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DIARIO INDEPENDIENTE DECANO DE LA PRENSA PROVINCIAL
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Especial XXV Aniversario de la muerte de Zóbel
Sumarios
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Jesús Carrascosa, gerente de la Fundación Antonio Pérez cree que “sin Zóbel no hubiera sido posible la realidad cultural que es Cuenca” POR Javier Semprún
Entre las páginas 3 y 8 se muestra a través de diversos autores cómo se gestó la unión entre Cuenca y Zóbel con la ayuda fundamental de Torner. En la página 3 se detalla el acto de hoy, una mesa redonda donde Torner, Bonet y De la Torre hablarán de la figura de este artista que falleció hace 25 años; en la 4 la restauración de su legado; en la 6 y 7 la Fundación del Museo de Arte Abstracto; y en la 8 diversos recuerdos de Gustavo Torner.
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Francisco Javier Pulido, alcalde de Cuenca, habla sobre la unión de Zóbel con la ciudad y hace referencia a su obra “en la que seguro se encuentra el camino hacia Cuenca 2016”.
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Juan Ávila Francés, presidente de la Diputación Provincial de Cuenca asegura que “Zóbel descubrió una Cuenca con enormes posibilidades de futuro vinculadas a la cultura”.
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“El edificio está levantado, ahora toca gestionarlo”
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ESÚS Carrascosa, director gerente de la Fundación Antonio Pérez, fue en su día uno de los impulsores de la constitución en Cuenca de la Asociación de Gestores Técnicos Culturales del Estado, y codo a codo con el impulsor de la Fundación, está logrando el objetivo principal con la que un día se creó, al amparo de la Diputación Provincial: “contar con una Fundación viva, que además de la colección permanente, ofrezca una intensa actividad cultural, organizando exposiciones, editando libros y catálogos, acojiendo presentaciones y actos culturales...” Para ello, “gestionamos el presupuesto con responsabilidad y exigencia de calidad; “afeitamos lo huevos”, como se dice popularmente, y a cambio formamos al personal, aumentamos el patrimonio de la Fundación, que es de todos los conquenses, atraemos actividades y personajes de importancia nacional e internacional, y exportamos también nuestra actividad, mientras extendemos presencia por la provincia”. — Claro que una realidad como es actualmente esta Fundación, bebe sin duda de la misma fuente: “ — Por supuesto. Hablamos de Zóbel, porque todos sabemos, o deberíamos saber, que si Zóbel no hubiera llegado a Cuenca, y fundado el Museo de Arte Abstracto, todo lo que es hoy Cuenca, culturalmente hablando, sería inimaginable. Él puso la primera piedra, poco a poco hemos ido levantando el edificio, y ahora toca gestionarlo. Con el ejemplo de Zóbel, y con el ejemplo de la Fundación March, que ha dinamizado el Museo, ha sabido traer magníficas exposiciones, y ahora con la ampliación proyectada, va a contribuir mucho a que la herencia de Zóbel siga dando fruto. Y creo, por ejemplo, que el contar con una de las mejores facultades de Bellas Artes en Cuenca, no es casual. — ¿Realmente fue tan importante Zóbel, desde el punto de vista de un gestor cultural en pleno siglo XXI? — Sin lugar a dudas. No hay un lugar en España, y no sé si habrá alguno en el mundo, con tanta concentración de arte contemporáneo por metro cuadrado como Cuenca, concentrado además en el Casco Antiguo. Eso es lo que hace especial a Cuenca... — Y su marco natural — Sí, pero marcos naturales de gran belleza hay muchos. Sin Zóbel, creo que hoy
Para José María Barreda, presidente de CastillaLa Mancha,“el encuentro de Zóbel con Cuenca fue la conversión del talento con la belleza”. Y añade que “encontró en esta ciudad patrimonial el marco perfecto para el estímulo de su creatividad”.
José Ángel García, coordinador de las páginas Culturales en El Día de Cuenca también aporta su granito de arena en una colaboración en la que habla sobre el Museo de Arte Abstracto Español ayer y hoy.
Antonio Saura y Fernando Zóbel también coincidieron a finales de los años 50 en la capital conquense. Veinticinco años después, ambos artistas ya fallecidos, cuentan con su Fundación y Museo respectivos. La Fundación Antonio Saura detalla esta coincidencia en este XXV Aniversario de la muerte de Zóbel.
La contraportada de este número especial recoge los momentos transcurridos entre el fallecimiento de Zóbel y su entierro en la capital conquense.
EL DIA de Cuenca
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seríamos un bellísimo lugar, pero sin el marchamo de lugar relacionado con el arte que hoy tenemos y debemos seguir explotando. — Habla el gestor... — Sí. Tenemos que decidirnos de una vez a vender esta marca de Cuenca como tempo del arte contemporáneo, y hacerlo con una política común. Como fundaciones y espacios de arte somos mejores o peores de manera individual, pero como conjunto podemos ser una potencia de primer orden. — ¿Qué se ha hecho bien en Cuenca, y que se ha hecho mal en estos veinticinco años con respecto a ese marchamo d e ciudad cultural? — Creo que se ha hecho muy bien el aumentar y mejorar la oferta. Insisto que somos un punto de encuentro impresionante, a partir del Museo de Arte Abstracto, y aún no hemos tocado techo. Y si algo se ha hecho mal es seguir teniendo dudas, porque los conquenses no acabamos de ver esta presencia como un signo de identidad de la ciudad del que debemos tirar para acentuar el desarrollo. De hecho, estaba convencido que el proyecto de capitalidad cultural apostaría por esta identidad, pero luego parece que las cosas han ido por otros derroteros... — A lo mejor es que este edificio nos sale muy caro... — Hay quien lo ve así, y hay quien lo ve como una inversión, está demostrado que cada euro invertido en cultura reporta dos, y es, desde luego, una inversión de futuro. Eso sí, con una gestión profesional. Fíjese lo que aún significa Zóbel para Cuenca...
