Ayer y mañana

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DR. GUSTAVE LE BON

AYER I MAÑANA LAS FUERZAS Q U E RIGEN LA H IST O R IA .— GÉNESIS PSICOLÓGICA D E LO S GRAN D ES CON FLICTOS.— P SI­ C O LO G ÍA DE L A M U E R T E .- L A S FO RM A S D E L V A ­ L O R .— EL ARTE D E M A N D A R .— LA IN C O M PR EN SIÓ N ENTRE RA ZA S DIFEREN T ES.— LA V EJE Z D E LO S PU E' BLO S.— LAS V ERD A D ES ACTIVAS Y LAS INACTIVAS. LA IN T ERDEPENDEN CIA DE LAS N A C IO N ES.— EL M I­ LIT A RISM O FUTURO D E L U N IVERSO

TRADU CCIÓN DE

MARCIAL AGUIRRE

M. AGUILAR e d i t o r

MARQUÉS DE URQUUO, 39

MADRID


ES PROPIEDAD

Imp. de J. Pueyo. Luna, 29 Teléfono 14*30. — MADRID


INTRODUCCIÓN

El inmenso conflicto en el que tan violentamente chocan las fuerzas del Universo, no sólo ha acumu­ lado ruinas materiales, sino también morales. Si vemos cambiar el mundo, no es únicamente porque han sido destruidas ciudades y rectificadas las fron­ teras geográficas, sino sobre todo porque las anti­ guas concepciones que orientaban la vida de los pueblos han perdido su fuerza. Las ideas que brillaban en el firmamento de la civilización y regulaban las relaciones entre los hombres, han ido palideciendo una tras otra. Los pueblos ven conmoverse su confianza en el poder de las armaduras sociales que les protegían. Todos los Gobiernos, sea cual fuere su forma, han manifestado la misma incapacidad. Todas las doctrinas, el pacifismo y el socialismo, la libertad lo mismo que la autocracia, se mostraron igualmente impotentes. Ninguno de los dogmas propuestos a las naciones ha revelado virtud eficaz alguna y las fórmulas más llenas de esperanza pierden todo su prestigio.


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La mortífera epopeya salida de las ambiciones germánicas, no sólo ha hecho salir a los pueblos de su vida cotidiana, sino también de las concepciones tradicionales que les servían de antorcha. ***

El mundo se encuentra detenido en su marcha y el porvenir envuelto en tinieblas porque un pueblo poderoso por las armas se precipitó sobre Europa para avasallarla. Invocando los principios que mu­ chos admiraban sin comprender sus amenazas, afir­ mó que el derecho dado por la fuerza era superior a todos los demás. La equidad, la justicia, la huma­ nidad y todas las adquisiciones resultado de siglos de esfuerzos, fueron declaradas sin valor alguno. Alemania esperaba que se mostrarían sin fuerza. Para facilitar su empresa, esta nación dió prue­ bas de una ferocidad y de un desprecio de las leyes tradicionales del honor que llenaron al mundo de estupor y no tardaron en levantar en contra de ella los pueblos indignados por semejante regresión a la barbarie. La invasión fué rechazada; ¿pero cuánto tiempo habrá que estar en armas todavía para evitar los ataques de un pueblo que no reconoce ningún va­ lor a los tratados? * * *

La historia ha visto periodos durantes los cuales los hombres lucharon tantp como hoy; pero no ha conocido ninguno en que tan necesario sea reflexio­


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nar. No invocando ya para explicar las cosas ni los azares de una suerte incierta ni las voluntades so­ beranas de Dioses inconstantes, el hombre moderno sólo busca en sí mismo las causas de su destino. Ve el peligro de las ilusiones y comprende que el mun­ do no está gobernado por las quimeras salidas de sus deseos. Poderosa destructora de ilusiones, la guerra ha modificado mucho nuestra visión general de las co­ sas y obligado a todos los espíritus a meditar sobre cuestiones de derecho, de psicología y de historia, temas abandonados en otro tiempo a los especia­ listas. ***

Los problemas planteados por la paz son nume­ rosos y difíciles. Creer en su simplicidad conduce a soluciones inciertas cargadas de peligrosas conse­ cuencias. Todo se relaciona en el edificio económicosocial. Los intereses están ligados y son contradic­ torios a la vez. La necesidad los domina más que nuestras voluntades. Ya he consagrado un volumen a las enseñanzas psicológicas de la guerra y un segundo a sus pri­ meras consecuencias, proponiéndome examinar más adelante los problemas que ha planteado. Estos largos estudios convergenfinalmente en un limitado número de conclusiones que fácilmente pueden formularse en pensamientos breves. El pensamiento breve parece una forma literaria que se adapta muy bien a las necesidades de la época actual. El campo del conocimiento ha deve­


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nido tan vasto y tan estrecha la especialización, que no hay más remedio que resignarse a abordar sola­ mente las ideas generales que sirven de sostén a las diversas ramas del saber. Ellas constituyen la ar­ madura filosófica de las cosas, el alma de los fenó­ menos. Poco numerosas en cada época, evolucionan len­ tamente y no pueden cambiar sin que las civiliza­ ciones que ellas orientaban sean transformadas. Condensadas en proposiciones concisas, estas ideas generales y las reflexiones que originan, sólo tienen interés a condición de que sean la síntesis de hechos numerosos. Entonces dicen muchas cosas en pocas palabras y reemplazan a largos discursos. Su misión es, sobre todo, hacer pensar y no demostrar. Los amables lectores que, desde distintas regio­ nes del globo, siguen desde hace tiempo mi pen­ samiento a través de idiomas muy diversos, en­ contrarán en este libro los principios que yo he aplicado ya al estudio de los grandes problemas históricos. Una vez más he procurado sacar la psi­ cología de las varias teorías librescas para adap­ tarla a las realidades cotidianas que parecía querer ignorar, y que, sin embargo, es ella la única que puede explicar. Este nuevo trabajo será útil si lleva el lector a considerar ciertos aspectos de los fenómenos que habían podido escaparle, a revisar sus opiniones examinando las cosas, a desconfiar, sobre iodo, de las explicaciones simplistas que la extrema compli­ cación de los fenómenos no comporta jamás.


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No se trata únicamente de pensamientos sugeri­ dos por el espectáculo de la guerra y de las posibi­ lidades futuras a que ésta dará origen. No es sólo esto lo que encierra el presente libro, que termino con reflexiones científicas de interés general. El autor no podía olvidar que una parte de su vida fué consagrada a trabajos de laboratorio y que la cien­ cia es la sola generadora de nuestras raras certi­ dumbres y también la gran consoladora durante esas horas sombrías en que desaparecen todos los encantos de la vida, en que la sombra de la muerte se agranda todos los días y en la que el mismo por­ venir parece desprovisto de toda esperanza. La ca­ dena de las horas sería excesivamente pesada si para huir de las realidades obsesionantes que nos retrotraen a la barbarie de la prehistoria, no pudié­ ramos vagar por las regiones de la ciencia pura donde se zlaboran las leyes soberanas que orientan los mundos hacia sus fines misteriosos, i París, noviembre de 1917.


LIBRO PRIMERO Las fu erzas que dirigen la Historia


CAPÍTULO PRIMERO LAS POTENCIAS MATERIALES Y MORALES

Las guerras representan la exteriorización visible de fuerzas invisibles en conflicto.

Las fuerzas psicológicas son el alma de los fe­ nómenos materiales.

Las fuerzas materiales son temibles; las psicoló­ gicas, invencibles.

La guerra es un maravilloso ejemplo de la poten­ cia de las fuerzas psicológicas que conducen a los hombres. Ella demuestra la facilidad con que se desvanecen, cuando de estas fuerzas se trata, el miedo a la muerte y los intereses personales.


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En sus preparativos guerreros, todo lo había pre­ visto Alemania, todo menos la influencia de los factores psicológicos, que fueron lo bastante po­ derosos para levantar el mundo contra ella.

El desarrollo material de una civilización no es paralelo a su evolución moral.

Las fuerzas psicológicas fueron siempre los ver­ daderos soberanos de los pueblos. Transformadas en creencias religiosas, políticas o sociales, condu­ cen, según el sentido de su acción, a las civiliza­ ciones a engrandecerse o a desaparecer.

Las fuerzas que dirigen la historia, fuerzas bioló­ gicas, fuerzas afectivas, fuerzas místicas, fuerzas colectivas y fuerzas intelectuales, poseen lógicas distintas sin común medida entre ellas.


CAPÍTULO II LAS FUERZAS BIOLÓGICAS Y AFECTIVAS

Las fuerzas biológicas comprenden todas las necesidades necesarias para el mantenimiento de la vida y están canalizadas por los dos grandes factores de actividad de todos los seres: el placer y el dolor.

Las fuerzas afectivas, es decir, los sentimientos y las pasiones, al estar frecuentemente al servicio de las fuerzas biológicas, la razón es impotente con­ tra ellas.

Los progresos de la civilización han desarrollado considerablemente la inteligencia; pero no han ejercido acción alguna sobre los sentimientos, cuyo conglomerado constituye el carácter. La ambición,


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la avidez, la ferocidad y el odio sobreviven a tra­ vés de todas las épocas. ♦o-*Los hombres de todos los países están de acuer­ do sobre la mayoría de las cuestiones científicas o técnicas que dependen de la inteligencia, porque su guía es la experiencia. En materia religiosa, políti­ ca o social, las impresiones personales reemplazan a la experiencia y el acuerdo sólo es posible entre personas que profesen idénticos sentimientos. Y entonces no es la justicia de las cosas lo que crea el acuerdo, sino la identidad de sentimientos pro­ vocada por estas cosas. — Las divergencias intelectuales se soportan y una razón débil se inclina fácilmente ante una razón fuerte. Las divergencias sentimentales, al contrario, no se toleran. Sólo la violencia les hace ceder.

Los sentimientos se contagian fácilmente; la in­ teligencia, no.

La igualdad de los seres es mucho mayor en el dominio de los sentimientos que en el de la inteli­ gencia.


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Como los sentimientos y la inteligencia no evo­ lucionan paralelamente, ni tienen común medida, una civilización muy elevada encubre fácilmente sentimientos muy bajos.

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Bajo el punto de vista sentimental, hombres de una inteligencia superior tienen, a veces, una men­ talidad muy próxima a la del salvaje. —®— Cuando se exagera un sentimiento desaparece la facultad de razonar.

Un pueblo que no consigue dominar sus instin­ tos de barbarie acaba por glorificarlos a fin de poder acatarlos sin avergonzarse. Fué una gran ha­ bilidad de los filósofos germánicos intentar justifi­ car con razones biológicas e históricas los impul­ sos atávicos de conquista, muerte y saqueo de su raza.

Ciertos sentimientos sólo pueden ser combatidos con sentimientos idénticos. La maldad, la violencia y la mala fe no se dominan con la honradez y los escrúpulos. ♦®-*-

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Los grandes autores dramáticos de todos los tiempos comprendieron que no se jerarquizan los sentimientos. En un momento dado, el más intenso domina a todos los otros. Eurípides nos muestra a los celos dominando el amor maternal, cuando Medea inmola al hijo que había tenido de Jaron, para castigar la infidelidad de éste. Corneille, por el contrario, nos hace ver cómo se borra en Ximena el sentimiento de venganza gracias al amor que siente por el matador de sujpadre.

La ley psicológica según la cual, cuando existen dos dolores simultáneos, el más fuerte hace olvi­ dar el más débil, se comprueba también en el do­ minio de los sentimientos. Los diplomáticos ale­ manes ignoraban esto curando confiaban en los odios políticos que dividían al pueblo francés. Es­ tos odios eran muy fuertes, pero desaparecieron instantáneamente ante el odio, más fuerte todavía, que inspiraba el extranjero. —©♦ Las pasiones raramente existen aisladas. La en­ vidia va acompañada del odio; el amor, casi siem­ pre, de los celos. La avaricia es inseparable de la dureza.


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En las civilizaciones modernas la necesidad de lujo o, por lo menos, su apariencia, es, a veces, más imperiosa que la de lo necesario. -®Un ser sin prejuicios, sin ilusiones, sin vicios y sin virtudes sería a tal punto insociable que la so­ ledad constituiría su único refugio.

La mayoría de las penas y de las alegrías de la existencia se deben a que concedemos a las cosas una importancia desproporcionada a su valor. —®—

Por imperfecto que sea todavía el conocimiento de las lógicas afectiva, mística y colectiva, da ya, sin embargo, la clave de fenómenos históricos que la lógica racional no puede explicar.


CAPITULO III LAS FUERZAS MÍSTICAS

El espíritu místico se caracteriza por la atribu­ ción de poderes imaginarios y misteriosos a doc­ trinas, ritos, amuletos, personajes o fórmulas. Es independiente de la devoción a una divinidad cual­ quiera. Los defensores de gran número de sectas políticas y sociales están saturados de espíritu místico.

Cuando millones de hombres profesan ciertas opiniones y otros millones opiniones exactamente contrarias, se puede estar cierto que estas convic­ ciones descansan sobre bases místicas o afectivas y no racionales.

Las fuerzas místicas poseen un poder creador inmenso. Ellas han edificado grandes civilizaciones


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y hecho surgir de la nada las maravillas del arte que si los futuros cañones no las destruyen admi­ rarán eternamente las generaciones.

El mundo moderno se creía libre de la influencia de las fuerzas místicas pero jamás la Humanidad estuvo tan dominada y ellas fueron las que pren­ dieron fuego a Europa.

El espíritu místico es creador de fuerzas imagi­ narias, pero poderosas en razón de la confianza que inspiran. Estas fuerzas hacen actuar al hom­ bre, a veces contrariamente a sus sentimientos más queridos y a sus más evidentes intereses.

Las concepciones de orden afectivo o místico se aceptan o rechazan en su conjunto, pero no se de­ muestran.

La razón no ejerce influencia alguna sobre las fuerzas místicas. ♦®— Al penetrar en la esfera de lo místico, el espíritu más sagaz pierde sus facultades de discernimiento.


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El manifiesto de los intelectuales alemanes, en el que reputados sabios negaban la evidencia e inter­ pretaban los hechos a la sola luz de sus ilusiones, confirma esta ley. —®— En el dominio de las fuerzas místicas, más aún que en el de las sentimentales, todas las inteligen­ cias se igualan. ♦®— Una creencia mística se basta por sí misma; pero todavía adquiere más fuerza si va unida a intereses materiales. El ideal místico de hegemonía de Ale­ mania tal vez no hubiera bastado para provocar la guerra sin la esperanza de conquistar y saquear ri­ cas provincias. -.® —

Si hoy hiciera Alemania el balance de los resul­ tados de la impulsión mística que le lanzó sobre el mundo, encontraría en su pasivo: la muerte mise­ rable de muchos millones de hombres, una pérdida de cien mil millones y una antipatía universal. En su activo sólo figuraría la anexión de algunas pro­ vincias, imposibles de conservar sin gastos milita­ res enormes.


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Creer ciegamente dispensa de razonar e impi­ de ser influenciado por un razonamiento. Trans­ currirán muchos años antes de que el pueblo ale­ mán pierda la convicción de que fué atacado por Francia e Inglaterra, que conspiraban para des­ truirla. —®— La lección de los hechos no instruye al hombre prisionero de una creencia o de una fórmula.

Las convicciones de origen místico se propagan por contagio mental o sugestivo; pero nunca por razonamientos. ♦®— Las verdades racionales más ciertas no adquie­ ren prestigio sobre los pueblos sino después de haber revestido una forma mística. -»-®-4-

Un partido político o una revolución no triunfan jamás por argumentos racionales sino cuando han logrado inspirar una fe mística muy viva a sus adeptos. ♦®— Un pueblo que tiene fe en la victoria, no siente ni el hambre ni la miseria. Su resistencia moral se


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derrumba el día mismo en que comienza a dudar del triunfo. «*■©-»-

Si se eliminaran de una civilización todas las entidades místicas que sirvieron para formarla, perdería la mayor parte de sus móviles de acción. ♦®— No existe ejemplo en la Historia de creencias de forma religiosa que hayan hecho vacilar la suerte de las batallas. Tras siglos enteros de derrotas, el isla­ mismo continúa siendo temible. El sueño de hege­ monía de Alemania ha revestido una forma religiosa, y por ello seguirá siendo para Europa una fuente de constantes conflictos. -*-®— No se triunfa de una fe viva con armas materia­ les, sino oponiéndole otra fe más fuerte. ♦®— Contra las ilusiones místicas nada pueden los

cañones,


CAPITULO IV

LAS FUERZAS COLECTIVAS

Un pueblo deviene muy fuerte cuando posee un ideal capaz de engendrar en todos sus hijos los mismos sentimientos e ideas y, por lo tanto, los mismos actos. La secular anarquía de Germania desapareció cuando por medio de la escuela y del cuartel le hizo adquirir Prusia un ideal de domina­ ción universal.

Cuando un pueblo ha sido educado durante lar­ go tiempo con vistas al esfuerzo colectivo, acaba por superponer a su alma individual una alma co­ lectiva que domina en absoluto, y todos sus senti­ mientos de orgullo, gloria, ansia de poder, devie­ nen colectivos.


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La substitución de lo colectivo a lo individual no eleva la inteligencia, pero da una gran fuerza militar e industrial a los pueblos que la realizan.

Los sentimientos colectivos obedecen a la mis­ ma ley que los sentimientos individuales, es decir la dominación de todas las pasiones por una sola muy fuerte. El orgullo del pueblo alemán se había desarrollado a tal punto, que le hizo sacrificar a su ambición de hegemonía el interés evidente de man­ tener la paz necesaria para los progresos de su in­ dustria.

Hacer surgir sentimientos en el alma de las mul­ titudes es relativamente fácil, pero difícil refrenar­ los. Al desarrollarse, se convierten en fuerzas que no es posible dominar. ^® <^

Con la evolución actual de la civilización, cada sociedad parece conducida a dividirse en peque­ ños grupos poseedores de intereses similares y di­ rigidos por fuertes individualidades.

En las nuevas sociedades, que están en vías de formación, el individuo aislado no tardará en ser


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aplastado. Sólo podrá prosperar uniéndose a gru­ pos poseedores de intereses parecidos.

En materia de sentimientos, el alma colectiva de un pueblo es superior a las almas individuales. En materia de inteligencia, las almas individuales son, por el contrario, muy superiores al alma colectiva. —®— Las grandes personalidades independientes tien­ den de más en más a desaparecer. El ser colectivo reemplaza progresivamente al ser individual.

En los pueblos primitivos que sensiblemente no han salvado la etapa de la tribu y del clan, los in­ dividuos no poseen aún una alma personal clara­ mente formada, sino sólo una alma colectiva. El militarismo y la evolución industrial vuelven cier­ tas naciones a la fase colectiva de las primeras edades. —®— Anexionarse una colectividad es aumentar su fuerza social, pero equivale a perder su persona­ lidad. —


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Los griegos preferían la grandeza individual a la grandeza colectiva. Los romanos se contentaban con la superioridad colectiva. —®— Los romanos, siendo todavía semibárbaros, do­ minaron a Grecia, que poseía ya una legión de pensadores y de artistas inmortales. Ello lo consi- ' guieron gracias a cualidades colectivas de disci­ plina y tenacidad un tanto desdeñadas por los vencidos.

Las batallas tienden a devenir colectivas. Las combinaciones de un gran jefe 110 podrían decidir hoy en algunas horas el éxito de una campaña. Una victoria moderna representa la adición de mi­ llares de energías. —®— Las naciones deben estar siempre en guardia contra los accesos del delirio colectivo de un pue­ blo, sobre'todo cuando éste apoya su sed de con­ quistas en la convicción de realizar una misión di­ vina. En nombre de concepciones análogas, los ára­ bes y los turcos devastaron el mundo en otro tiempo. Sólo el cañón puede combatir tales ilusiones.

La mayoría de sentimientos o de asociaciones de sentimientos, tales como el optimismo, el pesi-


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mismo y el valor, se propagan por contagio men­ tal, pero la propagación es mucho más fácil cuan­ do toma la forma colectiva.

Al alma colectiva se le pueden pedir sacrificios que es imposible obtener del alma individual.

Un sufrimiento colectivo se soporta más fácil­ mente que otro individual. ^® ^ Los sentimientos colectivos fueron los más acti­ vos durante la guerra. De mantener su predominio después de la paz, atenuarán las influencias indivi­ duales, con frecuencia muy egoístas. -*>®~ Tenacidad, solidaridad y disciplina son cualida­ des de carácter que darán siempre a los pueblos una gran fuerza. Ninguna cualidad intelectual po­ dría reemplazarlas. -*-®— La edad moderna representa el triunfo de la me­ diocridad colectiva.


CAPITULO V LAS FUERZAS INTELECTUALES

La razón, creadora de todos los descubrimientos que han transformado la existencia del hombre, posee un poder muy grande; pero jamás lo fué su­ ficiente para determinar la conducta de los pueblos.

La lógica racional constituye la ciencia, pero sólo ejerce una débil influencia en la génesis de la Historia. —®— No es con la razón—lo más frecuente contra ella—con lo que se edifican las creencias capaces de conmover al mundo.

Guiada exclusivamente por la razón, Alemania hubiera visto que sin combates, y por la simple


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extensión de una potencia industrial debida a su riqueza hullera y a su educación técnica, impon­ dría su hegemonía a Europa. Dominada por su sueño de ambición mística, no pudo ver esto.

Los gobiernos que pretenden tener solamente la lógica racional, no tardan en llegar a la inco­ herencia.

En política, el racionalismo sirve, ante todo, para revestir de una forma aceptable apetitos que no lo son.

Una de las fuentes más frecuentes de error es pretender explicar con la razón actos dictados por influencias afectivas o místicas.

La razón sirve mucho más para justificar la con­ ducta que para dirigirla.

Detrás de los actos que la razón cree guiar, se encuentra el ejército formidable de los atavismos, que son su causa determinante. —®—


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El hombre que pretende obrar guiado exclusiva­ mente por la razón está condenado a obrar muy raramente. ♦©♦ La intuición hace pensar; la voluntad, obrar; la razón sirve, sobre todo, para explicar.

Las ideas mal elaboradas engendran resolucio­ nes débiles y actos mediocres. —©— Es evidente que el mundo se guía más por lo instintivo que por lo racional; pero mientras los filósofos alemanes consideran lo instintivo como el mejor guía de los pueblos, los filósofos latinos admiten que el progreso de la civilización consiste en someter de más en más lo instintivo a lo ra­ cional.

Lo instintivo es un principio de vida, pero no de civilización. -€»©■«.

La inteligencia tiende con frecuencia a paralizar la acción, y, por lo tanto, nunca es ventajoso para


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un pueblo tener más inteligencia que carácter. Los bizantinos discutían muy bien, pero obraban poco, mientras Mahoma estaba ya a las puertas de la ciudad.

En materia de previsión el juicio es superior a la inteligencia. Esta muestra todas las posibilidades que se pueden producir. El juicio discierne entre estas posibilidades las que más probabilidades de realización tienen.

La analogía, origen de frecuentes juicios defini­ tivos, cuando sólo debería ser creadora de hipóte­ sis a comprobar, es causa frecuente de errores. Por guiarse según analogías superficiales, los dirigen­ tes del Estado Mayor francés acumularon falta so­ bre falta y se negaron durante mucho tiempo a multiplicar los cañones y las municiones.

Si no es frecuente entenderse en las discusiones, es porque espíritus diferentes emplean las mismas palabras para traducir ideas distintas.

Las personas que tienen costumbre de criticar todo son generalmente las que poseen menos espí­ ritu crítico. 3


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El espíritu critico es, a la vez, creador de pro­ greso y generador de inacción.

No a la razón, sino más bien al buen sentido, es a lo que, en otro tiempo, se debió erigir un templo. Muchos hombres están dotados de razón y muy pocos de buen sentido.

La abundancia de palabras inútiles es un sintoma cierto de inferioridad mental.

Los hombres de genio hacen ia grandeza intelec­ tual de una nación; pero raramente su poderío.

Los hombres de pensamiento preparan los hom­ bres de acción, pero no los reemplazan. <*>®— El pensamiento de un grande hombre sólo vive plenamente después de su muerte.


CAPÍTULO VI LAS INTERPRETACIONES DE LA HISTORIA

La historia implica testimonios, principios y mé­ todos. Hay que desconfiar de los testimonios, du­ dar de los principios y aceptar solamente los mé­ todos.

La noción de los porcentajes debería ser la base de las observaciones psicológicas y sociales. Los hechos aislados no prueban nada. Sólo su grado de frecuencia importa conocer.

La historia de la guerra, tal como la escriben los alemanes, demuestra con qué facilidad deforman los autores los hechos cuando éstos contradicen sus convicciones o sus principios.

Al atribuir a los intereses económicos un papel preponderante, los teóricos de la concepción ma-


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terialista de la historia olvidan que estos intereses son fácilmente barridos por fuerzas psicológicas, la más poderosa de las cuales son los impulsos místicos.

Una visión exacta, pero fragmentaria, de un acon­ tecimiento, conduce a interpretaciones inexactas cuando se aplica a otra parte del mismo aconteci­ miento. ^® ^

Precisamente la historia es tan incierta, porque se compone, sobre todo, de visiones fragmentarias generalizadas.

Frecuentemente, lo más seguro que contiene un libro de historia, no es el relato de los aconteci­ mientos, sino la mentalidad del escritor que los narra.

Las generaciones que forjan la historia de una época, no supieron jamás escribirla. Los vivos sólo son imparciales con los muertos. — Generalmente, los historiadores ven los aconte­ cimientos pasados a través de las ideas de la épo­


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ca en que viven. Por eso los hombres y las docIriñas populares en una época parecen execrables a otra. El papa Alejandro VI y César Borgia fueron simpáticos a sus contemporáneos. Maquiavelo sólo devino antipático después de su muerte. La noche ile San Bartolomé despertó tal entusiasmo en di­ versos países, que se crearon muchas medallas en su conmemoración. El papa hizo reproducir en los muros del Vaticano, donde todavía pueden verse, detalles de la matanza. -'*'©'*> Los textos, las medallas, los monumentos, per­ miten reconstituir el esqueleto del pasado; pero el que no sabe determinar los sentimientos y las ideas de los cuales derivan, ignora por completo la his­ toria.

Creación del pasado, el presente es generador del porvenir. Estudiar los cambios realizados per­ mite, con frecuencia, presentir los acontecimientos futuros. El mañana es la floración del hoy y del ayer.

Un hecho histórico separado de su génesis, no enseña nada.


CAPÍTULO VII 3

LAS EXPLICACIONES Y LAS CAUSAS

No hay muchas causas simples en la historia. Cada una está rodeada de un cortejo de elementos invisibles más activos que las causas visibles in­ mediatas.

Una de las características de mentalidad primi­ tiva es atribuir causas simples a los fenómenos.

La interpretación simplista de las causas ha fal­ seado siempre la historia. Los grandes aconteci­ mientos, como la guerra mundial, raramente tienen por origen la voluntad de un solo hombre. Las fuentes son profundas, lejanas y variadas. La deci­ sión de un soberano no puede obrar sino tras la lenta acumulación de aquéllas.


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Sólo a los espíritus superiores aparece la extre­ ma complejidad de las causas, la dificultad de re­ lacionarlas con los hechos observados y la imposi­ bilidad de explicar los orígenes reales del fenómeno más sencillo: la caída de una piedra, por ejemplo.

En la génesis de los fenómenos históricos, las causas se adicionan en progresión aritmética y sus efectos en progresión geométrica. Causas ínfimas pueden, pues, en ciertos momentos, engendrar efectos considerables.

Examinada desde el punto de vista de la razón pura, la guerra mundial aparece en su nacimiento y durante su evolución como un caso inverisímil. Ella contribuirá a mostrar a los teorizantes, que to­ davía dudaban, el débil papel que representa la razón en las acciones de los pueblos.

Sólo se comprenden bien los orígenes de la guerra impuesta por Alemania leyendo las diser­ taciones de sus filósofos, de sus historiadores y de sus economistas desde hace medio siglo. Sus con­ clusiones aparecen claramente resumidas en esta reciente declaración de un profesor germánico: «El alemán tiene conciencia de sus derechos y de sus deberes, y está dispuesto a tomar la dirección del mundo.»


