Eduardo H. Paganini
Donde cabe la esperanza Eduardo Hugo Paganini
Editorial La Torree Encantada
Donde cabe la esperanza
ISBN 978-987-33-5545-5
Eduardo Hugo Paganini
Donde cabe la esperanza Novela
Editorial La Torre Encantada Š2015 República Argentina Contacto: edwpaga@gmail.com
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Eduardo H. Paganini
Donde cabe la esperanza
A mi paĂs y a su gente, pero con el que yo sueĂąo y con el que yo espero.
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Eduardo H. Paganini
Donde cabe la esperanza
I
Eduardo H. Paganini
Entre ramajes y arbustos, al fondo, era perceptible el descolorido y descascarado caserón de los Montoya. Casona excepcional, única en el pago. Amplia y monumental como un coloso sobreviviente del siglo XIX, último vestigio
C
ielo y tierra; arriba y abajo, claro.
de aquel esplendor. Balaustradas de mármol, cenizoso y agrietado, pareciendo
Y abajo, en la tierra, la línea horizontal, la lonja apaisada. Y en ella,
una sonrisa tonta. Galerías luminosas tras los ladrillos de vidrio hueco, pero vacías.
atravesando todo, un breve vertical: un ciclista. Ahora, demorado; casi inmóvil. A su
Un mirador enarbolado, que es todavía la máxima culminación de altura
costado patas pa’arriba, la máquina. En observación.
habitable en El Aguanillo. Puertas y ventanas, cerradas a macha martillo.
Al apretar con los dedos la cubierta delantera, comprobó que quedaba
Unos cuantos metros antes del umbral, nuestro ciclista se desvió por una
poco aire. La llanta metálica, que alguna vez —hace ya mucho tiempo— fuera
huellita, que lo condujo gentilmente cuesta abajo hasta el humilde puesto de los
cromada y refulgente, recogía con resignación cotidiana el polvillo hueco de los
caseros. En el patio de tierra barrida, desde bajo una mesa, se asomó un perro
caminos puebleros. Con esa misma mano, extendida verificó la rigidez de los
que al ver a Atilio apenas penduló el rabo y volvió a acostarse bajo la tabla.
rayos de la bicicleta, balanceada al borde de la ruta. Flojedades y torceduras en
Como no apareció nadie para recibirlo, Atilio pegó dos enérgicos timbrazos de su
los alambres le sacaron una expresión al aire, una protesta con amargura:
bici y pegó el grito: — ¡Carteroo!
— ¡La pucha...! Volcó su vehículo, se irguió, compuso su gorro-divisa y, pedaleando
Salió don Sexto, corriendo una pesada cortina overa, de dentro del rancho.
rítmicamente, continuó el reparto. En movimiento, Atilio levantó la saca de la
El perro, al ver a su amo, hizo un supremo esfuerzo, alzó su cuerpo nuevamente y
cesta de manubrio, casi vacía, y la terció con una media bolea a la espalda,
caminó hasta los pies de Atilio, a los que olfateó con pericia, Para luego regresar,
para aliviar, en algo, el peso a esa rueda, preocupante y medio desinflada.
cola bamboleante en alto hasta donde don Sexto. Allí rodeó dos, tres veces los pies descalzos de su amo y, suponiendo cumplida su tarea profesional, regresó
Octubre ejercía su oficio caldeado y fermentante sobre su espalda
finalmente hasta su sitio.
traspirada. El olor agrio del cuero manoseado que provenía de la bolsa de correspondencias se entremezclaba con el aroma dulzón de las pujantes frutas
— ¡Pah! Que le salió bravo el animal...! —chuceó simpáticamente el muchacho.
primaverales. A su izquierda, un sendero. Giró por allí y enfiló bajo una doble hilera de
— ¿Qué tal, Atilio? Sentáte nomah’— invitó el hombre que rodó un taburete
casuarinas centoañosas. El sendero es más sombra que camino. El aire allí
hasta la mesa— Viera qué guardián es el Luque… ¡cuando no anda de licencia
refrescaba al pedaleo.
como hoy! —rió el visitado.
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Donde cabe la esperanza
La bicicleta quedó apoyada en un tarco florido, cuyo espectáculo cromático y ofrendante retuvo unos segundos la atención de Atilio, admirado por los rosáceos reflejos del árbol.
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cada persiana descolorida es un párpado inerte que contrasta por oposición vital con la luz, la música y la vida que hierven en el entorno. Atilio recuerda:
— ¡Estebana! Tráite un mate pa’l Atilio, ¿queréh’? — voceó hacia el rancho
“Qué sombra habrás cobijado
don Sexto, acomodándose su camiseta sin mangas y corrigiendo con cierta coquetería el nudo de su pañuelo de cuello.— Parece que viene agua… ya están rondando loh’ alguacileh’... —comentó levantando su cara hacia el cielo. — Ahá…
con tu sombra protectora; cuánta niñez liberada en tus salones infinitos.
— ¿Qué tal Atilio? Tomate un dulce —ofrece la gruesa mujer que recién ha
Dónde están ahora
aparecido de entre las cortinas perseguida por un difuso séquito de ojitos puramente negros y canillitas frágiles, chiquillos que se aferran, se aherrojan, a su
esos fantasmas ancestrales
pollera maternal, mientras miran con timidez y temor al intruso.
que no tienen de tu figura derruida
— Gracias, doña —paladeó satisfecho Atilio, después de tres cebadas
ni un simple rincón para ahuecarse.
continuas. Fuiste gloria, lujo y esplendor La mujer y sus delgaditos satélites desaparecieron, se eclipsaron, en el interior de la casucha. El hombre y el muchacho quedaron en silencio, en satisfecho silencio, al borde de la mesa, mirando en torno al follaje apretado y
de una patria que se revolvía y ahora el tiempo y el aire te desmenuzaron
rumoroso. con su paciencia corrosiva hasta Las casuarinas entrelazan sus dedos negriverdes en lo alto. El sol lentamente amarillea en las rugosidades de los troncos, columnas leñosas que bordean el
la indigna dimensión del escombro.”
camino de tierra. De las ramas altas escapan sonidos y vuelos que se anudan con
La sombra, bajo la cual protegen su acompañamiento hombre y muchacho,
otros cantos y otros desplazamientos de la mañana. Un hornero carraspea
se cristaliza eternamente segura. No hay elemento cósmico ni fuerza mística que
chillonamente junto a su dama, demarcando un territorio propio y expresando su
pueda fisurar esa armonía matinal. Como si fuese la primera vez, la vez
mal genio; al rato, su estampa fugaz color ladrillo se explaya en mancha difusa
primigenia, la situación original, la vida se organiza triunfante por sobre el caos
en el aire. Al tope del sendero ancho se yergue el silencioso caserón corroído,
nocturno. Milagro natural, extraordinario y cotidiano a la vez, que tiene en Atilio y
ballena encallada de cal y canto que duerme su sueño de épocas más gráciles;
en don Sexto a dos sacerdotes oficiantes y contemplativos.
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Así, frente a frente, en completo silencio, cómodos, permanecieron un rato, inmensurable para el tiempo cronológico. Despreocupados de conversaciones …para qué estar agregando palabras a lo que ya está diciendo todo. Al rato, fue don Sexto el primero en cortar el clima mágico: — ¡Me imagino que no habráh’ tráido carta! — No. Hace mucho ya que no escriben los hijos de Montoya. Pero... el recorrido lo hago igual... Usted sabe: alguien que quiera mandar una carta y no
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— Te falta aire en esa rueda, chango —advirtió paternalmente don Sexto, agachándose hasta allí donde el tacto comprobaba su intuición. — Si, ya he visto. Cuando llegue a lo de Puchito la inflo bien. — Lástima que acá en el galpón ya ni quedan la ratas pa’ darte una mano... Desde dentro del rancho la mujer gritó: — ¡La corbata, Sesto!
pueda bajar al pueblo, otro que tenga que comprar estampillas... En fin, esas cosas... El recorrido igual hay que hacerlo! ¡Ah! A propósito, dice Tacho si no
— ¡Aahh! ¡Cha que me olvidaba...! Fijáte cuando paséh’ por la salita si está
tiene algunos gorros viejos... No sé cuál será la locura, pero me pidió que le
el doctor Trizato y pedíle al hombre la corbata ‘e seda que le empriesté el mes
pregunte eso. ¿Será para los caballos…? me parece. Como se viene el verano…
pasao pa’l casamiento ‘e la hija ‘el Turco Hakim.. Porque la tengo que devolver a
vio?
la casa, no vaya que aparezca Montoya... ¡De paso hacéle llegar un respeto, buen hombre el Trizato! — Gorros viejos… gorros viejos... A ver, dejáme ver... — ¡‘Ta güeno! —remedó aparatosamente Atilio, más con afecto que sin ¡Estebana! ¡Fijáte en mi bolso azul si no hay algún gorro que ya no use —y
luego bajando la voz y dirigiéndose a Atilio—. Ahura vamoh’ a ver, me parece que algo hay... un par de ésoh’ de lana... ¿serán calurosos pa’l verano? Bueh’,
respeto—. Yo se la traigo esa corbata entonces... Mañana, o tal vez el lunes... y partió Atilio luego de asegurar los gorros de lana deshilachada en su saca, que volvió a colgar del hombro.
que él vea. Si le sirve, bien. A ver... Don Sexto, desde su silla, lo vio alejarse, acompañándolo con la vista hasta Tomó el bollo de lana que le ofrecía su mujer desde la puerta. Revisó el contenido, desarmando el lío, aprobó y desaprobó según los casos y volvió a arrollarlo, entregándoselo al muchacho a quien dijo:
que la bicicleta fue un manchón indescifrable del paisaje. — ¡Estebana! —gritó el hombre hacia el interior del rancho—. ¡Veníte a tomar unos amargos, que ya eh’ la oración!
— ¡Che! ¿Y qué uso le va a dar Tacho a estoh’ gorroh’? ¿Ah? — ¡Vaya uno a saber...! Según parece es para cubrir los caballos del solazo... Digo yo... Muy bien, no sé —respondió el cartero, quien recapacitando sobre el trabajo restante, ya ponía su pie sobre el pedal.
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El arroyito que cortaba allí era uno de esos típicos riachuelos de llanura
II
que viene dragando el humus desde hace millones de años y viaja sumergido un par de metros desde el nivel de piso, quebrando en dos la leve panza de la pradera. No le faltaban a éste ni las clásicas barrancas ni La huellita. El sendero. Casuarina junto a casuarina, hasta llegar al camino de tierra de donde proviniera. Desandar, para seguir andando. Sincrónicamente con el último pedaleo antes del cruce, desde una estancia en la altura, el canto prepotente de un pitogüé lo sobresaltó.
los codiciados bagres. Arribado al puente, Atilio descendió de su rodado para cruzarlo. Por más hábil y experimentado ciclista que fuera, le resultaba imposible transitar esas tablas montado en su máquina. Mientras se deslizaba en el extremo de
Atilio.
su precaución, adivinó ahí abajo, a su derecha, en la orilla hundida del
Nuevamente su exclusivo acompañamiento era el paisaje. Casi el silencio, y
arroyuelo, un rápido desplazamiento entre los arbustos nutridos y los álamos
el paisaje. Podía presumir la proximidad física de la familia recién visitada,
jóvenes que crecían chúcaros. Desde el filo del puente lanzó un estridente
pero la vista sólo ofrecía campiña despoblada. Tierra, pasto, árbol, pájaro, y
silbido, casi un chirrido de pirincho, que conllevaba toda la carga de una
por sobre todo eso, cielo y solazo.
señal en clave. Repitió el sonido y esperó sonriente, pues estaba seguro de
—
¡Ahijuna!
Lindo
chiflido...
—se
rió
de
su
propio
susto
El camino desembocaba ahora en el “puentecito de la leche”. Breve y
su presunción.
débil construcción, “provisoria pa’ siempre”, que se había colocado unos
A los pocos segundos, de entre las hojas reverberadas y tremulantes de
cuantos años atrás, cuando don Virginio, el actual jefe de estación, había
los álamos, emergió un rostro barbudo y sucio, casi un mascarón de proa
sido intendente de El Aguanillo y “donado” dos durmientes ferroviarios en
deteriorado, que preguntó:
desuso para atravesar el tajo líquido. La desigual ensambladura entre los maderos, sumada a la superficie generalmente barrosa y resbaladiza más los
— ¡¿Eh?! ¡¿,Eh?! ¿Sos vos Atilio? ¿Sos vos? ¿Estás solo? ¿Estás solo? ¿No viene el Carpincho con vos? ¿Estás solo?
cabeceos oscilantes por su falso apoyo, hacían que su cruce fuera evitado por algunas personas de edad, pero —sobre todo— quienes eludían sistemáticamente su atravesamiento eran los curaditos, los chumaditos, es decir los excedidos en alcohol, y lo evitaban a pesar de la gran ventaja que ofrecía el paso: por allí el camino era mucho más corto hacia las casas. Este acontecimiento provocó que el lugar fuera bautizado como “el puentecito
Atilio siempre sonriente, desanduvo los pasos recién dados hasta acercarse a la orilla del riacho, al tiempo que cordialmente saludaba: — ¿Qué contás Pinela? Te pensaste que te me ibas a esconder ¿eh? — y rió el muchacho, para luego agregar—. ¡Qué iluso sos! Soy el ojo más veloz de El Aguanillo y planetas circundantes...
de la leche”, en un gesto de ingeniosidad topográfica atribuible a Tacho, y el nombre se justificaba en que “los borrachos no lo toman nunca”.
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— ¿Viniste solo, viniste? ¿No viene el Carpincho con vos, eh?