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Especial XXV Aniversario de la muerte de Zóbel
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El Museo de Arte Abstracto Español acoge hoy la celebración de una mesa redonda titulada “Retrato y memoria de Fernando Zóbel” con motivo del XXV aniversario de la muerte del artista POR EL DÍA
Torner, Bonet y De la Torre recuerdan a Zóbel
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ustavo Torner, Juan Manuel Bonet y Alfonso de la Torre recuerdan hoy en el Museo de Arte Abstracto Español al pintor Fernando Zóbel con motivo del XXV aniversario de la muerte del artista. La Fundación Juan March, a la que Zóbel donó en 1981 los fondos del Museo ha querido recordar este cuarto de siglo de la des-
aparición del artista con una mesa redonda titulada “Retrato y memoria de Fernando Zóbel que tendrá lugar esta tarde, a partir de las 19:00 horas. Además, y hasta el próximo día 28 de junio, está abierta en las salas de exposiciones temporales del Museo de Arte Abstracto Español la muestra “Fernando Zóbel: viajar, dibujar, pintar, que recoge sus cuadernos de apuntes y dibujos, pequeños laboratorios de papel de su propio trabajo, junto a una selección de óleos procedentes de la Fundación Juan Marcha y de coleccionistas particulares e institucionales, algunos de ellos pocas veces contemplados en público. Tras su inesperada y prematura muerte en Roma
—murió con 60 años—, se han celebrado algunas exposiciones importantes como la antológica de su obra pictórica que le dedicó en el año 2003 el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía o la que organizó la propia Fundación Juan Marcha, en su sede de Madrid, en septiembre de 1984. Ahora, 25 años después, se ha organizado este muestra que está basicamente, centrada en una de las facetas complementarias de su propia actividad pictórica como fueron sus viajes. El viaje fue una constante de su vida. En un viaje, rodeado de sus amigos próximos, Torner, Rueda, encontró Cuenca para hacer realidad uno de sus sueños: un lugar donde reunir sus obras y las de sus amigos, el Museo de Arte Abstracto; y en otro viaje, en Roma, murió. Para Zóbel viajar era descubrir y conocer. Hay viajes que son por placer, otros por obligación, acaso también para huir, para descansar, para distraerse. Los de Zóbel fueron, siempre, viajes de artista. De los viajes de Fer nando Zóbel se guar-
daba un testimonio, aunque poco conocido, muy rico: sus cuadernos de apuntes y dibujos. Los más de 130 cuadernos de apuntes y dibujos pertenecientes a la colección de la Fundación Juan March dan cuenta del universo personal y creativo de Zóbel entre los años 1948 y 1984. Son cuadernos de diferentes formatos, e incluyen acuarelas, dibujos, estudios, fotografías, documentos y anotaciones. Esos cuadernos se asemejan a pequeños laboratorios de papel, a gabinetes de dos dimensiones, a prácticos instrumentos para coleccionar muchas cosas: ideas, bocetos que más tarde serán convertidos en imágenes y en cuadros, estudios de contrastes y de luces, de figuras, colores y sombras; intentos de fijar un instante; recreaciones de escenas de la vida corriente y estudos de paisajes o de obras de la tradición pictórica, el arte y la arquitectura: todo eso puede encontrarse en sus páginas; y también muchas referencias a Cuenca, algunas de las cuales pudieron verse, por primera vez, en la exposición Fernando Zóbel. Cuadernos de apuntes y porfolios. Una visión de Cuenca, organizada por Rafael Pérez-Madero en 1991. Fernando Zóbel: viajar, dibujar, pintar presenta, además de una amplísima selección de esos cuadernos, que sugieren al espectador un viaje imaginario por los lugares que dejaron una huella particular en el artista y fueron pretexto de muchas de sus obras, una selección de óleos procedentes de los fondos de la Fundación Juan March y de algunas colecciones particulares e institucionales, de Cuenca y de otras ciudades españolas, que añaden a su atractivo propio el que pocas veces han sido contempladas en público.
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El mejor homenaje que se podía dedicar a su memoria en este aniversario era la conclusión de la limpieza y restauración de todas las obras de Zóbel POR EL DÍA
La restauración de un legado pulcro y bello
Zóbel tomando apuntes en Massachussetts.
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ualquiera que esté minimamente familiarizado con la vida y la obra de Fernando Zóbel sabe —o nota— que Zóbel fue un carácter que empleó su vida en una carrera de fondo por conseguir la excelencia. Ese rasgo era notorio, entre otros aspectos, en su pulcritud (una palabra que conserva evidentes ecos de la etimología latina de nuestra palabra “belleza”): la pulcritud de sus obras y la de muchas facetas de su espíritu, y también la de los aspectos más materiales, de su vida. (De esto último dan fe tantas fotografías de su estudio blanco o de su biblioteca o de su casa.) Ésa es una de las razones por las que nos ha parecido que el mejor homenaje que podía rendirse a su memoria era que, puntual para la fecha de su aniversario, se concluyese la limpieza, restauración y embellecimiento de todas las obras de Zóbel en la colección permanente del Museo de Arte Abstracto Es-
Ornitóptero (1962)
pañol, y también la de todas las obras en la colección de la Fundación Juan March, algunas de las cuales pueden contemplarse en el Museu d’Art Espanyol Contemporani, en Palma. No todas lo necesitaban, porque afortunadamente el espíritu de Zóbel sigue vivo en el museo y en la Fundación, pero en muchas de ellas se advertía el inexorable paso de veinte, veinticinco, en algunos casos cuarenta años de ininterrumpida exhibición pública. Todos los cuadros del artista que forman parte de la colección permanente del museo, han sido, pues, objeto de un proceso de limpieza y conservación que hace más visible aún la pulcritud zobeliana en la ejecución de las obras, y también la profuda, audaz y esencial luminosidad que las define, un aspecto formal al que el texto de José Manuel Caballero Bonald, que se reproduce junto a otro de Gustavo Torner en el programa de mano de esta exposición, alude con exactitud. En dos casos, las piezas Or-
nitóptero (1962) y Júcar X (1971, el visitante que lo desee puede profundizar en los detalles de los procesos de limpieza, restauración y reenmarcado, gracias a las cartelas preparadas por el equipo de restauradoras de la Fundación Juan March. Con motivo d esta exposición, la Fundación Juan March ha preparado una carpeta (Cuadernos de apuntes, 1975-1981) con diez facsímiles seleccionadas entre los más de 130 cuadernos de apuntes y dibujos de Zóbel, que pertenecen a la colección del Museo de Arte Abstracto Español. Las imágenes recogen lugares que el ar-
El Júcar X y Ornitóptero disponen de paneles donde se explica el proceso de restauración
Algunas de las obras restauradas llevaban cuarenta años de exhibición pública ininterrumpida tista descubrió en algunos de sus numerosos viajes por todo el mundo, y también en Cuenca: - La sierra. El cruce del río en Caudebec en Caux. “Le Bac”. - Las ruinas del Monasterio de Jumieges. - Junco en el agua. - La mar muy verde. Marea alta. - Lilas en el jardín. - Paisaje. - Escalera con puerta. - Fragmento del altar mayor de la catedral de Santiago. - El camino que baja al Monasterio de Toxosantas. - La Piedra del caballo. De diferentes cuadernos realizados por todo el mundo.
