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El amigo que no está…
from Isleño 196 -
Acabo de entender por qué escribimos cosas que son cartas a quienes acaban de partir, pienso que esperamos que, en el misterio de la muerte, en la integración, la persona querida pueda leer a través de todos los demás.
Por: Cristina Bendek
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No hay otra manera de escribir esto, Karim, es así: es una carta que leerás a través de las personas en las que habitas. Y son muchísimas, y vienen más.
No recuerdo mi primer registro de tu vida, eras chiquito. Cuando nos reencontramos por casualidad en un bar de La Candelaria una tarde de viernes, ¿2008, 2009?, bebimos un par de cervezas y me contaste que en los años de colegio me veías grande, dos cursos por delante; y además, que votaste por mí para representante de los estudiantes. Recuerdo muy bien haber ido a tu salón a presentar mis propuestas y recuerdo verte siempre por ahí en el descanso, tú, con más ojos que cara. Éramos ciento veinte estudiantes, nos conocíamos todos. En el encuentro de La Candelaria no tenías barba aún, querido, y yo todavía te vi chiquito. Hablamos de política.
Después nos perdimos muchos años, yo vivía en México, pero cuando regresé a San Andrés me escribiste, yo estaba haciendo columnas semanales para El Isleño y querías que propusiera algo para El Malpensante. Yo me privé del susto, escribía en una clave insular y mis columnas eran para acá, para desordenar la casa. Ya no te volví a ver chiquito, Karim, siempre te vi mayor. Por cierto, muchacho, mi vecino a esta hora, nueve y media de la mañana del domingo, oye salsa, y me acuerdo de la vez que nos encontramos en una feria del libro en Barranquilla y no quisiste ir a La Troja. Hombre, qué vaina, te reíste porque yo me quedé en el lobby del hotel vestida como pa’ eso, estábamos con tu combo. Tengo fotos de ese día en el álbum de mis favoritas.
Yo hubiera podido estar en cualquier parte del mundo el miércoles 8 de marzo, es más, debería estar en Alemania. Pero por cosas de la vida estaba en San Andrés, en la isla, Karim, a las ocho y media de la mañana, cuando entró la llamada de Mariamatilde, y no sé cuál circunstancia hubiera sido más difícil. Yo no entendí nada, por unas horas no entendí nada, empecé a escribirles a tus amigos. También te escribí a ti.
Es que cuando estoy aquí, cada vez que descubro algo bueno, un ritmo, un spot, una persona genial, o un cuento de esos absurdos y bellos que hay en la isla, pienso en mis amigos, pienso en mostrártelo a ti, para que te maravilles, como yo, de un lugar que conocemos y que no conocemos. Yo soy isleña, Karim, quería que habláramos aquí, quería que visitáramos a la única persona. Ya no sabré con exactitud qué era eso que tenías metido en el pecho, eso que tenías que decirme sobre el libro, no podré contarte las buenas noticias que no le he contado a nadie; no podremos rajar de nuestros mundos, hablar de nuestros amores o pedirte un consejo sobre si escribir o no en tal revista.
Te dije, Karim: aquí te espero. Lo último que me mandaste fue un corazoncito, no dijiste más. Ay, Karim, he andado todos estos días, buscando consuelo en la gente, en la música, en los paisajes. En la víspera de tu velación salí de mi casa por el West, hacia el sur. Pensé que este mar lo vieron tanto tus ojos, yendo y viniendo del colegio. Me imaginé que quizás a lo lejos había un mundo al que llegarías, que tras la línea negra de este horizonte que ambos sentimos opresivo habría un lugar que sería tu destino. Por primera vez pude desearte el descanso. Envidié, Karim, tu descanso. Me quedé sola pero seguiré hablando contigo, buscando tu opinión y lamentando no haber estado más cerca. Oigo tu voz.
La última vez que hablamos te puse un muñequito llorando y te reclamé porque ya tú no venías por aquí. Estabas en Cartagena a punto de moderar un conversatorio en el Hay Festival pero me diste gusto, dijiste que ya venías, que en marzo llegabas y uf, me emocioné, pelao, quería hablarte de lo que estoy escribiendo, te dije que me serviría el palo que sentía que me ibas a dar tras tu lectura de la novela, me moría por contarte que ya no escribo así y también quería mostrarte cosas, y que volvieras, que volvieras.
Hazel y que bailáramos reggae como dos pelaos de colegio, riéndonos porque uno no baila esa vaina sino en San Andrés, con sanandresanos.
En esa última charla, breve, mencionaste nuestra relación con la isla y es en esas cinco palabras que puedo condensar el vacío, buai, porque tú entendías mis ambiciones, y creo de verdad, por tu vida, por el pasado que compartimos, por el espíritu con el que trabajaste y por los nuevos mundos que cada quien hizo, que eras
Aquí estamos los que te queremos. Yo, como si fuera otro libro que te regalo, te doy mi camino, Karim nuestro, las páginas que vienen te las dejo, con esta dedicatoria. Te amaré y te admiraré siempre.
A la familia hermosa de Karim, a sus padres Karam y Suad, cuyo amor lo inspiraba; a sus hermanas Fairouz y Suad, cuya niñez vi también; a sus abuelos, cuyas enseñanzas Karim siempre recordaba; a sus primos, a sus tíos, a sus amigos, a su pareja, a sus colegas, extiendo mis más profundas condolencias, y les cuento de mi sincera disposición a honrar su vida. Carpe diem.
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PROVIDENCIA: ENCUENTRO DE LOS ‘AFILIADOS PREFERENCIALES’