A pesar del encierro prácticas políticas, culturales y educativas en prisión
A pesar del encierro : prácticas políticas, culturales y educativas en prisión / Vera Malaguti Batista ... [et al.] ; compilado por Rodrigo Castillo ; María S. Chiponi ; Mauricio Manchado ; prólogo de Eugenio Raúl Zaffaroni. - 1a ed . - Rosario, 2017. 180 p. ; 21 x 15 cm. ISBN 978-987-42-5430-6 1. Derechos de las Personas Privadas de Libertad. 2. Mujeres. I. Malaguti Batista, Vera II. Castillo, Rodrigo, comp. III. Chiponi, María S., comp. IV. Manchado, Mauricio, comp. V. Zaffaroni, Eugenio Raúl, prolog. CDD 323.32927
El Feriante | Documental transmedia Coordinación transmedia: María Chiponi
Mauricio Manchado
Patricio Irisarri
A pesar del encierro Editores: Mauricio Manchado, María Chiponi, Rodrigo Castillo Diagramación: Rodrigo Castillo Diseño de tapa y contratapa: Malón Cooperativa Gráfica Realizado con el apoyo de Espacio Santafesino, Ministerio de Innovación y Cultura de Santa Fe. Convocatoria 2016.
PRÓLOGO
Siempre hay quienes hacen prosa sin saberlo y, en verdad, quizá tampoco tenga mucha importancia que lo sepan. Pero también hay quienes hacen poesía sin saberlo, y algo de esto último sucede con muchas de las experiencias reflejadas en este libro. Si pensamos que es función de poetas y filósofos cambiar el para qué de las cosas, podríamos afirmar que este libro se enrola en ambos sentidos. Prosaicamente, podemos describir a la prisión como una máquina de generar (o al menos fijar) roles desviados: sumergir a una persona en una institución total, forzarla a realizar en ella todas las actividades que en la vida libre desarrollaba en lugares diferentes, con vigilancia y pérdida de privacidad, obligarla a integrarse en un subgrupo interno y aceptar sus demandas de rol, no puede entenderse más que como un método sumamente eficaz de deformar su subjetividad en forma que fácilmente conducirá a la reiteración de conductas punibles de igual o mayor gravedad. Hace mucho que se observó por la criminología norteamericana que la intervención punitiva ante una desviación primaria, suele determinar una desviación secundaria más grave. El entrenamiento carcelario con rituales altamente lesivos de la autoestima, se completa con la vigilancia de todas las actividades que el adulto realiza autónomamente, o sea, provoca una regresión a etapas superadas de la vida, o sea, a la adolescencia o a la infancia. Todo esto parece condicionar una asunción de rol que se consuma cuando la persona pasa del robé al soy ladrón. Esta descripción parece contradecir todas las pretensiones de resocialización, repersonalización, reinserción, reeducación y todo el resto de los discursos re acerca de la función de la prisionización. Pero si descartásemos estos discursos y nos quedásemos con la descripción de la máquina de
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fijar desviación, nos resignaríamos a contemplar impotentes un proceso de reproducción de clientela penal. Pero en este momento —y aunque parezca mentira— es cuando tiene lugar la aparición de los poetas. Lo que no pueden los discursos re, lo puede quien es capaz de intentar el cambio del sentido de las cosas: es el poeta quien puede conseguir pasar del soy ladrón al soy persona. En efecto: los discursos re son falsos y peligrosos. La regla debes ser bueno no funciona. El preso tiene toda la razón cuando frente a esa admonición responde: ¿Por qué a mí? ¿Acaso no hay otros peores y están sueltos? Por supuesto que los hay: banqueros y gerentes de transnacionales que defraudan a toda una población provocando una burbuja inmobiliaria que al estallar deja en la calle y sin ahorros a miles de personas; gobernantes que comprometen financieramente en forma ruinosa el futuro de una nación; poderes financieros incluso internacionales que amenazan con decidir de un golpe la quiebra de todo un Estado. ¿Acaso los primeros no incurren en una estafa, los segundos en una administración fraudulenta y los terceros en una extorsión? ¿Es comparable la dimensión de estos delitos impunes con los modestos cometidos por los ladrones presos? La diferencia estriba en que el preso es vulnerable al sistema penal, en tanto que los peores son invulnerables, salvo cuando entran en competencia entre ellos: en ese momento, quien resulte el peor entre los peores le quita la cobertura y fabrica un cliente VIP, que es usado para proveer una imagen de igualdad para un ejercicio de poder altísimamente selectivo. Por regla general —con excepciones, obviamente—, el preso lo está por lo que hizo, pero nunca sólo por eso, sino también por su vulnerabilidad al aparato penal, que reparte su poder como una epidemia: cae sobre los de menores defensas, los más frágiles, aunque parezcan los más fuertes y los convenzan de que lo son. Por ende, la clave está en la vulnerabilidad. Trabajar sobre la vulnerabilidad es la tarea del poeta, cuyo objetivo es devolver la autoestima, neutralizar la función reproductora estructural
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de la institución total. Es el poeta que lleva a la prisión la cultura, la escritura, la lectura, el teatro, la universidad, etc., el que con todo eso le dice al preso: no sos ladrón, sos persona. Es de ese modo como le expande la imaginación y el abanico de proyectos existenciales. ¿Pero acaso esto no es lo mismo de los discursos re? En modo alguno, puesto que la consigna es por completo diferente: no se trata de debes ser bueno, sino de no debes ser tonto. Frente a todo un aparato que pretende introyectar en el preso la convicción de que siempre será marginado, que nunca saldrá del fondo social en que se halla sumergido, que sólo lo salvará la próxima que va a ser la buena, llega el poeta a reivindicarle la condición de persona. Todo eso que el poeta le trae, le muestra un mundo en que el preso está lejos de ser el triunfador por un golpe de suerte absurdo, porque va percibiendo que es usado, como un mero dispositivo de alimentación de la reproducción del sistema punitivo de control social. Aunque el poeta no sepa que hace poesía, lo que en realidad hace es provocar en el preso un cambio radical de autopercepción, una recreación de la subjetividad afectada por las características estructurales de la institución total. Se trata en el fondo de un tratamiento o terapia de la vulnerabilidad. Muchas veces se lo ha hecho sin saberlo: es obvio que el preso que entró analfabeto y egresa como ingeniero electrónico tiene una autopercepción diferente y, por ende, su nivel de invulnerabilidad al poder punitivo será mucho más elevado. Suele etiquetarse esto con alguno de los marbetes re, pero obviamente no es lo mismo. No debe subestimarse cierto grado de depresión que el efecto poético puede causar: todos nos sentimos mal cuando nos estafan, pero cabe imaginar el malestar que provoca caer en la cuenta de que nos han estafado privándonos de proyectos existenciales para usarnos como objeto de reproducción del sistema.
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Cuando se tiene en la mano un libro de estas características, es inevitable cierta reflexión sobre el futuro de la prisión ante la dinámica del poder mundial, regional y nacional. ¿Tiene futuro la prisión? ¿Seguirá todo igual en ella? Sin caer en futurología, lo cierto es que no es posible ignorar que está avanzando un peligroso totalitarismo corporativo plutocrático, que provoca una increíble concentración de riqueza, que aúlla reclamando a gritos una libertad para las personas jurídicas pero no para los seres humanos. Grandes masas de dinero virtual, manejadas por tecnócratas que se atribuyen remuneraciones astronómicas, van asumiendo el lugar de la política en el planeta, formateando sociedades con un 30% de incluidos y un 70% de excluidos. Para normalizar estos modelos de creciente exclusión, a través de sus medios masivos de comunicación social monopolizados, van convenciendo a los receptores incautos de la necesidad de una distopía social, en que no haya más delito, a costa de una prisionización masiva y de un control electrónico de conducta que convertiría prácticamente a toda la sociedad en una cárcel, arrasando hasta el último residuo de privacidad. Es obvio que en esta distopía ya no existiría la prisión en la forma en que hoy la conocemos, sino que sería reemplazada por el control electrónico de conducta y, en algunos casos, por el control químico, en una sociedad en la que todos seríamos presos, aceptándolo con todo gusto, recibiendo como respuesta una ilusión de seguridad absoluta, que sería la inseguridad máxima frente al supercarcelero. Es obvio que esta tenebrosa pretensión no está exenta de contradicciones, puesto que si se deposita tanta confianza en la función preventiva de la pena, no se explica por qué, al mismo tiempo, se llena nuestra vida de dispositivos tecnológicos de control: nos filman a cada rato, nos identifican con códigos, nos controlan desde el aire con drones, etc.
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De toda forma, si bien es conveniente advertir acerca de esta perspectiva siniestra, en verdad no pasa de ser la creación ideológica del totalitarismo corporativo que pretende dominar el mundo. Su realización es bastante improbable, dado que el totalitarismo plutocrático que quitó al ser humano del centro para reemplazarlo por ficciones de personas (jurídicas) viene de la mano de una acelerada destrucción de las condiciones de habitabilidad humana del planeta, lo que convierte a su ideología morbosa en una racionalización del suicidio de nuestra especie. En modo alguno se trata de una fatalidad, sino de un momento difícil y cruel de la dinámica del poder, frente al que tampoco faltarán poetas. E. Raúl Zaffaroni San José de Costa Rica, agosto de 2017
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PRESENTACIÓN Mauricio Manchado1, María Chiponi2, Rodrigo Castillo3
A pesar del encierro es un libro cuya potencia trasciende su sentido más inmediato, que es el de interpelar cierta vacancia bibliográfica que reflexione sobre las prácticas políticas, culturales y educativas en contextos de encierro. Paradójicamente –o no tanto–, esta interpelación tiene lugar a partir de un significativo aumento de intervenciones de Doctor en Comunicación Social por la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Actualmente Investigador Asistente del CONICET, con radicación en el Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencia Política y RR. II. (UNR). Desde 2017, Coordinador del Programa “Educación en Cárceles”, perteneciente a la Secretaría de Extensión y Vinculación de la Facultad de Ciencia Política y RRII. Integrante del Colectivo Cultural “La Bemba del Sur”. Contacto: mauriom@steel.com.ar 1
Licenciada en Comunicación Social (UNR). Coordinadora del Área de Articulación Educativa en Contextos de Encierro y del Programa de Educación en Cárceles de la Secretaría de Extensión y Vinculación de la Facultad de Ciencia Política y RR. II. (UNR) y miembro del Núcleo sobre Prácticas y Experiencias Culturales (CEI-UNR). Actualmente forma parte del equipo docente de la Residencia Integral del Profesorado en Comunicación Educativa (FCP-UNR). Su formación incluye la ludopedagogía, el psicodrama y la comunicación popular. Integrante del Colectivo Cultural "La Bemba del Sur". Contacto: mariachiponi@hotmail.com 2
Profesor en Filosofía por la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Integrante del Centro de Estudios en Teoría Crítica (CETEC) de la Facultad de Psicología de la UNR, del Centro de Estudios e Investigaciones en Filosofía Francesa (CIFFRA) de la Facultad de Humanidades y Artes de la UNR y del Colectivo Cultural “La Bemba del Sur”. Ha participado en diversos Proyectos de Investigación y Extensión de la UNR. Actualmente se desempeña como docente en instituciones educativas de la provincia de Santa Fe, y coordina desde el año 2014 Talleres de Filosofía en la Unidad Penitenciaria Nº 3 de Rosario. Contacto: rodrigomanuel23@gmail.com 3
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múltiples actores en instituciones penitenciarias en Argentina (Colectivos militantes, Programas Universitarios, etc.); actores que, con distintas procedencias y objetivos, permean la prisión, algunos reforzando su pretendida, falaz, selectiva y fracasada función resocializadora y otros cuestionándola incluso en sus mismos cimientos, tratando que en dichas interrogaciones se instale una disputa en torno a los sentidos de la cárcel, no sólo los ontológicos sino los que esta institución construye sobre quienes la transitan. Tal vez esa paradoja que instala dos términos supuestamente opuestos como los de “proliferación” y “vacancia”, no es más que el propio juego de una agencia penal que coloca a los sujetos que la habitan –y aquí incluimos no sólo a los privados de su libertad sino también a todos los actores y actrices que motorizan la cotidianeidad de las prisiones– en una suerte de ritmo atronador que impide detenernos para provocar el destello, abogar por una distancia necesaria y saludable, lateralizarnos para sostenernos. Por el contrario, ese ritmo promueve procesos de naturalización que se parecen mucho a los que solemos configurar antes de conocer las realidades prisionales. La cárcel nunca deja de moverse, aunque esté quieta, y es como si ese movimiento pusiera a todos los que la transitamos en un colador que nos mantiene dentro de la red, pero mareados; no perdidos pero sí, en muchas ocasiones, desorientados. La cárcel desubica, pone y saca piezas arbitrariamente, generando desconciertos que aturden, que desaniman, que quiebran. A pesar del encierro es, entonces, un libro que se propone interpelar la cárcel en un doble sentido. Por un lado, críticamente respecto de su sentido en el orden social contemporáneo, como agencia penal del Estado que produce, reproduce y promueve las desigualdades (económicas, políticas, sociales, étnicas, etc.) configuradas en el entramado de un sistema capitalista que se funda en el esquema de las separaciones, del racismo como mecanismo configurador de un “otro” anormal y desviado al que es preciso eliminar. Por el otro, intentando reflexionar sobre un conjunto de experiencias políticas, culturales y educativas que interrogan tanto la quietud como el movimiento de esta institución, buscando no
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reforzar su formal pretensión rehabilitadora, sino instalar preguntas en torno a la posibilidad, en torno a otros modos de pensar/hacer a pesar de la cárcel, en torno a intervenciones que disputan las configuraciones identitarias construidas antes, durante y después del encierro, en torno a acciones que resultan decididamente disruptivas porque inquieren, porque instalan un interrogante sobre los procesos narcotizantes del zarandeo carcelario, esa maquinaria que atonta, confunde, dispone engaños pero que también puede ser escamoteada. En este sentido, A pesar del encierro es el intento de pensar y escribir sobre la cárcel para cuestionarla, e instalar en este cuestionamiento la pregunta por lo posible. ¿Qué es posible en una cárcel? En el susurro atronador de la cotidianeidad punitiva, donde las dinámicas de la prisión se mimetizan y mezclan entre lo formal y lo informal, lo disciplinar y lo permisivo, lo correccional y el depósito. En ese ruido es preciso configurar el silencio inmediato de la pregunta que desnaturaliza. Así, el libro se compone de dos partes: la primera, titulada “Si esta cárcel sigue así... Sobre la prisión, sus continuidades y sus efectos”, donde dialoga un conjunto de textos que brindan herramientas para un abordaje metodológico y político de la prisión, cuyo objetivo es trascender el carácter endogámico que la caracteriza. Estos textos intentan “sacar a la cárcel de la cárcel misma”, distanciándose de ella para reconocer sus discursos, sus prácticas, sus espacios, sus tiempos, sus normativas y, en fin, para implosionar un dispositivo que históricamente se ha cerrado sobre sí mismo alejándose de otras instituciones sociales, con la pretensión de permanecer en un plano de olvido y expiación. Así, el texto de Salvador Vera empieza a tensionar esa intención ubicando una problemática, la de la violencia institucional, que contempla y trasciende a la prisión. Las múltiples encerronas que el sistema policial-judicial-prisional propone para determinados sujetos sociales puede ser leída bajo el prisma de los Derechos Humanos y sus múltiples vulneraciones. En un mismo sentido, y situándose en uno de los elementos de esa tríada, Vera Malaguti propone, tal como el título de su artículo lo indica, una contribución al
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debate metodológico sobre la problemática penitenciaria, enfocándose en el caso de Brasil, pero instalando preguntas que atraviesan a las realidades deficientes y paupérrimas de las cárceles latinoamericanas. Su propuesta de pensar una criminología basada en las “historias tristes” de quienes son apresados constituye un ejercicio de desnaturalización de los destinos trágicos; destinos que Lucas Paulinovich nos invita a pensar en un plano que trascienda la lógica individual y mercantilista sobre el delito para desplegarla en el escenario de una ciudad (Rosario) que en el último decenio ha promovido un proceso de urbanización ligado a la exclusión y a la desintegración social de los sectores populares, vulnerados antes, durante y después del encierro. En ese entramado donde el adentro y el afuera se tornan difusos, casi indistinguibles, el artículo de Zulema Morresi incluye al discurso mediático como un actor político fundamental en el fortalecimiento de la lógica punitiva que encierra y castiga selectivamente. La cárcel, dirá, es una institución que “más que el reverso oscuro del sistema social, representa una continuidad” donde “los discursos y las prácticas del afuera (de ‘la gente’, de los medios, de los especialistas)” hacen que la experiencia del encierro sea percibida como un destino. Ya en ese espacio recortado de la prisión, Pablo Vacani reflexionará sobre el decir de las personas privadas de su libertad, sobre cómo es posible construir una distancia crítica respecto de la cárcel estando encarcelados. La pregunta por la posibilidad de que quienes se encuentran detenidos puedan tener otra mirada de la prisión que no sea la misma que termina por reforzarla en su propia lógica, constituye para él un modo de interpelar los sentidos de la cárcel. Vacani, además, nos lleva a un terreno incómodo, al plantear la necesidad de dejar de hablar en nombre de los “otros”, ejercicio sumamente complejo en instituciones donde la lógica tutelar permea, en mayor o menor medida, a todos los que intervienen en ellas. Por su parte, el artículo de Gabriela Sosa propone un recorrido por los efectos de la prisionalización en las mujeres, recuperando tránsitos personales que la ligaron a proyectos colectivos en la Unidad Penitenciaria N° 5 de Rosario. A partir de aquellas
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experiencias, Sosa reflexiona sobre las distintas construcciones sociales que el sistema patriarcal ha generado para controlar a las “desviadas”, y sobre cómo las mujeres resultan objeto de una doble sanción: la de la ley y la de la sociedad, que imponen sobre ellas castigos morales ante el incumplimiento de los roles asignados. Por último, el artículo de Ana Cacopardo recupera también la experiencia –y en ella todos los dilemas– de abordar narrativamente, en un lenguaje audiovisual, la prisión. Qué y cómo narrar constituirían la disyuntiva central para el relato de cuatro historias de personas detenidas en cárceles del conurbano bonaerense; cómo contar la violencia, el sufrimiento y la desidia institucional, son ejes centrales en las reflexiones de Cacopardo, que en su argumento despliega una afirmación contundente: “Aunque los personajes nos regalan momentos de infinita ternura, las atmósferas y los testimonios del documental nos confrontan con la impotencia, la incertidumbre y el desasosiego del mundo del encierro”. La segunda parte de A pesar del encierro, titulada “La cárcel interrogada. Prácticas políticas, culturales y educativas en contextos de encierro. Experiencias y reflexiones críticas", podría definirse como un anclaje en terreno en el que se recuperan las experiencias de prácticas políticas, culturales y educativas en contextos de encierro y, a partir de ellas, el ejercicio de reflexión crítica que interpela no sólo a la cárcel sino también a quienes se definen como ejecutores de dichas prácticas. En este sentido, el texto escrito por los integrantes del Colectivo de Talleristas en Contextos de Encierro “La Bemba del Sur” propone, a partir de una breve historización sobre su surgimiento, articular interrogantes en torno a los desafíos, posicionamientos y devenires de las prácticas culturales y educativas en las cárceles del sur de la provincia de Santa Fe; prácticas que en su origen se inscribieron en el marco de acciones promovidas por los denominados (por el Servicio Penitenciario) “actores externos”, y que fueron encontrando modos de organización e institucionalización a raíz de sus pertenencias comunes a la Universidad Pública. Por su parte, el artículo de José María Alberdi traza una serie de problemáticas
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comunes entre las instituciones psiquiátricas y las instituciones penitenciarias, reconociendo en el ejercicio de la extensión universitaria y de los promotores culturales que irrumpen en la cotidianeidad de los encierros un gesto político que provoca “ruidos”, fisuras. Alberdi recupera así la metáfora del anfibio como aquella criatura que logra combinar el oficio universitario y el compromiso social, en defensa de los “impopulares sectores populares”. Estas disputas que pueden darse en las instituciones totales pueden reconocerse también en el texto conjunto de Mauro Testa, Tamara García Millán e Icíar Cortés Sagrado, quienes se proponen realizar un análisis de la función de la gestión cultural dentro de un dispositivo de encierro para jóvenes –el Instituto de Recuperación del Adolescente de Rosario (IRAR)– y reconocer en este recorrido las representaciones que los trabajadores y jóvenes poseen en relación a las propuestas pedagógicas-culturales. Estas representaciones dan lugar, según afirman, a la cristalización de una permanente tensión entre los fines socioeducativos y punitivos de dichas prácticas. Ya introduciéndonos en las experiencias universitarias en prisión, podemos agrupar los artículos de Marcos Perearnau y Beatriz Bixio, quienes desde sus participaciones en Programas Universitarios en cárceles dan cuenta de los desafíos y dilemas que implica disputar sentidos desde dos instituciones que comparten algunos rasgos ontológicos. Mientras Perearnau introduce algunas claves para pensar las “superposiciones institucionales” en las que ciertas intervenciones pueden resultar o bien conservadoras respecto del orden carcelario –si lo que provocan es la reafirmación de la lógica tutelar de la prisión– o bien transformadoras de ese mismo orden –si se asientan sobre modos creativos de hacer y decir colectivamente–, Bixio instala, por su parte, la pregunta en torno a la capacidad emancipadora de los talleres culturales y de las experiencias académicas en prisión, señalando diferencias entre ellas pero destacando siempre la necesidad de que estas experiencias no supriman la alteridad, y de que el enfoque pedagógico pueda habilitar el habla del otro, y ya no sobre él. Sumado a esto, y dando cuenta de los
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múltiples enfoques que atraviesan a las prácticas educativas en prisión, Paula Contino y Mariela Daneri dan cuenta de los procesos que implica, desde la gestión universitaria, el hecho de pensar acontecimientos que interpelen tanto la lógica académica como la penitenciaria. A partir del relato de un recorrido que derivó en la institucionalización del Programa “Educación en Cárceles”, de la Secretaria de Extensión y Vinculación de la Facultad de Ciencia Política y RRII de la UNR, se proponen describir esta tarea basándose en la práctica del encuentro y no en una lógica que ”extendería”, “haría llegar” o ”llevaría” la universidad a las cárceles, sino que buscaría “establecer lazos desde una noción más permeable del conocimiento”, desde un aula porosa y “en permanente movimiento que permita el asombro desde la mirada del extranjero, una mirada que se deja habitar por lo que acontece”. Es en este punto donde Javier Ruiz Díaz intenta compartir la experiencia de haber estado detenido y haberse vinculado con propuestas culturales que, habiendo sido tomadas inicialmente como espacios de dispersión, se configuraron lentamente como experiencias de colectivización, construcción de lazos y reconfiguraciones identitarias. El relato en primera persona adquiere la potencia de un decir sincero y desgarrado, de la cristalización de un proceso que no entiende de linealidades sino de múltiples tensiones puestas en juego en la cotidianeidad del encierro, y que son las mismas que atraviesan las prácticas de quienes se nominan como “talleristas”. Esto es lo que aparece descrito precisamente en los textos de Lorena Narciso y de Juan Pablo Hudson. Por un lado, Narciso recupera la noción de ritual para construir un relato etnográfico en torno al acontecimiento de un grupo de detenidos de la Unidad Penitenciaria N° 11, trasladados para realizar una presentación musical en un teatro de la ciudad de Rosario, y cómo se entraman allí movimientos identitarios que por momentos interpelan y por otros reafirman la prisión y sus efectos. Por otro lado, Hudson instala, desde su experiencia en prácticas culturales en los barrios periféricos de la ciudad de Rosario, una pregunta que nos desconcierta: la pregunta por lo que él llama el tallerismo. A partir de aquí, despliega
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un recorrido conceptual y territorial que nos llevará por las hendijas de las desorientaciones y dificultades que configuran nuestros modos de vincularnos con los jóvenes de barrios populares o con personas privadas de su libertad, instalando un dilema entre la promoción de nuevas exploraciones o la repetición obstinada de fórmulas que terminan por replicar y condensar los sentidos pre-asignados a dichos sujetos, incluyendo a los denominados “talleristas”. A pesar del encierro es un libro en el que confluyen estilos y miradas de la índole más diversa, aunque todas ellas motivadas por una inquietud común: la de la pregunta que interroga, en un sentido creativo, por la afirmación de otros posibles, en medio de la desintegración y la impotencia incluso extremas que implica y a las que conduce el encierro. En este punto vuelve a emerger la figura de la paradoja, porque este es, a fin de cuentas, un libro acerca de la posibilidad.
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| Si
esta cárcel sigue así... |
SOBRE LA PRISIÓN, SUS CONTINUIDADES Y SUS EFECTOS
Apuntes sobre la violencia institucional Salvador Ignacio Vera4
En la historia reciente de nuestro país ha cobrado vigencia extendida la expresión violencia institucional. Esta expresión nos remite, en términos generales, a diversas conductas de agentes del Estado y de sus instituciones que implican aflicción en distintos niveles de intensidad, sufrimiento y castigo a un amplio sector de la población previamente seleccionado desde el discurso jurídico hegemónico criminalizante. No resulta ajena a la historia de la Humanidad la relación pobrezacastigo y el surgimiento histórico de la categoría “disvaliosa” de pobre, tanto como la generación de la estructura burocrática estatal de intervención, encierro y castigo materializada en las escuelas, los hospitales, los psiquiátricos, las comisarías, hasta llegar a la prisión en el marco de la consolidación de los Estados modernos y del capitalismo. En nuestro país, y en consonancia con la existencia de un criminalizante discurso político de defensa de los Derechos Humanos y la enunciación de una de las tantas problemáticas vigentes y graves, se dio la sanción de la Ley Nacional N° 26.811, por la que se instituyó el día 8 de mayo como el Día Nacional de la Lucha Contra la Violencia Institucional. La fecha es conmemorativa y recuerda la denominada “Masacre de Ingeniero Budge”, hecho en el cual la Policía Bonaerense, en un caso más del denominado “gatillo fácil”, asesinaba a tres jóvenes en una esquina: Oscar Aredes, Agustín Olivera y Roberto Argañaraz.
Abogado en el área de los Derechos Humanos. Integrante del equipo Jurídico de la Asamblea por los Derechos de la Niñez y la Juventud. Querellante en causas de violencia institucional.
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El Artículo 1º de la ley indica: “Institúyese el 8 de mayo como «Día Nacional de la Lucha Contra la violencia institucional», con el objeto de recordar las graves violaciones a los Derechos Humanos ocasionadas por las fuerzas de seguridad, promoviendo la adopción de políticas públicas en materia de seguridad respetuosas de los Derechos Humanos”. También se establece en la ley una norma de federalización, a los fines de articular en las distintas provincias su implementación sin necesidad de la sanción de leyes provinciales de adhesión. Así, dispone en su ARTICULO 2º: “Propónese que en el seno del Consejo Federal de Cultura y Educación, el Ministerio de Educación de la Nación y las autoridades educativas de las distintas jurisdicciones, acordarán la inclusión en los respectivos calendarios escolares de jornadas alusivas al Día Nacional instituido por el artículo anterior, que consoliden la concepción democrática de la seguridad respetando la plena vigencia de los Derechos Humanos, la sujeción irrenunciable de las fuerzas de seguridad al poder político y la protección de los derechos de los grupos más vulnerables de la sociedad”. Sin ánimo de adentrarnos en un debate respecto de la conceptualización de la violencia institucional que comprenda al fenómeno de manera holística, surgen del texto de la ley sancionada dos ejes transversales: el de las graves violaciones a los Derechos Humanos, y el de las políticas públicas de seguridad respetuosas de estos mismos derechos. En este contexto, quizá estratégico, del trazado de dos ejes centrales de la problemática, la Secretaria de Derechos humanos de la Nación elabora un manual específico sobre violencia institucional, en el que aporta una definición con un enfoque práctico y material sin abordar la dimensión específicamente moral o simbólica de la problemática. La definición del manual es la siguiente: “la violencia institucional se trata de prácticas estructurales de violación de derechos por parte de funcionarios pertenecientes a fuerzas de seguridad, fuerzas armadas, servicios penitenciarios y efectores de salud en contextos de restricción de autonomía y/o libertad (detención, encierro, custodia, guarda, internación, etc.)”.
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Surge de la definición un ámbito de aplicación muy amplio y diverso que involucra a muchas instituciones, fundamentalmente estatales, que generan prácticas sistemáticas violatorias de los derechos de las personas y especialmente de las más vulnerables, sobre quienes recae a su vez el peso de las medidas de control social, las políticas públicas de seguridad, la actuación violenta de las fuerzas de seguridad y la intervención de la agencia penal con criterios selectivos tendenciosos. Se lee también en el manual que “cuando hablamos de «violencia institucional», damos cuenta de un fenómeno más restringido, que abarca desde la detención «por averiguación de antecedentes» hasta las formas extremas de violencia como el asesinato (el llamado «gatillo fácil») y la tortura física y psicológica. Al hablar de violencia institucional nos referimos a situaciones concretas que involucran necesariamente tres componentes: prácticas específicas (asesinato, aislamiento, tortura, etc.), funcionarios públicos (que llevan adelante o prestan aquiescencia) y contextos de restricción de autonomía y libertad (situaciones de detención, de internación, de instrucción, etc.)”. La violencia institucional en nuestra provincia. El poder ejecutivo y la actuación judicial Hablar de violencia institucional en el medio local nos remite necesariamente a diversos hechos muy graves, resonantes y públicos producidos por la agencia policial, que muestran prácticas institucionalizadas de violación y negación de derechos de las más graves, incluyendo la desaparición forzada de personas en democracia; esto evidencia la continuidad de una práctica extendida durante la última Dictadura Militar que sufriera nuestro país, y que en nuestra provincia contó con la colaboración de la Policía Santafesina y, en particular, del Comando Radioeléctrico, que según el Diputado provincial Carlos del Frade cumplía tareas de “liberación de zonas”. Así, las muertes de Brandon Cardozo y Alejandro Ponce, las ejecuciones policiales de Carlos Godoy,
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Maximiliano Zamudio y Yonatan Ojeda, los acribillamientos públicos de David Campos y Manuel Medina, las desapariciones forzadas de Franco Casco y Gerardo Escobar; nos sitúan concretamente en los máximos niveles de gravedad de esta problemática. La situación de la violencia institucional en nuestra provincia, según diversas instituciones, aparece como un fenómeno sistemático y extendido, con casos que van desde las incontables y arbitrarias detenciones por averiguación de antecedentes, las detenciones ilegales —grises y sin blanquear—, los casos de abusos de autoridad, vejaciones, torturas, tratos crueles inhumanos y degradantes, las muertes en custodia, los asesinatos por parte de las fuerzas policiales; todo ello acompañado por la negación sistemática del fenómeno por parte de las diferentes agencias estatales y judiciales. Esta negación quizás explique la grave situación que padecen las víctimas de la violencia institucional en general en la provincia de Santa Fe. Asimismo, consideramos gravísima la situación de las personas detenidas en seccionales policiales y en Unidades Penitenciarias de nuestra provincia, donde los internos sufren condenas que exceden en mucho la sanción penal especifica de restricción de la libertad personal, extendiéndose la pena a la totalidad de sus derechos, afectando la integridad psicofísica, la vida, la seguridad, la educación, el trabajo y los vínculos familiares de estas personas, sometidas a vivir en condiciones de hacinamiento y a sufrir tratos crueles y torturas, según hemos podido relevar en el marco de nuestro ejercicio profesional. Esta situación aparece descripta con mucha precisión por Foucault, en su libro Vigilar y castigar: “la prisión —mera privación de libertad— no ha funcionado jamás sin cierto suplemento punitivo que concierne al cuerpo mismo (…). La prisión ha procurado siempre cierta medida de sufrimiento corporal” (Foucault, 1989). Si centramos la mirada en el poder ejecutivo provincial, nos encontramos, desde nuestra práctica jurídica, con funcionarios portadores de
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un discurso negacionista, estigmatizante y culpabilizador de las propias víctimas respecto de su situación. Es así que no existen dispositivos específicos de atención y abordaje dotados de recursos económicos y técnicos adecuados que puedan brindar una intervención sólida y eficaz, y una asistencia integral a víctimas de la violencia institucional. Tampoco existe aún en nuestra provincia un sistema de reparación económica integral y rápida para las víctimas, como indica la normativa internacional que nos rige, particularmente el Pacto Internacional San José de Costa Rica. Recién en el final de la primera mitad del año 2017, se unificaron la Dirección de Asistencia a Víctimas perteneciente a la Municipalidad de Rosario y la misma Dirección creada en la provincia en la órbita del Ministerio de Seguridad. Sin embargo, respecto de la primera, es dable decir que se trata de una estructura vacía de recursos tanto económicos como humanos, y que carece por completo de dispositivos específicos de abordaje para víctimas de violencia institucional policial y penitenciaria. Con respecto a la Dirección Provincial, es también plenamente aplicable lo dicho respecto de su par municipal, con el agregado de que resulta mucho más gravoso el hecho de que tal institución se encuentre inserta dentro de la misma agencia gubernamental que cobija a las fuerzas policiales. Esto contraría todos los estándares internacionales mínimos de intervención en situaciones de violencia institucional policial, que bregan por una actuación objetiva con perspectiva de Derechos Humanos y con un rol activo de las víctimas. Si nos atenemos ahora a la actuación del poder judicial, lo primero que percibimos es que no existe un acceso adecuado a la jurisdicción por parte de las víctimas de violencia institucional policial, y esto obedece a varios motivos. Si bien existe el Centro de Asistencia Judicial a la Victima, éste no interviene, en la práctica, en causas del tipo que aquí nos ocupa, entre otras razones porque tiene misma dependencia ejecutiva y funcional que las fuerzas policiales, lo que deja a las víctimas en una situación de impedimento para acceder a las vistas y como parte de las causas penales, violándose el Derecho Constitucional y Convencional de
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Acceso a la Jurisdicción y a la Verdad, ya que no poseen otra alternativa que recurrir a profesionales de forma privada, y ello —sabemos— queda supeditado a los recursos económicos de que disponga la víctima. Otro aspecto a resaltar en el ámbito judicial tiene que ver con la actuación en función de criterios políticos judiciales hegemónicos y punitivistas, actuación que carece de una adecuada perspectiva de Derechos Humanos en las resoluciones judiciales, tanto como en las actuaciones de los fiscales, generando intervenciones reñidas con los derechos de las víctimas en las que se percibe mucho prejuicio y estigma social. Así, es muy habitual encontrarnos con familiares que manifiestan muchas dificultades o directamente la imposibilidad de reunirse con fiscales, de acceder a información respecto del curso de las investigaciones, de ser notificados de actos trascendentes en las causas, etc. En otras situaciones, cuando finalmente logran ser atendidos por los fiscales —lo que algunas veces resulta de la intervención de letrados particulares—, con lo que se encuentran es con un posicionamiento inamovible y sostenedor de las versiones policiales respecto de los hechos; versiones que siempre responsabilizan a las víctimas de su propia muerte y exculpan a los agentes policiales como autores de los hechos. Cuando las víctimas de los casos de violencia institucional logran atravesar la barrera que implica acceder como parte a las investigaciones penales, aparece el segundo gran obstáculo, recién mencionado, transversal a todas las investigaciones penales que tienen o deberían tener como investigados y responsables a agentes de seguridad o policiales: la adopción de teorías del caso fiscales coincidentes con las versiones policiales. Esto desencadena procesos de revictimización estigmatizantes, que terminan criminalizando a las propias víctimas y acreditando la versión de los victimarios como indudablemente cierta. La materialización de una actuación fiscal alejada de una perspectiva de víctimas y de defensa de los Derechos Humanos se cristaliza en nuevos procesos de revictimización de los familiares y de las víctimas
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fatales, por los por la que son considerados responsables de su suerte o, directamente, de su propia muerte. En virtud de ello, los fiscales proceden a investigar a las propias víctimas, intervienen sus teléfonos, los consideran autores de robos, portadores de armas de fuego, culpables de vivir donde viven; siempre sobre la base del sostenimiento de versiones policiales inmaculadas e incuestionables. A este panorama de falta de investigación de las versiones policiales sobre hechos de violencia institucional policial, se suma el agravante de que siempre son los mismos agentes responsables de los hechos en investigación quienes “custodian y resguardan” las escenas del delito, dando lugar al armado de esas mismas escenas, a la modificación, al ocultamiento y a la alteración de las evidencias y, en definitiva, al armado de causas a las víctimas, en clara violación de los protocolos internacionales que rigen en la materia y que ordenan la intervención de fuerzas policiales diferentes a la investigada o sospechada, a los fines de garantizar investigaciones eficaces, rápidas, sólidas y objetivas que garanticen identificación, determinación de responsabilidades y sanción adecuada de los autores de los hechos. De esta manera, en la provincia de Santa Fe la estructura político-judicial determina y permite que la policía se investigue a sí misma. Esta situación reviste mayor gravedad aún si consideramos la conformación, en el ámbito del Ministerio Publico de la Acusación, de la Unidad de violencia institucional y Corrupción Policial, que además de estar colapsada de causas cuenta con la intervención de un solo fiscal en la ciudad de Rosario, quien a su vez realiza la totalidad de sus investigaciones e informes periciales criminalísticos y penales a través de la Unidad de Asuntos Internos de la propia policía de Santa Fe. Otra cuestión a tener en cuenta, en este panorama de desprotección de las víctimas, es que el Servicio Público provincial de la Defensa Penal sostiene un criterio de dependencia funcional y, por lo tanto, se aviene a una resolución general del Fiscal General de la Provincia en la que se ordena advertir y denunciar como incompatible funcionalmente por parte
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de los Defensores Penales Públicos de las funciones o roles de querellantes, quedando vedada así la posibilidad de querellar por violaciones a los Derechos Humanos o en casos de violencia institucional. Este rol querellante sí aparece contemplado, en cambio, en otras legislaciones provinciales, nacionales e internacionales. En términos generales, podemos decir que no existen dispositivos específicos en nuestra provincia que aborden interdisciplinariamente e integralmente el grave problema de la violencia institucional en cualquiera de sus dimensiones —tanto material, física y moral— ni en ninguna de sus categorías —policial, psiquiátrica, penitenciaria, judicial, entre otras—. La violencia institucional en las seccionales policiales El ámbito de producción de la violencia institucional que habitualmente despliegan las fuerzas policiales en el de la población joven y perteneciente a sectores más postergados de nuestra ciudad: los jóvenes que responden al estereotipo construido como “peligroso” —tal como sostiene Zaffaroni— por la criminología mediática. “La criminología mediática crea la realidad de un mundo de personas decentes frente a una masa de criminales identificada a través de estereotipos, que configuran un ellos separados del resto de la sociedad, por ser un conjunto de diferentes y malos” (Zaffaroni, 2011). Así, la agencia policial, luego de producir cualquier detención, traslado y alojamiento en sede policial —los que en general son arbitrarios—, se apresta a ejercer sobre los cuerpos de los sujetos vulnerados y vejados las más violentas prácticas institucionalizadas en la forma de diferentes castigos crueles y torturas, llegando en algunos casos a producir incluso la muerte en el transcurso del despliegue de esa violencia extrema. Ejemplo paradigmático no sólo de nuestra provincia sino de Argentina, es el asesinato y la posterior desaparición forzada de Franco Casco, en el marco de una detención por averiguación de antecedentes y tras su traslado a un calabozo de la seccional séptima de Rosario.