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FOTOS: JAIME BLASSI
Se tejió entre Zóbel, Rueda y Torner una afinidad muy particular que se avivó con los viajes a París y diversos proyectos expositivos comunes.
Zóbel creó en Cuenca un “pequeño museo moderno” El 30 de junio de 1966, en una celebración informal y amigable, con champán francés y langostinos, se abrió finalmente el Museo de Arte Abstracto Español con una pequeña parte de la colección . POR María Bolaños
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ue la determinación de preparar el futuro, sin otra sumisión que el propio deber moral, la que explica la resolución con la que unos aventureros, partidarios del error y del riesgo, desafiando la fuerza de la gravedad, decidieron una noche de junio de 1963, en una cena, acometer un proyecto que venían mimando desde unos meses antes. Todos los grandes proyectos empiezan así: asumiendo compromisos inciertos. En este caso el punto de partida era una excelente colección de arte español de la generación más joven, cuyo propietario, y principal inspirador del proyecto, era Fernando Zóbel, un pintor nacido en Filipinas y formado en Harvard —esta experiencia universitaria bostoniana le imprimió un alto sentido de la exigencia y del rigor—, que desde 1955 había viajado por Europa y España, hasta instalarse aquí definitivamente en 1961. Estaba muy bien informado sobre las tendencias del arte de los años cincuenta, era un apasionado del coleccionismo y un amante de los museos. El contacto con los artistas
Ejemplar dedicado a Sempere.
españoles va a ser determinante en su futuro. Conoce a Rueda en 1955, y enseguida a Saura, Chirino o Sempere, que regresa a España en 1960; a Torner en 1962, y a Guerrero, cuyas estancias eran cada vez más prolongadas, en 1964. Una afinidad más particular se tejió entre Zóbel, Rueda y Torner, avivada por los viajes a París, los proyectos expositivos comunes, en Biosca, Juana Mordó o Juana de Aizpuru, o la asistencia a la Bienal de Venecia, en 1960 y 1962, a la que acudieron juntos, así como a distintas exposiciones en Basilea, Múnich o en la Tate Gallery de Londres. Desde su llegada empieza su colección española, que afronta como un deber moral, consciente de la belleza y el valor artístico de una tendencia todavía reciente, la pintura abstracta, y de una generación, la de los cincuenta, en la que advierte una calidad equiparable a la del informalismo europeo o del expresionismo neoyorquino, pero que, a pesar de su buena acogida en el extranjero, no encuentra la proyección nacional que merece. A partir de 1960, y dado el imparable incre-
mento de la colección, Zóbel considera la conveniencia de encontrar una sede que permita presentar esas obras dignamente y difundirlas en un ámbito público. Descartado Madrid, en el invierno de 1962 hace varios viajes a toledo, tratando de encontrar un local adecuado. Pero no será hasta junio de 1963, en que, en una célebre cena en la que se encontraban, entre otros, Sempere y Torner, éste, que vivía en Cuenca y estaba emparentado con el alcalde de la ciudad, comenta la oportunidad que ofrece la rehabilitación de unas viejas casas medievales en la parte alta, que aún no tenían destino. Una visita a Cuenca y la disposición del Ayuntamiento a ceder el edificio despertaron su entusiasmo y el inmediato propósito de abrir en esta pequeña ciudad del interior castellano el museo de arte abstracto. Desde ese momento, los tres pintores acometen su ideal con la vehemencia y el desinterés que presidirá siempre esta rara empresa, a la que, de modo intermitente, se sumarán otros artistas, como Antonio Lorenzo. El grupo encontró en la ciudad una misteriosa afinidad con su tem-
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MUSEO DE ARTE ABSTRACTO Cuarenta años después, escribe Juan Manuel Bonet, ■ ■ La colección inaugural del Museo de Arte Abstracto Español de Cuenca sigue causando asombro. Difícil coleccionar mejor, elegir con más tino dentro del macizo de nuestra generación del Cincuenta, aquella generación a la que Zóbel se había incorporado con entusiasmo a mediados de aquella década: exactamente en 1955. Imágenes definitivas, que se nos han grabado para Donación del Museo a la F.J.M. (1981) siempre en la memoria. Para los que
Especial XXV Aniversario de la muerte de Zóbel vinimos después, Eusebio Sempere será por siempre el autor de Estanquie 2. Manolo Millares, el de Galería de la mina. El propio Zóbel, el de Ornitóptero. Gustavo Torner, el de Acero inoxidable-chatarra plateada. Gerardo Rueda, el de Verde con marco neorrenacentista. Antoni Tàpies, el de Grande Equerre. Eduardo Chillida, el de Abesti Gogora IV, en madera de chopo. Antonio Saura, el del convulso retrato imaginario de Brigitte Bardot, que antes que la sala central de la pinacoteca había presidido, de 1959 en adelante, el estudio madrileño de su futuro fundador. Manuel
H. Mompó, el de Semana Santa en Cuenca, especialmente concebido para el espacio que lo acoge. Manolo Rivera, el del espejo rojo de la Sala Negra. Luis Feito, el de Nº 460-A, Rojo sombrío. Martín Chirino, el de El viento canario, forjado en espiral. Y así sucesivamente, que tampoco es cuestión de enumerar todas y cada una de las obras presentes en el primer montaje de la colección. La capacidad de la pinacoteca conquense para definir y divulgar el canon español de su tiempo, de su generación, una generación entonces todavía en marcha,
FOTO: FERNANDO NUÑO
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radicó en esa extraordinaria calidad de todas las obras elegidas, pero también en una notable —por insólita— capacidad para articular “ingredientes” distintos entre sí. El secreto lo compartió desde el principio Zóbel con sus dos principales cómplices intelectuales, sus grandes amigos Torner y Rueda, y con algunos más, por ejemplo sus también colegas y amigos Sempere y Antonio Lorenzo, personaje este último más secreto, pero de indudable entidad intelectual, como lo revelan algunos de sus textos de aquel tiempo.
