Suplemento Cultural Contenido 04-05-13

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Crónicas del Olvido

Poesía contemporánea de Japón ALBERTO HERNÁNDEZ

1.-

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argo ha sido el camino que ha recorrido la creación poética en Japón. En sus inicios fue parte de la escritura china, “debido a la influencia cultural de esa nación”, como dice Tetsuo Nakagami en la introducción de Poesía Contemporánea de Japón, selección realizada por el mismo Nakagami y Yutaka Hosono y publicada por la Universidad de los Andes (Talleres Gráficos, Mérida, Venezuela, 2011), bajo la coordinación editorial del poeta y académico de esa casa de estudios, Gregory Zambrano. El estudio de Nakagami se pasea por la historia de la poesía del archipiélago oriental. Destaca que la poesía más actual de Japón nació en 1882, a través de la Antología de poemas al estilo nuevo (Shintaishi-sho), pionera recopilación poética de esa lejana nación. Mucho antes de que se estableciera la “poesía”, los escritores nipones se expresaban en chino (kanshi), en su mayoría sacerdotes y samuráis preparados culturalmente. Fue en 1848 cuando arribó a Japón la influencia europea. También hay que tomar en cuenta las otras maneras más antiguas de trazar el mundo: el tanka y el haiku, pero se trata de una remota e intrincada historia que dejaremos para otro día. Mientras tanto, tenemos en manos de nuestros lectores la denominada Poesía, la que es considerada contemporánea y más reciente en esas tierras de las antípodas. 2.De aquella poesía en la que medida era una forma de respirar el espíritu, quedan muchas muestras. Pero la que leemos en esta

antología se inclina por la poesía libre. Eso no quiere decir que no queden rastros de la primera inflexión, de esa “matemática” inclinación a escribir como lo exigían los cantos iniciales. Esa poesía era denominada de “forma fija”. Los nombres que recogió Nakagami son dueños de diferentes maneras de abordar la palabra poética. Son respiraciones de distintas tonalidades. De allí la gran diversidad de la poesía del Japón, rica en color, en originalidad, en sinuosidades, en sencillez, en revelaciones. Son poetas que tratan muchos temas, pero dejan de lado “la pobreza, la discriminación o la

injusticia social, lo que podríamos decir que es un reflejo de nuestra sociedad relativamente democrática y equitativa”, asoma el antólogo. No obstante, aclara: “Pero esto no quiere decir que los poetas son indiferentes a los problemas sociales. Su mirada va más allá de las cosas cotidianas y triviales cantadas en estos versos y llega, creemos, al valor universal de la humanidad”. 3.Son diez los poetas que navegan en estas páginas: Kazuko Shiraishi (1931), Ruriko Mizuno (1932), Toriko Takarabe (1933), Yutaka Hosono (1936), Tetsuo

Nakagami (1939), Chuei Yagi (1941), Shoichiro Aizawa (1950), Masaki Ikei (1953), Toshiko Hirata (1955) y Masayo Koike (1959). De cada uno de ellos estos textos en los que expresan una brevísima y muy personal biografía: “soy una meditación que quema/ dentro guardo una isla acuosa” (Shiraishi); “Mamá apaga en la cocina el incendio de mediodía; dentro del horno queda el rescoldo del cielo anaranjado; debajo del cielo hay una mesa, donde papá come de espalda un omelet, mostrando un crepúsculo profundo”(Mizuno); “Se me abre la herida a medida que corro,/ se