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Claramente, las miradas autoritarias que legitiman la violencia en general y la violencia institucional en particular, tienen sus raíces en discursos anteriores, cuyos rasgos son fácilmente identificables en el modelo político y cultural impuesto en nuestro país por la última dictadura cívico-militar. Pareciera además que una de las significaciones más nítidas de la violencia institucional es la que se produce dentro de los “transitorios” de las comisarías donde se tortura, humilla y degrada a quienes son captados por la violenta maquinaria de control social represiva. Así expresa Tiscornia que “la violencia policial es [una] técnica de gobierno y dispositivo de administración del orden y la seguridad urbana. (…) No son actos brutales, ni se exhiben como cuerpos masacrados, pero preparan los escenarios para que éstos sean posibles. Porque esa violencia policial es la que rebasa de manera cotidiana los límites del derecho, las normas de derecho y que, paradójicamente, el derecho consiente la rutina de que así suceda”5. Compartimos, en general, lo transcripto, con el agregado de que en verdad la violencia policial posibilita la producción de hechos brutales sobre la base del corrimiento de los límites del derecho en lo cotidiano. Piénsese en el asesinato de Yonatan Herrera mientas lavaba su automóvil en la vereda de su casa en un procedimiento policial realizado por dos fuerzas que disparan contra un supuesto ladrón, a plena luz del día y en la vía pública, más de cincuenta disparos, atentando contra la seguridad ciudadana en lo que fue un acribillamiento público. Misma situación respecto del asesinato público de los jóvenes Emanuel Medina y David Campos, en la que intervinieron diecinueve agentes policiales. Algunos relatos de diversas personas que padecieron detenciones en seccionales policiales nos dieron cuenta de la violencia institucionalizada, que por su sistematicidad y cotidianeidad, así nos relataron: • “Muchas veces dejaban esposados a los de averiguación de antecedentes, o los que tenían causas también. A mí me dejaron esposado en la 5
En Documento “Los Derechos Humanos frente a la violencia institucional”, p. 22.
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puerta señalada con el número 7 debajo de todo. Esto formaba parte del maltrato, como una sanción. Capaz te dejaban toda la noche… a mí detuvieron los de la (…), pero yo me defendí… me quisieron pegar en el cuartito señalado con el número 3. Yo luché. Me golpearon”. • “Sí, cuando caían en la comisaría siempre les pegaban. Eran de poner bolsas en la cabeza, también pegaban con palos. Siempre que caía alguien por averiguación de antecedentes, le pegaban”. • “En la comisaría (…) estaba superpoblado, había un montón de gente. Cuando yo estuve detenido, me quería ir. Me tragué un pedazo de chapa para que me trasladen y ellos me sacaron, me pegaron y después me trasladaron. Estuve un mes en el hospital… Cuando me detuvieron, me golpearon afuera de la comisaría; cuando me detuvieron y después también cuando estábamos adentro de la comisaria… yo estaba alojado en el penal 2… en el lugar señalado con el numero 3 ahí te requisaban para que no tuvieras nada, después te pegan, es algo común… Cuando apenas me metieron tenia las esposas puestas y me pegaban”. • “Nos pegaba a todos. Le gustaba mucho pegar, era adicto a pegar, me imagino. Era de agarrar un fierro redondo, como un caño de gas amarillo, y con ese te daba… Me han quedado hasta marcas… Te esposaban desnudo contra la pared y te daban con fierros, te tiraban baldazos de agua”. • “Los tenían en un lugar chiquito llamado «jaulita». Ahí a veces les pegaban porque los pibes se querían rebelar a la policía… Si tenían causa, pasaban al penal; si no, no pasaban. Eso era las veinticuatro horas que entraban y salían pibes de ese cuartito. Cuando pasaban al penal, a veces notábamos que estaban golpeados; venían verdes, y les hacían curaciones, dándoles pastillas para que se desinflame la hinchazón… Los pibes tenían muy hinchada la cara, y con golpes internos a veces. La práctica es que el pibe que hace un robo se come la paliza, y se calla la boca”.
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• “En el lugar señalado como «punto 3» es al que mandan a los incomunicados, donde se escuchaba a la noche que la policía golpeaba a los pibes que levantaba por averiguación de antecedentes, que no tenían que ir a declarar después. Se escuchaban los golpes y quejas por eso mismos golpes. A mí me pegaron dos veces ahí cuando caí… Todos los pibes que pasan por el lugar marcado como «punto 3», que es el incomunicado, son golpeados… La última vez que caí, el 2 de octubre de 2014, fue a la medianoche. Ingresé en la comisaría y al toque me mandaron a esa jaula de incomunicados y me pegaron esos dos”. • “Era común que a la comisaría llegue gente a la que se le pegaba, y se les tiraba con agua fría. A los pibes que encontraban en la calle, casi todos los días, los tenían un par de horas les pegaban y los largaban. Es normal eso en la comisaría. Algunos pibes pasaban al penal y se notaba que estaban golpeados... A veces le preguntábamos a los chicos cómo estaban, y nos decían que los habían tenido colgados. Los colgaban con los grilletes a una barra y los dejaban ahí… Si pedíamos el traslado, nos metían en la cuadra o el lugar identificado con el número 3, y nos colgaban con los grilletes a un fierro, y te tenían ahí hasta que no dabas más y pedías volver al penal, desistiendo del pedido del traslado. En la cuadra nos colgaban de la reja”. • “A los chicos que agarran los ponen en lugar identificado con el número tres, que le dicen «celdita» o «buzón». Es un lugar horrible, chiquito, no tiene baño, nada; si te dejan dos o tres días ahí, te morís del olor. Hay veces que dejan gente ahí hasta una semana. En la celdita esa, a veces, depende cómo te portes, te dejan con los grillos… te piden plata para dejarte libre. Yo estaba en el lugar identificado con el número 2, cuando comenté que escuchaba gritos. Cuando caés detenido en el lugar identificado con el número tres, siempre te pegan primero y después te hablan”. • “Cuando me trasladaron a la séptima me iba pegando durante todo el camino, y cuando llegué… me pegó el morrudo y fisicudo… y el
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peticito morochito, flaquito, que le pegaba a todos… Los recuerdo porque me pegaron re mal. Me pegaron en la celda del incomunicado… Me dejaron regalado, Diego me dejó regalado”. • “En ese lugar te pegan, como en todas las comisarías… Es un lugar chiquito, feo, con mucho olor, sucio, un cuadrado de dos por dos… Se escucha todo. Siempre se escuchan gritos desde ese lugar cuando detienen a alguien”. • “Puedo decir que ese lugar es un lugar feo, no tiene baño, por eso le dicen «buzón»; es un calabozo. Del maltrato que sufrían en ese lugar, como en cualquier comisaria, cuando a uno lo detienen siempre lo primero hay es el maltrato policial (…) Sí, se escucha todo; siempre se escuchan gritos desde ese lugar cuando detienen a alguien”. • “Se meten todos los milicos a golpearte, porque ahí adentro juegan con vos, en esa parte”. • “Cuando me detuvieron a mí, me agarraron a piñas, a cachetadas, me dejaron en bolas y me mojaron, y me dejaron en el patio… Ahí en el patio me dejaron esposado a un fierro que hay ahí; estuve dos días más o menos ahí… (en la «jaula»). Se utilizaba para verduguear a la gente. Ahí te cagaban a palos. Te mojan, te sacan la pilcha, te pegan. Ahí ponen a los pibes por averiguación”. Los relatos podrían continuar en el mismo sentido de manera interminable. Como ha dicho Gabriel Ganón en su informe de monitoreo de las cárceles de la provincia de Santa Fe, “(…) el balance general sobre el estado de situación de las cárceles santafesinas es más que preocupante. Santa Fe, como muchas provincias argentinas, maltrata a los privados de libertad haciéndolos padecer condiciones inhumanas de detención y negación de derechos. Esta situación de violación estructural y sistemática de los derechos de los reclusos debería mover a la preocupación colectiva…” (Ganón, 2014).
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Podemos decir, a modo de conclusión de estas líneas, que en nuestra provincia existe un estado preocupante en torno a la situación de violencia institucional que padecen las personas atravesadas por la agencia punitiva policial y penitenciaria. Creemos que una de las maneras de revertir el estado de negación de derechos es dotar a la población de herramientas de seguridad democráticas, herramientas de control ciudadano con preponderante participación de organizaciones de Derechos Humanos y, también, generar instituciones con autonomía, como órganos extrapoder, a los fines de brindar a las víctimas asistencia adecuada que permita demandar, acorde a las garantías constitucionales, el ejercicio de todos los derechos vulnerados y negados por falta de asistencia, principalmente jurídica. Creemos también que es necesario e imperioso que nuestra provincia pueda adherir al Protocolo de Prevención de la Tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos y degradantes. Este protocolo es un instrumento absolutamente necesario, amén que una obligación estatal incumplida hasta el presente, no sólo desde la perspectiva de la prevención de la violencia, sino también desde la detección de la misma. Pues sabemos que si bien contamos con algunos recursos jurídicos, la dinámica y dimensión del problema nos muestran que ello no es suficiente como garantía para la población sometida al sistema penal punitivo y hace absolutamente difícil o directamente imposible acceder a los lugares de para poder documentar de manera fidedigna las condiciones de vida allí, y detectar y denunciar judicialmente los malos tratos, torturas y vejámenes cometidos por las fuerzas policiales y/o penitenciarias. Este es el compromiso que hemos asumido: denunciar las situaciones de violencia institucional y defender a sus víctimas.
Bibliografía FOUCAULT, Michel (1989) Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Siglo XXI.
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GANÓN, Gabriel. (2014) Informe del Monitoreo de Lugares de Detención Penitenciarios de la Provincia de Santa Fe. Santa Fe, Servicio Público Provincial de Defensa Penal de Santa Fe. ZAFFARONI, Eugenio Raúl (2011) La palabra de los muertos. Conferencias sobre criminología cautelar. Buenos Aires: Ediar. Documentos utilizados Los derechos humanos frente a la violencia institucional, Secretaría de Derechos Humanos de Nación, Ministerio de Educación de la Nación, Presidencia de la Nación. Disponible en www.jus.gob.ar/media/2932203/ violencia_institucional.01.pdf
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Contribuciones para un debate metodológico sobre la problemática penitenciaria en Brasil6 Vera Malaguti Batista7
La criminología crítica fue una ruptura fundamental en la historia de los pensamientos criminológicos. Los latinoamericanos tenemos una deuda con este movimiento que impulsó una crítica profunda del poder punitivo en nuestro continente. Nuestro dilema, como apuntó Sozzo (2014), reside en ser traductores acríticos de teorías universales o en producir una criminología “del lugar”, de acuerdo con las pistas evocadas por Milton Santos (1992). Dentro de esta perspectiva, Massimo Pavarini fue un pensador crítico, profundamente conectado con nuestra historia. Me gustaría destacar dos contribuciones fundamentales de su obra, además del colosal estudio clásico que escribió con Darío Melossi, Cárcel y fábrica (2006). La primera está presente en el artículo “El instructivo caso italiano” (1996), que analiza el impacto de la Operación Manos Limpias sobre la relegitimación del poder punitivo en Italia. Su atención minuciosa a la historia y a la coyuntura italiana permitió comprender de qué manera un discurso moral que invoca más pena va a incidir de forma selectiva sobre los circuitos de la pobreza y de la resistencia. Por cada mafioso preso, mil drogadictos e inmigrantes alcanzados por las garras del sistema penal. Creer en una 6
Traducción de María Chaumet. mariachaumet@gmail.com
Socióloga (PUC-Río), Magíster en Historia Social (Universidad Federal Fluminense), Doctora en Salud Colectiva (UERJ), profesora adjunta de Criminología de la Universidad del Estado de Río de Janeiro-UERJ y Secretaria Ejecutiva del Instituto Carioca de Criminología.
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escalada penal que alcanzará a los “más poderosos” es una falacia que redunda en la adhesión a la cárcel y al sufrimiento como reguladores eficientes de la conflictividad social. La historia y la criminología crítica demostraron que el poder punitivo es una invención occidental para el fortalecimiento del control social de la mano de obra para el proceso de acumulación de capital. En la historia de la humanidad, la justicia social nunca se logró por cambios en el ámbito penal: las revoluciones populares siempre enfrentaron al poder punitivo. La segunda contribución fundamental representa un cambio epistemológico y metodológico en la criminología: para entender su objeto, primero tenemos que comprender la demanda de orden (Pavarini, 1983). Este cambio de perspectiva de la criminología crítica articula al fenómeno singular con los procesos más globales. Por ejemplo, es imposible entender la “guerra contra las drogas” en nuestro continente sin el componente geopolítico y económico. Una guerra que mata en masa autoproclamándose protectora de la salud solo puede descifrarse si nos apartamos de los estereotipos que encubren categorías como “narcotráfico” u “organización criminal”. Son definiciones que oscurecen los hilos que nos llevan a la comprensión de los fenómenos tales como ocurren en los lugares. Cuando la gran prensa brasileña hace referencia a una masacre en nuestras terribles prisiones, se informan los vínculos con esas dos categorías fantasmales que explicarán por sí solas los sangrientos episodios. Los presos mueren porque son traficantes o pertenecen a redes de crimen organizado. Esta anulación va naturalizando el genocidio y haciendo que el espectáculo de despropósito degradante y asesino de nuestra inmutable política criminal se torne apetecible para la audiencia. “La ilusión de orden fundamentó una visión esquemática, lineal y simplista del conjunto de fenómenos emboscados por las políticas de seguridad” (Binder, 2010:20). Todos los noticieros de los grandes medios de Brasil evitan que se problematice la prisión en sí, su eficacia en cuanto a los principios que
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esta misma dice perseguir: reeducación, rehabilitación, reinserción social, etc. Al incorporar la “política criminal derramando sangre” (Batista, 1997), también incorporamos el vocabulario de la guerra (combate, ocupación, pacificación) y la economía de guerra que impone gastos en equipamientos bélicos, tecnologías de vigilancia y entrenamientos, en contraste con la disminución de gastos, por ejemplo, en salud y educación, como fue el caso de Río de Janeiro durante los últimos diez años. Lo curioso es, también, que la “guerra contra las drogas” no incorpora las garantías y los derechos “de guerra”, es una guerra de barbarie, saqueo y exterminio, sin regulación. Al estudiar el proceso de criminalización de la juventud popular por la política de drogas, se me presentó un tema fundamental: al analizar los procesos, lo que surge son historias tristes que acompañan las vidas pobres de Brasil. El sistema es una especie de trampa social que, al criminalizar por la etnia, la edad y la clase social, crea una red gigantesca de control, que va a incidir de forma selectiva sobre la juventud negra de las favelas y sobre los campesinos pobres. Es importante destacar que, al singularizar los casos, lo que nos queda son historias tristes. Contar esas historias tal vez sea el principal antídoto contra las “categorizaciones frustradas” como narcotráfico y organización criminal (Zaffaroni, 1996). Al escribir un libro de criminología titulado La palabra de los muertos, Zaffaroni buscaba un protagonismo narrativo de aquellos muertos en manos de los sistemas penales latinoamericanos, en contraposición con los discursos teóricos y mediáticos sobre la problemática criminal (Zaffaroni, 2012). Proponer, entonces, una teoría de las historias tristes iría en dirección a la desnaturalización de los destinos trágicos de los involucrados en hechos criminales y a la comprensión de cómo los fenómenos más globales, cómo la dinámica del proceso de acumulación de capital, inciden singularmente sobre los cuerpos y las almas de quienes fueron alcanzados por el dolor y el sufrimiento evocados por la “terapéutica penal”.
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En muchos años de investigación y reflexión sobre la problemática criminal construí un total descrédito por la prisión. Su estruendoso fracaso solo se explica por sus finalidades ocultas: la contención truculenta de los pobres y de quienes se resisten al capitalismo. En mis estudios, siempre que me aproximé a un proceso penal me encontré con esas historias tristes, no solo por el desalentador paisaje de nuestras desigualdades, sino también por los conflictos que atañen a los pasillos siniestros de la arquitectura punitiva. La gestión criminal del intenso conflicto social resultante del paradigma económico se da en varios sentidos: desde la inculcación cotidiana del dogma de la pena hasta las baratijas tecnológicas con patente del norte. El hombre policial (créanme, cada vez somos más) tiene que percibir el extremo más expuesto de la miseria y de la violencia. Todo ese sistema está sustentado, principalmente, por los dos conceptos pautados que pretendemos deconstruir a lo largo de este artículo: narcotráfico y crimen organizado. El “narcotráfico” actualizó, en el siglo XXI, los miedos posrevolucionarios de la Francia del siglo XVIII. Los pobres del mundo se encarcelan en masa por crímenes que van más allá de la propiedad. Al proponer aquí una alternativa metodológica mediante la narrativa y los cuentos e historias, pensamos develar lo que esas dos categorías intentan esconder. Esas historias incluyen toda la situación problemática que llevó a aquel ser humano hasta los pasillos siniestros. Nunca vi una crítica mejor ni más contundente al punitivismo de la Ley “María da Penha” que la descripción de los efectos sobre la familia de carne y hueso causados por el encarcelamiento del “agresor” en la investigación llevada a cabo por Marília Montenegro, de la grandiosa Escuela de Criminología de Vera Andrade. Las emociones contenidas en el sufrimiento de las víctimas de los sistemas penales deben ser contadas y mostradas como contrapartida de la deshumanización y la desensibilización que genera el discurso mediático sobre la problemática criminal.
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La guerra contra las drogas en Brasil, produjo una expansión inédita del encarcelamiento. Ya tenemos casi 700 mil presos, cifra que aumenta cuando se suman las detenciones menores. Al proponerse cartografiar flujos, la investigación multicéntrica de Rafael Godoi (s/f) se contrapone a una agenda de estudios de las “facciones” que interpelan a la sociología en cuanto a la metodología y los resultados. Su trabajo le ofrece a la escena internacional del debate sobre prisiones un minucioso estudio sobre la experiencia de San Pablo. Para eso, nos revela una cartografía del dispositivo carcelario a través de los tipos de unidades, del sistema de justicia que incide en su funcionamiento en los espacios constituidos, en el perfil general de esa población, en las “facciones” y, principalmente, en los vasos comunicantes que articulan el “adentro” y el “afuera” de ese vasto mundo. Se vale de lo que él denomina “leyes del tiempo” para comprender el régimen de procesamiento que “rige el fluir de la población en el tiempo” y sus relaciones con la experiencia de la ley, la pena y el Estado. Asimismo, nos presentará el impacto regional de ese “artefacto” y sus disposiciones en el espacio. Para eso, se detuvo en las exigencias de la circulación y en el sistema de abastecimiento, además de en una visión que victimiza a las familias que aparecen como protagonistas y cuyos constreñimientos “iluminan la mecánica” del dispositivo. A través de lo que él denomina “etnografía experimental”, polemiza con los estudios contemporáneos de la prisión en Brasil y en el mundo, con una gran contribución. La expansión del sistema carcelario de San Pablo ya sería un indicador en sí mismo: de 24.091 presos en 1986 (con una tasa de encarcelamiento de 85,1/100 mil habitantes) tenemos 219.053 en 2015 (con una impactante tasa de encarcelamiento de 497,4/100 mil habitantes). En esa historia de luchas, rebeliones y fugas, Godoi nos devela el funcionamiento de la prisión masificada y el gobierno de la
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población penitenciaria, así como la emergencia y el desborde del Primer Comando Capital (PCC)8. Si se piensa en la criminología como una teoría de las historias tristes, a medida que nos vamos acercando a la problemática criminal, nos encontramos con acontecimientos de pérdida material, peleas, luchas, afectos derramados en gestos duros, accidentes, mala suerte y, principalmente, imposibilidad de acceso a los dispositivos de defensa contra el poder punitivo. Por eso, desde el hemisferio sur, debemos contar nuestras historias en vez de hacer repercutir la pauta tautológica que explica todo mediante las categorías de “organización criminal” (ex crimen organizado) y “narcotráfico”. El libro de Rafael Godoi es un antídoto contra esas teorías. Su descripción del castigo dentro de la institución de castigo es un golpe firme: “conversamos con 12 fragmentos de bocas u ojos”. Allí vamos a conocer los horrores del traspaso del “pabellón” al “buzón”, espacios siniestros de renovadas privaciones. Si ponemos el foco en las investigaciones, Godoi revela cómo esas prácticas administrativas están completamente alineadas con lo que Foucault denomina “soberanía punitiva”, en la administración de flujos de las poblaciones involucradas en el gran encarcelamiento. Nos hablará de la mediación procesal en los registros de ilegibilidad y movilización. Ese “régimen de gestión que calla en la ilegibilidad” se basa en una proliferación de documentos que generan transacciones en los circuitos de los sistemas de justicia. Hacer circular es el gran obstáculo, y la movilización va más allá de los muros: “el mejor abogado del preso es la familia”, además, claro, de la resistencia hercúlea de la defensoría pública y de los abogados populares. Las sincronizaciones entre el tiempo de adentro y el de afuera dialogan con el texto fundamental de El “Primeiro Comando da Capital”, de San Pablo, es una organización de prisioneros que surge en 1993, a partir de la “masacre de Carandiru”, el 2 de octubre de 1992, cuando 111 hombres que estaban presos fueron asesinados por la Policía Militar del Estado de San Pablo.
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Paulo Arantes (2012) sobre el tiempo de espera de los pobres del mundo. Esa disolución progresiva entre las internalidades y las exterioridades van generando disposiciones en el espacio, como la interiorización de la estructura carcelaria en el Estado de San Pablo y las relaciones económicas entre el emprendimiento carcelario y el agronegocio. El discurso de la ubicación de prisiones en el interior se vincula a una retórica de desarrollo económico y social, pero, en la práctica, lo que genera es el cumplimiento de la pena como una “sucesión de lugares: Diadema, Parelheiros, Mirandópolis, Serra Azul y ahora aquí...” Esa circulación de los presos y de sus familias genera nuevas exigencias para el abastecimiento de productos de higiene, vestimenta y limpieza, para la distribución de los “paquetes”, y para transporte y alojamiento para las familias que visitan a los presos. Podemos entender con mucha más claridad la importancia de esos flujos en la economía neoliberal. Las visitas son un capítulo aparte de las diligencias, en el sentido de las requisas, las señas, las filas, la reglamentación para la ropa permitida en los cuerpos escrutados por triples inspecciones, los puntos de control. Los recorridos en dirección a la interiorización se evalúan mediante controles policiales con la finalidad de reprimir las notas y las cartas dirigidas al “crimen organizado”. Como contrapartida, también aparece el lugar de los afectos en esa vida de carne y hueso de los contingentes encarcelados. En el diálogo que Rafael Godoi mantiene con los saberes sociológicos contemporáneos, demuestra la falacia de los discursos que interpretan la problemática carcelaria como falta de inversión, o falta de Estado. Esas inversiones, que ya representan una proporción inédita de gastos en “seguridad pública”, solo condensan aún más los flujos que otorgan funcionalidad al dispositivo de la prisión en el Estado neoliberal. El autor nos alerta acerca del fenómeno de “nativización” de un “otro” que está demasiado cerca. Es fundamental comprender que esos colectivos
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humanos que se encuentran “dentro” de los muros no son grupos diferentes a los “de afuera”. Lo que esta grandiosa obra nos enseña al respecto es que no es posible comprender el sistema penitenciario a partir de los muros, por el contrario, hay que pensarlo a partir de los vasos comunicantes que este pone en movimiento. De ahí el desplazamiento hacia el análisis de la centralización del PCC en las dinámicas criminales: es el sistema “que incita la movilización ininterrumpida y la articulación extramuros”. Así, en lugar de “organización criminal”, concepto que construye la figura de una urdidura externa y amenazadora para la “sociedad”, esas organizaciones son incitadas para el propio funcionamiento del sistema. La construcción de un saber criminológico a partir de nuestro margen debe articular la comprensión de la demanda de orden neoliberal en nuestro margen latinoamericano con nuestras historias tristes, la historia de los hombres y mujeres de carne y hueso capturados por las garras de la prisión. Bibliografía ARANTES, Paulo Eduardo (2012) “Uma digressão sobre o tempo morto da onda punitiva contemporânea”, In Malaguti Batista, Vera (org.) (2012), Loïc Wacquant e a Questão Penal no Capitalismo Neoliberal. Rio de Janeiro: Revan. BATISTA, Nilo (1997) en Revista Discursos Sediciosos —Crime, Direito e Sociedade. Rio de Janeiro: F. Bastos— ICC, ano 2, Nº 3, pp. 87-95. BINDER, Alberto (2010) Política de segurança e controle da criminalidade. Buenos Aires: Ad-hoc. DE MELLO, Marilia Montenegro Pessoa (2015) “Lei María da Penha: uma análise criminológico-crítica”. Conferencia proferida em el II Fórum Internacional de Criminologia de Língua Portuguesa. Belém do Pará.
GODOI, Rafael (s/f) Fluxos em cadeia: as prisões em São Paulo na virada dos tempos. São Paulo: Fapesp/Boitempo (en prensa). MELOSSI, Darío y PAVARINI, Massimo (2006) Cárcere e Fabrica. Rio de Janeiro: Revan PAVARINI, Massimo (1983) Control y dominación: teorías criminológicas burguesas y proyecto hegemónico. México: Siglo XXI. PAVARINI, Massimo (1996) “O instrutivo caso italiano”. In Discursos Sediciosos, Nº 2. Rio de Janeiro: Revan, pp. 67 y ss. SANTOS, Milton (1992) Espaço e Método. São Paulo: Nobel. SOZZO, Máximo (2014) Viagens Culturais e a questão criminal. Rio de Janeiro: Revan. ZAFFARONI, Eugenio Raúl (1996) “Crime organizado: uma categorização frustrada”, in Discursos Sediciosos: crime, direito e sociedade, Nº 1. Rio de Janeiro: ICC-Relume Dumará. -———————————— (2012) A palavra dos mortos: conferências de criminologia cautelar. São Paulo: Saraiva.
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Esta cárcel sigue así Lucas Paulinovich9
La ciudad muta, Rosario cambia. La Marca Rosario —promesa de costaneras vistosas, edificios modernos, inversiones, restaurantes de lujo y vida cultural activa y diversa— se desgranó junto a las aspiraciones progresistas del gobierno socialista. Las napas de podredumbre rebalsaron y están en la superficie. Las vinculaciones directas entre agronegocios, boom inmobiliario, autogobierno policial, narco y violencia, despedazaron las imágenes que pretendían instalar un foco europeizado en el corazón de la zona núcleo sojera. Aparecieron jefes policiales detenidos por vínculos con el narco, funcionarios judiciales perseguidos y destituidos, bufetes de abierta complicidad con el crimen que defienden, estafas empresariales a cara descubierta, disputas financieras en pleno centro, pibes flotando en el río, arreglos y operaciones cruzadas con grandes medios, acoso y represión policial, balaceras en los barrios, desempleo record a nivel nacional, hostigamiento a cielo abierto, muertos apilándose en el cementerio público. Esa vorágine rompió toda efectividad de la palabra y delimitó lo político en el territorio de la violencia. La ciudad se volvió un campo de batalla para las intensidades, un escenario de guerras difusas que convulsionan la vida en común. Con la llegada de Cambiemos al gobierno nacional, el socialismo salió a disputar el régimen de los ánimos. La Emergencia en Seguridad y las alianzas tácticas entre provincia y nación son parte de los tironeos por el control de las Lucas Paulinovich nació en Venado Tuerto en 1991. Trabaja como periodista desde hace 10 años en distintos medios de la ciudad y la región. Forma parte del Espacio de Literatura y Artes El Corán y El Termotanque, de la Agencia Sin Cerco y del Club de Investigaciones Urbanas.
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“políticas de tranquilidad” y la capitalización electoral de las iniciativas seguristas. Las fronteras son delimitaciones fugaces y las vidas maniobran y crean márgenes para la acción y el movimiento. Segmentación urbana y subjetiva: una redistribución de los permisos y derechos de admisión desde arriba; un escape escurridizo y disruptivo, por debajo. Los jóvenes de los barrios populares son la principal amenaza al frágil equilibro de la vida cotidiana. La bronca vecinal es leída y funcionalizada desde la política: se incentivan sensibilidades de miedo y odio que disparan controles y vigilancias horizontales. El Frente Progresista pilotea un atolondrado realce de políticas de excepción a partir del endurecimiento de penas, reformas de códigos, aumento de facultades represivas para las fuerzas de seguridad y recrudecimiento de la persecución a los actores peligrosos. Si el triple crimen de Villa Moreno en 2012 fue un momento crucial en el estallido de la imagen de ciudad forjada en la primavera socialista, el desembarco espectacular de fuerzas federales que comandó el exsecretario de Seguridad Sergio Berni a principios de 2014, abrió una etapa de tensiones y disputas en el manejo de la criminalidad que actualmente se reformula con un criterio de guerra declarada. El triángulo de soja, merca y confort organizó el funcionamiento y distribución de recursos de la ciudad durante las últimas décadas. Un ordenador social anclado a las oportunidades, el crecimiento productivo y las autorizaciones para la acción. La ciudad-puerto sin adentros ni afueras, un gran encierro de consumo extendido por todo el tejido social: las disciplinas se despliegan sobre la fiebre consumista, el sacrificio vital para sostener un equilibrio imposible, amenazado, en permanente riesgo. Funcionan en conjunto incitando deseos y estimulando demandas, a la vez que caen con fuerza de castigo moral sobre los que rompen las secuencias esperables. Hay custodios para todos los que se salen de la norma matriz del consumo. La “vagancia”, el “despilfarro”, el “exceso”, la “improductividad”, son formas de peligro urbano. La “fiesta”, la
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“locura”, el “bardo”, la “mala pinta”, se refuerzan como modalidades del estigma: asignan y controlan los roles del nuevo escenario. Es un universo de subjetividades en permanente inseguridad y generando costos. Rosario, ahora, se transforma en un perfecto laboratorio para tratar el problema del excedente. La bronca horizontal Por eso también son los años de los linchadores: David Moreyra, el pibe asesinado por los vecinos de barrio Azcuénaga en 2014, es el caso emblemático, por cruento y terrible, de una serie de linchamientos y pequeñas aprehensiones ciudadanas. Un empoderamiento vecinal con criterios de protección y autodefensa que alimenta símbolos y agudiza las violencias horizontales. Un momento de pasaje a la acción desde la instancia vecinal sin la cual son impensables las lógicas represivas del abuso, la tortura y la desaparición por parte de la policía. El quiebre de lazos comunitarios, la pérdida de códigos y pactos, la dinámica de fragmentación social y el pánico que despierta la incertidumbre, son cargados en los hombros de los recién llegados: los que vinieron a pudrirla. El lado activo del terror postdictadura, los modos novedosos del no-te-metás y el algo-habrá-hecho. Reclusión en el hogar-refugio, también de inminente explosión; fantasías con el fracaso como principio de ensoñación; reunión y fiesta solo en los lugares acondicionados por el mercado y bajo custodia empresarial. El llamado a la “defensa de lo conquistado” se tradujo en el pedido alerta para “sostener lo consumido”. Un sostenerse hecho a pura bronca defensiva, encierro y pedido de asistencia externa. La última alternativa es la muerte: ellos o nosotros. La llegada al poder del Estado de los cuadros civiles (empresariales, eclesiásticos y judiciales) del Proceso es un momento en la irritación del terror y los odios que continuaron circulando por el cuerpo social de la democracia. En ese panorama, el extractivismo es una manera de entender las relaciones: los recursos naturales se completan con la succión de energías
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vitales. Todas las vidas puestas a reproducir. A fuerza de despojos por parte del poder financiero-inmobiliario, la red urbana se reconfiguró en beneficio de inversores y grandes empresarios: el triunfo de los mejores que gobiernan. Las cortinas de consumo masivo permitieron nublar parte de un escenario en el que las muertes fueron acumulándose. Sectores políticos, organizaciones de derechos humanos y organismos internacionales vienen advirtiendo desde hace años la situación. Pero solo cobra notoriedad cuando es utilizada para presiones y pases de factura internos en una batalla de inteligencia que se juega en triple capa: a través de la comunicación de gobierno; los medios y redes sociales; y el submundo del secreto y el espionaje. Las vidas delictivas Los efectos de las marchas masivas en pedido de mayor seguridad que se hicieron en 2016 después de dos crímenes con alto impacto público, denominadas Rosario Sangra, se dejan ver en las decisiones del poder político-judicial-mediático que actúa en concilio para la reforma del Código Procesal Penal, otorga facultades represivas y poder de extorsión a policías y fiscales, o coordina el golpe institucional contra la Defensoría Pública. Socialismo y macrismo, con el radicalismo dividido de por medio, pujan por ser proveedores de los deseos sociales de orden y racismo punitivo. Son las formas de vida las que están en disputa. La activación del sanitarismo segregacionista —que reposa en toda una cultura del caretaje como modo de ser en el mundo— reclama una rápida y eficiente adaptación a los tiempos veloces de la modernización. La identificación de enemigos internos es operación crucial para achicar costos marginales y perfeccionar el procedimiento. La expulsión tiene figuras sucesivas. La cárcel es pensada como un lugar para contener las intensidades que arrasan con las imágenes políticas y las categorías morales del “orden tranquilo”. Es el destino esperable para el que no se somete a la norma, la desvía, desplaza o perturba. Si la producción es antes valoración financiera, los posibles vitales se concentran y obedecen a las
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jerarquías del capital humano. La selectividad del orden financiero y la cultura careta como forma de capitalización social aparta lo indeseado. Pertenecen a un género distinto: lo humano tiene aspiración modernizadora, es liviano, activo, cifrado. La cárcel es el lugar material, arcaico, histórico, para almacenar a los cuerpos políticos —también arcaicos e históricos— que obstruyen en la nueva circulación normalizada. Si la dictadura actuó secuestrando y desapareciendo esos cuerpos políticos indómitos, la etapa superior de las desapariciones implica la supresión de la entidad ciudadana. Pero esos pibes están vivos. Cargan una intensidad política que ejecutan inventando y reinventado sus propios rituales, oscilando estados de ánimo, palpando y amoldado estrategias. ¿Qué tienen esas vidas que las capturan ni bien pueden? ¿Por qué, si no son detenidas y encanadas, se las intenta ceñir a roles, actividades, lenguajes, rescates y proyectos ajenos? ¿Qué producen esos cuerpos inestables e insumisos que tienen que ser objeto de persecución y encierro temprano y cuanto antes? ¿Qué potencias engendran en el adentro que logran permear los muros, salirse e interpelar a las “vidas libres” de la ciudad? Las violencias nunca son transparentes. En las energías que la producen también se intercalan las opacidades del dolor, la muerte y los bajones. El agite es contestación a la proyección infinita del dinero en la fantasía neoliberal. Es precipitación, una presencia que se inaugura a sí misma como experiencia. No hay posibilidad de reproducción, es un presente vivo, intenso, incapturable. Es actuación, intensificación liberadora del futuro y, también, sin origen, creencia, o algo que contenga por atrás. Fiesta y conflicto, dispersión filtrada en el orden. Esos pibes no encajan, son potencia por fuera de la idiomática militante, el programa social, la idealización marginalista. El delito es un asunto del mercado: hay un orden propietario por conservar. El llamado a la acción es unipersonal y habilita múltiples dimensiones de la crueldad. La delincuencia activa y moviliza saberes, profesiones,
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deseos, negocios e innovaciones. La industria de la tranquilidad crece con los desarrollos tecnológicos. El preso —el delincuente capturado— es una vida en extinción. Las tecnologías del saber-hacer legitiman la condición de reo-marginal y formulan soluciones codificadoras. Porque así como repiten valores del consumo y formas aprendidas, entre esos pibes corren impugnaciones poderosas de las lógicas tecnocráticas. Hacen saltar la secuencia de cálculo-solución y desbordan los algoritmos que sintetizan lo vital. Entran y salen de la racionalidad administrativa, la empresarialidad de uno mismo, las subjetividades curtidas por la negociación y el consumo. Es una constante creatividad puesta a problematizar y ensayar respuestas prácticas. Más que una gestión —neoliberal—, una gestación de relaciones que se desenvuelven en una zona de lo indeterminado. Del imperativo de la transparencia y la fluidez esos pibes se fugan como cuerpos opacos, lentos, corruptos. Son lo negativo, opuesto a lo igual/lo obvio. Esa negatividad —con sus ambivalencias y contrastes— tiene una indefinida —e impredecible, por eso inquietante— potencia de creación política. La propiedad de la inquietud El pibe chorro es fantasma organizador y objeto del castigo moralizante. La gestión de la obviedad es dejar que las cosas estén y se guíen sin producirse: reproducidas por el saber gerencial —de lo general, abstracto—. No hay ligadura orgánica, solo combinaciones cifradas. Los pibes, con sus vaivenes anímicos, carecen de credibilidad social: no pueden absorberse en la valorización del capital. Más allá de las homogeneizaciones forzadas, esas energías son contestatarias por sus ambigüedades, sus horizontes maleables, su uso fabulado de la historia, las formas artesanales de acercamiento. La corrupción de los cuerpos es bajeza terrenal, por eso el termómetro de indignación explota con los delitos pobres y apenas se enerva con la difusión de los grandes fraudes empresariales, el lavado de activos, las quiebras
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tramposas o los blanqueos, instancias superiores del delito callejero. Para identificar y clasificar están las evaluadoras sociales, calificadoras de riesgo que reparten roles, jerarquías y reconocimientos. Una medida de aceptaciones-rechazos y encuestas de imagen, “megusteo” socializado. Esa investigación que hacen los pibes —intra/extramuros— habilita toda una antropología de los márgenes del Estado. Si empezó a elaborarse y formularse teóricamente, fue por parte de los propios internos en distintas experiencias de formación académica en el adentro o con producciones surgidas de talleres culturales o por iniciativa personal. Esas prácticas, su narrativa inesperada, la reformulación de la fealdad en creación de belleza y pensamiento, disuelve estructuras sensibles y de percepción, e instala interrogantes antes impensables. El Estado mismo se ve obligado a observarse como territorio exótico. Las topografías políticas se modifican desde esas otras experiencias vitales. Es posibilidad para un repliegue sobre texturas cotidianas en busca de otros deseos, imaginaciones políticas y dimensiones de la justicia. Una mezcla entre la maniobra con lo ya dado y la invención de imprevisibles. Esa realidad “otra” —la condena como exclusión, inhabilitación— tiene la fuerza para actuar sobre el mundo. Se enfrenta, asimismo, a nervios que la despotencian y debilitan. Su oficialización como amenaza por antonomasia, ratifica la vitalidad conmovedora de esos pibes. Intranquilizan, son energía que se excede y cae, se vuelca, se derrocha o se junta. Y en ese gesto de afirmación vital ponen en cuestión toda forma de orden-quietud. Formas de vida “viva” Los encuentros hacia adentro de la cárcel dan vuelta la condición de deudor prenatal que se coloca sobre los pibes en “conflicto con la ley”. Primero están en conflicto con la norma vital: la normalización les imputa su desviación. El optimismo voluntarista que es fuente anímica de la Revolución de la Alegría requiere de simples ejecutores, piezas automatizadas que pongan a funcionar, sin intervención de rasgos
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subjetivos, ensambles de una máquina total que los parcializa y volatiliza. Sin valor ni verdad en sus prácticas, entes de la reproducción. El preso no puede escapar de su historia. Es colocado antes del pensar o sentir: una limitación violenta de la elección-decisión que afuera se regula con técnicas de seguridad y aparatos de mediación. El aumento de la cantidad de presos, el sueño de cárceles nuevas y la direccionalidad alevosa del poder punitivo, son el primer revoque institucional de la crisis de seguridad que esas vitalidades crispan. Los pibes tienen que activar estrategias de supervivencia. Se inventan palabras e ideas para esquivar la penalidad que recae sobre sus cuerpos. Recrean etimologías, mitologías y fabulan con ellas hasta romper los climas de encierro y agobio del adentro y del afuera. Los límites temporales de la cárcel exteriorizan toda su ficción: la ciudad es cárcel y el encierro se agujerea. Hay un afuera-adentro que es incapturable para las lógicas de control de la cárcel. Ese esfuerzo cognitivo trama diversas políticas de la existencia en el adentro: formas de resistencia e insubordinaciones, un trabajo rutinario e interactivo con la disciplina. Ponen en práctica una máquina de modos de vida —de sobrevida—, enlaces imprevistos de discursos y dimensiones no discursivas del saber-hacer. Supone también un desafío para las lecturas del afuera, la conmoción de sensibilidades que perciben, valoran, miden y se representan esas vitalidades. Los pibes hacen, celebran, sueñan, festejan, dónde y cuándo deberían doblarse por el dolor y caer en la extrema pasividad. Se posibilita la imaginación de coaliciones inéditas, la creación de afirmaciones impugnativas, el reconocimiento y la ampliación de esas complicidades inasimilables y perturbadoras. También es un abrirse a identificaciones mutantes y a nuevos repertorios de prácticas, saberes y narrativas de la protesta-propuesta de mundos. Instancias/ momentos/situaciones para la reexperimentación de sensibilidades con capacidad para movilizar memorias emotivas y producir nuevas formas políticas. Esos pibes pueden hacer un mundo.