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El papel del filósofo no consiste en investigar el valor racional de los móviles que impulsan a los hombres, sino la influencia que ejercen estos mó­ viles. —©♦ En sus interpretaciones, el sabio y el ignorante comienzan por hipótesis; pero mientras a los ojos del sabio la hipótesis es una mera suposición pro­ visional hasta que se compruebe, para el ignorante constituye una certidumbre.

La hipótesis admitida sin garantías retrasa por mucho tiempo el descubrimiento de la verdad.


CAPITULO VIII LO IM PREVISIBLE EN HISTORIA

La obscura voluntad de las cosas parece, a ve­ ces, superior a la de los hombres y desorienta las previsiones de éstos. Cuando, en 1815, terminó la guerra entre Francia e Inglaterra, ambos países ha­ bían estado en lucha durante sesenta años de un período que comprendía ciento veintisiete. En el momento de Fashoda estuvo a punto de reanudar­ se el conflicto. ¿Cómo adivinar entonces que estas dos naciones serían con el tiempo aliadas?

Los acontecimientos imprevistos durante la gue­ rra fueron más numerosos que los previstos. Nadie, por ejemplo, previo su duración. Mucho menos podía sospecharse la acumulación de faltas psico­ lógicas que levantó casi todos los pueblos del Uni­ verso contra Alemania, a pesar de los deseos de mantenerse en una neutralidad conforme con sus intereses.


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Sería larga la lista de los acontecimientos realiza­ dos contrariamente a todas las previsiones. Nadie habría sospechado la derrota de la inmensa Rusia por el pequeño imperio japonés y nadie habría po­ dido suponer que la débil Bélgica resistiría al po­ deroso imperio germánico. Menos aún se hubiera presagiado que Inglaterra y América, desprovistas de ejército y profundamente hostiles al militaris­ mo, constituirían potencias militares de primer orden.

Después de la retirada de Charleroi, un espíritu razonando según los datos de la psicología, la es­ trategia y la historia, no hubiera previsto jamás que un ejército en retirada se volvería bruscamen­ te y detendría de golpe el impulso de un invasor victorioso. — Un acontecimiento es imprevisible cuando cada una de las posibilidades de que depende ofrece probabilidades de realización casi iguales. Los ale­ manes reconocen que les hubiera sido imposible prolongar la guerra si en sus comienzos no hubie­ ran conquistado la cuenca de Briey, cuya defensa era fácil. Los aliados tampoco habrían podido con­ tinuar la lucha si, como esperaban los alemanes, hubieran prohibido los americanos la exportación de hierro, de que carecíamos. Tales acontecimien­


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tos escapan, evidentemente, a todas las previ­ siones. — Siempre permanecerá inexplicable que Alema­ nia 110 comprendiera el interés inmenso que tenía en no obligar a los Estados Unidos a declararle la guerra. Todo el oro de los aliados habría pasado progresivamente a América y estaba ya próximo el momento en que, agotado el crédito, no hubie­ ran podido procurarse el acero y el material que sólo los Estados Unidos podían proporcionarles.

Alemania tenía interés en atacar a Inglaterra, su terrible rival, e invadir Francia para conquistar sus riquezas; pero se busca inútilmente cuál podía ser su finalidad al atacar a Rusia, cuya industria, co­ mercio y banca estaba entre sus manos, hasta el punto de que muchos alemanes consideraban a Ru­ sia como una colonia germánica. Es imposible comprender semejante acontecimiento cuando se ignoran sus causas místicas.

Los alemanes habían previsto muchas cosas an­ tes de declarar la guerra, salvo, sin embargo, las más esenciales, como la resistencia de los france­ ses y la intervención de Inglaterra, Italia y América.



LIBRO II Durante las batallas



CAPITULO PRIMERO LA GÉNESIS PSICOLÓGICA DE LOS GRANDES CONFLICTOS

Las causas inmediatas de una guerra sólo tienen un interés secundario. Para descubrir su génesis hay que descubrir sus causas lejanas.

Los elementos racionales representan un papel poco importante en el origen de los conflictos que llenan la historia.

La razón se limita exclusivamente a servir las fuerzas afectivas, místicas o colectivas, que son los verdaderos motores de los grandes conflictos. —<•>Los sentimientos más activos en la génesis de las guerras son el orgullo, la ambición, la descon­ fianza y el odio.


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La desconfianza, más aún que el odio, ha sido desde hace cincuenta años el sentimiento domi­ nante en las relaciones de los pueblos europeos, llevándoles a armamentos cuya exageración hacia la guerra inevitable.

Las causas de los grandes conflictos de la histo­ ria pueden reducirse a muy pocas: 1.° Causas bio­ lógicas, tales como los impulsos del hambre que determinaron en otro tiempo las invasiones ger­ mánicas destructoras de la civilización romana. 2.° Causas afectivas, como la envidia, la avidez y, sobre todo, la ambición. Las guerras de Cien años y de Siete años son guerras de ambición. 3.° Cau­ sas místicas, como la supuesta influencia de pode­ res superiores ordenando a los fieles conquistar el mundo, que determinaron las invasiones musulma­ nas, las cruzadas, las guerras de religión, la guerra de los Treinta años y la última mundial. 4.° Causas económicas, como el exceso de producción indus­ trial, origen de rivalidades comerciales.

El poder militar se coloca indiferentemente al servicio de influencias biológicas, afectivas, místi­ cas y económicas.

Los dirigentes alemanes consiguieron hacer la guerra popular atribuyéndole por causa la necesi-


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ilad de prevenirse contra la invasión rusa temida desde hacía tiempo, contra el supuesto propósito de desquite de Francia y contra la amenazadora ri­ validad económica de Inglaterra. El temor a la in­ vasión rusa fué la principal causa determinante de la adhesión unánime de los alemanes. Sólo sus je­ fes conocían suficientemente la desorganización de Rusia para saber que esta nación no era te­ mible.

Es muy raro que los pueblos se batan encarni­ zadamente por intereses puramente materiales. Los más grandes pueblos que tomaron parte en la gue­ rra mundial, particularmente los Estados Unidos combatieron por principios.

•?


CAPITULO II ELEMENTOS PSICOLÓGICOS DE LAS BATALLAS

La historia de los pueblos se compone, sobre todo, del relato de sus batallas. Los períodos de paz fueron accidentes efímeros.

Las guerras utilizan armas materiales, pero sus verdaderos motores son fuerzas psicológicas. Cada cañón, cada bayoneta están envueltos en una at­ mósfera de fuerzas invisibles que dirigen los senti­ mientos y las acciones de los combatientes. — Napoleón decía en Santa Elena que el destino de un país depende, a veces, de un solo día. La histo­ ria justifica esta aserción, pero también muestra que, generalmente, hacen falta muchos años para preparar ese día.


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No existe ejército poderoso sin un ideal por guía. Amor a Roma en sus legionarios; incentivo del botín en la Edad Media y en los germanos de todas las épocas; amor a la gloria en los soldados de Napoleón; religión del deber en los voluntarios ingleses; amor a la patria en los franceses de nues­ tra época. —®— Los móviles de acción de los ejércitos han va­ riado a través de las edades. La esperanza del bo­ tín y el miedo al castigo, únicos factores psicoló­ gicos utilizados por los antiguos jefes, no tienen influencia ‘hoy más que en las razas en las que la civilización no ha borrado aún los instintos pri­ mitivos.

Las acciones colectivas, cuyo papel social era ya tan grande, tienden a adquirir una influencia pre­ ponderante en las batallas modernas. La del Marne fué una batalla colectiva. —®— La fuerza de un ejército se debe, sobre todo, a que el hombre colectivo pierde su egoísmo indivi­ dual para adquirir un egoísmo colectivo.

Todopoderoso en la vida social, el contagio mental representa también una de las bases más


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D R . GUSTAVE L E BON

firmes de la conducta del soldado y es el verdade­ ro creador de la cohesión y de la solidez de un ejército. —®— La fuerza de resistencia de un pueblo crece in­ mensamente cuando tiene por enemigo un devasta­ dor sin piedad que amenaza a los débiles con im­ ponerles una servidumbre sin esperanza. — No reconocer en una guerra ni leyes ni tratados es, ciertamente, una ventaja momentánea para el invasor; pero crea en los vencidos una acumula­ ción de odios a la que ningún vencedor puede resistir.

La experiencia parece demostrar que en las gue­ rras modernas de trincheras, los ejércitos se des­ gastan lentamente por el hecho mismo de la defen­ siva. La usura completa constituiría la derrota.

Una~derrota nada significa si el vencido no des­ espera. Se ha hecho observar muy acertadamente que ningún pueblo sufrió tantas derrotas como el


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romano. Sin embargo, apoyados en la constancia de su voluntad, siempre acababan por triunfar.

La guerra es, ante todo, una lucha de voluntades.

En las batallas prolongadas e indecisas, en las que la equivalencia de fuerzas crea la equivalencia de laxitudes, el triunfo es del que sabe prolongar la lucha unos instantes más que su adversario.

La guerra ha revelado que previsión y audacia eran las cualidades de que más carecen los gene­ rales mediocres.


CAPÍTULO III EL ALMA NACIONAL Y LA IDEA DE PATRIA

El alma de una raza rige su destino. Para crearla hacen falta varias generaciones y a veces, para perderla, muy pocos años. —®— El alma colectiva de una multitud difiere mucho del alma colectiva de una raza. La primera es tran­ sitoria; la segunda, permanente. —®— Las grandes naciones modernas son agregados de razas diversas cuya alma ha sido unificada por un largo pasado de vida común, de intereses, de creencias y de sentimientos idénticos. — En razón de su estructura psicológica distinta, las razas son impresionadas distintamente por los mismos hechos. Sintiendo y obrando de maneras


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diferentes, no son accesibles a las mismas eviden­ cias y no pueden, por lo tanto, comprenderse. —©♦ La superioridad de su alma ancestral es lo que distingue al civilizado del bárbaro. La educación no puede igualarlos. —®— La raza es la piedra angular sobre la que descan­ sa el equilibrio de las naciones y representa lo que hay de más estable en la vida de un pueblo. Cru­ ces repetidos pueden disociarla, y por ello la in­ fluencia de los extranjeros es muy peligrosa. Tales cruces destruyeron en otro tiempo la grandeza de Roma, que perdió su poder y su alma.

Las tradiciones nacionales representan uno de los principales elementos fijadores del alma de los pueblos. Sin ellas cada generación tendría que co­ menzar de nuevo a buscar penosamente guías para orientar su conducta. —®«La absorción del alma individual transitoria por el alma permanente de la raza bajo la influencia de un gran peligro nacional, fortifica considerable­ mente la unidad mental de un pueblo. -®—


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D R . GUSTAVE LE BON

Cuando el interés de la raza se substituye total­ mente en un pueblo al instinto de la conservación individual, la resistencia de este pueblo a sus agre­ sores es infinita. Se le puede destruir, pero no es posible someterle.

El patriotismo es la manifestación más poderosa del alma de una raza. Representa un instinto de conservación colectivo que, en caso de peligro na­ cional, se substituye inmediatamente al instinto de conservación individual.

La patria es una abstracción un tanto vaga du­ rante la paz. Su potencia aparece solamente cuan­ do está amenazada. Libre entonces del velo místi­ co que la cubría, se convierte en una realidad lo bastante fuerte para transformar la conducta de un pueblo.

La patria no está constituida solamente por el suelo en que vivimos, sino también por la sombra de nuestros abuelos, que continúa viviendo en nos­ otros y contribuye a elaborar nuestro destino.

Defender la patria es para un pueblo defender, a la vez, su pasado, su presente y su porvenir.


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El patriotismo adquiere todo su valor al hacerse místico. El que sólo sea patriota por razón, es un patriota banal.

Un pueblo en el que se debilita la idea mística de patria desaparece de la historia sin ni siquiera tener tiempo de recorrer las etapas de su deca­ dencia. -*®<*

Las guerras son los agentes más seguros de con­ solidación de un alma nacional. ♦®— Los Estados Unidos habían alcanzado la cumbre del poderío industrial y comercial, pero su alma nacional todavía no era muy estable. La guerra la ha fijado definitivamente.

Las conspiraciones alemanas en América proba­ ron lo difícil que es para un pueblo absorber los elementos extranjeros. Si los vivos pueden fundar su lengua, sus costumbres y sus intereses, los muertos que les guían permanecen rebeldes a esta fusión. No se cambia de raza al cambiar de latitud.


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D R . OU STA VE L E BON

El alma de las razas tiene fronteras infranquea­ bles. —®— La patria sólo se defiende bien con cualidades ancestrales. A Inglaterra le bastó una hábil organi­ zación para crear en dos años un ejército bien equi­ pado; pero para infundir a este ejército cualidades de tenacidad y valor capaces de transformar vo­ luntarios indecisos en veteranos intrépidos, era in­ dispensable la influencia de la raza. Los regimien­ tos y los cañones se crean en algunos meses; pero hacen falta siglos para forjar el corazón de los hombres que los manejan.

La guerra revela a un pueblo sus debilidades, pero también sus virtudes.

J

La guerra transformaría ciertos pueblos hasta el punto de cambiar el futuro desarrollo de su histo­ ria, si pudieran conservar durante la paz una débil parte de las cualidades manifestadas durante la guerra.

Las guerras provocadas por odios de razas pue­ den aplazarse; pero no se evitan.


CAPÍTULO IV I.A VIDA DE LOS MUERTOS Y LA FILOSOFÍA DE LA MUERTE

Las cualidades de carácter que hacen la grande­ za de un pueblo son obra de sus abuelos. El alma de los vivos está modelada por la de los muertos.

En los grandes conflictos que pueden decidir de la suerte de un pueblo, el ejército invisible de los muertos guía los actos de los combatientes. La ba­ talla del Marne fué ganada por los muertos. En ella eran más numerosos que los vivos los muertos de Tolbiac, Bouvines, Marengo y todas las glorias pa­ sadas, para impedir que Francia cayera en el abis­ mo a que parecía empujarla un siniestro destino.

La voluntad de los vivos no lucha fácilmente contra la de los muertos.


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D R . GUSTAVE LE BON

En Inglaterra, la opinión de los muertos es más fuerte que la de los vivos. El Gobierno inglés pudo darse cuenta de ello durante el primer año de la guerra. Conquistar el alma de los vivos a través de la de los muertos, fué su más difícil empresa. —®— Lo inconsciente, en el cual se elaboran los mo­ tivos de muchos de nuestros actos, representa una condensación del alma de nuestros abuelos. —®— Los muertos deben tener reservado un puesto en la dirección de una Sociedad; pero hay que evitar que su poder sea demasiado tiránico, pues no pudiendo progresar, tienden a paralizar el progreso.

La disciplina interna creada por los muertos, es siempre menos dura que la disciplina externa im ­ puesta por los vivos. Los individuos y los pueblos que no poseen la primera, tienen que resignarse a sufrir la segunda.

Cuando el hombre escucha el alma de su raza, el sentido de la muerte deviene nuevo para él y com­ prende entonces que bajo lo efímero se oculta la duración y que la perpetuidad negada al individuo


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es privilegio de la raza de la cual él representa un fragmento. —®— La muerte no es más que un desplazamiento de individualidades. La herencia hace circular las mis­ mas almas a través de las generaciones de una mis­ ma raza.

Nuestros actos sólo son efímeros en apariencia. Sus repercusiones se prolongan, a veces, durante siglos. La vida del presente teje la del porvenir.

Nuestras formas transitorias encierran un conte­ nido eterno. Heredero de un largo pasado, cada ser, surgido momentáneamente en la línea del tiempo, encierra un número inmenso de generacio­ nes en espera de la hora de su aniquilamiento pro­ visional.


CAPITULO V CAMBIOS DE PERSONALIDAD CREADOS POR LA GUERRA

Los elementos psicológicos fundamentales de una raza son permanentes. Los elementos secunda­ rios poseídos por las diversas individualidades que la componen son móviles. De su combinación re­ sultan nuevos equilibrios, generadores de nuevas personalidades. —®— Lo que conocemos de los seres que nos rodean y lo que ellos mismos conocen, sólo representa una parte de sus personalidades posibles.

Canalizada por el hábito y la constancia del me­ dio, nuestra alma cotidiana cambia poco. Es, pues, imposible prever las personalidades que surgirán bajo la necesidad imperiosa de una adaptación a las circunstancias imprevistas.


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Todo ser lleva en sí posibilidades latentes de carácter, legadas por sus diversos antepasados, que los acontecimientos hacen surgir. ♦®—

El hombre puede, generalmente, más de lo que cree; pero no siempre sabe lo que puede. Sólo las circunstancias le revelan sus capacidades igno­ radas. —®~ Los discursos no traducen la verdadera persona­ lidad de cada ser. Sólo sus actos le revelan, a ve­ ces incluso a sus propios ojos.

Cuando bajo la influencia de excitaciones pode­ rosas se modifican los equilibrios del organismo mental, el hombre puede transformarse hasta el punto de devenir desconocido para sí mismo. A su personalidad antigua se ha substituido una perso­ nalidad imprevista.

Para que puedan nacer personalidades nuevas, es necesario que los equilibrios habituales del or­ ganismo mental sean desagregados por aconteci­ mientos que turben violentamente las relaciones del ser con su medio.


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D R . G USTAVE L E B O N

La guerra es un poderoso excitante de todas las energías, de las del bien como las del mal. Ella es­ timula, a la vez, las virtudes, los vicios y la inteli­ gencia.

Las cualidades desarrolladas por la guerra son de las que elevan al hombre por encima de sí mis­ mo: el heroísmo, la tenacidad, el espíritu de sacri­ ficio, el valor y, sobre todo, la continuidad del esfuerzo.

El hombre de la vida cotidiana está, general­ mente, guiado por su egoísmo individual. El hom­ bre de las batallas, por los intereses colectivos de su raza.


CAPITULO VI LAS FORMAS

DEL

VALOR

La resistencia al sentimiento natural del temor producida por el peligro, constituye el valor. Si el peligro, aunque persista amenazador, deja de ser inmediato, el valor necesita perseverancia.

El valor militar ha evolucionado mucho en el curso de la historia. De los héroes antiguos a los barones feudales, ningún guerrero osaba afrontar inofensivos venablos o inciertas flechas sin la pro­ tección de una pesada armadura. La tempestad de hierro a la cual se expone al soldado moderno sin protección, les hubiera hecho retroceder de horror. -©•**En otro tiempo, un momento de heroísmo basta­ ba para asegurar la inmortalidad. Hoy, conquistar una línea de trincheras exige una continuidad de valor que desconocían los guerreros de Homero. 5


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D R . GUSTAVE L E B O N

Aquiles es célebre desde hace tres mil años por ha­ zañas que, en nuestros días, ni siquiera merecerían la recompensa de una decoración.

Las guerras modernas han substituido al valor intermitente e irreflexivo el valor constante y pru­ dente. Más útil que el primero, es más difícil de crear.

El heroísmo silencioso de las luchas subterrá­ neas modernas y el del aviador perdido en la in­ mensidad, son muy superiores a los heroísmos ruidosos, pero momentáneos, de las antiguas ba­ tallas. \

El valor discontinuo no es transformado por el hábito en valor continuo más que si los peligros repetidos son idénticos. Un individuo que se mues­ tra heroico en el asalto, se asustará por el estallido imprevisto de una granada. —®— E1 valor ante un peligro ignorado exige una vo­ luntad fuerte que requiere un gasto nervioso que no puede prolongarse y que sólo un largo reposo puede reparar.


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Saber transformar en hábito un peligro, una fati­ ga, un disgusto, es hacerlos fácilmente aceptables.

No siendo divisible la atención, puede ser deri­ vada. Se desvian fácilmente las preocupaciones del soldado mediante ejercicios variados y con­ tinuos.

Cada grupo militar acaba por poseer una bravu­ ra colectiva que requiere cierto tiempo para for­ marse. —®— Un hombre valeroso sacado de un grupo y colo­ cado en otro en el que es desconocido, pierde, a veces, gran parte de su bravura. —®— Una misma colectividad militar puede oscilar del miedo al heroísmo, según el jefe que la mande. -o©-»-

Convencer a una tropa de su superioridad es infundirle un heroísmo continuo, generador de éxitos.


DR. GUSTAVE LE BON

Una de las inferioridades psicológicas de la de­ fensiva es deprimir el valor, mientras que la ofen­ siva lo estimula. — Las trincheras probaron que el valor se mide por la tenacidad, la resistencia, la iniciativa, la voluntad, el juicio, cualidades que no enseñan los libros y que dependen únicamente del carácter.

E1 heroísmo no tiene castas.


CAPITULO VII EL ARTE DE PERSUADIR Y EL ARTE DE MANDAR

Como el alma del jefe hace la del soldado, una tropa que pierde el jefe que sabe mandarla, pierde al mismo tiempo su cohesión y no tarda en adqui­ rir la inconsistencia de la multitud.

Los galones facilitan el mando, pero no crean el arte de mandar.

Los grados sólo establecen una jerarquía ficticia, con frecuencia ilusoria en tiempos de guerra. Sólo el valor moral puede crear la obediencia, el respe­ to y la abnegación en los subalternos.

El arte de mandar sólo es completo si tiene por sostén el arte de persuadir.


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D R . G U ST A V E LE BON

Los tratados de retórica dan las reglas para componer discursos, pero no pueden enseñar el arte de persuadir.

En las arengas destinadas a persuadir una co^ lectividad se pueden invocar razones, pero antes hay que hacer vibrar sentimientos. i La razón convence a veces por un instante, pero no hace obrar y los grandes conductores de mu­ chedumbres recurren a ella raramente.

El manejo de las leyes psicológicas que condu­ cen a las multitudes es indispensable para inculcar a una colectividad el espíritu de cuerpo.

Se aumenta considerablemente el valor de una tropa creando en ella el espíritu de cuerpo. Gra­ cias a él .ciertos regimientos adquirieron durante la guerra una reputación tal, que siempre se recurría a ellos en circunstancias que se,requerían hombres que nunca cedían.

En una tropa que posee el espíritu de cuerpo, la gloria y la emulación son colectivas. Estos senti­ mientos se propagan por contagio mental a las


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nuevas unidades que ingresan en ella, a condición que los hombres incorporados no sean numerosos.

La confianza del soldado en sus jefes es uno de los más importantes elementos de su valor.

El jefe cuya alma está en comunicación íntima con la de sus hombres, no necesita de la palabra* un gesto, una mirada le basta.

Sostener el buen humor y la alegría en los sol­ dados que la muerte amenaza a cada instante es un arte que ningún jefe debe ignorar.

Ciertas palabras acrecientan las energías y hacen invencible al soldado. Hace falta ser un gran jefe para pensarlas y decirlas.

Se actúa fácilmente sobre hombres aislados in­ vocando sus intereses, es decir, su egoísmo. Como las multitudes no son egoístas, para seducirlas hay que utilizar otros móviles.


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D R . GUSTAVE LE BON

La afirmación, la repetición, el prestigio y el contagio constituyen los grandes factores de la persuasión, pero sus efectos dependen de quien los emplea.

Para persuadir hay que dirigirse, según los ca­ sos, a las influencias afectivas, místicas o colecti­ vas que conducen a los hombres y muy poco a su inteligencia. —®— La controversia es raramente un medio de per­ suasión. Contradecir una opinión equivale a veces a fortificarla. Las ideas de un adversario se m odi­ fican llevándole a convencerse él mismo por una serie de reflexiones que luego germinan lentamente en su inconsciente. Las mujeres, que conocen ins­ tintivamente este procedimiento, persuaden con facilidad. -*-®Un orador cambia fácilmente la opinión de sus auditores; pero, siendo efímera su influencia, no ac­ túa sobre su conducta.

Los votos de una asamblea inmediatamente después de un discurso o al día siguiente de este discurso, son, con frecuencia, muy diferentes. —®— Subyugando los corazones se domina fácilmente las voluntades.


LIBRO III La psicologĂ­a de los pueblos.



CAPITULO PRIMERO EL ALMA DE

LOS PUEBLOS Y SU FORMACIÓN

Él alma de un pueblo representa una acumula­ ción de elementos ancestrales estabilizado por los siglos. Sobre esta roca sólida íiotan elementos mó­ viles de las almas individuales creadas por la edu­ cación y el medio.

Un pueblo no alcanza su estabilidad sino luego de haber adquirido una conciencia colectiva. Esta adquisición requiere, a veces, muchos siglos.

La vida de un pueblo, sus instituciones, sus creencias, sus artes y sus luchas, representan la forma visible de las fuerzas invisibles que le di­ rigen.

De la mentalidad de un pueblo derivan su con­ ducta, y, por consecuencia, su historia.


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D R . ÜUSTAVE Lfc BON

No se pueden presentir las reacciones posibles de un pueblo si no es estudiando sus actos en las grandes circunstancias de su historia. —®Los errores de previsión cometidos por los di­ plomáticos alemanes sobre la supuesta neutralidad de Inglaterra y Bélgica, demostraron la imposibili­ dad de presentir la conducta de un pueblo en los grandes acontecimientos basándose en su psico­ logía cotidiana. .«-®—

E1 carácter real de un pueblo sólo aparece en las crisis importantes de su historia. —®— E1 alma de un pueblo se ve muy bien en sus ac­ tos y muy mal en sus libros y discursos. N Los escritos y las palabras representan el alma consciente de la vida diaria; los actos, el alma in­ consciente y estable creada por los abuelos.

Bastan algunos años para civilizar la inteligen­ cia de un pueblo, y hacen falta siglos para civilizar su carácter.


AYER Y M AÑANA

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Las transformaciones mentales provocan rápidas transformaciones materiales.

El progreso material de ciertos pueblos se ha hecho destructor de su progreso moral.

Un pueblo no cambia su alma ancestral, pero puede aceptar nuevas orientaciones, generadoras de triunfos o de catástrofes. Así es como la men­ talidad alemana cambió de orientación bajo la in­ fluencia de tres factores: el militarismo, 1a unifica­ ción política y la educación técnica. -«»©-»-

Un pueblo puede transformar su civilización adoptando el idioma, las instituciones y las artes de otro pueblo; pero no por ello transforma su alma. Después de la conquista normanda los in­ gleses hablaron francés durante mucho tiempo, pero no dejaron de ser ingleses. Roma latinizó los galos, pero no cambió su carácter. —© -

v

El Japón, que en pocos años pasó del empleo de arcos y flechas al de las armas e industrias más modernas, no tuvo para asimilarse una civilización nueva más que utilizar las cualidades de pacien­ cia, tenacidad y disciplina legadas por sus abuelos. Cambió de civilización; pero no cambió de alma. ♦«>»


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DR. G U STAVE LE BON

La nacionalidad puede ser constituida por cuatro elementos diferentes que raramente reúne un mis­ mo pueblo: la raza, la religión y los intereses.

Los pueblos que no poseen un alma ancestral suficientemente estabilizada viven en la anarquía y progresan poco. Aquellos cuya alma ha quedado demasiado estabilizada, no progresan más. En los tiempos modernos ios rusos representan la fase de estabilización insuficiente, y los chinos la de esta­ bilización demasiado completa.

En un determinado período de la historia de un pueblo las faltas de pensamiento, de carácter, de juicio y, por consecuencia, de carácter, son irrepa­ rables y devienen creadoras de esas fatalidades inexorables bajo cuyo peso acabaron por sucum­ bir grandes imperios.

Substituir, como móvil de acción, la gloria co­ lectiva a la personal, es para un pueblo un impor­ tante progreso moral.

Las naciones sólo se transforman por la evolu­ ción de las almas. Es en sí mismo, y no exteriormente, donde un pueblo debe buscar las causas de su grandeza o de su decadencia.

_L


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En las circunstancias graves de la historia, ios pueblos ven, con frecuencia, mejor que sus go­ biernos. Es que entonces ven por sus muertos. -~®^

El alma de un pueblo, mucho más que la volun­ tad de sus dirigentes, determina el régimen político que puede aceptar.