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Sin necesidad de contestarle, Atilio acostó su bicicleta en el talud
—Por lo menos salvé las cartas... —susurró con resignación Atilio, que no
costero, se descalzó y remojó tranquilamente sus pies, sentándose en la
tuvo fuerzas para advertirle a su amigo sobre el poco aire de la rueda
orilla. El agua, amarronada y lenta, lo dejaba hacer; sin lluvias próximas era
delantera.
un dócil animalito casi doméstico. El
otro,
Pinela,
un
linyera
Pinela, sorprendentemente, a pesar de su incómodo y trabante gabán, consuetudinario,
poco
a
poco
iba
pedaleaba con descomunal habilidad para un misántropo, zigzagueando
calmándose en su excitación inicial y se acercó al joven. Un largo gabán
eléctricamente a la vera del agua. Atilio, si bien sabía de la pericia de
renegrido y desarmado lo encapotaba desde los hombros basta los tobillos,
Pinela, no dejaba de alarmarse ciertamente, pues las maniobras del atípico
el cuello flacucho y arrugado emergía de las solapas para sostener una
conductor eran riesgosas e imprevisibles.
cabeza asandiada, el rostro curtido y con cabellera conflictiva y grasosa. Vestía un enorme pantalón verde que se ceñía a la cintura mediante un hilo
— ¡Che! ¡Ojo que tengo que seguir laburando…! —protestó el muchacho intentando inútilmente llamar a la cordura al otro.
sisal como cinto y que colgaba como bandera sin viento. Pinela ya había remontado el desnivel del suelo y corría ahora de pleno — Está linda el agua ¿eh? Yo pesqué dos bagres hoy temprano. ¡Qué tal! ¿Eh? No está mal. Hoy Pinela, o sea yo, come bagre al barro, ¿eh? ... bagre al barro, jua!... —luego, cambiando repentinamente de tono y al tiempo que gesticulaba aspaventosamente prosiguió—. ¿No me trajiste carta hoy?... Mirá, la que me trajiste ayer, la del presidente te digo, no la
hacia el puente de quebracho, a toda máquina. Una vez llegado allí, pegó un golpe de manubrio y la máquina toda viró a 90º, atravesando prolija y milagrosamente por una de las vigas de acero vegetal hasta la otra orilla. La brusquedad
de
la
maniobra
fue
impactante,
pero
la
destreza
fina
desarrollada lo fue más.
pienso contestar: no, no, no. ¿Eh?, así que a no insistirme... Me pide consejos a mí para curar a los enfermos de una buena vez por todas para que no
Atilio, al borde de la angustia inundante, desde su puesto ínfimo lo vio
haya más hospitales... ¡a mí!, ¡¡justamente a mí!! ¿Y para qué es él el
perderse por detrás de la barranca opuesta. Al instante volvió a aparecer,
presidente? ¿eh? ¿Para qué? —y de pronto, concluyendo su exaltada
deteniéndose al borde del puente. Desde allí, con vozarrón de animador de
alocución, se sentó junto a Atilio, agregando—. Buen, mejor me calmo
kermesse anunció:
porque si no me da la fatiga y me vuelvo loco. Mejor me calmo... Che, prestáme la bici que voy a dar una vueltita ¿eh? ¡Dale che, prestámela!
— ¡Y ahora, se-ño-ras y se-ño-res, da-mas y ca-ba-lle-ros, niños también! La gran atracción del circo-teatro de los Her-ma-nos Sa-rras-tís: el gran-dio-
Fue tan espontánea y veloz la solicitud que Atilio no pudo responder, ya
so, el Co-lo-sal, el ú-ni-co... Walter Broters ¡el temerario!, en su increíble, in-
el otro, rápido como viborazo, había montado en el vehículo, desde donde
far-tan-te, ¡nun-ca vis-to!: cruce del alambre ¡sin red!—. Y alzó los brazos en
le arrojó para ser atajada la saca de correspondencia.
un saludo de apoteosis, desatendió por un segundo a la multitud para enviar un
personalizado saludo hacia
Atilio, quien
mientras
tanto
buscaba
ascender al nivel del camino. Pinela dio el impulso inicial y necesario para
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que la bicicleta vuelva a atravesar por uno de los quebrachos el pequeño
de trabajo; por las dudas se acercó hasta el camino y aguardó lo que
abismo, abismito de entrecasa.
vendría.
— ¡Cuidaadooo...! —balbuceó Atilio, a pesar de que era inútil todo
Pinela inspiró tres veces con magistral aparatosidad, secó sus manos e impulsó la bicicleta hacia el cruce terrible. Pero esta oportunidad, en vez de
intento de reparo o detención. Nuevamente el acróbata estaba frente al alambre, el público se
concluirlo normalmente como en las otras veces, se puso de pie sobre los pedales en la mitad del trayecto, con una rapidez eléctrica saltó de cabeza
hundía en su silencio expectante, cuando el locutor anunció:
hacia el agua, impulsando con las piernas el vehículo hasta la orilla donde
— ¡¡Y ahora, la prue-ba fi-nal!! ¡El grandioso, el increíble Walter Broters
fue recibido por un casi obnubilado Atilio, que no sabía bien a quién
hará su cruce a ciegas! ¡Cruce del alambre, sin red y ¡¡a ciegas!! —y reventó
atender primero: si a la máquina bamboleante sin hombre o si al hombre
la fanfarria sonando su música criolla de tensión y tragedia.
sumergiéndose sin máquina.
Pinela, con sus manoplas, desenrolló una especie de bonete rojo y cubrió
completamente
su
teste,
tapándose
el
rostro.
Gesticuló
expresivamente mostrando que nada le era posible percibir por sus ojos, y
Rápido se calmó Atilio al comprobar que de entre las removidas aguas emergía un Pinela o un gran Walter empapado, barroso y radiante de heroísmo.
una vez más salió hacia adelante, en otro cruce perfecto. — Ahora parezco un bagre, parezco ¿eh? Desde la otra orilla, una vez llegado, quitóse el gorro, agradeció con modulados gestos los aplausos de un público entusiasta, y anunció:
— Me parece que vos estás medio loco, Pinela —rió Atilio sanamente, mientras extendía su brazo para que el otro saliera del resbaladizo cauce. El
— ¡Más finalmente todavía, el gran Walter Broters, en homenaje a la
último tirón posibilitó que Pinela fuera extraído de la orilla líquida, pero hizo
visita especial que nos hace el jefe de correos del país, don Atilio Moreno,
caer de espaldas al joven. Las carcajadas de ambos caídos, uno de traste
efectuará su cru-ce mor-tal con pe-li-gro de muer-te!! ¡¡¡El cruce de alambre
en los yuyos y él otro de panza en el barro, fueron el saldo de la función
con saltoo alll vaacíooo!!! El gran Walter Broters saltará al vacío permitiendo
circense.
que su rodado llegue sin conductor hasta el otro extremo del alambre y así, máquina y hombre salvarán sus vidas!!! Pedimos por favor concentración y silencio al respetable público... porque cualquier ruidito podría molestar al
Pinela, repentinamente se puso serio, se sentó, enjugó su barbado rostro y con el ceño adusto dijo como para sí: — ¡Uh! Hacía mucho que no me reía... Ya no me río de nada... Ya...
gran Walter Broters... Se intranquilizó más aún Atilio, porque nunca antes había visto esa prueba y ni imaginaba qué podría llegar a hacer Pinela con su herramienta
Hasta a veces me olvido que puedo reír... Hacía tanto que no me reía. Además que como siempre ando solo, si me río, no va a faltar el que diga: ése se ríe solo, ése está loco. ¡Qué me importa que ando solo! Si ya ni me
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acuerdo que ando solo... —ablandó la mirada y enfocando hacia Atilio
matorrales próximos de donde surgió al rato con un opaco porongo ocre.—
concluyó—. Pero si todos fueran amigos como vos...
Tomá. Pero que me mande yerba ¿eh? Daseló.
El muchacho, que apenas había oído el susurro de Pinela, se incorporó y sacudió su dolorida espalda, afelpada de pastos secos: — ¡Uy uy uy! Estaba durito el piso… Cómo me quedó la bisagra. Bueno, Pinela, me tengo que ir yendo… Todavía tengo para rato, vamos para
— ¿Y por qué ahora se lo devolvés tan pronto? —interrogó el muchacho, intrigado por la rápida concesión, consciente de las mañas urraqueras del linyera y de las reiteradas negativas a esa devolución.— Si lo devolvés, no vas a poder tomar mate, y la yerba... — No tomaré mate, pero con la yerba me hago un yerbeadito… en
arriba. Ascendieron entre carcajadas y bromas hasta el camino, donde yacía la bicicleta. Atilio la recogió del suelo y la puso en manos de Pinela,
cambio con esto no hago ni un caldo ¿eh? Tomá daseló. No soy tan gil, viejo, ¿eh? Atilio inició su retirada, apabullado por la lógica contundente de
advirtiendo: — ¡Tengamelá! No subás otra vez que ya hiciste el show... Esperáme acá que voy a buscar la bolsa y las zapatillas. Rígido en su postura, fiel a la consigna, el loco clamó hacia el bajo
Pinela. — Chau, Pinela —saludó subiendo a la bicicleta una vez traspuesto el puente: no era cosa de imitar al amigo y venirse abajo. — Chau Atilio! Vení mañana vení ¿eh? —y quedó su figura endurecida
donde estaba Atilio: — Si pasás por la estación, decíle a don Virginio que me mande yerba, total a él se la dan gratis. Decíle que yo siempre lo voté a él, que no sea cagador… decíle ¿eh?
como centinela del puente, despidiéndose con la mirada. — Bueno, tengo mucho que hacer! —se dijo al rato y volvió a transmutarse en el paisaje.
— ¡¿Que lo votaste a él?! — ¡Pst, no! Son macanas, …para que se afloje y mande la yerba! — Está bien, yo le digo —contestó Atilio que ya estaba de regreso con su equipo completo—, pero él te va a pedir de nuevo que le devuelvas el mate que te prestó la vez pasada... — Hummm... Cierto... —meditó Pinela—. Está bien. ¡Se lo devuelvo y chau!, pero que me mande yerba ¿eh? —y salió al trote zancudo hasta unos
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III
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A pesar del acostumbramiento, Atilio aún no recibía con comodidad las frases del tendero, por lo que debía esforzarse para interpretarlo.
El camino se volvió recta absoluta. Alejadora y llevadera. Mermó la
— ¿Eh? ¡Ah! Sí... manda decir el comisario que necesita dos docenas
arboleda, el cielo, el campo. Paredes, cercos, tranqueras; ese umbral
de botones para casacas... y también dice que los anote, que cuando
inefable que recorta el espacio y prefigura el pueblo. La naturaleza se
reciba partida le va a pagar.
mixtura con la civilización. La tierra se hace ladrillo; el cielo, ventanal; la pradera, jardín; el pájaro, jaula.
— Cuando tenga bardida, bardida... ¡Ja! Ya van gomo ocha bardidas que debe esa comisaria... ¡Comisaria Garbincha! Manguera... —se le
Al poco tiempo de andar, el camino se hizo calle. Pasó al lado de algunos cuadrados de cemento gris: las primeras casas del pueblo. Bordeó
dilataban las venas del cuello—. ¿De qué color guiere vos botonas? — Y... ¡azules!
la ligustrina de la quinta de los Tapia, giró en la esquina y ya estuvo en la calle que a las pocas cuadras lo llevó hasta un portal con vidrieras, en cuyas jambas se leía en grandes letras doradas “T IENDAS H AKIM E H IJOS ”. Ahí detuvo
— ¿Botonas azules bara comisaria? Jue... Jue... ¡Esa sí que está buena, sché! Justo botonás azules...
su vehículo, y penetró en el local. Al ingresar, debió entrecerrar los párpados
El hombrón se alzó trabajosamente y revisó entre los estantes vidriados
para acostumbrar su visión al umbrío sitio. Si bien no podía captar detalles,
del escaparate. Al rato regresó con una cajuela en las manos, que depositó
su olfato le confirmaba que estaba en la tienda del turco: sólo allí el aire
sobre el mostrador. Luego manoteó una sillita de mimbre y paja donde
estaba tan misteriosamente impregnado de aprestos y esencias.
acomodó su corporeidad, y con un movimiento circular de la mano
— Buan día, Adilia —saludó el viejo Hakim, que se descubrió detrás de la caja y de sus bigotazos manubrio. El recibimiento en esa media lengua concluyó por orientar, al cartero dentro del local:
comenzó a hablar con tono francamente paternal: — Adilia... vos sos greoyo (criollo)... bero vos me regüerdas a Ibn Vani allá en Líbano... Años y años adrás... Él era más gorpulenta, pero tenía mismos ojos tuyos. Yo era su amigo... ¡los dos éramos mucha amigos! Él era
— ¡Ah! estaba ahí…
joven trabajador ayudando su familia, trabajaba cuero. Acá eso se dice — ¿Qué basa? ¿Diene carda bara mí hoy?
te—la—bar—te—ra, o algo así... Yo también joven drabajador para ayudar
— No, don Hakim, no hay carta. Por ahora lo único suyo fue la boleta
mis padres y hermanas, yo hacía quesos en fábriga de mi pueblo.., buena
que le traje ayer... la del impuesto...
quesos, Adilia!: sanos, caseras, ¡nada de esa químiga que ponen ahora! Queso natural, cuajado con tiempo. Trabajábamos hasta seis, siete de la
— ¡Bah! Menas mal, desde hace meses sólo imbuestas y más imbuestas para don Hakim. ¡Ahhhhh! —gimió escandalosamente dolorido. — ¡Pero!... Basa, basa adentro muschacho. ¿Qué drae a vos por agá, Adilia?
