La segunda oportunidad

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Aldeas Infantiles SOS: 50 a単os de servicio en Uruguay

La segunda oportunidad Pablo Vierci


© Aldeas Infantiles SOS Uruguay 2013 Derechos reservados La segunda oportunidad. Aldeas Infantiles SOS: 50 años de servicio en Uruguay Autor: Pablo Vierci Diseño y diagramación: Eleonora Mas Fotos de tapa: Patrick Wittmann y Archivo Aldeas Infantiles SOS Uruguay Se autoriza la reproducción total o parcial del texto aquí publicado, siempre y cuando no sea alterado ni utilizado con fines comerciales, y se asignen los créditos correspondientes. Junio de 2013 Aldeas Infantiles SOS Uruguay Oficina Nacional: Daniel Muñoz 2291 Montevideo, Uruguay Tel.: +598 24002353 E-mail: comunicacion@aldeasinfantilessos.org.uy www.aldeasinfantiles.org.uy


Prólogo Con motivo de cumplirse el cincuentenario de la Asociación Uruguaya de Aldeas Infantiles S0S, miembro de S0S Kinderdorf Internacional, su Junta Directiva ha considerado pertinente y oportuno abrir los archivos de su historia y brindar testimonio de esta organización a la comunidad nacional e internacional. Sabedores de lo complejo de esta tarea, optamos por combinar el mayor rigor científico con el relato ameno. Para ello fueron contratados los servicios de la Cátedra de Historia de la Universidad Católica del Uruguay y de un escritor, Pablo Vierci, a quienes se les dio acceso a las actas y libertad de agenda para sus entrevistas. El correlato histórico internacional y nacional es tomado de documentos públicos y aportados únicamente a título de contextos. Con el fin de preservar la intimidad de los protagonistas involucrados hemos hecho referencia a los nombres reales de las personas que ejercieron o ejercen cargos en la organización, y utilizamos nombres, fechas y lugares de ficción para los testimonios personales. A través de esta historia llena de historias, queremos hacer un llamado a la reflexión sobre el “estado de niñez” como experiencia única e irrepetible de la persona y del rol de la familia como matriz de identidad, en particular del vínculo primario con la madre. Pero así como los niños requieren de una familia, las familias necesitan de una sociedad que las proteja, ya que si bien es el grupo humano más poderoso, es también el más frágil. Aldeas Infantiles S0S se constituye en una organización social de protección y promoción de la familia para la atención de la niñez. Queremos agradecer a la comunidad nacional e internacional la colaboración brindada desde sus más diversos estamentos, e invitarlos a continuar ayudando a ayudar.

Dr. Héctor Martín Presidente de la Junta Directiva


INTRODUCCIÓN

INTRODUCCIÓN Con gran entusiasmo hace 50 años la Sra. Ilse Kasdorf comenzó a difundir la idea de Hermann Gmeiner entre su círculo de amistades en Uruguay y con el apoyo de varias embajadas se inició la construcción de la primera Aldea Infantil SOS en las afueras de Montevideo. Allí siempre se percibió que se trataba de una aldea cuya fundación implicó muchísimo cariño y una

enorme dedicación personal. La Aldea Infantil SOS Montevideo fue la primera Aldea Infantil en toda Latinoamérica y más allá de eso, junto a la Aldea Infantil SOS Daegu en Corea, fue la primera Aldea Infantil SOS construida fuera de Europa. Apreciamos el empeño y el compromiso que esto significó, ya que nos consta lo arduo que fue en esa época la tarea de hacer conocer


la idea de las Aldeas Infantiles SOS de Hermann Gmeiner. Hace 50 años, cuando se fundó la primera Aldea Infantil SOS, el concepto era volver a proporcionarles una familia a niñas y niños que la habían perdido, manteniendo unidos a los hermanos biológicos para que pudieran crecer juntos en una misma familia. Hoy día, paralelamente a esto, seguimos también otra estrategia, consistente en ayudar en especial a mujeres solas a cargo de sus hijos, a que puedan serles madre a sus propios hijos, logrando así que los niños/as no tengan que pasar su niñez y adolescencia teniendo dos madres. Y en especial logramos con esto que los niños/as acogidos en nuestra aldea crezcan en un entorno familiar realmente permanente, sin estar expuestos constantemente a intervenciones exteriores. Todos los niños y niñas que necesitan encontrar un hogar permanente en las Aldeas Infantiles SOS, previamente a ser acogidos allí han pasado por experiencias traumáticas, por lo que parte de nuestra tarea consiste en brindarles no solo cuidados físicos, sino también un fuerte apoyo emocional, para ayudarles a curar las heridas que llevan muy dentro de sí. Primero deberán elaborar sus vivencias para luego en una segunda etapa lograr la fortaleza interna necesaria para integrarse a la comunidad. Un factor decisivo es que cada niño o niña posee un talento y que de nosotros depende descubrirlo para potenciarlo y ayudarle a desarrollarlo; esta es una de las responsabilidades más importantes que tienen las madres SOS. Personalmente opino que no existe un amor incondicional, pero sí un profundo entendimiento y una aceptación total. Obviamente mi madre SOS

fue para mí un referente afectivo importantísimo y lo fue hasta la avanzada edad de 91 años, pero yo también lo fui para ella. Muchas veces lo que falta, no es el cariño de la familia biológica sino simplemente la capacidad de profesarlo, pero de todas maneras lo importante es que entre la madre SOS y los niños/as a su cargo nazca un afecto verdadero, y eso suele requerir mucho tiempo. Mi mayor anhelo, que también fue el deseo y la visión de nuestro fundador Hermann Gmeiner, es que todos los niños fueran nuestros niños y que nuestra tarea consistiera en lograr que un día ya no fuera más necesario acoger niños y niñas en familias que no fueran las suyas propias. Seguramente esto no deja de ser una visión, que en un futuro próximo no parece que fuera posible alcanzar, por lo que hoy por hoy nos compete comenzar a fortalecer a los niños/as ni bien son acogidos en las Aldeas, preparándolos así para vivir su vida futura, integrados a su comunidad, en su país y en su entorno social. Para esto resulta de primordial importancia reconocer cuanto antes el potencial que cada niño/a pueda tener para poder proporcionarle a cada uno, el tipo de formación más adecuado a sus capacidades y habilidades. También es importante reforzar los conocimientos y en esto juegan un rol importante las Escuelas SOS Hermann Gmeiner, que a nivel mundial se dedican a apoyar y a fomentar el rendimiento de los niños/as. La especialísima tarea de la madre SOS consiste en alumbrar a sus hijos en el corazón. Todos sabemos que un niño/a nace del vientre


de una mujer y sin embargo hay muchos niños que vuelven a nacer y lo hacen en el corazón de su madre SOS. También nacer así conlleva dolor y puede a veces llevar mucho tiempo hasta que ese niño realmente se sienta acogido en el corazón de su nueva madre SOS. Lo importante aquí es aceptar a los niños/as a nivel afectivo, en el corazón y en el momento de comunicarnos con ellos, hacerlo no condescendientemente, sino nivelándonos con ellos, haciéndolos sentir que tienen un lugar dentro de nuestro corazón. Pero no quiero de ninguna manera exagerar aquí la imagen de la madre SOS, idealizándola, ni tampoco debiéramos ponerla en un pedestal. Más bien la madre SOS deberá ir llevando la vida en su día a día, recordando las propias vivencias con su madre biológica y repetir estas experiencias, viviéndolas conjuntamente con los niños/as. Ningún niño/a en el mundo quiere ser huérfano o abandonado por sus padres. Cada niño/a quiere ser nuestro niño/a y este es el mayor desafío que enfrenta una y otra vez la Aldea. Y dar respuesta a esto, no es algo que la madre SOS pueda lograr sola; para eso necesita el apoyo de toda la comunidad de la Aldea. El niño/a tiene que estar involucrado también total y completamente en las actividades de la Aldea, pasando así a ser un niño/a nuestro. Para mí lo que siempre dio la pauta, fue que los niños/as siempre asimilaran muy rápidamente los siguientes conceptos: “Tengo una madre, tengo hermanos, vivo en una casa, al igual que otros niños también y nuestra Aldea es una gran comunidad”. Comparto totalmente la opinión vertida en este libro de que no hay cosa más difícil que una vida sin alegría, sin amigos y sin esperanza. A mi entender no existe diferencia entre los niños/ as de antes, los que conformaron las primeras Aldeas, y los niños/as de hoy día. Todos en algún momento han experimentado un gran dolor y han

tenido que enfrentar la decepción, la amargura y el desengaño, ya sea porque perdieron a sus familias por una guerra o por una catástrofe natural o por un accidente de tránsito común y corriente. Sin embargo son los huérfanos sociales, aquellos niños/as que aún tienen algún familiar, a quienes se les hace más duro sobrellevar su suerte, pues de alguna manera siguen manteniendo el vínculo con su familia biológica. Parte de mis más preciados recuerdos son aquellos casos en que niños/as que se consideraban como realmente difíciles, en última instancia y a pesar de todas las adversidades, gracias al mancomunado esfuerzo, aliento y compromiso de la familia aldeana, han logrado salir adelante y encauzar sus vidas, forjándose su futuro. ¡Esto es un potencial muy especial y podemos estar orgullosos de que tantos jóvenes lo han podido lograr! Aunque con tristeza y consternación, debemos admitir, también, de que igualmente siempre se vuelven a dar situaciones en las cuales no logramos recuperar a los niños/ as, volver a encaminarlos y prepararlos para vivir dentro de la sociedad. Innsbruck, 5 de octubre 2009 Helmut Kutin* (Traducción Andrea Heimann)

*Helmut Kutin fue Presidente de SOS-Kinderdorf Internacional hasta 2012. Actualmente, la organización es presidida por Siddhartha Kaul.


Significados sociales



primera parte


Š Katerina Ilievska


CapĂ­tulo 1


EL MOSAICO EN PEDAZOS 1949

Cuando finalizó la II Guerra Mundial, en 1945, la

desolación era tal, con 60 millones de muertos, 64 ciudades y 12 países destruidos, que no se sabía por dónde empezar la reconstrucción. ¿Por lo humano o por lo material? Porque ambos habían sido arruinados por igual. Y esa gente no tenía dónde vivir, porque sus casas no eran más que escombros. El mosaico que hasta entonces mostraba una imagen definida, la humanidad avanzando, a los tropiezos pero avanzando, había estallado en mil pedazos. Era necesario comenzar a rearmarlo, pieza por pieza. La tarea parecía imposible, demasiado grande. Se empezó a trabajar en diferentes flancos. Los aliados y soviéticos resolvieron distribuirse parte de Europa. Terminaba una pesadilla y se insinuaba otra. Se hicieron los primeros planes, se distribuyeron préstamos y ayudas. Había que recuperar la economía, la producción y rehacer las ciudades. Las crónicas de la época narran que los protagonistas se sentían abrumados, no sabían por dónde comenzar. Así transitó el final de 1945, los meses después de la guerra, y los tres años siguientes, 1946, 1947 y 1948. El hallazgo de Hermann Gmeiner fue encontrar lo pequeño en medio de tanta desmesura, la esencia o el corazón que palpitaba en medio del desquicio. En un escenario gigantesco y

surrealista, con las tareas monumentales por hacer, nadie se acordaba de las víctimas más desvalidas e inocentes de la peor cara que mostró la humanidad en toda su historia: los niños que habían perdido a sus padres y a sus hogares en la guerra, en un mundo que había perdido el sentido. El fundador de Aldeas Infantiles SOS Hermann Gmeiner dejó que otros cuidaran lo macro, para dedicarse a lo pequeño, porque en ellos residía el futuro. Y fundamentalmente en ellos residía la esperanza. La destrucción era tan grande, las demandas eran tan desproporcionadas, que como ocurre en esos episodios tan adversos, había que crear algo nuevo. Los patrones anteriores a la guerra no servían, habían perdido vigencia, porque estaba todo patas para arriba. Había que inventar o reinventar el mundo. Había que buscar la fórmula para que los hijos de la guerra, los niños que habían perdido todo, pero que fundamentalmente habían perdido los vínculos con sus familias, porque habían perdido a sus familias, tuvieran un refugio. Un refugio físico, pero más que nada un refugio afectivo. Los hijos de las bombas lo precisaban más que nadie, y nadie los representaba. Requerían un lugar que pareciera un hogar, donde pudieran volver a tejer redes emocionales. Así surgió Aldeas Infantiles SOS, una comunidad inventada o recreada como si fuera de verdad. Pero la recreación funcionó mucho más allá de lo que imaginó su fundador. El ensayo


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terminó transformándose en realidad. Los niños desvalidos tenían dentro una fortaleza que, si se apoyaba adecuadamente, haría que la llama que todavía titilaba, volviera a iluminarlos. La Aldea se convirtió en comunidad, la casa en familia, el aldeano en hijo y el que se independizó de la Aldea, en ciudadano. La experiencia en torno a los niños y esas familias creció, se desarrolló, maduró. Se fue adaptando a los nuevos tiempos, en el período más vertiginoso de la historia, el último medio siglo del XX y la primera década del siglo XXI. Tal parecía que los hombres querían recuperar el tiempo perdido con la II Guerra. Mientras tanto, el mundo patas para arriba intentaba acomodarse. Surgió la Organización de las Naciones Unidas y la Declaración de los Derechos Humanos. Pero la otra cara de la luna, la más sombría, no desaparecería. Vino la Guerra Fría y la carrera armamentista, con la psicosis del holocausto nuclear y la idea del refugio anti atómico. Mientras tanto los refugios físicos y emocionales de las Aldeas crecían al aire libre, como en un mundo paralelo, alejados de las bombas reales o imaginarias. Si las Aldeas Infantiles se pensaron, en algún momento, para paliar una circunstancia trágica, pronto se advirtió que no era solo un remedio para una coyuntura en particular, sino que era una fórmula que servía para las más diversas circunstancias, que podía adaptarse a las diferentes encrucijadas trágicas que los hombres iban creando, a medida que se desarrollaban. Eso estuvo pautado desde el origen: era una fórmula que necesariamente sería viva, que

estaría en permanente construcción, porque las demandas cambiarían con el tiempo. O dicho de otro modo, los rezagados, los olvidados, los abandonados, siempre existirían, pero tendrían otras causas, otras necesidades, otras demandas, provendrían de otros infiernos. Las Aldeas Infantiles y los proyectos que vendrían después, como los Programas Juveniles SOS y el Programa de Fortalecimiento Familiar, serían una fórmula, no tanto para paliar las diferentes trampas o circunstancias trágicas que el hombre iría creando, sino para superarlas. ¿Hasta cuándo? Todavía no lo sabemos. Por ahora, no tiene fecha de vencimiento. La idea que comenzó en Austria, uno de los epicentros de la Europa devastada por la guerra, atravesó el Atlántico y llegó a América Latina, más precisamente a Uruguay. La experiencia resultaba contagiosa. Con o sin guerra, siempre había víctimas vulnerables y desamparadas. La guerra las había puesto en evidencia, como con un espejo de aumento. Y la fórmula resultaba válida y vigente. Se había encontrado un modelo que nos reconciliaba con la vida. Aldeas Infantiles SOS se convirtió en un símbolo de que todo se puede si existen dos condiciones tan simples como imprescindibles: afectos y entrega.

EN QUÉ CONSISTEN Aldeas Infantiles SOS se convirtió así en una organización pionera en la aplicación de un modelo de protección infantil alternativo basado en la familia, para aquellos niños que perdieron la protección de su propia familia o de sus referentes más significativos.


14 En el Programa de Acogimiento de Aldeas (lo que luego se amplió con los Programas Juveniles SOS y el Programa de Fortalecimiento Familiar), los niños y jóvenes vuelven a establecer relaciones afectivas firmes, algo que puede ayudarles a superar sus experiencias traumáticas. Crecen en un entorno familiar estable, donde se les motiva de acuerdo a sus necesidades y se les guía hasta su independencia en la edad adulta. Dándoles la oportunidad de construir relaciones duraderas en el seno de una familia, viviendo de acuerdo a su propia cultura y religión, se les apoya para que reconozcan y descubran sus habilidades, intereses y talentos individuales, mediante la educación y formación que necesitan para ser miembros exitosos de la sociedad, contribuyendo al desarrollo de su comunidad. Cuando las familias de origen no pueden hacerse cargo de sus hijos, las familias SOS funcionan como un entorno familiar estable y pleno en afectos, hasta tanto el niño esté en condiciones de valerse por sí mismo. Siempre que sea posible, en las familias SOS se intenta mantener un vínculo fluido con las familias de origen. Dentro de la familia SOS, cuando los hay, hermanos y hermanas biológicos conviven con otros niños, compartiendo afectos, alegrías y responsabilidades. Así, aprenden a vivir bajo los principios de la participación y la solidaridad, en tanto se relacionan de forma natural con su entorno inmediato. De ese modo los niños crecen en un ambiente de protección, adquieren confianza en sí mismos y sienten la alegría de pertenecer a una comunidad que los quiere y los valora. La comunidad de familias de una Aldea Infantil SOS está conformada aproximadamente por 15 familias, cada una de ellas integrada por una

madre referente y ocho niños y adolescentes. Estas familias son acompañadas y asesoradas por un director que vive en la Aldea, quien junto al comité de madres referentes codirigen la Aldea y promueven el desarrollo de cada niño, acompañado por profesionales, educadores y trabajadores sociales. El modelo evolucionó, convivió y convive hoy con un renovado énfasis que la organización pone en el fortalecimiento familiar. El modelo evolucionó junto con el mundo y la sociedad, percibiéndose que el impacto del proyecto se multiplica cuando se fortalece la familia de origen, apuntalando ese vínculo antes que se rompa del todo, permitiendo que el niño pueda permanecer en la familia biológica.


Š Marko Mägi Las familias SOS funcionan como un entorno familiar estable y pleno en afectos.


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1960: LA PRIMERA ALDEA FUERA DE EUROPA El tiempo se aceleró. En 1949 Hermann Gmeiner fundó la asociación austriaca de Aldeas Infantiles SOS y creó la primera Aldea Infantil SOS en Imst, Austria. En 1955 se construyó el primer Hogar Juvenil SOS en Innsbruck, Austria, y paralelamente se creaban asociaciones nacionales de Aldeas Infantiles SOS en Francia, Alemania e Italia. A partir de entonces se desarrolló por el mundo entero. ¿Qué ocurría en Uruguay? Mediante una sociedad integradora, Uruguay de principios del siglo XX estableció el primer Estado Benefactor de América Latina, al que se calificó como el “país modelo”. Cuando Albert Einstein visitó Uruguay, en 1925, tres años después de haber recibido el Premio Nobel de Física, escribió: “En Uruguay encontré una cordialidad auténtica como pocas veces en mi vida. Encontré ahí amor a la tierra propia, sin el menor delirio de grandeza. Uruguay es un país pequeño y feliz, no solo tiene una naturaleza hermosa con agradable clima cálido y húmedo, sino también leyes sociales ejemplares (protección a la madre y al niño, sustento para ancianos e hijos ilegítimos, jornada de ocho horas, día de descanso). Es muy liberal, con el Estado totalmente separado de la Iglesia, con una Constitución parecida en cierto grado a la suiza. Esta gente hace pensar en los suizos y en los holandeses. Modestos y naturales. Que el diablo se lleve a los grandes Estados con sus obsesiones. Los dividiría a todos en más pequeños, si tuviera el poder para ello”. El país creció sin pausa hasta 1955, período en

que comenzó su estancamiento económico, que duró 30 años, hasta 1984. El año 1953 marca el fin de la guerra de Corea, el fin de un mundo de vacas gordas para Uruguay. El país comprobó, en su propio devenir, que el éxito no es un destino, sino que es un viaje permanente, que no admite claudicaciones. El optimismo de posguerra cedió paso al negativismo. El estancamiento tuvo tensiones e inestabilidad política, que retroalimentaron el estancamiento sin inversión. Mientras la televisión se convertía en un fenómeno de masas, que cambió la forma de entretenerse e informarse de buena parte de la población, en 1959 ocurría en Uruguay la peor catástrofe de su historia: las inundaciones del mes de abril. Ilse Kasdorf, hija de un filántropo austriaco, hacía tiempo que tenía la idea en la cabeza. Si bien Uruguay no había vivido la guerra, y seguía siendo a pesar de todo un país esencialmente de clase media, una isla de estabilidad en un continente de exuberancias y desigualdades, ella advirtió lo mismo que Hermann Gmeiner en la Europa de la posguerra: encontró que faltaba una pieza en el mosaico, que impedía que se viera la imagen completa. La pieza que faltaba eran los niños desvalidos, sin padres, sin familia. ¿Dónde iban?, y la pregunta que ella misma se formula más adelante en estas páginas: ¿qué sería de ellos sin referentes emocionales? Hermann Gmeiner había encontrado un camino que los llevaba a un destino seguro. ¿Por qué no repetir la experiencia en el propio Uruguay, el que había sido llamado “país modelo”? Ilse Kasdorf le escribió al fundador y le explicó lo que quería. Le adelantó que no tenía dinero. Pero tenía uno de los elementos imprescindibles. Ganas. Y la visión de adónde quería llegar.


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La Asociación Uruguaya de Aldeas Infantiles SOS, nació el 6 de septiembre de 1960 como miembro de SOS-Kinderdorf Internacional. Como señala Helmut Kutin en la introducción de este libro, la Aldea Infantil SOS Montevideo fue la primera en América Latina y, junto con la de Daegu en Corea, la primera creada fuera de Europa.

Hermann Gmeiner Fundador de la asociación austriaca de Aldeas Infantiles SOS y creador de la primera Aldea Infantil SOS en Imst, Austria.

© SOS Archives

© SOS Archives


DESARROLLO HISTÓRICO DE LA ORGANIZACIÓN 1949

Fundación de la asociación austriaca de Aldeas Infantiles SOS por Hermann Gmeiner y construcción de la primera Aldea Infantil SOS en Imst, Austria.

1955

Construcción del primer Hogar Juvenil SOS en Innsbruck, Austria. Instalación de asociaciones nacionales de Aldeas Infantiles SOS en Francia, Alemania e Italia.

1960

Fundación de SOS-Kinderdorf International como Federación de todas las asociaciones de Aldeas Infantiles SOS. Comienza la labor de Aldeas Infantiles SOS en Latinoamérica (Uruguay).

1963

Inicio del trabajo de Aldeas Infantiles SOS en Asia (Corea del Sur, India).

1970

Primeras Aldeas Infantiles SOS africanas, en Costa de Marfil. Nuevas fundaciones en Ghana, Kenia y Sierra Leona.

1981

Inauguración de la Academia Hermann Gmeiner en Innsbruck, como centro de formación para los colaboradores de las Aldeas Infantiles SOS de todo el mundo.

Reactivación de las Aldeas Infantiles SOS en Checoslovaquia. Primeras Aldeas Infantiles SOS en Polonia y en la Unión Soviética; nuevos proyectos en Bulgaria y Rumania. Fundación de la primera Aldea Infantil SOS en los Estados Unidos.

SOS-Kinderdorf International pasa a ser miembro de las Naciones Unidas con la categoría de “NGO in consultative status (Category II) with the Economic and Social Council of the United Nations”.

1981

1995


SOS-Kinderdorf International es distinguida con un galardón humanitario de fama mundial, el “Premio Humanitario Conrad N. Hilton”, por contribuir de manera extraordinaria a aliviar el sufrimiento humano.

.Se inicia el Programa de Fortalecimiento Familiar.

.Tras el tsunami que asoló el sur de Asia, Aldeas

Infantiles SOS ayuda con medidas de emergencia (distribución de alimentos, medicamentos, alojamientos provisionales), así como con programas a largo plazo (construcción de casas familiares, de instalaciones sociales, de Aldeas Infantiles SOS) en la India, Sri Lanka, Tailandia e Indonesia. .Puesta en marcha de la centésima Aldea Infantil SOS de Europa en Valmiera, Letonia. Ayuda a las víctimas de las inundaciones de Bolivia, Uruguay e Indonesia, así como a personas necesitadas en las zonas en crisis de Sudán, Chad y Somalía. Los programas de Fortalecimiento Familiar iniciados hace cuatro años benefician a 80.000 niños.

.Visita

del Presidente de SOS-Kinderdorf International, Helmut Kutin, a los Programas SOS de Florida, Uruguay. (CONSULTAR SI ES URUGUAY)

.60º aniversario de Aldeas Infantiles SOS Internacional, celebra por las asociaciones miembros en 132 países y territorios. Fue inaugurada la Aldea Infantil SOS Nº 500 en Cali, Colombia. La organización recibió el Premio “Save the World 2009”.

.La Organización de Uruguay cumplió 50 años de

existencia y lo festejó con diversas actividades.

2002

2003 2005

2007

2008 2009

2010


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PRESIDENTES HONORARIOS DE ALDEAS INFANTILES SOS URUGUAY NOMBRE

PERÍODO

Ilse Kasdorf

1961-1971

Ma. Nin y Vivo de Dighiero

1975-1981

Roberto M. Castiglioni

1981-1986

Enrique García de Zúñiga

1986-1988

Raúl González Rocca

1988-1993

Claude Brgard

1993-1998

Ricardo Laplume

1998-2004

Juan W. Wilcke

2004-2007

Dr. Héctor Martín

2007-actualidad


EJECUTIVO

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DIRECTOR NACIONAL

LEGISLATIVO

JUNTA DIRECTIVA

ASAMBLEA GENERAL NACIONAL


Š Katerina Ilievska


CapĂ­tulo 2

Aldea Una aldea es un buen lugar para crecer, un entorno familiar donde las necesidades de los niĂąos y niĂąas se ponen en primer lugar, donde pueden desarrollar confianza y aprender en una comunidad positiva que los apoya.


Ilse Kasdorf *

LA FOTO QUE ME FALTA “Esta anécdota ocurrió en 1939, cuando yo

tenía dieciocho años. Un día el doctor Lorenzo, un amigo de la familia, estaba en casa charlando con mis padres y cuando se iba, me preguntó si quería acompañarlo a hacer su guardia por distintas instituciones, incluido un orfelinato. El viaje fue largo: eran muchas instituciones y demasiados pacientes. La última visita de esa ronda cambiaría mi vida. Era un orfelinato localizado en la avenida Larrañaga. Recuerdo la escena con precisión, en sus mínimos detalles. Puedo recrear el salón amplio de muebles oscuros donde nos hicieron pasar. El doctor Lorenzo iba y venía por distintas habitaciones, salía y volvía a pasar por el salón donde yo lo aguardaba. De pronto llegaron al salón unas veinte niñas, que tenían entre tres y siete años de edad, que permanecieron todas juntas, mirándome, como acurrucadas, cual pollitos asustados. Me senté en la única silla que había en el salón, boquiabierta. ¿Qué estaba sucediendo? Ellas me miraban tan extrañadas como lo estaba yo. Yo veía pollitos asustados y ellas verían un pajarraco extraño, igualmente asustado. Instintivamente, sin pensarlo, de repente abrí los brazos y, para mi sorpresa, porque no sé por qué los abrí, todas, las veinte, se abalanzaron corriendo a mi cuerpo, al punto que casi caí de la silla, por lo que tuve que ponerme de pie. Y como percibieron que no las rechazaba, más me abrazaban, más fuerte se estrechaban a mi cuerpo. Yo no entendía lo que estaba ocurriendo. De repente entró una señorita vestida de nurse, golpeó las manos y las veinte chicas, con la misma presteza con que se habían arrojado sobre mí, se soltaron de mi cuerpo y

corrieron al rincón donde antes estaban. Con el corazón galopándome en el pecho, le pregunté a la enfermera qué pasaba, quiénes eran, por qué había golpeado las manos para que se alejaran de mí, a lo que me respondió que las niñas sabían perfectamente que la orden era estricta: no podían abrazar a un extraño. Como al principio, las niñas habían vuelto a convertirse en un grupo de pollitos asustados, mirándome de lejos, sin aproximarse. ¿Qué había ocurrido? ¿Por qué yo estaba tan inquieta y el corazón me latía con tanta intensidad en el pecho? Solo sé que allí, en esa mañana, en ese lugar, con esas niñas y esa enfermera, se plantó una semilla que intenté que germinara a lo largo de toda la vida. Esos pollitos asustados, el afán con que corrieron a abrazarme, y sus ojitos, cuando las separaron del abrazo, donde advertí desesperación y esperanza, me acompañaron siempre. Así empezó todo, un otoño de 1939. En ese momento entró el doctor Lorenzo, con su maletín. Amparada en su presencia, me atreví a preguntarle a la adusta enfermera por qué actuaba así y por qué los niños sentían tanto miedo. ‘Son niños de padres enfermos, y están aquí para que no se contagien de sus padres’, me respondió. ‘Esta es una institución pública de atención a niños sin padres’. Tras decir esto, la enfermera se las llevó. Recuerdo perfectamente a una de esas niñas, que se llamaba Pilar. Yo la miraba y ella me miraba. Me di cuenta que ella también quería abrazarme pero no se animó. Era una niña lindísima, y yo me pregunté qué


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Cuando salimos en el automóvil del doctor Lorenzo, el gesto de Pilar se fue conmigo. En verdad creo hoy que su rostro me acompañó toda la vida. Y en todo mi trabajo por Aldeas Infantiles SOS, recorriendo el mundo, viendo tanta tragedia y tanta esperanza, no la olvido. Y cada tanto me formulo la pregunta que me hice esa tarde, cuando salíamos por la avenida Larrañaga, acompañando al médico amigo de mi familia: ¿qué fue de la vida de Pilar? ¿Quién la ayudó? ¿Logró llevar adelante su vida? Porque yo, cuando pude ayudarla, no lo hice…

Recuerdo perfectamente que cuando bajábamos las escalinatas de la institución, la enfermera me repitió. ‘Piénselo… y si cambia de opinión, llévesela’… Creo que esas palabras resonaron en mi mente desde entonces, y todavía no dejan de resonar. La vida tiene eclipses, cuando se oculta la luna, pero hay que aprender que el eclipse pasa y vuelve la luz. Ese día fue mi eclipse. Y tal vez, solo tal vez, fue la oportunidad de Pilar. Nunca más volví a ese lugar pero quedé con una idea muy firme en mi mente: había que ayudar a esos pollitos asustados. Tengo en mi habitación del Hogar Alemán donde vivo ahora recuerdos de todos estos 50 años de Aldeas Infantiles. En una foto estoy con el fundador, Hermann Gmeiner; estoy con el actual presidente, Helmut Kutin… pero si hiciera justicia a esta historia, hay una foto que está faltando, y es la foto de Pilar.

Foto: Archivos Aldeas Infantiles Uruguy

sería de esa niña de aquí a diez años, a veinte años. Y yo con mis dieciocho años no podía dejar de pensar qué sería de esa mujer cuando creciera, porque sería una bella mujer, de eso no tenía dudas, sus facciones eran armoniosas y la mirada era muy dulce, con ojos color azabache. En voz baja le formulé esta pregunta a la enfermera, que me respondió con frialdad: sería una mujer como cualquiera, que trabajaría, maduraría, se casaría… pero yo me daba cuenta que no sería tan fácil. Me parecía muy injusto y muy triste. Entonces la enfermera me dijo otra cosa que tampoco olvido, aunque no sé si lo dijo en serio o en broma: ‘si hacemos los trámites, si el doctor Lorenzo lo autoriza, la puedes llevar a vivir contigo, ya que tanto te preocupa’. El médico no la escuchó, estoy segura. Claro que eran otros tiempos, los trámites de adopción eran diferentes. Pero para mí la propuesta que me hacían era de verdad. Y mucho me temo que también lo fue de verdad para Pilar, que esbozó una media sonrisa que la mantuvo estampada en el rostro hasta que nos retiramos. Para ella era el todo o nada, y esto había ocurrido en un santiamén. Pero yo no podía llevarme a Pilar, yo vivía con mis padres, era una jovencita que no sabía ni siquiera qué hacer con mi vida, ¿cómo iría a aparecer en casa inopinadamente con una niña de ocho años?…

Ilse Kasdorf junto a China Zorrila y Lidia Satragno en el programa conducido por ésta en Teledoce, 1969.


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MI PADRE, EL FILÁNTROPO Yo nací en Montevideo y cuando tenia 18 años quería estudiar medicina. Pero un médico convenció a mis padres de que yo no era suficientemente fuerte, que enfermaría constantemente, que padecía de ‘anemia perniciosa’, y otros tantos achaques que en verdad creo que jamás tuve. Pero ese era el diagnóstico. Mi padre era alemán y mi madre austriaca. Se casaron en Viena y se vinieron a Uruguay poco antes de la primera guerra mundial. Mi padre, invitado por José Batlle y Ordóñez, empezó a trabajar en la Facultad de Agronomía, como profesor en el sector de lechería. Tenía poco más de treinta años y era muy buen técnico en la materia. Mis dos hermanas y yo nacimos en Uruguay. Mi padre adivinaba que Europa estaba en las puertas de una gran conflagración. Cuando terminó la I Guerra Mundial viajó a Alemania y

volvió tan desolado con la miseria y la hambruna de la posguerra, que se fijó una meta muy clara: ganar bastante dinero en América para colaborar con la Europa en ruinas. Y en efecto, colaboró todo lo que pudo. Envió barcos enteros cargados de alimentos en el período entre las dos guerras. Pero además de ser un filántropo era un pionero, y de cada viaje traía nuevas ideas. Su mente estaba siempre fermentando proyectos innovadores. De uno de los viajes trajo este proyecto: en Alemania no solo no tenían qué comer, sino que tampoco tenían dónde vivir. Entones compró e instaló una gran casa cerca de Berlín, donde podían alojarse no solo sus amigos, conocidos o parientes, sino también desconocidos que habían perdido todo en la guerra. Fue el segundo hecho que me marcó: la actitud de mi padre, buscarle un hogar a los que habían perdido todo. Aunque poco a poco advertí que había una diferencia entre Pilar y los huérfanos de la guerra: en la guerra un accidente los privó de sus padres y hogares, pero a los primeros los conservaban

Foto: Archivos Aldeas Infantiles Uruguy

Vista aérea de la Aldea de Florida en la década de 1980.


27 en la memoria; Pilar había perdido algo más profundo. Había perdido todos los vínculos afectivos. Cuando finalizó la II Guerra Mundial, mi padre había prosperado mucho, por lo que redobló su misión: paliar, en lo que podía, la sangría que había provocado esa tremenda locura. Más alimentos, más ayuda, más fórmulas para ayudar a los que habían perdido todo. Creo que lo que más aprendí con mi padre fue que no importa cuánto se haga, sino que lo importante es hacerlo. Y siguiendo ese camino, en Aldeas Infantiles aprendí algo todavía más importante: que todo es posible si se tiene la motivación y la energía suficiente. ¿Por qué se me ocurrió crear Aldeas en Uruguay? No fue una idea prodigiosa, que surgió en un momento de inspiración. Ocurrió porque tenía la motivación y la energía, y un buen día, de pura casualidad, en la sala de espera de un consultorio médico, leí la experiencia que estaba desarrollando en Austria un tal Hermann Gmeiner. Ese es otro recuerdo imborrable: puedo reproducir en la memoria cada detalle de ese artículo de la revista publicada en tres idiomas, mientras aguardaba que me atendiera el médico para ‘curarme’ alguno de mis múltiples achaques, como me habían diagnosticado. Y de inmediato asocié ese artículo que leía, esa experiencia que había creado ese señor Gmeiner, con el rostro de Pilar, con los sacrificios que mi padre venía haciendo desde que yo tenía noticia, y de todos esos elementos tan simples, surgió la idea de escribirle una carta al fundador. Recuerdo que antes de escribir, le mencioné la idea a mi padre. Me respondió una frase que tampoco olvido. Me miró a los ojos, hizo una pausa larga, como si estuviera meditando lo que iba a decir, y expresó: ‘si lo vas hacer porque crees que tienes que hacerlo, hazlo; pero si

quieres hacerlo porque pretendes que alguien te agradezca algún día, ni lo empieces’. Mi padre era un autodidacta voluntarioso que tenía un espíritu de solidaridad muy intenso, que lo traía consigo desde la cuna, como si fuera congénito. Mi madre era suave, delicada, interesada por las artes, y era curioso ese matrimonio, él tan enérgico y activo, y ella tan espiritual. Y ahora a mi edad, a veces repaso las fotos de antes, de los dos, y pienso si Aldeas no tiene un poco de los dos, energía y espiritualidad.

LA CARTA Aldeas en Uruguay comenzó con esa carta manuscrita que le escribí al fundador en Austria, Hermann Gmeiner. Fue una carta simple, escrita con el corazón. Quise ser lo más sincera posible. La escribí a mano, en alemán, la lengua en que siempre he escrito. Lo primero que le dije era que era pobre (era importante que se lo dijera, y además las empresas de mi padre ya empezaban a quebrar, o sea no le estaba diciendo más que la pura verdad), lo segundo que le dije era que no era especialmente inteligente, aunque sí creía que era lo suficientemente inteligente para emprender una tarea de esa magnitud, y lo tercero, que creo que fue lo crucial, fue que tenía mucha voluntad (el tesón de mi padre) y por eso le solicitaba que me diera la posibilidad de fundar Aldeas en Uruguay. Para mi inmensa sorpresa (y para sorpresa de mi padre) me contestó en seguida, por correo. Esa carta todavía la conservo: me dijo que lo más importante era esa voluntad en la que yo había hecho hincapié. Prometió que él me ayudaría si yo lograba demostrarle que en Uruguay había necesidad de crear Aldeas. Pero antes quería


28 ver qué hacía yo para ayudarme a mí misma, cómo reclutaba gente, cómo convencía a otros en Uruguay, antes de terminar de convencerlo a él. Si yo tenía tanta voluntad como le aseguraba en la carta, me decía, pues que lo demostrara.

que tenía el fundador. Esa diferencia me quedó rondando en mi cabeza. Cuando regresé a Uruguay me formulaba esa pregunta: ¿cómo involucrar a la gente en una tarea que es mucho más que un mero trabajo?

