Especial AF VIda | Cultura
Cuentos de
terror muy mexicanos...
¿Te atreves?
Dirección: Esaú López Dirección gráfica: Oscar R. Pacheco Editora: Norma Dávila Ilustraciones: Agencias y Cortesía Staff: Diego Hernández, Ehecatl Valdivia
Para muchos las historias de misterio y terror, son tan sólo ‘cuentos’, relatos ficticios, sin embargo hay quienes mantienen su distancia y muestran respeto ante sucesos inexplicables. Edición Noviembre Mayo | #
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La llorona Leyendas mexicanas | Mario Rodríguez Ilustración| Anima Estudios
Cuando en la catedral se daba el toque de queda, todos los habitantes de la ciudad de México se encerraban a piedra y lodo. Dicen que hasta los soldados, que habían mostrado su valentía en la conquista de México, al llegar esa hora, mejor se quedaban en sus casas; los corazones se sobresaltaban al oír un gemido terrible, que penetraba hasta los huesos. La cuidad vivía aterrorizada. “¡La Llorona!”, clamaba la gente, y del susto apenas podía rezar una oración; y con la mano los vecinos hacían la señal de la cruz. ¿Quién podría ser el valiente que se atreviera a salir al escuchar ese terrible llanto? Se decía que esto era cosa de ultratumba, pues si se tratará de gritos humanos no se escucharían tan lejos, y sin embargo, estos lamentos se oían por toda la ciudad. Hubo algunos que, envalentonados por el vino, decían salir a su encuentro, hallando la muerte, otros quedaron locos de la impresión y los menos, no volvieron a intentar esta aventura preferían quedarse en sus casas. Noviembre
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La llorona era una mujer que flotaba en el aire, iba vestida de blanco y tenía cubierta su huesuda cara. Cruzaba la ciudad lentamente; dicen quienes la vieron que alzaba los brazos y emitía aquel gemido angustioso que asustaba a todos. ¡Ay, ay mis hijos, qué será de mis hijos! Cuando llegaba a la plaza mayor, allí se hincaba, besaba el suelo y se ponía a llorar con mucha desesperación, y con un largo ¡Ay, ay!.... De pronto desaparecía, como si se escondiera entre las nubes. Esto pasaba todas las noches en la ciudad de México. Muchas son las versiones referentes a ella. Unos decían que la mujer había fallecido, lejos de su esposo a quien amaba profundamente. Otros afirmaban que la mujer nunca pudo casarse pues la sorprendió la muerte, antes de que dieran su mano y que el caballero se encontraba perdido en vicios que perturbaban su alma. Al decir de otras personas, se creía que la mujer era viuda y que se lamentaba porque Noviembre
Especial AF sus hijos huérfanos, estaban angustiados y no tenían a alguien que los ayudara. También se decía que esa mujer era una pobre madre a quien habían asesinado a sus hijos, y que salía de la tumba para llorarles. Había quienes sostenían que había sido una esposa infiel y como no hallaba paz, venía del mundo de los muertos con el fin de alcanzar el perdón, por sus faltas. Además se decía que la mujer había sido asesinada por su marido celoso, y que la famosa llorona era la célebre “doña Marina”, conocida también como La Malinche, que vivió sin casarse con Hernán Cortés, y que venía, con el permiso del cielo, a llenar el aire de lamentaciones, en señal de arrepentimiento por haber traicionado a su pueblo, al estar del lado de los conquistadores españoles que cometieron tantas atrocidades. En las noches de luna se veía su silueta, por las poblaciones circunvecinas y asustaba al ganado; se le vio de rodillas al pié de las cruces, salía con gran misterio de cuevas, donde habitaban salvajes Noviembre
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fieras, emitiendo siempre su lamento: _¡Ay, ay de mis hijos, qué será de mis hijos! Esta leyenda de la Llorona es muy antigua, pues también se comentaba que se trataba de mujeres que morían en el parto, solían venir en una fecha determinada, convirtiéndose en fantasmas para asustar en los caminos a quienes transitaban por ellos. También había opiniones de los españoles que afirmaban que salía una mujer del lago que angustiada decía: _¡Ay, hijos míos, ha llegado la hora de su destrucción! Todavía en los primeros años del siglo XVII se escuchaban los gritos de la Llorona; de pronto y misteriosamente desaparecieron para siempre y desde entonces, ya pudieron dormir tranquilos los habitantes de la Ciudad de México.
