1. PERSONA, SOCIEDAD Y CULTURA Es importante, aunque pueda parecer innecesario, que al comenzar nuestra reflexión dejemos claramente explícito que pensamos que la sociedad, la cultura y la personalidad humana son tres aspectos concretamente inseparables[1]. Como consecuencia de lo anterior sostenemos la necesidad de un profundo cuidado para no caer en reificaciones o cosificaciones de las separaciones o abstracciones que la mente efectúa a través del análisis. Muchas, si no todas, las divergencias acerca de la persona, la sociedad y la cultura suelen tener sus raíces en esta reificación de abstracciones. Y dado que de nuestra correcta comprensión de los fenómenos depende, aunque no exclusivamente, la eficacia de nuestra acción, no podemos dejar de darle importancia al asunto. Lo anterior tiene especial relevancia para la correcta comprensión de una revolución, que, consistentes con lo que arriba dijimos, creemos que debe afectar a la persona, a la sociedad y a la cultura. Dado que la persona, la sociedad y la cultura son aspectos concretamente indivisibles de la realidad y constituyen un conjunto de mutuas interacciones, debemos concluir que las modificaciones efectuadas en uno de ellos modificarán el sistema de interacciones y a los otros términos de la interacción. Reformulando lo anterior, diríamos que la persona se humaniza, en la sociedad, que la sociedad es humana en la medida que la constituyen personas y que la cultura es humana en la medida que es un proceso de humanización y sus efectos perfeccionan al hombre y a la sociedad. Utilizando otro lenguaje podemos decir que el hombre, la sociedad y la cultura, están en relación dialéctica. Esto es, que se los puede imaginar como existentes por sí pero que en realidad no pueden existir el uno sin los otros[2] El individuo se halla remitido a su grupo y sociedad y forma inicialmente su personalidad a través del proceso de socialización por el cual introyecta las normas, la cultura que organiza dicha sociedad y así participa como un miembro de la sociedad y la cultura. La sociedad existe en la medida que posee una cultura que la organiza de un modo propio y en cuanto los individuos están en interacción significativa. La cultura es el modo propio de vida de una sociedad y existe en cuanto creación o hallazgo de esa sociedad y de los individuos que la componen. El hombre toma conciencia de su unidad e identidad cuando es capaz de trascender el ambiente en el que vive inconscientemente.
Así ese ambiente se transforma en su universo, las cosas se transforman en su mundo de la conciencia, y las personas en un tú. El diálogo significativo entre el yo y el tú crean la sociedad a la vez La conciencia de la persona y de los grupos, es decir, de la unidad intersubjetiva se mantiene por la identidad y unidad percibida en el yo o en el nosotros actuantes a través del tiempo. El modo particular de organizar los actos a través del tiempo perfila una síntesis que distingue a una persona por su personalidad y a una sociedad por su cultura[3]. VARIANTE DE LA INTERACCION Equilibrio Cuando el individuo percibe de manera positiva la interacción con su grupo y sociedad y cuando la cultura de ésta, en consecuencia no aparece como una coacción externa sino como algo que sale al encuentro de sus necesidades y expectaciones o, por lo menos, no se opone a ellas de un modo marcado, podemos decir que la triada dialéctica de personas sociedad y cultura se halla en equilibrio. Desequilibrio Cuando el individuo percibe de manera negativa la interacción con su grupo y sociedad y cuando la cultura de ésta lo coacciona como algo externo que no permite la satisfacción de sus necesidades y expectativa la triada dialéctica pierde su equilibrio y se producen a nivel del individuo estados neuróticos, dificultades vitales de ajuste, un conformismo pasivo en el pensar, sentir, valorar y actuar que llevan a la llamada personalidad inauténtica; o tensiones sociales que producen el fenómeno de anomia o insubordinación, etc., o la oposición de individuos o grupos a la sociedad y a la cultura con la voluntad de cambiarla [4]. Precisamente cuando individuos y grupos cuestionan y se rebelan frente a la totalidad de su sociedad y cultura -cuestionando su legitimidad- se produce el desequilibrio que denominamos "situación revolucionaria". Este análisis, breve e imperfecto, creemos que es suficiente para servirnos de referencia para analizar la relación de la persona, la sociedad y la cultura en América Latina. RESUMEN