Hacer nacer, prosperar y desaparecer senti­ mientos y creencias en el alma de los pueblos, es un fundamento esencial del arte de gobernar. -*-®~ Transformar la mentalidad de un pueblo es, a veces, más útil que aumentar sus armamentos.

Conquistar territorialmente a un pueblo no bas­ ta; para dominarlo hay que vencer su alma.


CAPÍTULO II PSICOLOGÍA COMPARADA DE ALGUNOS PUEBLOS

Todos los pueblos presentan ciertos caracteres comunes, pero cada uno posee también otros es­ peciales que le diferencian. Tales, por ejemplo, la tenacidad en los ingleses, la indecisión y la impre­ cisión en los rusos. ~®~ La manera como ve las cosas un pueblo depen­ de más de su temperamento psicológico, es decir, de su carácter, que de su inteligencia. Este carácter condiciona la manera como reacciona a las excita­ ciones del mundo exterior.

Cada pueblo tiene un y de justicia demasiado dos por otras naciones. psicológica ha creado colonias.

ideal de derecho, de moral personal para ser acepta­ La ignorancia de está ley la decadencia de muchas


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Ciertos caracteres de los pueblos se mantienen en todo el curso de su historia. Juan de Saulx, viz­ conde de Tabanne, decía ya en tiempos de Car­ los IX que Francia, invencible cuando está unida, es el país que sabe siempre vencer las circunstan­ cias incluso cuando éstas parecen desesperadas.

Un pueblo es libre de calificar de inmortales los principios que le guían, pero no tiene derecho a im ponerlola otras naciones de mentalidad distin­ ta. Las metafísicas políticas son tan respetables como las religiosas, a condición de que no preten­ dan imponerse por la fuerza.

Aunque muy sencilla y regida por un limitado nú­ mero de elementos, el alma de los balcánicos fué un misterio en los comienzos de la guerra para la mayoría de los diplomáticos europeos, porque se obstinaron en juzgarla según las reglas de su pro­ pia lógica.

La gran guerra ha justificado una vez más la ley histórica según la cual un pueblo no puede adoptar las instituciones, las artes, el idioma y la religión de una raza diferente sin imponerle profundas Iransformaciones. Los mismos dioses están conde­ nados a tales cambios. Transportado a China, el 13uda indio adquirió rápidamente los caracteres de una divinidad china. Llegado a Inglaterra, el Jehová


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bíblico devino un dios inglés que gobernaba el mundo en provecho de Inglaterra. Adoptado por los germanos, el dios caritativo y dulce de los cris­ tianos se transformó en divinidad sanguinaria y feroz, sin piedad para los débiles y llena de aten­ ciones para los fuertes.

Alemania, antes de la guerra, invadía el mundo con su industria; pero ya no lo invadía con su pen­ samiento. La era de los grandes filósofos y de los grandes escritores se había cerrado desde hacía tiempo.

El alemán, incluso aislado, será siempre un ser colectivo. Sólo adquiere valor fundido en un gru­ po. Cada ciudadano es una célula del gran orga­ nismo llamado Estado.

La conciencia del alemán es una conciencia co­ lectiva dirigida por el Estado; la del inglés y ame­ ricano, una conciencia individual que sólo abando­ na al Estado una débil parte de sí misma.

Lo que se llama germanismo es, sencillamente, la síntesis de los apetitos que siempre engendra en su pueblo la convicción de ser lo bastante fuerte para apoderarse de los territorios y de las riquezas de pueblos supuestos menos fuertes.


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Hay que admitr que la cultura germánica no crea una gran clarividencia, puesto que los partidarios de anexiones territoriales ruinosas para Alemania se reclutan entre los profesores, funcionarios e in­ dustriales.

Prusia necesitó más de medio siglo para forma la mentalidad alemana por medio de la escuela y del cuartel; pero como esta mentalidad era contra­ ria a la naturales! del hombre, resultó artificial. Los alemanes acabarán seguramente por comprobar que la gloria de ser casi los únicos defensores del absolutismo y de la violencia cuesta cara y produ­ ce poco.

La mentalidad belicosa de los alemanes parece, por el momento, irreductible. A los tres años de lu­ cha mundial, el ministro de la Guerra prusiano pe­ día al Reichstag créditos para una nueva escuela de oficiales a fin de preparar las futuras batallas que, según él, sucederían a la guerra de entonces, pues el pacifismo no era más que una utopía peli­ grosa.

La célebre Memoria de Bissing, gobernador de Bélgica, merecería ser grabada en los muros de las oscuelas. Luego de exponer en aquel documento que Bélgica debía permanecer bajo el yugo ale­ mán, y considerando que el Soberano desposeído podía devenir molesto, recomendaba enérgicamen­


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te seguir el consejo de Maquiavelo: <E1 que se pro­ pone apoderarse de un país debe deshacerse del Rey y del Gobierno, aunque para ello tenga que recurrir a la muerte.» En ningún otro país se en­ contrará un hombre de Estado moderno capaz de firmar tales líneas. —®-«El abismo mental entre el inglés y el alemán ya se había revelado antes de la guerra en su manera de conducirse con respecto a los pueblos conquis­ tados. Inglaterra devolvía la libertad al Transvaal vencido. América, luego de haber organizado la Isla de Cuba, dejó que se gobernara por sí misma. Alemania, por el contrario, en Polonia y en Alsacia y en todas sus colonias, no practicó más régi­ men político que la violencia, creándose como ene­ migos los pueblos que gobernaba. —®— Si los germanos hubiesen sospechado lo que era el alma inglesa, habrían comprendido que sus fero­ cidades en Bélgica tendrían como resultado indig­ nar a los ingleses hasta el punto de hacer surgir del suelo británico millones de combatientes. —®~ Sin preocuparse gran cosa de las teorías y de la lógica, el inglés sólo se preocupa de la realidad y procura adaptarse a ella.


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Los pueblos siempre jerarquizaron los valores según el grado de utilidad que les atribuían. Los romanos de las primeras edades hubieran juzgado la aptitud de manejar bien la lanza muy por encima del arte de componer cantos homéricos. En nues­ tros días un general alemán está más orgulloso de incendiar una catedral o una biblioteca que de descubrir un planeta.

La ferocidad es un sentimiento de raza, peculiar de ciertos pueblos, que los siglos no borran. El placer que experimentaban los antiguos asirios de ver despellejar vivos a sus cautivos es idéntico al de los pueblos balcánicos modernos que tortura­ ban largamente a sus prisioneros, y al de los ale­ manes cuando conocieron la noticia del torpedea­ miento del Lusitania.

Los pueblos cuya civilización ha dulcificado por demás las costumbres y paralizado las cualidades de carácter lucharán siempre difícilmente contra las razas dotadas, a la vez, de subconciencia bestial, de disciplina rígida, de ansias de conquista y de amor al saqueo. —®— Una de las características de ciertos pueblos es la de no tener ninguna estabilidad, lo que imposi­ bilita tener confianza en sí mismos. Con respecto a ellos se puede generalizar la observación hecha por un ex diputado del Reichstag, el abate Wetterlé, a


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propósito de sus colegas polacos: «Todos eran buenos compañeros, de trato agradable, pero muy inconstantes e inciertos. Yo les he visto pasar, de un momento a otro, de la oposición más revolucio­ naria al gubernamentalismo más absoluto, y ello sin motivo aparente. Unos días amenazaban con colocar bombas debajo de la poltrona del canci­ ller, y al siguiente día votaban entusiasmados leyes reaccionarias. Jamás se podía contar de una mane­ ra segura con el concurso de personas tan cam­ biantes.»

Es exponerse a muchos errores en la interpreta­ ción de la conducta de los pueblos cuando se olvi­ da que todas las almas no tienen una común me­ dida.

i


CAPÍTULO III LA INCOMPRENSIÓN ENTRE RAZAS DIFERENTES

La incomprensión rige las relaciones entre los seres de raza, educación y sexo diferentes, porque las mismas sensaciones despiertan en ellos ideas y sentimientos distintos.

La guerra demostró una vez más hasta qué pun­ to se conocen mal los pueblos entre sí. Alemania ignoraba el alma de Francia y de Inglaterra. Estas no desconocían menos la de Alemania.

Los pueblos aprendieron en la última guerra cuán diferente es, según las razas, el sentido de ciertas palabras abstractas: derecho, libertad, justi­ cia, humanidad, fuerza y otras muchas. Los filóso­ fos ya lo sabían.

Uno de los ejemplos más sorprendentes de la in­ comprensión entre los hombres de razas diferentes


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lo proporciona el hecho que los socialistas alema­ nes y franceses se habían encontrado en numero­ sos Congresos sin haber sospechado jamás sus divergencias de ideas, de sentimientos y de doc­ trinas.

El internacionalismo, posible en el dominio de los intereses, no lo es en el de los sentimientos.

La persistencia de los odios de raza se debe a que los hombres de mentalidades distintas reaccio­ nan de diferente manera ante excitaciones idénti­ cas. Creencias, juicios, visiones de la vida, todo di­ fiere en ellos.

Si las ideas de los pueblos extranjeros o de los pueblos muertos son, con frecuencia, inaccesibles, es porque no podemos juzgarlas sino a través de nuestra propia mentalidad. ¿Cómo comprender hoy, por ejemplo, un romano divinizando a los em­ peradores, las ciudades y hasta simples abstraccio­ nes como la concordia?

Los profesores que juzgaban en otro tiempo al pueblo alemán como un admirable modelo, lo pre­ sentan hoy como tipo de barbarie. Hubieran podi­ do evitarse tales variaciones de opinión estudian­ do sus doctrinas filosóficas. Las conquistas y ma-


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tanzas realizadas por los germanos son, en efecto, simples aplicaciones de las enseñanzas que, desde hacía tiempo, propagaban sus libros. — ®~-

FJ alma de un pueblo nos es impenetrable cuan­ do se separa demasiado de la nuestra y, sobre todo, ruando, no estando aún estabilizada, varía incesan­ temente con las circunstancias. Las oscilaciones del alma rusa nos son, por esta razón, incomprensibles. — Los seres de mentalidad diferente, para poderse soportar, deben evitarse. Cuando se frecuentan, sus divergencias psicológicas entran en conflicto. ^® - ^

Generalmente consideramos como privado de todo juicio al hombre que no acepta el nuestro.


CAPITULO IV PAPEL DE LAS ILUSIONES EN LA VIDA DE LOS PUEBLOS

Las ilusiones corresponden a irreductibles nece­ sidades de la mentalidad humana, puesto que su influencia siempre fué preponderante a través de la historia. En todas las épocas, millones de hombres se encontraron dispuestos a sacrificarse por ellas. En nombre de las ilusiones se crearon muchos im­ perios y fueron destruidos otros. -«»(•;«*-

El papel secundario de las influencias naciona­ les en la vida de los pueblos es una de las causas que hacen difícil presentir su curso. Si se elimina­ ran de la historia las ilusiones y los fantasmas, no habría historia.

Muchos espíritus consideran nuestra época como una edad positiva que sólo obedece a la razón. La experiencia ha probado, por el contrario, que el mundo continuaba siendo conducido por quiméri­ cas utopías. En nombre de su ilusoria misión de


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hegemonía, los alemanes devastaron Europa, mien­ tras que los países invadidos eran víctimas de ilu­ siones de otro orden, pacifistas e intemacionalistas, que estuvieron a punto de causar su pérdida.

La credulidad completa, y no el escepticismo, constituye el estado normal de los individuos, y sobre todo, de los pueblos.

Si los alucinados no hubieran representado un papel preponderante en la historia, el curso de los acontecimientos hubiera sido distinto, pero no es seguro que el mundo hubiera ganado con ello. Con frecuencia el error fué un estimulante más fuerte que la verdad. ^ ® .^ .

Los pueblos se pasan más fácilmente de pan que de ilusiones. Subyugados por estos seductores fan­ tasmas, olvidan sus más caros intereses.

En la eterna lucha contra la ilusión, la razón no puede triunfar sin la ayuda del tiempo. —®^ Sólo la experiencia es una destructora rápida de ilusiones, a condición de que revista una forma ca­ tastrófica. Entonces hace instantáneamente visible i*l error, como el relámpago que ilumina la noche.


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En el momento en que se dibujan en el mundo nuevas tentativas de pacifismo, es útil recordar la siguiente reflexión del presidente Roosevelt: las ilusiones pacifistas han costado a Francia torrentes de lágrimas y de sangre.

El pacifismo es un generador cierto de guerras y de conquistas. Un pueblo pacifista, como no inspi­ ra temor alguno, atrae sobre sí, fatalmente, la agre­ sión. Una nación bien armada raramente es ata­ cada. \

Las ilusiones colectivas ceden ante las necesida­ des, pero jamás a los razonamientos.

Alemania seguirá siendo peligrosa durante mu­ cho tiempo, porque la coalición de los pueblos en contra de ella ha aumentado sus ilusiones y su or­ gullo. Incapaz de comprender los motivos de esta coalición, los atribuye a una envidia universal ori­ ginada por su pretendida superioridad.

Lo que llamamos progreso de las ideas no es con frecuencia más que una transformación de las ilusiones creadas por estas ideas.


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Como el error es, generalmente, más impresio­ nante que la verdad, los políticos prefieren el error a la verdad.

Las fuerzas materiales combatidas hoy son te­ mibles, pero las ilusiones generadoras de estas fuerzas lo son más todavía.

Creadoras de esperanza y, por lo tanto, de felici­ dad, las ilusiones serán siempre más seductoras que las realidades.

Para destruir un error hace falta más tiempo que para darle vida.

El arte de manejar las ilusiones es tan necesario a los conquistadores como el arte de manejar ca­ ñones.

Lo irreal es el gran generador de lo real.


CAPITULO V LAS OPINIONES INDIVIDUALES Y LA CONDUCTA

Desde el punto de vista intelectual, el valor de hombre depende, en primer lugar, de su juicio, y luego, del número y precisión de sus informacio­ nes. Desde el punto de vista conducta, depende de su carácter. -*.®^

La verdadera personalidad de un individuo o de un pueblo reside menos en su inteligencia que en su carácter.

E1 hombre inteligente sin carácter, siempre es un conducido y no un conductor. Raramente es el dueño de su conducta. -®Las opiniones que se profesan ejercen, general­ mente, una influencia bastante débil en la conducta que se practica.


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Muchos hombres tienen razón de afirmar la invariabilidad desús opiniones; pero no deben enor­ gullecerse de ello, pues es demostrar que nada han aprendido desde que se formaron, y de semejante prueba de ignorancia e imbecilidad no se debe ha­ cer ostentación.

Raros son los espíritus capaces de edificar sus opiniones sobre reflexiones personales. La raza, el grupo social, el medio, la profesión, el periódico, bastan, en la mayoría de los casos, para oriénta­ las ideas y alimentar los discursos.

Pensar colectivamente es la regla general. Pen­ sar individualmente es la excepción.

El valor atribuido a una opinión no depende, ge­ neralmente, de su exactitud, sino del prestigio que posee el que la enuncia.

La mayoría de los seres están envueltos en una red de opiniones, prejuicios y errores que le velan las realidades. Estos seres atraviesan la vida sin distinguir más que las visiones de sus sueños o los relatos de los libros. —®—

En los grandes cataclismos sociales, el alma in­ dividual está tan dominada por el alma colectiva»


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D R . CiUSTAVE LE BON

que los espíritus más eminentes pierden sus facul­ tades críticas y devienen incapaces de percibir con claridad ninguna evidencia.

En los individuos, y especialmente en los pue­ blos, las heridas de interés se olvidan fácilmente. Las de amor propio no se perdonan nunca. -~®— El remordimiento, sentimiento individual, lo ig­ noran las colectividades. Los peores crímenes de una nación encuentran en ella tantos defensores como sus virtudes. ♦®-*.

Ignorarse es, a veces, preferible a conocerse. -~®~El verdadero conocimiento de sí mismo haría, generalmente, ser muy modesto al individuo.

Se encuentran muchos hombres que hablan de libertad; pero se ven muy pocos cuya vida no se haya consagrado, principalmente, a forjar cadenas.

Nuestras virtudes permanecerían con frecuencia muy inciertas si, a falta de la esperanza de una re­ compensa, no tuviera la vanidad por sostén.


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El hombre es el verdadero creador de su destino. Cuando no está convencido de ello no es nada en la vida.

Las voluntades débiles se traducen en discursos; las fuertes, en actos. —©♦ Tratar de modificar su vida interior es más útil a la dicha que gastar sus fuerzas en perseguir la transformación de su vida exterior.


CAPÍTULO VI LAS OPINIONES COLECTIVAS

La opinión colectiva ha llegado a ser tan pode­ rosa que los autócratas más absolutos no pueden resistirle. Los pueblos y no sus señores dictarán bien pronto la paz o la guerra.

La opinión pública representa una fuerza consi­ derable, pero raramente espontánea. Hacen falta conductores para crearla y orientarla, sobre todo en el caso de grandes conflictos. —®— Unirse a un grupo es tomar el alma colectiva y las opiniones de este grupo. En las aglomeraciones bien definidas: militares, profesores, magistrados, etcétera, la identidad de ocupaciones y, particular­ mente, el contagio mental dan a todos los miem­ bros de este grupo opiniones colectivas parecidas.

Como los encadenamientos de la lógica colecti­ va no son los de la lógica racional, las contradic-


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cienes que no soporten la segunda serán acepta­ das fácilmente por la primera. —®— Las multitudes razonan poco, pero sienten y reaccionan vivamente. Entre la sensación y la reac­ ción el individuo sabe intercalar un razonamiento; pero el hombre en multitud, no. —®— Las palabras y las imágenes tienen más poder en el alma de las multitudes que todos los argu­ mentos. Una opinión fundada en sentimientos colectivos puede ser exacta, pero la razón no toma, general­ mente, parte alguna en su génesis.

Se ha hecho muy justamente observar que, en Rusia, las multitudes prestan más atención al verbo que a las ideas. En algunos minutos aplauden con entusiasmo a oradores que sostienen opiniones contrarias. La misma observación podría aplicarse a muchos países. Cuando el hombre al cual se piensa confiar la dirección de un negocio propone hacerse ayudar por un comité, se debe renunciar inmediatamente a confiarle el negocio. Cuando el error se hace colectivo adquiere la fuerza de una verdad.


CAPÍTULO VII

I

LAS IDEAS EN LA VIDA DE LOS PUEBLOS

Cada civilización con sus instituciones, su filoso­ fía, su literatura y sus artes, deriva de un pequeño número de ideas directoras que imprimen su huella en todos los elementos de esta civilización. —®— Transformar las ideas de un pueblo es cambiar su conducta, su vida y, por consecuencia, el curso de su historia. —®— Aunque la guerra europea no parecía poner en juego más que fuerzas materiales, en realidad esta­ ban en lucha las ideas. El absolutismo luchaba contra las aspiraciones democráticas.

El destino de un pueblo depende mucho más de las certidumbres que le guían que de las volunta­ des de sus gobiernos.


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La Alemania moderna es todavía más peligrosa por sus ideas que por sus cañones. El último de los teutones está convencido de la superioridad de su raza y del deber que, en razón de esta superiori­ dad, tiene de imponer al mundo su dominación, Esta concepción, idéntica a la profesada durante mucho tiempo por los turcos con respecto a los cristianos, da evidentemente una gran fuerza a un pueblo. Tal vez haga falta para destruirla una nue­ va serie de cruzadas.

Los pueblos que pretenden guiarse por ideas pu­ ramente racionales, serán siempre militarmente in­ feriores a los que están conducidos por creencias políticas, religiosas o sociales, bastante fuertes para crear fanatismos colectivos.

Si la idea alemana triunfara, cambiaría la faz del mundo porque la independencia de los pueblos quedaría aniquilada para siempre.

E1 valor político o social de una idea no debe medirse por su grado de verdad, sino por las abne­ gaciones que inspira. A juzgar por las enseñanzas del pasado y las de la última guerra, las ideas más falsas son, con frecuencia, las que más profunda­ mente impresionan a las almas.


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Una idea, para propagarse y devenir móvil dé acción, debe tener un sostén sentimental o místico. La idea puramente racional no es contagiosa y ca­ rece de fuerza en el alma de las multitudes. ♦®— Una idea vaga e imperiosa, pero envuelta en el misterio, exalta fácilmente, mientras que una idea clara y precisa queda, con frecuencia, sin efecto. —®— Los acontecimientos que trastornan la vida de los pueblos cambian frecuentemente las ideas evo­ cadas por las palabras. Términos antiguos, un tan­ to gastados, tales como el de patria, adquieren de pronto un vigoroso relieve. Otros, antes cargados de esperanzas, tales como el pacifismo internacio­ nal, pierden todo su prestigio.

A fuerza de envanecerse de las virtudes que no tiene, un pueblo acaba por persuadirse de que las posee.

Para orientar la vida de un pueblo no tienen las ideas necesidad de ser justas. Basta que posean prestigio.

„ -«-®— El pacifismo y el internacionalismo, que tan caros han costado a Francia, debían su fuerza a los se­ ductores errores que les servían de sostén.


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Los grandes acontecimientos son, a veces, gene­ radores de ideas contrarias a las que los han hecho nacer.

Las ideas, como los seres, están sometidas al proceso de evolución que condena al mundo a transformarse. Ideas directoras, justas en una épo­ ca determinada, ya no lo son en otra. El olvido de este principio costó a Francia muchos errores en los comienzos de la guerra.

Sólo se modifican las ideas de un pueblo cam­ biando sus fórmulas. Para determinar tales cam­ bios son necesarias repetidas experiencias.

El optimismo, como el pacifismo, es un estado mental. El primero hace al hombre más feliz, asi como el pesimismo le hace más previsor. Si Fran­ cia se hubiera preparado para la guerra anunciada por algunos pesimistas, pero que negaban optimis­ tas impregnados de pacifismo, se hubiera evitado muchas ruinas.

Las ideas falsas son las grandes devastadoras de la historia. Las armas materiales no bastan para combatirlas.


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Una idea falsa que no ha de tener en cuenta ni las realidades ni las posibilidades, se presenta, generalmente, bajo un aspecto más seductor que una idea verdad.

Una idea falsa encuentra fácilmente miles de hombres para defenderla. Una idea verdad encuen­ tra generalmente muy pocos.

Cuando una idea falsa invade el campo del en­ tendimiento, las experiencias más demostrativas no tienen acción alguna sobre ella.

Hacer penetrar una idea falsa en el alma de las multitudes es provocar un incendio cuyas devasta­ ciones nadie puede prever. De ello deben estar persuadidos hoy los gobernantes alemanes.

Si la historia de las guerras registrara solamente las originadas por ideas justas, esta historia sería muy breve.

La tenacidad de las ideas falsas y su peligro se pusieron en evidencia por los congresos socialis­ tas celebrados en plena guerra. En ellos se vieron incorregibles teorizantes repetir, sin fatigarse, sus errores sobre el pacifismo y el internacionalismo, origen de los desastres que sufrió Francia.


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Cuando terminen las luchas militares, ciertas ideas, hoy silenciosas, entrarán de nuevo en con­ flicto y del resultado de este conflicto entre las ideas verdaderas y falsas dependerá el porvenir de los pueblos. —®— Los más sanguinarios conquistadores son menos devastadores que las ideas falsas.


CAPÍTULO VIII LA VEJEZ DE LOS PUEBLOS

No existe ejemplo en la historia de naciones que hayan progresado indefinidamente. Tras cierta fase de grandeza declinan y desaparecen, no dejando a veces más que inciertos vestigios. —®— Si los ciclos de la historia han de repetirse, to­ das las naciones estarían, como las del pasado, condenadas a desaparecer. La arena cubre los ves­ tigios de Nínive. La gloria de Roma no es más que un recuerdo. —®— Los pueblos perecen, las obras sobreviven al­ gunas veces; pero de la muerte no tarda en bro­ tar una nueva vida. Sobre el polvo de las razas creadoras de las Pirámides, nacieron razas nuevas ricas en verdades desconocidas de las antiguas civilizaciones.

Lo que se llama la vejez de un pueblo es una ve­ jez mental mucho más que biológica.


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La vejez de un pueblo comienza cuando, debili­ tado por el bienestar y devenido incapaz de es­ fuerzo, substituye el egoísmo individual al egoísmo colectivo, procura obtener un máximum de tran­ quilidad con un mínimum de trabajo y se muestra incapaz de adaptarse a las necesidades nuevas que hacen surgir los progresos de una civilización. —®— Los pueblos dejan de seguir engrandeciéndose cuando la vida se les hace demasiado fácil. Roma sólo progresó durante el período de sus luchas. La época de la paz y de la prosperidad material mar­ có los comienzos de su decadencia.

En la historia de los pueblos existen momentos en que el culto de la fuerza, la pasión de la rique­ za y la mala fe, pueden constituir elementos de éxito, pero éstos no tardan en acarrear la decaden­ cia. Cartago hizo la experiencia de esto. A pesar de sus riquezas y el poder de sus armas, desapare­ ció de la historia sin dejar más vestigios que el desprecio de los pueblos para la fe púnica.

Los viejos—decía Bacon—hacen demasiadas ob­ jeciones, consultan mucho, arriesgan poco, se arre­ pienten pronto, obran raramente en el momento preciso y se contentan con éxitos mediocres. Los mismos defectos se observan en los pueblos cuyas energías han paralizado causas diversas.


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La impotencia para decidirse, la tendencia a la inacción y el miedo a las responsabilidades, son síntomas característicos de senilidad en los indivi­ duos y en los pueblos. -*»©♦ Diríase que, llegados a cierta fase de su existen­ cia, los pueblos no pueden progresar sin la acción de grandes crisis que trastornan su vida. Estas cri­ sis parecen necesarias para librarles del agobio de un pasado devenido harto pesado, de prejuicios y de hábitos demasiado fijos.

Un pueblo envejece rápidamente cuando, no sa­ biendo adaptarse a las nuevas necesidades, se deja adelantar por otros. A juzgar por las estadísticas in­ dustriales, marítimas y comerciales, ciertas nacio­ nes estaban, antes de la guerra, muy distanciadas por otras. La lucha tal vez sea un estimulante capaz de despertar las actividades dormidas. -^®~ Cuando una catástrofe pone en evidencia el des­ gaste y, por lo tanto, la insuficiencia de una arma­ dura social, se impone la necesidad de transfor­ marla. Bien dirigida esta difícil operación, da a la sociedad en decadencia una nueva vida. Mal con­ ducida, y tal es el caso más frecuente, engendra una anarquía que, para ciertos pueblos, ha marca­ do el fin de su historia.


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Entre las causas de destrucción que amenazan a las civilizaciones envejecidas, se puede citar la acumulación de reglamentos que rigen la vida so­ cial y que paralizan las libertades y, finalmente, la voluntad de la acción.

Ciertas profesiones crearon en todas las épocas las mismas deformaciones mentales. Maquiavelo se quejaba ya de los papelotes y de la rutina de los Estados Mayores de su tiempo. —®— El desarrollo del pacifismo en un pueblo rodea­ do de naciones ávidas de conquistas, debilita los resortes de su actividad y le condena rápidamente a la servidumbre.

Un pasado de grandeza es siempre para los pue­ blos un pesado, a veces un aplastante fardo.

El grado de vitalidad de las diversas naciones será todavía más visible después de la guerra que durante la paz.


LIBRO IV Factores materiales del poderĂ­o de las naciones.



CAPITULO PRIMERO LA

EDAD

DE

LA

HULLA

En la fase de la actual evolución del mundo, las acciones de los pueblos y de los reyes están some­ tidas a necesidades económicas mucho más fuertes que sus voluntades. —®— La edad industrial ha invadido definitivamente al mundo. La superioridad de un pueblo ya no se ca­ racteriza por el desarrollo de su filosofía, de su lite­ ratura y de sus artes, sino por su riqueza en hulla y su capacidad técnica.

En el mundo antiguo y hasta una época reciente, la potencia de un país dependía en gran parte del número y de la capacidad de sus habitantes. Hoy resulta, ante todo, de su riqueza en carbón.


