmente. Durante varios días estuve angustiado, pensando en el tenor de la comunicación que le despacharía a mi ex prometida. Me encontré con Enki, quien desde su regreso no había tenido un momento de descanso, y le informé que me hallaba de vacaciones forzadas. - Nergal -me dijo invitándome a sentarme con él en su atestado cuarto de trabajo-, confieso que con tanto compromiso que tengo últimamente me olvidé de ti.

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No comprendo tu situación actual, creí que la industria geológica no olvidaba a su gente. - No tuve contacto con ellos. Quizá esperen recibir una solicitud mía para volver a Dritón, pero yo tengo excelentes razones para quedarme aquí. - Mira, si estás desocupado puedo conseguirte por ahora una cátedra en la Universidad para que enseñes sobre aspectos de la geología de Tiamat. De todas maneras, creo que en algún momento vas a recibir noticias de los geoindustriales. Su presunción fue singularmente certera, pues tan pronto regresé de verlo, recibí un llamado por la telepantalla. - ¿Nergal? -preguntó una sonriente muchacha- Soy la secretaria del director general de la industria geológica. Desea tu visita ¿Podrías venir por la mañana? - Dile que allí estaré. El director era uno de los dioses más importantes, y candidato a miembro del Gran Consejo. Tomaba las decisiones que afectaban a la industria geológica de todo el planeta y sus lunas habitadas. Se levantó de su asiento para saludarme y me condujo a un pequeño bar donde él mismo sirvió un par de enormes jarras de la más excelente cerveza minera que he probado nunca, después se sentó a mi lado en un imponente sillón. Era

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un dios bastante anciano. Un cerco de canas rodeaba su calvicie y las abundantes y profundas arrugas indicaban a las claras que estaba muy ingresado en la última parte de su vida. - Bebamos a tu salud. Creo que incorporarte a la expedición ha sido uno de nuestros mayores aciertos. - Gracias, señor. Espero haber hecho un buen trabajo. - La riqueza del Abzu, sumada a la que has evaluado en otros sitios y la que debe haber quedado sin descubrir, sepultada bajo los hielos o en el fondo de los océanos, es capaz de mantener funcionando a Nibiru por muy largo tiempo. - Así es, mi señor. Además, debo decirte que siempre publicamos las cifras más bajas de nuestros análisis, para darte margen de negociación. ¡Muy bien!, no esperaba menos de ti. El problema ahora es dar con la forma de ir a buscar todo aquello. ¡No sabes con qué ganas iría yo mismo! Pero como ves, se han acabado mis mejores tiempos -añadió con un dejo de tristeza en la voz-, así es que como no puedo ir, enviaré a mi propia nieta, Ereshkigal. Nergal, necesito que instruyas a mi gente aquí y luego regreses a Tiamat ¿Aceptas? ¡Acepto, mi señor! -prorrumpí entusiasmado¿Cuándo quieres que empiece?

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- Ya estás adentro, muchacho. Ahora dime. Esos humanoides que encontraste, ¿pueden ser adiestrados para trabajar en las minas? - Mi prometida, que es bióloga, opina que no puede esperarse mucho de ellos. Pero verdaderamente nadie sabe todavía qué son capaces de hacer respondí cautelosamente. - De acuerdo, muchacho. Voy a pedirte que por el momento esas dudas queden entre tú y yo. Necesito enviar anunnakis mineros al Abzu y eso no es fácil. Para que dejen las comodidades de este planeta me veré obligado a ofrecerles mejores condiciones allá, enormes puntajes en las Tablas del Destino y una vida larga, regalada y fácil, lo que incrementa nuestros costos. - Entiendo, mi señor; te prometo que no hablaré. Ese día corrí a la Universidad para contarle a Ninti que yo también había conseguido trabajo. - ¡Me alegro! -exclamó abrazándome-. Te veía preocupado por tu situación y ello me angustiaba también a mí. - Creo que al fin podemos pensar seriamente en nuestra boda, ¿verdad, mi amor? - ¿Qué te respondió Nesherih? - Aún no tuve noticias de ella.

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- Aunque jamás la conozca, creo que siempre voy a sentirme culpable de construir mi felicidad sobre su desdicha. - Tu integridad es una de las razones por las que te amo. Supongo que me responderá en cualquier momento. En la telepantalla apareció la imagen de Nesherih. La comunicación retrasaba cuatro segundos, dos de ida y dos de regreso, a causa de la distancia que nos separaba de la luna donde ella vivía. - Te has convertido en un héroe, mi amor -me dijo-. Estaba muy bella, pero había tristeza en su mirada. - Me siento tan culpable por lo que te hice... - Fue el destino; nadie puede contra él. - Mi incumplimiento hacia ti lo lamentaré toda la vida. No volveré a verte, pues debo ir a Tiamat por mucho tiempo; quizá nunca regrese... - Ve en paz. Jamás dejaré de amarte, pero cuando te vi cerrar la puerta del módulo, supe que te había perdido para siempre. Ahora dime; ¿quién es ella? - Se llama Ninti; aceptó casarse conmigo para vivir en Tiamat... - Yo decidí quedarme a vivir en Dritón; estoy habituada a la baja gravedad y creo que no soportaría

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las condiciones de Nibiru. Nuestra pequeña estación se está convirtiendo en una ciudad grande y poblada de dioses. También voy a casarme. Sé muy feliz con tu esposa. Hasta siempre, querido Nergal. No perdí un segundo en llevarle la comunicación a Ninti. - Continúa muy enamorada de ti -fue todo lo que dijo después de verla. La costumbre de vivir libremente en parejas no estables adoptada por los jóvenes y la casi imposibilidad de procrear hijos, habían disminuido de manera alarmante el número de matrimonios. El Gran Consejo, apegado a las tradiciones, estaba preocupado por los conflictos sociales que a largo plazo esta situación provocaría, traducidos en una sensación de infortunio, inseguridad, soledad y abandono en los individuos. Por eso había pergeñado alrededor de las bodas, en esencia un simple trámite casi instantáneo, un ceremonial complicado, a la vez solemne y alegre, que ponía en relieve su profundo significado de dedicación, abnegación y protección mutuas y que resultaba atractivo por su carácter emotivo. Construyeron grandes salones dotados de una plataforma sobre elevada a la que accedían los novios

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y sus parientes más cercanos por una suntuosa escalera y donde estaba la computadora que recibía las pequeñas estelas de oro con el nombre e historia de cada contrayente, su linaje, hechos y bienes que aportaba a la sociedad conyugal. Con estos datos confeccionaba el correspondiente contrato de matrimonio que ambos rubricaban valiéndose de un sello personal creado al efecto, que además del nombre contenía los dibujos simbólicos que cada uno creyera conveniente y que luego se guardaba cuidadosamente como recuerdo de la ceremonia. El día elegido, Hashinit y Shoraded, a quienes se les concedió asueto por tal motivo, vinieron temprano por la mañana al hogar de mis progenitores para bañarme, perfumarme y vestirme con una delicada túnica azul claro que no llegaba a cubrirme los muslos y un ropón de igual color bordado en oro. También me calzaron sandalias doradas, peinaron con esmero mis cabellos y me tocaron con un alto gorro. Mi nodriza lloraba y reía, emocionada por la oportunidad de tenerme tanto rato entre sus brazos y poder acariciarme mientras que su marido callaba, pero los ojos de él estaban húmedos y su mirada bondadosa traslucía su orgullo y amor. En cierto modo yo era su obra. A su cargo estuvo la formación de mi masculinidad y personalidad. Las hazañas que me

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dieran renombre lo iluminaban también a él con su resplandor. Al concluir de vestirme y sin poder contenerse, me abrazó largo rato contra su pecho. Sentí latir fuertemente su corazón mientras de repente vino a mi memoria un lejano olor a infancia. Traté de bromear y protestar contra los ritos de que era objeto, pero sentía una nostalgia y melancolía que sólo pudo disipar la impaciencia de unirme a Ninti. Cuando estuve listo y me hubieron admirado por los cuatro costados, me condujeron a la sala donde me esperaban mis progenitores ya vestidos; Insal muy bella toda de plata, con sus cabellos blancos recogidos en una red de perlas y Gabel muy apuesto, recortada la barba y vistiendo túnica y ropón largos hasta los tobillos de un lila muy pálido. Ellos también giraron a mi alrededor admirándome entre exclamaciones de regocijo y luego me entregaron un pequeño cofrecito de cristal que contenía mi estela personal y un pequeño sello en el que yo había hecho grabar mi nombre junto a los símbolos del amor y la eternidad, mi ofrenda a Ninti. Salimos los cinco a la terraza donde haciendo bulla y cantando nos esperaban mis amigos, entre quienes, desde hacía ya un largo rato, nuestros anunnakis repartían abundante cerveza y golosinas. Enki vino a abrazarme y en vilo me llevaron hasta el vehículo

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decorado especialmente, que nos llevaría a todos hasta el salón de la ceremonia. Ninti lucía bellísima vestida con una túnica de color rosado, larga hasta el suelo, ceñida al cuerpo y muy descotada, totalmente bordada en pequeños canutillos de cristal que brillaban a cada movimiento. Llevaba el cabello libremente suelto, más precioso que cualquier aderezo y coronaba su cabeza una guirnalda de flores cuyas semillas trajera de Tiamat y que cultivara con gran cuidado en su laboratorio. La rareza de tal tocado despertó la admiración de todos, más aún que el maravilloso diamante, el primero que encontré en el Abzu, que había mandado tallar y engarzar para ella y ahora engalanaba su pecho pendiente de una delicada cadenilla de platino. Por más que llevábamos conviviendo largo tiempo, su visión me aturdió y la sangre subió a mis mejillas cuando pensé que ese maravilloso ser me amaba y estaba dispuesto a compartir el resto de su vida conmigo. La acompañaba su familia y un cortejo de alegres y bonitas muchachas vestidas de blanco que alborotaban tanto o más que mis amigos. Hashinit y Shoraded acomodaron una vez más mi atuendo y luego subieron por una discreta escalera a un balcón donde ya esperaban el resto de los

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anunnakis para observar la ceremonia y participar de la fiesta. Alcancé a ver a la nodriza de Ninti, que antes de ocupar su sitio en el palco, le tomaba las manos y la besaba tras arreglarle el cabello. Nuestros respectivos progenitores y Enliti ocuparon sus lugares arriba de la plataforma, sentándose en sillas doradas, y yo avancé con mi novia a través del salón mientras el público enmudecía repentinamente. La tomé de la mano y nos dirigimos hacia la escalera sintiéndonos tímidos y cohibidos. Subimos lentamente para no enredarnos en su falda mientras una música solemne fluía a través de escondidos altavoces. Arriba nos esperaba un funcionario en representación del Gran Consejo, todo vestido de púrpura, y que habló largo rato sobre las bondades del matrimonio, sus responsabilidades y su significado de unión eterna. Luego abrimos los cofrecillos y le entregamos las estelas personales que introdujo en la computadora junto con los sellos. Enseguida ésta comenzó a recitar el contrato de matrimonio que se difundió a todo el salón por los altavoces al mismo tiempo que lo imprimía en una plaqueta de oro. Cuando estuvo listo, el funcionario nos lo trajo, con los emblemas ya grabados. En el de Ninti se veían los símbolos de la sabiduría y la unión espiritual.

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Terminada la ceremonia, nos deseó felicidades y ambas familias nos abrazaron al tiempo que las puertas del salón se abrían para dar paso a los anunnakis cargados con bandejas de exquisitas viandas, mientras nuestros amigos reiniciaban su bulla, dando rienda suelta a su alegría. Mucho tiempo después y ya en nuestro departamento, seguíamos riendo y recordando los menudos hechos de la fiesta al desnudarnos y aún cuando nos amábamos antes de quedar profundamente dormidos. Pronto entramos de lleno en la monótona forma de vivir propia de Nibiru, que nos hacía sentir una gran nostalgia de los bosques vírgenes y de las playas soleadas de Tiamat. Un cierto día, fuimos citados al hospital para realizar la extracción de nuestras células genésicas. Los biólogos oficiales examinarían después ese material para seleccionar las mejores características antes de proceder a la fecundación extra corporal. Finalmente, los embriones así formados serían a su vez analizados para seleccionar los más adecuados. Las leyes de control de la natalidad sólo permitían el nacimiento de niños en excelentes condiciones físicas y mentales.

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- Nergal -me dijo ella entonces-, yo hubiese preferido el antiguo método. - Lástima que las leyes sean inflexibles para todos por igual -le respondí bromeando. Los embriones obtenidos quedaban en un banco, donde también se guardaban muestras de nuestros tejidos; permanecerían allí hasta que se diera curso a la autorización de implantarlos, ya sea en la progenitora o en una nodriza. Ambos queríamos regresar al planeta azul para tener a nuestros hijos allá, de modo que seguíamos con atención los planes que se hacían con respecto al futuro de ese planeta. - Si vamos, intentaré enriquecer la ecología con criaturas nuevas -decía-; estoy estudiando las estructuras helicoidales de los especímenes que traje congelados, valiéndome para ello de los nuevos instrumentos que he encontrado a mi regreso; creo que se podrían lograr cosas maravillosas. Enki acudió a visitarnos; no lo veíamos desde nuestra boda y nos alegramos mucho de tenerlo con nosotros, pero él parecía preocupado. - La Universidad está soportando una enorme presión de los sectores industriales -nos dijo mirando distraído la copa de licor que le habíamos ofrecido-. Nosotros hemos sembrado, y ellos quieren cosechar, y para eso procuran desprestigiarnos ante el Gran

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Consejo; si ustedes escuchasen lo que se dice allí de nosotros en estos días... - ¿De nosotros? -pregunté extrañado. - Alalu, que representa los intereses de la industria geológica, dijo que la Universidad había enviado de exploración a un grupo de holgazanes borrachos y libidinosos. - ¡Idiota! -profirió Ninti- ¿Qué es lo que persigue? - Los industriales pretenden que el Gran Consejo reniegue del objetivo de preservar la ecología y hacer un hogar para los dioses en Tiamat. Quieren tomar por asalto las riquezas del planeta aunque tengan que arrasarlo. - ¡Eso es horrible! -exclamó otra vez mi esposa¡Van a destruir por completo la flora y la fauna, tal como ha ocurrido aquí! - Habrá una disputa prolongada -predijo Enki-. Tenemos que impedir que triunfen. Muy pronto la controversia fue de conocimiento público, lo que complicó el conflicto de intereses. Las posiciones más extremas correspondían a quienes, por un lado, querían disponer sin demora de las riquezas de Tiamat que contribuirían a mejorar la calidad de vida en nuestro planeta, enfrentados por no pocos científicos y filósofos idealistas, quienes sostenían que

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la existencia de un planeta en el estado biológico de Tiamat, era una oportunidad única en el sistema de Apsu para estudiar el desarrollo natural de los procesos de la vida y de los seres inteligentes, y exigían preservar ese mundo de intromisiones extrañas para poder observar la evolución natural. - Sus argumentos son muy razonables -me confió Ninti-, es realmente extraordinario lo que se podría llegar a conocer. Sabríamos quién tiene razón, si los evolucionistas o los creacionistas. - Mi amor, tú sabes tan bien como yo que esa postura no será aceptada por nadie. La industria geológica tiene algunos proyectos diferentes. - ¡Ellos tienen planetas deshabitados para destruirlos a gusto! ¿Por qué hacerlo con Tiamat? - Porque esos planetas son inhabitables y resulta muy costoso instalarse en ellos; eso es lo que comprobamos en las lunas habitadas. - ¡Oh, Nergal! -Me dijo echándome los brazos al cuello- ¿Cuándo comprenderán que la vida, por lo rara y frágil que es, constituye el tesoro mayor? ¿Quizá cuando ya sea demasiado tarde? Por otra parte, la opinión general estaba en favor de emigrar masivamente al planeta azul para disfrutar de sus bellezas, tal como vieran, con ojos envidiosos, que

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lo hacían los miembros de la expedición. También ellos querían convertirse en unos “holgazanes borrachos y líbidinosos”. Mi trabajo consistía en instruir a los equipos técnicos sobre la geología general de Tiamat y las condiciones de vida en el planeta azul. Por los acelerados preparativos que hacía la industria geológica, no me quedó duda de que sabían algo que el resto de la gente aún ignoraba. Esto se confirmó cuando el director envió nuevamente por mí. Pronto me encontré en su despacho ante un enorme jarro de cerveza igual a la que él trasegaba en cantidad. - Nergal, ¿crees que mi gente estará en condiciones de partir cuando comience la temporada de viajes? - Sí, señor. Aceleramos los programas de capacitación, utilizando para ello modelos virtuales. No tendrán inconvenientes en el momento de enfrentar la realidad. - Haces una tarea excelente, muchacho. El Gran Consejo nos dio carta blanca en el Abzu. Nuestras naves partirán primero. Necesito que viajes allá antes de que termine la temporada de vuelos. Finalmente el Gran Consejo adoptó públicamente una solución de compromiso que contemplaba los

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deseos generales; se haría habitable el planeta azul para una importante población de dioses, lo que implicaba edificar ciudades, instalar industrias y asegurar el alimento y bienestar para todos los que emigraran. Quedaba sobrentendido que para llevar a cabo un proyecto de tal envergadura, los poderosos sectores industriales que fabricaban el confort de Nibiru debían ocupar el planeta azul antes que nadie. También los intereses de la industria espacial, muy directamente involucrada en el plan, tuvieron preferencia. Una ciudad del espacio, más moderna que Abugal, sería instalada en órbita alrededor de Tiamat. Cuando la infraestructura estuviese en condiciones de albergar a la nueva población, comenzaría la emigración a gran escala. Para contentar en alguna medida a la Universidad, decepcionada por la preponderancia otorgada a los industriales, se concedió que la ciudad de Eridu sería reservada para ella. La poblarían científicos de todas las disciplinas para completar los estudios que no alcanzaron a llevarse a cabo durante la primera expedición al planeta azul. De esta manera el Gran Consejo satisfizo a la población en general, debido a que conjuntamente se sancionó la ley que autorizaba un nacimiento en nuestro planeta por cada tres dioses que se marcharan a vivir a las lunas o a Tiamat. Esta

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ley, con el tiempo, permitiría que muchos niños pudiesen verse en Nibiru, donde también sería posible recuperar la ecología, haciendo crecer bosques, animales y agricultura natural. De esta manera los dioses tendrían dos hermosos planetas donde vivir. Cuando Ninti y yo volvimos a reunirnos con Enki, lo encontramos de muy buen humor, lo que me hizo pensar que ignoraba los contratos reservados acordados entre los industriales y los miembros del Gran Consejo. - Conseguimos neutralizar las desmedidas apetencias de los industriales -nos dijo sonriendo-. La Universidad se instalará en Eridu e inspeccionará las actividades para evitar que se causen daños a la ecología. El Gran Consejo me ha pedido que viaje allá en cuanto la estación espacial sea operativa. - Oh, Enki; ¡eso es maravilloso! -se entusiasmó Ninti alborozada mientras lo estrechaba en sus brazos. - Y eso no es todo, Ninti –prosiguió-. Nos darán recursos para un vasto programa de enriquecimiento ecológico como tú propusiste, de modo que cuando termines aquí tu programa de investigación, podrás viajar allá, donde todo el planeta estará a tu disposición para que lleves a la práctica cuanto has soñado.

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Al escuchar esto, mi esposa no reprimió sus lágrimas y se estrechó contra mí sin pronunciar palabra por largo rato. - Mi amor -le dije mientras la acariciaba-, cuando ambos vivamos allá podremos pedir que nos envíen los embriones para tener a nuestros hijos. - ¡Me siento tan feliz! Todo cuanto anhelamos se va convirtiendo en realidad... Cuando Nibiru regresó del espacio interestelar para acercarse al sistema interior, partieron las primeras misiones, hasta que llegó el día en que las últimas naves se dispusieron a dejar nuestro planeta. En una de éstas viajaríamos Ninti y yo. A medida que se acercaba la fecha de la partida, nos afanábamos para poner en orden nuestros asuntos. Yo conseguí que Ishkur me reemplazara como instructor en la industria geológica. Mientras terminaba de desocupar el despacho, entró mi secretaria. - Nergal, ¿tienes tiempo para recibir una visita? - ¿Quién es? - El profesor Moloc. No lo conocía personalmente, pero había escuchado hablar de él. Era sicologo molecular, pero se dedicaba con exclusividad al estudio de las protofuerzas, por lo

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que estaba un tanto desacreditado en los estratos oficiales, muy ortodoxos y conservadores. - Dile que pase, lo atenderé de inmediato –respondí-, no atinando a imaginar el motivo de su visita. Un minuto después me encontré en su presencia. Tenía el aspecto de haber ingresado decididamente al segundo tercio de su vida. Presentaba algunas incipientes arrugas bajo los ojos de mirada dura y penetrante. Me sorprendió el gran tamaño de la cabeza calva y la extrema rigidez de sus facciones. Lo invité a ponerse cómodo mientras lo examinaba. - Nergal -dijo él directamente-, he visto los filmes de la expedición y las vistas de los sorprendentes paisajes de Tiamat. Debo confesarte que he mirado muy superficialmente todo ello, pero hace poco tiempo tuve noticias de un reportaje que te hicieron al regreso. Solicité ver reproducciones de él. Aquella experiencia tuya me dejó singularmente impresionado, por eso me apresuré a verte antes de tu partida. - ¿Exactamente a cuál reportaje te refieres? - Se trata de tu aventura en una caverna de la Atlántida. - ¡Ah, sí! Aquello fue horrible y misterioso; nunca supimos lo que nos pasó... - Mencionaste la presencia de alguien o algo...

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- Sí, creo que lo hice; con Ninkashi, que descubrió la caverna, conversamos mucho sobre aquello y no pudimos llegar a una conclusión satisfactoria. Tuve por entonces algunas ideas que no me atreví a referir a nadie, y me alegro, pues revisadas desde el tiempo y la distancia suenan completamente absurdas. - Me he pasado la vida elaborando teorías consideradas absurdas, obteniendo infinidad de veces el rechazo de mis colegas. No temas decirme lo que sepas sobre aquel suceso, porque estoy convencido de que tiene una enorme importancia para mis investigaciones. Durante largo rato le narré con todo detalle lo que habíamos experimentado aquella noche en la misteriosa caverna. Me escuchó sin apartar de mí su escudriñadora mirada, mientras se mantenía inclinado hacia delante en su asiento como para no perderse una sola de mis palabras. Cuando al fin terminé mi relato, me quedé en silencio intentando observar sus reacciones. - ¿Dices que te sentías inspeccionado por la niebla helada? - Sí. También mi compañera experimentó lo mismo que yo. Parecía como si aquella cosa nos hubiese estudiado hasta en los sitios más recónditos de nuestros cuerpos. Otra circunstancia curiosa fue que

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quienes entraron luego a la caverna percibieron sensaciones perturbadoras aunque no vieron nada de particular, salvo la imponencia de la caverna misma. - ¿Escucharon todavía sonidos luego que la niebla desapareció? - No. La caverna quedó en un absoluto silencio. ¿Crees que sólo fueron alucinaciones? Se reclinó en su asiento meneando la cabeza antes de responder. - Es difícil opinar sin haber estado allí. Sé que hay realidades tan extrañas como desconocidas por el común de la gente. El estudio de las protofuerzas es complicado y engañoso por la falta de instrumentos de sensibilidad adecuada. Oficialmente no se dedican recursos para la construcción de aparatos capaces de explorarlas; los pocos que hay son fabricados por aficionados y sus lecturas son en extremo inciertas. - ¿Crees posible que en aquel planeta las formas inteligentes adopten una apariencia tan poco material? - Sé que no es imposible. Tu experiencia me recordó el texto de una leyenda antiquísima que los arqueólogos desenterraron hace poco; se refería a la existencia de una criatura maligna, el gorgón, en un planeta azul. - ¡Oh, vaya, Moloc! ¿Crees que los primitivos tenían noticias de la existencia de Tiamat?

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- Sólo me limité a señalar la coincidencia. - Las antiguas leyendas sólo son cuentos para niños; el mítico ser de dos cabezas que fue el padre de los dioses... - Recién mencionaste una idea que nunca te atreviste confiar a nadie. - Se me ocurrió que en esa caverna gigantesca, cuyas galerías se hunden en las entrañas del planeta, mora la propia alma de Tiamat. Un ser inteligente y desconocido cuya función es guardar y proteger ese planeta de intrusiones extrañas. Los dioses no éramos gratos allá; cada ser, desde los humanoides hacia abajo, nos temía y rechazaba como si una orden misteriosa los alertara contra nosotros. - ¡Y te ríes de las leyendas! ¿Conoces mis trabajos sobre las protofuerzas? - He visto algunos, por eso no te oculté nada. Lo que experimentamos no fue una leyenda. Creo que hay una fuerza desconocida que tiene una manifestación especial en esa caverna. Durante nuestras exploraciones visitamos muchas cuevas en otras regiones del planeta, pero en ninguna sufrimos nada parecido. - Creo que me gustaría visitar ese lugar -dijo poniéndose de pie.

