Suplemento Cultural Contenido 15-12-12

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Maracay, Sábado 15 de diciembre de 2012

Crónicas del Olvido

La enfermedad ALBERTO HERNÁNDEZ 1.-

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l narrador recorre la patología de dos personajes que lo hacen ver como una metáfora de la esperanza, como un archipiélago donde se desplazan la verdad y la mentira, la piedad y el desgarramiento. Dos enfermedades que hacen esquina con la mirada equidistante de quien advierte que se trata de un sujeto destinado a proporcionarse atmósferas psíquicas, trastornos cuyos síntomas desvelan más al supuesto paciente que al médico, toda vez que se trata de un enfermo que se inventa enfermedades o cree que éstas forman parte de su diario vivir. La hipocondría, el rezago de imágenes, voces o cualquier otra manifestación nerviosa o neurológica que lo conducen al diván o a la sala de consulta. Pero la enfermedad, el eje de este tejido narrativo está, precisamente, en quien sirve de psiquiatra, el doctor Andrés Miranda, quien tiene que luchar con el cáncer que sufre su padre, y quien hasta cierto número de páginas no sabía qué lo aquejaba. La mentira piadosa, la mentirilla blanca, el comportamiento del hijo como padre ante el viejo que se hace hijo con la enfermedad, que se debate entre la desolación y el llanto, entre una salida infantil o la terquedad. O el silencio frente a una pared también silenciosa, sin escrituras o fotografías que lo conduzcan a otros espacios. Las preguntas, el silencio. Hasta que ocurre el desvanecimiento, la ambulancia, los exámenes de rutina que se hacen imprescindibles frente al cuerpo inexplorado, los rayos equis, la resonancia magnética, los exámenes de sangre, la mirada al interior de una maquinaria que está a punto de detenerse. Y luego, el diagnóstico, la quimio, la radio…el

miedo. La verdadera enfermedad. Y la solución, la muerte. 2.El narrador, digamos que el autor se desdobla, tiene en el autor Alberto Barrera Tyszka (Caracas 1960) un cómplice que logra matizar el proceso del cáncer del viejo Miranda. Podría parecer un dislate, pero La enfermedad (Editorial Anagrama, Narrativas hispánicas, Caracas, 2006), Premio Herralde de Novela, va mucho más allá de los males del cuerpo y el alma. En el fondo de estas páginas que escribió con gran belleza el autor caraqueño está el instante o los instantes en que el humano ser sabe que es finito. Ese momento define al hombre, lo hace hombre, lo amasa conciencia, toda vez que lo aleja de la mirada triste del perro o del caballo que va a ser sacrificado. Cuando se tiene conciencia del fin, aparece lo más humano del ser. En ese estadio se concentran tantos sentimientos, los buenos y los malos. Saber que el futuro se acabó, que un paso hacia adelante significa un paso hacia el foso. Mirar las imágenes de fondo, las del cuerpo, allá donde el mal, el cangrejo que muerde la carne, la pudre y la mata. Andrés observa la última tomografía. Ha traído a casa los resultados y está sentado en la cama, alzando la placa para que la luz de la ventana le permita ver el cerebro de su padre. La lámina azulada deja ver las manchas con una precisión que ahora le resulta insoportable. El misterio siempre logra que la

muerte sea un poco más soportable. Tanta puntualidad científica es intolerable. ¿A quién le sirve? ¿a quién ayuda? Las preguntas se quedan el aire. El ojo del médico ya no abriga esperanza alguna. Queda saber cómo se comportará el enfermo, cómo reaccionará. ¿Cómo se lo sigue ocultando? ¿Cómo se lo dice? Esas "imágenes tan definitivas" le dan un vuelco al mundo. Andrés Miranda sabe que su padre, el viejo roble Miranda va a morir. He allí otra de las tensiones que provoca el narrador. Por algún resquicio de la memoria o del alma le llega Celine para amortiguar un poco la realidad que tiene frente a sus ojos en esas láminas de

polímeros donde hay tantas verdades, que le cuestan revelar al legítimo dueño del mal. 3.Me sostengo en una vieja novela que siempre está presente: Cuerpos y almas, de Maxence van der Meersch, editada por Plaza y Janés para el Círculo de Lectores en la década de los años 70, donde los médicos, para ganarse el cargo, juegan con la vida y hacen de la muerte una especie de canon donde la competencia y hasta el odio se juntan. Pues bien, en esa obra la enfermedad es un comportamiento, no sólo en el paciente sino en los médicos, como lo es en las manías de Ernesto