peramento artístico, una afinidad que, desde siglos atrás, venía siendo, alternativamente, descubierta y olvidada. El edificio como tal va a cumplir un papel decisivo en el carácter del museo, uno de cuyos atractivos será la convivencia, hasta entonces no muy explorada, de lo viejo, aportado por la fiso-
Jardín seco, de Zóbel es la obra más famosa del Museo si nos fijamos en las ventas de láminas y postales
Inauguración del Museo de Arte Abstracto Español (1966).
nomía rústica del caserón, y lo más nuevo, la abstracción pictórica de los cuadros expuestos. Es cierto que la idea de reunir en uno sólo dos espacios sociales tan distintos como casa y museo planteaba dificultades prácticas, que limitaban la sociabilidad del lugar, tales como la exigüidad física, la circulación de los visitantes o los problemas de infraestructura. Por eso, los esfuerzos de sus tres impulsores se centraron en inventar una armonía en la que la estructura y la morfología original no estorbasen la contemplación de las obras. No querían un edificio institucional apabullante, ni la solemnidad arquitectónica que con tanta frecuencia se asocia a la idea de “museo”, sino un espacio grave y sobrio. Se conser vó la pequeña planta con los recorridos intrincados y las angostas escaleras propias de una vivienda doméstica, se mantuvieron en buena medida las estancias originales, con sus volúmenes delimitados y sus techos bajos, y se preservaron las fuentes de luz preexistentes, combinándolas con luz artificial. El 30 de junio de 1966, en una celebración informal y amigable, con champán francés y langostinos, se abre finalmente el Museo de Arte Abstracto Español, con una pequeña parte de la colección, unas cuarenta obras, al tiempo que se edita el primer catálogo, con fotos de Fernando Nuño. En esta presentación se recorrían las diversas tendencias abstractas, entendiendo esa categoría en un sentido muy poco dogmático: cabían desde el orden constructivista más racional de Néstor Basterrechea hasta el expresionismo figurativo de Saura, pasando por personalidades líricas, como la que encarnaba el propio Zóbel, grandes coloristas como Guerrero, amantes del negro como Lucio Muñoz, cautivadores de la caligrafía como Mompó o de un materialismo radical, como era el caso de Millares o Tàpies.
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Entrevista realizada por el director del Departamento de Exposiciones de la Fundación Juan March entre mayo y junio de 2006
Fragmentos de una conversación con Gustavo Torner FOTO: FERNANDO NUÑO
Fernando Zóbel y Gustavo Torner, 1964.
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acabáis todos en esa famosa cena en casa de Fernando Zóbel, en Madrid...
... todavía me acuerdo del lugar que me tocó en la mesa... Y, sí: en plena velada, de pronto, Eusebio Sempere pregunta a Fernando: “¿Y qué hay de Toledo?” Y Fernando dice: “no, nada, nada, no hay nada que hacer...” Y yo pregunto: “¿puedo saber de qué se trata?”. Y Fernando dice: “nada, que quería comprar una casa grande y bonita en Toledo, para ir invitando allí a pintores y comprarles cuadros, y al cabo de cierto tiempo, cuando haya obra suficiente, pues... hacer un museo con la colección, pero no: no sale...” Y entonces yo me acuerdo de que en Cuenca, en la parte alta, como estaba despoblada del todo y nadie quería subir a vivir allí, se estaban vendiendo casas a unos precios absolutamente ridículos que yo acababa de comprarme, en 1962, mi estudio —que era la parte de abajo nada más, simplemente unos pies derechos para sujetar un forjado— y que me costó... 12.000 pesetas, y eran 160 metros cuadrados... Y empezaste a indigar en Cuenca...
Sí. El jefe mío en el Distrito Forestal era teniente de alcalde y de las
pocas gentes en Cuenca con cierta envergadura; no digo cosmopolita, pero sí era una persona culta. Le pregunté si quedaba alguna casa del Ayuntamiento, y me dijo que se había vendido todo, pero añadió: “están las Casas Colgadas, que estamos ahora arreglando por una cuestión de paisaje, pero sin saber muy bien qué hacer dentro, y además las ideas que dan unos y otros son cada vez peores y muy costosas, y además vendrá después el mantenerlas...”. Le conté lo del proyecto a Fernando, y me dijo: “pues muy bien, ya tenemos resuelto el problema del destino de esas casas. Dile a tu amigo que se venga”. Y yo llamo a Fernando por teléfono y le digo que el Ayuntamiento de Cuenca le ofrece, para un museo, las Casas Colgadas. Y me dijo: “y a mí... ¿qué se me ha perdido en Cuenca?”. Fernando Zóbel ya conocía Cuenca.
Sí, había estado ya algunas veces, con Saura, por ejemplo. En fin, yo no le podía convencer, pero le dije que si ese “no” no era rotundo, creía que debía venir pronto a ver las casas. Estaban haciendo obras, y pensé: “no vaya a ser que, si esto sale, luego haya que deshacerlas”; y entonces vino. El teniente de alcalde se quedó muy impresionado de que un pintor en aquella época tuviera coche y, además, chó-
fer, pero —ya en serio— se dieron cuenta de que Fernando no era un “farolero”. Se habló, y Fernando decía que para tomar una decisión tan personal tenía que reunir al consejo de familia, en fin, esas cosas que decía, luego me di cuenta, para pensarse la decisión. Después de aquel primer encuentro volvía de vez en cuando a Cuenca: me llamaba por las mañanas el día que iba a ir, a mi oficina, y comíamos juntos, en una tasca normalmente... en aquellos tiempos no había casi sitio para estar, ni restaurantes ni nada de nada... En esa primera ocasión os encontráis con el alcalde y visitáis las casas...
