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Rogelio
Diego hizo una señal a su compañero, esta vez sí se dirigió hacia el lugar en el que lo esperaban, Águila, el Niño de Utrera, Miguelito de Antequera y su primo Manuel.
¿Cómo se llama usted, le preguntó Jabalí, con intención de llamarlo por su nombre.
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Mi nombre es Sinforiano y, como acabo de decirles: voy a acercarme a avisar al prior.
No te muevas, Sinforiano: eres muy buen observador, pero a veces, ser tan avispado, puede traernos malas consecuencias, así que, espero que no te pases de listo, ahora regresa mi compañero con el resto de la cuadrilla, porque, por si no lo sabes, somos la partía de Diego Corriente. Pero no temas que no vamos a hacerte nada, nosotros no atacamos a los que, como muy bien has dicho, son de nuestra ralea, claro que lo has dicho de una forma…, que parece como si fuera un pecado ser pobre.
En aquel instante, Sinforiano, supo que no se había equivocado en sus suposiciones. Hizo intención de dirigirse a la parte principal del edificio, pero la boca del trabuco naranjera de Jabalí apuntando a su pecho le disuadió de sus intenciones de irse de la lengua. No merece la pena morir por alguien que te paga una miseria tan grande, que, ni para criar a tus hijos si los tienes, es suficiente, ponte de cara al tronco de la encina esa, que voy a cachearte, no sea que tengas malos pensamientos y pueda ser tu perdición.
Ruidos de pasos y de cascos amortiguados por los trozos de manta atados a los cascos de los animales para amortiguar el ruido y alertar a los del interior de Monesterio, se hicieron presentes, ante los ojos del ahora amedrentado Sinforiano. Llévanos al lugar en el que se celebra la fiesta, estamos hambrientos y no queremos quedarnos a dos velas, por cierto, Sinforiano, supongo que estás casado. El hombre hizo un gesto afirmativo con la cabeza, no deseaba hablar más de la cuenta. No te preocupes, hombre, no vamos a hacerte nada si te portas como debe de portarse un hombre que sabe apreciar a las gentes de bien, no como los que están cenando ahí dentro gracias al sudor de los pobres obreros que tienen en sus fincas.
El grupo dirigido por Sinforiano se dirigió hacia la puerta principal del monasterio entrando por la puerta maciza de roble de buen tamaño. Una vez en el interior torcieron a la izquierda y se internaron por un corredor jalonado de ventanas que daban al interior del monasterio. Unos veinte metros habían recorrido, cuando llegaron a una puerta abierta de par en par, por lo que se podía ver lo que ocurría en su interior. A pesar del fresco que hacía en el exterior; en aquel local el calor, debido a lo concurrido del mismo y la gran chimenea encendida la temperatura era sumamente agradable.
Buenas noches, señores, que les aproveche la cena. No tendrán inconveniente en que les acompañen un grupo de amigos cazadores, aunque no como ustedes: nosotros también solemos cazar, ¿verdad amigos? dijo Diego sonriendo mientras sus ojos recorrían el grupo de cazadores que, en número de unos veinte, lo miraban con gesto sorprendido a la vez que de cólera por la interrupción del buen rato que...
CONTINUARÁ