me abre con color de peonía,/ y me muero, me muero muchas veces” (Takarabe); “Si yo tuviera una lengua de mariposa, / entraría en ti más y más profundamente/ y te chuparía todo el amor” (Hosono); “Al amanecer en mi cama,/ a veces me doy cuenta de que tengo mojados/ los faldones del pijama./ Al juzgar por la tensión de los muslos y las pantorrillas/ he caminado en el agua/ con pasos inseguros” (Nakagami); “Un atardecer de otoño/ estando de pie en Times Square/ acaso yo intentaba cortar en pedazos/ un sueño momentáneo” (Yagi); “Yo me acuerdo/ de donde estabas antes/ el cielo azul del otro día/ árboles mojados/ telas de araña debajo del alero/ olor a pan quemado/ olor del agua al atardecer” (Aizawa); “Se me alivia el corazón por/ no haberles herido en ninguna parte/ pero ya tengo el pecho adelgazado,/ los hombros se me han vuelto estrechos lentamente/ el padre ya es un viejo apergaminado…” (Ikei); “Fui yo quien cortó sus brazos/ Como si quitara unas ramas innecesarias/ se los separé con una sierra/ para que no pudiera tomar volante/ para que no se pudiera salir abriendo una puerta/ para que no se fuera con una mujer…” (Hirata), y “(Mi abuela solía recitar los poemas de las cartas, y leía dos/ veces nada más que “la segunda mitad” de los poemas; así/ que ahora sólo recuerdo la parte inferior de los poemas.)” (Koike). Son diez voces que interiorizan el mundo, que profundizan cada imagen y la convierten en un eco distinto en cada lector: nada es más humano que partir desde el mismo lugar donde nace la poesía. Desde ese fondo oscuro del alma, la poesía japonesa que se muestra en este libro ha viajado largamente para ser más libre, más personal.


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El Periodiquito

Andamios RUBÉN DARÍO CARRERO

¿Dices que nada se crea? No te importe, con el barro de la tierra, haz una copa para que beba tu hermano. ¿Dices que nada se crea? Alfarero, a tus cacharros. Haz tu copa, y no te importe si no puedes hacer barro. Antonio Machado

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stá en mis manos el último libro de poesía que se ha publicado en Venezuela en lo que va y viene de este año dos mil trece. Andamios, de Néstor Mendoza. Se publica un libro de poesía y se piensa como con palabras aprendidas en la escuela: “no-se-publicará-más-poesía-por-este-año”. Es la certeza poco conocida de no saber por qué un libro se titula Andamios, Poema, Abuelo, Pescado, Fragilidad, Almuerzo, Parkinson, Zapatos, Eva, es la limitada certeza de la gente de no saber qué es un verso, qué es la brevedad, “la eternidad más breve”; es la misma certeza que nos aferra a este mundo donde sólo se escriben finales con palabras que describen el movimiento sin ese celaje, la memoria sin el hallazgo de los espejos, las palabras sin el final sonoro de la vida. “Je suis Madame Bovary”, gritan las muchedumbres del deja vu. El poema, cada poema, este libro de poemas, Andamios, es la vida de muchos poetas, Watanabe, Lezama, Westphalen, Montejo, incluso Góngora, San Juan de la Cruz y Gottfried Benn, que han cambiado sus recuerdos amasados en versos por un pequeño apartamento atestado de libros bilingües en español y portugués, a las afueras de la ciudad de Valencia, una provincia venezolana, monárquica y resentida, industrial y solitaria después de las 5 de la tarde, burócrata en las playas y en las bibliotecas. Allí fue escrito este libro, con esa vocación de encierro humilde, con una esposa que se ríe por todo, con una mirada de cuentista, allí vive y mastica ese joven poeta que escribe con la ambición de un joven novelista y su Bildungsroman. Sus versos parecen el comienzo de esos capítulos que no tienen fin ni epígrafes:“A veces, olvida esconderse/Para desenredar su pelo…”;“Hay en tu quijada/una barra metálica que