Entonces empecé a explicar en Uruguay lo que era Aldeas, escribí y traduje artículos, hablé por radio. Explicaba que lo pequeño podía convertirse en grande, y lo grande en grandioso. Y cuando hablaba, pensaba en Pilar, y creo que por eso lo que decía me salía del corazón, y la gente lo advertía, lo sentía. Y respondía. Me respondían a mí, pero en verdad le estaban respondiendo a la niña de ojos color azabache. Así comenzaron las primeras colaboraciones. Y como el mundo da vueltas, y los resultados de las obras de bien siempre brindan recompensas, una de las primeras colaboraciones que recibí fue de quienes querían retribuir lo que había hecho mi padre tras las guerras, ayudando a los europeos en ruinas. ‘¿Usted no es la hija de aquel filántropo?’, me decían.

Yo había observado detenidamente al fundador. Observé en detalles cuáles eran sus características, sus peculiaridades, los rasgos más notables de su personalidad, porque sabía que si llegaba al fondo de su alma, entendería el alma de Aldeas Infantiles. Recuerdo vivamente dos aspectos de él: era una persona muy simple pero sus ideales eran muy elevados, eran muy ambiciosos, pero justamente gracias a su sencillez, ganaba los corazones de las personas que lo rodeaban para que elevaran la mira, y la tornaran ambiciosa. Era una persona humilde y soñadora, una persona criada en una pequeña aldea de Austria. Y el personal incondicional que lograba involucrar en la Aldea, lo lograba con esa personalidad. Es el eterno dilema entre lo posible y lo imposible. Tal parecía que Hermann Gmeiner sabía que la frontera entre lo posible y lo imposible era imprecisa. Que el listón que señala los límites de lo posible, siempre se podía correr un poco más allá.

En 1959, diez años después de que se fundara la primera Aldea en Austria, fui a Europa, a conocer Aldeas. En ese entonces tenía 38 años, no era la niña aquella del orfelinato de la avenida Larrañaga pero todavía era joven y enérgica. La Aldea de Imst, en Austria, me impresionó vivamente. La recorrí del derecho y del revés, hablé con todos los que allí residían, y concluí que aquello era un modelo, una fórmula, que había que adaptarla al lugar donde querías replicarla. La cultura era diferente, los hábitos eran distintos, tenía que hacer una adaptación distinta al modelo europeo, pero el modelo funcionaba. Incluso advertí algunas complejidades de ese modelo: vi que algunos empleados, parte del personal rentado de la Aldea, no tenía el grado de involucramiento, de compromiso y de iniciativa

Ver y pasar esos días en las Aldeas de Austria y Alemania me produjo un impacto muy fuerte. Descubrí que ahí se entregaba cariño sin pedir nada a cambio. Que ahí había afecto incondicional. Regresé convencida de que debía fundar Aldeas Infantiles SOS en Uruguay. Y el fundador advirtió mi convicción, porque regresé a Uruguay con el apoyo formal de la matriz en Austria. Como siempre digo, esto es una experiencia contagiosa. Porque no bien regresé a Uruguay y narré lo que había visto, encontré apoyo. Cuando terminé de explicarle la idea al Director


29 del Colegio Alemán, Herr Onnen, me dijo: ‘eso es exactamente lo que necesitan estos muchachos, que aprendan a darse a otros’. ¡Casi lo beso! También me encontré con el apoyo incondicional de tres profesores del Colegio Alemán, Herzog, Thiele y Haberlah, que, insólitamente, tuvieron la iniciativa de donar sus automóviles al proyecto, y cada automóvil valía como una de las Casas de la Aldea. El inicio no podía ser más promisorio.

Foto: Archivos Aldeas Infantiles Uruguy

Primer grupo de niños y niñas que vivió en la Aldea de Montevideo, junto a dos Madres Sociales.


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HISTORIA AGRIDULCE Claro que la historia de una organización como Aldeas, que es una recreación de la vida, es de por sí agridulce. No estás trabajando con lo mejor que ocurre en la sociedad, sino muchas veces están rescatando lo mejor, pero de algo donde subyace mucho dolor. Por eso digo, a mis 87 años, y muchos años como Presidenta de Aldeas, que tengo muchos recuerdos gratos y muchos recuerdos amargos de todos estos años, pero que los gratos compensan con creces a los amargos. Desde aquí, en este hogar de reposo de ancianos donde vivo, mi vida sigue vinculada a Aldeas, porque me vienen a visitar, me llaman por teléfono, me cuentan lo que pasa, me relatan los cambios, las transformaciones, los éxitos y los fracasos. Vienen a verme los que trabajan, vienen a verme los niños, vienen a verme los que ya se han independizado. Hay un chico que ahora es religioso, un Pastor, que se crió en una Aldea, y me visitó ayer... Como todos, tuvo su tragedia y su salvación. Cuando él tenía tres años, él vio cuando su padre mató a la madre y al bebé que ella tenía en el vientre a puñaladas. Y ahora aquel niño que lo vi sufrir, crecer, madurar, es un Pastor, que está en el mundo con la misión de salvar almas, porque él tiene una visión muy positiva de la vida, cree que todos pueden redimirse, que todos tienen posibilidad de tener una segunda oportunidad, no porque lo leyó en un libro, o porque alguien se lo contó, sino porque él mismo la tuvo. Y pone en práctica sus convicciones, hasta las últimas consecuencias. Hoy me contaron que se vendió una de las tantas propiedades que la gente deja como legado a Aldeas Infantiles, para que pueda solventarse ayudando a los niños y a las familias

desamparadas. Era un apartamento en el barrio de Pocitos, una buena propiedad. Mientras el apartamento no se vendía, allí residían tres muchachas que habían vivido en la Aldea Infantil de Florida, que ahora estaban estudiando en la universidad, en el proceso de independización. Al fin aparecieron tres interesados en comprar la propiedad, tres ofertas similares. Cuando se estaba por definir la venta, una de las compradoras, una mujer de 56 años, que tiene un muy buen trabajo, una persona de bien, les preguntó a las muchachas que allí residían si eran oriundas del interior, porque no parecían montevideanas. ‘Somos de la Aldea de Florida’, le respondieron. La compradora quedó estupefacta. ‘¿De Aldeas Infantiles?, ¿son aldeanas?’, preguntó. Y cuando ellas comenzaron a explicarle en qué consistía Aldeas Infantiles, la mujer las interrumpió, tomó asiento, porque estaba muy impresionada, al borde de la emoción, y les dijo: ‘No me digan nada. Yo soy ustedes. Yo vengo de allí’. ¿Casualidad? No lo sé. Lo cierto es que esta mujer llegó allí porque le gustó el barrio, el lugar, el apartamento, y de pronto se encuentra con tres muchachas que estaban por comenzar a volar, como ella misma lo había hecho hacía poco más de treinta años… Aldeas es diferente a todo. Entre otras cosas porque detrás de cada niño que está vinculado a Aldeas hay una tragedia, mayor o menor, pero ese mismo niño que carga la tragedia, lleva también la llave para su salvación. Y cada uno sabe que debe buscar esa llave, abrir su puerta y volar. Agradezco a Dios y a las personas que han dado todo de sí para que esto fuera posible. Ahora vivo sola, lo que en cierto modo es una paradoja. Mis hijas viven en el extranjero, pero una de ellas me llama todas las tardes por teléfono. Y el tema de


31 todos los días, es Aldeas Infantiles, lo que se hizo, una anécdota, algo que faltó. Lo mucho que sobró. Nunca sentí orgullo por lo que he hecho. Solo siento agradecimiento”.

*Ilse Kasdorf nació en Montevideo, en 1921. Trabajó como bibliotecaria en la Universidad de la República y en el Instituto Goethe. De joven estudió en el Colegio Alemán y luego pintura. Su afición era escribir cuentos en alemán, que incluso llegó a vender a revistas de Uruguay y Argentina. Su cuento preferido es el de una anciana que está agonizando y, mientras observa una vela a su lado, cuya llama se extingue, le acomete un terrible miedo a la muerte. Hipnotizada en la vela que acaba, advierte de pronto un duende que le dice: no temas, todos nosotros regresamos a la vida, la muerte no es para siempre, es un instante, un soplo, como esta vela que acaba de apagarse.

(Esta entrevista se realizó en el mes de julio de 2009).


Š Katerina Ilievska


CapĂ­tulo 3

Familia Independiente de su procedencia e historia, cada niĂąo y niĂąa debe vivir en una familia que lo apoye para desarrollar y alcanzar todo su potencial.


EL TALÓN DE AQUILES En

los últimos 60 años Aldeas Infantiles acompañó, desde una perspectiva íntima y familiar, un período único en la peripecia del hombre, donde la explosión científica y tecnológica permitió alcanzar niveles de vida inimaginables, prolongar la expectativa de vida, derrotar enfermedades y producir más bienes y servicios que en todos los siglos que los antecedieron.

y tanta riqueza, pero nunca hubo tantos riesgos de que un tercio de la humanidad siga rezagada. La duda no es cómo seguir vivos sino cómo permanecer humanos. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas prevén erradicar la extrema pobreza y el hambre para el año 2015, pero hasta ahora la posibilidad de alcanzar estas metas resulta incierta.

En paralelo a la revolución tecnológica, a la revolución de la información y de las comunicaciones, los niveles de capacidad crítica y de desarrollo ético no han avanzado lo necesario para hacer frente al extraordinario desarrollo de la modernidad. Nunca hubo, en toda la historia del hombre, seis décadas más contradictorios y más paradojales.

A medida que esto ocurría, Aldeas Infantiles se fortalecía.

En medicina, la tecnología es capaz de producir miembros artificiales y se explora el cerebro y los transplantes, pero la altísima medicina contemporánea convive con la de ayer, en Asia, África, y algunas zonas de América Latina, donde se muere de cólera, polio o difteria, como en el siglo XIX.

En los últimos 50 años el crecimiento de la riqueza es cuatro veces mayor que en el período precedente. Pero mientras aumentaba la prosperidad y la inequidad, perdían pie principios que se creían básicos y los pilares sobre los que se sostenía la civilización, como la protección de la infancia y la familia. Con 50% de divorcios y separaciones, surgen los hijos de familias monoparentales, mientras un porcentaje significativo de las otras familias viven el llamado “divorcio emocional”, mucho más devastador que el legal.

En los últimos 60 años el número de habitantes del mundo se multiplicó por más de dos, mientras que la producción de alimentos se triplicó. Nunca hubo tanta comida en el planeta, sin embargo, de los 6.000 millones de habitantes, más de 1.000 millones vive en un estado de pobreza extrema. Un tercio, 2.000 millones, viven en la pobreza.

A eso se sumó el “prohibido prohibir”: después del Mayo Francés del 68 se abolieron los límites, y la autoridad de los padres fue reemplazada por otros referentes mucho más autoritarios que ellos, que les indican a los niños qué tienen que hacer y qué decisión les conviene tomar: la sociedad, la televisión, la propaganda, los líderes políticos y religiosos, los referentes de la farándula y la moda.

Las incertidumbres permanecen de la mano del Sida, la desocupación, la precarización del trabajo, la droga, el deterioro del medio ambiente, la delincuencia. Nunca hubo tantas oportunidades

La situación se complejiza en la adolescencia. Como no hay timón ni dirección, navegando en una sociedad sin modelo ni tabú, el adolescente


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crece a la deriva, y puede adherir a cualquier causa donde pueda sostenerse. Allí, en el niño y la familia olvidada y postergada, está el talón de Aquiles de la nueva prosperidad. El mundo ganó velocidad pero perdió la dirección. Una solución a esto pasa por la educación en valores, como la igualdad de oportunidades para desarrollar sus cualidades, la fraternidad, el respeto, el valor del esfuerzo, la disciplina y la excelencia. Y en el centro de la educación en valores vuelven a surgir los derechos del niño y la familia, y el hogar como el ámbito donde confluyen los equilibrios o los desequilibrios.

SOS-Kinderdorf International sobre la asistencia a menores, al igual que las directrices referentes a la gestión financiera y administrativa. Como miembros plenos de SOS-Kinderdorf International, tienen derecho a solicitar fondos a través de la Federación y a recurrir al apoyo de la Secretaría General. El serio y exitoso trabajo de SOS-Kinderdorf International está sostenido y apoyado por una mezcla de responsabilidad autónoma local, de trabajo global y un concepto sencillo y duradero a nivel de la Federación.

Si bien la Declaración de Derechos del Niño viene de 1923, la Organización de las Naciones Unidas adoptó una versión ligeramente enmendada en 1946 y el 20 de noviembre de 1959 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó una versión expandida como su propia Declaración de los Derechos del Niño. En paralelo, Aldeas Infantiles SOS se fue ampliando alrededor del mundo.

En cada país donde Aldeas Infantiles SOS desempeña su trabajo, uno de los objetivos que se persigue es la creación de una asociación nacional como corporación jurídica autónoma, con sus propios estatutos y su propia junta directiva. Todas las asociaciones nacionales son miembros de la Federación Internacional. Cada organización miembro está obligada a observar los estatutos internacionales y los principios pedagógicos de

Foto: Archivos Aldeas Infantiles Uruguy

Hoy por hoy, Aldeas Infantiles SOS lleva a cabo sus actividades en 132 países y territorios. La diversidad de este trabajo a escala internacional se encuentra concentrada en la organización central SOS-Kinderdorf International, en la que todas las asociaciones autónomas están unidas unas con otras.

Visita de Helmut Kutin, Presidente de SOS Kinderdorf International, a la Aldea de Salto, en 1990.


漏 Katerina Ilievska La misi贸n de Aldeas Infantiles de Uruguay es crear familias para aquellos ni帽os que las necesitan y apoyarlos en la construcci贸n de su propio futuro.


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URUGUAY La Asociación Uruguaya de Aldeas Infantiles SOS nació en 1960 como miembro de SOS-Kinderdorf Internacional y se desarrolla con el fin de proteger a la niñez en situación de riesgo o vulnerada en sus derechos. Lo que se busca es mejorar permanentemente las prácticas de trabajo para lograr niveles superiores de protección infantil para que los niños que participen en los programas se desarrollen en ambientes sanos y seguros, donde se les restituyan sus derechos vulnerados. Junto a la comunidad uruguaya se actúa en dos líneas principales y complementarias, para brindar un mejor presente y futuro a miles de niños, cuyo desarrollo integral se ve amenazado por la precariedad socioeconómica y la inestabilidad familiar: el Programa de Acogimiento Familiar, que fue el foco de las primeras décadas del proyecto, y el de Fortalecimiento Familiar. En Uruguay, los proyectos de Aldeas Infantiles SOS funcionan en los departamentos de Montevideo, Salto, Florida y Paysandú. En razón de que de acuerdo a los parámetros internacionales de la organización, se requiere una Aldea de Acogimiento por cada millón de habitantes, Uruguay, con 3.300.000 habitantes, tiene tres Aldeas en funcionamiento. La Aldea Infantil SOS de Montevideo fue la primera de Uruguay y de América Latina. En un principio la Aldea comenzó a funcionar en una casa del balneario Parque del Plata, en el departamento de Canelones. Luego, la Intendencia Municipal de Montevideo le otorgó a la organización el usufructo del terreno que actualmente ocupa, en la localidad de Santiago Vázquez, a 20 kilómetros de Montevideo, Aldea que hoy alberga a 107 niños y adolescentes que viven en 13 Casas familiares. La Aldea de Salto fue inaugurada en 1985 y la

de Florida en 1990. Luego vinieron los Centros de Fortalecimiento Familiar, atendiendo a la estrategia de implementar el Programa de Fortalecimiento Familiar.

LA META Y EL MODELO En la visión, misión y valores de Aldeas Infantiles de Uruguay, se establece que todos los niños deben tener una familia junto a la que puedan crecer con amor, respeto y seguridad, porque un entorno familiar sano y afectivo puede garantizarles un desarrollo armónico y convertirlos en adultos plenos y bien integrados a su comunidad. La misión es crear familias para aquellos niños que las necesitan y apoyarlos en la construcción de su propio futuro. Durante ese largo y complejo proceso también la organización se involucra en el desarrollo de sus comunidades. Respecto a los valores, Aldeas Infantiles actúa con audacia a favor de todos los niños del mundo, con el compromiso de trabajar junto a los actores involucrados en la protección infantil, para lograr cambios significativos y perdurables en favor de la infancia desprotegida. A través de la confianza en el otro se construye un entorno de respeto mutuo para compartir experiencias y aprender juntos. Se aseguran altos estándares de atención y se trabaja con responsabilidad para garantizar el bienestar infantil, a la vez que los recursos se manejan con coherencia. El modelo familiar alternativo del Programa de Acogimiento, de acuerdo a los estatutos de la organización, se basa en estos puntos fundamentales: se considera que cada niño necesita vivir junto a una madre, con hermanos y hermanas biológicos y no biológicos; es necesario que vivan en su propia casa y en el entorno de una Aldea, donde puedan crecer con seguridad y contención y deben prepararse para integrarse a la sociedad.


CÓMO SE FINANCIA La idea básica es que los proyectos de Aldeas Infantiles sean sustentables, de modo de que su supervivencia no dependa de financiamientos que hoy están, y mañana pueden faltar, porque los proyectos deben seguir funcionando. El lema es “Te enseño a caminar para que camines solo”. Aldeas Infantiles SOS Uruguay es el país de América Latina donde la asociación ha logrado el nivel más elevado de autofinanciación, mediante herencias, legados, patrocinantes empresariales o individuales y la venta de Tarjetas Navideñas. Las Tarjetas Navideñas, que comenzaron a venderse hace más de 30 años, reproducen obras de pintores profesionales y artistas amateurs, galerías o publicistas, que ceden el derecho de reproducción de la imagen, para que puedan ser comercializadas por Aldeas Infantiles. A su vez, a través de los años se elaboraron objetos para su venta por Aldeas Infantiles, como jarritos, remeras y juguetes. En este momento se cobran a las empresas royalties por el uso de los personajes de Aldeas Infantiles, Catalina y Lorenzo, que de este modo practican políticas de responsabilidad social corporativa apoyando a la organización. Otra forma de ingresos para lograr la sostenibilidad de los programas es a través de los padrinazgos, por los cuales el padrino aporta dinero en la cuenta de un determinado chico, para el día en que se independicen. Los padrinos pueden residir en el país o en el exterior y lo más frecuente es que haya un permanente intercambio entre el padrino y el ahijado. Asimismo Aldeas Infantiles hace acuerdos con las más diversas instituciones. La organización ha articulado diferentes formas por las que la comunidad puede apoyar y formar parte de la obra. En esta línea funcionan los Amigos SOS, que colaboran a través de pequeñas cantidades de dinero en forma mensual, trimestral, semestral o anual. La suma de los aportes hechos por contribuyentes individuales es uno de los pilares más importantes de esta obra. La idea que subyace detrás es que un pequeño aporte puede marcar una diferencia crucial en la vida de un niño, es un verdadero todo o nada.


CONVENIOS CON ORGANIZACIONES INSTITUTO DEL NIÑO Y ADOLESCENTE DEL URUGUAY (INAU)

Hace años que se viene celebrando el Convenio de Pensión y Suministros entre el Inau y las tres Aldeas de Uruguay, Montevideo, Florida y Salto. MINISTERIO DE DESARROLLO SOCIAL (MIDES)

Con el Mides se realizaron convenios dirigidos a promover pequeños emprendimientos productivos, para personas que están en condiciones de pobreza, que sean de carácter asociativo, familiar o individual, en departamentos de todo el país. Con estos convenios se permite mejorar la calidad de vida de las familias participantes. Aldeas Infantiles actúa de garante social. MINISTERIO DE SALUD PÚBLICA

Mediante este convenio se brinda asistencia en salud a los beneficiarios de Aldeas Infantiles través de las policlínicas del Ministerio de Salud Pública.

INSTITUTO NACIONAL DE ALIMENTACIÓN

El Instituto Nacional de Alimentación solventa económicamente la adquisición de alimentos (canastas con víveres secos) en los Programas de Fortalecimiento Familiar. ROTARY CLUB

El Rotary Club colabora permanentemente con la organización. Lo hace mediante becas destinadas a niños de la Aldea SOS Montevideo, que les permiten estudiar inglés en la Alianza Uruguay–Estados Unidos. UNIÓN EUROPEA

Salto En el año 2009 culminó el Contrato con la Unión Europea que duró cinco años y tenía por objetivo la concesión de una subvención para la ejecución del Centro Social Salto. Este contrato tuvo como principal cometido brindar atención a niños, adolescentes y familias marginadas con altos índices de pobreza y un importante empobrecimiento de sus condiciones de vida. Paysandú En el 2009 se firmó otro contrato con la Unión Europea que tuvo una duración de dos años. Su acción fue cortar la cadena de exclusión mediante el Programa de Fortalecimiento Familiar en Paysandú. El objetivo es contribuir a la reducción de la pobreza y el desarrollo sostenible promoviendo la participación y el empoderamiento de las comunidades más desprotegidas de los cinturones de pobreza urbana y contribuir al desarrollo integral de la mujer en situación de vulnerabilidad para promover la igualdad entre los géneros.


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CapĂ­tulo 4 EL

Hermanos y hermanas Nuestro objetivo es mantener a la familia unida. Si esto no es posible, tratamos de asegurar que los hermanos y las hermanas crezcan juntos, compartiendo su propia historia y construyendo juntos su futuro.


Gabriela Suárez. Madre referente de Montevideo*

“SI LO EXPLICO, LLORO” “¿Qué representa Aldeas Infantiles para mí, como madre referente?… en verdad no puedo responderlo, porque si lo hago, me pongo a llorar. Prefiero contar lo que hago, el día a día, anécdotas, pero si voy al corazón de lo que es esto, me atraganto, se me anuda la garganta… Sé que se parece a todo a lo más lindo de la vida, y sé que es una emoción, más que una definición.

Es

difícil explicar racionalmente lo que es esta profesión, o esta misión, porque ¿cuánto tiene de emocional? Solo sé que cuando fui a la entrevista para incorporarme como madre referente en el programa Aldeas Infantiles, olvidé preguntar cuánto me pagarían… 10, 20, 30, 1.000, en verdad, no tenía la menor idea. Salí de la entrevista tan exultante, que muchas horas después advertí que me había olvidado de preguntar, y como el diálogo se dio de una manera tan franca, la otra persona se había olvidado de decírmelo, y creo que esta ausencia o este olvido o este silencio es muy elocuente, habla mucho de esta tarea, porque nunca se me ocurrió que esta fuera una tarea que pudiera medirse en números, mucho menos en dinero. No puede medirse ni en horas trabajadas. En todo caso puede medirse en intensidad, en fervor, en ganas. En esta Casa de la Aldea de Montevideo, que se llama Casa Río de la Plata, soy madre referente de nueve niños. El 23 de octubre de 2010 se cumplieron cuatro años que estoy en Aldeas. Soy oriunda de Artigas y estaba estudiando acá en Montevideo y haciendo un trabajo social en la Facultad de Ciencias Sociales y un programa del Instituto del Niño y del Adolescente de

Uruguay (Inau), cuando a través de mis estudios y mi trabajo, me fui enterando de lo que era esta organización, pero me fui informando de a poco, lo que resultó interesante, porque no es una organización que te la puedan definir en un folleto y ya está, ya la conocés. No, no la conocés nada. Incluso cuando vine el primer día, como previamente había escuchado hablar tantas veces de esta experiencia, pensé que la conocía, pero inmediatamente me di cuenta que lo que era fácil de entender de primera, era la forma de organización, la estructura, la misión que cumple, la cáscara, pero el carozo, el corazón de Aldeas no se conoce, se experimenta.

TRABAJO SOCIAL Siempre tuve vocación por el trabajo social, y más aún el trabajo enfocado a los niños. Y en Aldeas ese sueño que siempre tuve, se tornó realidad. Pero también esto fue gradual, porque cuando me presenté a la convocatoria, vine, conocí esa cáscara a la que me refería, esa estructura, y claro que me interesó la propuesta. Pero se ve que algo advertí de lo complejo que era ese carozo, advertí que se trataba de una


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experiencia mucho más intensa que cualquiera, porque cuando me convocaron para trabajar y tuve que dar mi respuesta, lo primero que dije fue que no. No tengo ninguna duda, ahora, de que lo que me ocurrió aquel día fue que me asusté. Esa es la diferencia entre la apariencia y la esencia en Aldeas. La esencia era demasiado intensa, y sin entender de qué se trataba, dije que no, porque adiviné que aquí, si venía, me iba a involucrar hasta lo más hondo de mi ser. Volví a casa, pero el tema me siguió zumbando, como un moscardón que no paraba de girar en torno a mi cabeza. Cada tanto volvía, como al descuido, a ingresar al sitio web de la organización, para ver si había otra convocatoria similar a la que había rechazado. Y cuatro meses después de esa anécdota, volví a sobresaltarme cuando veo en la web la foto de Catalina y Lorenzo, los personajes de Aldeas, que indicaban que estaban haciendo una nueva convocatoria para madres y tías. Tomé el teléfono, casi sin pensarlo, disqué

y hablé. Conté lo que había pasado la otra vez, tuve una nueva entrevista ese mismo día, porque en verdad ya había hecho todos los trámites previamente, y tá. Me tiré al agua. ¿Si me arrepiento? ¡Cómo me voy a arrepentir si es el mejor trabajo imaginable, y aunque parezca mentira, no me estresa, aunque tengo esta contractura acá, en la columna, que a veces no me deja ni mover! Por eso Iván, que tiene cuatro años, que es uno de los niños de esta Casa, siempre que me ve contracturada, viene derechito a hacerme masajes, para que no me duela más, como me dice. Pero no es una contractura por el estrés, porque la tengo desde que soy niña. Pero ahora tengo quien me haga masaje. El más chiquito de mis nueve niños se llama Martín, tiene tres añitos, está Iván, hay dos de cinco, uno de siete, dos nenas de 11, una de 14, una de 17 y un chico de 18 años.


© Marcela Girardelli

LO SUSTANCIAL Y LO TRIVIAL Todos los días aprendo algo, pero no es una información cualquiera, no es una noticia del titular de un diario, sino que es algo relevante, que roza a lo más hondo de cualquiera de nosotros. Una de las cosas que aquí se aprende a fuego, y de forma indeleble, observando y viviendo con estos chiquilines, es que la adversidad, por más profunda que sea, nunca te hunde si tú no dejás que te hunda. Por eso permanentemente te replanteás tu propia vida. Los miro a ellos, vibro con ellos, río con ellos, lloro con ellos, y me replanteo mi propia vida… Porque si la peor adversidad no te hunde, descubrís que uno puede ser o hacer mucho más de lo que normalmente hace. Y en sentido inverso, te replanteás todos los días qué es lo relevante y qué es lo irrelevante. Uno puede leerlo mil veces en un libro, pero acá aprendés a fuego lo que son las trivialidades y lo que no lo son. Muchas veces, la mayoría de las veces, uno se hace un mundo por minucias, cuando uno tiene todo, tiene salud, tiene un lugar donde vivir, tiene una tarea para desempeñar, tiene esta vida tan hermosa que observo por la ventana, pero ocurre alguna tontería y todo eso se opaca, los colores se marchitan, este paisaje del parque, que es alegre, que está lleno de vida, se torna sombrío. En cambio ellos, mis niños, que han

Nuestro objetivo es que cada niño o niña se sienta seguro y querido, en una relación estable con su padre/madre u otra persona responsable. Un niño o niña necesita tener constante refuerzo, confianza y apoyo.


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vivido verdaderos terremotos, no solo lograron sobrellevarlos, no solo no quedaron atascados en el lodazal, que fueron esos episodios terribles de su pasado, sino que saltaron sobre ellos y siguieron viaje, como que en lugar de anegarse ante la adversidad, esta los catapultó hacia la vida. Yo los observo asombrada, no me canso de admirarlos, y me pregunto de dónde sacan las fuerzas para remontar las situaciones que lograron remontar, cómo han podido superar las cosas que han tenido que vivir, tan injustamente, y no solo pueden seguir adelante, sino que además se convierten en mis modelos, mis referentes, cuando se supone que, formalmente, yo soy la madre referente, porque ese es el título que me otorga el Programa. Ellos que no tuvieron nada pudieron, ¿y yo, entonces? ¿Y el resto de la sociedad? ¿Y tanta gente que se lamenta sin motivo? Lo que demuestra Aldeas Infantiles es que la potencialidad del ser humano generalmente está aplacada o dormida o adormecida y acá, esta dinámica, la dinámica de esta Casa y esta Aldea, lo que hace es mover las piezas y desatar la potencialidad entorpecida. No es una teoría. Es una vivencia.

UN COMPROMISO Un gran tema es cómo se encara esta tarea. A pesar de que formalmente es un trabajo, con un contrato, en verdad no lo es, en primer lugar porque no lo podés tomar como quien va a una oficina, marca la tarjeta, cumplís un horario y después te vas, porque aunque quieras, nunca te podés sacar a la Aldea de la cabeza. Ni cuando estás aquí las 24 horas ni cuando salís de

vacaciones. Porque esto es una forma de vida. Nosotros estamos acá viviendo y dando nuestra vida por ellos y con ellos. Cambian las variables de tu vida. Las cosas se han invertido. Porque yo a mi casa, la de mi familia de origen, adonde voy cada 20 días, ahora voy de visita. Allá están mis padres, mis abuelos, mis sobrinos, mis amigos. Pero yo vivo aquí, con estos niños. La diferencia es que en Aldeas el trabajo se confunde con la vida. No hay una raya que separe una cosa de la otra, ‘hasta acá es trabajo, acá empieza la vida’. Las palabras viejas no sirven. Se reinventó algo y los patrones cambiaron. Todo el tema de la familia y los niños, que es el corazón de Aldeas, es muy simple y a la vez muy complejo. Es simple porque es la esencia de todo esto. Es complejo porque cada familia es un universo diferente a los otros. Lo común a todas son los afectos. Yo creo que estoy en Aldeas porque conocí el poder que tienen los afectos de la familia, como los viví en mi propia familia biológica, como hija, como nieta, como hermana. El espejo donde me miro es mi propia familia, y ese reflejo quiero reproducirlo en esta familia que diariamente construimos en Aldeas. El ritmo es duro, no lo voy a negar. Duermo poco. Me acuesto a la una, una y media de la mañana. Cuando al otro día tienen clase, ellos se acuestan entre las 20:30 y las 21:00. Todos van a la escuela de mañana. La camioneta de Aldeas los lleva y los va a buscar. Van a la escuela de Rincón del Cerro. El chiquito va al jardín de infantes Sol y Luna, un Centro Caif, en Paso de la Arena. Cuando no tienen clase nos quedamos despiertos hasta más tarde y vemos películas o jugamos a cualquier cosa. Cuando se acuestan yo me quedo despierta, es el tiempo que tengo para mí. Me quedo a ver televisión, o navego en


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Internet, chateo en la computadora. Trato de que quede todo ordenado para el otro día, me baño y me acuesto. Me despierto 7 menos cuarto. Si es fin de semana, o si no hay clases, y llueve, nos olvidamos de los despertadores. Cada niño está viviendo una situación diferente, un período peculiar de su vida. Y entre todos lo acompañamos. Una de las chicas, Beatriz, se está por ir de la Casa, en este momento no está, porque está trabajando en el Parque Lecocq, como becaria. Le gusta, y además estudia inglés en la Alianza Uruguay-Estados Unidos, a través de una beca de Rotary Club, colaboración que le paga el curso completo de cuatro años. Está terminando tercero. Es uno de los orgullos de mi Casa. Por eso después de merendar todos juntos, vamos a la puerta del jardín de la Aldea a esperar a Beatriz, que llega de trabajar. Y a los chiquilines, sus hermanos, les encanta, se sienten orgullosos, y le preguntan cómo le fue, qué hizo, y ella nos cuenta, mientras venimos caminando hasta la Casa, donde tenemos todo pronto para que ella meriende, porque viene cansada del trabajo. Ahora estoy más tranquila y puedo decirlo… Hace un rato no podía porque me ponía a llorar… Si tuviera que definir lo que es esto, diría que es como una obra de arte”…

*Gabriela tiene 35 años, divorciada. Está rodeada por sus niños, en el amplio jardín de la Aldea de Santiago Vázquez. Si bien estamos a fines del invierno, el sol está cálido. A su alrededor, los niños juegan, andan en bicicleta. Ya vinieron de la escuela o el liceo, ya tomaron la merienda, y ahora están aprovechando esta ventana de tiempo tibio, antes de la primavera. Durante toda la entrevista, Gabriela tiene a un niño de poco más de tres años en su falda. El niño la observa embelesado, mientras ella habla, ríe, se emociona. “Lo que pasa es que es el más chiquito y es muy mimoso”, murmura, cuando advierte que continúa observándola, fascinado. Gabriela comenta en voz baja que ella no tiene hijos biológicos, y de inmediato, uno de los niños que está a su lado, le responde: “¿cómo que no tenés? Nos tenés a nosotros”. “Claro -responde Gabriela.- pero ustedes son mis hijos del corazón”. Una niña interrumpe el diálogo, dándole la mano: “yo estoy con mi mamá y mi mamá me hace feliz”.


LOS PADRINOS La figura del padrino es una de las piezas claves del “edificio” de Aldeas Infantiles en todo el mundo. Existen tres variantes: el padrinazgo de un niño en particular, el de una Aldea, o el “padrino oficial”. En este último caso han sido varias las celebridades uruguayas que han aceptado dicho título: Sebastián Abreu, Maestro Federico García Vigil, Marcelo Filippini, Antonio Pacheco, Federico Moreira, Omar Gutiérrez, entre otros. El padrino de un niño en particular se compromete a colaborar económicamente con su ahijado a quien probablemente nunca conozca, pues se trata de ciudadanos que residen en Europa: Alemania, Austria, Suecia, Dinamarca, Noruega, Francia, Italia, España e Inglaterra, y no siempre tienen la oportunidad ni los medios de viajar para encontrarse con los niños. Al contrario de lo que puede suponerse, no se trata de personas ricas económicamente, sino por el contrario son personas de clase media, maestros, bomberos, policías, etcétera, con una gran vocación de servicio y un no menos importante sentido de la confianza en la obra. La ayuda que el padrino brinda a su ahijado consiste en un aporte mensual de aproximadamente 20 euros y en regalos que no se le otorgan directamente a los niños sino que se tramita por medio de la Oficina de Coordinación del Padrinazgo. En casos excepcionales el padrino visita a su ahijado en el país de origen, aunque la mayoría de las veces los responsables de la Aldea, a través de la Oficina de Coordinación, envía fotos e informes de la evolución del niño o de la niña a su padrino. Generalmente se le asigna entre diez u once padrinos a cada niño. Estos padrinos cubren los costos de alimentación, ropa, educación y los gastos corrientes de la Aldea. En ocasiones, también cubren los gastos del jardín de infantes, escuela, centro médico y centro social anexos a la Aldea, que ofrecen educación, atención médica y servicios sociales, entre otros, para fortalecer familias. El padrinazgo se anula cuando el ahijado comienza a trabajar y se independizan totalmente, o en el caso que se produzca el reintegro a su familia biológica, o bien si pasan a otra institución o son mayores de 23 años. También se puede asumir el padrinazgo de la Aldea. En estos casos se les envía a los padrinos una foto y una corta descripción de la Aldea Infantil SOS que ha elegido, así como también información detallada del país en la que esta se ubica. Dos veces al año el padrino recibe un informe sobre las últimas actividades de la Aldea, que también incluye actualizaciones básicas de la información tanto de la Aldea, como de las otras instalaciones y programas existentes en la localidad; y a fin de año una tarjeta de felicitación.


LAS MADRES REFERENTES Y TÍAS SOCIALES El pilar de la familia del Programa de Acogimiento de Aldeas Infantiles es la madre referente, social o SOS, quien además de la atención y cuidado que brinda a los niños, debe posibilitar que estos se recuperen emocionalmente, desarrollen un sentido de pertenencia, refuercen valores positivos, compartan responsabilidades y establezcan entre ellos relaciones afectivas que perduren toda la vida. Este desarrollo solo es posible aplicando una clara política de capacitación a la gestión de la madre para que, dentro del marco institucional, se sienta motivada para liderar la familia como madre y encuentre satisfacción en su rol. La tía social o SOS, así como la asistente familiar SOS, proveen diferentes formas de apoyo general a las madres SOS. Las tías sociales o SOS viven en la Aldea mientras las asistentes familiares viven fuera de la Aldea. Las principales responsabilidades de las tías son: • Apoyar y reemplazar a la madre SOS, atender directamente a los niños • Apoyar a la madre SOS en actividades de desarrollo del niño • Actuar como un modelo más para los niños

LORENZO Y CATALINA Como una respuesta a la crisis de valores en la sociedad en la que vivimos, Aldeas Infantiles SOS ha desarrollado un proyecto denominado “Catalina, un mundo de niños, un mundo de valores”, donde una niña de ocho años, Catalina, y su mejor amigo Lorenzo, comparten sus aventuras buscando apoyar a los padres y madres en la educación de sus hijos, a través de la transmisión de valores, logrando crear un efecto multiplicador, que nos beneficie a todos. Los mensajes son simples, pero llenos de amor, esperanza, respeto y todos aquellos valores que se necesitan reforzar en la vida, familiar y de la sociedad. Catalina y Lorenzo permiten aprender de la sabiduría de los niños, y recuerdan lo importante que es mantener siempre un niño en el corazón. Los niños han tenido la oportunidad de compartir la ternura de Catalina y sus amigos a través de dibujos animados y tiras cómicas que permiten que toda la familia disfrute y a la vez reflexione sobre su contenido.