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Algunas reflexiones sobre el dispositivo carcelario Zulema Morresi10
Discursos sobre el castigo. El papel de los medios de comunicación Nos interesa, como primer acercamiento a la problemática carcelaria, interrogarnos sobre los modos en que en nuestra sociedad racionaliza el delito como aquello intolerable y cuyo castigo conduce indefectiblemente al encierro. El encierro como modalidad punitiva supone un destierro de la sociedad, a partir de allí el castigo opera en el marco de instituciones específicas que marcarán definitivamente a los cuerpos desterrados. Más allá de las teorías que nos hablan de reforma, de readaptación, el “fondo suplicial”, como sostiene Foucault (1985), no deja de estar presente. En este escrito no ahondaremos en el debate criminológico en torno a la función de la pena, sólo nos detendremos a analizar , a partir de algunas conceptualizaciones, las condiciones de la experiencia carcelaria, abriendo algunas líneas para pensar el caso particular que motiva este libro, prácticas culturales en contexto de encierro. La idea es tratar de mirar a la prisión no como destino sino como experiencia. La escritura de estas líneas coincide con un acontecimiento que muestra en toda su crudeza el ejercicio del poder punitivo en nuestra sociedad, la muerte de siete jóvenes en una comisaría de una ciudad de la provincia de Buenos Aires. Las versiones se cruzan, la oficial habla de un enfrentamiento Docente e investigadora de la UNR, de las Facultades de Ciencia Política y Relaciones Internacionales y Psicología. Dedicada al área de Teoría Social, integrante y directora de investigaciones que giran en relación a la construcción de los cuerpos y procesos de subjetivación, fundamentalmente desde el análisis del discurso de los medios de comunicación.
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entre presos, otras voces, menos autorizadas, desde afuera, denuncian que los chicos fueron asesinados por la policía. Los medios reproducen esas voces, siempre titulando desde la versión oficial, en definitiva es la policía la que los provee de primicias, de información de primera mano como suelen llamar. Pasados unos días el tema deja de tener estado público, deja de ser noticia al ser barrido por otras tantas informaciones. En sociedades mediatizadas, en donde la traza de los hechos está mediada por las agencias de noticias, debemos ejercer lo que en investigación ha sido denominado “vigilancia epistemológica”11 (Bourdieu, 2002), debemos estar atentos críticamente a los relatos mediáticos que se suceden y nos dan imágenes exacerbadas, distorsionadas, reiteradas e intermitentes de los acontecimientos que nos rodean. Foucault sostiene que desde que funciona el sistema penal moderno, a partir de los grandes códigos de los siglos XVIII y XIX, se produce un desplazamiento por el que los jueces ya no juzgan al delito sino a los delincuentes, “el alma del delincuente” nos dice el autor; ese desplazamiento conlleva otro proceso por el cual la justicia debe apelar a una serie de especialistas, que permiten argumentar y avalar el veredicto. Saberes técnicos y discursos científicos se entrelazan para ejercer el poder de castigar: “La operación penal se ha cargado de elementos extrajurídicos” (Foucault, 1985:29). Visto desde el presente, este fenómeno se extiende, se tiende no sólo a juzgar sino a prejuzgar a sujetos, demarcados por su procedencia étnica, social, y en esa permanente operación discriminatoria los medios adquieren protagonismo formando parte de ese entorno extrajurídico del que hablaba Foucault. Los medios por un lado, inciden presionando desde una posición de exterioridad al sistema penal, juzgan sus procedimientos, decisiones, La vigilancia epistemológica consiste en el examen continuo de las condiciones y límites de las técnicas y conceptos utilizados en investigación.
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etcétera. Por otra parte, establecen pericias, dictan sentencias, funcionando como tribunales paralelos, y aunque no tienen efectos jurídicos, la sentencia social que producen resulta casi inapelable. En relación a un criminal condenado a muerte en 1974 cuya culpabilidad no se comprueba, Foucault afirma: “Del criminal tiene necesidad efectivamente la prensa y la opinión pública. Él será el blanco de todos los odios, polarizará todas las pasiones: para él se pedirá la pena y el olvido” (Foucault, 1990:208). Los tribunales acumulan cientos de fojas , con pulcritud pero en una opacidad y en un tiempo que no es el de la urgencia social por determinar la culpa y ponerla en un cuerpo, blanco de toda condena, entonces, como dice el autor, “se impone una división: de un lado entre el polvo del sumario ,los hechos, las huellas, las pruebas (…) por el otro lado está en carne y hueso, vivo, indiscutible, el criminal (…) ¿cómo no querer liberarse, a través de ciertos medios que no admiten recurso, de alguien que es, fundamentalmente, un ’criminal’, esencialmente un ‘peligro’, naturalmente un ‘monstruo’? A todos nos va en ello nuestra salvación.” (Foucault, 1990:208-209). Esa urgencia por determinar el blanco del castigo persiste, lo apreciamos cotidianamente en el proceder de lo que Zaffaroni denomina “criminología mediática” (Zaffaroni 2012), una serie de determinaciones personales, sociales van a alimentar el deseo de nominar al delincuente, en un ejercicio racista que liga procedencia social, familiar, antecedentes de conducta, a un hecho. ¿Qué hacemos cuando castigamos? Debates sobre la pena No podemos dejar de percibir en los debates actuales sobre la pena la reaparición de aspectos supliciales que atraviesan el afán normalizador de la sociedad, esto se pone de manifiesto en el discurso político y fundamentalmente en el mediático con su pretendida función de elevar
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las voces de la “gente”, del común de los ciudadanos, a los que esporádicamente (generalmente a raíz de algún hecho delictivo del que fueron víctima), se les concede la palabra. En este punto es necesario que nos detengamos para problematizar el papel de los medios, que no operan como meros transmisores de la palabra de otros; las informaciones están plagadas de opiniones, juicios, que al no presentarse deslindados de los hechos construyen su definición. Circulan discursos que convergen en la necesidad de incrementar la pena, y que parecen esconder un deseo profundo de infligir sufrimiento a aquel que comete un delito. En este marco se producen casos donde efectivamente la violencia contra el delincuente se ejerce abiertamente, como el de los “linchamientos” producidos en los últimos años. En estos actos se pone de manifiesto un plus que no se reduce al reclamo de seguridad que garantiza el encierro de aquellos que han sido señalados como peligrosos, se suma un sufrimiento como purga de la pena. En este punto es donde reaparece el elemento suplicial. Una sociedad altamente normalizada que no puede “incluir” a un número importante de individuos dentro de los marcos reguladores porque están excluidos del sistema productivo y de la protección estatal: “ciudadanos por defecto” (Castel, 2012), los condena sin siquiera contemplar la posibilidad de reinserción, de recuperación propia del sistema normalizador. Desde mediados de los noventa, a raíz del incremento de delitos comunes comienza a plantearse como problema lo que se ha denominado la “inseguridad”. En ese marco y con motivo de la campaña electoral de 1999 se produce un debate político que se reitera en 2004 y actualmente. Los medios inscriben la discusión de la problemática punitiva en una línea que parece no poder superarse, ya ni siquiera se problematiza la cárcel como mecanismo resocializador, cosa que fue cuestionada desde el comienzo, hoy parecen reflotar, revestidas con un discurso en defensa de la vida
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y el bienestar de la “ buena gente”, propuestas de castigo más cercanas al modo suplicial, en las cuales lo punitivo se cierra en sí mismo, ya no se piensa como un medio de rectificación , de recuperación, hay que expulsar de la sociedad “eliminar” aquello que la pone en peligro. Se recuperan dos funciones del suplicio: el carácter ejemplar y el represivo. Durante las campañas, observamos que el discurso político no deja de hacerse eco de los reclamos de “mano dura” de la población , que desde el sentido común asocia , por una ecuación muy particular: más penas a menos delitos, sin que esa percepción haya sido demostrada por alguna investigación ni regularidad estadística. Algunas notas del diario “La Capital” de 1999 nos ilustran este debate que en 2016 se reabre. En “La Capital” del 18 de enero de 1999, el Ministro bonaerense Arslanián criticó la propuesta del gobierno nacional de limitar la inmigración porque la medida, según el funcionario, puede llevar a actitudes xenófobas. El hecho de asociar extranjero con delincuente es discriminatorio, afirmó. Ese mismo año, en plena campaña electoral, el candidato a gobernador bonaerense, Carlos Ruckauf, en un discurso: “reafirmó su proyecto de seguridad y enfatizó que le va a dar a la policía todo el poder de fuego y el respaldo de una Legislatura que no haga como el FREPASO, que vive defendiendo a los delincuentes”, y enfatizó que a los delincuentes “los quiere ver muertos” (La Capital de Rosario, 6 de agosto de 1999). Asimismo, en el marco del debate sobre la medida del gobierno de eximir a la Policía Federal de dar la voz de alto, aun estando vestidos de civil, antes de disparar, el Ministro de Interior Carlos Corach respondió a las críticas de organismos de Derechos Humanos expresando: “eso es cuestión de ellos. Esto no es gatillo fácil, sino que gatillo fácil es cuando los delincuentes matan a mansalva a los policías cuando son identificados como tales” (La Capital 6 de agosto de 1999). Otra nota del mismo diario hace referencia a la postura de la oposición:
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“La decisión de eximir a la policía de dar la voz en alto recibió la crítica de organizaciones de Derechos Humanos y del referente de la Alianza en temas de seguridad, el penalista y Diputado Eugenio Zaffaroni, quien agregó que la resolución oficial `no aporta nada porque este tipo de situaciones ya se encuentran encuadradas dentro de la legítima defensa que siempre estuvo vigente´”. Actualmente se repite esta discusión, en el marco de un gobierno neoliberal, se considera sospechosos a los extranjeros pobres, a los sectores marginados y se plantan marcos legales que permiten incrementar los controles de los mismos, leyes contra inmigrantes pobres, baja de la edad de imputabilidad, todo en el marco de un discurso punitivo, donde se tiende a detectar para encerrar. Se abre por tanto el debate entre aquellos que denuncian la pobreza y plantean analizar las causas por las que alguien llega a delinquir, y otros que se centran en la necesidad de castigar. En este contexto surgen voces que justifican, como algo merecido, el maltrato a los presos y que utilizan como argumento que cobran un sueldo, que viven mejor que si estuviesen afuera. Más allá de los matices, cada vez que la sociedad se ve conmocionada por la trama delictiva se reitera un debate que gira en torno a la intensidad de la pena, desde una perspectiva meramente cuantitativa que no problematiza un mecanismo punitivo que ha fracasado como medio para reducir el delito. En 1932 el secuestro y asesinato de un joven de la alta sociedad, Abel Ayerza avivó un debate entre distintos sectores de la sociedad, demandando que se eliminen las “dulcificadas” leyes del reformismo penal (Caimari, 2012), se restaure la pena de muerte, la Ley de Residencia y la persecución política. Como podemos apreciar se repiten debates similares a los largo de décadas. Con esta breve introducción, que hace referencia al afuera, intentamos mostrar algunos hilos que forman la trama que termina de anudarse en el interior de la cárcel. Esta institución, más que el reverso oscuro del sistema social, representa una continuidad, son los discursos y las prácticas del
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afuera (de “la gente”, de los medios, de los especialistas) los que hacen que esta experiencia del encierro sea percibida como un destino. En realidad la cárcel no es más que la malla más tupida del tejido carcelario, modalidad de ejercicio del poder contemporáneo. Como sostiene Foucault (1985), la sociedad de normalización, con el control minucioso sobre los cuerpos, en sus operaciones clasificatorias genera la transgresión, distribuyendo en un lugar residual del espacio social a los cuerpos marcados por la infamia. La lógica carcelaria “Tenemos vergüenza de nuestras prisiones, esos enormes edificios que separan dos mundos de hombres, que se construían antaño con orgullo, a punto tal que a menudo se los ubicaba al centro de las ciudades, hoy nos molestan” (Foucault 2012: 195) Esas instituciones encierran un peligro, nadie quiere vivir cerca, por el riesgo que implica la posibilidad de una fuga, de un motín, por lo que simboliza su estética, por lo que contienen. Goffman, al referirse a los hospitales psiquiátricos, desde una analogía metabólica, los considera, como bien podríamos hacerlo con la cárcel, como el lugar en que se depositan los desechos del sistema: “desechos excretados por el sistema” (Winkin, 1991:79). Este mismo autor define a las instituciones totales (Goffman, 1972) como lugares de encierro, separadas del resto de la sociedad, por eso habla de la tendencia absorbente de estas instituciones que abarcan todas las actividades de los individuos que las habitan. El muro que las circunda simboliza ese doble carácter de encierro y aislamiento. Representan un híbrido social que, regido burocráticamente, administra la vida de los internos. Los sujetos encarcelados, a diferencia de los que se encuentran en otras instituciones, están condenados a estar allí por un tiempo indeterminado
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por ellos, entonces a la descalificación social que padecen se suman otra serie de factores que anulan su capacidad de decisión. Por un lado, se los responsabiliza por el destino que los llevó a ese lugar que la sociedad considera merecido y por otro, se los condena a perder su capacidad de decisión hasta para realizar actividades mínimas que en la vida cotidiana ni siquiera son percibidas como elecciones personales, desde el horario de comer y dormir hasta la posibilidad de ver una película o un partido de fútbol. Este doble mecanismo indudablemente produce efectos degradantes en el yo, que primero es estigmatizado desde el lugar de culpable y luego inutilizado por esa condición que lo vuelve peligroso. En este marco resulta inevitable su degradación personal, desde la pérdida del estatus que ocupaba en el afuera, de su “programación de rol” (al separar al interno del mundo exterior, todas las actividades que antes realizaba en diferentes instituciones ahora debe hacerlas en un mismo lugar) hasta la sustracción de aquellos objetos que le pertenecían. Deberá adaptarse y reubicarse en un juego de relaciones y jerarquías nuevas marcadas por una regimentación donde en última instancia el autoritarismo decide por él. Deberá organizar su rutina en un espacio impuesto y buscar nuevos objetos de identificación. Es muy difícil encontrar actividades significativas, el trabajo, si se produce, ya no cumple la función que tenía afuera, como medio de vida que genera independencia personal, forma parte de un proceso de rehabilitación, y si hay una remuneración, su finalidad se trasmuta, sólo adquiere cierta eficacia simbólica pero no llega a representar la autonomía. “Quien ingresa a la prisión deja de ser hombre y se convierte en una categoría legal. Es un dependiente que pasa a servir a la imposición penal. El castigo lo recibe un individuo que cometió un hecho “disvalioso”, pero la punición recae sobre su vida y no se redime socialmente nunca más. La culpa penal nunca se termina de pagar en sociedades como la nuestra, estigmatizante y vindicativa” (Neuman, 2004:7).
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La combinación entre rehabilitación y castigo hace que los resultados de la estadía anule el cumplimiento de estas dos funciones. Los mecanismos de rehabilitación son intermitentes y representan un mero reflejo de las actividades del afuera, cuya opacidad los hace que no terminen de romper el carácter represivo e inhabilitante del encierro. “La institución total es un híbrido social, en parte comunidad residencial y en parte organización formal (…) .En nuestra sociedad son los invernaderos donde se transforma a las personas; cada una es un experimento natural sobre lo que puede hacerse del yo” (Goffman , 1972:25). Como sostiene Goffman los internos perciben el tiempo transcurrido en la institución como tiempo perdido, el encierro representa un suspenso en el devenir de una vida. Un presente vacío de sentido en el mayor de los casos, que difícilmente pueda ser percibido como el tiempo de la purga del delito. La aporía entre la necesidad de resocializar y la determinación de peligrosidad del delincuente se pone de manifiesto en el doble carácter de la cárcel como residencia- encierro y espacio de rehabilitación. Como sostiene Foucault, refiriéndose al manicomio, ese espacio debe ser un lugar peor que los lugares habitables del afuera, para demostrarle al interno que no es deseable su situación, que debe esforzarse por mejorar y salir de allí, como táctica que demuestre que “la locura se paga” (Foucault, 2012); como así también la delincuencia. Una serie de tácticas referidas a la ropa, al alimento, deben constituirse en marcas de la diferencia entre el afuera y el adentro, cuya eficacia reside justamente en poner de manifiesto la necesidad de trabajar, de comportarse correctamente para merecer el status de hombre libre, autónomo. No es sólo el encierro sino la disciplina que funciona en su interior, esa organización de las carencias lo que constituye la globalidad del aparato punitivo.
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Esta cruda caracterización de la cárcel no debe opacar su articulación con el exterior, estos espacios de exclusión forman parte del tejido social, y sus mecanismos de funcionamiento no son ajenos a los de otras instituciones, si bien podríamos definirlo como un tejido más compacto de controles, también es cierto que los internos no son entes, son sujetos sometidos a una serie de mecanismos que los estigmatizan, los vuelve vulnerables pero no autómatas, por lo tanto es desde esa particular posición que debemos comprender sus formas de comportamiento, sus necesidades y posibilidades. No desconocemos los intentos de transformación de las instituciones de encierro, pero la inercia de su funcionamiento parece fagocitarlos. Por otra parte, debemos tener presente que no representan un modelo disciplinario compacto, pero lo cierto es que la asimetría de poder es irreversible y que si por momentos se rompe la rutina, dejando espacios de movimiento a los presos, en muchas ocasiones son sorprendidos por decisiones arbitrarias que interrumpen esos movimientos. “El feriante”, atravesando los muros Si bien, como veníamos señalando, la organización burocrática del espacio del encierro imprime una funcionalidad que deja poco margen de movimiento, el dispositivo carcelario presenta, como todo dispositivo, algunas grietas que lo fisuran. Por una lado, el juego de relaciones y jerarquías que se producen en su interior, que presentan una dinámica propia y permiten ciertas tácticas que podríamos considerar de resistencia en el sentido que dan lugar a experiencias singulares. Por otra parte, la posibilidad de abrir vías de contacto con el afuera, lo que genera cierto aire fresco al embotamiento propio del encierro. En este marco es que las prácticas culturales que penetran y atraviesan los muros, permiten, en forma discontinua pero persistente, humanizar a ese otro, portador de lo malo y peligroso, generando, en primer lugar una mejor percepción de sí mismo y en
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segundo término un reconocimiento social. Los talleres y el producto de los mismos, como espacio de encuentro para compartir vivencias, constituyen una experiencia de libertad que posibilita pensar, decir, hacer, cantar, bailar; como dice uno de sus protagonistas: “a mi libertad no la detiene un barrote…se ejerce en el pensar, amar, ayudar al otro”… Bibliografía BOURDIEU, Pierre; CHAMBOREDON, Jean-Claude; PASSERON, Jean- Claude (2002) El oficio del sociólogo. México: Siglo XXI. CAIMARI, Lila (2012) Apenas un delincuente. Buenos Aires: Siglo XXI. CASTEL, Robert (2012) El ascenso de las incertidumbres. Buenos Aires: FCE. FOUCAULT, Michel (1985) Vigilar y Castigar. El Nacimiento de la prisión. México, Siglo XXI. ————————— (1990) La vida de los hombres infames. Madrid: La Piqueta. ————————— (2012) El poder, una bestia magnífica. Buenos Aires: Siglo XXI. GOFFMAN, Erving (1972) Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales. Buenos Aires: Amorrortu. NEUMAN, Elías (2004) “Quebrados por dentro. La prisión y su función deshumanizadora”, en Renglones, revista del ITESO, Nº 58-59, México: ITESO. WINKIN, Yves (comp.) (1991) Los momentos y sus hombres. Barcelona: Paidós. ZAFFARONI, Eugenio Raúl (2012) La cuestión criminal. Buenos Aires: Planeta.
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Decir la prisión: apertura necesaria a las manifestaciones de las personas privadas de libertad Pablo Vacani12
I.— En su célebre libro Apenas un delincuente, Lila Caimari advierte al lector que, en lo que podría llamarse la historiografía penal argentina de fines del siglo XIX y mediados de la década pasada, los penados comunes raramente escribirían testimonios o denuncias comparablemente articuladas; “su voz nos llega, salvo raras excepciones, filtradas por la de la ciencia o la del periodismo”, explica. Seguidamente, agrega algo relevante: “Sería realmente ingenuo proponer que las voces de los encerrados tuvieran la capacidad de imponer visiones alternativas a las de un campo disciplinario legitimado por la ciencia y asociado a los instrumentos coercitivos por el estado” (Caimari, 2004:23). De modo cierto, las formas del saber de la pena no han desarrollado tópicos opuestos a la construcción de verdad que definan su legitimidad y sostengan el imaginario de la cárcel en el deber ser de la reinserción social. Tanto por los penitenciarios como por los juristas, el saber de los Abogado de la Universidad de Buenos Aires en orientación Derecho Penal y Criminología (2002). Doctor en Derecho Penal y Criminología de la Universidad de Buenos Aires (2013). Es actualmente Defensor Oficial en la Provincia de Buenos Aires, institución donde ingresara como meritorio (1998). Investigador en múltiples Proyectos UBACyT (2008-2017) en materia de indagación antropológica y jurídica de las condiciones carcelarias. Dicta actualmente la materia “Cuestión Penitenciaria y Cárceles”, de la Carrera de Doctorado, Maestría y Especialización de Derecho Penal y Criminología de la Universidad de Buenos Aires, y es Docente Regular de Derecho Penal y Criminología desde 2004. Ha publicado recientemente La cantidad de pena en el tiempo de prisión. Sistema de la Medida Cualitativa. Tomo I: Prisión Preventiva, Ad Hoc, 2015. 12
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presos respecto de las prácticas punitivas fue silenciado por la propia racionalidad que dominó la materia en las prácticas jurídicas13. Puede decirse entonces que durante el siglo pasado se pudo conformar un saber legítimo y pulcro sobre aquella benignidad de las penas del siglo XVIII, como mencionara Foucault, en diversos dispositivos que harían de esa institución una representación legítima de la prisión y, sobre todo, de la violencia: un poder justificado (Foucault, 1989 [1975]:108). II.— La producción teórica y las formas de enseñanza jurídica en torno a la sanción penal han ido por carriles similares. Ambas adeudan explicar qué formas prácticas adquiere la pena mediante un determinado sistema carcelario y qué características éste posee, permitiendo que un conocimiento de ello habilite un abordaje de las distintas contingencias que los derechos de las personas detenidas sufren y, sobre todo, posibilite generar formas de capacitación que permitan brindar un servicio legal que aborde estas situaciones en la práctica judicial. En el marco de esta racionalidad punitiva, se determinó tanto el discurso en los organismos criminológicos, limitado a una retórica vacua en la producción de informes, poco cuestionada por la agencia judicial; luego se estructuró el poder mediante relaciones de sujeción especial, justificando mantener la seguridad y orden internos mediante el establecimiento de límites al ejercicio de derechos. III.— Pese a la divulgada crisis penitenciaria, ambas estructuras institucionales persisten en el sistema, gozando además de muy buena salud. Esto ha constituido objetivos bien logrados, que pueden sintetizarse Marteau analiza qué significa pensar al derecho punitivo en el registro de la racionalidad. Diferencia, por un lado, la coherencia lógica de sus enunciados y representaciones abstractas y generales (racionalidad teórica) de la previsibilidad de sus soluciones en los casos en los que interviene (racionalidad práctica). Ambas no son otra cosa que el producto de una coherencia lógica y previsible que otorga autonomía a las formas de violencia que autoriza. (Marteau, 2004:39). 13
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en tres acciones institucionales y políticas: consolidar, sujeto a una explicación natural y etiológica del delito, que el objeto de representación es la persona del delincuente y no los métodos punitivos que definen la cárcel; impedir que las reglas del proceso penitenciario, tendiente a la realización de derechos en el contexto intramuros, tuvieran visibilidad en el ámbito judicial y quedaran sujetas a las mismas garantías que en el proceso penal. De tal modo, todo el proceso de comunicación en la ejecución del castigo circula por oficios penitenciarios, lo que fortalece una cultura judicial del trámite14. Finalmente, una tercera acción institucional y política en este marco ha sido la imposición de un corpus teórico y, con ello, la reproducción de un método de enseñanza del derecho que define la pena en términos formales, sin integrar a su regulación jurídica las condiciones carcelarias que la constituyen. Puede decirse que esto ha sucedido por varias cuestiones que brevemente señalo. Si bien el abuso del poder de castigar fue objeto de elaboración teórica para el Iluminismo, lo cierto es que su regulación estuvo sujeta a una racionalidad legal penal que, en nuestro caso, posibilitó la república tal como fuera diseñada por J. B. Alberdi (Alberdi, 1852), dando lugar además a la consolidación de un campo jurídico penal dominado por el positivismo jurídico, excluyente de todos aquellos presupuestos que pertenecieran a otras cuestiones de la actividad humana directamente relacionadas (Marteau, 2003:7). En este sentido, las consecuencias jurídicas que la pena, ya determinada en la sentencia, pudiese tener durante su ejecución, no era un problema que la racionalidad del derecho punitivo Esta cultura, relevada en la reducción de la información sujeta a oficios judiciales y a recepción de informes o partes disciplinarios, no se limita a un entramado burocrático de las formas de castigo, sino que otorga todo un sistema de legitimación en las relaciones sociales y estructuración del espacio de prisión que tales informes definen. La representación del castigo, desplazado a la persona del condenado y a su comportamiento, aislado de la trama de ilegalidades que dan sentido a la economía del campo de la prisión, funciona en la convalidación que los oficios judiciales otorgan a dicho sistema. 14
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fuese a dilucidar, pues el interés político se dirigió al establecimiento de una forma concreta de castigo (previsible, calculable, exacto), y no a cuestionar la legitimidad penitenciaria de su implementación. IV.— La forma en que se ha modelado tales dispositivos sobre la sanción penal ha incomunicado a los presos, y ha posibilitado sobre todo que las relaciones en que se estructura y define la prisión queden sujetas a un discurso que no se integra al de las prácticas de castigo. Este proceso, que redujo toda una ingeniería de la verdad en las prisiones en torno a las representaciones oficiales del castigo, se fue acrecentando por la capacidad despersonalizante de la agencia judicial. Los informes criminológicos, que utilizan sus versiones para discriminar a los sujetos sometidos al castigo, culpándolos de su déficit de socialización, no contemplan la posibilidad de intervenciones previas. Los oficios penitenciarios que describen los modos de intervención haciendo hincapié en las conductas violentas de los penados, no indican tampoco las formas de inseguridad que les han sido impuestas. Y los juristas, cuyos estudios críticos de la cárcel imponen a los sujetos detenidos sus significantes o interpelan los propios de la ley, no consideran relevante buscarlo en quienes la padecen15. V.— Este sistema que revela un corpus entre relaciones de saber y poder respecto del modo en que el castigo más cruel se impone, ha consagrado una episteme cuyo objeto fue representar al preso como sujeto a una unidad discursiva no cuestionada16. Su mecanismo no se sostuvo La noción de juristas es empleada aquí en un sentido amplio, con el objeto de involucrar el ejercicio doctrinario del derecho y también el judicial, integrados en torno a una cultura que comprende el campo jurídico (Bourdieu, 2000). 15
El uso de la noción episteme, derivada de su empleo en la Arqueología del Saber de Foucault, busca comprender la unidad discursiva que otorga sentido a aquello que puede calificarse en términos de su eficacia dentro de la representación de la institución penitenciaria, y respecto de su uso y aplicación en el campo jurídico (Cf. Foucault, 2002; Castro, 2011:132).
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en la construcción de un imaginario en torno a la cárcel, sino también en el olvido, durante más de ciento cincuenta años, de las prácticas al interior de estas instituciones como objeto de saber. Esta ausencia de significaciones sobre las prácticas carcelarias consolidó un sistema jurídico-penitenciario en torno a una pena formal que impidiera integrar un saber dirigido en forma sistemática al cuestionamiento de las prácticas carcelarias y comprender los métodos punitivos, lejos de su topología y temporalidad. La prisión está gobernada por su propia economía práctica que caracteriza su autonomía alimentada de la propia programación abstracta en que se rigen los juristas respecto de un saber cuya regulación normativa es utilizada ignorando ese espacio al que, sin embargo, se refiere día a día la práctica judicial. VI.— Volver al espacio, recuperar su identidad existenciaria y trabajar sujetos a las diversas posiciones que se ocupan en él, resulta ser la motivación de toda actividad militante dentro de una prisión. Decir la prisión es una actividad política que engloba múltiples prácticas, desde la cultural hasta la jurídica. Ello sólo es posible mediante y a través del empoderamiento que hagamos de las voces localizadas en dicho espacio. Interpelar el saber hegemónico acerca de la cárcel nos dirige entonces a “decir la prisión” como manifestación abierta de la persona privada de libertad; como dispositivo político y comunicacional que debe centralizar la regulación social y cultural desde las prácticas que lo constituyen y, necesariamente, para revertir toda manifestación legítima de lo cruel, desocializante y violento que perpetúa el encierro17. Se trata de quebrar El control del crimen se ha convertido, sostenía Nils Christie en 1981, “en una operación limpia e higiénica. El dolor y el sufrimiento han desaparecido de los libros de texto y de las designaciones usuales; pero, como es natural, no han desaparecido de la experiencia de los penados”. Y agrega: “lo más probable es que los penalistas no deseen formar parte de la Asociación Interdisciplinaria 17
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un déficit, en palabras de Pavarini, “tan radical capaz de bloquear cualquier comunicación científicamente congruente entre el discurso de los derechos del detenido y la dimensión “real” de la penalidad carcelaria” (Pavarini, 2011:23). Toda expresión artística/política, e incluso cualquier significante que parte de la persona detenida, no son sino un modo de representación del espacio de prisión por quienes lo constituyen. De modo que no sólo se trata de comprender el sentido de las formas de percepción y acción que el campo dispone mediante distintos acontecimientos, sino también de interpretar el sentido variable de los significados posibles que atraviesan las diferentes manifestaciones desde la prisión, dirigidos también a interpelarla. En este sentido, debe inquietarnos el quiebre de esa autonomía del campo. Nos debe llevar a pensar relacionalmente diversos puntos de relevo que hacen a las acciones prácticas que constituyen el espacio y definen una multiplicidad de piezas y retazos que se atribuyen a las herramientas formuladas para pensar la prisión. Tal abertura despierta necesariamente los múltiples significados posibles que constituyen el sistema de relaciones que configura ese espacio y, sustancialmente, su tiempo. Esta es la peculiaridad que necesitamos, dotando de una cualidad propia a nociones como las de violencia, prisión, tiempo y otras tan centrales en las prácticas disciplinarias. VII.— El conocimiento por parte de quienes habitan este sistema de prácticas permite sobre todo la posibilidad de interceptar todos para el Estudio del Dolor. La mera sugerencia los indignaría y encolerizaría (…). Si “reparto de dolor” no es un concepto académico, debería serlo. El reparto de dolor es un concepto para lo que en nuestro tiempo se ha convertido en una operación calmada, eficiente e higiénica (…). Los dolores del castigo se quedan para aquellos que lo reciben. Por medio de la elección de palabras, de las rutinas del trabajo, de la división del trabajo y la repetición, todo el asunto se ha convertido en el reparto de un producto” (Christie, 1981:24/25).