impide/que caigas sin remedio.”;“No sé si ahora ellos conservan/la imagen de nuestra ingenuidad...”;“Te encuentras en el medio del patio…”. Cualquiera que lee novelas, por ejemplo, esa novela de Federico Vegas donde el personaje, escritor y escribiente y voz en primera persona, deja “su cuerpo anestesiado” (palabras, palabras, palabras), después de un largo día de trabajo, en una bañera con ginebra hasta el tope brillante e higiénico, con prostituta y todo, de La Guaira o no; cualquiera que haya leído cómo la prostituta masajeaba la espalda pecosa y detectivesca de este adolescente, abogado, escritor sin una línea y perseguido por la Seguridad Nacional en diciembre de 1957, dirá que los libros de poesía en Venezuela “no tienen vida”. Al parecer es así en todas las partes del mundo: la realidad es un escritor, la realidad no es ese poeta. Escribe para un periódico, para un escenario, para un canal de televisión, no te quedes solo con el asombro de no saber cómo ganarse la vida según el código civil y la literatura venezolana, –dicen y venden los que sí se ganan la vida escribiendo–, son los mismos que ya no escriben ni siquiera por la íntima necesidad de las pequeñas cosas: el dolor, la vigilia, el instante, lo ignorado, el futuro, la soledad de los libros o del amor y las coincidencias jamás compartidas. Ahora la televisión es el gran maestro de la literatura, dicen los españoles que dicen los norteamericanos, y desde aquí escuchamos como si estuviéramos leyendo en inglés, con la actitud de una muchacha ciega, cómo escriben el guion de un video juego, “escritor y lector”. Play: Dale, dale, dale, me dicen desesperados, no sé qué hacer, sólo escucho el tecleo cínico de quien escribe, ta-ta-ta, como abriendo camino

(“por aquí, por aquí, por aquí”) hacia Chinatown, Nueva York o Barcelona. Tú, lector hipócrita, eres un maniquí, una caricatura, un remake, todos los lectores son remake. Y lo que lees es un remake también. Todos somos iguales de honestos: zombies, vampiros, piratas, la pastilla azul o roja. Imagina Pedro Paramo escrita por David Lynch. Y así, enamorados de la velocidad de nuestro tiempo y cansados de nuestra identidad perdida, la vida ya es una publicidad de todas estas cosas. Pase sin compromiso, dicen que dijo la literatura actual, en voz en off: La ficción es gratis, así como lo es ese pasado que compartimos, esas frases e imágenes que aparecían en la televisión y que, por nostalgia, por necesidad, por “sentido de época” o porque sí, hoy es la literatura, lo que se está haciendo, lo que irremediablemente somos, lo que imita la sintaxis del teléfono celular, el hiper-textualismo de los video-juegos y el burbujeo de la Coca Cola. Los recuerdos son serie de televisión. Esa es la ficción que seremos, es lo más honesto que puede llegar a ser la ficción después del Don Quijote, de Joyce o de Trilce. El futuro es el entretenimiento culto, la aventura gráfica, la imaginación sin corazón, video-clip o reality-show convertido en “poemario” o “novela experimental”, y así como los personajes de Cortázar fumaban cigarrillos Galuois, el lector sabe lo que está leyendo. No hay historias, ni imágenes, sólo nos asombra que la realidad sea la misma, porque precisamente eso es lo que seremos… Apagué la computadora, el celular, la televisión y el ventilador. Volví a la cama, al sofá, a la biblioteca, a la ventana, al Sol, al día. Hoy, actualmente, aquí y en las librerías, la joven poesía entra nuevamente a la literatura venezolana con los recuerdos de la infancia, de las palabras y de la imagen, sin más pretensión que llamar a cada cosa por su nombre, para revivirlas y devolverlas honestamente al libro, vivo como la lluvia, como la página, como los pliegues de las cosas cotidianas, creadas con sonidos, los sonidos de la poesía dentro de los sonidos del pez, de la boca y de los cubiertos sobre los mismos signos de la infancia universal que dice “Plato”, y nuestro poeta Néstor Mendoza aparece: “En sus bordes no hay imágenes”. Los incrédulos observan el plato y nuestro poeta les dice: “Agita… duele… Traga”.Tres capítulos de la misma imagen. ¿El poeta también es un escritor?No lo sé. Los escritores venezolanos son buenos historiadores, los cuentistas menores de 33 años esperan un tiempo mejor y los poetas son poetas y hasta algunos se jubilan para es-

