Maracay, Sábado 1 de diciembre de 2012
Crónicas del Olvido
Mínima expresión ALBERTO HERNÁNDEZ
Hurtado, Julio Jáuregui, Ramón Lameda, José Balza, Britto García, Eduardo Liendo, Chevige Guayke, Julio Miranda, Ednodio Quintero, Gabriel Jiménez Emán, Wilfredo Carrizales, Harry Almela, Armando José Sequera, entre otros más. Es una lectura que revisa publicaciones orgánicas y periódicas que muestran la práctica, consciente o inconsciente, de esta escritura que tiene referencias universales en la antigüedad, en los libros religiosos, en la filosofía, en la voz popular, en los cuentos de caminos, en la chismografía cotidiana, en el mundillo más pecaminoso, en el de la santidad. En todas partes hay una expresión: una palabra, dos palabras, una oración, una frase que contiene o contenga emocionalidad, intención o no de descubrir pequeños mundos, de desnudarlos, de hacerlos posibles o imposibles. Violeta Rojo se ha encargado de estudiar todo esto. Por eso nos entrega una visión del país, parcial, pero muy completa a la hora de hacernos llamar país microficcional. Es decir, Rojo jurunga en todos los rincones hasta tener una representación respetable de esta sabrosa aventura de contar en corto.
(Una muestra de la minificción venezolana) 1.-
V
ioleta Rojo insiste, no descansa. Su talento está centrado en bucear permanentemente en el cuento corto, en la minificción, en el microrrelato. Es una porfía que le ha dado excelentes resultados. Hoy día es una de las investigadoras más densas cuando se trata de indagar, entrar y salir, meterse por la ventana de este género que ya cuenta con un importante y poderoso equipo de jugadores. No ha dejado Violeta Rojo de asomarse e ingresar con todos sus bártulos intelectuales en las páginas que andan por ahí regadas, dando qué hacer y decir. No ha dejado de revisar el Breve manual para reconocer minicuentos, que ya tiene en su haber tres ediciones. Dos nacionales y una internacional. De modo que estamos frente a una académica que no se suelta de su objetivo, que busca, y como todo el que busca, encuentra. Nuestra autora insiste, digo, porfía. Escribe y teoriza. Asiste a congresos, encuentros, discusiones, conversaciones, charlas, pláticas y hasta a conversatorios (horrible palabra que ha ingresado en el diccionario de la pereza criolla) y coloca sus conocimientos en buen sitio. La investigadora investiga. Estudia, selecciona, ficha y escribe notas, tesis y prólogos sobre este género (no creo en sub-géneros) que tiene enamorado a más de uno. Porque hasta los poetas más oscuros, más allegados a Rimbaud o a Artaud, que todavía quedan, se arriman a la fogata del minicuento y cuentan.
3.La investigadora cierra el prólogo con estas palabras: 2.Mínima expresión (Una muestra de la minificción venezolana), editado por la Fundación para la Cultura Urbana, Caracas 2009, es una muestra de esa testarudez de Violeta Rojo. Es un tomo donde aparece una buena parte de la creación minificcional del país. Es un libro donde José Antonio Ramos Sucre inicia la lectura, toda ve que se le considera
como uno de los pioneros de este género literario. "La minificción venezolana nace con José Antonio Ramos Sucre a principios del siglo XX". Escribe Violeta Rojo en el prólogo. Más adelante señala "Los primeros que escribieron textos mínimos en el país han sido considerados poetas, como Luís Fernando Álvarez, Elizabeth Schön, Juan Sánchez Peláez, Ida Gramcko, Rafael Cadenas,
Eleazar León, Alfredo Chacón y Antonia Palacios". A partir de esa afirmación crece el montón. Siguen muchos nombres que la investigadora incluye en su obra. Así están: Alfredo Armas Alfonzo, uno de los representantes más conspicuos; Oswaldo Trejo, Orlando Araujo, Salvador Garmendia, Pérez Perdomo, Lira Sosa, Ángel Bernardo Viso, Juan Calzadilla, Adriano González León, Efraín
"La unidad de los textos que vamos a presentar se da porque son muy cortos, son literarios, son venezolanos y porque el lector (o la recopiladora, pues) considera que siguen las normas elusivas, complejas, firmes, inaprensibles, etéreas y rigurosas que rigen a la minificción, y que son tan contradictorias como las que determinan cualquier forma artística a partir del siglo XX".