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Š Katerina Ilievska


CapĂ­tulo 5

Hogar Apoyamos a las familias a crear un entorno donde los niĂąos y niĂąas pueden sentirse en casa, a la que pueden regresar siempre.


DE SUPER PAPÁ A DIRECTOR

Lo primero que llama la atención de Álvaro Vignola, Director de la Aldea Infantil de Santiago Vázquez, es su serenidad. También parece que esa es la única actitud posible para la tarea.

Cuando camina por el parque de la Aldea, yendo

de una Casa a la otra, muchos de los cien niños que allí residen se le aproximan para formularle las preguntas más disímiles, algunas simples, otras insólitas, todas con mucho respeto y cariño. Le comentan temas grandes o minucias. Álvaro los atiende a todos con la misma deferencia. Tal parece que conoce el tema del que le preguntan o al que le hacen referencia al dedillo. No solo al tema, sino al niño, sus hermanos, su madre referente y sus tías. Su serenidad, obviamente, imparte confianza: la persona que uno querría cerca para un momento de crisis. La Aldea está localizada en un gran parque, junto al Parque Lecocq y el zoológico del mismo nombre, con 13 Casas además del casco de lo que en un tiempo fue una estancia, que será la decimocuarta Casa cuando la habiliten. Está junto al único pueblo que posee el departamento de Montevideo, Santiago Vázquez. El clima es bucólico y pacífico. El paisaje es muy verde, los colores de las flores muy intensos y el trino de los pájaros es diverso y armónico. Cuesta creer que estemos a 20 minutos del centro de la ciudad de Montevideo. El rango de edad de los cien niños de esta Aldea oscila entre los dos y los 18 años. Álvaro nació en 1974 y es técnico en administración

de empresas de la Facultad de Ciencias Económicas de la Udelar. Además estudió Gerencia Social en el Centro Latinoamericano de Economía Humana (Claeh). A través de Aldeas, está permanentemente participando en distintas instancias de formación externa e interna, porque la organización tiene una currícula permanente y articulada para la capacitación y el desarrollo del personal. Álvaro ingresó en Aldeas en agosto del año 2000 como asistente de dirección, cuando este rol era, además de pedagógico, marcadamente administrativo, por lo que se encargaba de la contabilidad, las finanzas y la administración en la Aldea. En marzo de 2004, con 30 años de edad, asumió el cargo de director, en el que se desempeña hasta hoy.

LA AUTONOMÍA Se trabaja desde una dirección autónoma, donde el director tiene la independencia para gerenciar el programa, teniendo claro cuál es el marco organizacional, pero al mismo tiempo las familias de las 13 casas también son autónomas. Cada familia es diferente de la otra, tiene sus particularidades, su ritmo, dentro del marco filosófico de la organización. “Con las madres referentes empezamos a trabajar en ese


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proceso de autonomía, de que ellas empiecen a asumir la toma de decisiones, que sea una familia participativa, que las decisiones no las tomen solo las madres sino ellas con los chicos, porque por este camino se apuntala a la familia, ya que si realmente estamos construyendo una familia, las decisiones deben tomarlas entre todos, según las posibilidades de cada uno”. A partir de entonces el director dejó de estar involucrado en los detalles del cotidiano, para asumir una mirada más estratégica. Gerencia el proyecto desde lo pedagógico pero también en lo económico, en la planificación, el relacionamiento de la organización hacia afuera, la articulación con otras organizaciones y la defensa del niño desde el punto de vista organizacional, pero sin dejar de apoyar la vida cotidiana de las madres referentes. “La diferencia es que antes el director iba y resolvía; ahora apoya el proceso de decisión de cada una de las Casas. Brinda los elementos, las herramientas, pero tiene un pie adentro de la Aldea y un pie afuera, con el resto de la sociedad”, indica.

VIDA PÚBLICA Y PRIVADA En relación a los niños, el director es un referente clave. Para constatarlo basta acompañar un día de Álvaro en la Aldea. “Para estos chiquilines son muy importantes las figuras masculinas, pero es un rol que se comparte entre muchos, porque está la figura del asistente, de la gente de mantenimiento, del recreador, somos varios varones”. Con su mujer e hijo viven en una casa de la Aldea. “En realidad mi mujer es una vecina más, como en un barrio cualquiera, porque Aldeas trata de

ser como un barrio. Ella tiene su trabajo que no tiene nada que ver con Aldeas y tiene su vida organizada afuera. Reconozco que no es fácil, pero lo importante es cómo uno va construyendo el relacionamiento con los demás y cómo uno va poniendo los límites”, añade. Todo resulta muy innovador. De hecho, Aldeas Infantiles es único desde el punto de vista de este enfoque familiar. “Nosotros trabajamos mucho el tema de las familias, a efectos de que cada vez los chiquilines sientan menos que viven en una organización y tengan más claro que cada Casa es su familia. No somos su familia de origen, no la estamos sustituyendo, porque es muy importante su familia biológica, pero acá tienen su ambiente familiar, sus cosas, su cuarto, sus pertenencias, una colaboradora que es como si fuera la madre, pero no es la madre de origen, no la sustituye, pero tiene la responsabilidad de ejercer un rol materno para atender todas las necesidades de estos chiquilines, desde educarlos hasta vestirlos, pero fundamentalmente acompañarlos en su día a día”.


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EL PROCESO DE INDEPENDENCIA DEL NIÑO “En Aldeas siempre decimos que el proceso de independencia de un niño comienza desde el primer día que llega”, señala el director. “Desde el primer momento, la madre social, o madre referente, tiene que pensar a ese niño con proyección de futuro. Así como hablamos de que la dirección tiene una mirada estratégica del programa de Aldeas, la madre referente también, en las conversaciones y en el diálogo con los niños, tiene que tener claro hacia dónde quiere que esa familia se dirija, involucrando a cada uno de los niños que integran esa familia y preparando su proceso de independencia, para que se vaya construyendo día a día, a efectos de que cuando lleguen a la edad de la independencia, que es a los 18 años, aunque todavía tenemos chicos de 20 años viviendo acá, no sea tan duro el duelo, la partida. Sin duda que el corte no deja de ser doloroso porque es una etapa que se termina. Pero yo he visto que en la gran mayoría de los chicos que se han ido, el proceso y el vínculo posterior es muy bueno, si se hizo bien esa estrategia del hoy, de pensar siempre en el futuro. Es un límite delicado entre la dependencia y la independencia, que sucede con todos los niños y jóvenes, pero acá, tal vez sea un poco más complejo”. Si bien los chicos son todos diferentes, la mayoría que se va, siempre mantiene el nexo, y busca volver de visita, “porque esta no deja de ser su casa. Lo que sucede es que a medida que van pasando los años, la Casa se va quedando más vacía de aquellas figuras que estaban cuando ellos se criaron, porque sus hermanos también se independizaron”.

De los 106 chiquilines que viven en la Aldea de Santiago Vázquez, seis están viviendo con la familia biológica, aunque en realidad siguen perteneciendo a Aldeas, porque aunque regresen con su familia biológica, durante un período se lo apoya económicamente y también a nivel pedagógico, psicológico y mediante el asistente social, a efectos de garantizar el éxito de la vuelta a la casa familiar. “Antes la familia de origen estaba mucho mas lejos; ahora está cada vez más cerca. Aldeas es un proceso dinámico, nos vamos adaptando a los cambios que ocurren en la sociedad”, enfatiza Álvaro. “El problema es que de esos 106 niños, no todos tienen la posibilidad de volver con sus familias biológicas”.

SOSTÉN DE LAS MADRES El equipo de dirección, sumado al equipo técnico, es clave en lo que es el apoyo, acompañamiento y el sostén del cuello de botella de Aldeas: las madres referentes, subraya el director. “Porque las madres referentes están expuestas las 24 horas del día a una cantidad de necesidades de los niños, a los que tienen que dar respuestas, deben contener y sostener situaciones muy diversas, acompañar los estudios, cocinar, que los chiquilines estén bañados, es increíble todo lo que hacen estas mujeres. Para que esas madres referentes se sostengan, es necesario que haya un equipo que las apoye y que esté permanentemente brindando respuestas a sus necesidades. El rol de la madre es fundamental y el de nosotros es poder dar esas respuestas asertivas a la hora que necesiten de acompañamiento”.

El punto estratégico del Programa de Acogimiento


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son las madres referentes, subraya. “Pueden haber excelentes directores, pero si en las Casas no tenemos excelentes madres referentes, que no tienen por qué ser personas expertas en ser ‘madres’, desde el punto de vista académico, pero sí con una calidad humana, nada funciona. Esto de ser experto o no en el rol de madre es un tema delicado y lo hemos comprobado en la experiencia: hemos tenido psicólogas con alta especialización en algo semejante, porque claro que no existe un ‘Master en madres’, que han venido a ejercer el rol de madre, y el resultado ha sido un desastre. En otras ocasiones tenés gente que ha hecho apenas hasta sexto año de escuela y tiene las herramientas perfectas para el rol”. Otro tema permanente en la experiencia de Aldeas es el nivel de involucramiento. “Esto te lo da la experiencia y la formación. Por eso nosotros en el rol de la madre trabajamos mucho lo humano y el amor. Hay que trabajar mucho la profesionalización del rol de la madre de Aldeas. A veces con el amor se puede todo, pero también a veces no solo con amor alcanza, cuando estas mujeres están expuestas a muchas situaciones que sin duda le tocan hasta la fibra más íntima y que si no tienen, además del afecto, esa mirada objetiva o por momentos con cierta distancia, es como que en lugar de dar una mano, queda entreverada en el problema”. Por eso, insiste, “trabajamos mucho el tema del amor pero también de la profesionalidad, para que las madres referentes vayan generando y adquiriendo formación cotidiana a través de la capacitación que les brinda Aldeas, para que puedan tener ese toque profesional que en ocasiones les permita salirse del problema y mirarlo desde otro lugar para poder entenderlo y resolverlo mejor”.

El director se encarga, junto con el departamento de recursos humanos, de la formación de la gente, del trabajo en equipo, de generar la mística organizacional, “que la gente se ponga la camiseta y además que la transpire, que la gente se comprometa”. En línea con esto, “Aldeas trabaja con una política de protección infantil donde condenamos todo lo que implique maltrato y hay que estar monitoreando que la puesta de límites en la familia esté basada en el buen trato y no en el maltrato. No siempre es fácil porque aquí somos muchas personas, y el uruguayo tiene la cultura de la palmadita, argumentando que como a mí me pegaron y me sacaron ‘derecho’, estoy autorizado a replicar lo mismo. Eso es otra constante de Aldeas: continuamente reforzar la idea de que hay otras formas mucho más eficientes de poner los límites, sin necesidad del tironcito de oreja ni la palmada, ni pararlo contra la pared. Esto es un aprendizaje cotidiano y estas mujeres excepcionales, con la cantidad de niños que tienen por Casa, siempre se enfrentan con situaciones que las exponen a ese riesgo”.

EN MEDIO DE LA COMUNIDAD Las Casas de las nuevas Aldeas que se formen, junto con los Centros de Fortalecimiento Familiar del Programa del mismo nombre, a partir de ahora no estarán en un mismo predio, incluso alejadas de los centros urbanos, sino que, por el contrario, estarán insertos en la comunidad. “Es una evolución de la organización. El principio de comunidad, que era que los niños vivieran en una comunidad que eran las Aldeas, ahora se extiende a la comunidad-barrio, a la sociedad. En


56 Uruguay, las nuevas familias de Acogimiento van a estar viviendo en un barrio, como ya sucede en experiencias en otras Aldeas de Europa. Es una forma de apuntalar más la integración de los niños”, sostiene el director. “Con la misma estructura, con Casas familiares, con madres referentes, con la misma cantidad de niños, con un director monitoreando el proyecto, con equipo técnico pero en un barrio de la comunidad”. Justamente en relación con la comunidad, Álvaro sostiene que una de las cosas que más le duele es cuando advierte prejuicios contra los aldeanos. “En general no hay prejuicios contra los niños de Aldeas, pero a veces escuchás, afuera, que cuando hay una pelea, los otros dicen cosas terribles, que tal vez lo escucharon en sus propias casas, discriminando, por ignorancia, a los niños de las Aldeas”. Su rostro se ilumina con un recuerdo. “En el

año 2000 armamos una banda musical de 35 chiquilines que tocaba marchas en los desfiles, en los actos de las escuelas, liceos o centros sociales. Pero al principio los gurises tenían vergüenza de poner el nombre de Aldeas, y a la banda le pusieron un cartel que decía ‘Banda musical Santiago Vázquez’, en lugar de ‘Banda Musical de Aldeas Infantiles’. Un día, junto al coro de la Aldea comenzaron a cantar otros intérpretes, como Mariana Ingold y la gente los aplaudió a rabiar. A partir de entonces se pusieron camisetas con los personajes de Aldeas, Catalina y Lorenzo, y ahora andan por todos lados, en encuentros musicales de todo tipo, porque empezaron a percibir que nadie les decía ‘pobrecitos’, sino que los aplaudían a rabiar porque tocan y cantan extraordinariamente bien, y lo que antes era una vergüenza, ahora es un orgullo que los lleva a cantar tan afinados, que le hacen brotar lágrimas a la gente”.

STAFF PERMAMENTE El equipo humano de Aldeas Infantiles de Santiago Vázquez está integrado por el director, un auxiliar administrativo, una asistente social, un encargado de mantenimiento, el chofer y auxiliar de mantenimiento, además de las madres referentes y las tías. Las tías, que reemplazan a las madres cuando estas se ausentan, viven en Aldeas pero no en la casa con los niños, sino en un apartamento de tías. Además, a través de arrendamiento de servicios, trabajan dos psicólogos, dos psiquiatras infantiles, una maestra especializada, un técnico que hace recreación, una fonoaudióloga y existen convenios con la Universidad Católica, mediante los cuales los estudiantes del último año de psicomotricidad vienen a hacer las prácticas, trabajando con los chicos. O sea existe un equipo interdisciplinario completo, aunque no todos son funcionarios de Aldeas.


Testimonio de una Independizado.

Jorge Bidart: “desde que entré hasta que me fui me dieron seguridad” “Tengo 40 años. Egresé de Aldeas en 1982. Tengo una empresa unipersonal y en un momento llegué a tener 15 empleados. Ahora estoy solo. Vivo con mi señora y mi perro caniche. Mi mujer tiene 35 años. Es administrativa en una mutualista. Y es la que más me baja a tierra. Yo hoy priorizo más las cosas. Antes priorizaba a la empresa pero ahora me priorizo a mí. Hace tres años que trabajo solo. Nací en San José, por Playa Pascual. Mi núcleo familiar se componía de mi madre, mi padre, mi hermana y yo. Estuve con ellos hasta los cuatro años, cuando mis padres se separaron. Estuve un tiempo con mi padre y después me pusieron en Aldeas, porque no tenía tiempo para cuidarme. Hablando en crudo no tenía ganas de cuidarme. A mi hermana recién la conocí cuando yo tenía 15 años y ella 13. Nos habíamos separado porque mi padre nunca pensó que ella era hija de él. Fue raro. Justo cuando pasé a la residencia de jóvenes en proceso de independización de Aldeas, quería averiguar dónde estaba mi hermana y alguien mencionó que una chica con mi apellido vivía en Playa Pascual, pero yo no tenía ni idea dónde quedaba. En la residencia había una cocinera que justo vivía en Playa Pascual. Ella logró que intercambiáramos cartas y que nos volviéramos a ver. En Aldeas, desde los cuatro a los seis años tuve una madre, después de los seis a los nueve, otra madre, y luego Lucila de los nueve a los 15 años. Y con ella en particular mantuve un vínculo muy estrecho. Me independicé a los 22 años. Pero el mejor período de mi vida fue cuando estuve con Lucila. Pero nunca la llamé Lucila. Le digo mamá, ‘hola mami’… Ella es de Montevideo. No la veo siempre por mis actividades, pero es mi madre. Para mí, la Aldea, hasta el día de hoy, es todo. Todo lo que soy se lo agradezco a la Aldea. De no ser por Aldeas, hoy seria un tipo sin cerebro, sin sentimientos, sin nada. Desde que entré hasta que me fui me dieron seguridad. Y siempre que precisé, me escucharon. Fui a colegio privado, al Maturana, porque había becas. Hice preparación bancaria y comercial e inglés en el Anglo. A los 18 años terminé y me fui a trabajar a la licorería Los Domínguez. Después pasé a Metzen y Sena, donde estuve cinco años. Entré como cadete y terminé como auxiliar de exportaciones. Como siempre


fui medio nómada, cuando estaba trabajando en Santa Rosa Automotores me ofrecieron ir a Bolivia, y me fui. Ahí estuve dos años. A los cuatro meses, la que era mi novia en ese momento, y es mi señora ahora, se fue conmigo. O sea hace diez años que estamos juntos. Todavía no tenemos hijos. De cierta forma a mis hijos me gustaría darles cierta estabilidad, que hoy no la tengo. Sé también lo que es pasar hambre porque la pasé cuando estuve solo. Por eso no concibo eso de ‘salgo a robar porque no tengo para comer’. Sé lo que es pasar hambre y no fui a robar. Todo el mundo que me conoce sabe que soy de Aldeas. Nadie tiene prejuicios. Algunos me preguntan lo que es. Algunos lo asocian con el Inau pero no tiene nada que ver: en Aldeas tenés una persona que está las 24 horas contigo, la misma persona. La madre de Aldeas es vocacional. No hay plata que le pague. Independiente del sueldo que ganen porque ganan un buen sueldo, está las 24 horas con nosotros. Mamá fue muy clara. Me dijo, ‘nene, tú estás solo, yo lo máximo que te puedo dar son consejos. Todas las puertas que abras, dejalas abiertas porque uno nunca sabe cuándo da un paso en falso. Si usted da un paso en falso puede marchar para atrás, y si te equivocás, si dejás la puerta abierta estate seguro que entrás de nuevo’. Y es real. Al principio la pasé duro pero después de la tormenta vino el cielo escampado. Mi madre entró en Aldeas con 46 años. Hoy por hoy está jubilada, tiene cierta estabilidad económica y le digo: ‘mamá, a mí no me dejes nada, hacé todo lo que tengas que hacer, viajá, paseá, hacé lo que tengas que hacer. Yo lo que quiero es verte feliz’. Aldeas para mí es un pasaporte que hay que saber usarlo. Te da todo. Te da todo para que vueles. Depende de vos si agarrás el pasaporte o la cédula para hacer un vuelo más corto. A todos los chicos que veo en Aldeas, les digo: estudien, estudien, hagan algo, no salgan de acá con las manos vacías, porque si no, vas a ser un simple peón toda tu vida y no te da para vivir. Siempre estoy buscando algo para hacer. Si no hago un emprendimiento, hago otro y la voy buscando. En Bolivia terminé haciendo hamburguesas de pollo y vendiendo en un supermercado. Abrí una pizzería con 140 dólares. Morirme de hambre nunca me voy a morir. Siempre fui un poco así, pero Aldeas me potenció. Uno de los consejos que me dio mi madre era que cuando entrara a un trabajo, permaneciera todo el tiempo que pudiera hasta que viera que podía volar a otro trabajo mejor, porque la gente va a ver que tuviste una antigüedad, que creciste en el laburo. Aldeas es un eslabón más en la cadena de la vida, pero es un eslabón que nunca se rompe”.


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© Patrick Wittmann “...no es la madre de origen, no la sustituye, pero tiene la responsabilidad de ejercer un rol materno para atender todas las necesidades de estos chiquilines, desde educarlos hasta vestirlos, pero fundamentalmente acompañarlos en su día a día”.



Capítulo 6

Ser madre

Nuestro objetivo es que cada niño o niña se sienta seguro y querido, en una relación estable con su padre/ madre u otra persona responsable. Un niño - o niña necesita tener constante refuerzo, confianza y apoyo.


Marta Lilián Díaz, madre referente de Florida*

“MÁS QUE UN TRABAJO, ESTO ES UNA OPCIÓN DE VIDA” “Soy divorciada y tengo dos hijos grandes, de 32

y 29 años. La razón fundamental por la que entré en Aldeas es que me gusta trabajar con niños, y mi trabajo previo siempre giró en torno a ello, a cuidar niños. Pese a que vivía en Florida, nunca había estado en Aldeas, ni conocía exactamente cuál era su esquema de funcionamiento. Lo único que sabía era que trabajaba con niños, y ese era nuestro punto en común. Luego llegó un momento en que me venía bien un trabajo, y me informaron que se estaba necesitando gente en Aldeas. Bárbaro, justo lo que me gusta, pensé. Inmediatamente me comuniqué con la oficina de Aldeas y me anunciaron que me iban a llamar. Y así fue. Me llamaron, me presenté, me hicieron la primera entrevista, me derivaron a la psicóloga, y así transcurrieron todas las etapas, hasta que me aceptaron. Confieso que me costó adaptarme porque hasta ese entonces yo era una persona que nunca había salido a trabajar fuera de casa. Me costó mucho, sí, pero valió la pena, ¡si habrá valido! Lo logré, en buena parte, gracias a algunas compañeras, porque en esta tarea siempre surgen tropiezos, por la propia situación de la Casa, por ese equilibrio de malabaristas que a veces amenaza con caerse, pero las compañeras te alientan, te aconsejan y una sigue adelante y supera la situación. Y para la próxima ya tenés ese aprendizaje, pero surgirá otro problema y requerirás, de nuevo, el apoyo de tus compañeras, del mismo modo que yo las apoyo a ellas. Mi familia era y es muy grande, se compone de padre, madre y cinco hermanos más. Mis padres han

fallecido, pero siempre hubo un excelente vínculo familiar. Incluso yo hubiera querido tener más hijos, pero la situación económica me lo desaconsejaba. Tal vez fue por eso que siempre cuidé niños en casa, fui tutora de otros niños en mi propia casa, con el apoyo incondicional de mis dos hijos. En mi casa en Aldeas tengo ocho niños, que van desde los cuatro a los 18 años, saltando de dos en dos años. Tengo para divertirme... Si fuera a calificarlos con dos palabras diría que son niños amorosos. Hace cuatro años que estoy como madre, pero estuve otros cuatro como tía fija con la madre anterior en otra Casa. De aquella generación, todos ya se independizaron de la Aldea, con quienes establecimos tan buen vínculo, que permanentemente regresan de visita. Vienen a ver a quien fue su madre pero también a ver quién fue su tía, yo. Yo no considero que esto sea un trabajo sino que es una opción de vida. Hoy en día esta es mi casa. Y esta casa es mi responsabilidad. Claro que el vínculo no se logra de un día para el otro, sino que se gana con el correr de los días y de los años. Por eso al principio se me hacía difícil. Cuando el vínculo se consolida, experimentás una sensación de plenitud, lo que hace que a una le encante este trabajo, esta opción de vida, donde todo cobra un sentido armónico. Hoy por hoy tengo un solo niño de la generación anterior, que venía de otra madre referente: todos los otros los recibí yo, y por eso me siento especialmente responsable por ellos.


Š Marcela Girardelli


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EL FUTURO La responsabilidad es mayor porque siempre hay que mirar al futuro. Frecuentemente ellos se refieren al pasado, en especial los que entran ya grandecitos, con una carga más pesada, y lo que yo hago cuando recurrentemente quieren regresar al pasado, es transmitirles que ‘eso ya fue’, que ‘no va a volver a pasar’, ‘ahora tenemos que mirar hacia delante, tratar de estudiar, ser alguien en la vida’, porque esa es la única fortuna que se llevan de todos nosotros y de Aldeas. ‘Y mientras yo esté, los voy a apoyar siempre’, y el día que no esté en Aldeas, pero esté viva, los apoyaré igual, con la misma energía, porque yo vivo acá en Florida, ellos saben dónde es mi casa y les transmito que pueden contar conmigo para todo y para siempre. Esto me surge del corazón, porque a estos gurises los siento como míos. Lo que más me gratifica de esta opción de vida es percibir que vale la pena, es reconocer los resultados, ahí, cerquita. Empieza con los buenos modales de estos niños, luego se experimenta su cariño, se advierte lo estudiosos que son, cómo se tornan cada día más responsables, que salieron de buena madera. Mi corazón explota de felicidad cuando a fin de año veo que todos pasan de clase, y lo hacen con buenas notas. Siempre les digo que para mí nunca encontrarán un mejor regalo que pasar de clase. Me emociona ver que son niños respetuosos. Y me gusta que la casa siempre esté prolija, esté limpia. Y todo esto se logra sin que yo jamás haya alzado la voz. Como estos niños se respetan entre ellos, yo también los respeto, y ellos a mí, y se genera este vínculo de respeto mutuo. Para lograr ese vínculo, es fundamental acompañarlos siempre; ellos están haciendo los deberes y yo estoy

sentada a su lado; si necesitan algo, yo estoy ahí. Me llaman ‘tía’, menos el chiquito que lo agarré de un año de edad que me dice ‘vos sos mi mami’, y yo le respondo ‘sí, mi amor’. Pero siempre les digo que me llamen como les diga su corazoncito. Ellos tienen mamá, y para mí, ‘mamá’, es una palabra sagrada. Yo no sé el tiempo que voy a estar acá en Aldeas, puedo estar muchos años, puedo llegar a ser abuela estando acá dentro, como puede ser que eso no ocurra, uno no sabe cómo será su destino. Y si me llaman ‘mamá’ y un día me tengo que ir por cualquier motivo, no quiero que eso se convierta en otro abandono para ellos. Entonces que me llamen como ellos quieran, o mejor dicho como lo sientan. Tanto se los he explicado, que lo tienen muy claro. Yo sé que si me tuviera que ir, sería algo extremadamente doloroso para ambas partes, pero siempre se los estoy advirtiendo, aunque sé que solo una enfermedad me puede apartar de aquí. Entonces les agrego que eventualmente en un futuro me puedo tener que ir, porque mi cabecita no me da más, pero que aunque no esté físicamente en esta casa, yo voy a estar siempre a su lado y lo que necesiten van a ir a mi casa y me van a encontrar. Entonces ellos sonríen y se sienten seguros. Me gratifica verlos crecer. Y cuando los que se fueron vienen a visitar a las ‘tías viejas’, como ellos nos llaman, el corazón me vibra. Y yo creo que es por eso que son buenos estudiantes, es por eso que la inmensa mayoría sale adelante, porque ese vínculo es positivo, es incondicional.


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LAS GUERRERAS Mi familia biológica me viene a visitar a la Aldea, a pesar de que mis hijos no viven en Florida. Mi hija es docente y vive en Atlántida, no es casada ni tiene hijos. El varón vive en Empalme Olmos, es casado y tiene dos hijitos. Todos vienen, y yo tengo adoración por mis nietos. Yo les digo que van a ser unos aldeanos más. El bebé cumple un año y el varoncito tiene seis. Mis nietos no solo se integran con los niños de la Aldea sino que los adoran. Pero también con mis nietos aprendo una cosa: con ellos el vínculo es diferente porque los veo de cuando en cuando. Entonces no hay celos porque prácticamente no están conmigo. Mi relación con los independizados es muy buena. Cada uno tiene su vida. Cristina, que fue la última que egresó, está muy bien, trabajando. Antes de irse, hizo todo un proceso de independización, acá en Aldeas, costó pero lo hizo, porque ella se crió en Aldeas. Nadie la sacó de un día para el otro, sino que todo fue muy gradual, se le fue explicando cómo sería el proceso, paso a paso. Cuando empezó a trabajar, le fui diciendo que empezáramos a comprar cositas, porque ella algún día iría a vivir sola. ‘Vamos a empezar a comprar cositas para la casa, porque cuesta mucho y no se hace de un día para el otro’, le decía. Cuando se fue de acá, se fue con todas las cositas que había comprado, por lo menos las cosas fundamentales para una casa digna. Y está muy bien, es la encargada en un supermercado. Otra independizada es María, hermana de Cristina, que está estudiando Medicina en Montevideo. Otra independizada también trabaja en un supermercado, y siempre viene. Hay otra independizada que en realidad muy bien no le ha ido en la vida, pero la va peleando, y la garra la aprendió acá.

A una mujer que quiera entrar a Aldeas como madre referente le diría que, si quiere a los niños, este es un trabajo encantador, fascinante, que te sorprende todos los días. Pero tiene que querer mucho a los niños. Respetarlos mucho. Trabajar mucho con ellos para sacar buena gente”.

*Marta Lilián Díaz tiene 55 años y hace casi

diez años que está en Aldeas. Mientras habla, hay un grupo de niños preparados para ir a la escuela, viendo televisión. Los saludo, uno a uno. De pronto otro niño, al que no había visto, muy chiquitito, me toca la pierna y me dice: “no me saludaste a mi. Yo soy su hijo. Ella es mi mamá.”


Doris Lapasta - Madre referente de Florida*

“UNA REPRODUCE ACÁ LO QUE VIVIÓ CON SU FAMILIA” “Entré en Aldeas Infantiles el 26 de agosto de 1997, con 40 años de edad, y el 26 de diciembre de ese mismo año me pusieron como tía fija. En marzo del año siguiente empecé como madre referente.

Ser madre de Aldeas me gratifica y me colma

de diferentes maneras, en primer lugar por la constatación de que el esfuerzo vale la pena, lo ves en los resultados a largo plazo, con la gurisada que se ha ido, que ya se ha independizado, que hemos ayudado a crecer. Como todo en la vida, tenés muchas alegrías y muchas decepciones, pero a pesar de los sinsabores, siempre seguís apostando, porque una alegría achica las frustraciones. Acá no hay ni blanco ni negro, sino muchos matices, por eso seguimos apoyando y cada vez me siento más comprometida. Cuando llegué a esta Casa, habían ocho niños, de los cuales varios eran grandes, (entre 15 y 19 años). Al poco tiempo se me fueron algunos, porque Aldeas creó la primera Casa afuera, para los mayores, adonde iban los jóvenes que estaban en proceso de independizarse, se llamaba ‘comunidad’. Se le da un lugar en el que se lo sigue apoyando y acompañando, hasta que logra su independización. Ahora tengo seis niños, una niña de tres años, Mariana, Felipe de cuatro años, Eduardo de seis, César de 13, Lara que la próxima semana cumple 14 y Matías de 16. Tengo dos puntas, los más grandes hace ocho años que están conmigo y los tres pequeños, un año. Esta es mi familia de Aldeas, que no es como

cualquier familia. Vienen con una mochila muy pesada. A la larga, uno de los tropiezos que obstruye su fluir en la vida, es el abandono que sufrieron, porque quieras o no, es fuerte para cualquier ser humano. Por mejor que se sientan aquí conmigo, en mi falda, les falta la madre que les dio la vida, que es su mamá. Por eso ahora Aldeas trata de reinsertarlos con su familia biológica. El vínculo que mantenemos con los independizados es bueno, tengo hijos independizados casados o en parejas, que tienen sus propios pichones. El que tengo sin pichones, es el que está en España. Tengo uno viviendo en Toledo y otro en Pando, el de To1edo es militar, estuvo en el Congo, llegó y vino a visitarnos, con su esposa e hijo. Yo estudié hasta cuarto año de liceo e hice el curso de enfermería, tarea que nunca ejercí, viví con mis padres que fallecieron con 15 días de diferencia, eso hizo que mi casa me quedara grande y vacía. Mi compañera de trabajo me motivó para venir a Aldeas, y aquí estoy. Mi vida cambió, se volvió a colmar y a llenar con esta familia tan especial. A veces pienso que les pido mucho a mis niños, y razono que el día que se vayan, no me van a


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MI FAMILIA Es difícil encontrar una madre de Aldeas que no tenga buenos recuerdos de su propia familia y generalmente compruebo que vienen de familias grandes. Esto es una constatación, no lo leí en ningún libro, nadie me lo dijo. Y por eso digo que de cierta forma una reproduce acá lo vivido con su familia. Si lo viviste bien, te gusta este trabajo, porque querés reproducir eso que a ti te hizo tanto bien. En mis tiempos de descanso tengo a mi pareja, comparto en familia, me gusta viajar. Muchas veces los niños de ahora vienen con problemas diferentes a la generación anterior, mucho peor en cierto sentido. Son varias generaciones sin familia. Además tenemos el tema de la droga, que es un veneno que mina todo. ¿Qué es esta tarea? Sin duda es difícil de definir. Algunas cosas las tengo bien claras. El que viene acá por un sueldo, está errado. Hay gente que piensa que como es un trabajo, se puede priorizar el sueldo, pero esto es una familia, te tenés que entregar íntegramente. Hay un montón de cosas y siempre los estoy desafiando, apoyando, exigiendo, pidiéndoles más, y diciéndoles, ¡dale para delante! que el futuro depende de vos, pero acá te preparás”.

© Senad Gubelic

tener a cualquier hora ni en cualquier momento como ahora. No podré apoyarlos como ahora, pero los sigo acompañando. Por eso es lindo que las madres pasen mucho tiempo en una casa. Porque al irse al poco tiempo, es otro abandono para ellos.


Testimonio de una Independizada

Ángela Silva: “Una familia de amor” Tengo 30 años. Después que salí de Aldeas, formé una miniempresa de carros de panchos ambulante en Florida. Trabajamos yo y mi pareja, somos los patrones y tenemos gente trabajando con nosotros a quienes le damos la mercadería. Vivo en pareja desde hace once años. Tengo tres hijas, la mayor de 12, otra va a cumplir 11 y la más chica de seis. Nací en el departamento de Florida, en un pueblito. Ingresé a Aldeas a los ocho años. Por lo que tengo entendido éramos tres hermanos, mi padre, mi madre y yo. Mi padre falleció y mi madre sufría ataques epilépticos, estuvo muy grave e internada. Como no podía con nosotros, nos llevó a lo que era el Iname, hoy Inau, pero también le hablaron de Aldeas. Los tres hermanos no podíamos entrar, entonces hablaron para que entrara yo y los otros dos fueron al Iname. Mi madre enseguida falleció, cuando yo hacía tres o cuatro meses que había ingresado a Aldeas. Tengo muy buenos recuerdos de mi familia. Éramos muy humildes pero me acuerdo que mi madre se preocupaba por nosotros Cuando me dijeron que me iban a llevar a Aldeas me gustó porque en ese entones andábamos como perros de la calle, sin dueño. A mi madre yo hacía meses que no la veía porque vivía internada. En Aldeas estuve diez años. Muy pronto me adapté a Aldeas y había formado un vínculo con mi madre referente. Todo era mucho mejor de lo que yo tenía. Ingresé en la Casa Paraná, después vinieron cinco chicos más y a los tres años, otros dos. Al principio nos costó a todos acostumbrarnos a los dos más nuevos, pero tengo buen vínculo con todos ellos. Incluso ahora tengo más vínculos con mis hermanos de Aldeas que con mis hermanos de sangre. En ese tiempo pasaron dos madres referentes y fue con la ultima, Dora Pimienta, con quien más me vinculé. Nos llevamos impecable, hasta el día de hoy siempre que voy a Aldeas, la voy a visitar. El otro día la fui a buscar para que conociera mi casa. Dora es mi madre, no me tuvo pero es mi madre. Ella se podrá ir de la Aldea, incluso a otro país, pero seguirá siendo mi madre. Yo siempre pensé pero si yo llegara a faltar, o les faltara el padre a mis hijas, el lugar ideal para ir a vivir es Aldeas. No lo pongo en duda. Ni al Inau, ni con los tíos, ni con los abuelos. A veces cuando me preguntan qué es Aldeas yo trato de explicar que es una familia donde


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no precisás que te corra la misma sangre en las venas. Es más familia Aldeas muchas veces que un familiar que tiene la misma sangre. Es más que familia biológica, es una familia de amor. Siempre digo que no hay mal que por bien no venga. De todo lo malo que me pasa saco lo bueno. Lo malo lo dejo atrás. Lo que pasó, pasó. Esa actitud la aprendí en Aldeas, porque antes no era tan así. Después cuando me fui criando, fui adquiriendo ese modo de ver las cosas, no sé si como autodefensa, pero lo malo lo dejo de lado y trato de sacar lo bueno. Hice hasta tercero de UTU. Lo que ganamos con la empresa no es como para tirar manteca al techo, pero comemos todos los días, andan todos bien vestidos, nos compramos un terreno, la semana pasada nos mudamos porque hicimos una casa, o sea, nos da para vivir dignamente y comer dignamente. Personalmente yo creo que lo mejor para cada niño es vivir con su propia madre biológica, yo daría lo que no tuviera para vivir con mi madre, pero al no tener a mi madre, el mejor lugar me parece que es Aldeas. Tenés todo, tenés que aprovechar lo que te brinda. Te brinda la posibilidad de estudiar, tenés un plato de comida que muchos niños en el mundo no lo tienen, tenés un lugar donde estar, tenés un lugar para estar solo, para estar acompañado, agua calentita, una cama, o sea tenés todo. Yo estoy tremendamente agradecida de haberme criado en Aldeas. Y cuando van mis hijas de visita, se quedan en la casa de Dora que es la abuela de ellas, la llaman abuela, es mi familia y por eso nunca perdí el vínculo. Sé que tengo tíos de sangre en Montevideo, y abuela, pero mi familia está en Aldeas y sin Aldeas no sé qué sería hoy de mí”.

* Doris Lapasta tiene 52 años de

edad. Durante las horas que duró esta entrevista, Matías, de 16 años y César, de 13, estuvieron presentes, sentados a sus pies, sin perder detalle de lo que ella relataba. A veces, sin que nadie le pidiera, Matías se incorporaba y traía café, o agua. Cuando salgo de la Casa, camino cien metros rumbo a la salida, y de pronto veo venir a César, a la carrera, en mi dirección. ‘Te olvidaste de esto’, me dice, y me entrega mi birome, que efectivamente había olvidado en la casa. ‘¿Doris te mandó?’, le pregunto. El niño me mira desconcertado. ‘No, ¿por qué habría de hacerlo?’.