Durán, el que escribe con denodada intención a Andrés Miranda hasta convertir al mismo psiquiatra en un "enfermo", en un depositario de tragedias e historias que sólo existen en la imaginación febril del paciente. Un poco más acá en el tiempo me siento frente al doctor Vicente Lecuna Torres para hacerlo parte de estas líneas gracias a su libro Informe médico (Mondadori, Caracas 2006). En este espacio el autor relata sus experiencias con pacientes, con enfermos, pero también desnuda el comportamiento, la conducta de sus colegas, quienes han hecho de la profesión una enfermedad más. Claro, no se trata de rellenar estas líneas con una tratado de bioética, pero sí vertebrar la idea de que en La enfermedad de Barrera Tyszka es posible encontrar aristas que conduzcan a tratar sobre asuntos que van allá del tema que nos ocupa. Esta novela contiene elementos que prestigian la indagación que el mismo autor llevó adelante durante su elaboración. Un ars poética que se tradujo en ars narrativa, porque la enfermedad -¿miramos a Moliére?es un tema que cuenta, relata desde imágenes cuestionadoras: el mismo Cervantes nos regaló un Ernesto Durán sobre un jamelgo. 4.Al final una pregunta: ¿A qué saben las últimas palabras? Verso que podría iniciar un poema concluyente. Así, El viejo Miranda vuelve a abrir los ojos, intenta sonreír y luego lo mira con una frágil ternura. -Háblame -repite-. No dejes que me muera en silencio-dice. El lector también cierra los ojos y la novela. Un gran silencio invade los dos ambientes, la habitación donde muere un hombre frente a su hijo, y la sala donde la lectura duele un instante, el instante que nos separa del misterio, de la ausencia.


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El centenario Rafael Ramón Suárez Mago de la música y de las tijeras OLDMAN BOTELLO

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an Pablo es un pequeño pueblecito del estado Ya racuy. Allí nació en 1912, hace 100 años, don Rafael Ramón Suárez, el sexto descendiente de doña Leonor Suárez, yaracuyana también. Don Rafael primero fue músico, ejecutante de la flauta y luego del génix; en 1932 se vino a Maracay y aquí se hizo sastre de oficio, diplomado por la Escuela de Artes y Oficios; con el ejercicio de la sastrería levantó a sus ocho habidos de su unión con su esposa, hoy fallecida, doña Esperanza Montiel, más su hijo mayor Julio César, procreado cuando don Rafael contaba con 24 años. La Banda del estado Lara Don Rafael Ramón Suárez fue un muchacho inquieto, hiperactivo, buscando la dirección de su vida en las cosas buenas y positivas. A los 13 años conoció en San Felipe al destacado músico Rafael Limardo, director de la Banda del estado Yaracuy y con él aprendió dos oficios, el de músico ejecutante; tenía vocación por el arte de Euterpe; también aprendió otro difícil arte, el de la carpintería. Al comienzo fue la flauta, donde desgranaba hermosas canciones de su tiempo. Corría el año 1925. Un tiempo después otros horizontes lo reclaman. Ya es veinteañero y fue a dar a Barquisimeto donde cayó parado, con suerte, porque ingresó a tocar el genix en la Banda del estado Lara, dirigida pro el maestro Antonio Carrillo, el legendario autor del vals "Cómo llora una estrella", título con el cual lo bautizó el padre Carlos Borges, en ese entonces residenciado en la capital larense. De este tiempo recuerda la anécdota del 31 de diciembre de 1930 cuando los mandó a buscar el presidente de Lara, el terrible general Eustoquio Gómez, muy amante de la música, especialmente de los valses y bambucos que le recordaban el lejano Táchira. Don Eustoquio, primo del general Juan Vicente Gómez los hizo pasar a su casa donde tocaron varias piezas durante la cena de Año Nuevo y ellos, los músicos, también disfrutraron de las hallacas y buen vino y la atención