FIN
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Los muertos tam Leyendas de fantasmas | Héctor López Ilustración| Anima Estudios
Era un domingo de mucho calor. Yo me levanté temprano porque ya no soportaba estar acostado un minuto más. Generalmente, para mí los domingos son para dedicárselos a mi familia, así que no salgo a ruletear, pero esa mañana en particular discutí con mi esposa, ya que a últimas fechas no va bien mi matrimonio, y entramos en una de esas discusiones que seguido sucedían. Muy molesto y sin desayunar me salí, tomé el taxi y arranqué. Al cabo de un par de vueltas, me detuve, agobiado por el hambre, en un puestecito de tamales. Pedí una torta y comencé a comer, cuando de pronto una anciana con un aspecto muy amable y cordial se me acercó y me dijo: - Perdone, joven... ¿podría usted llevarme a la iglesia de San Hipólito? Me miró con mucha familiaridad. No sé explicar lo que sentí, pero no pude negarme. Noviembre
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mbién viajan
Tal vez si no hubiese sentido “eso” tan raro, le hubiera dicho que estaba comiendo y que se buscara otro taxi. - Sí, señora... súbase - dije yo, dando una gran mordida a mi torta de tamal. Avanzamos por entre las avenidas, por ser domingo y temprano, estaban casi vacías. La señora no decía nada; sólo se limitaba a sonreírme a través del espejo retrovisor. - Y qué -- pregunté yo --. ¿Va a misa? - Así es - me dijo -- Tengo una manda que cumplir. No cruzamos una sola palabra más durante el viaje, que fue breve, hasta que llegamos a Noviembre
Especial AF la mencionada iglesia, frente a la Alameda Central. Entonces ella me preguntó: --¿Cuánto le debo, joven? -Veinticinco pesos, nada más, seño. - No sea malito, ¿me espera a que salga, para llevarme a mi casa? - Bueno... ándele, pues. No sé aún por qué acepté esperarla afuera de la iglesia todo el tiempo que duró la misa. En otras circunstancias me habría ido, pero no pude negarme, a pesar de que, en esa zona, está prohibido estacionarse. Asombrosamente, ninguna grúa o patrulla me molestó durante ese tiempo. Encendí la radio y esperé. Al cabo de unos cuarenta minutos, salió la mujer. Se santiguó una vez más frente a la puerta de la iglesia y abordó mi taxi de nuevo. - Ahora sí, joven, lléveme a Iztapalapa. Encendí el auto y de nuevo avancé por entre las calles de la ciudad. Tampoco hablamos mucho Noviembre
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durante el trayecto; sólo algunas cosas triviales. Llegamos rápidamente al rumbo que me indicó la señora y nos detuvimos frente a una modesta casa, color azul. - Aquí es. Espéreme tantito, voy a entrar por el dinero. La mujer bajó del taxi y abrió la puerta de esa casa, se metió y yo me quedé ahí afuera, esperándola pacientemente. Pasaron quince minutos y no salía. Seguí esperando. Cuando iba a ser casi media hora de esperarla, decidí bajarme del taxi y tocar la puerta, pues el taxímetro había marcado una enorme cantidad que no podía dejar de cobrar, por muy agradable que fuera la mujer. Presioné el timbre y enseguida escuché unos pasos que se acercaban a la puerta. Un hombre de unos cuarenta años salió a mi encuentro. - ¿Dígame? - Este... es que estoy esperando a la señora que traje... -¿Perdón? - Sí. Una señora me pidió que Noviembre
Especial AF la llevara a la iglesia de San Judas y que la traje aquí después. Ya tiene un buen rato que entró por el dinero y no sale. El hombre sonrío tristemente y entró de nuevo a la casa. - Espere aquí por favor. Yo aún no comprendía qué pasaba, sólo quería cobrar mi viaje e irme. El hombre salío de nuevo con una fotografía en las manos. Al instante me la mostró. - ¿Es está la mujer que trajo? Reconocí a la amable señora en la fotografía. - Sí, es ella. - Pues es mi madre. Ella murió hace tres años Un escalofrío recorrió mi espalda en ese instante, pero traté de pensar fugazmente que no era posible que lo que este hombre decía era verdad. Pensé que se trataba de una broma. El hombre me contó que su madre había estado muy enferma. Ella era devota del santo san Judas Tadeo, y cada domingo iba a visitarlo a su iglesia.
