ECUADOR (1808-1850) La independencia de España (1809 1822) La etapa de la independencia, a su vez, tiene dos momentos diferenciados: el inicial o de la "Revolución Quiteña" (1809-1812) en el cual se declara pero no se consigue la independencia, y al final, en el cual las fuerzas patriotas termina por imponerse (1820-1822). La Revolución Quiteña (1809-1812) Damos el nombre de "Revolución Quiteña" al primer momento de la lucha por la independencia ecuatoriana, durante el cual la iniciativa correspondió a la ciudad de Quito, cuyas clases dirigentes trataron de establecer un proyecto económico político original, pero fracasaron en su empeño. Para comprender el sentido y alcance de ese movimiento, así como las razones de su fracaso, es necesario analizar tres de sus causas más importantes: los recortes de jurisdicción territorial, la fragmentación interna de la presidencia y la incapacidad de los gobernantes locales. Al momento de iniciarse la Revolución Quiteña, gobernaba la Audiencia don Manuel de Urriez, conde Ruiz de Castilla. El Conde era un anciano de 75 años, poco apto para enfrentar las tareas propias de su cargo. Pero el suyo no era sólo un gobierno ineficaz; a ojos de los nobles quiteños, la administración del Conde contrastaba bruscamente con la de su antecesor, el barón de Carondelet. No sólo que la administración del Barón había sido más eficiente sino que, sobre todo, él había permitido que la nobleza criolla, y en especial la poderosa familia de los Montúfares, tuviera enorme influyo y participación en el poder, al punto que el de Carondelet ha sido llamado "el gobierno criollo". Ruiz de Castilla nunca tuvo la suficiente visión como para atraerse a la aristocracia local, con la que mantuvo desde el principio relaciones más bien tensas. La causa inmediata de la independencia hispanoamericana, fue la crisis de la monarquía española, provocada a su vez por la invasión de Napoleón a España (1808). Apenas las noticias de esos acontecimientos fueron llegando a sus oídos, las clases dirigentes quiteñas comenzaron a analizar las diversas y confusas implicaciones de los acontecimientos de España y decidieron que había llegado el momento de tomar el poder en sus propias manos, antes de que Lima o Bogotá tratasen de imponer sus propios intereses. Así comenzó la Revolución Quiteña.
Después de algunos titubeos iniciales, la conspiración estalló el 10 de Agosto de 1809. En la noche del 9 de reunieron en casa de doña Manuela Cañizares algunos patriotas, intelectuales y miembros de las familiares más destacadas de Quito, y decidieron deponer a las autoridades y en su lugar formar una Junta Suprema. Consiguieron sin dificultad el apoyo de las tropas locales y tomaron presos a los miembros del gobierno En síntesis, el golpe cogió desprevenidos a las autoridades y triunfó sin oposición. Pero el fácil triunfo no logró ocultar algunas carencias de la revolución, que en el breve lapso de menos de tres meses habrían de causar un fracaso: la falta de apoyo popular, de líderes adecuados y de apoyo de las demás provincias de la Presidencia. En efecto, si bien el pueblo de Quito no se opuso al golpe del 10 de Agosto e incluso participó con alegría en los primeros actos públicos del nuevo gobierno, no sentía como propia la causa de los insurgentes, ni estaba dispuesto a arriesgarse demasiado para ella. De la misma manera, los dirigentes del movimiento de agosto, lejos de ser revolucionarios convencidos, eran conservadores por nacimiento, vocación y convicción. Con algunas excepciones, eran sinceramente realistas y ambiguas. Se atrevieron a dar el golpe ante el peligro de que la prisión de los reyes legítimos culminara en una independencia de facto, por la disolución del imperio. En esa posibilidad, consideraban necesario que Quito se adelantara a organizar su propio espacio, de acuerdo a sus propios intereses. Pero eso no significaba que estuvieran dispuestos a tomar decisiones radicales, como el triunfo de la revolución hubiera exigido. Por último, la revolución no contó con el apoyo de las demás provincias. Hubo algunos intentos de respaldarla en Cuenca y Guayaquil, que no tuvieron ningún resultado concreto y que no fueron más que excepciones dentro del rechazo generalizado al movimiento quiteño por parte de las otras regiones de la Audiencia. Guayaquil, Cuenca y Popayán no podían sentir que la Revolución Quiteña las representaba porque ni había sido consultadas por ella ni sus intereses habían sido tomados en cuenta por los patriotas de Quito. Por el contrario, era revolución promovía los intereses de las clases dominantes de la Sierra central, que no siempre coincidían con los de las otras provincias.
No les fue muy difícil, pues, a las autoridades provinciales organizar cuerpos de tropas para someter a los insurrectos quiteños, que se sumaron a los que enviaron los virreinatos. Las fuerzas de Quito fueron derrotadas tanto en el norte como en el sur, en pequeños combates que fueron suficientes para que los soldados desertaron o se pasaron al bando realista y el ejército patriota se deshiciera. Los líderes revolucionarios, dándose cuenta de la realidad, capitularon sin siquiera intentar en serio la defensa armada del movimiento. Juan Pío Montúfar, marqués de Selva Alegre, renunció a la Presidencia de la Junta el 12 de octubre en favor de Juan José Guerrero y Mateu, conde de Selva Florida, criollo realista que sirvió de intermediario con Ruiz de Castilla. Las negociaciones con éste no fueron muy largas y el 24 del mismo mes se acordó mantener la Junta, pero subordinada a la de Castilla, quien no tomará represalias. El anciano funcionario asumió de nuevo el mando el 29 de octubre y al principio cumplió lo pactado. Pero cuando llegaron a Quito las tropas enviadas por el virrey de Lima y comandas por el teniente coronel Manuel Arredondo, disolvió la Junta y restableció el gobierno anterior. El primer acto del drama había concluido. La represión comenzó pronto. El 4 de diciembre fueron apresados muchos de los que habían participado en la insurrección. El fiscal pidió la pena de muerte contra 46 personas y las de presidio o destierro contra muchas más. No se trataba de imponer una justicia abstracta, sino de escarmentar a los criollos de todo el continente. Con el paso de los días, la situación se fue volviendo más tensa. Las tropas de Arredondo se comportaban más como ejército de ocupación que como custodios del orden. Robos, groserías, atropellos de todo tipo, contra todos los sectores sociales, en la ciudad y en los lugares circunvecinos, eran asunto diario. Así, la represión realista logró lo que no había conseguido la propia revolución: unificar a la población contra el gobierno que tales abusos cometía. Los presos se convirtieron en símbolo de la ciudad oprimida y la gente se angustiaba con los rumores de que serían ejecutados o se consolaba cuando se urdían planes para liberarlos. Así llegó el 2 de Agosto de 1810. En la tarde de aquel día un grupo de quiteños atacó los cuarteles para liberar a los presos. Algunos, en efecto, lograron escapar, pero muchas más fueron asesinados por los soldados en sus propias celdas. La tropa salió a la calle y la violencia se propagó por toda la ciudad.