Š Marcela Girardelli


CapĂ­tulo 7

Momentos de infancia feliz

Nuestro objetivo es que los niĂąos y niĂąas vivan como tales: que se sientan queridos, protegidos y que puedan construir nuevos recuerdos positivos de una infancia feliz. .


LA ELECCIÓN DE LAS MADRES DEL CORAZÓN La

psicóloga Marisa Martínez Abella es la Encargada del Área de Desarrollo Humano y Organizacional de Aldeas Infantiles SOS. Su responsabilidad abarca tanto el Programa de Acogimiento como el de Fortalecimiento Familiar. “El trabajo del Área consiste en promover que el desempeño de los colaboradores esté alineado con el propósito, los valores y la filosofía de la organización. El enfoque es integral, es decir que todas las políticas y las acciones llevadas adelante, persigan los mismos objetivos y abarquen todas las áreas de gestión de recursos humanos: selección del personal, inducción (acompañamiento en la inserción del nuevo colaborador) y la propia gestión del desempeño, la cual implica el establecimiento de objetivos de trabajo, la evaluación de los resultados, así como la elaboración de planes de mejora a nivel individual y también a nivel colectivo a través de los planes de capacitación y desarrollo”. Sostén emocional y formación son los ejes básicos de la labor. “Los que trabajan en Aldeas reciben acompañamiento y apoyo en forma permanente, dado que su tarea es emocionalmente exigente, tanto para madres y tías como para maestras y educadoras del Programa de Fortalecimiento”.

Para ser madre referente, primero debe haberse pasado por la experiencia de ser tía, es decir que las colaboradoras entran como tías sociales y al cabo de dos años tienen la posibilidad de pasar a ser madres, lo que significa estar a cargo de una Casa”, explica Marisa. “Los requisitos para poder ingresar a trabajar a una Aldea están en primer lugar relacionados con la disponibilidad de tiempo; buscamos postulantes que no tengan compromisos familiares que impliquen tener personas a cargo: niños, adolescentes o incluso personas mayores, por el hecho de que la dedicación al trabajo es importante. En cuanto a la edad, buscamos mujeres entre 25 y 45 años. El nivel de formación mínimo requerido es Ciclo Básico aprobado. Asegurar un mínimo nivel en este sentido es muy importante, dada la necesidad de realizar un adecuado acompañamiento a los niños y adolescentes en cuanto a sus responsabilidades escolares y hábitos de estudio”.

SELECCIÓN DE MADRES REFERENTES

Además de estos requisitos que podrían denominarse “formales”, Marisa enfatiza la relevancia que tiene el hecho de que se trate de personas que tengan gusto por el trabajo con niños y adolescentes, valorándose especialmente experiencias anteriores en este sentido. Asimismo, las condiciones emocionales de la persona, en cuanto a su equilibrio, paciencia, tolerancia a la frustración y capacidad empática, son imprescindibles.

“Todos los cargos tienen definido un perfil, en base al cual se realizan los procesos de selección.

La evaluación consta de entrevistas, aplicación de técnicas de evaluación psicolaboral y de una


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visita a la casa de la postulante a cargo de una Trabajadora Social, quien busca conocer su entorno familiar y constatar si esta cuenta con apoyo para la toma de su decisión. Por último, se consultan las referencias laborales. “Cuando todo esto nos acerca a la posibilidad de estar frente a una candidata posible, la invitamos a pasar en la Aldea tres días, para que ella pueda confirmar su postulación, a la luz de una experiencia en el mismo terreno de trabajo”. Al término de esta experiencia, se realiza la entrevista final, con la que se cierra el proceso evaluatorio; la persona confirma su intención de trabajar como tía social, y la organización confirma que esta comience a formar parte de la misma. “Requiere de una clara vocación maternal, y es una tarea que involucra a la persona en su totalidad: implica una entrega desde el punto de vista emocional y corporal.”

UN TRABAJO QUE ES MUCHO MÁS QUE UN TRABAJO “El trabajo de una madre referente o de una tía social es una actividad que sin duda supera la dimensión de lo laboral”, asegura Marisa Martínez. “Requiere de una clara vocación maternal, y es una tarea que involucra a la persona en su totalidad: implica una entrega desde el punto de vista emocional y corporal. Si bien la necesidad de trabajar siempre está muy presente por razones económicas, estas no son las únicas ni tampoco las más importantes. Aquellas personas que se identifican con el rol y permanecen en el trabajo, buscan algo que va mucho más allá del salario”, enfatiza. Esta opción laboral brinda la oportunidad de que

© Senad Gubelic


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se genere un verdadero encuentro: entre los niños que necesitan de la protección y del cuidado de una madre, y mujeres que sienten que tienen mucho para dar y que buscan un lugar donde poder hacerlo. “Ambos buscan y necesitan de lo mismo: un entorno familiar, un lugar donde dar y recibir afecto”, subraya la psicóloga. Marisa está convencida de que las aptitudes que se requieren para ser madre referente o tía social son diferentes a las de cualquier otra tarea dentro de la dimensión de lo laboral. “No hay nada que se le parezca en el mundo del trabajo, y tal vez por eso mismo la función puede resultar tan apasionante. El desafío es desarrollar esta función de un modo profesional, tal como lo soñó Hermann Gmeiner, el fundador de Aldeas Infantiles. Parte crucial del trabajo de estas madres es ayudar a sanar las heridas que estos niños traen abiertas, con amor, comprensión y mucha paciencia. Su apuesta es a que a través de una relación duradera y confiable, ellos puedan volver a confiar y a crear vínculos que les permitan en el futuro tener una vida afectiva plena y saludable. Si logramos esto, habremos logrado nuestro objetivo mayor”.

CÓMO SE FORMA UNA MADRE La selección de las futuras tías es el punto de inicio. “Sin embargo, un adecuado proceso de selección no es suficiente, dado que para que las personas puedan desarrollarse en su trabajo necesitan herramientas, las cuales se proveen con información y formación”, apunta Marisa. Después que han sido seleccionadas, “la información complementaria respecto a la organización y al rol que vienen a cumplir es brindada en lo que se denomina etapa de inducción u orientación, inmediatamente que ingresan a Aldeas. Por otra parte, todas las

tías y madres participan de una capacitación anual, con lo que reciben un importante apoyo para el desarrollo de su labor; se apunta así a la profesionalización”. Además, en las Aldeas se realizan reuniones con una frecuencia mensual, en donde se trabaja especialmente la misión del rol, el fortalecimiento del equipo de trabajo y las pautas organizacionales, acordes a las estrategias que se van definiendo para toda la organización. Dichas reuniones son coordinadas por el director de cada Aldea o por la encargada del Desarrollo Humano.


Las cinco etapas para seleccionar madres Dentro del proceso de gestión de los recursos humanos de madre referente, se ha establecido un modelo de desarrollo que toma en cuenta cinco etapas, que van desde la búsqueda de las candidatas a madres hasta su jubilación. Cada una de estas etapas se ha planificado lo más detalladamente posible, de manera que aseguren una gestión de calidad. Las etapas del modelo de desarrollo de madres SOS son: •ORIENTACIÓN/INDUCCIÓN Por las características del cargo, se ha definido una etapa de orientación de por lo menos dos meses, que comprende una fase vivencial con una familia SOS en calidad de aprendiz, y una fase teórica simultánea, que comprende el estudio de un módulo sobre aspectos institucionales. A ello se agrega el seguimiento, apoyo continuo y evaluación al cabo de los tres meses, que posibilita la permanencia o alejamiento de la organización. •FORMACIÓN PROFESIONAL BÁSICA Existen lineamientos muy claros y específicos respecto a la formación de las madres, tanto en el Manual de Aldeas como en el Manual de Recursos Humanos. “Una madre SOS recientemente contratada debe completar un programa de capacitación de dos años para llegar a convertirse en una madre SOS profesionalmente calificada” (SOS Kinderdorf International 2002). •APOYO AL DESEMPEÑO El apoyo al desempeño está referido a los servicios y acciones que pone a disposición la organización para garantizar un buen desempeño de sus colaboradores. Se entiende como “el apoyo adecuado en el momento oportuno”. •FORMACIÓN CONTINUA Las madres SOS son capacitadas durante toda su carrera profesional. •JUBILACIÓN Aldeas Infantiles SOS desde su inicio ha puesto especial interés en las madres SOS, de manera de asegurarles al final de su vida laboral una vida digna y protegida.


Testimonio de una Independizada

Daniela Cuadri: “Aldeas sigue siendo mi casa” “Tengo 33 años. Soy de Florida. Vivo con una de mis hermanas y tengo dos hijas, de 14 y diez años. Soy maestra, me recibí en el 2002, y ahora trabajo en la escuela Artigas. Doy clases a niños de segundo, de ocho a nueve años. Nací en Sarandí Grande. Éramos seis hermanos pero mi madre no se hacía cargo. Yo era la mayor. Cuando entramos en Aldeas, los seis hermanos juntos a la misma Casa, yo tenía diez años. Nunca pregunté por qué entramos pero me parece que fue por abandono por parte de mi madre. A mi padre nunca lo conocí. De mi infancia previo a Aldeas, me acuerdo poco. Todos andábamos por ahí. Íbamos a la casa de mi abuelo a comer. En Aldeas, con la madre que estuve más, durante 20 años, fue con Elena, o sea tuve mamá durante 20 años. Aldeas sigue siendo mi casa, y mis hijas le dicen ‘abuela Elena’. Hice liceo mientras estaba en Aldeas, después me casé, estuve como dos años sin hacer nada, y luego me reenganché con los estudios y terminé magisterio en Florida. Y elegí esa carrera porque me gustan los niños. Trabajo y sobrevivo con mi trabajo. Todo lo que tengo lo he logrado por mí misma. A mí no me pasaron cosas que me sienta muy traumada, o de repente no me doy cuenta, quizás olvidé muchas cosas, pero me parece que en algún momento siendo muy niña, era feliz, porque tengo recuerdos lindos. Capaz que mi madre no nos aceptaba pero yo lo veía como algo normal. Las pocas veces que veo a mi madre biológica converso con ella como con cualquier persona, pero tampoco le digo mamá”.


© Marianela Farías Niños y niñas del Centro Don Calabria de Salto en paseo de fin de año.


Š Katerina Ilievska


Capítulo 8

Infancia en la diversidad cultural Nuestro objetivo es hacer posible que todos los niños y niñas formen sus propias convicciones, sigan sus creencias, sean fieles a sus raíces culturales y aprendan a respetarlos en los demás.


LA ALDEA LIBRE Viernes 18 de noviembre. Niños, jóvenes, madres y tías están en el parque, en grupos, caminando, jugando. La primavera está en su esplendor en la Aldea de Santiago Vázquez.

ALICIA, MADRE REFERENTE Alicia tiene 35 años y hace cuatro que trabaja en Aldeas. “En el 2001 estuve un año y medio, me fui en el 2003 y regresé en el 2005. Soy soltera y tengo pareja, pero no tengo hijos propios todavía. Si un día me fuera a casar y tener hijos, ahí si tendría que elegir. Porque esto es una opción de vida, esto o lo otro, no son compatibles. Soy madre en la Casa Noruega. Tengo siete chiquilines. Lo curioso es que si bien creo que esto es algo temporario, sé que cuando me vaya, extrañaré mucho. Cuando me estoy por ir porque tengo libre, dos días antes los niños de mi Casa empiezan a lagrimear, a pedirme que no me vaya, me dicen que me van a extrañar, que me quieren mucho y eso a una le duele. Soy de Cerro Largo. Tengo padre, mi madre falleció hace un año y somos diez hermanos. No tengo ninguna duda de que aquí, como madre, estoy replicando lo que viví en mi casa. Lo que más me entusiasma de este trabajocompromiso, que es como yo le llamo, es el amor y cariño que se genera en este entorno. Mis niños tienen entre cuatro y diez años, son todos chiquitos. Lo más duro para mí es advertir la carga que cada uno trae en sus espalditas. La mayoría de sus historias está llena de tristezas, los

momentos gratos son los menos, y se cuentan por cuentagotas, mientras que lo otro llega a raudales. A veces se ponen a contarlo y yo les pido que se detengan, vamos a cambiar de tema, porque es muy triste, pero muchas veces ellos sienten como la necesidad de contar, y los otros niños lo saben y entonces nos cuentan a todos cómo llegaron, por qué llegaron, nos narran todo lo que tuvieron que pasar antes de llegar aquí. Yo siempre les digo, cuando no puedo contener que sigan relatando ese largo rosario de desgracias, que esto aquí es una segunda oportunidad, que acá tienen todo lo que les faltó en su primera casa. Creo que esto es una segunda oportunidad de estudiar, de salir adelante, de recuperar los afectos que algún día perdieron y que temen que jamás volverán a encontrar. Hay chiquilines que no tienen a nadie, que jamás los viene a visitar una persona, y entonces es una la que tiene que cumplir todos esos roles, que en última instancia se refieren a lo mismo, que es el afecto, y por eso estamos aquí, en medio de todo este gigantesco parque, con este sol espléndido, rodeados por ellos”.


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LILIÁN, TÍA SOCIAL Lilián, de Playa Pascual, hace un año y medio que está en la Aldea. Es divorciada, madre de un hijo. Es tía en la Casa Alemania, con ocho niños, supliendo a una madre que está enferma. “Llegar a Aldeas, para mí, era un viejo sueño. Yo pasaba por aquí, por Santiago Vázquez, yendo de Playa Pascual para Montevideo, para estudiar música, y como sabía de qué se trataba, siempre me decía que algún día entraría a trabajar en Aldeas. Después me casé, me fui a vivir al interior del país, y hace un tiempo, hace tres años, una amiga que trabajaba acá me dijo que me presentara, que estaban tomando gente. Me presenté, y al poco tiempo me convocaron. Soy profesora de música, pero ahora no doy más clases, porque estoy acá como tía, supliendo a una madre. Me parece que esto es más compromiso que trabajo, y lo digo por algo que experimento a diario: me olvido que esto es un trabajo. ¿Cómo me voy a acordar que es un trabajo si tengo tantas vidas bajo mi responsabilidad? ¿Cómo lo voy a vivir como un trabajo, si lo más grato que me sucede en la vida es cuando a ellos les va bien, cuando vienen a contarme, llenos de dicha, que pasaron de año, que sacaron buena nota, que la maestra de la escuela o el profesor del liceo los felicitó adelante del resto de los compañeros? Esas cosas no suceden en un trabajo normal. Yo siempre trabajé con niños, mi vocación siempre fueron los niños, fundamentalmente trabajando en escuelas. Por otro lado, lo más duro y lo que más te lastima es verlos sufrir, porque me parece que ya sufrieron

demasiado. No me gusta que sientan soledad, porque ya sintieron demasiada. No me gusta que estén tristes, porque ya padecieron demasiada tristeza. Lo que más me duele es que a veces no puedo darles todo lo que ellos precisan. A veces me pongo a imaginar cómo será el futuro de estos niños. Y me doy cuenta que tengo muchas expectativas con ellos. Me doy cuenta que me gustaría verlos como personas importantes porque les veo potencialidad como para eso. Verlos con una carrera, un futuro, una familia, sobre todo una familia. Que logren tener lo que no pudieron cuando niños, eso sería lo fundamental, y eso es lo que para mí es importante. Claro que además tengo muchas expectativas con estos niños porque sé que detrás de ellos hay mucho trabajo, de mucha gente. Lo que yo hice con mi hijo lo quiero hacer con ellos. Estoy orgullosa de cómo formé a mi hijo. Él trabaja en una empresa, hizo la carrera de mecánico electricista en la Universidad del Trabajo del Uruguay (UTU) y es una buena persona y tengo buen vínculo con él. Y eso para mí es una persona importante. Yo siempre tuve una buena familia. Mi madre tiene 73 años, es muy sentimental, sufre por todos los niños. Incluso su trabajo es apoyar a los niños del barrio. Eso me dijo la psicóloga, que yo estoy repitiendo el patrón que siempre tuve en mi casa. Que yo ya venía de ese tipo de familia, de ese tipo de formación. Además de a mi hijo, crié a seis sobrinos de mi ex marido, que quedaron huérfanos siendo muy chicos. Y con ellos también establecí un excelente vínculo, y vienen acá cada tanto a visitarnos. El destino es curioso, porque siempre creí que mi


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vida la dedicaría a los niños, y acá estoy, como cumpliendo un designio. Siempre creí que iba a ser maestra, o algo más que maestra, ¿y esto no es acaso exactamente eso, porque acá no sos maestra de afectos? La cualidad que tenemos que tener es mucha paciencia y estar abiertas a escuchar lo que ellos nos dicen y buscar soluciones. Todo el tiempo buscar soluciones, cómo llegar a ellos, cómo establecer la conexión, adaptándote a su manera de ser, porque todos son diferentes. Claro que no siempre es fácil. Más de una vez, al principio, cuando estaba en mi propio proceso de madurez en Aldeas, estuve por agarrar mi valija y marcharme. Pero un día me di cuenta de algo tan claro que me deslumbró: si me voy, puedo solucionar eventualmente un tema laboral, buscando otro trabajo, pero no soluciono lo que vine a hacer a este lugar, que es mucho más que un trabajo”.

FABIANA, MADRE REFERENTE Fabiana tiene 36 años, es soltera y hace ocho años que trabaja en Aldeas. “Soy del interior de Tacuarembó. Llegué por un aviso en el diario. Conocía la Aldea de Florida, donde tengo familiares. Siempre pasábamos por la Aldea y yo decía que cuando fuera grande me iba a ir para Florida, a colaborar con Aldeas. Luego cuando veníamos a Montevideo por la ruta, descubrí un día el logotipo de Aldeas, aquí en Santiago Vázquez, que en aquel entonces era la ruta de entrada a Montevideo. Y cada vez que pasaba, miraba con curiosidad, e intentaba hacerme una idea de cómo sería aquí adentro. Pero por supuesto que esa imagen que tenía no se compadecía con la realidad. La realidad es

distinta, y siempre es mejor que la fantasía. Soy maestra. Trabajé como maestra en escuelas. Pero la diferencia entre ser maestra en una escuela común, y ser madre en Aldeas, es que esto aquí es mucho más intenso, es como tener hijos, es como tener una familia. Cuando abrimos la Casa de la que soy madre, había ocho niños, y ahora entre ellos tengo a siete hermanos biológicos de dos familias, una de cuatro y otro de tres hermanos, porque uno de los mayores del segundo grupo se fue con la madre biológica. Fui tía rotativa durante dos años y después fui madre. Lo que me entusiasma y me gusta es que aquí puedo ver resultados rotundos. Tengo desde un niño de siete, el menor, hasta una de 15 años. Todos los días es un desafío. Siempre se plantean cosas nuevas. Ahora por ejemplo está la entrada de la mayor en el liceo, el año próximo. Creo que logramos resultados porque las bases que les ofrecemos acá son buenas, son sólidas, son fundamentos robustos. Siempre se les está pidiendo que sigan estudiando, que no importa nunca de qué situación vienen, sino que lo que importa es a dónde van, encarar el futuro, y que lo crucial es que jamás pierdan la esperanza y la fe. A veces una está tan inmersa en la Casa que no percibe los avances que ellos van haciendo. Por eso es bueno cuando viene alguien de afuera, llega una tía rotativa y te lo dice, ‘cómo cambió’, ‘cómo mejoró este niño’, ‘cómo creció aquél’, ‘cómo desapareció aquella dificultad que nos preocupaba hace tan solo un par de meses’. Cuando hago un balance concluyo que Aldeas me dio mucha madurez. Cuando empecé, había muchas cosas que me costaba entender, situaciones de los gurises de las que yo decía


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que no podían suceder, que es demasiado fuerte para un cuerpito tan chico, pero esa es la realidad, aunque vos a veces no la quieras asumir. Este trabajo te da la madurez para aceptar situaciones que nunca en tu vida se te había ocurrido que pudieran suceder. Y ahora lo escucho y no me espanto como antes. Y eso a los niños les hace bien, porque esas situaciones trágicas forman parte de su vida, y si son espantosas, igual forman parte de su vida. Entendés de una forma mucho más fuerte que en tu vida convencional, lo que son los vínculos. Acá ves a estos niños, cuyos padres los abandonaron, y si a uno de los padres lo vieron únicamente una vez en toda su vida, pues lo recuerdan con una nitidez, con una vitalidad, que una se queda boquiabierta. Y los quieren, por más que les hayan hecho las cosas más espantosas, porque son los padres, y los padres son vínculos, y eso es más fuerte que cualquier otra cosa en la vida. Y eso te hace repensar un montón de cosas. Una viene de otra situación y la madurez es entender que uno no puede entenderlos del todo. Ahora no intento adivinar cómo hubiera reaccionado yo. Es inmaduro decir que si a mí me hubieran abandonado, y me hubieran hecho esa horrible agresión, yo no querría volver a ver a esa madre, a ese padre. Pero en verdad es una inferencia espuria, porque no sé cómo habría actuado yo. Aprendí a no juzgar los vínculos de los hijos con los padres. Sé que existen, sé que algunos dejan huellas muy sanas y otras muy difíciles de superar. Pero son sus conexiones, y jamás podré lograr que lo olviden del todo. Lo más que puedo hacer, si ese vínculo fue muy malo, es darle otro, más adecuado para que pueda apoyarse y no caer. Después de esta etapa en Aldeas yo enfoco la vida de otra manera. Porque entendés las

relaciones de otra forma. Incluso me revalorizé como mujer. A veces cuando estamos en el parque, como ahora, conversando con las otras madres y tías, yo les digo que no podemos olvidarnos de nosotras mismas, una tiene que proyectarse, porque de esa manera, además, ayudaremos mejor a proyectarse a todos estos niños divinos. Esa madurez a la que me refiero, eso de que Aldeas es como un curso intensivo de vida, yo lo veo bien cuando salgo con amigos, cuando estoy de libre. Veo cómo a los problemas los enfrentamos diferente. Casi todo lo tomo con más naturalidad, con más paciencia. Ellos dicen que lo tomo con más sabiduría, y yo creo que no es sabiduría, es la madurez de Aldeas. Hay cosas que a ellos les choca y a mí ni me inmuta, porque son situaciones que las vivo a diario y las veo en mi entorno. Una aprende a poner en escala a las dificultades y los problemas. Problema, para mí, es lo que no tiene solución. Lo otro son dificultades, lo que aquí veo a diario. Para mis amigos de afuera de Aldeas, todos son problemas. Yo les explico que no, pero no me entienden, porque nunca lo vivieron. Entonces les digo: vengan una semana a vivir a Aldeas y entenderán de lo que hablo”.


Testimonio de una Independizada

Yoselin Ferreira: “Mamá es la que siempre estuvo” “Tengo 27 años, trabajo en Multiahorro desde hace seis años, como encargada de panadería. Cuando me independicé totalmente tenía 22 años. Ahora vivo con mi hermana biológica en Paso de la Arena. Mucho no me acuerdo de cómo llegué a Aldeas. Tenía siete años y somos cuatro hermanos. Yo soy la mayor. En aquel momento los demás tenían un año, cuatro y seis, y yo casi ocho años. Vivíamos con mi madre y mi padre. Mi madre falleció en un preparto, nunca supe bien cuál fue el problema. En ese momento mi padre con el sueldo que tenía no nos podía mantener. Él es policía. Buscó un lugar donde pudiéramos estar los cuatro juntos. Después de muchas reuniones, entramos los cuatro en la misma Casa de Aldeas. En ese momento él nos visitaba cada quince días. O sea estuvo presente, y nosotros, a los tres o cuatro años de estar en Aldeas, íbamos a la casa de él. Mi vida en Aldeas fue excelente. Siempre tuvimos la misma madre, la llamamos ‘mamá Helvecia’. Siempre tuvimos una excelente relación, hasta el día de hoy. Es mi madre. Siempre digo, no es la que me parió pero es la que estuvo cuando yo estaba enferma, cuando necesité un apoyo. Hasta el día de hoy. Los cuatro la llamamos ‘mamá’. Ella ya se jubiló pero siempre está presente. Mis mejores recuerdos son de Aldeas. Estudié liceo hasta cuarto año, hice un año de Administración de Empresas y después me recibí en Técnica en Hotelería. Lo que más valoro es el esfuerzo de tanta gente, desde la que trabaja en Aldeas como el apoyo de afuera, como los padrinos del exterior que aportan, el contar con tanta gente que siempre está dando una mano. Con la edad que tengo, trato de no cometer los mismos errores que viví en mi infancia, porque ahora creo que mi padre sí nos podía mantener. Y trato de no equivocarme y hacer las cosas de la mejor manera posible, por si algún día tengo hijos. Capaz que es por eso que no tengo hijos todavía. Trato de tener un compañero o una persona al lado para que no le pase lo que me pasó a mí antes de Aldeas. No soy una máquina, puedo cometer muchos errores, pero trato de no cometer los errores que cometieron mis padres, para que el día de mañana a mi hijo o hija no le pase lo mismo que a mí, de vivir lejos de mi gente, de mi familia.


85 Yo a un niño que entra a una Casa de Aldeas le diría que olvidarse nunca te olvidás, pero hay que tratar de superarse. Pero del pasado nunca te olvidás. Siempre lo tenés presente, en todo, en tus estudios, en tu vida personal. Trato de estar presente con mi hermana que tiene tres hijos, para que jamás tenga la necesidad de dejarlos. Esa sensación de vacío en las fiestas, que pensás qué estará haciendo mi padre, o mi madre, o mis hermanos, pues de eso nunca te olvidás. Y eso me hizo madurar un poco más, por eso no me aferro al pasado sino que trato de mirar adelante. Algunos lo pueden llamar como un trauma pero yo no lo veo así, sino que fue una etapa muy fea que logré superar, y por eso soy como soy”.


Š Katerina Ilievska


Capítulo 9

Educación y desarrollo personal Nuestro objetivo es dar a cada niño y niña la confianza y formación necesarias y de adulto tenga las habilidades para asumir la responsabilidad de si mismo dentro de la sociedad, desarrollando al máximo su potencial individual.


Alicia Ferreira, madre referente de Salto*

EL MAR “No soy casada ni tengo hijos. Durante mucho

tiempo busqué una oportunidad de trabajar en algo que me gustara. Estuve trabajando un tiempo de niñera, y después tuve un vivero mío, personal. Mi familia es de Salto y está constituida por mis padres y mis siete hermanos. Se presentó la oportunidad de mi vida en Aldeas de Salto, y la aproveché. Este no es un trabajo común. Después que vas entrando te vas dando cuenta de todas las cosas para las que te tenés que ir preparando. Estuve muchos años de tía social porque creo que no quería asumir una casa. No sentía que fuera algo a lo que tenía que llegar sí o sí, porque otros lo hacían bien. Yo estaba cómoda en mi rol de tía, donde tenés responsabilidad pero no tanto, porque un poquito lo podés mirar de afuera. Pero hace unos dos años empecé a sentir que iba a poder con una Casa, había crecido aquí adentro, y asumí como madre referente. Tengo cosas grabadas en la memoria referidas al grupo de chicos que ya se independizó, que son imborrables, porque se conectan con las fibras más íntimas. Un día llevé a mis niños a la casa que Aldeas tiene en Las Flores en Semana Santa del año 2009, después de una lucha porque la familia biológica no quería que ellos se fueran. ‘Los quiero llevar a la playa, porque quiero que conozcan la playa, tal vez sea la única oportunidad que tengan y quiero hacerlo con ellos’, decía. Cuando llegamos a Las Flores estaba lloviendo y no nos acercamos a la costa.

Al otro día fuimos a comprar unas cosas para el desayuno y cuando volvíamos, Rosina, que tiene siete años, vio entre medio de las casas y los árboles el océano, miró deslumbrada y me preguntó: ‘¿qué es eso, tía?’. ‘Eso es el mar’, respondí. Se dio vuelta, me abrazó fuerte y me dijo; ‘gracias tía’. Mi perspectiva ahora es trabajar con los niños, sacarlos adelante, durante el tiempo que estén. Porque en este período aprendí que esto no es a largo plazo como trabajábamos antes en Aldeas, sino que también podés trabajar a corto plazo y asimismo obtener tus logros. Ahora tratamos de trabajar el tiempo que sea, tratar de hacer proyectos cortos con ellos, que sepan que son posibles y sacarlos adelante, porque ahora en cualquier momento pueden regresar con su familia biológica, como ocurrió y está ocurriendo. Importa que ellos estén contentos y se sientan bien. Antes de entrar, cuando tenía un vivero, no podría imaginar que existiera un trabajo como el que yo quería en ese momento, era como una fantasía: un vivero de emociones, con niños. Pero existe, más allá que a veces como que te ahogás por ciertas circunstancias, y pensás que ya llegué al límite y me voy, porque a veces dudás, o cuando mirás hacia afuera y decís, ‘me estoy perdiendo un montón de cosas’, pero hay que poner voluntad y al mismo tiempo tratar de sacar adelante nuestros proyectos personales porque ahí estamos educando con el ejemplo, una jamás debe anularse. Cuando


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pongo todo en una balanza, por ahora me pesa más quedarme acá, cultivando los afectos”.

* Alicia Ferreira hace 11 años que está en

© Marcela Girardelli.

Aldeas, y un año que está a cargo de la Casa como madre referente. Antes estaba como tía. Entró en Aldeas con 26 años y ahora tiene 37. Cuando me voy, está como abstraída “¿En qué pensás?”, le pregunto. “Que en realidad en esa anécdota del mar, yo quería responderle: “gracias a tí, mi amor”.


Raquel González, madre referente de Salto*

“Yo me voy con ellos” “Cuando empecé a trabajar en Aldeas de Salto,

jamás creí que estaría tantos años. El hecho de formar una familia con ellos como que me fue atrapando, los chicos se fueron criando y ahora son casi todos adolescentes. No soy casada, ni tengo hijos. Mi vida es acá. Entré muy jovencita, con 24 años, primero como tía, para cubrir las Casas cuando no estaba la madre, después cuando entré en una Casa como madre, con niños pequeños, me fue atrapando… eran muy chiquitos, Mario tenía dos años y ahora va a cumplir 14. El año pasado por ejemplo lo mejor que me sucedió fue ver cómo pasaron de clase, verlos proyectarse en el futuro me parece increíble. ¿Estaré dándoles una oportunidad, marcándoles?, me pregunto. A veces tengo que ser un poco intransigente, porque alguno quiere dejar de estudiar o alguna cosa así, y hay que plantarse fuerte. Debo ir viendo con ellos qué les depara el futuro, y eso es invalorable, porque el destino de ellos depende de ellos mismos pero también depende de lo que una ponga en ellos. El mayor desafío es ver la particularidad de cada uno y lograr encaminarlo, proyectándose al porvenir. Este es también mi desafío, estar con ellos, acompañarlos en esta última etapa y después retirarme yo también. Porque yo me voy con ellos. No sé cómo va a ser. Pienso estar hasta que Mario, que es el más chiquito de la primera época, cumpla 18 años y después no sé. Empecé con ellos y me gustaría irme con ellos. Me doy

cuenta que mi cuerpo y mi edad no están para tomar otros niños pequeños. A ellos les di todo lo que pude. Cuando vienen chiquitos me cuesta un poco más, es como volver a empezar, pero creo que es un proceso natural. Todavía me faltan cuatro años. Pero estoy pensando mucho en lo que va a ser mi vida afuera. Es como independizarse con ellos. A veces pienso estudiar algo, capacitarme en algo, voy a ir viendo. Dios aprieta pero no ahorca. Y estaré con ellos hasta el final. Salgo mucho con mis niños. Vamos al Centro, en Salto, si hay algún evento, a la plaza si hay algo, si hay algún teatro, siempre buscamos lugares gratuitos. Ahora salgo con los más chicos, los más grandes van por su lado, pero son muy respetuosos en la hora de llegada, no he tenido problemas. Otro desafío es que tengo una Casa casi que de adolescentes, y hay que comprenderlo. Yo les inculqué bien claro que ellos se sientan hermanos, que son una familia, que se protejan entre ellos. De los tres chiquilines que se independizaron, salvo una situación de reintegro familiar que está bien, los otros han sido personas que han podido integrarse a la sociedad, están trabajando, están bien. A la vez son parte de mi familia. Vienen o nos vemos por ahí. Me llena de orgullo trabajar en Aldeas. Hay un recuerdo que siempre me hace llorar. Era la noche de Reyes. Muchas madres estábamos disfrazadas, y yo miraba esas caritas, anhelantes, esperando a los Reyes, esperando el futuro, qué


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les depararía, y ese recuerdo, esa imagen, que no son más que rostros esperando el destino, eso no se paga con nada. Por eso digo que más que un trabajo esto es un sentimiento que se puede tornar realidad, un propósito realizable. Tengo mucha fe en ellos. No pretendo que salgan todos profesionales, ojalá algunos sí, pero a lo que lleguen, que lo hagan dignamente. Y eso no es poco. Es muchísimo”.

*Raquel González, nacida en Salto, tiene 44

años. Hace 17 años que trabaja en Aldeas de Salto, 12 como madre referente. Raquel hace una pausa, y culmina la anécdota de aquella noche de Reyes: “ellos tenían la mayor ilusión de sus vidas, y yo, mirándolos, también”.


Testimonio de una Independizada

Érica Maira Aguirre de Paula: “Tengo 14 hermanos” “Tengo 31 años. Soy soltera, Licenciada en Fisioterapia y con un postgrado como terapista K-taping. Se trabaja con cintas y es una técnica alemana utilizada para dolores, corrección de postura, estabilización, prevención. Vivo sola con mi perra. Como fisioterapeuta trabajo en mutualistas y de forma particular. Soy de Salto y estoy en Montevideo porque vine a terminar la carrera acá. Mi vocación surgió cuando tenía 19, 20 años. Todavía no me había ido de Aldeas. Trabajaba como empleada doméstica, salía del trabajo, iba a estudiar en el liceo de Salto y volvía a Aldeas. Me quedaban tres materias, cuando tuve un accidente de bicicleta y me rompí el tendón occipital de la rótula y me operaron en el 2000. Yo quería hacer Educación Física, hacía preparación física en un gimnasio, cuando me accidenté. Entonces le dije a papá, que en aquel entonces era Carlos Piñero, que era el director de la Aldea, que quería que la psicóloga me ayudara a hacer una evaluación vocacional, porque no iba a poder seguir Educación Física. Y la psicóloga me dijo que buscara algo vinculado con la educación física, que tuviera contacto, porque a mí me encantaba estar en contacto con los chiquilines, con la gente. Y surgió la fisioterapia. Cuando fui a la Facultad en Paysandú, el primer año estuve en la casa con la tía Sara de Aldeas, que funciona en la ciudad de Salto, fuera de la Aldea. El segundo año tomé la decisión de ir a una pensión. Cuando empecé la Facultad, papá, Carlos Piñero, me decía: ‘tengo que sacar de todos los rubros un poquito porque no contábamos que te fueras a Facultad’. Como veía que la plata que me daba papá no alcanzaba, hacía algún masaje, o alfajores, o dulces, y les vendía a las madres y tías, y la ganancia me permitía cubrir lo que me faltaba. Yo siempre me autoexigí. Papá siempre me dijo, ‘vos te exigís demasiado’. Yo siempre lo llamaba cuando tenía que dar un examen porque necesitaba hablar con papá para desahogarme, era la única persona con quien podía llorar y llorar, con nadie más. Y él me decía: ‘para el examen que viene estudiá un poquito más y ya está’.


En el 2005 hice el internado en el Maciel. Empezó el día de mi cumpleaños, el 18 de abril y terminé en agosto. Quedaron muy contentos conmigo. Después trabajé en el Pereira Rossell, hice cinco meses de voluntariado en la parte de neuropediatría, y después empecé a trabajar en un centro de rehabilitación en San José. Al año y medio me mudé de la Casa de los que están en proceso de independización de Aldeas. Quería independizarme y quería dar paso a otra estudiante de Aldeas para que fuera ahí. Me crié en Villa Constitución hasta los ocho años, después fui a las chacras de Villa Constitución, a las afueras. Tenía seis años cuando mis padres se separaron. Me quedé con mi papá y mi hermana mayor, y mi madre se fue con mi hermana menor. Fue un trauma. Llegar de la escuela y que no esté tu madre para mí fue horrible. Y eso lo pude trabajar después. Llegó un momento de mi adolescencia, en que le dije a papá de Aldeas que tenía tal y tal problema. Le expliqué que tenía un sentimiento porque en definitiva me quedé con eso atragantado. De por qué ella se fue y no nos llevó. Nos abandonó. Nadie me había dicho nada. Después pasamos a vivir en una pensión, cerca del juzgado. Había unos vecinos que decían que nosotras nos pasábamos solas, todo contra papá, y que no podíamos estar solas. La jueza lo llamo a papá, diciendo que si no tomaba una resolución nos metía en el Iname. Al fin pudimos entrar mi hermana y yo en Aldeas, el 13 marzo del 89. Mi hermana tenía 11 y yo nueve. Quedamos en Casa Salto. En aquel tiempo papá podía ir los domingos de visita. Y siempre tuvimos contacto con papá, y nunca nos dijo nada malo de mamá. Pero lo mejor de mi niñez fue en Aldeas. Tuve solo una madre referente, Margarita, con quien tenía muy buena relación. Siempre hizo de todo por la familia. Que tratáramos de estudiar. Que saliéramos adelante. Éramos ocho en la casa. La relación con mis hermanos de Aldeas es muy buena. Siempre estamos unidos. Cuando nos vemos hacemos una chocolatada, incluso con los tres hermanos que ingresaron después de nuestra generación. Cuando me preguntan cuántos hermanos tenés, yo digo 14. Aldeas es un lugar que te da la posibilidad que a veces tus padres no te la pudieron


dar. Una de las cosas es el estudio, es la herencia mayor, que es el conocimiento, y una familia. A mi madre Margarita la veo siempre, o nos llamamos por teléfono. Incluso mi padre biológico siempre me dijo: ‘ustedes tienen que estudiar, acá en Aldeas tienen la posibilidad que yo no les puedo dar’. Si quería algo lo planteaba a papá de Aldeas. Papá de Aldeas siempre nos dijo: ‘ustedes nunca esperen que les vengan a servir en una bandeja de plata, tengan iniciativa propia y así se les ayudará’. Cuando tengo un problema, hoy por hoy, al primero al que recurro es a Daniel Miranda, el director nacional de Aldeas. Siempre me dice: ‘Érica, vos sabés que siempre contás con nosotros’. Lo único que le diría al que entra a Aldeas es que tratara de disfrutar, olvidarse, capaz no de olvidar porque olvidar es una palabra que no existe en el diccionario de un niño de Aldeas. Pero lo pasado, pasó. Y si alguna vez te sentís oprimido por ese pasado, que lo hablen y traten de disfrutar lo que Aldeas le da. Estudio, una casa, amigos, primos, como quieran llamarlos. Nadie está obligado a llamarle papá o tío, o tía, o mamá, o hermano, o hermana, es un sentimiento que vas a sentir vos, que cuando vos pertenecés ahí recién podés decirlo. No es una obligación. Y que siempre tiene la oportunidad de ser escuchado”.