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General Adolfo Chataing (II)
CARLOS A LÓPEZ GARCÉS Cronista de Altagracia de Orituco
L
a significación del prestigio político, social y económico de Adolfo Chataing en el Orituco habría sido lo determinante para que fuese incorporado, con el grado de general, a las fuerzas de la Revolución Legalista dirigidas por Joaquín Crespo, con la finalidad de combatir las aspiraciones continuistas y anticonstitucionales del presidente Raimundo Andueza Palacio. Chataing integró un grupo numeroso de vecinos orituqueños que estuvieron comandados por el general Tomás de Aquino Carballo, quien era amigo personal del general Crespo y fue electo para ejercer esa responsabilidad militar por decisión colectiva de renombrados orituquenses, que estaban en consonancia con aquel movimiento revolucionario crespista, entre quienes destacaban: Ovidio Pérez Bustamante, Eduardo Heraclio Machado, general Venancio Antonio Morín, doctor Luis Pérez B, Tobías Pérez B, Carlos Girón, doctor Luis María Sierra P, José Santiago Sierra, Lorenzo Velásquez Guzmán, Salvador Agustín Sierra P, Francisco Briceño, Leonardo Vargas, Manuel Pescador, Juan Pescador, Luis Felipe Pérez Vargas, Nicanor Velásquez, Antonio María Ramírez, Eustaquio Hernández, Juan Hernández, Benito Hernández, Jesús María Requena R. y Dalio Hernández, con los cuales fue conformado un ejército de más de dos mil soldados voluntarios orituquenses. Chataing participó en la Batalla de Chaguaramas el 16 de abril de 1892, cuando fueron derrotados por las fuerzas gubernamentales, que estaban jefaturadas en el oriente del Guárico por el general José Ángel Hernández Ron. Aquel fracaso no amilanó la combatividad de los crespistas orituqueños, quienes decidieron reorganizarse al mando de Adolfo Chataing, Leonardo Vargas y Francisco Briceño con la formación de dos bata-
Tumba del general Adolfo Chataing (Foto: C.L.G., viernes 24-08-2012)
llones que fueron incorporados a los generales Wenceslao Casado y Leoncio Quintana, para marchar hacia Ocumare del Tuy con el objeto de tomar esta población, lo que lograron exitosamente, a pesar de la valiente defensa hecha por el general Antonio Orihuela; pero luego fracasaron en Boquerón frente a las fuerzas enemigas. Sin embargo, com-
batieron en Valencia, Puerto Cabello y otros lugares para reforzar el triunfo de Joaquín Crespo hasta entrar victoriosos a Caracas. Regresaron al Orituco cuando finalizaba octubre de 1892 y se reincorporaron a sus actividades de rutina. No hay datos que indiquen otras participaciones de Adolfo Chataing en actividades guerreras.