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- ¡Ten cuidado! Si pulsas el botón de alarma de Tiamat, nadie sabe lo que puede pasar. - Lo tendré presente, Nergal.

Olimpia, la nueva ciudad espacial, giraba en órbita geosincrónica sobre el ecuador de Tiamat. Era mayor y de tecnología más avanzada que Abugal, y quienes vivían allí disfrutaban de todas las comodidades, además de las provisiones naturales del nuevo planeta. Había gran cantidad de naves estacionadas cerca, y pequeños módulos pululaban alrededor de ellas en febril actividad. Recorrimos su interior, maravillándonos a cada instante de los alardes tecnológicos que ostentaba. En el sector de viviendas descubrimos un centro de cómputos donde se registraban los hechos de quienes ahora vivían aquí; para ello trajeron a Olimpia toda una sección de las Tablas del Destino. Como nuestra meta era la ciudad de Eridu, nos embarcamos en una nave de transporte que regresaba vacía para aterrizar en Sippar. Nos asombró esta nueva ciudad edificada en el mundo central. Era una verdadera ciudad del espacio, sembrada de plataformas de despegue de cohetes que partían de tiempo en tiempo entre estrepitosas

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llamaradas rumbo a Olimpia. La amplia estación estaba cercada de edificios donde las naves eran ensambladas y terminadas. Adentro había un gran movimiento y un agitado ir y venir de dioses y anunnakis. - ¿Siempre hay aquí tanta actividad? -le pregunté al encargado de los equipajes. - Sucede que está por terminar la temporada de viajes y estamos atrasados en los embarques – contestó, mientras un par de anunnakis tomaban nuestras cosas y las colocaban en un pequeño transporte terrestre que nos acercó hasta donde un mu esperaba para trasladarnos a Eridu. Cuando levantamos vuelo, alcanzamos a ver el espectáculo de los cohetes, alineados como proyectiles dispuestos a perforar los cielos de Tiamat. Divisamos también otras ciudades cuyas chimeneas oscurecían la atmósfera con densas columnas de humo, y carreteras cruzando sitios que antaño eran solitarios. - Oh, Nergal -me dijo Ninti al ver aquello-, ¿qué le están haciendo a este planeta? Hay vehículos, humo, ruidos. ¡No es el Tiamat que conocí! - No te preocupes; sólo son los alrededores de Sippar. Estoy convencido de que más lejos continúa tan natural como siempre.

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La Eridu que dejamos no existía ya. La vegetación salvaje había invadido las antiguas calles y jardines y destruido los edificios. Nuevas construcciones estaban adelantadas. Enki nos abrazó alborozado y alegre de vernos otra vez reunidos. - Hemos rediseñado la ciudad; quedará más hermosa que antes -nos aseguró. - Se ve mucho progreso en Sippar y sus alrededores -dije. - ¡Ellos disponen de recursos como para levantar ocho ciudades! En cambio a la Universidad le han concedido apenas lo suficiente para reconstruir la nuestra. - ¿Qué ha sucedido, Enki? -Indagó mi esposa-. Veo mucha contaminación; ¡cuando un cohete despega en Sippar, se oye desde aquí! - Nos engañaron. Los industriales pretenden llevar adelante sus proyectos pese a todo lo que se dijo, y quieren convertir este planeta en una factoría de materias primas. - ¿Nadie puede impedirlo? - La nueva situación está complicada, Ninti. Hay acuerdos reservados que desconozco. El mando absoluto sobre Tiamat es ejercido desde Olimpia por Alalu, dios de confianza de los geoindustriales. En tanto que las operaciones sobre el planeta están a

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cargo de Enlil, que tiene en su poder las claves de las Tablas del Destino. Él pertenece a la industria espacial. - ¿No era tu función salvaguardar la ecología de Tiamat? ¿Cómo no impediste la contaminación en el mundo central? - ¡Esas fueron puras mentiras! -exclamó él, rojo de indignación-. Bellas palabras para sacarme del medio y evitar las protestas de la Universidad. La realidad es que Eridu es la puerta de entrada del mineral que procede del Abzu, y yo mismo estoy encargado de dirigir los embarques hacia las ciudades industriales situadas en el mundo central. - ¿Quieres decir que nada podemos hacer? - Nuestra única esperanza es Anu. Él defiende los intereses de la Universidad. Creo que debemos subir a Olimpia para visitarlo. Mientras este diálogo tuvo lugar, yo opté por guardar silencio. Sabía que los industriales habían triunfado en el Gran Consejo y las cosas no serían como las recordábamos. Lo que había sucedido en el mundo central era sólo una muestra del futuro en el resto del planeta. Enki nos proporcionó una vivienda. Por nuestro amigo y los otros dioses que vivían en Eridu, supimos que entre los industriales había grandes celos y riva-

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lidades. En medio de estos conflictos, los intereses de la Universidad pesaban muy poco en la política general. Con el pretexto de seleccionar material científico, Enki y Ninti viajaron a Olimpia y fui con ellos, pues aún no me había presentado en mi puesto asignado en el Abzu. Mientras yo acompañaba a mi esposa, que deseaba examinar las existencias de equipos en los catálogos computarizados, Enki gestionó una entrevista con Anu. La reunión fue fijada para después de la cena. Los aposentos de Anu y su esposa Antu tenían una excelente vista de Tiamat. Ambos dioses estaban ingresando en las primeras etapas de la vejez, sus cabellos oscuros se habían plateado en las sienes y en sus rostros comenzaban a manifestarse incipientes arrugas. Nos recibieron amablemente en una pequeña sala, en tanto un anunnaki nos servía bebidas. - ¿Han visitado ustedes la superficie del planeta? -averiguó Enki. - No -repuso Anu-, Antu prefiere el clima estabilizado de Olimpia, y en cuanto a mí, mis pobres músculos soportan mejor esta mediana gravedad artificial. - Quería hacerles ver las ruinas de nuestra estación biológica -dijo Enki-. Les enviaré unas vistas.

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- También necesitamos material científico -agregó Ninti-. El mío fue desviado a Nippur. Al escucharla, los dos dioses cruzaron una mirada y se sonrieron. - Ninhursag es una bióloga muy competente -dijo Antu-. Ha recibido el encargo de domesticar y adiestrar a los humanoides para que hagan el trabajo rudo. - ¿Realmente van a intentarlo? -preguntó mi esposa-. Por lo que conozco, esas criaturas no me parecen aptas. - ¿Por qué lo dices? -preguntó Anu. - Son muy primitivas. Además, las que yo tenía enfermaron en cautiverio. - De todos modos, será necesario que Ninhursag consiga que se adapten al trabajo organizado, de lo contrario tendremos serias dificultades -dijo Anu. - ¿Dificultades? -inquirió Enki. - A los anunnakis los convencieron de venir a Tiamat con la promesa de que serían capataces de los lulus, pero por ahora tienen que hacer todas las tareas. - ¿Quiénes son los lulus? -pregunté. - Así es como llamarán a los humanoides obreros -me respondió Anu.

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- ¿Podrás conseguirme el material que necesito? Es preciso que comience cuanto antes mis trabajos sobre ecología -dijo Ninti. - Te conseguiré lo indispensable -le prometió Anu-. Lo enviaré en cajas de equipos varios de prospección mineral; vas a recibirlo más rápido que si lo consignamos como instrumental universitario. - ¿Quieres decir que el equipo universitario es demorado a propósito? preguntó Enki. - Hay una sorda lucha de intereses en el Gran Consejo -aseguró Antu-. Las naves para transporte de mineral deben ser baratas por razones obvias. Por su parte, la industria espacial quiere grandes flotas para el transporte de dioses entre ambos planetas, con naves confortables. Buscan que en Tiamat viva una élite privilegiada. - Por tal razón necesitan que este planeta sea bello y apetecible para el turismo -dijo Anu completando la idea. - Alalu, solamente interesado en los recursos minerales, se despreocupa del atractivo y de la ecología –aseguró Antu. - Hay en estos momentos una puja de los geoindustriales para quitarle a Enlil el mando en tierra. Como seguramente ustedes saben, pertenece por entero a la industria espacial -agregó Anu-. Nosotros

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estamos obligados a observar y esperar los acontecimientos antes de actuar. Yo pertenecía por entero a la industria geológica. Sin duda mi visita a Olimpia en compañía de Enki no había sido bien vista y decidieron separarme de él. Poco después que retornamos a Eridu, recibí la orden de marchar al Abzu para supervisar los trabajos en las minas. En tanto, Ninti estaba decidida a edificar una nueva estación biológica en el mismo sitio que ocupara la anterior. Cuando fui en su busca, la encontré muy ocupada dibujando los planos. - Ninti -le dije acercándome por detrás para rodearla con mis brazos-, he recibido orden de ir al Abzu. - ¿Cuándo regresarás? - No lo sé. Supongo que vendré con frecuencia a Eridu para estar contigo. Veo que tú ya tienes trabajo. - Si, voy a comenzar a organizar el laboratorio. Enki me prometió remover los escombros de la vieja estación mientras trazo los planos de la nueva. El Gran Consejo había concedido a la industria geológica la exclusividad sobre el Abzu, encargando a la nieta del director general, Ereshkigal, la explotación de los ingentes recursos del mundo inferior. Ella

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fundó, a orillas de un caudaloso río, la ciudad de Gabkurra, convirtiéndola en el centro de la actividad minera del mundo inferior. Había construído un astillero donde se armaban las grandes barcazas destinadas a transportar el mineral hacia las metalisterías instaladas en el mundo central, donde aprovechaban las enormes cantidades de energía disponibles. Cercaban la ciudad, formada por viviendas de ladrillo y piedra con inclinados techos de madera, pintorescas montañas cubiertas de verde. En aquel sitio reinaba un ambiente de paz y tranquilidad. La mansión de la señora del Abzu era la mayor y más hermosa. Se erigía sobre una colina contra un fondo de cerros. Desde su pórtico se abarcaba el panorama de la ciudad y el río, surcado por barcos de vela que navegaban hacia el mar. Cuando me presenté, acudió a recibirme un dios entrado en años. - Mi nombre es Nergal -le dije-. He venido a reportarme ante Ereshkigal. - Yo soy Namtar, su consejero. Ven, te conduciré ante mi señora. El viejo me llevó hasta una sala, dejándome solo y de pie. Al cabo de un largo rato volvió y me guió por un corredor hasta una espaciosa estancia muy iluminada por amplios ventanales. Una diosa estaba parada

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frente a ellos contemplando el río, y cuando Namtar carraspeó, se volvió al fin. Era de porte distinguido, muy hermosa, de largos cabellos negros y ojos del color del acero. Sin duda tenía más edad que yo; sus gestos eran altaneros y su voz muy dura cuando me habló después de mirarme en silencio con sus ojos penetrantes. - Nergal, mi abuelo hizo mucho por ti. Te sacó de un oscuro destino en Dritón para ponerte a bordo de la nave expedicionaria a Tiamat. Con ello ganaste fama y honores y tú ahora le pagas mezclándote con esa gente de la Universidad para tejer intrigas con Anu. - Esa gente de la Universidad que tú dices es mi propia esposa Ninti repliqué molesto. - ¡Basta, Nergal! No te he recibido para escucharte sino para darte mis órdenes. Yo soy la señora absoluta del mundo inferior y nadie entra ni sale de mis dominios sin mi autorización. Irás inmediatamente al Arali, donde están las minas de oro, para supervisar los trabajos. Sin responder, furioso con ese engendro de mujer, di media vuelta, atropellando de paso a Namtar, que no se hizo a un lado con suficiente rapidez, y dejé Gabkurra para viajar al Arali. Había allí un grupo de cabañas de madera y una represa levantada sobre un arroyo para asegurar el

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abastecimiento de agua. Más lejos, el campo desmontado dibujaba sus cuadros de cultivos que proveían de alimentos frescos a los mineros. Mientras descendíamos, no pude menos que establecer las diferencias con las factorías mineras que conociera en Nibiru y en Dritón. En nuestro planeta las minas penetraban la dura roca a fuerza de tecnología, mientras que en la luna se trabajaba sin atmósfera y a bajísima temperatura. En cambio en el Arali había bosques y jardines, el terreno era blando y el clima cálido. Seguramente los mineros estarían satisfechos de vivir en el Abzu. Cuando bajé del transporte, me extrañó ver guardias armados en las cercanías. También me sorprendió agradablemente reconocer a Dumuzi entre quienes se acercaron a recibirme; no había vuelto a verlo desde que regresamos a nuestro planeta y daba por sentado que permanecía allá. - ¿Por qué no? -me dijo después que nos abrazamos con alegría-. Quien ha conocido la vida natural y salvaje de este planeta, encuentra monótono y desabrido a Nibiru. - ¿Marchan bien las explotaciones? - ¡Oh, muy bien, desde luego! -manifestó en voz alta, apretándome el brazo a escondidas, al tiempo que me hacía una seña de prevención. Enseguida me

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presentó a los otros dioses, la mayor parte de los cuales ya conocía de mis cursos de instructor. Más tarde, cuando estuvimos solos en la cabaña que sería mi alojamiento, pudimos hablar tranquilos. - ¿Por qué hay guardias? - ¡Los anunnakis están a punto de amotinarse! - ¡Amotinarse! ¿Te refieres al tema de los lulus? - ¿Ya lo sabías? ¡Están furiosos por el engaño! Los lulus no aparecen y ellos deben hacer todo el trabajo. - Pero, bueno; no es tan grave. Disponen de equipamiento y el clima es agradable. - Espera a ir a las minas. Y en cuanto al equipo, también será mejor que lo veas tú mismo. Al día siguiente me condujo a la entrada de las minas. En un montacargas precario que parecía una jaula para animales, descendimos por la oscura cavidad hasta un nivel inferior de galerías. Allí la temperatura y la humedad elevadas ocasionaban un ambiente bochornoso en el que pronto nos empapamos de transpiración. Coloqué mi mano frente a una salida de la tubería de aire acondicionado. El aire que salía era escaso y nada fresco. - ¿Por qué no funciona la refrigeración? -pregunté. - Estamos reparándola; se descompone a menudo. De todas maneras, nunca anduvo bien.

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- ¿Has pedido el reemplazo del equipo defectuoso? - Si, pero jamás lo enviaron. - No lo entiendo, ¿por qué razón no lo proveyeron? - Las cosas en el Abzu no son igual que en Nibiru, me temo. Ereshkigal es despótica y la gente trabaja sin ganas. La extracción sigue una curva descendente desde hace tiempo, lo cual la pone furiosa y constantemente nos impone castigos. Llegamos a los sectores de trabajo donde los anunnakis desprendían la veta de mineral inserta en la piedra. La iluminación era débil y obstaculizada por el abundante polvillo que levantaban las herramientas y las voladuras. Mis ropas, empapadas de transpiración, se embarraron inmediatamente a su contacto. - Arrojamos agua atomizada para asentar el polvillo, lamentablemente, aumenta mucho la humedad ambiente -me explicó Dumuzi. Me presentó al capataz que comandaba aquella sección, un anunnaki vestido solamente con taparrabos y casco, de recia musculatura y piel transpirada donde el sudor descendía en pequeños ríos abriendo surcos en el barro que la cubría. - Bienvenido, mi señor –dijo-. En este momento estamos a punto de almorzar ¿Quieres unirte a nosotros?

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Nos condujo hasta una galería secundaria, donde habían improvisado un refectorio con una mesa de tablas y asientos de madera. Varios anunnakis abrían los recipientes de alimentos y las botellas de agua. Dumuzi y yo nos sentamos con ellos y apenas mastiqué el primer bocado, sentí que mis dientes crujían ruidosamente. - ¡Este maldito polvillo se mete en todas partes! -exclamó el capataz bebiendo un trago de la botella- ¡Y es muy áspero al paladar! - Ustedes trabajan en condiciones lamentables – dije-. Esto no puede continuar. Necesito que me informen de todas las dificultades que tienen para que luego pueda hablar con nuestra señora Ereshkigal y buscar soluciones. - ¡Esa maldita mujer no entiende razones! -gritó el capataz-. Por otra parte, jamás viene por las minas... ¡La verdad de todo esto, mi señor Nergal, es que nos engañaron miserablemente para convencernos de venir a este desolado planeta a masticar piedras y polvo! Nos dijeron que nuestra función sería asesorar a los lulus, quienes harían todo el trabajo. - ¡Mira la realidad, mi señor! -exclamó otro de los anunnakis- ¡Los lulus jamás aparecieron y estamos enterrados en vida, sin posibilidad alguna de salir de aquí!

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- ¡También las herramientas son peligrosas! -se lamentó otro-. Fallan y terminan lastimando al que las empuña ¡Muchas veces los derrumbes nos sepultan y debemos aguardar largo tiempo el rescate! Durante un rato los anunnakis formularon sus quejas, cada vez más airadas. Procuré calmarlos, prometiéndoles que yo me haría cargo de mejorar sus condiciones de trabajo. Regresamos a la superficie donde nos reunimos con el personal superior de las excavaciones. - ¿Cómo es posible que se haya llegado a esta situación? -Inquirí- ¡Esa gente está furiosa y tienen razones de sobra! - ¡No es por culpa nuestra! -se defendió uno de los geólogos-. Nunca pudimos hablar con Ereshkigal, pues ella no viene aquí y nosotros no tenemos permiso para ausentarnos del Arali. El único que se aparece de tiempo en tiempo es Namtar y nuestras quejas le tienen sin cuidado. - ¿Qué puntaje adicional tiene la gente por trabajar en estas condiciones? -consulté. - Eso es imposible saberlo -respondió Dumuzi-, no hay aquí pantalla terminal; la única del Abzu está en la mansión de Ereshkigal y nadie más que ella tiene acceso.

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- Por otra parte Namtar, las escasas veces que viene, anuncia descuentos por no cumplir las cuotas exigidas dijo el jefe de los geólogos-. Ninguno de nosotros conoce qué puntaje tiene en realidad. - ¿Dónde está la radio? -pregunté-. Debo comunicarme con Ereshkigal. - No hay radio en el Arali -respondió Dumuzi-. La única conexión con el exterior es el mu que viene semanalmente a traer provisiones o los transportes terrestres que se llevan el mineral al puerto. No podía creerlo. El régimen que la diosa había impuesto en el Abzu era inadmisible y justificaba la ira de los anunnakis. Reduje por mi cuenta los turnos de tareas para que los mineros saliesen a refrescarse y tomar sus comidas en la superficie, lo cual mejoró notablemente su humor. Encontré mucha desidia en los ingenieros y los puse a trabajar en la reparación de los equipos de acondicionamiento de aire, para enfriar y secar los ambientes de trabajo. Al cabo de un tiempo la producción aumentó en un porcentaje significativo. En una de mis recorridas por las instalaciones, en compañía de Dumuzi, llegamos hasta el laboratorio de análisis de suelos. La vista de todo aquel instrumental, en su mayor parte ocioso desde los sondeos iniciales, me dio una idea.

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- ¡Mira esos destiladores y columnas rectificadoras! -le dije a mi amigo- ¿Sabes lo que eso significa? ¡Cerveza! ¡Una excelente y estimulante cerveza minera! Gracias a las enseñanzas de Ninkashi, había aprendido a preparar una más que discreta cerveza. El campamento era triste los días de descanso por el descontento de los mineros y porque Ereshkigal les daba sólo agua de beber. Mi cerveza contribuyó a alegrarlos y hacerles un poco más soportables las penurias. Comenzaron a escucharse cantos y hasta risas en las noches de fiesta y al reanudarse la labor los mineros marchaban con mejor ánimo al trabajo, por lo que el rendimiento aumentaba. Desde entonces el mineral empezó a amontonarse en espera de los transportes que debían llevarlo al puerto. Cuando llegó Namtar y vio tantos cambios, se fue de inmediato para informarle a su patrona. Pronto regresó y se reunió conmigo. - Mi señora quiere que vayas a verla y le expliques porqué has convertido el campamento minero en un salón social. Mientras tanto, debes volver a poner todas las cosas como estaban antes. - Yo también quiero hablar con tu señora -repliqué-; en cuanto a quitarle a esta gente la cerveza y el

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nuevo régimen de trabajo; ¿por qué no lo haces tú mismo? Cuando los mineros tuvieron conocimiento de las intenciones de Namtar, suspendieron las tareas y comenzaron a salir de las minas, congregándose para proferir gruesos insultos contra el enviado de Ereshkigal, que, lívido del susto, se refugió detrás de los guardias. Los anunnakis portaban los rayos taladradores y los proyectiles de demolición y la guardia retrocedió espantada, sin saber qué actitud adoptar. Dumuzi y yo nos interpusimos entre los dos grupos para impedir que ocurriera algo irreparable. - Namtar -le dije tomándolo de un brazo-, tú nada tienes que hacer aquí. Llévame a ver a Ereshkigal antes de que los mineros decidan asesinarte. El temblor de las piernas le impidió caminar al pobre viejo. Dumuzi tuvo que alzarlo en brazos y subirlo al mu. Recién cuando estuvimos lejos recobró el habla. - ¡Mi señora se va a poner furiosa contigo cuando sepa esto! - ¡Oh, cállate! ¡Deja que sea ella quién hable! Namtar me dejó otra vez esperando mientras imponía a su señora de los últimos acontecimientos. Por fin reapareció y me llevó ante Ereshkigal, que me perforó con su mirada de hielo.

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- ¡Nergal! ¿Es que te has atrevido a sublevar a mi gente? -me enrostró con furia. - ¡Antes de mi llegada estaban a punto de amotinarse! –repliqué-. Eso tú lo sabías, de otra manera no hubieras llenado el Arali de guardias armados. Yo los he vuelto a convertir en algo más que gusanos de tierra; ¡hasta cantan por la noche en el campamento! - ¡Tu misión era ocuparte de aumentar la producción, no de organizar orgías! - ¿Es que no has controlado las cifras últimamente? Recuerda que venían mermando sin pausa. Desde que estoy, la tendencia se ha invertido. Puedes comprobarlo si te dignas a mirar las estadísticas. - ¿Es verdad eso? -Le preguntó a Namtar mirándolo fijamente- ¡Exhíbeme las gráficas de embarques del puerto! Obedeció de inmediato y la pantalla mostró los gráficos de producción, que indicaban un incremento en las entregas de mineral. - ¡Estúpido! -Le gritó al viejo, que se encogió como si hubiese recibido un golpe- ¿Por qué no me lo mencionaste? Él trató de balbucir alguna explicación, pero ella le señaló la puerta con el brazo extendido.

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- ¡Fuera de aquí! -Chilló, mientras Namtar salía a toda prisa de la habitación. Cuando quedamos solos, observé que hacía un esfuerzo para calmarse mientras tomaba asiento frente a su mesa de trabajo. Con un ademán me invitó a hacer lo propio. - Debes comprender que mi tarea en el Abzu no es fácil. Mi abuelo me sacó de las comodidades de Nibiru para arrojarme a este planeta salvaje donde todos me odian. - Lo que ven en ti es la personificación del engaño y de las promesas incumplidas. Creo que tu abuelo cometió un error al prometerles los lulus. Te confieso que también soy culpable, pues me callé la boca, aun sabiendo que era una apuesta muy riesgosa. - La ecuación costo beneficio preocupa a Alalu. Se propone exigirnos más producción ¿Crees posible continuar aumentándola? - No. El equipo es inadecuado y de muy baja calidad. La producción aumentó porque alivié a los mineros de las presiones excesivas que los tenían deprimidos, pero el problema de fondo subsiste. Sólo he logrado un mejoramiento transitorio. - No puedo conseguir mejores equipos porque no existen en Tiamat. Mi abuelo tuvo que reducir costos

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al máximo para que las cifras fuesen aceptadas por el Gran Consejo. ¡Tú eres el experto, dame tu opinión! - Ereshkigal; el problema principal es político, no técnico. A los industriales espaciales no les interesa utilizar sus naves para transportar minerales sino dioses. Para presionar, han disminuido la eficiencia de sus cohetes de transporte. Cada vez resulta más oneroso poner un kilogramo de mineral en Olimpia. - ¿Acaso crees que no lo sé? No está en nuestras manos corregir la política. Lo único que se espera de mí es más producción. - Los annunakis están muy descontentos por las condiciones de trabajo a que están sometidos. Yo las he mejorado en lo posible, pero no puedo traerles el lulu que es la principal exigencia. Por otra parte, alegan desconocer el puntaje que obtienen. - Quien maneja las cifras en las Tablas del Destino es Enlil. Cuando vi el reconocimiento que obtienen por su labor, tuve que ocultar la información. - ¿Qué quieres decir? - Se les da mucho menos de lo prometido, ¡si los anunnakis se enteran lo volarán todo! No quería dar crédito a lo que me decía. La miré a los ojos y percibí, tras el brillo de dureza de su mirada, miedo y desamparo. Su abuelo la había sentado sobre

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un volcán que amenazaba estallar en cualquier momento. - Debes hablar con Enlil; explícale la gravedad de la situación. Yo regresaré al Arali a calmar los ánimos porque la gente quedó muy molesta por la actitud de Namtar. También es preciso que saques a los guardias de allí porque su presencia contribuye a exasperarlos. Creo conveniente que tú misma te dejes ver de tiempo en tiempo y los adules un poco. Los mineros son como niños, a quienes es preciso mimar para tenerlos contentos. Con la cooperación de Dumuzi y los geólogos conseguimos mejorar las condiciones de trabajo en las minas; con ello disminuyó el enojo. Ereshkigal también ayudó mucho, presentándose en repetidas oportunidades, distribuyendo elogios y escuchando las quejas de los trabajadores. Sin embargo, un día ella reunió al personal directivo en mi cabaña después de inspeccionar el campamento. - He recibido de Alalu nuevas exigencias respecto a las cuotas de producción. Debemos aumentar los embarques de mineral. Tú, Nergal, debes realizar un nuevo planeamiento para cumplir lo ordenado.