Nuestro objetivo es hacer posible que todos los niños y niñas formen sus propias convicciones, sigan sus creencias, sean fieles a sus raíces culturales y aprendan a respetarlos en los demás.


Š Marcela Girardelli.


© Marco Mägi.


CapĂ­tulo 10

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ALDEAS NO ES MAGIA: ES MÍSTICA Milton

Moreira es el director de la Aldea de Salto. Tiene 41 años y es oriundo de Sarandí Grande, Florida. Llegó a Aldeas a través de un llamado para asistente de dirección. “No conocía el Programa de Aldeas. Al pasar por la ruta 5 veía las casitas pero no sabía lo que era. Todo el conocimiento fue después que entré. Previamente venía de un proceso religioso, en el que pensaba ser sacerdote para trabajar con niños desamparados. En un momento determinado por razones personales dejé ese proyecto de vida en el que había concluido tres años de filosofía. Tras esa etapa empecé a trabajar en ventas y gestorías, siempre buscando una actividad más ligada a lo que me había preparado. En 1993 tuve la oportunidad de ser seleccionado entre varios candidatos para trabajar en Aldeas. Sentía por fin la alegría de que era posible ser parte de una propuesta más acorde a mis expectativas personales y laborales. En Florida me desempeñé 13 años como asistente de dirección. En el año 2006 recibí la propuesta de asumir la dirección de la Aldea de Salto, donde estoy desde ese momento”, cuenta. Milton vive en una casa de la Aldea con su señora y su hija de siete años. “Si bien ellas no son parte de mi labor como director, participan de eventos, festejos o alguna actividad importante. Mi señora tiene su vida, está estudiando un profesorado y mi hija realiza sus estudios. Ellas me apoyan y comprenden la dimensión de mi trabajo full time”. La Aldea de Salto está compuesta por 11 Casas y un apartamento pequeño en la ciudad, fuera de la Aldea. “Esta, la del apartamento,

es una experiencia que estamos haciendo de trabajo fuera de Aldeas. La organización a nivel internacional lo está promoviendo, esperando ver los resultados de trabajos en casas que están en barrios. En este caso es una familia que vive con Alda Antille, la mamá referente y tres chicos. Una de 16 años que pasó a 5° de liceo, y otros dos adolescentes que también estudian”. El predio de Aldeas en Salto tiene 27 hectáreas, incluye el lugar donde están las casitas, las oficinas, los galpones, el espacio recreativo con canchas deportivas y juegos para pequeños, el Centro Social y un sector en el que se trabaja en huertas con gente del barrio. “Además de las 11 Casas con niños, y mi casa, hay un apartamento que ocupan las tías o huéspedes que vienen, y actualmente hay dos casas para habitar. Una es la casona donde antes vivía el encargado de mantenimiento, que está libre y una casa nueva que recién se está terminando de construir. En este momento tenemos 80 niños viviendo en la Aldea y otros 20 que estamos apoyando en el proceso de reintegro con la familia biológica, una de las nuevas líneas de la organización. La mayoría de los niños son de Salto. Aldeas en esos últimos años ha tenido muchos cambios positivos y una de las grandes transformaciones es el trabajo coordinado con las familias de origen de los chicos y la procura del reintegro familiar de ellos a sus familias. Cuando entré en Aldeas, en el año 1993, primaba el concepto de que la familia biológica de los chicos afectaba nuestra labor. Éramos casi rivales, porque los chicos venían de procesos complejos con sus familias biológicas. Cambiar esa perspectiva fue todo un proceso


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que nos costó mucho, que fuimos aprendiendo, porque es cierto que hay familiares que vienen y desajustan a los niños, les hacen promesas que no las cumplen y con sus actitudes pasadas han dañado mucho a los niños. Pero también muchos de ellos tienen el corazón y la voluntad puestos en estar otra vez con sus hijos y son buenos colaboradores en el proceso de desarrollo de los chicos. Salvo situaciones muy puntuales, todo es posible recomponer y esa es la nueva meta de la organización”. El perfil del niño que llega a Aldeas ha ido cambiando en los últimos años. “A veces lamentablemente decimos que vienen chiquilines desarmados”, se lamenta Milton. “Vienen para armarlos de vuelta. Además de darles una familia, una madre referente, mucho amor, hay que mandarlos a la foniatra, a la psicoterapeuta educativa, al psiquiatra, al psicomotricista para apoyarlos y sacarlos adelante. El perfil de acogida es el de chicos de familias muy desarmadas, en algunos casos de varias generaciones o de padres o abuelos con trastornos psíquicos. Cada vez es más difícil trabajar con ellos. Se están juntando generaciones de padres que han pasado por drogas, con algún problema mental, junto con una larga cadena de abandonos. Pero la esperanza está intacta. Con nuestra propuesta de modelo familiar, fortaleciendo los equipos técnicos y capacitando el personal se logran muchas cosas. En algunos casos tenemos que conformamos con el hecho de que cursen la escuela o que hagan algún otro curso y apostar mucho a los valores que aquí se imparten para que salgan al mundo con otra mirada. Pero también tenemos chicos que han logrado estudios universitarios. Todo depende del proceso que haga el niño en Aldeas, de la reconstrucción personal de su historia”.

Milton opina que también ha cambiado el rol de la madre referente en la organización. Hace diez años, era un rol muy pasivo, pero ahora no lo es. “En el Programa de Acogimiento de Aldeas el centro de atención es el niño, y entre el personal, la madre es la que juega el papel más importante, es en ella donde se ponen las principales expectativas por su relación estrecha con el niño. Todo el resto del personal procuramos que la madre tenga las herramientas y el apoyo para su gestión. En el caso de Salto tenemos un equipo técnico, contamos con una trabajadora social, el apoyo de tres psicólogos, uno de ellos trabaja con adolescentes, haciendo talleres, y lo que es muy importante, trabaja con los niños pero también recorre las familias, conversa con las madres, y hay dos psicólogas que apoyan a las madres, ven cómo están, qué plan de carrera tienen. Además colaboran una psiquiatra y una fonoaudióloga. Para el segundo semestre una maestra nos va a apoyar en el tema estudio, pero destaco que tratamos de estar todos focalizados en el apoyo a la madre, en esa figura que ha tomado mayor protagonismo. Por otra parte, hoy en día la dirección de la Aldea no es un director, es un equipo, que lo lidera el director como una especie de coordinador, pero el equipo de dirección está conformado por madres, el director y algunos técnicos y es llamado Comité de Aldea”. El director es enfático al afirmar que “estoy muy orgulloso del equipo, porque los avances no salen por uno. Yo les digo un poco en broma que el director Mr. Músculo que saca la solución mágica no existe, ni tampoco la madre Mr. Músculo. O estamos en equipo y encontramos las alternativas a los temas o los temas empiezan como a amontonarse, a acumularse. Además la apuesta es no acostumbramos a tomar a


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los problemas como algo natural, no podemos perder esa capacidad de asombro, siempre tenemos que estar alertas, buscar alternativas, buscar apoyo. No hemos tenido situaciones graves. Pero ante cualquier señal, como puede ser el tema drogas, elaboramos entre todos un dispositivo de acción”.

INDEPENDIZADOS Respecto a los independizados, “en estos meses tuvimos la alegría de que una joven culminó su carrera de fisioterapeuta. Además tenemos una estudiante de nutricionista que esta en 4° año, otra que inicia esa carrera y otra joven está haciendo primer año de Medicina, eso a nivel de estudio terciario. Otra independizada se fue a Buenos Aires e hizo cursos de alta costura y está muy bien”, dice. Por otro lado, “otro chico construyó su casa con sus manos, con su trabajo y el apoyo de Aldeas, lo cual también es una situación exitosa. Después hay varias chicas trabajando en Salto, varias con sus familias, ninguna ha repetido la cadena de abandono. También hay algunos que no han madurado y que siguen dependiendo del apoyo de Aldeas. También tenemos buenas experiencias con los que se reintegran con su familia biológica”. Milton Moreira destaca que en lo conceptual dejamos la visión de que Aldeas es la mejor alternativa para el niño que no está con su familia, “por el concepto de que Aldeas hará lo posible para que todo niño crezca en familia y si es posible especialmente en su familia biológica. En este marco es todo un desafío lograr un buen proceso de reintegro familiar y cada proceso es único y construido con ellos. Analizamos bien la familia para que el proceso del niño no sea interrumpido

o tenga nuevas frustraciones y entendemos que lo mejor es hacer algo gradual. La idea es tratar de aseguramos que solo permanezca en Aldeas el chico que no tiene ninguna posibilidad de estar con la familia. Si hace años que no ve a su familia, empezamos a vincularlos, a planificar alguna visita, que vengan, que los chicos vayan, a conocer esa realidad, a indagar un poco más, y si hay posibilidades, Aldeas llega a un acuerdo con la familia, a través de todo un proceso, en el que también interviene Inau, como organismo rector. En todo el proceso Aldeas mantiene el apoyo, para garantizar que el niño esté bien. Los procesos más exitosos han sido así: van una semana con su familia, pasan 15 días acá, en las vacaciones van unos días más, y después de un tiempo se hace un acuerdo, se firma el traslado, se comunica al Inau que pone a los niños como licencia con su familia y hace los distintos informes hasta que se llega al traslado definitivo para que la familia también pueda tener otros derechos, como Asignaciones Familiares. Esto dura uno o más años”.

UN MOJÓN “En mi vida tuve un par de mojones muy significativos, y uno de ellos fue justamente mi oportunidad de ser parte de Aldeas”, señala el director de Salto. “Siento que entregué mucho a Aldeas, he hecho aportes teóricos, he trabajado mucho con aciertos y errores en un constante aprendizaje. Pero también destaco que mi vida tiene un sentido no solo por mi familia, sino por lo laboral y por la oportunidad de contacto con la gente. El trabajo social para mí es espectacular, y hay un grupo humano extraordinario. Sentimos que para alcanzar mejores resultados


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necesitamos más recursos humanos, lo hemos expresado en reiteradas ocasiones, pero en definitiva el grupo que hay, ha sabido conducir este barco, ha remado, desde todos los niveles, con un compromiso gigantesco”. Milton se entusiasma a medida que habla. “Esto es un desafío permanente. Uno se levanta y no sabe con qué se va a encontrar. Puede ser lo más lindo, o puede ser algo difícil… Nosotros en Florida tuvimos dos situaciones de chicas que por motivos de salud, fallecieron. Cuando falleció la primera hermana, yo estaba en Florida. En esa época, la otra hermana que también tenía la misma enfermedad, me escribió una carta que siempre la traigo conmigo y la tengo aquí. Aquello fue en el 2004”. Milton la lee, emocionado: “Hoy es un día hermoso de sol en otoño. Las hojas de los árboles cubren el césped de amarillo, los pajaritos cantan en el cálido sol, los niños juegan en el tibio sol, alrededor de sus maestras. Los chicos cortan el césped y otros hablan sentados buscando el calor del otoño. Hoy es un día hermoso y fresco para estar reunidos en familia, al lado de la estufa, charlando, mirando tele, tomando mate, capaz que alguna torta frita. Si no está un ser querido, hay que seguir. Seguir para adelante porque está en nuestro corazón. Hoy es un día hermoso lleno de paz y de armonía. Leticia”. Milton hace una pausa antes de seguir hablando… “Esa chica de 20 años, Leticia estaba también en una etapa terminal de su enfermedad, ella ya sabía su final. Y esa hojita fue lo que me quedó de ella, junto con todo lo vivido. Una chica, que acababa de perder a la hermana y que te diga que ‘hoy es un día hermoso para estar en familia’,

es muy conmovedor”. Para Milton una palabra que explica gráficamente lo que sucede en Aldeas es la “mística”. “Nos vamos contagiando entre todos y estamos siempre atentos para preservar esa mística, en los que ya estamos y en la gente nueva que entra, porque los chicos se merecen lo mejor. El gran logro que estamos teniendo es que nos estamos conformando como equipo. Nos hemos rodeado con gente muy buena, la trabajadora social, los psicólogos, todos son jóvenes y dinámicos, con ganas de trabajar con la gente, siempre optimista, y esa mística se está contagiando, y el grupo de madres es fabuloso. Lo que ponen es increíble y por eso hacen que los chicos vayan para adelante, no es magia: es mística”.


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ENCUENTRO Algunos jóvenes se fueron hace diez u 11 años de la Aldea de Salto, mientras que otros se independizaron hace un año o dos. “Con el grupo de jóvenes independizados procuramos mantener el vínculo. Algunos años realizamos un encuentro para compartir con ellos, les contamos cómo está funcionando Aldeas, y también para ver cómo están ellos. Es una jornada muy productiva, muy linda. Es una práctica que estamos tratando de implementar en todas las Aldeas. En la reunión del año pasado los chicos independizados hicieron una mesa redonda y conversaron sobre cómo era su día a día frente a los adolescentes de la Aldea. Después los adolescentes les hicieron preguntas y fue muy interesante. Se advertían las distintas miradas a través del tiempo. Estaban algunas madres, el director, algunos técnicos, unos 20 independizados y 20 adolescentes; hicimos intercambios con talleres. Y cuando terminó, algunos les decían a los que están por salir: aprovechen al máximo esta oportunidad y los de adentro veían que muchos independizados están bien y son exitosos”. Los desafíos se renuevan todos los días. “Ahora estamos con una experiencia piloto en Salto. Alda Antille, una madre referente que hace muchos años que está en el marco de un proceso de retiro laboral, se trasladó a un apartamento ubicado fuera del predio de Aldeas, en la ciudad, cerca del Shopping. Ella acompaña a dos adolescentes conflictivos y una adolescente que tiene desde que era bebé. Ha logrado muchos cambios, uno de sus chicos tiene un vínculo con una familia del barrio y algunas semanas se queda en el apartamento y otras con esa familia. Y esta mamá referente, si bien está fuera de

Aldeas, mantiene un vínculo muy bueno con las otras familias, integra el Comité de la Aldea, es la encargada de organizar el descanso de todo el personal, y tiene un rol de liderazgo interesante entre las madres”. El director concluye diciendo que “como Alda, quisiera que en el momento en que concluya mi ciclo pueda sentir que mi proceso fue positivo, que he dado lo mejor de mí, que siempre aposté al trabajo en equipo y que mi desempeño favoreció que muchos niños tengan buenos valores, cuenten con la esperanza de construir su futuro y la fe de creer que es posible salir adelante. Sin lugar a dudas estaré feliz por la historia vivida en Aldeas, por lo aprendido y me llevaré imágenes e historias de muchos chicos que caminaron junto a mí, y yo junto a ellos”.


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Š Katerina Ilievska


Alda Antille, madre referente en la experiencia piloto de Salto*

LA ALDEA EN LA COMUNIDAD “Llegué a Aldeas por intermedio de un aviso del

diario en aquella época, de eso hace 22 años, cuando yo tenía 28 años. Soy una de las más antiguas. Yo soy de acá de Salto y en ese momento estaba sola porque mi madre había fallecido, mi padre que estaba separado vivía afuera, y mis hermanos estaban en Montevideo. En esa época trabajaba como empleada doméstica en una casa de familia. Tengo cuatro hermanos y somos muy unidos. Hasta hoy siempre estamos apoyándonos unos a los otros. Mi madre era hija única en campaña, pero mi casa siempre estaba llena de gente. Crecimos en una casa donde siempre había chiquilines del pueblito que quedaba cerca, que iban a quedarse en casa. Era otra época, no estaba el Inau, ni nada por el estilo, entonces había compañeros de mis hermanos que iban y se quedaban años en mi casa. Los padres se conocían y se quedaban, iban a la escuela con nosotros, al liceo. Vivían como otros hermanos más de la casa y nunca hubo eso de por qué están acá. Era otra realidad. Les faltaba un plato de comida en su casa y se acercaban donde había un plato de comida segura. Y mi historia de vida es esa, cómo convivir bien, cómo lograr una armonía en una casa con distintas personas. En mi casa cuando era chica también vivían unos tíos viejos, muy mayores, que también te da otra experiencia, convivir con ancianos y niños chicos. No conocía a Aldeas. Estaba trabajando y buscando otra oportunidad de trabajo, me presenté al llamado y me convocaron. Al principio fui a ver lo que era. Mi idea no era quedarme tanto tiempo tampoco, pero después fui cambiando.

No tengo hijos, todos los chiquilines que tengo y los nietos que tengo son de Aldeas. Entré como tía rotativa. Después surgió una casa donde la madre estaba enferma, se retiró y quedé como madre referente. Eran ocho chiquilines. La mayoría adolescentes. Y me quedé hasta que empezaron a independizarse de a uno. Después tuve el ingreso de cuatro hermanitas niñas, una bebé, de cuatro meses, Florencia, y de todo ese primer grupo, ella es la única que me queda ahora en esta casa. Está con 16 años. Y dos varones que se integraron hace cinco años. Pasé por dos generaciones. Y con todos nos llevamos muy bien. Siempre me llaman, o vienen a verme, por lo menos una vez al año. Tiramos un colchón y siempre hay lugar. O como tienen mucho vínculo con mi padre que vive afuera, van a su casa y se quedan ahí. O si no van a lo de mi hermana que está en Montevideo. Cualquier cosa que necesiten o precisan alguna mano, mi hermana está. Mi hermana es como mis ojos en otro lugar. Siempre estuvieron integrados a mi familia. Tengo 13 nietos. Y en las elecciones del 2009 vinieron a votar y el apartamento se llenó de gente. Estaban todos. Era la oportunidad de juntarse. Porque esta es la única y la primera experiencia de Aldeas donde la casa no funciona en la misma Aldea, sino en la comunidad, en el centro de la ciudad de Salto, como una casa cualquiera. Es la experiencia piloto, ¡y justo me fue a tocar a mí! El 28 de marzo de 2010 se cumplió un año que vivimos fuera de Aldeas,


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en este apartamento. Es una experiencia nueva para nosotros y nos ha ido bien. Sobre todo la experiencia con los vecinos. El esquema es el mismo de Aldeas. Siempre busco la tolerancia, que todos respeten el espacio. Los nietos, como digo yo, me encantan, porque las gurisas han dado una educación a esos nenes increíbles. Son unas madrazas. Santiago, que es el más grandecito, es un dulce para tratar, para hablar, y además abierto, vienen, conversan, todos son bien educados. Los independizados de Aldeas se han esforzado mucho para que sus hijos estén bien. Y eso a mí realmente me llena de orgullo. Ellos se criaron todos juntos como hermanos. Siempre están pendientes uno del otro. Hablo de estos niños y me emociono. Yo prácticamente estoy cerrando un ciclo. Incluso me tocó una parte de esa realidad distinta del país, de este país de ahora, más complejo, con otro perfil de chicos. Pero aprendí, gracias a los profesionales, porque una debe habituarse a preguntar, a consultar, a hablar con las mismas compañeras, porque acá todos los días estás aprendiendo. Y si me equivoco, también escucho, porque aprendí a dar marcha atrás si me equivoco. Es una cosa que siempre les digo. Además se trabaja muchísimo para que el lugar donde se vive sea agradable. Yo les digo a ellos, que a veces no son hermanos, que si no se quieren como hermanos, que se respeten. Mañana cada uno va a hacer su camino, su vida, pero en el momento que estamos hoy, aprovechemos lo que tiene cada uno. Porque cada uno tiene algo para darle al otro. Y es la mejor manera de convivir y de estar bien. Y eso les servirá en el futuro.

Ahora tengo a Florencia que cumple 18 años en el 2012. En marzo del 2012 ya estaría en la universidad, en Montevideo, con sus hermanas biológicas y ahí tengo una meta, ver dónde va a estar Florencia ubicada y tomar mi decisión de lo que yo voy a hacer. La verdad que ya tengo tomada mi decisión. Cuando cumpla mi ciclo me iré a mi casa, con los míos, a hacer mis cosas. El vínculo con los gurises se va a mantener siempre porque es algo que ya está integrado. En ese sentido estoy tranquila.

LUCHAR LAS BUENAS CAUSAS Yo hice bachillerato completo, en humanístico. Intenté hacer algo de Derecho pero no llegué. Siempre he estado haciendo cursos de una cosa u otra. De cocina, de contabilidad, máquinas, me integré a la computadora. Los cursos que nos han dado en Aldeas me ayudaron mucho. Yo soy de leer. Y la experiencia te da de todo un poco. Siempre digo a los gurises que cuando hay una cosa que anda medio mal, que usen mi idea, lo que yo les digo, pero si ustedes tienen alguna mejor, yo se las copio. Es una manera de ir avanzando. Yo soy muy tranquila. Hay cosas que sabés que sí, que valen la pena, entonces la energía la pongo ahí porque sabés que vas a lograr algo que está bien. Pero malgastar energía por malgastar energía, no. Hay que luchar las buenas causas. En la parte humana es increíble lo que uno gana, y crece y aprende. Eso no hay con qué pagarlo. Es una experiencia de vida increíble para todos.


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Incluso para afuera, para tu vida personal. Una está acá pero tampoco está encerrada. Una puede organizar su casa y tener tiempo para hacer sus cosas. Ahora estoy buscando unas horas para hacer un curso que tengo ganas de hacer de la universidad como asesora de relaciones laborales. Nunca pensé que fuera un sacrificio este trabajo o en todo caso es un sacrificio que vale la pena. Siempre lo consideré como un trabajo diferente. Y como es un trabajo, trato de hacerlo lo mejor que puedo. Cuando entré acá, sabía a lo que venía. Se me explicó, y uno lo toma o lo deja. Es distinto el caso de los gurises que ingresan, porque ellos no pidieron para venir. Pero una eligió. Y cuando elegís, sabés que hay cosas que tenés que dejar y otras que vas a ganar. Pero acá lo que ganás es muchísimo más de lo que perdés”.

*Alda tiene 49 años. Vive en un apartamento

fuera de Aldeas, con tres adolescentes. Es la nueva experiencia de Aldeas: insertarse en la comunidad, cada vez más. Alda sorprende por lo tranquila. Tal parece que ya nada la puede abrumar. “Pasé por esa etapa, cuando el agua te llega por el cuello y te parece que te ahogás. Pero no, no te ahogás. Era apenas un sentimiento”.


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Testimonio de una Independizada

Luis Eduardo Bitancurt: “no son mis primos, ni mis vecinos, son mis hermanos” “Tengo 27 años. Me fui de Aldeas hace seis años y empecé a trabajar aquí, donde soy encargado de una empresa distribuidora de productos lácteos de Salto. Tengo una novia desde hace cinco años, y no tengo hijos. Vivo en mi casa propia en la ciudad de Salto. Estudié hasta tercero de Ciclo Básico, y tengo estudio de sanitaria y electricidad en la UTU. Cuando salí, fui a buscar trabajo, presenté currículo y me llamaron para trabajar. Entré y me quedé. Yo nací en Salto y mi familia estaba constituida por cuatro hermanos, tres varones y una mujer, dos hermanos mayores y una menor. Entré a Aldeas a los tres años con un hermano que se fue porque tenía problemas psicológicos. A los otros dos no los vi más. A mi padre no lo conocí nunca y mi madre me visitó hasta los ocho años. Iba muy de vez en cuando, la habré visto tres veces en esos cinco años. Se mudó a Maldonado y tuvo tres hijos más, formó familia de vuelta y se le complicaba. Hará dos o tres semanas nos hablamos por teléfono y me manda mensajes de vez en cuando. Fuimos a parar en Aldeas porque ella no tenía plata para mantenerme ni a mí ni a mi hermano. Mi hermana mujer era hija de otro padre y se quedó con los abuelos y el otro varón no sé el fin que tuvo. Nunca más los vi, ni tampoco los busqué. Mis recuerdos de Aldeas son buenazos. Siempre tuve la misma madre, Doris Barrios, y hasta el día de hoy sigo viendo a la misma madre y al mismo padre, Doris y Carlos Piñeros. Él entró cuando yo tenía siete, ocho años. No recuerdo mucho cuando llegué porque tenía tres años. En la familia de Aldeas éramos siete, cuatro varones y tres mujeres. A los que vivieron en mi casa y a todos los que vivieron en Aldeas los considero mis hermanos y los sigo viendo a todos. En mi época, el padre de Aldeas cumplía función de padre y lo hacía bien, y mamá también, y eso me ayudó mucho a superar lo que me pasó cuando chico. Mamá se fue de Aldeas cuando yo tenía 17 años, y yo me fui a los 21. Cuando salí de Aldeas me vine a un apartamento que tenía Aldeas en el centro de Salto, en el proceso de independización. Después me compré un terreno, para el que Aldeas me dio la plata que fue juntando de mis padrinos, y después construí mi casa.


Gracias a la gente que conocí en Aldeas, gracias a mamá, papá, a los gurises, soy lo que soy hoy en día. Y cuando me preguntan cuántos hermanos tengo, siempre digo 45, los que estábamos en la Aldea de Salto en aquella época. Para mí son todos mis hermanos, no son primos ni vecinos, son todos hermanos. A los que están acá en Salto los veo siempre, y con los que se fueron por problemas de trabajo, mantenemos contacto”.



segunda parte


Š Katerina Ilievska


CapĂ­tulo 11

Momentos de infancia feliz Nuestro objetivo es que los niĂąos y niĂąas vivan como tales: que se sientan queridos, protegidos y que puedan construir nuevos recuerdos positivos de una infancia feliz. .


DEL ASISTENCIALISMO A UNA ORGANIZACIÓN DE DESARROLLO Daniel Miranda llega apurado. Viene de firmar un convenio con la Intendencia de Montevideo para profundizar el Programa de Fortalecimiento Familiar de Aldeas Infantiles. “Hay dos grandes metas en estos 50 años de Aldeas: cuando se crea y consolida el Programa de Acogimiento, y cuando surge la necesidad de fortalecer el vínculo afectivo, antes de que se rompa, porque cuando se rompe, la única solución es el acogimiento”, indica Daniel Miranda, director nacional de Aldeas Infantiles SOS. “En un momento nos formulamos la pregunta clave: ¿hasta cuándo vamos a recibir pasivamente a ‘huérfanos’, en las Aldeas? ¿Eso es suficiente? Y allí surge ese otro camino, con el que no vamos a solucionar el mundo, pero de alguna forma sentimos la responsabilidad de trabajar con las familias con mayores riesgos en la etapa previa a la ruptura, justamente para evitar la desintegración familiar, que a la larga lleva a la separación del niño, cuando ingresa en el acogimiento de la Aldea”. Pero si Aldeas es el último recurso, “queremos desarrollar el penúltimo recurso, o sea, pasar de ser ‘curativos’ a promover el desarrollo. Porque las Aldeas, en cuanto centros de acogimiento, son curativas. Entonces nos formulamos las preguntas fundamentales: ¿cómo podemos trabajar con las familias en las peores situaciones, para tratar de fortalecerlas, desarrollarlas, antes que se produzca un quiebre, donde el niño en el mejor de los casos termina en Aldeas, o en

una institución similar, y en el peor, termina en la calle? Para desarrollar esta segunda vía nos dimos cuenta de algo muy simple: para poder llevarlo adelante, lo primero, era que teníamos que creer en la gente. Eso significa que a esas familias con los vínculos rotos, puedo decirles: ‘yo quiero sentarme a su lado para trabajar en conjunto porque creo en usted, tengo la convicción de que puede salir adelante, a pesar de todas las adversidades que está enfrentando y que tendrá que enfrentar’”. Desarrollar ese camino en forma pionera, cambiando el foco de lo que se estaba trabajando en Aldeas, implicó un verdadero descubrimiento. Los responsables de Aldeas SOS se encontraron con un Uruguay desconocido. Comenzaron a interactuar con gente que no solo no sabe leer ni escribir, sino gente que en muchos casos no conocía un inodoro, gente que conoce un solo tipo de comida, y de la otra ni siquiera sabe que existe. Gente urbana, que vive en el barrio Uruguay o en el barrio Artigas, que nunca habían ido a la calle Uruguay, en pleno centro de la ciudad de Salto, a pocos minutos de distancia. En otras palabras, buscando este camino tropezaron con unos niveles de miseria que no sabían que existían en Uruguay. Y es allí donde se dan estas situaciones, donde el vínculo familiar está al borde de la ruptura. La principal travesía de los 50 años de Aldeas Infantiles SOS, es que pasó de ser una organización prácticamente asistencialista o curativa, en el sentido que cura al chico que sufrió la pérdida de la familia, a ser una organización


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de promoción y de desarrollo. “Y esto que parece abstracto es un concepto amplio, porque AI SOS no se encarga solamente del niño que ya perdió a su familia, sino que también trabaja en la promoción, desarrollo, la parte de prevención del niño y de su entorno más próximo”. .

© Katerina Ilievska


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FORTALECIMIENTO FAMILIAR En 1993, cuando Daniel Miranda ingresó a la organización, estuvo viviendo en la Aldea de Florida durante cinco meses. Entró como asistente del director, que en aquel momento era un austríaco, Johann Denk, que actualmente es asesor Gerencial y Estrategia de Aldeas Infantiles de América Latina y el Caribe, con sede en Uruguay. Denk llegó a Uruguay en 1985,

© Marianela Farías NIños del Espacio de Desarrollo Familiar Don Calabria, Salto

con la misión de llevar adelante el proyecto de construcción y puesta en funcionamiento de la tercera Aldea de Aldeas Infantiles, ubicada en la ciudad de Florida. La Aldea se abrió en 1990. Después de Florida, Miranda estuvo viviendo en la Aldea de Montevideo, que en aquel entonces tenía las residencias de varones y de chicas en forma independiente. “Este proceso, de vivir en diferentes Aldeas, me permitió conocer el engranaje de la historia organizacional”, consigna. Luego trabajó como asistente del director nacional y a partir del año 2000 asumió el cargo de director nacional. Paralelamente, desde el 2003 hasta el 2007 estuvo a cargo del área de Cooperación de Aldeas Internacional SOS, junto con otras instituciones internacionales que trabajan en el tema de infancia, como el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). El desarrollo de la segunda área de acción de Aldeas, el Fortalecimiento Familiar, fue rápido. Empezó en 1999 y fundamentalmente en el año 2000, primero en Salto y después en Florida, para pensar, desde la experiencia, el desafío del Fortalecimiento Familiar. En el 2002 ocurrió la gran crisis económica de la clase media y media alta en Uruguay, y en el 2004 fue la gran caída y la severa crisis social cuando impactó en la población más sumergida. Si bien a nivel internacional desde hacía varios años, ya había una línea de reconversión, se creía que en Uruguay ello no sería posible, por ser un país de ingreso medio. Pero en el 2002, cuando se inicia la crisis económico-financiera, se reunió a toda la gente que había en los jardines de infantes y lo plantearon, sin medias tintas: “lo que estamos haciendo es meramente asistencialista”. Los jardines de infantes solo tenían impacto en el tema educativo, pero sin embargo la línea organizacional a nivel internacional era trabajar


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fuertemente con el tema de la familia. Entonces los responsables de AI SOS definieron que ese era el momento histórico de Uruguay donde había que hacer la reconversión. “O la hacemos ahora o nos quedamos anclados en el asistencialismo”, se sostenía. Plantearon que el que estaba dispuesto a reconvertirse, seguía con AI SOS y el que no lo estaba, quedaba afuera de la línea de trabajo. En el año 2002 se comenzó con un programa de reconversión de lo que eran los jardines de infantes, que incluso funcionaban en los predios de Aldeas, y atendían a una población integrada fundamentalmente por niños de clase media. Buena parte de los niños que iban al jardín de infantes de Florida, por ejemplo, eran hijos de profesionales universitarios, o sea, se destinaba a una población que tenía muchas alternativas, cuando el objetivo de AI SOS era trabajar con la población que no tiene alternativas, que está a un peldaño de caer. Inclusive la reconversión implicó hablar con los padres porque tenían que discontinuar el trabajo para una población que estaba muy contenta con el servicio y que también apoyaba mucho. Aquello implicaba hacer un cierre del ciclo, hablar con todos y empezar a reconvertir no solo a las familias de los que concurrían a los jardines, sino fundamentalmente a reconvertir lo que era la idea de los docentes que ya estaban trabajando en AI SOS. Eso se empezó a hacer en el 2002, continuó en el 2003 y los responsables de la organización quedaron impactados al ver cómo los programas realmente funcionaban y cómo “prendían” en la comunidad, relata Miranda. En el 2000, AI SOS tenía 330 niños, 270 en las Aldeas y los otros 50 niños en los jardines de infantes. En el año 2011, AI SOS tiene casi 2.000 niños en los diferentes programas.

El Programa de Fortalecimiento Familiar ha tenido un profundo impacto. Al principio, tenían que buscar dónde instalarse, pero ahora, en cambio, permanentemente, les llegan solicitudes para que vayan a tal o cual lugar. Y esto ha sido un cambio sustancial, a tal punto que hoy hay más personal dedicado al Fortalecimiento Familiar que al Acogimiento. A su vez, si bien el cambio organizacional ha sido muy fuerte en la interna, todavía no se ha podido cambiar la imagen externa. La gente sigue pensando en Aldeas como las Casas familiares tradicionales, el Acogimiento.

CÓMO SE IMPLEMENTÓ EL CAMBIO Si bien hubo que tomar medidas drásticas, la transformación organizacional siguió una metodología estudiada en sus detalles. En primer lugar se cerraron los jardines de infantes que tenían dentro de las estructuras de Aldeas, y hubo una preparación de los nuevos equipos, o de los mismos equipos pero con un objetivo diferente. Las personas que consideraban que tenían el perfil adecuado para dirigir los nuevos programas, viajaron a Bolivia, país pionero en la materia por su extrema pobreza, para conocer cómo funcionaban. Tuvieron un proceso de instrucción, de capacitación, y enseguida empezaron a buscar lugares adecuados en la comunidad para instalar esta nueva forma de organización. En el 2003, justo cuando estaban empezando, surgió una convocatoria de la Unión Europea para proyectos de este tipo, AI SOS se presentó para iniciar en Salto, la ganó, y obtuvo los fondos para el primer paso. El proyecto de la Unión Europea fue para empezar con un Centro Social en Salto, en los


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barrios Uruguay y Artigas, con otros Centros Comunitarios en las zonas más empobrecidas de la ciudad. Respecto a Florida, se comenzó a evaluar cuáles eran los lugares más pobres, donde estaba la gente en una situación más vulnerable en lo que hace a la familia y a la infancia. Cuando comenzaron a buscar la infraestructura adecuada, descubrieron que en Uruguay existe una inmensa cantidad de infraestructura ociosa, con grandes locales vacíos, que perfectamente podían readaptarse para este trabajo. Entonces junto con la búsqueda de los barrios o las zonas más necesitadas, buscaban, también, la infraestructura, los locales, los salones que podían utilizar. Y la siguiente tarea, clave en todo este proceso, fue presentarle a la comunidad en qué consistía este proyecto, cuál era el enfoque que tenían, para trabajar juntos. La llave para insertarse en forma exitosa fue la franqueza. Cuando iban a hablar a una comunidad les decían: nosotros tenemos un proyecto que tiene un fuerte impacto en la comunidad; ustedes tienen una situación compleja con niños que no tienen Plan Caif, no tienen centros donde mandarlos, pues ahora está la posibilidad, que es lo que AI SOS proyecta, que los niños puedan estar ocho horas en un Centro con desayuno, almuerzo y merienda, con acompañamiento educativo, acompañamiento en salud, acompañamiento en general en cuanto a la situación del niño, pero fundamentalmente, si bien todo esto es importante, lo que prioritariamente se busca es trabajar con la familia. El Programa es diferente al Plan Caif. Desde 1988, el Plan Caif constituye una política pública intersectorial de alianza entre el Estado, Organizaciones de la Sociedad Civil e Intendencias, cuyo objetivo es garantizar la

protección y promover los derechos de los niños desde su concepción hasta los tres años. Pero Aldeas Infantiles SOS llega donde el Caif no llega.