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tarde. Allá sol es grande... pega con todo. A esa hora luz es mucha todavía. De salida del trabaja, todos los días nos encontrábamos con Ibn Vani en bosque cergana a pueblo. Allá jugábamos a trepar cedros, a correr, y
Donde cabe la esperanza
charlábamos, comentábamos
charlábamos… la
última
me
paliza
Eduardo H. Paganini
confesaba que
nos
su
habían
nueva dada
novia, por
o
alguna
dravesura... ¡Qué linda recuerdos tengo yo del Líbano en esa époga, Adilia! La misma mano que había hecho el movimiento conjurante al inicio de las palabras, ahora llegaba hasta la frente amplia y rugosa, se deslizaba opresoramente sobre la piel desde el negro entrecejo hasta el occipucio calvo. El turco Hakim se dejó ganar el ánimo por la melancolía, según lo expresaba el cambio de su mirada, de su tono de voz, que con mayor gravedad y entrecortadamente agregó:
y el que no guiere belear lo obligan a belear? Adilia, ¿vos sabes por gué la guerra? Hubo un segundo de silencio, un segundo pero muy tenso. Don Hakim prosiguió su relato, calmada parcialmente su angustia: —Ese día, Adilia, también juré que buscaría dierra de paz, de trabaga, de gusticia... Levanté todas mis cosas y me fui... Y acá estoy... No es igual a lo que soñé allá en Líbano, pero ya lo va a ser... todavía nos queda la esperanza... Yo vine de govencito... Buerto de Buenas Aires es grande, ciudad es más grande, ¡linda!. Pero mis barientes —que me habían traído—
— Bero… un día hubo revueltas.., gente nerviosa por calles, mugueres
vivían más adentra del país; brimera anduve por Mandoza, La Rioja,
corrían, lloraban y corrían.., me agüerdo que había nena llorando,
Gatamarca, Salda... Ahora estoy en El Aguanillo y de acá no me sacan ni los
abandonada, solita... Todo pueblo denía terror... ¿sabes por qué? ¡Venía
turcos. ¡Qué tal!
durco! ¡Sanguinaria! ¡Gaballería durco, Adilia! No sabes lo que puede ser...
La guapeada le despertó el buen humor, llegó a la sonrisa para añadir:
Alfanje en alta, corta gabeza acá, corta gabeza allá, corta... corta... ¡Ah! — ¡Eh! Che, te estoy hablanda y vos estás ahí media muerto con
Turco herejes...!
garganta reseca... ¡Zulma! —llamó hacia la trastienda—. Traé agua fresga Hizo un breve alto, tomó aire y con tono didáctico increpó a Atilio: — Y ustedes acá dicen turco a nosotras los libaneses… ¡Adilia...! Está mal llamada así libanés, durco es peor enemigo de libanés... Libanés es guente gristiana, turco no... ¿gomprendes? La mano de Hakim llegó hasta la barbilla para darse un rápido frote masajeador, y se dejó invadir otra vez por el dolor: — ...Ibn Vani venía de fábriga a casa, sin sospechar nada de barulla
para Adilia que está calor...! Al momento, una robusta mujer, cargada con la sensualidad potente del oriente, alcanzó con regordeta mano una jarra de loza que transpiraba frescor, el agua rebosante reflejaba fragmentariamente la escasa luz de los portales lejanos. Al enfrentar al joven cartero, lo saludó con su profunda y turbadora mirada de ojos negros. Con avidez Atilio apagó una de las dos sedes que yacían en su cuerpo.
que había en pueblo, en camino del bosque lo asaltó la horda. Yo vi cuerpo
Vio perderse la carnosa figura de la mujer por entre cortinados y tules,
sin gabeza de Ibn Vani... ensangrentado contra un cedro... Yo mismo
casi embobado. La pregunta del viejo Hakim lo quitó de ese arrobamiento,
sebulté su cuerpo y recé por su alma gristiana… ¿Sabes cosa? Adilia? Desde
sobresaltándolo:
ese momenta siempre me pregunta yo: ¿Por gué guerra, Adilia? ¿por gué? ¿por gué el gue guiere belear no belea él mismo solito, sino que manda otro,
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— ¿Gué cosa trae por acá, Adilia, entonces, …si no hay carta?
Donde cabe la esperanza
— ¿Eh? ¡Ah! Sí, sí... solamente lo de los botones para el Comisario. — Buen, acá están y decíle que pague, que mande blatita, blatita fresca quiere Hakim, decíle. — Cómo no! Don Hakim, si no ordena otra cosa me voy, que todavía tengo para rato —y se puso de pie Atilio, recogiendo el paquete de botones. — Asberá un momentita, mira no tengo cambio, dile al gayega del almacén que te dea cambio de un peso. Toma, acá está billeta. ¡No vayas a berderla, Adilia! — Pst! ¡Favor! —exclamó el cartero, orgulloso por la confianza que le confería Hakim, el más receloso mercader de El Aguanillo, más que un mandado, un recado, era toda una ceremonia de consagración. Tomó el billete, lo dobló con cuidado y con inusual precaución lo guardó en el bolsillo de su saca. —Después del recorrido se lo traigo? — No. Mejor dile a gayega que mande cambio rápido. — Bueh. Hasta luego don Hakim —y atravesando el umbral, lo recibió el violento resplandor de las diez de la mañana. Tintinearon los botones en la caja, donde los colocara Hakim, al iniciar el pedaleo por la calle empedrada. — Chau, muschacho —se despidió el tendero, que había salido hasta la puerta para acompañar con la vista la partida de Atilio. La transparencia del sol en la vereda lo movió a quedarse allí por un buen rato.
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Eduardo H. Paganini
Donde cabe la esperanza
IV
Eduardo H. Paganini
— Dale nomás tranquilo, ¡che! Una llave pegó con bronca contra la tapa de cilindros, al tiempo que Puchito recobraba la vertical y salía de la aparente trampa.
Atilio dobló en la esquina hacia la derecha, saludó con el brazo en alto al viejo Checho, quien con el preventivo tarro de veneno en la mano buscaba el hormiguero de turno que atentare contra sus rosales.
—No hay caso, viejo —dijo, limpiándose las manos con estopa. Cuando hay problema de electricidad se me complica todo... Atilio llegaba él, satisfecho de su rueda delantera recién inflada:
¡El viejo Checho! ¡Cuánto hacía que no lo escuchaba cantar en alguna guitarreada!
— ¡Ya está! Ahora sí... ¿Cómo anda esa máquina infernal? — apuntó con la mirada a un grueso Ford ‘47 que descansaba en un rincón.
Ya estaba en pleno pueblo. El Aguanillo. Pueblo criollo como tantos. Plaza al
— ¡¡Ahh!! ¡El Liebre II! Lo estoy dejando al pelo... Vení, vení a ver qué motorazo
centro. Damero. Ejido. Plantas bajas. Un arroyo tangente. El hilo invisible de una Historia
fenómeno! ¡¡Fijáte, qué fierro!! —y en tanto golpeaba con el puño las partes más duras—
que enhebra destinos sin cesar. El Aguanillo, un pueblo que yace como testimonio de lo
. Mirá, ocho cilindros en “ve”, viejito. Decíme si no es una barbaridad de máquina,
que se quiso ser y como ofrenda de lo que pudo haber sido. Un signo espacial de idas,
decíme. Claro que todo se lo tuve que hacer de nuevo, a cero, porque si no con el
altos y retrocesos; un ramal pleno de vías muertas que persiste en seguir uniendo, o
motor original no levantaba más de ochenta, ni llegábamo al puentecito, ni llegábamo.
viviendo. El Aguanillo: un reloj sin agujas, un presagio del pasado, una nostalgia
¿Ves acá? Este es otro invento mío de los que hago yo... acá se engancha el alambre
actualizada y presente; un grano en la llanura, purulento de casas, vidas y muertos.
del embraye con el cable del acilerador. Así, ¿ves? Cuando lo embragás, te corta la
Atilio cruzó la ruta, único asfalto del pueblo; desde un sulky, a sus espaldas, lo
alimentación de nasta al motor. ¡Ahorrás combustible una barbaridá...! Y en los rebajes… ¡matás a lo loco, matás! Vez pasada lo saqué a varear un cacho, si lo vieras...!
saludaron a viva voz:
Llegué hasta Pampa del Escuerzo en menos de una hora... ¡Loco! — ¡Atilioo! Bajó el capot del auto, luego de su exaltada demostración, y preguntó: Al ratito, las manchas de aceite negro en el suelo y de pintura multicolor en las paredes certificaban que había llegado a lo de Puchito, el mecánico del pueblo, valor
— ¿Trajiste carta, che?
local del T.C., del Turismo de Carretera. Desde la boca del taller, Atilio gritó mientras se
Atilio no pudo más que mover su cabeza negativamente, no tuvo suficiente coraje
acercaba a la manga de aire comprimido:
como para emitir el “no”: sabía que cada día sin carta para Puchito era una jornada más que postergaba alguno de sus sueños.
— ¡Hola! Te uso el aire, Pucho! Desde las fauces entreabiertas de un viejo tractor Someca, próximo a tragarse al dueño del taller, le contestaron:
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Donde cabe la esperanza
— Bueh. Ya va a llegar. ‘Stoy seguro de que los de la For cuando sepan el invento este que hice, me van a llamar. ¡Seguro che! Yo les escribí con los planos en... ¿junio?... ¿abril?... Ya me van a contestar...
Eduardo H. Paganini
— Decíle a la Tere que ahora me rebaje algunos mangos del impuesto. — ¡Ja! ¡Cómo si dependiera de ella!—replicó Atilio que ya guardaba en su saca el paquete, y enfilando con su bicicleta restablecida hacia la calle—. Chau, Puchito,
Atilio se acercó hasta la puerta del taller, deseando alejarse de ese auto y extraer del tema a Puchito. Apuntó al tractor, que todavía bostezaba en el playón: — Parece viejo ese artefacto...
hasta mañana! El mecánico salió hasta el playón, se quitó el gorro y saludó al muchacho que ya iba pedal y pedal ganando distancia:
— ¿Viejo? ¡Uh! ¡Viejísimo! Y para colmo tiene un corto circuito de la gran siete... ¡Y para peor, no doy pie con bola! Hacéme una gauchada: cuando pasés por la escuela decíle al maestro que me lo deje venir a Gilito, es pa’ laburar ¿sabés? ¡No hay nada que hacé, viejo!, ese pibe es bárbaro pa’ la electricidá. ¡Tiene una pacencia…! ¡Lo vieras! Agarra lo cablecito, uno por uno... lo desenrolla, lo marca, lo dibuja todo en un papel... Te hace lo circuito, te hace; uno a uno... ¡Qué pacencia, che! ¡No hay con qué darle! Hacéme esa gauchada, ¿queré? Decíle que lo deje vení, si no de acá no salgo ni loco, y ya estoy bastante atrasado con el laburo... — Está bien, Pucho, yo le digo, pero antes de irme te tengo que pedir un poco de grasa para la Tere. — ¡¿Para la Tere?! ¡¿Se le dio por lo fierro a la solterona?! — ¡Pará che...! — Pero... y para qué quiere la Tere grasa? —...Es para las máquinas de escribir que están medio duras... ¡Dále, poné un poco en algún tachito y dámelo! — ¡Ah! Para máquinas de escribir... Creí que me iba a hacer la competencia la solterona... Esperáte un cacho que te doy la grafitada que para eso es mejor —. Tomó un tarrito de tornillos, vació el contenido y con la uña del pulgar como cucharoncito lo llenó de grasa; colocó la tapita y envolvió prolijamente el frasco, agregando:
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— Chau Atilio ¡Mandameló a Gilito! ¡¡No te olvidé!!
Donde cabe la esperanza
V
Eduardo H. Paganini
Habiendo detectado la llegada, don Virginio salió a la puerta a recibir a Atilio: — ¡Muy buenos días, joven compatriota! — saludó efusivamente el hombre desde
Con sus ruedas plenas de aire, la bicicleta se hizo más ligera. Las maniobras más seguras y fáciles. Más tenso el fragor del avance, pero más contundente la voluntad de la marcha. El percherón se había transformado en flete parejero. El asfalto permitía acceder a la noción del vértigo, sensación imposible e inexistente hasta entonces: en la
el umbral de la casilla, como si lo estuviera haciendo desde un estrado cívico. — ¿Qué tal don Virginio? Con tono politiqueramente retórico, el hombre arrancó: — ¡Aquí estóy! De pié, y afrontándo el péso irrevocable de las circunstáncias, que
tierra y sin aire en la cubierta. — ¡Ah Pinela! ¡La que te estás perdiendo! —exclamó Atilio exultante en su rodado, a toda velocidad por la ruta.
me llévan a este ostracismo estóico, en el que me veo sumergído, por la acción innóble de la antipátria y la desconsideración... Péroo, jóven correligionário, prónto llegará la hóra de los puéblos y de las justícias históricas!
El aire era viento, y el viento era frescor en la cara y los pulmones. Llegó al paso a nivel y al atravesar las vías con sus marcados desniveles sintió en el cimbronazo del cuerpo que la velocidad había sido excesiva para esas ruedas duras. Un dolor en el coxis le recordó la temprana caída a orillas del río. Una vez cruzado el paso, salió de la ruta bajando hacia la izquierda, y bordeó las vías hasta llegar a un montecito de eucaliptos, debajo del cual había una casilla de chapa y madera. A su lado, un talud rectangular que limitaba con el trazado ferroviario. Un cartelón de maderas pintadas de negro contenía unas letras blancas que decían: “E
— ¡¡Bravo!! ¡¡Bravo!! —aplaudió convencionalmente Atilio, que ya conocía de antemano la singular efusividad oratoria del ferroviario. — ¡Gracias, gracias compañeros! ¡Muchas gracias! —gesticuló agradecido el hombre público, llevando su diestra hacia el corazón e inclinándose modestamente hacia adelante. De súbito, alzó ambos brazos hacia el cielo, y blanqueando los ojos, inició otra hemorragia verbal:
. ·GUANIL .O”. Es la estación de trenes del pueblo y su destartalado cartel. En ella vive, y
— ¡Atención camaradas! ¡Atención! El peligro está cerca. El pulpo sangriento nos
vigila, don Virginio, ex intendente de facto de la comuna aguanillense, hoy reducido a
invade en cada uno de nuestros puestos de lucha y en cada una de nuestras trincheras
humilde servidor público, recluido en un exilio moral.
de vanguardia...
El cuadro estación era otro testimonio de lo que debería haber sido y no fue: palos
— Tengo algo para usted, don Virginio —interrumpió Atilio que sabía casi de
de algarrobo, que se resistían a caer, indicaban los restos de aquellos amplios corrales
memoria cada una de las palabras con la justa modulación de los discursos del ex—
para hacienda, ahora abandonados y vacios; cascarones de mampostería mostraban
funcionario. Y se acercó hacia la casilla blandiendo el mate que había rescatado de las
dónde se habían erigido los galpones y casillas de talleres, usina, pañol, administración…
manías de Pinela.