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- Lo que me pides significa extender los turnos de labor; ¡eso va a exasperar terriblemente a los anunnakis! - ¡Y si no lo haces se exasperará terriblemente Alalu! -replicó obsequiándome con una de sus frías miradas ¡Estoy dispuesta a enfrentar la furia de los mineros antes que la de mis superiores! Se marchó dejando a nuestro cargo resolver el problema. Antes de extender los turnos, les dimos un par de días de descanso en los que la cerveza circuló como un arroyo crecido. Después los pusimos a trabajar de firme en lo profundo de las minas. Estuve tan preocupado que no pude dejar el Arali ni una sola vez desde mi llegada. Un día, un mu aterrizó en el campamento y cuando la puerta se abrió, vi surgir por ella a Ninti con sus rubios cabellos al viento y sonriente mientras venía a mi encuentro. La estreché en un largo abrazo, encantado y feliz por la maravillosa sorpresa. Junto a ella también había descendido Enki del aparato. - ¡Tuve que utilizar su influencia para que Ereshkigal permitiera mi visita! -exclamó mi esposa, colorada de indignación-. No quería dejarme venir al Abzu... - No hay forma de comunicarse con ustedes por radio -dijo Enki extrañado- ¿Qué sucede aquí?

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Los conduje hasta mi cabaña para relatarles mis experiencias. - Los magros puntajes en las Tablas del Destino son otra maniobra de Enlil para crearle problemas a Alalu -explicó Enki-. La industria espacial quiere arrebatarles a los geoindustriales el dominio de Tiamat. - ¿Qué puedes hacer para mejorar nuestras condiciones de vida? - Se ha formado el Consejo de los Doce, con los dioses de más alto linaje. Voy a llevar estas novedades a la próxima reunión. - Diles también de la escasez y mala calidad del equipo, que no cumple con las normas técnicas. - Ese es un problema general; los industriales, para bajar los costos, redujeron la calidad. - ¿No puedes denunciarlos? - Anu está en antecedentes. Es tan grande el conflicto entre los industriales que todo lo demás parece pequeño o sin importancia en comparación. El malhumor de los mineros no cuenta para nada en este juego. - No hables así -intervino entonces Ninti-. Trajeron a esa pobre gente a Tiamat con engaños y los mantienen aquí por la fuerza ¡Es muy triste su situación!

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- De todos modos la Universidad no puede hacer nada al respecto. Nosotros también tenemos problemas por la magra asignación de recursos. Tú misma apenas puedes trabajar con los pocos equipos que te dieron. Como yo no podía dejar tampoco el Abzu a causa de nuevas y abusivas exigencias de Alalu, ella y nuestro amigo vinieron a verme otras veces, cuando tras mucho insistir, conseguían autorización para viajar al Arali. También Ereshkigal había espaciado mucho sus inspecciones al campamento, y cuando venía estaba cada vez más contrariada y nerviosa. - Es insoportable la presión de Alalu -me dijo reuniéndose conmigo a solas-; por otra parte, Enlil va a venir a verme. Días después llegó Namtar. Me sorprendió su presencia, después del susto que le dieron la última vez que estuvo, pero él se limitó a asomarse por la portezuela del mu. - Es deseo de mi señora que me acompañes sin demora a verla -dijo luciendo muy preocupado. - ¿Está Enlil con tu señora? - No. Se retiró de inmediato. - ¿Quizás una pelea?

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- Mi señor Enlil fue muy amable con ella. La saludó como un enamorado a su enamorada, pero recibió un mensaje desde Nippur. Sin duda el llamado fue muy urgente, pues mi señor Enlil se disculpó, con el rostro muy perturbado, y partió de inmediato. Fue todo lo que conseguí sonsacarle. Esta vez no me dejó esperando, sino que me condujo a la carrera ante Ereshkigal. Se la veía muy nerviosa y descompuesta y había temor en sus ojos grises. - ¡Nergal, ocurren cosas muy graves en Nippur! ¡Sustrajeron a Enlil las claves de las Tablas del Destino! Era un hecho sin precedentes. No supe qué decirle. - ¿Sabes lo que eso significa? -intervino Namtar-. No hay manera de registrar los hechos de los dioses. Absolutamente todas las tareas puntables deben detenerse. Sólo quedan exceptuadas las funciones relativas a la alimentación y a las emergencias médicas. Es la ley. - ¿Me dices que debo ir a las minas a decirle al personal que se abstenga de cumplir sus funciones? ¡Esto es una catástrofe! ¡Hay tareas que no deben detenerse, como el bombeo del agua que resuma de las galerías!

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- Así es, Nergal. Está sucediendo en todo Tiamat -confirmó la señora del Abzu-. Detén todas las actividades del Arali y regresa. Volví a las minas e informé al personal superior. Pronto los trabajadores abandonaron las operaciones y salieron a la superficie, cerrando con llave las entradas. Cuando finalicé con la misión, regresé a Gabkurra para informarle a Ereshkigal. - Acabo de recibir noticias de Nippur. Se decidió una reunión urgente del Consejo de los Doce. Debo partir de inmediato. - ¡Permíteme que viaje contigo! -le pedí al verla tan perturbada-. De todas maneras, nada queda por hacer aquí. Estaba tan confundida que no se negó y partimos. Nippur, la ciudad donde Enlil tenía su sede, era muy hermosa a causa de sus bellos edificios de ladrillo y piedra cercados de bosques, jardines y lagos. La estación de enlace cielotierra, con sus gigantescas antenas circulares, podía comunicarse con cualquier nave que estuviera más acá de Anshar para fijarle el rumbo. También podía rastrear el espacio profundo y comunicarse con Nibiru. El conjunto de urbes industriales del mundo central ennegrecía el cielo con el humo de las chimeneas y atronaba con el ruido de los transportes aéreos y terrestres. También Sippar

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contribuía con el rugido de los cohetes que diariamente partían desde el cosmódromo para estacionar carga en las inmediaciones de Olimpia. Pero ahora las fábricas y refinerías habían enmudecido y el desconcierto se leía en los semblantes de la gente. No me quedé mucho tiempo a contemplar aquello. Nada tenía que hacer allí. Me fui enseguida a Eridu. La ciudad universitaria mantenía la paz y calma de los primeros tiempos, pero ahora estaba embellecida con jardines de flores multicolores que jamás había visto antes. Vistosas mariposas volaban en bandadas y aves de coloridos plumajes trinaban entre los árboles. A pesar de mi prisa por ir al encuentro de Ninti, tuve que detenerme a admirar todos esos cambios sorprendentes. La encontré en su remozada estación biológica. Después me llevó a ver el resultado de sus últimos trabajos; un enorme parque con nuevas variedades de árboles, plantas, flores y animales. Mi esposa procuraba enriquecer la ecología de Tiamat dotándola de una flora y una fauna nuevas. Aparte de adaptar y cruzar las variedades autóctonas, se valía de la genética molecular para crear vegetales y animales antes inexistentes en Nibiru o en Tiamat. Las mariposas ideadas por ella eran ecuaciones matemáticas con color, forma y movimiento, y a partir de sencillas

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flores silvestres, consiguió variedades complejas de perfumes y colores diferentes que adornaban su estación biológica. Luego los vientos y los insectos se ocupaban de propagarlas por todas partes. Muchos animales rústicos salieron de sus manos transformados en hermosas criaturas de suaves y brillantes pelajes de todos los matices. Y como si de un ser prodigioso se tratase, había hecho brotar con la fuerza de su ciencia y la belleza de su arte, cantidad de aves de maravillosos plumajes que cantaban con trinos jamás escuchados en Tiamat. Me emocioné hasta las lágrimas al ver la incomparable belleza que era capaz de crear en su laboratorio. - Quiero que nuestros hijos y los demás niños tengan un mundo hermoso donde vivir. - No hay nadie como tú -respondí abrazándola. Sabía que su hermosa figura encerraba un mundo infinito; había resuelto traer a éste las bellezas del suyo, para explicarme con hechos lo que yo no podía entender con palabras. - ¿Qué ha ocurrido? -averigüé-. En el Abzu carecemos de noticias. - Sé lo poco que Enki alcanzó a decirme antes de partir a Nippur. Al parecer, Alalu instó a Zu a tomar el mando en lugar de Enlil, aprovechándose de la

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ausencia de éste. Creo que su regreso inesperado abortó la maniobra. Permanecí con mi esposa en su residencia. En Eridu disfrutábamos de un período de calma y tranquilidad semejante a los viejos tiempos a consecuencia de las inesperadas vacaciones. Un día llegó la primavera al mundo central y muchas de las creaciones de Ninti despertaron a la vida; los jardines se engalanaron con flores multicolores que arrojaban a la brisa sus exquisitos aromas, cruzaban bandadas de bellas mariposas y las aves trinaban por doquier. De la noche a la mañana las desnudas ramas de los árboles aparecieron con infinidad de flores y luego éstas cayeron en nevadas de colores, dejando su lugar a las hojas recién nacidas. Finalmente los frutos maduraban, alegrando la vista y el paladar. De esta manera la naturaleza nos ofrecía con holgura los tesoros de la tierra. Fue en esta época excepcional cuando surgió entre los dioses que habitaban Eridu, maravillados por el inigualable arte de mi esposa, la idea de coronarla diosa de la naturaleza, en agradecimiento por el don de sus creaciones, que halagaban nuestros sentidos y daban una nueva dimensión de belleza a nuestras vidas. En secreto organizamos una fiesta en el mismo

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parque de Ninti, tan bello en primavera que volvía superflua cualquier decoración y en la que todos rivalizaron según su inclinación personal para ofrendarle sus mejores creaciones. Así gozamos de una inacabable variedad de manjares obtenidos de todos y cada uno de los productos que ofrecía la fértil tierra de Tiamat. Ninkashi, que también había regresado, personalmente se encargó de las bebidas y nos ofreció refrescos, cervezas y licores en tal abundancia y diversidad que no sólo fue ruidosamente aclamada sino también responsable de la licencia en que terminó la fiesta. El día se presentó excepcionalmente bello. Amaneció un sol cálido y luminoso que tiñó de rosa el firmamento y brilló en las infinitas gotas de rocío que engalanaban la hierba y las flores. Deliciosos aromas se dispersaban en tibias oleadas guiados por la brisa mientras preciosos animalitos corrían a los arroyos para beber el agua fresca y murmurante. Temprano comenzaron a llegar los dioses con sus ofrendas, vestidos de alegres colores y coronados de flores, reuniéndose en torno a una glorieta de columnas de mármol donde colocaron un trono para Ninti. Ella aún dormía y yo, que había tomado mi baño y vestido una breve túnica, la contemplaba en silencio, gozando del abandono de su bello cuerpo y de la

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expresión infantil que imprimía el sueño a su rostro. Pero el alboroto en el jardín no tardó en despertarla. Levantó la cabeza, buscando extrañada el origen del ruido y al verme sentado a su lado, con ese atavío, se incorporó asombrada. - ¿Qué pasa? -preguntó. - Mi amor -contesté-, queremos rendirte homenaje ¡Es una fiesta por ti! Saltó de la cama y descorrió las cortinas del cuarto para mirar el jardín. Cuando vio la multitud que paseaba entre las plantas, se volvió hacia mí cubriéndose el rostro con las manos, pero pronto la saqué de su aturdimiento apretándola contra mi pecho y urgiéndola a vestirse. Todavía con ella en los brazos, llamé a la anunnaki encargada de su tocado y permanecí en el cuarto presenciando su baño y acicalamiento mientras satisfacía a medias sus ansiosas preguntas. Hice que la vistieran con una blanca túnica translúcida ceñida al talle con cintas de raso y personalmente adorné su escote con pequeñas flores rosadas, aprovechando de rozar sus senos con la excusa de prenderlas con firmeza. Reía y me reprendía por esos juegos cuando tanta gente nos aguardaba, pero gracias a ellos conseguí que recuperara su serenidad y pronto estuvo lista, con su cabello recién peinado brillando como un sol en medio

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del cuarto. Apenas salimos la aclamaron ruidosamente y ella, desprendiéndose de mí, abrió los brazos como queriendo abarcarlos a todos. Hombro con hombro, los dioses formaron un camino desde la puerta hasta la glorieta. La conduje por él a su trono, mientras el coro entonaba un himno compuesto en su honor, y todos palmoteaban y vivaban. Tres diosas, las más cercanas colaboradoras de Ninti, llegaron portando una corona de rosas blancas sobre un almohadón, de donde la tomó un dios joven y bello y la colocó sobre los cabellos de mi esposa. Aplaudimos cerrada y ruidosamente. Luego ella agradeció nuestro homenaje con dulces y breves palabras, manifestando su deseo de que comenzara la fiesta, compartiendo los manjares aportados por los dioses. Hacia el atardecer ya llevábamos varias horas de alternar los bocados y las canciones con los frescos chapuzones en el estanque. Amen de las espirituosas bebidas de Ninkashi, causantes principales como dije, de los excesos cometidos. Los dioses y las diosas comenzaron a desaparecer entre los jardines, ocultándose entre las matas y los bosquecillos discretos. No fui yo el último en encontrar un sitio donde terminar digna y tiernamente la fiesta, con la bella diosa de la naturaleza en mis brazos.

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VIII

Enki regresó de Nippur y se reunió con nosotros. Se lo veía cansado y lo invitamos a recostarse mientras le servíamos una cerveza. - ¿Qué noticias tienes de Nippur? -inquirí después que hubo vaciado su jarra. - El complot fue abortado. Zu resultó muerto en un duelo aéreo con Ninurta y ahora Anu es el jefe supremo en lugar de Alalu. Varios dioses perdieron su lugar en el Consejo. - ¿Estás satisfecho con estos cambios? -le pregunté. - No del todo; Ninurta quedó como el primer reemplazante de Enlil, o sea que yo incorporo a un amigo y dispongo de tres votos, pero Enlil agregó a dos dioses de su confianza, lo que elevó su caudal a siete votos. Esto consolida su poder, pues la fracción de los industriales geólogos se redujo a dos votos. - Pero tú eres amigo de Anu, el jefe absoluto. - Sucede que él no ve del todo resuelta su situación. Necesita de los geoindustriales, cuyos intereses Alalu representaba, para contener las presiones de la industria espacial, que es más fuerte. - ¿Qué cree que pueden planear en su contra?

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- Está convencido de que pretenden reemplazarlo con Enlil. - Pero éste no tiene la estirpe suficiente -objeté. - Tienes razón, por eso busca contraer matrimonio con una diosa de gran linaje para intentar una alianza con los industriales rivales. - ¿Te refieres a Ereshkigal? -aventuré. - Has acertado. Aunque cesada por ahora en el Consejo de los Doce, ella conservó su cargo en el Abzu. Anu ve en estas maniobras un peligro para su propia posición, y para la nuestra. - Este plan no es nuevo -dije-, en un principio se lo intentó contra Alalu. Comprendo ahora porqué Enlil fue a hacerle la corte a Ereshkigal. El incidente ocasionado por Zu lo interrumpió. - Tú la conoces mejor que yo. ¿Crees que él puede tener éxito? - Están enamorados y son de carácter parecido. Ereshkigal y Enlil no tienen amantes. Los dos usan el poder como un medio de satisfacer su frustración sexual. Son la pareja ideal; si ambos contraen matrimonio estamos perdidos. - Cuando Ereshkigal quedó cesante en el Consejo y se dispuso a embarcar en el mu para volver al Abzu, Enlil la acompañó hasta el aparato y le prometió visitarla en cuanto sus ocupaciones se lo permitieran.

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Aproveché la destitución de Alalu y la caída en desgracia de Ereshkigal para retrasar mi retorno al Abzu; además, las minas estaban inundadas y muchas galerías se habían derrumbado. Alalu iba a ser juzgado por el Gran Consejo en Nibiru; sería encontrado culpable de lo sucedido y pagaría todos los daños, restándole de su puntaje en la Tabla de los Destinos una cantidad equivalente. El infeliz podía descender a la categoría de anunnaki. Mientras se hacían las reparaciones en las minas, quería disfrutar de la compañía de Ninti. Después supe que Anu, muy preocupado por los planes de Enlil, decidió enviar a un pariente de su confianza con la misión de entorpecerlos. Me enteré porque fui reclutado de una manera muy particular para ayudarlo. Una mañana Enki vino a recogerme para viajar a Nippur. - De Olimpia ha llegado Inanna, es nieta de Anu y debemos presentarnos. En Nippur se había organizado una fiesta en su honor para esa noche. Luego supimos que desde su llegada no faltaban excusas para agasajarla. De manera que concurrimos a la reunión y pude verla. ¿Cómo describir su fenomenal encanto? Señalar que su cuerpo era perfecto y armonioso, bellísimos sus

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cabellos del color del cobre que enmarcaban un rostro desde el que sus ojos verdes encandilaban, era retratarla superficialmente. Se podían enhebrar palabras lisonjeras como cuentas de un largo collar y no decir con esto nada de lo que ella era en realidad. Era como un punto del espacio en que se concentraban las fuerzas de la naturaleza para irradiarse luego a todos los que estuviesen en su presencia. Nadie que la mirara alguna vez volvía a ser el mismo. Acudí maravillado ante ella para ser presentado. Al acercarme, sentí la cálida mirada de sus ojos puestos en mí. - De modo que tú eres Nergal -me dijo con una luminosa sonrisa hecha de labios gruesos y suaves, de dientes perfectos y punta incitante de la lengua en su boca entreabierta. Tiempo después vi una cantidad de retratos de Inanna, pero nadie logró jamás reproducir con acierto su sonrisa, ni mucho menos transmitir lo que con ella prometía. Para sorpresa y envidia de los varones presentes, permaneció junto a mí, charlando y riendo durante toda la velada. Nos sentíamos a gusto juntos, y al habituarme a la mirada de sus ojos y a la irradiación de su presencia, descubrí, tras su singular hermosura, al ser sensible que escondía. Aquella noche ella y yo nos hicimos amigos. Al terminar la reunión salimos

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juntos en su mu bajo la luz de la luna. Como experto explorador del mundo central que era, la conduje hasta un cierto paraje de ensueño en la montaña, uno de esos lugares donde la naturaleza nos sorprende con lo inesperado. Penetrando por una gruta adornada de formaciones calcáreas, se salía a una poza a cielo abierto, encerrada entre rocas marmóreas de vetas muy hermosas por la variedad de colores. Era una fuente termal que desprendía nubes de vapor. El agua caliente surgía de un extremo de la poza, escurriéndose por el otro extremo en forma de arroyuelo, quebrando con un rumor de cascada el silencio del lugar. El sitio estaba cálido y ninguna brisa llegaba hasta él. Del otro lado de las barreras de piedra una enredadera se había abierto paso, cubriendo una pared con sus hojas y flores, cuyo perfume quedaba concentrado, embriagándonos. Inanna probó la temperatura del agua con una mano, luego se quitó el calzado para introducir sus piernas en el agua transparente. Enseguida le vinieron deseos de sumergir su cuerpo en ella. Con la gracia de movimientos de una danza lenta, se quitó las livianas prendas hasta quedar solamente vestida por la leve luz de la luna que descubría sus formas mientras giraba sobre sí misma. Si vestida era hermosa e indescriptible, ¿qué decir de

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sus pechos desnudos, de su vientre glorioso que acunaba un ombligo perfecto, de la suave curva de sus caderas y muslos? Contemplé extasiado sus encantos en tanto ella se deslizaba entre las rocas para ingresar a la piscina. - ¡Ven aquí! -me llamó desde el agua mientras yo me despojaba de mis vestiduras como un loco. Nos abrazamos y besamos en medio de la poza. Ella reía y se escapaba de mis manos que no podían asir su cuerpo mojado. Con todo su arte se acercaba y me atormentaba para alejarse cuando creía tenerla sujeta. Jugando de esta guisa la fui encerrando contra las piedras; no era profundo allí y mis pies se afirmaron en el fondo. La roca donde la muchacha apoyaba la espalda era plana e inclinada, y la apreté contra mi cuerpo mientras ella me enlazaba con sus hermosas piernas. Se debatió aún y me mordió en los labios mientras yo me introducía profundamente en ella, llenando los dos la noche de murmullos y gemidos de pasión. Nuestros juegos se prolongaron bajo el cielo estrellado, porque era Inanna sabia como nadie en el arte del amor, y en sus brazos descubrí goces jamás experimentados. En aquel sitio solitario y delicioso, perdimos la conciencia del tiempo, hasta que la claridad del amanecer nos decidió a regresar. Estaba muy adelantada la mañana cuando arribamos a Nippur.

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Me pidió que permaneciera con ella para servirle de guía durante su primera estadía en Tiamat. Un día me confió las preocupaciones de su abuelo con respecto a los planes de Enlil y pensamos qué hacer para desbaratarlos. - La única manera de evitar que contraiga matrimonio con Ereshkigal sería enemistándolos dije-. Tal vez si lo indujéramos a una aventura con otra diosa... - No me imagino cómo vas a lograrlo. No se le conoce ningún amorío; parece refractario a los encantos femeninos. Yo misma no le he causado mucho efecto. - Eso es porque tú eres tan bella que le pareces inaccesible a alguien como él. Inmediatamente procuré disuadirla de intentar seducirlo; no hubiera podido soportar el saberla entre sus brazos. - Todo lo que hay que hacer es encontrar a una diosa de menor linaje que acceda a compartir su lecho con él. Si llega a enterarse Ereshkigal, y haremos que se entere, jamás podrá perdonárselo. - ¿Pero cómo hallaremos a esa diosa? - Tal vez los anunnakis que prestan servicio cerca de Enlil puedan darme información, especialmente si los invito con unas cervezas.

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¡Cerveza! Esa era la palabra clave que mi mente necesitaba para funcionar. - Ahora que recuerdo, conozco a alguien que recientemente se ha mudado a Nippur. Trataré de ubicarlo, porque trabaja para él. Ninkashi se había desposado con Adad antes de regresar a Tiamat. Ambos construian para Enlil, en un sitio llamado Edén, en las afueras de Nippur, un enorme parque con plantas y animales de todas clases proporcionados por la estación biológica de Ninti. Se alegró mucho de mi inesperada visita y me reprochó por no haber estado más tiempo con ella en la última fiesta. - No tenías ojos más que para Inanna, y lo comprendo. Todos los varones de Nippur te odiaron esa noche. Me exigió que le narrara mis aventuras con la muchacha y no perdió palabra de mi relato, haciendo comentarios picarescos de tiempo en tiempo. - Le has gustado porque no hay nadie más apuesto y hermoso que tú, pero no sueñes con mantenerla contigo mucho tiempo. Es frívola e inconstante y no se está nunca quieta; vivir con ella sería pretender hacerlo con un torbellino que no se detiene jamás.

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- Solamente somos buenos amigos, pero tú sabes que soy de Ninti. - ¿Te detuviste a pensar en la pena que le causas? Ella no se merece esto. - Tienes toda la razón; pero debo seguir con Inanna por ahora. No puedo decirte porqué. Suspiró y seguimos hablando de la vida social de Nippur que ella conocía al dedillo. Poco a poco fui llevándola al tema que me interesaba, la vida privada de Enlil. - Él conserva prejuicios arcaicos y se escandaliza de la promiscuidad moderna -me dijo-; desprecia a las mujeres y les enrostra sus bajas pasiones. Ellas, en venganza, le vuelven la cara. Está condenado a la castidad forzada porque ninguna mujer quiere tratos con él. Sin embargo, cierta muchacha está interesada en Enlil, pero le tiene tanto miedo que se limita a mirarlo de lejos cuando se baña. - Él se baña... ¿dónde? - Casi todas las tardes, mientras el clima está cálido, concurre a una playa solitaria en un lago; todos lo saben, y también saben de la muchacha, Sud, que se esconde para espiarlo. Todos, excepto el propio Enlil. - De modo que él se baña en el lago y una muchacha lo espía -dije ardiendo en deseos de correr a llevarle esa información a mi cómplice.

