Había una vez, no muy lejos
de donde estás, un terreno enmarañado, de esos que ya no existen más. No estaba en el campo, ni tampoco en la ciudad. Estaba al final de un sendero, entre una choza y una casa, más o menos a la mitad. En este terreno baldío, donde antes pastaba una vaca, se conocieron Tiririca, Perereca y Jararaca.
Tiririca era una gramilla rastrera, menudita y ordinaria.
Perereca era una rana, saltarina, estrafalaria.
Pero Jararaca... esa era otra cosa. Una doĂąa peligrosa, una serpiente venenosa Tan distintas eran ellas, que vivĂan apartadas.
Tiririca en el jardĂn, Perereca en la laguna, Jararaca en la selva.
Buenas noches,
Buenas noches,
Hasta que se encontraron, entre hierbas y basura, en el terreno enmarañado, una noche muy oscura. Se miraron de reojo pero no se hablaron mucho. –Buenas noches, buenas noches se dijeron y se fueron a lo suyo. Y así vivían las tres, hacía más de un año y un mes.
Buenas noches,
Entonces una mañana llegaron los otros. Gritaban fuerte, pisaban duro. –Hay que quitar este matorral. –Hay que tumbar este muro. –Hay que limpiar, hay que aplanar. Uno midió, otro cercó; uno cortó, otro excavó.