del Tigre Eustoquio hasta las primeras horas de la mañana del primero de enero de 1931. También en don Rafael Ramón ingresó al personal de la orquesta Pequeña Mavare, dirigida desde 1915 por el maestro Napoleón Lucena, el famoso compositor del bambuco "Endrina" y que era la continuación de la misma orquesta fundada en 1898 por el maestro Miguel Antonio Guerra y que a la muerte de aquél tomó la batuta su pariente el maestro Juancho Lucena. El maestro Suárez regresó a San Felipe y formó parte de una pequeña orquesta local donde conoció al músico Rafael Andrade, compositor del vals Morir es nacer (la letra es del poeta y abogado Manuel Rodríguez Cár-

denas), nacido en 1908 y fallecido en 1952, hace sesenta años. Con Andrade comenzó a repartir serenatas en las frías y estrelladas noches sanfelipeñas en las ventanas de las casas de las muchachas de la época. Fue precisamente el maestro Rafael Andrade quien le sugirió a don Rafael Ramón que se viniera a Maracay, sede del poder central y que allí desarrollara sus talentos. Así lo hizo y en 1933 ya se encontraba asentado en la meca del gomecismo. Tenía 21 años de edad. La vida en Aragua De Maracay, Suárez saltó a Ocumare de la Costa, donde sintió curiosidad por la sastrería. Se regresó a Maracay y ya fallecido el general Gómez, a

fines de la década del treinta se fundó la escuela de artes y oficios de la ciudad en la que aprendió el oficio de sastre que fue el que tomó con mucho fervor. En esa escuela conoció a la que fue su esposa, doña Esperanza Montiel, que le dio siete hijos: Eyilda, Elsa, Mireya, Glenys, Leonor, Vilma y Elier, ya fallecido. Todo ese cuadro familiar suma hoy, además de los ocho hijos con el mayor Julio César, 28 nietos, 45 bisnietos y tres tataranietos, además de sobrinos, ahijados, etc. Todos sus hijos los crió en el principio de la moral, la honestidad a toda prueba y las buenas costumbres, lo cual hoy lo hace más feliz. Todo un profesional, don Rafael Ramón Suárez instaló en

Maracay la Sastrería Popular que mantuvo durante cuarenta años. Luego instaló Trajes Darwins, muy conocida también en Maracay, la que le dio el título o eslogan "El hombre de la tijera mágica" y también "El artífice de la moda masculina". Tuvo una amplia y satisfecha clientela cuando los pantalones, camisas y trajes eran hechos a mano con toda calidad. Hoy, a sus 100 años cumplidos el 17 de septriembre, rodeado del cariño de sus hijos y nietos, don Rafael Ramón Suárez rememora su actividad en la vida, desde que comenzó con la flauta a lanzar al aire hermosas piezas, hasta convertirse en el mago de la tijera, cortando pantalones y fluxes a la medida.


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Antonio Estévez El músico de la tierra EDUARDO CASANOVA

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e los grandes músicos venezolanos del siglo XX, el más destacado, el más brillante, fue Antonio Estévez. Su obra más conocida, más exitosa, fue la Cantata Criolla (1954), compuesta sobre el poema de Alberto Arvelo Torrealba Florentino y el Diablo, escrito a la manera de las coplas y contrapunteos llaneros y con una gran musicalidad que Estévez supo aprovechar al máximo. Son también muy conocidos la Suite llanera (1942) y su Concierto para orquesta (1950), así como sus numerosas piezas para coro. Y aunque no son tan populares, sus trabajos en lenguaje electrónico son de fundamental importancia en Venezuela y en América, entre ellos la Cromovibrafonía múltiple, obra de ambientación para el Museo de Arte Moderno de Ciudad Bolívar, que compuso en 1972 con la colaboración del artista plástico Jesús Soto. Como director, tanto de orquesta como de coros, su personalidad era avasallante y su vitalidad a veces rebasaba las posibilidades del conjunto que dirigía. Verlo dirigir el Orfeón Universitario, que organizó y fundó en 1943, era un espectáculo para cualquier persona verdaderamente interesada en el arte musical. Antonio Estévez nació en Calabozo, en el Estado Guárico 1° de enero de 1916. Calabozo es uno de los sitios más interesan-