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- Esa jovencita está realmente enamorada -dijo Inanna cuando regresó de hablar confidencialmente con Sud-, pero tiene miedo de un desplante, ya que su linaje es muy bajo. - Es justamente lo que necesitamos -le recordé. Intercambiamos ideas hasta elaborar un plan que nos pareció factible de llevar a cabo. Decidimos concretarlo sin tardanza, pues Enlil se disponía a trasladarse al Abzu. Una hermosa tarde de fines del verano, él se dirigió a tomar su baño acostumbrado. No tendría oportunidad de volver a hacerlo debido a que la temporada estaba muy adelantada y cuando regresara del Abzu, donde marcharía al día siguiente, habrían llegado los primeros fríos. Abstraído en sus preocupaciones se acercó al lago, pero de pronto un chapoteo en el agua lo distrajo de sus pensamientos. Despertada su curiosidad, pues ese paraje estaba siempre desierto, se aproximó agazapado para descubrir el origen de aquel ruido. Para su sorpresa, descubrió a una hermosa criatura que se bañaba totalmente desnuda cerca de la orilla. Era Sud, que había seguido al pie de la letra las instrucciones de Inanna; junto a ella, una pequeña barca flotaba sujeta por una cuerda a la orilla.

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Encandilado por una visión tan poco frecuente, no pudo reprimir una exclamación de sorpresa, que fue escuchada por la muchacha que se divertía, muy ajena al parecer, a la presencia del dios. Sud lo miró con ojos abiertos de espanto y enseguida, con un gritito, corrió hasta la barca de donde sacó una leve túnica para cubrir su desnudez. La tela de la prenda quedó en el acto adherida a la piel mojada, resaltando sus encantos. - ¡Mi señor! -gritó sonrojada de pudor- ¡No sabía que estabas allí! - Lamento haberte sorprendido -le dijo él mientras se acercaba sonriendo-; no esperaba encontrar a nadie aquí. La joven, sabiamente instruida por la experta Inanna, parecía desesperada por huir de la presencia del dios, pero con sus actitudes y gestos logró encender el deseo de Enlil, que procuró tranquilizarla. Finalmente, Sud se dejó convencer de pasear juntos por el lago en la barca. Una vez lejos de la orilla, la jovencita pareció olvidar su recato; irguió el busto, revelando tras la transparencia de la tela sus pechos tentadores, y al mismo tiempo permitió que la falda se le subiera hasta dejar los muslos al descubierto, mostrando más de lo tradicionalmente discreto.

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Entonces el deseo de Enlil rompió el dique y abrazó a la muchacha, que fingió debatirse desesperada, lo que acabó de hacerle perder al dios el resto de cordura que le quedaba. Con torpes movimientos desgarró la túnica de la doncella y la recostó contra el fondo de la barca que para ese entonces flotaba al garete. Esa tarde, a instancias mías, Enki y Dankina invitaron a algunos dioses del Consejo a aprovechar el bonito día para hacer una merienda campestre a orillas de ese lago, de modo que escuchamos con claridad los gritos de Sud clamando por ayuda. Cuando corrimos a ver lo que pasaba, sorprendimos a Enlil, consumados ya sus propósitos, que trataba de hacerla callar mientras conducía la barca de nuevo a la orilla. Enki y los demás dioses lo denostaron furiosos, recriminándole su conducta, mientras yo procuraba penosamente ocultar mis carcajadas. Cuando la barca llegó a la costa, descendió muy avergonzado y confundido, mientras la desconsolada chiquilla, semi desnuda en su túnica rota, lo acusaba de violación. Las leyes condenan el abuso sexual, incluso con más dureza si hay gran desproporción de fuerza física entre el agresor y la víctima. Si la violencia ocurre en presencia de testigos, el juicio era rápido e inapelable, y el ofensor debía reparar el daño resarciendo a la víctima. En todos los casos, el culpable debía sufrir

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una temporada de destierro para que meditara sobre su conducta. El incidente se ventiló en el Consejo y Enlil fue condenado a una temporada de destierro en el Abzu. Sud, como víctima, participó de la asamblea, donde confesó que estaba enamorada del dios, y que algunas de sus actitudes durante el incidente pudieron excitar la conducta de Enlil; por tal motivo, solicitó acompañarlo al destierro para que ambos tuviesen oportunidad de conocerse mejor. De manera que él viajó al Abzu como planeaba, pero allí Ereshkigal no se dignó a dirigirle la palabra al despreciable violador. Esa misma noche, la nieta de Anu, antes de emprender el regreso a Olimpia y para agradecerme el éxito de su misión, desplegó en mi beneficio su arte insuperable. Cuando Inanna se marchó, tuve conciencia de lo que había hecho a Ninti. Regresé a Eridu avergonzado y arrepentido, esperando escuchar de su boca los reproches que merecía y pedirle perdón. Pero ella ignoró mi bochorno y exageró su mansedumbre, actuando como si nada hubiese pasado. Esa actitud me dolió más que si hubiese dirigido contra mí las palabras hirientes que tenía derecho a decirme. Recién entonces comprendí que lo mío no fue un simple desliz sino una verdadera traición, pues le había inferido un daño tan profundo como difícil de restañar.

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Fue evidente que algo se había resquebrajado entre los dos. Enki fue a visitarnos un tiempo después; había estado en el Abzu y nos comentó las últimas noticias mientras bebíamos cerveza. - ¿Sabían que estuvo por ocurrir un grave incidente allá? - ¿Entre Ereshkigal y Enlil por la presencia de Sud? -le pregunté. - Nada sucedió entre ellos porque no se hablan. Me refiero a un entredicho con los mineros. - ¿Qué pasó? - Éstos aprovecharon su estadía forzosa para pedirle audiencia y se negó a recibirlos -mi amigo se levantó de su asiento y nos enseñó una pequeña estela que brillaba en su mano-. Miren, tengo la grabación de los hechos; podemos mirarla juntos. Activó la plancha de oro y silicio en el iconógrafo. Enseguida vimos una imagen tridimensional de la residencia de Enlil en el Abzu, en momentos en que una multitud de anunnakis se hacía presente en ella, armados con los rayos perforadores y las bombas de demolición. La guardia de Ereshkigal estaba allí, custodiando la casa. Enlil apareció furioso, armado

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completamente y flanqueado por Nushku y Kalkal, sus lugartenientes, no menos pertrechados que él. - ¿Qué pretenden con esta revuelta? -los increpó¿Es en mi contra que ha sido hecho esto? Dumuzi, que ocupaba mi lugar, se adelantó de entre los demás. - Mi señor -le respondió, nadie está contra ti; sólo queremos ser atendidos. - Es una manera extraña de solicitar audiencia. Coloquen en un montón alejado sus herramientas; recién entonces los escucharé. Los revoltosos vacilaron, consultándose unos a otros; después obedecieron. Dumuzi relató con elocuencia las penalidades de los mineros que trabajaban sin ver el sol, sometidos a condiciones durísimas, amenazados por los continuos derrumbes y sin que sus hechos fuesen debidamente valorados en las Tablas del Destino. Enlil lo escuchaba con gestos de impaciencia. - Acepto que vuestros hechos tal vez no sean debidamente reconocidos dijo interrumpiéndolo-. Es posible encontrarle solución, pues poseo nuevamente las claves del destino; pero el programa de trabajo debe cumplirse, ya que proviene directamente del Gran Consejo. El mineral debe ser extraído ¿Qué sugieres tú?

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- Mi señor, faltaron a la promesa de proveernos de lulus. Solicitamos que se acelere su adiestramiento para que sean ellos los que soporten la pesada labor. - ¡Sí! -prorrumpieron los anunnakis- ¡Haz que los lulus porten el yugo en lugar nuestro! - ¡Escuchadme! -gritó Enlil- ¡Me comprometo a conseguiros los lulus! ¡Ordenaré a Ninhursag a facilitarlos de una vez! Cuando escucharon esta promesa de sus labios, los mineros estallaron en aplausos. Comprendiendo que la situación se había distendido, sonrió y negoció con ellos evidentemente aliviado. - Me comprometo también a aumentar vuestro reconocimiento en las Tablas del Destino -terminó diciendo en su improvisado discurso-, pero vosotros prometedme continuar el trabajo hasta que el lulu os reemplace. Con estas palabras terminó el incidente y la grabación se detuvo. - ¿Qué opinan ustedes? -consultó Enki. - En primer lugar -respondió Ninti-, me deja atónita tamaña injusticia ¿Qué nos ocurre? Es una crueldad esclavizar a los primitivos habitantes de Tiamat ¿Los anunnakis han olvidado su propia historia? Y en segundo lugar, repito lo dicho tiempo atrás: no van a lograr que ellos aprendan ese tipo de trabajo.

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- ¿Realmente piensas que es imposible? - Sus mentes no están configuradas para aprender lo que se les quiere enseñar. Se requiere un nivel intelectual que no poseen ni poseerán tal vez en millones de años -mientras hablaba, revolvía entre las estelas que contenían sus experiencias y trabajos y colocó una de ellas en el iconógrafo-. Paradójicamente, son demasiado inteligentes y carecen de mansedumbre para ser domesticados, sufren y se enferman en cautiverio y finalmente mueren si no se los regresa a las cavernas donde habitan. Miren agregó, proyectando en el espacio de la habitación unas imágenes de las estructuras helicoidales de la vida- las obtuve de los humanoides. Las figuras estaban pintadas de diferentes colores; ella señaló un conjunto teñido de rojo. - Estas bandas de diferente composición química indican que las bases nitrogenadas no guardan el orden necesario unas con otras. Corresponden a la región cerebral intelectual de los humanoides. Se supone que la acción del tiempo, las combinaciones aleatorias y las radiaciones producen finalmente las mutaciones necesarias para formar un ser capaz de abstracciones intelectuales. Yo no creo eso, y si ocurre, será en un futuro remoto. El único camino es provocar esas mutaciones artificialmente.

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- ¡Tú podrías lograrlo! -exclamé, acercándome para abrazarla- ¡Tú podrías conseguirnos el lulu! - No lo haré -dijo esquivándome- ¡Crear criaturas para destinarlas a la esclavitud! Cometeríamos una incalificable temeridad modificando las serpientes de la vida de seres en los cuales otras mentes más avanzadas que las nuestras han plasmado un plan que no alcanzamos a comprender. Se acercó a una mata florecida para aspirar el exquisito aroma que exhalaba y permaneció en silencio, pensativa. Luego volvió hacia nosotros. - Me parece un desatino alterar tan drásticamente el destino de este planeta, tan sólo para solucionar un problema circunstancial que no debió haberse presentado. Primero dijimos que la exploración tenía sólo fines científicos. Después hablamos de quedarnos a vivir aquí, y ahora los industriales lo han tomado por asalto y no vacilarán en destruirlo si conviene a sus intereses. - Ninti -intervino entonces Enki-, tal vez tengas razón en lo que dices, pero ya ha sucedido. Estamos aquí y ello constituye un hecho irreversible. Tiamat no volverá a ser lo que fue. No depende de ti ni de nadie cambiar el curso de lo que será. Enseguida se despidió dejándonos solos. Noté la tristeza de mi esposa, sin embargo, la tomé de un

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brazo para conducirla al jardín y mientras señalaba la variedad de nuevas especies vegetales y animales le dije: - Mi amor, dices que no quieres alterar el desarrollo natural, pero mira las mariposas, mira las ardillas y las aves de coloridos plumajes que alborotan con sus trinos. Es la obra de tus manos que, pese a ser bella y admirable, ha cambiado el ecosistema que encontraste en Tiamat. Este planeta no es ya el mismo desde que tú llegaste. - Sus ojos se humedecieron, se apartó de mí y su mirada se perdió a lo lejos. Después inclinó la cabeza y su voz sonó acongojada. - Es una espina que llevo clavada en mi alma ¿Hasta dónde debía yo intervenir en los designios de los grandes hacedores? ¿Dónde está escrito: hasta aquí debes llegar, de aquí para allá puedes pero no debes? Su llanto me conmovió y me sentí culpable por haberla apenado. - No llores dije enjugando sus lágrimas con mis labios sin que ella se opusiera, no fue mi intención ponerte triste, mi bien, pero intenta comprenderme. Yo he vivido la desesperación de los anunnakis en lo profundo de las minas, he compartido sus sufrimientos. Si no se los reemplaza en la tarea como

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se les ha prometido, puede desencadenarse una tragedia que lamentaremos todos. - De cualquier modo no depende de mí. La tarea fue encargada a Ninhursag; yo no puedo intervenir. Enlil terminó su temporada de destierro y regresó a Nippur. Aceptó desposarse con Sud, por lo que hubo grandes festejos con motivo de la boda a la que no tuve ánimo de asistir. Ninkashi me contó que él se casó feliz y enamorado de la muchacha, quien gracias a Inanna y a mí había visto hacerse realidad su sueño. Yo había regresado a las minas donde los días se sucedían en la monotonía de siempre. Estaba triste por la frialdad de mi esposa y no sabía cómo hacer para recuperarla. Pasaba el tiempo y los ansiados lulus no llegaban. Dumuzi y yo veíamos crecer gradualmente el descontento entre los mineros. Fui a visitar a Ereshkigal para pedirle noticias, pero ella estaba muy tranquila. - Es tu problema, Nergal. He delegado en ti todas las cuestiones técnicas. - No es un problema técnico de mi competencia –objeté-, yo nada puedo hacer para conseguir los lulus. Hay que tratar esto con Enlil. - Sabes que no iré a buscarlo. Todo lo que haré es llevar la situación a conocimiento de Anu.

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- Si no te opones, hablaré con Enki. Cuando mi amigo apareció por las minas, le informamos que la situación se volvía peligrosa nuevamente. - Los esfuerzos de Ninhursag con los humanoides han fracasado por completo -dijo. - Es lo que Ninti había predicho. Tú sabes que ella considera posible mutar las células genésicas de esos seres. - Lo sé, pero no ignoras que se niega a intentarlo; trataré de inducir a Ninhursag a hacerlo ella misma. El tiempo siguió su transcurso y un día, mientras analizaba los programas de trabajo, sentí un temblor que estremeció mi cabaña. Rápidamente salí al patio y vi que varios corrían. Encontré a Dumuzi en la sala de control. - ¡Tras la voladura se han derrumbado las nuevas galerías! - ¿Hubo víctimas? - Al parecer, todos los anunnakis se habían alejado a prudente distancia; mira, ya salen de las minas. A medida que salían de los ascensores, se marchaban tranquilamente hacia el campamento. Detuve a uno de los capataces.

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- ¿Nadie salió herido? - No, mi señor -respondió sin mirarme-. Al parecer la carga explosiva fue mal calculada. Toda una sección se ha hundido. Se apresuró para alcanzar a sus compañeros con quienes conversó en voz baja. - ¿Crees que de verdad ha sido un accidente? pregunté a Dumuzi. - Nunca antes había sucedido con este equipo de mineros, Nergal. Creo que fue sabotaje. La reparación nos atrasó varias semanas porque los daños fueron todavía peores que los estimados al principio. Para ese entonces los geólogos no teníamos ninguna duda de que se trataba de un sabotaje. Tiempo después reiniciamos la explotación, pero casi enseguida el químico analista me llamó con urgencia al laboratorio. - Algo extraño sucede -dijo enseñándome los análisis-, el porcentaje de mineral útil ha caído sensiblemente; tendremos muy escaso rendimiento por tonelada de roca. - ¿Quieres decir que no estamos siguiendo el grueso de la veta? - A menos que los mineros se hayan vuelto súbitamente incapaces de diferenciar la veta aurífera del cuarzo, creo que lo están haciendo adrede.

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Obtuvimos diversos muestreos de las cargas sacadas de las profundidades y en todas encontramos baja ley de mineral, como si el oro se hubiese terminado de pronto. Cuando los transportes llegaron al Arali, muy pocos vehículos retornaron con carga al puerto, ya que solamente escombros teníamos para ofrecerles. Las máquinas y herramientas comenzaron a romperse con alarmante frecuencia y otros misteriosos accidentes pasaron a ser novedad de todos los días. Nuestro programa de embarques se retrasó y la propia Ereshkigal acudió, alarmada y molesta. - ¡Las metalisterías del mundo central se están quedando sin materia prima y los anunnakis no tienen trabajo! ¡El ocio forzado reducirá sus puntajes y será fuente de disturbios! -gritó furiosa. - Estamos en presencia de un elaborado plan de sabotajes -dije-, la gente está entrando en una etapa de total descontrol y ha dejado de obedecernos. - ¡Debes castigarlos! ¡Traeré nuevamente la guardia que tú alejaste! -chilló. - ¡Si haces eso incendiarás el Abzu! Debes llevar el problema al Consejo de los Doce, ¡y será mejor que te des prisa, porque muy pronto no nos será posible contenerlos! Antes de que ella tuviese tiempo de responder, se escuchó un estruendo en el cielo y varias aeronaves

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sobrevolaron el lugar antes de aterrizar. Descendieron Enlil y Enki entre otros miembros del Consejo, e inmediatamente se reunieron a solas con Ereshkigal. Más tarde convocaron a todos los mineros. Enojado, Enlil les ordenó regresar al trabajo y terminar con los sabotajes. - ¡Embustero! -gritaban éstos- ¡Prometiste traernos los lulus y seguimos portando el yugo! La gritería era enorme y el incidente pudo en ese momento salirse de control, de no mediar la intervención de Enki para calmar los ánimos. Mi amigo era respetado por los anunnakis y Enlil, pálido de ira, tuvo que dejarlo hablar. - Ninhursag ha renunciado a domesticar a los primitivos -anunció ante el silencio general-. El único recurso es crear un ser totalmente nuevo, capaz de llevar el yugo. Tú, Enlil, permite que ella y yo modifiquemos las serpientes de la vida de los humanoides introduciendo las mutaciones necesarias, así el lulu será creado. Presionado en público, el dios no pudo negarse. Viendo que no tenía alternativa, dio su consentimiento, pero lo condicionó a la normal actividad en las minas. Después que ellos se fueron, llamé a Dumuzi y nos reunimos con Enki.

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- ¿Por qué estuvo Enlil tan reacio a crear un nuevo ser? -pregunté. - Debatimos este tema en el Consejo y hubo empate. Él piensa que la existencia de un ser inteligente producirá más conflictos que beneficios. - Ahora lo obligaste a consentir ¿Qué opina Ninhursag de esa tarea? - Está frustrada por su fracaso con los humanoides. Se ha determinado a llevar adelante el nuevo proyecto para recuperar el favor de Enlil. No sabes cuántos recursos ha dilapidado durante este tiempo. Ninhursag culpó de su fracaso al estruendo de los cohetes en el mundo central. Decidió trasladarse a un sitio apartado para instalar un laboratorio mejor equipado y trabajar con tranquilidad. Se decidió por la Atlántida, que permanecía tan solitaria y deshabitada como cuando la exploramos. En la zona sur de la isla principal edificaron a toda prisa las instalaciones biológicas avanzadas. Enki dejó de venir periódicamente como acostumbraba, pues estaba dedicado al trabajo y no tuvimos más noticias de él. Superado el incidente, los mineros regresaron a regañadientes a sus tareas, prosiguiéndolas a un ritmo menos intenso del que les exigían. Yo prohibí que se

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tomaran medidas contra los más díscolos y revoltosos. Quería evitar a toda costa nuevos estallidos. - ¡Es inconcebible que el Consejo no advierta qué peligrosa es esta situación! -lamenté luego de reunir al personal jerárquico-. Si los anunnakis finalmente se amotinan en el Abzu, serán apoyados también por los del mundo central y entonces será la guerra. Debemos tranquilizarlos por todos los medios. Vamos a extender los períodos de descanso aunque los programas se retrasen. Durante un tiempo tuvimos éxito a costa de soportar una baja enorme en la productividad. Hasta que un día, una delegación de tres capataces me solicitó una reunión. También Dumuzi participó de ella. - Nergal -dijo sin preámbulos uno de ellos-, la gente piensa que no es razonable esperar más tiempo. El lulu no llegó. - Escuchaste a Enki; Ninhursag determinó que los humanoides no son útiles. Ha encarado un procedimiento diferente. - ¿Qué garantiza que vaya a obtener resultados ahora? -inquirió otro minero. - No conozco a Ninhursag e ignoro cuán capacitada está para la misión que se le confió. Pero ella no está sola, Enki la ayuda.

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- Esperaba mejor información de ti. ¿Qué esperanza puedo llevarles a los mineros si tú mismo no pareces convencido? - Se me ocurre una idea; puedo ir como veedor a la Atlántida. Allí están las respuestas que en este momento no puedo darles. - ¿Qué pasará si ella fracasa otra vez y el lulu jamás llega? - El Consejo de los Doce tiene órdenes de continuar las tareas de explotación; piensan que todo proseguirá como hasta ahora. - ¡Eso no será así! -profirió otro de los anunnakis-. ¡Abandonaremos las tareas hoy mismo! - ¿No estás apresurándote? -le dije para apaciguarlo-. Es posible que Enki y Ninhursag hayan obtenido buenos resultados. - “Es posible”, no es una respuesta apropiada para nosotros, mi señor. Ve a la Atlántida si quieres, pero tendremos una asamblea con el resto de los mineros. Sabes lo que eso significa; imprevisibilidad de la decisión que se adopte por mayoría. Y son muchos los que están irritados... - ¿Ni siquiera aguardarán mi regreso desde la Atlántida para informarles?

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- No. Comenzaremos la asamblea hoy mismo. Desde este momento quedan suspendidas las operaciones en el Abzu. Enki intercedió ante Ninhursag para que autorizara mi visita a la Atlántida. Poco después un mu pasó a recogerme al Arali y partimos rumbo al noroeste, volando sobre el mar occidental hasta llegar al sur de la isla principal del archipiélago atlante. Las instalaciones ocupaban una llanura cercana a las montañas humeantes, en medio de una zona de amplios bosques y extensos prados cultivados; también se veía ganado en los campos para abastecer las necesidades alimenticias de la gente que trabajaba en la estación biológica. Aquella llanura estaba regada por varios arroyos de rápida corriente y una presa formaba un lago artificial del cual se surtían. La excepcional calidad del agua me recordó la terrible noche que pasamos Ninkashi y yo, perdidos en la caverna al norte de la isla. Enki me recibió con un abrazo y me llevó a presencia de Ninhursag, a quien yo desconocía. Era una diosa de cierta edad, sus cabellos negros mostraban algunas hebras plateadas y sus ojos, negros también, escrutaron profundamente los míos cuando nuestras miradas se encontraron. Recorrimos las

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instalaciones perfectamente equipadas con avanzada tecnología. Enlil no había escatimado recursos y ella se mostraba envanecida de enseñarme sus dominios; seguramente calculaba que iría inmediatamente a contarle a Ninti lo que había visto. Muchos dioses y anunnakis trabajaban bajo sus órdenes: biólogos, físicos, ingenieros y un gran número de especialistas. Enki, en calidad de científico jefe, hacía las veces de consejero para analizar la marcha de las diferentes líneas de investigación y para vigilar el estricto cumplimiento de las normas de buenas prácticas de laboratorio, que aseguraban la calidad del trabajo. - Prepárate me advirtió mi amigo Ahora vamos a visitar las jaulas de los desarrollos; probablemente la exhibición de algunas de estas criaturas te cause una cierta impresión. Cuando entramos al recinto, vi una serie de ventanas provistas de vidrios muy gruesos a través de los cuales se podía observar el interior de las jaulas. Inmediatamente quedé helado de espanto al ver aquellas criaturas horripilantes. Había humanoides de aspecto monstruoso, algunos con dos cabezas. Se movían lentamente sobre piernas endebles lanzando aullidos lastimeros. - Hemos tenido muchos problemas hasta lograr el éxito en el transplante de cabezas -me explicó

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Ninhursag mientras yo miraba aquellos seres sin atinar a decir nada-. Cuando vencimos los factores de rechazo, encontramos que las nuevas cabezas no podían hacer que el conjunto de los órganos del cuerpo cumpliese sus funciones biológicas habituales y se morían. Resolvimos el problema manteniendo un tiempo las dos cabezas en el cuerpo; fue como si la segunda aprendiese de la primera, entonces pudimos retirar la original sin inconvenientes. Vi monos, osos y cerdos a los que se les transplantó cabezas de humanoides, y ninguno parecía estar a gusto con el cambio. Se paseaban agitados por sus jaulas, arañando las paredes y el piso o se revolcaban en espantosas agonías. En otro sitio varios de ellos permanecían sujetos a camillas, rodeados de aparatos. Sobre las cabeceras pendían unos grandes balones de vidrio de boca ancha en los que flotaban unos cerebros cubiertos de electrodos en un líquido amarillento. Manojos de cables partían de los electrodos para introducirse en las cabezas de los humanoides. Un conjunto de mangueras llevaba el líquido de los recipientes, reciclándolo para purificarlo a través de membranas de ultrafiltración. - Son cerebros de delfines -me informó Ninhursag-. Queremos implantarlos para aprovechar la inteligencia de estos mamíferos marinos. Ven, voy a mostrarte

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ahora los nuevos desarrollos. Modificamos las estructuras helicoidales de las células genésicas de los humanoides para crear seres totalmente nuevos. Estas criaturas no tenían semejanza con ser alguno; parecían escapados de las pesadillas de algún demente intoxicado con neurotóxicos; eran unas cosas espantosas con garras y dientes enormes que miraban con ojillos enloquecidos y cuyos chillidos me ponían los pelos de punta. Yo estaba pálido y descompuesto y sentía deseos de vomitar mientras el piso parecía girar bajo mis pies. Enki me ofreció su brazo y los tres salimos de allí. Una vez afuera debí apoyarme contra una pared y respirar profundamente el aire fresco y salobre de las islas. Ellos me miraban en silencio esperando que mi malestar cesara. - ¿Es que has perdido el juicio? -la encaré furioso¿Piensas acaso hacer trabajar estos monstruos en las minas? - ¡Tú quisiste venir a verlos! -me respondió exasperada- ¡Estas criaturas son simples líneas de investigación que todavía no han alcanzado la etapa definitiva de desarrollo y no son estables! - ¡No quisiera ser el espécimen de una línea de investigación tuya! ¡Jamás tolerarán los anunnakis tener de ayudantes a estos bichos!