Las gentes se armaron de lo que pudieron y resistieron a sus enemigos. Algunas casa fueron saqueadas por la soldadesca descontrolada y muchos cadáveres de ambos bandos quedaron tirados en calles, plazas y quebradas. No se sabe a ciencia cierta el número de los muertos, pero se calcula que quizá fallecieron entre 100 y 300 personas, número enorme si se toma en cuenta el tamaño de la ciudad. Quito perdió de un golpe gran parte de sus líderes y toda Hispanoamérica se conmovió ante la magnitud de la tragedia. La violencia de aquel aciago día sobrepasó las intenciones de los participantes e impresionó vivamente a todos. Ruiz de Castilla se allanó a la petición del obispo y otros criollos de convocar una reunión ampliada del Real Acuerdo (la Audiencia en pleno) con delegados de la Iglesia, el Cabildo civil y demás instituciones representativas. Tal asamblea se efectuó el 4 de agosto y resolvió: (1) que se corte la causa sobre la revolución del 10 de Agosto de 1809 y se restituya a todos los implicados sobrevivientes al goce de su libertad, bienes, cargos, honores, etc.; (2) que igual actitud se observe con cuantos participaron en los acontecimientos de las antevíspera; (3) que salgan de Quito las tropas limeñas y de las otras provincias y que se las reemplace con un batallón reclutado localmente y, por último (4) que se reciba al "Comisionado Regio", don Carlos Montúfar y Larrea, hijos del Marqués de Selva Alegre, coronel del ejército español que peleaba contra los franceses en la Península, quien había sido enviado por el Consejo de Regencia para pacificar la provincia quiteña, y cuya autoridad no quería reconocer el gobierno local. El comisionado logró la creación de una Junta Superior de Gobierno que, aunque teóricamente subordinada al Consejo de Regencia y presidida por Ruiz de Castilla, era en realidad una reencarnación de la Junta anterior, sólo que ya sin la ingenuidad política que había caracterizado a los revolucionarios de 1809. La Junta formó un ejército que salió a combatir a los realistas. Carlos Montúfar se dirigió al sur, derrotó a Arredondo en Alausí y estuvo a punto de tomarse Cuenca. Su tío, Pedro Montúfar, avanzó hacia el norte y llegó en triunfo hasta Popayán. Otro pequeño contingente, al mando del inglés William B. Stevenson, logró controlar Esmeraldas. Mientras tanto, el movimiento se fue radicalizando hacia dos ideas que hoy nos parecen obvias, pero que en aquellos días despertaban desconfianza y temor: la independencia de España y la adopción de un sistema republicano de gobierno.
Como signos de esa radicalización podemos citar la adopción de una bandera roja con aspa (cruz en forma de "X") blanca, la creciente participación popular, la renuncia de Ruiz de Castilla a la presidencia de la Junta (octubre 11, 1811), cargo que asumió el obispo Cuero y Caicedo y, sobre todo, la convocatoria de un congreso constituyente que declaró la independencia de España (diciembre 11, 1811) y promulgó la primer constitución "ecuatoriana" los "Artículos del Pacto Solemne de Sociedad y Unión entre Provincias que forman el Estado de Quito" (febrero 15, 1812). La radicalización de los patriotas significó también su división en dos grupos antagónicos: los montufaristas o moderados, que aceptaban la independencia de España pero seguían siendo monárquicos y fieles a Fernando VII, y los sanchistas (pues su líder era Jacinto Sánchez de Orellana, marqués de Villa Orellana) o radicales, que exigían la total independencia de España y de sus reyes y propugnaban un sistema republicano de gobierno. La oposición entre sanchistas y montufaristas impidió la continuación de los éxitos militares de los patriotas y señaló el comienzo del fin de su causa. Además, el avance de las fuerzas realistas desde el sur, bajo el comando del mariscal del campo Toribio Montes, resultó incontenible, pese a los esfuerzos de los insurgentes. Hubo numerosos combates que favorecieron a uno u otro bando, pero finalmente Montes entró a Quito (noviembre 8, 1812), la ciudad estaba desierta. El obispo presidente, los nobles, el pueblo, lo que quedaba del ejército, habían huido hacia Imbabura. Allá los alcanzó el coronel Juan Sámano, subordinado de Montes, quien finalmente deshizo lo que quedaba de las fuerzas patriotas, incluyendo su ejército del norte, que también había ido retrocediendo desde el sur de la actual Colombia hasta Ibarra. Unos pocos de los líderes patriotas lograron escapar, pero la mayoría fueron apresados y varios de ellos murieron fusilados. Era el fin de la Revolución Quiteña. La Independencia Ecuatoriana (1820-1822) La etapa final de la independencia ecuatoriana se inició en Guayaquil el 9 de Octubre de 1820, cuando los patriotas del puerto destituyeron a las autoridades realistas y se pronunciaron por la libertad. Las circunstancias eran de las que enfrentó la Revolución Quiteña en 1809. Ahora la independencia tenía un carácter continental y parecía que todos los pueblos debían tomar partido frente a ella. Por el norte, la Nueva Granada había sellado su libertad en la batalla de Boyacá (7 de agosto de 1819).
