De sus piernas en mi cuello Romina Cazón

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El gritillo literario

De sus piernas en mi cuello de Romina Cazón Por Gabriela Aguirre

En primera persona comer, dormir, hacer el amor. En primera persona el descubrimiento, la muerte. En primera persona “penetrar con el cigarro los cuerpos en la revista pornográfica” y girar “las vueltas de la vida”. Contar en primera persona, conjugando los verbos, también en primera persona. La mayoría de los textos del libro de Romina Cazón están escritos precisamente en ésta. Pero la primera persona le exige al autor, no que siempre hable de sí mismo, sino que siempre sea una primera persona distinta: que ese “sí mismo” sea uno diferente cada vez. Y, ¿cómo ponerse en el lugar del otro? ¿Cómo ser el peón de albañil, la esposa que tiene sexo una vez a la semana, la mujer que imagina su muerte y que, en medio del funeral, cuando todos se acercan a despedirse, se siente dichosa? ¿Cómo nos vestimos con el discurso del otro? ¿Cómo se hace eso? Para alguien como yo, que ha hablado en primera persona, desde la siempre-misma-primera-persona, se trata de un ejercicio sumamente complicado. Pero a Romina al parecer es algo que le sucede tanto, que por eso hoy estamos aquí presentando un libro que cuenta las historias de personajes disímiles. Un libro que se arriesga a la no taxonomía, que va de la mano con la antinomenclatura. Porque, si bien algunos de los textos cubren la cuota de la anécdota, el manejo del tiempo narrativo, la caracterización de los personajes, el encadenamiento de las acciones; otros van más allá y juegan con las posibilidades de lo epistolar o del poema en prosa –por ejemplo–, como sucede con el último texto del libro. Entonces, ¿qué une a los textos de este libro? ¿Qué tienen en común? Llevo tiempo hablando, de una manera u otra, del Imaginario personal del autor, de aquello que nos hace saber que un poema es de Bonifaz Nuño y no de

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Efraín Huerta o de Eduardo Lizalde. De eso que nos dice que lo que leímos es un libro de cuentos de Fabio Morábito y no de Mario Bellatin. Sabemos que las técnicas pueden aprenderse, que, finalmente, hay ciertos requerimientos técnicos básicos para decir que estamos frente a una novela y no a una obra de teatro, frente a un poema y no a un cuento –por muy holgados que se hayan vuelto los límites entre los géneros literarios–. Pero eso otro que está más allá de la técnica, ¿qué no es acaso un imaginario sumamente personal? No una forma de decir el mundo, ¿sino un mundo en sí mismo? Le preguntaron a Clarice Lispector en una entrevista en 1976, refiriéndose a su método para escribir: ¿Cómo trabaja usted? A lo que ella respondió: “Mis novelas y mis cuentos surgen en fragmentos, son anotaciones sobre los personajes, el tema, el escenario, que después voy ordenando, pero que nacen de una realidad vivida o imaginada, siempre muy personal”. Esa “realidad vivida o imaginada” es a lo que me refiero. Y entonces encuentro lo que quiero decir del libro de Romina Cazón: hay un imaginario detrás de los personajes que elige, de las historias que cuenta, del lenguaje con que lo hace. Hay una realidad “vivida o imaginada” de la que da cuenta su libro. El imaginario de un autor no tiene que ver con temas recurrentes pero sí con cómo este autor se acerca a ellos. Con cómo habla de la rosa y no precisamente con la rosa. He tratado de decir en varias ocasiones que sin ese imaginario no hay obra literaria: ¿a quién a estas alturas le interesa oír de nuevo un poema sobre la rosa? En cambio sí nos interesa la rosa que vive y crece en el imaginario de un determinado autor, aunque se esté –sólo en apariencia y justamente por lo que estoy diciendo– hablando de la misma rosa. Y el de nuestra autora es un imaginario donde la realidad se mezcla con el sueño, lo femenino con lo masculino, la vida con la muerte, la dicha con la decepción y la decadencia. Por lo tanto es un imaginario donde conviven Silvio Rodríguez y la Gioconda, Van Gogh y “la justicia mexicana”. De ahí que el tono sea de pronto tan particularmente sarcástico: el sarcasmo es un lugar –como lo tragicómico– en donde habitan, juntos, la celebración y lo terrible, la sonrisa de lo que duele. Aristóteles dejó escrito en su Poética que “la actividad imitativa es connatural a los seres humanos desde la infancia pues son sumamente imitativos y realizan sus primeros aprendizajes mediante la imitación”. Además –dice

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Aristóteles–, “todos los seres humanos disfrutan con las imitaciones”. No estaba equivocado. Por eso nos gustan los cuentos, las novelas, las obras de teatro, las películas. Por eso nos gana la curiosidad de ser testigos, de espiar detrás de las puertas, de perseguir las huellas de las historias e imaginar, frente a lo que no sabemos que es, aquello que podría ser. Ese gusto está tanto en el que cuenta como en el que, en este caso, lee. Romina Cazón nos ofrece un libro y todas sus posibilidades: ver y vernos, leer y leernos. Dialogar con un mundo que es el nuestro y con el que muchas veces no podemos negociar sino a través del artificio y la reescritura.

Gabriela Aguirre (Querétaro, 1977). En 2003 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino con el libro La frontera: un cuerpo, y en 2007 el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa con el libro El lugar equivocado de las cosas. Ha sido becaria del FONCA en dos ocasiones, del Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Querétaro (en la categoría Jóvenes Creadores), y del Instituto Queretano de la Cultura y las Artes (en la categoría Creadores con Trayectoria). Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas en el área de Poesía de 2005 a 2007. Ha sido incluida en diversas antologías de poesía y textos suyos han sido publicados en varias revistas y periódicos nacionales y estatales. Estudió la Licenciatura en Lenguas ModernasEspañol en la Universidad Autónoma de Querétaro y la Maestría en Creación Literaria en Español en la Universidad de Texas en El Paso. Actualmente estudia un Doctorado en Artes en la Universidad de Guanajuato y es becaria del PECDA en la categoría Creador con Trayectoria.

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