Visitamos “las casas”. Lo que se ve ahora cuando entras, es decir, esas paredes entre las que están el Chillida y el Sempere, entre esas paredes no había nada, salvo el tejado, es decir era un hueco techado que casi saltaba al vacío. La de la izquierda la habían restaurado en el año 1927 ó 1929, y yo la llamaba “la del Rey Arturo”, porque aquello tenía ya poco de su arquitectura original; y la de la derecha, la sala principal de hoy, estaba ruinosa, pero estaba “pura”. Es decir todo el techo ése de vigas de madera, todo eso estaba ya así: después supuso una lucha tremenda que no lo demoliesen, porque, claro, los albañiles lo que querían eran hundir aquel lío de maderas y ha-
UBICACIÓN
Al proponer Toner a Zóbel ubicar el museo en las Casas Colgadas respondió: “y a mí... ¿qué se me ha perdido en Cuenca” TORNER LO CONSIGUIÓ
“Hacemos el museo en Cuenca, porque hay con quien hablar” —dijo Zóbel refiriéndose a Gustavo Torner
cerlo nuevo, pero veíamos que eso tenía sentido dejarlo... Pero, a Fernando Zóbel, ¿le gustaron las casas, el “entorno”, el tamaño?
Yo creo que ni sí ni no; pero vimos que había... “tamaño”, valga la expresión: no tanto espacio o proporciones como más bien “tamaño”. Después, más adelante, recuerdo una vez que estábamos charlando en el Hotel Alfonso VIII, en una terraza desde la que se ve la parte alta de Cuenca, y me acuerdo perfectamente que se puso a hablar de arte chino de la época Sung, sobre el año 1200, y yo le dije, “bueno, pero si es del 1200 estará ya un poco, presumo, un poco... degenerado, porque si yo estoy bien enterado esa época es la del Yuang, sobre 1260 o por ahí, y luego me parece que viene el período Ming y todo eso...” Y Fernando se echó a reir y me dice: “esa contestación no me la dan diez personas en España”, y añade: “hacemos el museo en Cuenca, porque hay con quien hablar”. Y no tanto por el paisaje; a Fernando tampoco le gustaban tanto los paisajes, aunque su cuadro más precioso, el que está en el museo de Palma, que para mí es el mejor de Fernando, sea un paisaje que se veía desde su ventana... ¿”La vista”?
“La vista”.
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La relaciónde Zóbel con la ciudad y el apoyo institucional que ya entonces le ofreció el Ayuntamiento fue la semilla que desencadenó la inexorablemente unión desde entonces de Cuenca y la Cultura . POR Francisco Javier Pulido
Zóbel y su unión conCuenca
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a manera en que la ciudad de Cuenca se conmocionó al conocer la muerte de Fernando Zóbel, allá por el año 1982, es una muestra de la unión que se había fraguado entre el artista y nuestra ciudad. Ahora, un cuarto de siglo después, Cuenca y Zóbel, Zóbel y Cuenca siguen constituyendo un binomio indisoluble, materializado en ese emblema nuestro que es el Museo Nacional de Arte Abstracto Español. Fernando Zóbel no pensó en un primer momento en Cuenca como lugar para su proyecto, pero el destino es inexorable. Los problemas que encontró en Toledo y la mano maestra de Gustavo Torner, consiguieron que el artista nacido en Filipinas mirara hacia esta ciudad en la que en principio, “nada se le había perdido”, y que luego se convirtió en el refugio ideal para perderse. A todo ello se unió un alcalde, Don Rodrigo Lozano, que supo entender con ojos de estadista, la importancia del proyecto que Fernando Zóbel traía a nuestra capital. Esa decisión supuso situar a Cuenca como cuna del arte de vanguardia y referenciar a la ciudad de las casas colgadas como lugar de encuentro de artistas. Desde ese momento Cuenca y el arte, Cuenca y la cultura, aprendieron a caminar juntos. Ahora, cuando hace un cuarto de siglo de la muerte de Fernando Zóbel, uno de los pintores españoles más importantes del siglo XX, el mejor homenaje que la ciudad puede dedicar al artista es trabajar por mantener su belleza y por hacer de la ciudad un lugar de referencia internacional en el panorama cultural. El objetivo de convertir a Cuenca en Capital Europea de la Cultura en 2016 debe estar reflejado sin duda en alguno de los cuadros de nuestro artista, porque los artistas suelen adelantarse en el tiempo al resto de los ciudadanos. Solo es necesario buscar el cuadro en el que Zóbel dibujó el camino y seguirlo.
Ilustración de Grau Santos que apareció publicada en el número 0 de El Día de Cuenca, el 3 de julio de 1984, acompañando el reportaje que recogía el entierro de Fernando Zóbel producido un mes antes.
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Tanto le cautivó esta ciudad que quiso descansar eternamente aquí, en el Cementerio de San Isidro. POR Juan Ávila Francés
“Zóbel descubrió una Cuenca con enormes posibilidades de futuro vinculadas a la cultura”
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oinciden en afirmar todos los que tuvieron la suerte de conocerlo y de tratarlo que Fernando Zóbel fue un hombre encantador, afable y generoso como pocos. Amigo de sus amigos, vecino ejemplar, artista polifacético, coleccionista entusiasta y mecenas comprometido. También dicen esos mismos privilegiados que Zóbel se enamoró de Cuenca, nada más pisarla, respirar su aire y contemplar la belleza singular de sus Hoces que, después, tantas veces pintó y fotografió. Aseguran que quedó prendado inmediatamente de su paisaje, pero también de su paisanaje. Porque Zóbel, al contrario que muchos otros artistas, nunca se recluyó en la soledad del estudio de su preciosa casa de la Calle Pilares, con vistas al Río Júcar; por el contrario era frecuente verlo pasear por la Plaza Mayor, muchas veces acompañado de personas llegadas de fuera, y pararse a charlar con los niños del barrio, a los que les prestaba libros adquiridos en los países que visitaba, y en verano les invitaba a helados en el Kiosco de Milagros. Y todos se preguntaban de dónde había salido ese “señor” de pelo blanco, de aspecto pulcro y de modales exquisitos pero, sobre todo, de trato cercano. Fernando Zóbel nació en Manila. Se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Harvard con un estudio sobre Federico García Lorca. Viajó por medio mundo y fue uno de tantos exiliados de la Guerra Civil española. Comenzó a pintar en el año 1942 y su primera exposición la realizó en Boston. En sus cuadros siempre se evidenciaría la clara influencia de la obra del pintor Mark-Rothko. A pesar de fijar su residencia en Manila viaja a España con fre-
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Zóbel trabajando en su cuaderno de esbozos Sketchbook-Pluma y acuarela.
