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Soy una mujer, y estoy llena de cosas, no soy un armario, soy una mujer.
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No sé en que momento el mundo se detuvo, paró de girar. Y yo estaba allí, en medio de la espiral. Intenté salir. Salté, corrí y derrumbé muros, pero no fue suficiente. Dentro de una jaula de sentimientos, cautiva en mi propia angustia, decidí que jamás volvería a querer. Y eso fue el origen de todo. El principio de un ser que actúa por impulsos, que se impone al resto, que se cree superior y que vive en el centro de una espiral. Perder tu otro yo, es así.
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Hijas del mismo lugar Venían del mismo sitio. Cada una había llegado por un camino, pero todas eran hijas del mismo lugar. Ana había vivido en el pueblo hasta los 15 años, luego se fue a estudiar a la capital y cuando acabó de estudiar para la selectividad, vinieron los parciales, los finales, las oposiciones, las plazas temporales y, por fin, la plaza fija. Eva, en cambio, no se movió de su domicilio porque el instituto le quedaba a dos calles, la Universidad a una manzana y llegar al colegio que le asignaron tras aprobar las oposiciones le suponía 30 minutos de autobús. Así que cada una llegó de un sitio para encontrarse en el mismo lugar. Se hicieron amigas rápidamente. Congeniaron en las reuniones del claustro, donde eran las profesoras más jóvenes. Sus métodos chocaban, continuamente, con los planteamientos pedagógicos del resto, lo que las hizo fuertes en equipo. Peleaban por enseñar desde la práctica para que la experiencia ayudase al aprendizaje más allá de la memorización; crearon grupos de atención personalizada para alumnos de inserción difícil; se preocuparon por entender y escuchar a padres y madres en sus demandas y, sobre todo, en sus dudas; y se convirtieron, sin darse cuenta, en las profesoras más populares de aquel colegio público de barrio periférico. Con el tiempo, y con los años, convencieron al resto de educandos de la importancia de converger sus métodos de enseñanza y así, Eva se convirtió en jefe de estudios y Ana, con el tiempo, en directora. De igual forma que maduraron profesionalmente, los sucesivos alumnos de ese colegio público de barrio periférico las vieron crecer. Ana tuvo dos hijos en muy poco tiempo; Eva fue madre de una niña que también fue alumna del centro. Se divorciaron, se volvieron a casar… bueno, sus alumnos sólo imaginaban cuánto ocurría en sus vidas si se fijaban mucho en los anillos dorados que iban y venían de sus manos. Poco más. Han pasado 30 años de aquel momento. De aquel año en que Ana y Eva entraron a trabajar en el mismo colegio. Tres décadas desde que ellas, que venían de sitios distintos, se unieron en un objetivo común: hacer bien su trabajo. Ese fue su propósito. Que aquella tarea que hacían tuviese un rendimiento positivo en la vida de aquellos alumnos de colegio público de barrio periférico; que aprendieran, disfrutaran y se formaran para enfrentarse a la vida, más allá de las matemáticas y las lecciones de literatura aprendidas. Eva murió ayer. Ana sigue hoy trabajando. Cada una había llegado por un camino, pero todas eran hijas del mismo lugar.
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Quanto tempo o tempo tem?
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Alguns antropólogos afirmam que a condensação do espaço-tempo tem transformado o espaço em mais pequeno, e o tempo em mais instantâneo. O espaço tornou-se expansivo, ofegante e selvagem. O tempo é acelerado na sua própria pressa, dizem eles... 33
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Monotonía/tristeza/odio La monotonía es el origen común de tantos amores venidos a menos. Tú y yo y el aburrimiento más absoluto. Tú y yo y el paso de los días. Tú y yo y el sexo cada tres semanas (o más). Restos de felicidad en cada esquina de esta casa. Fotos con sonrisas que nunca más volverán. Recuerdos del olor a café en tu pelo, ahora convertidos en nauseabunda sensación. Mirar para otro lado. No volver a ducharnos juntos. Echar de menos el sabor de tus labios, porque ahora me muerden cada vez que intento besarlos. La tristeza es el origen común de tantos sueños rotos… de tantas decepciones y dolor. Sentimientos que se han perdido en un cajón de la despensa, entre las velas de cumpleaños pasados y esa horrible figurita de porcelana de la boda de tu hermana. Recordar cuando me enfadaba contigo porque usabas mis camisas a modo de pijama y conservar esa sonrisa congelada en mi cara, porque ahora me dueles y me envenenas y creo que te odio. Pero odiar de verdad… con fuerza. Como se odia la canción del verano o ese horrible anuncio de televisión que no paran de repetir día tras día. Odiarte con ganas y rabia. Odiarte con dolor. Intentar odiarte como tú me odias a mi. El odio es el origen común de la infelicidad. Y yo, inerte y desolado, espero el momento en que te vayas para siempre… aunque en el fondo quiera tenerte siempre a mi lado.
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( Res铆duos C贸smicos )
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