Equatoria Oriental, Sudán del Sur
Ritos y tradiciones ancestrales de los pueblos Laarim y Toposa
Cuando fumar no es solo un placer sino un legado, una muestra de identidad, una tradición que los pueblos perpetúan a través del tiempo, a través de los tiempos… permitiendo así, que el pasado y el futuro se fusionen entre las volutas del humo de sus cigarros.
Desperdigadas por toda la región de Equatoria Oriental, encontramos las Montañas de Boya, macizos de granito, donde los Laarim viven en pequeñas comunidades. Cada día sale el sol y cada día, las mujeres Laarim se levantan al alba con los primeros destellos de luz, para mantener limpio su hogar, embellecer su entorno. Cuidan de él de la misma manera que cuidan de sí mismas, luciendo orgullosas sus escarificaciones en la cara, torso y brazos, así como piercings y los más diversos y coloridos avalorios.
Nos dijeron que, en muchos casos, esas escarificaciones se hacen con hojas de afeitar, introduciendo después resina vegetal. Esta práctica se realiza cuando apenas tienen 5 o 6 años.
Desde su más tierna edad, su fuerza es inmensa, las lágrimas corren por sus rostros, pero, sin arrepentimientos, sin quejas. Es un rasgo que realza su belleza pero, sobre todo, es un atributo de pertenencia al clan.
Sus fascinantes cabañas tienen una base de forma circular con una diminuta entrada; capas y capas de paja forman su tejado, el cual se eleva al cielo con un asombroso pináculo que las distingue, a la vez que les confiere una apariencia élfica. Esta etnia de aproximadamente 20-25.000 miembros vive dedicada principalmente al pastoreo, pero también a la caza, la pesca y el cultivo de sorgo, maíz y legumbres. Son animistas, creen en los espíritus de sus antepasados con los que se comunican en ceremonias mediante ofrendas, y protegen sus casas con fetiches como caracolas, piedras sagradas, etc.
En estos macizos graníticos, que los hombres utilizan como atalayas desde donde controlar su territorio, las mujeres pasan largas horas moliendo granos de sorgo, una de las bases de la alimentación de este pueblo agropastoralista.
Las cintas elaboradas con fibras vegetales, envueltas alrededor de la cabeza y cuello, simbolizan el dolor por la pérdida de un hijo. Esta es una de las muchas tradiciones que se han perpetuado a lo largo de los años entre la comunidad Laarim en Equatoria Oriental. Sin embargo, su sufrimiento no necesitaba expresarse a través de ningún símbolo externo, estaba latente en sus gestos, en sus movimientos, en su mirada perdida...
Nos acercamos a Kapoeta, centro neurálgico de las comunidades Toposa. Antes de que salga el sol, niños de todas las edades merodean por los polvorientos caminos… Movidos por la curiosidad, se acercan tambaleándose como frágiles siluetas, con la cabeza todavía cubierta por las mantas que les dieron cobijo durante la noche fría.
Esta pequeña se sentía segura en los brazos de su mamá, un poco de cautela, ¡sí! pero aún así, se permitía mirarnos sin miedo. Sin embargo, con frecuencia, los niños comenzaban a llorar desconsolados justo cuando nos acercábamos, no importaba que sonriésemos, ¡éramos diferentes! tan diferentes y desconocidos para ellos, que su mundo familiar se desmoronaba ante nuestra presencia de tal modo, que nada ni nadie parecía ser capaz de apaciguar sus gritos y las mejillas se regaban con lágrimas de desconsuelo.
La población Toposa se estima en poco más de 200.000 miembros, representando así el sexto o séptimo grupo étnico más grande de Sudán del Sur. Formaban parte del "grupo Karamojong" de la actual Uganda, pero abandonaron la zona a finales del siglo XVI. Tradicionalmente viven de la cría de ganado vacuno, ovino y caprino. No existe una organización política clara entre los Toposa, aunque se respeta a los ancianos, jefes y sabios. La mayoría de las decisiones sobre el clan o la comunidad, se toman en reuniones que habitualmente se celebran en las horas de oscuridad antes del amanecer y a las que solo asisten los hombres.
Los Toposa, como muchos otros pueblos de África, creen en un ser supremo y la comunicación con sus espíritus ancestrales forma parte de su cotidianeidad, pero más allá de creencias, su mirada refleja una sabiduría, dignidad y fortaleza inigualables.
Los bidones amarillos de África ¡Agua! Habitamos en el Planeta Azul, somos agua, fluimos en ella, vibramos con ella, es nuestra principal fuente de energía y, sin embargo, todavía hoy, millones de personas en todo el mundo no tienen acceso a ella. Algunos recorren varios kilómetros a pie para acercarse a la poza más cercana, de allí recogen apenas unos litros que, en algunos casos se trata de tan solo agua contaminada, fétida, carente de cualquier nutriente, pero aun así mujeres y niños la cargan sobre sus hombros o en sus frágiles cabezas y de nuevo recorren la distancia de vuelta a sus hogares. Con esta imagen, quisiera rendir un homenaje a todos los que sufren por la falta de este bien tan preciado, para que realmente se reconozca su derecho, para que algún día todos tengamos acceso al agua.