El presidente de la Diputación de Cuenca se pregunta qué vio ese intelectual errante en la Ciudad Levítica
cuencia donde conoce a algunos de los artistas de la vanguardia: Luis Feito, Antonio Lorenzo, Gerardo Rueda… En 1963 viene a Cuenca de la mano de su gran amigo Gustavo Torner, y con él y con Gerardo Rueda funda el Museo de Arte Abstracto Español en el emblemático edificio de las Casas Colgadas, de cuyas paredes cuelgan, desde entonces, obras de Millares, Lorenzo, Sempere y Saura, entre otros. Y cabe preguntarse, qué vio ese intelectual errante, hombre de mundo, artista de prestigio internacional en la ciudad Levítica. Pues bien, Fernando Zóbel descubrió un lugar auténtico, tocado por la varita mágica de la naturaleza que, en su reparto, fue tremendamente generosa con esta
ciudad labrada en piedra y bañada en agua. Pero, sobre todo, vislumbró una ciudad con unas enormes posibilidades de futuro, vinculadas a la Cultura, que ya por aquel entonces Zóbel consideraba una actividad rentable en términos de progreso, desarrollo y calidad de vida. Y aquella empresa cultural, la más arriesgada y valiente que nunca antes se había emprendido en Cuenca, y que tuvo como principales promotores a Fernando Zóbel y Gustavo Torner pudo llevarse finalmente a buen término gracias a la complicidad de D. Rodrigo Lozano de la Fuente, alcalde por aquel entonces. Años después la Fundación Juan March asumiría la gestión de la Colección de Zóbel que acabaría convirtiéndo-
se en el Museo de Arte Abstracto Español, todo un referente de la vanguardia artística española. En 2004 sería otro alcalde, José Manuel Martínez Cenzano, quien proyectaría la ampliación del Museo con el fin de afianzar su arraigo en la ciudad y para darle una mayor proyección internacional, ampliando su capacidad expositiva y dando cabida a nuevas colecciones. Sería muy deseable que ese ambicioso proyecto que tanto le habría gustado a Zóbel pudiera ver pronto la luz. Creo sinceramente que sería el mejor homenaje que la ciudad podría brindarle a uno de sus hijos adoptivos más queridos, ya que constituiría un explícito reconocimiento de gratitud y nos permitiría darle continuidad a su legado, a la forma en la que orientó su afición por el arte y el coleccionismo, a los que puso a producir al servicio de la generación de riqueza y de la solidaridad. El dos de junio se cumple el XXV Aniversario del fallecimiento de Fernando Zóbel. A pesar de que la muerte le sobrevino en Roma, él quiso descansar para siempre en nuestra ciudad, más concretamente en el cementerio de San Isidro, que hace unos pocos días celebraba un año más su fiesta anual en la que se rinden honores a su Patrón, con la celebración de unas vísperas religiosas, los tradicionales cantos de los mayos y una cena de hermandad en la que los vecinos del barrio encienden hogueras donde asan patatas y otros manjares que compartirán con todos los que se sumen a la celebración. Allí mismo la tumba de Zóbel se asoma sobre uno de los miradores privilegiados del campo santo, rodeado de naturaleza en estado puro y de algunas de las piedras pintadas al más genuino y auténtico estilo Naif de su vecina más querida, la buena de Antonia Soria.
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12 Especial XXV Aniversario de la muerte de Zóbel
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José María Barreda asegura que “el gran pintor encontró en la ciudad patrimonial un marco perfecto para estimular su creatividad”.
El arte de Zóbel perdura como un legado universal
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l encuentro de Fernando Zóbel con Cuenca es la convergencia del talento con la belleza. El gran pintor encuentra en la ciudad patrimonial un marco perfecto que sirve de estímulo a su creatividad. La relación de reciprocidad entre Zóbel y Cuenca ha producido una simbiosis entre el artista y el espacio que a día de hoy se nos muestra como una realidad indivisible. Conmemorar el XXV aniversario de la muerte de Zóbel es equivalente a celebrar la perpetuidad de su arte, nacido de la corriente abstracta de los años sesenta, pero destinado a perdurar como un legado universal. Contemplar sus pinturas hoy impacta y despierta la sensibilidad con la misma sacudida intensa que en el momento mismo en que fueron compuestas, porque poseen los rasgos, aparentemente contradictorios, que tienen las
obras que trascienden la circunstancia, que se resisten a las clasificaciones rígidas. Esa es la razón por la que se muestran hoy con una modernidad indudable y por la que, con el transcurso del tiempo, conservarán su vigencia y su valía. Una primera apariencia de improvisación deja entrever, en una contemplación más reposada, una pintura madurada largamente, en que la sencillez se alcanza solo tras un exhaustivo proceso de depuración formal. La atención al detalle, supuestamente mimética, es, en realidad, una concreción pictórica de la esencia conservada en la memoria. Lo que, en principio, parece decididamente abstracto, muestra, en ocasiones, temas figurativos. Esta oscilación creativa, personalísima, inconfundible, se ajusta a un devenir vital en que el viaje fue una constante. El ir y venir de Zóbel por todo el mun-
Para el presidente de Castilla-La Mancha, José María Barreda, el encuentro de Zóbel con Cuenca fue la conversión del talento con la belleza
do constituye su proceso de búsqueda de un lenguaje pictórico que alcanzó en el propio transcurso viajero. Sin embargo, podemos hablar de un retorno, de una escala definitiva, en su vida y en su obra, la que supuso Cuenca, presentada a sus ojos por Gustavo Torner, gran amigo y también gran artista conquense, con quien abordó el proyecto del Museo de Arte Abstracto que hoy albergan las Casas Colgadas, un museo “no histórico, sino para amar el arte”, como puntualiza el propio Torner. Celebramos, pues, menos el aniversario de una muerte que la vida inmortal de un artista, que hizo una profesión de amor a nuestra tierra, por medio de una obra inmortal, ligada a una Región transparente, Castilla-La Mancha, y a una ciudad eterna, Cuenca. José María Barreda Fontes Presidente de Castilla-La Mancha.
