Documento de debate político de El Cielo por Asalto – CAUCE en LA BEMBA Apuntes para la militancia. Debates con las otras listas. Nuevamente llega, como todos los años, el período electoral. Si bien no creemos que este sea el momento central, ni el determinante de nuestra actividad en la Universidad; entendemos que es un momento en que la mayoría de los estudiantes nos volvemos más atentos a los debates políticos que atraviesan la Facultad y la sociedad. Este año desde El Cielo por Asalto - CAUCE, junto a la Norberto Blanco – CEDP y Bandera Negra, hemos resuelto constituir un nuevo espacio político, LA BEMBA. En este contexto, se han suscitado, al calor del debate electoral, algunas acusaciones y delimitaciones políticas sobre nuestro espacio relativo a cuestiones políticas que vale la pena discutir y clarificar. En general, pocos cuestionan nuestra intervención decidida en los espacios de base, la apuesta genuina a nuevas prácticas militantes, la intención de basar nuestro gremio en la más amplia democracia o el compromiso que asumimos con un movimiento estudiantil combativo. Pero muchos han intentado atacar nuestras construcciones con planteos políticos generales, como nuestro posicionamiento frente al gobierno, nuestro marco de alianzas y nuestra orientación estratégica. En este sentido, clarificaremos nuestras posiciones sobre los debates que atraviesan a la izquierda en la universidad en sus aspectos político-estratégicos fundamentales, estableciendo un debate público con las otras opciones importantes de la izquierda en nuestra Facultad. El debate con las listas de la izquierda tradicional: Plenario de Izquierda, Izquierda Socialista y A Luchar La actitud de estas agrupaciones ha sido particularmente agresiva hacia nuestro espacio político. Pese a que hasta hace poco nos caracterizaban como organizaciones compañeras - clasistas, de izquierda- y nos llamaban a conformar alianzas de distinto tipo, frente a la aparición de nuestro nuevo frente pasamos a ser acusados de filo-kirchneristas, “pro-juntadistas” o centristas, entre otros apelativos similares. Estas acusaciones, más allá de ser fácilmente refutables, expresan formas de construcción y prácticas políticas radicalmente opuestas a la que nosotros pregonamos y, a la vez, ponen en evidencia puntos de vista divergentes respecto a las tareas de la izquierda en la Universidad y la perspectiva político-estratégica de la militancia anticapitalista. Estas prácticas acusatorias, en función de una competencia salvaje contra las organizaciones de izquierda (muchas veces más enfática con las más cercanas, por ocupar el mismo espacio político),
horadan la posibilidad de generar instancias unitarias genuinas de la izquierda y el campo popular. Tanto en la Universidad como más allá, para nosotros es impensable en este momento histórico poder arribar a victorias del campo popular sino es a través de la conformación de frentes únicos, y la unidad de la izquierda es fundamental si queremos incidir políticamente en ellos. No reivindicamos la unidad en abstracto, ni a cualquier precio, pero sí consideramos que resulta estratégica por el momento histórico que hoy atravesamos y que requiere jerarquizar tareas relativas a forjar una cultura militante abierta a la construcción conjunta. Esta es una diferencia fundamental con los compañeros que, identificando un estado de movilización permanente, consideran prioritaria la auto-construcción de su propia organización para incidir en ese ‘movimiento’ (que, en cambio, nosotros vemos que hoy es preciso construir y desarrollar). Si los estudiantes ya estamos movilizados y queremos luchar, sólo faltaría la dirección correcta, la cual creen encarnar cada una de estas organizaciones. Esto los lleva a una competencia salvaje con el resto de las agrupaciones de izquierda, a una actitud destructiva hacia las instancias unitarias (“si no lo dirijo, lo rompo”) y a la subestimación de la actividad autónoma de los sectores populares. Nada más lejos de cómo entendemos nosotros que debe construirse la política de nuestro gremio y de la militancia anticapitalista en general. Expresión de estas concepciones fue el hecho de que este espacio político no pudo procesar ninguna pequeña diferencia y, de un día para el otro, florecieron las declaraciones cruzadas entre las agrupaciones que antes integraban el Plenario de Izquierda, llegando algunas a