UN POCO ANTES DE LA COMPUTADORA Aldeas Infantiles SOS evolucionó por ensayo y error, como todo proyecto nuevo. Al principio entraron con una mentalidad estructurada desde una perspectiva que, descubrieron, no era adecuada a la realidad. Cuando empezaron en Salto, originalmente los programas tenían talleres de computación, porque lo pensaban de acuerdo a una cierta estructura, y desde esa perspectiva, la computación es una herramienta buena y democrática. Pero fueron las propias madres las que les abrieron los ojos, las que les dijeron que la realidad siempre presenta más matices de los que se cree. Lo primero que les dijo un grupo de madres de Salto fue que, en teoría, les parecía adecuado aprender computación, pero de inmediato agregaban dónde estaba la falla: “si voy a competir por un trabajo en ese sector, si me presento en oficinas con gente que trabaja con computadoras, y voy así vestida, cuando todavía me faltan tres dientes, nunca he ido a una peluquería y tengo 35 años, y voy a competir con una chica de 15 años, entonces ya perdí antes de empezar. Lo que prefiero es aprender algo donde después pueda insertarme laboralmente, en el mundo real, no en el mundo ideal”. Los responsables de impulsar el Programa recuerdan que las madres les decían cosas como esta: “nosotras ni siquiera sabemos coser, porque no hay plata ni para la vestimenta”, “en el barrio hace no sé cuánto no hay una sola peluquera


Š Marcela Girardelli


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porque el hábito de embellecerse se perdió”, “no hay nadie que sepa hacer una torta, porque se perdió el gusto por celebrar”, “no hay nadie que sepa cultivar una huerta, porque se perdió el hábito de comer verduras”. Fue entonces cuando se dieron cuenta que ahí estaba la solución: la computadora vendría después, pero antes había que pasar por los otros peldaños de la escalera. En ese aprendizaje por ensayo y error, llegaron a otra conclusión, que les resultó esclarecedora. Porque cuando empezaron con este proceso, advirtieron rápidamente que, en lo que hace al aprendizaje, se trata de un proceso de ida y vuelta. Los responsables advirtieron que normalmente uno se capacita para el mañana, pero en ese entorno, el mañana está demasiado lejos, y había que capacitarse para el hoy, como si el tiempo se acelerara. Prefirieron demorar los talleres, de modo que, cuando comenzaran, todos advirtieran que no estaban en el mundo ideal, hasta cierto punto fantasioso, sino en el mundo real, y que en ese mundo real, los talleres productivos se hacían para que ese mismo día pudieran obtener algún ingreso. Querían talleres donde la gente pudiera empezar a tener herramientas para producir y mejorar sus ingresos a partir del mismo día que vinieran.

AUTOESTIMA Para ese entonces, los responsables de Aldeas Infantiles SOS habían aprendido mucho, pero todavía les faltaba aprender algo sustancial. Fue cuando descubrieron que en algunos casos tenían que dar marcha atrás y empezar con talleres de autoestima y de desarrollo personal, que estaban un paso antes del taller laboral o productivo para poder obtener recursos para el presente. Esto, el

fortalecimiento de la autoestima y el desarrollo personal, era, en muchos casos, el principio de los principios. En otras palabras, empezaron con una propuesta ideal y se dieron cuenta que para llegar a ella había pasos previos ineludibles, que eran mucho más básicos y concretos, pero todos necesarios. Tuvieron que empezar por fortalecer a la mujer, tuvieron que decirles y demostrarles que “tú eres importante, tú vales, más allá de ser madre tú eres una mujer, tienes capacidades para esto, puedes hacer aquello otro, puedes tener espacios donde hablar, donde compartir, donde interactuar, donde disfrutar”, y recién después, cuando se desbloquearon los aspectos que les trababan el desarrollo, recién pudieron empezar a trabajar con los talleres productivos. Esta elaboración no era teórica, sino que las propias destinatarias de este esfuerzo lo planteaban claramente. Estaba demasiado a flor de piel, ni siquiera estaba oculto. Uno de los que implementó el Programa recuerda una anécdota: “estábamos con un grupo de madres en uno de los talleres, cuando de pronto una muchacha se puso a llorar. Tenía 28 años, cuatro hijos, y con lágrimas en los ojos, después de escuchar lo que se estaba hablando, nos dice: ‘hasta hace muy poco yo pensaba que lo único que podía hacer en la vida, durante toda la vida, era lavar unos trapos y cocinar lo poco que sabía cocinar. No sabía que tenía derechos, que tenía posibilidades, que podía salir adelante, que tenía otra opción, que tenía otra oportunidad. Fundamentalmente no sabía que podía creer en mí y tener la posibilidad de buscar otra forma de vivir, no sabía que tenía posibilidades de salir adelante, con otras personas’”. Recién después de ese proceso se pudieron iniciar los talleres productivos. Y cuando empezaron


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a hacer los talleres, descubrieron que la gente hacía el proceso, y con gran sorpresa les decían, exultantes: “nosotras estamos logrando ingresos que pensamos que no se podían obtener”. Algunas de las mujeres hacen ruedos de pantalón para el barrio porque nadie sabía hacer ruedos de pantalón. En muchos casos se recibe donación de ropas pero la gente de la comunidad no sabe cómo arreglarla, y si nadie sabe cómo hacerlo, esa ropa que llega, permanece sin destino. No sabían cómo se hacía un bizcochuelo para una torta, porque una torta suele hacerse para celebrar algo y ahí no había nada para celebrar. Y era un círculo vicioso. Les decían: “no podemos festejar cumpleaños porque no sabemos hacer una torta”. “No comemos verduras porque lo único que sabemos es cortar la lechuga y el tomate”. “No sabemos cómo elaborar otro tipo de comida, pero cuando lo aprendimos, advertimos que nos mejora la alimentación”. Y si no sabían arreglar una prenda, tampoco sabían cómo comprar tela para eventualmente hacer la prenda y venderla, como se explicaba en los talleres. Pues luego del proceso, comenzaron a confeccionar prendas de vestir, comenzaron a vender joggings. Empezaron a trabajar para el propio barrio, ofreciendo servicios y vendiendo productos. “Yo hice el taller de repostería, y resulta que ahora estoy trabajando, haciendo tortas para vender”, decía una madre. “Y yo ahora tengo una pequeña confección”. “Y a mí me piden que les arregle la ropa, y tengo un oficio”.

OTRA ASIGNATURA PENDIENTE Pero todavía faltaba otra etapa. Si bien hacían el taller de autoestima, antes del taller productivo, advirtieron que todavía había algo

que estaba faltando. La gente para poder culminar exitosamente todo ese proceso y después atreverse a vender, o a ofrecer un servicio, precisaba de otro pequeño empuje. “Aprendí a confeccionar joggings y me atrevo a salir a venderlos en el barrio, pero no tengo los 1.500 pesos iniciales para poder comprar la tela”, lo resumió una de las mujeres. Ya estaba la actitud, pero faltaba ese paso imprescindible que ambientaba y fogoneaba el empuje, que era el dinero inicial, como en cualquier emprendimiento. Ya sea para comprar la máquina de coser, o para adquirir la materia prima imprescindible. En algunos casos, cuando se podía, permitieron que vinieran al propio taller del Programa de Fortalecimiento a utilizar las máquinas de coser, para que hicieran su propia producción, hasta que pudieran juntar el capital necesario para adquirir su máquina. Pero cuando en el taller no tenían lo que precisaban, requerían el dinero previo, y para ellas no era nada simple, porque ellas no pueden ir al banco como cualquier ciudadano, ya que estaban al margen del sistema. Fue entonces que Aldeas Infantiles SOS comenzó a otorgarles microcréditos, créditos de 500, 1.500. 3.000 pesos, el mayor fue de 6.000 pesos, pero en esa realidad, y en esa escala, ese pequeño monto de dinero era lo que les permitía comprar la primera tanda de materia prima o la máquina para poder iniciar el proyecto. Y para rematar todo este proceso de aprendizaje compartido, los impulsores del Programa comprobaron, una vez más, el valor del ser humano, porque en todos estos microcréditos que se otorgaron hasta ahora, a mujeres que estaban al margen de la sociedad convencional, nunca tuvieron un caso de atraso en el pago de las cuotas, no existe la mora, no tienen un solo microcrédito impago. Esto demostró que la consigna era correcta: “cada una debe aprender a confiar en sí misma,


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porque todos somos confiables”. Los impulsores del Programa les dicen algo muy simple: “si ustedes no pagan las cuotas en las fechas que les corresponden, su vecina o compañera de grupo se va a quedar sin su microcrédito”. Y ellas responden en forma categórica: “me salvo yo pero conmigo se salva otra. No me salvo sola”. Porque ese es un concepto que lo tienen muy asimilado: pueden salvarse juntos, pero no se salvan separados.

QUIÉN SÍ Y QUIÉN NO Otro aspecto fundamental es cómo se elige el lugar o la zona donde instalar los Centros de Fortalecimiento. Se han sistematizado los pasos que se han dado hasta ahora. Primero se hace un diagnóstico del barrio o de la ciudad, con información fidedigna, ya sea de la Intendencia, de otras organizaciones, o con datos que existan del Instituto Nacional de Estadística. Esa información ya existente les permite hacer un primer diagnóstico de cuáles son los lugares de mayor pobreza, o, preferentemente, los lugares de indigencia, que son bolsones más definidos. En algunos casos, fue la propia Coordinadora de Ollas Populares del año 2002, que en plena crisis cumplía un rol importante, la que les indicaba cuáles eran las áreas con necesidades más urgentes. Luego de relevar los lugares más necesitados, identificaban cuáles son los lugares que han caído en una suerte de “agujero negro”, porque no reciben el apoyo de ninguna organización. Aldeas Infantiles SOS no quiere competir ni superponer proyectos. Con esta metodología, terminaron instalando programas donde ni siquiera el Plan Caif se instaló, están operando en las áreas más marginales, están trabajando verdaderamente con los más

sumergidos, apuntan a los lugares de indigencia, donde el vínculo está a punto de quebrarse. Si bien esta fue la meta, necesitaban una evaluación objetiva. Cuando la Facultad de Ciencias Sociales hizo el estudio de “Evaluación de los Programas Fortalecimiento Familiar y Comunitario para la Prevención del Abandono de Aldeas Infantiles Uruguay”, en el año 2007, concluyó que AI SOS está trabajando con la población en el quintil de más abajo. Esto pertenece a la filosofía de Aldeas: antes se focalizaba exclusivamente en los niños con los vínculos rotos, a quienes llevaban a los Centros de Acogimiento. Ahora intentan recomponer el vínculo más frágil, fortaleciéndolo, en el sector más urgido de la sociedad. O sea, se focalizan en el niño que no tiene vínculos, o en la familia donde esos vínculos son tan frágiles, que requieren el apoyo urgente antes de que se rompan. La Facultad de Ciencias Sociales recogió lo que la propia gente opinaba. El estudio concluyó que el impacto que tenía el Programa sobre estas familias era importantísimo, tanto en lo referente al desarrollo personal, como en lo que se relacionaba con los ingresos. Las mujeres valoraban especialmente el hecho de que podían tener sus propios ingresos, a través de los talleres, sin necesidad de salir del barrio. Allí se presentó un diferencial claro con otros programas. Antes, algunas de esas madres iban al Plan Caif, pero allí la familia no tiene una participación directa, prácticamente no se hacen talleres, ni se otorgan microcréditos, ni se promueve el desarrollo familiar, ni el fortalecimiento de la familia, porque el Caif apunta a otra cosa. En otras palabras, esa misma mujer percibía que su vida era diferente respecto a cuando iba al Plan


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Caif, donde allí dejaban a los niños, y esa área se desarrollaba muy bien, pero luego ellas volvían a su hogar, tan frágil, tan vulnerable, donde ellas pasaban todo el día sin hacer absolutamente nada, lo que era demasiado frustrante.

PASO A PASO Después que se elige el área donde se trabaja, comienza a interactuarse con la comunidad. En primer lugar deben detectar toda forma organizada que pueda tener esa comunidad, por más precaria que sea. ¿Hay comisión de vecinos? ¿Hay algún local donde se pueden empezar a hacer las reuniones? ¿Quiénes son los que tienen contacto con esa comunidad? Y de esa forma, poco a poco, empiezan a acercarse a la gente, porque sin ella, no solo no hay impacto sino que ni siquiera hay Programa, máxime si quieren trabajar con el sector más vulnerable.

En ese primer acercamiento, se hace la presentación del proyecto. Lo primero que le dicen a la comunidad es que este proyecto funciona, que lo han comprobado y es eficaz, que lo han evaluado, que midieron su impacto, que creer en sí mismos da resultados, pero que todo esto es posible si la comunidad lo quiere

Si la comunidad no quiere el proyecto, este cae por su propio peso. Para que la comunidad quiera y sienta al proyecto, hay algunos requisitos. En primer lugar, que haya la cantidad de niños necesaria para acudir al

© Archivo Aldeas Infantiles SOS Uruguay

A este Programa no entran niños; entra la familia. Si están dispuestos a entrar como familia, ingresan al Programa. Porque aunque parezca paradójico, el eje del Programa no es el niño, porque el corazón del Programa es la familia. Y es necesario priorizar a los que se adecuan mejor al Programa, porque tienen lista de espera para ingresar, es decir que si entra uno, hay alguien que está quedando afuera. Si hay que priorizar quién ingresa, priorizan a la familia y a las madres solas.

y si está dispuesta a apropiarse del proyecto y comprometerse con él. En otras palabras, si está dispuesta a compartirlo.

Adolescentes de un colegio realizando tareas de voluntariado en Aldeas Florida.


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Programa, y luego identificar si las madres o las familias están dispuestas a incorporarse. Cuando se habla de familia se lo hace en el sentido más amplio, es decir aquellos que viven bajo el mismo techo. Para todos estos programas, en sus diferentes etapas, los facilitadores deben asumir una actitud muy especial: deben dejar afuera los prejuicios, porque no es siempre el padre o la madre biológica la familia de estos chicos.

es que más tarde o más temprano, tiene que ser transferido a la comunidad. AI SOS puede hacer una supervisión, un acompañamiento, pero tiene que ser apropiado por la comunidad. Y está demostrado que la única forma de que esta lo apropie, es que empiece a gerenciarlo, al principio con AI SOS, y luego sola. Para ello se empezó a conformar un Comité de Padres que lleva adelante el Centro.

A partir de entonces comienza el proceso de las reuniones, donde ya no solo se presenta el proyecto, sino que se profundiza en sus objetivos, sus metas, se inicia otro tipo de contactos. En este proceso, que es diferente al anterior, no siempre las etapas culminan con éxito. A veces han hecho todos los primeros pasos, y al cabo de tres meses de trabajo, concluyen que no es posible llevarlo adelante. Y las razones por las cuales abandonan el proyecto pueden ser muy diversas. A fines del año 2009 les ocurrió en Paysandú, donde hicieron todo el proceso con una determinada comunidad, y cuando faltaba poco menos de un mes para abrir el Centro, la comunidad les comunicó que en verdad preferían un centro para adolescentes, más que un centro familiar.

A tal punto esto es así, que hoy por hoy, en muchos Centros, la selección de ingreso de los nuevos integrantes la hacen los propios padres en el comité, porque son ellos los que realmente conocen las necesidades y potencialidades de las familias de la comunidad. Son ellos quienes saben qué es lo que fulano necesita, qué es lo que mengano puede aportar a los demás, quién lo puede hacer mejor para el bien común, porque cuando entra uno, otro quedó afuera.

TRANSFERENCIA A LA COMUNIDAD El Programa es como una cadena con varios eslabones. Si se quiere que el Programa tenga impacto, un Centro de Fortalecimiento no puede estar 20 años en el mismo lugar. Si se tiene un centro educativo y social que quiere transformar una comunidad y hace 20 años que está instalado, y todavía no irradió su potencialidad, si todavía no provocó ninguna repercusión, pues entonces algo está fallando. Parte esencial del Programa

A la hora de definir los diferenciales del Programa, se destaca, en primer lugar, el hecho de trabajar con la familia como un proceso integral, no solamente con el niño y la mujer por separado. El segundo diferencial importante es creer en la gente, creer en el otro y el tercer elemento, una inquietud que la gente la trae permanentemente, en todo momento, es la posibilidad de participar, de actuar, la posibilidad de “salir de mi casa”, de poder hacer otra cosa, de estar con el hijo, de desarrollarse, de crecer. Después que se logra inculcar en la comunidad el sentimiento de que “yo puedo”, entonces brota con fuerza la participación, el impulso por trabajar en conjunto. La gente comienza a darse cuenta que prefiere ir al Centro en lugar de quedarse en la casa, porque allí puede participar en los talleres, y porque en los talleres participa activamente con los demás. Eso significa que el


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Centro funcionó. En conclusión, básicamente hay tres formas de trabajar con niños y familias carenciadas. Hay una postura asistencialista, una postura meramente de desarrollo, o una postura de protección y desarrollo de los derechos del niño. Se puede trabajar desde una política de necesidad y resolver que se va a tal comunidad porque tienen tal necesidad o, y esto es un acento diferente, se va a tal comunidad porque dicha comunidad tiene sus derechos violados, como seres humanos. Es diferente el encare, la forma en que se aborda el tema, lo que hace que el concepto y la postura sean totalmente distintos. Son seres humanos con los derechos vulnerados, de tal forma que no pueden cumplir con sus derechos básicos

de salud, de alimentación, de vivienda, de vivir en una familia. La diferencia con el otro encare, el de atender la necesidad, es significativo, porque en el caso de la necesidad solo se va a paliar una dificultad, con una postura asistencialista. En este sentido hay un avance, porque ahora se trabaja el tema de la protección de los derechos pero también se trabaja el tema de promoción de los derechos, abogar para que no se produzcan situaciones como esa, en que los derechos se vulneren, y trabajar para que se difundan esos derechos.

© Katerina Ilievska


La relación con el Estado El vínculo de los Centros con el Estado es fluido, tanto a nivel municipal como nacional. En el caso municipal, lo que se hace, antes de instalar un Centro, es presentarle el proyecto al área social de las intendencias, y por lo general termina habiendo un involucramiento muy fuerte de las partes. En el caso de Paysandú, por ejemplo, cuando estaban analizando distintas posibilidades de abrir otro Centro dentro del departamento, empezaron a contactarse con los distintos actores y una semana después el propio Intendente estaba involucrado con el proyecto, porque ya conocía los Centros de Aldeas Infantiles SOS en Salto y Florida. En relación con el gobierno nacional, AI SOS siempre está en contacto a través del Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay (Inau), al que le presentan todas las iniciativas que llevan adelante; hacen un trabajo fuerte junto con el Plan Caif, con el que tuvo cuatro convenios, que ya finalizaron. Asimismo han presentado la evaluación de impacto de los Centros al Programa Infancia, Adolescencia y Familia (Infamilia) del Ministerio de Desarrollo Social (Mides), cuya meta es mejorar las condiciones de vida e inserción social de niños, niñas, adolescentes y sus familias en situación de exclusión social, financiado con un préstamo del Banco Interamericano de Desarrollo y fondos del gobierno nacional, y también a las oficinas del Mides en Salto y Florida, a efectos de coordinar las acciones para que funcionen en forma articulada, evitando, siempre, la duplicación de esfuerzos.

LA MARCA ALDEAS Los responsables de AI SOS reconocen que el buen nombre y la trayectoria de Aldeas Infantiles fue importante a la hora de abrir los Centros de Fortalecimiento. “Es impactante la fuerza que tiene el nombre Aldeas Infantiles”, enfatizan. Hay un imaginario de la marca que, aunque no sepan exactamente qué es, saben que es algo bueno. Esta confianza en la marca se logra con el tiempo, la persistencia y la responsabilidad. Incluso cuando empezaron con Aldeas Infantiles SOS, había lugares donde los miraban con recelo, porque “desconfiaban que queríamos llevarnos a los niños, si estaban mal, para traerlos a la Aldea”, como dice uno de los responsables. Pero gradualmente la gente nos fue conociendo, y ahora llegar con la marca Aldeas Infantiles es un sinónimo de seriedad, de entrega, de impacto positivo para la comunidad”.


17 Centros de Fortalecimiento Familiar A marzo de 2011, AI SOS tiene 17 Centros de Fortalecimiento Familiar en Montevideo, Salto, Florida y Paysandú. El mayor es el de Salto, y el primero que comenzó a funcionar fue el de Montevideo, en el 2006. El ideal sería que en algún momento no existieran más Centros, o mejor dicho, que no tuvieran más sentido, que no se precisaran. La edad de los niños que participan en los Centros es muy variada. En preescolares, hay desde niños menores a un año hasta de tres años. En Uruguay es obligatorio que a partir de los cuatro años los niños cursen la educación preescolar. En los lugares donde no hay escuelas, hay niños de cuatro años. La atención diaria de los niños se lleva a cabo teniendo en cuenta el Programa de educación preescolar vigente en el país. Asimismo se realiza una fuerte coordinación con la escuela pública de la zona.


Š R. Fleischanderl


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Programa de Fortalecimiento Familiar de Florida

“HE APRENDIDO HERRAMIENTAS PARA DEFENDERME QUE NO SABÍA QUE EXISTÍAN” Laura

M. es una Madre Participante en el Centro Comunitario Candil de Florida, en el marco del Programa de Fortalecimiento Familiar de AI SOS. Tiene 50 años y 13 hijos, siete de la primera pareja y los otros seis de la segunda. El más chico tiene 13 años. Es oriunda de Montevideo y se vino a Florida acosada por la violencia doméstica que la acompaña desde niña, cuando fue violada por su padre. Pero los problemas no desaparecieron en su nuevo refugio, donde el propio suegro quiso abusar de ella. El cambio verdadero, confiesa, ocurrió “cuando me integré al Centro Comunitario”. Si bien todavía sufre situaciones de violencia doméstica en su casa, “consigo manejarlo mejor, estoy más alerta, y fundamentalmente ya no estoy sola, ni en situación de calle como vivía en Montevideo”. Para que pudiera salir de la casa del suegro, AI SOS colaboró para construirle una vivienda, próximo al Centro Candil del Programa, junto con la organización “Un techo para mi país”. Ahora Laura M. está construyendo otra piecita, con materiales que obtiene de la Intendencia. En el Centro participa en la cocina, trabaja en sala con los chiquilines, y asiste a los talleres de autoestima y producción. “He adquirido herramientas para defenderme que antes no sabía que existían”, sostiene. “Laura M. ha pegado un salto gigantesco, en nada se parece a la mujer que llegó aquí, hace cuatro años. Le faltaba un empujón y lo supo aprovechar de la mejor manera”, explica Rosana de los Santos, directora del Programa de Fortalecimiento Familiar de Florida.

Rosana expresa que en un caso como el de Laura M., los problemas no desaparecen de un plumazo, pero ella ahora sabe enfrentarlos. “Un día vino su marido al Centro Candil, buscándola. Escuché los gritos y salí a ver qué pasaba, porque él es alcohólico y se descontrola. Me dijo que le iba a pegar a Laura M. Entonces yo le dije que, antes de pegarle a ella, iba a tener que pasar por encima de mí y pegarme a mí, para recién después poder pegarle a ella. ‘Ustedes son muy hombres porque las mujeres están acostumbradas a que les peguen pero a mí no me pega ni vos ni nadie’, le dije. Claro que ante esa reacción a la que él no estaba acostumbrado, se achicó y se fue. Con Laura M. hicimos la denuncia, la policía lo llevó y desde esa vez no le ha vuelto a pegar, y eso hace como dos años. Pero tuvimos que imponernos, porque la mano se ponía fea. El hijito de los dos está cada vez mejor”.

CENTRO COMUN ITARIO LA CALERA Otro de los Centros Comunitarios de Florida es La Calera. Se llama así porque en la esquina había una cantera de donde se extraía cal para la construcción. “Es un barrio muy complicado, donde se inunda cuando desborda el río que está a dos cuadras, y muchas de las casas de los niños que vienen al Centro, en refugios de lata, entre los cerdos, quedan bajo agua”, relata la directora Rosana de los Santos.


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La Calera pertenece a la Iglesia Católica, y la refacción del lugar la financió el Rotary Club Florida. “Cuando nosotros vinimos acá no funcionaba nada, había un merendero que abría dos veces a la semana, donde los comestibles los donaba la curtiembre que esta acá al lado, y venían pocos niños”, cuenta Rosana. Actualmente a La Calera concurren 70 niños en distintos horarios. Nuris Laimaison es la coordinadora del Centro La Calera. “La rutina de los niños que vienen al Centro comienza a las 8, con el desayuno, y luego se hace el trabajo pedagógico, la parte de educación inicial que hacemos en todos los Centros. Los niños de este Centro tienen hasta diez años. Vienen niños con apenas pocos meses de vida. Algunos salen del hospital y antes de ir para la casa primero vienen acá, porque muchas veces la casa no es una casa, sino que es una piecita de lata, llena de agujeros, sin piso. Entonces el mejor lugar para estar es acá. Nosotros siempre les decimos a los niños y a las Madres Participantes, que cuando llueve, que vengan todos para acá, porque aquí están calentitos, sin mojarse, tienen qué comer. Cuando hay vacaciones en las escuelas también hay más concurrencia, porque al no tener dónde ir a comer, los hermanos de los que vienen al Centro también se arriman”. Algunos de los niños que concurren al Centro La Calera tienen madre y padre, pero la mayoría son madres solas con muchos hijos, entre cuatro y nueve. “Hay una madre de 30 años con nueve hijos. Hay niños con hogares constituidos con madre y padre, madres solas, y también padres compartidos, por ejemplo un padre para tres madres. Hay un padre que tiene 12 hijos, con tres madres diferentes y las tres vienen acá con sus hijos. La convivencia de las madres con los hijos durante ocho horas se hace acá”.

Nuris se encarga de la coordinación con las otras instituciones, como la policlínica, “porque acá vienen madres que llegan sin cédula de identidad o con un embarazo avanzado, sin ningún control. Se hacen todas esas coordinaciones hasta que logran ser atendidas”. Nuris es casada y tiene cuatro hijos. “Soy maestra, hubo un llamado de Aldeas Infantiles, presenté el currículo y entré, me gustó el trabajo y aquí estamos. No es lo mismo que trabajar en Primaria. Es una diferencia sustancial. Acá el compromiso es mucho mayor que en cualquier otro trabajo”. Donde hoy está el Centro Social del Programa de Fortalecimiento antes funcionaba un jardín de infantes de Aldeas Infantiles. “Se había convertido en un jardín para gente con recursos”, relata Nuris. “Venían muchos hijos de médicos, abogados, de gente muy integrada a la comunidad de Florida. Pero lo interesante es que esa misma gente que antes enviaba a sus hijos, ahora que cambiamos, para atender a los más necesitados, nos apoya en todo. Cuando empezamos, recurríamos a esa gente para muchas necesidades, y todos nos han dado una gran mano, nos han abierto sus puertas. O sea, lo que antes recibieron de AI SOS, ahora lo retribuyen con solidaridad”.

LOS LÍMITES Al principio le costó el cambio, confiesa la coordinadora Nuris. “Es un trabajo donde no estás luchando solo con la persona, sino con todo lo que trae, adentro y atrás. El pasado de ellos siempre es terrible. Primero tienen que superar todo su pasado para después asimilar lo que vos le estás mostrando como un nuevo


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parámetro de vida, manejando los derechos del niño. Estamos constantemente diciéndoles a las madres que van a lograr mucho más hablando con sus hijos, explicándoles, diciéndoles que ‘porque te quiero, te estoy retando, porque si tocás ahí te vas a quemar’, o ‘si subís ahí te vas a caer’, que pegándole. Pero el problema es que el niño que llega al Centro espera que la madre le pegue, y recién entonces, después de la paliza, la obedece, porque ese es el patrón que aprendió desde que nació, el patrón al que está acostumbrado. Nosotras lo que tenemos que hacer es invertir todo ese proceso, lo que no siempre resulta fácil. Porque ellas lo tienen incorporado porque lo vivieron en su propia infancia y lo reproducen”. “Los vínculos son precarios”, agrega la Directora Rosana. “Tenés que estar dando todo el tiempo pautas de crianza nuevas, porque las madres están demasiado habituadas a pegar, a zamarrear”. Rosana destaca que para poder comprender a estas familias, hay que evaluar claramente el contexto. “De hecho la cachetada, el insulto, gritarles ‘mongólico’, ‘tarado’, es normal en la vida de ellos. Y al mismo tiempo no podés herir ni dejar a esa madre muy en evidencia frente a las otras madres, haciéndole ver que ese círculo vicioso es dañino. Tenés que tratar de que esa conducta no se repita pero sin que la madre se sienta humillada. Y eso es la ‘pedagogía de la ternura’, es hablar y hablar con sus hijos, acariciar y tranquilizar con una caricia, expresando, de alguna manera, que ‘te quiero mucho’”. Para la asistente social Fabiana, que trabaja en el Centro La Calera, “si bien las dificultades son enormes, también lo son las gratificaciones. Una salta de alegría cuando ve a esa madre, tras un

tiempo aquí, dando un abrazo al niño, porque es un gran paso que da. Pasa del golpe a otro tipo de contacto, corporal pero afectivo, y verlo es maravilloso”. “Pero primero está lo primero”, enfatiza la directora, Rosana de los Santos. “Cuando llega un niño al Centro lo primero que hacemos es alimentarlo. Porque un niño con la pancita vacía es menos que lo normal. Lo primero es que esté bien alimentado, que en invierno esté sequito, que esté contenido, que tenga las necesidades básicas cubiertas. Después empezamos a trabajar con el apoyo escolar, con la maestra comunitaria. Con los más chiquitos trabajamos los hábitos de higiene y alimentación. Estamos en contacto con la escuela a la que concurren; cuando vemos que hay conductas que no son normales para la edad que tienen, elevamos informes al pediatra, para que ese niño sea estudiado o derivado, para ver qué es lo que tiene. En algunos Centros trabajamos en coordinación con el Plan Caif, que tiene un Programa de Estimulación Oportuna para niños de cero a dos años, donde concurre una asistente social, una psicóloga y una psicomotricista. Ahí se hacen talleres con los niños y también con las madres. Se van detectando qué conductas están de acuerdo con la edad y cuáles no, o si tiene algún tipo de problemas y de ahí lo derivamos al especialista”. Otro elemento que agrava la situación, narra Nuris, es que “la mayoría de estos niños viven en una completa promiscuidad, porque viven y duermen todos en el mismo lugar, en un lugar pequeñísimo, hacinados, y por tanto ven todo lo que hacen los adultos, no solo mamá y papá, ven también lo que hacen los vecinos, uno con otro y cambiando de continuo”.


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OTRA REALIDAD La situación es diferente al trato con niños y familias convencionales en todos los sentidos, explica la coordinadora Nuris Lamaison. “Es incluso difícil llevarlos a la policlínica, porque, por la forma en que están, no siempre los atienden como se debe. Una debe insistir, explicar, porque están muy sucios. Además no les podés decir ‘sucio’ a personas que viven sobre piso de tierra, que no tienen baño, donde los niños tienen que acostarse con los perros para dormir calentitos, que tienen que caminar una cuadra para buscar agua. No podés guiarte por los parámetros normales, tenés que contextualizar y armar otros parámetros. Desde que los niños llegan al Centro tenés que enseñarles los hábitos, porque vienen prácticamente sin ningún hábito. Empezando por el lavado de manos, por sentarse a la mesa. ¿Cómo se van a sentar si en sus casas no hay mesa, no hay silla, no hay nada? Muchas veces se sientan y comen como perritos del plato, en el suelo”. Para Nuris, “hay momentos que siento que esto está más allá de la imaginación. Cuando una es maestra en Primaria, está habituada a otro perfil de niños, por eso muchas veces el maestro de la escuela de Primaria choca cuando viene aquí al Centro, porque quiere repetir sus patrones de la escuela, pero acá no funcionan, acá se encuentra como en la prehistoria. Además acá el maestro actúa con el niño pero también con la familia. Porque si no, no le llegás al niño ni a la familia. Y el niño no sale adelante ni tampoco sale la familia. Eso que hacen los maestros en la escuela, de mandar deberes de recorte y pega, palabras con ‘p’, por ejemplo, no funciona en las casas de los niños que concurren al Centro. ¿Qué van a recortar y qué van a pegar? ¿De

dónde? Entonces hay que mentalizarse diferente, acá estamos como en otra dimensión. Hay que aprovechar el tiempo en que el niño está en el Centro porque ese tiempo es valioso. El niño que viene con hambre, que viene hasta con una paliza que le pegaron, que viene bañado con agua fría, y orinado porque no tenía otra ropa que ponerle, es un niño diferente al de la escuela”. Nuris asegura que cuando uno pasa frente a un asentamiento no tiene la menor idea de lo que allí dentro sucede. “Es un mundo desconocido, un Uruguay desconocido. Si no entrás y te integrás, mediante un lugar como este Centro, no te enterás de qué es lo que verdaderamente sucede ahí adentro. Igual, a pesar de estar con ellos todo el día, hay un montón de cosas que se te escapan y una se sigue asombrando, siguen surgiendo situaciones que jamás imaginás que podrían ocurrir hoy, y aquí, en este país. A veces decís: ‘mirá que ya no me asusta nada’, pero siempre hay cosas que te siguen asombrando. Ni en sueños, o mejor dicho ni en una pesadilla se te ocurre que esto pueda estar existiendo. En el Centro Candil incluso es más chocante que en La Calera, porque es una gran paradoja, de afuera ves casitas aparentemente lindas pero entrás ahí y es impresionante. Es peor porque no te entra por los ojos. En una casa, por ejemplo, viven ocho familias con una cantidad increíble de hijos cada uno, un solo baño que no funciona, una sola canilla, una sola pieza”. “Si no fuera por la participación de las propias Madres Participantes, madres de los propios niños, sería imposible hacer esta tarea”, añade. La asistente social Fabiana subraya que “es increíble cómo el vínculo va cambiando entre los niños y las madres que concurren al Centro. Hay un patrón que se repite respecto al vínculo de


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estas madres con sus hijos. Durante el primer año de vida del niño, una advierte que hay, de parte de la madre, algún interés, no diría cuidado, pero sí interés por su hijo. Pero después, cuando cumplen un año, es como si el niño ya fuera totalmente independiente y ahí es cuando empieza el trabajo más intenso para el Centro. La falta de conocimiento de las características de un niño de un año lleva a las madres a pensar que el niño ya puede entender absolutamente todo lo que les dicen y si no, le tienen que pegar para que les entiendan, o gritar. Es como si las etapas de la infancia estuvieran condensadas, y en un año el niño debe aprender lo que en realidad lleva diez. Si te descuidás le dejan de dar teta para darles leche de un segundo para el otro, y en seguida quedan embarazadas. Con 19 años la mamá ya tiene dos. A los 21, 22 ya tienen cuatro hijos”.

CENTRO COMUNITARIO AVENIDA “El Centro Comunitario Avenida, atrás del Hipódromo de Florida, es uno de los más impactantes”, sostiene Daniel Miranda, director nacional de AI SOS. “Tengo por costumbre ir a conocer todos los lugares donde pretendemos abrir un Centro de Fortalecimiento. Me habían dicho que allí había un barrio que realmente lo necesitaba. Cuando voy, llegamos al Hipódromo y encontramos un galpón semi derruido, que lo único que conservaba eran los techos, parte de las paredes, y otra piecita aislada, y todo esto prácticamente en el medio del campo. ‘¿Donde está la situación de extrema necesidad?’, pregunté. Y me dicen: ‘ahí’. Miro hacia el otro lado, debajo de una lomita, y veo un gran asentamiento, el primer asentamiento de Florida. Ha ido creciendo a pasos agigantados, porque ahí llega gente de todas partes de Uruguay. El galpón

es propiedad de la comisión de un pequeño club, con una canchita de fútbol. El primer requisito estaba: la necesidad era acuciante. Resolvimos hablar con la comunidad, empezar todo el proceso, incorporando al galpón como local, y cuando la comunidad se ‘prendió’ con el proyecto, la participación de la gente fue tal, que el Centro pasó de ser un gran galpón con techos de chapas y paredes precarias y ventanas sin vidrios, a convertirse en un Centro prolijamente pintado, con piso de baldosa, cielorraso, chapas nuevas en el techo, una cocina nueva, con espacios donde funcionan los talleres y una despensa. Pero lo interesante, y es por esto que lo cito como ejemplo, es que nosotros no invertimos nada. Lo único que hacemos, cuando llegamos a un lugar donde queremos instalar un Centro, es decirle a la comunidad que tenemos entre 500 y 800 dólares para arreglar lo mínimo necesario el lugar físico donde funcionará, para comprar lo básico, el equipamiento imprescindible, pero después tiene que ser un proceso con la gente. Y el proceso con la gente consistió, en este caso de Florida, en arreglar el Centro. Le hicieron una estufa porque era frío, fueron encontrando todas las soluciones, y ese Centro ahora funciona desde la mañana bien temprano, cuando van alrededor de 60 niños, donde permanecen prácticamente todo el día. Además están las Madres Participantes que colaboran en el aula, apoyando a las educadoras y las maestras y todos los talleres de producción. A cualquier hora del día a la que uno llegue, verá a las Madres Participantes en los talleres, o colaborando con las educadoras en sala, con los niños. Todo es actividad, todo es buena onda”. Miranda recuerda que “la última vez que fui, había un grupo de 15 madres confeccionando vestimenta porque iban a vender en la fiesta


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de San Cono”. AI SOS también apoya en este sentido. “Cuando recibimos donaciones de telas o ropas, lo adaptamos a nuestras necesidades. Recientemente una empresa que confeccionaba camperas de cuero, cuando cerró la fábrica, nos donó los moldes y retazos de cuero, lo que destinamos a los talleres de producción. Ahí comprobamos cómo la consigna del proyecto es correcta: ¡lo que pueden llegar a hacer estas mujeres con un pedacito de cuero contrahecho es impresionante! Se capacitaron en los talleres de producción del Centro, donde desarrollaron las destrezas necesarias, obtuvieron un puesto permanente para ellas en la feria de los domingos en la Plaza Central de Florida, y comenzaron

a vender, a gestionarse, a obtener ingresos. Porque el puesto no es nuestro, es de ellas, nosotros solo las apoyamos en los inicios. Pero lo más increíble es ver la evolución. Para quienes acompañamos todo el proceso, es sorprendente y muy estimulante ver lo que son ahora respecto a lo que eran cuando empezó el Centro hace tres años. Cuando abrió el Centro, recuerdo que yo le preguntaba a las madres por qué iban al Centro, y ellas respondían: ‘yo no tengo nada que hacer en mi casa; en primer lugar porque no tengo nada para comer, y además no tengo ninguna actividad, ninguna satisfacción’. Recuerdo que una dijo: ‘antes del Centro, yo me pasaba todo el día tirada sobre un colchón en mi casa, o Integrantes de Comité Familiar de uno de los Centros de Paysandú participan de jornada de reacondicionamiento de los juegos.

