Entrevista a Carlos Rompani Zorrilla

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“Te vas a morir de hambre casi seguro” Entrevista a Carlos Rompani Zorrilla, actor La plaza de los bancos azules ¿Viste cuando te imaginas a alguien, y después lo conoces y nada que ver? Eso me sucedió con Carlos Rompani Zorrilla. A primera vista, lo vi y le dije: “Pensé que eras más alto”. En las fotos y vídeos que había visto previamente lo aparentaba, me pensé que me iba a encontrar a alguien mucho más alto que yo, pero descubrí que no era así. Al final, no todo es lo que parece. En fin, no es que sea bajo, es de estatura normal, debe de medir 1.70, por ahí, pero no tanto más. Una y media lo llamé. Salía de dar clase de teatro, a los chicos del Colegio Inglés, así que decidimos encontrarnos ahí, en la calle Pastoriza. Caminamos por Rivera y nos metimos en una callecita. Me dijo que conocía una plaza donde nos podíamos sentar a charlar. “Tengo un hambre”, le dijo al almacenero. Ojeó un poco lo que ofrecían y finalmente optó por comprarse un ‘combo’: milanesa al pan con coca-cola común, nada de cosas light. Cruzamos en frente y nos sentamos en la pequeña plaza, que tenía dos bancos azules bajo un árbol. Era un día de viento y frío impresionante. Pero él parecía no sentirlo. Llevaba una camisa que apenas se veía, con un par de buzos encima y una especie de bufanda anudada al cuello. Rematando el estilo casual, una zapatillas all-star, que no faltan nunca en el vestuario de los jóvenes de hoy. En una hora y media me contó todo sobre su corta vida, ya que Carlos apenas tiene 24 años. Corta o no, ha conseguido aprovecharla al máximo y afirma que aún le queda mucho por descubrir. Desde que terminó el liceo no paró de hacer cosas. Estudió Derecho año y medio, Comunicación casi un año, pero ambas carreras abandonó. En el fondo sabía que no era lo suyo. Le encantaba actuar, pero le daba miedo dedicarse sólo a eso. Este miedo le ocurre a muchos, porque ser actor en nuestro país no es cosa fácil. Hay como una tendencia a creer, como dice Carlos, que si te dedicas a eso “Te vas a morir de hambre casi seguro”. Por eso algunos creen que es mejor tener algo más, como respaldo.


Finalmente, se dejó llevar. Fiel a la vocación que sentía, que tenía como actor, se inscribió en la Escuela de Arte Dramático (EMAD) de Montevideo. Una escuela que no todo el mundo logra entrar. Hay que ser muy bueno, porque la prueba de ingreso es sumamente difícil (dos monólogos, una escena de una obra, análisis de texto, etc.) Carlos quedó y estuvo dos años estudiando ahí, donde se empezó a dar cuenta cada vez más que ser actor le “copaba”, que era lo suyo. ¿De dónde nace tu vocación como actor? Me encantaba cantar, va me encanta. De chico estuve en varias bandas como vocalista, bandas entre amigos, de rock. En una tocábamos temas de ACDC. Un día, sábado de mañana, me llama el director de teatro del British, Agustín Maggi y me pide que audicione para la obra que iban a hacer ese año, Footloose. Le habían comentado que cantaba bien, pero yo estaba en 5to de liceo, imagínate, en plena adolescencia… había salido la noche anterior. Al principio no quería saber de nada, pero después me decidí y fui. Audicioné y quedé para el papel protagónico. Fue ahí que me di cuenta que era lo mío. La obra fue en noviembre del 2003. Por esa época la revista Carrasco News publicaba: “Quienes asistieron al auditorio del British en la noche de presentación , realmente se encontraron con una obra espectacular, donde se notó mucho esfuerzo y dedicación por parte de los actores, que se vio reflejado en excelentes coreografías, excepcionales bailes y actuaciones que conmovieron al público”. Al año siguiente Carlos también protagonizó en su colegio, Les miserables, siendo esta otro éxito rotundo. “Muchos de los chicos, si mantienen ese cariño y entrega por lo que hacen, pueden llegar muy lejos como profesionales y como personas”, comentó Maggi en su momento. Carlos es un de los únicos de entre sus compañeros que siguió con la actuación y hoy demuestra ser un profesional. “Siempre me lo tomé en serio”. Para Rompani, el hecho de que fuera una obra de liceo, no hacia que la considerara como algo menos. En sus papeles siempre se dedicó de lleno, y nunca lo tomó como un juego. Desde el momento que se subió por primera vez al escenario, sintió que era lo que le gustaba hacer y hasta ahora no dejó de hacerlo. Talento de familia A su vez, el arte está en su sangre. Su madre fue directora de arte y vestuario en varias películas uruguayas, como por ejemplo, En la puta vida, de Beatriz Flores Silva. Por otro lado, Juan Zorrilla de San Martín, el poeta de la patria, es su tatarabuelo, y José