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D R . GUSTAVE LE B O N

La nueva evolución de la edad moderna se ca­ racteriza por el papel de la hulla. Sin utilidad hace dos siglos, se ha hecho hoy tan indispensable, que la vida de un país se detendría con su desapari­ ción. No habría ferrocarriles, ni fábricas, ni, en tiempo de guerra, cañones. \

Sólo la hulla podría crear el maqumismo reno­ vador moderno de la civilización.

En la vida de los pueblos, el encadenamiento de los fenómenos acaba por dominar todas las volun­ tades. El descubrimiento de minas de hulla permi­ tió a Alemania la fabricación económica de pro­ ductos de exportación, y de ello resultó un exceso de producción que exigía la conquista de merca­ dos lejanos y, por lo tanto, la creación de una flota poderosa para proteger las exportaciones. Crecie­ ron las ambiciones germánicas y pareció posible la realización del antiguo sueño de hegemonía.

La riqueza de un país en carbón y hierro deter­ mina hoy, no sólo el nivel de su potencia militar e industrial, sino la posibilidad de expansión co­ mercial.

El papel preponderante del hierro y del carbón en las guerras modernas, lo ha puesto en evidencia


AY ER Y M AÑANA

115

el manifiesto de seis grandes asociaciones indus­ triales de Alemania, afirmando que sin la conquista de la cuenca de Briey, al comienzo de la guerra, no se hubiera podido continuar la lucha por falta de hierro para municiones. —®— La potencia que confiere a un país su riqueza en carbón, resulta del hecho que el trabajo anual de un obrero, que cuesta 1.500 francos aproximada­ mente, puede ser realizado por una cantidad de hulla que cuesta 3 francos. El obrero-hulla cuesta, pues, quinientas veces menos que el obrero hu­ mano (1). —®— La prosperidad económica de Alemania se debe, sobre todo, a que extrae anualmente de su suelo 190 millones de toneladas de carbón. Su energía mecánica representa el trabajo manual de 950 mi­ llones de obreros.

Tratar de acaparar la energía solar, como hicie­ ron las plantas que formaron la hulla en otro tiem­ po, será para los pueblos privados de carbón uno de los grandes problemas del porvenir.

Un país cuya riqueza hullera es insuficiente, no puede fabricar económicamente, y se encuentra, (1)

Los elementos de este cálculo figuran en mi obra

Las enseñanzas psicológicas de la guerra.


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D R . GUSTAVE LE BON

por lo tanto, forzado a limitar sus exportaciones a productos cuya fabricación exige poca fuerza motriz. —©-»>Acrecentar la producción hullera de un país equivale a aumentar el número de sus trabajado­ res. Con mucha hulla y pocos habitantes un pue­ blo es más rico y más fuerte que con poco carbón y muchos habitantes.


CAPITULO II LAS LUCHAS ECONÓMICAS

Las luchas económicas son, a veces, tan ruinosas como las luchas militares. La historia muestra que aquéllas engendraron la decadencia de muchos países.

No existe progreso sin competencia, y, por lo tanto, sin luchas industriales.

En nuestros días, una lucha económica puede enriquecer al vencedor. Una lucha militar le arrui­ na por mucho tiempo. Las relaciones entre pueblos se transformarán cuando experiencias suficiente­ mente repetidas hayan probado la exactitud de esta verdad. — Un pueblo que invade progresivamente una na­ ción con sus productos, llega a dominarla tan com­ pletamente como si la hubiese conquistado por las armas. La dependencia económica crea rápida­ mente la dependencia política.


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D R . GUSTAVE LE BON

Las alianzas militares son fáciles, porque asocian intereses parecidos. Las alianzas económicas dura­ bles son casi imposibles, porque los intereses in­ dustriales y comerciales de los aliados no son idénticos.

En materia industrial y comercial, ninguna ba­ rrera aduanera, ninguna intervención del Estado, ningún reglamento pueden proteger útilmente la incapacidad profesional y la falta de iniciativa.

Cuando un pueblo posee una industria casi prós­ pera, la agricultura, por ejemplo, debe esforzarse ante todo en hacer esta industria absolutamente próspera. — Según las estadísticas, Francia, a pesar de la ca­ lidad de su suelo, sólo obtiene, a causa de sus pro­ cedimientos inferiores de cultivo, un promedio de 13 hectolitros de trigo por hectárea, mientras Ale­ mania e Inglaterra obtienen 21, y Dinamarca 27. La diferencia es del mismo orden para la cebada y la avena. ¿No parece evidente que mejorar nuestro cultivo sería más remunerador que fabricar peno­ samente para la exportación de mercancías que la competencia hace poco remuneradora?


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Un eminente defensor de la agricultura decía con mucha razón, no ha mucho, que ella será la pie­ dra angular de la reconstitución nacional.

La capacidad de absorción comercial de los pue­ blos lejanos se reduce a medida que progresan. El Japón, y dentro de poco toda Asia, parece inevita­ ble que se cierren por completo a los productos europeos.

Los países cuya industria se ha conservado indi­ vidual, no podrán luchar contra las asociaciones formadas en el extranjero.

Una de las grandes fuerzas de la industria ale­ mana consiste en haber regularizado la asociación de fabricantes de productos similares y hecho así muy económica la producción.

La asociación de industrias parecidas, generali­ zadas desde hace tiempo en Alemania con el nom­ bre de cartels, es una condición necesaria para el progreso industrial moderno. Para luchar con pro­ babilidades de éxito contra las nuevas invasiones comerciales, nuestros fabricantes deberían apren­ der a asociarse en lugar de combatirse. —


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La lucha contra la invasión de mercancías ale­ manas sólo es posible fabricando productos simi­ lares al mismo precio. El establecimiento de barre­ ras aduaneras supuestas inviolables tendría como consecuencia la introducción, por países neutrales, de productos fabricados en Alemania o por alema­ nes en los países neutrales, y equivaldría a enrique­ cer a otros países en detrimento de Francia.

Fué necesaria la guerra de 1914 para descubrir que el comercio alemán iba conquistando progre­ sivamente todos los mercados. Se discutía mucho antes de explicar cómo gozando de una situación tan excepcional no hicieron lo imposible los ale­ manes para evitar la guerra. —®— Las futuras tentativas de hegemonía industrial de Alemania serán tan peligrosas como su sueño de hegemonía militar. —®— Hasta que llegue el día en que cambie totalmente la orientación de las ideas, el mundo verá, sin duda, alternar las luchas económicas con las mili­ tares y engendrarse ambas mutuamente.


CAPITULO III EL CONFLICTO ENTRE LAS CONCEPCIONES QUIMÉRICAS Y LAS NECESIDADES ECONÓMICAS

Aunque invisibles con frecuencia, las necesida­ des económicas son las grandes reguladoras del mundo moderno.

El Estado, con su inexperiencia, su rigidez, su irresponsabilidad y la indiferencia de sus emplea­ dos, no puede intervenir en la complicada máquina del comercio sin falsearlo totalmente.

Las teorías políticas ilusorias causan, a veces, más daño que los cañones. Las concepciones so­ cialistas sobre el pacifismo, la lucha de clases, la destrucción del capital fueron las causas principa­ les de los errores militares y económicos bajo el peso de los cuales estuvo a punto de sucumbir Francia.


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Olvidando el poder de las leyes económicas que dirigen el mundo, la mayoría de los hombres políticos viven persuadidos de que las fórmulas y los decretos que dictan sus temores o sus deseos, pueden cambiar el curso de las cosas.

Una de las experiencias más demostrativas del peligro de violar las leyes económicas la propor­ ciona el resultado de las tasas durante la guerra. Las tasas contribuyeron a provocar la escasez de carbón y de muchos artículos comestibles.

La actividad posible de un pueblo depende de toda una serie de factores independientes de sus deseos: producción de su suelo, número de habi­ tantes, aptitudes de su raza, sobre todo. —®-~ Un país que a pretexto de bastarse a si mismo se negara a comprar en el exterior las materias pri­ mas: algodón, seda, hulla, etc., necesarias para las diversas industrias, determinaría la muerte de éstas y del comercio con ellas relacionadas. ♦©-*-

Las simpatías internacionales pueden facilitar la exportación de artículos de lujo; pero la de prime­ ras materias indispensables, como la hulla o el al­ godón, dependen de necesidades imperiosas supe­ riores a todos los sentimientos.


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Pretender cesar las relaciones comerciales con un pueblo que sólo puede obtener económicamen­ te ciertos productos indispensables, constituye una peligrosa ilusión. El boycottage de las personas es útil; el de las mercancías fabricadas, necesario con frecuencia; el de las materias primas, imposible. -*-(•)«*-

Suprimir el riesgo y la competencia en las em­ presas industriales, como quieren los socialistas latinos, sería cegar todos los progresos de la civi­ lización.

La explotación, en Francia, de las riquezas in­ dustriales y agrícolas exigirá, después de la guerra, un desarrollo inmenso del crédito, que requerirá una descentralización financiera, dp la que resultará el renacimiento de los antiguos Bancos de provin­ cia que hicieron desaparecer las grandes Socieda­ des. Sólo estos Bancos regionales pueden apreciar el valor de las industrias locales y, consecuente­ mente, el crédito que merecen. -*•©-*La diversidad de los consejos dados por los teo­ rizantes sobre el sentido de los futuros esfuerzos de Francia, demuestra que tienen más en cuenta sus deseos que las posibilidades económicas.


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Persiguiendo la edificación de Sociedades ima­ ginarias, hijas de la razón pura, los teorizantes pre­ paran la decadencia de las naciones en que viven. —

La creación de una liga para la paz parece fácil porque, a pesar de todas las enseñanzas de la his­ toria, se creen las alianzas capaces de sobrevivirá intereses económicos contradictorios.

La afirmación de los diplomáticos alemanes, se­ gún la cual los pequeños Estados deben desapare­ cer en provecho de los grandes, deriva de una con­ cepción exacta en otro tiempo, pero inaplicable a la evolución económica actual del mundo. Hoy es posible una federación de pequeños Estados, con­ servando cada cual su independencia, mientras que su anexión sólo podria mantenerse mediante una costosísima opresión militar.

Con la evolucion de las ideas, resultante de la observación de los hechos, la dominación de terri­ torios extranjeros, finalidad principal de la gran guerra, apareció bien pronto como una opera­ ción ruinosa en el presente y sin provecho para el porvenir.

Desarrollar la producción y suprimir todos los obstáculos con que los socialistas procuran dificul­


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tarlo, debería ser la finalidad esencial de toda política.

E1 primer ministro de la Gran Bretaña decía en el Parlamento que el porvenir de los pueblos de­ pendería del partido que supieran sacar de las en­ señanzas de la guerra. El mundo ha entrado, en efecto, en una fase de la civilización en la que la acción de las quimeras sería tan funesta como la más destructiva de las invasiones.


CAPÍTULO IV EL PAPEL DE LA FECUNDIDAD

Del microbio al hombre, la fecundidad fué siem­ pre una causa, si no de superioridad, de prosperi­ dad al menos. En la época de las invasiones ger­ mánicas que destruyeron la civilización romana, la infatigable fecundidad de los invasores constituyó su principal condición de éxito. Matados por miles, renacían constantemente. •***(•) Todo pueblo que se desarrolla con exceso, de­ viene fatalmente invasor y destructor de los pue­ blos cuya fecundidad es menor.

Un país es temible para sus vecinos cuando su suelo deja de producir alimentos suficientes. El hambre fué el origen de las grandes invasiones que, en otro tiempo, trastornaron a Europa. -♦-(i)-*-

Y


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Si las hordas germánicas no hubieran pululado en otro tiempo en un suelo incapaz de proporcio­ narles alimentos, el mundo no habría conocido ni la destrucción de la civilización romana, ni los mil años medievales, ni la gran guerra.

Es peligroso progresar lentamente cerca de un pueblo que crece con rapidez. La guerra demostró la importancia de esta verdad. -*-©-«»

La paz no debe hacer olvidar las siguientes pa­ labras pronunciadas en el Reichstag: «Todos los ideales humanitarios quedan enterrados para siem­ pre. Queremos aquello de que tenemos necesidad y, ante todo; tierra para alimentar masas más gran­ des de hombres.»

Los alemanes, que antes de la guerra veían cómo su natalidad comenzaba a decrecer bajo las mismas causas que actuaban en Francia, no buscaron re­ medio en procedimientos fiscales, sino que conside­ raron «que una política de repoblación consiste, ante todo, en la colonización de los campos».

La rivalidad en la fecundidad es, para ciertos economistas, el ideal que se debe inculcar a los


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pueblos. Toda la historia de los seres, del insecto al hombre, y la de las invasiones germánicas de la antigüedad a nuestros días, demuestran que la su­ perpoblación fué siempre una causa de guerras, de exterminio y de conquista.

Darwin ha insistido sobre la siguiente ley que, según él, no tiene excepción: los seres se reprodu­ cen en tal proporción que los descendientes de cualquier pareja de animales invadirían rápidamen­ te el mundo si no fueran regularmente destruidos, en parte, a cada generación. Los seres huma \ sometidos a esta ley, están obligados, cuand*. ¿e multiplican con exceso, o a destruirse recíproca­ mente o a invadir los países vecinos. —®—

La calidad de la población representa un factor de progreso muy superior a la cantidad. De no ser así, los países del mundo más poblados, como Ru­ sia y China, en vez de vivir en un estado semibár­ baro, figurarían a la cabeza de la civilización. —®— En las civilizaciones de tipo industrial el éxito corresponde forzosamente no a los pueblos más numerosos, sino a los más trabajadores, disciplina­


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dos y más capaces de esfuerzos colectivos si, al mismo tiempo, poseen suficiente hierro y hulla.

Un gran país sin carbón no tiene interés en aumentar su población. Italia, que carece de hulla, no ha podido llegar a ser un pueblo industrial y pa­ rece destinada a ser pobre.


LIBRO V F a c to re s p sico l贸 g ico s del poder铆o de lo s pu eblos.



CAPÍTULO PRIMERO PAPEL DE CIERTAS CUALIDADES SECUNDARIAS EN LA VIDA DE LOS PUEBLOS

Cualidades inutilizables en ciertos periodos de la civilización determinan la prosperidad de un pue­ blo cuando las nuevas condiciones de existencia permiten utilizarlas.

Las superioridades literarias, artísticas e intelec­ tuales, fueron en ciertas civilizaciones—la de los antiguos griegos y la de los italianos del Renaci­ miento, por ejemplo-elementos de grandeza. La paciencia, la tenacidad, la obediencia a los regla­ mentos y otras cualidades juzgadas como medio­ cres en otro tiempo, constituyen en las civilizacio­ nes de forma industrial condiciones del éxito. —®— La edad moderna, con su técnica complicada y su división del trabajo, exige cualidades de pacien­ cia, de atención vigilante, de minuciosidad, de es­ fuerzo sostenido y de solidaridad, que las razas


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individualistas de inteligencia viva jamás practi­ caron fácilmente.

El sentimiento de continuidad es para un pueblo un elemento de estabilidad muy lento en adquirir y sin el cual no podría ni durar ni engrandecerse.

La fuerza de los pueblos modernos depende cada vez menos de sus gobiernos. Esa fuerza se compo­ ne de millones de pequeños esfuerzos individuales. Un país deviene grande cuando sus ciudadanos trabajan para engrandecerle. Su decadencia es rá­ pida cuando se abandonan al Estado las iniciativas y las responsabilidades.

Los éxitos de un pueblo se deben hoy menos al valor de sus gobiernos o de sus élites que a ciertas cualidades secundarias de que están dotados sus ciudadanos. Las superioridades individuales pueden ser re­ emplazadas, a veces, por modestas cualidades co­ lectivas. Con una multitud de individualidades me­ diocres han conseguido formar los alemanes agre­ gados muy fuertes. El poderío de un pueblo exige cualidades comu­ nes en la gran mayoría de este pueblo. La superio­ ridad de las élites no basta para determinar su grandeza.


CAPÍTULO II LA VOLUNTAD Y EL ESFUERZO

La batalla del Marne, que salvó a París de la destrucción y que representa el acontecimiento más importante de la vida nacional de Francia, es un ejemplo memorable del papel dominador de la voluntad de los hombres sobre las pretendidas fa­ talidades, de la historia. —®— Uno de los más fecundos descubrimientos de la psicología moderna es el de haber mostrado que nuestra actividad consciente constituye la manifes­ tación superficial de una actividad inconsciente mucho más importante. ♦®— La voluntad puede ser consciente o inconsciente. En la voluntad inconsciente la decisión aparece completamente formada en el campo de la con­ ciencia. La voluntad consciente va, por el contra-


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rio, precedida de una deliberación y, por conse­ cuencia, de una evaluación de los motivos. -►o— La más reflexionada decisión voluntaria contie­ ne, casi siempre, una parte de voluntad inconscien­ te que ha contribuido, si no a darle nacimiento, a fortificarla por lo menos. Cuando el presidente de los Estados Unidos declaró la guerra a Alemania, es probable que en la balanza de los motivos en que se pesan nuestras decisiones, actuaron incons­ cientemente ciertos factores tales como la utilidad de un ejército en caso de conflicto con Méjico o el Japón, la importancia preponderante del papel que debían representar los Estados Unidos en los asun­ tos mundiales, etc. De este conjunto de motivos acabó por surgir la decisión belicosa. —®— Si, a veces, existe una gran divergencia entre los actos de un hombre y sus palabras, es porque la voluntad inconsciente puede diferir netamente de la voluntad consciente creada por influencias su­ perficiales. Así se vió, al comienzo de la guerra, a pacifistas y socialistas obrar de manera tan opues­ ta a sus doctrinas.

La voluntad inconsciente creada por nuestros antepasados y fortificada luego por la educación y las influencias del medio, dirige los actos. La vo­ luntad consciente dirige, sobre todo, los discursos.


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El lugar del hombre en la vida está marcado no por lo que sabe, sino por lo que quiere y por lo que puede.

Los acontecimientos dominan a las voluntades débiles; pero las fuertes los dominan.

Para progresar no basta con querer obrar; hay que saber, primero, en qué sentido obrar. -*-©«**

La clarividencia es aún más rara que la voluntad.

La guerra despertó en Francia viejas energías. Nuestra situación económica en el mundo depen­ derá de la continuidad de nuestros esfuerzos du­ rante la paz. -t-(•)''*-

El hombre de acción es un constructor o un des­ tructor, según la dirección de sus esfuerzos.

E1 progreso nace de la continuidad del esfuerzo; la decadencia, del reposo.

El único medio de obtener la continuidad del es­ fuerzo es transformar este esfuerzo en hábito me­


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diante una educación adecuada, y semejante es­ fuerzo no hay que pensar en obtenerlo de la edu­ cación libresca.

El esfuerzo continuo es un verdadero creador de milagros. Gracias a él, un país tan poco militarista como Inglaterra creó un ejército de cuatro millo­ nes de combatientes y transformó todas sus condi­ ciones de existencia. —®— En las guerras modernas, en las que son muy ra­ ras las grandes maniobras, la inteligencia organiza la preparación, pero la continuidad del esfuerzo de los combatientes es una condición principal para triunfar.

La próxima evolución del mundo llevará a los pueblos a confiar un tanto en sus alianzas, pero mu­ cho más en sus propios esfuerzos. Habiendo apren­ dido por la experiencia el débil valor del derecho sin fuerza, tendrán que adquirir la potencia nece­ saria para no ser jamás vencidos.

La triste inacción de ciertos hombres rebeldes a todo esfuerzo no difiere sensiblemente del reposo de la tumba. Esos muertos vivientes sólo tienen una apariencia de vida.


CAPÍTULO IH LA

ADAPTACIÓN

La ley de la adaptación domina a todos los se­ res. Transformarse adaptándose, o desaparecer, es una necesidad universal. —®— Así como cada variación del clima acarrea una profunda transformación de la fauna y de la flora, todo cambio económico, religioso, político o so­ cial, exige una nueva adaptación de la mentalidad de los pueblos sometidos a su acción.

El contagio mental es un poderoso agente de adaptación. Inconscientemente aceptamos las mo­ dificaciones aceptadas por el medio que nos rodea. Lo difícil es encontrar quien dé el ejemplo.

La vida mental está condicionada por dos in­ fluencias preponderantes: la de los medios pasa-


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dos, cuya herencia conserva la huella, y la de los medios presentes, que transforman a los seres gra­ dualmente. Estas dos influencias son indispensa­ bles; pero todo progreso es imposible si la poten­ cia de una paraliza a la otra. —®La sensibilidad del alma de un pueblo, que hace su fuerza en la vida normal, la dificulta en las épo­ cas en que es necesaria una rápida adaptación. Tal fué el caso de Inglaterra, que necesitó más de un año, después de la declaración de guerra, para adaptarse a las condiciones de existencia entera­ mente nuevas.

La adaptación rápida es siempre penosa porque si el hombre transforma con dificultad sus maneras de vivir, cambia más dificilmente aún sus maneras de pensar. .

Un pueblo declina cuando su armadura social es demasiado rígida para plegarse a las nuevas con­ diciones de existencia. Una de las causas más fre­ cuentes de la caída de los grandes imperios fué la incapacidad para adaptarse a las necesidades im­ previstas creadas por las circunstancias.

Cada pueblo sólo puede absorber una cantidad limitada de civilización.


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Uno de los mayores peligros que amenazan a una sociedad es el de contener muchos individuos paralizados con fases de evolución inferior y, por lo tanto, mal adaptados al estado actual de la so­ ciedad.

La edad moderna será de más en más implaca­ ble para los inadaptados. Las nuevas necesidades eliminarán rápidamente a estos supervivientes de épocas desaparecidas.


CAPÍTULO IV LA

ED UC ACIÓN

Como los hombres se conducen más con su ca­ rácter que con su inteligencia, el objeto principal de la educación debería ser formar y dirigir el ca­ rácter. Los alemanes conocían esta verdad; pero la Universidad francesa parecía ignorarla por com­ pleto.

La educación podria inculcar en el niño el espí­ ritu de cuerpo interesándole por los éxitos de su clase tanto como por los suyos. Entonces com­ prendería que es preferible asociarse con sus riva­ les que combatirles. Este principio, desconocido en Francia, constituye uno de los elementos de la po­ tencia industrial de Alemania.

Z La educación técnica, la disciplina de la escuela y luego del cuartel y la aptitud para el esfuerzo colectivo, hacen fácil para los germanos la ejecu-


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ción minuciosa del trabajo ordenado. No fué el maestro de escuela, sino el técnico, el que hizo posible la expansión industrial de Alemania.

Un sabio profesor ha resumido acertadamente el estado de la educación técnica en Francia diciendo: «La guerra nos ha obligado a crear en pocos me­ ses un instrumental químico formidable, cuando nos resistíamos a perfeccionar en tiempo de paz un material rudimentario que inspiraba lástima a nues­ tros competidores.» -*-®— Se comprende la utilidad de la educación técnica con sólo considerar la enseñanza agrícola. Los es­ pecialistas afirman que si Francia obtuviera, por hectárea, el mismo rendimiento que Alemania, cuyo suelo es, sin embargo, inferior al de Francia, la riqueza anual de ésta aumentaría en dos mil mi­ llones. -®— La agricultura es, en Francia, una de las profe­ siones menos consideradas, aun cuando exige co­ nocimientos más variados que la mayoría de las otras. «El hombre que sabe dirigir bien una granja sería capaz de dirigir el imperio de la India»—decia un ministro inglés. -~®— La reforma de la enseñanza industrial y comer­ cial, juzgada de utilidad absoluta en Inglaterra, to­


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davía seria más necesaria en Francia, pero durante mucho tiempo encontrará la oposición de la Uni­ versidad, que pretende dirigirlo todo, aunque se muestra rebelde a todo cambio.

El látigo en la escuela y el palo en el cuartel ha­ cen a los germanos capaces de obedecer sin discu­ sión las órdenes de sus jefes. La energía desarro­ llada durante la guerra por pueblos en lo s1que estos procedimientos son desconocidos, prueba que el alma humana puede, ser disciplinada por métodos menos serviles.

Un ministro prusiano de la Guerra afirmaba, en el curso del último conflicto, que la preparación militar de la juventud en la escuela debe tener por finalidad, no sólo hacerla más fuerte, «sino también poner un freno al espíritu de independencia perso­ nal y de iniciativa que amenaza con degenerar en un subjetivismo disolvente que causa la ruina de las democracias». Estos principios sólo son útiles para formar soldados siempre dispuestos a sacrificarse para servir las ambiciones de un soberano.

Si la igualdad democrática es realizable, sólo lo será por un sistema de educación que utilice las capacidades especiales de cada ser y no gracias a instituciones políticas.


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Una de las fuerzas de la educación alemana es la de saber sacar partido, gracias a enseñanzas va­ riadas, de las aptitudes diferentes de cada discípu­ lo. Una causa de inferioridad en la educación latina es su enseñanza idéntica aplicada a mentalidades distintas. —®— La finalidad de la educación no debería ser en­ señar a recitar manuales, sino crear hábitos de pen­ samiento y de carácter. La enseñanza puramente mnemónica de nuestras Universidades desarrolla poco la inteligencia y nada el carácter. Ni los pro­ fesores, ni los padres, ni los discípulos han com­ prendido esto aún.

No es posible ningún mejoramiento de la educa­ ción en Francia, si continúa siendo dirigida por universitarios que sólo conocen el mundo a través de los libros. —

0

Una educación puramente intelectual no tarda en ser una causa de decadencia. — ®—

Las teorías librescas sólo proporcionan una con­ cepción deformada del universo sin relación con las enseñanzas de la experiencia.


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Los ingleses consideran con razón que ciertos juegos escolares son una buena preparación para la vida. Un equipo deportivo implica, en efecto, asociación, jerarquía, disciplina, cualidades indis­ pensables a una sociedad que quiera progresar.

Una de las reformas futuras más indispensables será la de inculcar a todos los jóvenes franceses el respeto a la disciplina, que había llegado a ser nula en la familia, en la escuela, en las oficinas, en los talleres, en todas partes.

El hombre que no sabe dominarse por sí mismo, es dominado por las leyes; pero esta disciplina impuesta no vale nunca la disciplina interna que puede crear la educación.

Una educación capaz de acrecentar el juicio y la voluntad es perfecta, sean las que fueren las cosas enseñadas. Con estas solas cualidades el hombre sabe orientar su destino. /

Más vale comprender que aprender.


CAPITULO V LA MORAL

Entre las causas que hacen la fuerza de un pue­ blo figura, en primer lugar, el grado de su morali­ dad. Cuando Rusia se encontró sin víveres ni mu­ niciones, por culpa de una serie de ministros, de generales y de burócratas prevaricadores, comprendió netamente el papel de la moral en la vida de los pueblos. — La moral de un pueblo es la obra de su pasado. El presente crea las virtudes del futuro. Nosotros vivimos de la moral de nuestros padres y nuestros hijos vivirán de la nuestra. —®— Toda regla moral es primero una molestia, una obligación que hay que imponer. Sólo su repeti­ ción llega a hacer de ella un hábito fácilmente aceptable.


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Una elevada moralidad comercial da a un pue­ blo la superioridad sobre rivales que no alcanzan el mismo grado de moralidad. Cuando un editor, por ejemplo, imprime en la cubierta de una guía antigua una fecha reciente para engañar al com­ prador, o cuando un acreditado fabricante de ob­ jetivos pone su marca en un aparato mediocre, no hacen más que favorecer a los competidores ex­ tranjeros que tienen al día sus guías y ensayan los aparatos que fabrican. —®~ La guerra contribuyó a demostrar que, incluso en política, es útil la honradez. Alemania sabe cuán caro le costó la violación de sus compromisos con Bélgica. Los ministros rusos que traicionaron a su patria ocasionando los desastres que dieron naci­ miento a la revolución, debieron hacer en sus ca­ labozos serias reflexiones sobre las ventajas de la probidad. -®La honradez razonada es cordura, pero por el solo hecho de que se la razona tiende a dejar de ser honradez.