© Archivo Aldeas Infantiles SOS Uruguay


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tomando mate, pero desde que vengo acá, hablo, comparto, cuento lo que me pasa, escucho a las otras, me entero de lo que les sucede, lo que me ayuda a mi propia vida, y además me capacito, trabajo, gano dinero. Si lo fuera a resumir en cuatro palabras, diría: me cambió la vida’. Y esto es el espíritu del proyecto: con un empujoncito les cambia la vida, pero si nadie les da ese apoyo inicial, ese empujoncito, permanecen estancados”. Al Centro no solo van mujeres que no tenían actividades o proyectos, sino que hay casos más graves. “El Centro se constituye en una valiosa herramienta para casos donde hay violencia doméstica”, destaca Daniel Miranda. “También es un proceso. En el Centro nos enteramos que existe un problema con determinada mujer, y entonces aparecemos en su casa, pero más que nada son las propias mujeres del Centro las que apoyan para resolver esa situación de violencia. Cuando hay una mujer enferma, otra participante del Centro va a su casa a buscar a sus hijos para traerlos al Centro; cuando a alguna la internan en el hospital, ahora quienes la visitan son sus compañeras del Centro, porque se ha generado una red que antes no solo no existía, sino que era inimaginable que existiera. Por todo ello, el Centro se convierte en un buen lugar de alternativa. El club, propietario del galpón, ahora arregló la cancha de fútbol mediante el Presupuesto Participativo de la Intendencia, e hicieron duchas. Esto se convirtió en otro plus del Programa: construir baños con duchas, para los niños, para las mujeres, que en muchos casos antes no se podían siquiera bañar. Las duchas están funcionando permanentemente. Y la ducha se convirtió en el símbolo de lo que se puede lograr con el trabajo social, entre pares, porque son las mismas mujeres las que van

desarrollándose, ayudándose mutuamente para sentirse cada día mejor, en una suerte de onda positiva contagiosa”. Para Antonela, educadora del Centro Comunitario. “lo más increíble es ver cómo se van produciendo los cambios. El más notorio es el aspecto, el aseo personal de los niños. Y eso repercute en toda la familia. Los padres que llegaban todos sucios, con las caras manchadas, ahora saben que esa no es una imagen para mostrar a los niños, que ahora están limpitos, ni es adecuada para otros adultos, ni para nadie. Ahora llegan, lavan la cara a sus hijos, y se lavan ellos, se peinan”.

LOS TALLERES La asistente social Fabiana explica cómo funcionan los talleres en el Programa de Fortalecimiento de Florida. “Al inicio de cada año se les hace una encuesta a las madres para saber qué es lo que más les interesa. Y en base a eso se arman los talleres con personas que vienen a capacitarlas al Centro, en forma honoraria. En algunos casos, el curso se dicta en otro lugar, como es el caso de Uruguay Saludable, que es una organización no gubernamental que hace la capacitación en su local, e incluso tienen un ómnibus que pasa a recoger a las madres en los diferentes Centros”. Para la directora Rosana, los talleres modifican aspectos básicos de la vida de las madres. “Muchas mujeres han aprendido a cocinar, porque conocieron sabores nuevos, porque han aprendido a comer una pizza, un fainá, cosa que no sabían lo que era. Solamente comían un guisado que les daban en el comedor y nada más, solo conocían ese gusto. Ahora, en el Centro,


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probaron y aprendieron otra cantidad de sabores, que no los prueban en sus casas porque allí no tienen los recursos para hacerlo, pero saben que acá lo tienen, y acá pueden aprender cómo lograr esos sabores, cómo hacer cosas que antes no existía para ellas. Por ejemplo celebrar el cumpleaños de un hijo, hacer una torta”.

LA COMUNIDAD Rosana consigna que junto con el taller productivo, está el esfuerzo por colaborar con las madres en la inserción laboral. “Permanentemente les buscamos trabajo, porque la inserción laboral es clave para su evolución. Ayudamos a redactar curriculums, se han conseguido empleos en muchas empresas de limpieza, pero la realidad es que resulta muy difícil su inserción laboral. Tenemos también un equipo para fabricar bloques, donde las madres hacen bloques para sus propias viviendas. El Mides nos dio bolsas de pórtland y la Intendencia la arena. Y empezaron a hacer bloques para mejorar o, directamente, para construir una vivienda, porque lo que tenían antes era demasiado precario, con cartón o chapas”. El último eslabón de la cadena, tras los vínculos y los talleres, es la comunidad. Rosana reconoce que “el problema más grave que enfrentamos es que no hay inserción laboral para estas madres. Porque esta gente, después del primer empujoncito, quiere trabajar, quiere salir adelante, pero la dificultad es que no hay trabajo para ellas, la comunidad generalmente les cierra las puertas. Recuerdo a una mujer, María, que vivía en un asentamiento en 25 de Agosto. Hizo todo el proceso. Al principio parecía que no tenía

nada en la vida, ni a ella misma. Un día hubo una donación de ropa al Centro donde concurre. Se vistió con pollera, chaqueta, zapatos nuevos y medias, y uno la observaba y no podía creer que esa mujer era aquella que uno había conocido, en la miseria más absoluta, al punto que si bien había pasado solo un año, parecía que hubiera transcurrido un siglo, otra era”.

TAREA DE HORMIGA La sociedad, generalmente, no colabora, insiste Rosana, la directora. “El problema es que a donde van, siempre chocan con las estructuras”. Un caso impactante, para ella, fue el de un niño que llegó a un Centro con una espina de unos tres centímetros de largo clavada en el talón, con una infección avanzada. “Estaba muy sucio y desprolijo, un pantalón sin cierre, una tira atada a la cintura, una mugre espantosa, y entonces cuando llegó al hospital, el doctor prácticamente ni lo vio y le mandó un antibiótico. El niño tomó el antibiótico y en la noche estaba desesperado de dolor. Su madre me vino a avisar. Los llevé en la moto al hospital. Para ingresarlo a la sala tuve que ir a buscar jabón, toalla, ropa, lo bañaron, lo ingresaron y lo tuvieron que operar: tenía una espina de tres centímetros y una infección que lo tuvo dos semanas internado. O sea, si una no va, y hacés fuerza, no te hacen caso, porque chocás con una estructura que no está preparada para esto. Una tiene que luchar contra todo. Y ellos, las madres y los niños, deben aprender a superar esos obstáculos. En eso insistimos, porque eso es lo que va a empoderar a la gente para que se defienda a sí misma. Porque si no se saben defender y se asustan ante el más mínimo grito,


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el más mínimo rezongo, y quedan ahí sin saber qué hacer, nunca lograrán superar su situación, y la espina seguirá en el talón del niño”.

no te dormís te doy un tortazo, date vuelta’, les dicen, porque ni siquiera esperan a que el niño se duerma”.

Para Rosana de los Santos resulta indignante que la gente que está para servirlos, como en un hospital, no perciba que ellos tienen los mismos derechos que todos. “Es indignante que les discriminen porque están sucios. Y eso pasa todos los días. Por eso digo que la propia sociedad interpone escollos de continuo. Es como cuando les mandan deberes para que los niños hagan en la casa y como el cuaderno está sucio, no les aceptan el deber. ¡Pero es que no hay mesa!, lo único que hay es la cama o el colchón en el suelo. ¡Y eso es la mesa, la cama, la silla, es todo! No hay un plato, no hay una taza, no hay literalmente nada. Si no lo entendés y no te ponés en el lugar de ellos, no podés hacer el trabajo. Porque lo primero que tenés que hacer es entenderlos y saber por qué están y actúan así”.

Para Antonela, “al venir al Centro, las madres se sienten más importantes, se sienten útiles. Porque muchas veces no tienen a nadie que las estimule. Nadie que las valorice. Nosotros les decimos ‘qué bien’, ‘qué divina viniste vestida hoy’, ‘cómo te peinaste’, ‘cómo te arreglaste’. Ellas tienen potencial pero precisan estímulos, alguien que las valore, que les diga ‘vamos arriba, vos podés’, y eso no lo encuentran en la comunidad”.

Para la directora, “este es un trabajo que solo lo podés hacer con mucho amor. Te tiene que gustar, si no, no se puede. Además es un trabajo que jamás termina, es una tarea de hormiguita, porque todos los días es como volver a empezar. Incluso no podés basarte en la lástima, o en el ‘no podemos’, o ‘pobrecitos’, porque no ganamos nada con eso”. “Los complicadores son demasiados”, agrega Rosana. “Desde chiquitos, los niños ya saben lo que es una relación sexual, los escuchás y te quedás helada. Ellos saben todo. Cuando hemos tenido clase de educación sexual con los chiquilines más grandecitos, para prevenir el abuso, con sexólogas, salta cada cosa que te quedás estupefacta. Ellos ven todo, viven en una piecita de tres por tres y ahí se da todo. ‘Y si

EL CONTEXTO La directora Rosana, que hace 15 años trabaja en Aldeas, asegura que es clave aprehender el contexto. “Los niños que atienden los Centros de Aldeas son los más pobres de todos los pobres. Es la población más difícil, la más inconstante, donde hay más violencia doméstica, donde las madres por lo general sufrieron abuso sexual, donde hay prostitución. Esa es la realidad que tenemos nosotros, y esa realidad es única y diferente. El vínculo principal del niño es con la madre, pero en estos casos es muy frecuente que no hayan más familiares. Está la madre, eventualmente está la pareja de la madre, pero no hay tíos, abuelos, no hay más nadie. En muchos casos, como son familias con muchísimos hijos, la propia abuela tiene hijos jóvenes a los que debe atender, y entonces se pierde ese otro vínculo con otros integrantes de la familia. Yo puedo decir que en el asentamiento la vida palpita en toda su crudeza. Se da una conjunción de elementos que no creo que se den en ningún otro lugar. A eso hay que agregar otro complicador, la prostitución. Porque para muchas de estas mujeres, es la única opción


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que visualizan para tener algún ingreso. Pero es una prostitución clandestina, van a algún bar, del bar salen con alguien que les paga dos vintenes. Son jovencitas. Muy jovencitas”. La asistente social Fabiana indica que es importante tener mucho tino para el abordaje a estas familias. “Debemos calibrar muy bien la forma en que una se va involucrando, porque si te aproximás demasiado rápido, no te dejan entrar más, y los perdés, y en ese caso el que sale perdiendo es el niño, el eslabón más débil de toda esta larga cadena. Todo debe ser muy gradual, debés ganar confianza, tornarte confiable para ellos, permitirles que vean la alternativa, que tomen consciencia que hay una salida, con pasos pequeños pero firmes. Todo de a poquito, un paso hoy y otro mañana. Porque donde te precipites, o preguntes mucho, se van”. “Esta tarea te cambia”, sostiene la educadora Antonela. “Te cambia porque adquirís una visión distinta de la vida. Te ayuda a ver que hay cosas que no las viviste ni las imaginaste pero podés ayudar y ponerte en el lugar del otro, y eso te ayuda a crecer como persona, es como un impacto en el alma. Adquirís una nueva perspectiva desde donde todo se ve diferente. Fundamentalmente cambié el concepto de lo que para mí es relevante o es trivial. ¿Preocuparse por determinado status puede ser realmente una preocupación? Te cambian los umbrales, los parámetros. La vida cobra un valor cambiante”.


Objetivos del Programa El objetivo general de los Centros Sociales y los Centros Comunitarios del Programa de Fortalecimiento Familiar es apoyar a la comunidad de los barrios empobrecidos, dirigido en primer lugar a los niños, las madres solas y la familia, para cortar la espiral de marginación generacional. Los objetivos específicos son: PROMOCIÓN DEL DESARROLLO INFANTIL. Brindar un espacio óptimo de desarrollo para los niños integrando a sus familias como forma de mejorar los crecientes índices de malnutrición y desnutrición a temprana edad. PREVENCIÓN DEL ABANDONO DEL NIÑO. Evitar la situación de calle y el abandono de los centros de estudio a través de la incorporación de los niños al Centro Social o Centros Comunitarios. PROMOCIÓN DE LA MUJER Y LA FAMILIA. Apoyar a las familias, priorizando las madres solas y jefas de hogar en su labor como madres pero también en su ser mujer, brindándole apoyo a nivel de información específica, cuestiones legales, alimentación y desarrollo de sus niños y capacitación laboral. PROMOCIÓN Y DESARROLLO DE LA COMUNIDAD. Brindar un espacio de apoyo a la comunidad a través de un trabajo en red con distintas instituciones y organizaciones.

El Programa está basado en cuatro componentes: niño, mujer, familia y comunidad, y en seis áreas que se complementan: desarrollo integral del niño, mejoramiento y sustentabilidad nutricional, salud integral del niño, desarrollo laboral y promoción de la mujer, capacitación laboral de la mujer y organización y participación comunitaria. Todos los Centros están directamente coordinados con las organizaciones comunitarias donde están insertos y en la mayoría de los casos funcionan en locales que pertenecen a la propia comunidad.


Seriedad y profesionalismo para hacer alianzas de RSE Aldeas Infantiles se fundamenta en el apoyo de la gente y las empresas. Para ello se destacan, en la organización, estos puntos capitales:

Seriedad y profesionalismo de la organización en el manejo de sus recursos financieros y humanos, para lo cual se cuenta con una auditoría externa de Kpmg.

La importancia que la organización le da a la solidaridad de la población y las empresas que han hecho posible el desarrollo de la organización en estos años.

La importancia de la “marca” de Aldeas en el mercado y para las empresas en acuerdos de Responsabilidad Social Empresarial.

La posibilidad de hacer acuerdos por la marca con productos, financiar un Centro Comunitario o una familia SOS, donde se pueden ver los resultados concretos de trabajo con la comunidad.


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Programa de Fortalecimiento Familiar de Montevideo

“Mantener el vínculo con los hijos es siempre la mejor alternativa” Carol Racedo fue la directora del Programa de Fortalecimiento Familiar de Aldeas Infantiles en Montevideo, aunque ahora está en Paysandú. En Montevideo hay cuatro Centros: el Centro Social Abayubá y tres centros comunitarios: Centro Comunitario Verdisol, Centro Comunitario La Carreta y Centro Comunitario Sarandí.

“Hace 10 años que trabajo para AI SOS”, relata

Carol. “Comencé trabajando en la organización en Programas de Prevención, que era como se llamaba antes. Ahora estoy en Fortalecimiento Familiar”. Al Centro Social Abayubá actualmente vienen 46 niños. “La planta física pertenece a la Iglesia Católica, a la orden de los Salesianos”. En el Centro Abayubá hay tres talleres ocupacionales, peluquería, corte y confección y panadería. Los cursos son de marzo a diciembre, dos horas, una vez a la semana. También se coordina con Promujeres para un curso de hotelería y también uno de alimentación con Cocina Uruguay. “Uno de los muchos problemas que encontramos en los niños de estas familias, es la falta de hábitos”, explica Carol. “Cuando decimos falta de hábito es a todos los niveles, comenzando con la alimentación. Esto significa que más allá del hábito de que haya alimentación, tampoco existen los horarios del desayuno, almuerzo y merienda, y esto es importante.

Porque esa rutina se transforma en el hábito de la alimentación saludable, es decir que no se tome una cantidad cualquiera de leche, o de pan, que haya una ingesta adecuada de frutas y verduras, que acostumbren el paladar. En otras palabras, no por el hecho de que estén en situación de vulnerabilidad, pierden los derechos básicos, como es el derecho a tener cierto tipo de alimentos incorporados a su dieta. En ese proceso de adaptación del niño, después debemos incluir a la familia, lograr que participe en el Centro. Si logramos este involucramiento, me atrevo a decir que en el 100% de los casos se fortalece el vínculo. Cada uno con sus tiempos particulares, porque no todos logran estos objetivos al mismo tiempo. A algunos solo les falta un empujoncito, otros necesitan acompañamiento durante más tiempo, para que el núcleo familiar se fortalezca. Y si en algunos casos hay familias que están en riesgo inminente de que se rompa el vinculo y que tengan que ingresar al Inau y a través de Inau a Acogimiento Familiar de AI SOS, pues la participación en los Programas de Fortalecimiento Familiar puede revertir esa situación, permite que se pueda sostener y tener una mirada sobre esa familia sin


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romper ese vínculo, haciendo ver a la familia que el mejor lugar donde va a estar ese niño es con su núcleo familiar. Mas allá de las condiciones de pobreza, se puede mantener ese vínculo de amor con los hijos, y eso siempre es mejor que otras alternativas”.

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RESILIENTES María Noel Roig, de 25 años, es psicóloga y educadora del Centro Social Abayubá de Montevideo. “Siempre digo que en mi familia fueron resilientes. Soy de Minas. Creo que uno está acá por su historia. Siento que a veces el pago de esta tarea no es el dinero, sino que está en otras cosas. Una se va contenta porque resulta que pudiste evitar que una madre le pegara a su hija, y con eso, que parece poquito pero no lo es, hoy me voy contenta. Y es eso lo que nos hace venir todos los días. Hay veces que estamos cansadas. Pero sin embargo mi historia me tiene acá. Fui criada por mujeres, fui hija natural y me crió mi madre, mi abuela, incluso mi tía, por temporadas. Mi madre siempre me decía: ‘María Noel, hay que estudiar’. Ella no pudo estudiar porque murió su padre a los 15 años y tuvo que trabajar para cuidar a sus hermanos. Me decía: ‘hay que estudiar, no importa qué, lo que sea, pero tenés que tener con qué defenderte en esta vida’. A los 15 años le dije que lo único que

quería era terminar el liceo y hacer un curso y no saber de más nada. Y ella me decía ‘seguí’, hasta que un día le dije que quería estudiar en la Facultad, pero no teníamos recursos para hacerlo. Averiguamos, conseguimos una beca y este año, en febrero, me recibí”. La resiliencia, que es la capacidad del ser humano de superar cualquier obstáculo y salir adelante, en los Centros deja de ser teoría y se manifiesta de continuo. María Noel Roig expresa que “a todos los niños los aceptamos como vienen. Tenemos casos que vienen con una abuela, otros vienen con tíos y otros vienen con sus padres. No nos importa quiénes integran su familia, lo importante es que lleguen con algún miembro de su núcleo familiar. De inmediato, cuando trabajamos en ese núcleo familiar, surge el tema de los límites. Porque resulta casi una constante que en su entorno no hay límites. En el mejor de los casos, hay padres que saben que la paliza está mal, pero no

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conocen otra forma de imponer límites. Entonces nos dicen: ‘no puedo con ella’, ‘no sé qué hacer’, ‘no me escucha’, porque no les quieren pegar, porque ya lo vivieron antes y saben que no es lo correcto, pero tampoco saben cómo hacer para decirles ‘no’. Es un cliché, es un patrón, es un modo de funcionamiento que lo tenemos todos, todos repetimos nuestra historia y nuestra vida. El patrón de repetición es humano. Por eso el tema de los límites es capital. Una de las explicaciones es que al ser niños que vienen de situaciones con tantas necesidades económicas, con tantas dificultades para alimentarse, con madres que muchas veces están deprimidas, que no les prestan atención a sus hijos, no quieren escucharlos cuando ellos vienen a demandarles alimentos para la próxima ingesta, porque no tienen ni el dinero ni los alimentos, esos niños que no son escuchados, andan libres, no tienen límites. Son libres en sus patios, en sus terrenos, en sus vidas, sea cual sea. No están contenidos. Eso genera que cuando los recibimos, están con sus ritmos de vida alterados. Entonces lo primero es poner ritmos”. La rutina del Centro comienza a la 8 de la mañana, con dos educadoras, cuenta María Noel. “En total son 23 niños. Llegan, cuelgan sus pertenencias en el perchero, nos sentamos en la alfombra y tenemos una instancia de oralidad, de decirnos cómo estamos, te cuentan qué paso, qué no paso. Siempre traen un bichito o algo y jugamos, y de inmediato viene la leche. De 8 a 9 es el horario de entrada de los niños. Después viene la parte pedagógica en la mañana. Se almuerza a las 11.30, 12. Después del almuerzo hay un pequeño descanso. Como están todo el día y vienen muy temprano, se descansa un rato y luego viene la merienda. A la tarde es más un juego libre, no tan estructurado. Se retiran a las

15.30. Los adultos llegan con los niños porque son los que se encargan del desayuno, la limpieza, el almuerzo y el acompañamiento en la sala”.

LOS VÍNCULOS QUE NO SE VEN La directora Carol tiene 36 años y no tiene hijos. “Me encanta lo que hago, me gusta mi trabajo de docente, pero no la docencia de la sala, en la escuela, sino el trabajo duro con estas familias. Yo creo que cada una de las personas que trabajamos en esta área tan límite, lo hacemos por nuestra propia historia. Yo por ejemplo tengo un núcleo familiar muy fuerte, una familia constituida, padre, madre, hermanos, abuelos, donde el abuelo y el bisabuelo eran figuras capitales mientras tuvieron presentes, todos muy cercanos. En mi familia siempre escuché consignas recurrentes, como que siempre hay que estudiar, hay que trabajar para tener su lugar, para ser uno mismo, para no depender de otros, hay que valorar mucho el hecho de que la mujer pueda salir adelante, no solo los varones. Y todo eso que yo viví, lo aplico y lo replico en estas familias”. Para la directora Carol, lo interesante de esta experiencia “es que se descubre que el vínculo no estaba roto, aunque ni siquiera se le veía, porque puede restablecerse. Si el vínculo estuviese roto, creo que ninguna de nosotros podíamos estar haciendo este trabajo. Y eso no depende de la formación que hayamos tenido, va mas allá de los títulos, de lo académico, de los roles. Es un compromiso diferente. No quiero que se malentienda, es muy bueno estar formándose académicamente, pero esta no es una tarea donde la simple formación académica te asegure


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un buen resultado. Lo fundamental es tener el convencimiento de que podemos hacerlo, de que las familias pueden hacerlo, de que el vínculo no se rompió, que con un punto de apoyo, como la frase de Arquímedes, se puede mover el mundo. Lo importante es tener ganas y saber que todos lo podemos hacer. Algunos por determinada circunstancia estamos en este rol pero todos podemos hacerlo de la misma manera y todos podemos aprender de todos”.

EMPODERAMIENTO La psicóloga María Noel Roig subraya que “al ser niños con muchas vulnerabilidades, trabajamos lo que tiene que ver con los derechos, ese ha sido el pilar del proyecto. Son niños que vienen con sus derechos vulnerados y nosotros tratamos de reconstruir y mostrar un modelo distinto al que viene funcionado en sus familias. Al trabajar un vínculo distinto directamente con los niños, eso permite que ellos generen un vínculo distinto en sus propias familias. Todo esto va generando pequeños movimientos en espiral que hace que el vínculo vaya circulando de otra manera, generando efectos, como un círculo virtuoso que termina con el círculo vicioso del que vienen”. “Lo que hacemos es promoción y defensa de los derechos del niño a través de la pedagogía de la ternura”, explica la educadora de primera infancia Cecilia Ramos. Cecilia tiene 32 años y es madre de dos niños. “Tenemos familias que repiten historias con sus hijos porque no tienen un modelo referente. Sentarse a una mesa, el buen manejo de la cuchara, la postura, todo eso es fundamental. Que se sienten a comer, que uno no tenga que andar atrás del niño corriendo

con un plato. Trabajamos el hecho de que en este momento vamos a desayunar o vamos a almorzar y cómo nos sentamos y cómo tomamos la taza y la cuchara. En lo pedagógico, nosotros trabajamos con el interés del niño. Si bien abarcamos todas las áreas, lengua, matemática, ciencias, tratamos que surja desde su interés. Por ejemplo, los gurises están enloquecidos con las lombrices, a raíz de que encontramos lombrices en el patio. Entonces armamos un mini proyecto donde abarcamos todas las áreas pero de un interés que surge del propio niño, no bajamos nada de un Programa porque de repente ese Programa no es para ellos, no es para su contexto. No trabajamos con niños que están en una escuela normal. Trabajamos con una primera infancia que tiene características definidas. Tenemos niños de hasta seis años, en contra turno del sistema oficial”. Antonela Sarli es educadora y coordinadora del Centro Social Abayubá de Montevideo. “Las Madres y los Padres participantes son los que se encargan de la limpieza, de hacer el mantenimiento, de hacer el almuerzo, desayuno y merienda para los chiquilines. Son siempre las madres y los padres que se ocupan, no tenemos funcionarios contratados para estos servicios. Previo a eso se les hizo un taller con una nutricionista. Si un día no pueden venir, se llama a otra familia. Aparte siempre hay madres en sala. Y es la razón de ser del Centro, o sea que la gente se apodere del mismo”. “Madre en sala” significa que la Madre Participante acompaña a la educadora en el trabajo con los niños. “Nosotros tratamos de ubicar a la madre en sala porque ella tiene que estar con nosotras, incluso con las túnicas como nosotras”, relata Antonela. “Porque en un futuro nos vamos a ir y la


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comunidad va a quedar con el Centro, el Centro se le va a devolver a la comunidad, el Centro se autogestionará con la comunidad. Ponemos la semilla y nos vamos”. El Centro Abayubá se abrió el 26 de septiembre de 2008. “Se han logrado muchas cosas para el corto tiempo que tenemos acá”, sostiene Antonela. “El hecho de que haya padres que hayan salido a estudiar, se hayan motivado a salir, que participen en nuestros programas de inserción laboral, en los talleres, en los microemprendimientos, son datos de la realidad. Hay una peluquería que se hizo con un microcrédito de 6 mil pesos. Funciona en el propio Centro. Los clientes son de la comunidad, y así, con ese dinero que obtienen, esas madres van pagando el microcrédito y a la vez les queda algo para comprar leche, pan”. Antonela tiene 28 años y no tiene hijos. “Soy educadora y conocía el Programa de Aldeas, pero ingresé cuando se armó el proyecto de Fortalecimiento Familiar. Entré como educadora, ahora pasé a ser la coordinadora de este Centro. A mí, en esta tarea, todo me gratifica. Cuando logramos que los padres hagan un curso, que consigan trabajo, que los chiquilines estén contentos, que estén felices, bueno, eso es muchísimo”.

LA AUTOGESTIÓN “Todavía no hay ningún Centro autogestionado, que sería el objetivo final, o sea que el Centro pertenezca a la comunidad, que esta se empodere del Centro”, sostiene la directora Carol Racedo. “Estamos todos en vías de lograr la autogestión, pero esto implica toda una formación de las

familias, acomodar ciertos roles individuales y después en la comunidad. Esto no quiere decir que vamos a llegar a la autogestión y abandonar el proyecto en cualquier momento, sino que es un proceso paulatino, e incluso cuando se logra la autogestión, siempre estará supervisada por Aldeas Infantiles”. Para ello es fundamental trabajar con las madres. “Algunas comienzan y abandonan el Centro, pero otras, en cambio, captan perfectamente la importancia que tiene y quieren asumir su rol, y perciben que necesitan tener la capacitación y las herramientas para hacerse cargo del Centro”, señala Carol. “Para que esta estrategia sea exitosa, se fue haciendo camino al andar. Al principio, por ejemplo, los talleres ocupacionales se hacían dentro del Centro, pero después, cuando se evaluó, se percibió que era mejor que esas mujeres se vinculen con otras personas y se muevan a otros lugares, interactuando con la comunidad. También está la Bolsa de Trabajo, que es parte del Programa. La Bolsa de Trabajo es donde se brindan espacios de contacto con empresas, o a través de la prensa, o en las comunicaciones que tengamos a mano, a efectos de vincular la demanda y la oferta laboral”. Para Carol, “toda madre que se acerca al Centro ya dio un pasito adelante respecto a las que se quedaron en la casa. Porque si vinieron quiere decir que pueden hacerlo. Tú podés hacer la comida: tú no te animabas, te daba miedo cocinar para tres personas, y de pronto descubrís que podés hacerlo para 50, podés acompañar a los niños en la clase, podés ir a un taller ocupacional; no fuiste al liceo, no tuviste oportunidades, pero ahora las tenés y podés hacerlo. Acá ves casos extremos todos los días, mujeres que dormían con sus hijos en la calle, pero esa familia, si entró


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al Centro, es porque ha buscado otra alternativa. Y ahora esa idea de dormir a la intemperie con sus hijos se la quitó para siempre de la cabeza”. “Una de las cosas que suceden en todos los Centros, es que una vez que las familias están bien acá, y se sienten cómodas, el problema está en lograr el proceso contrario, que salgan del Centro, que vuelvan a la comunidad, pero en forma más adecuada que como estaban antes”, indica la psicóloga María Noel Roig. “Como proceso de socialización y para sacarlas de la exclusión, el Centro es una excelente fórmula, es lo mejor que podemos hacer, porque estas madres necesitan salir a otros lugares, buscar otros procesos de socialización, animarse a tomar un ómnibus, porque muchas veces les cuesta salir del barrio. Cada madre, cada niño tiene un tesorito, porque tienen cosas que nosotros ni imaginamos, y eso es lo que la impulsa. Muchas veces no vemos lo bueno sino que solo miramos lo malo. Muchas veces uno no ve la capacidad de la persona, sino que solo focaliza los problemas, lo negativo, lo oscuro, y entonces piensa que no puede. Lo que decimos es que todos tenemos potencialidades y más si hablamos de niños de un año, que están en pleno desarrollo. Si nos posicionamos en el hecho de que estos niños solo tienen carencias, entonces cerramos y nos vamos”.

UNA FAMILIA PARTICIPANTE Sandra, su marido José y su hijo es una familia participante del Centro Social Abayubá, en Montevideo. Llegan al Centro Social con pasteles calentitos rellenos de dulce de membrillo, hechos por la madre, en su casa. Lo

aprendió en el taller de panadería. Sandra tiene 37 años. “Al Centro llegamos porque fueron unas muchachas por casa contando el proyecto que iban a hacer. Y nos interesó, en particular para que nuestro hijo avanzara. Gracias a las maestras está hablando bastante. Yo tengo otro hijo de otro matrimonio. Hace poco empezaron a venir mis nietas. Hago curso de panadería una vez por semana, y ayudo acá en el Centro, damos una mano con las maestras, siempre estamos haciendo alguna actividad. Estudio panadería para tener un futuro hoy o mañana”. José relata que “cuando nos enteramos que abría el Centro, trajimos a nuestro hijo al segundo día. Al principio hicimos la adaptación con él, pero no participábamos. Después entramos a dar una mano, y a quedarnos más tiempo. Nos fue gustando porque fuimos entendiéndolo. Empezamos a participar en el Centro, en la cocina, para cortar el pasto, lo que venga. Arreglar algún enchufe si está roto. Pintamos. Lo que cambió el Centro mi vida es que ahora estamos menos tiempo en mi casa sin hacer nada, y ese tiempo lo pasamos acá, ayudándonos mutuamente. Y eso cambió la forma de mirar mi futuro”. Para Sandra, en el Centro “aprendés muchas cosas nuevas, como por ejemplo, cómo tratar con niños, con personas. Cómo son los niños, cada uno es diferente al otro. Aprendés las maneras de pensar de ellos. Y al estar con gente aprendés de la gente, de los padres, de los maestros. Y yo al Centro le doy lo que puedo, lo que está a mi alcance. Pero descubro que todos los días recibo y puedo dar un poquito más”.


© Archivo Aldeas Infantiles SOS Uruguay “Lo que cambió el Centro mi vida es que ahora estamos menos tiempo en mi casa sin hacer nada, y ese tiempo lo pasamos acá, ayudándonos mutuamente. Y eso cambió la forma de mirar mi futuro”.


Testimonio de un Independizado

Fernando González: “no olvidé el pasado pero no me quita el sueño” Tengo 29 años. Vivo en Florida y trabajo en una empresa en Montevideo de refrigeración, calefacción solar y ventilación, con instalación y service. Hago todo el trabajo. Antes trabajaba en Florida reparando ambulancias. Son trabajos vinculados con lo que estudié, electricidad y electricidad automotriz en la UTU de Florida. En Florida vivo con mi señora, con quien me casé el 2 de diciembre. Mi mujer tiene 34 años y trabaja en el sanatorio. Es cocinera. Y nuestro hijo varón tiene tres y la nena un año y medio. Hace seis años que estamos juntos y estamos muy bien. Vivimos en la casa con mis suegros. Nací en Montevideo. Tengo padre y madre y otros hermanos más. Uno mayor y otro menor. A mi madre no la conozco. Se separaron y se fue. Yo tendría dos o tres años pero no me acuerdo de nada. Nunca más la vi. El único trato que tengo con familiares directos es una tía que tampoco nunca supo más nada de mi madre. Lo último que se supo es que se fue a Argentina. Pero nada más. Viví con mi padre hasta los seis años y después me llevaron a Aldeas con mis dos hermanos. Pero no sé mucho por qué nos mandaron. Siempre estuvimos los tres, Fabián, Marcelo y yo. Fabián vive en Pando y Marcelo vive en Toledo. Siempre nos hablamos. En Aldeas el trato con mi madre referente era impresionante, como si fuese mi madre. Lo que soy yo, hoy se lo debo a ella, a Nancy Santo. Todos los fines de semana voy a verla. Ella se fue porque formó su familia, y pasaron dos o tres madres más mientras estuve en Aldeas. De ellas, con la que tengo más relación es con la tía Doris Lapasta, que todavía está en Aldeas. Es impresionante, ella por nosotros pelea. Pero Nancy es mi mamá. Con la tía Doris estuve tres años. Nunca voy a poder pagarle a Aldeas lo que hizo por mí. Si no fuera por Aldeas, no sé dónde estaría. Aldeas fue mi familia, es mi familia. A mis hermanos de Aldeas los sigo viendo, porque viven en Florida, vivimos a pocas cuadras unos de otros. Aldeas me ayudó a superar el pasado y mirar para delante. Me dio esa fuerza o capaz que yo ya la traía conmigo y me la reavivó. A veces me pongo a pensar que no tenía nada, y de pronto pasé a tener todo, desde una casa hermosa, hasta una familia llena de afectos, que me dieron la oportunidad de trabajar, estudiar. No me olvidé de mi pasado. Pero no me saca el sueño. Lo que más me dolía era cuando en la escuela tenías que dar un regalo al padre y él no estaba. Para madre tenía a Nancy, pero padre no tenía. Eso fue lo que más me quedó. Pero seguí adelante y voy a seguir adelante. Es mentira que si no tenés a tu padre o tu madre no podés. Te puede afectar, pero si ponés un poco de voluntad, salís adelante”.


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Programa de Fortalecimiento Familiar de Salto

MADRES Y PARTICIPANTES “Laurita Bella es la directora del Programa de

Fortalecimiento Familiar de Salto. Tiene 46 años y cinco hijos. Los Centros Comunitarios se ubican en diferentes barrios de Salto. “Allí los niños reciben atención integral durante ocho horas: estimulación, educación de calidad, seguimiento de salud, seguimiento nutricional entre otros servicios”, explica la directora. Laurita Bella trabaja en Aldeas desde que se recibió de maestra. “Aldeas empezó en Salto en octubre de 1985. Se hizo un llamado en abril del 86, me presenté, y por eso nunca trabajé en Primaria, porque tuve la suerte de ingresar en Aldeas en mayo del 86. Van a hacer 23 años que estoy. Había 25 niños cuando empecé. Eran tres Casas e inauguramos el jardín de infantes abierto a la comunidad. Trabajaba en el jardín a la tarde y a la mañana le daba apoyo a los niños del Centro de Acogimiento. Y así trabajé muchos años. Los gurises fueron avanzando y yo los preparaba para el examen del liceo. Desde el 86 hasta el 2005 trabajamos como jardín de infantes abierto a la comunidad. En el 2005 se inauguraron los Centros Comunitarios”. El Centro Social de Salto, que se abrió en septiembre de 2005, como parte del Programa de Fortalecimiento Familiar, recibió el apoyo de la Unión Europea y por eso está muy bien equipado. La Unión Europea aprobó el proyecto, a través de un primer financiamiento de tres años, que después se extendió por un año y medio más, debido a que los monitoreos tuvieron un excelente resultado.