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- ¡No entiendes! ¡Su aspecto actual nada tiene que ver con la forma definitiva de los lulus! ¡Un pequeño cambio en la fórmula de las estructuras helicoidales basta para modificar su apariencia por completo! - ¡Pues más vale que te apresures a hacer esos cambios y dejes de jugar con la naturaleza! Entonces Ninhursag se puso roja de furia y utilizó expresiones muy directas y descorteses. Jamás había escuchado un lenguaje así en boca de nadie y menos de una mujer. Creo que en determinado momento me hubiese arrojado sobre ella para destrozarla, de no interponerse Enki con firmeza. Yo temblaba de indignación cuando él me tomó de un brazo y me alejó de allí, mientras ella regresaba al edificio dando un violento portazo; todavía pudimos escuchar sus duras palabras perdiéndose a lo lejos. - Estas criaturas no son definitivas -me explicó mi amigo-, van a ser destruidas. Lo que ella busca es una forma adaptable a las tareas que habrán de realizar. Utiliza genes de varias especies animales y procura mezclarlos con los de los humanoides. Paralelamente trata de aumentar la inteligencia en los cerebros de los primitivos. - Pero yo veo las investigaciones muy atrasadas objeté-, ¿crees que se van a obtener resultados en un tiempo breve?

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- Eso no se puede saber. Hasta ahora solamente una clase de criatura presenta una cierta estabilidad y su cerebro le permite comprender algunas órdenes simples para realizar tareas sencillas. Ninhursag los llama cíclopes. Ven a verlos. Estaban al aire libre en un recinto especial. Mucho antes de llegar, me golpeó las narices un hedor espantoso. Enki se sonrió y me dio una máscara protectora, colocándose una a su vez. Así pertrechados llegamos hasta el sitio desde el cual se los observaba. Eran los tales cíclopes una mezcla de humanoide y de gorila, pero de tamaño descomunal. Miembros superiores e inferiores muy gruesos, recia musculatura y manos enormes. Tenían las cabezas muy peludas, la nariz ancha y achatada y grandes orejas. Sus bocas estaban provistas de colmillos filosos y amenazadores y sus roncos y diferentes gruñidos parecían estructurados, indicando la existencia de una rudimentaria comunicación entre ellos. Estaban muy excitados y sus movimientos eran ágiles. Daban grandes saltos y se golpeaban el pecho con sus puños inmensos. - Hemos llegado a tiempo de verlos comer -me explicó-. Dan esos saltos y rugidos porque saben que llega el alimento.

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Un grupo de aterrorizados equinos fue introducido, por medio de un aparejo construido al efecto, al interior de la jaula de los cíclopes. Desesperados, se apretujaron unos contra otros, relinchando y tirando coces al aire. Rápidamente los cíclopes se acercaron y tomándolos por las patas con aquellas manazas, tiraron con fuerza hasta descuartizarlos entre chorros de sangre. Masticaban los trozos así obtenidos valiéndose de sus poderosos molares. En poco tiempo aquel festín terminó, quedando de los equinos solamente algunos huesos grandes a medio roer y unos charcos de sangre donde mojaban los dedos para lamerlos con calma y en actitud casi de meditación. - Son un poco crecidos para las galerías de las minas -dije apenas pude reponerme de la impresión que me causaron-; además, ¿cómo vas a impedir que se devoren a mis mineros? - No creas, son sumamente dóciles con los dioses. Cuando un anunnaki los amenaza con su vara de energía, se encogen gritando de miedo; casi nunca es necesario castigarlos. Cada uno de ellos tiene más fuerza que varios bueyes y son capaces de desarraigar un árbol de buen tamaño. Agrupados, pueden levantar piedras enormes y transportarlas por largo trecho. Tal vez no sirvan para las minas, pero pueden realizar trabajos muy útiles en la construcción.

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Había conocido a los cíclopes. En adelante serían criados muchos de ellos y llevados a trabajar por todo Tiamat. Cierto día, años después, fui testigo de su fuerza inaudita cuando vi a uno de ellos destrozar de un puñetazo la cabeza de un paquidermo, dándole muerte. Cuando estaba por abordar el mu para regresar, me volví a mi amigo, que me había acompañado para despedirme. - No puedo ocultarte mi desolación por lo que aquí he visto. No veo posibilidad de que Ninhursag cree alguna vez al lulu ¿Qué voy a decirles ahora a los mineros? Mi única esperanza era llevarles una fecha cierta. - Pídeles que tengan paciencia... - A duras penas pude contener hasta ahora su impaciencia. Mientras ustedes pasaban el tiempo, ocupados con estos animales monstruosos, yo he tenido que calmarlos una y otra vez. Ellos me quieren porque mis bebidas consuelan sus pesares, porque los escucho y comparto su triste vida; mas si pierden la esperanza, la ira romperá el dique. - ¿Realmente consideras tan apurada la situación? - ¡Habrá guerra y muerte sobre Tiamat! -exclamé desalentado-. ¡No solamente en las minas los anunnakis se sublevarán! ¡También en cada campo y

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en cada fábrica la cólera se esparcirá como un incendio imposible de controlar! ¿Qué pasará cuando las noticias de las muertes lleguen a Nibiru? Los anunnakis tienen seres que los aman allá. ¿Cómo lo explicará el Gran Consejo? - ¿Pero, qué podemos hacer? - ¡Ninti puede lograrlo! - ¡Ella se niega! - Ve a verla sin tardanza -rogué echándole los brazos al cuello-. ¡Dile del fracaso de Ninhursag y procura convencerla! El tiempo apremia y debo regresar al Abzu para demorar la rebelión. Cuando volví al Arali, me recibió Dumuzi desesperado. - ¡Los anunnakis atiborraron de explosivos las minas! ¡Van a volarlo todo! Los trabajadores portaban los rayos taladradores y custodiaban el acceso a las minas. El jefe designado por ellos se acercó a nosotros. - ¡Retírate, mi señor Nergal!; ¡tú ya nada puedes hacer! - Mediten antes de cometer actos irreparables -les dije-. Todavía quedan esperanzas. - ¡Para ti es fácil decirlo! Mientras estabas de juerga con Inanna, nosotros sudábamos en las minas.

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- Tal vez en eso tengas razón, pero de todos modos tú sabes que estoy con ustedes. Donde vayan, yo también iré. Si quieren luchar, lucharé junto a ustedes, pero no quiero engañarlos ¡Vamos a enfrentarnos a dioses mucho mejor armados!; ¡no tenemos posibilidades de vencer! - ¡Preferimos morir antes que continuar esta vida! ¿Qué clase de planeta es éste donde los dioses no cumplen con la palabra empeñada? ¡Hemos sido víctimas de toda clase de engaños! - No te equivoques. Hacen importantes esfuerzos para conseguirles el lulu. Enlil fue completamente sincero en sus promesas; yo lo he visto. Los que se engañaron fueron aquellos que creían que sería fácil, porque no lo es. Los humanoides no sirven y Ninhursag no supo crear el lulu. - Ya lo ves, entonces. No hay esperanza. - ¡Sí la hay! ¡Mi esposa, Ninti, es perfectamente capaz de hacerlo! ¡Puedo convencer a Enlil para que la coloque a cargo del proyecto! - Tenemos noticias de la sabiduría de tu esposa por las maravillas que hace en Eridu. ¿Pero aceptará él darle todo lo que necesita? - No tiene alternativa. - Eso no suena muy contundente. ¿Cuánto tiempo te llevará convencerlo?

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- ¡Esperen tres días! ¡Si no lo consigo, regresaré para luchar junto a ustedes! Los capataces se apartaron para deliberar y discutieron entre ellos la situación. Finalmente, el que hablaba por todos se acercó hasta donde Dumuzi y yo aguardábamos. - ¡Te concedemos los tres días que pides, mi señor, pero ya basta de palabras y promesas! ¡Queremos ver hechos! Si se deciden a crear el lulu, que vengan a hacerlo al Arali donde tendremos veedores. Mientras tanto, el trabajo ha sido suspendido. Cualquier intento en contra nuestra hará que volemos las minas. ¡Díselo claramente a Enlil! ¡Bastará que un solo vimana sobrevuele por aquí para que todo estalle! ¡Vete, mi señor Nergal! Volé a Eridu rápidamente. Era consciente de que la aprobación de Enlil era cosa de poca monta al lado de la tarea de convencer a Ninti; sobre todo ahora que nuestras relaciones pasaban por su peor momento. Me precipité al encuentro de Enki que me esperaba. En poco tiempo le expliqué la situación. - ¿Tú lograste algo? -le pregunté. - No -dijo denegando lentamente con la cabeza-. No ha querido escucharme siquiera.

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- Ve a Nippur. Dile a Enlil lo que sucede y recuerda la advertencia de los anunnakis. Convence al Consejo de no tomar medida alguna, yo en tanto iré a ver a Ninti. Cuando llegué, estaba ella en su jardín, mirando unas ardillas jugar sobre la hierba. - Nergal -me dijo tristemente sin volver la cabeza al reconocer el ruido precipitado de mis pasos-, sé a qué vienes. No es el amor el que te hace visitarme esta vez. - Te equivocas -le dije estrechando su talle por detrás y hundiendo mi rostro entre sus perfumados cabellos-. Siempre vengo a ti con amor. Se desasió y giró para mirarme. - He sabido del fracaso de Ninhursag. Por favor, no utilices nuestra relación para obtener de mí lo que no quiero dar. - ¿Es que no comprendes? La tragedia se avecina para todos nosotros ¡Habrá muerte sobre Tiamat! - ¿Por qué ha sucedido esto? Vinimos aquí buscando conocer un mundo nuevo. Tuvimos paz, amor y felicidad, ¡de pronto todo acabó! Ya no entiendo a Enki. Ya no te entiendo a ti. No importa más el conocimiento, la investigación. Tiamat se contaminó de humo y ruidos ¡Todo se trastornó!

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- La codicia por las riquezas ha sido la causa, y yo me siento culpable por haberlas descubierto. Ahora los anunnakis se están sublevando, Enlil los atacará y yo estaré allí. - No vayas -me imploró llorando-. Tratemos de huir al mundo occidental donde fuimos felices juntos; aún debe haber un futuro para los dos. - No se puede huir, como tampoco pudo hacerlo Zu. Utilizarán los ojos del cielo para encontrarnos porque Anu les dará todo su poder. - ¡Entonces ve con Enlil! ¡Trata de conservar la vida! - ¿Cómo puedes pensar que traicionaré a mi gente? ¡Prometí luchar junto a ellos! Pedí un plazo para evitar que se inicie la guerra ¡Tenemos tres días para que comiences en el Arali los trabajos de creación del lulu! ¡Sólo tú puedes hacerlo! - ¿Y debo yo renegar de mis principios? -me dijo en un tono duro y frío que jamás le había escuchado y que me sonó como un latigazo en el corazón- ¿Quieres que utilice mi ciencia para fabricar esclavos al servicio de intereses bastardos? ¡Pobres seres indefensos, nacidos para sufrir! Tú dices amarme y me pides que manche mis manos con mares de sangre inocente... Su enojo me anonadó y comprendí que cada vez la alejaba más, pero ya no era dueño de mi voluntad,

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presionado como estaba por los acontecimientos. Seguí insistiendo mientras ella trataba de calmar sus sollozos vuelta de espaldas a mí. - ¡No quiero hacerlo, por favor no me lo pidas! Advertí que su determinación se debilitaba, porque sufría al comprender también que nuestra separación se volvía definitiva. Resolví hacer un último y desesperado intento. - Será como tú quieras -le dije mientras me volvía hacia la salida-. Iré a reunirme con los anunnakis para ir a la batalla. Hasta siempre, Ninti. Mi único consuelo en ese momento era que estaba diciendo la verdad; si regresaba con las manos vacías, la lucha se iniciaría de inmediato. Ella no esperó a que me alejara, corrió para alcanzarme y me obligó a girar y a mirarla a los ojos. - ¿No mientes? ¿Realmente es tan grave la situación? - Lamento que no me hayas creído, mi amor. Me lo tengo merecido por mi liviandad con las demás mujeres; crees que cuando digo que te amo son sólo palabras para complacerte. Deja que me vaya, así la realidad de mi muerte y la de otros muchos dioses será más elocuente para ti que mis palabras. - No me hables así, por favor -me imploró llorando, abrazada a mí.

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- Yo te amo aseguré besando sus lágrimas. No te he mentido; la situación llegó al límite. Sólo tú puedes salvarnos; si me amas, hazlo por mí. Me miró con sus ojos enrojecidos y supe que la había convencido, y no sentí alegría por ello, pues al violentarla la traicionaba. La arrancaba de su mundo bello y maravilloso para arrojarla al fango miserable de los sórdidos intereses materiales, prostituyendo su saber. - Lo haré sólo por ti, porque te amo y tú me lo pides -me dijo. Inmediatamente volamos a Nippur, donde se trataba la crisis. Hicimos informar a Enki que mi esposa aceptaba cooperar. Él solicitó al Consejo que accediera a recibirnos y nos escuchara. En medio de un silencio expectante les comuniqué la situación en el Abzu y las demandas de los anunnakis. - Aunque la paz casi no existe -les dije-, todavía es posible evitar la guerra. - ¿Qué sugieres tú? -me consultó Enlil- ¿Cómo podemos disuadirlos de propagar la insurrección? - Señor –respondí-, ellos consideran incumplidas las promesas que les hicieron. Yo les hablé de los esfuerzos realizados para crear el lulu, pero ahora quieren hechos, y exigen verlos con sus propios ojos.

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En mi opinión, todo el cuerpo técnico debe viajar al Arali a crear el lulu allá. Solamente eso los convencerá y los hará desistir de su rebelión. - Se hará como tú dices -aprobó después de meditar unos momentos-, pero quede bien claro que el nuevo ser no debe proliferar sin control; sólo habrá de ellos cantidad suficiente para atender a las necesidades de los dioses.

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IX

El enorme operativo que se desarrolló para crear el lulu convenció a los mineros de la buena voluntad del Consejo de los Doce. Resolvieron desactivar las trampas explosivas y retornaron al trabajo una vez más. Existía en el Arali, en una zona cercana al mar, un hospital instalado por Shinti donde se atendía a los mineros accidentados en las minas. Él, y su experimentado equipo de ayudantes, realizaron curas extraordinarias en aquellos que resultaron heridos por las peligrosas herramientas o por los explosivos o que sufrieron aplastamientos por las rocas durante los derrumbes. Familiarmente llamábamos Casa de Shinti al hospital donde concurríamos cada vez que teníamos algún percance, sabedores de que seríamos atendidos con prontitud y eficiencia. En los terrenos aledaños se erigieron las nuevas construcciones que albergarían las instalaciones pedidas por Ninti para dar comienzo a la tarea. Vimos por primera vez en acción a los cíclopes, trasladando pesados materiales a las obras. Obedecían con docilidad las órdenes de sus guardianes y en un tiempo

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muy breve limpiaron los terrenos para dejarlos en condiciones de iniciar las edificaciones. Como ahora mi esposa vivía tan cerca, yo aprovechaba para visitarla a menudo, acompañado por alguno de los capataces que se turnaban como veedores de los mineros para controlar la marcha de los trabajos. Un día la encontré en la amplia cabaña de madera, construida como base de operaciones para dirigir las tareas preliminares. Estaba con los ingenieros, ocupada en dibujar los planos arquitectónicos de los edificios en la computadora. - He tenido problemas de contaminación en mis anteriores laboratorios de Tiamat -nos explicó-. Por lo delicado del trabajo que nos proponemos llevar a cabo y para evitar demoras, es imprescindible superarlos. Edificaremos el laboratorio con un sistema de salas concéntricas; las exteriores serán las menos limpias, debido al ingreso de personal desde el exterior. Progresivamente las exigencias de esterilidad aumentarán hasta la sala central, la más estéril y limpia de todas. Señalaba en la pantalla cada fase del proyecto. El veedor observaba y formulaba preguntas para luego informar a sus compañeros lo que se hacía. El complejo adelantó con gran rapidez por la cantidad de personal calificado que había llegado al Abzu,

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provisto de los más avanzados recursos que era posible encontrar en Tiamat. Apenas terminados los edificios, se instalaron las maquinarias y equipos de infraestructura y servicios. Luego se montó el instrumental, que fue traído por Ninhursag desde la Atlántida, junto con su equipo de ingenieros y biólogos calificados. Finalmente, en una de nuestras periódicas visitas, el veedor y yo encontramos que se había inaugurado el laboratorio y dado comienzo a la fase de creación del lulu. Tuvimos que desnudarnos en la sala más externa para tomar una ducha; luego un técnico nos desinfectó con un antiséptico aromatizado y aceitoso que evitaba la descamación de la piel, después nos cubrimos de la cabeza a los pies con ropas de fino lino, tapamos nuestros rostros con máscaras provistas de filtros que esterilizaban el aire que espirábamos a fin de no contaminar el ambiente. Recién entonces ingresamos por un largo pasillo distribuidor por donde marchaba el personal que cumplia funciones en los laboratorios. El pasillo tenía techo abovedado, sin ángulos rectos para facilitar la limpieza; en su parte superior corrían cañerías de servicios, cada una con un color que indicaba el fluido que transportaba, según fuese agua súper destilada, fluido refrigerante, vapor, aire comprimido, vacío, electricidad y otros.

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Entre una sala y la siguiente había puertas dobles. Ese sitio intermedio del túnel era una cámara de radiación. Nuestras ropas quedaban expuestas a los rayos ultravioleta que destruían los microbios presuntamente transportados desde la cámara precedente. Como los costados del túnel eran transparentes, podíamos observar al personal que trabajaba en cada una de las salas. Manufacturaban material biológico para fabricar enzimas, proteínas, vitaminas y reactivos de laboratorio. Cada sala disponía de una cantidad de equipamiento, desde máquinas centrifugadoras de varias clases hasta evaporadores rotatorios. Los animales vacunos eran la principal fuente de provisión de muchas de estas sustancias, extraídas de la sangre, la grasa, las glándulas y otros órganos. En estas salas se trabajaba a baja temperatura y en máximas condiciones de higiene y esterilidad. El túnel desembocaba en un pasillo que rodeaba por completo la sala central, la más protegida de todas, el sanctum sanctorum, el sitio en extremo limpio y purificado, donde estaba el instrumental más avanzado y al que ingresaba sólo el personal más calificado, o sea, Ninti y su equipo de colaboradores escogidos. Nadie más podía estar allí. Era una sala pulcramente equipada y ordenada donde terminaban las cañerías de

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servicios, reluciente por su esmerada limpieza. El aire que en ella circulaba había sido previamente liberado de polvo y gérmenes y el personal trabajaba completamente cubierto por la ropa de bioseguridad. A través de los cristales podíamos ver lo que ocurría en el sanctum sanctorum. Por la manera de caminar y moverse yo reconocía a mi esposa entre los operarios y la saludaba con ademanes cariñosos. Ella manipulaba material encerrado en cabinas abiertas de un solo lado, brillantemente iluminadas. Una corriente de aire esterilizado por filtración brotaba de ellas hacia fuera, para evitar la contaminación del delicado material biológico allí expuesto, y sólo sus brazos enguantados penetraban en su interior. Al finalizar el día, cuando todos se iban por haber cumplido la jornada de trabajo, la iluminación común se apagaba y se encendían en su lugar potentes lámparas de radiación que esterilizaban nuevamente el sanctum sanctorum. El aire a temperatura adecuada que llegaba, libre de partículas de polvo, bacterias y hongos, era impulsado a mayor presión que en las salas adyacentes, para impedir la entrada de aire de menor calidad por las puertas esclusa. Cuando Ninti no estaba allí, la encontrábamos en la sala de computadoras, donde consultaba sus archivos informáticos, grababa sus experiencias y planificaba

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las tareas a realizar. Entonces el veedor y yo podíamos consultarla para enterarnos de la marcha de los trabajos. - ¿Por qué razón Ninhursag no consiguió crear el lulu? -preguntó cierto día el anunnaki. - Erró el camino al pretender obtener inteligencia donde no la había. Tanto los humanoides como el resto de los animales usados por ella tienen solamente instinto. - Hay algo que no comprendo -intervine-; recuerdo que dijiste que esos seres son demasiado inteligentes para ser domesticados, ahora dices que no hay inteligencia en ellos. - Recuerdo que te dije aquello. Entonces me refería a que su inteligencia era práctica; colocada por entero al servicio de las necesidades del instinto para alimentarse, protegerse y reproducirse. Superan en mucho al común de los animales al fabricar herramientas, utilizar y conservar el fuego y hasta tienen rudimentarios conceptos artísticos y morales. Pero no más. - ¿Qué más les falta? -indagó el veedor. - Necesitan adquirir el concepto de lo simbólico. Seguramente no los imaginas dedicados a leer o escribir ni resolviendo ecuaciones matemáticas o inventando maquinarias.

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- ¿Cómo harás para conseguir que ellos hagan algo así? -preguntó mirándola asombrado. Ninti echó mano a una estela y la colocó en el iconógrafo, proyectando en el espacio una doble hélice esquemática, llena de puntos de diversos colores y flechas con inscripciones. - Estas son las serpientes de la vida de los humanoides. El esquema lo hicimos en Nibiru; desde luego que el aspecto real es infinitamente complejo, por eso utilizo éste para fines didácticos. Bien, nuestro problema está aquí dijo señalando una porción del dibujo. - No te comprendo se lamentó el veedor. - Después de la fecundación se forman estructuras helicoidales nuevas en una célula huevo; a partir de ésta, por sucesivas divisiones, se produce una proliferación de células, organizadas y distribuidas según un patrón impreso en las serpientes de la vida que, durante el crecimiento del embrión, van a dar forma y función a los diversos órganos, como los huesos, músculos, corazón, pulmones, etcétera y el cerebro. La parte que les estoy señalando rige la formación del encéfalo. - Y dices que el problema está justo allí -observé.

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- Así es. Si dejamos intacta esta parte, obtendremos un cerebro humanoide común y corriente. No podemos permitirnos eso. - ¿Cómo vas a impedirlo? -preguntó el anunnaki. - Necesito cortar y pegar. Cortar esta parte de la estructura helicoidal original que nos va a dar un cerebro primitivo y reemplazarla por otro segmento que va a producir un cerebro más desarrollado. - ¿Dónde obtendrás el reemplazo?, -pregunté intrigado. - Hay en Tiamat un único material genético que posee las instrucciones requeridas: el que está en nuestras propias células. Pienso tomar genes de los dioses y combinarlos con genes de los humanoides, para formar estructuras helicoidales nuevas. - ¿Vas a colocar un cerebro nuestro en un cuerpo primitivo? -interpeló con gesto de incredulidad el veedor anunnaki. - No exactamente. Extraeré de la estructura helicoidal de los primitivos las zonas que rigen el desarrollo físico para corregir la arquitectura ósea y hacerlos más esbeltos que los humanoides originales. Luego descartaré la zona que rige la formación del cerebro primitivo para sustituirla por otra, la que está en nuestras propias serpientes de la vida. Si consigo que combinen entre sí y transmitan luego a las células

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genésicas el nuevo paquete de instrucciones, habré creado un ser absolutamente nuevo, que jamás habrá existido antes. La miraba con atención mientras nos decía esto y me parecía transfigurada. La tomé en mis brazos y la besé. - ¡Eres maravillosa! aprobé ¿Pero estás segura de que dará resultado? - Acabo de presentar un esquema teórico; la realidad no es tan simple. Miren esto. Manipuló el iconógrafo sustituyendo la imagen proyectada por otra. Vimos más de dos decenas de figuras, cada una de las cuales asemejaba una enredadera vegetal increíblemente entrelazada y arrollada. - Como pueden observar, las estructuras helicoidales reales son complejas. Estudiarlas en Nibiru me llevó mucho tiempo; por suerte lo hice y traje conmigo esos estudios. Sin ellos, nada de lo que les acabo de explicar sería factible. - Ahora entiendo porqué falló Ninhursag -dijo el capataz- ¡Ella jamás dispuso de la información que tú tienes! - Pero nunca intentaste hacer un nuevo ser inteligente. Jamás combinaste las estructuras helicoidales de los dioses y de los humanoides -dije.