Mientras que por el sur Argentina y Chile eran libres, San Martín había desembarcado en Paracas (8 de septiembre de 1820) y preparaba sus operaciones sobre Lima. La marina chilena había roto la supremacía naval española en el Pacífico. Además, las contribuciones que Guayaquil venía haciendo para el sostenimiento de la causa realista se hacía cada vez más pesadas. Por último, un buen número de los puertos con los que Guayaquil podía comerciar eran ahora patriotas, al revés de 1809. El golpe, en sí mismo, fue tan exitoso como el de Quito de hacía once años. Las tropas y el pueblo respaldaron el movimiento y una vez asegurado el control del poder, se nombró una Junta de Gobierno presidida por José Joaquín Olmedo. Guayaquil se declaró en libertad para reunirse a cualquiera de los futuros estados sudamericanos y de hecho se formaron tres partidos: los que propugnaban la unión con el Perú, los que querían pertenecer a la Gran Colombia y los que aspiraban a la independencia total, sea de la antigua Audiencia de Quito o de la antigua Provincia de Guayaquil. Como se ve, ya no había ninguna duda respecto a la independencia de España, pero, en cambio, no existía todavía un proyecto consensual sobre la organización del nuevo estado. En todo caso, los patriotas guayaquileños estaban convencidos de su primer objetivo debía ser la liberación de la Sierra, sin la cual su propia revolución no podía estar segura. Se enviaron mensajeros tanto a San Martín como a Bolívar para solicitar ayuda, se reorganizó el ejército y se creó la División Protectora de Quito, que de inmenso se puso en camino hacia el interior. La campaña libertadora de 1820-1822 Al principio pareció que la campaña libertadora iba a ser fácil y rápida. Los pueblos de la Costa se sumaron con entusiasmo a la revolución; Cuenca proclamó su independencia el 3 de Noviembre de 1820; el 11 del mismo mes se dieron parecidos movimientos en Machachi, Latacunga y Riobamba, el 12 en Ambato y el 13 en Alausí. Más todavía, la División Protectora venció a los realistas en Camino Real el 9 de noviembre y ocupó Guaranda. Luego, ya en plena Sierra, llegó hasta Ambato. Pero allí se detuvo el avance patriota. Los realistas acantonados en Quito enviaron para contenerlo una división de unos mil veteranos al mando del coronel Francisco González. Los republicanos quizá llegaban unos 1.800 hombres, pero bisoños.
El encuentro se produjo en los campos de Huachi, al sur de Ambato, y la victoria correspondió a las realistas. La División Protectora debió retirarse hacia Babahoyo. González no la persiguió, sino que prefirió continuar por la Sierra hacia el sur, sometiendo a los insurrectos. El 20 de diciembre derrotó a las fuerzas de Cuenca y ocupó la ciudad. Toda la Sierra volvió a estar controlada por los realistas, si bien la Costa se mantuvo independiente. Mientras tanto habían llegado a Guayaquil los emisarios de San Martín y el general Antonio José de Sucre, del ejército colombiano. Entonces revivieron las viejas tensiones entre Perú y Colombia por la posesión de esa rica provincia. A la larga fue prevalecido Sucre, no sólo por su habilidad diplomática, sino porque Bolívar les envió armas, municiones y unos 700 soldados. Así, Guayaquil quedó bajo la protección de Colombia y Sucre asumió el comando unificado de todas las tropas. Para entonces los realistas intentaron conquistar la Costa, pero fueron derrotados en Cone, cerca de Yuguachi, el 19 de agosto de 1821. A su vez, cuando las fuerzas patriotas intentaron ganar la Sierra fueron también derrotadas a la segunda batalla de Huachi, el 12 de septiembre del mismo año. Evidentemente, se había llegado a un punto muerto. Para romperlo, Sucre tomó dos decisiones difíciles. En primer lugar, renunció a una marcha directa sobre Quito y subió a la Sierra por el sur, para irla liberando poco a poco. En segundo lugar, solicitó el auxilio del general José de San Marín, ya declarado Protector del Perú, auxilio peligroso dada la antigua rivalidad de los dos países sobre los territorios quiteños. San Martín envió una división al mando del coronel boliviano Andrés de Santa Cruz. Las fuerzas de Sucre y Santa Cruz se reunieron al sur de Cuenca a mediados de febrero de 1822. Los realistas no tenían posibilidad de resistir con éxito al ejército unido y abandonaron Cuenca, retirándose hacia el norte. Sucre, quien había asumido al comando general del ejército libertador, logró también, tras largas negociaciones, que Cuenca y su provincia se declarasen parte de la Gran Colombia. De allí hasta Quito el avance patriota fue relativamente fácil, pues los realistas se retiraban constantemente, sin presentar batalla. Sólo de cuando en cuando se daban algunos combates, entre los que sobresale la batalla de Tapi (21 de abril), que dio libertad a Riobamba.
En Quito, en cambio, se había fortificado todo el período realista, que no estaba dispuesto a rendirse, pero tampoco a salir a combatir al enemigo, que se localizó al sur de la capital. Por eso Sucre decidió pasar con su ejército al norte de la ciudad, para atacarla por su flaco menos defendido y para interrumpir las comunicaciones con la realista Pasto, que todavía no había podido ser conquistada por el ejército de Bolívar. Con eses objeto, la noche del 23 de mayor, el ejército patriota inició el ascenso del Pichincha, volcán que domina a la ciudad por el occidente. Pero las faldas del monte son enormes y el amanecer el día 24 las tropas de Sucre se hallaban recién sobre la parte sur occidental de Quito, donde fueron atacadas por los realistas, trabándose el combate en condiciones no previstas por ninguno de los comandantes. La victoria correspondió a los patriotas y Quito fue liberada. Pasto, en completo aislamiento, no podía resistir y se rindió en breve. Sólo el Alto y Bajo Perú quedaban bajo el poder español, cada vez más débil. Parecía que la causa americana había triunfado para siempre. Pero El triunfo de Pichincha no significó el fin de las guerras por la independencia. Fue necesario organizar nuevas campañas militares, para vencer definitivamente al realismo de Pasto y para derrotar al poder español en el Perú. La provincia de Pasto era realista y había representado un serio obstáculo para el avance de Bolívar hacia el sur. Después de Pichincha, en octubre de 1822, el realismo pastuso volvió a organizarse, esta vez bajo el mando de Benito Boves. El propio Libertad dispuso el ataque inmediato a los insubordinados, que fueron finalmente sometidos por el general Sucre, y después impuso castigos terribles contra toda la provincia. Pero la dureza con que lo trataba la República sólo servía para alinear al pueblo pastuso y para volverlo más apasionadamente realista. En junio de 1823 se produjo una nueva insurrección realista, acaudillada por el teniente coronel Augusto Agualongo, de origen indígena. Las mal armadas huestes de Agualongo derrotaron la guarnición colombiana al mando del general Juan José Flores y avanzaron rápidamente hasta Ibarra. Bolívar salió de Quito al frente del ejército y dirigió personalmente la batalla de Ibarra (17 de junio), en la que logró derrotar a los pastusos. Al día siguiente, las fuerzas colombianas marcharon hacia Pasto bajo el mando del general Bartolomé Salom, con el propósito de destruir completamente a los facciosos. Un año duró la ingrata tarea y sólo en junio de 1824 se logró capturar y fusilar a Agualongo y sus últimos seguidores.