cribir ensayos sobre política actual y otros para dar discursos oficiales en fechas patrias. Ya decía Juan Liscano que los mejores poetas de su época eran secretarios, ingenieros, maestros de escuela, mensajeros, pero nunca poetas. Yo siento como quien siente la espera que a Néstor Mendoza no le interesa ganarse la vida, o la fama, con un libro o con un premio de la bondadosa Universidad Simón Bolívar, no, ya su fama de cristiano y su intemperie en la pobreza tibia de su niñez le han abierto el rostro mientras bebe café o pinta de blanco la habitación de su madre. Sus versos:”Mi corazón es infinito y debe haber/alguien que haya inventado/ el tamaño de las piedras/y el color de los animales.”El poeta ha visto a su madre hacer el pan. Yo veo un edificio y arriba, muy arriba, veo un tenderete donde cuelga el uniforme de un chofer de autobús. Y parece que entre esos viajes cortos por la ciudad, va a saltar de la página 21; sí, un hombre va a saltar, pero duda, observa, parece que hace algo más para nosotros, lo veo, nos saluda ahora que tú me lees. ¿Tiende la ropa de mañana, el vestido que le ha arrancado a su mujer, o espera impaciente a que yo me vaya, a que tú dejes de leer, humilde lector, a que Néstor Mendoza termine de escribir el poema o deje de escuchar esa canción de Chico Buarque? La influencia es también un azar y quizás está sucediendo en este momento mientras el obrero cae y se hincha como un ahogado:“Miremos sus manos/ en busca de una nueva oportunidad.” Vuelvo a la historia, al poema, a Néstor Mendoza en Andamios, su primer libro y el título de todos sus poemas, subtitulo de esa realidad que se construye lentamente como las nubes que se sostienen a sí mismas:“Los andamios elevan y sujetan. /Tú vida depende de su eficacia/De que conserven la solidez del equilibrio de los cables.//Te entregas al oficio de sostener/El cuerpo de quien trabaja en la altura.//Advierto tu silueta que se muestra/en el andamio. Y la mano que se ajusta a la vida/y depende sólo de las tablas firmes/ que impiden la caída.//Eres el equilibrista; /quien limpia las ventanas, quien pinta, /quien coloca los ladrillos./Crees ser el dueño de la elevación/y de la brisa de las palomas./ Dios es pura altura, dices, y dejas de temerle”. ¿Temer a Dios es humildad? Es una pregunta con esas mismas palabras que no se dejan llevar por el abismo de la superficialidad. El poeta prefiere la humildad de los oficios y del silencio, de los sonidos de un soneto y de la música en portugués. La humildad y el derecho a la pereza que cuando escucha música, se aferra a la vida, a los huesos, a

la miseria, al canto de lo que se mira inconcluso, cotidiano o desconocido y escribe, escribe para escuchar por segunda vez, para vivir por segunda vez, ¿esa humildad de fondo, la música de fondo, la pregunta por Dios? Humildad: Este libro es ganador de un concurso de poesía, el concurso para jóvenes autores universitarios, 2011, con un jurado unánime que va de poetas a cuentistas, cuyo veredicto celebra y premia al poeta y a la poesía. Así, ya tienen voz los que contemplan a un cura o a un plato, a las vitrinas y a los escenarios, al pórtico y a las fachadas, a una amante, a un familiar, a un amigo, a una puerta y al humo del café. Lo que el poeta Néstor Mendoza ha vivido y escrito en este libro es un ejercicio de honestidad, sin complejos ni artefactos, sin delirios ni militancias, es la vida de un hombre que sabe escuchar con ese mismo silencio que se describe a sí mismo cuando escribe sobre el miedo al padre igual cuando describe el miedo a las ciudades que repiten días y días, escándalos, persecuciones y discursos de un país que no conoce a sus poetas y que pasa y pasa frente a los andamios, públicos, íntimos, oxidados, secretos, burlones. Es el aire que respiramos, no conocer a los poetas de nuestro país. No se publicará más, dicen los que saben, por destino, por convicción, por soledad y amor; por destino de jóvenes editores que en este país no se equivocan como se equivocan las balas perdidas; por convicción a la brevedad soñada; por la soledad que también es convicción en el poeta; y por amor, sencillo y puro amor a las cosas. El libro está allí, en los andamios de la esquina de la casa y en los estantes de librerías venezolanas que aparecen y desaparecen. II ¿Qué importa lo creado si no se publica, si no se repite, si no se ve todos los días? Lo creado, lo inventado, lo amasado, lo escrito, ¿no se conforma con la madre y el padre que esperan atados a todos los amantes del mundo, a todos los huérfanos y poetas, a cualquier poeta, a cualquier creador, a cualquier arquitecto de los años cincuenta que se ha inspirado en una montaña y en un pescado en aceite hirviendo para construir la casa de una familia en Mariara, donde todos los personajes de este libro verán nacer al poeta hace 28 años? ¿No es esa realidad la que importa hasta en los sueños, paso a paso hasta llegar a la casa todos los días, desnudo, en el baño, debajo de la regadera, hablando solo con el jabón y la austeridad? (Ver texto completo en nestor-mendoza.blogspot.com).