Uno de los resultados más ciertos de las manio­ bras diplomáticas alemanas fué provocar una des­ confianza universal. Alemania ha destruido en el mundo toda confianza en sus promesas, y de ello


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sufrirá mucho tiempo, pues esa desconfianza es indestructible. «►©♦ Despreciando en nombre de sus teorías filosófi­ cas todas las leyes morales durante la guerra, los alemanes contribuyeron involutariamente a la crea­ ción de una moral internacional. Reunidos para defenderse, los pueblos insistieron tanto sobre los principios por los cuales luchaban, que estos prin­ cipios, antes muy vagos, acabaron por incrustar­ se en las almas e inspirar un respeto tan universal, que nadie se atreverá ya a violarlos. «*-®~ Según los filósofos alemanes, la moral que re­ gula las relaciones entre los individuos no se apli­ ca al Estado. En su calidad de soberanos absolu­ tos, los Gobiernos no están ligados por tratado al­ guno. Es natural que, en el porvenir, sólo se con­ ceda una confianza muy limitada a los futuros contratos hechos con un país que profese seme­ jantes doctrinas.


CAPITULO VI LA ORGANIZACIÓN Y LA COMPETENCIA

La organización resulta sencillamente de la apli­ cación de principios que dominan en todas las ciencias: disociar los elementos generadores de un fenómeno, estudiarlos separadamente y descubrir la influencia de cada uno de ellos. Tal método im­ plica división del trabajo, competencia y disci­ plina.

Desde Alejandro a Augusto y a Napoleón, todos los espíritus superiores fueron grandes organiza­ dores. Ninguno de ellos ignoraba que organizar no sólo consiste en elaborar reglamentos, sino en ha­ cerlos cumplir. En esta ejecución consiste la prin­ cipal dificultad de la organización.

No hay organización posible si cada individuo y cada cosa no ocupan su verdadero lugar. La aplicación de esta elemental verdad exige, por


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desgracia, una clarividencia muy rara en ciertos pueblos. —©♦ El valor de toda organización depende del jefe colocado a su cabeza. Las colectividades aptas para ejecutar son incapaces de dirigir y menos aún de crear. -4»

Aplicadas a la organización de obras de previ­ sión social, de seguros, de retiros y de educación técnica, los hábitos de trabajo colectivo y de dis­ ciplina prestaron grandes servicios a los alemanes. Su organización del aprendizaje, por ejemplo, evi­ tó en Alemania la crisis de mano de obra tan ame­ nazadora en Francia.

La ausencia de coordinación de los servicios parece ser el defecto más irreductible de las admi­ nistraciones latinas. En vano han procurado po­ nerle remedio generaciones enteras de ministros. Este defecto es tan frecuente, que en París ado­ quinaron y desadoquinaron tres o cuatro veces tina calle, en el mismo mes, porque los servicios del gas, del agua y de la electricidad no conse­ guían entenderse para hacer al mismo tiempo esta operación. Durante la guerra se vieron delegacio­ nes oficiales, enviadas a América por dos minis­ tros diferentes, entrar en competencia para com­ prar los mismos caballos que, a falta de acuerdo


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entre ellas, tuvieron que pagar cuatro veces más caros. <*©♦ Multiplicar eljcontrol en un servicio público, es dispersar a tal punto las responsabilidades, que acaban por desaparecer. Lo que es controlado por varias personas, no está jamás bien controlado.

i El débil valor de la organización de los servi­ cios públicos en ciertos países, no sólo se debe a la indiferencia de los empleados y a su miedo a responsabilidades, sino también a que con frecuen­ cia el favor reemplaza a la competencia. ♦©Los americanos han comprendido, al parecer, todos los secretos de la organización. Su gran in­ geniero Taylor ha demostrado que en la mayoría de los trabajos que se realizan en una fábrica, se puede, eliminando metódicamente los esfuerzos inútiles, obtener los mismos resultados con mucha menos fatiga. En Alemania, muchas fábricas están organizadas según este principio. -®-~ La necesidad no tarda en ser un poderoso factor de organización. Es dudoso que el tan reputado método de los alemanes sea superior al que per­ mitió a los ingleses formar en dos años un ejército de cuatro millones de hombres con sus oficiales,


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sus municiones y todo el complicado material de las guerras modernas.

Una de las causas de la debilidad económica y gubernamental de Francia consistía en que los in­ dustriales estaban alejados del Gobierno y hasta tratados como sospechosos. Las necesidades de la guerra, al hacer indispensable su ayuda, demostra­ ron que ciertos problemas muy complejos se re­ solvieron fácilmente gracias a ellos. Si en ocasio­ nes no obraron todo lo rápidamente que hubiera sido de desear, fué porque la terrible incompeten­ cia de la burocracia dificultó constantemente su acción.

La interview del Administrador general de víve­ res americano podría figurar útilmente en las ofici­ nas de ciertas administraciones cuya organización fué tan defectuosa durante la guerra. «Los víveres—decía— no requieren una dictadu­ ra, sino una cuerda administración. Personalmen­ te concibo ésta, no impuesta por decretos dra­ conianos o inquisiciones arbitrarias, sino mediante una inteligencia armónica y una razonada coope­ ración de los tres grandes grupos interesados: pro­ ductores, distribuidores y consumidores. Mis con­ sejeros pertenecerán exclusivamente a estos tres grupos y no a los de los teóricos y burócratas.» ¡Qué abismo entre la mentalidad que dictó estas líneas y la de los gobernantes franceses!


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Rusia ha comprobado experimentalmente que la organización, incluso mediocre, de un gran país cuesta mucho de establecer y no se improvisa. Esta organización sólo adquiere valor cuando ha sido fijada en las almas.

El exceso de organización no siempre es favora­ ble al progreso. La meticulosa organización de China acabó por paralizar todas las iniciativas y la condujo a un estado de decrepitud del que no puede salir.

Un país gobernado por la opinión no lo está por la competencia. —®— El número puede crear la autoridad, pero no la competencia. -©♦ Una de las grandes superioridades de la indus­ tria sobre las administraciones públicas es que la competencia es preferida a la jerarquía y, sobre todo, al favoritismo.

La competencia sin autoridad es tan impotente como la autoridad sin competencia.

La competencia se hace ineficaz si está bajo las órdenes de la incompetencia.


CAPITULO VII LA COHESIÓN SOCIAL Y LA SO LID A RID A D

Las armas no bastan para constituir el poderío de un pueblo. Aquél reside, ante todo, en la cohe­ sión mental creada por adquisición de sentimientos comunes, de intereses y creencias comunes. Hasta que estos elementos no están fijados por la heren­ cia, la existencia de una nación es efímera y está sujeta a todás las coincidencias.

Incluso invisible, la influencia del orden social pesa enormemente sobre nuestra vida cotidiana. Orienta nuestros pensamientos y nuestros actos mucho más que todos los razonamientos juntos.

Una sociedad se mantiene gracias al equilibrio de los intereses de sus miembros. Cuando este equilibrio se rompe, los apetitos y los odios, con­ tenidos gracias a los frenos sociales lentamente forjados, se desencadenan libremente. Entonces el


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poder cambia incesantemente de manos y la anar­ quía dura hasta el día en que una autoridad fuerte, apta para restablecer el orden, es unánimemente reclamada. <*»(•)<«>.

A falta de comunidad étnica, la fe en un mismo ideal religioso, político o social, puede crear en un pueblo la identidad de pensamiento y de conducta necesaria al mantenimiento de su existencia. —o— Un país necesita la unión de sus partidos políti­ cos para luchar contra sus enemigos. Si las disen­ siones que llevaron a Francia al borde del abismo continuaran, nos veríamos amenazados de una irre­ mediable decadencia. -®— No sería ocioso recordar con inscripciones gra­ badas en el recinto de los parlamentos que los pueblos que, como Grecia y más tarde Polonia, no supieron renunciar a sus luchas intestinas, acabaron en la servidumbre y perdieron hasta el derecho de tener una historia.

Un partido político que deseara ser realmente útil se aplicaría a demostrar a las multitudes que la fusión de las clases debe reemplazar a sus rivalida­ des, Vanamente intentada durante largo tiempo,


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esta fusión tal vez llegue a ser posible con la de­ mostración práctica de los beneficios de la aso­ ciación. • —®-~ A las relaciones impersonales y frías de las di­ versas clases sociales, la vida en las trincheras dió origen a relaciones cordiales y a una disciplina sin rigidez. Cuando los hombres se conocen, descu­ bren que son iguales en muchos puntos y que las diferencias de origen libresco carecen de impor­ tancia.

Las emociones colectivas que resultan de una guerra prolongada, acercan a los hombres que las han experimentado en común, porque han creado entre ellos una solidaridad suceptible de sobrevi­ vir a la desaparición de sus emociones.

Los pueblos en los que la guerra no haya defini­ tivamente fijado una solidaridad, verán suceder a las luchas militares batallas socialistas, económi­ cas y otras muchas más.

La solidaridad fundada sobre el interés posee una base sólida. La que se apoya sobre la frater­ nidad o la caridad, siempre fué frágil. Muchos de sus progresos económicos los debe Alemania a la agrupación de intereses similares.


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Las transformaciones sociales útiles no se deri­ varán de las teorías socialistas actuales, sino de una solidaridad sin dogma que se preocupará, ante todo, de mejorar la existencia de cada uno me­ diante una educación mejor adaptada a las nuevas necesidades y formas diversas de asociación. —®-~ Si la palabra solidaridad llegara a reemplazar a la de socialismo, se habría realizado un gran pro­ greso, porque la fuerza de las palabras es general­ mente superior a la de las doctrinas.

Es inútil predicar a los hombres que son herma­ nos, pues todos saben que esto no es verdad. Más inútil aún es exhortarles a la lucha de clases, crea­ doras de ruinas recíprocas. Hay que demostrarles nada más que su interés consiste en asociar sus esfuerzos.


CAPITULO VIII LAS REVOLUCIONES Y LA ANARQUÍA

Las revoluciones más difíciles son las de los há­ bitos y los pensamientos.

De todas las revoluciones, la más profunda aca­ so fué la realizada por Inglaterra cuando, contra­ riamente a sus tradiciones seculares, aceptó du­ rante la guerra hacer entrega de todos sus pode­ res al Estado, concediéndole un derecho absoluto sobre la vida y la fortuna de sus ciudadanos. Este trastorno nacional se efectuó sin desorden, porque fué obra de todos los partidos y 110 de uno solo, como las revoluciones anteriores. —®Provocar una revolución es siempre fácil; pro­ longarla, difícil. Derribar un autócrata no es, ni mucho menos, suprimir el régimen autocrático. Miles de sub-


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autócratas irresponsables, necesarios a la adminis­ tración de un pais, continúan de hecho conservan­ do el poder real. El régimen puede cambiar de nombre; pero ellos continúan siendo los verdade­ ros amos. -®Una revolución brusca no hace más que substi­ tuir el antiguo árbitro por otro nuevo. —®Las barreras sociales que derriban las revolucio­ nes se levantan pronto o tarde, porque los pue­ blos no pueden subsistir sin su poder limitador, pero, generalmente, no se levantan en el mismo lugar. —®— A veces es más fácil a un pueblo soportar sus males que los remedios empleados para curarle.

En un país dividido en clases cuyos intereses son contrarios, puede hacerse pacificamente una revolución; pero es raro que se conserve pacífica durante mucho tiempo.

Una revolución, en sus comienzos, no se gobier­ na más fácilmente que una avalancha mientras hace irrupción.


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El contagio mental es el factor más seguro de propaganda revolucionaria. •o.®-*El peligro más grave que amenaza a una asam­ blea revolucionaria no consiste en las reacciones que se efectúan en su derecha, sino en los excesos que surgen en su izquierda.

Las revoluciones efectuadas por las multitudes no tienen más dirección que los impulsos incons­ tantes y desordenados de ellas. Tales movimien­ tos tienen una gran fuerza, pero no duran, y en­ gendran fatalmente la anarquía.

Los revolucionarios rusos olvidaron de meditar estas palabras de Napoleón: «La anarquía lleva siempre al poder absoluto.»

Las revoluciones que comienzan se mueven en una atmósfera de ilusiones y exageraciones gene­ radoras de un desorden social del que, finalmente, acaban por surgir las restauraciones.

Entre las causas de las revoluciones figura la pérdida de la fe general en el valor de las concep­ ciones antiguas que dirigían la vida social. La anarquía que resulta es entonces una busca inquien


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ta de nuevas verdades capaces de orientar un pueblo. —®* Durante el período triunfante de una revolución, cuando, rotos los lazos sociales, cada cual sigue sus impulsos, es cuando mejor aparece el papel indis­ pensable que representan en las sociedades la dis­ ciplina y la cohesión.

Cuando los historiadores juzgan los aconteci­ mientos revolucionarios, les atribuyen, frecuente­ mente, causas extrañas a sus orígenes reales. Cuando en los comienzos de la revolución rusa los soldados abandonaron las trincheras, no fué en nombre de principios incomprensibles para ellos, sino sencillamente con objeto de participar en la distribución de tierras prometida por los so­ cialistas. Uno de los más terribles resultados de la revo­ lución rusa fué transformar, por la destrucción de cohesiones sociales, un ejército de millones de hombres, perfectamente aguerridos la víspera, en un rebaño sin alma que huía al menor ataque.

Los enemigos interiores hacen a una nación im­ potente contra los enemigos exteriores. -0>®-»-

Ciertas revoluciones, como la rusa, destruyen


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en algunos meses la obra de agregación realizada por siglos de esfuerzos. —®— La clarividencia es muy rara entre los revolucio­ narios. A partir de sus primeros triunfos, los de Rusia persiguieron tres finalidades igualmente fu­ nestas para el porvenir de su país: 1.°, una paz in­ mediata y, por consecuencia, el abandono de los aliados que se habían enzarzado en la guerra a cau­ sa de los rusos; 2.°, la promesa de la distribución de la tierra, que creará luchas permanentes en to­ dos los puntos del territorio; 3.°, la separación de las diversas nacionalidades de Rusia, que acarrea­ rá la destrucción del inmenso imperio.

Después de la separación de Ukrania, inmensa provincia de treinta millones de habitantes, muy fértil y muy rica, y de la de Finlandia y Lithuania, Rusia seguirá siendo el más vasto de los imperios, pero también el más pobre, y se verá rodeado de provincias hostiles, siempre en lucha.

La revolución rusa se ha limitado a substituir un régimen riguroso por otro todavía más duro. Ha demostrado una vez más que los pueblos tienen el gobierno que merecen.

No puede establecerse analogía alguna entre la


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revolución francesa y la rusa. La primera la hicie­ ron burgueses instruidos; la segunda, obreros y campesinos analfabetos, de bajo nivel mental.

Para la mayoría de los obreros rusos, una revo­ lución se resume en esta noción: nadie, nada y cada cual hace lo que quiere. ♦®— Mientras no cambien las ideas de Alemania, Europa estará amenazada de frecuentes guerras; pero como el artificial imperio germánico repre­ senta un Estado feudal superpuesto a un estado industrial, los mismos alemanes comprenderán un día la incompatibilidad de estos dos regimenes. De ello resultará necesariamente una de esas revo­ luciones políticas profundas.

Aunque sea fácil predecir las grandes revolucio­ nes, no abundan los ejemplos de que se hayan previsto sus consecuencias más importantes.

La anarquía reina por doquiera cuando no exis­ te la responsabilidad.


LIBRO VI El gobiern o m oderno de lo s pueblos.



CAPITULO PRIMERO LOS PROGRESOS

DEMOCRÁTICOS

I Gracias a la guerra, la igualdad, que sólo existía en los códigos, acabará, sin duda, por infiltrarse en las costumbres. — La última guerra habrá hecho más por la realiza­ ción de ías ideas democráticas que las revolucio­ nes violentas. Los hombres sometidos a los mis­ mos peligros han aprendido a conocerse y a com­ probar la equivalencia de capacidades de órdenes diferentes. La guerra marcará probablemente el triunfo de­ finitivo de la democracia en el mundo. Monarcas y diplomáticos han carecido de clarividencia, y los pueblos no consentirán, en adelante, poner sus destinos en manos de ellos. Tal vez las guerras no sean menos frecuentes; pero al menos serán declaradas por los que soportan sus consecuen­ cias.


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La guerra amenaza a todas las autocracias y, sin embargo, la última ha tenido por resultado la apa­ rición en los países en lucha de gobiernos autocráticos. Estos, útiles a veces para las decisiones rápidas, han acumulado tales errores que se impuso la necesidad de controlar su gestión por comisiones competentes.

Con la evolución de los tiempos nuevos, ningún poder absoluto será capaz de conciliar y coorde­ nar los intereses variados y, a veces, contrarios de los diversos grupos sociales para adaptarlos al in­ terés general.

Habiendo tenido por resultado la guerra mun­ dial socavar la autoridad de las concepciones autocráticas, las únicas monarquías que podrán subsistir serán las de los países en que el soberano no gobierna y constituye simplemente un símbolo de la unidad nacional.

El paso de la autocracia individual a la colecti­ va parece ser para muchos pueblos una de las con­ secuencias de la guerra europea.

Si la antigua ley de la oferta y la demanda con­ tinúa rigiendo al mundo, es probable que tras la guerra vean los obreros engrandecerse enorme­ mente su situación, en razón de la escasez de la


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manb de obra ante las nuevas necesidades de la industria. Con un poco de orden y el cierre de los lugares de disipación y vicio, la clase obrera llegaría rápi­ damente a constituir una nueva burguesía; magis­ trados, funcionarios, profesores, etc., tienen, por el contrario, muchas probabilidades de formar en breve una categoría de proletarios que tal vez ali­ menten el ejército socialista, abandonado por los obreros, satisfechos de su suerte.

Se habrá realizado un gran progreso cuando los electores de los países democráticos elijan para representarles, en vez de abogados o de hombres e cultura libresca, industriales, agricultores y co­ merciantes que conozcan las realidades de la vida.

El verdadero progreso democrático no consiste en hacer descender la élite hasta la multitud, sino en elevar ésta hasta aquélla.


CAPÍTULO II EL ESTATISMO ALEMÁN Y EL LATINO

El estatismo, y su última forma, el colectivismo, tendían, antes de la guerra, a ser la religión de los pueblos latinos. Heredero del poder de la Provi­ dencia y del de los reyes, el Estado constituía para ellos una entidad mística siempre criticada, pero constantemente invocada por los ciudadanos, que le reclamaban en todo momento la satisfacción de sus exigencias personales.

El liberalismo, respetuoso de todas las opinio­ nes, y el estatismo, que sólo admite la suya, pare­ cen, de más en más, irreconciliables. Los progre­ sos del estatismo harán desaparecer toda huella de libertad mediante la creación de una censura per­ manente de cuanto se escribe, de los actos y del pensamiento. La historia política de Francia es, desde hace treinta años, la de las conquistas del socialismo


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cstatista. Sus exageraciones demagógicas y sus amenazas condujeron al país al extremo, al borde extremo del abismo en el que, sin la guerra, hubie­ ra sucumbido probablemente.

Los resultados, tan diferentes, obtenidos por el estatismo en Francia y Alemania, contribuyen a mostrar, no solamente que los efectos de las insti­ tuciones dependen de la mentalidad de los pue­ blos que las adoptan, sino también que las mismas palabras pueden designar, en países distintos, co­ sas muy diferentes. El estatismo alemán es, ante todo, una institu­ ción militar. Saliendo un poco de su dominio, deja a los industriales la libertad de acción. El estatis­ mo latino, por el contrario, pretende dirigirlo todo. Cuando no absorbe las empresas industriales, las trata como enemigas y las mata con leyes vejato­ rias que paralizan su esfuerzo.

El estatismo germánico es un factor de inmensos progresos económicos en Alemania, mientras que el estatismo latino es una de las causas más indis­ cutibles de nuestra decadencia industrial.

Cuando un Estado pretende dirigirlo todo y todo absorberlo, no tarda en encontrarse en presencia


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de intereses colectivos irreconciliables que limitan su acción, y su impotencia tiene entonces la amar­ gura como corolario.

En los países en que domina el estatismo latino, la suprema dirección de los negocios parece con­ fiada a los ministros. De hecho depende de una legión de empleados irresponsables. Los ministros, poco escuchados, en razón de su incompetencia, de la corta duración de sus funciones y de la in­ disciplina general, sólo ejercen una autoridad ilu­ soria. *

Todo individuo que trabaja en una obra colecti­ va en el éxito de la cual no está interesado, pro­ porciona un trabajo muy débil. De este principio psicológico, tan desconocido de los socialistas, resulta que las empresas dirigidas por el Estado cuestan caras y ganan poco.

Una de las fuerzas de la industria americana es la de prescindir del Estado. La debilidad de la nues­ tra se debe a la intervención estatista. Si no cam­ bian nuestras concepciones, nuestra industria su­ cumbirá bajo el peso de las leyes y de los regla­ mentos. ^®-~

Cuando no pueden entenderse tos ciudadanos para dirigir sus negocios, es inevitable que inter­ venga la pesada y costosa máquina del Estado.


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La administración del Estado y la de la indus­ tria privada ofrecen la distinción fundamental de que las primeras se ocupan mucho más de la for­ ma que del fondo, mientras que las segundas des­ deñan la forma y sólo se aplican a las realidades útiles. El desdén de las leyes económicas, la incoheren­ cia de las tasas y las requisiciones durante la gue­ rra; la paralización de todas las iniciativas por ofi­ cinas tiránicas e incompetentes, permiten presentir la anarquía en que caería un país sujeto definitiva­ mente al régimen del socialismo estatista.

Los aumentos consecutivos de los impuestos du­ rante la guerra no hicieron más que confirmar an­ tiguas experiencias. Ya la Convención tuvo que re­ conocer que nada puede reemplazar la iniciativa privada, la libertad de trabajo y el juego mutuo de los cambios. Desalentar el cultivo del trigo por medio de im­ puestos que obligan al agricultor a vender su co­ secha por debajo del precio de coste, y, por lo tanto, a suprimir su cultivo, y luego tratar de alen­ tarle mediante subvenciones sometidas al arbitrio administrativo, constituyen un ejemplo memorable de la perniciosa influencia de las intervenciones estatistas. Si se paralizan las iniciativas industriales, agrí­


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colas y comerciales mediante reglamentos vejato­ rios derivados de la intervención estatista, la deca­ dencia de los pueblos, sometida a este régimen, es inevitable. No existe progreso sin las iniciativas individuales, y estas iniciativas son imposibles cuando el Estado pretende dirigir la complicada organización de la industria y del comercio.

El socialismo pacifista, que tanto contribuyó a la derrota de Francia por su preparación insufi­ ciente, debida a la difusión de las doctrinas de aquél, ha reconquistado por dos razones la influen­ cia perdida al comienzo de la guerra: 1.a, el des­ arrollo universal, debido a las necesidades de la guerra, de una autocracia estatista, muy parecida al yugo soñado por los socialistas; 2.a, la afirma­ ción, muy impresionante para la imaginación po­ pular, de que se podría obtener la paz por medio de un Congreso internacional socialista.

El estatismo latino es una forma inferior de go­ bierno que tuvo su utilidad, como en otro tiempo el régimen feudal; pero ya no lo tiene hoy. Prolon­ gándose tendría, por último término, la igualdad en la servidumbre y, luego, la decadencia.

La teoría alemana del Estado soberano absoluto sin más ley que su voluntad, implica necesariamente la preponderancia de la fuerza sobre el derecho.


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Para justificar esta preponderancia los filósofos alemanes se han visto obligados, luego de haber divinizado al Estado, a considerar la dulzura y la humanidad como signos de impotencia. —®-~ Como la concepción alemana del Estado no pue­ de ser ligada por ningún tratado, es más asiática que romana, más antigua que moderna, y constitu­ ye una verdadera regresión contra la cual se ha levantado el mundo entero.

Hegel y sus sucesores, al hader del Estado una divinidad soberana, formularon simplemente, en términos filosóficos, la concepción militar de todos los reyes de Prusia.

El estatismo y el socialismo están tan próximos, que en Alemania la mayoria de los socialistas cons­ tituye un partido gubernamental. —

Es innegable que Alemania consiguió en pocos años colocarse a la cabeza de la industria; pero sería un grave error atribuir su éxito a influencias estatistas. Las causas de los progresos realizados en veinticinco años se deben a una educación téc­ nica superior, a una severa disciplina, a la solida­ ridad de las industrias, a la intervención de altas individualidades capaces de dirigir las grandes em­


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presas, y, sobre todo, a la posesión de las ricas mi­ nas de hulla. La organización estatista de Alemania, valiosísi­ ma para coordinar los esfuerzos de los espíritus mediocres, no serviría para favorecer las investi­ gaciones importantes, obra exclusiva de las élites. Al perder su individualismo, Alemania ha perdido sus grandes sabios, sus grandes escritores y sus grandes pensadores. Para los pueblos débiles el estatismo puede ser momentáneamente una causa de progreso; pero inevitablemente engendra la decadencia. Cuando el Estado piensa y obra por todos los ciudadanos, éstos son incapaces de pensar y sentir. Las supe­ rioridades individuales se ahogan en una medio­ cridad universal y luego desaparecen.

Los partidarios irreductibles del estatismo se harán muy peligrosos. Habiendo visto impuesta a todos los pueblos la autocracia estatista durante la guerra, creen que es igualmente útil durante la paz. Sin embargo, es evidente que un régimen adaptado a una situación anormal sólo tiene valor para esta situación. Si el estatismo militar creado durante la guerra continuara durante la paz, podríamos preguntar­ nos hasta qué límites se tolerarían la indepen­ dencia de pensamiento y la libertad individual.


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De la solución dada a este problema dependería el porvenir de la civilización.

El individualismo moderno ha visto levantarse en contra suya dos enemigos terribles: el socialis­ mo y el germanismo. Si la humanidad acaba por preferir la servidumbre colectiva a la libertad, en­ trará en una edad de regresión definitiva.

Determinar los límites respectivos del individua­ lismo y del estatismo será uno de los más difíciles problemas del porvenir.

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CAPÍTULO III LA

RELIGIÓN

SOCIALISTA

El papel de las creencias no es hoy menos im­ portante que el pasado. Muchos hombres se creen libres de toda religión, pero el espíritu místico con­ tinúa dominándoles. La fe socialista es una de las manifestaciones de este espíritu al mismo título que el budismo y el islamismo. •o»®-®-

Los adeptos de sectas políticas diversas, como nihilistas, masones, socialistas, etc., son seres reli­ giosos que perdieron sus antiguas creencias, pero que no podían prescindir de una para orientar sus pensamientos. Al enseñar la fraternidad universal y el destrona­ miento del hombre, el cristianismo destruyó entre los romanos la idea de patria y destruyó la civili­ zación antigua. El triunfo del ideal socialista des­ truiría también el culto de la patria y, por la lucha de clases, engendraría guerras civiles que llevaría cada patria a destruirse a sí misma.


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Las creencias de forma religiosa, como el socia­ lismo, son inconmovibles porque los argumentos no hacen mella en una convicción mística. El fiel cree y no razona. Todos los dogmas, los políticos sobre todo, se imponen generalmente por las esperanzas que ha­ cen nacer y no por los razonamientos que invocan. •4-(•)«*»

Guiados por la razón exclusivamente, los paci­ fistas tenían buenos motivos para declarar la gue­ rra imposible; pero olvidaban que los pueblos están orientados por fuerzas sobre las que la razón no ejerce ninguna influencia.

Los historiadores observarán, no sin sorpresa, que el catecismo socialista alemán no ejerció su perniciosa influencia entre los obreros franceses y los políticos que les siguen hasta después de ha­ ber sido prácticamente abandonado en Alemania. -*-®•*A pesar de la divergencia de principios, el so­ cialismo colectivista y el militarismo conducen exactamente al mismo resultado: a la servidumbre.

Varios pensadores han sostenido que el triunfo del socialismo podía llevarnos a una completa re­


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gresión a la barbarie. La experiencia de Rusia, por lo menos, muestra que un pueblo subyugado por la fe socialista, no tarda en caer en un estado de anarquía que le hace víctima de vecinos poco preocupados de adoptar una fe generadora de tales consecuencias. Entre el socialismo latino y el americano y el alemán, sólo existe un parentesco ilusorio. Estos últimos, preocupados ante todo de la producción de riqueza, la han favorecido sabiendo muy bien que de ella siempre participa el obrero. Los socia­ listas franceses y sus legisladores, preocupados sólo por el reparto de la riqueza, han perseguido al capital forzándole a desviarse de las empresas nacionales y a emigrar al extranjero. De esta ma­ nera han acentuado la decadencia económica de Francia. La guerra de clases adoptada por los socialistas franceses luego de haber sido abandonada por sus colegas alemanes, será más terrible y costosa que las guerras entre pueblos. Estas últimas sólo cau­ san, en efecto, ruinas provisionales, mientras que la primera engendra una ruina definitiva.