El general Adolfo Chataing estaba dedicado a la agricultura, aunque había sido comerciante en sus días de joven veinteañero. Falleció en Altagracia de Orituco, a las cuatro y media de la tarde (4:30 pm) del día 16 de abril de 1897 (Viernes Santo), a los 42 años, como consecuencia de una herida ocasionada por un tiro certero a la cabeza, que fue hecho con un arma de fuego, desde la calle y a través de una ventana, cuando estaba rasurándose en su casa de habitación, de acuerdo con informaciones aportadas por la señora Margarita Becea de Ortega, respetable vecina gracitana octogenaria, quien les oyó esa aseveración en varias ocasiones a las hermanas Trina y Luisa Amparo Ortega, cuando conversaban sobre ese caso. Ese habría sido el comentario que circulaba entre familiares, pues las hermanas Trina y Luisa Amparo Ortega, quienes murieron muy ancianas en la séptima década del siglo XX, eran tías de José Ortega Rojas, esposo fallecido de la informante Margarita Becea de Ortega, y primas de Clemente Mauro Ortega, casado con Carmen Luisa Pérez de Ortega, quien era hermana de Rosa Ana Pérez y ésta viuda del general Adolfo Chataing. No hay noticias conocidas acerca de los pormenores de ese asesinato ni sobre el homicida. Adolfo Chataing es el epónimo de una calle principal de Altagracia de Orituco, la cual se extiende a mil 500 metros de longitud aproximada, en dirección oesteeste, desde la calle Bella Vista hasta la avenida Ilustres Próceres, cerca de la alcabala de la Guardia Nacional; está ubicada paralelamente entre las calles José Martí, por el norte, y la Julián Infante, por el sur. Esa vía ya era conocida como calle Chataing en 1925, cuando se acostumbraba a usar el apellido del epónimo para tales denominaciones. Este nombre perdura como un tributo a este reputado personaje del Orituco del último tercio del siglo XIX. No existen datos que aclaren porqué a esa calle le asig-
naron específicamente esa denominación y no se la dieron a otra; sin embargo, es factible sospechar que la idea de dársela particularmente a esa vía, amén de otras justas razones posibles, habría sido porque el disparo para asesinar a Adolfo Chataing fue hecho hacia su casa desde la calle que luego fue bautizada con su nombre. Hay noticias de la existencia solamente de cuatro personas de apellido Chataing que fueron residentes de Altagracia de Orituco, desde los inicios de esta comunidad hasta el momento de redactar este escrito en noviembre de 2012. Todas estuvieron domiciliadas en esa población orituqueña durante la segunda mitad del siglo XIX. Una fue Adolfo Chataing, quien es el motivo fundamental para la redacción de estas notas biográficas. Otras dos fueron Adolfo Isidro y Alfredo Chataing, hijos de aquel general. La cuarta, de nombre Guillermo Chataing, era un joven de 24 años, casado, comerciante, quien está citado, con esos rasgos de identificación, como la persona que se presentó ante la primera autoridad civil del municipio Altagracia de Orituco, el 18 de julio de 1891, para realizar el registro del nacimiento de la niña Isabel María, hija legítima de Eduardo Orta e Isabel Oramas, lo que había sucedido el 4 de julio de 1891. No hay datos conocidos que indiquen algún vínculo familiar, amistoso o de cualquier otra naturaleza, de ese Guillermo Chataing con Adolfo Chataing, quien era un muchacho de apenas 12 o 13 años cuando nació Guillermo. El apellido Chataing perdura en el Orituco solo como el epónimo de la calle mencionada anteriormente. Ese apelativo desapareció de tierras orituqueñas por causas desconocidas. Se ignora el destino de los hijos legítimos de Adolfo Chataing. Los descendientes naturales no tuvieron hijos; siempre vivieron en Altagracia de Orituco, donde murieron y con ellos se extinguió la descendencia de Chataing en suelo orituqueño.