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Entretextos FRANCISCO ARÉVALO

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l arte de los aforismos y los aforismos sobre el arte. Víctor Guédez. Colección Calle Real, estudios. Ediciones de la Fundación Rosa y Giuseppe Vagnoni. 245 páginas. Voy a tratar de aclarar algo que hasta cierto punto me causa piquiña, porque me lo han dicho ya como una docena de personas, tiene que ver con eso de que si uno comenta lecturas se convierte en crítico literario. Craso error en mi caso, no soy ni pretendo tal categoría o ubicación dentro de nuestro ambiente que ya no sé si llamar literutoso o artístico. Me considero un trajinador de la palabra que apunta en las solapas de los libros sus impresiones, que se componen de la pasión con que se tome el libro, los hay aburridos, eruditos, entretenidos, presuntuosos y paro de contar, también los que ni siquiera comento por no echarles gamelote, a otros también el fraude a de tocar, eso es

una venganza inocua, a mi nada más no me van a fuñir, que les toque a otros también. Lo que me motiva a leer es maña que viene de carajito, que algunos creen demodé, perteneciente a seres sin sostén temporal que aburridamente caen en la lectura. Los que piensan así, que leer es una pérdida de tiempo pertenecen a esa mayoría que-

jumbrosa que no le encuentra razones sólidas al vivir y por supuesto la exaltación, la diversión de utilería, y la falta de lo estético los llevan a ser estiticos mentales sin capacidad de respuestas, prefiriendo atiborrarse de estupideces televisivas o crearse un manto de relaciones sociales donde la vaciedad es protagonista. Que el mundo y sus relaciones están

patas arriba, siempre ha sido así, el meollo está en la capacidad de elección que uno tiene ante la vida, ni ser tan livianos, ni ser tan pesados, allí está lo que pulveriza el nudo. La TV es buena en la medida en que se tienen criterios serios, los mecanismos novísimos de relaciones sociales son buenos, en la medida en que no se conviertan en fruslerías, en baratija disfrazada de palabra, en nimiedad, sino paran en el cesto de lo procaz que es muy diferente a decir una “mala” palabra en el momento justo, indicado. Entonces que quede claro que no soy critico literario, ni de nada, escribo lo que me impresiona para bien o mal lo que leo y lo hago con la pasión con que intento hacer otras cosas o razones de vivir, porque al final del camino no me quejo de ser parte de una minoría que ama con hondura el hecho de ver convertida la palabra en idea y pasión. Ahora si les comentaré un libro que me dejó impresionado por ser un derroche de conceptos fecundos, se trata de El arte de los aforismos de Víctor Guédez. En él podemos apreciar el itine-

rario de un lector pertinaz que se ha dedicado a sustraer de los autores lo granado, lo necesario para levantar un mapa que nos lleva finalmente a la esencia en la creación de los conceptos estéticos que se han movido en occidente atemporalmente. El arte como esencia y el pensamiento o razonamiento social son los que dan motivo a Guédez para hacer esta recopilación que insisto es de las mejores que han pasado por mi mesa de lectura. Cartas para Floria. Joaquín Marta Sosa. Colección Nueva Palabra. Colección Poesía. Ediciones de la Fundación Rosa y Giuseppe Vagnoni. 85 páginas. Si algo caracteriza este libro de Marta Sosa es el tratamiento poético, cargado de un erotismo de agradable temperatura que alterna con las abstracciones que prueban la existencia. Sin duda uno de los más trabajados libros amorosos que he leído últimamente, con este tema se corre el riesgo de convertirse en discurso común que rasga las paredes de lo cursi, pero en manos de este poeta está a salvo.