El hombre sólo da todo de lo que es capaz si está directamente interesado en la obra emprendi­ da. De este principio psicológico resulta que el obrero que no percibe un salario proporcionado a sus esfuerzos y el empleado del Estado que traba­


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ja por un precio fijo, rendirán siempre un trabajo mediocre. — Si el socialismo consistiera simplemente en que­ rer el mejoramiento de la suerte de las multitudes, todo el mundo seria socialista; pero los dos pun­ tos fundamentales de su doctrina— lucha de clases y supresión del capital -acarrearían la desagrega­ ción de las sociedades y su ruina. •*-®— Jamás se reveló el papel del capital tan impor­ tante como durante la guerra mundial. La potencia de expansión económica de un país, y especial­ mente su fuerza defensiva, y por lo tanto su inde­ pendencia, dependen de su riqueza. Importa, pues, no dificultar su desarrollo, como hacen los legisla­ dores dominados por la influencia socialista. —®~Los países donde los socialistas consigan, no destruir el capital, pues esto es imposible, sino hacerlo emigrar, están condenados a una rápida decadencia. -*»(•)«*-

El papel del capital, preponderante en la última guerra, lo será aún más en las futuras. El obús del cañón del 75 cuesta 60 francos; el de 305, 2.500. Para destruir un cañón enemigo a cuatro kilóme­ tros hay que disparar mil proyectiles del 155 cor­ to. La destrucción de un cañón enemigo, que vale 10.000 francos, cuesta más de 300.000 con el 155, y


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mucho más con los calibres superiores. Los espe­ cialistas de estos cálculos han calculado en 25.000 millones los gastos de la Artillería desde el comien­ zo de la guerra.

Un país sin capital es un país sin defensa.

La prodigiosa persistencia de las ilusiones socia­ listas se encuentra muy bien definida en las siguien­ tes líneas de un sabio escritor: «La dura prueba impuesta desde hace tres años al mundo, no ha en­ señado nada a los socialistas. Continúan dando vuelta alrededor de las mismas fórmulas que les sirvieron antes para crear las peligrosas ilusiones. La última guerra sólo representaba para ellos la posibilidad de esgrimirla como argumento en favor de esa lucha de clases que constituye el fondo de su doctrina.»

¿Pueden progresar las naciones sin competen­ cias interiores y exteriores? Los socialistas resuel­ ven fácilmente el problema, pero la experiencia no lo ha resuelto.

Como los socialistas viven en teorías abstractas independientes de las leyes económicas, pueden prometer a las multitudes el paraíso de que están ávidas. Los adversarios de los socialistas, limita­ dos por necesidades económicas inflexibles, no


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pueden hacer las mismas promesas y poseer, por consiguiente, el mismo prestigio.

E1 más peligroso de los errores socialistas fué no comprender que la lucha de clases perjudica a la producción, de la que siempre se favorece el obre­ ro. Los socialistas alemanes, que propagan esta lu­ cha en sus libros, han renunciado a ella en la prác­ tica.

Era preciso ignorar los móviles que guían a los hombres para imaginarse una sociedad en la que todos los medios de producción serían explotados en común. Esta concepción implica para los pue­ blos una estrecha servidumbre y no podía germi­ nar más que en cerebros sometidos a la ruda disci­ plina de los cuarteles germánicos. «<*>■ (•)-«*»■

La inteligencia, el capital y el trabajo son los factores esenciales del desarrollo industrial moder­ no. En lucha en las naciones en que dominan las ilusiones socialistas, estos tres elementos han aca­ bado en otros pueblos por formar una asociación generadora principal de su progreso.

Es imposible predecir si el capitalismo desapa­ recerá en el porvenir. Actualmente no puede negar­ se que, después de haber transformado el mundo


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en menos de medio siglo, es el elemento indispen­ sable de sus nuevos progresos.

Para comprender la persistencia de ciertas ilu­ siones socialistas importa no olvidar que lo absur­ do de un dogma jamás perjudica a su difusión.

Se comprende el poder de la religión socialista si se observa que, a pesar de los irreparables de­ sastres que estuvo a punto de engendrar, sus adep­ tos no han perdido nada de su fe, y aún pretenden regir las sociedades con sus quimeras. -®La religión socialista ha hecho tales progresos en ciertos espíritus, que hablar de libertad individual de iniciativa, de limitación de los derechos del Es­ tado, les parece un lenguaje de una edad desapa­ recida. Desde el punto de vista de las doctrinas socialis­ tas, la guerra ha ofrecido dos fenómenos de apa­ riencia contradictoria. Primero determinó el de­ rrumbamiento de las teorías intemacionalistas, de­ mostrando que los lazos creados por la raza son mucho más fuertes que los que resultan de los in­ tereses de profesión. Por otra parte, el desarrollo del estatismo, que llegó hasta la servidumbre, reali­ zó momentáneamente el más quimérico de los sue­ ños socialistas.


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Las convicciones místicas están fuera del alcan­ ce de la razón y de la experiencia, y por eso los socialistas sólo verán en la guerra una confirma­ ción de sus doctrinas.

Los progresos de la religión socialista confirman aquella ley de la historia, según la cual, si los pue­ blos cambian con frecuencia el nombre de sus dio­ ses, no pueden pasarse sin estos grandes fantasmas para orientar su vida.


CAPITULO IV LAS CUALIDADES PSICOLÓGICAS NECESARIAS A LOS GOBIERNOS

Un jefe de Estado representa actualmente una síntesis de voluntades que puede orientar, pero que le dominan si no sabe orientarlas.

Lo mismo que el físico que conoce las fuerzas de la naturaleza es dueño de los fenómenos, el hombre de Estado capaz de manejar fuerzas psico­ lógicas dirigirá a su gusto los sentimientos y las voluntades de los hombres.

El hombre de Estado hábil sabe utilizar las ilu­ siones, sin las cuales no pueden vivir muchas almas. El hombre de Estado inexperto las persigue y es su víctima.

La ignorancia de la psicología de los pueblos


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fué en todos los tiempos una fuente de errores po ­ líticos desastrosos.

Las clases dirigentes han salido del concurso que revela la memoria, pero no de cualidades de juicio y de carácter que hacen el valor del hom­ bre. A esto se debe que las sociedades se vean conducidas por jefes con frecuencia mediocres. ^® ^ Vivir exclusivamente en los libros impide com­ prender la realidad, y por esto los Gobiernos de teorizantes son tan peligrosos para un país. -**®— Cuanto más difícil es un problema político, más hombres se encuentra que se creen capaces de re­ solverlo.

La falta de clarividencia y de resolución consti­ tuyen los defectos más corrientes de los hombres políticos. No sabiendo dirigir los acontecimien­ tos, se dejan dominar por ellos y sufren todos los -azares.

Entre los hombres políticos que presiden los destinos de los pueblos se encuentran muchos es­ píritus simplistas persuadidos de que las leyes na­ turales se modifican mediante decretos. Son raros los espíritus observadores que tienen el sentido de


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las posibilidades, y se limitan a orientar la marcha de las cosas sin pretender transformar el curso. -*-®~ Las muchedumbres se imaginan fácilmente que sus gobernantes pertenecen a una humanidad su­ perior infalible, y de ahí sus furores cuando un des­ fallecimiento descubre al hombre detrás del ídolo. * El valor de un ministro depende de las personas que le rodean, pero el arte de escoger a los hom­ bres es todavía más difícil que el de gobernarlos.

Un hombre llegado a ministro debió ser coche­ ro, y tal cochero merecería ser ministro—decía Na­ poleón—. Es evidente, ¿pero cómo hacer la distin­ ción y descubrir las verdaderas capacidades?

Los peores tiranos son menos peligrosos que los gobernantes indecisos. La indecisión siempre fué generadora de catástrofes.

Si tantos hombres de Estado se muestran irre­ solutos en sus actos, es a falta de tener una idea clara de lo que quieren y de lo que pueden.

El hombre incapaz de dominar los nervios es in­


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digno de ocupar ni siquiera el más humilde escalón de la potencia política. Si la guerra de 1870 se hizo inevitable, fué porque las negociaciones se lleva­ ron por un ministro que no tenía la necesaria calma para comprobar, antes de obrar, la exactitud de los hechos citados en el falso telegrama que desenca­ denó la catástrofe. La sutil psicología de un diplo­ mático enemigo consiguió utilizar nuestra irritabi­ lidad étnica para lanzarnos a una serie de catás­ trofes. Los jefes de Estado deben saber discernir los móviles susceptibles de influir las diversas menta­ lidades. Incapaces de tal discernimiento, los diplo­ máticos alemanes no comprendieron que el terror, tan eficaz en los Balcanes, no ejercería influencia alguna en los otros pueblos.

Uno de los hábitos más peligrosos de los'hom ­ bres políticos mediocres es prometer lo que saben que no pueden cumplir.

En política, las instituciones importan menos que las costumbres. Las asambleas parlamentarias constituirían un régimen político suficiente si se las substrajera a la influencia de los grandes fantasmas que le opri­ men: el miedo, la envidia y el odio, que fueron desde hace veinticinco años los inspiradores de


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persecuciones y de leyes desorganizadoras de la industria, de las finanzas y del ejército. ♦ ® *.

El sectarismo y el miedo a los electores dejan difícilmente a los legisladores una gran libertad de juicio. —®— En los Estados Unidos las atribuciones del Es­ tado son limitadas, y gracias a esto las influencias políticas carecen de influencia. El papel del políti­ co sólo deviene desastroso en los países donde el Estado absorbe todas las funciones.

El hombre de Estado superior sabe oponer la evidencia que percibe al error que la ceguera de los partidos políticos pretende imponerle.

La inexperiencia política se manifiesta general­ mente por la necesidad de acumular medidas res­ trictivas. Tomadas casi siempre al azar, son, por lo general, contrarias a todas las leyes económicas y siempre hay necesidad de derogarlas.

Los Gobiernos que no saben crear opinión sólo la conocen, por lo general, cuando les derriba.


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Los hombres de Estado sin carácter procuran in­ útilmente mostrar su debilidad individual asocián­ dola a debilidades colectivas.

No se puede esperar nada de los hombres políti­ cos para los cuales el mundo es un espejo que re­ fleja exclusivamente sus deseos, sus sueños y sus temores.

Mientras el sabio busca la verdad, sin temor a sus consecuencias, el político mediocre desconfía de ella y la considera como una enemiga, censu­ rando su expresión con la vana esperanza de ani­ quilarla. Uno de los errores políticos más peligrosos es confiar a oradores brillantes la dirección de los asuntos públicos. Napoleón ya hizo observar que los grandes oradores, aptos para dirigir una asam­ blea, eran incapaces de dirigir el negocio más mo­ desto. ^® — Un gran orador es raramente un gran pensador. El arte del orador consiste ante todo en manejar hábilmente fórmulas ilusorias capaces de impre­ sionar a las masas. -®^> El hombre político que gasta su actividad en pa­ labras, raramente la gasta en acciones.


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Para los diplomáticos como para las mujeres, el silencio es con frecuencia la más clara de las explicaciones. —®~ El verdadero hombre de Estado se muestra a ve­ ces intransigente en sus discursos, pero jamás en sus actos. Las necesidades que rigen la vida de los pueblos modernos no son compatibles con la in­ transigencia. Gobernar es pactar; pactar no es ceder.

Para gobernar cuerdamente no hay que olvidar que la influencia del pasado limita la acción posi­ ble del hombre sobre el presente. La masa de vivos está siempre encuadrada por la masa de muertos. La idea que se forman los hombres de las cosas es para los gtibernantes más útil conocerla que el valor real de las mismas cosas. ■*®~ Hacer nacer, engrandecer o desaparecer senti­ mientos y creencias en el alma de un pueblo, re­ presenta uno de los elementos esenciales del arte de gobernar. Saber manejar los sentimientos de un pueblo es dirigir su voluntad. Saber perpetuarlos es rehacer su alma.


CAPITULO V IMPERFECCIONES

DE LOS GOBIERNOS

REVELADAS

POR LA GUERRA

La falta de clarividencia ha sido la característica general de los hombres de Estado antes y después de la guerra. Los Gobiernos capaces de prever los acontecimientos con unos meses de anticipación son excepcionales. -mí)— La incapacidad de prever y la falta de resolución se expían siempre. Los alemanes piensan con te­ rror la suerte que hubiera corrido su flota sin la imprevisión de un ministro inglés que les cedió la isla de Heligoland. Los aliados no recuerdan sin amargura que el desarrollo de la guerra habría sido muy diferente si al comienzo de la campaña hu­ biera habido un ministro con espíritu de deci­ sión y lo suficiente previsor para ordenar a algu­ nos acorazados de seguir los barcos de guerra ale­ manes cuando se dirigían a Constantinopla.

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Un emperador clarividente hubiera comprendido que Alemania era el país del universo más intere­ sado en conservar la paz, y hubiera comprendido la profundidad del consejo de Bismarck, de no enemistarse jamás con Rusia.

Las consecuencias de la imprevisión no se sue­ len reparar jamás. Los aliados perdieron inútilmen­ te más de cien mil hombres en Galípoli, intentan­ do en vano reparar las faltas de imprevisión e indecisión cometidas anteriormente.

La palabra imprevisión resume la causa de la mayoría de los fracasos de que fueron víctimas los aliados durante la guerra.

Los conductores de pueblos continúan viviendo de ideas que ya no tienen valor. Una de las verda­ des mejor demostradas por los hechos es que un país no gana nada anexionándose pueblos extran­ jeros contra la voluntad de ellos. Austria hizo en otro tiempo la experiencia con Venecia, Alemania con Alsacia, que fué para ella una causa de tras­ tornos y de gastos durante cincuenta años.

«Demasiado tarde» fué, como dijo un ministro inglés, la explicación de muchos reveses.


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La voluntad de los pueblos, sin valor en otro tiempo en el desarrollo de la historia, ha devenido un factor esencial en la política moderna.

Si las grandes potencias están tan mal informa­ das por sus agentes, es porque para contentar és­ tos a sus jefes se limitan a reflejar las opiniones. Nuestras ilusiones a propósito de los búlgaros y de los griegos al principio de la guerra, no tuvie­ ron más origen que éste.

Los errores en el manejo de las fuerzas psicoló­ gicas pueden anular la superioridad de los elemen­ tos. Alemania aprendió esto a medida que la insu­ ficiencia psicológica de sus diplomáticos le fueron creando nuevos enemigos.

Los gobiernos débiles son, como los individuos sin carácter, poco temibles para sus enemigos, pero peligrosos para sus amigos. La Rusia de la última guerra ilustra este ejemplo.

Un dictador no es más que una ficción. Su poder se disemina, en efecto, entre varios subdictadores anónimos e irresponsables cuya tiranía y corrup­ ción no tardan en hacerse insoportables.


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Todo poder sin responsabilidad no tarda -en transformarse en tiranía.

Se puede formar una idea de la influencia formi­ dable de los taberneros y del miedo que inspiran a los legisladores franceses, si se recuerda que el más ilustre de los ministros de la Guerra estuvo a punto de tener que dimitir por haber intentado re­ glamentar el comercio de esos potentados en vista de las nefastas consecuencias que tenía sobre la salud del soldado.

Son numerosos los motivos de que sea discutido el valor del parlamento francés; pero hay que re­ conocer que sin las grandes comisiones salidas de su seno, jamás hubiésemos obtenido las municio­ nes y cañones necesarios para la defensa. Un Go­ bierno absoluto, pero prisionero de la burocracia, no consiguió obtenerlos.

Las discusiones, tan generales en la política, siempre fueron un método peligroso. Momentá­ neamente pueden ser útiles a los partidos, pero ja­ más para los gobiernos.

Preferir la utilidad de un día a verdades dura­ bles y gobernar según las opiniones del momento, es crear para el porvenir situaciones sin remedio*


CAPÍTULO VI ENSEÑANZAS POLÍTICAS DEDUCIDAS DE LA GUERRA

Jamás fué el arte de gobernar tan difícil como después de la guerra. Una de las dificultades más graves consistirá en romper con los hábitos uni­ versales de intervención que necesitó el conflicto. — El arte de manejar acertadamente los sentimien­ tos que hacen obrar a los hombres, no se aprende ni en los libros ni en la escuela. Es empírico y sólo se adquiere con la experiencia. A juzgar por todos los errores de psicología cometidos durante la guerra, esta adquisición no es cosa fácil.

Los grandes motores de la conducta de los pue­ blos son los intereses y las creencias. Como las creencias no pueden ser reducidas ni por la razón ni por la fuerza, se tienen que limitar los gobiernos a conciliar intereses. Para establecer la solidez de


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este principio psicológico fueron necesarios varios siglos de guerras sangrientas.

Los hombres más aptos para guiar los aconteci­ mientos son, frecuentemente, arrastrados por éstos luego de haberlos conducido a cierto límite que no podían prever por adelantado. **>®Los resultados que se obtienen en política son con frecuencia muy diferentes de los que se perse­ guían. Alemania no sospechaba ciertamente el ser­ vicio que prestaba a Inglaterra forzándola a tomar parte en la guerra. Por de pronto le evitó una gue­ rra civil con Irlanda y consolidó en un bloque ho­ mogéneo los elementos inconsistentes de su inmen­ so imperio. Y para el porvenir habrá acrecentado su potencia industrial y económica, haciéndole comprender los peligros de la infiltración ger­ mánica. —®— Gracias a los progresos de su industria, Alema­ nia hubiera conquistado rápidamente en tiempos de paz la hegemonía con que soñaba. Con la gue­ rra ha trastornado al universo para obtener un re­ sultado completamente contrario al que perseguía. — Laplace demuestra en su libro sobre ias proba­ bilidades «las ventajas que la buena fe ha procu­ rado a los gobiernos que hicieron de ella la base


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de su conducta. Ved, por el contrario—añade— , en qué abismo de desgracia han sido precipitados frecuentemente los pueblos por la ambición y la perfidia de sus jefes. Siempre que una gran poten­ cia embriagada por el amor de las conquistas as­ pira a la dominación universal, el sentimiento de la independencia produce entre las naciones amena­ zadas una coalición de la que casi siempre es vícti­ ma aquélla.» Esta página, escrita hace más de un siglo, encierra verdades que serán eternas, aunque sin muchas probabilidades de encontrar una apli­ cación práctica. -a-®—

Las luchas entabladas por principios son siem­ pre muy largas. Tales en la antigüedad las guerras médicas y en los tiempos modernos las guerras de religión, la guerra de Treinta años, las guerras de la Revolución'. Si la guerra de Secesión en los Esta­ dos Unidos sólo duró cinco años, es porque la ruina financiera de uno de los partidos en lucha hizo imposible la continuación del conflicto. —®— Siempre es peligroso para una nación tener un pasado muy cargado de iniquidades.

Por muy poderoso que llegue a ser un pueblo, por muy grandes que sean sus conquistas, por muy superiores que puedan ser sus armamentos, su po­ der no puede durar a partir del momento en que constituye una amenaza para los otros pueblos.


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Más de un conquistador hizo en otros tiempos la experiencia de esta verdad y los alemanes la repi­ ten a su vez. Federico II exponía ya las reglas, aplicadas más tarde por sus sucesores, cuando decía que la guerra es un negocio que puede comprometer el menor escrúpulo. Según él, no es posible hacer una gue­ rra sin tener derecho al incendio, al saqueo y la matanza. Gobernar en contra de la opinión es imposible, pero se puede crear. Una de las fuerzas del G o­ bierno alemán consistió en haber sabido desde ha­ cía mucho tiempo orientar la opinión de su pue­ blo hacia la necesidad de una guerra de conquista. Y lo consiguió con la ayuda de las universidades, de los periódicos y de numerosas asociaciones.

Las medidas de excepción impuestas a un grupo político, religioso o étnico, no consiguen más que fortificarlo. Perseguido, aumenta su cohesión, mien­ tras que se disuelve apenas cesan las desigualda­ des de trato. Esta ley psicológica ha mantenido a los judíos su individualidad a través de los siglos, y Austria, por haberla ignorado, vió disociarse sus provincias.

Conquistar a un pueblo puede ser obra de un día. Asimilárselo exige, a veces, siglos. Inglaterra


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no pudo jamás asimilarse a irlanda. Austria siem­ pre tuvo por enemigos a los pueblos sometidos a su dominación.

La violencia no basta para fusionar las almas de las razas. A pesar de que la historia ha demostrado la verdad de esta ley psicológica, los conductores de pueblos no la han comprendido todavía.

La utilidad de espíritus superiores en el gobierno de los pueblos ha sido puesta en evidencia por la historia de ios veinte años que siguieron a la gue­ rra de 1870. El canciller que entonces se encontra­ ba a la cabeza de Alemania, supo aislar a Francia aliándose con Italia, Rumania y Austria y obtenien­ do seguidamente la neutralidad afectuosa de Ru­ sia e Inglaterra. Esta situación desapareció progre­ sivamente apenas Alemania fué gobernada por jefes arrogantes, siempre dispuestos a amenazar a Europa con la fuerza alemana.

Para los pueblos de lengua, religión o intereses diferentes reunidos por el azar de las conquistas, sólo existen dos formas posibles de gobierno: la autocracia pura o una federación de provincias autónomas. Este último tipo de gobierno se impo­ ne actualmente en todas partes. Inglaterra hizo la experiencia con el Transvaal e Irlanda; Austria, con Hungría. Rusia, compuesta de pueblos diversos, lie-


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gará probablemente a las mismas separaciones tras una serie de trastornos. —®Un pueblo no debe esperar un gobierno mejor que él mismo. A las almas inciertas corresponden gobiernos inciertos. ■*©— Si los gobiernos democráticos fueron hasta hoy gobiernos de abogados, es porque las luchas par­ lamentarias dan a la facilidad de palabra una im­ portancia preponderante. En las civilizaciones de forma industrial la competencia técnica, al ser más necesaria que la competencia oratoria, el técnico está llamado a reemplazar al abogado. Es una de las reformas en que piensa Inglaterra. El antiguo tipo de político orador tiende a desaparecer. -o— En los grandes conflictos la fuerza de los pue­ blos hace la de los gobernantes.


LIBRO VII Perspeetivas del porvenir*



CAPÍTULO PRIMERO ALGUNAS CONSECUENCIAS DE LA GUERRA

La guerra europea abre uno de esos grandes pe­ ríodos de la historia en los que, como en la época de la Reforma y de la Revolución, los pueblos cambian sus concepciones de la vida, su ideal y también sus élites. Las más importantes repercusiones de la guerra se desarrollarán después de la paz. La guerra se prolongará en luchas económicas, industriales y sociales, que transformarán el porvenir de los pueblos. Las consecuencias m a te r ia le s del conflicto europeo serán menos importantes tal vez que las transformaciones mentales que habrá engendrado. Los cambios del mundo exterior moldean rápida­ mente un nuevo mundo interior.

Tal vez no vea Europa sus fronteras geográficas


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muy modificadas por la guerra; pero sus fronteras psicológicas quedarán muy modificadas.

Las guerras derriban todas las escalas de valo­ res morales. El acto severamente reprimido como un crimen en tiempos ordinarios, deviene virtud y gloria en el combate. Desaparece el interés indi­ vidual. La vida humana sólo tiene una importancia colectiva. La demostración experimental de que la domi­ nación militar de un pueblo extranjero constituye una operación costosa, improductiva y, por con­ secuencia, inútil tal vez, ahorrará al mundo nue­ vas carnicerías.

Se ha hecho observar que los grandes genios aparecieron con frecuencia durante los períodos de guerra. El siglo que vió nacer a Rafael, Miguel Angel, Galileo y Copérnico, es el siglo en que más abundaron las luchas feroces. Descartes compuso su Método en el campo de batalla. La guerra cons­ tituye, pues, al parecer, un estimulante de todas las energías. Buen número de progresos científicos e industriales no se hubieran realizado sin el con­ flicto de 1914. Las guerras exaltan o deprimen a un pueblo, se­ gún sea su estado mental al estallar el conflicto. La guerra de 1870 deprimió mucho a Francia. La


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de 1914 despertó, por el contrario, sus actividades dormidas.

Alemania, creyendo asegurarse nuevos mercados, sólo consiguió perder los que ya poseía, especial­ mente en Oriente. El Japón será probablemente el que más ventaja saque de la guerra europea.

¿Qué encuentra en su hogar, cuando a él le de­ vuelven sus heridas, el soldado alemán que soñaba con una abundancia ilimitada creada por las rique­ zas conquistadas? La amenaza de impuestos que exigen una labor abrumadora y una pobreza sin es­ peranza. Esta realidad, que varios millones de hom­ bres tuvieron ocasión de comprobar, tal vez modi­ fique sus ideas sobre las ventajas de las guerras.

Sólo los hechos podían enseñar al pueblo ale­ mán lo que valen las teorías de sus filósofos. -®— Ruinas económicas, clientela dispersa, relaciones comerciales rotas, representan la contrapartida de las estériles victorias de Alemania. Todas las es­ tadísticas demuestran que la «Mittel Europa», in­ cluso perfectamente realizada, no puede reempla­ zar el comercio con los otros países. Ante el blo­ que económico de Europa central se levantará el bloque mucho más fuerte de las otras potencias.


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Las consecuencias inmediatas de la guerra serán muy tangibles: escasez de la mano de obra y de* materias primas; elevación de las cargas fiscales; necesidad de aumentar la producción con recursos disminuidos. Además de estos fenómenos visibles, surgirán consecuencias lejanas que comprenderán demasiadas posibilidades para poder ser conoci­ das hoy. Un estadista alemán calcula como sigue el coste de los tres primeros años de guerra europea: en dinero, 430 billones; hombres muertos, 7 millones; lisiados, 5 millones. Difícil sería descubrir qué es lo que pueden salir ganando los autores de seme­ jantes cataclismos.

Sin hablar de países como Rusia, donde la ban­ ca, la industria y el comercio estaban completa­ mente germanizados, la infiltración de Alemania se extendía rápidamente por todas partes. Sólo la guerra podía revelar el peligro que el Imperio ale­ mán hacia correr al Universo.

La agricultura adquirirá, sin duda alguna, des­ pués de la guerra, una importancia superior a la de la industria. Las disponibilidades de todos los pue­ blos en cereales y carnes, agotadas por los inmen­ sos ejércitos que había que alimentar, buscarán vaga mente a aprovisionarse en el exterior. Un aumento enorme de los precios resultará de ello hasta que se crean nuevos recursos alimenticios. La explota­


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ción agrícola de los territorios y de las colonias devendrá forzosamente la principal preocupación de los pueblos. ♦©En ciertos países, particularmente en Inglaterra, la industria agrícola estaba de más en más relega­ da a un lugar secundario. La amenaza de escasez creada por los torpedeamientos la hizo pasar rá­ pidamente al primer plano, y lo mismo ocurrirá en todos los países que aspiren a conservar su auto­ nomía.

Basta mirar medio siglo hacia atrás para darse cuenta de que con una agricultura próspera y una industria mediocre, puede un pueblo llevar una vida mucho más feliz que la que resulta del des­ arrollo exagerado de sus fábricas. Una de .las con­ secuencias más útiles de la guerra será, sin duda alguna, hacer abandonar un tanto la fábrica por la tierra. —

Durante la paz es cuando más sentirá la pobla­ ción civil el peso de la guerra.

El empobrecimiento de las clases medias, con­ secuencia de la guerra, arrebatará a los países un gran elemento de estabilización.


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Francia saldrá de la guerra agotada de hombres y de dinero, pero libre, tal vez, de las ilusiones po­ líticas y sociales que hubieran acabado por engen­ drar una irremediable decadencia.

La guerra ha sido la gran destructora de todas las rutinas: rutinas militares, industriales y, sobre todo, mentales.


