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LA CONSTRUCCIÓN DEL NUEVO Mundo como una casa común

mexicana, de Bernardo de Balbuena (1604).

Y como en esta columna nos hemos propuesto mostrar las circunstancias que hicieron posible a tal ámbito, el novohispano, convertirse a partir de 1565 en el puente natural de Occidente y Oriente merced a las rutas marítimas de la Carrera de Indias por el Atlántico y la del tornaviaje por la Mar del Sur, comenzamos ahora una breve consideración a los elementos materiales que desde la ojerosa y pintada capital de la república nos permiten recrear su disposición urbana hasta 1521, para darle seguimiento a tal tónica en colaboraciones ulteriores.

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Tributaria de su emplazamiento sobre un vaso lacustre, México-Tenochtitlán, siguió las huellas de Teotihuacán respecto a ser una ciudad –estado diseñada y construida a partir de principios políticos, religiosos, militares y funcionales. Ocupó unos

12 km², y en su auge demográfico la habitaron hasta 150 mil habitantes.

De ello derivaron dos consecuencias urbanas de alto impacto para el desarrollo ulterior de las planeaciones de este tipo: la plataforma, sustento sobre el cual debía edificar- se toda vivienda común y popular, y el patio como punto de convergencia para las actividades domésticas y artesanales alrededor del cual giraba esa micro comunidad.

Al patio tenían salida todos los vanos, que siempre fueron de acceso, nunca de luz y ventilación: el calli o área de cobijo, el tlecuilli o cocina comedor, el cuetzcomatl o troje, el acamitl o depósito del agua, el teopanzintl o adoratorio, el calmil o huerto y el temazcall o baño de vapor. Para las clases populares se daba el caso de familias emparentadas entre sí que compartían el mismo patio, sobre todo si se dedicaban a la misma actividad laboral.

En cambio, donde la milpa y la parcela justificaban el predominio de chinampas, la vivienda se reducía a lo esencial, es decir, a cuatro horcones hincados en tierra, techo de paja, muros de caña cubiertos con lodo y ausencia de vanos y escaleras.

Por Fernando Pascual

¿Cómo miramos al futuro? ¿Qué resultados esperamos de las acciones humanas en nuestros días y en los próximos años?

La contraposición entre optimismo y pesimismo se hace patente a la hora de pensar en lo que pueda ser el futuro.

Para unos, el futuro mejorará las condiciones de vida de la humanidad, logrará una mayor limpieza en los ríos, ofrecerá tratamientos médicos adecuados para la mayoría, eliminará la pobreza y el hambre.

Para otros, el futuro quedará asfixiado por contaminaciones, guerras, injusticias, corrupción, nuevas enfermedades, pérdida de salud y de autonomía. Diversos autores han analizado los presupuestos que llevan hacia el optimismo y hacia el pesimismo, y sus reflexiones ayudan para comprender el surgir de perspectivas antagónicas.

Un presupuesto acomuna a optimistas y pesimistas: la idea de que el futuro depende casi por completo de las decisiones de los seres humanos. Lo que ahora escogemos determinará lo que será el mañana.

Pero luego algo separa radicalmente a optimistas y pesimistas. Los primeros suponen que la inteligencia y la voluntad son capaces de orientarnos hacia mejoras sustanciales que, esperamos, beneficien a la humanidad.

Los segundos, por el contrario, o desconfían del conocimiento humano, o consideran que muchos actúan de modo egoísta e injusto, lo cual provoca graves daños en el presente, y seguirá provocándolos en el futuro.

Podemos, sin embargo, reconocer un hecho que puede inquietar tanto a optimistas como a pesimistas: no resulta posible controlar completamente el futuro, ni podemos com-

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