a) La persona, la sociedad y la cultura son tres aspectos inseparables de un mismo fenómeno. b) Hay que evitar ratificar las abstracciones, efectos del análisis, por cuanto afectan a nuestra comprensión y acción. c) De acuerdo a lo anterior (a) la revolución deberá concebirse como afectando a la persona, la sociedad y la cultura. d) Las modificaciones sufridas por uno de los tres aspectos modificará a la interacción y a los términos de ella. e) La persona se humaniza en la sociedad. La sociedad es humana si es de personas. La cultura es humana si perfecciona a la persona y a la sociedad. f) Hombre, sociedad y cultura están en relación dialéctica. g) Hombre, sociedad y cultura están mutuamente en referencia. h) El hombre, la sociedad y la cultura se constituyen dialécticamente. i) El modo de sintetizar los actos y las obras distinguen a la persona, la ,sociedad y la cultura. j) La interacción entre persona, sociedad y cultura pueden estar en equilíbrio dialéctico o en desequilibrio por la existencia de contradicciones. k) Cuando la contradicción afecta a la totalidad, de los términos y de la interacción entre ellos nos encontramos en situación revolucionaria. 2. PERSONA, SOCIEDAD Y CULTURA EN AMERICA LATINA Frecuentes y múltiples análisis, en los últimos tiempos, han proporcionado un conocimiento que permite intentar perfilar la situación de la persona. la sociedad y la cultura en América Latina. No se nos escapa que todavía este conocimiento deja mucho que desear como consecuencia del insuficiente desarrollo de investigaciones teórico-empíricas acerca de nuestro continente. Esta ausencia es una manifestación más de la situación que pretendemos describir sumariamente. La cultura
A partir de la Colonización podemos observar en América Latina una yuxtaposición cultural diversificada[5]. El conquistador ibérico trae su cultura y la impone a los países conquistados. Tomamos aquí el sentido de imponer como "poner sobre, violentamente", lo que equivale a una dominación cultural. En el caso de América Latina se producen, al parecer, diversos fenómenos. Por una parte, una cultura imitadora de los grupos dominadores que da por resultado un herodianismo cultural, enajenado de la cultura de los pueblos latinoamericanos[6] Por otra parte, un mestizaje cultural que no produce una nueva integración en una síntesis distinta sino que se manifiesta en un desintegrado eclecticismo cultural. Finalmente, una diversidad de culturas o subculturas que permanecen oprimidas y ajenas[7]. Una observación atenta, aunque no sea rigurosa, puede comprobar estas situaciones y quizás otras -que un análisis más refinado descubriría- a todos los niveles de la cultura. Basta caer en la cuenta de la diversidad de situaciones respecto a la lengua, a los hábitos alimenticios, a los tipos de habitación, al variado conjunto de medios de transporte, de tipos de vestido, de útiles de trabajo, de armas; basta reparar en la diversidad de ocupaciones y de industrias, en la diversidad del arte, de los tipos de conocimiento y cosmovisión, en la diversidad religiosa, en las distintas formas de relación social y familiar, en los modos de propiedad y comercio, en las formas de gobierno, etc. Cualquiera de esos aspectos, observados con detenimiento, nos manifestarla la realidad de una cultura no integrada -si tomamos a América Latina como conjunto. No desconozco que hay autores modernos que pretenden mostrar, con gran esfuerzo, que estas diferencias no son tan marcadas. Pero, en todo caso, son diferencias de grado que no modifican la situación actual descrita. El hecho quizá más iluminador es que la cultura dominante ha logrado suprimir artificialmente las diferencias culturales. Esta supresión artificial y violenta ha destruido la posibilidad de un proceso de integración. Para la mayor parte de los latinoamericanos la creación de cultura (que sería la creación de un mundo propio) está oprimida y, más aún, el mundo cultural que se le impone le resulta ajeno y cerrado. Lo anterior significa que culturalmente América Latina está oprimida, enajenada del proceso de la cultura. No puede crear su propia cultura, y la cultura que conforma el mundo que lo rodea le es ajena y cerrada, por cuanto no recibe sus beneficios y por lo tanto su mundo pierde significación y sentido (que es lo que proporciona la cultura), y no puede ser agente de ella porque no puede integrarse a los grupos dominadores. Es una cultura privada, de pocos, que priva a muchos. La más conocida manifestación de ello es la propiedad privada y la iniciativa privada y, a partir de ellas, la legitimación ideológica de las élites en el poder.