CAPITULO II LAS FUTURAS AMENAZAS DE LA POLÍTICA

Después de la guerra surgirán necesariamente nuevas creencias políticas entre los hombres nue­ vos; pero estas creencias chocarán con concepcio­ nes demasiado antiguas para ser arrancadas de raíz, y de ello.resultarán violentos conflictos.

Los problemas creados por la paz estarán tan cargados de imprevisto como los planteados por la guerra, y sería muy lamentable que fueran exclu­ sivamente los políticos los llamados a resolverlos.

Hay que pensar ya que al siguiente día de la guerra, Francia puede también encontrarse sin ma­ terias primeras, sin industrias, sin fletes, sin car­ bón, con impuestos triplicados y muchas ruinas por levantar. Confiar a políticos teorizantes y no a


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industriales, agricultores y comerciantes la direc­ ción del país, sería engendrar la ruina y la anarquía.

El espíritu crítico y el espíritu dogmático serán siempre demasiado incompatibles para que dejen de estar perpetuamente en lucha. El primero perte­ nece a la esfera de lo racional y el segundo a la esfera de lo místico y de lo afectivo.

El espíritu dogmático cree y no razona. No sólo reina en las religiones, sino en las instituciones sociales y militares.

E1 jacobinismo, el proteccionismo y el socialis­ mo, puestos al servicio del estatismo, podrán cons­ tituir después de la guerra males tan funestos como la invasión germánica. Imposiciones, inquisiciones, requisiciones e impuestos serían en tal caso los principales medios de gobierno. -*■(•)«*-

El país donde los partidos políticos son intole­ rantes, la centralización administrativa será nece­ saria durante mucho tiempo. La descentralización industrial y financiera parece la única posible.


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La mayor dificultad de los Gobiernos futuros consistirá en equilibrar los intereses, con frecuen­ cia opuestos, de los diversos grupos sociales de manera que no se perjudiquen recíprocamente el respeto y el interés general.


CAPITULO III EL DERECHO Y LA FUERZA

La historia filosófica del derecho puede dividirse en tres fases sucesivas: Primera: El derecho bioló­ gico, que regía la vida del mundo animal y las re­ laciones del hombre con los animales, teniendo por única regla la ley del más fuerte. Segunda: El derecho en el interior de las sociedades, caracteri­ zado p o r la dominación del ser colectivo sobre el individual, en interés de la comunidad. Tercera: El

derecho en el exterior de las sociedades o Derecho internacional, hasta aquí constituido exclusivamen­ te por la dominación de la fuerza, y que sólo se desarrollará cuando los intereses comunes de los pueblos le atribuyan la autoridad de establecer sanciones.

En el seno de una sociedad el derecho prima la fuerza. En las relaciones entre sociedades diferen­ tes es, al contrario, el derecho el que está primado por la fuerza.


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Para los pueblos de mentalidad puramente mili­ tar el derecho a hacer una cosa representa sencilla­ mente el poder de realizar esta cosa. El piel roja martirizando a sus prisioneros, el caníbal devorán­ dolos y el alemán robándolos y asesinándolos, afirman tener el derecho de cometer estos actos, puesto que tienen el poder para ello. El cañón es el único argumento eficaz contra tales concep­ ciones.

El derecho a destruir los animales tiene por úni­ co fundamento la fuerza resultante de nuestra inte­ ligencia. En virtud de este mismo principio se ba­ san los filósofos alemanes para atribuir a las razas humanas superiores el derecho de aniquilar a las más débiles. Todas las civilizaciones estarían en tal caso amenazadas de destrucción por el grupo humano momentáneamente más fuerte, y los pue­ blos volverían a la barbarie de la prehistoria. — Libres de su contenido metafísico, las definicio­ nes del derecho se reducen todas a la del Digesto de Justiniano: «Lo que en cada país es útil a todos o al mayor número.» La utilidad sería, pues, el úni­ co fundamento del derecho; pero como esta utili­ dad varía según los países, no se puede hablar de derecho universal.

El progreso de las costumbres ha terminado por crear ciertos principios que admiten todas las na-


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dones civilizadas, y cuya violación provoca la in­ dignación universal. Los pueblos prevén la defensa de tales principios cuando afirman combatir por el derecho. -*-©■>*»

En las relaciones entre individuos de una misma sociedad, el gendarme es el sostén necesario del derecho. En las relaciones entre pueblos sólo el cañón ha podido, hasta hoy, reemplazar al gen­ darme. «*-®~E1 derecho es hijo de las necesidades sociales. Las leyes sólo pueden codificarse útilmente cuan­ do ya están sancionadas por las costumbres.

E1 derecho civil sólo representó, en un principio, una extensión del derecho religioso. Las volunta­ des divinas se completaron más tarde por las de los reyes y, más tarde aún, por las de las colecti­ vidades. Para ciertos pueblos, como el musulmán, que jamás separó el derecho civil del religioso, una ley no sostenida por la religión carece de presti­ gio. Nuestros colonizadores olvidan esto con fre­ cuencia.

El derecho de conquista, supervivencia de ideas antiguas, y el derecho a la independencia, concep­ ción moderna de los pueblos, al ser absolutamente inconciliables, las guerras entre Alemania y el resto


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del mundo se repetirán hasta la completa desapa­ rición de uno de estos dos principios. —®~ La alianza entre un Estado débil y otro fuerte no tiene más resultado posible para aquél que su va­ sallaje si el Estado fuerte es vencedor y su ruina si es vencido. Turquía sólo sacó de su alianza con Alemania la pérdida de Arabia, Armenia, Mesopotamia y Siria y una completa ruina financiera.

El derecho que quiere ser respetado tiene a la fuerza como compañera inseparable. «*-®~ La fuerza jamás oprime una idea durante mucho tiempo, pues una idea oprimida no tarda en ser ge­ neradora de fuerza.

Los psicólogos alemanes enuncian que el éxito siempre va acompañado de una aprobación ciega y que, a los ojos de los pueblos, la causa triunfante siempre tiene el derecho de su parte. Sin embargo, los alemanes ha debido comprobar que, precisa­ mente, cuando Alemania era vencedora es cuando los pueblos neutrales se levantaron contra ella.


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El abuso de una fuerza acaba por crear la des­ trucción de esta fuerza. Las violencias y los críme­ nes pasados son entonces expiados por los hijos, que gimen largo tiempo bajo el peso de las iniqui­ dades cometidas por sus padres.

Raramente, en el curso de la historia, el valor de un sistema filosófico puede ser juzgado experimen­ talmente como lo fué durante la guerra la tesis germánica, según la cual los pueblos fuertes tenían derecho a avasallar a los débiles.

Avasallar no es conquistar.

La fuerza que, para su sostén, no cuenta con ar­ mas materiales, acaba por ser tan impotente como el derecho sin fuerza.

E1 derecho basado en la violencia puede impo­ nerse durante algún tiempo, pero no puede durar, pues no tarda en dar origen a coaliciones que le oponen un derecho más fuerte. La formación de coaliciones es una ley constante de la historia. Se les vió formarse después de todas las tentativas de dominación europea, bajo Carlos V, Luis XIV y Napoleón.


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Un gran progreso de los pueblos fué organizar contra la fuerza individual una fuerza social más poderosa. El principal progreso social del porvenir, progreso todavía lejano, será substituir a la fuerza agresiva de un solo pueblo la colectiva de todos los demás. «*»(•)-<*»

El incendio de las catedrales, de las bibliotecas, y de las obras de arte; las matanzas sistemáticas, las deportaciones, representan un retroceso de la civilización que, de prolongarse, podría devenir definitivo y privar a los pueblos de todas las con­ quistas morales elaboradas por siglos de esfuerzos.

Bajo el punto de vista del éxito militar, parece ventajoso estar desprovisto de generosidad, huma­ nidad, equidad, respeto a los compromisos adqui­ ridos; pero la ventaja no es durable más que a con­ dición de que sea indefinidamente el más fuerte. Y no hay ejemplo en la historia de pueblos que ha­ yan sido siempre los más fuertes.

Los pueblos débiles sienten escrúpulos fácilmen­ te. Los pueblos fuertes carecen de ellos. ~®-*Los conquistadores divinizan la violencia mien­ tras son los más fuertes. Cuando llegan a ser débi­ les, se apresuran a maldecirla.


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Los juristas de La Haya necesitaban ser unos grandes ilusos para creer posible el establecimien­ to de un código desprovisto de sanciones. La his­ toria no conoció jamás un código semejante, ni religioso ni civil. —®«~ La civilización todavía tendrá que realizar mu­ chos progresos antes de que los derechos de los pueblos puedan apoyarse en otros sostenes que el número de sus soldados.

El papel de la justicia social consiste en impedir con la amenaza de sanciones la violación de las reglas necesarias a la vida de una sociedad. El pa­ pel de la justicia internacional será idéntico cuan­ do le sea posible imponer sanciones. Pero esta po­ sibilidad todavía no se vislumbra.

La desconfianza general hacia los pueblos que violan sus compromisos y las leyes de humanidad serán, sin duda alguna, el germen de las sanciones necesarias en un código internacional.

Que sea de orden moral o material, representada por el poder de los códigos, de las ideas, de las re­ ligiones o de las armas, la fuerza seguirá siendo la soberana del mundo. Uno de los progresos más


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importantes de la civilización consistirá en substi­ tuir la fuerza armada por las fuerzas morales. -*»®— Las civilizaciones se forjan con ideas; pero toda­ vía se defienden con cañones solamente.


CAPÍTULO IV LAS

REFORM AS

Y

LAS

L EY ES

Hacen falta muchos años de viajes y de obser­ vaciones para comprender que las verdaderas re­ formas no se hacen mediante leyes.

La ciencia y la política no pueden tener los mis­ mos métodos. La primera se preocupa, ante todo, de lo general; la segunda, de lo particular. Estu­ diando cosas fijas o artificialmente fijadas, la cien­ cia establece con facilidad las leyes que rigen los elementos de las cosas. La política se encuentra, por el contrario, en presencia de seres vivos y mo­ vibles de reacciones con frecuencia imprevistas.

El valor de las instituciones depende únicamente de la manera como son aplicadas. Ninguna posee una virtud soberana.


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Una reforma política o social es raramente útil cuando sucede a una transformación mental.

Las leyes sólo son eficaces a condición de que sigan a las costumbres y no pretendan preceder­ las. Su misión es sancionar usos y no crearlos. «*-©«*»

Una reforma sólo es durable si representa la suma de pequeñas reformas sucesivas.

Las leyes y los reglamentos devienen nocivos cuando, en vez de traducir necesidades de interés general, tienden a satisfacer las exigencias de un partido.

Las leyes cesan de ser justas cuando se aplican a seres de mentalidad desigual. Regir una colonia mediante códigos europeos a pretexto de asimila­ ción, constituye una peligrosa utopia.

Un reglamento sólo se comprende y respeta cuando se formula en términos breves y claros. Un reglamento extenso es necesariamente malo por­ que no es posible retener todos sus artículos.


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Una de las fuerzas de Alemania consiste en ha­ ber sabido, gracias a su militarización, hacer obser­ var los reglamentos y las leyes, generalmente poco respetados en los pueblos latinos.

Menoscabar el respeto a una sola ley es menos­ cabar la fuerza de todas las demás. Los decretos sobre moratorias dados al principio de la guerra, sirvieron de pretexto para esquivar solemnes com­ promisos y dieron a la armadura social un golpe del que sólo lentamente se repondrá.

Un verdadero progreso después de la guerra no consistirá en promulgar nuevas leyes, sino en su­ primir buen número de las existentes.

La guerra no-habrá sido inútil si nos hace des­ cubrir que, en vez de reclamar constantemente re­ formas al Estado, somos nosotros los que debe­ mos reformarlos. No hay fuerza duradera en un pueblo con la in­ estabilidad de las leyes, de las instituciones, de las ideas y de las doctrinas. «i-®-*»

No se hace el derecho, él se hace. Esta breve fórmula contiene toda su historia.


CAPÍTULO V LA F U T U R A

IN T E R D E P E N D E N C IA

DE LOS PUEBLOS

La elevación general del coste de la vida durante la guerra y la privación, en cada país, de una mul­ titud de productos, han demostrado experimental­ mente la interdependencia industrial, comercial y financiera de los pueblos. Los economistas las se­ ñalaban ya, aunque sin convencer a nadie. *©♦ Se pueden citar como ejemplos de la interdepen­ dencia de los pueblos el hecho de que antes de la guerra la metalurgia francesa del Este adquiría el carbón que le era necesario en Westfalia, dándole a cambio minerales de hierro. Los metalúrgicos franceses no podían prescindir del carbón alemán ni los metalúrgicos alemanes de los minerales fran­ ceses. —©La interdependencia de los pueblos se ha mani­ festado incluso durante la guerra. El algodón ne15


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cesario para la fabricación de explosivos venía de los Estados Unidos, y los nitratos utilizados en la agricultura, de Chile. Las piritas, indispensables en la preparación del ácido sulfúrico, base de ciertas municiones, venían de España y de Noruega. ♦©-*No obstante las ventajas indiscutibles del libre cambio y la probabilidad de su futuro triunfo, la guerra habrá dado una gran fuerza al proteccionis­ mo, pues ha mostrado a los pueblos la necesidad de producir lo más posible en su suelo las mate­ rias de que tienen necesidad para ser indepen­ dientes. ««*»■(•)**►

A pesar de las indestructibles divergencias de estructura mental que les separan, los pueblos es­ tán condenados a relaciones comerciales de más en más estrechas. Continuarán odiándose, pero no podrán evitar cambiar los productos diferentes que cada uno obtiene, según sus capacidades, su suelo y su clima. Se puede razonablemente esperar que después de las salvajes luchas que han destruido millones de hombres, arrasado antiguas ciudades y arruina­ do poderosos imperios, los filósofos alemanes des­ cubrirán que, a consecuencia de la interdependen­ cia de las naciones, un pueblo industrial se enri­ quece más explotando sus productos que destru­ yendo sus clientes y sus riquezas a cañonazos.


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Cuando Europa consiga una paz prolongada, no será la fuerza del derecho ni de las convenciones internacionales la que la mantendrán, sino la de­ mostración definitiva de la interdependencia eco­ nómica de los pueblos.

Superior a todas las voluntades, la interdepen­ dencia de los pueblos podrá provocar una trans­ formación profunda de las ideas que todavía diri­ gen a las naciones y a sus amos.


CAPITULO VI LA M IL IT A R IZ A C IÓ N

D E L U N IV E R SO

Desde el origen de los tiempos la condición ne­ cesaria de la vida siempre fué la aptitud a la de­ fensa. El individuo desarmado no tarda en perecer aplastado. ->®-~ Las ferocidades se aceptan y no se discuten. Aunque incompatible con los progresos de la civi­ lización, el militarismo parece, sin embargo, el úni­ co medio de defensa conocido contra las amena­ zas de Estados poderosamente armados. Antes de pensar en progresar los pueblos deben evitar ser esclavizados.

El militarismo del mundo civilizado y todas las regresiones que serán su consecuencia, acaso sean las características del siglo actual.

Después de haber tenido sucesivamente una


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base religiosa, una base militar, una base jurídica y una base económica, las sociedades parecen vol­ ver al estado puramente militar.

La necesidad de expansión y de dominio se des­ arrolla fatalmente en los pueblos cuyo poder mili­ tar crece. Como los armamentos son costosísimos, procuran sacar de ellos algún provecho.

Los armamentos durante el tiempo de paz cons­ tituyen un seguro contra los ataques exteriores, pero el desarrollo del material de guerra hará tan ruinoso este seguro que pocos pueblos serán ca­ paces de soportarlo.

En las naciones muy militarizadas no existe otro derecho que la voluntad de los jefes. El incidente célebre de Saverna, provocado porque un coronel prusiano encerró en un calabozo a hombres civiles cuya fisonomía no le fué simpática, constituye un memorable ejemplo de la mentalidad creada por el predominio del derecho militar sobre el civil. —®— Uno de los problemas más difíciles del porvenir consistirá en sobreponer a las civilizaciones refi­ nadas un militarismo rígido, contrario al desarrollo


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de la inteligencia, pero indispensable para el man­ tenimiento de la independencia.

Si para protegerse contra el militarismo alemán se ven obligados todos los pueblos del universo a militarizarse, desaparecerá el individualismo inclu­ so en las naciones en que más desarrollado está.

La exageración de los armamentos, creadora de la potencia de un pueblo, acaba por acarrear su ruina. Los imperios exclusivamente fundados en el militarismo sucumben por el militarismo. La deca­ dencia del imperio romano comenzó desde el mo­ mento en que sólo contó para su sostén con fuer­ zas militares.

Cuando los métodos de armamento de un pue­ blo presentan una evidente superioridad, las otras naciones no tienen más remedio que adoptarlos bajo pena de esclavitud. No obstante el horror que le inspira el germanismo, Europa está amenazada de tener que soportar los principios militares con todas las servidumbres políticas que comportan. -®~ Supongamos destruido el militarismo alemán. ¿Cómo impedir que renazca si no es oponiéndole un militarismo más fuerte? Así, pues, será necesa­


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ria una militarización universal para desmilitarizar un solo pueblo. «*-©«»>

Europa no podrá evitar el militarismo sino me­ diante una profunda transformación de la mentali­ dad del pueblo germánico. Esta transformación, posible para el porvenir, es muy improbable ac­ tualmente.

Mientras no cambien los conceptos militaristas de Alemania, los pueblos obtendrán armisticios, pero no una paz duradera.

Se habla mucho de una Sociedad de Naciones; pero, como ha declarado un primer ministro en el Parlamento, esta Sociedad no podrá constituirse más que por las naciones en armas. Y es poco pro­ bable que pueblos bien armados permanezcan pa­ cíficos mucho tiempo. Por lo menos, no es esto lo que enseñan la psicología y la historia.


CAPITULO Vil LA E V O L U C IÓ N IN D U S T R IA L D E LAS G U E R R A S M O D E R N A S

El fundidor de cañones se ha convertido en el gran árbitro de los tiempos modernos. Los amos del mundo nada podrían sin él.

Las guerras modernas son guerras industriales más bien que de generales. El genio de César y de Napoleón nada podrían contra un adversario que poseyera un número ilimitado de cañones. —©♦ Los efectivos han representado un papel impor­ tante, pero no esencial, en la guerra de 1914. Los medios de destrucción mecánicos ejercieron una acción preponderante, llamada a serlo mucho más todavía con los progresos de la industria. En el porvenir los pueblos que conquistarán el predomi­ nio militar no serán los más poblados, sino los que posean más máquinas de destrucción.


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Los filósofos que quieran mostrar cuán difícil­ mente se establecen ciertas verdades elementales, recordarán que hicieron falta muchos meses de ob­ servación y la pérdida de muchos centenares de miles de hombres para hacer comprender la impor­ tancia de las trincheras, de las alambradas y de los cañones de largo alcance.

La guerra se ha hecho con elementos ninguno de los cuales era conocido de nuestros generales: submarinos, trincheras, alambradas, aeroplanos, artillería pesada.

La trinchera constituye una fortaleza móvil que se desplaza a voluntad cuando es tomada o des­ truida.

La trinchera moderna ha hecho imposibles las batalles decisivas de otro tiempo, como las de Actium, Jena y Waterloo, que fijaban en un día la suerte de un país. Aunque muy largas y muy mor­ tíferas, las guerras actuales son siempre, sin em­ bargo, indecisas. —®-~ En un principio desdeñada por los jefes milita­ res, la artillería pesada acabó por ser considerada como el gran factor de las batallas. Sin embargo, su eficacia es limitada, puesto que los alemanes no consiguieron ampararse de Verdún.


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Las dificultades de la ofensiva moderna y la fre­ cuente imposibilidad de romper las líneas de trin­ cheras, quedan puestas en evidencia por las esta­ dísticas, que afirman que la destrucción de un me­ tro de trinchera cuesta treinta mil francos, tres to­ neladas de acero y cuatro o cinco días de trabajo, mientras que basta el trabajo de un día para cons­ truir otra trinchera de las mismas dimensiones. ■*■©«*» La guerra ha probado una vez más que un pro­ cedimiento cualquiera de destrucción engendra in­ mediatamente la creación de los medios para pro­ tegerse. Granadas de 420, zepelines, gases asfixian­ tes, etc., han visto anulados más o menos pronto sus efectos. El submarino mismo no podrá evitar esta ley durante mucho tiempo. Un agente de des­ trucción verdaderamente invencible debería poseer efectos lo bastante instantáneos para aniquilar los ejércitos y las ciudades antes de que tuvieran tiem­ po de defenderse.

Cuando la evolución industrial de las guerras haya adquirido todo su desarrollo, un número in­ menso de artefactos destructores podrá ser fácil­ mente manejado por un pequeño grupo de espe­ cialistas experimentados. La máquina de matar reemplazará entonces al guerrero como la hulla ha reemplazado al esclavo.


CAPITULO VIII P O S IB IL ID A D E S D E L P O R V E N IR

En los tiempos turbios el dominio de lo impre­ visible envuelve de tal manera el de lo posible, que el pensamiento retrocede ante las obscuridades del porvenir. Sin embargo, sólo el pensamiento es ca­ paz de alumbrar un poco la ruta que deben seguir los pueblos.

Las enseñanzas del pasado no bastan a guiar los pueblos por rutas desconocidas. Forzados a obrar como jamás habían obrado, sus pensamientos se orientarán hacia principios directores nuevos, crea­ dos por nuevas necesidades. -o » ® -* »

Aunque esté contenido en el presente, el porve­ nir sólo es perceptible bajo forma de posibili­ dades. Las previsiones fundadas sobre apreciaciones


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de intereses pueden ser racionales, pero, sin em­ bargo, es raro que sean justas. Las pasiones y las influencias místicas son móviles de la vida de los pueblos ante los cuales desaparecen todas las con­ sideraciones de intereses.

Nuestras visiones del p'orvenir son, sobre todo, visiones de esperanza, sin parentesco necesario con la realidad. No deben ser desdeñadas, puesto que fueron poderosos móviles de acción. Una hu­ manidad privada de esperanza difícilmente podría vivir. é

Razonando el porvenir según el pasado, y recor­ dando la persistencia de las ideas de origen místi­ co, se puede temer que Europa sufra una guerra de los Treinta años, interrumpida solamente por paces inciertas. El conflicto tendría incluso proba­ bilidades de durar más si la mentalidad alemana no cambia. Las derrotas no impidieron las Cruza­ das, y las guerras de religión tampoco impidieron que se renovaran durante todo el tiempo que per­ sistieron las ilusiones místicas que les dieron naci­ miento.

A medida que la civilización se desarrolla, hace surgir conflictos de más en más amenazadores. Si todas las aspiraciones hegemónicas, alemanas, ru­ sas, balkánicas, japonesas, etc., que crecen, entran


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en lucha, la era de paz quedará cerrada por mucho tiempo. Es imposible pronosticar el resultado de las gue­ rras modernas según las reglas aplicables a las antiguas luchas. Una o dos batallas perdidas deci­ dían en otro tiempo la suerte de un pueblo, y los ejércitos derrotados no se reemplazaban. La pérdi­ da de algunos centenares de miles de hombres no sería causa hoy de una solución decisiva, dados los medios de defensa actual y la facilidad de reem­ plazar los combatientes.

Una de las principales enseñanzas de las gue­ rras modernas, y que acaso impida su repetición demasiado frecuente, es que, en una lucha que co­ loca frente a frente millones de hombres, la derro­ ta completa y definitiva de uno de los adversarios parece imposible. Se destruye un ejército, pero no se aniquila un pueblo.

Para calcular la duración posible de una guerra, hay que considerar la finalidad real que persiguen los beligerantes. El objetivo principal de la guerra europea es, en realidad, Amberes, y sobre todo Constantinopla, llave comercial del Mediterráneo, de Egipto y de las rutas de India. Poseer la anti­ gua ciudad es tener económicamente avasallada una parte de Europa.


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Las reflexiones más justas sobre la necesidad para Francia de evitar una paz incierta, fueron he­ chas por uno de nuestros enemigos, el príncipe de Hohenlohe. «Francia— decía—combatirá, cueste lo que cueste, hasta el fin, pues el pueblo francés se da cuenta de que está en juego su existencia. Sabe que jamás volverá a tener al lado de él tan nume­ rosos y poderosos aliados; sabe que si no sale vencedor en la terrible lucha actual, todas sus pro­ babilidades de victoria habrán desaparecido para siempre.»

Se podría esperar que el recuerdo de las devas­ taciones y de las ruinas engendradas por el con­ flicto mundial impedirá durante largo tiempo el es­ tallido de nuevas guerras, si no supiéramos cuán frágil es la memoria de los pueblos.

La destrucción de maravillosas ciudades por hordas incapaces de dominar su ferocidad ances­ tral, permite temer el aniquilamiento futuro de las obras maestras conservadas por los siglos. El por­ venir- nos reserva, quizá, un mundo en el que todas las obras de arte destruidas serán reemplazadas por fábricas, cuarteles y trincheras. Entonces los pueblos civilizados lamentarán haber vivido dema­ siado.

Las batallas del porvenir, probablemente aéreas, tendrán por finalidad principal el incendio de las


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ciudades y el exterminio de sus habitantes por pe­ queños equipos de ingenieros. La destrucción sis­ temática de la población civil reemplazará enton­ ces, sin duda alguna, a la de la población armada.

Un diplomático alemán afirmaba que con los progresos rápidos de los medios de destrucción, la próxima guerra traería el aniquilamiento de la raza blanca. Parece dudosa su desaparición com­ pleta, pero es posible que, si tales luchas se repi­ ten, el cetro de la prosperidad pase a manos de las naciones de Extremo Oriente.

Los pueblos se han habituado a tal punto, con motivo de las nuevas formas de la guerra, al seño­ río del Estado sobre la vida nacional, la libertad, la fortuna y la existencia de los ciudadanos, que po­ demos preguntarnos si este retroceso a la antigua servidumbre no llegará a ser la futura ley del mun­ do. Las nociones de derecho individual y de liber­ tad desaparecerán hasta el punto de no ser ni si­ quiera comprendidas.

Uno de los más importantes personajes del Im­ perio alemán pedía que, para reconstituir las rique, zas perdidas, obligara el Estado a todos los ciuda­ danos a ejercer un oficio manual. Se prohibiría la fabricación de objetos de lujo y se impondrían im­ puestos exorbitantes a las personas que preten­


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dieran conservar tales objetos, particularmente los cuadros. Si estos proyectos se realizaran, Alema­ nia se convertiría en una gigantesca fábrica en la que, bajo el bastón de los rígidos caporales, la masa de ciudadanos fabricaría artículos de expor­ tación y cañones a cambio de una modesté ración de cerveza y choucroute. Hace falta una mentali­ dad muy especial para proponer como ideal de vida un infierno parecido.

La vida en el cuartel o en la fábrica, en espera de la muerte en los campos de batalla, ¿será aca­ so el resultado de tantos siglos de civilización y de esfuerzos? En tal caso lo mismo daría volver a la época de las cavernas. El hombre vivía entonces en medio de peligros, pero al menos gozaba de cierta libertad.

La única probabilidad de una paz prolongada no se encontrará ni en una alianza de pueblos, pues estas alianzas son inciertas, ni en la demos­ tración de la interdependencia industrial de las na­ ciones, pues la fe mística domina todos los intere­ ses, sino sólo en la substitución en el pueblo ale­ mán de una filosofía nueva al antiguo ideal místico de la hegemonía. Tales transformaciones son siem­ pre muy lentas. * Parece muy poco probable que pueda esperar


AY ER Y M AÑANA

241

Europa ver de nuevo, en mucho tiempo, una era de libertad. Independientemente del militarismo que la amenaza, ¿cómo escaparía a las diversas cadenas que sueñan con forjarle los teóricos del socialismo y del estatismo?



LIBRO VIII En el ciclo de la ciencia.



CAPITULO PRIMERO LAS V E R D A D E S C IE N T IF IC A S Y LOS LÍM IT ES D E NUESTRAS C E R T ID U M B R E S

El sabio utiliza las fuerzas de la naturaleza y de­ termina las leyes, pero ignora profundamente su esencia.