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aquellos dispositivos que activan el discurso jurídico o penitenciario como instancia superior de censura, considerando al relato de quién está detenido como algo ajeno a las formas jurídicas. Por el contrario, la persona detenida debe convertirse, desde sus prácticas culturales y sociales, en el comunicador más válido respecto de los métodos punitivos. En este sentido, tales voces deben ofrecerse como una caja de herramientas, y nada tiene que ver esto con poder tomar, individualmente, ciertos significantes para definir una representación acabada de los sujetos detenidos, porque ellos pueden expresarse también por si mismos18. El/la detenido/a como comunicador de las acciones prácticas que constituyen la prisión viene a establecer las condiciones por las cuales la aplicación teórica puede multiplicarse y multiplicarse. Hay que actuar sobre esa instancia de conocimiento sin atribuirse la necesidad permanente de hablar por los otros, en nombre de los otros (Bourdieu, 1999), con el peligro que esto implica en tanto puede derivar en una instalación de poder (es decir, de todo aquello que el decir por otros permite capitalizar culturalmente), a la que se añade también una represión acrecentada.
Bibliografía ALBERDI, Juan Bautista (1852) “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina derivados de la ley que Éste es el trabajo que Foucault y otros profesores realizarían al formar el GIP (Grupo de Información sobre las Prisiones), cuyo objeto sería informar a la sociedad lo que sucede en las prisiones a través de los propios presos, como experiencia colectiva de pensamiento y en una toma de la palabra de los detenidos a través de la elaboración de encuestas. “Estas encuestas no son realizadas desde afuera por grupos técnicos: los encuestadores son aquí los propios encuestados. Toca a ellos tomar la palabra, derribar los tabiques, plantear lo que es intolerable y no tolerarlo más. Toca a ellos hacerse cargo de la lucha que impida el ejercicio de la opresión” (Foucault, 2012:74) 18
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preside al desarrollo de la civilización en la América del Sud”, en Obras Completas. Tomo III. Buenos Aires: Imprenta de La Tribuna Nacional. BOURDIEU, Pierre (1999) La miseria del mundo, Buenos Aires: FCE. ———————— (2000) “Elementos para una sociología del campo jurídico”, en La fuerza del derecho. Bogotá: Siglo del Hombre. CAIMARI, Lila (2004) Apenas un delincuente. Crimen, castigo y cultura en la Argentina, 1880-1955. Buenos Aires: Siglo XXI. CASTRO, Edgardo (2011) Diccionario Foucault. Temas, conceptos y autores. Buenos Aires: Siglo XXI. CHRISTIE, Nils (1981) Los límites del dolor. México: FCE. FOUCAULT, Michel (2002) La arqueología del saber. Buenos Aires: Siglo XXI. —————————— (2012) El poder, una bestia magnífica. Sobre el poder, la prisión y la vida. Buenos Aires: Siglo XXI. PAVARINI, Massimo (2011), “Estrategias de lucha: los derechos de las personas detenidas y el abolicionismo”, en Crítica Penal y poder, Nº 1, Barcelona: Universidad de Barcelona, pp. 56-68.
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Mujeres en situación de encierro Gabriela Sosa19
Las observaciones que acerco en este artículo son fruto de iniciativas colectivas desde la militancia política feminista y desde la gestión del Estado que me permitieron y permiten transitar pasillos, celdas, patios, compartiendo vivencias con mujeres en prisión. Para tener presente: la perspectiva y las relaciones de género La perspectiva de género es una categoría de análisis que permite valorar el impacto que tendrán las acciones políticas, sociales, económicas sobre los varones, las mujeres y las diversidades sexuales. Es decir que diseñar presupuestos, leyes, el uso del espacio e instituciones públicas, políticas de salud, de educación, penitenciarias, entre otras, desde este enfoque, es lo que permitirá la construcción de la igualdad de derechos y oportunidades. Las relaciones de género son aquellas que se construyen y asientan culturalmente en las sociedades, otorgando roles particulares a varones, mujeres y diversidades sexuales. Estas relaciones son influidas, fortalecidas o modificadas por sistemas económicos y sus correlatos o resistencias políticas y sociales. De manera general, para encontrar ejemplos de reparto igualitario en las tareas y toma de decisiones entre varones y mujeres tenemos que Feminista. Subsecretaria de Políticas de Género de la provincia de Santa Fe. Ex-Directora de la Secretaría de Derechos Humanos de la Municipalidad de Rosario. Coordinadora de la mesa interinstitucional “Fortaleciendo los derechos de las mujeres en situación de encierro”. Ha sido coordinadora de las colectivas feministas Las Juanas y Mujeres de la Matria Latinoamericana (Mumalá). Autora de las publicaciones: La Patria también es Mujer y Tinta Libre, Historias grabadas en la piel. 19
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remontarnos a cuando los seres humanos vivían de una economía de subsistencia. Del Neolítico para acá, y particularmente con la revolución capitalista, se afianza el sistema patriarcal que determinará bien clarito cual será el rol de las mujeres. Las mujeres deben ser bondadosas, suaves, dulces, sumisas. Buenas vecinas, moderadas, disciplinadas en los ámbitos de participación y, fundamentalmente, destacadas amas de casa, cuidadoras y madres de familia. Estos, son sólo algunos de los roles y actitudes que el Patriarcado20 determinó para ellas. Salirse de este molde implica incomodidad, rupturas, malestares a una sociedad que aún tiene fuertemente arraigados estereotipos de género que ubican en condiciones de desigualdad a las mujeres respecto de los varones. Así, las mujeres que cometen delitos, no solo serán sancionadas por la ley, sino que pesarán sobre ellas castigos morales y sociales por alejarse de las características femeninas esperadas. Sobre una delincuente no se tienen dudas, no se generan preguntas, simplemente es mala, mala mujer, que ignoró el listado de acciones obligatorias propias de la “naturaleza femenina”. Se cuestiona duramente, desde lo moral, toda actitud rebelde, pero, estimo, el mayor disgusto es poner en serio riesgo la responsabilidad familiar y sus correspondientes tareas de cuidado. Si, además, quien cometió la falta es joven y pobre, se suma a la ruptura de los estereotipos de género, la sospecha de peligro que cargan jóvenes y adolescentes y la histórica sospecha de clase. Patriarcado: sistema de relaciones sociales sexo-políticas basadas en diferentes instituciones públicas y privadas y en la solidaridad interclases e intragénero instaurado por los varones, quienes como grupo social y en forma individual y colectiva, oprimen a las mujeres también en forma individual y colectiva y se apropian de su fuerza productiva y reproductiva, de sus cuerpos y sus productos, ya sea con medios pacíficos o mediante el uso de la violencia. Consultar FONTENLA en GAMBA (2008).
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Habitamos un sistema que genera pobreza y, al mismo tiempo, promueve el consumo infinito a partir del cual se es parte o se está al margen, con la correspondiente pérdida o ganancia en cada opción. Es evidente como se viene resolviendo este dilema. El creciente fenómeno de la feminización de la pobreza en nuestro país no es tema de este artículo sólo hago una mención para remarcar las dificultades de las mujeres para cubrir sus necesidades básicas o su autonomía económica. Se hace visible al analizar algunas estadísticas con mirada de género. En Argentina, del total de pobres la mayoría son mujeres. En los trabajos más precarizados la presencia femenina es más grande que la masculina, la brecha salarial sigue siendo desfavorable para las mujeres, entre otros datos. En tiempos donde las temáticas de género se observan más presentes en las calles, en los medios de comunicación, en la agenda pública, es necesario impulsar interrogantes, profundizar análisis sobre la realidad que habitan las mujeres en situación de encierro e incorporar al pliego de reivindicaciones y decisiones políticas, sus derechos. Las chicas en la cárcel Históricamente, y una vez más apelando a las construcciones culturales propias del sistema patriarcal, el control de las “desviadas” de las normas establecidas fue depositado en el entorno familiar y religioso siendo de reciente constitución, mediados de la década del ’70, las instituciones estatales para albergar la criminalidad femenina. Eran las familias las encargadas de encauzar a sus mujeres reas y lograr para ellas un futuro familiar respetable. Acabados los recursos familiares fue la iglesia la responsable de trazar el camino del bien para las pecadoras. Como mencionamos, en la década del `70 son creadas instituciones estatales específicas para la detención de mujeres, y acá, es donde comienzan los interrogantes volviendo a la perspectiva inicial ¿Quiénes
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son las mujeres que viven tras las rejas? ¿Cómo impacta el encierro en sus vidas? ¿Qué aportes, desde la perspectiva de género, pueden hacerse a las políticas penitenciarias? Pues bien, desde mi humilde experiencia acerco algunas observaciones. *** Suena la cumbia en un grabador, al mismo tiempo que la novela en la tele, los sonidos de la cocción de alguna torta frita se suman. Se escuchan susurros o gritos, los oídos se adaptan. Algunas prefieren estar solas y otras agrupadas. No falta la presencia divina en cuerpo de algún sacerdote, monja o pastora. En invierno hornallas y horno prendido, en verano ducha de manguera. Siempre ropa tendida que tarda en secarse. *** No aporto ninguna novedad diciendo que la mayoría de las mujeres (y varones) que habitan las cárceles son pobres, con entornos igual de pobres, con familias atravesadas por problemáticas propias de la exclusión social. Los delitos cometidos, muchos de ellos, determinados por desigualdades de género. Homicidios contra varones agresores, cómplices en robos acompañando a sus parejas, narcomenudeo como alternativa económica. Aparece la explotación de la prostitución ajena y algún eslabón en la cadena de la trata de mujeres generando en nuestro interior la pregunta cuál fue el primer contacto de estas mujeres con esos delitos. Estas mujeres tienen, en su mayoría, visitas de otras mujeres. Madres, hijas, hermanas, cuñadas, abuelas. Las visitas que reciben los varones detenidos también son fundamentalmente femeninas. La preocupación principal de las internas es su familia, varias de ellas siguen, como pueden, aportando a la economía familiar. Quieren que sus hijos e hijas estudien, sean alguien en la vida. Aquí, presente la responsabilidad del cuidado.
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*** La piel de las mujeres toma el color del encierro, por la falta de sol o por mi dificultad para verlas por la poca iluminación al interior de salones y celdas. Quizás ambas cosas. En sus cuerpos hay tatuajes que registran amores, pasiones y cortes de momentos, como ellas dicen, de “locura”, “angustia” y “dolor”. El amor encontrado en prisión, que acompaña, cuida y ese que se planifica, que exige traslado y buena conducta, siempre. La ansiedad recorre los espacios de la cárcel. El abogado que no viene, el llamado que se espera, el expediente que no se conoce, el traslado, la salida merecida, la conducta. *** La realidad cotidiana de las mujeres presas y, más aún, su futuro en el afuera exige acciones que les brinden, aunque parezca utópico y paradójico, posibilidades de elegir en libertad. Sin estigmatizaciones ni prejuicios, con acceso a opciones educativas, laborales, culturales, organizativas, viables, con acompañamientos profesionales para el tránsito de la prisión a la libertad. Sus familias, sus entornos comunitarios deben ser abordados, fortalecidos. La cárcel siempre es cárcel, pero seguramente no será la misma si el personal penitenciario es capacitado para incorporar el impacto del encierro en las mujeres, que también las incluye. Formación penitenciaria donde tengan presencia leyes y tratados internacionales de derechos humanos de las mujeres y en particular de las mujeres presas. Que brinde herramientas sobre los protocolos de acción ante situaciones de violencia de género que se manifiesten en las visitas, entre las internas y entre el personal. La cárcel no es la misma si es limpia y seca, ventilada, si tiene buena iluminación, si las celdas son las adecuadas para la cantidad de personas 77
que se alojan, si tiene mobiliario adecuado para las actividades que se realizan, espacio verde con posibilidades diarias de usarlo. Una cárcel con propuestas educativas que utilicen recursos innovadores, con talleres y capacitaciones que no repliquen los estereotipos de género. Con actividades deportivas y recreativas permanentes. Con ámbitos que consideren la presencia de niños y niñas. Con servicios de salud que aporten al cumplimiento de los derechos sexuales, de los derechos reproductivos de las internas. Un gran aporte para favorecer el ejercicio de los derechos humanos fue la apertura de los espacios carcelarios a las múltiples propuestas de las organizaciones de la sociedad civil, interesante continuar con esas experiencias. Desde la Subsecretaría de Políticas de Género de la provincia de Santa Fe generamos espacios de articulación interministeriales, fortalecemos las acciones de las organizaciones que llevan adelante iniciativas al interior de los penales, creamos herramientas para abordar las violencias, promovemos el análisis y sistematización de datos, capacitamos al personal penitenciario, entre otras iniciativas. *** El debate sobre el encierro, su utilidad, sus consecuencias, las condiciones que lo provocan, sus instituciones, es imprescindible. En momentos y contextos donde se escuchan planteos de que la única alternativa a las graves problemáticas sociales es la sanción punitiva resulta trascendente todo espacio que habilite discusiones que analicen las causas y la prevención del delito desde una perspectiva social y de género. Bibliografía GAMBA, Susana (Coord.) (2008) Diccionario de estudios de género y feminismos. Buenos Aires: Biblos. 78
Las violencias carcelarias y la “norma” de lo humano: reflexiones en torno al film documental Ojos que no ven Ana Cacopardo21
Aún en sociedades como la argentina, fuertemente atravesadas por las memorias del terrorismo de Estado, hay un conjunto de violencias y voces que no obtienen reconocimiento. Que provienen de actores sociales que no están legitimados ni configurados socialmente como víctimas y por lo tanto no hay escucha social para ellos. Como bien advierte Pilar Calveiro: “es más fácil observar los dolores pasados que los que ocurren contemporáneamente a nosotros. Y esto es así porque su confinamiento en otro tiempo no nos confronta con la necesidad de actuar o con nuestra impotencia. (…) Por eso al mismo tiempo que se registra cierta explosión de las prácticas de memoria y de archivo de material testimonial, es escasa o nula la atención que se presta a los testimonios que se producen en este mismo momento sobre las atrocidades del presente” (Calveiro, 2008: 55). Las personas privadas de libertad, por ejemplo, que padecen situaciones infrahumanas en cárceles y centros de reclusión. O los jóvenes Periodista, productora y directora de cine documental. Su trabajo periodístico y documental ha abordado las agendas sociales y de derechos humanos del país y de América Latina. Codirigió los films documentales Cartoneros de Villa Itatí (2002), Un claro día de justicia (2006) y Ojos que no ven (2009). Produce y conduce para Canal Encuentro la serie Historias debidas Latinoamérica. También para Canal Encuentro, produjo y codirigió, entre otros trabajos documentales, Pisagua (Chile, 2012), El pasado que no pasa (Guatemala, 2012) y Ayotzinapa (México, 2015). Codirigió, para la cadena Al Jazeera, el documental Madres Invisibles (2015). Fue Directora ejecutiva de la Comisión por la Memoria de la Provincia de Buenos Aires (2004-2010) y participó de numerosos foros internacionales sobre memoria y derechos humanos. 21
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de los barrios populares, que se ajustan a una suerte de prototipo de peligrosidad social y cargan con un estigma que los vuelve descartables y que los relatos mediáticos se encargan de fortalecer y replicar. O las personas excluidas y violentadas por su pertenencia étnica, condición sexual o identidad de género. O porque son desplazados o migrantes y cruzan muros y fronteras buscando un lugar en el mundo. Todos los años los organismos de Derechos Humanos presentan sus informes públicos y sus denuncias. Las noticias y las redes sociales hablan de estas violencias. Sin embargo, más que nunca vemos consolidado en el mundo un orden de cosas que cómo afirma Judith Butler, consagra vidas que merecen ser vividas y otras que no son dignas de duelo: “desde el poder se construye una norma de lo que se considera humano y esta distinción tiene unas implicaciones muy concretas a la hora de explicar cuándo sentimos horror, escándalo, culpabilidad o indiferencia” (Butler, 2010: 95-144). Esa norma y esos marcos que regulan el discurso y la representación audiovisual, que construyen regímenes de visibilidad de lo humano y definen qué vidas merecen ser lloradas, están en la perspectiva de Butler, construidos desde la lógica de las guerras antiterroristas emprendidas por los Estados Unidos. O, podríamos agregar, de las guerras contra el delito o el crimen que están en la base de los discursos de mano dura y las políticas del miedo que se han instalado con vigor en nuestro continente. Hay un sentido común moldeado por esas lógicas. Quiero compartir algunas reflexiones y decisiones, tomadas en torno a la realización de un documental sobre la situación carcelaria en la provincia de Buenos Aires. El film “Ojos que no ven”22 fue una suerte de traducción de un informe de derechos humanos que buscaba visibilizar la violencia estructural carcelaria. La violencia “normalizada” contra las poblaciones carcelarias. Implicó para nosotros una reflexión en torno a Ojos que no ven (2009) fue producida por la Comisión Provincial por la Memoria y codirigida con Andrés Irigoyen. Puede verse en la web en el siguiente link: www.youtube.com/watch?v=hRTIBAM1MZc 22
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los modos de representación y al tratamiento de las narrativas testimoniales. Lo hacíamos con la ilusión de provocar algún desplazamiento en la mirada social y ensayar algunos caminos para implicar al espectador no sólo en la comprensión sino en alguna forma de compromiso con las agendas planteadas. En primer lugar, me gustaría compartir algunos conceptos de Jacques Rancière (2010) sobre los dispositivos de visibilidad que regulan el estatuto de los cuerpos representados, es decir, como son construidas las víctimas y el tipo de atención que merecen. Rancière discute la opinión de quienes sostienen que hay un sistema de información que nos sumerge en un torrente de imágenes aplastando nuestra sensibilidad. Para Rancière la banalización en el consumo de imágenes muchas veces atroces no proviene de su abundancia. Muy por el contrario, afirma que los medios de comunicación reducen el número y seleccionan cuidadosamente las imágenes que testimonian masacres, desplazamientos masivos de población y otros horrores que constituyen el presente de nuestro planeta: “Lo que nosotros vemos sobre todo en las pantallas de la información televisada es el rostro de los gobernantes, expertos y periodistas que comentan las imágenes, que dicen lo que ellas muestran y lo que debemos pensar de ellas. Si el horror es banalizado, no es porque veamos demasiadas imágenes de él. No vemos demasiados cuerpos sufrientes en la pantalla. Pero vemos demasiados cuerpos sin nombre, demasiados cuerpos incapaces de devolvernos la mirada que les dirigimos, demasiados cuerpos que son objeto de la palabra, sin tener ellos mismos la palabra”. Rancière pone el foco sobre los dispositivos que construyen sentido y visibilidad: “Vemos demasiados cuerpos que son contados por otros sin tener ellos mismos la palabra. El sistema funciona seleccionando las voces que interpretan” (Rancière, 2010: 85-104). El otro rasgo de este dispositivo de visibilidad está ligado a una cuestión de números. En general son víctimas en masa. Es decir, no sólo no tienen voz sino que son anónimas. El problema, concluye Rancière, es como
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trastocar esa lógica dominante que hace de lo verbal el privilegio de pocos. Y de lo visual, lo múltiple y lo anónimo. Estos aportes de Rancière iluminaron algunas de las decisiones que tomamos en el marco de la producción y realización del film “Ojos que no ven” y el modo en que fuimos configurando guión, tratamiento y mapa de entrevistas y personajes. Buscábamos construir un relato que fuera capaz de describir la violencia estructural del sistema carcelario, donde lo humano se desdibuja, donde se configura un orden de cosas que evoca lo concentracionario. Al mismo tiempo, pretendíamos restituir lo humano. La condición de personas que les es negada y anulada no solo por el sistema penal sino por la mirada social. En este proceso nos confrontábamos los siguientes dilemas: 1) CÓMO SE NARRA, cómo y hasta donde dar cuenta de la violencia. 2) QUÉ PODRÍAMOS NARRAR en un sistema doblemente opaco, no sólo por las limitaciones para filmar y fotografiar, sino por las consecuencias de difundir estas imágenes. Es decir que la opacidad del sistema no sólo se construía desde la prohibición del registro, sino desde la impunidad que el sistema garantizaba. Una impunidad construida con la represalia, la violencia y el asesinato de los que se atreven a romper el pacto de gobernabilidad carcelario. Fuimos tomando un conjunto de decisiones. Las cuatro historias que elegimos contar —y sobre las que hicimos un seguimiento a lo largo de tres años— representaban un todo sistémico. Volviendo a Rancière, la opción de la metonimia: la parte por el todo. Es decir que los cuatro personajes, en sus trayectorias y experiencias, expresaban dimensiones significativas para el relato. Encarnaban los datos globales contenidos en el informe. En este ejercicio de traducción de un informe de derechos humanos a la narrativa audiovisual, la elección de los personajes estuvo
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definida por quienes mejor permitían comunicar y desplegar las hipótesis del trabajo. Expresaban distintas pertenencias generacionales, de clase, de género. Y distintas situaciones de encierro. Cuatro personajes: Ramón, detenido en prisión de máxima seguridad. David, en una dependencia policial. Adela en cárcel de mujeres. Luisa, madre de un detenido. Respecto del tratamiento de las narrativas testimoniales, partíamos de una premisa: el acto de encontrar una escucha y testimoniar era una manera de convertir en significativas experiencias “normalizadas” o ignoradas socialmente, ayudando a reconocerse como sujetos de la palabra y de derecho. Para hacer nuevas síntesis de lo vivido, transmitirlas y hacerlas comprensibles. Por eso, en primer lugar y a contramano del fotograma congelado y amenazante de los enfoques televisivos buscamos, con los cuatro protagonistas, un tratamiento que nos permitiera construir trayectos biográficos, una genealogía. Una historia. Un rostro. La voz propia que relata y ensaya una elaboración en torno a ese trayecto vital. Y luego, lo más básico y fundante: un enfoque que restituyera la condición de personas, de víctimas de violencias del Estado. Un enfoque que los configurara como víctimas de violaciones a los Derechos Humanos. Por eso en nuestro mapa de entrevistas no aparecía como significativo el delito por el que fueron imputados los personajes. Eso no estaba en discusión, sino las condiciones de detención, el acceso a la justicia y las lógicas de gobernabilidad carcelaria que hacen pie en la violencia y la impunidad. Finalmente, no estábamos ante víctimas arrasadas. Todos habían denunciado penalmente al servicio penitenciario por torturas o asesinatos. Y todos en su vida cotidiana en el encierro, resistían de diversas formas las lógicas deshumanizantes de la prisión. Esta era una dimensión que nos importaba especialmente visibilizar. Y finalmente, junto al vínculo empático que nos proponían las historias y los personajes, junto a la subjetividad de la que nos importaba dar cuenta, había otra dimensión central en el relato: la de la violencia
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estructural. Esto nos confrontó con otras preguntas. ¿Hasta dónde era tolerable mostrar los niveles de violencia que veíamos en las prisiones? Por supuesto habíamos tomado la decisión de dar cuenta de la violencia. De narrarla y nombrarla tanto como sea posible. ¿Cómo hacerlo sin conspirar contra la eficacia narrativa de un film que intentaba abrir alguna grieta en el sentido común punitivista? La violencia es un componente estructural y un mecanismo de gestión-gobierno de la cárcel. El uso del aislamiento, de las requisas, de los tratos degradantes y torturas o los traslados constantes y arbitrarios por distintas Unidades actúan como mecanismos de control por parte del personal penitenciario. Estas dinámicas de la violencia atraviesan la película. Se develan frente a ese ojo, el de la cámara, el nuestro, que en su recorrido fugaz y fragmentario por los pabellones carcelarios, descubre cuerpos marcados o detenidos que son “coches bomba”. Pero estas dinámicas de la violencia aparecían también con fuerza en los testimonios. Los relatos describían situaciones límite de tortura, abandono y maltrato siempre impunes. Inevitablemente cada situación de entrevista nos dejaba atravesados por la angustia y la impotencia. Por lo tanto fue una experiencia que puso en juego nuestro “desasosiego empático” como entrevistadores. El concepto acuñado por Dominick Lacapra (2005) siempre me interesó para pensar el lugar del entrevistador frente al relato de sucesos traumáticos. Un desasosiego que se comparte con la víctima y que pone en primer plano la respuesta afectiva y la empatía, como principio básico de la comprensión. Pero el desasosiego empático no sólo refiere la condición del entrevistador. Sino que plantea otro conjunto de cuestiones a la hora del montaje o la edición del testimonio. En esa construcción que se produce al momento del montaje se puede apaciguar o por lo contrario, expresar ese desasosiego. En este sentido podríamos decir que “Ojos que no ven” es una película incómoda para el espectador. O que busca interpelarlo también, desde la incomodidad que produce el relato. Esa fue nuestra decisión. Aunque
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los personajes nos regalan momentos de infinita ternura, las atmósferas y los testimonios del documental nos confrontan con la impotencia, la incertidumbre y el desasosiego del mundo del encierro. Por supuesto, en una delicada cornisa, no dejamos de valorar la cuestión de la eficacia narrativa, porque evocando a Jorge Semprún y su clásico La escritura o la vida, contar bien, significa hacerlo de manera que sea escuchado. “No lo conseguiremos sin algo de artificio. El artificio suficiente para que se vuela arte” (Semprún, 2015). Finalmente un señalamiento vinculado a la dimensión ética, ya antes mencionado. Las implicancias vinculadas a la seguridad de quienes testimoniaron condicionaron fuertemente la circulación y el impacto de esta película. Como quedó dicho antes, todos los protagonistas habían denunciado penalmente al servicio penitenciario. Por lo tanto la visibilidad del film fue un modo de afirmar sus posiciones y en esa misma visibilidad había una ilusión de protección. Conversamos largamente estos temas con Adela, David, Luisa y Ramón. Sin embargo no nos engañábamos. Conocíamos los niveles de discrecionalidad dentro de la cárcel. Por eso restringimos la circulación. No se emitió en televisión y se subió a la web recién en 2016. De modo que si creímos abrir alguna grieta en este entramado de violencia e impunidad, nuestra experiencia fue una constatación de la eficacia de este sistema cruel para garantizar su propia opacidad.
Bibliografía BUTLER, Judith (2010) Marcos de guerra. Las vidas lloradas. Buenos Aires: Paidós. CALVEIRO, Pilar (2008) “El testigo narrador”, en Revista Los puentes de la memoria, Nº 24, La Plata, pp. 50-55.
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LA CAPRA, Dominik (2005) “Testimonios del holocausto: la voz de la víctimas”, en Escribir la historia, escribir el trauma. Buenos Aires: Nueva Visión, pp. 105-129. RANCIÈRE, Jacques (2010) “La imagen intolerable”, en El espectador emancipado, Buenos Aires: Manantial, pp. 85-104. SEMPRÚN, Jorge (2015) La escritura o la vida. Barcelona: Tusquets.
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| La
cárcel interrogada |
PRÁCTICAS POLÍTICAS, CULTURALES Y EDUCATIVAS EN CONTEXTOS DE ENCIERRO. EXPERIENCIAS Y REFLEXIONES CRÍTICAS
La Bemba del Sur. Historia y devenir de un colectivo político y cultural en contextos de encierro Por Colectivo “La Bemba del Sur” 23
La etimología es una disciplina que invoca curiosidad. Tanto, que lo primero que interpela del nombre “La Bemba del Sur” es su origen. Sin adentrarnos en discusiones lingüísticas, la tarea de explicar el sentido de esta nominación no siempre resulta un acto menor. Brevemente, y tratando de responder a lectores con ese mismo interrogante, diremos que el término “bemba” remite, en tribus africanas, a mujeres de labios gruesos, y que dicha terminología fue resignificada durante la Revolución Cubana para dar cuenta de un conjunto de informaciones que desde la Sierra Maestra se enviaban a las urbes de Cuba –fundamentalmente, La Habana– para que circularan de boca en boca. También fue el término acuñado por las radios clandestinas montadas en medio de la sierra, que transmitían programas diarios con diatribas revolucionarias para el pueblo cubano. Más de 30 años después, el sociólogo argentino Emilio De Ipola escribió La Bemba: acerca del rumor carcelario (2005), para referirse a la operación a partir de la cual se hacía circular información (que podía ser cierta o falsa) en las cárceles con presos políticos por la última dictadura militar, operación a partir de la cual aquellos detenidos desplegaban tácticas de comunicación para confirmar esos datos externos, configurándolas en clave de resistencia, modos clandestinos que intentaban burlar la cárcel. La denominación “del sur” remite, por su parte, a la ubicación geográfica en la que se ubican las cárceles santafesinas donde intervienen los actores El presente artículo fue escrito colectivamente por los siguientes autores, todos ellos integrantes del Colectivo “La Bemba del Sur”: Hernán Aliani, Rodrigo Castillo, María Chiponi, Estefanía Invernizzi, Mauricio Manchado, Luciana Mir y Eva Routier.
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y actrices que componen este colectivo cultural, y se trata también de una referencia de carácter político: el sur siempre se ubica en los márgenes de las ciudades, países y continentes, y los márgenes suelen interpelar desde abajo, aguantando, haciendo estallar en pedazos las presiones de la centralidad y de lo unívoco. “La Bemba del Sur” se define, entonces, como un colectivo político y cultural de talleristas en contextos de encierro que realizan prácticas culturales en las cárceles del sur de la provincia de Santa Fe. Definición que puede reconocerse en estos términos desde comienzos de 2014, cuando los espacios culturales que funcionaban individual y segmentadamente – tal como a la cárcel le interesa que funcionen– empiezan a reconocerse en “comunes”, en ciertas procedencias que los vinculaban, en modos de abordar, pensar y hacer en la cárcel que los anudaban. Antes, cuando habían comenzado a funcionar los distintos espacios de talleres culturales en la Unidad Penitenciaria N° 324 –comunicación, arte, periodismo, filosofía, informática, música, títeres, teatro, radio, cerámica–, en distintos momentos de la última década, “La Bemba del Sur” aún no existía. Los coordinadores de estos espacios llegaron a la Unidad –en la que todos intervendrían inicialmente– en muy variadas condiciones y movilizados por diversos intereses. Hubo quienes fueron convocados directamente por distintos actores del Servicio Penitenciario de la Provincia de Santa Fe (SPSF), para trabajar como coordinadores; La UP N°3 se encuentra ubicada, a diferencia del resto de las cárceles provinciales destinadas a la reclusión de varones, en el casco céntrico de la ciudad de Rosario. Ésta posición geográfica reviste un carácter azaroso producto de los procesos de urbanización de una ciudad que crece de forma desregularizada desde finales del siglo XIX . Fue por aquel entonces, en 1895, cuando la inauguración de la UP N° 3 la encontraba en el desolado paraje de quintas y terrenos baldíos que excedían el por entonces límite urbano de la ciudad: el actual Bv. Oroño (ex Bv. Santafesino). Se trata de una cárcel de mediana seguridad, con una población masculina de 280 personas detenidas. “La Redonda” es una de las 10 cárceles con las que cuenta el sistema carcelario en suelo santafesino. 24
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otros iniciaron su trayectoria de trabajo en la cárcel en el marco de la aplicación de programas provinciales y/o nacionales provenientes de los Ministerios de Trabajo y de Educación, pero en su mayoría los coordinadores llegaron a la cárcel como estudiantes, docentes, graduados e investigadores de la UNR, con la intención de realizar alguna práctica profesional vinculada a sus proveniencias especificas (Comunicación Social, Filosofía, Antropología, Artes Visuales y Psicología). El itinerario de los espacios que albergaron y albergan las prácticas culturales y educativas llevadas adelante por quienes conforman “La Bemba del Sur” –aulas escolares, cuartos de vigilancia, ex-depósitos, salones de usos múltiples, pabellones, oficinas de trabajo de los profesionales del Equipo de Acompañamiento para la Reinserción Social (EARS)25, sitios destinados a la recepción de visitas–, se inscribe en la particular dinámica del conjunto de relaciones carcelarias dentro de la UP Nº 3; dinámica que en tanto producto del accionar constante de transacciones informales y situacionales entre los distintos actores (Míguez, 2007), recorta y reconvierte las espacialidades dentro de la cárcel, estableciendo contornos físicos que (re)configuran categorías sociales (Menéndez, 1984). Fue aquel escenario de la UP N° 3 la que vio constituirse inicialmente este colectivo a partir de los Festivales Culturales que a finales de cada año intentaban mostrar las producciones culturales realizadas en los diversos talleres. En el año 2013, las potencialidades Equipos de Acompañamiento para la Reintegración Social (EARS) es el nombre asignado a los viejos Organismos Técnicos Criminológicos que se ocupaban del ”tratamiento“ de quienes ingresaban a prisión. Están integrados por trabajadores sociales, psicólogos y terapistas ocupacionales, y su modificación se produjo a partir de una serie de políticas públicas penitenciarias elaboradas por el gobierno provincial en el año 2008, y plasmadas en dos documentos centrales: el Documento Básico. Hacía una política penitenciaria progresista en la provincia de Santa Fe y el Protocolo de intervención para los Equipos de Acompañamiento para la Reintegración Social. En éste último se define, fundamentalmente, la pretensión de que dichos equipos profesionales reemplacen la lógica del tratamiento por la de acompañamiento.
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de cada espacio derivaron finalmente en dispositivos de encuentro, diálogo, demandas, coincidencias, perspectivas y sentidos similares respecto de cómo pensar la cárcel y las intervenciones educativas, culturales y políticas en ella. Situados en el eje conceptual de un sujeto encerrado que ha sido, mayoritariamente, objeto de una continua y sistemática vulneración de Derechos Humanos básicos antes, durante y luego de la prisión, pero también como sujeto responsable de sus decisiones subjetivas individuales y grupales, los “actores externos” (tal la denominación asignada por el SP) se propusieron un modo de intervenir que trascendiera la intención correctiva-punitiva, basada en una lógica de premios y castigos, para centrarse en cambio en una lógica posibilitadora: de nuevas auto-percepciones, de la construcción de miradas críticas, de la configuración de otros escenarios, de las distintas formas de construir lazos y procesos de socialización y, en fin, de nuevos modos de subjetivación que no se basaran en las carencias o las faltas sino más bien en las potencias singulares y colectivas. Con el argumento de no dejar caer la conquista de un grupo de presos que durante muchos años habían sostenido el proyecto autogestivo de una “sala de informática” en la que funcionaba un espacio de asistencia jurídica y producción periodística (el periódico y blog “Rompiendo el Silencio”), “La Bemba del Sur” hizo su primera presentación frente al Servicio Penitenciario Santafesino (SPS) con el nombre “Centro de Formación y Capacitación (CEFyC)” de la UP N° 3, con el objetivo de constituir un entorno material en el que pudieran agruparse y ordenarse todas las prácticas de educación no formal (talleres) realizadas en dicho penal. Si bien aquello sostenía el escrito que oportunamente había sido presentado y autorizado por los directivos de la cárcel, lo que efectivamente comenzaba a gestarse era la posibilidad de articular potencias de un modo colectivo con la consigna de disputarle, fundamentalmente, los sentidos a la cárcel.