Pasto había sido pacificado, pero también se habían destruido buena parte de su estructura social y de su economía. Mientras esto sucedía en el norte, fue también preciso emprender la liberación del Perú. San Martín había abandonado el país (septiembre de 1822) sin haber logrado independizarlo y el antiguo virreinato se había sumido en el caos. Por eso Bolívar debió ir a Lima (septiembre de 1823) y crear un nuevo ejército, exprimiendo los recursos del norte del Perú (la única parte del país que controlaba) y del actual Ecuador. Sólo después de lograrlo pudo atacar a los realistas y derrotarlos en Junín (6 de agosto de 1824) y Ayacucho (8 de diciembre). En costo de todas esas campañas militares para el Ecuador fue enorme. Hombres, armas, municiones, víveres, vestuario, transporte todo hubo que destinarlo a las necesidades de la guerra. A veces las contribuciones eran voluntarias, pero otras se las extraía por la fuerza. El reclutamiento forzoso de más y más hombres para el ejército, realizando en todas las regiones del Sur, por ejemplo, llegó a ser percibido como un acto de violencia del gobierno colombiano. Las campañas de Pasto y del Perú dejaron hondas heridas en la economía y aun en la demografía del actual Ecuador. La guerra con el Perú A estas tensiones internas se sumó el peligro externo, representado por la invasión peruana de 1828, bajo el mando del general José de La Mar y Cortázar, nacido en Cuenca, pero desde 1827 presidente del Perú. La invasión de La Mar se inscribe, por una parte, dentro del desarrollo del nacimiento peruano, tan débil respecto a España y tan fuerte contra sus vecinos. Por otra parte, también se relaciona con el sentimiento nacionalista de Cuenca y Guayaquil frente a la idea grancolombina. En todo caso, el motivo final para la guerra fue la retención por parte del Perú de las provincias de Jaén y Maynas, que Colombia consideraba suyas. El conflicto estalló en agosto de 1828, cuando el gobierno peruano decretó el bloqueo de los puertos colombianos. Unos meses después, en diciembre, el ejército peruano de unos 8.400 solados invadió la provincia de Loja y avanzó hasta cerca de Cuenca, contando con la neutralidad y a veces con el respaldo de muchos terratenientes de esa región, en la cual La Mar tenía relaciones familiares y era visto como un libertador frente a la dominación colombiana y posiblemente como el fundador de un nuevo estado independiente en el territorio de las provincias colombianas Sur.
Contra La Mar se hallaba Flores, quien se había preparado para la guerra, tanto porque la juzgaba inevitable como porque la veía la oportunidad de consolidar su propio poder en el Sur. Su ejército, el del Sur de Colombia, era apenas la mitad del peruano, pero lo superaba ampliamente en disciplina y experiencia, pues estaba formado por los veteranos de la independencia. Poco antes del encuentro llegó a la ciudad de Cuenca el mariscal Antonio José de Sucre, quien había dejado la presidencia de Bolivia y había sido nombrado nuevo Jefe Superior del Sur: a él correspondió dirigir las acciones militares. El encuentro se dio en el Portete de Tarqui, al sur de Cuenca, el 27 de febrero de 1829. La superior estrategia se Sucre y Flores y la calidad de las tropas colombianas se impusieron y derrotaron al ejército peruano. Al día siguiente se firmó el Convenio de Girón, en el que Sucre no quiso aprovecharse de la victoria y concedió al Perú generosas condiciones. Por desgracia, eso no puso fin a las hostilidades. En los meses siguiente el Perú se negó a cumplir las estipulaciones de Girón y a entregar al puerto de Guayaquil, que había ocupado. Por el contrario, redobló el esfuerzo militar con miras a continuar la campaña. Pero un golpe de estado en Lima depuso el gobierno de La Mar y el nuevo gobierno reinició las negociaciones de paz con Colombia, cuyo fruto fue el Tratado de Guayaquil, celebrado entre los dos países el 22 de septiembre de 1829. Los límites entre Perú y Colombia, según el Tratado de Guayaquil, habrían de ser los mismos de los antiguos virreinatos del Perú y de la Nueva Granada, con aquellas variaciones que por mutua conveniencia acordaran las partes. El Tratado fue debidamente ratificado, pero los límites precisos no llegaron a fijarse: la inestabilidad política de ambos países y la disolución de la Gran Colombia impidieron el logro de tal objetivo. El nacimiento de la República del Ecuador Los años colombianos no fueron particularmente felices para el Sur. Guerras constantes, continua sangría de hombres y recursos, agudización de la crisis económica, despojo de los territorios que habían sido quiteños, desconocimiento de la personalidad histórica del antiguo Reino de Quito, postergación de sus intereses por parte del gobierno bogotano.
No hacía falta tanto para que despertara el viejo nacionalismo quiteño, aquel que había motivado a los hombres de agosto de 1809, igual que a los de octubre y noviembre de 1820, a luchar por la independencia, tanto de Madrid como de Lima y Bogotá. Así, pues, la separación del Ecuador del a Gran Colombia no se debió principalmente a la ambición del general Flores, como ingenuamente se ha repetido tantas veces, sino a causas más profundas, que tomaron fuerza gracias a las dificultades de los años colombianos. Desde esta perspectiva es fácil comprender que la separación del Ecuador era inevitable, con o sin Flores. Es muy posible, incluso, que la sucesión se hubiera dado antes, de no ser por una serie de asuntos sobre los que era difícil ponerse de acuerdo y que conviene mencionar, ya que aclaran las condiciones en las que nacía el nuevo estado. El primer problema consistía en definir el territorio que lo integraría. La solución más obvia y más justa hubiera sido la de respetar los límites históricos de la Audiencia de Quito, que incluían la Gobernación de Popayán al norte y la de Maynas al sur. Pero, en la práctica, el control de Quito sobre aquellas provincias casi había desaparecido, mientras que las pretensiones del Perú y de la Nueva Granada se habían fortalecido. A la larga el tema desató un conflicto secular en que la República del Ecuador llevó la peor parte. El segundo tema era el de la integración del territorio. Guayaquil y Cuenca deseaban una unión casi federal entre provincias iguales y casi soberanas. Los compromisos a que dio lugar este asunto explican, al menos en parte, por qué el primer congreso constituyente se reunió en Riobamba, no en Quito; por qué el nuevo estado debió abandonar su histórico nombre de "Quito", para adoptar una "neutral", que nada decía, pero que nadie ofendía, "Ecuador", y por qué las primeras constituciones ecuatorianas concedían igual número de diputados a cada una de las tres regiones que finalmente integraron el país, sin tener en cuenta ni el tamaño de su territorio ni el número de sus habitantes. Por último, quedaba el problema del jefe del estado. Las guerras de la independencia habían quebrantado seriamente la legitimidad del anterior sistema de autoridades política y, a la vez, habían creado la figura del caudillo militar, que se había convertido en el árbitro del poder. Así, pues, parecía lógico escoger a militar, sin importar que no hubiera nacido en territorio ecuatoriano: por el contrario, eso podía ser incluso una ventaja, dada la subyacente rivalidad regional. Los principales candidatos eran tres.