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- Desde luego que no. Sólo identifiqué las zonas rectoras. Te aseguro que no es poco; además, los comparé con una enorme cantidad de estudios hechos sobre los dioses. - ¿Cómo actúa una zona rectora para que en el desarrollo embrionario se forme el hígado, por ejemplo? -preguntó el anunnaki. - Mediante la orden de elaboración de un vasto conjunto de sustancias químicas, que obligan a un grupo de células a especializarse en la constitución y funcionamiento de ese órgano. Los biólogos estudiamos en detalle esos procesos. ¿Cómo la vida llegó a producirlos? Es tema de teorías contrapuestas. Los evolucionistas dicen que es por medio de la selección natural, o sea que en determinado momento de la evolución de los seres vivos pluricelulares, la naturaleza descubrió el hígado, los animales que lo tenían se adaptaron mejor al medio ambiente y sobrevivieron, a diferencia de aquellos que no lo tenían y perecieron. Los creacionistas sostienen que una inteligencia superior planificó la aparición de los seres vivos y diseñó el hígado en su prototipo, programándolo desde ese momento en las serpientes de la vida. - Estudié la teoría de la selección natural -dijo el anunnaki-. Es fácil de entender y muy convincente.

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- Sí; es la corriente de pensamiento oficialmente aceptada. La evolución produjo criaturas cada vez más avanzadas. La información se almacenaría en los genes y sólo sobreviven las especies mejor adaptadas al medio, que a su vez está en perpetuo cambio. - Pero jamás supe que hubiese una corriente de pensamiento creacionista, mi señora ¿Qué dicen ellos? - Sostienen que las estructuras helicoidales no contienen la información en sí, sino los medios de comunicación con planos no físicos, donde verdaderamente estaría almacenada la sabiduría de todo lo existente. En esos planos actuaría una inteligencia que gobierna los procesos de la vida. - Te ruego que disculpes mi ignorancia, pero no alcanzo a comprenderte, mi señora ¿A qué te refieres con el concepto de sabiduría de todo lo existente? - Piensa en un ser vivo unicelular, una ameba, por ejemplo -respondió Ninti con una sonrisa de simpatía-. Aunque parece un animalito muy simple, vivir significa para él realizar funciones físicoquímicas muy complejas; moverse, respirar, alimentarse y reproducirse. Para ello necesita elaborar sustancias de estructura molecular muy complicada. ¿Cómo sabe hacerlas? ¿De dónde proviene su conocimiento? - Te confieso que nunca pensé en esa clase de cosas.

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- Piensa en ti mismo. Tal vez no conoces en detalle la gran variedad de procesos químicos que te hacen transformar los alimentos en la energía que precisan tus células para vivir, ¿pero cómo es que tu organismo sí sabe hacerlo? - ¿Cómo quieres que yo lo sepa? ¡Me limito a comer todos los días! -expresó el veedor, riendo¡Dímelo tú! - Eso sucede porque alguien que no es el yo, maneja las funciones de tu cuerpo desde antes que nacieras. Mi esposa señaló la imagen de las estructuras helicoidales que escondían el secreto de la vida, todavía proyectadas en el espacio de la sala. - Valiéndose de este conjunto de estructuras, verdaderas máquinas microscópicas capaces de crear reproducciones de sí mismas, las diferentes especies vivas cumplen las funciones ordenadas por la inteligencia, donde los hacedores han plasmado un plan general. Ese plan general, cuyos objetivos finales desconocemos, es lo que vamos a alterar en el Arali. Mientras la escuchaba, yo meditaba en cómo había crecido mi esposa en ciencia y en sabiduría. En tanto yo exploraba todos los rincones de Tiamat y luego vivía sumergido en mis actividades en Nibiru, ella indagó en los más recónditos secretos de la vida hasta

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ser capaz de crear nuevas criaturas salidas de sus manos y de su mente maravillosa. El mismo Enki, uno de los científicos más prestigiosos, había sido superado por esta muchacha que parecía una doncella. Pero bastaba sumergirse en la profundidad de sus ojos azules para comprender la grandeza del espíritu que la habitaba. - ¿Qué aspecto tendrán ellos? -averiguó el veedor anunnaki. - Habrá que desarrollarlos en etapas sucesivas, pero al final, con sus cuerpos estilizados y el yo inteligente, serán la imagen nuestra. - Enlil no quiere que puedan reproducirse; ¿cómo lo evitarás? - La inmensa mayoría serán hembras -respondió frunciendo el ceño-. Los pocos machos no tendrán órganos sexuales externos. Tendremos que reproducirlos creando embriones con el material genético de la nueva criatura para hacer copias iguales. - O sea, que el lulu será hembra -dije. - Habrá hembras y también andróginos estériles. Por fin los nuevos embriones estuvieron listos para ser implantados. Dankina, Mami y Ninhursag habían criado un plantel especial de hembras humanoides

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para adaptarlas a vivir en un predio cerrado que simulaba su hábitat natural, donde tenían todas las comodidades posibles y una adecuada alimentación; las tres diosas les implantaron los embriones proporcionados por Ninti para que dieran a luz a la nueva criatura. Estaba yo ocupado en mis actividades geológicas cuando repentinamente entró Enki a mi despacho. Me sorprendió verlo allí; se suponía que estaba totalmente dedicado a la creación del lulu y que no abandonaba los laboratorios. - Ven conmigo a pasear por los jardines, debo decirte algo. Su rostro grave me dio a entender que había malas noticias. Caminamos tranquilamente, lejos de oídos indiscretos, mientras me informaba lo sucedido. - A pesar de todas las precauciones y de los esmerados cuidados hemos vuelto a fracasar -me dijo acuclillándose para observar más de cerca una delicada flor. - ¿Cómo ha podido pasar eso? -pregunté sentándome a su lado sobre el suelo. - No lo sabemos todavía. El hecho es que los embriones se desarrollan normalmente en el interior de las hembras homínido hasta que de pronto dejan de crecer y mueren.

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- ¡Cuándo los anunnakis sepan esto van a reaccionar con violencia! -exclamé. - Por eso vine a verte. Necesitamos tiempo adicional hasta que Ninti pueda averiguar dónde está el problema y le encuentre solución. Debes mantener muy ocupados a los mineros para que por ahora se olviden de enviar a los veedores. - ¿Crees que demorará mucho en descubrir la falla? - Eso nadie lo sabe todavía, pero le tengo confianza. En la actualidad es la más brillante mentalidad científica de Nibiru en su campo y la única que puede llevar este proyecto adelante. Consíguenos tiempo a cualquier costo. Cuando Enki me dejó para regresar nuevamente al laboratorio, me concentré en idear algo que distrajera totalmente a los mineros. Llamé a Dumuzi que era el único en quien podía confiar sin reservas. - ¿Hasta qué punto nos atreveremos a llegar? -me preguntó luego que le expliqué lo que sucedía. - Hasta donde nos sea posible sin provocar pérdida de vidas, pero el daño debe ser lo suficientemente grande como para mantener a todos ocupados por un largo tiempo. - ¿Has pensado en un derrumbe en los niveles inferiores?

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- No. Inundación -respondí proyectando en la pantalla un esquema de las galerías y señalando un sitio en particular-. Éste es el nivel más profundo de la sección oeste, la que interrumpimos al descubrir el lago subterráneo ¿Recuerdas? Justo en el extremo de la galería entubamos un conducto para obtener agua del lago. No lo utilizamos porque no ha pasado los ensayos. Provocaremos un cortocircuito en el cableado para que se active la válvula solenoide durante el fin de semana. El agua inundará el nivel inferior y llevará un tiempo descubrir la falla y desagotar las galerías. - He visto el manómetro en el tramo previo a la solenoide ¡Hay allí una presión de trescientas atmósferas! ¡Ese lago llega casi hasta la superficie! - Ya lo sé; por eso quiero provocar la inundación cuando no haya nadie en las galerías. Como todos los fines de semana, hubo juerga, música y diversiones. El jefe de ingenieros llegó al bar, donde Dumuzi y yo bebíamos sendas jarras de cerveza. Lo invitamos a unírsenos. Después consultó la hora y se dispuso a marcharse. - ¿Por qué te vas tan pronto? -le preguntó Dumuzi. - Quiero pasar por la sala de guardia de mantenimiento. Me dijo el ingeniero a cargo que los detectores han alertado sobre una filtración de agua en

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el nivel de cuatro mil metros de la sección oeste. Nada serio, supongo. Han enviado a un equipo para investigar. Sentí que se me erizaban los pelos de la nuca al escucharlo. - ¿Dices que han enviado gente al nivel más profundo? ¡Debieron avisarme previamente! - El jefe de guardia no habrá querido molestarte sin tener una información concreta. Tú sabes que esos detectores fallan a menudo. El ingeniero se marchó, dejándonos muy preocupados. - Hay que hacer regresar el equipo de mantenimiento -dije- ¡Tú sabes el peligro que corren allá abajo! - Exigiremos el uso de una cámara robot. Les diremos que es una medida de precaución por causa del conducto no probado. Nos dirigíamos a la sala de guardia cuando vimos pasar al ingeniero jefe muy apresurado. - ¡Hay problemas con los equipos de aire acondicionado de la sección oeste! -exclamó sin detenerse. Dumuzi y yo nos apresuramos para alcanzarlo. - ¿Se sabe algo del equipo de exploración? -le pregunté.

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- Iban por los dos mil quinientos metros cuando nos llamaron. No reportaron novedades. En la sala de los acondicionadores de aire nos recibió el ingeniero de turno muy preocupado. - ¿Qué sucede? -le preguntó el jefe. - Algo está mal. Echamos a andar los equipos para proveer aire puro a la cuadrilla de inspección, pero desde hace unos minutos parece que se taparon los conductos de retorno... - ¡Pero es que no están tapados los conductos de retorno! -exclamó en ese momento su ayudante mirando los instrumentos- ¡Desalojan un volumen de aire varias veces superior al que envían los equipos de aire acondicionado! - ¡Entonces, algo está desalojando el aire de las minas con gran presión y velocidad! -exclamó el ingeniero de turno. - ¡Agua! -gritó espantado el jefe, comprendiendo al fin- ¡La sección oeste se está inundando! Corrimos hacia la entrada de la sección oeste. Cuando estuvimos cerca, vimos que el pozo del ascensor parecía un pequeño volcán, expulsando con fuerza aire caliente y polvillo. Los anunnakis encargados del equipo presenciaban asombrados el fenómeno. De todos los que miraban boquiabiertos, solamente Dumuzi y yo sabíamos lo que sucedía; el

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conducto había estallado por la enorme presión y el lago subterráneo se estaba derramando con aterradora velocidad por el interior de la sección oeste. La totalidad del cuerpo técnico, reunido con urgencia, analizamos la configuración de los pozos y galerías para buscar la manera de impedir que el agua siguiera entrando. - Hay galerías de la sección norte que se acercan hasta poca distancia de la sección oeste -dijo uno de los geólogos-. La presión del agua a trescientas atmósferas puede filtrarla por entre las rocas que las separan y abrir brecha; ¡de esta manera se inundarán una a una todas las minas del Arali! - Debemos volar esta galería que conduce al pozo maestro a tres mil metros de profundidad -dijo el ingeniero jefe señalándola en el mapa proyectado en tres dimensiones-. Deteniendo la salida de aire, la misma presión acumulada evitará que siga entrando agua. - ¡Pero eso no impedirá la inundación de la sección norte! -exclamó otro geólogo. - Solamente dos galerías de esa sección corren peligro -respondió el jefe- ¡Es imprescindible volarlas cuanto antes! ¡Así salvaremos el sistema del Arali! - ¿Pero quién va a arriesgarse a ir hasta el nivel de tres mil metros de la sección oeste? -preguntó otro de

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los ingenieros- ¡Será como querer bajar por un volcán en erupción! - ¿Se sabe qué suerte corrio el equipo que bajó a investigar? -pregunté yo. - ¡No pudimos comunicarnos nuevamente con ellos, mi señor! -exclamó el jefe de la guardia de mantenimiento. - ¡Dumuzi! -prorrumpí mirando a mi amigo- ¡Yo voy a bajar para volar el pozo maestro! ¿Me acompañas? - ¡No te dejaré ir solo allá abajo! -repuso él sin vacilar. Equipados con los elementos de seguridad que disponíamos, descendimos trabajosamente en un aparato que amenazaba salir despedido como un cohete. Habíamos agregado lastre a la cabina para permitirle vencer la fuerza del aire caliente que ascendía con un rugido. Llegamos a la estación de arribo y luego bajamos a pie por una galería descendente que llevaba al pozo maestro. El aire venía con tal fuerza que tuvimos que arrojarnos al piso para ofrecer la menor resistencia posible y arrastrarnos trabajosamente. Un grueso cable conductor de energía, asegurado cerca del suelo al lado de una de las paredes, nos permitía asirnos para

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soportar las ráfagas más violentas que de tiempo en tiempo nos azotaban, haciéndonos flotar y golpearnos contra la pared de rocas. El ruido me dificultaba comunicarme con mi compañero; los cascos estaban cerrados para poder respirar por los tubos de aire que llevábamos a la espalda. Las lámparas no podían atravesar ese muro de polvillo que nos cegaba y continuamos penosamente el descenso, guiados sólo por el cable de energía que se internaba en la oscuridad. Tras denodados esfuerzos e impulsados por la desesperación, llegamos hasta las proximidades del pozo por donde el aire salía. La colocación de los explosivos en aquellas condiciones fue muy penosa, pero gracias a la gran fuerza física de Dumuzi, que me sostenía mientras yo utilizaba el rayo perforador, evitaba que saliera disparado por la fuerza del aire. Cada vez que terminábamos un agujero en la roca nos apresurábamos a rellenarlo con los explosivos y pasábamos a la siguiente perforación. Nunca supe cómo conseguimos terminar aquella tarea en semejantes condiciones, pero todas las cargas quedaron colocadas y nos alejamos con rapidez impulsados por el viento a favor. Luego tomamos el elevador y cuando nos consideramos lo suficientemente lejos, hicimos detonar las cargas por

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radio. Enseguida el ascensor se sacudió por la onda expansiva y descarriló de las guías de acero, quedando detenido. Cuando recuperé el sentido, encontré que Dumuzi tenía mi cabeza apoyada sobre sus piernas. Un extraño silencio inundaba el lugar y al incorporarme vi a la luz del casco que estábamos totalmente cubiertos de polvillo que lentamente precipitaba por el pozo de la mina. - ¡El aire se ha detenido! -grité entonces- ¡Lo conseguimos! - Sí; esta vez la hemos hecho buena, Nergal. Hoy ha muerto gente por nuestra culpa. No veía su cara cubierta por la máscara, pero escuchaba su voz quebrada por los sollozos y sentía que su cuerpo se estremecía. - No te culpes; sólo yo soy el responsable de todo esto -le dije abrazándolo para tratar de consolarlo, pues lloraba como un niño. Al cabo de varias horas nos rescataron del destrozado elevador y retornamos a la superficie. La inundación estaba detenida y en los días subsiguientes perforamos verticalmente en la galería que llevaba al conducto por donde se anegó la mina. La volamos, cerrando así la brecha. Una vez conseguido esto,

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comenzamos a extraer el agua con bombas de alto caudal para aliviar la presión en las galerías inundadas. Al explorar la sección oeste, hallaron los cuerpos de los cuatro anunnakis que fueron a investigar la alarma lanzada por los detectores; habían perecido ahogados. Ninguna reflexión me sirvió de mucho para aliviar la culpa que me embargaba, y cuando colocamos en cápsulas de frío aquellos cadáveres para despacharlos a Sippar, Dumuzi y yo evitamos mirarnos a los ojos. Aquel penoso incidente había logrado el objetivo de distraer a los mineros por mucho tiempo, pues al rescate de los cuerpos debía seguir la reparación de los importantes daños ocasionados. En cuanto me fue posible dejar el Arali, corrí a informarme de lo que ocurría en los laboratorios de Ninti. Enki, Dankina, Mami, Ninhursag, los demás biólogos y yo, nos reunimos en la sala de juntas. Estaban desalentados por la larga serie de fracasos que coronaron sus arduos y prolongados esfuerzos para conseguir el lulu. Mientras permanecían silenciosos y absortos en sus pensamientos, llegó Ninti, que se sentó a mi lado.

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- Finalizamos con la batería de análisis de las muestras de sangre de las hembras humanoides. Aparecieron factores de rechazo que no estaban antes. - ¿Piensas que los mismos embriones provocan una respuesta inmunológica en la sangre de las hembras? preguntó Enki. - Me inclino a pensar que son factores auto producidos por desequilibrio psíquico. Las hembras no se adaptan al hábitat artificial; están tristes, el pelo y la piel se les han manchado y perdieron peso. No ingieren alimentos ni agua. Si no se las libera morirán en unos días. - ¿Quieres decir que las hembras humanoides no sirven ni para madres? -consultó Ninhursag. - No quieren ser madres en cautividad. Quizá si les implantamos los embriones y las dejamos libres, den a luz sin problemas. - ¡Pero eso retrasará nuestro programa! -Exclamó Enki. - Tuve una idea que me indujo a comparar los tejidos de los embriones con nuestros propios tejidos. Hay un alto grado de compatibilidad; acabo de ver los resultados. - ¿Qué quieres decir con eso? -le preguntó Ninhursag, súbitamente alarmada.

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- Lo mismo que estás pensando -respondió mi esposa con una sonrisa-. Adoptando precauciones para evitar algún posible rechazo, los embriones pueden ser implantados en las propias diosas y no en las hembras humanoides. La insólita propuesta originó muchas discusiones y protestas y durante algunos días no se llegó a acuerdo alguno. Por fin un día Enki nos citó a la sala de reuniones. - Escuchen, Mami se ofreció de voluntaria. La tecnología médica disponible se dedicó a la protección de Mami. Su embarazo siguió el curso normal hasta que llegó el momento de dar a luz. Shinti, Dankina y el resto de los médicos la llevaron a la sala de partos para atenderla, en tanto Enki y yo aguardábamos en la habitación contigua, caminando de un lugar a otro y hablando en voz baja para no molestar. Mutuamente procurábamos distraernos y calmarnos, cuando de pronto escuchamos los primeros vagidos de un recién nacido. El sonido regular de ese llanto nos dijo que lo habíamos logrado. Corrimos a la ventana de cristal de la sala de partos y vimos a Mami muy sonriente, sosteniendo sobre su vientre una

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criatura de piel oscura cubierta de un suave vello apenas visible. Todos la felicitamos. Ella paseaba con su bebé en brazos y le daba el pecho. El crecimiento de la pequeña fue normal y pronto se agarraba con sus bracitos del cuello de su nodriza para sonreírle y decirle mammi. Nosotros los filmamos con las cámaras, grabando también las voces de la nueva criatura y de Mami. Por ser ella la primera madre, su nombre se generalizó y perduró en Tiamat para siempre. Su ejemplo fue seguido por otras voluntarias, pues Enlil había dispuesto que esos servicios extraordinarios serían valorados con un alto puntaje en la Tabla de los Destinos. Los nuevos seres demostraron ser más inteligentes que los primitivos. Los anunnakis de las minas los veían correr y jugar. Los llamaron "los cabecitas negras" y comprendieron que sus penurias estaban por acabar. Cuando tuvieron edad suficiente se les implantaron embriones preparados por Ninti, llevando adelante sus embarazos sin dificultad. Nacieron al poco tiempo nuevos niños híbridos, todos iguales. Fue necesario edificar una escuela donde adiestrarlos en el aprendizaje de un idioma ideado para ellos y prepararlos de manera que pudieran

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cumplir las tareas laborales a las que estaban destinados. Por fin llegó el día en que los primeros lulus arribaron a las minas para comenzar el reemplazo de los anunnakis. La promesa quedaba al fin cumplida. El Arali se había convertido en la cuna de los nuevos seres creados para el servicio de los dioses. Ellos portarían el yugo a partir de entonces. Mi esposa se quedó a vivir en el Abzu porque su éxito le había dado un enorme prestigio y podía programar sus actividades a voluntad. Se le concedió una vivienda particular en la que Ninkashi diseñó un parque bellísimo, que pobló con las creaciones traídas de Eridu. La propia Ereshkigal quedó admirada de las flores, las plantas frutales y de adorno y la enorme variedad de aves y animales creados por Ninti. Solían pasearse por los jardines y se hicieron muy amigas. Ella le obsequió muchos ejemplares para enriquecer los parques de la residencia de la señora del mundo inferior. Un día que fui a visitarla a la zona que reservaba como estación experimental, en las adyacencias del laboratorio, noté un brillo juguetón en su mirada. - Ven, quiero enseñarte algo -dijo tomándome de la mano. La seguí al sitio donde unas jóvenes hembras lulus, en un estado de preñez muy avanzado, jugaban y

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hablaban pintorescamente en su idioma. Ninti me invitó a sentarme junto a ella para contemplarlas. - Pese a lo que Enlil ha ordenado, no tienen en su seno embriones como los otros -me confió con una sonrisa de complicidad. - ¿Qué quieres decir? - He modificado estos embriones para que al llegar a la edad adulta puedan reproducirse solos. - ¡Esto no va a gustarle! -exclamé asombrado por su audacia. - ¡No importa; todas las criaturas tienen derecho al sexo! -profirió con un brillo desafiante en la mirada¿Por qué negarles a ellos lo que tienen los animales, los peces y las aves en el cielo? La convencí de guardar el secreto por el momento. Cuando nació la primera pareja de estos seres, a los que mi esposa denominó humanos, los llevamos al parque de la estación para que allí vivieran. Dimos al varón el nombre de Adán y a la muchacha el de Eva, y ellos no tardaron en responder al llamarlos así... Confiamos a Enki el resto de sus congéneres. Él los trasladó a Eridu, al parque de la vieja estación biológica de Ninti. Adán y Eva tenían una despierta inteligencia que les hacía aprender rápidamente cuanto les enseñábamos. Cantaban a dúo algunas canciones que aprendieron, y reían y jugaban felices en el parque

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junto a los demás animales que lo poblaban. Mi esposa y yo pasamos mucho tiempo con ellos, hasta que llegamos a encariñarnos. En el Arali estábamos muy satisfechos del comportamiento de los lulus, que se desempeñaban con eficiencia en todas las tareas que les asignábamos. En poco tiempo nuestra vida cambió drásticamente. Vivíamos un período de paz y tranquilidad que el campamento no había conocido antes. Un día que Enki vino a visitar las minas, le hice ver la diligencia de estos seres en cualquier trabajo. - Nergal, ustedes están complacidos porque han resuelto sus problemas, pero no sucede lo mismo en el mundo central. - ¿Por qué lo dices? - Ahora son los anunnakis que trabajan allá los descontentos. Quieren la presencia del lulu también en los campos y en las fábricas. Poco tiempo atrás se reunieron en Nippur y exigieron la presencia de Enlil para expresarle sus quejas: ¿Por qué nos vemos privados de los lulus del Abzu?, lo interrogaron, ¿Acaso nuestros trabajos son más livianos? ¿Tienen acaso los mineros del Abzu más linaje que nosotros? - Supongo que a medida que la cría de lulus aumente, se les enviará a trabajar por todo Tiamat...

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- Ereshkigal considera de su propiedad los lulus y evita por todos los medios que salgan de sus dominios. Solamente a mí me ha proporcionado unos pocos para llevarlos a Eridu. - Que tú poseas algunos y él no, debe ser lo que más molesta a Enlil. Ella lo aborrece desde el incidente con Sud y busca contrariarlo toda vez que le resulta posible. - Bueno, dejemos eso por el momento -me dijo con una sonrisa, disponiéndose a continuar viaje en el muMe imagino que concurrirás a la fiesta que Ereshkigal piensa dar en su palacio en los próximos días... - No; Ninti y yo hemos hablado con ella al respecto. Estuvimos tan separados en los últimos tiempos que planeamos pasar una temporada los dos solos. Iremos a las cataratas al norte del Abzu. - Es una pena, Nergal. Son tan escasas las fiestas que organiza ella que si te pierdes ésta, ¿cuándo tendrás oportunidad de asistir a otra? - ¿Qué vas a hacer cuando regresemos de estas vacaciones? -pregunté una noche mientras escuchábamos el constante rumor del agua que caía. - Necesito encontrar un territorio donde pueda reunir a una cantidad de humanos, así podré estudiar su comportamiento a través del tiempo.