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La Universidad pública como comunidad política en el encierro Los talleres que dieron comienzo al colectivo “La Bemba del Sur” fueron los de arte, periodismo, comunicación, filosofía, debate, cerámica, títeres, música, teatro, radio, mosaiquismo y cine, que en su conjunto realizaron actividades vinculadas al reconocimiento y la promoción de los Derechos Culturales, con Jornadas y Festivales materializados en obras de teatro (unipersonal Lautaro Lamas), taller de cine-debate (con la presencia de Miguel Franchi, comediante rosarino), concierto de la Orquesta Municipal de Tango, actuación de los Payasos Autoconvocados, del grupo de danzas “Las Mudanceras” y la de artistas locales como “Martín Reinoso y la banda desesperada” y “La Vanidosa”, por mencionar sólo algunos. Todas estas acciones se concretaron en la propuesta de trabajar articuladamente con los actores institucionales que constituyen la trama cotidiana de la prisión, tanto los profesionales que conforman los EARS como los directivos y empleados penitenciarios; una vinculación siempre atenta a las fluctuaciones de personas y cargos en una organización que a pesar de su carácter militarizado, verticalista y jerárquico, inscribe en su interior una dinámica informal y de constantes alternancias de su propio personal, exigiendo esto a renovar los lazos, acuerdos y modos de trabajo que garantizan el funcionamiento de los espacios culturales en dicho contexto. Asimismo, en este proceso de consolidación, siendo reconocidos como integrantes de la comunidad universitaria (docentes, adscriptos, estudiantes y graduados) y estando motivados por el interés de construir conocimiento de forma colectiva mediante la puesta en diálogo de los “pilares fundamentales” de la Universidad (extensión, formación e investigación) en el ejercicio cotidiano de sus prácticas, el colectivo “La Bemba del Sur” se propuso institucionalizar tales intervenciones mediante la presentación en convocatorias lanzadas por la Secretaria de Extensión de la Universidad Nacional de Rosario. Esta propuesta nace en la cátedra “Perspectivas Sociofilosóficas”, de la carrera de
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Comunicación Social de la UNR, cuyo programa y proyectos de investigación realizados por algunos de sus integrantes abordan problemáticas vinculadas a la producción de subjetividades en el encierro. Sumado a esto, quienes componen los proyectos presentados desde el 2014 en adelante poseen –como adelantábamos– distintas procedencias disciplinares con radicaciones en Centros de Investigación y en áreas académicas de la misma Universidad Nacional de Rosario (Instituto de Investigaciones –Facultad de Ciencia Política y RRII-, CONICET, Centro de Investigación en Mediatizaciones; Núcleo de prácticas culturales –CEI–; Centro de Estudios en Teoría Crítica –Facultad de Psicología–; Área de Antropología Jurídica –Facultad de Humanidades y Artes–;Centro de Estudios sobre el Trabajo –Facultad de Humanidades y Artes–). Así, el primer proyecto tendría continuidad en las siguientes convocatorias (2015, 2016 y 2017), con propuestas que buscaron y buscan, por una parte, fortalecer el ejercicio de los Derechos Culturales de las personas privadas de su libertad, pero también trascender el propio espacio carcelario en el intento de construir colectivamente otros escenarios y trayectorias posibles (vitales, laborales, educativas, culturales), capaces de interrogar aquello que se presenta como “destinos” ineluctables para quienes transitan o alguna vez transitaron la prisión. “Trascender los muros. Producciones culturales y prácticas laborales en Unidades Penitenciarias del sur de Santa Fe”, fue el nombre del proyecto de extensión presentado en la Convocatoria 2015 de la Universidad Nacional de Rosario, que cristalizaba un proceso comenzado a inicios de aquel año en el que, desde “La Bemba del Sur”, comenzaban a forjarse las articulaciones con la Dirección de Asistencia Pospenitenciaria de la provincia de Santa Fe y con la Secretaria de Cultura de la Municipalidad de Rosario, para concretar el proyecto de que las producciones artísticas realizadas en el marco de talleres culturales en distintos penales del sur santafesino (cestería artesanal, cuero, macramé, madera, entre otras) , pudiesen ser comercializadas en las principales ferias de la ciudad de Rosario (Feria de Oroño, Las 3 Ecologías, Feria de la Vigil, etc.), en un
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puesto itinerante atendido por una persona que, durante su detención, se había vinculado a los talleres realizados en la UP N° 3. Así, Ángel, “El Feriante”, se haría cargo de la atención del puesto poniendo a circular productos que, hasta entonces, habían visto limitada su comercialización al interior de las cárceles o en pequeños círculos familiares. Esto supuso, a la vez, la puesta en ejercicio de múltiples Derechos, el cuestionamiento de las construcciones identitarias esencialistas que señalan a quien sale de una cárcel como un residuo cuyo destino final será “nuevamente” la cárcel, y la posibilidad de pensar otras trayectorias laborales posibles. Ángel era un gestor cultural; cargaba su manta repleta de productos, montaba el gacebo, colocaba caballetes, desplegaba el tablón y, sobre él, las producciones artísticas que se proponían dialogar con ese “afuera” muchas veces hostil para quienes habitan los márgenes de los barrios y de las instituciones sociales. A partir de la inscripción de las prácticas del Colectivo “La Bemba del Sur” en el marco de proyectos de extensión y en Cursos de Competencias Específicas de la UNR26, se logró no sólo constituir un marco formal para las intervenciones, sino también un plafón institucional desde donde enunciar. Los devenires, que en la actualidad siguen consolidándose y generando nuevas articulaciones, fortalecen las prácticas universitarias en el marco de prácticas penitenciarias divergentes e informales. Institución, la cárcel, que así como establece restricciones también habilita –tal vez precisamente por el propio devenir informal de su funcionamiento– posibilidades como la de la Universidad interviniendo con prácticas culturales para promover el ejercicio de derechos culturales, educativos y comunicacionales. Aquí aparecen otra vez las paradojas carcelarias, como aquellas que habilitan derechos en escenarios donde esos mismos derechos son constantemente vulneradores, haciendo mover, a pesar Los Cursos de Competencias Específicas son una herramienta institucional con la que cuenta la UNR (ordenanza N° 652), a los fines de certificar trayectorias educativas realizadas en diversos espacios como, por ejemplo, las prisiones.
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de sus contradicciones, esas pesadas, añejas pero siempre renovadas maquinarias de castigar que fueron, son y serán las prisiones. El proceso de institucionalización de “La Bemba del Sur” encontrará su mayor expresión en la reciente presentación, en el mes de junio del 2017, del Programa “Educación en Cárceles” de la Secretaría de Extensión y Vinculación de la Facultad de Ciencia Política y RRII de la Universidad Nacional de Rosario. Con el antecedente inmediato de la presentación, en 2016, de un proyecto ”Integrando“27 titulado ”Programa de inserción a la Educación Superior para las personas privadas de su libertad en cárceles del sur de la provincia de Santa Fe“, cuya propuesta fue –y sigue siendo– generar un dispositivo socio-educativo que promueva el acceso y acompañe la integración a instancias de educación terciaria y universitaria para personas detenidas en las Unidades Penitenciarias del sur de la provincia de Santa Fe, mediante un conjunto de acciones vinculadas con aspectos singulares, colectivos, sociales y académicos que sostienen la práctica formativa. En ese sentido, el Programa “Educación en Cárceles” contempla seis líneas de acción cuyos objetivos centrales son dos: por un lado, posibilitar el acceso y ejercicio, a hombres y mujeres privados de su libertad, a distintas trayectorias educativas enmarcadas en la Universidad Pública, a los fines de contribuir al ejercicio, ampliación y restitución de los Derechos Sociales y Humanos; y por otro, interpelar el sentido y el rol de la Universidad en la sociedad a los fines de problematizar los modos de intervención y producción de conocimiento, contribuyendo así a potenciar una perspectiva integral que articule docencia, investigación y extensión. En fin, a tensionar los límites tanto de la prisión como de la Universidad, para discutir los sentidos sociales que configuran y entrelazan nuestras cotidianeidades, mediadas por la cesura que determina quiénes merecen vivir y quiénes Los “Integrando” son Programas de Extensión en los que se vinculan, para su realización, tres unidades académicas –cada una con un correspondiente coordinador/a– de la Universidad Nacional de Rosario. 27
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morir, en lugar de generar lazos que permitan dar lugar a condiciones vitales igualitarias y más justas en sociedades capitalistas que fundan su razón de ser en la desigualdad. “La Bemba del Sur” se configura así como un territorio de organización y como una “caja de resonancia” donde las prácticas culturales y educativas se vuelven una herramienta de lucha, toda vez que se crean las condiciones de posibilidad para que los sujetos privados de su libertad puedan expresarse, canalizar sus intereses, interpelar los sentidos y discursos que los nombran y los definen con etiquetas de “chorros“, peligrosos, convictos y “desechos” sociales. En otras palabras: la lucha es posible cada vez y siempre y cuando demos la disputa política de pensarnos colectivamente, en medio de una institución que obtura precisamente ese sentido. Las experiencias educativas y culturales en contextos de encierro no sólo poseen la potencia de activar la grupalidad a partir de nuevos recursos sociales y culturales, perfilando una confianza en valores que contribuyen a formar otro tipo de vínculos entre los presos, sino que pueden contribuir también al diseño de políticas públicas en términos de justicia cultural (Grimson, 2011), y desde una perspectiva de ampliación de Derechos que cuestione el propio sentido de la intervención en este tipo de contextos complejos, desarmando las lógicas asistenciales que reproducen los sentidos segregativos y expulsivos para determinados sujetos. Intervenciones atravesadas por conflictos, tensiones, marchas y contramarchas que se nos presentan como un objetivo más en un terreno hostil, degradante y humillante como es el de la cárcel: escenario derruido que, al mismo tiempo, se nos presenta como condición de posibilidad de una chance revolucionaria (Benjamin, 1999) para una práctica transformadora, no en clave correctiva sino en el más amplio potencial de su sentido político. La disputa es, a fin de cuentas, un verbo incomodo repleto de alegrías y sinsabores pero también un modo de afirmar direcciones y objetivos, como el que motoriza a aquellos colectivos
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políticos que pretenden pasarle el cepillo a contrapelo a la historia y, en este caso, a instituciones totalizantes y degradantes como la prisión. Bibliografía BENJAMIN, Walter (1999) “Tesis sobre la filosofía de la historia“, en Ensayos Escogidos. México: Taurus DE IPOLA, Emilio (2005) La Bemba: acerca del rumor carcelario y otros ensayos. Buenos Aires: Siglo XXI. GRIMSON, Alejandro (2011) Los límites de la cultura. Buenos Aires: Siglo XXI. MENÉNDEZ, Eduardo (1984) “El modelo médico hegemónico: transacciones y alternativas hacia una fundamentación teórica del modelo de autoatención en salud”, en Revista Arxiu d´Etnografia de Catalunya, (3), pp. 61-90. MÍGUEZ, D. (2007) “Reciprocidad y poder en el sistema penal argentino. Del ‘pitufeo’ al motín de Sierra Chica” en ISLA, A. (Comp.) En los márgenes de la ley. Inseguridad y violencia en el Cono Sur. Buenos Aires: Paidós.
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Si el manicomio y la clínica siguen así, todo paciente es político (los problemas del giro culturalista) José Alberdi28
El primer planteo de presentación del artículo es hacer un guiño a una serie de afinidades electivas con los activistas que están por detrás de la propuesta de El Feriante y el trabajo por encargo que de alguna manera me realizaron, como ex participante de colectivos de trabajadores de la salud mental que alguna vez contribuyeron a generar prácticas alternativas al manicomio desde los tiempos de la transición democrática en el sur de la provincia de Santa Fe. Esta serie de afinidades electivas, están marcadas por compartir en la diferencia la frase de los Redondos, y por una serie de prácticas anfibias de extensión universitaria en la defensa de los impopulares de los sectores populares. Anfibias en el sentido que propone Maristella Svampa, de dosis variadas de oficio universitario y compromiso social: “…¿ Por qué utilizo la metáfora del anfibio? Porque a la manera de esos vertebrados que poseen capacidad de vivir en ambientes diferentes, sin cambiar por ello su naturaleza, lo propio del intelectual anfibio es su posibilidad de generar vínculos múltiples, solidaridades y cruces entre realidades diferentes. En este sentido, no se trata de proponer una construcción de tipo camaleónica, a la manera de un híbrido que se adapta a las diferentes situaciones y según el tipo de interlocutor, ni
Licenciado en Trabajo Social. Docente y Director de la carrera de Trabajo Social (UNR). Trabajador de la Salud Pública. 28
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de tampoco quedar reducido a un solo mundo, sino de poner en juego los propios saberes y competencias…” (Svampa, 2008:31). Afinidades electivas también para notar que fue en el activismo cultural que nos fuimos reconociendo; en las prácticas y en las fórmulas de defensa —más que en nuestros pasajes por las aulas universitarias—, sin pretender un ejercicio pormenorizado, tanto adentro como afuera de los manicomios, tanto adentro como afuera de las cárceles, en movidas sociales y culturales, que gradualmente fueron comprendiendo la consigna de una serie de colectivos anti-opresivos “Nada sobre nosotros sin nosotros”, y pasemos a nombrarlas: programas de radio en FM Comunitarias, Revistas, Festivales, Muestras Culturales, Documentales, Perfomances de arte conceptual, Cooperativas de Trabajo, con distintos niveles de reconocimiento y apoyo social, político y económico. Políticas culturales que, para realizar cierta síntesis compleja, se proponen sobre todo en los contextos de encierro, como políticas de reducción de daños en la vida cotidiana de las instituciones carcelarias y psiquiátricas, y en este sentido el activismo cultural supone por lo menos dos objetivos de largo plazo en estos tiempos difíciles: Primero, generar condiciones de acceso a bienes culturales y a proponer alternativas sociales y culturales para la restitución gradual del derecho a la utilidad social a mujeres y hombres, a quienes tanto ayer como hoy, se les ha negado de forma sistémica un porvenir mejor. Segundo, cooperar para el sostenimiento de una política de inversión del estigma y del derecho a la ciudad para las poblaciones desviantes, como refería Robert Castel hace tiempo: “…la transformación más decisiva después de unas decenas de años en el campo de la salud mental, fue sin duda un retroceso de lo que se podría llamar racismo anti-loco, una de las formas más profundamente inscriptas de negación de la diferencia. No habría ahí, sino su contribución a depositar en el crédito de la antipsiquiatría a estas transformaciones, aquellos que de ella participaron o por ella fueron asimilados no tendrían que lamentarse de haber destinado algún
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esfuerzo. Es en la medida que ese tipo de adquisición es siempre frágil, provisoria, amenazada, donde en fin todos los racismos subterráneos se dan la mano en la gran comunión de los excluyentes, valdrá todavía la pena consagrar esfuerzos en el futuro…” (Castel, 1984:29). El segundo planteo de este trabajo es proponer una problematización; el uso de la dimensión socio-cultural es de larga data en el campo de la administración pública de la locura, se pueden revisar en las Revistas de la Colonia Psiquiátrica de Oliveros de los años 50 y 60, en donde en las fiestas de fin de año los Internos de la Colonia exponían frente a un público conformado por familiares, Cooperadora y los miembros de la Dirección Médica del Hospital, las producciones realizadas en los talleres de laborterapia durante el año. ¿Por qué esta rememoración? Para revisar la capacidad de aggiornamiento, la capacidad de la institución psiquiátrica por incorporar varias interdisciplinas auxiliares, como condición para sostener sus adaptaciones y su legitimidad institucional como forma tradicional de atención a los hombres y mujeres infames. Por esto, como refería Basaglia hace por lo menos 50 años en los Crímenes de la Paz, en la reforma al interior de los manicomios, no se trataba de negar la violencia institucional a través de nuevas formas de gestión de estas poblaciones y como actualiza Paulo Amarante más recientemente: “…Es decir no se trata de negar la violencia institucional del manicomio, a través de nuevas formas de gestión de la exclusión, con nuevos equipos multidisciplinarios, nuevos servicios de psicoterapias, terapias familiares, laborterapia, arte-terapia, para Basaglia esas nuevas estrategias y dispositivos caracterizarían una ideología de la tolerancia…” (Amarante, 2012:29). Se trata, y aquí el giro culturalista insiste, de transformar la relación de la sociedad con la locura, cristalizada en el manicomio, en el encierro terapéutico y en la exclusión geográfica, se trataba y se trata de negar la psiquiatría como ciencia e ideología y de desmontar el conjunto de aparatos científicos, legislativos, clínicos, arquitectónicos, administrativos
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que legitiman la segregación de las poblaciones y actualizan nuevas formas de tratamiento moral. En síntesis, como situara Castel en algunos de sus textos, se trata de denunciar la contradicción que era necesaria hacer evidente, entre la autocelebración de las virtudes de los avances científicos y del saber psiquiátrico y el tratamiento cuasi-medieval reservado para algunos de los ciudadanos de una sociedad democrática. Parte del desafío de este giro culturalista, de animar socialmente para producir zonas de respeto en las instituciones, que generen hospitalidad y no hostilidad, es preguntarnos cómo las distintas ofertas culturales puedan escapar de las seducciones de las viejas y nuevas ideologías de la tolerancia, de cristalizar los recursos estéticos, culturales, de la economía social como medios exclusivamente terapéuticos, con cierto retorno de la racionalidad instrumental, que en el caso de la atención de la locura ha producido toda una serie de tutelas y controles, que fijan a buena parte de su población beneficiaria bajo nuevos ropajes en la identidad diagnóstica. En este punto, uno de los analizadores para objetivar las prácticas culturales en contextos de encierro, es el grado de respeto que producen en esos espacios, como resisten las distintas formas de maltrato presentes en la cultura de las instituciones, cómo se da lugar a las demandas de reconocimiento, sobre todo de poblaciones, en donde las experiencias de humillación y violencia institucional están a la orden del día, notando que la falta de respeto es necesariamente acompañada de lógicas de premio y castigo, de sentimientos de perdida amenazadora de la personalidad, de alimentación de violencias encadenadas y de dinámicas del desprecio. Producir diversas asociaciones y afiliaciones para este nuevo “lumpenproletariado” con organizaciones de derechos humanos, cooperativas, sindicatos, ferias de la economía social, es promover que los proyectos laborales y culturales, se anuden, hagan lazo (como dirían los psi) con el derecho a tener derechos y con proyectos de vida, ahora eso exige
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también y de alguna forma salir de identidades fijadas tanto para los trabajadores como para los “beneficiarios”. El tercer planteo de este trabajo, es revisar otro “ruido” con el que se confronta el giro culturalista tanto en su énfasis en la integración como en la defensa de una imagen positiva de la cultura de la población asistida, y es la convivencia de dos enfoques que se solapan, a veces negocian y otras veces entran en conflicto. Como refería hace tiempo Raymond Williams (2008) en sus palabras claves y como nosotros traducimos esquemáticamente, dos enfoques permean las prácticas cotidianas de los promotores culturales en el campo de las políticas alternativas. El primero, el formativo, más asociado al ideario de la modernidad y la ilustración, entendido como promotor del acceso a la educación en una equiparación de las oportunidades y en la democratización de la cultura y el segundo, más pop y patrimonial más folk y preocupado por la valorización de las marcas nacionales y regionales y locales. Como refieren Cornejo y Blanco (2013) la coexistencia de dos formas clásicas y distintas de las retóricas de la cultura, que claramente no son antitéticas ponen en marcha sin embargo una serie de desafíos. En esta relación, la democratización de la cultura, el acceso y la permanencia en la educación pública, exige salirse de las encerronas de la escuela de la desigualdad de oportunidades y el consumo de bienes cultos. También, como parte de los desafíos, está la pregunta por cómo concientizar a la población con la que trabajamos sin apelar a pedagogías bancarias ni etnocéntricas sino, por ejemplo, a la importancia del derecho al trabajo, a la crítica de la homofobia, a la defensa de los derechos de la mujer, etc.; es decir, cómo sensibilizamos sobre estos problemas promoviendo su inclusión social. El segundo, el folk o patrimonialista, que en su pasado tuvo que ver con miradas esencialistas, de las diferencias locales y el patrimonio cultural, y que alguna sociología llego a adjetivar de culturalismo, también es un punto de anclaje, para encontrar ciertas identidades perdidas,
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que si bien no hay reservas culturales intocadas, la valorización de las culturas migrantes, los usos religiosos, las fiestas, la gastronomía y las artes populares, generan la posibilidad de diálogos y narraciones que ponen en crisis la idea de carencia cultural, que a veces está muy presente en el no reconocimiento del otro, ahora eso no significa también no reificar al otro en subculturas o en la identidad “Colifata” o Tumbera”. Pero hay otro ruido, más allá de estas retóricas, que son las condiciones materiales de estas intervenciones sociales y culturales, entre ellas las restricciones presupuestarias que fuertemente condicionan el sostenimiento de estas experiencias de activación socio cultural y el problema de trivializar la cuestión cultural frente a otras necesidades más básicas. Ahora, si antes del final del trabajo, el grave problema del giro culturalista, es quedar en el marco de las políticas del reconocimiento sin ningún diálogo con las políticas de redistribución, si hoy la derecha republicana aspira en el largo plazo a una política de pleno desempleo sin seguridad social, no lo podrá llevar adelante sin una política de represión y penalización de la población estructuralmente desocupada, que muy probablemente se refugiara en los ilegalismos como forma de sobrevivencia cotidiana y de revancha social. Como provocativamente lo sitúan Castel y Kesler (2013): “…En este marco, cabe preguntarse acerca del impacto que sobre el delito tiene la persistencia de la inseguridad social, principalmente en relación con el empleo marginal y con los regímenes de ilegalidad en el acceso a la vivienda, a la tierra y los servicios a los que muchos se ven condenados. Tal como señalábamos antes debe distinguirse claramente pobreza de integración social. Siguiendo un razonamiento de inspiración durkhemniana, la norma (la ley) se inserta en la experiencia social de quien no se beneficia de casi ninguna protección por parte del Derecho de un modo tal que la categoría “ilegal” significa poco. No solo la ilegalidad se extiende territorial y socialmente en vastas zonas, sino que forma parte de la experiencia social de muchas familias durante generaciones
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y en un contexto de inestabilidad en el que las cosas, los actos y la gente pasa de lo legal a lo ilegal de un modo imperceptible e insignificante. Y siguiendo un razonamiento en términos de clase, no debe excluirse que las leyes y las instituciones no sean vistas ni experimentadas en términos de ley de todos o del servicio público (para el caso de las instituciones), sino que las instituciones y la ley sean percibidas como imposiciones de un grupo social sobre otro…” (Castel et al., 2013:21). Pero para no quedar con este gusto ácido en la boca, me gustaría recordar que uno de los motivos de este breve artículo es compartir e intercambiar experiencias y en ese sentido propongo esta última escena, si casi con seguridad podría afirmar que una de las experiencias míticas que sostiene el trabajo de universitarios de las ciencias sociales en las cárceles es el GIP (Grupo de Información sobre Prisiones) y la participación lateral de Foucault en esas experiencias, una de las experiencias míticas que acompaña el activismo de buena parte de las movidas políticas y culturales en el campo de la salud mental es la experiencia basagliana, y me interesa aquí rememorar un acontecimiento mítico, que refieren las crónicas sucedió en la localidad de Trieste y que cada tanto es bueno volver a visitar. Para derribar simbólicamente los muros del manicomio se apeló a una performance artística cultural, en el laboratorio artístico del San Giovanni, en el que participaban internos, artistas, gente de la comunidad, estudiantes y trabajadores de la salud Mental, capitaneados por el Artista Plástico Vittorio Basaglia (primo de Franco Basaglia) quienes terminaron construyendo un caballo de dimensiones gigantescas (a la manera de las carrozas de los carnavales). Quien montaba Marco Cavallo era “Don Quijote” y el vientre del caballo estaba relleno con notas y cartas de los deseos y proyectos de vidas de los pacientes, acompañado por una caravana de trabajadores, usuarios, artistas, sindicatos y organizaciones de la izquierda italiana, derribaron los muros del portal del San Giovanni en una marcha por la
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ciudad, donde bajo el liderazgo de Franco Basaglia usuarios, trabajadores y organizaciones sociales y culturales exigían la abolición definitiva del manicomio como forma principal de atención a la locura, verdadero Caballo de Troya, este acontecimiento se convirtió en símbolo de un movimiento social y cultural que sigue inspirando a nuevas generaciones de estudiantes, trabajadores y artistas con un plus de compromiso social con la producción cultural de alternativas a las prácticas manicomiales, que más que nunca hoy necesitan ser puestas en cuestión. Bibliografía ALBERDI, José (2006) “El estado pavoroso de la locura en la Argentina”, en Revista Cátedra Paralela, Nº 3. Rosario: UNR Editora, pp. 37-47. AMARANTE, Paulo (2013) “El campo artístico cultural en la reforma psiquiátrica brasilera”, en Revista de Salud Colectiva, Nº 3. Lanús: Editorial UNLA, pp. 287-99. CASTEL, R. (1984) La gestión de los riesgos. Barcelona: Anagrama. CASTEL, R. et al. (2013) Individuación, precariedad, inseguridad. ¿Desinstitucionalización del presente? Buenos Aires: Paidós. CORNEJO VALLE, Mónica; BLANCO GALLARDO, Vanesa (2013) “Retóricas de la cultura en contextos de intervención social”, en Revista Trabajo Social Hoy, Nº 70. Madrid: Editorial Universidad Complutense de Madrid, pp. 75-96. SVAMPA, M. (2008) Cambio de época : movimientos sociales y poder político. Buenos Aires: Siglo XXI. WILLIAMS, R. (2008) Palabras claves: un vocabulario de la cultura y la sociedad. Buenos Aires: Nueva Visión.
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El acceso a bienes y prácticas culturales de jóvenes en contexto de encierro y el rol de los trabajadores: el caso del Instituto de Recuperación del Adolescente de Rosario29 Mauro Testa30, Tamara García Millán, Icíar Cortés Sagrado31 A la memoria de Elisa Dibárbora
1. Introducción El acceso a la cultura es un derecho humano consagrado desde mediados del siglo XX en los tratados internacionales y ha sido recibido en las décadas posteriores por las legislaciones nacionales. A nivel regional, los distintos bloques de países han realizado declaraciones y han tomado
El presente artículo es una adaptación del trabajo homónimo elaborado para el Posgrado virtual “Gestión cultural y comunicación 2016”, de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). 29
Acompañante Juvenil desde el año 2009, y Facilitador de Bienes y Prácticas Culturales en el Instituto de Recuperación del Adolescente de Rosario (IRAR) desde mayo de 2015. Entre 2010 y 2015, miembro del Colectivo de Investigación Militante sobre los Jóvenes y el Poder Punitivo. En 2016 realizó un curso de Posgrado Virtual en “Gestión cultural y comunicación”, dictado por la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Forma parte de la Casa de la Memoria de Rosario e integra la Cátedra Popular de Derechos Humanos “Luciano Arruga”.
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Tamara García Millán e Icíar Cortés Sagrado son graduadas en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid. Han participado como practicantes en el IRAR durante 3 meses del año 2017, a través del Programa de Prácticas de Cooperación al Desarrollo Internacional y en el marco del convenio entre la Dirección Provincial de Justicia Penal Juvenil y la mencionada Universidad.
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diversas iniciativas a favor de la garantización de los derechos culturales de la población. Sin embargo, y tal como afirma Francisco Marchiaro, “los derechos culturales son considerados por algunos teóricos como una categoría subdesarrollada de los Derechos Humanos” (Marchiaro, 2016:5). Por lo tanto, si bien se han logrado muchos avances en los últimos años, el desafío consiste “en lograr el ejercicio pleno de los derechos culturales, independientemente de su reconocimiento en los marcos legales” (Capato, 2016:4). El presente artículo se estructura sobre cuatro ejes: 1) un abordaje teórico sobre los límites y posibilidades de la educación en contextos de encierro; 2) un relevamiento documental sobre la presencia del acceso a la cultura como derecho humano en las distintas legislaciones y, en especial, los protocolos destinados a los jóvenes en contexto de encierro; 3) un análisis sobre la función de la gestión cultural dentro de un dispositivo de encierro para jóvenes y 4) trabajo de campo realizado en el Instituto de Recuperación del Adolescente de Rosario (IRAR)32 con la intención de evaluar el grado real de cumplimiento del derecho de acceso a la cultura de los jóvenes previo al ingreso a la institución y durante el tránsito por la misma. Además, desde un punto de vista cualitativo, se pretende conocer las representaciones que los trabajadores y jóvenes poseen en relación a las propuestas pedagógico-culturales, la verdadera apropiaciónempoderamiento de las mismas y en qué medida contribuyen al supuesto fin socioeducativo de la sanción penal. El resultado, se estima, servirá para mejorar las prácticas y la oferta de propuestas hacia los jóvenes en situación de encierro punitivo.
Establecimiento penal de máxima seguridad que aloja jóvenes de entre 16 y 18 años con causas penales graves del sur de la provincia de Santa Fe. De gestión mixta: la dirección pertenece al Ministerio de Justicia y Derechos Humanos y la subdirección al Ministerio de Seguridad (Servicio Penitenciario). 32
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2. Algunos aportes teóricos sobre la cuestión de la educación en contexto de encierro La pregunta más recurrente cuando se habla del encierro y de la cárcel es: ¿para qué sirve la cárcel? Y más específicamente: ¿es posible educar en el encierro? Según Garland, a partir de la década de los 70 comenzó a producirse el “declive del ideal de rehabilitación”, a raíz de lo cual actualmente “la ‘prisión funciona’, ya no como un mecanismo de reforma o rehabilitación, sino como un medio de incapacitación y castigo que satisface la demanda política popular de retribución y seguridad pública (…) En el curso de unas pocas décadas, ha pasado de ser una institución correccional desacreditada y decadente, a constituirse en un pilar macizo y aparentemente indispensable del orden social contemporáneo” (Garland, 2005:51). Para profundizar en este aspecto, se han identificado tres posturas: la proveniente de la sociología jurídica o criminología crítica; la posición institucional y la experiencia de los trabajadores en las instituciones de encierro. Alessandro Baratta, precursor de la criminología crítica en América Latina, sostiene —basándose en la observación empírica— que existe una “imposibilidad estructural de la institución carcelaria para cumplir la función de reeducación y de reinserción social”, dado que “esta función educativa y disciplinaria se reduce ya, pues, a pura ideología” (Baratta, 2004:205). Este autor examina de forma crítica la relación entre el detenido y la sociedad, siendo esta “una relación entre quien excluye (sociedad) y quien es excluido (detenido)”, y donde por lo tanto cualquier técnica pedagógica sería inútil dado que “no se puede excluir e incluir al mismo tiempo”. Es por esto que Baratta plantea la necesidad de modificar a la sociedad excluyente antes que a los excluidos que sufren el encierro. Sin este objetivo, la “función verdadera de esta modificación de los excluidos es la de perfeccionar y volver pacífica la exclusión, integrando, más que
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a los excluidos en la sociedad, a la relación misma de exclusión en la ideología legitimadora del estado social” (Baratta, 2004:197) El Grupo de Estudio sobre el Sistema Penal y Derechos Humanos (GESPyDH), con amplia experiencia y trayectoria en investigación de los institutos de encierro punitivo para jóvenes en Argentina, sostiene que “el encierro se justifica como violencia pedagógica” (Daroqui, López, García y otros, 2012:168), dado que en realidad estos dispositivos son —siguiendo a Foucault— una instituciones “de secuestro” (López, 2009:2) donde, como afirman Daroqui y Guemureman, “no se puede ni aprender ni enseñar, y sin justificación moral válida se reconoce entonces que el encierro sólo neutraliza e incapacita a aquellos que han violado la norma y la justicia ha condenado” (citado en López, 2009:15). El fin real de esas instituciones sería sólo el “propio gobierno sobre los jóvenes”, es decir, una cuestión de orden y seguridad interna antes que un asunto socioeducativo. Este grupo de estudio también marca algunas paradojas sobre el supuesto fin de la medida socioeducativa en los jóvenes —¿se puede aprender a vivir en libertad desde el encierro? (López, 2009:15)—, poniendo en serio cuestionamiento el pretendido proceso de responsabilización individual al cual el sistema penal juvenil apunta. En este sentido, coinciden con Marcón en que “la lógica del castigo (…) es traducida en el campo de las infancias socialmente excluidas, como lógica de la responsabilidad penal juvenil” (Daroqui, López, García y otros, 2012:385). La visión institucional la vamos a analizar a través de Antonio Gomes da Costa33, quien habla de superar el “binomio compasiónrepresión” y considera al adolescente “sujeto de derechos exigibles contemplados por la ley” (Gomes da Costa, s/f:2). Es así que sugiere que Consultor de UNICEF sobre justicia penal juvenil. Su libro Pedagogía de la presencia, junto con su artículo “Pedagogía y Justicia”, sirvieron de base para el nuevo Plan Institucional del IRAR del 2008 y para la creación de la figura del Acompañante Juvenil.
