Algunas consideraciones sobre la arqueologĂa de la calle Alcazabilla de MĂĄlaga
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LINDELL Francisco Javier Carrillo Montesinos UEDE la realidad abstraerse en una sucesión casi infinita de colores como
la expansión de los universos? El arte abstracto lo está demostrando aunque siempre queda pendiente su última constatación porque se trata de un recorrido me atrevería decir exponencial. El pintor que traduce algo real, que consideramos parte de la realidad, en un lienzo aparentemente manchado con el color que se va transformando en una diversidad policrómica, o unicrómica, se convierte en recreador de esa propia realidad. Su lectura del entorno, que no lo destruye sino que lo aprehende de “otra manera”, no es ajena ni está distante de la complejidad en la que él mismo está inmerso. En todos los itinerarios de un artista hay “tránsitos”; otros llamarán “etapas”. El “tránsito” en la creación artística solamente puede interpretarse con la identificación, a veces imaginaria, de un hilo conductor que abre el camino que engarza a esos “tránsitos”. Esa sucesión evolutiva es posible gracias a unas dotes en el mismo artista recreador, cuya complejidad resulta harto difícil de clasificar y de diseccionar. Se podría comparar con la enigmática existencia, en matemáticas, del menos uno (-1) o con las composiciones del niño Mozart, que me sirven de referencias o instrumentos de aproximación para intentar “entrar” en la belleza, latente y manifiesta, del arte abstracto de Jorge Lindell. “Tránsito”, –en el caso que nos ocupa, de una nueva figuración que subsiste con todo el rigor que le ampara, a una resolución abstracta en donde el perfil, la mirada, la expresión de la faz, las manos, un anillo, el contorno de unos labios, las sombras, la perspectiva que nos coloca en lo tridimensional, incluso los abalorios y el florero de las orquídeas negras–, a una solitaria bidimensionalidad sin fondo ni espacios sombreados en donde todo renace a “otra vida” cuya realidad se justifica por sí misma, con la hegemonía absoluta del color rompiendo con los grafismos anteriores y generando la vida de otra forma y con otros contenidos. Parece que el peso de una cierta “nostalgia” del pasado artístico sigue modelando percepciones y sensaciones; sigue oscureciendo las potencialidades de la naturaleza que va más allá de “nuestro” universo reducido a una historia narrada y que se ha sobredimensionado para no sucumbir en los abismos del poder de una micro-partícula ni de los árboles de la sabiduría que se ocultan detrás de la materia negra que fija lo intergaláctico. Puedo afirmar, sencillamente y sin mayores inquietudes, que el color azul, que Lindell debe haber captado de los cielos de agosto o de la mar cuando se acerca al turquesa, o el amarillo del fruto de los limoneros o de los trigales a pleno sol, seducen mis sentidos. Colores del sur probablemente pero no exclusivos de él. Y ese ocre que
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Espacio IV.
también surge en sus creaciones de un descarado informalismo modular, que recuerda a aquellos acantilados recubiertos de tierra y sequedad que tanto inquietaron, por sus destellos al amanecer, a los navegantes de la Odisea mediterránea. Pero, ¿por qué se dice que sus cuadros están vacíos de figuras, de antropomorfismo, de hierbas y terrones, de componentes sacros o paganos? No podía ser de otra manera. Se dio el “tránsito” en el artista que recrea y se dio también el “tránsito” en el ritmo del vivir y del hacer en la percepción y en el latir de los pueblos. La historia evoluciona como las especies mismas. El poder y la gloria, que han acompañado el encadenamiento de los hechos humanos y de la propia historia del arte, también se sometieron al aluvión y a la yuxtaposición de los aconteceres y de los avatares. Esto ha permitido que Lindell, al que la música de los clásicos no le es ajena, situado en la intersección del XX y el XXI, haya optado, con su pintura, decir el mundo de otra manera con la ayuda de la opción combinatoria de colores y el recurso multiplicador, no del ordenador, sino del tórculo. Se puede deducir, más bien constatar, que la pintura de Lindell hace abstracción radical de la “flecha del Tiempo” y pretende ocupar parcelas vírgenes del inconmensurable que