Sólo la casilla del jefe de estación, por los tachos con malvones y helechos pululantes y regados, manifestaba vida en ese rectángulo de polvo entalcado.
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— ¡Oh! ¡Mi viejo mate galleta! —casi lagrimeó don Virginio.
Donde cabe la esperanza
—Pasá, pasá, compatriota. Contáme cómo lo conseguiste. ¡Yo ya lo daba por perdido!— y mientras lo contemplaba recitó: — “Mi viejo mate galleta qué pena me dio perderte, qué mano tronchó tu suerte
Eduardo H. Paganini
— ¿Cómo es eso? — Pinela sólo pide a cambio del poronguito un poco de yerba. Nada más. Como me pareció un buen negocio, se lo prometí... ¿Hice mal? — ¡Hmmm!... ¡No! —dictaminó don Virginio luego de un breve balance. — Está bien… total: yo tengo yerba para rato, y sin éste no puedo cebar los amargos que a mí me gustan. ¡Ya me estaba cansando de tanto mate cocido!
tal vez la mano del tiempo, — Al pobre Pinela le va a venir bien el canje, don Virginio. Si viera lo flaco que si hasta creí que eras eterno nunca imaginé tu muerte. En tu pancita verdosa
está... Se ve que está hambreado el hombre. — ¡Bah! A ése lo conozco bien. Una vez, fue candidato a concejal por el Partido Socialista Unificado... ¡Anarquistas! ¡Rojos! Sacaron 18 votos, ¡eran 21 en la boleta y tenían 35 afiliados!! ¡¡Ja!! Ni ellos se votaron… ¡Lindo partido!
cuantos paisajes miré, Ante el peligro de un inminente retorno a la retórica partidaria Atilio desvió cuántos versos hilvané, mientras gozaba tu amargo. Cuántas veces te hice largo y vos sabías por qué...”1
hábilmente el hilo de la conversación: — ¿Funciona el telégrafo ese? — ¡Ahá! Claro que sus mensajes son muy aburridos... Tres veces por semana me avisa desde Algarrobo Blanco que el carguero para Monte de Julio pasa con dos horas y treinta y cinco minutos de retraso. Para lo único interesante que lo uso, esa para jugar
El interior de la casilla era un cuadrado sobrio, con una ventana que enfocaba hacia las vías. Junto a ella, una mesa recibía el apoyo del telégrafo, un tablero de ajedrez con algunas piezas distribuidas, dos gruesos libracos llenos de polvo, un talonario. Un calentador eléctrico y una jarra sobre él. Atilio sacó al hombre de su éxtasis, aclarando:
al ajedrez con el jefe de estación de Pampa del Escuerzo. Mirá, sin ir más lejos: acá está la partida que estamos desarrollando en este momento, las blancas son mías y juega él. Estoy esperando que me conteste. Me parece que si juega alfil siete para amenazarme la torre en dos caballo, le avanzo el peón a sexta, toma la torre, no me importa, la sacrifico porque avanzo y tengo el peón en séptima, próximo a coronar, y no lo para ni con un revólver... ¿Qué te parece?
— El mate se lo pude traer porque hice un trueque en su nombre, un pequeño Atilio enfrentó al tablero unos minutos, sus ojos iban y venia por los escaques
atrevimiento pero muy táctico...
bicolores, hasta que dictaminó: 1
Letra de una canción de Pinela, inscripta en SADAIC por un tal Larrande o Larralde, José.
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—...Creo que va a jugar caballo cinco torre... — ¡¿Eh?! ¿Caballo cinco torre? —reaccionó sorprendido don Virginio.— A ver, corréte, corréte... caballo... cinco… torre... ¡Amenaza la dama! ¡¡Uy!! ¿¡Cómo no lo vi!? A ver... si caballo cinco torre… yo puedo llevar mi dama a dos rey..., pero él sigue con caballo... No. Dos rey no. Veamos... Con sigilo, en silencio extremo, sin interrumpir las especulaciones lúdicas y bélicas de don Virginio, Atilio tomó un paquete de yerba del armario, concretando el trueque, y salió hasta donde su bicicleta. Acomodó sus bártulos y partió, aliviado.
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VI Pedaleando con fuerzas para sobreponerse a la leve cuesta arriba, Atilio retomó el
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— Lo han encontrado pastoriando en el cementerio. Algún desorejao ha créido ver en este pobre bicho a la Mulánima. ¡Pobre animal!... y mientras sepamos más de él, lo tenemos detenío en averiguación de antecedentes —rió el hombrazo para su
camino hasta la ruta.
adentros, espiando de reojo la reacción de Atilio, sabedor que no se quedaba atrás en Próximo al mediodía el sol brillaba en plenitud. Rebotaba irisadamente en cada
las chanzas criollas.
reflejo de arbustos y árboles. La tierra reseca evaporaba un impalpable polvillo blancuzco que coagulaba el aire en una miel translucida y volátil. El cartero cruzó el asfalto y continuó por una calleja que viboreaba hasta un rancho orlado con el escudo provincial y un cartelón: DESTACAMENTO DE POLICÍA. El edificio dominaba la comarca desde esa escasa elevación del terreno donde se había erigido la construcción. La luz, intensa desde el cenit, generaba potentes sombras bajo aleros y ramada. Y comenzaba a arder el aire, por eso la sombra era un retazo de la fresca matinal.
El muchacho supo devolver la chuceada con maestría: — ¡Uh! Peligroso ha de ser... cuando se hace el manso y todavía no se ha dado a conocer, ¿no? Las carcajadas de ambos chocaron en el aire caldeado del mediodía. Los dientes del Comisario, de alguna manera culpables de su mote, brillaron nítidos al reflejo de luz alegre. El Carpincho terminó apoyando la olla en una mesa auxiliar, cercana a la bomba
Un caminito de lajas llevaba hasta el fondo del predio, donde el Comisario —el “Carpincho” para los pobladores del pago— bombeaba agua.
de agua. Sobre su tabla inició una meticulosa labor culinaria: con un afilado facón transformaba en rodajas o cubos cada uno de los vegetales que se apilaban en un colador: zanahoria, camote, cebolla, ajo porro, zapallito. Paralelamente proseguía la
— Salú, Atilio —había exclamado el policía, ni bien vio la bicicleta.
charla amable con su personal tonalidad de voz; impetuosa y estridente, típica del hombre de llano acostumbrado a hablar a la distancia.
— ¿Cómo le va ‘comesario’? — Aquí estoy, por empezar el guisao —y mostró la cazuela donde flotaban algunas
— Alguna cosa rara había pasado, desde el momento que nadie viene a reclamar a este burro. Pa’ mí que hubo algún abigeato en la zona, que entuavía naides protestó,
legumbres.
y este bicho les habrá molestado a los cuatreros para la disparada... — ¡Ta güeno! —se acercó el muchacho. Tendió el brazo en un saludo formal y se remojó la nuca con el agua fresca recién bombeada. En un rincón del patio, la silueta estática de un burro le llamó la atención, y
Después de conversar un rato más, el cartero recordó: — Le traje su mandado, Comisario —y fue a su bicicleta, desde donde regresó con la saca al hombro. Apoyó la bolsa en la mesa del patio y buscó prolijamente el paquete
preguntó:
enviado por el turco Hakim. — ¿Y ése? — Acá están los botones que me pidió la otra vuelta. Dice Hakim que cuando pueda...
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Donde cabe la esperanza
— Sí, ya sé... que se los pague... ¡Ya le conozco el cantito! ¡Qué turco llorón…! Si se me hace mucho el loco, le voy a tener que clausurar el quilombo... ¡Qué se ha créido! El comentario del Comisario provocó que automáticamente la mirada de Zulma asaltara la mente del muchacho, un leve escalofrío le recorrió la pelvis. El Carpincho entró al rancho para guardar la caja de botones mientras Atilio se preparaba para continuar su viaje, colgando el bolso en el vehículo, ahora empuñándolo como para seguir pedaleando. Al compás del humo del guiso en marcha, que ya hervía en el braserito, el
Eduardo H. Paganini
legal ha lugar por la ineludible solicitú de las emergentes necesidades sanitarias. Archívese y colaciónese —y volvió a espiar la reacción de su compinche de tramoyas, adivinando ambos la respuesta del preso—enfermero — ...Nu l’entendí, comesareo... El estallido de carcajadas del Comisario y del cartero le permitió intuir a aquella lombriz humana que ya estaba en libertad. — Vení para acá Cordobita, firmáme el libro de novedades y te podés ir. Pero desde ya te alvierto que como te andés mamando a vista y paciencia de todo el mundo te traigo de güelta del fundillo! ¿Nos entendemos?
Comisario invitó: — Che, quedáte a comer que ya es la hora... Lo tengo a Cordobita preparando la
— Si me permite, comesareo, antes de quedar en libertad quisiera probar el guisito, porque la salsa me está quedando buenaza...
salsa... — ¡Ah, a propósito! Menos mal, ¡ya me olvidaba! ... Me manda decirle el doctor
Entre risas y chanzas por la ocurrencia del enfermero, se fue alejando el cartero del
Trizato si no puede suspender la condena de Cordobita, porque en la sala hay mucha
rancho policial, a pedaleo firme. Su estómago había sido estimulado con la cocción del
vacunación, hoy hay campaña, y como Cordobita es el único enfermero que tiene...
guiso y ahora era un ávido motor que lo empujaba velozmente hacia el almacén,
— ¡Ja! Eso sí que está bueno! Y decíme che! ¿Lo pide en calidad de doctor de la salita o de médico forense? Porque él es las dos cosas. — ¡No, Comesario! Se lo pide como amigo nomás …para que le alivie el trabajo. — Ahá. ¡Así me gusta! ¡Eso está güeno! Esperá un poco. ¡¡Recluso Alcibíades Córdoba!! ¡Apresentesé! — Ordene comesario —se cuadró una larguirucha figura, ojerosa, mal entrazada y con un pelapapas en la mano. — Le señalo por esta única vez —comenzó a recitarle el Comisario en un tono engolado— que ha quedao usté extraditao es decir concluida la causal de su reclusión motivada en la infrasión al articulo 198 incisos hache i y jota correspondientes, sobre ebriedad y otras intoxicaciones. Se le comunica asimismo sin perjuicio que la esepción
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próxima posta de Atilio, donde con total seguridad iba a ser bienvenido. Sobre todo a esa hora: la del almuerzo.
Donde cabe la esperanza
VII Ahora, vehículo y conductor bordeaban un ancho camino de tierra, apisonada y maltrecha por el paso reiterado de tropillas. Atilio eludía con harto arte las áreas más afectadas, para lo cual estaba compelido a preseleccionar el itinerario. Hacía semanas que no llovía y los terrones apelmazados oponían dura resistencia al rodar rectilíneo. Para colmo de incomodidades, la vibración de los neumáticos repercutía seca e hipadamente en el estómago hueco del cartero. Nuevamente estaba envuelto por el campo. Más ralo, menos bucólico, y por ende, menos sombreado. Aquí el calor bajaba desde el sol, pero también subía desde el piso, una superficie arcillosa que refractaba y devolvía la temperatura recibida a lo
Eduardo H. Paganini
— Nu babría mellor hora praque llegases... ¡Acércate! ¡Acércate! —y cada “acércate” va acompañada por una metálica palmada que sacude la espalda de Atilio, y lo aproxima a la mesa. El cartero, aún sonriente pese a la vehemencia de la recepción, sólo pudo saludar, y muy débilmente, a los paisanos: — Buenas... — ¡Salú Atilio! — ¿Qué tal, mocito? El pulpero organizó el banquete:
largo de la mañana. Las piernas del muchacho absorbían esa calda, humedeciéndose — Mira, tu siéntate allí, que ia te traijo prato y vaso. Don Vito, oshté, ocupe esta silla
de sudor.
y dejemos esa banqueta pra mí y la Carmen, que así nus arrejlamos. Ahí, ahí oshté, A los pocos minutos alcanzó una inutilizada tranquera, siempre abierta, la sorteó y
Telmo.
accedió finalmente al patio de tierra del Almacén y Tienda de Ramos Generales de Faustino Menéndez Gantes. En él, bajo la añeja sombra de dos paraísos-sombrilla en flor,
Y una vez efectuada la distribución geo—gastronómica, el hombre desapareció
había la mesa de comensales, grueso maderamen de algarrobo, pulido por el uso,
por unos instantes, camino de la cocina. Ni tuvo ocasión Atilio de intercambiar palabras
sobre el que cuatro platos de loza piedra anunciaban la inminencia del yantar.
con los criollos, que ya estaba de regreso el gallego, acompañado por su esposa, delgada mujer de negros y largos vestidos, enjuto el rostro y gris la mirada.
La escena estaba vacía, no vio personas en las proximidades, pero, ni bien se distanció de su bicicleta apoyada en un murito de la entrada, el parloteo y el eco de
— ¿Qué dices? —fue el breve saludo de Carmen hacia el recién llegado. La
pullas le llegaron acompañando la aparición, desde el borde de la casa, del pulpero
ausencia de tensiones en su rostro tan poco expresivo le indicó a Atilio que era
con una fecunda cacerola en sus manazas, junto a dos paisanos laderos, que, atentos y
bienvenido. Con firmeza y prontitud, la muller hundió un cucharón de madera en la
gentiles, aportaban a la colaboración el acarreo de panes caseros y botellas de vino
cacerola humeante, para remover lentamente el misterioso contenido, que burbujeaba
tinto.
todavía en circular movimiento. ¡Los ojos de Atilio se redondeaban de tal modo! Apenas el galaico almacenero dejó el recipiente humoso y renegrido en el tablón,
advirtió la presencia de Atilio y voceó con áspera voz y fuerte acento coruñés:
La mujer levantó el brazo y extrajo el cacillo desbordabante de jugo rojizo y denso, en su cuenco quedaba develado el enigma del contenido: allí se asomaban trozos de amarillo zapallo, dócil cordero, rebanada zanahoria, papa desmenuzada, pululante
— ¡Albricias! Dichosos los ojos... Ven praquí, gazapo —y le tendió afectuosamente ambos brazos que oprimieron los hombros del joven nunca tan zamarreado por cariño.