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la “desresponsabilización” del adolescente planteada por las posturas críticas al derecho penal, significaría su negación como sujeto de derechos. Según el autor brasilero, “las dimensiones jurídica y pedagógica de la responsabilidad son (…) convergentes y complementarias”. Esto se lograría a partir de la característica principal de la pedagogía que pregona (basada en la pedagogía del oprimido de Paulo Freire), que el educando es un “sujeto del proceso educativo”, lo cual implica un “fuerte compromiso por ser él responsable por las consecuencias de sus actos” (Gomes da Costa, s/f:5) La medida socioeducativa serviría entonces para responder a dos exigencias: por un lado, la “reacción punitiva de la sociedad al delito cometido”; por otro, la de “contribuir a su desarrollo como persona y como ciudadano”. Gomes da Costa plantea además la “dimensión pedagógica de las garantías procesales” y la importancia de tener en cuenta el contexto del joven que “influye en las dinámicas psico-sociales al interior de las unidades de internación”, y que “podrán influenciar negativamente o inclusive hacer inviables los esfuerzos realizados en el plano interno” (Gomes da Costa, s/f:6). Por último, respecto de algunas experiencias de trabajadores en contextos de encierro, podemos hacer referencia, por un lado, al “Colectivo de Investigación Militante sobre los Jóvenes y el Poder Punitivo”34, que realizó puntualmente dos trabajos relacionados con la cuestión pedagógica en el encierro. En el primero “Desamurallar para que el otro ingrese” —estrictamente referido a la labor pedagógica del Acompañante Juvenil—, se describe al joven en situación de encierro como sujeto de varias privaciones de http://colectivociajpp.wordpress.com. Conformado por trabajadores de IRAR y otros dispositivos de justicia penal de Rosario, el grupo se creó a mediados de 2010 y se disolvió a finales del año 2015. 34
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derechos incluso antes de ingresar al IRAR: bajo nivel de escolaridad, precarias condiciones de vida y habitación, reiteradas torturas policiales, consumo problemático de sustancias psicoactivas. Estos contextos, según los trabajadores, “distan de ser los que teóricamente define el derecho penal al invocar una definición de ‘ciudadanía’ previa para una posible rehabilitación o recuperación del preso” (CIMJPP, 2010:2). En “Diferentes posibilidades de la educación en contextos de encierro” se analiza la educación formal en sus límites y posibilidades dentro del IRAR. En este sentido, afirma el Colectivo que “la creación de posibilidades debe ser uno de los ejes centrales de la educación dentro del espacio institucional. Debe promover movimientos que vayan de la vulnerabilidad a la potencia, entendiendo que el dispositivo escolar actual y su condición ideal de posibilidad/existencia se mueve en un terreno paradójico, ya que si bien aparece como impotente para alojar determinadas situaciones, por el otro lado, su potencia creadora dependerá de la posibilidad de pensar horizontes más allá de estos límites” (CIMJPP, 2012:9). Por otra parte, un grupo de talleristas que trabaja en cárceles de adultos del sur de Santa Fe, conocido como “La Bemba del sur”, ha sistematizado sus experiencias, y en uno de sus artículos afirma que su práctica se aleja explícitamente de “la pretensión resocializadora propuesta históricamente por la prisión”, desafiando así las lógicas “re” (resocialización, rehabilitación, etc.) que tienen una concepción del sujeto como “desviado, anormal y amoral, y no como un sujeto situado socialmente cuyas acciones son el resultado de un conjunto de atenciones y desatenciones (institucionales y extra-institucionales) que marcaron y siguen definiendo sus trayectorias vitales. Además, ha visto vulnerados sus derechos humanos antes, durante y después del encierro” (Aliani et al., 2014:57). Este grupo de trabajadores de la cultura propone entonces una solución que aporta a los fines de esta pesquisa: centrar el trabajo en una “lógica posibilitadora” que, por un lado, “trascienda la lógica correctivapunitiva”, y pensando un sujeto responsable de sus decisiones subjetivas
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individuales y grupales buscar “nuevas autopercepciones, la construcción de miradas críticas, la configuración de otros escenarios, distintas formas de construir lazos y procesos de socialización, en fin, nuevos modos de subjetivación que no se basen en las carencias o las faltas sino más bien en las potencialidades singulares y colectivas” (Aliani et al.., 2014:57). Las prácticas dentro del encierro apuntan así a brindar “herramientas posibilitadoras” para el sujeto encerrado. En otro trabajo, se afirma que el sólo hecho “de que existan producciones (trabajos escritos, videodocumental, discusiones críticas, etc.) implica directamente la existencia de empoderamiento” (Chiponi y Rosenberg, 2012:13). 3. Relevamiento documental: el derecho a la cultura en las legislaciones vigentes El derecho a la cultura ha quedado refrendado a nivel internacional a través de las siguientes declaraciones: Declaración Universal por los Derechos del Hombre (1948); Convención Americana sobre Derechos Humanos (1969); Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural (2002); Protocolo de integración cultural del Mercosur (1995); Declaración de Suriname (2013) de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC); Carta Social de las Américas (2012) de la Organización de Estados Americanos (OEA) y en la Constitución Nacional Argentina, en su art. 75 inciso 19. A su vez, en lo que respecta a la legislación destinada a niños, niñas y adolescentes, las Reglas de las Naciones Unidas para la protección de menores privados de libertad (1990) destacan, en sus artículos 41 y 47, la importancia del acceso a la lectura y a las artes y oficios. La Ley nacional 26.061 de “Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes” (2005) y su aplicación en la provincia de Santa Fe a través de la Ley 12.967 de “Promoción y protección integral de los derechos de las niñas, niños y adolescentes” (2009) han recibido
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también la Convención sobre los Derechos del Niño (1989), y mencionan la importancia de la “recreación, el deporte y el juego”. Esta nueva doctrina, conocida como “Sistema de Protección Integral”, fue aplicada al ámbito de la justicia penal juvenil en Santa Fe a partir del año 2008, a través de una serie de documentos y programas de la Dirección Provincial de Justicia Penal Juvenil35. En especial, el Proyecto Institucional para el IRAR plantea como “actividades y estrategias de intervención” socioeducativas los siguientes talleres: capacitación en oficios, educación no formal, recreación y deporte, musicoterapia, radio, murga, música. Los objetivos que se proponen en el plan de acción son: “ampliar el horizonte cultural, la capacidad de aprendizaje y las habilidades productivas de los jóvenes” (Dirección de Justicia Penal Juvenil de Santa Fe, 2008:14). El cumplimiento de este plan, sin embargo, no se llevó adelante. 4. La gestión cultural en un dispositivo de encierro En términos generales, la gestión cultural, como declara Alfredo Torre, “debería ser la promoción de los derechos humanos fundamentales” (Torre, 2016:6). Francisco Marchiaro, por su lado, ve al gestor como un mediador cultural que “propicia una conexión entre los destinatarios de los proyectos culturales (el público, la población deseosa de ejercer su derecho humano a la cultura) y los creadores, o generadores de aquellos contenidos que han de verterse en los proyectos culturales” (Marchiaro, 2016:3). En nuestro caso, se debe enmarcar la función en el ámbito de un dispositivo estatal dependiente del Ministerio de Justicia y Derechos Para ampliar sobre el tránsito del paradigma tutelar al de protección de derechos, ver: Testa, Mauro (2014): “Del Paradigma Tutelar a la Protección Integral: el rol de los trabajadores en el mejoramiento de las políticas públicas y las prácticas destinadas a jóvenes en contexto de encierro en la provincia de Santa Fe”, en: https://colectivociajpp.files.wordpress.com 35
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Humanos de Santa Fe y con el contralor de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF). En este sentido, cabe utilizar la definición de Políticas Culturales de García Canclini que las define como “un conjunto de intervenciones realizadas por el Estado, las instituciones civiles y los grupos comunitarios a fin de orientar el desarrollo simbólico, satisfacer las necesidades culturales de la población y obtener consenso para un tipo de orden o de transformación social” (García Canclini, 1987:26). La gestión cultural dentro del IRAR no puede pensarse sin la interrelación con las áreas de acompañantes juveniles (actividades convivenciales y recreativas), el equipo técnico profesional y el de educación formal (escuelas primaria y secundaria). Por lo tanto, su aporte debe conducir solidariamente al cumplimiento del objetivo institucional de “generar un cambio cualitativo en la vida de los jóvenes privados de libertad, a partir de la adquisición de competencias y vivencias que permitan fortalecer el pleno ejercicio de su ciudadanía y la concreción de un proyecto de vida en la comunidad” (Dirección de Justicia Penal Juvenil, 2008). Pensando en un concepto más amplio relacionado con la gestión cultural, podemos citar la cultura para la emancipación propuesta por Nino Ramella, y definida como las “acciones que permiten a una persona o a un grupo de personas acceder a un estado de autonomía (…) [y] alcanzar un nivel de libertad que le lleve a lograr la plena conciencia de todos sus derechos y la voluntad y capacidad para ejercerlos” (Ramella, 2016:6). 5. ¿Qué propuesta para cuál sujeto? Una de las cuestiones cruciales a la hora de diagramar una oferta de bienes y prácticas culturales es, precisamente, pensar en el sujeto destinatario. En este caso, según datos ya citados del CIMJPP (2010), y tal como algunos trabajadores entrevistados confirman, la totalidad de los jóvenes en situación de encierro proviene de zonas periféricas y vulnerables urbanas, con un grado de escolarización muy bajo y un visible consumo problemático de sustancias psicoactivas. En su artículo
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“Tres movimientos para explicar por qué los Pibes Chorros visten ropas deportivas”, Tonkonoff explica que “la ropa vestida, la música escuchada, los lugares frecuentados, todos ellos producidos o capturados por la dinámica impenitente del mercado, configuran signos y rituales de un tipo hegemónico de identidad juvenil. Un modo de ser joven a la medida de nuestro ethos epocal. Un ser joven apático, acrítico, despolitizado, individualista y bello. Ajeno al futuro y al pasado, habitante paradigmático de la dimensión sin espesor del tiempo posmoderno” (Tonkonoff, 2007:5). A su vez, Reguera relata que “existe una estrecha relación entre los menores acogidos en centros de reforma y su procedencia de familias extremadamente pobres e indefensas”. Esto determinaría la “falta de capital tanto de recursos como afectivo, subjetivo y simbólico” (Reguera en Tallón Hernández, 2016:7). A partir de esto, cabe preguntarse ¿en qué medida los gustos, deseos y consumos culturales (y económicos) de estos jóvenes están impregnados por la lógica imperante del mercado? ¿Qué sentido le dan ellos a sus prácticas culturales, tanto dentro como fuera del IRAR? ¿Qué herramientas y recursos concretos poseen para asimilar los conocimientos? Ante esta situación el desafío es, como afirma Nino Ramella, “constituir a los excluidos del sistema en sujetos capaces de producir sentido y ser autores ellos mismos de la producción simbólica a que tienen derecho todas las sociedades. De otro modo, no hay creación ni pensamiento reflexivo” (Ramella, 2016:4). El derecho a la cultura es fundamental para promover otros derechos, dado que “es el reconocimiento de la propia potencialidad de producir cultura el que instala en cada individuo la capacidad de defender todos sus derechos” (Ramella, 2016:7). 6. Trabajo de campo El trabajo de campo consistió en entrevistas semiestructuradas tanto a trabajadores del IRAR de distintas áreas (equipo profesional,
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acompañantes juveniles y talleristas) como a jóvenes, acerca de la educación no formal que se imparte dentro de la institución. Los principales resultados obtenidos fueron que el 77% de los jóvenes participa en los talleres del IRAR con el fin de despejarse o pasar el tiempo, mientras que el 88% le ve al mismo tiempo una utilidad a largo plazo. Además, cuando se les pregunta sobre la propuesta de nuevos espacios, el 41% opta por talleres enfocados al oficio, mientras que el 31% a los culturales. Se observa también que, si bien algunas prácticas culturales dejan de realizarse por la situación de encierro (como la asistencia al teatro, museos, cine o el acceso a internet), la práctica de otras como la lectura se incrementa notablemente, manifestando la mayoría que continuarán realizándola una vez egresen. En cuanto a las entrevistas realizadas a los trabajadores de las diferentes áreas de la institución, se aprecia que la mayoría opina que “todos los talleres muestran a los jóvenes otra realidad y los coloca en una posición distinta a la que habitualmente están acostumbrados a verse, desarticulando así la lógica tumbera”. Además, al igual que los jóvenes, creen que los talleres culturales tienen utilidad como mero entretenimiento y los de oficio como una posible salida laboral. Cabe decir que, además, piensan que estos espacios potencian capacidades como la empatía, la concentración, la autorregulación a través de las reglas, etc. Una de las opiniones en la que los trabajadores se encontraron de acuerdo fue la de la escasez de recursos invertidos por la institución para el tiempo libre de los jóvenes. Esto puede verse de manera objetiva en el hecho de que, a pesar que el plan institucional del 2008 de la Dirección de Justicia Penal Juvenil de Santa Fe plantea una amplia serie de ofertas de educación no formal, como capacitación en oficios, recreación, deporte, etc.; el único taller que es financiado es el de serigrafía. El resto tiene un
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desarrollo dispar, por tratarse de talleres provenientes de organismos externos o impartidos de manera voluntaria y sin financiación36. Se encuentra una notoria coincidencia con las sistematizaciones elaboradas por los trabajadores de unidades de adultos, quienes hablan de la “lógica posibilitadora”, de fomentar las “miradas críticas y nuevos modos de subjetivación y autopercepción” y, en fin, del aporte a los jóvenes de “herramientas posibilitadoras” (Aliani, et al.., 2016:57). Sin embargo, a pesar de este planteo “posibilitador”, también por parte de los trabajadores del IRAR en cuanto a la utilidad de los talleres, cuando ellos hacen referencia a la realidad social de los jóvenes, no creen que sea viable un futuro diferente a la realidad que ya viven. 7. Conclusiones El denominado “ideal correccionalista” que hace referencia a la función de la cárcel para resocializar o corregir a las personas ha quedado refutado hace ya bastante tiempo. Incluso algunos autores plantean que la cárcel nunca ha cumplido ni cumple actualmente dicho objetivo. Existen algunas paradojas, como el hecho de que la justicia penal juvenil posee un grado de especificidad con respecto al sistema penal de adultos pero presenta también visibles falencias a la hora de asegurar los derechos culturales de los jóvenes alojados. Por otro lado, se pretende respaldar la labor y la visión de los trabajadores del sistema penal juvenil, quienes se mueven críticamente entre la visión institucional —a veces eufemística de la problemática— con el riesgo de representar “la garantía de ese encierro punitivo”, tal como se sostiene desde el GESPyDH, pero al mismo tiempo con la potencia de Recientemente, el Decreto 0713 con fecha 10 de abril estableció un plan de acción que incluye la: “Creación y desarrollo de un programa de talleres: Se propone la implementación de un programa basado en actividades/talleres destinados a que constituyan la tarea central de los y las jóvenes durante su tránsito por los establecimientos” (Art. 6). 36
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ser los garantes de los derechos humanos de los jóvenes detenidos, en especial el relacionado con la educación. En este sentido, y en lo que atañe estrictamente a la medida socioeducativa como proceso pedagógico y fin principal del encierro de jóvenes, la revisión teórica y los resultados del trabajo de campo revelaron algunos condicionamientos significativos que podrían limitar y hasta imposibilitar su desarrollo. Por último, quedó demostrada también la inexistencia de una política cultural concreta destinada a los jóvenes en contexto de encierro: más bien existe una “oferta programática precarizada” (Daroqui, López, García y otros, 2012:261) con pocos o nulos recursos, espacios inadecuados y con una alta dependencia con respecto a otros organismos, instituciones y voluntarios para la realización de propuestas de formación y actividades culturales. Esta concepción, inherente a la cárcel misma y al “mito burgués de la reeducación y de la reinserción del condenado” (Baratta, 2004:217) —presente incluso en muchos trabajadores del IRAR— confronta con las nuevas corrientes que ven en las industrias culturales y la economía creativa un sector productivo en el cual “se elaboran bienes y servicios, se genera valor y beneficio, donde se crea empleo y riqueza” (Bayardo, 2002:4). La labor de los trabajadores que impulsan acciones educativas y de formación artístico-cultural aporta en varios sentidos a la “estrategia alternativa” planteada por Baratta, tendiente a la abolición de la institución carcelaria. La apertura de la cárcel a la sociedad, el trabajo conjunto con entidades locales y, en un sentido más político y en palabras del autor italiano, la verdadera “reeducación”, “es aquella que transforma una reacción individual y egoísta en conciencia y acción política dentro del movimiento de la clase” (Baratta, 2004:217). Para finalizar, acordamos con Stuart Hall que en nuestro terreno de la cultura popular “no se obtienen victorias definitivas, pero (...) siempre hay posiciones estratégicas que se conquistan y se pierden” (Hall, 1984:5).
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Bibliografía ALIANI, Hernán et al. (2016) “Prácticas culturales en contextos de encierro. El desafío de construir posibilidades en la imposibilidad”, en CONTINO, Paula y DANERI, Mariela (Comps.) Cartografías del territorio: de la crónica extensionista a la reflexión integral. Rosario, Secretaría de Extensión y Vinculación, Facultad de Ciencia Política y RR. II., Universidad Nacional de Rosario. BARATTA, Alessandro (2004) Criminología crítica y crítica del derecho penal. Buenos Aires: Siglo XXI. BAYARDO, Rubens (2002) “Sobre el financiamiento público de la cultura. Políticas culturales y economía cultural”, Primer seminario políticas culturales y relaciones económicas, Bolsa de Comercio Buenos Aires. CAPATO, Alejandro (2016) El derecho de la cultura en la República Argentina y el MERCOSUR. Buenos Aires: FLACSO Virtual. CHIPONI, María y ROSENBERG, Lucila (2012) “El discurso del ellos frente a la criminología mediática. La experiencia del taller de comunicación en la Unidad Penitenciaria N. 3 de Rosario”. Rosario: Universidad Nacional de Rosario COLECTIVO DE INVESTIGACIÓN MILITANTE SOBRE LOS JÓVENES Y EL PODER PUNITIVO (2010) “Desamurallar para que el Otro ingrese. Panel: la decisión de alojar: una construcción posible”. —————————————— (2012) “Diferentes posibilidades de la educación en contextos de encierro”. DAROQUI, Alcira et al. (2012) Sujeto de castigos. Hacia una sociología del sistema penal. Rosario: Homo Sapiens DIRECCIÓN DE JUSTICIA PENAL JUVENIL DE SANTA FE (2008) Proyecto Institucional para el Instituto de Recuperación del Adolescente Rosario.
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Agrandaré mis prisiones. De la causa penal a una causa universitaria, cultural y colectiva. Una elaboración de la experiencia universitaria del CUSAM a partir de las estrategias de subjetivación de los talleres artísticos Marcos Perearnau37
“Ya que no puedo ser libre, agrandaré mis prisiones”38 A fines del año 2008, la Universidad de San Martín firma un convenio con el Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB), y fundan el CUSAM (Centro Universitario de San Martín) dentro de la Unidad Penal 48º de máxima seguridad en José León Suárez, perteneciente al Complejo Carcelario Conurbano Norte. En el mismo se dictan las carreras de Sociología y Trabajo Social, además de un conjunto de talleres artísticos, en los que participan tanto personas privadas de su libertad como agentes del servicio penitenciario. Este texto propone una narración conceptual de la experiencia universitaria y colectiva que se desarrolla Estudió Filosofía en la Universidad de Buenos Aires (UBA), con orientación en Estética. Docente del taller de teatro en CUSAM (Centro Universitario de San Martín), desde 2011 al 2016. Actualmente se desenvuelve como coordinador de la Diplomatura de Gestión Cultural Comunitaria en CUSAM, y como docente dicta el módulo de Artes en la Diplomatura de Intervenciones Pedagógicas en Contexto de Encierro (DIPECE-UNSAM). Coordinador general del espacio cultural LA SEDE y Coeditor en la editorial Libretto. 37
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Diego Tejerina, Sociólogo recibido en el CUSAM.
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en el CUSAM, a partir de la emergencia de un nuevo sujeto que integra una formación académica y artística en contexto de encierro. El desarrollo de la narración está articulado en tres momentos, para poder pronunciar ciertos rasgos y señalar el pasaje de uno a otro. De un primer momento, donde nos encontramos con un sujeto arrestado-excluido-resto, pasamos a un sujeto grupal-integrado, que deviene luego en un sujeto colectivoinstituyente. En sus sucesivas transformaciones intentaremos situar el modo de vincularse con las representaciones que oferta el medio, las imaginaciones que se ponen en juego, los cambios en las formas de representarse a sí mismo y las diversas formas de reconocimiento a partir especialmente de las prácticas y estrategias de subjetivación que se realizan en los talleres artísticos. En última instancia, el objetivo es fundamentar cómo un estudiante preso logra, a partir de su paso por diversos talleres artísticos y la cursada universitaria, no sólo formarse como artista y sociólogo, sino fundar un centro cultural o biblioteca popular en el propio barrio luego de recuperar su libertad. Uno de los puntos más complejos a la hora de “analizar” y delimitar el objeto de estudio es la superposición institucional que se da en toda experiencia educativa en cárceles, puesto que participan en la misma tanto el Servicio Penitenciario, Juzgados, Culto e instituciones educativas como Escuelas y Universidades, por nombrar sólo algunas de ellas. La Universidad, como la conocemos, es una institución moderna hija del Iluminismo del siglo XVIII, cuyos ideales fueron la libertad de la razón y la mayoría de edad de sus ciudadanos. En este caso, la Universidad decide ir a lo otro de sí, a aquella institución que más la niega —el encierro y la oscuridad de la cárcel-, para arriesgar su conocimiento. Sin embargo, si atendemos que el surgimiento de la institución penitenciaria es contemporáneo no sólo al nacimiento de las universidades, sino también a la de los museos, las fábricas, el Derecho, en suma, al conjunto de instituciones modernas, el vínculo entre la universidad y la cárcel es intrínseco a la razón moderna y está contenido en sus
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propias contradicciones. El problema del límite es bien moderno, puesto que ya no es el destino el que regula cíclicamente las acciones y responsabilidades de los hombres, sino que es el sujeto que piensa y luego existe, quien tiene la potestad de una libertad infinita y debe por ello aprender a autolimitarse. De modo que dar clases en una cárcel es habitar lo más íntimo de las contradicciones de la razón moderna y su aparente universalidad, puesto que “las leyes sociales son hechas por personas a quienes no están destinadas, pero para aplicarse a quienes no las han hecho” (Foucault, 2016:40). En el año 2006 en Argentina, se sanciona la nueva Ley Nacional de Educación 26.202, cuyo Capítulo XII, está enteramente dedicado a la “Educación en Contextos de Privación de Libertad”. Dentro de la institución carcelaria, debe ser garantizado el derecho a la educación, lo que implica, entre otras cosas, el desarrollo de otra institución, la Universidad. En este ámbito autónomo universitario, es posible generar un cambio de una causa penal por una causa universitaria, donde el tiempo de condena para el cual la persona es culpable, es desplazado y significado por un tiempo de aprendizaje para el cual la persona es libre, inocente y responsable de su conocimiento. Objeto a-restado La privación de la libertad no es el primero, sino quizás el último de los derechos que forma parte de una cadena de vulneraciones que sufren desde su nacimiento la mayoría de las personas detenidas. Para algunos, la detención es la primera marca de subjetivación estatal, y la tienen a través de la policía. La edad en la cual reciben esta primera marca es prematura, la infancia o comienzos de la adolescencia. Es decir que el sujeto detenido, que ha perdido su facultad ambulatoria y está arrestado, es producto y efecto de una serie múltiple de operaciones sociales de exclusión. El sujeto arrestado es un resto, funciona como un menos o negatividad al interior del cuerpo social antes de ser prisionalizado, en
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tanto es al mismo tiempo un exceso, que justifica y legitima las sociedades de control. En Elogio del crimen, un ensayo poco conocido de Karl Marx, señala que el delincuente no sólo produce manuales de derecho penal, códigos penales y, por tanto, legisladores que se ocupan de los delitos y las penas; produce también arte, literatura, novelas e incluso tragedias, como lo demuestran, no sólo La culpa de Müllner o Los bandidos de Schiller, sino incluso el Edipo de Sófocles y el Ricardo III de Shakespeare. El carácter de resto o deshecho social con el cual queda identificada la persona detenida, en el caso del Complejo Penitenciario creado en 2007, coincide con el terreno sobre el que se asienta: se trata nada menos que del cordón sanitario, destino de la basura de la Ciudad de Buenos Aires entera y varios partidos del Conurbano. Sobre la montaña del CEAMSE, literalmente, se construyó esta cárcel “depósito de pobres”. Una cárcel es, entre otras cosas, una máquina de separar y aislar a las personas, ejercer una separación dentro del cuerpo social. Su lógica celular, que es la estructura de la vigilancia, comienza a operar e inscribirse directamente sobre el cuerpo cuando la persona es detenida. El vehículo con el que se realiza el traslado es justamente un camión celular, y lleva o “deposita” a la persona en la celda. Las celdas son células que separan para volver al individuo más calculable, vigilable, y quedar bajo control. La vida de la persona prisionalizada queda regida por un nuevo centro, en el centro está el puesto de Control, donde su vida será administrada y procesada en datos, números, celdas de Excel. A través de las operaciones de este proceso, las personas son deliberadamente llevadas a su cualidad numérica, son un número. La modalidad de organización de las cárceles responde a lo que Goffman (1984) denomina “instituciones totales o cerradas” cuyo fin es el control de los sujetos, el cual se logra mediante la deconstrucción de los signos identitarios de las personas a través de la homogeneización, la masificación, la clasificación y el despojo de todos los derechos, incluso el de la educación.
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Ante este dispositivo, la experiencia universitaria que tiene lugar en los talleres y las carreras viene a poner en cuestión las separaciones y operaciones de esta lógica celular. La cárcel como institución permite sostener la fantasía de que es posible un afuera de la sociedad. Sin embargo, uno de los prejuicios que podemos señalar es que en la cárcel el afuera no es tan afuera, ni el adentro es tan adentro. Hay lógicas de vigilancia que comparten el afuera y el adentro, por ejemplo, en las salidas de las villas hay garitas, y el ingreso de la Fuerza cuando hay conflictos al interior de los barrios de emergencia comparte las formas con las habituales requisas en los pabellones. Son prácticas que comparten con la prisión. La lengua tumbera en el barrio junto con una cultura que circula en las canciones, gestualidades, formas de vestirse, van creando también sujetos que incluyen en su expectativa e imaginación el devenir presos. El afuera que es el barrio está habitado también por muchos de los agentes del servicio penitenciario. Y es la propia sociedad civil la que practica el encierro, rejas en propiedades privadas y negocios. La sociedad entera contiene el elemento de lo penitenciario, del que la prisión no es más que una formulación (Foucault, 2016: 129). Esto implica comprender que el contexto de encierro está situado en un texto más amplio y compartido que es el territorio, a partir del cual es posible alcanzar un punto de vista que permita integrar los problemas: vulneración de derechos básicos, la población del territorio es la misma de la villa y de la cárcel, la penalización de delitos en la calle (y no los financieros, etc). La palabra libertad es, además del nombre del programa de radio que se realizó en el CUSAM, el lugar desde donde se funda un nuevo pacto. La Universidad opera como Otro y garante allí donde la palabra inaugura la posibilidad de alojar simbólicamente y operar una nueva forma de reconocimiento, la persona detenida deviene estudiante. Para ello es necesario que el pacto educativo sea distinto al pacto con el servicio penitenciario, que no se confunda el castigo con la educación, es decir la obligación de cumplir con el derecho a recibir. Desde la alfabetización
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hasta los talleres de poesía o narración oral, se ejercen múltiples acciones y dimensiones de la palabra. La alfabetización permite la introducción en el universo de la letra escrita y comenzar a inscribir las propias marcas. En general se trata de sujetos que hasta entonces escribieron con el cuerpo: golpes, sangre y varias balas en el cuerpo. Su silencio está sostenido por la creencia, cierta en la mayoría de los casos, de que “no lo digo porque sé que no me vas a entender”. El dar la palabra implica habilitar una escucha a un demasiado e implica aprender la lengua del otro. Por otra parte, es preciso señalar que no se trata de números o personas que no tienen identidades, por el contrario, los estudiantes que fundaron el CUSAM eran portadores de un enorme reconocimiento simbólico dentro del Penal. Uno sus mayores fantasmas y resistencias, justamente, era el temor a “agilarse” por los libros, “dejar de ser yo”. La facultad de la imaginación permite unir y combinar en nuevas relaciones representaciones que se hallan en el sujeto separadas: recuerdos, dolores, ilusiones y duelos. En su dinámica la imaginación habilita las condiciones para crear una nueva narración. Esta puede incluir no sólo experiencias que no tuvieron relato o palabras y siguen actuando en el sujeto a través de la repetición, sino también permite revisar aquellas anécdotas familiares y sociales que fijaron lugares o estereotipos en las cuales el sujeto quedó capturado. La revisión de las “novelas familiares”, que en muchos casos nunca funcionaron como tales, es decir que la primera institución social “familia” no llegó a constituirse, permite advertir qué ideales y ficciones fueron fundantes de la propia identidad, cuáles fueron los significantes y experiencias que marcaron a la persona para que adviniera un sujeto. Sujeto Grupal Los talleres artísticos, a diferencia de las materias de las carreras universitarias, suelen ser vistos como un espacio de esparcimiento y sin mucha relevancia. A diferencia de las materias de las carreras
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universitarias, los talleres preservan cierta informalidad, por ejemplo, no están organizados a partir de examinaciones individuales en el régimen de parciales y finales. Sin embargo, los talleres cumplen un importante papel a la hora de generar las condiciones e integrar a los nuevos estudiantes a la vida universitaria, los contenidos dictados por las materias, además de aportar herramientas para que los estudiantes creen nuevos sentidos. El sujeto de los talleres es siempre el grupo. Su constitución implica la introducción de una ética, dinámica y factores que compiten y deben a veces tanto apoyarse como desplazar algunas lógicas de funcionamiento grupales como los “ranchos” de los pabellones. Los talleres implican una serie de estrategias de subjetivación. Es el grupo el sujeto capaz de contener y acompañar las transformaciones que va teniendo lugar en cada estudiante. Los múltiples ejercicios habilitan formas de objetivación, es decir, la conciencia de los procesos a través de los cuales el sujeto se vuelve objeto de múltiples encierros (la cárcel, el consumo), y empieza a aparecer y despejarse un sujeto. Se libera el cuerpo capaz de entrar en contacto con el otro, la asunción y variación de la propia imagen, el juego habilita la conexión con los sentidos, el intercambio de identidades y semblantes, liberar la imaginación para crear imaginaciones comunes. A través de la incorporación de nuevas lenguas, la lengua universitaria y la lengua artística, se produce, paulatinamente, el pasaje de un estudiante ubicado en el lugar de objeto de estudio y control, a un sujeto de estudio capaz de leer en sí mismo los efectos de la exclusión. Al mismo tiempo que se crean nuevos sentidos, también comienzan a reconocerse ciertos rasgos propios y es posible poner en valor muchos atributos que estaban mal vistos o excluidos por el mismo sujeto. El reconocimiento y valor de una cultura tumbera, una cultura barrial, popular, marginal, con sus propios códigos y enormes potencialidades estéticas permite que el sujeto se adueñe y apropie de la misma como
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valor cultural. De modo que, al mismo tiempo que la imaginación permite movilizar y desprender cierta fijación a algunos semblantes (el ser chorro, por ejemplo), reconocer la pertenencia a una cultura tumbera-barrial-rockera-tanguera-cumbiera, logra también introducir nuevos semblantes y ampliar la oferta subjetiva. Así, luego de haber participado en una o dos clases de un taller artístico, un estudiante es capaz de considerarse y reconocerse como actor, escritor o periodista (algo que en otro contexto es impensado). La informalidad de los talleres, signo que comparten los saberes artísticos a pesar de su institucionalización, permiten una gran capacidad y aptitud a la hora de habitar la contingencia del contexto de encierro. Las condiciones en contexto de encierro cambian constantemente, hay traslados, “pibes que no bajan” (no les permiten la salida del pabellón), un interminable etcétera. Lewkowikz (2004) distingue dos modos de relacionarse con la catástrofe: el trabajo sobre lo que queda o el trabajo sobre lo que hay. Lo que queda siempre es menos de lo que había e implica una actitud nostálgica y de pérdida. En cambio, considerar lo que hay posibilita realizar un inventario de recursos sobre los que sí es posible crear. Una de las estrategias de los talleres es desplazar al estudiante del lugar de consumidor hacia a la producción. Es decir dar los medios de producción e introducirlos en todo el proceso de producción: no sólo enseñar a escribir un poema, sino a enseñar a encuadernar y editar el libro donde publicarlo. En el contexto de los talleres la libertad está adentro. Los talleres logran generar espacios de libertad. Quienes salen ya son libres, porque se reconocen y son reconocidos como tales. Sujeto Colectivo: nuevas instituciones Podemos ubicar un tercer momento, en el cual los estudiantes que participan de los grupos de talleres y la cursada, manejan la lengua universitaria tanto como sus límites y alcances institucionales, se vuelven conscientes de que la transformación que se realizó por y a través de
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ellos, fue posible a partir de su participación en un proyecto común, educativo y cultural. El estudiante se reconoce a sí mismo en un relato colectivo, los valores que comparte con una comunidad y es capaz de proyectarse. Es decir, salir del estado de emergencia constante, para comenzar a reconocer a otros, dentro del centro universitrario, como fuera del mismo cuando recupera la libertad. Se vuelve un actor social y agente cultural clave en tanto funda su propia institución —biblioteca popular, centro cultural o deportivo, merendero, espacio de arte— en el barrio. Es instituyente. Crea una forma de reconocimiento a través de la emergencia de un colectivo. Ve en las cosas recursos, porque él ya es un recurso. Crea narraciones comunitarias, inventa mitos. Realiza paulatinamente el pasaje del productor al gestor, capaz de interpretar y desarrollar políticas culturales, maneja herramientas de comunicación, organiza talleres artísticos, eventos culturales, consigue subsidios, articula con programas estatales y privados. La Universidad se vuelve entonces interlocutor de su propio proyecto y participa junto al resto de los actores del barrio. Es el caso de la Biblioteca Popular La Cárcova, fundada por Waldemar Cubilla en una casilla que servía de galpón para un caballo al costado de la cancha de fútbol. Actualmente se dictan talleres artísticos autogestivos, alfabetización, funcionan programas de educación del Ministerio, participa en el programa Puntos de Cultura, y es un polo cultural y educativo en el barrio. A modo de cierre, podemos pensar en un cuarto momento, cuando el colectivo se articula en un movimiento social, que vincula a todos los actores en objetivos comunes, y es capaz de mover el territorio. Esto implica transformar la zona de Reconquista, los barrios de emergencia al costado del río que lleva ese nombre -actualmente significado como tierra de muerte y basura-, por un territorio educativo y vital. La división social es tal que cuando los extremos sociales se tocan la distancia es tan grande que el encuentro sólo puede ser violento. El desafío es cómo transformar
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la sociedad para que la libertad que sienten, imaginan y piensan los estudiantes privados de libertad pueda realizarse. El contexto de encierro, tanto a los estudiantes como a quienes participan en el cuerpo docente, nos modifica para siempre la experiencia del afuera. Siguiendo la lógica inmanente que proponen los versos de Diego Tejerina, que dinamitan internamente la lógica penitenciaria, sacar la cárcel para afuera es llevar los muros tan lejos que logremos como sociedad perderlos de vista. Bibliografía FOUCAULT, Michel (2016) La sociedad punitiva. Buenos Aires: FCE. GOFFMAN, Erving (1972) Internados. Ensayos sobre la situación social de los enfermos mentales. Buenos Aires: Amorrortu. LEWKOWICZ, Ignacio (2004) Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez. Buenos Aires: Paidós.
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El enigma de las subjetividades Beatriz Bixio39
Luego de algunos años de trabajar en cárceles en el campo de la docencia universitaria, la extensión y la gestión, debo reconocer que, como sucede en todos los ámbitos, pero más aún en este contexto extremo, este otro con el que interactuamos no es uno sino otros, heterogéneos. Se trata de sujetos unidos por una condición, son “presos”, son “delincuentes”, están privados de libertad, y con ello, de los derechos más elementales40. La psicología, la sociología, la criminología, los trabajadores sociales, los técnicos, los científicos, los educadores, los medios de comunicación, nos dicen lo que son. El saber académico, el saber común, las instituciones, han nombrado y explicado a estas individualidades y han intentado intervenir en ellos creando planes y proyectos que parten de diagnósticos que se expresan en objetivos y estrategias para su consecución. Están sometidos constantemente a mecanismos de evaluación —diseñados por instancias también académicas— que suponen que pueden ser evaluables según parámetros de sociabilidad, peligrosidad o reinserción. Es lo que Larrosa (2000), desde una pedagogía profana, llamaría “la arrogancia del saber”, que se apropia de cualquier otro y lo habilita Docente titular por concurso en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba e Investigadora Independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Se desempeña actualmente como Directora del Programa Universidad en la Cárcel de la FFyH, que dicta cinco carreras de grado y talleres de extensión a la población alojada en penales de la provincia de Córdoba.
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Unidos también por una semejante biografía social, tan semejante que asusta comprobar cuánta responsabilidad social hay en ésa, su condición de “presos”, y cuán posible hubiera sido cambiar cada una de estas historias. 40
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como objeto de conocimiento. Sin embargo, la experiencia personal me dicta la convicción de que se trata de sujetos particulares, estudiantes, jóvenes y adultos, que lleva cada uno su nombre y su biografía. Seres “extraños” de los cuales sabemos muy poco; sus deseos, sus miedos, sus modos de vivir la prisión, su desamparo y violencia, su abandono, son grandes incógnitas. Esta extrañeza se resignifica ni bien comenzamos una comprensión mediante el diálogo abierto. Desde este lugar de enunciación que reconoce la radicalidad de la experiencia de ese otro y su irreductibilidad para quien pretenda aprehenderla; desde un lugar de enunciación que podría denominarse de la pedagogía del respeto, que no busca decir la palabra de nadie sino escuchar, recoger esa otra palabra, oral o escrita, y reelaborarla, me voy a referir en esta oportunidad a algunos indicios que podrían reconocerse como “tácticas”, “modos de hacer”, “artes de hacer con la dominación” (De Certeau, 1996) de la vida en prisión, aunque la experiencia del otro no está a nuestro alcance sino a partir de nuestra propia experiencia, filtrada por el saber académico. Es por ello que no puedo hablar de “ellos”, de sus modos de estar o de vivir la prisión. Más bien opto por hablar de un “nosotros”, de nuestros modos de entender o significar aquello que sucede en las clases y las producciones subjetivas que se activan en las aulas universitarias del Programa Universitario en la Cárcel de la Facultad de Filosofía y Humanidades (UNC). La política del respeto también obliga a este excurso. La noción de dominación implica un núcleo duro que reconoce relaciones de poder en el campo que fuere (cultural, social, económico, legal, religioso, etc.), que requieren del control y la mirada vigilante para mantener y naturalizar esas relaciones. La resistencia, por su parte, conlleva un núcleo duro teórico que puede enunciarse como oposición a un, a algún poder. El énfasis en esta última categoría ha permitido revalorizar la importancia de la agencia humana de los actores sociales y su capacidad para producir cambios en las relaciones opresivas. Desde
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una perspectiva foucaultiana, creo que es válido hablar, en este caso, tanto de relaciones de poder como de dominación, pues entendemos que en la prisión hay un “estado de dominación” en el cual “las relaciones de poder devienen inmóviles, rígidas, e impiden toda reversibilidad del movimiento” y, en consecuencia, las prácticas de libertad existen unilateralmente y están extremadamente marcadas y limitadas (Foucault, 2012:259). O son muy sutiles, y resulta más difícil identificarlas. Creo que la participación en las aulas de la universidad de un penal representa, para estos estudiantes en prisión, la posibilidad de activar múltiples prácticas, que podríamos identificar como tácticas de resistencia (De Certeau, 1996), cuyos efectos no alcanzamos aún a dimensionar en su justa medida y cuyo reconocimiento y estudio exigiría otro análisis que pudiera dar cuenta de su complejidad. Optar por estudiar una carrera universitaria del campo de las humanidades se postula como condición de posibilidad para revertir una suerte de mandato sociohistórico, explicitado por los organismos públicos, el Servicio Penitenciario, el saber común producido por los medios de comunicación, etc., según el cual la población que habita los penales de nuestro país (o al menos, de la provincia de Córdoba) queda anclada educativamente en la formación en oficios (carpintería, albañilería, herrería, cestería, etc.), y aunque las cárceles de Córdoba (todas) cuentan con educación primaria y secundaria que asiste a toda la población que así lo desee, la más relevante oferta educativa busca la preparación de los internos para la vida del trabajo en oficios. Las carreras universitarias del campo de las humanidades resultan, en este sentido, innecesarias, ya sea porque no se confía en las posibilidades educativas de esta población, o porque no se desea su acceso al campo de las profesiones, o porque un estudiante universitario en la cárcel crearía un desequilibrio en relación a sus custodios, etc. Sea por las razones que fueran, el mensaje es claro: la educación que mejor conviene a este sector es la que los prepara en algún oficio. Nuestros estudiantes, en una práctica abiertamente polémica con esta construcción de sujetos, subvierten este mensaje y con ello, su posición en la producción
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de subjetividades propia del espacio carcelario, dando las condiciones de posibilidad para nuevas prácticas de libertad. El número de estudiantes que asiste a nuestras aulas, su interés por el estudio, su relación con el conocimiento, dan cuenta de esta práctica resistente que se posiciona también como una práctica de producción subjetiva. Estas elecciones —aun reconociendo que se realizan en un campo de ofertas educativas que es recortado— , no se producen sin fuertes contradicciones y temores, que explican las continuas apelaciones al otro para su confirmación. Así, en una cartilla del Programa Universitario en la Cárcel destinada a futuros ingresantes, los estudiantes invitan a otros a optar por la universidad y a sortear estos temores: “a vos que querés estudiar, anímate. Sí, se puede y sirve para crecer como persona/ si estás en esa encrucijada de qué hacer, te digo: estudiá, capacitate… (Cartilla, 2016: 28) /nunca imaginé que iba a estudiar en la universidad…”. Posiblemente no alcancemos a dimensionar, desde nuestra experiencia, la subversión de la que da cuenta el acto de estudiar humanidades en un penal, que puede entenderse como la posibilidad de producir un saber en torno a la propia condición del encierro, pero también como acto de oposición a un mandato de la institución carcelaria que, como en todas las relaciones de poder, tensa sus prácticas y se opone a esa posibilidad de diferente manera: creando obstáculos, no permitiendo que los estudiantes asistan al aula, desestimando su condición de estudiantes, recordándoles su condición de presos y, con ello, su lugar de privación de derechos. En el caso que analizamos, las prácticas mencionadas pueden ser consideradas verdaderas prácticas de sí (Foucault, 2002 y 2012), en cuanto cuestionan y rechazan los códigos heredados y reinantes en la institución carcelaria y en la sociedad total. No se trata necesariamente de la resistencia a una racionalidad capitalista; son pequeñas modificaciones en torno a prácticas culturalmente establecidas que tienen el potencial de generar nuevas prácticas y, por ende, nuevas formas de subjetivación.