La congregación JOSÉ YGNACIO OCHOA

L

os temas relacionados con la religión y todo lo que ello implica me causan un profundo respeto, quizás por la formación católica que proviene de la familia, un tanto por herencia y costumbre más que por otro asunto, aun así no comprendo o no me he puesto a establecer diferencias entre las congragaciones dentro del ámbito religioso interno. Ahora bien, el jueves 09 de julio en los espacios de la sede del Centro Cultural Independiente “María Castaña” de Córdoba-Argentina (Tucumán, 260) nos recreamos en una propuesta

con dramaturgia y dirección de Enrique Giungi titulada “La Congregación”, es una comedia que divierte y entretiene y en cuanto a la temática lo dejamos para que cada espectador lo piense y decida qué hacer con ello. Volvamos al instante recreado. El vestuario está cuidado, sencillo sin pretensiones pero bien cuidadas las costuras y realmente viste a las religiosas. Los detalles como las zapatillas, medias y sotanas cubren a los actores. Ahora el hecho de cubrir en su totalidad a los actores tiene una razón de ser en cuanto lo que se aspira a significar es la imagen a las religiosas y resaltar esa condición y el cuerpo de los actores y sus imperfecciones anatómicas nada

tienen que ver con los personajes que deben estar en el escenario. El maquillaje se ajusta a los requerimientos exigidos por la puesta, además de procurar un acercamiento de cada una de las caracterizaciones de los personajes, es, en todo caso un elemento que suma. Cada uno de los actores se mueve en una identidad estructurada por su biografía. Cada personaje-religiosa decanta su memoria por lo que expresa y desde ella existe y construye al personaje, el cual va cobrando forma a medida que se desarrolla la historia de la congregación. Amadea (Juan Gecchelin) con su cómplice Sor Perla (Miguel Jiménez) quien le susurra al oído,

lleva el supuesto orden de todas las actividades importante o no del convento, al final de todo queda sola por su terquedad o por su desmedida fe en Dios. La hermana Paula (Javier Mullins), la artista, la soñadora, a quien le gusta el teatro, lo recrea, lo padece, lo sufre y lo imagina. Está destinada al sacrificio y a hilvanar la totalidad de las acciones. Moliere se hace presente, pues el toque de la comedia francesa es evidente. Ejemplo de ello es Sor Rosita (Jorge Luis Moreno) quien es la cocinera de la congregación y establece como pareja actoral con la monja joven Carolina (Emiliano Rodríguez) ella es la adoptada, huérfana e igualmente hace lo propio con

Sor Piera (Marco Malteni) la más vieja o entrada en edad y de pensamientos radicales. Sor Rosita con tus cambios de tonos mueve al público a la risa. Cada personaje en su naturaleza convierte el rostro en un elemento transformador de los giros y ritmos en la acciones la claves, los actores lo saben y el público lo siente. Ya para el final, esa suerte de epílogo pudiera integrarse de otra manera y por otro lado reducir la cantidad de los bailes esto con la sana intención de brindarle al público un espectáculo bien cerrado y concreto desde todos sus ángulos. Y como afirmamos al comienzo es una comedia que entretiene y divierte.