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arroz, ruborizado cantimpalo. Y otros ingredientes, cuya identidad nunca conoceremos
Donde cabe la esperanza
en pro del secreto profesional.
Pero ya, a esa altura del cucharón o de las
circunstancias, Atilio no pudo continuar detenido por más tiempo en la contemplación extática y abordó la acción: un ofrendado plato de la olla podrida llegó hasta su pecho, y la batalla que inició contra él, cuchara en ristre, le exigieron la aplicación de todas sus energías.
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— ¡Perdonenmé...! ¡Pero es que tenía mucha hambre...! — confesión humillada, pero luego se rehízo y añadió—. ¡¡Y estaba tan rico!! — ¡Valiente, hombre! En mi pueblo apelábamos de blando al que no eructaba a lo menos cuatro veces después de comer… — ¡Faustino! —reclamó compostura la mujer.
No podía discernir qué era lo que tanto le complacía al tragar cada cucharada, si la sal a punto, la temperatura cobijante, el jugo casi ardoroso, el sabor silvestre de la carne... De todos modos, no se detuvo a aclarar el punto. Comía con avidez y gran concentración. Sabía que allí, a su alrededor, los comensales desarrollaban una nutrida conversación en torno al rinde del maíz, al precio de un tordillo trotador vendido en los
— ¡Oh, calla Carmen! ¿qué sabes tú de eructos? —y largó al aire su carcajada vibrante y tentadora. — ¿Voy a acercar la pava a las brasas para matear? —pidió autorización uno de los paisanos.
corrales de don Elías Carpena, la cría de puercos en la Coruña comparada con la de chanchos en El Aguanillo , el verdadero y original pelaje del caballo llamado moro,
— ¡Carallu! ¡Ya son las dos y media! ¡Ala! ¡Ala! Que tenju pendiente el pedido de
anécdotas graciosas, como la de la tapa de pava caída dentro del jarro de vino y cuyo
Gálvez. Vamos, Carmen. Seores, son sesenta y cinco centavos incluiendo la bebida. Tú
tintineo hacía creer a los bebedores que el trozo de hielo permanecía sin derretirse
gazapo, déjalo, io me arrejlo, ya me pagas con alegrías de tu mocerío y con los
invitándolos a llenar nuevamente el contenido, la reciente aparición de la luz mala en
recados. Ah, casualmente, mira: si vas hasta el Registru, dile a la Tere que me devuelva
los fondos de la chacra de Balderrama.
la pantalla de abanico que le habíamos emprestado los otros días, porque con estas noches… ¡me ajarra una calor! —y esbozó un gesto de apesadumbramiento que
Atilio hubiera deseado, por razones de buen gusto e inclusive por real interés en los
conmovió a los interlocutores.
temas tratados, atender y, aún más, participar en la conversación, pero una intensa fuerza interna lo destinaba a proseguir obsesivamente en su inclaudicable conducta masticadora. Pero, muy a pesar suyo, el silencio que mantenía se interrumpió:
— ¡Ta güeno! —afirmó el muchacho, en tanto buscaba un billete en su saca— Dice el turco Hakim si puede mandarle cambio, que lo necesita. Tome el peso.
— ¡Hipp! ¡¡Brrpr!!
El almacenero tomó el papel en su manopla y quedó caviloso:
— ¡Buen provecho, jovenzuelo! —rió el pulpero y agregó—. Pensé que no ibas a
— mm... justo hoy tenju a Ramuncito en viaje... Nu sé cómo podría hacer...
decir ná, ¡tanto parecía gustarte el platillo!
— Si quiere, don Faustino, yo se lo alcanzo cuando regrese al pueblo... —se ofreció
Las risotadas estridentes y desacompasadas de los gauchos encendieron las luces de su rubor juvenil; sorprendido por el descuido de su estómago fermentador Atilio explicó avergonzado:
Atilio. — ¡Claru! Claru!, muchacho. Esu es. Llévaselo tú y explícale a ese inmijrante el porqué la tardanza —llevó sus dedotes al bolsillo de la camisa de donde extrajo un
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Donde cabe la esperanza
puñado de monedas que contó cuidadosamente— ; cincu... diez... quince... veinticincu... treinta... Cuando concluyó, las entregó al chico y saludó: — Puedes andar si quieres. Deja que io te invite la cumida de hoy, que ha sido un gusto verte... masticar. ¡Ja! Y eso sin contar que eres funcionario público… — Gracias, don Faustino, ¡Adiós Carmen! —gritó hacia la cocina—. Buenas — cabeceó hacia los paisanos que ya cebaban su primer mate.
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VIII Pájaro que comió... Pese a la resolana, a la olla podrida en químico proceso de digestión, a la fiaca, ...voló.
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copiando de un libro en el pizarrón negro, al tiempo que otras cinco niñitas transcribían ese texto en sus cuadernillos. — Hola. ¿Y el maestro? —las interrumpió desde fuera Atilio.
Aunando bríos renovadores del espíritu, rosáceas las mejillas indicadoras de una metabólica combustión, húmeda la frente merced a la abnegación laboral de las glándulas sudoríparas, Atilio se sacudió y reinició el cotidiano pedaleo de su reparto. La velocidad de desplazamiento que mantenía en esta etapa, había disminuido sensiblemente, debido casi con total seguridad a esa cálida pesadez que nace después del almuerzo, o tal vez porque la temperatura álgida del sol se abría en plenitud.
La concentración en el trabajo era tal, que la ruptura del clima espantó a la copista: —¡Ay!! ... ¡Ah, sos vos...! me asustaste! Está ahí en gimnasia... —y apuntó hacia el fondo de la casilla, hasta el campito. Luego se recompuso y largóse a reír con sus compañeritas.— ¡Qué susto!... Atilio bordeó el precario edificio y enfiló hacia el campo de Apolo. Al desembocar, vio a una docena de purretes que corrían detrás de una magnética número cinco de
Cuando la hilera de altos olmos lo abandonó en la calle y lo dejó sin sombra, el
cuero. Entre los gritos enérgicos y los remolinos de polvo, se disputaba un cruento
muchacho llevó una mano al bolsillo trasero y extrajo su gorra oficial, que calzó
partido de fútbol. Pero, su asombro creció al ver que el delantero, el “fóguar” como
rápidamente y sin meneos.
decía Puchito, vehemente y decidido del ahora equipo atacante era el mismísimo
Había ya cruzado la tranquera y retomado el camino salpicado de huellas, bordeando nuevamente, con la dificultad que emergía del suelo variólico, el alambrado que lo guiaba. Prontamente llegó hasta una esquina, una de esas esquinas de campo: solamente un ángulo de alambre y madera que apuntan hacia el horizonte. Allí terminaba el tendido de postes y comenzaba una pampa ondulante y brotada de
maestro. Y no lo estaba haciendo mal. Ahí iba el hombre: la cabeza en alto, alerta la mirada, buscando la óptima perspectiva, ligero en su carrera, alados sus cascos, buscando el callejón más breve y eficaz hacia la valla contraria. La defensa contrincante, preocupada por la potencia penetrante del cañonero, vacila en cuál táctica de contención aplicar; el prestigio y la trayectoria magistrales y, sobre todo, la contundencia de los noventa kilos en movimiento, son argumentos incontrastables y
islotes arbóreos.
temibles. A campo traviesa, ondeando superficie, Atilio alcanzó sin fatigas un recodo detrás del que, semioculta por un grupo de troncos cercanos, estaba la blanqueada escuela,
Empero, ya cerca de lo que podría ser el área chica —si estuviera señalizado el campo de juego— y cuando el raudo chuteador llegaba con pelota dominada a lo
un antiguo tranvía en desuso.
que iba a ser ciertamente un destino de red, se cruzó temerariamente y al sesgo la Al aproximarse y pasar a su lado, entrevió por los ventanales a la única aula, casi
huesuda silueta de Manuel, que prolijo y escrupuloso de su propia integridad, con rígida
vacía, distribuidos los útiles en las mesas de trabajo. Curioso a raíz, del inusual silencio del
erección del empeine, trabó desde atrás a su querido e imparable —hasta ese
interior, se asomó y vio a una niña de largas trenzas, artesanales en su imbricación,
entonces— maestro, quien manoteó inútilmente algún milagroso asidero en el aire,
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Donde cabe la esperanza
enredó piernas y comenzó a tocar el piso de tierra desde sus rodillas vencidas hasta la mejilla derecha, acompañada la caída por el retumbar estrepitoso del suelo. Atilio, a la distancia, quedó estupefacto. Ataque, atacante y atacado lo sorprendieron. Congeló sus movimientos por la violencia de la caída, pero en seguida
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Al pie de la pared de madera, había un tronco caído, donde tomaron asiento; desde allí miraron en silencio un rato el fútbol de los chicos. El maestro se puso de pie, se acercó al brocal del pozo y dejó caer un balde al interior, el agua explotó al romper su disco. Al jalar de la soga para recoger el líquido, cantaron a dúo el chirrido de la roldana y el gargarismo gutural del pozo. Al instante, Atilio recibía una jarra plena de
corrió hasta el hombre tendido.
frescor. Bebió con gusto y se provocó un espasmo al volcarse el resto del contenido en
Allí, en redor del Ícaro de entrecasa, un cumulo de chicos, mudos y asustados.
la base de la nuca.
Manuel, arrepentido de su técnica, se acercó y trató de despertar al maestro, Refrescado y animoso, Atilio cortó el silencio:
aparentemente inerte: — ¡Señor! —zamarreó con dulzura— ¡ Señor…! Fui yo... Si lo dejaba irse nos hacía el gol... ¡ Señor...!
— ¿Lo estás ocupando a Gilito? — Mirálo: es el arquero de mi equipo —señaló el maestro.
Un ojo inquisidor se abrió en el hombre y espió al interlocutor confeso. Frunció el ceño y, sin mayores movimientos, preguntó: — ¿Manuel...?
— Ahh... Bueh, nimporta! — ¿Qué pasa, che? ¿Lo buscabas por algo? — Es que el que lo necesitaba es Pucho, el del taller, para que le haga unos
— Sí, señor... Fue sin querer... —y la manito del pibe quiso limpiar le mejilla terrosa del maestro.
trabajos de no sé qué con un tractor. — ¡¿Tractor ?! ¡Increíble! —rió el hombre—. El mecánico necesita de un pibe para
— ¡¡Atorrante!! — rápidamente rehabilitado y sin rencor, exclamó el hombre, que se sentó en el piso y clamó— Penal, referí! ¡Penal! Se puso de pie. Se deshizo del guardapolvo, o lo que quedaba de él y se acercó hasta el cartero, saludando:
arreglar un tractor... ¿En serio, che? — Sí, y parece que el changuito se les trae con el tema. — ¡Mirá vos! Parece tan distraído... ¡!Gilitoo!! ¡ Gilitoo!! Vení... Vos, Pelo, andá el arco. Vení Gilito.
— Hola Atilio... ¿qué te parece el equipito que estoy formando? — ¡Je! Está bueno, pero un poquito duro en la marca nomás... —rióse el cartero. — Ustedes sigan un ratito más! Vení, Atilio, vamos a sentarnos a la sombra, que estos bestias casi me matan.
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El niño se acercó al trote, bamboleando su flequillo. — ¿Sí? — ¿Vos sos mecánico? —interrogó seriamente el maestro.
Donde cabe la esperanza
— Hmm… más o menos... —dudaron dos ojos escondidos entre el flequillo y las ojeras.
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Ya de pie el maestro, giró contra el edificio y con el índice le marcó a Atilio un precario cantero, diciéndole: — Mira qué lástima los culandrillos... están aburridos... Lo que pasa, me parece, es
— Pero... ¿sabés bien? — Alguito... —concedió ahora el delgaducho ex—arquero. — ¿Vos trabajás para Puchito? —prosiguió el interrogador — Los sábados... Es para ayudar a la vieja, ¿vio? Pero los deberes los hago todos, ¡los hago!
que tienen tierra muy arcillosa. ¿Vos vas para lo de Tacho? — ¡Ahá! — Decíle que me mande bosta. — ¡¿Bosta?!
— Ahá, escucháme: ¿copiaste las tareas de hoy?
— Sí... para fertilizar la tierra. Me extraña viejito, ¡que no lo supieras!
— Psé... ya copié todo y me queda el mapa nada más... —alentándose y
— No... Yo decía, nomás... pero... ¿cómo la traigo?
recogiendo su rebelde flequillo.
— ¡Pero dale! No la vas a traer envuelta como para regalo, ¡che! Ya Tacho se
— Bueno, veamos: falta hora y media para terminar el turno... —caviló el maestro— . Mirá: Pucho te necesita, pero atendéme bien. Primero pasás por tu casa y le decís a tu
ocupará de eso... Luego de una pausa agregó:
mamá que saliste de la escuela para un trabajo urgente. ¡Le avisás! ¿Eh? ¡Ojo! Después te vas para el taller y decíle a Puchito que es la primera y última vez que pasa esto, ¡que aprenda a arreglárselas solo! Ya es bastante grandulón... — Pero si aprende.., me quedo sin laburo... —protestó débilmente Gilito. — Además, le avisás a ese chupasangre que yo mismo voy ver cómo te paga. No
— Decíme, hablando de todo un poco, por casualidad: ¿no llegó carta para mí? — No... ¡qué va...! — Del Ministerio: ¿tampoco llegó nada? Negó con la cabeza Atilio.
vaya a ser que tenga que fajarlo. — ¡Qué bien!! Ya van ocho meses que estos hijunagransiete se olvidaron de esta La heterodoxia del docente apabulló al chicuelo, que abrió tamaños ojos y salió
escuela y de su maestro...
corriendo hasta la palizada en busca de su cabalgadura. El tropel de jugadores irrumpió en el patio de tierra, neutralizando la bronca — ¡Je! —sonrió satisfecho el hombre. Golpeó sus muslos con las palmas abiertas y pegó el grito— ¡Buenooo! Terminó el partido. ¡A lavarse! Tinco, traé la pelota. Allí alguien se olvida una camisa...!
pedagógica, y penetraron ruidosamente en el aula. Al bochinche propio de la horda, se sumaron las previsibles y acutísimas protestas de las chicas que trabajaban en el interior, seguramente molestadas por los recién llegados, siempre atentos para las fechorías.