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- Cuando yo era niño - dijo el hombre -, estuve a punto de morir en un accidente muy fuerte que sufrí. Pasé meses en el hospital y médicos no le daban esperanzas a mi madre. Ella rezaba por mí y prometió que si me salvaba, iría fielmente todos los domingos a la iglesia. Me recuperé del accidente y mi madre cumplió su promesa. Cada domingo, pasara lo que pasara, mi madre iba a la iglesia de San Judas. Y ya ve, aún después de muerta sigue asistiendo. Usted no es el primero al que le pasa esto. El hombre sacó su cartera y pagó la cantidad que indicaba el taxímetro. Yo me despedí y partí de ahí sin saber qué pensar. ¿Cómo era posible que una mujer muerta abordara un taxi? ¿Los muertos también viajan? ¿Están entre nosotros? Tal vez nunca lo entenderé, pero lo cierto es que esto nadie me lo contó, yo lo viví en persona. Esta historia pasa a engrosar la cantidad de leyendas urbanas que se cuentan cada día. Es una historia más de fantasmas, que sobresaltan nuestros sentidos y confunden nuestro entendimiento. Mi buen amigo aún no puede creer lo que le sucedió. Sin embargo, recuerda claramente la agradable sensación que experimento en ese momento, al hablar con la señora; una sensación que lo motivó a manejar llevarla y esperarla, aunque ella le haya metido un poquito. Después de todo, era sólo una mujer.
FIN Noviembre
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El esposo que regresó del más allá a pedir perdón Leyendas y misterios de los pueblos de Colima Recopilación de Víctor Chi / Franca Ivette Macías Ilustración| Agencias
Doña Abundia Cázares Soto, hermosa abuelita de 109 primaveras, una tarde platicando a la puerta de su casa en el municipio de Coquimatlán, mientras el viejo tren carguero mugía en las vías metálicas con su eterno peregrinar, nos contó esta fascinante pero también enigmática historia. Yo me case como se acostumbraba antes: bien chiquita. A eso de los trece años ya tenía yo marido. Recuerdo que el santo padre Matellito me casó Noviembre
en contra de su voluntad porque decía que me veía muy chiquita, pero aún así me casó… Bien me acuerdo que mi esposo –de nombre Guadalupe- no sé si porque me veía chamaquita o porque no le daba todo lo que él esperaba de mí como mujer o tal vez porque él de por sí era mujeriego y canijo ¡qué sé yo!, siempre se iba y me dejaba ahí, encerrada en la casa… Días enteros se marchaba y siempre regresaba bien
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borracho y lleno de marcas de pintalabios y demás cosas. ¡A deshoras llegaba! Y por más que yo le pedía a los santos que me lo apaciguaran: el siempre fue igual, ¡de veras! Nomás puro chille y chille se la pasaba la mocosita en su catre esperando al marido a ver a qué horas llegaba… Eso sí, Guadalupe nunca me maltrató o me golpeó, pero si me hizo pasar ratos bien desagradables porque era tan parrandero y tan enamorado ¡Vieran qué volado y mujeriego era! Yo veía que eso hacía y cómo se portaba. Le sabía sus moviditas por chismes de las vecinas, pero como estaba yo tan chiquilla, pos qué podía hacer. ¡Con trabajo me sabía lavar los calzones!... Debido a sus parrandas y sus amoríos, mi marido llegaba siempre ya muy en la noche a la casa: entraba en silencito, a veces ni un lazo me echaba, sólo se quitaba su pistola y su carrillera, sus botas, su camisa y se acostaba en su catre. Él tenía su cama aparte; yo también tenía mi cama y por eso él se acostaba calladito en lo suyo Noviembre
Especial AF y no decía ni pío; yo tampoco le decía nada, nada, nada…
- No tengas miedo, Abundia… Vengo a pedirte perdón.