El primero en ser eliminado fue José de La Mar, cuya invasión quedó para siempre estigmatizada como la de un país enemigo y, lo que es más grave, fue derrotada. El segundo candidato era posiblemente el más fuerte de todos: Antonio José de Sucre, uno de los más notables generales de la independencia, vinculado a los más notables generales de la independencia, vinculado a la más rancia aristocracia criolla por su matrimonio con Mariana Carcelén y Larrea, marquesa de Solanda. Tenía gran experiencia militar y política y aunque no deseaba el mando, le hubiera sido difícil rehusarlo. Pero su asesinato en las selvas de Berreuecos, cerca de Pasto (4 de junio de 1830) lo eliminó de la contienda. La muerte de Sucre despejó el camino para el triunfo de Flores, quien había ido acrecentando su poder en el Sur durante los daños colombianos. Una vez de Colombia y que la viabilidad del gran país se había mostrado prácticamente imposible, Flore movió los resortes que tenía en su manos y una asamblea de notables reunida en Quito lo proclamó jefe supremo del Estado del Ecuador el 13 de mayo de 1830. Tal decisión fue ratificada por similares asambleas de las demás provincias. La Gran Colombia había pasado a la historia y el Ecuador iniciaba su vida independiente. La Fundación de la República (1830 1850) No es fácil hacerse una idea de cómo era el Estado del Ecuador, cuando se fundó en 1830. Su territorio estaba poco definido y la institucionalidad era débil. Pero una cosa era clara, se había producido un aumento poblacional, que continuó y aún se intensificó a o largo del siglo XIX. Habían entonces alrededor de seiscientos mil habitantes. Su distribución regional estaba cambiando. Desde fines del siglo XVIII se había producido una elevación en la población costeña respecto del total del país. La distribución étnica de la población variaba regionalmente En la sierra, la gran mayoría de la población era indígena; con una minoría "blanca", mestiza y mulata y una pequeña cantidad de negros, que vivían en los valles Bajos interandinos. En la costa, en cambio, los mestizos y mulatos era más o menos la mitad de la población, seguidos por los indígenas y los "blancos". Los negros, en igual o parecido número que en la Sierra, eran proporcionalmente más. En el Oriente, salvo una cantidad mínima de colonos, la población era indígena, aunque reducida.
Las divisiones étnicas correspondían al complejo hecho social y cultural que fue la colonización. La gran mayoría de la población era indígena. Los "blancos" eran los criollos herederos del poder español que, aunque racialmente descendían también en buena proporción de antecesores indios, defendían celosamente sus privilegios asentados, entre otras cosas, en la idea de la superioridad europea y la "limpieza de sangre. Los «mestizos» y mulatos si bien se habían originado en una mezcla racial, se consideraban tales más bien por su posición económica. Eran pequeños productores y artesanos, fundamentalmente. Los negros, aunque no muy numerosos en el país, representaban una parte importante de la población, especialmente de la costa norte. La Economía Durante la Colonia se habían definido tres regiones o espacios económicos diferenciados: la sierra centro norte con su eje Quito; la sierra sur con su eje Cuenca, y la costa con su eje Guayaquil. Los territorios del litoral norte (actuales provincias de Esmeraldas y Manabí) estaban poco poblados y eran la periferia de Guayaquil. Los comarcas amazónicas tenían una relación virtualmente nula con la sierra. A partir de las regiones naturales se habían definido unidades regionales con caracteres económicos y sociales específicos. La sierra centro norte Cubría desde la actual provincia del Carchi hasta la de Chimborazo. Era la región donde más definidamente se había consolidado la hacienda como eje de la economía. El mecanismo más común de expansión del latifundio fue el desalojo de las comunidades indígenas, o la compra de sus tierras por presión o fraude. Las enormes extensiones cultivadas en un bajísimo porcentaje fue la característica más visible del agro serrano. La hacienda era un complejo de tierras destinadas a la agricultura y al pastoreo, dentro de cuyos límites se asentaba la población trabajadora. La relación productiva prevaleciente era el concertaje. El campesino "se concertaba" (comprometía), en teoría voluntariamente, a trabajar en la hacienda a cambio de un salario, que en la practica no llegaba a pagarse, porque el "concertaje" se veía permanentemente obligado a solicitarlo por adelantado.
El concertaje estaba organizado por la represión y el control ideológico. Por una parte, el hacendado podía mandar a prisión al concierto que no trababa para descontar la deuda. Por otra, la Iglesia, también terrateniente, ofrecía la justificación del sistema con el adoctrinamiento y mantenía mecanismos de profundización del endeudamiento: "fiestas", "priostazgos", "derechos" de bautizo, entierro, etc., que demandaban dinero en efectivo, obtenido mediante nuevos préstamos al patrón de la hacienda. El panorama económico de la sierra era complejo. La esclavitud continuó a lo largo del Siglo XIX, encontró resistencia en la propiedad comunal indígena. Aunque subordinada a la gran hacienda, la pequeña y mediana propiedad se mantuvieron. En la sierra existía n artesanado, productor de manufacturas destinadas a los mercados domésticos y los países vecinos. Trabajos en cuero y textiles fueron un rubro significativo, aunque conforme avanzaba el siglo XIX, se fue acentuando una crisis de la producción artesanal. Los obrajes serranos que sobrevivieron a la crisis XVIII, se insertaron en la hacienda y continuaron funcionando, aunque cada vez con mayor competencia de los textiles extranjeros. Los terratenientes más emprendedores sustituyeron los obrajes por instalaciones modernas, que también funcionaron integrados al latifundio, compitiendo con los productos de importación. La región norcentral de la sierra estaba estrechamente conectada con Pasto y Popayán, por un intercambio que se mantuvo largo tiempo La sierra sur Esta región (Cañar, Azuay y Loja) tenía las características económicas generales de la sierra, pero allí la concentración de tierras y el concertaje tenían menores proporciones. Junto a una mayor fragmentación de la propiedad rural, se encontraba mayor diversidad en las relaciones productivas y actividades económicas. Allí, además de los conciertos, existían "arrimados" y "aparceros". Junto a las actividades agropecuarias, se hallaban también la artesanía, la recolección de quina y la minería. Frente a la una virtual inexistencia de comercio con el norte, el intercambio con el sur era sumamente activo. Así, productos cuencanos se hallaban en Lima.
