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La magnífica narrativa de Mariano Glez - Leal Messina deja temblando a las emociones sobre el patíbulo
Últimas palabras a un condenado MARIANO GLEZ - LEAL MESSINA ¿Mi nombre? Abandono. Mi castigo, el desasosiego; los dolores eternos del alma. Soy un vagabundo. Cuando el velo de la noche cubre la ciudad, yo me dedico a observar. Admiro al hombre: lo idolatro, lo adoro. Me doy cuenta de todo lo que pasa en este lugar: supe –y sé – cuándo llegabas a tu casa, cansado, con hambre de cariño, deseoso de que los brazos de tu mujer te confortaran. Y esperé. Te di varias oportunidades. Había quien cumpliera con tu función. Me bebo el tiempo observando a personas como tú mientras se intoxican y maquillan sus conflictos con deliciosos bacanales, y no sé si compadecerlas o envidiarlas. Su bestialidad me parece atractiva. Me gustaría tener una vida; una vida saludable. Y me gustaría poder destrozarla a mi antojo. No recuerdo cómo se disfrutan las delicias de corromper la propia vida. Los tuyos me producen un morbo atroz.
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Photo by Viktor Talashuk
Ayer paseaba por un parque, y me detuve a observar a dos niños jugueteando, llenos de inocencia, inconscientes de la perversidad del mundo. Dos presas fáciles, tiernas, rebosantes de vida. Me miraron cándidamente y uno de ellos me preguntó la razón de mi amargura. Supongo que me encontró extraño. A su edad, él no entendería la respuesta. Jugué con su ingenuidad. Le pregunté si estaba cansado de vivir. Goce cuando el pequeño abrió sus ojos como dos lunas. Y me sorbí su vida.
Lo he experimentado todo. En mi no hay asombro. Y no lo habrá.
Le hice un favor a ese niño.
Hay mucho ganado en el mundo. Tú eres ganado, pero no te equivoques: tienes valor para mí. Eres el alimento de mi ausencia de vida.
Photo by Reza Hasannia
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