Ni siquiera peleaba yo con él, nunca me gustó pelear y como él veía que no le hacía mala cara, pues jamás me peleó ni me maltrató por esa situación…
-¿Pero de qué quieres que te perdone, hombre?
Así viví por muchos años, hasta que un día le llegó la “de malas” y Guadalupe tuvo que partir… me dejó solita en un mar de llanto… -Al fin descansará de verdadpensé… Pero qué me iba yo a imaginar que la vida y nuestro señor tienen caminos inexplicables. Pues a los pocos días de fallecido, mi esposo vino del más allá a pedirme perdón ¡Así como lo oyen!... A mi marido lo mandaron de allá arriba a pedirme perdón… Recuerdo que ese día era ya bien de noche, todo estaba en penumbras, cuando de pronto, sentí que alguien se me sentaba en el catre… ¡Abrí! Los ojos sobresaltada!... ¡y entonces lo vi!... El ánima de mi esposo Guadalupe me miró fijamente, como con tristeza y me dijo: Noviembre
- ¡Por todas las cosas que te hice, por el llanto que por mí derramaste y por las muchas veces que te fui infiel! Yo no sé si por miedo o porque no sé qué, sólo atiné a decirle: - Que te perdone Dios, de mi parte, no tengo nada que perdonarte. En ese momento el ánima de mi esposo, así como vino, se fue desapareciendo, escabulléndose entre la oscuridad… ¡No pos’ ya no pude dormir a gusto, nomás rezaba y rezaba, con la cabeza tapada con la cobija para que pronto amaneciera y ya no estuviera oscuro… Pero ahí no paró la cosa porque a las dos noches siguientes, apenas pequé los ojos ¡de nuevo lo vi parado junto a mi cama!... ¡Así como se los cuento! ¡Mi marido vino dos veces!, pues a decir de él, lo mandó Dios de nuevo, quien le dijo: -“Anda y pídele a tu señora perdón hoy, porque ella no te decía
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nunca nada pero también sufría con tu proceder, aunque siempre estuviera callada. Si ella no te perdona, no podrás descansar en paz jamás”… Por eso él vino de nuevo y me pidió perdón otra vez… Yo le dije lo mismo:
-¡Que te perdone Dios… que de mi parte estás perdonado!... ¡Y santo remedio! ¡Mi esposo Guadalupe jamás regresó!... Yo creo que desde ese entonces descansa en paz, porque ya no vino ninguna otra vez… Desde ese día ¡Yo también descansé más tranquila!
FIN
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El diablo en la Hacienda de San Antonio Leyendas y misterios de los pueblos de Colima Recopilación de Víctor Chi / Franca Ivette Macías Ilustración| Cariman
Don Aurelio, Huello, Olivo Solorio, comalteco de corazón, nos relata esta siguiente historia que sucedió allá por los rumbos de la “Hacienda de San Antonio”, en donde en aquellos tiempos, trabajaba muchísima gente cortando café. Según don Huellito, no hay otra hacienda en el Estado de Colima, antes y ahora, que haya tenido sembrado tanto café como esa. La cosa es que en la hacienda había un muchacho de nombre Pedro que vivía con su mamá; el papá se les había muerto, por lo que estaban solitos. Ellos tenían su casita en el lindero con San José Noviembre
del Carmen, Jalisco, lugar de donde también venía mucha gente a trabajar a la hacienda, de ahí mero era este muchacho. Pero, una noche de luna llena, que como ustedes saben aluza toda la noche haciendo parecer la madrugada en amanecer, la cuestión fue que después de cenar, la mamá le dijo al joven Pedro: - ¡Ándale, vente, vamos a rezar el rosario!... - Después de esto, se fueron los dos a dormir… Pues resulta entonces que este muchacho no se fijó bien en la cuestión de la luna llena y en la madrugada, al levantarse a echar