La costa En la región costeña, cuyo eje era Guayaquil, la exportación del cacao experimentó un notable incremento. De este modo fue creciendo un grupo de latifundistas y comerciantes. Desde fines del siglo XVIII, en especial durante la Independencia, se expandió la frontera agrícola. "El latifundio dice Hamerly comenzó a convertirse en la forma dominante de posesión de las tierras en las planicies del Guayas y el Litoral sur". El crecimiento del latifundio en esta región se dio con preponderancia de la "sembraduría", pero la pequeña propiedad seguía siendo importante. Tierras pertenecientes a campesinos no indígenas, mestizos, mulatos y negros libres abastecían una parte del mercado interno. Además del comercio con Europa, Guayaquil tenía intercambio con Panamá, Perú y Chile. Como las comarcas serranas producían poco y en ellas se cultivaba más o menos lo mismo, el intercambio era reducido. Los productos agrícolas que se vendían eran maíz, cebada, otros granos, papas, legumbres y trigo. En algunos valles bajos de la Sierra se hallaban productos tropicales o semitropicales en cantidades reducidas. Se comerciaba también ganado mayor y lanar, cueros, panela y aguardiente de caña. Al final de la época colonial regía en la Sierra un sistema de ferias locales. Después de la década de 1830, se dio una elevación de los precios agropecuarios. Ciertas ferias locales cobraron importancia. Pese a las dificultades de comunicación había intercambio entre Sierra y Costa. Los principales ejes de comercio eran Quito Riobamba Guayaquil y Cuenca Guayaquil. Desde el puerto principal se llevaban al altiplano, además de artículos importados, sal, tabaco, frutas tropicales, ganado y cera. A su vez, de la sierra se enviaban a la costa legumbres y cereales, textiles y cueros para el mercado interno y exportación. El estado desastroso de los caminos, agravado por el clima, las revueltas y los bandidos, dificultaba el comercio interno. De allí que la Costa fue abasteciéndose de ciertos alimentos con la importación. Esto se dio en la medida en que se elevaron las exportaciones. La costa se volcó a la producción para el mercado externo. Especialmente la exportación del cacao experimentó ya desde fines de la época colonial un gran incrementó. Los principales mercados eran México, América Central y España. Además, se exportaba café y tabaco, "cascarilla" (corteza de quina) recogida en la sierra sur; cueros y textiles de la sierra norte.
Estos últimos, sin embargo, salían en mayor cantidad por las fronteras terrestres. Hacia la mitad del siglo XIX, se fue incrementando el comercio exterior y se fueron también diversificando los mercados y los proveedores de manufacturas. Luego de la Independencia, varios países europeos, principalmente Inglaterra, intensificaron sus relaciones comerciales, aunque en menos volumen de lo que se afirmado. La pequeñez del Ecuador y su enorme distancia respeto de los centros europeos del desarrollo capitalista, retardaron su inserción en el mercado mundial. Red urbana y actividades económicas A inicios de la república, existía ya una red urbana en la Sierra. Aunque con localización y jerarquía desiguales, habían doce ciudades con un total de setenta a ochenta mil habitantes. Además de la capital, Quito, en cada valle interandino se asentaba una ciudad (Cuenca, Riobamba, Ibarra, Loja, Ambato, Latacunga, Guaranda). Eran centros de funcionamiento administrativo, religioso y comercial. Eran habitadas por los propietarios agrícolas, comerciantes y oficiales del Gobierno, por mestizos dedicados al pequeño comercio, la artesanía y la agricultura, y los indígenas que se dedicaban al servicio doméstico y público. Los mercados de las ciudades serranas estaban surtidos de productos agrícolas, que se conseguían por precios bajos. Las tiendas eran activas. Los artesanos estaban vinculados por "clientela" a los terratenientes y los conventos, y vendían sus productos en el taller o por intermediarios. Los artesanos eran un grupo de gran importancia económica y peso social en las ciudades. Estaban organizadas en gremios, controlados por los cabildos y por la Iglesia. El "taller" , organizado dentro de la tradición artesana, estaba dirigido por un maestro que tenía bajo su autoridad a "oficiales" y "aprendices". Igual que en la agricultura, había un nivel muy bajo de desarrollo de la producción, que utilizaba gran cantidad de mano de obra con instrumentos muy elementales. Sin embargo, la habilidad de los artesanos era reconocida. A inicios de la República, Quito era la ciudad más grande del país, con 24.939 habitantes, seguida por Cuenca que tenía 18.919. La capital había crecido sin organización urbanística. Casi los únicos edificios de significación arquitectónica eran los conventos y las iglesias, que le daban un aire característico y albergaban un poderoso grupo de clérigos y monjas.
Las casas populares eran de una planta y servían también de taller artesanal. Las residencias de los aristócratas, grandes y de dos pisos, iban de acuerdo con la forma de vida de sus ocupantes, que pasaban buena parte del año en sus propiedades rurales. Hacia 1830 Guayaquil era todavía una ciudad pequeña, pero en crecimiento. Su clima era muy fuerte y las condiciones higiénicas y de salubridad bastante precarias. Las construcciones eran básicamente de madera, lo cual agudizaba el peligro de incendio. La ciudad fue en poco tiempo la segunda del país. No terminaría el siglo XIX sin que pasara a ser la primera, con más de sesenta mil habitantes. Su situación privilegiada como puerto se complementaba con su ubicación muy favorable en el centro del sistema fluvial de la Costa Sur. Conectadas con Guayaquil crecieron Daule, Babahoyo, Machala, Milagro. En la costa norte, crecieron también, aunque en proporciones más modestas, Manta, Bahía y Esmeraldas, Portoviejo sufrió por largo tiempo una recesión. La Sociedad La Independencia y el establecimiento de la República del Ecuador trajeron transformaciones, pero mantuvieron rasgos del orden colonial, entre ellos la persistencia de la sociedad estamentaria. En la Presidencia de Quito se había mantenido celosamente la división entre "blancos" o "españoles", "mestizos" e "indianos". Los primeros participantes en la dirección política y administrativa, de los monopolios comerciales, la milicia, el alto clero, el acceso a la educación y hasta el derecho exclusivo de adquirir ciertas propiedades. Los mestizos, o quienes no pudieran "probar limpieza de sangre", ocupaban un lugar inferior en la escala social, les estaba vedado el ingreso a ciertas funciones sociales y políticas, pero podían ejercer las "artes" y oficios que funcionaban con una rigurosa organización corporativa, con garantías y privilegios. Los indios vivían sujetos a normas especiales que consagraban su desigualdad y sometimiento, aunque, como veremos en párrafos siguientes, también algunos derechos específicos. La independencia fue un enfrentamiento de "blancos" o criollos contra peninsulares o "chapetones". Los primeros ganaron, pero hicieron mínimas concesiones a los demás estamentos sociales colonial. Desde luego que con la Independencia se removieron barreras estamentarias, pero, en general, las rígidas normas de la sociedad jerarquizada a base de fortuna y diferenciación racial se mantuvieron.