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El coordinador de las páginas culturales de El Día se refiere al Museo Español de Arte Abstracto como “el mejor emblema que nunca haya tenido Cuenca para proclamarse ciudad para y por la cultura”. POR José Ángel García
Aquél, este museo
C
anogar, Chillida, Chirino, Feito, Guerrero, Guinovart, Millares, Mompó, Muñoz, Palazuelo, Rivera, Rueda, Saura, Sempere, Tàpies, Torner… y el propio Zóbel en estos días más presente que nunca al alimón sus cuadros con el vital yo mismo de sus cuadernos de apuntes —viajar, dibujar, pintar— en esa muestra temporal convertida en plural, ramificado testimonio de una forma, la suya, de mirar, de vivir, de ser… A punto del cuarto de siglo del fallecimiento del artista que justo hoy se cumple, volvía yo estos días atrás a visitar el museo de las Casas Colgadas para aprovecharme, una vez más, del impagable don de su regalo. Y en tanto que tornaba a gozar la sabia alianza de paisaje, arquitectura y arte que lo conforma, no pude por menos de rememorar aquella feliz jornada, no personalmente vivida (al contrario de la de la inauguración, años después, de su ampliación, en la que sí tuve la suerte de estar presente) pero que en tantas ocasiones oí recordar a sus protagonistas y testigos; aquella jornada en la que las puertas del remozado inmueble se abrieron por primera vez para que cuantos quisieran pudieran disfrutar de la hasta ese momento colección privada de su recopilador; esa colección nacida del propio gusto personal, pero también del buen, espléndido ojo crítico —me atrevo a decir que fue la única persona que creyó del todo desde el principio en el arte de esa generación de artistas españoles diría andando el tiempo su amigo Gustavo Torner, incitador de su asentamiento en Cuenca y directo colaborador en la aventura— de quien tan generosamente había querido ponerla a disposición de todos. Sí. Al tiempo que una vez más recorría sus salas deleitándome con la varia oferta de su contenido, evoqué aquel día, aquel 1 de julio de 1966, en el que aquel museo que el director del mismísimo MOMA neoyorquino, Alfred H. Barr, iba a calificar en su visita al año siguiente a la ciudad como “el pequeño museo más bello del mundo”, venía a poner feliz final con su apertura al hasta casi rocambolesco proceso en el que la intención de su fundador de poner a disposición pública su colección privada, su amistad con Torner nacida cinco años antes en la Bienal de Venecia, y la complicidad e inteligencia de quienes en aquellos momentos regían los destinos municipales —Rodrigo Lozano, Fernando Nicolás Isasa— se habían aliado, en feliz combi-
nación de deseos, circunstancias y decisión, para terminar desembocando, visitas y conversaciones, tiempo, dudas y porqués por medio, en la ubicación en Cuenca de una oferta que hasta que veinte años después echara a andar el Reina Sofía, iba a conformarse como única y solitaria, al ser el museo casi el único lugar de España en el que de forma permanente podía el aficionado tener a mano, al alcance del ojo, un abanico lo suficientemente representativo de la moderna pintura del país. Aquel día en el que Cuenca comenzó a aprovecharse, afortunada, del mejor emblema, del más óptimo cartel que nunca haya tenido para jugar ésa su tantas veces proclamada apuesta – aunque no tan aprovechada, por cierto, cual se debiera - de ciudad de y para la cultura, para la que tan repetidamente se ha postulado y postula. Porque hasta la declaración de Patrimonio de la Humanidad otorgada por la UNESCO al casco histórico, y sin menospreciar ninguna otra de las realidades que a lo largo del tiempo han venido desarrollándose o naciendo en ella – la Semana de Música Religiosa en primer lugar, desde luego, pero también tantas otras, perfectamente ejemplificadas en la última y más reciente etapa, valgan los casos, en la Fundación Antonio Pérez, el Espacio Torner o la Fundación Antonio Saura – la Colección de Arte Abstracto fue y ha sido, sin duda alguna (aparte de impagable ofrenda de belleza) la más óptima proclama, el más barato y efectivo spot, el mejor banderín de enganche que la ciudad hubiera podido soñar nunca para su promoción nacional e internacional. Y por ello, por todo ello, por aquél, por este museo, por lo que trajo y continúa trayendo a la ciudad, Cuenca debe rendir, hoy y siempre, cada día, sin espacio alguno para el olvido, especial homenaje de agradecimiento a quien tan espléndido presente le entregara, y seguir, continuar, cual él sin duda hubiera querido, aprovechándose de él, que es algo que a quien esto firma le da la impresión que no hace tanto cual podría. Verbigracia y hablando de promoción y de utilización de tan espléndida baza: ¿alguien está teniendo en cuenta cara a la planificación de nuestra oferta para ser capital cultural europea en 2016 —si es que se sigue adelante en tan a mi entender en la actualidad mortecino proyecto— que en ese año, en ese año justo, el museo zobeliano cumplirá su medio siglo de vida? Digo yo que lo mismo podría aprovecharse el hecho, ¿no?
Entrada al Museo Nacional de Arte Abstracto Español ubicado en las Casas Colgadas de Cuenca.
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La obra Brigitte Bardot, de Saura, presidió el salón del estudio madrileño de Fernando Zóbel hasta 1959 fecha en la que se trasladó a la sala central de la pinacoteca de las Casas Colgadas. POR El Día
Fundación Antonio Saura y Museo Abstracto, el sueño de dos visionarios
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a Fundación Antonio Saura abrió sus puertas el 22 de febrero de 2008 con la intención de convertirse, como su propio creador quiso, en un centro de arte dedicado no sólo a la exposición de una selección de obras de artista, sino al fomento de otras iniciativas plásticas contemporáneas. Se unían así en nombre de la cultura y del arte en nuestra ciudad Antonio Saura (en su Fundación) y Fernando Zóbel (en su Museo) con la idea común de fomentar las iniciativas plásticas contemporáneas. Desde la infancia, Antonio Saura estuvo ligado a Cuenca, aunque no sería hasta finales de los años 50, aquellos en los que el Grupo El Paso irrumpía en el panorama artístico español, cuando Zóbel y Saura se conocieran. Saura siempre estuvo presente, desde el principio, en aquella
pequeña colección de pintura española iniciada por Zóbel para su “Proyecto Toledo”, aquel que finalmente acabaría convirtiéndose en el Museo Nacional de Arte Abstracto Español de Cuenca. Antonio Lorenzo relataba en “La escala perfecta” como en un piso que Fernando tenía en la calle Velázquez 76 ó 78, hubo una reunión con el Grupo El Paso. “Debió de ser hacia el año 58, y yo estaba en la habitación contigua haciendo un trabajo con Gerardo Rueda, oía las voces de los reunidos. ¿Por qué vericuetos extraños tuvo que realizarse esa reunión en casa de Fernando? En ese momento él no estaba en España, pero creo que ya había comprado el cuadro de Saura, Brigitte Bardot que figura en el Museo de Cuenca”. Precisamente ese cuadro, el del “convulso retrato imaginario” de Brigitte Bardot, como lo define Juan Manuel Bonet, presidió el
F.A.S.
estudio madrileño de Zóbel hasta 1959, fecha en la que se trasladaría para siempre a la sala central de la pinacoteca de las Casas
La Casa Zavala fue el edificio elegido por Saura para ubicar su Fundación
Fundación Antonio Saura.