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Todo aquel que haya asistido a un aula universitaria en un penal ha escuchado, de parte de los estudiantes, el reconocimiento de que se trata de un acto de “libertad”. Uno de ellos expresa que en el aula, en contacto con el conocimiento y con otros estudiantes, “estoy en libertad. Es impresionante y asombrosa esa sensación, es muy reconfortante tener la mente libre y sentir que por un momento estás en lugares distintos” (Cartilla, 2016: 18); “si hubiera sabido que esto era posible entonces mi vida sería diferente” (Hunziker, 2016:36). Decimos que incluso la relación con el conocimiento podría ser interpretada también como una práctica de libertad. La cultura académica no es vista por nuestros estudiantes, en el contexto de las aulas universitarias en la cárcel, como reproductiva, cosa que sí sucede con frecuencia en las aulas universitarias del afuera. Por el contrario, ella goza de prestigio y reconocimiento, no en sí misma o por el simple valor simbólico de lo legítimo y prestigioso, sino por el reconocimiento de su función develadora, en tanto todo saber termina siendo iluminador de la situación del sí mismo: cómo llegué aquí, qué hago aquí, quién soy. Un estudiante expresa, por ejemplo: “encontrarse con uno mismo es la tarea magnífica que tiene la Facultad de Filosofía y Humanidades” (Cartilla, 2016:15). La resistencia de la que hablamos es creativa en tanto se funda en un aprovechamiento del saber académico —de cualquier orden que sea— para develar sectores de la realidad presente, sus redes de funcionamiento y, finalmente, desnaturalizarlas. Entender para resistir, para denunciar, para recomponerse en este reconocimiento de las reglas del juego de la dominación en niveles macro y micro. Es realmente deslumbrante observar hasta qué punto los estudiantes están atentos e interesados por el reconocimiento, en perspectiva histórica o en el presente, por todo aquello que permita explicar las relaciones sociales asimétricas; cómo lo vuelven comentario, palabra, denuncia; cómo vuelve eso hacia ellos mismos y los explica. Sólo por dar un ejemplo, recuerdo la fascinación
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cuando, en una mesa de discusión sobre la historia de la universidad, los estudiantes aprendieron la diferencia entre “enemigo” y “adversario”. El entendimiento puesto al servicio del yo y, con ello, al servicio de la denuncia de los desvalores, de la afrenta a los derechos. Un estudiante expresa: “He descubierto cosas que parecían estar ocultas, tal vez custodiadas por secretos en el lugar donde había un derecho… lo verdaderamente humano es luchar por un derecho, y hacerlo un lugar común, y para ello hay que develar secretos” (Cartilla, 2016: 13-14). De allí la importancia que nuestros estudiantes asignan al conocimiento académico para construir una nueva subjetividad, una subjetividad crítica y resistente, que pueda producir algunas fracturas en las prácticas establecidas culturalmente de lo que podría llamarse una “cultura de la prisión”. Se trata de la subjetivación bajo la forma de la moral orientada a la ética (y no al código), en la que el sujeto puede reconocer la arbitrariedad o los límites de los códigos, los puede traspasar para convertirse él mismo en un sujeto moral, crear sus propias conductas y, mediante este mecanismo, crearse a sí mismo: “Si hay algo muy valioso que el hombre tiene es el conocimiento. Esto es propiedad del hombre (la ignorancia es la columna más firme del despotismo), esa es la idea de saber quién soy, quién quiero ser y qué quiero para mi vida” (Cartilla, 2016: 16). Pero creo que esta relación particular con el conocimiento aparece con mayor fuerza en los talleres y cursos de extensión, destinados a la totalidad de los habitantes de los penales, no necesariamente estudiantes universitarios. Y creo que esto se debe, entre otras razones, a su formato más libre y flexible, a la producción de conocimiento y palabra, y a que en estas instancias se invierte, en cierto modo, la relación pedagógica y las lecturas e interpretaciones se multiplican, dando lugar al surgimiento de otros modos de entender los textos y de construir sentidos. Los talleres se destacan por una relación con el conocimiento propuesto que no es ni
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servil ni reproductora, sino, por el contrario, profundamente creativa, y en la que todo saber puede habilitar la autobiografía, la narración del yo o la pregunta sobre las condiciones de encierro. Cualquier espacio de extensión podría ejemplificar esta práctica, pero ella se activa especialmente en talleres literarios y de filosofía, en los que la lectura de un texto o la formulación de una pregunta filosófica relevante moviliza sensibilidades y produce subjetividad. “Aparece un «nosotros». Eso es lo que explica la desaparición de la extrañeza” (Hunziker, 2016:35). Se trata de la capacidad de evocación de la palabra poética, de la metáfora de un diálogo platónico, de un pensamiento de Nietzsche, que activa apropiaciones voraces y creaciones personales. Escuchemos la palabra de la docente, Paula Hunziker, sobre la apropiación que hicieron los participantes del taller de Filosofía el mito de la caverna, de Platón: “En primer lugar, trabajamos con el mito de la caverna de Platón tal como es desarrollado en La república. El poder de evocación de este texto para la vida de cada cual y para la de los internos en el penal nos dejó perplejos…. al representarnos los colectivos de los traslados como cavernas (sentados y encadenados, sin ventanas a la altura de los ojos, escuchando los ruidos sin saber el rostro o la figura real de sus objetos), o dentro del penal imaginando las cavernas del exterior, las luces del adentro y del afuera” (Hunziker et al, 2016: 7). O las relaciones entre Platón, Descartes y Goffman que un estudiante sintetiza: “En cuanto a mí, me pienso, soy. Cierro los ojos, sin ver nada aun, estoy. Si de los otros, los que quiero y los que no, sin que estén aquí, en mi mente, son. Si las máscaras en su conjunto soy, si sólo soy por los otros lo que soy, ¿por qué lloro en la oscuridad de mi cuarto cuando nadie me percibe, cuando no soy?, ¿cómo percibo el peso del intangible dolor, que me presiona mi pecho sin tener volumen, afligiendo mi yo por la ausencia de las máscaras de otro que se extinguió? Cómo me puse estas
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máscaras o terminé en las cavernas (o prisión) para todo esto tampoco hay elección. Cavernas, fuego, primero, pienso, luego soy, caretas, máscaras, como sea te hacen como sos…” (Hunziker et al. 2016:13). O los modos de conceptualizar la identidad, en palabras de la docente: “La última clase, entre el pan casero que nos habían regalado y las últimas conversaciones sobre la identidad personal, Pedro sacó una carpeta con sus dibujos. Al principio no entendimos, pues a simple vista se trataba de dibujos de pavas y más pavas. Pero las pavas son uno de los pocos objetos que cada uno de los internos atesora en el penal. Cada uno tiene la suya: “Para nosotros la pava es como la identidad, no hay una igual a otra”, nos dijo Pedro” (Hunziker et al., 2016:9). Estas prácticas son también una suerte de puesta en acción política de los principios de Henry Giroux (1996) sobre la educación, aún sin que éste sea un autor que circule por nuestra aula universitaria en el penal, para quien las prácticas de resistencia son aquellas conductas de oposición a la institución escolar que nacen de un interés emancipatorio y tienen por objetivo desarticular formas de dominación implícitas. Sabemos, toda escritura es, de alguna manera, una escritura de sí. Nos estamos refiriendo a las prácticas de sí de M. Foucault, en las que el sujeto deviene tanto sujeto como objeto, prácticas (en nuestro caso, el conocimiento, la reflexión, el discurso con otros, de otros, por otros) que producen un sujeto, que crean nuevas formas de subjetivación, procesos de autoconstitución que se realizan como creación en contexto. Se trata de un ejercicio de sí sobre sí por el cual uno intenta elaborarse, transformarse y acceder a un determinado modo de ser. Foucault nos enseñó cómo se constituyó históricamente el sujeto delincuente a partir de un determinado número de prácticas que eran juegos de verdad, prácticas de poder. Las prácticas de sí muestran la otra cara, esto es, cómo se constituye el sujeto a sí mismo de modo activo. Para la constitución del sí mismo se requiere de otro: de la palabra y la escucha atenta. En los procedimientos de subjetivación a los que nos referimos, el sujeto
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se apropia de un discurso (el académico) y con él construye su verdad, que no es sino un principio que lo constituye.
Estos modos de lectura e interpretación de textos, estas elecciones, estas escrituras, posiblemente pueden entenderse como prácticas de libertad que, aunque no garantizan procesos de liberación, fracturan en algo la función reproductora de las instituciones del estado (la cárcel, la universidad) y ponen en escena su propia contradicción. La liberación no es nunca el acceso a la “libertad”, porque si bien las prácticas de libertad abren un campo a nuevas relaciones de poder, éstas se tratarán de controlar mediante nuevas prácticas, ahora de los ámbitos de la institución carcelaria. En síntesis: en prisión, la universidad deja de ser una institución reproductora para convertirse en emancipadora. No emancipadora en relación al sistema capitalista o al poder político o económico global, no emancipadora en relación a una ideología dominante, sino emancipadora del sí. Ello es posible porque se parte de una idea de la educación como diálogo, respeto, conocimiento desplegado, asistencia de estudiantes del afuera, estructuras de cátedra completas. Porque la universidad en prisión no puede ser una fábrica de títulos, porque buscamos el desarrollo del pensamiento y generar las condiciones de posibilidad para que el sujeto político tenga lugar, porque la experiencia educativa se desarrolla al margen de cualquier sistema de castigo o de premios, y, fundamentalmente, al margen de la presencia de cualquier miembro del Servicio Penitenciario. Bibliografía DE CERTEAU, Michel (1996) La invención de lo cotidiano I. Artes de hacer. México: Universidad Iberoamericana. FOUCAULT, Michel (2000) “La ética como cuidado de sí como práctica de la libertad (diálogo con H. Becker, R. Fornet Bentacourt, A. Gomez
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Müller, 20 de enero de 1984)”, en Revista Nombres, Nº 15, Córdoba: UNC, pp. 257-80. Traducción de Diego Fonti. ————————— (2002) La hermenéutica del sujeto. México: FCE. GIROUX, Henry (1992) Teoría y resistencia en educación. Buenos Aires: Siglo XXI. HUNZIKER, Paula et al. (Eds.) (2016) Filosofía y Prisión. Córdoba: Facultad de Filosofía y Humanidades, UNC. LARROSA, Jorge (2000) Pedagogía Profana. Estudios sobre lenguaje, subjetividad y formación. Venezuela: Universidad Central. VIGNALE, Silvana (2012) “Cuidado de sí y cuidado del otro. Aportes desde Michel Foucault para pensar relaciones entre subjetividad y educación”, en Contrastes. Revista Internacional de Filosofía, Vol. XVII, Málaga, pp. 307-24. Documentos utilizados Programa Universitario en la cárcel (2016) Cartilla de Presentación. Córdoba: Facultad de Filosofía y Humanidades, UNC.
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Presencias que resisten la orfandad Paula Contino41, Mariela Daneri42
Formar parte de este libro es un orgullo colectivo que se teje sobre múltiples hilos que dan cuerpo a esta trama enraizada de sentidos y acciones. Estas líneas, seguramente insuficientes, pretenden dar cuenta de cómo hilvanamos nuestro deseo en esta historia de que ya tiene largo tiempo recorrido y múltiples huellas arraigadas. En el año 2015, quienes llevamos adelante la Secretaría de Extensión y Vinculación de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario, decidimos ampliar nuestro trabajo con diferentes actores de la comunidad e incorporar una nueva tarea que, sin dudas, nos apartaba de algunos dogmas confortables que suele ofrecer la academia más anquilosada o de ciertas ideas cristalizadas para “llegar” (en realidad no nos interesa llegar o extender, sino encontrar o Comunicadora Social. Docente de la Facultad de Ciencia Política y RR. II. (UNR), en las asignaturas Extensión, Ciudadanía y Voluntariado, Residencia Integral y Pensamiento Sociopolítico II. Secretaria de Extensión y Vinculación de la Facultad de Ciencia Política y RR. II. de la Universidad Nacional de Rosario. Integrante del Comité Académico de Implementación del Profesorado en Comunicación Educativa. Docente de la Especialización en Gestión de la Innovación y la Vinculación Tecnológica (GTEC). 41
Comunicadora Social. Docente de la Facultad de Ciencia Política y RR. II. (UNR), en las asignaturas Institución y Sociedad, Cultura y Subjetividad y Residencia Integral. SubSecretaria de Extensión y Vinculación de la Facultad de Ciencia Política y RR. II. de la Universidad Nacional de Rosario. Integrante del Comité Académico de Implementación del Profesorado en Comunicación Educativa. Docente de la Especialización en Gestión de la Innovación y la Vinculación Tecnológica (GTEC).
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encontrarnos) por primera vez, o casi por primera vez, con las personas privadas de su libertad en las cárceles del sur provincial. Con pocas certezas, pero sabiendo que queríamos tomar distancia de las tradiciones escolarizantes o normalizadoras del proceso educativo tradicional, imaginamos establecer nuevos lazos con ese territorio que una de las singularidades que lo distingue es el encierro. Como si fuese una paradoja, pero no, en realidad no lo es, nos ubicamos, necesariamente, en una noción más permeable del conocimiento; en un aula en constante movimiento, agujereada, capaz de comprender las inscripciones y devenires del lugar, y que nos permitiese también, el asombro desde la mirada del extranjero, es decir, una mirada que se dejara habitar por lo que allí acontecía. Para lograr este propósito era esencial el modo de hacerlo y, por lo tanto, la pregunta consecuente era cómo hacerlo… ambas eran premisas que nos resultaban tan importantes como la materialización misma de la idea. No sin dificultades, nos alejamos de aquello que aparecía ante nuestros ojos como lo “correcto” o lo “aceptable” frente al desafío que afrontábamos. Fue así que salimos en busca de las personas que pudiesen dar cuerpo a este nuevo reto para nuestra casa de estudios. Y aquí es necesario detenernos unos instantes para ser honestos con el lector, porque en principio esa búsqueda ya adelantaba un nombre, María Chiponi y; luego, su compañero de trabajo y amigo, Mauricio Manchado; quienes venían trabajando en las cárceles desde hacía muchos años. En ese quantum, tenemos que agregar, que hubo otro tiempo elegido; fue cuando nuestra Secretaría decidió por primera vez implementar junto al Estado Nacional el Programa Jóvenes con Más y Mejor Trabajo en las unidades penitenciarias de la ciudad de Rosario. Quizás ahí se ubique el principio de uno de los tantos hilos que teje esta red nacida de la diversidad de procedencias, del mestizaje, pero siempre amarrada en el horizonte colectivo.
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Encontramos el modo que estábamos buscando en el trabajo que realizan cotidianamente María y Mauricio… cualquiera podrá preguntarse, ¿qué era lo que lo distinguía? Sin dudas, un compromiso honesto y sin prescripciones; sin consignas cerradas, donde “el otro” perdía su condición de ajenidad, y era “su” voz la que era escuchada —y no dada— desde otros ecos o ciertas verdades. Descubrimos en esa tarea una forma amorosa y reveladora de entender los derechos humanos. En esos lazos que habían construido lentamente subyacía una postura ética, sin estridencias y sin estereotipos que sostenía sus prácticas socioculturales, sus talleres. Comprendimos que junto a ellos era posible habitar una “morada común”, que es justamente uno los sentidos etimológicos que da espesura a la palabra ética. Nuestra idea había encontrado a las personas necesarias porque nos elegimos; y nos acoplamos a ese telar cosido a mano y en forma coral que tenía y tiene la cualidad de la artesanía. Palabras habitadas Con esta decisión materializábamos desde un nuevo lugar y con otras acciones, aquello que sostuvo en sus conclusiones la “Conferencia Regional de la Educación Superior” celebrada en Cartagena de Indias, en Colombia en el año 2008, organizada por el Instituto Internacional de la UNESCO, donde se definió a la educación superior como un bien público y social y un derecho de todos.43 Desde esta mirada política y humana, el conocimiento logra contorsionarse y perder su condición monolítica y puede transformarse en argamasa del encuentro de la diversidad cultural. Esta declaración, junto La Conferencia Regional de Educación Superior (CRES 2008) fue celebrada en Cartagena de Indias, Colombia, durante 4 al 6 de junio de 2008. El evento fue organizado por el Instituto Internacional de la UNESCO para la Educación Superior en América Latina y el Caribe (IESALC) y por el Ministerio de Educación Nacional de Colombia. 43
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a otras de similares características, como por ejemplo la formulada por las universidades públicas en el bicentenario de la patria, y todo aquello que las instituciones educativas preparan camino al centenario de la Reforma de Córdoba44, inspiran nuevos modos para el activismo científico que elucida su sentido e incorpora la sensibilidad a los devenires inteligibles que emergen del compromiso de la universidad con el pueblo que nos da (o debiera darnos) sentido. Esta “re-alfabetización” de la tarea académica, mientras multiplica los lugares del conocimiento, se convierte en territorio de resistencia para los procesos contemporáneos que imprimen un bestiario oscuro para los derechos humanos en su concepción más amplia. Especialmente para los hombres y mujeres que son desafiliados de múltiples maneras de su entorno y, son responsabilizados arbitrariamente por su situación. En este escenario, las personas privadas de su libertad recrudecen su condición de precariedad y sufren con mayor descarno esta situación regresiva. No hay ingenuidad para el tratamiento “selectivo” del delito, ni para los sentidos que se construyen socialmente en torno a la problemática. El jurista argentino Eugenio Zaffaroni explica que “se seleccionan cuidadosamente los delitos más cargados de perversidad o violencia gratuita; los otros se minimizan o se presentan de modo diferente porque no sirven para armar el ellos de enemigos. (En términos generales) el mensaje es que el adolescente de un barrio precario que fuma marihuana o toma cerveza en una esquina mañana hará lo mismo que el parecido que mató a una anciana a la salida de un banco y, por ende, hay que separar de la sociedad a todos ellos y si es posible eliminarlos. Como para concluir que ellos deben ser criminalizados o eliminados, el chivo expiatorio debe infundir mucho miedo y ser creíble que Estudiantes universitarios de Córdoba protestaron contra lo que consideraban prácticas autoritarias y dogmáticas de quienes dirigían la universidad. En esta secuencia los alumnos comprenderán las causas que originaron la protesta estudiantil que concluyó con la sanción de la llamada Reforma Universitaria de 1918. Disponible en www.educ.ar/recursos/14743/la-reforma-universitaria-de-1918
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sea el único causante de todas nuestras zozobras, por eso para la televisión el único peligro que asecha nuestras vidas y nuestra tranquilidad son los adolescentes del barrio marginal, ellos. Para eso se construye un concepto de seguridad que se limita a la violencia del robo” (Zaffaroni, 2011:13). Esta operación de selección ha encontrado diferentes convalidaciones metodológicas y morales a lo largo de la historia. Para seleccionar y distinguir hay que elaborar criterios que nos permitan el ejercicio efectivo de la jerarquización, es decir, elegir y “demostrar” quienes conforman el grupo más apto, más fuerte, más idóneo, o quizás, más civilizado. Sin dudas, esta lista “meritocrática” podría extenderse hacia otras adjetivaciones, pero lo más interesante es que cada uno de estos significantes nos lleva hacia una escalera piramidal que fundamenta el criterio de la “superioridad”; ya sea física, psíquica, moral o intelectual de unos sobre otros. De este modo se han ido construyendo categorías que habilitan supremacías naturalizadas a través de diferentes mecanismos de dominación. Incluso hemos llegado al delirio de dividir nuestra propia especie en diferentes razas, siendo que sólo existe una, la raza humana. En el prólogo del libro La Pachamama y el humano, también escrito por Zaffaroni, Osvaldo Bayer recupera una frase del mencionado autor que nos ayuda a vislumbrar cómo ha jugado en esta maquinación el pensamiento racional más ortodoxo: “La razón como exclusividad fue sinónimo de capacidad de dominio, cuando no del deber de dominar como obra humana” (Bayer, 2012:16). También apelamos a otro concepto con doble fisonomía que nos da la posibilidad de pensar y reflexionar sobre estos procesos que se van sedimentando en los imaginarios sociales de diferentes maneras: Dos significados han sido adjudicados al concepto de racialización. El primero identifica este concepto con una suerte de desproporción entre grupos raciales en el acceso a bienes, recursos, servicios, el derecho a un tratamiento igual, o el lugar que se ocupa en orden arbitrario de jerarquías. Racialización acá se equipara con el desequilibrio entre grupos raciales y
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se puede resumir como: “racialización de la pobreza” (miembros de un grupo racial se encuentran sobrerepresentados en el sector más pobre de una determinada sociedad); “racialización del crimen” (miembros de un grupo racial que ocupan un papel preponderante en la perpetración de actos criminales); o racialización de la injusticia (hace referencia a que en términos comparativos ciertos grupos raciales tienen mayor probabilidad de ocupar la posición de victimas en el sistema judicial) (Campos García, 2012:s/p). El lazo mediador del encuentro En este devenir narrativo y argumentativo, cobra mayor sentido aquellos lazos que la universidad pueda establecer con las personas privadas de su libertad, en términos de acceso o de posibilidad a los bienes públicos, ya que podemos trazar otros recorridos diferentes a los hegemónicos, y (re)pensar la seguridad desde otras dimensiones. La seguridad humana como concepto abarcativo, profundo y complejo de nuestra condición, y de este modo establecer otras relaciones que nos alejen del efecto hipodérmico entre seguridad y reacción punitiva-represiva. En este contexto, la educación concebida como un derecho humano alcanza mayor profundidad al transformarse en presencia que trabaja a favor de otras realidades deseables, capaz de evitar la reincidencia del delito como destino (casi) único; y se aleja de las formas posibles de la orfandad, recuperando para sí, el sentido de la artesanía que aludíamos al principio de estas líneas. Ahora bien, ¿cómo encontramos esos modos que nos faciliten la artesanía de la tarea en el reconocimiento de los otros, sabiendo también que todos somos otredades? Frente a esta pregunta, resulta interesante apelar a la diferencia entre el “intermediario” y el “mediador” que realiza Jesús Martín Barbero para caracterizar la tarea del comunicador, que, en este caso, resulta oportuno
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ampliarlo hacia otros ámbitos del conocimiento que pretenden incidir de diferentes modos en el cuerpo social: “(…) Mientras el intermediario se afirma a si mismo como el que sabe y por lo tanto reduce al resto de la gente a ser beneficiarios de su saber (sea el campo de la cultura, del arte o de la información política), el mediador se cualifica trabajando con los saberes y sentires de la gente del común. De manera que la figura —y el cuerpo— del mediador introducen una “política del lenguaje que sitúa el proceso de la comunicación del otro lado, del lado de las políticas de reconocimiento que a fines del siglo pasado constituyeron uno de los grandes debates filosóficos/políticos de ese siglo” (Barbero en Massoni, 2016:13). Con la conciencia mordida y con incomodidad de la piedra en el zapato —como diría la educadora Graciela Frigerio— que interrumpe lo dado en forma “natural”; la Secretaría de Extensión y Vinculación decidió crear en el año 2016 el Área de Articulación Educativa en Contexto de Encierro y desde allí gestó colectivamente el “Programa de Educación en Cárceles” sobre dos ideas fundantes: Posibilitar el acceso y ejercicio, a hombres y mujeres privados de su libertad, a distintas trayectorias educativas enmarcadas en la Universidad Pública a los fines de contribuir al ejercicio, ampliación y restitución de los Derechos Sociales y Humanos. Interpelar el sentido y rol de la Universidad a los fines de problematizar los modos de intervención y producción de conocimiento, contribuyendo así a potenciar una perspectiva integral que articule docencia, investigación y extensión. Estas ideas encuentran resonancia en diferentes voces de la comunidad universitaria que sostienen que la calidad de las Instituciones de la Educación Superior (IES) no puede quedar relegada a criterios y
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estándares técnicos, ignorando las necesidades concretas, los deseos y la voluntad de los ciudadanos en los contextos que le son propios. Esta mirada tiene diferentes implicancias, ya que supone que las políticas no son sino carnadura que, de algún modo, aseguran presencias, convirtiéndose en el espacio de lo que acontece y se inscriben en el campo de lo “real”. En sinérgica relación con lo planteado y, tal como lo mencionamos, la educación superior considerada como bien público, derecho humano y deber del Estado su garantía y promoción; podemos pensar en ciertas coordenadas que exhorten el sentido de la universidad y su reciprocidad con la sociedad que le confiere sentido. De este modo el conocimiento en sus múltiples expresiones puede dialogar con la cotidianeidad, renunciando a la omnipotencia, pero al mismo tiempo, a la impotencia. Alejándose de la retórica gastada para habitar así, otros territorios desde la noción de extranjería que nos desaloja de las certezas para dejarnos afectar por otros mundos y nos interroga sobre nuestra condición humana individual y colectiva. Bibliografía CAMPOS GARCÍA, Alejando (2012) “Racialización, racialismo y racismo: un discernimiento necesario”, en Revista Universidad de La Habana, Nº 273, pp. 184-99. Disponible en: www.academia.edu/6283861/Racializaci%C3%B3n_ Racialismo_y_Racismo._Un_discernimiento_necesario MASSONI, Sandra (2016) Avatares del comunicador complejo y fuido. Del perfil del comunicador social y otros devenires. Quito: CIESPAL. ZAFFARONI, Eugenio Raúl (2011) La cuestión Criminal. Buenos Aires: Diario Página 12. ———————————— (2012) La Pachamama y el humano. Ediciones de Madres de Plaza de Mayo/Ediciones Colihue.
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Cárcel, talleres culturales y después: la potencia de los sueños colectivos Javier Ruiz Díaz45
1. La cárcel A medida que pasa el tiempo uno va cambiando su idea sobre la cárcel. Hoy la veo muy lejos, es un antes y un después. Estar detenido en una cárcel a mí me dio experiencia en un montón de cosas que hoy me ayudan a vivir, porque ahí también conocí personas que ampliaron mi mundo, lo que yo creía, que me mostraron que había opciones para otras cosas; y eso me hace preguntarme hasta dónde fue tan mala para mí la cárcel. De lo amargo, salió lo dulce. Pero si me preguntás, en este momento te digo que es un lugar del que no tengo miedo. Ya no tengo más miedo. Hablar de la cárcel para mí, hoy, es como hablar “de reojo”, como diciendo: “¿qué es eso?”. No sé, no me ganó a mí. Entonces, si no me ganó, no le tengo miedo. Y por otro lado, creo que fue un refugio para lo que no podía ser, lo que no podía manejar en ese momento; porque vivir durante tanto tiempo en una cuadra, y que el mundo gire ahí dentro, era porque quizá cuando el mundo era más amplio yo no podía vivir en él. Salir de ese lugar fuerte, represivo, un lugar de encierro, de límites, de enojos… hoy lo veo así: pequeño, lejano e incluso insignificante. Un comando te puede reflejar la cárcel, un policía parado en una esquina te puede reflejar la cárcel, pero ahora eso es insignificante para mí. La cárcel casi me convierte en un animal. Siempre discuto esto. Ser maleducado es lo que te hace sobrevivir en la cárcel. Y digo que es un antes y un después porque después de esa cárcel, despertar a todo lo que mataste es Integrante de los Equipos Interdisciplinarios de la Dirección Provincial de Niñez de Santa Fe. Integrante del proyecto colectivo “Rancho Aparte”.
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muy difícil. Porque la persona que tenía que ser dura, que no se permite llorar, que tenía que estar pensando siempre cómo seguir un día más, ahora tiene que aprender a sentir, a amar, a creer en la amistad, a que existen personas que todavía son fieles, en el sentido de la compañía. Es un antes y un después porque es convencer al corazón de que hay una banda de cosas lindas, y convencer a la cabeza de que se puede; es convencerse a uno mismo de que es importante en el lugar que esté, y que somos importantes en cada lugar que estamos, porque para algo estamos, ¿no es cierto? Y tenemos que sumar, siempre tenemos que sumar; si no, no servimos. Antes restábamos, ahora sumamos. No por deuda, sino porque eso nos hace mejores también. Así que el antes y el después creo que es eso: reavivar y despertar sensaciones, y vivirlas, y ser feliz con muy poco. Con muy poco. Y eso es re loco. 2. Otros espacios posibles No se habla mucho de los espacios que hay dentro de las cárceles. Y también hay que saber que no en todas las cárceles puede haber un espacio, y eso uno no lo entiende estando en esa vorágine de estar constantemente molesto, y más que viviendo, sobreviviendo. Entonces, cuando te encontrás con esos espacios, no sentís que te pertenezcan, hasta que te encontrás con las personas que hacen los espacios. Eso es muy importante, porque a veces los espacios pueden estar, y hay que saber también qué personas poner en ese lugar para que las cosas den sus frutos. La oportunidad de empezar a cruzarme en los espacios y de encontrar a las personas que los dirigían, me permitió darme cuenta que estaba buena la idea que tenían, y que hoy deriva en El Feriante, en La Bemba… que no existían cuando yo conocí a esas personas, porque aun estando en los espacios se puede estar divididos, ¿no? Entonces, cuando las personas que ocupan esos espacios empiezan a entender que tienen que estar juntos, creo que se genera algo muy copado. Porque si a un lugar que de por sí es represivo le sumás el hecho de que las personas estén divididas… No se trata de que si vas a arte vas a ser un pintor,
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pero quizás el ir a ese espacio te da el lugar de poder sentarte, de poder pintar, de poder parar, de poder distraer la cabeza… Entonces, cuando uno distrae la cabeza en un lugar de encierro, cuando uno empieza a pintar colores, cuando uno de un papel blanco empieza a hacer una imagen, es como que empezás a digerir otras cosas, empezás a escuchar y empezás a ver, y empezás a hacerte preguntas. Porque ahí adentro no te conviene hacerte preguntas; “¿por qué estoy acá?”, “¿por qué no veo a mi mamá?”, “¿por qué no viene mi hija?” Un lugar que te permite empezar a pensar esas cosas. Todos tienen su momento. A veces nosotros pensamos que las cosas que hacemos no funcionan, pero no entendemos que todos tienen su tiempo. Entonces yo creo que fue un momento de mi vida en el que, de ser un perro que ladraba, pasé a ser una persona que empezó a escuchar y a entender, y de ahí me surgieron ideas. Cuando uno se da cuenta que eso que los otros pueden hacer también puede hacerlo uno mismo… eso es lo que generan estos espacios. 3. Lo colectivo La parte colectiva es la más importante. Creo que nadie puede cargar con todo, pero si compartimos la carga, podemos ser más ligeros. Y eso es lo que pasa también en tiempos que uno quiere cargar con algo, donde también debe aparecer algún problemita de ego y algunas cosas que nos juegan por dentro, como diciendo: “Yo puedo, yo puedo”. Claro que es difícil subir la montaña, pero nadie dijo que había que subirla corriendo. Entonces, hay tiempo; hay tiempo para subirla, pero eso tiene que ser colectivo. Creo que esa es la idea, y más dentro de un lugar como una cárcel. No estamos hablando de un jardín, ni siquiera de una institución educativa, sino de un lugar de verdadera represión, donde la gente realmente se lastima, donde el maltrato y la violencia que se ejercen sobre las personas son muy difíciles de desarmar; y eso tiene que hacerse de forma colectiva, porque tampoco es tan fácil despertar
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y estar solo. Es como cuando te levantás de una pesadilla. Y ni hablar si tenés que amar también. Salir de estar detenido y tener que amar es muy difícil. Porque uno lleva esa marca, y es difícil también poder luchar afuera o tratar de encontrarse con alguien, cuando hay cosas atrás que no se entendieron y hay marcas que van doliendo. Hasta que uno va domesticando esas cosas y va entendiendo. Cuando ya tuviste en otros momentos sensaciones de abandono, de olvido es feo. Que alguien tenga en su vida una sensación de olvido. Hay personas que tienen en sus vidas esa sensación de olvido; por eso después aprenden a lidiar con un montón de cosas cuando están afuera. Creo que el aporte tiene que ser colectivo. Creo que un colectivo es lo que carga más cosas, y carga buen peso. La idea es el colectivo. 4. Los talleres culturales Los talleres culturales son los únicos lugares en los que un detenido tiene libertad. Libertad de estar tranquilo porque no lo van a lastimar, libertad donde puede quizá dibujar, hacer una máscara, leer un poema, escribir. Son lugares que no son peligrosos, y uno necesita de esos lugares. Te lo puedo asegurar. Por eso creo que existen: porque son los únicos lugares que te permiten “consumir” otra cosa, sabiendo que podés estar relajado. Por eso también se quiere que no estén esos lugares… Dicen que la flor de loto es la que crece en el pantano y se oculta debajo del agua; en un lugar tan oscuro crece algo tan bello, ¿no? Y eso cambia un montón de cosas. Para mí, eso es libertad. 5. “Rancho Aparte” Yo era como un nómada: iba a todos los talleres un rato, y además iba a la escuela. Entonces fue compartir un poco y hacer un poco de todo, y eso fue re loco para mí. Y una de las cosas que yo hago también en mi libertad es trabajar con el cine-debate. Eso lo hago en un lugar que le pusimos “Rancho Aparte”. Está en zona sur, en Tablada, y venimos desde
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hace bastante tiempo también haciendo lo que hacían esos talleristas conmigo (risas). Para la juventud más pequeña, y en la calle. Y “Rancho Aparte” tiene sentido porque creo que es lo único que hoy me ayuda a no ser serio, a no ser grande; lo que me hace acordar a lo que es ser pibe. Cuando nos volvemos grandes miramos mal, y hablamos con palabras difíciles, y cuando sos pibe, no; te lo permitís todo. Entonces yo también soy un pibe ahí, yo también siento de vuelta un montón de cosas; siento jugar, compartir y eso está bueno, porque dejo de tener 34 años. Porque después en la vida tenés que ser serio para todo, hasta para hacer una cola para pagar. A la gente le decís: “buen día” y se sorprende. Para mí “Rancho” es el no a la baja de la edad de imputabilidad. Si yo estoy re lejos de los pibes, ¿cómo voy a entender? ¿Cómo voy a entender que lo que se necesita realmente es otra cosa? Eso es ser grande: es confundirse tanto… y terminar haciendo el mal queriendo hacer el bien. Para mí, la finalidad de “Rancho” es que podamos estar todos juntos, sin tener que darle explicaciones a nadie. Cuando llegué a Tablada (barrio de la ciudad de Rosario) me propusieron trabajar como profe de gimnasia. No sé nada de gimnasia, pero me gusta el fútbol y sé soldar; entonces soldé unos arcos y conseguí unas pelotas, y de a poco se fue sumando la gente. Lo que te quieren hacer creer cuando las cosas no funcionan es que no servís, pero eso es mentira; nada más a veces uno está en el lugar equivocado, dando lo que tiene que dar en otro lado. Y quizá “Rancho” puede ser así también porque no es pago, porque no es una asociación civil, porque no es una institución… Como un hijo “guacho”, por eso “Rancho Aparte”. 6. Sueños individuales y colectivos Mi sueño individual, hoy, es ser un buen padre. Eso me cuesta un montón. Y un sueño colectivo: poder irme de “Rancho”, no hacer falta, y que los que vengan puedan seguir e ir pasando el mando. Son sueños que van de la mano. Sé que el de ser buen papá es más difícil, pero el otro sé
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que va a ser así. Yo quiero irme, y que ellos puedan ser tranquilamente; porque esa es la función. Los talleristas también se van, se tienen que ir; pero se van después que el pibe aprendió lo que estaban ofreciendo. Si estas cosas se las ofrecemos a los chicos más chicos, las oportunidades de que las cosas salgan bien aumentan. Hay que empezar con los pibes: para no llegar al punto en que un tallerista les tenga que decir algo en la cárcel, para que no lleguen con tantas marcas… A veces uno ve su cuerpo, los cortes, los tiros, las marcas… y no es fácil. Es difícil. Es difícil trabajar con lo que uno fue. Pero también es la manera en que uno va aprendiendo, para que otro no tenga que pasar por lo mismo. Y está bueno seguir confiando, hasta el último momento.
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De las movilizaciones que implica “la apertura” de la cárcel hacia la comunidad Lorena Narciso46
El hilo de estas páginas se deslizará sobre un acontecimiento que resulta sobresaliente y particular en el contexto de cualquier sistema penitenciario: un espectáculo musical ofrecido por un grupo de presos y profesionales de una cárcel de la provincia de Santa Fe, en un teatro de la ciudad de Rosario perteneciente al Ministerio de Cultura de la provincia. El evento se trató de la presentación del grupo musical “Es lo que hay”, de la cárcel N° 11 de Piñero. Este grupo surgió a partir de un taller de música propuesto por cuatro trabajadores del Servicio Penitenciario47 (tres profesionales —dos terapistas ocupacionales y una abogada— y un agente del Cuerpo General —cuya función se desempeñaba como chofer de las unidades móviles—). El espacio había comenzado a mediados del 2008 y al momento del espectáculo, en el año 2010, asistían siete internos. Al grupo lo componían tanto las personas detenidas como los coordinadores, enunciando como propósito de la actividad que en el ámbito del taller se construya una relación de pares como músicos, trascendiendo los roles de presos, profesionales y guardias. El desarrollo del espectáculo representó el ingreso a un tiempo y un espacio diferentes del que cotidianamente experimentan las personas privadas de la libertad y los trabajadores del SP, como también irrumpió Licenciada en Antropología por la UNR y Doctoranda en Ciencias Antropológicas por la UNC. Ha sido integrante del Área de Antropología Política y Jurídica de la Escuela de Antropología de la Facultad de Humanidades y Artes (UNR)
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En adelante: SP.