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“agua”, vio todo bien claro y dijo: - ¡Ah! Ya se me amaneció, se me va a hacer tarde para entrar a la chamba. Como ya sabía de qué manera se las gastaban los patrones y los capataces de la hacienda, el muchachito se apuró y dando saltos y carreras se puso su camisa y su sombrero y ¡que da un brinco pa’ bajo!... La mamá, al escuchar el ajetreo se despertó, pues ya ven que uno cuando ya está grande tiene el sueño livianito. La madre le dice: -¿Qué estás haciendo hijo? -Ya se me hizo re’ tarde amá, ya se me amaneció ¡y hoy tengo que darle maíz a los caballos, ver la milpa y cortar café!... -¿No, hijo! Aún es temprano. Será cuando mucho media noche… - No, mamá –insistió el muchacho- ya se me amaneció. ¡Debo irme! Pero como los gallos no se escuchaban que cantaran, su mamá insistió: Noviembre
Especial AF _De todos modos hijo, no te vayas, es todavía noche: ¡no seas terco! Pues el muchacho no le obedeció y ahí se viene bajando por la vereda que lleva la río de La Lumbre, río que es la división entre Colima y Jalisco, al cual nombran así porque ahí corría pura lumbre cuando una vez reventó el volcán. La cosa es que por ahí venía el muchacho hasta que llegó a donde existe un “cajón”, feo, alto y oscuro que tenía paredón de un lado y otro; y aunque daba miedo, pues ahí tenía que pasar uno, no había otro camino, ¿pa’ dónde se hacía el pobre Pedro? Así que pajueleó a su caballo y se empezó a internar en aquella cosa que parecía la boca del mismito infierno… Apenas había cruzado unos metros, cuando ¡le viene saliendo por medio camino una animal feo y grande con forma de perro, con unos ojones y echando lumbre! ¡El caballo del muchacho, presintiendo algo malo, olisquenado al maligno, se empezó a hacer pa’lla’ y pa’ca’, pa’lla’ y pa’ca’ y nomás no se le iba desbocado porque era un cajón sin ni siquiera espacio para voltear! El muchacho, aún sin saber qué realmente era ese animal preparó su machete para darle una rebanad… Entonces de buenas a primeras, ¿Qué le habla el perro demoniaco aquel!: -Muchacho, ¿a dónde vas? – le habló el perro. _Voy a la hacienda a trabajar. _No vayas _le dice el perro demoniaco. _.¿Por qué? _Porque allá están diciendo: “métele el tizón, sácale el tizón, métele el tizón, sácale el tizón”. Y eso, no es cosa Noviembre
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bueno para ti. Mejor regrésate, sígueme. ¡Yo te guío por un enderezadero! ¡Muy espantado, Pedro sólo atinó a persignarse como se lo había enseñado su mamá! Al hacerlo, en ese mismito momento, el caballo ya no pudo y quiso pasar por el “cajón aquel”… Así se fue todo el camino el muchacho, con el miedo por lo visto y con la duda por lo dicho. Cuando por fin llegó a la hacienda, se dio cuenta que en el lugar estaban velando a un difunto y le estaban cantando “El Alabado”… ¿Que qué tiene de interesante?, pues es que según los abuelos, con ese canto religioso el diablo se espanta y lo que estaban diciendo era parte de una letanía, lo cual yo recuerdo mi mamá cantaba así: -Kyrie Eleison, Christe Eleison, Kyrie Eleison, Christe Eleison. Esa letanía fue lo que espantó al diablo, quien seguro se quería llevar el alma del difunto, pero como no pudo, quiso encontrarse y llevarse la del joven Pedro y por eso se lo fue a encontrar en el cajón… ¡Lo bueno es que Pedrito sabía persignarse! Porque si no ¡ahorita segurito se estaría chamuscando en el “cazo de los chicharrones”, en compañía del mentado perro satánico aquel!
FIN Nota: Kyrie Eleison es la transcripción griega de “Señor ten piedad”, durante mucho tiempo este rezo se dijo en griego, solo que cuando pasó a occidente se convirtió en latín Christe Eleison, en el caso de los funerales de aquel tiempo, en nuestro país, se cantaba de las dos formas juntas y se repetía tres veces. Noviembre
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