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Impelido a intervenir, exigido por la estrepitosa aclamación, el maestro debió suspender la charla con el cartero: — Disculpáme, Atilio. ¡Chau! ... ¡A ver acá! ¿qué es lo que pasa? ¡Caramba, che!
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IX
Eduardo H. Paganini
Ni bien se secó, ya estuvo pronto para la prosecución. Súbitamente la topografía cambió de aspecto, las bandas amarillentas colindantes del río desaparecieron, el que se vio bordeado por verdes orillas bien definidas e incipiente y graduadamente
Salido de la escuela, había vuelto a tomar contacto con el riacho del pago, pero ahora como a dos leguas aguas arriba del Puentecito de la leche. Allí el terreno se hacía playo y monótono, una amplia costa areniscosa ladeaba el
barrancosas. Ya algunos álamos espaciados vibraban en sus bojas. A la distancia vislumbró las casas del pueblito. En un yuchán (¿o samohú?) giró y encaró por una senda transversal al cauce.
hilo de agua. A pocos metros de ahí estaba la violenta curva del río, cuyos remolinos
Rozó algunas casas, las primeras del pueblo por ese lado, pasó frente a la
anillados daban origen al nombre del pueblo. “El riacho epónimo” decía don Virginio en
magnífica iglesia, ocasionalmente clausurada, y al rato cruzó en diagonal la plaza
sus discursos, parafraseando expresiones literarias más prestigiosas.
central. Atracó en la puerta de un frente decimonónico, en cuya altura podía leerse en
Circulando por allí, Atilio cortaba camino en su regreso al casco del pueblo. Las ruedas se hundían de tanto en vez en el suelo frágil, pero la destreza del muchacho superaba los escollos.
letras impresas en la misma mampostería: OFICINAS FISCALES. Se perdió su figura en un sombreado y estrecho zaguán. Allí reinan la geometría y la escala de grises. Las paredes resultan invisibles al
Pasó frente a un sauce solitario, orillero y sombreador. Fue la tentación en acto. A su pie, el agua se explayaba en un remanso de mediana profundidad, y desde allí la posibilidad de frescura y alivio fue un canto de sirena para nuestro Ulises desencadenado. Dejó en el árbol melenudo la bicicleta, la saca y la ropa. Con total intrepidez se zambulló en la olla. El líquido lo recibió con un chasquido
visitante pues están ocultas por innumerables armarios que contienen innumerables estantes con destartalados e innumerables biblioratos en cuyos interiores se pierden y se ajan inútilmente numerables expedientes. Ya adentro se enfrontó con un mostrador gris: — Buenas, Tere.
metálico. La piel de Atilio, expuesta y libre, era lubricada por el frescor del agua corrediza. Tuvo la sensación de que sus poros limpios lograban una rápida desintoxicación. Al salir a la orilla, los rayos de sol, que palpaban aterciopeladamente su cuerpo desnudo, llevaron aquel bienestar a un clímax. Complacencia. Plenitud. Deleite. Euforia.
— ¿Cómo está, joven Atilio? —respondió atildadamente una añeja dama de tono administrativo, que surgía desde las torres de papel de un oscuro escritorio. — Traje la correspondencia —exclamó orgulloso el cartero, colocando con gestos desplegados la saca sobre la mesada, y plenamente satisfecho porque ahora sí
— ¿...será esto la lujuria de la que habla el cura cuando viene al pueblo...? —se interrogó a sí mismo Atilio, con total ingenuidad, que ya iniciaba su sentimiento de culpa.
realizaba su función: ¡repartir la correspondencia! — Ahá... veamos —calzó sus gafas la oficinista. — Estos son los recibos de Rentas, para noviembre... —ofreció grandilocuente el
— ¡¡Pst, se me va a hacer tarde!!...
joven cartero, aunque sin suerte.
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— Pero Rentas atiende de ocho a doce horas.
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— Sonamos... —exclamó Atilio sin deseos de verse vencido, pero con paulatina desazón en su ánimo—. A ver, aquí tengo... ¿Circulares del Instituto de Estadísticas?...
— ¿Y?
— No!! Martes y jueves de 10 a 13 horas.
— Que no voy a poder recibir.
—...Boletas de la Compañía de Servicios Administrativos de Previsión y Consumo?
— ¿Pero no es usted la encargada? — Sí, pero en este horario me corresponde la atención de Mesa de Entradas de la Municipalidad. Así que...
— No!! Lunes y viernes, entre las 15 y las 18 y 30. — ...¿Un pote de grasa...? — y Atilio sonrió para sí, pues creía haber tendido una
— ¿No se los puedo dejar hasta que se cumpla el horario aunque sea? — Lo siento, pero las oficinas de Rentas están cerradas… Ahora sólo funciona la Mesa de Entradas de la Municipalidad, no otra cosa! ¡Las normativas están para ser
trampa y esperaba la automática negativa de la burócrata. — ¡Ah! ¡Sí, eso sí! —aceptó más que rápidamente Tere. — Pero, ¿cómo? ¿Esto es para la oficina municipal? —reclamó desilusionado Atilio, al fallarle el ardid y el verse despojado del frasquito.
cumplidas, por favor, señor cartero! — ¿Por qué dice que están cerradas?, si ésta es la única sala del edificio — argumentó tentativamente Atilio mientras señalaba con la mirada y ambas manos en rededor del extenso galpón.
— Aquí hay una sola máquina de escribir... ¡Para todas las oficinas! Así que podés entregarlo porque te lo recibo por Municipio. Gracias. El joven cartero se esforzó para sobreponerse de tan frustrante experiencia y,
— No es éste un problema de salas ni lugares: quiero decir que no es el horario para las gestiones de Rentas. Lamentablemente... — ¡Bueh...! —se resignó y acató Atilio—. ¿Y, dígame Tere, ahora qué es lo que funciona? — La oficina municipal de Mesa de Entradas.
— ¡Qué pena! No tenga nada... Pero... ¿puedo dejarle los Boletines de la Dirección Agraria? — No!! Hoy es jueves y Dirección Agraria atiende lunes, miércoles y viernes en el horario de 15 a 18 horas.
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después de gruñir un saludo, huyó desalado del recinto. Una vez afuera, recuperó su innato optimismo, que acrecentó al recordar que su itinerario faltante era minino.
Donde cabe la esperanza
X
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Silenciosamente trabajó allí durante varios minutos, largos y automáticos. Tomaba una cartulina rosada y allí consignaba el nombre y apellido del pequeño vacunado, datos que él —por su oficio— conocía casi perfectamente. Claro que a veces surgía
Andando en pleno pueblo, comenzó a desplazarse de a pie, llevando ligeramente
alguna duda
con una mano su móvil. Al doblar la esquina se adentró por las callejuelas, alejándose del núcleo urbano. A su encuentro, a media carrera, se le apareció el Turquito. Aprovechó Atilio el encuentro y lo paró en seco para entregarle las monedas trocadas con el pulpero:
— ¿Este es el Lalo o el Buenaventura, doña? — El Buenaventura. El Lalo está en la casa escribiendo... —responde la voz tenue de doña Ita.
— Pará, che! ¡Me venís al pelo! Tomá: este es el cambio que me pidió tu viejo, Turqui.
— Tito Rivero —escribió y repitió en alta voz Atilio, y entregó la tarjeta a la mujer. Así largo rato entre llantos y nombres dictados pasaron varios minutos.
El otro, sorprendido en plena velocidad, alejado del tema, expresó su confusión: — ¿Cambio? ¡¿Qué cambio?!
— Muy bien... ¿el último! exclamó el doctor Trizato mientras retiraba la aguja mortificadora de un brazo flacuchito.
— Es el peso que tu papá necesita en sencillo. Agarrálo y lleváselo. ...No te voy a andar regalando guita! Andá, andá, Marom. El Turqui, medio convencido y medio desconfiado, cerró la palma conteniendo las chirolas, alzó los hombros y prosiguió su ruta. Unos metros más allá, blanqueaba la pared frontal de la Sala de Primeros Auxilios. En ella penetró Atilio y desembocó en una estancia reducida, donde una docena de madres con sus hijos se alineaba calladamente. En el extremo de la hilera, el doctor Trizato aplicaba el agujazo preventivo y llenaba el certificado. Al verlo a Atilio, el médico
— Menos mal... —no pudo ocultar su alivio el muchacho. Con un gesto, el doctor invitó a su colaborador a pasar a la sala continua donde vivía y conservaba algunos pocos objetos rescatados de un largo pasado. — Poné la pava para hacer un cafecito —ordenó sin estridencias el viejo, mientras hurgaba entre los trastos del ropero. Al poco tiempo reapareció con un negro maletín de reducido tamaño. — Andá preparándolo, ¿sabés hacerlo, no? Ahí abajo de Melburn está el café. Desconcertado Atilio indagó:
dijo: — ¡Pibe!! ¡Llegaste justo! Hacéme un favor: dame una mano con los certificados... así puedo terminar más rápido... ¿querés?
— ¿Melburn?... — Sí, la calavera que está en el escritorio. El filtro está sobre el caparazón de
Aceptó el cartero, tomando asiento en una banqueta, lapicera en mano para
tortuga en el anaquel de arriba. ¿Lo ves? Calentá el agua, que en tanto te voy a hacer escuchar un temita que compuse hace poco...
redactar las constancias.
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Eduardo H. Paganini
Abrió el maletín y aparecieron las secciones de una flauta travesera, que fue
— Es difícil, al principio —explicó, deseando tranquilizar, el doctor Trizato—. Cuando
armando el médico-músico con devoción y minuciosidad. Afinó rápidamente el
yo empecé, hace de esto mucho más de lo que podés suponer, pasé como quince días
instrumento e inició una serie de moduladas armonías, rítmicas y dinámicas, las que
sopla y sopla, antes de sacarle un Do nítido a la flauta.
movieron al joven oyente a seguir atento el compás con su cuerpo, balanceando la cabeza.
— Se ve que esto no es para mí —abandonó el cartero y agregó—. Prefiero el mate, que no sonará tan bien, pero por lo menos me llena la panza —y rió, pero pronto
El anciano se metamorfoseaba en un fauno a través de la magia que fluía como líquido colorido desde su vara encantadora. Así prosiguió el hechizo auditivo a lo largo de un lento café que Atilio bebió respetuosamente, Concluida que fuera la pieza, Trizato interrogó:
calló su carcajada pues no fue acompañado en su algarabía por el doctor Trizato, que lo miró serio y en silencio unos segundos para luego decir: — En lo que vos decís hay dos cosas que me hicieron pensar. La primera, decís que esto no es para vos; “la música no es para mí”, “no nací para tal cosa o tal otra”… Y muchos piensan así, pero yo creo que no es cierto: todos nacimos para todo, con las
— ¿Qué tal? ¿Te gustó?
mismas posibilidades de expresión; pero no todos las desarrollamos y las enriquecemos
— Mmm... Buenísimo. ¿Cómo se llama? — No... —sonrió el compositor—, aún no le encontré título: mejor dicho, todavía no surgió el título. Muchas veces lo último que aparece es el título... Y a veces, nunca... Sin embargo la obra ya existe y tiene vida propia... Es como tener el hijo nacido y no estar decidido sobre qué nombre se le va a poner, cómo se va a llamar... Parece cómico, pero... —alcanzó el café que le servía Atilio y el gozo restablecedor brilló en sus córneas al primer sorbo.— ¡Ahhh! ¡Qué bien viene un café después de tanto trabajo!... Como te iba diciendo: aún no tiene título, lo único seguro por ahora es que está estructurado sobre la base rítmica del huayno. ¿Oíste hablar de eso? Como respuesta Atilio se puso a silbar el ritmo folklórico básico de la danza aludida, lo cual alegró sobremanera al médico—músico. Aprovechando la vacancia del instrumento, Atilio lo llevó a los labios, e imitando posición y movimientos observados, vació sus pulmones reiteradamente por la embocadura. Pero no logró sensibilizar al tubo metálico que yacía muerto entre sus dedos.
como debería ser... Es verdad que dotes de artistas tienen pocos, pero lo que te quiero decir es que posibilidades de expresarse a través de formas estéticas tienen todos… ¿Estamos? — ¡Ahá! ¿Y la segunda? — ¡Ah! Yo creía que ya te había aburrido con la primera como para desarrollar mi segunda idea... — No, doctor. Déle nomás. — El otro tema tiene que ver con esa broma que hiciste sobre la flauta y la panza. No me reí, no porque el chiste fuese malo, sino porque involuntariamente me invitaste a pensar en un dilema terrible de vigencia perpetua: llenarse la panza, muchas veces, da pie a traicionarse... Un filoso silencio cortó unos segundos las palabras del músico consejero. — Te voy a dar un buen ejemplo... Mi caso. Cuarenta años de profesión... ¿y?: médico de una salita en un pueblo perdido en el mapa, un sueldo que es peor que la enfermedad. No tengo autos, casas, barcos, estancias,... “¡Un fracasado!” diría un
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Donde cabe la esperanza
Eduardo H. Paganini
observador convencional... Pero, ojo, Atilio! ¡ojo! que no es así... Esto que yo tengo y no
— ¿La corbata...? Ah, la que me prestó don Sexto para el casorio de la Turquita...?
tengo lo elegí por mí mismo, Atilio. Yo fui quien dijo, vos vas a valer tanto, vos te vas a
Sí, sí. Esperá que la tengo... entre... ¡Acá está! Tomá. No la arrugués que don Sexto me
quedar en este pueblito, vos vas a rodearte con los exclusivos elementos que necesites...
mata.