Colgadas. Más tarde llegarían allí otras obras emblemáticas de Saura, como su Geraldine Chaplin. Hoy, la Fundación Antonio Saura, el sueño cumplido de su creador diez años después de su muerte, continúa manteniendo el espíritu que el artista cultivó durante su vida y engrandeciendo la cultura de Cuenca en la Casa Zavala, el edificio munipal que él mismo eligió.
F
ue un sábado de los que ya empieza a hacer calor cuando los medios informativos locales y nacionales comenzaron a dar una noticia que conmocionó a Cuenca: el ilustre pintor y mecenas Fernando Zóbel acababa de fallecer en Roma durante un viaje de descanso. Ha pasado un cuarto de siglo y los medios de comunicación de entonces no contaban con la inmediatez actual por lo que las primeras noticias no apuntaron la causa de su muerte, aunque poco a poco se empezó a especular con que había sido un fallo cardiaco el que le había acabado con su vida. Una de las primeras personas en enterarse en Cuenca de tan triste desenlace fue el entonces alcalde, José Ignacio Navarrete que, avisado de la imprevista muerte por el artista conquense Gustavo Torner, comenzó inmediatamente a organizar los preparativos del sepelio, cuyas directrices había dejado plasmadas en su testamento el propio Zóbel. “Un acto sobrio y sencillo”, dejó escrito el artista, por ello se desistió de la idea de instalar una capilla ardiente en el Museo de Arte Abstracto o en el propio Ayuntamiento. El Día de Cuenca, en su número 0 aparecido el 3 de julio de 1984 recogía en un reportaje a doble página las palabras del alcalde Navarrete explicando cómo se desarrollaron los preparativos relacionados con el sepelio de Zóbel. “Nos pusimos en contacto —decía el alcalde— con una fábrica de mármoles, donde adquirimos la piedra que sería la losa de la tumba. Conseguimos, después de muchas pruebas, un tono rosáceo de mármol y granito que se asemejara al color de nuestras hoces, siempre guiados por el consejo de Gustavo Torner que nos acompañó en estas gestiones”. El grabado de las letras en la piedra presentó dificultades debido a la dureza del material y la realización, puesto que debían ser hechas a mano. Al final, se consiguieron unas letras venecianas del siglo XV con las que se escribió: “Fernando Zóbel de Ayala, pintor, 30 de agosto de 1924 - 2 de junio de 1984”. La losa, algo superior en peso a los dos mil kilogramos, mide más de dos metros de largo por uno de ancho.
De Roma a Cuenca
L
os trámites legales para el transporte del cadáver a nuestra ciudad se llevaron a cabo con rapidez. “Iniciamos —explicaba Navarrete— el contacto con la Embajada de España en Roma, con el cónsul general, pero ese lunes coincidía con día festivo en la capital italiana, lo que, unido a la autopsia que debían realizar, demoró algunas horas las actividades burocráticas. Por otra parte, las medidas de seguridad en la aduana retrasaron la llegada de los restos mortales del insigne hijo adoptivo de nuestra ciudad, al tener que retener durante veinticuatro horas el cuerpo sin vida de Fernando Zóbel y evitar posibles intentos de introducir droga o bombas en el interior del ataúd. En el vuelo de Alitalia 633, con llegada a Madrid alrededor de las doce y media del día 6, se transportaba el féretro con los restos mortales de Zóbel; seguidamente, en un coche especial, se trasladaría a nuestra ciudad, donde llegaría a primeras horas de la tarde. El martes se cursaron las correspondientes invitaciones, a través del Ayuntamiento, que fueron entregadas en mano por un mensajero a los presidentes del Gobierno, Congreso, Senado, Consejo Regional, parlamentarios nacionales y regionales, autoridades locales y al Rey. Sin embargo, Su Majestad salía de viaje hacia Estados Unidos y al no poder acudir envió a un miembro de su Casa Militar, concretamente a un pariente del propio Fernando Zóbel. Felipe González delegó en el vicepresidente Guerra y con él acudieron Javier Solana y el consejero de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha en el que delegó José Bono su representación. El miércoles, minutos antes del entierro, hubo una reunión de la Comisión Municipal Permanente, y luego, un Pleno extraordinario en el que se concedió por unanimidad a Fernando Zóbel la Medalla de Oro de la Ciudad a título póstumo. Posteriormente, en los arcos del ayuntamiento, el féretro fue abrazado por la bandera de Cuenca, en la que iba prendida dicha Medalla de Oro de la ciudad. A continuación, el cuerpo sin vida del artista fue introducido en la catedral a hombros de empleados del Museo de Arte Abstracto, donde fue oficiada por el sacerdote Federico Sopeña, ex director del Museo del Prado, una sencilla misa que contó con el acompañamiento musical de un violoncello y una flauta y en la que se dedicó al fallecido un cariñoso recuerdo. Tras la misa funeral, alumnos y profesores del Instituto Fernando Zóbel, portaron a hombros por las calles de la ciudad los restos mortales de Zóbel, seguidos por flores y coronas y una extensa comitiva hasta el cementerio de San Isidro, donde el cuerpo fue inhumado, justo al lado del lugar donde descansaba ya el poeta Federico Muelas. Además de las cuatro o cinco mil personas que asistieron al sepelio, numerosos conquenses siguen visitando su tumba. No se instaló capilla ardiente por expreso deseo del fallecido. “Su muerte —dijo José Ignacio Navarrete— supuso una enorme pérdida para la ciudad. Teníamos un artista, un hijo adoptivo, un enamorado de Cuenca, un trabajador infatigable por Cuenca y por el arte y un magnífico embajador de nuestra tierra en todo el mundo. Siempre iba con la palabra Cuenca por delante, hablando de sus encantos y de su entorno”.