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en el imaginario social de las personas externas al sistema carcelario que participamos de él. De allí que la propuesta de este trabajo se centra en analizar a este “acontecimiento musical” como un ritual, entendiendo como tal una situación caracterizada por su condición colectiva, disruptiva de la cotidianeidad y con principios ordenadores que lo estructuran (Tambiah, 1985)48. Sin embargo, es necesario reconocer la serie de dispositivos y situaciones que se ponen en marcha a su alrededor, dando cuenta de que dentro de un ritual pueden existir varios rituales y, al mismo tiempo, que cada uno de ellos es motorizador de diversos efectos de sentidos, debido a las diferentes posiciones y elaboraciones de sus participantes. Veremos que la realización de este evento necesariamente se nutrió y sostuvo de dispositivos que son sumamente cotidianos en el funcionamiento institucional de la cárcel —otros rituales— pero que al ser consumados para un objetivo diferente se tornaron susceptibles de desnaturalización49. Desde la lógica del SP, estos rituales “más pequeños” El evento que aquí asumo como ritual “matriz” de este análisis no fue nombrado como tal por sus participantes, sin embargo, quienes participaron de él —y con mayor énfasis las personas privadas de la libertad— lo vivieron y enunciaron como una situación especial.
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De allí que resulte apropiado el planteo de Renato Rosaldo acerca de entender al ritual como una “intersección transitada”, donde este “aparece como un proceso donde se interceptan un número de procesos sociales distintos. Las encrucijadas sólo proporcionan un espacio para recorrer distintas trayectorias, en vez de contenerlas en una forma de encapsulación total” (Rosaldo, 1991: 28). El sentido de las implicancias simbólicas y prácticas que pueden confluir en el aquí y ahora de un ritual se comprenden en mayor profundidad en la medida que se integren los procesos anteriores y posteriores que le dan lugar. Esto mismo también habilita a reflexionar acerca de los márgenes para las transformaciones (es decir para las agencias) dentro de las repeticiones, más aún en un contexto represivo como la institución carcelaria. Para un análisis más profundo de estas cuestiones, ver: Narciso (2011).
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son los que “hicieron posible” el “gran” ritual: el traslado de los presos desde la cárcel de Piñero50 hasta la Sala de Rosario y el dispositivo de seguridad instalado antes, durante y después del recital, con el fin de evitar “intentos de fuga”. A su vez, “la combinación” de rituales hace estallar y pone en crisis juegos dicotómicos como “tiempo sagrado”/“tiempo profano”, o “artistas”/“presos”. Durante el desarrollo del evento esto se fue vivenciando como un continuum de variaciones de grado que atravesaban por diferentes etapas respecto del lugar que ocupaban las personas privadas de su libertad: ahora presos, ahora artistaspresos, ahora artistas, ahora presosartistas, de nuevo presos. Estas percepciones se iban delineando, cargando de expectativas y definiendo —sacralizando o profanando— a partir de las representaciones, prácticas y posiciones de quienes participamos del ritual: presos, agentes y autoridades del SP, profesionales del Equipo de Acompañamiento para la Reintegración Social (EARS), público, yo antropóloga. El gran día El recital estaba previsto para las 15:30 hs. de un miércoles. Yo llegué a la Sala Lavardén de la ciudad de Rosario sobre las 14. Apostados en la calle y la vereda de la misma había algunos policías con sus móviles y motos. En la vereda de enfrente, había un grupo de personas resguardándose del calor. Me imaginé que, como ya ha sucedido en otros eventos, serían familiares de los presos que tratan de estar antes para saludarlos en el primer momento que bajan del móvil. Pero todavía los artistas no habían llegado. Sí estaban las coordinadoras del taller encargándose de los preparativos. Se las notaba nerviosas, yendo y viniendo con los últimos detalles y ansiosas porque los internos lleguen. Estaba previsto que estén a las 13:30 para que puedan probar sonido.
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Distante a 18 km.
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Recién sobre las 15 vimos desde el escenario que entraba una hilera de diez hombres vestidos de civil a la sala, la mayoría de ellos con handys y audífonos. Subieron al escenario y revisaron su disposición y las bambalinas. Una de las profesionales me confirmó que eran empleados del SP. Atrás de ellos entraron dos mujeres más del equipo de profesionales que habían viajado desde Piñero con los internos. Yo me ubiqué abajo del escenario y en breves instantes empezaron a entrar en forma espaciada cada uno de los presosartistas, esposados y acompañados cada uno por un policía de civil. Una vez arriba del escenario les sacaban las esposas y cada uno de sus acompañantes se iba quedando a los costados del escenario. Así siete veces, por cada uno de los internos que vinieron. Una de las profesionales comentó que fue un viaje muy duro porque hacía mucho calor en el móvil. Los artistas ratificaron que había sido muy caluroso, sin embargo eso no constituía un problema ahora, como tampoco el comentario, al pasar, de que habían estado esperando gran parte de la mañana que los llamen para reunirse y llegar a las 13 a Rosario. Se los notaba ansiosos y vergonzosos a la vez, con risas nerviosas, todos muy bien vestidos y aprestados, camisas y remeras nuevas, uno llevaba un saco de vestir y otro una boina. Finalmente comenzaron a ensayar y probar sonido, hasta que contundentemente la prueba se suspendió y el telón se cerró, porque a las 15,30 en punto se abrieron las puertas de la sala para que entre el público, que no era demasiado en ese momento. El mayor número hasta allí lo daban los familiares que ya estaban en la puerta a las 2 de la tarde. Un poco más tarde fueron llegando algunos invitados más: amigos y familiares de los coordinadores y organizadores del evento, algunos profesionales de otras cárceles, el Director y otros agentes del Cuerpo General de la Unidad de Piñero, un asesor político y el Director del SP, que llegó empezada la función. Si bien había sido difundido en algunos medios de comunicación, no hubo demasiado “público en general”.
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Mientras tanto, los músicos estaban detrás del escenario, dando notas a algunos medios de comunicación. Todos repetían brevemente acerca de los nervios y ansiedad por empezar a tocar: “no pudimos dormir en toda la noche pensando en el show de ahora”, dijo uno de ellos, al mismo tiempo que agradecían la presencia y recalcaban que esperaban que disfruten lo que tenían para mostrarles. A las 16 empezó el recital con palabras de dos de las coordinadoras del taller, ubicadas delante del telón, vestidas muy elegantemente y en forma similar: remeras blancas, pantalones negros ajustados y tacos. A una de ellas también se la notaba nerviosa a través de su tono de voz, que se quebraba por momentos. El discurso leído comenzó haciendo mención al surgimiento del taller, recordando que había sido una idea del grupo de Terapistas Ocupacionales de la Unidad N° 11 y recalcando el gran esfuerzo que implica para ellos como trabajadores llevar adelante esta actividad en un contexto de encierro: “sólo nosotros sabemos lo difícil que se hace”. Luego continuaron con agradecimientos a quienes confiaron en este emprendimiento —fundamentalmente al director de la Unidad— y a quienes colaboraron con este evento. A las personas privadas de la libertad sólo se refirieron sobre el final de su intervención: “sostener este espacio en el tiempo y coronarlo con un evento como el de hoy es producto de esfuerzos aunados, pero sobre todo las ganas, expectativas y voluntad de los siete participantes de la banda, quien con su presencia y sobre todo con su perseverancia, han demostrado que se puede y que a través de la música tenemos mucho para dar. Y les avisamos que este evento es solamente el comienzo”. Terminadas estas palabras, se abrió el telón y encontramos a todos los músicos en su posición. Tras los primeros aplausos comenzó a reproducirse un video en una pantalla ubicada atrás de ellos donde podía leerse: “Área Terapia Ocupacional presenta: Taller de Música”. El video estuvo musicalizado con la canción de Fito Páez, Yo vengo a ofrecer mi corazón. Comenzaron a proyectarse una serie de imágenes del exterior
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y del interior de la Unidad, incluso pabellones y celdas. Pero en ninguna de ellas —salvo en la de la calle principal del predio donde aparece un agente del SP caminando— se registró ningún rastro de humanidad: los pabellones desiertos, con las puertas de las celdas cerradas; las celdas desiertas y ordenadas, sin indicios de que alguien viva allí; las garitas de vigilancia y exclusas sin nadie en sus interiores. Las imágenes iban acompañadas de un audio de mala calidad que no permitía entender claramente qué decía, pero se relacionaba con los propósitos del taller como un espacio de recreación y encuentro desde una expresión no verbal —la música— ya que ésta representa “una vía para la liberación”. Las imágenes también se entrelazaban con frases escritas como: “Quien tiene algo importante porque vivir, es capaz de soportar cualquier cómo (Friedrich Nietzsche)” y “Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas —la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias— para decidir su propio camino (Víktor Frankl)”. Una vez finalizado el video producido por las coordinadoras del grupo51, comenzó el recital. La banda estaba compuesta por los siete internos, los cuatro coordinadores del taller y dos estudiantes de psicología que se encontraban haciendo la residencia de sus prácticas profesionales. El repertorio se compuso de diez temas que repasaron rock nacional, folclore, temas compuestos por ellos mismos y cumbia. Cada una de las interpretaciones tuvo una presentación. Uno de los artistaspresos también oficiaba de presentador de la banda, quien en cuanto atravesaba por un momento de silencio o duda sobre qué decir, “recibía” rápidamente asistencia de una de las coordinadoras (la que había estado muy nerviosa para hablar anteriormente), quien tomaba el micrófono y
Según me confirmaron después, ese video ya había sido mostrado en la Unidad 11 el año anterior, en unas Jornadas de intercambio entre los profesionales de los equipos sobre las experiencias laborales y recreativas realizadas con los internos. 51
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hablaba por él. Otras canciones fueron presentadas a través de videos filmados anteriormente con testimonios de otros integrantes de la banda. Mientras cantaban los temas creados grupalmente —uno sobre sus madres y otro sobre la libertad— volvieron a proyectarse imágenes en la pantalla. El primero de ellos con fotos de madres y niños que evidenciaban vínculos amorosos muy estrechos y felices; niños tomando del pecho de sus madres; manos grandes y pequeñitas tomándose cariñosamente, transmitiendo sensaciones de protección. Todas imágenes de gente de tez blanca, buen aspecto físico y señales de buena posición social. Igualmente, cada tanto eran alternadas con fotos de rejas y lugares de encierro. En el tema que habla sobre la libertad se veían imágenes de pájaros volando, paisajes naturales, slogans y afiches que promocionan la libertad interior. El recital se cerró con enganchados de cumbia. En esta etapa los artistas lograron relajarse lo suficiente entregándose a su canto y al ritmo, mientras que el público también se descontracturó más acompañando con ánimos y aplausos. Los que nunca perdieron compostura fueron los agentes del SP, quienes durante todo el desarrollo del recital estuvieron apostados en las orillas del escenario, a la vista del público. Cuando terminó y se cerró el telón, uno de los artistaspresos quedó estratégicamente del lado del público y rápidamente una persona de allí, desde abajo, le entregó en los brazos una bebita. También muy rápidamente un agente se acercó a él pidiéndole que la devuelva a la vez que le sujetaba el brazo, mientras otro más salía impaciente de atrás del telón a apurarlo. Una de las coordinadoras también se asomó, y sonriendo y más tranquila que los agentes, se sumó al pedido de que vaya para atrás. La condición de artistas ya se iba desluciendo, pasando a presosartistas, para volver a ser muy pronto, presos a secas. Diez minutos después los internos volvían a bajar del escenario de a uno, esposados y acompañados por un policía de civil. Pero ahora estaban los familiares y el público que los había ido a ver y que indudablemente
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querían saludarlos, felicitarlos y abrazarlos acercándose a ellos en cuanto los veían. Sin embargo, sus custodios sólo les permitían detenerse segundos frente a sus seres queridos sin soltarlos, para luego hacerlos retomar la marcha. Afuera estaba el camión celular que los había traído, móviles y motos policiales, otro móvil del SP y policías uniformados y de civil en la vereda. Además de las personas que íbamos saliendo de la sala y contemplando este otro show, muchos de los que pasaban por allí se detenían expectantes para enterarse de lo que estaba sucediendo, ya que la escena parecía de un operativo policial con mezcla de espectacularidad y tensión. De hecho lo era. Una vez que todos los internos estuvieron en el móvil, los familiares volvieron a agolparse sobre el vehículo. Levantaban en sus brazos a los niños hasta las ventanillas altas para que desde adentro puedan verlos, y se notaba que desde allí hacían esfuerzo por asomar sus cabezas. Impresiones finales El sentido institucional promocionado —y en gran medida el deseo de las personas privadas de la libertad— es que a partir de estos “encuentros con la comunidad” se abra la posibilidad de reconocerlas desde una óptica inusual: la de creadoras y promotoras de arte. No obstante, hemos visto que los sentidos que este evento disparó fueron múltiples y contrariados en sus alcances, efectos y momentos, donde quienes participamos fuimos percibiendo a los internos más o menos artistas, más o menos presos, según las posiciones e implicancias de cada uno en ese espacio y tiempo. La impresión final es que la aspiración de un cambio de status embestido en la figura de artistas —aunque más no sea provisorio— se vio invadida constantemente, haciendo resaltar aún más su procedencia abyecta (Butler, 2002). La decisión política—institucional de cómo llevar adelante las presentaciones públicas de un grupo de presos deja abierto un interrogante
confuso y conflictivo: ¿qué sensaciones, implicancias y aprendizajes prevalecen en quienes participan de este ritual? ¿para quién se hace? ¿qué demuestra el hecho de que para dar a conocer una dimensión artística de las personas privadas de libertad, se acentúe más su condición de peligrosos y dignos de constante control? Lo que podría asumirse como una renovación en la lógica tradicional del sistema penitenciario en cuanto a una apertura y “acercamiento con la comunidad”, queda empañado en el hecho de que se pone la misma intensidad en continuar tutelándolos y controlándolos. En definitiva, reafirmando las posiciones sociales de cada quien y evidenciando las relaciones de poder (Bourdieu, 1985). La paradoja de este tipo de eventos artísticos es que generan cambios, pero continúan acentuando las estructuras. Movilizan deseos, expectativas, representaciones. Ordenan y desordenan formas clasificatorias y a los sujetos contenidos en ellas, tanto espacial como subjetivamente. Sin embargo, la mayoría de las representaciones que allí se construyen y se transmiten hacen el juego a las condiciones que ya están instituidas acerca de la cárcel y de las personas privadas de la libertad, más allá de que algunas voluntades individuales hayan intencionado otros objetivos. Profundizando sobre estas distinciones, acierta Bourdieu cuando dice que “el mayor efecto del rito es pasar completamente desapercibido” (1985:79), ya que lo que realmente está haciendo —reafirmar la línea divisoria entre quienes siempre serán blanco de tutelaje, vigilancia y sospecha y quienes pueden “gambetearle” mejor a esas condiciones— queda solapado en el hecho de que los presos se expresan artísticamente. Bibliografía BOURDIEU, Pierre (1985) ¿Qué significa hablar? Madrid: Akal.
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BUTLER, Judith (2002) Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”. Buenos Aires: Paidós. NARCISO, Lorena (2011) “Hecho el ritual, hecha la trampa. De las movilizaciones subjetivas que implica ´la apertura´ de la cárcel hacia la comunidad”, en Actas X Congreso Argentino de Antropología Social, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. ROSALDO, Renato (1991) Cultura y verdad. Nueva propuesta de análisis social. México: Grijalbo. TAMBIAH, Stanley (1985) Culture, thought, and social action. Londres: Harvard University Press.
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Experiencias sin partitura Juan Pablo Hudson52
Fragilidad compartida En 2012 trabajaba en una escuela de barrio Ludueña, en la periferia noroeste de Rosario. Daba clases en un taller sobre autogestión y cooperativismo. Asistían pibes entre 13 y 25 años que, en su mayoría, vivían en las inmediaciones más precarias del colegio. A poco de iniciadas las clases me impactó la presencia de un joven tímido, que hablaba lento y entrecortado y se la pasaba escribiendo canciones de hip-hop. Con la excusa de un video que había que realizar a pedido de un banco que financiaba unas becas, le propuse que escribiera una canción para filmarlo. Así empezamos a juntarnos por fuera del horario de clase. A Matías se le sumó Emanuel, otro fan del hip-hop. Cada lunes a las 18 instalábamos una consola de sonido, los parlantes, un televisor y dos micrófonos para que ellos ensayaran y viéramos videos y películas. En la escuela estaban conformes con la iniciativa aunque para los profesores más golpeados por la acumulación de cargos y la desconexión generacional con los alumnos, resultaba entre insólito e intolerable que yo asistiera —ad honorem— otro día de la semana.
Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Magister en Sociología por FLACSO. Investigador en CONICET/Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA). Autor del libro Las partes vitales. Experiencias con jóvenes de la periferia, Buenos Aires, Tinta Limón, 2015. Forma parte del Club de Investigaciones Urbanas de Rosario y de la Comisión Investigadora de la Violencia en los Territorios en Capital Federal.
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El banco desistió del video pero nosotros sostuvimos los encuentros cada lunes. Matías y Emanuel no tenían experiencia en canto y padecían cierta inhibición. A mí me divertía escucharlos y verlos bailar durante al menos dos horas. Se sumaban charlas permanentes sobre nuestras vidas. Recuerdo que en aquel entonces empecé a mirar una serie de televisión cuya temática era una red de pedofilia que asolaba a niños de un pueblo de montaña, construido a la vera de un lago. Pero había otro eje: el quiebre generacional entre los adultos y los más chicos. Los adolescentes evitaban hablar con los mayores, tan sólo escribían “sí” o “no” en la palma de sus manos y se las mostraban. En uno de los capítulos, una nena que había padecido terribles abusos por parte de su padre se escapa de la casa, cruza el lago, y se esconde en un valle remoto. La desaparición alteró a los habitantes del pueblo pero no a los jóvenes. Transcurridos algunos días, los amigos se suben a una balsa con provisiones y carpas para ir al encuentro de la niña. Una vez en el valle, empiezan una vida juntos ya sin adultos cerca. Esa imagen de chicos y chicas viviendo solos y autogestionando su vida me afectó a tal punto que tomé una decisión: no permanecí más en el aula durante los ensayos. Garantizaba que se les abriera el aula y prestaran los aparatos electrónicos, y después transitaba por otros espacios hasta que se cumpliera el horario previsto. Al poco tiempo, inclusive, me retiraba del colegio y eran los propios pibes quienes devolvían los aparatos y cerraban. El objetivo era que estuvieran solos, sin adultos cerca, gozando de una plena autonomía en una institución poco propicia para la soledad juvenil como es la escuela. Pero las consecuencias personales y para el propio espacio no se hicieron esperar. Primero empecé a sentir un incipiente tedio cada vez que recordaba que tenía que presentarme los lunes. Algo que jamás me había ocurrido. Empecé a llegar tarde y estaba ansioso por irme. Se sumó que aquellos docentes más reacios a la iniciativa empezaron a
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cuestionarla de manera virulenta anteponiendo los riesgos que corrían los aparatos electrónicos. Recién con el tiempo, cuando ya no estaba en el colegio, pude elaborar varios procesos desatados a partir de aquella decisión. En primera instancia, no estar presente durante los ensayos significó ignorar una condición que compartíamos con los chicos: el deseo de habitar la escuela de otra manera, sin el peso (aunque sea imaginario) de esos vetustos roles institucionales que se nos asignaban; y tal vez lo más complejo: ensayar una experiencia de encuentro intergeneracional. Durante los ensayos ya no éramos docentes ni alumnos sino dos jóvenes y un adulto construyendo un espacio artístico, de características lúdicas, que nos sacaba del aburrimiento y la impotencia. Más que una salida se trató de una reinclusión en un tipo subjetivo que siempre rechacé: el profesor (o militante o tallerista) abnegado que presta un servicio para alguien que lo necesita. Desde esa posición sacrificial siempre se intenta satisfacer supuestas necesidades impostergables de los otros sin poder asumir la propia precariedad (anímica, afectiva, relacional, laboral, identitaria, familiar, etc.) que padecemos en la vida contemporánea53. Allí cuando me refugié en una posición de servicio para terceros fue que emergieron sensaciones inexistentes en los meses previos (tedio Jock Young (2015:25-26) analiza en profundidad ese malestar que nos atraviesa, con efectos e intensidades diferentes de acuerdo a las edades y las clases sociales: “[la modernidad líquida] genera al mismo tiempo una inseguridad ontológica considerable —la precariedad del ser. Para comenzar, las bases de la identidad son menos sustanciales: el trabajo, la familia y la comunidad, que una vez fueron bloques de construcción, se han convertido en tambaleantes e inciertos. (…) Pero no es sólo la inestabilidad del trabajo, la familia y la comunidad lo que hace difícil hacer dicha narrativa [(personal o colectiva)], es la naturaleza de los bloques de construcción. El trabajo, en particular, es un lugar de decepción (…). Se trata del burro de carga de un consumismo que evoca la realización personal y la felicidad, pero que frecuentemente transmite un sentimiento de vacío y de infinita extrañeza, donde los productos básicos incesantemente engañan y decepcionan”. 53
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y fastidio) y puse en riesgo la continuidad del propio espacio a nivel institucional. Ese cierre de año decidí poner fin a mi participación en la escuela y continuar la experiencia con los (ex) alumnos a cielo abierto. Soberanía del cuerpo Matías y Emanuel se alejaban de las imágenes habituales que circulan en torno a los jóvenes de las periferias: no desplegaban berretines (esa jerga y estética amenazantes), sus madres regulaban y controlaban de manera asfixiante sus movimientos, fijando límites constantes a la libre circulación por las calles; sus salidas se daban a partir de la inclusión en espacios institucionales (escuelas y talleres). Los dos vivían con mucho temor corporal las dinámicas cada vez más violentas que regían en el barrio. A este tipo de jóvenes los denominé los aniñados (Hudson, 2015). Hacia finales de 2012, Matías y Emanuel empezaron un taller de breakdance en el Centro de la Juventud de la Municipalidad de Rosario. Al año siguiente, Matías retomó al taller y sumó otros tres: capoeira, tango y acrobacia. Tenía casi toda la semana cubierta de actividades artísticas. Emanuel, por su parte, decidió dejar breakdance porque prefería el dibujo grafitero. Cuando después de las vacaciones volvimos a encontrarnos, me impresionó el enflaquecimiento general que evidenciaba Matías. Él es alto, flaco, morocho, con rulos y labios gruesos. Pero ahora tenía los ojos saltones, los pómulos profusamente marcados y el cuerpo mucho más espigado. Le pregunté si le había ocurrido algo, pero me respondió que se había propuesto bajar unos kilos para sentirse más ágil. Para lograrlo se encerraba en la pieza, se ponía un buzo grueso y bailaba durante horas para transpirar el máximo de toxinas. Solíamos reunirnos a la salida de los talleres. En ese inicio de año le propuse que escribiera un libro de canciones para presentarse en
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un concurso municipal de poesía. Matías tenía una buena cantidad ya escritas. Lo hizo a gusto durante varios meses, pero después comprobé que su vitalidad pasaba por el trabajo corporal. Mientras tanto, cada vez lo notaba más flaco. En agosto dejó de responderme mis mensajes y no volvió a los talleres. Recién se comunicó dos meses más tarde para explicarme que había sido sancionado por su madre a raíz de reiteradas malas notas en el colegio, toda una novedad en su sólida trayectoria escolar. Recién en octubre le había permitido retomar el taller de breakdance. A partir de entonces volvimos a reunirnos. Matías estaba radiante, tan flaco como antes, pero feliz de volver a bailar y reencontrarse con sus compañeros. Sin embargo, a mitad de noviembre recibí un mensaje de su mamá: Matías había sido internado de gravedad. Me presenté de inmediato en el Hospital de Emergencias Clemente Álvarez. Por suerte había sido intervenido con éxito. Al verlo me conmovió su flacura extrema. Parecía otra persona. Cuando me senté junto a su cama me explicó que se había golpeado muy fuerte jugando con una bolsa grande de frutas, lo que le provocó una infección en el hombro que pronto se expandió a buena parte de la espalda. La falta de defensas se debió a una severa anemia general consecuencia de su descenso constante de peso: casi treinta kilos en once meses. Aquel 2013 Rosario cerró con la peor tasa de homicidios dolosos de su historia (22 cada 100 mil habitantes). Se sumó una escalofriante cantidad de heridos con armas de fuego. Según las estadísticas oficiales, el 65% de los asesinatos afectó a jóvenes menores de 35 años. Se sumaba una sistemática represión y el hostigamiento policial y vecinal sobre esos cuerpos. Sólo a partir de este escenario pude procesar lo que había ocurrido. Una pregunta fue determinante: ¿Cómo habita un joven aniñado como Matías esa violencia general que prolifera en las calles en medio de una creciente descomposición comunitaria e institucional?
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A través de una rígida disciplina puesta al servicio del baile, Matías pudo tomar posesión de su cuerpo. Fue una intuitiva afirmación de autonomía en un período histórico en el que los cuerpos de los jóvenes en las periferias están en peligro como ningún otro, incluso el de un aniñado como él. Matías transformó a su cuerpo —cuerpo temeroso, dubitativo, sin berretines, institucionalizado— en una plataforma de experimentación de acuerdo a sus propios criterios, al punto de ponerlo en riesgo, tal como ocurrió cuando tuvo esa temible anemia. Primó menos un deseo de expresión artística (aunque existiera) que una voluntad de hacer uso de su cuerpo frente a las amenazas barriales; a la vez que desoyó los mandatos institucionales (familia, escuela y grupos comunitarios) que prescribían a diario sus movimientos. Otro efecto relevante: en la actualidad Matías participa de un grupo callejero sin mediaciones institucionales. Suelen ensayar y bailar en múltiples espacios al aire libre en el centro de la ciudad. Tallerismo Ignacio Lewkowicz supo resaltar la radical transformación de las prisiones una vez que las lógicas del mercado neoliberal alteraron para siempre a las principales instituciones del Estado. Su lectura crítica apunta al principal mito carcelario sostenido durante la sociedad disciplinaria pero dinamitado cuando el consumidor se transformó en la figura protagónica de la sociedad: la rehabilitación de los internos para una futura reinclusión social. Escribe Lewkowicz: “El entorno no espera ciudadanos: espera consumidores o expulsados” (Lewkowicz, 2006:143). Para ejemplificar otras formas de habitar el encierro se apoyó en el Centro Universitario de Devoto (CUD). De esa experiencia destaca un punto de innovación política: sus organizadores no conciben el estudio como una herramienta para forjar futuros incluidos. Es decir, próximos ciudadanos que no reincidan en el delito y encuentren un empleo más o menos digno. El CUD tiene otro objetivo, acorde a las nuevas condiciones. “No está
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organizado para vivir decentemente una libertad ulterior sino para habitar dignamente en un sitio como el presidio, donde la humanidad se torna imposible en cada instante” (Lewkowicz, 2006:143-44). La posibilidad de estudiar debe servir para que los internos se sientan libres y útiles adentro de la cárcel. Desde esta perspectiva, los espacios artísticos o de formación encuentran su verdadera potencia allí cuando son capaces de convertir una determinación estructural arrasadora de la subjetividad en un punto posible de subjetivación alternativa. Por eso la relevancia de tornar visibles las dinámicas precisas (no teóricas ni ideológicas) en una cárcel o un barrio popular. Suele ocurrir que todavía se presentan como solución instituciones estalladas como la escuela, la familia, el centro de salud, o expulsivas como el mercado de trabajo. Vimos, por el contrario, las estrategias de Matías para reapropiarse de su cuerpo a través de una estricta disciplina artística durante aquel mortuorio 2013. Para ello es indispensable dejar atrás el binomio exclusión-inclusión como horizonte. ¿En dónde acaso se van a incluir los liberados de una cárcel o los jóvenes de un barrio popular que se formaron en talleres? La autogestión es un camino pero con fuertes límites. La organización de talleres pierde su vitalidad cuando se cae en el tallerismo. En el trabajo con jóvenes, por ejemplo, el tallerismo emerge si la batería de actividades (murga, cumbia, dibujo, percusión, herrería, carpintería, etc.) opera como un intento de negar un problema principal: la irreversible fractura entre generaciones. Si algo quedó atrás (no de manera absoluta) en la sociedad de mercado, post-disciplinaria, informacional, fue una operación constitutiva de la relación entre adultos y jóvenes: el trasvasamiento de legados familiares, educativos, militantes, culturales, barriales e incluso de ciertos códigos delictivos (Hudson, 2015). La dependencia respecto al saber de los mayores sobrevive únicamente en la imaginación de generaciones que reniegan de estas transformaciones históricas. De allí la crisis, con mayores o menores matices, de figuras
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como padres, docentes, trabajadores sociales y médicos que caminan las periferias, y la propia figura del militante barrial. La desorientación y los inconvenientes para construir vínculos con los jóvenes atraviesa hoy —como nunca antes— las prácticas profesionales y políticas. A lo dicho se suman nuevas autoridades territoriales —como una banda narco— que generan mayor atracción y subordinación que las viejas instituciones disciplinarias. Esta desconexión entre generaciones puede promover nuevas exploraciones o la repetición obstinada de fórmulas. A esta segunda opción remite la noción de tallerismo cuando se transforma en una oferta automatizada (un lenguaje único) para generar lazos con los pibes. En otras palabras: si obstruye la paciente producción de una nueva adultez capaz de fomentar otras formas juveniles que pongan en suspenso la mera demanda de asistencia, el bardo agresivo, o, lo más habitual, la indiferencia. Intentaré ejemplificar el tallerismo a partir de una investigación de la que participo. En 2016 comenzamos a trabajar con adolescentes mujeres de una villa en Capital Federal. Se trata de pibas que padecieron acosos sexuales a través de Facebook y/o que desaparecieron transitoriamente. Las chicas no suelen contar —más que de manera parcial— lo que vivieron durante los días en que no hubo noticias de ellas. En una primera etapa entrevistamos a familiares, trabajadores del Estado, curas, vecinas, militantes sociales, maestras y maestros. Una hipótesis que surgió fue que el problema no pasaba exclusivamente por las desapariciones sino por el severo encierro doméstico que sufrían estas adolescentes de entre 12 y 16 años. Las razones fundamentales son tres: 1. El cotidiano rol de cuidado de hermanos y la limpieza del hogar que les asignan sus padres por ser mujeres. 2. La cruenta violencia que predomina en los pasillos de la villa. 3. Las amenazas que sufrieron y sus misteriosas desapariciones transitorias.
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En la siguiente etapa decidimos conocer a las chicas. Para tal fin acordamos con sus familias que les permitieran asistir una vez por semana a un centro cultural ubicado fuera de la villa. Así empezamos a encontrarnos sin otra propuesta más que pasar un rato juntos. Los encuentros iniciales fueron complejos, predominaban los silencios, las frases entrecortadas, los intentos fallidos de iniciar temas, el miedo a preguntar por lo que habían vivido, y la indiferencia y visible desconfianza de ellas. Pero con el correr de las semanas fuimos encontrando algunos puntos de encuentro: aparecieron bromas, relatos sobre lo que habían vivido, también compartimos historias nuestras, salidas a parques, algunos enojos mutuos, cierta complicidad para alejarlas del control de los padres. Todo transcurría sin mayores planificaciones. Lo que ocurrió después fue que a los adultos nos surgió la imperiosa necesidad de darle un encuadre (para algunos político, para otros organizativo) más claro a esos encuentros. La sensación era que ni ellas ni nosotros sabíamos con certeza para qué nos reuníamos. Se les propuso entonces talleres artísticos (fotografía y serigrafía), a pesar de que ellas insistían con que sólo tenían ganas de pasear y estar juntas y con nosotros. Nunca hubo una demanda de formación ni deseos de expresión artística. El tallerismo —hipotetizo— se puso en juego cuando se tornó agobiante y desconcertante sostener encuentros sin partituras. Es decir, un dispositivo mínimo, sin red, pero que igual propiciaba un diálogo posible y un reconocimiento mutuo. Los talleres reinstalan una línea divisoria más clara, tranquilizadora, entre adultos y jóvenes, entre asistentes y asistidos. Esto no quita que fotografía o serigrafía puedan resultar finalmente de interés para las chicas (seguramente). El problema no está en los talleres sino en las operaciones de cierre que muchas veces anteponemos cuando no soportamos experiencias carentes de guiones tradicionales con jóvenes cada vez más alejadas de los imaginarios dominantes. Los encuentros con las pibas, mediados o no por un taller, tienen como principal desafío habitar una condición contemporánea que afecta
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también a otras poblaciones periféricas: no tienen donde incluirse. Y no me refiero sólo a un futuro mercado laboral o a una ciudadanía plena en el presente. Hablo de barrios sacudidos por inauditos niveles de violencia social y estatal, y una profunda desarticulación comunitaria; pero también de familias desintegradas, causantes de sometimientos como ocurre con el encierro asfixiante y el trabajo doméstico. Sentirse libres sin exponerse a la violencia y descomposición reinante adentro y fuera de sus casas; ganar autonomía y construir escenarios propios frente a poderes legales e ilegales que pretenden gobernar sus cuerpos. En torno a estos objetivos tendrán que enfocarse los talleres artísticos o, más inquietante aún, cualquier otra experiencia sin mayor partitura más que la necesidad de pensarlos entre generaciones. Bibliografía COLECTIVO JUGUETES PERDIDOS (2014) ¿Quién lleva la gorra? Violencia, nuevos barrios y pibes silvestres. Buenos Aires: Tinta Limón. DUTCHANSKY, Silvia y CORREA, Cristina (2002) Chicos en banda. Los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones. Buenos Aires: Paidós. HUDSON, Juan Pablo (2015) Las partes vitales. Experiencias con jóvenes de las periferias. Buenos Aires: Tinta Limón. LEWCOWICZ, Ignacio (2006) Pensar sin Estado. La subjetividad en la era de la fluidez. Buenos Aires: Paidós. RODRÍGUEZ ALZUETA, Esteban (Comp.) (2016) Hacer bardo. Provocaciones, resistencias y derivas de jóvenes urbanos. La Plata: Malisia. YOUNG, Jock (2007) El vértigo de la modernidad tardía. Buenos Aires: Didot.
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Índice
PRÓLOGO, por Eugenio Raúl Zaffaroni | 5 PRESENTACIÓN, por Mauricio Manchado, María Chiponi y Rodrigo Castillo | 11 Si esta cárcel sigue así... SOBRE LA PRISIÓN, SUS CONTINUIDADES Y SUS EFECTOS | 19 Apuntes sobre la violencia institucional, por Salvador Ignacio Vera | 21 Contribuciones para un debate metodológico sobre la problemática penitenciaria en Brasil, por Vera Malaguti Batista | 35 Esta cárcel sigue así, por Lucas Paulinovich | 45 Algunas reflexiones sobre el dispositivo carcelario, por Zulema Morresi | 53 Decir la prisión: apertura necesaria a las manifestaciones de las personas privadas de libertad, por Pablo Vacani | 65 Mujeres en situación de encierro, por Gabriela Sosa | 73 Las violencias carcelarias y la “norma” de lo humano: reflexiones en torno al film documental Ojos que no ven, por Ana Cacopardo | 79 La cárcel interrogada. PRÁCTICAS POLÍTICAS, CULTURALES Y EDUCATIVAS EN CONTEXTOS DE ENCIERRO. EXPERIENCIAS Y REFLEXIONES CRÍTICAS | 87 La Bemba del Sur. Historia y devenir de un colectivo político y cultural en contextos de encierro, por Colectivo “La Bemba del Sur” | 89
Si el manicomio y la clínica siguen así, todo paciente es político (los problemas del giro culturalista), por José Alberdi | 99 El acceso a bienes y prácticas culturales de jóvenes en contexto de encierro y el rol de los trabajadores: el caso del Instituto de Recuperación del Adolescente de Rosario, por Mauro Testa, Tamara García Millán, Icíar Cortés Sagrado | 107 Agrandaré mis prisiones. De la causa penal a una causa universitaria, cultural y colectiva. Una elaboración de la experiencia universitaria del CUSAM a partir de las estrategias de subjetivación de los talleres artísticos, por Marcos Perearnau | 123 El enigma de las subjetividades, por Beatriz Bixio | 133 Presencias que resisten la orfandad, por Paula Contino y Mariela Daneri | 143 Cárcel, talleres culturales y después: la potencia de los sueños colectivos, por Javier Ruiz Díaz | 151 De las movilizaciones que implica “la apertura” de la cárcel hacia la comunidad, por Lorena Narciso | 157 Experiencias sin partitura, por Juan Pablo Hudson | 167
A pesar del encierro prácticas políticas, culturales y educativas en prisión se imprimió en septiembre de 2017 en Art Talleres Gráficos San Lorenzo 3255 - Rosario, Santa Fe art.talleresgraficos@gmail.com