Y aquí estoy... Está bien: sé que soy un exagerado en mi ascetismo, pero donde no exageré fue cuando rechacé la posibilidad de lucrar con mi profesión, cuando no mentí aumentando los diagnósticos para aumentar los honorarios... Yo no “vendí salud”, Atilio. Y esto no es ni exageración ni extremismo, es ética... —hizo un alto para respirar hondo, advirtió que abrumaba al muchacho y concluyó—. Lo que te quiero decir en una palabra, es que vos podés elegir entre la flauta o la panza, no importa el qué, lo que interesa es que la elección sea libre. Esta flauta me da lo que ningún brillo ni ningún roce aterciopelado brinda, Atilio: la libertad. ¡Libertad, Atilio! Calló el viejo. Modularon sus músculos faciales una transición del éxtasis a la calma. — Así es muchacho... Disculpá la lata, pero a veces necesito decírselo a alguien, como para convencerse a mí mismo... Es que la libertad es incómoda, Atilio... Mirá si no, y perdonáme el ejemplo, los chanchos: están en su chiquero, tranquilos, cómodos, seguros... ¿viste alguna vez algo que diera la imagen de mayor tranquilidad que ésa?... La libertad es incómoda, es intranquila... ¡pero es grande! Se hizo otro silencio profundo, pero esta vez se animó el cartero a cortarlo y a bajar a tierra: — ¿Y Cordobita? — ¿Cómo? ¿Venía para acá? — Y... hoy para el mediodía, después del almuerzo, lo largaba el Comisario... Pensé que ya habría llegado... — ¡Pero! ¡Seguro que se mamó en el camino! ¡Otra vez! ¡Qué tipo! — ¡Qué bárbaro! Parecía tan arrepentido hoy en la comisaría… Me juego que lo mató el tintillo... Ah! Escúcheme, ¿tiene a mano la corbata de Montoya?
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—Está bien, ¡la cuidaremos! —agregó el cartero en tono portorriqueño de doblaje cinematográfico. — Si no manda otra cosa me voy... — Pero... Mirá cómo te saqué tiempo... ¡Las cinco y media perdonáme, Atilio. —Por favor, doctor Trizato! Fue un gustazo — y se adelantó hacia el viejo para saludarlo conmovido en un apretón de manos.
Donde cabe la esperanza
XI
Eduardo H. Paganini
Cuando se detuvo el golpeteo, el silencio provocado, la ausencia de campanazos tibios de la maza sobre las herraduras, lo restableció a la vida social:
Nuevamente la calle. La aliada o la enemiga, según. Un lugar de todos, que con presencia y continuidad se podía convertir en un lugar para uno, propio, libre, conocido. Su trabajo estaba ahí y en disimular sus distancias, en aparentar en los vecinos la ficción de que no existe la separación, de que la simultaneidad en el espacio se logra a través de un papel escrito que llega contra viento y marea, entregado por sus manos. Como una estampilla en un sobre, él incrustaba el espacio contra el tiempo. Se encaminó hacia su casa, pues daba por concluida la tarea diaria. Pero, a las pocas cuadras, rozó la esquina del corralón de Tacho y recordó abruptamente que tenía pendiente un mandado: los gorros de lana para esos caballos. Desvió por lo tanto su rumbo sin enfado, hacia el portón del local; atravesó el empedrado umbral y lanzó su pregón:
— ¿Cómo anda todo, Tacho? — Bien... Bah! Más o menos. — ¿Por...? — Mucha gente ya no manda sus caballos al corralón... Prefiere dejarlo atado a la puerta o tenerlo en el campo abierto, con todos los riesgos. Si no fuera por el vasco Iriberri y por Pedro Tesseira... Mirá la caballeriza: parece tres veces más grande con tan pocos pingos! —tomó aire e invocó a sus animales favoritos que retribuyeron cabeceando gentilmente— ¡Tiiito! ¡Fiirpoo! — Acá te traje los gorros que le pediste a don Sexto... — Mostrando... ¡Son güenos, che! Por acá los aujereo y le calzan las orejas. ¿Sabés cómo ayuda esto en el verano? ¡Pobres los caballos! Cuando andan de tiro, el sol a la
— ¡Carteroo! Un cusquito rabicorto salió chumbando a recibir al extraño recién llegado, pero un afiladísimo chiflido lo paralizó al punto. — ¡Cucha, Batuque! Hola Atilio, que había sido malo el perro, che! Vení, acercáte a la fragua que no puedo salir...
tarde los revienta... Yo he visto algunos trasijados por l’insolación, morían solitos o había que sacrificarlos... A mí no me gustaría que a mis pingos lea pasara eso.. ¡Tiitoo! ¡Fiirpoo! — Che, Tacho, te tengo un pedido del maestro... Dice si podés mandarle... este... —no tomaba coraje el muchacho para mencionar el estiércol— ... porque él quiere que las plantas... Como están medio secas…
— ¿Qué tal, Tacho? Mirá como estoy apurado... —se detuvo en seco, cambió de postura, relajándose—. Pst. Ma! Sí...! Hay que tomarse su tiempo, viejo —y se sentó en un poyo de madera próxima a la bigornia.
— ¡Ah, quiere bosta! ¡Cómo no! —adivinó Tacho, familiarizado con ese tipo de solicitudes, y agregó con su habitual estilo burlón y zafado— ¡Con la mierda de sueldo que tiene! ¿para qué quiere bosta?
— Sentáte, sentáte, che! — dijo Tacho mientras proseguía su tarea martilleante en medio del chisporroteo—. Trajiste carta para mí o para los caballos? Atilio, obnubilado por el espectáculo del hierro al rojo blanco que estallaba en chispas rutilantes, sonrió convencionalmente y quedó expectante unos minutos.
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El carrero abandonó le fragua y se introdujo en un galponcito esquivando columnatas del playón sombreado. Alzó una bolsa de arpillera y con la pala al hombro fue hasta las caballerizas. Allí paleó tres o cuatro veces, hasta mediar la capacidad de la bolsa. Anudó la boca y regresó hasta donde el muchacho.
Donde cabe la esperanza
— Acá está el pedido, viejo —depositando su olorosa carga — ¡Pffff! ¿Y esto cómo se lleva? Recién mañana vuelvo a pasar por la escuela... — Dejálo acá hasta mañana, que de mientras se va a orear y cuando vengas no va a tener tanta baranda...
Eduardo H. Paganini
animal doméstico no es porque el hombre lo sepa domar o le corte su vitalidad… yo lo he pensao mucho esto... y llegué la conclusión de que si los pingos son animales domésticos es solamente un gesto de bondá de ellos, es un gesto de diplomacia… Mirále el pelaje al Firpo ahora, ¡mataduras, manchones, opacao...! Lo viera cuando potrillo. El amarillo parecía... lana de tejer. Suavecito... blanco brillante.., los ojos eran
— ¡Conforme! —aceptó Atilio, viendo cómo se solucionaba su problema—. Prefiero mi bicicleta, che, que no larga tanto aroma.
como caramelos de café... ¿Y ahora...? Su única alegría es alguna manzana verde de vez en cuando —Tacho, tomó aire después de su alocución y aleccionó a Atilio— Vos, pebete, tendrías que hacer el reparto en pingo, al igual que los chasques...
— Como sigan así las cosas, voy a tener que poner una bicicletería... —reflexionó — ¡Hecho! Algún día hacemos el cambiazo: bici por flete, ¿te parece?
con pena el carrero. — No sería mala idea —intentó aportar el joven. — No va a ser lo mesmo, Atilio... desde el hombre de piedra el caballo estuvo presente en todo… en la guerra, en la paz, en los viajes, en el trabajo... Ahora, con la tecnología y esas chauchas, tuerca y bulón!, ¡grasa y hollín! A este paso va a llegar el
— ¡Aceptao! — Listo. Ahora sí... me voy. Ya es hora. — Chao, Atilio, chao. Gracias por los gorros. No te olvidés de pasar mañana primero por acá, que te espera el café.
día en que mis nietos, cuando yo sea abuelo, van a decir: “el abuelito trabajaba con unos animales buenos que desaparecieron porque ya no se usan...” ¡Qué fenómeno! ¡Tiito! ¡Fiiirpoo! —y un relincho breve fue la adhesión a la elegía equina de Tacho.
— ¿Café? ¡¿Qué café?! — ¡La bosta, bolas!
— Mirátelo al Firpo —continuó el carrero—, ése sí que es un bayo pingazo! Yo lo vi
Salió riendo el cartero con su saca a la espalda. Tomó por la calle principal
nacer, ¡ayudé a nacer! Y también vi nacer a su madre, Fresca, ¡linda yegüita! La pobre
montando su incansable bicicleta. Iba en dirección de su casa, habiendo concluido ya
murió hace rato, entuavía era joven… Se fue en un hilo... Se desangró después de una
el laberinto de su jornada postal. De pronto, una reflexión tomó fuerza en su mente y se
mala parición... Cuando Firpo era potrillo ¡lo vieras! Flacucho, patilargo, tembleque al
hizo inquietud:
caminar. Y ya desde chico mostraba a cada rato los dientes como si estuviera riendo.
— Con tan poca correspondencia voy a quedar sin trabajo.
Fijáte que casi le ponemos Carcajada en vez de Firpo... Cuando murió Fresca, la madre, parecía que el tipo —aunque ya era grande andaba perdido… embolado... estuvo tres o cuatro semanas abombado, casi sin comer… Hasta la primavera. Después cuando creció, llamé al Vito y al Negro para que lo capen. Yo nunca presencio la operación… Me da… no sé que... Pero es necesario para adormecer un poco a la bestia terrible que lleva cada animal en sí mesmo, dentro suyo. Mirá, Atilio, yo creo que si el caballo es un
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Cielo y tierra; arriba y abajo, claro.
Donde cabe la esperanza
ApĂŠndice (Forzoso y postrero)
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Eduardo H. Paganini
Donde cabe la esperanza
Eduardo H. Paganini
Este Apéndice está integrado por un vario y breve conjunto de cartas y esquelas, cuyos remitentes son el último y único indicio de origen. Sus destinatarios son algunos de los
personajes
que
hemos
visto
desfilar durante el recorrido de Atilio. Por diversos motivos de difícil y/o imposible enumeración, estas misivas no
llegaron
al
correspondiente
receptor
—sobre
todo
cuando sus mensajes podrían haber sido fructíferos— o bien, sí llegaron hasta las manos deseadas, pero ya demasiado
tarde
comunicación
eficaz;
para
una
o
bien,
finalmente, si llegaron a término, es casi seguro que habría sido preferible que ello nunca hubiere ocurrido.
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Donde cabe la esperanza
Ciudad Capital, 11 de setiembre.
Eduardo H. Paganini
de darte la noticia, hermano. Parece mentira, pero aunque la mano brava haya pasado, el enterarte de algo que no sabías, aunque tenga varios
Escuela N° 321 años, igual te jode como si lo vivieras recién... Yo no puedo sacarme de El Aguanillo
la cabeza a Cacho... Me acuerdo qué orgulloso estaba por laburar en una escuela que llevaba el nombre de un “poeta popular” como le gustaba
Querido amigo Guillermo Germán: decir a él, Evaristo Carriego me parece... ¡Qué gran pibe! La cosa ya Fijáte que cursilería la mía que te escribo para saludarte en el
fue hace rato pero el dolor sigue siendo reciente.
Día del maestro! ¿Qué te parece cholito? sí, sí, ya sé que vos no querés Cambiando de tema para no amargarte con mis malas ondas, te paso saber nada con Sarmiento… pero yo no compartí nunca tu opinión al otro chimento: ¿te acordás de Antonio Jorgi? El gordito de Lanús, que respecto, así que te la aguantás y recibís bien tranquilo mi saludo. era el primer tablero de ajedrez en el Intercolegial. Bueno, se casó la Y ahora en serio: ¿cómo andás, loco? Hace rato que no me mandás una
semana
pasada.
mísera carta desde tu escuelita en la loma del jopo. Espero que no sea
terminando
por alguna bronca conmigo porque yo por ahora no hice nade malo che!
laburito!
su
Ahí
tenés
primera
una
novela
buena y
noticia.
ahora
está
Además buscando
el
tipo
está
editor,
¡qué
¿Qué novedades tenés de aquellos pagos? ¿Cómo anda la muchachada de la Don Buenaventura, va llegando la hora de poner fin a esta carta. Le escuela? Acá Mirta quiere saber si ese problemita de la diarrea en los aviso nomás que mando por encomienda aparte un par de libros que me más chicos se pudo solucionar más o menos, porque hasta ahora no tenemos había
prestado
en
el
verano
pasado:
La
balada
del
álamo
carolina
noticia de los remedios que pudimos juntar y en el Distrito Escolar no (sensacional!) y La Forestal (demasiado puntilloso el Gastón Gori con nos saben decir nada. ¿Qué raro, no? Los papeles del pibe Leandro los documentos históricos, pero interesante testimonio). Además agrego Orellana que mandaste pedir en el Registro ya están listos y sólo falta un par de cassettes para deleitar sus orejas: el cuarteto Santa Ana (a la firma del escribano actuante, así que para la próxima te los envío Ud que le gusta el chamamé) y El Dúo Salteño (porque a mí me gusta la junto con la partida de ropa que estamos recolectando entre los alumnos de la secundaria. Por acá los pibes están bastante entusiasmados con la
baguala).
idea de apadrinar una escuelita rural, así que seguro va a haber ayuda permanente. ¡Chau, viejo! Hasta la próxima carta tuya, que espero no se haga Me vino a visitar Poroto García, ¿te acordás: el gigantón calmo que siguió odontología? Bueno, ya está recibido de odontólogo, che, y con
desear demasiado. Saludos de Mirta, Nico y Luisito. Un beso de Hugo y Matilde.