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- Conviene hacerlo cuanto antes para impedir que Enlil los descubra. Hay muchas islas adecuadas en Lemuria; me resultará fácil utilizar uno de los barcos de transporte. - Ése o el mundo occidental pueden ser lugares apropiados. Lo importante es aislarlos para educarlos y darles leyes y normas que les permitan vivir felices. - ¿Quieres averiguar si son tan capaces como los lulus? - No dudo que pueden trabajar igual o mejor que ellos, pero es necesario formar una comunidad independiente para observarlos en estado de libertad. - ¿Significa eso que no voy a poder tenerte todo el tiempo conmigo? - Eres un poco prisionero de las minas; tu lugar es el Arali y debes quedarte allí. Quisiera permanecer contigo, pero no es posible por el momento; debo ocultar a los humanos hasta que sepa qué puede esperarse de esa raza. De todos modos, creo que paulatinamente los lulus liberarán a los dioses del trabajo y entonces tendrás tiempo para estar conmigo. - No es esta la vida que yo esperaba encontrar en Tiamat. Creí que viviríamos juntos y en compañía de nuestros hijos; en lugar de ello hemos estado cruelmente separados y aún no mandamos a pedir los embriones a Nibiru.

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- Quiero un planeta hermoso para nuestros niños, no uno donde tuvimos que crear una raza de esclavos para evitar una guerra entre los dioses. Tampoco yo esperaba vivir en el Tiamat que la codicia de los industriales ha conseguido. - Te esforzaste por crear un lugar bello, mi amor. Vegetales de fruto delicioso a la vista y al paladar, animales y aves de singular hermosura y campos cubiertos de flores. En tanto que yo siento que te he fallado, porque descubrí las riquezas del Abzu y luego te obligué a crear los lulus contra tu voluntad. ¡Soy uno de los que lo arruinaron todo! Al ver que las lágrimas habían asomado a mis ojos, se echó sobre mí para enjugarlas con sus besos y caricias. - No te culpes. El destino teje sus hilos con muy sutiles y variadas formas. Disfrutemos de los momentos buenos cuando nos llegan como uno de sus dones, y juntos trataremos de soportar los malos, mi amor. - Yo solamente me siento feliz cuando te tengo en mis brazos como en este instante y puedo sumergirme en tu mirada escuchando el dulce sonido de tu voz cuando me nombras.

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Cuando creí que la había recuperado, se desplomaban otra vez mis esperanzas de una prolongada y tranquila convivencia con ella. Le habría pedido que olvidase a los humanos, pero Ninti se sentía responsable por traerlos a la vida y quería lo mejor para sus criaturas. Mientras regresábamos, renovados por las vacaciones, resolvimos dar una vuelta por el Arali e inspeccionar las actividades de las minas. Después nos instalaríamos en la estación biológica donde viviríamos hasta que partiera con los humanos. Apenas descendimos en el campamento, Dumuzi se apresuró a llegar hasta nosotros muy nervioso y agitado. - ¡Nergal! -gritó apenas abandonamos el aparato¡La gente de Enlil vino hasta aquí equipada con armas de combate!; ¡se llevaron casi todos los lulus! Consternado, lo seguí en una recorrida por las minas. Los anunnakis estaban furiosos. - El personal que nos dejaron es muy escaso, mi señor -dijo uno de los capataces-. No será posible cumplir el programa de tareas. Los anunnakis no estamos dispuestos a trabajar en lugar de los lulus faltantes.

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- Solamente nos dejaron los que operaban en los niveles más profundos porque no querían perder tiempo -me informó Dumuzi- ¿Qué vas a hacer? - ¡Voy a ir ya mismo a ver a Ereshkigal para protestar! ¡Mientras, organiza las tareas como sea posible! En Gabkurra encontramos a la señora del mundo inferior pálida de furia, recorriendo de una punta a la otra los salones de su palacio. - ¡Le he presentado a Anu mi más formal protesta por el atropello cometido por Enlil! - ¿Puedes decirnos qué ha ocurrido? -le preguntó Ninti. - ¡Llegó de improviso en medio de la fiesta! ¡Sus bandas armadas invadieron el Abzu en varios mu, apropiándose de todos los lulus que encontraron! - Esos seres fueron reunidos en el puerto y embarcados en las barcazas de mineral para llevarlos al mundo central. Todo el operativo se realizó con gran celeridad -intervino Namtar. - También estuvieron en tu laboratorio, Ninti dijo Ereshkigal. - ¡Nergal! Exclamó mi esposa palideciendo ¡Tenía allí muchas hembras con los nuevos desarrollos! ¡Por favor, llévame de inmediato a la estación biológica!

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Una vez en el laboratorio corrimos preocupados a la zona restringida, donde escondía las hembras preñadas. Las que estaban en una etapa muy avanzada y podían parir en cualquier momento, habían sido respetadas por las hordas de Enlil, pero se llevaron a las demás. También Adán y Eva faltaban. - ¡Ninti! ¿Cómo reaccionará él cuando descubra que desobedeciste sus órdenes? - Temo por estas hembras que guardan a nuevos humanos en su seno. ¡Debemos encontrar la manera de ponerlas a salvo! - Ahora hay confusión y caos en el Abzu, creo que debemos aprovechar el momento para transportarlas lejos. Me ocuparé de ello. La dejé atareada con sus preparativos y viajé al Arali para revisar mis estelas de oro y silicio que guardaba desde la primera exploración de Tiamat. Revisé los mapas para ubicar alguna región apropiada para esconder a los humanos, pues temía que Enlil ordenara matarlos sin contemplaciones. Hice copia de los mapas y tracé una ruta en barco para llegar a nuestro destino. De allí corrí al palacio de Ereshkigal para informarle mis planes y pedirle una nave. Cuando comprendió que pretendíamos burlar a Enlil, aceptó colaborar de muy buen grado. Me facilitó el barco a velas que utilizaba para pasear hasta el mar. Ninti

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desmanteló su laboratorio, llevando el material que juzgó necesario para asegurarles a los humanos una estadía autárquica en un sitio apartado. Ella quería ir al mundo occidental, que permanecía virgen y solitario. - La nave de Ereshkigal no tiene autonomía suficiente para transportar y alimentar a todas esas lulus preñadas -la disuadí- Tenemos que ir a un lugar bastante próximo. - Elige ese sitio. Confío en ti. Levamos anclas y nos deslizamos de noche por el río en dirección al mar. Al este de la costa del mundo inferior había una isla pequeña pero fértil. El terreno era abrupto y perforado por varias cavernas naturales que constituían un excelente refugio natural a salvo de la vigilancia aérea. Cuatro días después, gracias a los vientos favorables, la avistamos. Ninti desembarcó junto a las lulus, que lo hicieron con sus bebés en brazos, pues habían dado a luz durante el viaje. También la acompañaba su equipo de biólogos, que le habían prometido seguirla a donde fuera. Los dejé y regresé a Gabkurra; necesitaba encontrar la manera de llevarlos a todos al mundo occidental. Supe que habíamos escapado muy a tiempo; varios mu aterrizaron en la estación de Ninti, hallándola vacía y Ereshkigal se apresuró a expulsarlos del Abzu,

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presentando otra protesta ante Anu. Éste tomó la resolución de designar a Inanna para que evaluara la situación y le presentara un informe objetivo. Naturalmente, ella recurrió otra vez a mí para que la auxiliase en la tarea. Yo le narré lo que había sucedido desde que comenzaron a impacientarse los mineros hasta que mi esposa creó los humanos. Después fuimos al Arali, donde le hice ver las explotaciones casi paralizadas y pasamos revista a los lulus que allí quedaban. - Ahora hablaré con Ereshkigal -resolvió ella. La señora del Abzu se desató en duras protestas contra la prepotencia de Enlil, que había irrumpido en sus dominios abusando de la fuerza. Al fin, cansada de escucharla, decidió volar a Nippur para oír lo que el dios tenía que decir. Él se molestó bastante al verme, pero mi amiga le dijo que Anu me había designado para aconsejarla. - De acuerdo dijo; pero que en mi presencia se mantenga callado. Inanna le enumeró todas las quejas que Ereshkigal había presentado contra él. - ¡Ella es la única culpable de lo que pasó! -escupió el dios, colorado de furia- ¡Nosotros hicimos el esfuerzo de proporcionar técnicos y recursos para

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crear el lulu y esa mujer se adueñó de ellos como propietaria exclusiva! - Pero no llevaste tus quejas a Anu -observó ella amablemente-. Decidiste por tu cuenta y te apropiaste de casi todos los lulus. - No podía esperar. Los anunnakis del mundo central amenazaron con abandonar todos los trabajos si no se les proveía de lulus en el acto. Hay altos hornos y destilerías que si se detienen no sirven más. El daño habría sido igual al causado por la sublevación de Zu y los embarques de minerales a Nibiru se hubiesen retrasado por años ¿Qué hubiese dicho el Gran Consejo? Habló por horas de todos los perjuicios que él había evitado con su acción que no había lastimado a nadie y cuyo único mal consistió en dañar el estúpido orgullo de esa mujer, Ereshkigal. Finalmente mi amiga se aburrió de oírlo y decidió que la acompañase a Sippar, donde pasaríamos la noche; regresaría a Olimpia a la mañana. Amanecía cuando tuve una idea. - Inanna -le dije-, ¿puedes conseguirme una pequeña flota de mu? - ¿Para qué los quieres? -preguntó bostezando, casi dormida aún.

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Le conté que Ninti necesitaba terminar un trabajo de investigación, para lo cual debía transportar a varios lulus al mundo occidental. - Puedo solucionarlo fácilmente. Hablaré con Shamash, el gobernador de Sippar y le diré que te preste todos los que necesitas. Todavía es temprano, ven. Los aparatos voladores pasaron por la isla donde aguardaban Ninti, los biólogos y las nuevas criaturas y los transportaron al mundo occidental. Yo me quedé con cuatro de los biólogos a esperar el velero de Ereshkigal que demoró varios días en arribar. Embarcamos el material de laboratorio más voluminoso, que no pudo llevarse Ninti y partieron. Enki pasó a recogerme en un mu para regresarme a Eridu. Después que Inanna presentó su informe, Anu requirió la presencia en Olimpia de Enlil y Ereshkigal. Yo también estuve presente en calidad de consejero y como testigo directo de los acontecimientos. Ambos defendieron enérgicamente sus puntos de vista e intercambiaron insultos. Pronto Anu los hizo callar y ordenó a Enlil devolver al Abzu seis de cada diez lulus raptados, los otros quedarían en el mundo central. También le exigió a Ereshkigal una cuota de

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producción de lulus para entregar al resto de las ciudades. De esa manera dio por concluido el enojoso incidente. Enki me esperaba en Sippar para llevarme al mundo occidental. El viaje fue muy largo. Hicimos escala en la Atlántida para reabastecernos y de allí cruzamos el mar occidental hasta arribar a la costa este; volamos sobre las selvas ecuatorianas y arribamos a las cabañas de madera y piedra que habitamos con Ninti hacía muchos años. Ella salió gozosa a mi encuentro, se la veía tostada y feliz. - Las antiguas cabañas eran sólo ruinas -me dijo llevándome del brazo para ver las nuevas obras. Aunque embarazadas, las lulus trabajaban a la par de los dioses, construyendo las nuevas viviendas. Había varios niños humanos que correteaban y alborotaban por todos lados. - Estuve con Enlil -le informé-. No mencionó a los humanos en presencia de Anu, sin embargo, sé que fue a buscarlos a tu estación. - Espero que nos deje tranquilos; aquí no molestamos a nadie ¿Despachaste el instrumental? - Sí; es un largo viaje en velero. Vienen por Lemuria y el mar oriental. Creo que no tardarán en llegar. - ¿Cuándo regresarás para estar conmigo?

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Enlil va a devolvernos la mayoría de los lulus que nos quitó. En cuanto las tareas rutinarias se reanuden, pediré un permiso especial a Ereshkigal para pasar una larga temporada. La clandestinidad con que Ninti creó a los humanos hizo que no fueran inventariados, por ello Enlil resolvió quedarse con Adán y Eva para su servicio personal. Poseía en la región del Edén, en las afueras de Nippur, una enorme mansión edificada en un vasto terreno donde Ninkashi y Adad, su marido, le habían diseñado y construido un hermoso parque poblado con una gran variedad de la flora y la fauna creada por mi esposa. Crecían en él todo tipo de frutos delicados al paladar. Enlil dio a aquel sitio el nombre de Jardín del Edén. Allí lo servían Adán y Eva desde que los secuestrara. Para impedir que se reprodujeran, les imponía una castidad rigurosa. Enki, que sabía por sus informantes de lo exigente que se mostraba el dios con la pareja humana, resolvió fastidiarlo y esperó pacientemente la ocasión en que las actividades de Enlil lo alejaran de Nippur. Un cierto día supo que aquél viajaría a la Atlántida para inspeccionar el criadero de cíclopes y ciertos trabajos secretos. Enki tenía conocimiento, por fotografías aéreas, que se estaban erigiendo enormes

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construcciones amuralladas al norte de la isla, pero nadie sabía con certeza lo que se proponían hacer. Deduciendo entonces que Enlil pasaría algún tiempo lejos del Edén, vino a buscarme para que visitáramos subrepticiamente a Adán y Eva. Nos introdujimos por los fondos de la propiedad y recorrimos los hermosos jardines entrecruzados por rumorosos arroyos de agua cristalina que regaban los vastos plantíos. Acertamos a encontrarnos con los dos humanos que jugaban entre los árboles y les hice señas de acercarse. Al reconocerme vinieron corriendo. Riendo, me abrazaron y besaron, felices de verme otra vez. Ya no eran niños y Eva se había convertido en una espléndida jovencita. Tenían temor de Enki, porque Enlil siempre estaba hablando mal de quién apodaba despectivamente la serpiente, en alusión a su divisa. Como advirtió que los humanos se habían quedado silenciosos ante su presencia, interpeló a Eva. - ¿Por qué vosotros no sois libres como todos los animales del campo? - Somos libres porque corremos y jugamos como lo hacen los animales del campo -replicó ella. - Pero no hacéis como hacen los animales, que se aparean macho y hembra para tener descendencia.

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- Es que nuestro señor Enlil nos lo tiene prohibido -respondió Eva-, porque dijo que al hacerlo moriremos. - Él os ha mentido -afirmó Enki-. No moriréis. - ¿Cómo nuestro señor Enlil dice que moriremos y tú dices que él miente? ¿Cómo puede mentirnos nuestro dios? -replicó Eva. - Yo también soy un dios, y como tal te digo que cuando lo hagas serán abiertos tus ojos; entonces sabrás que te estoy diciendo la verdad. Eva y Adán lo escuchaban sin darle mucho crédito y ante esta última manifestación de Enki, ella se volvió a mí como pidiendo confirmación de lo que decía. Yo hice un gesto de asentimiento con la cabeza para tranquilizarla. - Adán y yo no sabemos cómo hacerlo -alegó Eva-, puesto que nuestro señor nos lo ha prohibido; ¿cómo lo habríamos de hacer? - Ven aquí -le ordenó tirando de su brazo para adentrarse con ella entre la floresta. Mientras, Adán me llevó de la mano hasta el estanque para enseñarme los peces de colores y las flores que él mismo cuidaba. Estuve largo rato hablándole de los procesos de reproducción, tal como Shoraded lo hizo conmigo en mi lejana infancia. También le informé sobre detalles de su anatomía y

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fisiología. Tiempo después retornó Enki con Eva. En los ojos de ésta brillaba la determinación. Tomó la mano de Adán y lo condujo detrás de unos tupidos matorrales, desapareciendo de nuestra vista. Por largos minutos no sucedió nada y sólo escuchamos que discutían en voz baja. Después Eva gritó, pero su grito fue de gozo. Mi amigo sonreía cuando pasó una mano sobre mi hombro para alejarnos discretamente. Así fue cómo los dejamos en el jardín de la residencia de Enlil. Tiempo después supimos que el dios, furioso por lo que hacían, los había expulsado del Edén. Para vengarse de nosotros, él llevó al Consejo sus quejas contra la desobediencia de Ninti. Enki salió prontamente en su defensa, alegando que gracias a ella se había evitado la guerra con los anunnakis. - Pero su desobediencia a mis órdenes expresas ante este Consejo debe tener castigo -afirmó Enlil-. Pido que se la destierre. - Ella se ha desterrado a sí misma replicó Enki. - Lo sé. Ha marchado con sus criaturas al mundo occidental. Desde este momento prohíbo todo contacto con él por radio, mar o aire. Quienes permanecen allí quedarán aislados. Como ves, Enki, no estoy castigando directamente a Ninti, pues ella marchó por su voluntad, pero en uso de mis atribuciones he dictado estas órdenes.

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- Se hará como tú dices -respondió mi amigo rechinando los dientes-, pero este asunto será llevado a conocimiento de Anu. Tuve que aprender a soportar la ausencia de mi esposa, aislada en el mundo occidental. Vivía en la casa de ella en el Arali y cuidaba sus animales. Un día vino a verme Ereshkigal, que en virtud de su amistad con Ninti, me trataba como a un amigo. - Nergal; el Consejo, a pedido de Enlil, ha decidido que la crianza de lulus se haga de ahora en adelante en la Atlántida bajo la supervisión de Ninhursag. El laboratorio del Arali será desmontado y enviado allá, junto con la totalidad del personal técnico. Me encogí de hombros pues nada podía hacer. Aprovechaban para despojar a mi esposa de sus equipos científicos. El instrumental pequeño y transportable no estaba, pues ella se lo había llevado consigo al mundo occidental. Quedaba solamente el equipo pesado y complejo, pero ya no hacía falta. Ninti había creado el humano que se reproducía naturalmente. Los años corrieron y sufría por no tenerla junto a mí. Desde que nos conocimos, jamás habíamos estado

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tanto tiempo separados. En tanto, los humanos aumentaban en número en Eridu bajo el cuidado de Enki. Mandó edificar un poblado para ellos en las afueras de la ciudad y los instruía en las diferentes disciplinas agrícolas. Allí se reproducían por su cuenta con gran entusiasmo, procuraban su propio sustento y el de los dioses, se educaban con sus propios maestros y suplantaban con habilidad a los anunnakis en los trabajos rudos. Servían en las viviendas de los dioses, les preparaban la comida, les hacían el aseo y efectuaban toda clase de reparaciones útiles. Muy pronto Enki comprendió las ventajas de éstos comparados con los lulus, que debían ser reproducidos artificialmente por procedimientos costosos y delicados a cargo de muchos dioses. Aprovechando estas experiencias, vino a buscarme para ir juntos a Olimpia y pedirle a Anu que intercediera en favor de Ninti. Anu, Antu e Inanna observaron con atención los filmes de los humanos, que llevamos para demostrar que se castigó a Ninti por lo que en realidad había sido un logro científico y un servicio para los dioses. Él citó inmediatamente a Enlil a su presencia. - Tú estás despilfarrando muchos recursos en la cría de lulus -le dijo-. Los humanos son mejores y mucho más baratos, además, son sumisos y dóciles a

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nuestras órdenes. Con un número elevado de ellos, los dioses no necesitarán trabajar en cosas rutinarias; tendrán todo el tiempo disponible para tareas creadoras. - ¿Pero qué pasará si se apoderan de la tecnología y fabrican armas para usarlas contra nosotros? -le preguntó Enlil. - No tendrán acceso a tecnología alguna. Ésta quedará reservada sólo para los dioses. Los humanos trabajarán solamente con sus manos y con instrumentos rudimentarios. De esta manera cumpliremos con los compromisos contraídos con la industria geológica, acabaremos con los problemas de contaminación y haremos habitable todo el planeta. De pronto, Enlil advirtió que se estaban echando las bases para edificar una verdadera edad de oro para los dioses en Tiamat. Su sueño de una casta privilegiada y envidiada en Nibiru podía hacerse realidad. Además, podrían traerse contingentes para pasar períodos de descanso imposibles de disfrutar en aquel planeta, gozando de paisajes hermosos y disfrutando de una alimentación natural, atendidos por servidores humanos especialmente adiestrados. Enormes y numerosas naves espaciales serían necesarias para el transporte de los dioses entre los dos planetas. Nibiru,

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el planeta del trabajo, y Tiamat, el planeta del descanso y el placer... - Tienes razón, Anu -le dijo-. Debemos perdonar a Ninti su desobediencia y permitirle retornar del mundo occidental cuando desee. Ya mismo levantaré la prohibición de comunicarse con ese continente. X

Volé sobre el océano y las selvas del mundo occidental hasta las escarpadas montañas donde la dejé. Desde el aire vi los pequeños poblados de cabañas de madera y piedra, los valles cultivados y los bosques de árboles. Mucho había cambiado aquel lugar y por todas partes se veía su obra. Cuando descendí en el poblado principal, fui rápidamente rodeado por un numeroso grupo de humanos que contemplaban con asombro la máquina, maravilla jamás vista por ellos. Vestían prendas tejidas con fibras naturales de variados colores y parecían satisfechos y bien alimentados. Había numerosos niños entre los adultos y algunos ancianos arrugados de cabellos blancos. Casi todas las muchachas estaban embarazadas o tenían bebés en sus brazos. Apenas pisé el suelo, las filas de humanos se

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abrieron para dejar pasar a los dioses que acudían a recibirme. Ninti llegó a la carrera para echarse en mis brazos con lágrimas de alegría y nos besamos largamente tras tan dilatada separación. Cuando la miré a los ojos la encontré muy cambiada y pensé que había sufrido mucho a causa del exilio. Fui agasajado con un magnífico banquete servido por los humanos. Gusté los frutos de aquellas tierras que eran diferentes a cuantos comimos hasta entonces. Mi esposa había mejorado los animales autóctonos para hacerlos útiles a la ganadería y adaptó las variedades vegetales, una de las cuales eran aquellas mazorcas de granos irregulares que tuvimos ocasión de comer cuando la primera expedición. Mi esposa, aplicando su arte a aquellas plantas, hizo mayores las mazorcas y más alargadas. Sus granos crecían en hileras ordenadas y regulares muy fáciles de arrancar con los dientes, estaban más tiernos y suaves y su sabor más exquisito al paladar. También mejoró su valor nutritivo. Los humanos los tenían por su plato principal, cocinándolos de maneras muy variadas y sabrosas e inclusive los molían para fabricar harina. Preparé una bebida excelente con esos granos, de manera que pasamos unos días espléndidos de fiestas y danzas a las que los humanos eran muy afectos.