La Vida Cotidiana En ningún otro aspecto se reflejó mejor esta realidad que en la vida cotidiana. Su eje era la familia. En todos los niveles sociales, los lazos de parentesco eran fuertes y el matrimonio se realizaba como un reforzamiento de estos vínculos con fuerte carácter patrimonial. Las formalidades matrimoniales manejadas por la iglesia eran solemnes, pero la existencia de hijos nacidos fuera de matrimonio era frecuente y tolerada. Las uniones de hecho cuando el varón era de estatus superior a la mujer eran socialmente aceptadas. Los indígenas mantenían también sus tradicionales ceremonias y costumbres maritales. En el hogar la mujer estaba sujeta al marido. Carecía de derechos legales para manejar la fortuna personal, pero sobre todo en las grandes familiares su influencia en las decisiones económicas y políticas podía ser determinante. La familia era centro de formación para el trabajo. En el barrio o la parroquia, era eje de las fiestas, que seguían el calendario religioso y agrícola. Los hábitos sanitarios eran prácticamente desconocidos, con el consecuente problema de enfermedades infecciosas. Esta era una característica que cubría todos los niveles sociales, aunque las diferencias entre éstos se reflejaban en una diversa y jerarquizada forma de vestir que diferenciaba a blancos, mestizos e indios. Así como las vinculaciones de sangre eran fuertes, también lo eran las de patronaje y compadrazgo, establecidas en todos los niveles sociales. Los Pueblos Indios El régimen colonial consagró la inferioridad legal de los pueblos indios, obligados al pago de tributo e impuestos eclesiásticos; excluidos de puestos administrativos se mantuvieron sujetos a la "doctrina", al margen de la educación; tuvieron que cumplir trabajo obligatorio y otras tareas que en muchos casos los condujeron a la servidumbre. Esta distinción que consagraba el sometimiento, reforzada por el carácter estamentario de la sociedad y una ideología racista que defendía la "superioridad" hispánica, permitía la permanencia de la organización comunal con acceso a la tierra, la existencia de autoridades indígenas y la defensa de ciertos derechos. Con la resistencia de los pueblos indios y el uso de la legislación colonial, se había generado un "espacio étnico" que mantuvo vigente a la sociedad indígena con su identidad.
Con el establecimiento de la República los pueblos indígenas mantuvieron rasgos de su situación colonial. Pese a la expansión latifundista se logró mantener una parte de la tierra en manos comunales. El sistema de gobierno de los "naturales", el cabildo, siguió funcionando y a veces los caciques y gobernadores indígenas fueron reconocidos por el Estado como autoridades con jurisdicción, especialmente en la recaudación de impuestos. Desde los tiempos de la Gran Colombia se intentó vender tierras comunales y se suprimió el tributo indígena. Pero estas medidas tuvieron poco efecto o fueron suspendidas, para ser tomadas a mediados del siglo, junto con la supresión de las "protecturías". Las medidas habían sido resistidas por los latifundistas, pero también contaron la oposición, o al menos no con el esperado respaldo, de las comunidades indígenas, que sabían que el desaparecer el mecanismo que garantizaba su "desigualdad" (el tributo) también los volvía "iguales" para el pago de alcabalas y el servicio militar. Los pueblos indígenas, sin embargo, no fueron primariamente amenazados por aquellas medidas, de todos modos progresistas, sino por el reforzamiento de regímenes terratenientes que establecieron mecanismos más drásticos del cobro del diezmo y de aplicación del "trabajo subsidiario" (especie de conscripción para obras públicas). Conforme el poder del estado oligárquico terrateniente fue consolidándose, se aumentó la legislación represiva y se sentía su presión sobre las tierras y la vida comunal. El Poder Político En el naciente Ecuador se consolidaron tres polos económicos y políticos sujetos al control de latifundistas que, si bien tuvieron motivaciones comunes en la ruptura independentista, mantuvieron su discrepancia por el manejo del poder local y regional en Quito, Guayaquil y Cuenca. Las primeras décadas del nuevo Estado atestiguaron la lucha por la mantención de ese hecho regional y por su reconocimiento jurídico con la vigencia de privilegios y autonomías. A lo largo del siglo XIX, la Costa y su eje Guayaquil fueron desplazados a la Sierra, en especial a Quito, de su posición de centro de la economía del país. Este cambio se dio en medio de fuertes tensiones que enfrentaron a los poderes regionales, especialmente a los notables del Interior y Guayaquil. Mientras los hacendados serranos trataban de detener la migración de trabajadores a la Costa, los plantadores del litoral, escasos de brazos, trataron de atraerlos. La adopción de políticas proteccionistas fue también motivo de conflicto.