En la aurora de las ciencias los hechos parecen fácilmente explicables. Cuando la ciencia avanza, fenómenos tan sencillos en apariencia como la electrificación de un bastoncito de resina, la com­ bustión de una bujía o la caída de un cuerpo, de­ vienen inexplicables. -®— En el dominio de la observación la ciencia no ha fracasado jamás. Sólo en el ciclo de las interpreta­ ciones es real este fracaso. —®— Todas nuestras verdades científicas siendo apro-


246

D R . GUSTAVE LE

BON

ximaciones a nuestra medida, su interpretación de­ pende de la mentalidad que las formula.

Las consecuencias de las leyes científicas aca­ ban generalmente por adquirir más importancia que el descubrimiento de estas leyes. Los tres principios fundamentales de la termodinámica pue­ den quedar enunciados en algunas líneas, pero han dado origen a numerosos volúmenes explicativos. — Las verdades científicas más seguras en aparien­ cia no son más que certidumbres convencionales. Así, por ejemplo, los axiomas esenciales de la geo­ metría se aplican a cuerpos inconcebibles para el pensamiento. Vanamente se intentaría imaginar, por ejemplo, un punto que no tenga tres dimensio­ nes. Un punto real, es decir, pensable, tiene forzo­ samente extensión y puede, por lo tanto, ser atra­ vesado por varias líneas paralelas, contrariamente a lo que afirma uno de los más célebres axiomas de la Geometría. «**■©•«*»*

Los grandes descubrimientos científicos comien­ zan por intuiciones que surgen en el espíritu bajo forma de hipótesis que seguidamente se encarga de comprobar la experiencia.


AYER Y

M A ÑAN A

247

Negarse a aceptar la hipótesis por guia es con­ denarse a tomar el azar por señor.

Los hombres de todos los tiempos han vivido de hipótesis, pero mientras el ignorante las acepta como certidumbres definitivas, el sabio sólo les concede valor después de una comprobación ex­ perimental. Para él la hipótesis no es más que un peldaño de la verdad.

Una doctrina, científica y sobre todo filosófica, no tiene necesidad de apoyarse para triunfar en razones muy seguras. Basta que esté sostenida por creencias muy fuertes.

Una banalidad expresada en términos algebrai­ cos cesa, para muchos espíritus, de ser una banali­ dad. La teoría más incierta se hace aceptar fácil­ mente cuando aparece revestida de una forma ma­ temática.

La historia de la ciencia muestra que muchas proposiciones admitidas como verdades no son fre­ cuentemente más que simples puntos de vista mo­ mentáneos llamados a desaparecer.


248

DR.

GUSTA VE LE BON

La antigüedad de un dogma no constituye una prueba de su exactitud. Durante dos mil años los filósofos y los sabios creyeron en la indestructibi­ lidad del átomo. Hoy la experiencia ha probado que la materia sufre la ley universal que condena a las cosas a envejecer y morir (1).

Incluso en materia científica raramente nuestras convicciones tienen por único sostén la experien­ cia. Las teorías más fácilmente demostrables, la de la circulación de la sangre o la desmaterialización de la materia, por ejemplo, no fueron aceptadas hasta después que las aceptaron sabios revestidos de un prestigio oficial (2).

La utilidad y la verdad son nociones muy distin­ tas. Se puede estar obligado a aceptar una necesi­ dad, pero es peligroso para el progreso del espíri-

(1) Al autor de la presente obra se debe esta demos­ tración que exigió diez años de investigaciones experi­ mentales consignadas en diez y ocho Memorias resumi­ das en su libro: La Evolución de la materia. (2) Tuve ocasión de confirmar esta afirmación cuan­ do, durante tres años, fui solo en sostener, contraria­ mente a las aserciones del tnás ilustre de los físicos franceses, que los rayos emitidos por el uraniuro no se refractan, no se reflejan y no se polarizan y que perte­ necen a un nuevo campo de la física.


AYER

Y MAÑANA

249

tu humano identificar, como hacen los pragmatis­ tas, lo verídico y lo útil.

Dos verdades de aspecto contradictorio no son a veces más que fragmentos complementarios de una misma verdad.


CAPITULO II LAS V E R D A D E S ACTIVAS Y LAS V E R D A D E S INACTIVAS

Desde el punto de vista de su acción sobre la conducta, podrían dividirse nuestras certidumbres en verdades activas y verdades inactivas. Las ver­ dades inactivas se formulan en aserciones banales que cada cual repite sin ser influenciado por ellas hasta que una catástrofe revela la fuerza. —®— Una verdad que choca con sentimientos, pasio­ nes, creencias, intereses o simplemente con la in­ diferencia, permanece siendo una verdad inactiva y hasta deja de ser para muchos una verdad. -®Antes de la guerra poseíamos un gran número de verdades inactivas: la superioridad de los cañones de largo alcance, la utilidad de numerosas muni-


AY ER

Y M A ÑANA

251

ciones, el valor de las trincheras y otras muchas cosas más. Sólo la experiencia reveló su valor. ^© «^

El enunciado de una verdad carece de interés hasta que no impresiona lo bastante el espíritu para devenir móvil de acción.

A veces son necesarias las catástrofes para trans­ formar en verdades activas la verdades inactivas. La detención del retroceso de los alemanes des­ pués de la batalla del Marne, mostró, de acuerdo con las teorías de sus libros, que con trincheras se detiene una invasión. Francia tuvo ocho departa­ mentos devastados porque esta verdad, activa para los alemanes, había permanecido inactiva para los franceses.

Ciertas verdades son inactivas porque su simpli­ cidad aparente disimula consecuencias difíciles de percibir. Se puede considerar, por ejemplo, como una verdad evidente que no hay que luchar con sus rivales en terrenos donde los recursos naturales les harán más fuertes. El contenido de esta verdad es muy superior a su parte evidente, puesto que todavía no parece muy comprendida. De su com­ pleta comprensión depende todo nuestro porvenir económico.


252

DK. QUSTAVE LE BON

Las verdades evidentes no tardan en convertirsr en verdades inactivas, y por ello hay que repetirlas bajo formas diversas. —®**El éxito de una verdad depende mucho del mo­ mento en que se formula. Cuando un ilustre gene­ ral inglés predicaba a sus compatriotas, antes de la guerra, la necesidad de un poderoso ejército, nadie le escuchaba. Lo mismo ocurre en el dominio de la ciencia pura. Nadie adoptó las ideas de Lamark cuando, antes de Darwin, enseñaba el transfor­ mismo. -*»©«*Verdades capaces de iluminar el porvenir no tie­ nen influencia en el presente a causa de que hay pocos espíritus capaces de darse cuenta de su al­ cance.

El error es a veces más generador de acción que la verdad.


CAPITULO III LA NATURALEZA

Y LA VIDA

La vida de un ser representa la suma de la exis­ tencia de millones de pequeñas células que reali­ zan funciones muy diferentes y se conducen como si constituyeran individualidades distintas, capaces cada una de ellas de dirigir su evolución en un sen­ tido determinado. —®~ El ser viviente es comparable a un edificio cuyas piedras, al desgastarse rápidamente, deberían ser reemplazadas sin cesar. El edificio guarda aproxi­ madamente su forma, pero no tarda en dejar de contener los materiales primitivos.

Durante su evolución las células de un ser vi­ viente realizan una serie de operaciones físicas y químicas, infinitamente más complicadas que las de nuestros laboratorios. Estas operaciones no tienen nada de un mecanismo ciego, puesto que varían


254

D R . GUSTAVE LE RON

según las necesidades del momento. Las cosas ocurren como si las células fueran guiadas por in­ teligencias diferentes a la nuestra y, en muchos ca­ sos, muy superiores.

La pequeña célula inicial de donde deriva cada ser viviente y que, desarrollada en un sentido deter­ minado, será pájaro, hombre o árbol, contiene un largo pasado y un porvenir inmenso. Este minúscu­ lo elemento, cargado de muchos siglos, revela un mundo de fuerzas orientado por un mecanismo cuya comprensión está muy por encima de nues­ tra inteligencia. —®— El sabio capaz de resolver los problemas que a cada instante resuelven las células de un ser vivien­ te poseería una inteligencia tan inmensamente su­ perior a la de los demás hombres, que merecería ser considerado como un Dios. -®La terrible ley de la lucha por la vida, cuyos efec­ tos tan penosamente procuran suavizar las civili­ zaciones, parece una ley eterna. Las células de nuestro propio cuerpo luchan constantemente en­ tre ellas. La lucha es tan intensa en el mundo vege, tal como en el animal. Las plantas combaten sobre


AY ER Y M AÑANA

255

la tierra para conquistar una plaza al sol y bajo ella por la posesión de los alimentos del suelo.

La inestabilidad y la lucha son las leyes de la vida. El reposo es la muerte.

Las fuerzas físicas, especialmente la radiación solar, determinan las condiciones de nuestras civi­ lizaciones. Calor o frío extremos implican la vida salvaje, o por lo menos, la barbarie.

Cada época geológica tuvo-sus reyes de la crea­ ción. A los modestos trilobitas de la edad prima­ ria, sucedieron los gigantescos reptiles de la se­ cundaria, y más tarde los mamíferos, de los que un día debía emerger el hombre en espera de que el mundo vea surgir nuevos señores. Estos tal vez se caractericen por una inteligencia capaz de com­ prender los fenómenos de la vida, hoy tan inacce­ sibles.

La ley de la transformación de los seres median­ te mutaciones bruscas, que tiende a reemplazar la de la evolución lenta, sólo indica que después de una serie sucesiva de cambios interiores inadverti­ dos, los equilibrios del ser viviente se han modifi­


256

D R . G USTAVE LE

BON

cado lo bastante para que una causa ligera cambie de pronto su aspecto.

-*-©-*■ La mutación brusca es una revolución, pero una revolución que es el coronamiento de una lenta evolución. Las revoluciones de los pueblos repre­ sentan una aplicación del mismo principio.

Cuando los tiempos intervienen en la ecuación general de las cosas, lo infinitamente pequeño pue­ de engendrar lo infinitamente grande. Pólidos di­ minutos han construido continentes. Islas y monta­ ñas fueron creadas por la continua acumulación de granos de arena. Una hormiga que dispusiera de tiempo para ello, llegaría a nivelar las más ele­ vadas cumbres. ♦ o*.

El tiempo está forzosamente asociado a toda creación. Sin él nada podrían los dioses mismos. ♦®«*.

La Naturaleza está lejos de haber establecido entre el animal y el hombre el abismo profundo que nosotros nos obstinamos en precisar por me­ dio de los términos despectivos de nues'ro lengua­ je. Para nosotros, la hembra de un ai.ir. al no está encinta, sino preñada; no da a luz, sino que pare; no muere, revienta; no se le entierra, la arrojan al


AY ER Y MAÑANA

257

muladar. Nuestro desdén hacia los animales se debe a la ignorancia de nuestro parentesco con ellos.

Siempre es imprudente hablar de las supuestas finalidades de la Naturaleza, conociéndola tan poco como la conocemos. Ella actúa en un plano muy diferente del nuestro. Sus valores no son los nuestros, e ignora nuestras medidas. —®— Cuando para justificar las devastaciones recor­ daban los alemanes que la Naturaleza hizo pro­ gresar los seres destruyendo a los más débiles, ol­ vidaban que todos los progresos de la civilización han consistido precisamente en sustraer al hombre a las fuerzas de la Naturaleza. Esta nos dominaba ya, pero hoy la dominamos nosotros.

La civilización y la Naturaleza parecen perse­ guir finalidades distintas, y con frecuencia contra­ dictorias. La justicia es una creación humana in­ dispensable para la existencia de las sociedades, pero que no conocen las fuerzas ciegas de la Na­ turaleza.

17


CAPITULO IV LA M A T ER IA Y LA FUERZA

La evolución del pensámiento científico ha con­ ducido de la certidumbre absoluta a incertidumbres progresivas. Hace cincuenta años representa­ ba la ciencia un ciclo de verdades que no suscita­ ban la menor duda. Los fundamentos del edificio eran de una imponente grandeza. Sabias ecuaciones unieron los elementos irreductibles de las cosas: el tiempo, el espacio, la materia y la fuerza, pare­ cían trazar sus leyes a la Naturaleza. Los descu­ brimientos recientes han aniquilado todas nuestras ilusiones sobre la simplicidad del universo. —®— La mecánica clásica, en otro tiempo aparente­ mente la más segura de las ciencias, es la que re­ veló más incertidumbres cuando la experiencia tocó sus fundamentos. En la época en que sus adeptos creían explicar el mundo con las ecua­ ciones del movimiento, el universo parecía muy sencillo. Hoy es bien|¡evidente la [impotencia^de|la


AYER

Y M AÑANA

259

dinámica para interpretar las cosas. La mecánica energética, que sólo ve en los fenómenos mutacio­ nes de energía, tampoco ha llegado a darnos ex­ plicaciones más seguras. ♦®— Los nuevos experimentos sobre la variación de la masa con su velocidad, sobre la identidad de la materia y de la fuerza, sobre la radiación de la energía por elementos de dimensiones variables, llamados cuanta, y, por lo tanto, sobre la substitu­ ción del discontinuo al continuo en los fenómenos, han bastado para mostrar la débil solidez de los principios científicos considerados antes como in­ destructibles. —®— Un eminente matemático hacía observar, a pro­ pósito de las ideas nuevas, que actualmente se ve una nueva teoría «apoyarse unas veces sobre los principios de la antigua mecánica, y otras en las hipótesis que los niegan». Muy segura cuando se limita al dominio de los hechos, la ciencia deviene incierta constantemente en el de las interpreta­ ciones.

Los conceptos de la mecánica, ya tan modifica­ dos en estos últimos años, tendrán que cambiar to­ davía cuando se generalice la idea de que la mate­ ria representa simplemente una forma de energía dotada de una fijeza provisional. La materia es la fuerza que pareciendo constituir en otro tiempo


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D R . G USTAVE

LE BON

dos mundos separados, aparecen hoy como las for­ mas diferentes de una misma cosa(l).

Todos los elementos d é l a Naturaleza parecen ligados entre sí por lazos invisibles. Sujetos por los hilos de la atracción, el Océano oscila entre los astros y la Tierra. El volumen de un cuerpo varía constantemente con la temperatura de su medio. La mesa en la cual escribo estas líneas, está so­ metida a las atracciones de todos los astros del universo, a los que atrae a su vez. Nada está aisla­ do en el mecanismo del mundo. — Los fenómenos imprevistos revelados por el des­ cubrimiento de la disociación de la materia, han probado que estamos rodeados de fuerzas gigan­ tescas, apenas sospechadas, que obedecen a leyes que todavía ignoramos. La más colosal de estas fuerzas, la energía introatómica, era tan descono­ cida hace algunos años como lo fué la electricidad durante largos siglos.

Las reacciones químicas, origen de las fuerzas que utilizamos, modifican el equilibrio de las mo­ léculas, pero apenas si rozan la estabilidad de los (1)

Véase la obra de Gustavo Le Bon La Evolución

de las Fuerzas.


AYER Y M AÑANA

261

átomos. El día en que la ciencia consiga desagre­ gar enteramente los átomos de un cuerpo, tendrá entre sus manos una fuente colosal de energía, que hará inútil el empleo de la hulla y transformará por completo las condiciones de existencia de los pueblos.

Bajo su aparente inmovilidad, la materia más es­ table, un bloque de mármol, por ejemplo, posee una vida intensa y una extrema impresionabilidad, fácilmente reveladas por ciertos elementos como el bolómetro.

La materia, considerada antes como un elemento inerte, imagen del reposo, sólo subsiste gracias a la inmensa rapidez del movimiento turbillonar de los átomos que la componen. La materia es velocidad y no reposo. La materia representa un estado de equilibrio en­ tre las fuerzas internas de que es el foco y las fuerzas externas que la envuelven. La definición de un cuerpo es, pues, inseparable de la de su me­ dio. El metal más duro se transforma en vapor cuando su medio experimenta ciertas variaciones. El agua deviene sólida, líquida o gaseosa, según el medio en que se encuentra.

Es notable comprobar con qué dificultad la


262

D R . G U STAVE LE BON

ciencia, que observa tan fácilmente los hechos, lle­ ga a determinar la ley de los mismos. Más de me­ dio siglo de penosas investigaciones fué necesario para entrever que las leyes que determinan la apa­ rición de una fuerza cualquiera de energía, como el calor, la electricidad, el movimiento, etc., eran idénticas a las que rigen el derrame de un líquido, y que no existe, por lo tanto, ninguna manifesta­ ción posible de energía sin desnivelación de cier­ tos elementos.

En la Naturaleza, la pequenez aparente de los elementos no está a veces en relación con la mag­ nitud de sus efectos. La célula inicial de un elefan­ te o de un roble es mucho más pequeña que una cabeza de alfiler. Un minúsculo fragmento de me­ tal contiene una cantidad inmensa de energía introatómica. ■ «*»■ ©■ <*»■

Con una fuerza cualquiera de la naturaleza se pueden obtener todas las otras, excepto las que animan los seres. Sólo la vida crea la vida.


CAPÍTULO V VISIONES

FILO SÓ F IC A S

Personificada bajo la forma de un ser juzgado según nuestros sentimientos humanos, la Naturale­ za aparece dotada de cualidades muy mediocres. Su ferocidad se revela en la obligación en que co­ loca a todas.las criaturas de devorarse entre ellas. Su inteligencia parece limitada, puesto que se le ve ensayar formas sucesivas numerosas antes de con­ seguir más perfectas. Su humanitarismo con res­ pecto a nosotros es nulo, puesto que la existencia de un funesto microbio está tan cuidadosamente asegurada como la de los más poderosos genios. ♦ ® *

Interrogado] sobre sus intenciones, el ser que personifica la Naturaleza, contestaría sin duda que, dominado por la necesidad y el tiempo, no posee ninguna voluntad ni lee mejor que las otras criatu­ ras en el libro del Destino.


264

D R . GUSTAVE LE BON

Los hombres jamás han cesado de soñar de eter­ nidad, no obstante ser dominados siempre por lo efímero. Se han desvanecido los más grandes im­ perios; los dioses mismos han caído hechos polvo, y hoy la astronomía nos enseña que los astros que pueblan el cielo también acaban por desaparecer. -©* Nuestras ideas sobre las cosas varían necesaria­ mente según que se considere la forma efímera de ellas o su contenido eterno.

Las religiones enseñaban en otro tiempo al hom­ bre a mirar el pasado y lo consideraba como des­ tronado de su primitivo esplendor. La ciencia muestra, por el contrario, que el progreso está en el porvenir. Nuestros esfuerzos crean la potencia de la humanidad futura. —®— A la eternidad individual prometida por las anti­ guas creencias, debe substituir el sentimiento de continuidad y de perfectibilidad de la raza. Este ideal no es insuficiente, puesto que sobre los campos de batalla millones de hombres sacrifican su vida para asegurar la prosperidad futura de seres a los que no verán jamás. ♦®— El espíritu humano siempre prefirió una interpre­ tación quimérica a la ausencia de explicación.


AYER

Y M AÑANA

265

Las leyes de los fenómenos están escritas en un libro para descifrar algunas líneas del cual no bas­ ta toda una existencia. ■*©♦ Vivir convencido de que el mundo está domina­ do por fatalidades ocultas ante las cuales el hom­ bre es impotente, es olvidar que todos los progre­ sos de la ciencia consisten precisamente en diso­ ciar fatalidades. Las grandes epidemias cesaron de ser fatalidades cuando fueron conocidas sus causas. Los progresos de la civilización representan los triunfos sucesivos del hombre en su lucha contra las fatalidades de la Naturaleza. —®— La historia parece demostrar que es más fácil dominar a la Naturaleza que nuestros propios sen­ timientos. Las fuerzas naturales son esclavizadas. El Sol, el rayo y el Océano devienen nuestros es­ clavos; pero todavía no hemos conseguido domi­ nar ciertos instintos de nuestra animalidad pri­ mitiva. — Siendo incapaz la astronomía de determinar la trayectoria de tres cuerpos actuando los unos so­ bre los otros, se concibe la imposibilidad de cal­ cular la acción recíproca de miles de elementos que intervienen en los fenómenos sociales. Una


266

D R . GUSTAVE LE BON

previsión sólo es posible si uno de los elementos prepondera sobre los otros.

La ciencia jamás podrá servir de base a una moral, porque no existe comparación posible algu­ na entre las leyes morales y las físicas. Las prime­ ras representan necesidades sociales variables de un pueblo a otro. Las segundas son universales y no varían jamás. —®— Todas nuestras definiciones se reducen a com­ paraciones; lo que no es comparable a nada, como el espacio, el tiempo o la fuerza, no es susceptible de definición, sino solamente de medida.

La apreciación filosófica del valor de las cosas depende por entero del punto de vista del obser­ vador. Una inteligencia superior independiente del tiempo, juzgaría las razas humanas como insignifi­ cantes hormigueros que pueblan un globo condena­ do por su enfriamiento progresivo a una muerte inevitable. Un espíritu que sólo considerara la Na­ turaleza vería en el genio más grande y en los más humildes mohos organismos del mismo orden sur­ gidos momentáneamente de la materia y destina­ dos a volver a ella en breve. Desde el punto de vista exclusivamente humano, el hombre deviene, por el contrario, el centro de un universo cuya du­ ración es lo bastante larga para parecer eterna.


A Y ER Y M AÑANA

267

Las disertaciones sobre la vanidad de las cosas y sobre los misterios que nos rodean, no deben re­ tener nuestro pensamiento. La verdadera cordura consiste en seguir su destino sin preocuparse de los fines misteriosos de un universo que no com­ prendemos. ¿Qué sería de la vida de los seres que sólo viven un día, si emplearan su tiempo en diser­ tar sobre la brevedad de este único día?

Para los dioses de presciencia infinita con los que las religiones pueblan el cielo, el porvenir, en razón misma de esta presciencia, está tan determi­ nado como el pasado para nosotros. Recorriendo a su capricho la escala infinita del tiempo, 110 pue­ den distinguir la estrecha línea de separación entre el pasado y el porvenir que nosotros llamamos presente. -*»(•>«*»

La persecución de la felicidad y la de la verdad . son muy distintas. Para el hombre preocupado de su felicidad es cuerdo no investigar el fundamento de las cosas. El investigador ávido exclusivamente de verdad debe, por el contrario, procurar profun­ dizarlo todo.

El descubrimiento filosófico más alto, puesto que nos hará penetrar en la esencia de las cosas y rozar lo absoluto, sería llegar a conocer la materia y las fuerzas de otra manera que por las relaciones con el mundo exterior. Concebirlos de una manera


268

D R . GUSTAVE LE

BON

distinta es actualmente imposible, puesto que son únicamente estas relaciones las que constituyen las propiedades que permiten definir las cosas. a s ­

eada ciencia no tarda en llegar ante un inaccesi­ ble muro de causalidades. No hay ni un solo fenó­ meno cuya causa primera sea conocida. —®~ La observación astronómica revela que los as­ tros se encuentran en diversas edades de evolu­ ción y que, por lo tanto, parecen recorrer el ciclo fatal de las cosas: nacer, crecer, declinar y morir. Mundos poblados como el nuestro, cubiertos de ciudades florecientes, llenos de las maravillas de la ciencia y del arte, han debido salir más de una vez de la noche eterna y volver a penetrar en ella sin dejar tras de sí huella alguna.

El universo y los seres que lo habitan represen­ tan formas transitorias regidas por fuerzas eternas.

FIN


INDICE

Páginas.

I n t r o d u c c ió n ..................................................................

5

LIBRO PRIMERO LAS FUERZAS QUE DIRIGEN LA HISTORIA

C a p ít u l o

p r im e r o .— L as

potencias m ateriales y

m orales........................................................... C ap . II.—Las fuerzas biológicas y afectivas.........

13 15

C a p . III.— Las fuerzas m ís tic a s ...................................

20

C ap . IV.—Las fuerzas colectivas.......................... C ap . V.— Las fuerzas intelectuales....................... C ap . VI.—Las interpretaciones de la Historia.. . Cap . VIL—Las explicaciones y las causas........... Cap . VIII.—Lo imprevisible en Historia...............

25 30 35 38 41

LIBRO II durante

las

batallas

-La génesis psicológica de los grandes conflictos..................................... C ap . II. —Elementos psicológicos de las batallas. C ap . III.—El alma nacional y la idea de patria.... C a p . IV.—La vida de los muertos y la filosofía de la muerte.......................................................... C a p ít u l o p r im e r o .

47 50 54 59


270

I n d ic e Páginas.

C ap . V.—Cambios de personalidad creados por la guerra............................... . ......................... C ap . VI.—Las formas del valor.............................. C ap . VII.—El arte de persuadir y el arte de mandar..............................................................

62 65 69

LIBRO III LA PSICOLOGÍA DE LOS PUEBLOS

El alma de los pueblos y su formación......................................................... C ap. II.— Psicología comparada de algunos pueblos............................................................. C ap . III.—La incomprensión entre razas dife­ rentes ..................... ........................................ C ap . IV.—Papel de las ilusiones en la vida de los pueblos............ .............................................. C ap. V.—Las opiniones individuales y la con­ ducta................................. .............................. C ap . VI.—Las opiniones colectivas....................... C a p . VII.—Las ideas en la vida de los pueblos... C a p . VIII.—La vejez de los pueblos.......................

C a p ít u l o p r i m e r o .—

75 80 87 90 94 98 100 106

LIBRO IV FACTORES MATERIALES DEL PODERIO DE LAS NACIONES C a p í t u l o p r i m e r o .— La

.

edad de la hulla........... II.—Las luchas económicas........................... C a p . III.—El conflicto entre las concepciones qui­ méricas y las necesidades económicas......... C ap . IV.—El papel de la fecundidad.....................

C ap.

113 117 121 12g


271

ÍN D IC E

áginas. •P------

LIBRO V FACTORES P SIC O L Ó G IC O S D E L P O D E R IO D E LOS P U E B L O S

C a p ít u l o p r i m e r o .— Papel

de ciertas cualidades secundarias en la vida de los pueblos........... ..... 133 C ap . II.—La voluntad y el esfuerzo...................... ..... 135 C a p . III.—La adaptación............................................. 139 C ap . IV.—La educación......................................... ..... 142 C ap . V.—La moral............. ..................... ............... 147 C ap . VI.—La organización y la competencia............. 150 C ap . VII.—La cohesión social y la solidaridad... 155 C ap . VIII.—Las revoluciones y la anarquía............... 159 LIBRO VI EL GOBIERNO MODERNO DE LOS PUEBLOS C a p ít u l o p r im e r o . —

Los progresos democrá­ ticos............................. . — .......................... C ap . II.—El estatismo alemán y el latino........... . C ap . III.—La religión socialista............................ C ap . IV.—Las cualidades psicológicas necesarias

167 170 178

a los g ob ie rno s................................................

186

C ap . V.—Imperfecciones de los gobiernos reve­ ladas por la guerra........................................... C ap . VI.— Enseñanzas políticas deducidas de la guerra................................................................

193 197

LIBRO VII PERSPECTIVAS DE L P O R V E N IR

C a p í t u l o p r i m e r o . — A lgunas consecuencias de

la guerra........................................................... C ap . II.-Las futuras amenazas de la política.. . .

205 211


272

ÍN D IC E Páginas

C ap. III.—El derecho y la fuerza............................ C ap . IV. -Las reformas y las leyes....................... C ap . V.—La futura interdependencia de los pueblos.......................................................... C ap. VI.—La militarización del universo............. C a p . VIL—La evolución industrial de las guerras modernas........................................................... C ap . VIII.—Posibilidades del porvenir.................

214 222 225 228 232 235

LIBRO VIII EN EL CICLO DE LA CIENCIA C a p í t u l o p r i m e r o .— Las

verdades cientificas y los límites de nuestras certidumbres............. C ap . II.—Las verdades activas y las verdades inactivas........................................................... C ap . III.—La naturaleza y la vida.......................... C ap . IV.—La materia y ia fuerza.......................... Cap . V.—Visiones filosóficas.................................

245 250 253 258 263



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