consultorio y todo! Estuvimos tomando unos vinos y charlando sobre los Juan Carlos Jiménez años corridos, compartidos o separados... Y bueh, salió el tema doloroso de los que ya no están. Yo ya sabía algo de Pedro, de Jorge, vos también te enteraste en su momento, pero ahora me vengo a desayunar con que también Cachito Carranza está desaparecido! Me toca a mí la puta suerte
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Donde cabe la esperanza
Eduardo H. Paganini
Mio Mio, 23 de noviembre
no podía faltar, Nemesio Trejo, El romance de la estanciera, Ivo Pelay, Hormiga
Negra
(¿te
acordás
cuando
hiciste
de
Pulpero?),
Gorostiza,
Querido Chiche: Pirandello y si mal no cuadra hasta el mismo Shespeare. Ahora que tenés Hace mucho tiempo que no tengo noticias tuyas, Exactamente desde
una idea de nuestro nivel de apetencias es necesario que sepas que hemos
que estuve con el circo de los Hermanos Scotti, que me enteré que
querido que seas una de las primeras figuras invitadas a participar del
estabas con los Walter Broders recorriendo el mundo. Así es la vida del
elenco, en homenaje al pasado sobre las tablas, o sobre la arena—es lo
artista trashumante, tantos años sin vernos después de una amistad tan
mismo— que llevás sobre tus hombros. Nos es muy grato poder saber que
fuerte como la nuestra. Espero que al responder me hagas saber de lo
con tu presencia en nuestro elenco estable la calidad dramatúrgica de la
tuyo, de tu actividad de pista y arena. Yo por mi parte te diré que
Compañía se verá engalanada con una estrella de primerísima magnitud
estoy en una sociedad con Charola, Jorge ‘Charola’ López, ¿te acordás
cual lo eres vos. Charola me ha aceptado enseguida la idea mía de
no? Bueno, resulta que hicimos con él una sociedad de empresa teatral y
mandarte llamar para esta empresa.
artística. Porque con el circo no íbamos ni para adelante ni patrás, Bastaría solamente con que te animés a reiniciar el camino del además tantos años yendo y viniendo, yendo y viniendo que dijimos por teatro nuevamente, que seguro será de éxito para todos nosotros. Por qué no hacemos una empresa de teatro estable así no nos tenernos que ahora estamos parando en Los Vascos que es un hotel de acá en Mio Mio, matar viajando, armando y desarmando? acercáte y preguntá por mí o por Charola que no va a haber problema. La empresa de teatro la hemos denominado Las dos carátulas, ¿qué te
Desde ya te digo que esperamos tu importante asistencia.
parece? El nombre se le ocurrió al Charola porque dice que cuando era Por las dudas te aviso que acá te cobran la cama para pasar la chico la javie escuchaba los domingos por la radio todo el teatro de la noche a razón de 2 pesos. Te lo digo para que más o menos hagás los humanidad, y entonces se acordaba que se llamaba el ciclo Las dos cálculos necesarios para tus gastos porque hasta que la empresa esté en carátulas, y como me pareció un nombre bastante fino y culto, hemos funcionamiento y pueda solventarnos todos los gastos suponemos que más o decidido por unanimidad aceptarlo como nuestro nombre. Ahora estamos en menos pasarán unos días. Según Charola dice que hay que esperar unos dos la etapa de organización de Las dos carátulas, es decir, que estamos meses, no sé a mí me parece que tanto no. También si querés podés entrar buscando
lugar
para
instalar
el
tablado
y
por
otro
lado
estamos como socio a la empresa, eso como vos quieras. Charola dice que lo mejor
convocando a artistas de trayectoria significativa. Con respecto al es hacer una cooperativa de teatro y que cada socio tiene que poner 450 lugar ya tenemos en vista un galpón que está en la Avenida San Martín de pesos más o menos como para hacer un capital significativo. Ya sé que es esta localidad y estamos haciendo las tratativas para alquilarlo y poder mucha
guita
pero
hicimos
las cuentas
bien
y
no
hay
otra forma
de
iniciar la explotación del teatro. buscarle la vuelta a la cosa. Vos fijáte bien cuánto podés tirar y en Pero sobremanera me interesa la otra parte de la organización, que es la que Charola me dejó a mí solo, que es la de reclutar a los artistas
que
quieran
incorporarse a
nuestro
elenco
estable.
Te
voy
avisando que en nuestro repertorio queremos hacer a Florencio Sánchez,
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todo caso antes de venirte me lo hacés saber acá al hotel, total el correo llega lo más bien.
Donde cabe la esperanza
Eduardo H. Paganini
Bueno, hermano, voy a ir despidiéndome de vos hasta nuevo aviso y que tu aparición por estos pagos se haga pronto para que así la escena nativa se vea reconfortada con nuestra actividad. Chao Chiche. El Negro Pérez
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Donde cabe la esperanza
Eduardo H. Paganini
Villa Añá, 6 de enero. Sr. Sexto Cruz De mi mayor consideración: El que suscribe Froilán Onemís, L.E. N° 2.676.54 en mi carácter de albacea de D. Nicolás Benemérito Montoya Unzué, se dirige a Ud. a los efectos de ponerlo en conocimiento de que ante el deceso del causante se han dispuesto una serie de circunstancias que alteran su relación de dependencia como empleado. En primera instancia es mi obligación notificar a Ud.
por
la
presente
y
atendiendo
a
lo
expresado
en
el
testamento
ológrafo del causante que cesa Ud. a partir del 1° de febrero en su condición de casero de la mansión sita en la Circunscripción 58 Fracción 65 Chacra 27, según nomenclatura catastral, sita en El Aguanillo . Que asimismo y como necesidad del juicio sucesorio, según
lo
establecieran
los
herederos
legítimos
a
posteriori
de
la
declaratoria pertinente, deberá fragmentarse el inmueble en parcelas — previa
demolición
del
edificio
principal
y
desmantelamiento
de
los
accesorios—. Por lo tanto se hace perentorio el abandono de la propiedad,
sin
perjuicio
de
iniciar
las
acciones
judiciales
correspondientes si el emplazamiento legal no fuere respetado. A los efectos de su notificación personal se le informa que el presente trámite se inicia en Juzgado Provincial de lo Civil N° 54, a cargo del Dr. Áníbal Maggio, Secretaria del Dr. León Soireff, bajo el auto caratulado “Nicolás Montoya, su sucesión”. Sin otro particular lo saluda con sus respetos: Froilán Onemís (Albacea Autorizado)
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Donde cabe la esperanza
Eduardo H. Paganini
Coronel Yesca, 16 de abril
viva no sé para qué le tengo que escribir ahora que está muerta. Me parece que lo mejor sería que no le escribiera nada y que Ud siga
Dr. Rómulo H. Trizato viviendo a lo bacán como seguramente debe estar viviendo mientras que a Muy señor mío:
nosotros muchas veces nos faltó lo más elemental, pero por suerte y gracias a Dios y a la Virgen nunca nos faltó de comer y siempre salimos
Posiblemente
Ud
se
sentirá
sorprendido
al
leer
estas adelante sin ninguna necesidad de que Ud estuviera acá. Así que por eso
líneas mías, puesto que quizá desconociera de mi existencia o por lo le digo que mejor será no decírselo nada a Ud y que se muera en su menos de mi conciencia. Descubriré seguramente por mi apellido que soy propia ignorancia. su hijo. Lo saluda alguien que debió ser su hijo pero se niega a Le
ruego
a
Ud
disculpe
mi
falta
de
diplomacia
para
enfrentar ciertos temas, pero es que mi madre me ha enseñado sobre todo a la sinceridad ante todo. Aun a costas de la diplomacia. Efectivamente si soy un Sarcedo es porque llevo el apellido de mi madre, Josefina Yolanda Sarcedo, de quien debo notificarlo por esta vía su alejamiento definitivo de este mundo. Se durmió en la paz del Señor el pasado 4 de abril, y quiero que sepa que llevó a su tumba el secreto de su unión con Ud. Sé que Ud ha ayudado económicamente a mi madre con su giro mensual por lo que ya a esta altura de los acontecimientos le digo que bien puede dejar de hacerlo porque no necesito de su plata. Además que he decidido irme a otra ciudad, a lo mejor la capital para probar mejor suerte porque la verdad que acá la cosa no anda bien. La verdad la verdad que me da bastante rabia tener que escribirle a Ud porque nunca antes tuvo la valentía de aparecerse por esta casa, así que me resisto a tener que ser un hijo suyo por vía postal. Mi madre siempre me habló bien de Ud, pero la verdad que yo no le creí nunca eso porque sino Ud tendría que haberse hecho presente entre nosotros, dijera el pueblo lo que dijera. Yo muchas veces quise ir a verlo para conocerle la cara pero mi madre siempre se negó por esas cosas que tienen las mujeres que vaya a saber uno. Le digo que ya tengo bronca de escribirle esta carta porque si no vino nunca cuando estuvo
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serlo: Elías Sarcedo Trizato.
Donde cabe la esperanza
Eduardo H. Paganini
Riacho Verde, 21 de septiembre.
fueron una tortura infernal que de por sí son suficiente motivo como para alcanzar el perdón que te estoy pidiendo. ¡Casémonos Teresita!
Apreciada amiga: ¡Casémonos, por favor os lo ruego! La desesperanza abriga en mi corazón Aunque el
tiempo avanza con
su corcel
enceguecido, mi
memoria no puede olvidar tu agradable presencia. Si miras la fecha,
su hielo puede más que el frío invierno... Sólo el calor de tu pasión podrá revivirme... Te pido, te suplico que no desoigas este clamor mío
verás que te escribo estas palabras emocionadas en el comienzo de la No es mucho lo que puedo ofrecerte en esta empresa amorosa Primavera, ¡Qué mejor día para recordar nuestra hermosa amistad! Tu a la que os convoco, tan sólo ofrendo mi dignidad de amante lacerado y grácil silueta femenina anida en mi corazón embargado por la emoción, mi afecto siempre dispuesto. Para el amor no debe existir medición por el recuerdo de tanto amor juvenil obsequiado. económica posible. De todos modos, mi querida amiga, puedo asegurarte un Sé que tú desoirás con seguridad estas palabras mías por entender que obedecen a una actitud de falsía. No es así, Teresita...
aceptable pasar ya que para ello cuento con mi no despreciable pensión, además de las ayudas que mis doce hijos cada tanto efectúan. Y con respecto a nuestra vivienda, también lo tengo planeado puesto que aquí
Cada día que pasa, cada hora que se suma en mi pasado, es en la pensión hay suficiente lugar para ambos. Ya lo estuve consultando un instante de dolor apesadumbrado por el recuerdo de tu distancia y tu con el Director y me ha dicho este hombre que él no se opone a nuestra silencio... Teresita... ¿recuerdas cuando entrelazadas nuestras manos te decía tu nombre, entre el follaje de la plaza? ¡Cuánto tiempo ha pasado! ¡Éramos
tan
jóvenes
entonces...!
Recuerdo
que yo tenía veinte,
dicha. Como verás es un buen médico...
tú,
diecisiete...
En fin, Teresita, no quiero abundar en palabras que sólo se superpondrían a las ya expresadas y creo que sería innecesario. Te extraño
entrañablemente
desde
esta
mi
actual
soledad...
Respóndeme
Y un veintiuno de septiembre como el de hoy nos juramos eterno amor sobre la tierra. Pusimos al cielo de testigo. Y después... Después las cosas nos hicieron apartarnos de nuestro rumbo deseado... Sé
pronto y concretemos nuestro sueño de amor. Te saluda tu esclavo
que tú siempre has permanecido fiel a ese juramento, si hubo un culpable José Artudillo de esa lamentable ruptura tan hermosa, sé que fui solamente yo... Asumo mi responsabilidad de esa traición... ¡Pero, Teresita...! Traición, no;
PD: Entregaré esta carta a mi hijo Néstor para que llegue con mayor
por
celeridad a tus ansiadas manos...
favor,
juvenil...
es Aquí
demasiada te
palabra
pongo
mi
para
atribuir
corazón
para
a que
esa veas
botaratada que
mi hasta pronto...
arrepentimiento, no por tardío, es incompleto... Tu palabra puede ser mi redención. Es cierto. Me casé con Laura... Pero qué iba a saber yo.. Era un cabeza fresca... Nunca debí hacerlo, Teresita, es hora de que lo sepas... Nunca debí hacerlo! Mis treinta y siete años junto a esa mujer
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Donde cabe la esperanza
Eduardo H. Paganini
Pampa del Escuerzo, 16 de septiembre D. Virginio Feinn Respetable conciudadano: Dios salve a Ud. Los miembros integrantes de la Sociedad Amigos de la Luz Patriótica se dirigen a Ud, corresponsal honorario en El Aguanillo , a los efectos de comunicarle que se ha concelebrado reunión plenaria el próximo pasado 11 del corriente y en la misma se ha acordado determinar el estado de emergencia de nuestra Entidad ante los acontecimientos que son de dominio público. Frente al avance de la sinarquía internacional que yace agazapada entre nuestras familias se hace necesario levantarse en pie para la defensa de nuestras instituciones y de los valores del mundo occidental y cristiano. Cofrade, es hora de acción y de resignación, se ha
decretado
que
en
las
próximas
horas
desarrollemos
una
maniobra
envolvente sobre el enemigo que carcome nuestra Patria y su Tradición. En recibirá
Ud
el
las
contacto
próximas
que
le
jornadas
ampliará
los
de
esta
detalles
misma del
semana plan
de
ejecución cuyo objetivo final será la restitución de la dignidad moral en los puntos cumbres del país. El Cofrade Mayor de la Legión Luz con Honor, Dr Emeterio Gruiz Achavález, portará los pliegos correspondientes que delinearán sus funciones en la táctica a emplearse. Quede Ud a su entera disposición. La hora de la verdad ha llegado! Honor y Loor, Honra sin Par, hasta la triunfal aurora patriótica. Chao, Jorgelino Pedernera Cofrade de número.
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Donde cabe la esperanza
Eduardo H. Paganini
El Aguanillo, 19 de abril. Contribuyente D. Aníbal Pezzi s /d Visto
lo
actuado
en
el
Expdte
659/73
de
esta
Dirección de Limpieza y Servicios Generales y ante la Ordenanza 43 de este H.C.D. que regula en el ejido la explotación de corralones y hospedaje para animales, se lo intima bajo apercibimiento a desafectar el inmueble de su propiedad de la calle Yatasto n° 44 (Nomenclatura 11— A—96b) del uso como corralón de caballerizas. El cartelón de chapa que obra sobre el portal del edifico y que dice ‘TACHO PEZZI CARRUAJES pasa a partir de la fecha a ser motivo de multa diaria hasta su retiro de la vía pública. Sírvase notificar de la presente Resolución Enrique Del Comte Funcionario municipal.
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