denunciar la existencia de un “pacto desmovilizador” u otras acusaciones sin fundamento alguno. Creemos que este es un límite claro que expresan los problemas en torno a las prácticas militantes de los compañeros de varios partidos de izquierda: a la menor diferencia (una votación en una asamblea sobre una medida concreta, por ejemplo), este frente implosionó y hoy la izquierda tradicional se presenta a elecciones en tres listas separadas, e, incluso, el sobreviviente Plenario de Izquierda (PO-PTS-El Viraje-Prisma) no pudo acordar siquiera una plataforma común. Estas prácticas tienen fundamentos teóricos y programáticos profundos. En la izquierda trotskista, la sexagenaria caracterización de la etapa del capitalismo como de estancamiento crónico (derivada de la célebre tesis de Trotsky respecto a que las fuerzas productivas “han cesado de crecer”) conduce a una estrategia política de ofensiva permanente, según la presunción de que las rebeliones espontáneas de los sectores populares, la irrupción del movimiento obrero y el desprestigio de los gobiernos burgueses serían más o menos inevitables e inminentes, compungidas las masas por la crisis capitalista que arrojaría a los trabajadores a la lucha, generando el caldo de cultivo para el desarrollo de la organización de vanguardia. Por tanto, la
actividad política se reduce en lo fundamental a la agitación (para favorecer la rebelión de las masas) y la propaganda (para ganar a los mejores elementos de la vanguardia). Por otro lado, a la base de esta forma de entender la política se encuentra una concepción instrumental o funcional del poder y del Estado. Según ella, bastaría en lo fundamental con que un nuevo grupo político se hiciera de los resortes estratégicos de la sociedad (instituciones políticas, poder militar) para poner en marcha un proceso de transición hacia el socialismo. Ambos aspectos se conjugan para dar lugar a lo que podemos denominar una estrategia “partidocéntrica” de la transformación social, expresada paradigmáticamente en la frase de Trostky de que “la crisis de la humanidad es la crisis de la dirección revolucionaria”. En esta perspectiva, se trata de buscar la intersección entre la vanguardia jacobina 1 y la rebelión espontánea de las masas para abrir paso al proceso revolucionario. De aquí las referencias míticas a la escasa magnitud del Partido Bolchevique en las vísperas del proceso revolucionario ruso (lo cual intenta justificar el evidente aislamiento y el sectarismo de estas organizaciones), la prioridad exagerada a las cuestiones programáticas generales (donde pequeñas diferencias justifican un sinfín de rupturas), la subestimación y hasta la animosidad hacia la expresión autónoma e independiente de las masas (que puede ser vista como un limitante del despliegue político del Partido), la obsesión con la competencia política entre las corrientes (dado que las organizaciones, especialmente las que disputan el mismo espacio político, son los mayores contrincantes en la disputa por la dirección) y la subestimación respecto a las tendencias burocratizantes que se le imprimen a las cuestiones organizativas. Otra consecuencia de esta concepción de la política es el reiterado izquierdismo que suele manifestar. Entendemos al izquierdismo como la reivindicación de consignas de máxima que difícilmente encontrarían receptividad más allá del ámbito reducido de la militancia, o medidas de lucha que no se ajustan a las relaciones de fuerza realmente existentes para su realización efectiva. Esto colabora con la creación de un activismo estudiantil con rasgos autorreferenciales, sin capacidad para que sus planteos lleguen a entrar en relación efectiva con el movimiento social real. La subestimación de los avances parciales, la declamación de programas maximalistas valorados o directamente entendidos sólo por una minoría y la falta de análisis complejos que permitan evaluar los ritmos de avance, son características de esta concepción política que limitan
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Entendemos el concepto de “vanguardia jacobina” como la concepción de que un núcleo político, compacto y férreamente disciplinado, va a empalmar con brutas y oscuras masas para impulsar “desde arriba”, utilizando a las masas como apoyatura o “masa de maniobra”, un proceso de transformación radical de las estructuras fundamentales de la sociedad.