tes de Venezuela. Aislado, en el centro geográfico de Venezuela, erigido en una pequeña elevación y refrescado por vientos continuos, a lo largo de mucho tiempo ha desarrollado su propia vida, especialmente en lo cultural. Es allí en donde se magnifican las características de la sabana que con tanta vida supo captar Estévez al componer su Cantata. Hijo Mariano Estévez y Carmen Aponte, Estévez fue siempre un llanero en cuerpo y alma. Su formación musical se inició en aquellos espacios abiertos, en donde la música es como la luz del día, y a los siete años, en 1923, siguió estudios musicales formales en Caracas por un par de años, hasta que regresó a Calabozo, en donde los continuó. Tenía apenas diez años cuando, también en Calabozo, se convirtió en ejecutante de saxhorn en la banda de la pequeña ciudad. A los 14 (1930) regresó a Caracas a seguir estudiando música

en la llamada Escuela de Música y Declamación, en donde empezó a especializarse en clarinete con el maestro Miguel Gallo. Ese mismo año, Vicente Emilio Sojo, el más destacado e importante de los profesores de la Escuela, fundó la Orquesta Sinfónica Venezuela (en 1928 había creado el Orfeón Lamas). En 1932, Estévez entró a la Banda Marcial Caracas, dirigida por Pedro Elías Gutiérrez, y, a partir de 1934 fue alumno de Vicente Emilio Sojo en composición, materia en la cual el maestro Sojo insistía en la importancia de inspirarse en la tierra, en la música auténtica que nacía en la misma tierra, con lo cual creó toda una escuela de grandes compositores: Antonio Estévez, Carlos Figueredo, Evencio y Gonzalo Castellanos, Inocente Carreño, Blanca Estrella, Ángel Sauce, José Clemente Laya, Antonio Lauro, Raimundo Pereira, Modesta Bor y muchos otros que han convertido a Venezuela en uno de los centros más notables de la música académica, no sólo en América, sino en el mundo entero. También en el año 1934, Estévez se convirtió en segundo oboe de la Sinfónica Venezuela. Cuatro años después daba a conocer sus primeros trabajos para coro (El Jazminero estrellado, Rocío, etcétera), y en 1942 recibió de la Escuela de Música el título de ejecutante de oboe, y se casó con Flor Roffé. El año siguiente fue el del nacimiento del Orfeón Universitario, que ha sido dirigido, además de por Antonio Estévez, por

Evencio Castellanos, Vinicio Adames y Raúl Delgado Estévez, excelente músico y sobrino del Maestro. En 1945 Estévez se graduó de Compositor en la Escuela de Música y Declamación, y, con una Beca del Ministerio de Educación, viajó a Europa y a Estados Unidos, en donde se dedicó a perfeccionar su formación y a seguir estudios superiores de música. Su carrera de compositor exitoso y avanzado se afianzaba y se hacía notar en el país y fuera de él, lo cual se pudo comprobar en los grandes Festivales latinoamericanos de música que en esos años organizaron Inocente Palacios y otros promotores de la cultura nacional en esos años. Por su obra y su trabajo en varios campos, le fue otorgado el Premio Nacional de Música en 1949, y en 1954, por la Cantata criolla, recibió el Premio Anual de Sinfónicas. En 1961 se radicó en Inglaterra para estudiar con propiedad lo más avanzado en el lenguaje musical de la época, y dos años después fue 1963 a París, donde asistió al Centro de Investigación de la Radiodifusión Francesa que dirigía Pierre Shaeffer. Fue en Francia en donde se produjo el encuentro ente el músico calaboceño y el guayanés Jesús Soto, artista plástico de primera importancia en el mundo y cultor del llamado arte cinético, lo cual, al decir de los críticos, generó un importante un cambio en la estética de la obra del músico, que se reflejó en muchos trabajos de corte electrónico, entre ellos la Cromovibrafonía, obra de ambien-

