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El Apuntador 71

Lo primordial que llama la atención en la Señorita Julia, es aquello que Adolfo Appia reclamó en su momento para el teatro y que pudo convertir, al menos para su postura, en una norma suprema: mantener el escenario libre de lo que perjudique ‘la actualidad del actor’. Y hay que acentuar esta disposición: la actualidad del actor/actriz, que supone al menos dos cosas: ¿qué necesita el actor/actriz para estar en el teatro? Y, qué ocurre (o puede ocurrir) con la producción de una visión escénica, en relación con esos cuerpos humanos que -

Guardando las inmensas distancias, esta suerte de monólogo/narración puesta a consideración del público, no deja de referirme al poema del indispensable Borges, no porque Toty Rodríguez esté hablando de la muerte, sino porque, parafraseando al poeta: “Bajo el indiferente azul del cielo, esta meditación es un consuelo”.

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Una narración contada a través de su propia voz, no importa si en la escena la llamen Carolina, de hecho creo que es un artilugio innecesario, porque es ella quien, luego de haber mostrado antes del inicio de la obra, una serie de fotografías que constituyen el archivo de su vida en Europa, la que toma la palabra para hacer el recuento de una carrera, enfocada principalmente a la etapa cuando Ella, gracias a su título de Miss Ecuador, pudo acceder a las

Lo primero y fundamental es el nombre propio. Como una huella. Porque Manuela Espejo fue víctima de la censura, incluso de la desaparición y el escamoteo de su nombre, además del ocultamiento de su trabajo intelectual y social. Doble injusticia cometida en su contra. Es decir, que fue borrada deliberadamente para que jamás conste en la historia y en el pensamiento de su época.

Laura Aris, la coreógrafa y bailarina que luego de haber pertenecido una década, al menos, a la famosa compañía de Win Vandekeybus, decidió, ya hace algunos años, arriesgarse como independiente, ardua tarea que sin duda implicó, no solamente dejar un asidero seguro, sino realizar todo un trabajo personal de recodificación corporal, entendiendo que no se trata de borrar la memoria, pero sí de optar por un nuevo registro, cuestión que implica más de una decisión, a nivel creativo; pues luego de haber instalado en su cuerpo un lenguaje tan potente, como el que caracteriza a la mayor parte de la obras de Vandekeybus, cuyos planteamientos se sustentan en un lenguaje que oscila entre la tensión corporal y mental, siempre al límite, movidos por un portentoso impulso físico que saca a flote lo instintivo y lo pasional, buscar una escritura autónoma requiere todo un replanteamiento físico y mental.

Aris empieza anunciando que el cuerpo humano está compuesto por doscientos setenta huesos y que, algunos desaparecen al llegar a la adultez; que nuestras extremidades superiores e inferiores registran, por supuesto, un número; todo esto mientras va desvistiéndose, transformándose, y reparamos que los indispensables huesos no están a la vista y que ante nuestros ojos lo que prima es un cuerpo cubierto, finalmente, por la piel, un cuerpo que vive y es capaz escribir con agudeza y entrañable precisión el movimiento; porque, tal como esperamos del arte, no hay obviedad en lo que plantea, al contrario, nos coloca en la tarea de interpretar, nos empuja por el derrotero de la imaginación para volvernos, el alguna medida, co-creadores de aquello que nos entrega.

La obra es para cinco espectadores. Cuando se mostró en Casa Mitómana se usó un rincón estrecho del escenario, donde en lugar de butacas se ubicaron sillas y mesas esquineras que pertenecieron a las salas de varios abuelos y abuelas.

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