seriamente sus posibilidades de articulación con el conjunto de la comunidad universitaria y, mucho más, con la sociedad realmente existente. Párrafo aparte merecen las diferencias de caracterización sobre la coyuntura nacional y sobre la ductilidad táctica que ella nos exige. Repasemos la situación nacional reciente. Los primeros meses del 2012 sorprendieron por el tipo de política que se dio el Gobierno Nacional. El verano se vio marcado por los techos que el oficialismo pretendía imponer en las negociaciones salariales, las subas a las tarifas del transporte, la Tragedia de Once y la alianza del gobierno con las mineras extranjeras. Así comenzaba a ponerse en evidencia que Argentina no podría “desacoplarse” de la economía internacional y que la crisis que está afectando a las grandes potencias, tarde o temprano terminaría llegando a nuestro país El gobierno no tardó en articularse para dar una respuesta que hiciera de contrapunto a este inicio fatídico de verano. La estatización del 51% de las acciones de YPF rompió con la inercia de quienes anunciaban una “derechización del gobierno”, la ley de identidad de géneros, la iniciativa por ampliar la ciudadanía política permitiendo el voto desde los 16 años, son algunas de las iniciativas que marcan la tendencia pendular de este gobierno, que es capaz de combinar medidas progresivas, con otras tales como la represión de los movimientos por abajo, la utilización de patotas en el ámbito sindical, el mantenimiento de una inflación elevada que deteriora el salario de los laburantes así como la precarización que afecta casi a la mitad del pueblo trabajador, la continuidad de un capitalismo basado en los agronegocios, el extractivismo y la primarización de la economía, por sólo nombrar algunas de ellas. Esta tendencia “pendular” no debe confundirnos y llevarnos a pensar que se trata solamente de distinguir los aspectos buenos de los malos, prescindiendo de un posicionamiento general. No puede desagregarse la consideración de medidas perdiendo de vista que las concesiones sociales y democráticas están puestas en función de garantizar la paz social y subordinar a los sectores populares. Se trata justamente de construir una mirada global que señale la alianza estratégica del gobierno con los sectores dominantes, al tiempo que su margen de maniobras relativamente amplio como para realizar concesiones hacia los sectores populares.
Un fenómeno político de esta naturaleza, populista o nacionalista, portador de ciertas dosis de reformismo social, significó siempre un importante desafío para la izquierda anticapitalista, como lo atestigua la experiencia del peronismo y el desencuentro histórico de la clase trabajadora con las organizaciones y la cultura de la izquierda marxista.
La izquierda tradicional, y su estrategia de “espera mesiánica de la Gran Crisis”, se encuentra desarmada para intervenir en una coyuntura de estas características, expresando una impotencia estratégica general. Con su análisis, establecen en muchos casos una homogeneidad entre el modelo kirchnerista y el de su opositores Duhalde, Macri, etc. En la misma línea, se posicionan en contra de medidas de innegable progresividad parcial, tales como la Asignación Universal por Hijo o la estatización parcial de YPF (sosteniendo que se trata de una “reprivatización” en el caso del PO), y concluyen, en algunos casos, en hacer causa común con la oposición de derecha: apoyando los cacerolazos (en el caso de IS) o marchando unificadamente con la burocracia sindical, la Federación Agraria y la FUA de la Franja Morada (como hizo el PO, IS y otras organizaciones de izquierda recientemente), sin identificar que esa movilización formaba parte de una fuerza social conservadora en la que no había nada por disputar. No solamente se trata de formas dogmáticas y esquemáticas de analizar la realidad nacional sino que, además, si una organización lleva a cabo un análisis más complejo e introduce cierto matiz en su óptica, entonces pasa a ser un “kirchnerista crítico” o hasta un cómplice del Gobierno, repitiendo esos métodos destructivos que caracterizábamos más arriba. El debate con la conducción del Centro de Estudiantes: La Juntada Uno de las acusaciones que se cierne sobre nuestro espacio es el de ser “pro-juntadista”, en una fórmula que resulta un tanto desconcertante en la medida en que define la línea de un espacio fundamentalmente por su relación con otra organización (cuando, es evidente, que no somos organizaciones “satélites” o seguidistas de ninguna otra fuerza política). Esta acusación se concentra especialmente en nuestra organización, CAUCE, por ciertos frentes que compartimos con La Mella/La Juntada en algunas