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Habían aprendido a fabricar numerosos instrumentos con cañas, maderas y pieles y se advertían entre ellos notables talentos musicales. También les enseñaron el arte de la alfarería y confeccionaban toda clase de utensilios de gran calidad y belleza. Visité sus escuelas y la universidad, donde un escogido grupo de humanos aprendía astronomía, física, medicina y derecho. Mi esposa y sus ayudantes habían creado una verdadera civilización humana, la primera de Tiamat, con su código de leyes aplicadas por jueces humanos instruidos por los dioses. A pesar de la alegría del reencuentro yo la veía preocupada. A menudo solía vagar sola por los alrededores y demoraba mucho tiempo en regresar al poblado. Una tarde salí a buscarla y la encontré pensativa, con la vista perdida en los elevados picos nevados que nos rodeaban por doquier. - Mi amor -dije abrazándola-, has hecho una labor formidable y tienes libertad de regresar ¿Por qué te sientes triste? - Temo que he cometido el mayor error de mi vida -me respondió mirándome con sus hermosos ojosIntenté hacer de los humanos seres perfectos, pero debo confesarte mi fracaso. De alguna manera, que aún no logro comprender, ellos están propensos a ser

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víctimas de posesión por entidades que no sabía siquiera que existieran. - ¿Posesión, entidades? No te entiendo, mi amor. Me preocupé. ¿Sería posible que ella estuviera tan afectada por el exilio que su maravilloso cerebro hubiese comenzado a fallar? - Escúchame, Nergal. Muchas veces tú y yo hemos hablado de las protofuerzas. Hay en los humanos una gran influencia de ellas, por eso hemos observado fenómenos de difícil comprensión. Uno de estos fenómenos es la aparición de entidades inmateriales que no tienen existencia en el plano químico, pero sí disponen de energía suficiente para lograr la posesión. - Por favor, explícame; ¿qué cosa es la posesión? - Todo organismo biológico está hecho para ser poseído, comandado, henchido o como tú quieras decirlo. Un organismo de una sola célula, como la ameba, está poseído por esa cosa misteriosa que llamamos vida y una suerte de instinto que la hace respirar, moverse, alimentarse y reproducirse. En los organismos pluricelulares debes agregar, a todas esas funciones, una suerte de subordinación al bien común de las células individuales en beneficio de la entidad orgánica que constituyen. En los seres más complejos, como los animales superiores, hay una influencia del instinto grupal, lo que quiere decir que en última

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instancia una especie de entidad gobierna sus actos, una entidad que es inteligente y no está en el interior de cada animal de la especie sino en un plano subyacente que abarca al grupo. Los dioses estamos poseídos por una entidad físico mental que nos distingue a cada uno de nosotros y nos hace ser como somos. Yo pretendía para el humano el mismo esquema. - ¿Pero acaso no es así? Ellos parecen tener ese yo físico espiritual que tú dices. - Lo tienen, pero con un defecto no esperado por mí. Han quedado divididos en dos, porque el nephesh de los humanoides y el neshamah de los dioses se han desvinculado. - No entiendo ¿Cuál es la diferencia entre nephesh y neshamah? - Hay varios niveles de protofuerzas relacionados con los seres vivos. Entre ellos hay un nivel elemental, el nephesh o plano mental inferior, que contiene la información necesaria para las funciones vitales instintivas, como comer, proteger su vida y reproducirse. El neshamah es el plano mental superior, al que sólo pueden acceder los seres inteligentes y tomar contacto con el pensamiento abstracto. - Entonces, ¿Cómo explicas la inteligencia de los humanos, su rapidez para aprender a hablar y a

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comprender conceptos físicos y matemáticos, qué me dices de sus cualidades artísticas? - Aunque la influencia del espíritu en el plano mental de esos seres es débil, alcanza para conectar la conciencia con las regiones más accesibles del neshamah, especialmente cuando duermen. - ¿Quieres decir que el alma y el espíritu de los humanos funcionan en forma independiente? - Sí, pero el alma prevalece en el comportamiento de ellos porque, al estar cortadas la casi totalidad de las conexiones energéticas con el espíritu, aquel centro rector actúa en el nivel de energía más elemental e instintivo, en un plano al cual llega la influencia de esas entidades de que te hablé. - Es desconcertante lo que me dices, aunque supongo que has tenido mucho tiempo para estudiar esos fenómenos ¿Pero qué importancia tienen? - Ocurre que la conducta de los humanos puede tornarse imprevisible. La débil influencia del espíritu hace que la voluntad actúe comandada solamente por el alma. Eso produce defectos de conducta como el egoísmo, la irritabilidad, la codicia, la vanidad, etc., que al no ser atemperados por la entidad superior como sucede en nosotros, se retroalimentan hasta dar lugar a estallidos de pasiones de singular violencia. En

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resumen, los seres humanos son potencialmente muy peligrosos. - Pero, míralos. Son sumisos, obedientes... - Porque son muy inteligentes, astutos y nos temen. Pero tendrías que verlos cuando se autodeterminan. Además, ya te he dicho que producen perturbaciones en las protofuerzas. - ¿De qué manera adviertes eso? - Ven, voy a enseñarte algo. Me condujo de regreso a las cabañas, en una de las cuales había instalado un pequeño laboratorio con el material que pudo llevar del Abzu. Al pasar, ordenó a una niña humana llamada Lilit que nos siguiera. Una vez en el laboratorio, Ninti tomó un aparato reforzador de ondas con el que apuntó a Lilit que inmediatamente cayó al suelo en un estado extraño, retorciéndose y echando espuma entre sus dientes apretados. Aquello me sorprendió, porque el reforzador de ondas no producía efecto alguno sobre los dioses. Pero me faltaba ver lo principal. La niña fue calmándose de sus espasmos hasta quedar acostada de espaldas, muy tiesa. Estaba mortalmente pálida y su respiración parecía haber cesado. Pensé que había muerto, cuando de pronto advertí que su cuerpo ascendía silenciosamente, hasta quedar flotando a un metro de altura sin nada que la sostuviese.

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Yo miraba sin dar crédito a lo que veía, y por un largo rato no pude salir de mi estupor, me sentí mareado y un sudor frío invadió mi cuerpo. - ¿Cómo hace eso? -atiné a preguntar finalmente. - No lo sé -admitió ella deteniendo el aparato. La humana cayó al suelo con un golpe seco, despertando en el acto y poniéndose de pie. No daba ninguna señal de recordar lo sucedido. - A esto llamo yo perturbaciones en las protofuerzas -dijo mi esposa conduciéndome fuera del laboratorio-. En la mayoría de los humanos no se advierten efectos tan manifiestos, pero en otros he podido comprobar que desplazan objetos sin tocarlos. Algunos enferman a sus semejantes con sólo mirarlos, y no es posible salvarlos, así que mueren sin que realmente sepamos porqué. Y aún hay otros más que, a semejanza de un catalizador, descomponen con su sola presencia mis aparatos y debo pasar largas horas reparándolos. - No sé qué decirte. No acabo de creer lo que he visto. - Hay más todavía, Nergal. He comprobado sin lugar a dudas que algunos humanos tienen el don de predecir el futuro. - ¡Ninti! -exclamé deteniéndome aturdido- ¿Cómo pueden predecir el futuro? ¡Debes estar equivocada!

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- Eso es lo que pensamos primero, pero luego los casos comprobados nos hablaron con la firme convicción de los hechos reales. Te confieso que estos hechos me condujeron a una dolorosa revisión del universo que creía conocer. - ¡Pero el encadenamiento de causas y efectos, muchos de ellos aleatorios, hacen imposible conocer de antemano lo que va a suceder! - Hemos vivido sucesos previamente adivinados. Esto es incompatible con mis conceptos anteriores y por lo tanto he llegado a la conclusión de que aquellos conceptos son falsos. - ¿Entonces, qué explicación has hallado? - Ninguna. Sólo puedo especular que estamos en un campo de efectos múltiples, en el que las galaxias son un efecto local y limitado a un plano de manifestación, junto con el espacio-tiempo. Tal vez estamos encerrados en el balón del estudiante del que alguna vez hablamos. Quizá todos los hechos de la creación han sucedido en una fracción infinitesimal de espaciotiempo y ahora los recordamos lentamente, por ello es posible adivinar, porque en alguna parte está almacenado el recuerdo de lo que pasará. - Son todas suposiciones, Ninti. La realidad te dice que estamos prisioneros en el espaciotiempo, donde para viajar de un planeta a otro debe transcurrir una

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cantidad de tiempo dependiente de la distancia que se debe recorrer y de la velocidad de la nave, la cual depende a su vez del empuje que aplicas a una masa determinada. ¡Vivimos sometidos a estas leyes! - Ese es un aspecto parcial de la realidad, un plano en que se produce ese efecto, pero hay otros planos que no conocemos porque no estamos adaptados para percibirlos, de la misma manera que nuestros ojos no están capacitados para ver una cantidad de frecuencias del espectro que los instrumentos demuestran cabalmente que existen. ¡La intuición me dice que la realidad es mucho más maravillosa de lo que suponemos! - Tal vez tengas razón -admití mientras nos alejábamos de las cabañas-. Estoy anonadado por lo que vi y lo que me has dicho, pero por ahora me basta con tenerte otra vez conmigo. Ese es el aspecto de la realidad que más importancia tiene para mí. Me sonrió con su sonrisa más encantadora y me dio un beso mientras respirábamos el puro y fresco aire de las montañas que se veían nevadas bajo el cielo azul. Pasamos hermosos días allí y luego hicimos un viaje en el mu hasta las islas del nordeste, rodeadas por el mar occidental, que ella no conocía. Nos bañamos y disfrutamos de las cálidas aguas y del sol sobre las playas de arena, recordando juntos los

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antiguos días de Tiamat cuando nos sentíamos felices y nada nos apresuraba. Pero Ninti no era la misma, porque había sido terriblemente sacudida por los acontecimientos y experimentaba sobre sí el peso de una culpa inmensa. Tiempo después regresamos a las montañas y preparamos el regreso al Arali. - Ahora los humanos quedarán librados a sí mismos -me dijo-. No confío en que sean felices. Cuando no sientan sobre ellos nuestro control, ¿por cuánto tiempo respetarán las leyes que les impusimos? Una vez de regreso, encontró que su laboratorio había sido desmantelado por Ninhursag. Eso la deprimió. Se paseaba solitaria por los jardines durante todo el día y yo no podía rescatarla de su tristeza. Nunca antes la había visto en ese estado. Los instrumentos que trajo desde el mundo occidental se los dio a los biólogos que la acompañaron y los despidió, diciéndoles que regresaran a Eridu. - ¿Con qué vas a trabajar tú? -fui a preguntarle después que Ereshkigal me informó de esto. - ¿No crees que ya hice suficiente daño? -dijo antes de alejarse entre los jardines. Desde lejos la podía ver sentada sobre la hierba junto al arroyo, la espalda apoyada contra el tronco de un árbol. Pasaba largas horas en esa posición, con la

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mirada perdida en las montañas. Sin hacer nada; ella, a quien siempre vi trabajando, indagando con pasión en los secretos de la naturaleza. Una tarde me aproximé sin que lo advirtiera y sentí congelárseme el corazón cuando vi que lloraba. - Mi amor, ¿qué te sucede? -le pregunté mientras Ninti se tomaba de mí con desesperación. - Debo regresar a Nibiru -respondió esquivando la mirada. - ¡¿Por qué?! Ahora que hemos vuelto a vivir juntos... - Regreso porque he fallado. No te fallé a ti ni a los que quisieron esclavos, pues se los di. Me he fallado a mí misma, pues lo único que hice fue crear un criminal ¿No sabes acaso que los humanos están aniquilando a los moradores primitivos de este planeta? Pronto los humanoides serán borrados de la faz de Tiamat y me culpo por ello; destruí la obra de los hacedores y siento que he cometido un pecado. - Sólo mía ha sido la culpa. Yo te presioné para que lo hicieras. - Debo ser honesta contigo -me dijo cuando ya las sombras de la noche caían sobre nosotros-. No te recrimines; sólo hiciste lo que creías mejor para todos y tenías razón. Conseguiste evitar una guerra entre los dioses. No, mi amor, puedo asegurarte que no tienes

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nada que reprocharte. Sí tengo mucho que reprocharme a mí misma. - Porque sientes que fracasaste al crear los humanos. Eres la única que piensa así... - No sólo por eso; también por lo mal que me porté contigo. Quizá me empeciné en castigarte, porque la herida que me infligiste y el miedo a que me abandonaras por Inanna fueron mucho más profundos de lo que quise admitirme. Eso no justifica lo que te hice. - Tú no me hiciste nada, mi amor; yo te lo hice a ti. - Nunca tuve derecho a reprocharte tu relación con Inanna si yo hago lo mismo cuando no estás. ¿Acaso no nos educamos así? Trata de entenderme, Nergal; me refiero a la creación del lulu. - ¿Qué quieres decirme? - Tú creíste que luchabas para convencerme, pero en mi interior quería que aventaras mis escrúpulos para poder así evadir mi responsabilidad. Me reprocho hacerte creer que me convencías cuando toda mi vida he soñado hacer lo que hice, crear una criatura nueva en un planeta nuevo. Esa ha sido siempre mi ambición, mi vanidad, mi sueño. ¿Por qué crees que estudié biología? Ansiaba tener la oportunidad de hacerlo pese a las objeciones de mi conciencia -dijo mirándome con sus ojos brillantes por los rayos de la luna que se

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reflejaban en sus lágrimas-. Yo deseaba acallar mi conciencia, Nergal. Te utilicé a ti para hacerlo y no sentir después remordimiento alguno. Te utilicé para culparte a ti, y eso me hace sentir todavía más culpable, mi amor. Ella, cuyos ojos al mirarme durante su confesión se habían anegado aún más, se echó a llorar en mis brazos, estremecida por los sollozos y no supe qué decirle, tan intrincadas son las profundidades del alma. Más tarde, ya calmada, traté de disuadirla de regresar a Nibiru. - Mira -dije-, olvidemos lo que pasó. Este lugar es muy bello. Podríamos pedir que nos envíen los embriones de nuestros hijos para que vivan felices aquí. - No. ¡Mis hijos jamás vivirán en Tiamat! Este planeta está maldito, lo sé. Los humanos del mundo occidental hablaron mucho del porvenir, ¡algún día los dioses huirán espantados! - ¡No debes creer eso! ¡Sus visiones pueden estar equivocadas! - Tal vez, pero no creo que sea así. - ¿No sería mejor que en vez de irte permanezcas aquí para mejorar las cualidades de los humanos? - En Tiamat no dispongo de la tecnología necesaria y la poca que hay me la quitan.

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- Hablaré con Enki para que la Universidad te envíe lo necesario. - No se trata sólo de medios. Es necesario un equipo de dioses muy capacitados y aquí no existe. Yo tendré mucho que aprender una vez que llegue a Nibiru y me encuentre con nuevos conocimientos y equipos. - Estaba anonadado. El razonamiento de ella era impecable. - Lo que podía hacer aquí por ellos ya lo hice, Nergal. He impreso un programa en la estructura helicoidal humana. Los días del hombre no son muchos; al sucederse rápidamente el paso de las generaciones puede que las combinaciones casuales y el impulso evolutivo los hagan mejorar. - Observé que muy pronto envejecen y mueren. ¿No consideras eso una crueldad? - Es compasión. Presentí que les esperan muchos y prolongados sufrimientos. - ¡Pero así la vida del humano será una chispa breve, como la que salta de una brasa crujiente en la hoguera! - ¡Sí, pero en ese efímero instante, cuántos sufrimientos deberán soportar, y amarguras, y dolor! - También serán breves sus momentos de felicidad...

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- Todo será a la medida del hombre, pero desigualmente repartido, lo sé, lo presiento. Los dioses hemos cambiado para siempre el destino de este planeta, Nergal. - No te entiendo, dices que con el tiempo, por el rápido transcurrir de las generaciones, el humano puede mejorar. Entonces, ¿para qué quieres irte? - Esos cambios serán lentos e imprevisibles los resultados finales. Yo no quiero esperar. Me llevaré a Nibiru un ejemplar humano y muestras de embriones congelados. Quizá los nuevos avances tecnológicos me permitan hallar la causa de mi error. Tal vez en una ecuación matemática equivoqué un signo, tal vez utilicé una molécula de calcio donde debí utilizar sodio, o potasio, o fósforo. Probablemente haya subestimado la complejidad del problema; ¡qué sé yo! Iré para intentar corregir mi error. ¡Si lo consigo, volveré a Tiamat portando el germen de vida del hombre superior, de lo contrario, no regresaré jamás! Pese a que conocía la firmeza de sus determinaciones, no perdía la esperanza de disuadirla de su viaje. No podía soportar la idea de tenerla tanto tiempo tan lejos de mí. Volé a Eridu para solicitar la ayuda de Enki ¡Tan bien que vivíamos ahora! A medida que el humano nos liberaba de la carga del

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trabajo, nuestros días volvían a una paz parecida a la de los primeros tiempos. Quería tener hijos con mi esposa para que heredaran los bienes del nuevo planeta. Me escuchó sin interrumpirme. También él estaba complacido con la nueva situación en Tiamat. - Ninti busca la perfección; tu esposa es así, pero creo que exagera sus temores. Anu está admirado de su obra. No hay razón alguna para que se vaya, a menos que desee hacer una visita temporaria. - ¡Ir a Nibiru no es un viaje corto! -protesté-. Tú sabes que no puedo incumplir mi contrato con la industria geológica para irme con ella ¿Y qué será de mí si tengo que esperar su regreso? Él sonrió misteriosamente pero no hizo comentarios. - Te acompañaré al Arali para ayudarte a convencerla -dijo al cabo de unos minutos-. Sabes que eso no será fácil. - No entiendo tu preocupación por los humanos, Ninti -dijo Enki cuando estuvimos otra vez con ella-. Trabajan bien, su inteligencia es adecuada a nuestras necesidades, los hemos organizado y obedecen nuestras leyes.

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- Ahora los humanos son pocos y están bajo nuestro directo control. Yo quisiera que ellos fuesen capaces de gobernarse a sí mismos en paz, justicia y felicidad aunque los dioses nos hayamos ido de Tiamat. - ¡Dejar este planeta! -exclamó mi amigo- ¡Hemos venido a quedarnos para siempre! ¡Nunca nos iremos! Al escucharlo, ella dio un respingo y se plantó frente a él. - Yo en tu lugar no estaría tan seguro. Los humanos auguran otra cosa. - ¿Qué dicen ellos? -Preguntó él antes de vaciar su copa. Mi esposa se encogió de hombros y volvió a sentarse. - Escucha -dijo después de reunir sus recuerdos-, cierto día, en el mundo occidental, atendía a una niña humana lastimada en la cabeza por una caída. Cayó en un extraño trance, entre consciente y dormida, y en ese estado veía naves repletas de dioses huyendo hacia los cielos que amenazaban derrumbarse. Respondía a mis preguntas y me describió fielmente los aparatos. Cuando reaccionó, había olvidado todo. Esa niña nació en el mundo occidental y jamás vio un cohete ni escuchó hablar de ellos, ¿cómo pudo describirlos?

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- Puede haber muchas explicaciones racionales para ello -respondió Enki. - Pero no conozco una explicación que nos diga cómo puede una criatura humana levantarse del suelo y flotar en el aire. No. Por alguna razón los humanos interactúan con las protofuerzas de una manera que no podemos comprender. Ahora fue Enki el que se encogió de hombros. Vi que dejaba la copa para irse. - ¿Qué puedes hacer en Nibiru para arreglar lo ya hecho aquí? -inquirí al ver que mi amigo se disponía a abandonar la discusión- ¿No es preferible que trabajes directamente con las poblaciones humanas? - No, Nergal. Si hubiese habido un psicólogo molecular entre nosotros hubiese objetado la precariedad de medios tecnológicos con que contábamos en el momento de crear los lulus. En Nibiru puedo conseguir la ayuda de ellos. Intentaremos descubrir lo que falló cuando uní las estructuras helicoidales de los dioses y los humanoides. Será complejo conocer los motivos por los que el neshamah se separó del nephesh en los procesos de reproducción, después que yo los había unido en los embriones originales. Es esa primitiva unión la que hay que religar.

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Esa noche no conseguí dormir. Dejé a mi esposa en la cama para pasear por los jardines meditando. ¿Qué sería de mí si la perdía? Ella decía que mientras el éxito no coronara sus esfuerzos, no regresaría a Tiamat. Pasaría todavía mucho tiempo para que yo pudiese volver a Nibiru. Si lo hacía ahora, el puntaje y prestigio que había conseguido ganar se reducirían hasta un nivel equivalente a la época en que vivía en Dritón. Tal vez por amor a ella lo hiciera de todos modos. Era una decisión muy difícil porque significaba descartarlo todo para convertirme en un paria por el tiempo que me quedaba de vida. Ninti jamás me permitiría ese sacrificio, a menos que lo considerara una presión para obligarla a recapacitar. Nuestro amor no resistiría esa situación, aunque la alternativa no fuese muy distinta. Al fin, pensaba, todo se reducía a escoger entre separarnos en buenos términos, aceptando que se fuera libremente, o vivir en Tiamat enemistados. Esto le había hecho yo a Nesherih; entonces ella me dijo: «es mejor que te vayas a que te quedes en Dritón odiándome para siempre.» De pronto, sentí su presencia junto a mí. Ninti me abrazó, su boca buscó la mía y nos besamos suave y largamente. En ese momento comprendí que podría vivir sin ella, pero no sin su amor.

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- No creas que regreso a Nibiru por pura obstinación; te amo y me produce un enorme pesar dejarte aquí. Te he hablado de las profundas perturbaciones producidas en la estructuración psicológica humana. Ellos están mentalmente expuestos al contagio de las ideas. En el mundo occidental te hablé de las entidades. Puedo asegurarte que existen; se introducen en sus planos mentales e influyen sobre la voluntad. - Te confesaré algo de lo que jamás hablé para no preocuparte ¿Recuerdas a Moloc? Fue a verme poco antes de venirnos a Tiamat. Sentí sus brazos estrecharme con más fuerza, pero no rompió el silencio. - Quería conocer en detalle lo que nos pasó a Ninkashi y a mí en la Atlántida. Reveló que los arqueólogos desenterraron en Nibiru una leyenda antiquísima, que se refería a un planeta azul custodiado por una criatura maligna a la que llamaban gorgón. Te aseguro que no me reí de él. - Tampoco a mí me produce risa, porque observé una influencia nefasta en muchos humanos. No todos ellos aceptaron vivir con nosotros en el mundo occidental; muchos se alejaron para formar comunidades propias. Después de unas pocas generaciones descubrimos en ellos una codicia

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inextinguible, una crueldad inenarrable y absoluta falta de escrúpulos. Al regresar al Abzu, supe de las maneras atroces que se valen para exterminar a los humanoides. En ocasiones encerraron vivas en hornos a tribus enteras y les prendieron fuego. Si de verdad una criatura de otro plano provoca esto, no habrá solución, a menos que nazca un nuevo humano refractario a su influencia. - Tan refractarios como nosotros, los dioses. - Creo que los dioses no nos comportamos aquí tan bien como piensas. Será motivo de reflexión para mí cuando me halle en Nibiru y pueda meditar con libertad. En cuanto a los humanos, puedes imaginarlos, indisciplinados y reunidos en grandes masas de población. - ¡Puede ser pavoroso! - Si eso llega a suceder, verdaderos baños de sangre inundarán Tiamat, ¿comprendes por qué siento culpa? Quiero ir a Nibiru para crear embriones perfectos, que implantados luego en mujeres humanas comunes, mejoren la raza. Tal vez así, algún día, puedan vivir en paz y ser felices. - Ninti -le dije besándola otra vez-, yo sólo comprendo que te amo y sufriré cada día que pase sin ti. Cuidaré de tus criaturas mientras faltes porque ellas son la obra de tus manos y me harán sentirte cerca.

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En los días previos a su partida no me separé de ella ni un momento, como si hubiese querido hacer provisión de su esencia para soportar luego la soledad. Dejamos el Abzu para volar a Sippar. Desde lejos vimos las plataformas de salida para los cohetes. Nuevos edificios servían para el armado de las máquinas, y los depósitos de combustible eran grandes balones metálicos brillando al sol. Nos recibió Shamash en persona. - Dispararemos el cohete a Olimpia al amanecer. Ten presente que tu viaje será prolongado, pues Nibiru está lejos y tardarán en darle alcance. La tuya será la última nave antes del próximo período de vuelos. - ¿Has acondicionado la cápsula para el humano? -preguntó mi esposa. - Ya duerme en ella, ven a verlo. Nos condujo por el interior del edificio hasta la sala donde se concentraba el cargamento previo al estibado en el cohete. En un rincón estaba una brillante cápsula plateada que dejaba escuchar un zumbido regular. Por una mirilla de cristal podía verse el interior. Cubierto el rostro por una máscara transparente yacía un humano joven sumido en sueño profundo. Era el ser que Ninti se llevaba consigo a Nibiru para estudiarlo en compañía de los psicólogos moleculares.

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- Su nombre es Enoch -me dijo ella-. Fue seleccionado por la fortaleza física. Espero que su organismo soporte el viaje; le suministramos una dosis del agua de la vida para que las células resistan la hibernación y para que viva más tiempo. - Él jamás regresará a Tiamat -afirmé. - No. Después que le despertemos alcanzará a vivir unas pocas decenas de años, pero en ese tiempo aprenderemos mucho de la estructuración mental humana gracias a él. Esa noche, la última que pasaríamos juntos, se acercó a mí portando una caja de cristal que contenía estelas de oro y silicio. - Estas son copias de mis experiencias en Tiamat, Nergal -dijo poniendo la caja en mis manos-. Tú ya conoces la clave alfanumérica para activarlas; por favor, consérvalas. Más tarde nos amamos lentamente para imprimir profundamente en la memoria cada detalle de nuestros cuerpos y poder recordarlos durante la ausencia. Las horas transcurrieron implacables y llegó el alba de nuestra despedida. Cuando finalmente llegó el momento, la ayudé a vestir el traje espacial y juntos chequeamos los instrumentos. Nos besamos con tristeza antes de asegurar el cierre de su casco y

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contemplé por última vez esos ojos azules tan llenos de vida. Un sol enorme comenzó a aparecer sobre el horizonte de Sippar cuando se alejó en el vehículo que la llevaba hasta el cohete que despedía nubes blancas en la distancia. Su diminuta figura, desapareciendo en el ascensor que la elevaría hasta la parte superior, fue la postrera visión que tuve de ella. Al ver el poderoso aparato ascender al cielo entre rugientes llamaradas, sentí que una parte de mí se iba en él, dejándome helado y solo sobre Tiamat.

FIN DE LA PRIMERA PARTE

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