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EL EDICTO DEL REY LIDIA J.LEZAMA
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Hace mucho, mucho tiempo, cuando aún habitaban los hombres en el castillo de estas tierras, en una de sus torres más altas vivía una pequeña araña, habiendo encontrado acogedor aquel espacio lo declaró su reino particular, se dedico a tejer por todo el lugar decorando todos los rincones con su característico diseño en espiral. Posteriormente tuvo descendencia y como quiera que en la naturaleza los hijos deban abandonar a sus padres buscando su propio bienestar, estos no fueron la excepción, se desperdigaron dentro y fuera de la edificación, llegaron a los establos, al telar y la cervecería, eso sin mencionar a quienes hicieron del bosque su morada. Uno de los más osados hizo de la sala del trono su hogar, una noche decidió mejorar el aspecto de la gran silla cubriéndola con una de sus mejores telas, dedicándose a tejer, tejer y tejer, hasta que vio con satisfacción cumplida su particular labor, al dar los últimos retoques le invadió un cansancio enorme y se dispuso a dormir profundamente en el centro de su obra maestra. Muy temprano comenzó una gran actividad en la sala, pues ese día se celebrarían las audiencias con el Rey. Una vez lleno el lugar, este con mucha pompa hizo acto de presencia y ocupó su sitio en el trono, sin notar a nuestra amiga profundamente dormida en el respaldo. Tantos fueron los movimientos y ademanes hechos por el Rey, que terminó despertando a la araña, quien al ver su obra maestra destruida, solo pensó en darle una lección al perpetrador de tan gran fechoría, entonces de un salto se coló por el cuello de su camisa y lo picó, ¡no una sino varias veces!
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Incapaz de disimular el dolor causado por las picaduras, el Rey abandonó de forma atropellada la sala dejando a todos los presentes perplejos. Ya en un lugar privado se libró de sus ropajes encontrando a la causante de su sufrimiento, desde su punto de vista ese insignificante bicho lo había dejado en ridículo frente a sus súbditos, muy molesto tomando a la araña entre sus dedos se deshizo de ella con el método más rápido. El haberse librado para siempre de nuestra amiga no calmó su molestia, decidió suspender las audiencias y se encerró en su despacho a
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rumiar sobre lo acontecido. Tantas vueltas le dio al asunto que terminó sacándolo de toda proporción, esto lo llevó a recluirse en sus habitaciones fingiéndose enfermo como resultado de las picaduras, con este pretexto ordeno redactar un edicto mediante el cual se decretaba la erradicación de todas las arañas de su reino.
Tan eficaces fueron los habitantes del reino en el cumplimiento del edicto, que rápidamente la población de arañas se vio alarmantemente disminuida, haciéndose muy extraño encontrar alguna a simple vista, porque estas aprendieron por las malas a ocultarse en cuanto se acercaban las personas. Pronto el reino se vio asolado por una invasión de mosquitos, moscas y moscardones los cuales importunaban por igual a animales y personas. Estas últimas estaban llenas de picaduras, no dormían bien por las noches, a muchos les daba fiebre o sufrían sin poder abandonar el garderobe, los sanadores ya no se daban abasto ante tantos enfermos.
El Rey viendo toda esta situación ya se encontraba desesperado sin saber qué hacer, ¡luchar contra este ejército de bichos voladores le parecía imposible! Casualmente por esa misma época se encontraba viajando por esos entornos un sanador muy sabio, —reconocido estudioso de la naturaleza—, este al llegar a las tierras del reino, decidió pasar por el castillo presentando sus respetos. Cuando el Soberano supo de la presencia del sabio en el castillo inmediatamente le concedió una audiencia privada, atendiéndolo en su despacho, allí le explicó la situación del reino, solicitando al sanador su intervención para ayudar a terminar semejante calamidad. Su alteza, antes de darle una respuesta, me gustaría si es posible aclarar algunos puntos, —le dijo el sabio—, ¿recientemente se han dado cambios capaces de alterar el equilibrio en sus tierras? ¿Sus súbditos han cambiado de hábitos? ¿Están disponiendo correctamente de los desechos producidos? El Rey perplejo ante estas preguntas le ordenó al chambelán —quien también se encontraba presente en el despacho—, responderle al sanador, este sin perder el tiempo lo hizo de la siguiente manera:
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Señor sanador, los desechos del reino se manejan como siempre se ha hecho, sin que ocurriera anteriormente este mal, con relación a los cambios, no existe otra cosa más allá del edicto establecido por su majestad, en el cual se ordenaba eliminar a todas las arañas y el cambio de habito de los súbditos con
respecto a estas. El sanador, habiendo escuchado con atención al chambelán, dijo: su alteza tal vez la respuesta no sea de su gusto, desde mi punto de vista es la única medida efectiva para finalizar la invasión sufrida por su reino; a lo largo de mis años estudiando a la naturaleza he observado insectos alimentándose de otros, manteniendo así el equilibrio entre ellos. En este caso particular puedo decir sin temor a equivocarme, la disminución del número de arañas cuyo principal alimento son los mosquitos, moscas y moscardones, dio como resultado el aumento significativo de estas plagas; si se permite nuevamente aumentar la cantidad de arañas, se restablecerá el equilibrio finalizando toda esta situación. Pero manteniendo la causa que impulsó su eliminación no se llegará a una solución satisfactoria.
Al escuchar esto el Soberano, algo molesto, concluyó la audiencia y se quedó reflexionando sobre lo conversado en su despacho; a lo largo de la tarde, mientras más pensaba en la respuesta del sabio —muy a su pesar— mayor lógica le veía, entonces tragándose su orgullo, llamó a su chambelán y le ordenó redactar un edicto derogando al anterior. Y aunque a los súbditos del reino les llamó la atención esta contraorden, se aseguraron de cumplirla tan eficazmente como cumplieron la primera, logrando aumentar la cantidad de arañas. Si bien a estas ya no se les encontraba tan abiertamente como antes, lentamente se fue restituyendo el equilibrio, disminuyendo así el número de mosquitos, moscas y moscardones. Al recuperarse los enfermos más graves el sanador continuó su camino, pero este encuentro le dejó una gran lección al Rey, no dicha con palabras solamente sino con resultados.
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LIDIA J.LEZAMA Venezuela
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