instancias de la UBA. Al respecto, corresponde una contextualización. Nuestra organización, con inserción en siete facultades de la UBA, se presenta a elecciones en cinco (Filo, Económicas, Sociales, Ingeniería y FADU), y lo hace en frentes que incluyen a La Mella/La Juntada en dos: Económicas dentro de un frente contra Nuevo EspacioFranja Morada y del cual participa también el PO y el PCR (el MxE), y en la conducción del Centro de Sociales en El Empuje (junto al FER y La Juntada), que recientemente pudo conservar la conducción el Centro frente a las agrupaciones kirchneristas (y contra el comportamiento faccioso e irresponsable de la izquierda tradicional que invisibilizó la polarización real, sólo se dedicó a golpear a la conducción y apostó evidentemente a una victoria del kirchnerismo). En nuestra Facultad, en la carrera de Educación confluimos en Inédito Viable, ya que creemos en la capacidad de ese espacio con un trabajo histórico en la carrera, de construir movimiento desde abajo y tener
un trabajo real en la misma, disputando las cuestiones reivindicativas a la vez que las políticoacadémicas. Por otro lado, recientemente conformamos un espacio común en la carrera de Filosofía con La Juntada y el grupo Estar-Siendo, en lo que constituye la única alternativa política real de la izquierda, en condiciones efectivas de disputar palmo a palmo al kirchnerismo en una carrera que se convirtió en bastión de la Gestión. A nivel docente, CAUCE conformó un espacio político-gremial (Docentes por el Cambio) de oposición a la conducción del PO-PCR junto al Colectivo Docente del CBC, a la Lista Violeta de Filo, compañeros independientes de Económicas e Ingeniería (fundadores de la gremial docente) y la Juventud Rebelde/Rebelión, que tuvo un importante desempeño electoral. Compartimos con este espacio algunas coordenadas comunes en términos metodológicos y estratégicos. Estos son, por ejemplo, la apuesta a interpelar políticamente al masivo y no sólo al activismo; la revalorización de las victorias reivindicativas parciales frente al izquierdismo maximalista; cierta concepción prefigurativa de la militancia por la cual no se trata de partidizar las instancias gremiales sino de ensayar y promover instancias de poder popular que anticipen la sociedad que aspiramos alcanzar; la elaboración de una caracterización compleja del proceso político nacional y la apuesta a cierta sensibilidad y ductilidad táctica que permita interpelar a los sectores populares y la juventud que pone expectativas de transformaciones sociales progresivas en el Gobierno Nacional. También tenemos diferencias significativas, que se han evidenciado en debates, en posicionamientos políticos y en nuestra práctica cotidiana. Muchos de estos mismos aspectos progresivos en algunos casos se expresan marcados por rasgos oportunistas. Así, la política "de masas" por momentos cede hacia la adaptación al sentido común dominante (como se evidencia en algunos de sus posicionamientos frente al kirchnerismo). A nivel metodológico, en ciertas circunstancias reproducen las prácticas auto-proclamatorias y que priorizan la auto-construcción que se denuncia en la izquierda tradicional. La crítica al sectarismo de las organizaciones tradicionales no suele ir acompañada por una crítica a fondo de sus rasgos burocráticos, y muchas veces su política gremial se queda a mitad de camino en lo relativo a la democratización. Por otro lado, la asunción de una estrategia política general de acumulación a largo plazo los lleva a impulsar apoyos tácticos a gobiernos populistas o reformistas (Venezuela, Bolivia), según la consideración de que generan mejores condiciones para la construcción por abajo, en una perspectiva que se acerca por momentos a la adaptación y a la transformación de la táctica en estrategia. Compartimos que en estos procesos se visibiliza la improcedencia del vanguardismo sectario que acomete directamente contra los gobiernos reformistas desprendiéndose del
desarrollo subjetivo efectivo de los sectores populares. Más bien, se torna prioritario en estos casos acompañar la experiencia política de las masas, participar de instancias de frentes únicos anti-imperialistas, oponerse a los embates golpistas de las derechas y apuntalar cualquier tendencia que permita radicalizar el proceso político. Sin embargo, para el desarrollo de una política emancipatoria resulta tan ineficaz el sectarismo vanguardista como la adaptación y el seguidismo hacia las direcciones reformistas o nacionalistas, posición en la que estos compañeros corren el riesgo de caer con sus planteos más bien acríticos hacia la dirección política de estos procesos. La necesidad de una delimitación estratégica