Sandra comenzó abogacía, pudo dedicarse de lleno a su carrera y se recibió apenas un poco después de lo previsto. Comenzó a trabajar en relación de dependencia, forjó amistades en el ambiente y fue sólo cuestión de tiempo para que su apellido aparezca en el nombre de su propio estudio. Mariela no tuvo tanta suerte. Su carrera de psicóloga se truncó en el tercer año, cuando su trabajo diario de 9 horas más las clases nocturnas fueron demasiado. Silvia ni siquiera tuvo chance de elegir: su puesto en la histórica empresa familiar de venta de electrodomésticos estaba cantado. Las inseparables Gabriela y Adriana como era previsible tuvieron destinos casi idénticos: felices amas de casa con varios niños en sus álbumes de Facebook. Sus días son largos y agotadores, pero llenos de pequeños buenos momentos.
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Laura optó por el espectáculo: bailarina, vedette, eterno proyecto de cantante, se dio el gusto de visitar alguna vez a Miami. A diferencia de Gabi y Adri ella todavía está soltera. Y el nombre por el cual suspira en las noches de gira cuando extraña cambia casi exactamente cada tres meses.
Esta es una pequeña muestra de un grupo de compañeras egresadas de algún viejo quinto año. Quizás es el mo-