Cuentos Cortos

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Cuentos Cortos Por: Sara Rico


Miércoles de ceniza En una calurosa tarde de marzo leía el periódico sentada en una silla de mimbre. No había luz y apenas se escuchaba el murmullo de los pájaros a lo lejos. Pensaba nada más en la tibia mañana en que lo había visto por última vez despedirse de mí y contemplaba la noticia “Apuñalado encuentran a hombre de unos treinta y cinco años”. Mis párpados comenzaron a cerrarse en un inútil intento por mantenerme despierta y yo solo pensaba en él; recordaba sus palabras golpeadas, su presencia horrorosa y toda su ira hacia mi manifestada aquel día en que no gritó nunca más. Cerré los ojos y me desvanecí en un instante; tuve en mis labios su beso efímero y mortal, me convertí en aire contaminado de ciudad y tuve la sensación de viajar por lugares


inexistentes. Cuando desperté ya había pasado alrededor de media hora, tenía el periódico extendido sobre mis piernas y el cuerpo arqueado en la silla de mimbre. Y entonces lo vi. Parado ahí frente a mí. Su mirada era la misma de siempre, ojos negros endemoniados y semblante de enojo eterno, parecía que quería hablarme pero no podía hacerlo. Un hilo de terror y aire congelado recorrió mi cuerpo de pies a cabeza, sin embargo no me moví. - ¿Qué hacés aquí? – le dije con voz lánguida y baja. Él solo me miró con los ojos aguados y sin articular palabra alguna, yo tenía miedo, estaba aterrorizada pero decidí no demostrarlo. - Andate de una vez, ya no tenés nada que hacer aquí, vos estás muerto…estás muerto. Por un momento creí verlo llorar, pero lo odié, lo odié tanto que volví a cerrar los ojos para hacerlo desaparecer. Cuando los


abrí él se había ido. Se había ido de nuevo y esta vez quizás para siempre. Me levanté hacia la cocina para lavarme la herida de la mano, todavía temblando. El corazón me brincaba como dispuesto a salirse de su cavidad y tenía un dolor de cabeza insoportable. Cuando vi hacia la ventana que daba al cerro era ya de noche, pero al menos la luz había regresado. Pensaba en que haría de cenar mientras observaba la luna sobre el cielo oscuro y triste; estaba sola, pero estaba bien, porque él ya no estaría aquí, y no lo vería nunca más. Lucía Salazar**


Affaire Ese día habrían de encontrarse a las 2 de la tarde. Ella miraba absorta su reflejo en el espejo mientras pintaba sus labios de rojo carmesí, peinaba las ondas de su cabello cual movimiento de olas y pensaba en su próximo encuentro pasional. Él, nervioso e inseguro, le escribía una carta que encerraba su deseo febril y su amor impetuoso. Se vestía de gala y ya podía ver en su mente la silueta de ella dominando su mundo entero y haciéndolo olvidar todo. Salió de la habitación, vio a su esposa y le dio un beso de despedida. - Me voy a trabajar, amor.- Ella lo observó fijamente hasta verlo salir de la casa y cerrar la puerta. Tenía que pensar en la cena que prepararía para su esposo al


volver de trabajar, y en que tendría que ir a recoger a los niños de la escuela.

Lucía Salazar**

FIN


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