respecto del reformismo y el nacionalismo hace a un debate fundamental para la izquierda latinoamericana. Para no transformar la táctica en estrategia y volverse funcional a los límites conservadores que tienen los procesos “desde arriba”, resulta de importancia fundamental mantener la iniciativa política crítica y la independencia organizativa. Para, de este modo, poder apuntalar la movilización autónoma de las masas y el desarrollo de organismos de poder popular en la perspectiva de sedimentar las condiciones para una ruptura decisiva con el régimen burgués. Esta discusión sobre la caracterización, la táctica y la delimitación frente a los gobiernos reformistas del continente, aunque pueda parecer alejada, anticipa tentativas diferencias en términos de marco de alianzas en la construcción de una alternativa política (cómo se evidenció en la expectativa que tuvo La Mella en los orígenes de Proyecto Sur o de la Constituyente Social de la CTA hoy integrada al FAP de Binner). Sobre nuestra perspectiva estratégica: apostando al nacimiento de una nueva izquierda En primer lugar, para nosotros es necesario caracterizar la etapa como de acumulación de fuerzas y no de enfrentamientos decisivos, a diferencia de como la entiende buena parte de la izquierda, principalmente la trostkysta, a partir de un análisis catastrofista de la crisis capitalista. En segundo lugar, y más propiamente estratégico, consideramos que es importante pensar la política en términos de construcción de hegemonía, es decir, de creación colectiva de un universo intelectual y moral, con sus propios saberes y prácticas, valores e instituciones sociales, en disputa y en contraposición con los hoy hegemónicos. El crecimiento político-organizativo de la izquierda no será otra cosa que el resultado de su trabajo de (re)construcción social. En esta perspectiva, el universo de cuestiones fundamentales de la estrategia de la izquierda tradicional se relativiza o resignifica: la prioridad de las disputas de coyuntura por sobre el trabajo de base, la exacerbación de la “lucha entre tendencias” antes que la confluencia unitaria, la prioridad de la organización política sobre el frente de masas, la rigurosidad sobre cuestiones programáticas. En contraste con esto, cuestiones “metodológicas”, relativas a las formas de construcción y las prácticas políticas, se
vuelven prioritarias y adquieren un valor estratégico. El trabajo de base, la puesta en tensión de la distinción entre dirigentes y ejecutantes, la lucha contra la burocratización de las organizaciones políticas y gremiales, la interpelación al conjunto social como necesario protagonista de un tentativo proceso de transformación radical contra el sectarismo ensimismado de la izquierda tradicional, son algunas de las tareas que se vuelven fundamentales. Cuestiones como ser pedagógicos en la difusión de nuestras ideas, no desatender las preocupaciones y las inclinaciones de la “base social”, por más básicas e intuitivas que sean, evitar el consignismo que se vuelve abstracto respecto a los estados de conciencia efectivos en nuestra sociedad, garantizar que los ámbitos de decisión colectiva sean instancias propicias para el acercamiento de nuevos compañeros, son todas tareas que se vuelven fundamentales, sobre todo en esta etapa de recomposición del movimiento popular. Apostamos a un proceso contrahegemónico a largo plazo que se resume en la referencia a la construcción de “poder popular”, entendido como la apuesta a la centralidad de las instancias de autoactividad y autoorganización de las masas, al despliegue por abajo y prefigurativo de las relaciones sociales, las subjetividades y las instituciones de la nueva sociedad. A esto, que podemos denominar “socialismo desde abajo”, es a lo que apostamos cuando conformamos con un conjunto de organizaciones (sindicales, culturales, estudiantiles, territoriales) COB La Brecha (Corriente de Organizaciones de Base La Brecha), como una tendencia social y política que apunta a ser un afluente en la construcción de una alternativa política de las clases subalternas. En esta tarea estamos abocados, no sin tensiones y debates, junto a un conjunto de organizaciones populares, como son el FPDS y la COMPA, el Movimiento Popular la Dignidad, el MULCS, la agrupación Kiki Lezcano, los compañeros que dirigen ATE Sur, Colectivo desde el Pie, entre otros grupos. Esta lenta y trabajosa construcción de una nueva izquierda que pueda ser una realidad efectiva en la vida de los sectores populares es para nosotros la tarea histórica de esta generación política que está asomando y madurando. Porque como sostuvo un viejo dirigente “hay que soñar, pero a condición de creer en nuestro sueños”.