Finalmente, señalemos que esta situación de opresión, enajenación, marginación, es legítima para la cultura dominante. Sociedad Dado que la cultura modela el sistema de relaciones entre los hombres y grupos en la sociedad, a la vez que es fruto de ésta, podemos suponer que América Latina, como sociedad, posee los rasgos propios de sus características culturales. Los detentadores del poder en América Latina, oligarquías y élites, aprovechan su situación de privilegio para vivir de acuerdo a sus referencias culturales y sociales exógenas o extranjeras. Viven o tratan de vivir como se vive en Europa o EE.UU. Pero este herodianismo, precisamente por ser tal, no es de ninguna manera una identidad con la cultura y sociedad de referencia. La oligarquía y élite dominante imita a los europeos o norteamericanos en las ventajas y satisfacciones, pero que no los imita en la ética, no en la valorización del trabajo; tiene una actitud tradicionalista, busca el máximo de ganancias y todas las posibilidades económicas tienen el mismo valor relativo[8]. Mayor análisis requeriría de más espacio, que no tenemos aquí. Basta decir que los detentadores del poder son subdesarrollados y que lo que buscan no es el desarrollo sino el mejor cultivo del subdesarrollo, para vivir mejor[9]. Pero, así como había un cierto fallido o insuficiente mestizaje cultural, hay un cierto mestizaje de formas sociales. Hay grupos que sin pertenecer a los sectores que detentan el poder -más aún: estando en conflicto con ellos-, de todos modos participan híbridamente y de manera fluctuante en el sistema de dominación establecido. Los obreros urbanos industriales -especialmente en los grandes sindicatos, aunque en conflicto con las clases dominantes- están en complicidad con ellas por cuanto lo que buscan es una mejor situación en el contexto social existente[10]. Quizá, pero no aparece claro, otros sectores de obreros, y aun de campesinos, se encuentren en una situación semejante a la descrita. En correspondencia con la situación de marginación cultural, podemos observar el fenómeno de la marginación social. Franz Josef Hinkelammert, en su trabajo "Marginalidad y lucha de clases", anota que "el marginal. .. es un poblador que no logra convertirse en trabajador a pesar de que lo quiera", “no hay factibilidad para ésta su aspiración”, “el marginal de la sociedad latinoamericana está ansioso”, dice, "de encontrar su integración confrontándose con una sociedad incapaz para integrarlo. Esta marginalidad, entonces, es la forma que puede ocurrir"[11]. Y agrega: "Si la teoría de clases habla del fenómeno de explotación, no se da cuenta que hay todavía una condición humana más baja que la explotación. El (marginal) vive en un abandono total y para él ya sería una ventaja el convertirse en explotado. Pero
vive en una sociedad sin capacidad para la expansión económica"[12]. El marginal se enfrenta a una sociedad que no le ofrece una organización en la cual él pueda expresar y hacer valer sus intereses y aspiraciones. Está al margen, enajenado, oprimido, dentro de un sistema social que, para los que tienen el poder, es legítimo. La persona En un continente con una cultura y sociedad enajenadas, la especificidad del hombre se anula. El mundo que lo rodea no es su obra, y además es un mundo que no lo recibe. Es ajeno por imposición. Si se recuerda lo dicho sobre las relaciones entre la personalidad, la sociedad y la cultura, no parece desmedido hablar de un hombre enajenado. No se me oculta que quizá esto pueda tener aspecto de sofisma logrado a base de un razonamiento falso. Para disipar ese posible temor, voy simplemente a transcribir ciertas observaciones que un muy conocido psiquiatra latinoamericano, Armando Roa, hace en un trabajo titulado Algunos rasgos de nuestro ser latinoamericano[13]. Dice Roa en el apartado: "Lo difícil que para el latinoamericano es constituirse en persona": "la débil personalidad se advierte en la floja expresión de los rostros, en la falta de reciedumbre armoniosa de los movimientos corporales, en el regir de las relaciones por los estados efectivos del momento, por la extrema susceptibilidad a la crítica, por el miedo al lenguaje claro, enérgico y directo, por la actitud congraciativa cuando se apetece algo, o distante cuando no se necesita al otro, por el enmascararse con rostros postizos, con los cuales se acaba por coincidir exactamente. Tras el rostro, hecho uno con el rol, rara vez se descubre un hombre que estremezca y aliente. "Sin vivencia del desarrollo, se aleja del enriquecimiento hacia adentro, lo cual exige siempre entrega al bien personal-social y esfuerzo largo, sostenido y responsable. En cierto modo aguarda demasiado de los otros; va de la utopía -en cuya virtud espera lo máximo de un gobierno, de un amigo, de un cargo o de una teoría- a la apatía subsiguiente cuando aquello no resulta. "Hemos dejado de ser primitivos, no nos abastecemos con lo cultural nuestro y no hemos llegado a ser "desarrollados" para entrar en una digna paridad de trueque con otras culturas. Somos más bien hombres perplejos, coparticipantes del juego histórico hecho a nuestras espaldas". En otras palabras enajenados, no participantes activos, espectadores. Así aparece América Latina, un gran estadio donde los latinoamericanos vemos el juego en el cual otros "ganan".
El que forma parte del grupo que ostenta el poder está enajenado en cuanto herodiano; el obrero o campesino, que está dentro del sistema, lo está en cuanto explotado, y, finalmente, en grado máximo, lo está el marginado. He aquí los tres rostros del hombre latinoamericano: herodiano, explotado, marginado. Tres facetas y tres modos de enajenación.