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La voz de Matilde ANTONIO GONZÁLEZ LIRA Porque hubo cosas que yo quise: la mañana, la suelta libertad de mi cabeza (...) y ser una muchacha tal vez feliz o hermosa, no me acuerdo Matilde Mármol
Sería en el húmedo y desordenado cuarto de la Sala Diafragma donde tropezamos por primera vez con algún poema de Matilde Mármol. Un día del año 2003 fue cuando Wilson Prada permitió que escudriñáramos en aquella vieja pieza que fungía como espacio para guardar libros y trastos fotográficos. La insistencia por recuperar un álbum de la revista Life previamente prestado, logró vencer los celos y escepticismo del fotógrafo maracayero. Alguien (tal vez Borges) en algún momento sentenció que el poema busca indeclinablemente a su lector. Pues, allí parecíamos estar frente a frente. En una Revista Nacional de Cultura del año 73 abandonada a la suerte de los bichos y las frías goteras, comenzó el asombro. Tres poemas extraordinarios leídos en un solo envión, no presagiarían el enorme misterio y el desconcertante periplo: ¿Quién era aquella mujer nacida en Anzoátegui en 1921, que llegó a ejercer funciones diplomáticas, y que repentinamente se alejó de Venezuela por razones políticas? Este era el misterio. Arduo e incesante buscar lo que se ha perdido (o recién se ha descubierto) en un país que sigue embarcado en chapotear en la sangre derramada por los elevados próceres, pero que se desampara de la presencia y de los aportes del resto de su ciudadanía. Mientras ninguna de las pocas antologías venezolanas disponibles, ni las provinciales bibliotecas visitadas dan cuenta de nuestra poeta, Internet la re-
su tránsito por Perú, Cuba y Venezuela, y serían las propias palabras de nuestra escritora las que resonarían en tanta inquietud: La gente podrá imaginarse que soy fuerte pero la verdad es que, como los animales, me escondo para sufrir. Luego, cuando salgo de mi guarida y sonrío con mi boca Melon Frost Ultralucent, nadie sospecha que vengo de padecer. Nada tiene de extraordinario entonces que la gente me atribuya una pretendida fortaleza porque tampoco nunca nadie vio llorar a un caballo, a un venado o a un gato. Mi gato, por ejemplo, cuando se siente deprimido o irremediablemente desdichado, se esconde bajo la mesa. Después reaparece parcialmente restablecido de sus frustraciones y me mira con sus ojos de "perdona vieja pero el mundo es un lugar horrible y eso ya tú lo sabes mejor que este pobre gato analfabeto". Yo le paso la mano por el lomo y le digo que sí, porque mi principal defecto es la ternura.
duce en un Perú de sólo tres líneas. Era el momento del inquietante periplo. Tanto abandono y silencio parecían tan certeros como lo que Matilde sentencia en uno de sus poemas: Me niegan: un pasaporte la nacionalidad. Y me prohíben: mis piedras mis colinas mi dulce territorio de esperanza. Luego de dos años de indagaciones poco efectivas será (¡por supuesto!) en la sacrosanta Biblioteca Nacional donde al fin tropezaríamos con un poemario editado en Perú en 1951, Humana dimensión; y en una revista de ese mismo país de los años 70, contemplaríamos por vez primera la sorprendente hermosura de esta escritora venezolana. Nos envolvía una especie de compromiso con lo desconocido, que al fin y al cabo forma parte de la esencia de la poesía. Pero a la vez, nos hacíamos cómplice (y quizás víctima) de lo señalado por Octavio Paz "Todo actó ?y un libro es un acto? merece una respuesta." A los espléndidos poemas que en algún momento conmovieron nuestras fibras de lector, se iban agregando nuevos y sorprendentes encuentros. Y he allí la única respuesta que estábamos en capacidad de ofrecer: insistir y hacer más cercana esa poesía que se encontraba olvidada, muy al margen, (un caso más como el del poeta de San Sebastián de los Reyes, Miguel Ramón Utrera) del denominado canon literario nacional. Sucedía lo eterno: la revisión de obras y de autores a través de la presentación de antologías, o de la publicación académica de estudios referidos al tema de la producción poética, ha carecido por mucho tiempo de sistematización y rigurosidad. Todo lo cual conduce al desconocimiento y rezago de obras y biografías
Y leeríamos en muchos de sus poemas lo que Shelley sentencia con acierto: "Un poema es la imagen misma de la vida, expresada en su eterna verdad": Es dentro donde todos se están muriendo a sorbos, (...) donde tomas el lápiz y escribes todo esto y tú misma te asombras de ser tan solitaria, de ser un leño que arde
que, transcurrido el tiempo llegan a transformarse en imperdonables exclusiones dentro del panorama literario. Sin embargo, como la poesía llega a ser, tal como lo afirma Segundo Serrano Poncela, "claridad en el misterio", la voz de Matilde se hizo presente en un amigo familiar de cuando ella vivió en el Perú: Luis Gómez Cornejo. Con el
testimonio compartido dialogamos sobre la poeta extraviada pero aún presente. Y con cada dato aportado o descubierto íbamos construyendo un nuevo lugar para Matilde, un espacio donde surgía de pronto la seguridad de la vida o el destierro de la muerte. Alejados de la certeza intentamos reconocernos en las vicisitudes de
Desde Caracas el poeta Oswaldo González nos informaría en el 2011 que Matilde se encuentra residenciada en esa ciudad, pero su salud es muy delicada. Tarde supimos de su paradero. A finales de ese mismo año Matilde Mármol se marchó de entre nosotros, dejándonos, entre otras, estas alentadoras líneas "Señores, como la tristeza puede suprimirnos, yo les recomiendo la alegría. Y también el conocimiento y el valor. Puede ser que esto nos sirva para aplazar el fin del mundo."