tación sonora para una exposición de Soto en Montreal, Canadá, en 1967. En 1971, cuando volvió a Venezuela, Estévez se procuró el apoyo del Centro Simón Bolívar y creó el Instituto de Fonología Musical que dirigió hasta 1979. En ese centro, además de varios músicos venidos de otros países, contó con la colaboración de otro sobrino músico de gran talento: Miguel Delgado Estévez. Un año después, también con Jesús Soto, compuso la Cromovibrafonía múltiple que sirve de ambientación para el Museo de Arte Moderno de Ciudad Bolívar. Y en 1974 compuso la música electrónica que se utilizó para la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar, que reunió a centenares de delegados del mundo entero en las instalaciones de Parque Central, inauguradas en esos días por el Centro Simón Bolívar. En 1984, al cumplirse los cincuenta años del estreno de la Cantata criolla, el Maestro Estévez recibió grandes homenajes, tanto en Caracas como en Calabozo y otras partes del país, en los que intervinieron el Orfeón Universitario, la Orquesta Sinfónica Venezuela, Solistas de Venezuela, el Ateneo de Calabozo y otras instituciones. En 1987 recibió el Premio Nacional de Música y el doctorado Honoris Causa en letras que le confirió la Universidad de Los Andes. A los setenta y dos años, universalmente respetado, Antonio Estévez murió en Caracas el 26 de noviembre de 1988.

El anciano está triste TULIO RAFAEL DURÁN VEGAS

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urante más de 427 años de existencia y próximo a cumplir el 22 de enero un añito más, el anciano San Sebastián de los Reyes -cual Matusalén- más sus hijos de ayer y de hoy sienten su voz agotada. Aquella vieja voz armónica con su música sonora que despedía su tenue sonido por las rendijas de la cabeza de espiritualidad de su campanario que, en el pasado, escuchábamos las viejas generaciones en la Iglesia Matriz, cuando Teófilo Conde, Manuel Tobías Conde y antes de que ellos dos; el precursor don Augusto Conde quien halaba sus cordeles que movían sus campanas con armónico sonido que, desde hace mucho tiempo, no escuchamos las viejas generaciones y las jóvenes las desconocen, tampoco deglutamos y degluta la juven-

tud de hoy con sus arepitas decembrinas en la madrugada rebozada de queso blanco y la compañía de su café tinto, más de la brillantez que lucía con su viejo traje de luces y faroles el milenario anciano. Ahora golpeado y herido no por crono, sino por la mirada del transeúnte gobernante indolente de turno, "sus calles duelen como una herida en el alma", decía Miguel Ramón Utrera. A tientas con sus pobres manos corvas, sus codos en las mil esquinas, le da vuelta al mundo para aguardar el acecho de su gran oscuridad a ese hijo desprevenido en sus calles cuando cae la noche y Dios con su firme luz solar le reclama- yo no te cobro la luz que vence las tinieblas y tú que la cobras por tu apatía dejas al anciano ciego, para redimir la presencia de tu oscura sombra. Por esta razón pienso, tal vez equivocadamente, que la poetisa Carmencita Rojas Larra-

zábal en su Reloj de Arena se pregunta "¿En qué instante tu casa fue blanco de la sombra? Estoy muriendo de frío bajo esta lluvia de ausencia". Hoy sus piezas que le dan vida, con su Iglesia al Norte de los recuerdos, cabeza del milenario anciano "por tu culpa" dice Tibisay Vargas dejó su canto sonoro. Y agrega Lucas Guillermo Castillo Lara.- "Ahora el pueblo anciano con su caminar cansino y su porsiacaso acuesta se quedó para siempre en las riberas del Caramacate para nunca más moverse". Con su voz fañosa y cansina, más sus brazos compuestos por las manos de sus plazas donde ayer festejaron la alegría decembrina, sus viejas y cantoras campanas, más sus calles no tenebrosas, solo con la compañía de los novios que sueñan recuperar tanto olvido y desidia, tú, indolente -con tu paz ficticia y peligrosa- no mueves un