Los comerciantes del puerto presionaban por un abierto librecambismo. Los terratenientes serranos veían en el proteccionismo una garantía para su productos amenazados por los artículos importados. El Estado Ecuatoriano nació caracterizado por profundas diferencias económico sociales, étnicas y regionales. Se estableció un mecanismo de representación indirecta por departamentos, con condiciones limitadas para el sufragio. Además de requisitos de edad o estado civil, así como saber leer y escribir, se condicionaba la capacidad de elegir a la posesión de un mínimo de propiedad y a no tener la condición de trabajador dependiente. Para poder ser elegido para funciones públicas, el requisito de propiedad era más elevado. Solo podía acceder a ellas un contado número de propietarios. Detrás de fórmulas democráticas y de soberanía popular, se daba una restricción del acceso al sufragio. Frente a la declaratoria de igualdad ante la ley se mantenía la diferenciación radical y estamentaria, persistían la esclavitud, tributación de indios, trabajo obligatorio y privilegios corporativos. La opción de un "estado unitario", proclamado en la Constitución estaba, por otra parte, en peligro por la dispersión regional. La libertad de comercio y circulación estaba limitada por la perseverancia de normas coloniales y por la aplicación de nuevas reglas republicanas destinadas a impedir la circulación de mano de obra, reforzar la prisión por deudas, someter a los trabajadores a la hacienda mediante "leyes de vagos" y otros recursos. En la realidad de desarticulación económica y persistencia de la sociedad estamentaria y étnicamente discriminatoria, los criollos latifundistas que lideraron la separación de España tuvieron éxito al fundar el nuevo Estado y mantenerlo unido en medio de la inestabilidad inicial; pero no lograron consolidarse como conductores de un Estado Nación. El establecimiento del Ecuador en 1830 se dio con un divorcio de las clases dominantes y la mayoría del pueblo. Los criollos veían a la nación ecuatoriana como continuidad hispánica, como la presencia y la superioridad del "occidente cristiano" de espaldas a la realidad andina, indígena y mestiza, a su lengua e identidad. No pudieron, pues, jugar el papel unificador de la comunidad cultural y social de la que se sintieron parte también las clases subalternas y dominadas. El Estado consolidó la ruptura entre la oligarquía terrateniente y el pueblo.
Las definiciones territoriales y la búsqueda de identidad en la raíz colonial, la persistencia de los pueblos indios en la defensa de su identidad y en su capacidad de imprimir varios caracteres del mestizaje, las acciones y expectativas de las luchas independentistas, las formas de religiosidad popular, la propia experiencia y percepción de la pertenencia regional estaba presentes en la sociedad ecuatoriana. Pero las clases latifundistas criollas no integraron esos elementos a su proyecto nacional, fundamentalmente por el temor de movilizar al pueblo y hacerlo partícipe del juego del poder. Y aunque ese proyecto nacional criollo logró penetrar en algunos sectores subalternos mestizos, fundamentalmente artesanos y pequeños propietarios, no logró expresar al conjunto. Los sectores dominantes criollos no integraron elementos nacionales populares en el proyecto y no reconocieron que junto a la "Nación Ecuatoriana" blanco mestiza reclamaban también derecho a la existencia histórica, pueblos indígenas, cuya lucha devendría con el paso del tiempo, en reclamo de la diversidad del país. Religión, Ideología y Cultura El Papel de la Iglesia Uno de los rasgos de la herencia colonial del Ecuador fue la presencia de la Iglesia Católica como oficial. Así continuó manejando mecanismos de reproducción ideológica como la educación, la catequización (imprenta, púlpito). Al mismo tiempo ejercía funciones burocráticas, como registro de nacimientos, matrimonios, etc. Luego de la independencia, la Iglesia se había consolidado como parte del Estado, pero al mismo tiempo intentaba ganar estatus autónomo, dirigida desde Roma, con mínima intervención gubernamental. Quería acrecentar sus privilegios y su participación política, librándose al mismo tiempo de la dependencia estatal. El Congreso Colombiano había declarado en 1842 que el Estado era heredero del derecho al "Patronato Eclesiástico" ejercido por los reyes de España. La primera Constitución del Ecuador mantuvo esa interpretación cuando estableció: "La religión católica, apostólica , romana es la religión del Estado. Es un deber del gobierno, en ejercicio del Patronato, protegerla con exclusión de cualquier otra". Se inició así polémica. Los partidarios del patronato o "regalistas" eran la gran mayoría de los notables de la época. Fervorosos creyentes, sostenían que era inherente a la soberanía. Un sector del clero y el Vaticano resistieron, aceptando las designaciones bajo protesta. La mayoría del clero nacional no tomó partido. El "relajamiento" provocó un descenso de la disciplina y el manejo ideológico.
Aunque se dieron intentos de evitarlo, el clero usó su condición para obtener triunfos políticos que lo llevaron a formar parte de los organismos del Estado, especialmente los congresos. Pero la iglesia no solo mantuvo su poder ideológico luego de la fundación de la República, sino que conservó también, y en algunos casos reforzó, su poder económico. Por diversos títulos (educación, beneficencia, culto) las diócesis y las comunidades religiosas compraron o recibieron por donación o herencia, grandes latifundios. Tendencias Ideológicas La independencia significó para sus principales beneficiarios una ruptura con la autoridad de la Corona Española y la libertad de comerciar con el extranjero, establecer impuestos y dictar leyes; pero no el inicio de un régimen de igualdad. Se daba por hecho que existía un "orden natural" en el que las desigualdades sociales y el ejercicio de la autoridad tenían origen en la voluntad del Creador. Los criollos blancos se consideraban herederos de la hispanidad, lo cual lo volvía predestinados para gobernar a la mayoría indígena y mestiza. La tesis sobre el origen divino de la autoridad se vio reforzada por la acción del clero y el catolicismo militante, que los pensadores monárquicos europeos habían desarrollado contra el avance del liberalismo y en defensa de las monarquías autoritarias de entonces. Siguiendo una tendencia que ya había existido en la antigua Colombia, hubo quienes cuestionaron esa visión de la realidad. Se dio de este modo un debate entre la mayoría de los notables que sostenía la necesidad de la autoridad, de gobiernos fuertes que mantuvieran el "orden", y una minoría cuestionadora que defendía la vigencia de los valores republicanos y las garantías. Los primeros, popularmente llamados "godos", se identificaron con el conservadorismo. Los segundos, los "rojos" comenzaron a identificarse como liberales. Entre conservadorismo y liberalismo se dieron también diferencias sobre garantías regionales y comercio libre. La diferenciación entre tendencias asumió un sesgo regional. En la sierra, el poder del latifundismo tradicional, la presencia del artesanado y la fuerza de la iglesia, fueron identificando a la región con el conservadorismo. En la costa se dieron afinidades hacia el liberalismo. En la naciente prensa se dio el debate ideológico.
La Educación En el Siglo XIX, la educación tuvo niveles bajos. Estaba dedicada exclusivamente a los "blancos", puesto que la mayoría de la población se mantenía analfabeta y recibía el entrenamiento necesario para las labores agrícolas o artesanales. Frente a la cultura oficial una rica cultura popular fue desarrollándose con elementos andinos, que habían recogido la herencia indígena y española y comenzaban a definir una identidad mestiza. Antiguas prácticas de la vida agraria y artesanal, un gran sentido de reciprocidad andina y una tradición regional mantenida con gran vigor, son algunos de los rasgos de esta cultura popular.