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La sombra del algarrobo V
AMERIGO IANNACONE
Fiel a tu estilo de vida, humilde, silencioso, nunca habrías querido tanto revuelo en torno a tu muerte. Habrías dado la vida por evitarlo. Has tenido la muerte y has debido aceptarlo.
TRADUCCIÓN: CARLOS VITALE
A LOS OCHENTA Y CINCO AÑOS A los ochenta y cinco años se ha vuelto un niño. Se emociona por cualquier pequeño gesto por un retorno de los pensamientos a los amigos de otro tiempo a las horas felices, a los momentos más verdaderos, a los años más negros, por un recuerdo triste, por una alusión, por un silencio. Lo conmueve una buena película e incluso un anuncio acertado. Como un niño se pone melancólico si es desatendido. En el eterno alterno recorrido de la edad, círculo misterioso, en el hijo, y quizá en el nieto, sueña con la figura de su padre. (Primavera de 1997)
(29.12.1997)
VI Habías superado también el dolor de la pérdida de la compañera de tu vida, con la que habías compartido cincuenta y seis años sin una disputa, sin un desacuerdo, sin un roce. Estabas sereno, estabas incluso contento, hasta el inesperado, fatal momento. (29.12.1997)
II Nosotros que nunca tuvimos ángeles guardianes que velarán sobre nosotros, ahora lo tenemos. Y añoramos el tiempo sin ángeles, pero con tu presencia.
EPITAFIO
(11.12.1997)
Siempre estarás con nosotros en el tiempo cotidiana presencia nuestro guía vigilante nuestro ángel guardián.
III
(22.11.1997)
Ya sé que no estás pero no puedo dejar de volverme a mirar cuando paso por delante de tu habitación. Y te veo. Te veo en las actitudes verdaderas que me resultaban tan habituales que no te veía cuando estabas. (29.12.1997 - 23:55)
Te ha sido dispensado otro invierno después de aquellos, gélidos, de los muros ancestrales después de aquellos largos de la prisión después de aquellos duros de la soledad. Has partido el 29 de setiembre, aferrado al último calor del verano que muere. (15.12.1997)
En todo nuestro trajín no conseguíamos reservar un instante para ti. (5.10.1997)
VIII Nunca te oímos decir una palabrota, nunca vimos la ira en tu cara. (5.10.1997)
IX Fiel al Santo, has elegido el día de tu onomástico: San Miguel. (5.10.1997)
X
AUSENCIA I
VII
IV Aún tengo en la retina la expresión que había quedado en tu rostro del esfuerzo que hacías para levantarte, sorprendido por el desmayo, cuando cedió tu corazón. (29.12.1997)
Espero verte entrar de repente, como cuando venías para estar un momento con nosotros y nosotros, absorbidos por las cosas más banales, por los papeles por el periódico por la televisión, no te prestábamos ninguna atención. (7.10.1997)