dedo para desvanecer esa bandera de la sombra del presente que, en el pasado, era solo ausencia. Otro de sus hijos José Rafael Jiménez canta y dice- "mientras el astro rey columpiando al desnudo y el cuerpo en la memoria ausente de la lengua en los ojos indagan, el olvido arremete desolado en las noches sin luna llena". Ahora, pues no hay luz de hombre y mujer alguna que tienda su bastón al anciano que desde hace muchas noches dejó de caminar con su porsiacaso al hombro, para quedarse a la vera del establo a los pies de la ribera del Caramacate sin caminar más nunca con su luz, después del crepuscular atardecer, sino sobre los hombros del lomo del aire que lo ha paseado por todos los confines de la tierra alrededor del sol y de si mismo durante muchas lunas de plenilunio. Su cabeza está golpeada en la garganta, las campanillas de bron-

ce de su boca lucen rotas y envejecidas más por la desidia que por el tiempo, nunca han tenido la suerte de una simple operación, me dice el coterráneo Numas Arias, quien me informó que este trabajo lo realiza un orfebre- casi sin costo alguno- en la ciudad de Villa de Cura. Solo así podemos volver a escuchar su sonoro repicar, amigo, me reitera este habitante ya nombrado. Un edil se nos ofreció acompañarnos en la soledad, por ser mi hermano, además de amigo de Numas y conocer muy bien a ese otro amigo de Villa de Cura y laborioso trabajador de la orfebrería. Y yo como nunca he tenido el cobijo de nadie, me uno a esta causa como lo he hecho con muchas causas perdidas, sin buscar nada a cambio salvo las que solicitan mis amigos que me acompañan en ese objetivo que va dirigido al bienestar del anciano pueblo con la finalidad de aumentar su larga existencia por los siglos de los siglos.


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“Los poemas que jamás pensé escribir” "CUANDO ÉRAMOS CUATRO"

CÉSAR BLANCO/ 2012

A la memoria de

André León Blanco Linares

Cuando éramos cuatro, paseábamos libres tomados de las manos sin temor alguno por un mundo blanco, nada ni nadie nos detenía Felices nómadas, irreverentes emulábamos a los puntos cardinales, teníamos fiel dominio de nuestros destinos.

Mi pequeño, amado e inolvidable hijo.

"COMO ÉL DIGA"

Ahora convertidos en un triángulo Forzado comprometidos A seguir caminando entre las piedras Sacando fuerzas de la nada, Arando desesperados en mares de lágrimas, amargas como hiel.

Siempre será como Él diga Sin derecho a réplica Sin opciones, sin reclamos, Sin protesta alguna. Juntos desafiamos corrientes en vano Luchamos en todas las arenas inútilmente Ahora atados, amordazados de pie a cabeza Marcados para perder

¡Maldita circunstancia que me ha dejado inválido, sordo, ciego y mudo…!

A la orilla del quicio esperamos miles De repuestas que nos muerden ferozmente El cerebro, seco ya de tanto pensar Y que jamás nos darán Se nos fue la sangre, Él ha vuelto a decidir Ahora rebotamos en el limbo.

"ME HAN DICHO" Me han dicho que te deje descansar Que asuma el hecho de tu despedida Con fortaleza, que te ahogo más con Mis constantes lágrimas.

"ESA PARED"

"TU CUERPO PURO"

Llevo mutilado el pensamiento, Años, meses, días, horas, segundos, Tratando de saltar esta pared Extraña, oscura que nos separa, Mientras más la desafío, la golpeo, Se crece impidiendo El contacto entre tú y yo...

Me conformaré sabiendo que moras Eternamente en mi corazón y en mis Recuerdos. ¡Disculpa… mi egoísmo!

Ahora tu cuerpo puro abonará la tierra prometida Serás la nueva gama de colores con que se pintará el cielo Serás la pluma del poeta desconocido, que dará sentido a la nueva palabra. Al lado de Él cantarás las canciones que te gustaban. Sueña, ríe, y juega esa será tu eterna tarea.

…El dolor es como un perro que te muerde y se niega a soltarte. Eventualmente te acostumbras al dolor, pero el perro siempre está ahí Con la mandíbula aferrada al corazón.

Jorge Gómez Jiménez Escritor.


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