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coloca al abstracto inaprensible al limitar el “espacio” infinito. En cierta ocasión me llegó hasta el conocimiento el hecho “sorprendente” de que uno de los grandes telescopios que deambulan no lejos de la Tierra había fotografiado algo nuevo, algo que hasta entonces era desconocido y que desde ese instante formaba parte de nuestra “perspectiva”. Se trataba de enormes muros que trazaban los límites del espacio y del tiempo. Pero los astrofísicos se preguntaron de inmediato: ¿qué hay detrás de esa materia amurallada? Volviendo al terreno común de los mortales, la misma pregunta podría formularse ante la pintura abstracta de Lindell, pero con el obligado matiz definitorio: aquellos muros inter-universos (por llamarlo de alguna manera) son indicadores de una “expansión”, mientras que la obra de arte tiene ante sí el inequívoco destino de su propia inmolación que, de momento, está trascendiendo a la propia desaparición de los artistas. ¿Contribuyen el arte, la música y hasta la poesía a mejor calibrar las fronteras de nuestro intelecto del que sabemos poca cosa aunque el gesto mecánico de una mano roce el frontal del cerebro para darnos una incierta pista? Toda obra de arte (en música nos parece más evidente) es la expresión de un “lenguaje” que, a su vez, adquiere la autonomía de “lengua”. Multitud de signos y de fonemas modelan y modelan las expresiones artísticas. El artista se manifiesta, habla, dice del mundo, se transforma de manera evolutiva, nace conocimiento de su propio conocimiento sometido a percepciones y a sensaciones que “dan sentido” a su propia obra. Nada es nuevo y todo está por “recrearse”, tributario él de las mutaciones que son las que abren ventanas al “tránsito” y dan intensidad a “miradas” del artista y de su obra como lo demostró, tajante, Rothko al lanzarse al vacío de la nada y de su antítesis que resultó eran color. La obra pictórica de Lindell, que merece apreciarla no en una sino en varias contemplaciones, difícilmente puede “asumirse” con plenitud si los colores, la definición del espacio de un lienzo y sus representaciones abstractas (para mi entender, es el caminar hacia lo “concreto” como fue el caso con una forma que daba contenido a la poesía o a la música dodecafónica) no estuviesen guiadas por la luz que a todos los creadores siempre ha precedido en el tiempo y en el espacio Lindell llegó a elaborar una comunicación a través de su obra. Un lenguaje polisémico, con sus claves y sus secretos incluso por él ignorados como fue el caso de los llamados rupestres de Lascaux o de Akakus, de Las Meninas, Picasso o Turner. Un lenguaje sin sombras ni perspectivas. Una mirada distinta sobre la materia que se transforma. Un trigal que al convertirse en barbecho sigue siendo trigal como la higuera tras la cosecha y tras la caída de las hojas en el otoño que anuncia la llegada de los fríos. Una hierba fresca que renace con el deshielo. Todo es color y luz también tras la siega, en el árbol disecado, en los sarmientos resecos o en los destellos glaciales cuando el agua mana al calor del sol.
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Estructura VII.
Estructura V.
Las lenguas que no se practican y no se enriquecen, en su diversidad, en su decir del mundo, terminan por morir como el arte. Con los pies en la tierra y el corazón en las estrellas, el “mercado”, inmenso quinto poder, traza lindes, prospecta modas y gustos, rompe con los equilibrios entre la ética y la estética. Se empobrece el lenguaje (algunos programas televisivos son la prueba) y se “valora” al arte conforme a una escala que termina aprisionándole. El Arte Contemporáneo asume lo efímero de las “instalaciones” efímeras (no niego que algunas de ellas me apasionan) y los nuevos lenguajes del llamado arte abstracto a duras penas pueden coexistir en la diversidad de las expresiones culturales que, en sí mismas, son emanación de una Naturaleza que es polifónica y polimórfica. Lindell con su pintura forma parte de esa diversidad necesaria y no excluyente, guste o no guste, se comprenda o no se comprenda, genere sensaciones de amor o fobia. La ética y la estética no son unidimensionales ni monolingües. Al menos, así me lo parece.