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El Periodiquito

Bebo Valdés, El gran Ekwegnón ALFONSO SOLANO

Los viernes no tenemos cabaré, así que tenemos la noche libre y este viernes parecía el día perfecto porque abrían de nuevo esa noche la pista al aire libre del sierra. De manera que, lucía correcto darse un salto hasta allá a oír cantar a Benny Moré (…) ustedes saben que yo fui quien descubrió a Cuba, no Cristóbal Colón. Cuando lo oí por primera vez, yo había vuelto a tocar de nuevo y donde quiera estaba oyendo música, de modo que tenía el oído en la perfecta(…) Y como había un montón de cabarés y de nite-clubs abriéndose, inaugurándose, pues saqué mi tumba del closet(…) y me presenté a Barreto y le dije: Guillermo quiero volver a tocar”. Este pasaje descrito en perfecta lengua de la cubanía de los años cuarenta y principios de los cincuenta, pertenece a la ya legendaria novela de Guillermo Cabrera Infante: Tres tristes tigres y, refleja claramente el ambiente festivo y el aire de euforia y de colectiva complicidad que caracterizó en este período, las noches habaneras en donde el pianista Bebo Valdés tocó y compartió con las grandes figuras de la música cubana del momento, incluyendo al gran baterista Guillermo Barreto que Cabrera Infante nombra en su relato. 1952 fue un año inolvidable para el portentoso pianista y compositor Bebo Valdés. Ese mismo año en el mes de octubre, el pianista, que se encontraba en el local del famoso cabaret cubano Tropicana de la Habana, fue visitado en la noche por el promotor y propietario de una tienda de discos; Irving Price, quien le anuncia que el conocido empresario americano Norman Granz se encuentra en la isla. Granz, promotor de jazz y fundador del sello disquero “Verve records” se entera de que los músicos locales son capaces de rivalizar con los mejores jazzmen neoyorquinos. Granz y Price deciden organizar unas jams sessions para ver el potencial de los músicos cubanos. Norman Granz quedó tan impresionado que decidió grabarlos. Bebo Valdés cuenta en el libro Caliente! del escritor e investigador francés Luc Delannoy, como fue esta aventura: “Era el 16 de Septiembre de 1.952. Así que convoqué a unos músicos cubanos para ese momento, pero yo mismo llegué con retraso a la

sesión, pues por la mañana tenía otra grabación para RCA(…) cuando finalmente llegué al estudio de la firma Panart, Granz ya se había ido a los Estados Unidos. A la orquesta la llamamos “The Andrés all stars”, por el nombre de la tienda de discos de Irving Price”. Pero algo inusitado iba a ocurrir al terminarse la sesión de grabación: “Al término de la sesión-continua narrando Bebo en el libro- me puse a tocar unos riff a partir del cual improvisamos (…) A ese tema le llamamos: con poco coco”. Este fue, en efecto, el tema que inauguró la primera descarga que se registró en un estudio de grabación cubano en la historia. Meses atrás en Julio de ese mismo año, Bebo hacía historia-una vez más- cuando en un estudio de la Radio cadena Azul de la Habana, su ingenio inventó un nuevo ritmo: “La batanga”. Este nuevo ritmo, que se tocaba con un tambor batá, una conga, una tanga (conga de afinación más grave), timbales, contrabajo y clave, no tuvo el éxito esperado, entre otras razones por el auge del mambo, el ritmo que hacía furor en el mundo por la banda de Dámaso Pérez Prado pero que fue inventado por los hermanos López: Orestes e Israel “Cachao”. Por esa misma razón Bebo comenta a Delannoy en su texto: “la batanga murió de muerte natural”.

Bebo de Cuba Dionisio Ramón Emilio Valdés Amaro, mejor conocido como Bebo Valdés, nació en el pueblo de Quivican, una población que está a una hora de la capital cubana. Desde muy temprana edad, Bebo sintió una especial atracción hacia todo lo musical, en especial el jazz. Desde sus años juveniles se apasionó primero, por los pianistas americanos Fats Waller y el portentoso y virtuoso pianista ciego Art Tatum. Más tarde, entrado en años, escucharía con atención y devoción al gran poeta del piano: Bill Evans. En los años cuarenta (1943 a 19 47) es pianista y arreglista de la orquesta de radio mil diez de la Habana. En 1948 toca en Haití-según nos narra la pianista e historiadora Isabelle Leymarie- con el grupo del clarinetista y saxofonista Issa El Saieh, a quien posteriormente dedicará un tema de su autoría. Desde 1948 hasta 1957 estuvo al frente de la orquesta del célebre cabaret habanero “Tropicana” primero como pianista y luego como su director. En 1959 funda su legendaria orquesta de baile “Sabor de Cuba”, con los que graba una serie de éxitos musicales: Ita Moreal, Sasaume, A la Rigola,