Luís Zorrilla de San Martín su bisabuelo, es un famoso escultor, pintor, y fue quien construyó el obelisco. Y como si fuera poco, China Zorrilla es su tía abuela. Una familia entera de artistas. De ahí el talento natural de Rompani. Buenos Aires, una nueva etapa A los 21 años, estaba en Montevideo cursando segundo año en la EMAD y trabajando en Creditel. Desde la muerte de su padre, la situación económica no estaba del todo bien, y por eso se había metido en esto para ayudar a su madre. No le gustaba en absoluto. Estaba encerrado en una oficina, pero principalmente porque no podía dedicarse a hacer lo que más quería, que era actuar. En un arranque de locura, de que se quería “ir a la mierda”, opta por Buenos Aires. Enseguida consigue alojamiento en lo de un amigo, pero cuenta “fue una decisión difícil, tenía que dejar todo: mi novia, mi familia e irme sólo con una mochila y una poca plata que tenía ahorrada”. Sin pensarlo más, marchó a Buenos Aires. Enseguida se metió a trabajar en un callcenter, mientras buscaba algo más estable en la actuación. Entretanto, hizo varios cortometrajes para estudiantes que egresaban de distintas escuelas de cine. Algunos le pagaban, otros no. Recuerda que uno de ellos se llamaba ‘El secreto de la bombacha roja’. “Era muy bizarro, pero estaba bueno, la idea era original, que es lo que a veces falta acá”. Asimismo, participó en dos capítulos de Son de Fierro, telenovela de Pol-Ka, donde interpretaba a un plancha. Se puso a estudiar con el director y actor argentino Norman Briski, conocido por ser muy exigente y maestro de grandes actores. “Es muy directo y sencillo con lo que te dice”. Carlos explicaba que, si no le gustaba lo que hacías te podía insultar, decirte de todo. Muchos abandonaban enseguida, “Teníamos un cagaso”. Además, justo fue en el momento en que Uruguay y Argentina estaban en pleno conflicto por las papeleras. Todos le tomaban el pelo. “Me daban palo porque era uruguayo. Qué haces acá me decían… Pero igual fue una experiencia increíble.” Después de más de medio año de estudiar con Briski, Carlos consigue trabajo en una Compañía de Teatro, que hace obras infantiles en inglés para colegios en distintas partes de Sudamérica. Se unió al elenco y durante casi dos años estuvo viajando y durmiendo en hoteles. “A veces hacíamos hasta 6 funciones por día”. Recorrió casi toda la Argentina, estuvo en México, Costa Rica, Panamá. Fue una experiencia agotadora, pero inolvidable, donde aprendió más que nunca. Se tuvo que adaptar a textos diferentes y a públicos diferentes. Además, los teatros