El Centro Social es un local que pertenece a Aldeas, y está ubicado en el predio de AI SOS, a diferencia de los Centros Comunitarios que están en la comunidad, que son espacios cedidos temporalmente, o de forma permanente, de acuerdo a lo que se puede acordar con quien lo entregue o preste. En Salto los Centros Comunitarios están en locales pertenecientes a la Iglesia Católica y uno funciona en una casa alquilada, el Zona Este. Los otros son el Centro San Francisco, Don Calabria y Don Eduardo. “Yo estoy a cargo del Centro Social y de los cuatro Centros Comunitarios que tenemos en Salto y provisoriamente he estado apoyando la formación del Programa de Fortalecimiento en Paysandú, donde hay tres Centros Comunitarios en la ciudad y uno en la zona rural, gracias al apoyo de la Unión Europea”, narra la directora. “Mi trabajo no tiene horario”, confiesa Laurita. “En la cabeza no me puedo despegar de mi trabajo, porque estoy muy comprometida, me encanta lo que hago, es parte de mi vida. Mis hijos me apoyan totalmente porque toda la vida trabajé en esto. Es una opción de vida y no lo considero un sacrificio. Me podría poner más límites en cuanto a mi tiempo y mi horario, pero no lo hago porque disfruto lo que hago. Aparte tengo un compromiso muy grande con la gente, con mi equipo”. El Centro Social tiene cupo para 230 niños, en cinco niveles de acuerdo a las edades. El perfil de los vecinos del barrio es gente con salarios muy bajos, que fundamentalmente viven de trabajos temporales e informales. El Centro Social cubre el Barrio Uruguay, Nuevo Uruguay,


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Artigas y Andresito, que era un asentamiento irregular que ahora, con el proyecto de autoconstrucción de viviendas, tiene casitas de material. El Centro Social es muy amplio y luminoso. Incluso tiene una policlínica con pediatra, ginecólogo, psicólogo y odontólogo. Los baños están muy limpios, con artefactos para niños pequeños, en perfecto estado. Tiene una biblioteca comunitaria, abierta al barrio, que la fueron equipando con donaciones que han recibido de particulares, del Rotary y de la escuela pública. Quienes atienden la biblioteca son Madres Participantes. El Centro está decorado con motivos infantiles realizados, también, por las Madres Participantes. A un costado están los talleres de panadería y cocina, con horno y heladera, el taller de corte y confección y el de belleza integral.

VISIÓN SISTÉMICA El Centro Comunitario Zona Este está ubicado en el barrio La Tablada. “Es un barrio muy complicado, el que tiene mayor índice de delincuencia en Salto, con droga, prostitución. Muchos papás de los niños están presos y hay un par de madres que trabajan en la noche. A pesar de que es una zona de robos, a nosotros nos respetan, nadie toca nada porque saben que ahí van sus hijos”, relata Laurita Bella. Al Centro Zona Este concurren 56 niños de uno, dos y tres años y dos bebitos. “Contamos con la participación permanente de los padres y madres que están en el trabajo del día a día, con las maestras”.

Marianela Farías, de 29 años, es coordinadora en el Centro Zona Este desde el año 2007. “Me recibí de maestra, había un llamado de Aldeas, y me presenté porque me encanta trabajar con la familia, con la comunidad. Hay muchas familias donde se sufre violencia doméstica, por lo que hay que coordinar con otras organizaciones. Por eso trabajamos en red con la Intendencia, con el Mides, con el Ministerio de Educación y Cultura y con las policlínicas”. Mónica fue trabajadora social de los Centros Comunitarios de Salto. Tiene 29 años y está embarazada de su primer hijo. Trabajó en cuatro Centros Caif antes de entrar en Aldeas. “Cuando conocí el Programa me interesó muchísimo la propuesta, porque había hecho un diploma de Integración Familiar, y me pareció un desafío muy importante. Entré cuando había dos Centros Comunitarios y el Centro Social y participé en el desarrollo de los nuevos Centros”. Ella considera que el trabajo resulta demasiado arduo si no se hace en equipo. “Nos manejamos con un cronograma, con un marco lógico y un plan anual. Y eso nos genera la seguridad y convicción de que vamos yendo bien. Y la directora Laurita tiene todo un sistema de monitoreo con indicadores que nos permiten medir los logros que obtenemos, cómo los vamos superando, de modo que cuando advertimos que las familias se han hecho cargo de determinada tarea, podemos focalizarnos en otra cosa. Hay logros concretos, por ejemplo, casi la totalidad de los niños que vienen a nuestros Centros tiene cédula de identidad, por ende, Plan de Equidad, Plan Alimentario y todos los derechos que son fundamentales y básicos”. Mónica destaca la importancia de evitar la


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soledad, incluso la soledad institucional. “Siempre tratamos de respaldarnos con Inau, porque ambas instituciones trabajan en infancia, y lo mismo con los Juzgados de Familia. El eje de nuestra tarea es que trabajamos con mucho sufrimiento humano, hay que decirlo claramente, porque ese sufrimiento existe. Lo que primero intentamos hacer es que ese sufrimiento se comparta, busquemos la forma de compartirlo, y luego de compartirlo, superarlo y eso solo se logra si no trabajamos solos. A nuestras colaboradoras siempre les decimos que no estén solas cuando se enfrenten a una situación complicada, que en esos casos siempre llamen a alguna otra para compartir, para evaluar, analizar y definir claramente quién y cómo va a trabajar

esa situación. Una tiene más confianza cuando se comparte el problema con otra persona. Porque hay situaciones en que la persona viene a pedir ayuda, pero en otros casos, si se maneja mal, se cierran, dejan de venir al Centro, vas al domicilio y no te abren la puerta, sabés que se esconden, entonces hay que buscar la forma de que alguien con quien tenga confianza pueda ir en busca del corazón de esa persona para encontrar la conexión”. Si bien hay excepciones, “generalmente la familia prioriza estar con sus hijos, máxime con el apoyo del Centro, donde el niño tiene ocho horas de atención diaria: tiene la alimentación, la salud, tiene cubiertas sus necesidades básicas”,

© Patrick Wittmann


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apunta Laurita Bella. “En gran medida el hecho de que el niño esté todo el día en el Centro, le permite a la familia más espacio para conseguir un trabajo, para disminuir los gastos porque sabe que el hijo está bien alimentado, tiene todas las herramientas que requiere para su educación, acá se le hace un seguimiento, se le brinda contención. En ocasiones esas familias que están desbordadas, saben que vienen acá y encuentran alguien que las escucha, que las atiende, tienen apoyo técnico, y eso creo que descomprime mucho la situación de la familia. El saber que tiene con quien contar resulta una ayuda invalorable para poder romper el círculo vicioso de la miseria”.

CONFIANZA “Acá la confianza se ha ganado con el tiempo. La gente viene porque vamos a buscarlos, porque lo necesitan, recorremos los barrios, nos enteramos por las familias que aquí vienen quiénes son los que más lo necesitan. Los acercamos y van conociendo el funcionamiento. Y la clave es que van ganando confianza, y entonces van acostumbrándose a la rutina, van ocupándose de la limpieza del salón, ven a sus hijos, ven cómo evolucionan, participan, se acercan y nos dicen: ‘estoy sin trabajar ahora, ¿puedo venir a ayudarte?’”, narra Susana, una de las maestras de los Centros.

La meta final es entregar los Centros a la comunidad, explica la directora Laurita Bella. “Debemos lograr que la comunidad pueda apropiarse de los Centros, pero para eso hay que hacer todo un proceso previo.”

“Aldeas para mí es como mi casa, si tuviera que dejar mi trabajo en Aldeas no sé qué hago porque es un trabajo totalmente diferente al que se hace en Primaria. Es un trabajo que se hace mucho más con la familia, educando a la familia, educando a las mamás, haciéndolas participar, alentándolas a que vengan a las charlas, a los talleres de salud sexual y reproductiva. Con los niños trabajás mucho en la parte educativa a su nivel, pero también sos un poco mamá, sos un poco enfermera, amiga de la mamá para mostrarle ciertas cosas, ciertos cambios de su hijo, cómo poder acompañarlo, las vas orientando, porque son madres muy jóvenes, 16, 17, 20 años”. La meta final es entregar los Centros a la comunidad, explica la directora Laurita Bella. “Debemos lograr que la comunidad pueda apropiarse de los Centros, pero para eso hay que hacer todo un proceso previo. En cada uno de los Centros hay un Comité integrado por familias participantes que se van capacitando, se reúnen todas las semanas, y toman decisiones que tienen que ver con la gestión de cada Centro, conocen el presupuesto, organizan actividades para recaudar fondos. La idea es que se vaya haciendo un proceso muy despacio porque es algo que requiere mucho trabajo, para evaluar a futuro si podemos lograr el traspaso de uno de los Centros a la comunidad, teniendo este grupo de gente comprometida, capacitada y que ha estado trabajando. No es tampoco tan utópico, porque de hecho hay varias comisiones vecinales, o grupos de vecinos, que gestionan Centros Caif, o sea creemos que hay que hacer el proceso. Incluso la planificación anual está pensada para hacer el traspaso de uno de los Centros a la comunidad en el año 2011. De cualquier manera hay que ver cuál va a ser el apoyo de Aldeas, cómo vamos a seguir apuntalando a ese grupo en la gestión,


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cómo será el apoyo del Inda en alimentos secos, de dónde va a salir la financiación, hay muchas cosas para definir todavía, pero la meta final del Programa es que la comunidad pueda empoderarse hasta lograr gestionarlo, sin el apoyo de Aldeas”.

en el salón es ayudar a la maestra, y abarca todas las funciones, cepillarles los dientitos a los niños, ayudarlos a tomar la leche, ayudarlos a almorzar al mediodía, y colaborar en las tareas educativas. También colaboramos cuando se hacen talleres para los padres y participamos nosotras mismas en los talleres, en el de cocina, el de peluquería, para ponernos lindas, en el de costura”.

LAS MADRES PARTICIPANTES

Liliana da Silva tiene 37 años, tres hijos, y es Madre Participante. También forma parte del Comité de Padres. “Mi hijo mayor vino al jardín de infantes que antes llevaba adelante Aldeas y el más chiquito está en el nivel 3 del Centro. Hace tres años que estoy como Madre Participante y en el Comité de Padres. A mí siempre me gustó colaborar. Cuando se formó el Comité, Laurita me convocó, vine y me quedé. También estoy en el Club de Niños, que son dos clases de 30 niños cada una, que vienen a hacer control escolar. Son niños de seis a 12 años, a quienes les ayudamos con los deberes, con las tareas y un montón de actividades. Acá trabajamos ocho horas por día. Además participamos en los talleres que nos brinda el Centro. Yo hace tres años que hago el taller de costura. Trabajo en mi casa y acá mismo, haciendo túnicas. Tengo bastantes clientes, por suerte. Y ahora también estoy cosiendo las bolsitas para los cuadernos”.

Un síntoma de que se rompe el círculo vicioso y se ingresa en el círculo virtuoso es la creciente participación de las madres. “En Salto hemos sido afortunados porque tenemos buena participación de las madres en el día a día”, destaca la directora. Janet, de 31 años es una Madre Participante. Hizo el curso de alfabetización en el Centro Social, terminó la Primaria, estudió peluquería en el Centro y se inscribió en la UTU. “Ya terminé la UTU, fueron dos años y ahora trabajo como peluquera en casa, donde tengo mis clientes, pero con el tiempo que tengo libre resolví venir a colaborar en el Centro”. Ana Costa tiene 42 años. Tiene tres hijos, la mayor de ellas con 16 años. “Soy Madre Participante desde hace cuatro años. Vine porque me encantan los gurises y hace tres años que estoy en el salón. También formo parte del Comité de Padres integrado por diez personas, que ayudamos a comprar lo que necesita el comedor, o ayudamos a comprar lo que las madres necesitan. También estamos a cargo de los eventos del Centro. Los fondos provienen de los eventos que hacemos, la venta de comidas, de pasteles. Cuando hay jineteadas en el Parque Policial, si nos invitan, nosotros participamos, todo con el objetivo de colaborar con el Centro Social. En las jineteadas del año 2009 recaudamos $11.600. Nuestro rol

Rita, de 24 años, con un hijo, es una de las Madres Participantes del Centro Don Calabria. Colabora desde que se inició, hace dos años. Viene al Centro de tarde y de mañana trabaja como empleada domestica. “Vengo porque me gustan los niños y quiero estar con ellos. Y participar en el salón es lindo y se necesita. Ahora me anoté para el taller de computación”. Julieta tiene 17 y trae a su hijo de dos años, Agustín, al Centro Don Calabria. “Lo traje porque


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estaba con poco peso y peleaba mucho con el primo, que va a empezar a venir también, y ahora está mucho mejor. Yo vengo y cuido a los nenes. O lavo los pisos, o ayudo a cambiarlos. Me encanta venir, estoy más tranquila”. Zully es desde hace tres años una Madre Participante del Centro Don Francisco. Sus hijos ahora van a la escuela, pero ella igual sigue participando en el Centro, colaborando en la cocina. Zully recibió un microcrédito el año pasado para hacer comidas y venderlas. “Hoy estoy trabajando con lo que aprendí”, sostiene. “Hago pascualina, pastafrola y otras cosas. Vivo sola con mis seis hijos”. Ricardo, Padre Participante e integrante del Comité, es un vecino que aprendió varios oficios: corta el pelo, es profesor de panadería y repostería y hace bizcochos. Siempre viene a la cocina a dar una mano. El año anterior se integró como alumno de los talleres, pero además aprendió tan rápido, que ahora se desempeña como profesor de los mismos. “En realidad yo nací y crecí dentro de una panadería, porque mi padre era panadero y mi madre confitera. Después empecé a hacer el curso acá y el año pasado surgió la posibilidad de hacerme cargo del grupo”. Ricardo utiliza el horno que el Centro compró el año pasado con el apoyo de la Unión Europea, para elaborar y vender los pedidos que recibe de panadería. Virginia empezó como Madre Participante trayendo a sus hijas al Centro. Terminó 6º año de liceo, hizo un año en un instituto privado a través de una beca que consiguió Aldeas, luego con su trabajo pagó lo que se le había adelantado con la beca, y ahora, con el curso de educadora

preescolar, trabaja en ese oficio, y además es integrante del Comité de Padres. Todas las madres están con túnica, iniciativa que partió del propio Comité de Padres. Se reunieron, decidieron, les pagaron la tela y una señora les hizo gratis las túnicas, para estar de igual a igual con las otras educadoras”, como afirma una Madre Participante.

MADRE Y EDUCADORA Claudia es un ejemplo del impacto que producen los Centros. Ella es madre de un niño que concurre a un Centro, pero ella misma se integró de tal manera, que logró capacitarse, gracias a una beca, y ahora es educadora. Tiene 30 años, dos hijos, uno de tres, que va al Centro Comunitario Don Calabria, y otro de siete que va a la escuela. “Estoy muy agradecida y muy orgullosa”, confiesa Claudia. “El Centro me retribuyó mi apoyo, y yo le retribuí al Centro. Esto me ha llenado, me ha hecho crecer y ahora el trabajo resulta una experiencia francamente fascinante, porque hago algo que me gusta, con los niños. La primera vez me costó acercarme al Centro, porque por temperamento, yo era muy encerrada, muy de mi casa para adentro, muy introvertida. Me interesaban mis hijos, mi casa y nada más. Pero poco a poco, el Centro me fue pareciendo una buena oportunidad para salir de ese encierro. Y además el Centro apunta a dos temas que yo quiero: lo social y los niños, y aquí estoy”. “Es una Madre Participante muy inquieta, que a través del Centro logró una beca para hacer


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Recientemente, Claudia relató su historia de vida en un seminario que se hizo para explicar cómo operó el apoyo de la Unión Europea al Programa de Fortalecimiento de AI SOS. “En verdad -dice Claudia-, mi vida cambió drásticamente. El trabajo con los niños, a su vez, impactó de tal manera en mi vida, que creo que he crecido mucho como persona. Además cambió algo que creo que es lo fundamental: ahora mi foco no es exclusivamente mi situación, mi vida, sino que ahora mi preocupación también va más allá de los límites de mi casa. Me importan los niños de la comunidad, las familias de la comunidad, me importa apoyar a otras mujeres. Antes yo estaba encerrada y abrumada por mi propia problemática. Ahora yo puedo mirarme en esas mujeres y puedo verme a mí misma, como en un espejo, puedo entender perfectamente su situación y puedo ver en qué puedo ayudar para que esa persona encauce su vida, y a la vez entiendo más de mí misma. La meta es vivir la propia vida, pero vivir también mirando a los otros. No solo mi camino, sino también el camino de los demás. Y el beneficio es para todos, para ellos y para mí. Por eso digo que fue un antes y un después”.

© Miguel Rivera

un curso de educadora. Recibió su titulo de educadora con muy buenas notas, surgió la posibilidad de hacer una suplencia y le dimos la oportunidad a Claudia”, cuenta Laurita Bella.



Evaluación del Programa El Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República realizó, en el año 2007, una evaluación de los Programas de Fortalecimiento Familiar y Comunitario para la Prevención del Abandono de Aldeas Infantiles Uruguay. Allí se sostiene que “las limitaciones al desarrollo de los niños surgen de un conjunto de condiciones concretas de la familia y su entorno y reproducen a su vez otro conjunto de condiciones que facilitan la reproducción intergeneracional de la exclusión y la pobreza. Ello se manifiesta en la temprana e inadecuada exposición de niños y adolescentes a los roles adultos, especialmente el abandono del sistema educativo, el ingreso al mercado laboral y la maternidad y paternidad adolescente. El efecto acumulado de las situaciones de riesgo experimentadas en la primera infancia se traduce en bajos logros académicos en la escuela primaria y en mayores probabilidades de deserción y rezago o extraedad. Riesgos similares emergen en la formación secundaria donde comienza a observarse un desgranamiento importante entre aquellos adolescentes que han acumulado pasivos que les impiden continuar sus estudios y que tienden a incorporarse en forma por demás temprana y precaria al mercado laboral. El acceso de los niños a distintos niveles de protección y bienestar, depende de la estructura de oportunidades que se configura en un lugar y momento dado, la cual se encuentra mediada por la familia. La mayoría de las familias pobres disponen de recursos de distinto tipo, por ejemplo, contactos de algunos de sus miembros con personas que controlan recursos que suelen ser escasos en ambientes pobres, conocimientos y destrezas laborales específicas, o valores y actitudes que suelen facilitar logros de mayor bienestar. Pero algunos aspectos de su organización, como la falta de uno de los cónyuges, la inestabilidad de la pareja, o la violencia, afectan la capacidad de las familias para transmitir esos activos a los hijos y para proteger a estos mismos niños de diversos pasivos. Asimismo, hay modelos de relaciones de género y modelos de relaciones entre padres e hijos que los niños absorben a través de su experiencia familiar de todos los días, y que resulta más pertinente conceptualizar como ‘pasivos’ que como activos. Por ejemplo, la escasa valoración de la educación como vía de movilidad, la ausencia de rutinas y disciplinas, la presencia de una concepción tradicional de la mujer vinculada a las tareas domésticas así como las actitudes de resignación y fatalismo con respecto a un destino subordinado. Ciertamente la formación de


estos pasivos actitudinales en los niños no se alimenta solo del clima familiar ni es responsabilidad única de los padres, pero tampoco cabe duda que los contenidos mentales que se transfieren de padres a hijos en las primeras etapas del ciclo de vida dejan un sello permanente en la estructuración de la personalidad”. El estudio explica que los “Programas de Fortalecimiento Familiar comienzan con la selección de comunidades y familias, así como con la identificación de las necesidades de los niños, mujeres, familias y de la propia comunidad, en las comunidades seleccionadas. Esta selección se realiza en función de los objetivos del Programa, esto es de la transformación deseada (selección de beneficiarios que presenten un riesgo alto de protección y desarrollo integral). Luego de seleccionadas las comunidades y las familias se procede a la obtención de recursos físicos y humanos y a la planificación a medida de las intervenciones. Con cada una de las intervenciones se espera alcanzar resultados específicos (por ejemplo para los niños: espacios saludables de crianza, buen estado de salud, estado nutricional óptimo y buen nivel de desarrollo socio afectivo), los cuales en su conjunto producirán el impacto deseado (protección y desarrollo integral de los niños). Los Programas de Fortalecimiento Familiar intervienen en varios niveles. Lo hacen directamente con los niños, con el objetivo de garantizar el ejercicio de derechos, especialmente en lo relacionado con la disposición de espacios de crianza saludables, la buena salud, la nutrición y el desarrollo cognitivo y socio – afectivo. También operan con las madres de esos niños, persiguiendo objetivos que se relacionan directamente con la calidad de vida de aquellas mujeres (mejora de la autoestima, capacidad para la toma de decisiones, salud, inserción laboral, ingresos y capacidad para defender sus derechos) e indirectamente con los objetivos de mejora de la calidad de vida de los niños. Lo hacen en el nivel familiar, procurando la integración familiar, la satisfacción de necesidades básicas, la promoción de pautas de crianza saludables y la mejora de las relaciones de pareja. La intervención en este nivel impacta tanto en la calidad de vida de las mujeres como de los niños. Finalmente intervienen a nivel comunitario, promoviendo emprendimientos asociativos y reforzando los existentes, con el objetivo de impactar positivamente en las familias, las mujeres y los niños”. De acuerdo al análisis, “el Programa de Fortalecimiento Familiar para la Prevención


del Abandono Infantil de Aldeas Infantiles, analizado desde una perspectiva cualitativa, ‘presenta un balance extremadamente favorable entre Fortalezas y Debilidades’”. “Es de destacar que las capacidades desarrolladas le permiten a Aldeas la llegada con criterios afinados de focalización a sectores de la población de alto riesgo que generalmente quedan fuera del campo de acción directa del Estado y de otras ONG de infancia. Este es un elemento central encontrado por la presente evaluación, y entendemos que es un aprendizaje institucional que probablemente se convierta en un activo distintivo del modelo Aldeas en relación a otras estrategias de intervención existentes en el medio”, concluye el informe.


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CapĂ­tulo 15

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“REGALITO DE REYES” En

este momento estoy estudiando Westminster College, en Estados Unidos.

el

Estoy terminando el cuarto semestre. El día comienza muy temprano, dado que de lunes a jueves tengo clases a las 8 de la mañana. Luego hasta las 11 o 12. Almuerzo en la cafetería de la universidad (la que funciona como restaurante para la gente del pueblo), los lunes, miércoles y viernes tengo una clase a la 1 de la tarde (clases de 50 minutos) y luego trabajo en el Museo Nacional Winston Churchill. Después del trabajo ceno, a las 5, porque tengo entrenamiento de fútbol a las 6. Entreno entre una hora y media y dos horas y lo que me resta del tiempo estoy con mi novia, veo amigos, leo y hago las otras tareas. Los fines de semana no tengo clases, tampoco trabajo, pero sí hago fútbol, puede ser un partido o entrenamiento. El sábado lo dedico a disfrutar. No hago nada predeterminado, leo, veo las noticias, televisión, Internet y lavo ropa. El domingo tengo que hacer todas las tareas para el día siguiente, y suelo visitar la biblioteca. De todas formas no llevo una vida tan rutinaria como parece; si bien los horarios de las clases y el trabajo son fijos, los de entrenamiento pueden variar y el resto del tiempo también. En cuanto al museo, el horario de trabajo suele ser de 14 a 17. Los martes, como termino las clases a las 11, trabajo de 11:30 a 17. Este trabajo forma parte de la beca que obtuve. En la misma se establece que puedo ganar hasta 1.200 dólares por semestre, de lo cual la universidad

me da un 25% para mis gastos personales y ellos se quedan con el 75% restante. Esto es así porque mi beca no es completa, es de un 90%, pero existe una pequeña diferencia que pago con el trabajo. En el museo trabajo en el escritorio principal, donde la gente paga su entrada y donde compran algún libro, una postal u otros artículos que vendemos. El trabajo no es demasiado exigente, salvo cuando vienen grupos grandes de jubilados o estudiantes. El resto del tiempo suele ser relativamente tranquilo, lo que me permite hacer mis tareas de la universidad en el mismo lugar de trabajo. Hace pocos meses designaron al museo como “Museo Nacional Winston Churchill”. Si comento que trabajo en el Museo Nacional Churchill, suena como algo grande, no obstante eso no significa gran cosa. Bien podría estar trabajando con la gente que mantiene limpio y verde el campus donde vivimos. Igual tengo que confesar que escribir en mi currículo que trabajo en el Museo Nacional Winston Churchill suena muy lindo. La universidad cuenta con este museo porque Churchill vino a Westminster College invitado por el rector de la universidad en el año 1946 y desde aquí habló al mundo sobre “la cortina de hierro”, haciendo referencia a la división del mundo entre comunismo y capitalismo, en los inicios de la “guerra fría”. Vivo en un pueblo llamado Fulton. Es muy pequeño, aquí residen unas 10.000 personas y muchos de ellos son estudiantes. El pueblo cuenta


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con dos universidades, Westminster College que es donde estoy yo, con 1.200 estudiantes y Williams Woods, con 4.000 estudiantes. En el pueblo Fulton propiamente dicho no hay mucho para hacer, no obstante las universidades ofrecen una amplia variedad de actividades. Se puede hacer cualquier deporte, participando como miembro del equipo o por simple diversión. Los menos aficionados al deporte pueden integrarse en otras actividades, por ejemplo el coro de la universidad, o grupos de afinidad que organizan tertulias sobre filosofía, historia u otros, porque hay para todos los gustos. Creo que para poder estar focalizado en los estudios este lugar es casi perfecto. Está muy alejado de los grandes centros urbanos, por lo que es sumamente tranquilo. Lo que todavía no tengo son demasiados amigos. Conozco a muchas personas y tengo muy buena relación con ellos, pero no podría calificarlos de amigos. Mi mejor amigo es mi novia. Con ella tengo una excelente relación. Hace más de tres años y medio que estamos juntos. Se llama Lara y es de Alemania. Un buen amigo es Yang Haoyi, un chino. Los tres llegamos al mismo tiempo a la universidad. Con Lara nos conocimos en Costa Rica y juntos conocimos a Haoyi aquí, en Estados Unidos, quien con el tiempo se ha transformado en un gran compañero de trabajo y amigo.

LOS RECUERDOS Nací en Montevideo, el 8 de noviembre de 1987. Primero viví en Las Piedras, y luego cuando mis padres se separaron viví en Malvín. Lamentablemente no tengo demasiados

recuerdos de mis primeros años de vida. Mirando hacia atrás, encuentro memorias desde el año 1994, cuando ingresé a Aldeas Infantiles de Montevideo. Del período anterior, casi no tengo recuerdos, es como si tuviese una amplia laguna mental. Llegué a Aldeas Infantiles SOS de Montevideo el 5 de enero del 94. Llegué como ‘regalito de Reyes’. En ese entonces tenía seis años. Vine acompañado de Leonardo, mi hermano, que hoy tiene 24 años y es otro Independizado de Aldeas. Recuerdo que fueron a buscarme a mi casa el director, en ese entones Aldo Cafaro, y la asistente social Magdalena Hernández. Mis padres se habían separado unos años antes, y mi hermano y yo vivíamos con mi madre. La relación con ella era normal. Con mi padre fui perdiendo contacto desde el momento que se separó con mi madre. Yo creo que mi ‘egreso’ de Aldeas se produjo cuando viajé en 2006 a Costa Rica para estudiar, donde estuve dos años. Si bien en vacaciones siempre voy y me quedo en Aldeas, y ahora estando acá en Estados Unidos cuento con el apoyo de Aldeas, no es lo mismo.

ALDEAS Con todas las personas que viví se creó un vínculo positivo. Obviamente el vínculo más intenso se generó con Graciela Longo, mi madre referente, porque con ella compartí muchos años. El tiempo ayudó a lograr un entendimiento mutuo y muy bueno. A veces pongo en perspectiva mi experiencia en Aldeas Infantiles SOS, como si tratara de


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explicársela a alguien que no la conoce. Aldeas es una organización mundial que tiene como fin ayudar y mejorar la calidad de vida de miles de chicos. Es para muchos niños la oportunidad de crecer en un ambiente familiar. Es la oportunidad que tienen muchos chicos de tener una vida sana, o más sana. Aldeas es una organización mundial que tiene un fin admirable. Aldeas va más allá de la persona que esté en el cargo de director, coordinador o presidente. Los objetivos son lo que me interesa resaltar. Aldeas es mucho más que un hogar donde viven ocho chicos con una madre social o referente. El impacto que puede generar en tantos chicos, no solo en Uruguay sino en el mundo, es realmente impresionante. Y eso no me lo contaron, lo sé por experiencia propia, tras vivir 14 años en Aldeas. Tengo infinitos recuerdos, me resulta complejo tratar de explicarlo en pocas palabras. Creo que lo fundamental, si tuviera que resumirlo en una frase, es que estoy lleno de buenos recuerdos y tengo muy pocos de los otros. Recuerdo los festivales que se solían hacer en las tres Aldeas, la de Montevideo, Salto y Florida, y por eso, dependiendo de dónde se hacía, viajábamos hasta Salto o Florida para poder estar presente. En un festival en Aldeas Montevideo recuerdo que vino a cantar el grupo Níquel, encabezado por Jorge Nasser. Me recuerdo haciendo diabluras que no voy a contar. Me recuerdo trabajando en la oficina de la Aldea. En el taller de mantenimiento y trabajando con el chofer. Me recuerdo discutiendo en las viejas reuniones llamadas ‘juntas de directivos’, donde fui como representante de los jóvenes, donde participaban representantes de las madres y tías, el director de Aldeas, el director nacional de Aldeas, coordinadores de independizados y

el asistente social representando a los nuevos ingresos. Lo que más valoro son las cosas pequeñas de la vida diaria. Valoro mucho el apoyo que me dieron cada una y todas las tías que trabajaron en mi casa y también las otras tías. Siempre tuve buena relación con la mayoría de ellas y siempre me apoyaron y me alentaron en los momentos difíciles. Valoro el gran esfuerzo económico que realizó la institución para poder solventar mis estudios en Costa Rica. Si hoy estoy acá, con una beca casi completa, en una universidad de Estados Unidos, es porque la institución realizó un esfuerzo económico anteriormente.

NO QUIERO SER MEDIOCRE Siento que ha sido importante el camino que hice, superando una prueba tras otra, dejando atrás las adversidades. La vida es un desafío. La cuestión es simple, o lo superamos y salimos adelante o nos estancamos y quedamos empantanados en el mundo de la mediocridad. Yo no quiero ser mediocre, no quiero tener ningún remordimiento cuando sea grande. No quiero pensar qué hubiese sido de mi vida si hubiese hecho tal o cual cosa. Hay que tratar de marcarse objetivos en el corto plazo y hacer todo lo posible y lo imposible para lograrlos. En caso de adversidades hay que superarlas, sonreír y seguir. Si nos quedamos atascados ante la primera dificultad, es porque realmente no queremos lograr lo que nos propusimos. Ese es un aprendizaje de Aldeas. Y se logra con los vínculos. La figura del director es una imagen paternal


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dentro de la Aldea, aunque el director no juega un papel primordial en el desarrollo personal de cada chico. Pero creo que generar una relación de respeto con el director es importante.

de la casa se vaya, y llega una tía nueva, pero sabés que tu hermano va a estar siempre con vos. Él o ella van a ser tu soporte emocional y sentimental en todo momento.

Con las madres y tías es clave generar una conexión fuerte, lo que no siempre es simple. Al menos en mi caso. Viví con cuatro madres sociales y muchas tías durante mi paso por Aldeas. Llega un punto en que te preguntás si realmente vas a poder confiar en la próxima persona, dado que en cualquier momento también se puede ir. De todas formas, también en este aspecto de las madres y tías, el respeto es lo más importante. Con el tiempo se van generando sentimientos, pero al comienzo el respeto mutuo es lo fundamental.

Por eso cuando me pongo a pensar en las características de estos vínculos que se logran en las Aldeas, siento que el respeto es el esencial. Todas las relaciones sociales deberían estar basadas en el respeto. A modo de ejemplo y haciendo un paralelismo con mi vida cotidiana, diría que en mi equipo de fútbol todos respetamos al entrenador, pero en los malos momentos, nos apoyamos entre los jugadores. El entrenador está hoy pero mañana no sabemos si seguirá estando.

Con los hermanos lo principal es la hermandad y la amistad. Puede pasar que la madre o la tía

© Katerina Ilievska


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GANAS Y ENERGÍA La resiliencia es la capacidad de sobreponerse a las adversidades y salir fortalecido, con una vida plena y gratificante. Por mi experiencia, los elementos que se necesitan para que se produzca la resiliencia son ganas y energía. Fuerza interior, buenos amigos y apoyo. Para salir fortalecido de los malos momentos no solo se depende de uno, aunque uno puede y tiene gran influencia. La ayuda exterior, sea por contención, palabras de aliento, incluso en algunos momentos la ayuda económica, son muy importantes. A veces veo que hay gente vinculada a Aldeas que me pone como ejemplo de que se puede, si se tiene la voluntad y la actitud indispensables. Yo intento quitarle toda carga mitológica a ese “se puede”. Por eso empiezo por decir estrictamente la verdad. Entonces debo decir que no estoy en una universidad de primera línea a nivel mundial, no estoy en Harvard University. Estoy en una universidad americana, pequeña, buena, pero no de primera línea. En cuanto a ser o no un ejemplo tiene sus pros y sus contras. Me gusta la idea de poder influenciar a personas más jóvenes que yo. Me gusta que se puedan ver reflejados en mí y pensar que, incluso, si es lo mejor, ellos también pueden viajar al exterior y continuar sus estudios en el exterior para luego poder regresar y dar una mano en nuestro país. Obviamente esto tiene una responsabilidad implícita, pero la acepto y me hago cargo. Soy un ejemplo como estudiante, que es lo que hago y me gusta, porque increíblemente disfruto lo que hago, a diferencia de tantos estudiantes. Recuerdo que cuando llegué a Aldeas lo único que me pedían a cambio era que estudiara y ellos me apoyarían con todo. Creo que las dos partes cumplimos…


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Quiero remarcar que no soy una máquina de estudiar. Estudio en los momentos necesarios. Diría que estudio poco pero logro concentrarme. Las carreras universitarias que estudio, sociología y negocios internacionales, me encantan, me apasionan. Recuerdo en quinto año humanístico, en Uruguay, la clase no me interesaba. Pero como tenía exámenes obligatorios, comencé a leer el libro de sociología y casi sin darme cuenta lo terminé en unas cuantas horas. A partir de entonces, siempre me interesó, me apasionó. Respecto al otro tema, negocios internacionales, lo estudio por una sola razón: hoy en día se necesita saber sobre negocios, sobre economía. Pero no me imagino pasarme la vida ante un escritorio sumando números. Me veo haciendo algo con personas, hablando, interactuando, buscando soluciones, ayudando. Si dijera cuál sería mi trabajo ideal, cuando termine mis estudios, me gustaría trabajar como sociólogo, pero sé que no es fácil en nuestro país, con un mercado tan limitado. Por tanto tendré que buscar alguna alternativa que me motive y me haga igual de feliz. No me imagino trabajando en un lugar donde me ofrezcan 4 mil dólares mensuales para hacer un trabajo que no me motive. En esto no tengo dudas: prefiero ganar menos plata pero logrando más satisfacción personal. Como dice la propaganda de Master Card, “hay cosas que el dinero no puede comprar”. Y he descubierto con los años que es realmente así. Mi intención es trabajar y ayudar. Para poder ayudar primero necesito estar estable yo y luego podré lograrlo, por eso estudio negocios. A un niño que acaba de entrar en una Casa de una Aldea Infantil SOS le diría que disfrute lo más que pueda. Aldeas es una oportunidad única. Si

bien no es perfecta, y está lejos de ser un paraíso donde todos los niños crecen felices, todos tienen la posibilidad de desarrollarse, y cuando egresan de Aldeas es posible que salgan con un trabajo estable, y un nivel de educación terciario. Aldeas les ofrece a los chicos una posibilidad de desarrollo en un lugar cálido y amigable. He tenido la posibilidad de conocer la realidad de Aldeas en países como Honduras, donde estuve un mes de vacaciones quedándome en la propia institución, Costa Rica, porque estudié en el país y visité amigos que viven en Aldeas. He realizado un proyecto social en una Aldea de El Salvador, enseñando inglés a los chicos y luego he hablado con chicos de Aldeas de Argentina, Ecuador, Colombia, entre otros, y todos coincidimos que la finalidad de Aldeas va mas allá de las personas que se encuentran en los cargos de responsabilidad. Con cada persona que hablé hemos llegado a la conclusión de que hay cientos de cosas para mejorar, miles de cosas a las cuales hay que ponerle más énfasis y otros tantos proyectos que se podrían comenzar a practicar, y todo eso depende de cada uno de nosotros. Uno de esos proyectos son los Centros del Programa de Fortalecimiento Familiar. Aldeas a mí me cambió la vida, estoy completamente agradecido a la institución por todo el apoyo que me dio. Y espero que esto que sucedió conmigo, se pueda repetir una y mil veces. Ojalá los chicos uruguayos puedan realizar el mismo camino que con tanto esfuerzo estoy tratando de hacer. Si recién llegaron a Aldeas, al principio van a extrañar, lo cual es lógico y completamente


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comprensible. Solo espero que con el correr de los años descubran que el mundo ofrece mil oportunidades. Aldeas es una de ellas. Es para muchos la primera oportunidad de lograr un mejor porvenir. O la segunda oportunidad. Y también espero que algún día, como lo intentaré hacer yo, puedan retribuirle a la institución o a la sociedad al menos la mitad de la ayuda que en algún momento recibieron”.

*

Julio Flores es Independizado de la Aldea de Santiago Vázquez, donde vivió 14 años. Se graduó como Bachiller Internacional en el Colegio Internacional de Costa Rica, junto a otros dos jóvenes de Aldeas, luego de haber vivido durante dos años en ese país como parte del intercambio multicultural con jóvenes de todas partes del mundo. Gracias a sus buenas calificaciones, se postuló a dos universidades en los Estados Unidos, calificando para ambas. Optó por cursar Sociología y Negocios Internacionales en Westminster College, en la ciudad de Fulton, Missouri, accediendo además a una beca laboral para costear parte de sus gastos de estudiante en el museo de la misma Universidad.


La segunda oportunidad.

Aldeas Infantiles SOS: 50 años de servicio en Uruguay Pablo Vierci

“Aldeas me ayudó a superar el pasado y mirar para adelante. Me dio esa fuerza o capaz que yo ya la traía conmigo y me la reavivó. A veces me pongo a pensar que no tenía nada, y de pronto pasé a tener todo, desde una casa hermosa, hasta una familia llena de afectos, que me dieron la oportunidad de trabajar, estudiar.” Fernando, independizado de Aldeas Infantiles.


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