entre otros. En el año 1963 decide viajar e instalarse en Estocolmo. Allí, en la capital sueca, Bebo inicia un largo y prolongado exilio que lo sumirá en el olvido por espacio de 34 años. Al pasar de los años sumergido en el gélido país europeo, Bebo recibe el 25 de Noviembre de 1.994 la llamada de su compatriota; el extraordinario saxofonista y compositor Paquito D’ Rivera, que lo invita a grabar en los estudios del sello Messidor, ubicado en la ciudad de Ludwisburg en Alemania. Tres días después de esa llamada, Bebo viaja a esta ciudad para grabar el single: “Bebos Rides Again” (Bebo Cabalga de nuevo) una colección de clásicos cubanos y piezas originales del propio Valdés, arreglados y compuestos especialmente para la ocasión. A los 66 años y después de un largo olvido, Bebo inicia un verdadero “revival” musical que lo llevará a escribir nuevas páginas en la historia musical del mundo del jazz y el género afrocubano. El director de cine español Fernando Trueba saborea un sueño fílmico que se cristalizará en el año 2000 con la producción de la película Calle 54, en donde muestra, con estupendos escenarios y una cuidadosa fotografía, a los mejores exponentes del mal llamado latín Jazz. En esta oportunidad Bebo tiene dos encuentros con figuras claves, tanto en su música como en sus más profundos afectos: su hijo Chucho y el contrabajista Israel “Cachao” López, su partner de toda una vida. A la semana siguiente de este rodaje, Bebo entra de nuevo al estudio y graba en la ciudad de Nueva York, bajo el sello de Trueba Calle 54 y producido por Nat Chediak, el álbum: “El Arte del Sabor” con un trío estelar compuesto por el bajista Cachao López y el conguero Carlos Patato Valdés. Esta grabación, que consiguió ganar dos premios grammy, tiene un invitado de excepción; Paquito D’ Rivera, quien no sólo toca en el disco sino que también colabora con los arreglos. En los años siguientes, Bebo conoce, a través de Trueba, al cantaor gitano Diego apodado el cigala. Con este último grabará en el año 2003 un suceso clave en la historia musical: Lágrimas Negras, el primer disco en la historia en donde un cantante gitano canta boleros y temas

del repertorio latino al lado de una leyenda del piano cubana. Este sería el mayor éxito cosechado en su carrera musical artística. No conforme con ello, este mismo año grabará lo que se ha considerado su opera prima: “Bebo de Cuba”, un suceso musical que contiene la “suite cubana” una serie de 6 temas que compuso entre los años 1992-1997 en su ciudad de residencia, Estocolmo. En este disco Trueba y Chediak reúne un verdadero grupo de all stars para acompañar a Bebo en esta aventura musical: Juan Pablo Torres, Paquito D’ Rivera, Diego Urcola, Mike Philip Mossman, Mario Rivera, Boby Franceschini en los metales; Los percusionistas Steve Berrios, Milton Cardona, Jimmy Delgado, Joe González, el legendario bajista Andy González, junto a jóvenes virtuosos de la nueva camada del jazz neoyorquino como: El baterista Dafnis prieto, el contrabajista John Benítez, el saxo barítono Pablo Calogero, el trombonista Papo Vásquez y el trompeta John Walsh. Con Trueba hizo en total ocho discos y se convirtió en el protagonista de su documental El milagro de Candeal, un film grabado en la favela del mismo nombre en Salvador de Bahía con el músico y compositor Carlinhos Brown. Bebo, de igual forma, compuso la música y sirvió de inspiración para ‘Chico y Rita’, la película de animación producida por la compañía de Trueba y dibujada por Javier Mariscal que fue nominada al Oscar en 2012. Fernando Trueba describe con emoción y nostalgia, el profundo impacto que esta grabación dejó en el gran “Caballón” Bebo Valdés, quien a sus 94 años partió hace poco a recorrer otros universos sonoros: “Si tengo que elegir un momento entre todos, me quedaría con la cara del viejo cuando el primer día de ensayo oyó a la banda arrancar la primera lectura del primer tema. Sus ojos se iluminaron y su sonrisa de niño eterno apareció, irreprimible, en su cara. Era Felicidad”. *Bebo Valdés grabo un tema en la suite cubana titulado: “Devoción” un ritmo de bembé en 6/8 basados en distintas claves de referencias afro y de la religión Yoruba. El tema es dedicado a su hijo Chucho, el gran pianista a quien bebo llamaba “El Ekwegnon”, que según el padre significa: “Jefe de Tribu”.


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