siempre estaban llenos (más de 1000 personas), ya que las entradas en esos eventos se compran anticipadas. No obstante, en el fondo, sabía que no era lo que quería hacer por el resto de su vida. A mediados del 2008 renuncia a la compañía. Ya había pasado una etapa. El amor tira, de vuelta en Montevideo Estando en Montevideo de visita, su novia le comentó que había un llamado para un reality en la televisión uruguaya, de actuación. Carlos se presentó, ya que en cierto modo quería volverse a Montevideo, extrañaba. Este programa era Localidades Agotadas, conducido por Reina Reech. Era un reality en el que participarían diferentes actores y serían evaluados en distintas instancias por un jurado. Los ganadores obtenían un papel en la obra Doña Flor y sus dos maridos, que se realizaría finalizado el programa. Luego de varias pruebas por las que tuvo que transitar, lo llamaron. Había quedado para participar. Es ahí que inmediatamente renunció en Buenos Aires y se instaló nuevamente en la capital. Después una serie de apariciones en el programa, que se emitía los sábados en el 10, Carlos ganó el concurso: interpretar al Trovador en la obra, que en este momento está en plena producción y con ensayos. En el verano estuvo trabajando en Punta del Este, como notero de un programa que se llama 7 sentidos, que emite canal 7 de Maldonado, sobre los eventos del verano. Con estas dos instancias, descubrió que la televisión también le gusta mucho y planea en un futuro incursionarse más en el medio. Recientemente actúo en una obra de teatro llamada El hombre que quería volar, un drama que se sitúa en época de la dictadura, en la cual asume el rol de hijo, de un profesor de la universidad. Tras la repentina muerte de su director, Carlos Aguilera, las funciones se suspendieron, y por ahora está stand by. Entretanto, por las mañanas Carlos está estudiando Realización Audiovisual en BIOS, y da clases de teatro a chicos de 11 a 13 años en el Colegio Inglés. Le gusta porque dice que aprende muchas cosas de los niños. “Te das cuenta de cosas que sabes, pero no sabes que sabías.” Y por las noches tiene generalmente ensayos de Doña Flor y de Open the door (musical en producción).


De cuando en cuando, aparece en alguna publicidad. Ahora lo podemos ver en el último comercial de Hepamida. Pero como quien dice lo hace por necesidad, no es algo que realmente le guste. “La publicidad es plata fácil.” Pese a esto se entretiene en los rodajes. Observa cómo filman y usan las cámaras, cosas que le sirven para cuando dirija su primera película, ya que en un futuro le gustaría establecerse como director. Pero insiste en que su pasión radica en el teatro. “Me subo a un escenario y soy feliz. Es lo que más me gusta. El público me llena.” En esta hora y media que hablamos, Carlos se fumo por lo menos 4 cigarrillos y ni siquiera terminó su almuerzo. Se ve que de tanto hablar, de cómo es la vida del actor, se le quitó el apetito.

Ser actor en Uruguay En nuestro país ser actor es totalmente diferente a lo que es en el resto del mundo. Por empezar no hay actores de cine, en general son de teatro y después se adentran en el cine, que no es lo mismo. Después no existe tener representante o lo que se conoce como ‘manager’. Todo se maneja más bien por contactos, ya que en el ambiente todos se conocen, “es un núcleo muy reducido”. “Te llaman y no te llaman… pero haces algo bien, alguien te ve y ahí seguro.” Además, Carlos cuenta que el teatro está mal promocionado, nadie se entera de las obras que hay. “Una vez tuve que hacer teatro para diez personas”. Y sí, si hay público, por más mínimo que sea la obra se debe hacer.

Técnicas de actuación A la hora de llorar, ¿cómo haces? Generalmente utilizó el método de la memoria emotiva. Me acuerdo de algo que en el momento me dolió mucho, por ejemplo la muerte de mi padre. Recuerdo su imagen o me imagino lo mucho que me gustaría que me pudiera ver actuar y me meto en esa situación para llorar, después recién la incorporo al personaje y a la situación en la que este está. A veces inclusive simulo estar en una situación horrible, por ejemplo, que siento que me estoy quemando. Todo depende. Además, todos los llantos te salen diferentes, te pueden salir lágrimas o no. En El hombre que quería volar, tengo que


llorar todo el tiempo, y en cada función me sale distinto, y como es en vivo es más difícil. Cómo haces en las escenas románticas, si te tenes que dar un beso o más… Más por ahora no me toco (risas). Pero en alguna que otra obra me tuve que dar un beso con la protagonista, pero como eran obras infantiles… Igual a mi novia no le gustaba nada. Creo que lo importante en estos casos es no involucrar sentimientos, pero como ves en el mundo, muchos actores terminan en pareja, porque un beso es imposible que nunca genere nada. By: Ella Navarro


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