Suplemento Cultural Contenido 09-03-13

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Maracay, Sábado 9 de marzo de 2013

Crónicas del Olvido

El mal de Q

ALBERTO HERNÁNDEZ

1.-

S

e lee de puntillas. Con los ojos puestos en cada digresión. En cada sa l t o d e a d j e t i v o a j e n o a nuestro diccionario. Pero seguimos. Antonio Tello escribe desde la dificultad, desde una suerte de niebla que anida en cada palabra. Sus personajes se confunden con el polvo del desierto, muerden el silencio y salen airosos como sujetos de narración. He comenzado a leer El mal de Q. por el final. Una vez más la gente de Candaya se anota este lujo que apareció en Barcelona, España, en 2009. Y cuando digo por el final digo que entré a este libro por la historia que le da nombre al tomo. Q atrapa por lo obsesivo, por lo puntual de una suerte de locura, de patología que envuelve y desequilibra a quien ingresa en su sicología. Si se trata de un personaje extraño, más extraña aún es la actitud del narrador, quien relata con una frialdad que aturde hasta el punto de dejar sin aliento y desata una serie de pequeños demonios que ambulan cada vez que se separan los ojos de las páginas. El mal de Q. es realmente una enfermedad. Q está enfermo, obsesionado con el orden, con la hora de dormir, con la hora de despertar, con la hora de entrar y salir de un libro. Un personaje cuyos límites están en cada paso que da. Así lo dice: "El día de su cumpleaños Q no modificó su rutina y al salir de la oficina, como todos los miércoles, fue a la librería de los grandes almacenes. Se dirigió directamente a la mesa de novedades, donde ninguno de los títulos que se exponía era el mismo de la semana anterior". Desde ese instante, la vida de Q. adquirió otra tonalidad: el libro que compró lo sacó de su camino y perdió el equilibrio "de sus hábitos". Como el

sueño no le llegaba tomó el libro, el pequeño libro, pero nunca pasó de la primera página, de la primera línea. Se trata de la lectura imposible. Y así como el personaje de Melville, que tanto ha trabajado Vila-Matas, Bartleby, el de Tello no podía leer. Una vigilia eterna lo condujo a no avanzar en la lectura, hasta que lo sorprendió la muerte, la vida sin aliento, la quietud, con un dedo sobre la línea de la cual no lograba salir. No logró salir. Así son los cuentos de Antonio Tello, unos imposibles. Después leí La agonía del ángel, otro inalcanzable espacio, otro cielo perdido. Un sueño recurrente acosa a un personaje. Un oscuro pecado seguramente lo atornilla a las imágenes que noche a noche lo llevan a la cúpula de una iglesia donde ve un pájaro, un ángel alado, que llora. En la medida en que se acerca a él, abrazado al óxido de una cruz o de

un hierro a la intemperie, se da cuenta de que el ángel agónico es él mismo. Abierto a cualquier posibilidad, a otra lectura, el relato de Tello nos deja con la mirada puesta en una noche que no termina. El mito de Sísifo aparece en la escena. 2.Me atornillo al comienzo. Finalmente entro al libro por las primeras páginas, a este mal que aqueja al futuro lector. Antonio Tello no evade la realidad de la América que vive. A través de una particular manera de armar su discurso narrativo, el escritor argentino dibuja el perfil de sus personajes. Ausculta cada frase, descose el paisaje, enhebra cada paso para decir cada tragedia, cada episodio humano: son cuentos donde quien narra se involucra, pero también sabe alejarse. Este tomo antológico que publica Candaya da cuenta de

tres partes: El despertar de la palabra (1968-1970), El desierto y la leyenda (19711925) y La mirada en el exilio (1980-2009). En el prólogo de Víctor Escudero oímos "El trabajo con la escritura, pues, se vuelve para Tello invocación de lo sucedido, lo que sólo es posible acceder por el desvío de lo ritualizado. Y en esa apuesta se sitúa su apelación al mito, no como relato ejemplarizante, sino como patrón narrativo que, vehículo de matices cambiantes, inscribe una llamada a siglos y culturas distintas y distantes". De allí que nuestro autor viaje por espacios variados. Entra en alma del Otro, en el laberinto de un alguien atrapado en una jaula; dialoga con la muerte y la despista; trata el mundo laboral desde macabros deseos; encara la soledad de un sujeto y se hace parte de su desolación donde una puñalada devela la realidad del personaje. Y así, som-

bras del desierto, de la ciudad, de las carreteras, de la pobreza, de los abusos del poder descifrados por un lenguaje a veces difícil pero capaz de describir el dolor y la ira contenidos en una palabra, en muchas palabras, en frases cuyos códigos forman parte de la tierra en la que habitan sus fantasmas, como diría un día Ernesto Sábato. 3.El mal de Q es una enfermedad sin nombre. Una patología que corroe la piel del alma y la coloca en la línea final de una historia que nunca termina. Es el mal de una tierra que se aleja de quien la inventó. El exilio, la muerte, el retorno al paisaje olvidado. Un eco, símbolos, signos, la mirada puesta en todos los resquicios humanos. Ese mal tiene nombre. Un nombre que se borra. Un nombre que muchos repiten con la boca llena de silencios.


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Una tarde con Panero CARMEN AGUDO RODRÍGUEZ

L

eopoldo María Panero, poeta, narrador y ensayista español nacido en Madrid en 1948. Hijo del poeta Leopoldo Panero y hermano de Luis Panero, también poeta. Mostró desde muy pequeño su interés por la poesía. A los 16 años, fascinado por la izquierda radical ingresó al entonces prohibido Partido Comunista, cuya militancia le valió su primera estancia en prisión, aunque nunca se pudo demostrar nada. Inició su carrera como poeta de la mano del maestro Pere Gimferrer; sin embargo, su vida fue trastornada por el alcoholismo, la depresión, las drogas. y dos intentos de suicidio antes de cumplir los veintiún años. La esquizofrenia lo mantiene internado por voluntad propia en un pabellón psiquiátrico, donde mantiene vivo su interés por la literatura. Está considerado como uno de los poetas más importantes de España. Es el autor más radical de su generación. Tiene varios libros emblemáticos de poesía como "Así se fundó Carnaby Street", "Poemas del manicomio de Mondragón," Guarida de un animal que no existe " y "Teoría del miedo" entre otros. Vive desde hace muchos años en hospitales psiquiátricos. En la actualidad reside en Las Palmas .Ahora también en la capital grancanaria, con permiso para "arrastrar de día el carro de las marionetas de noche", dice uno de sus versos. Camina por las calles vacías del barrio de Arenales y Triana sin mover los brazos, pisada a pisada como si fuera un muñeco al que haya que darle cuerda. Tras sus pasos deja el rastro invisible de las cenizas. Anda callado, envuelto en el silencio de su mudez absoluta, sólo interrumpido por contados murmullos indescifrables que se pierden tras el roce de sus zapatos con la acera. Se ríe de una manera peculiar y extraña, sonora. Duerme la siesta en cualquier banco de Triana, lee a trozos libros de Henry James, Luis Rosales Michel Foucault, Charles Baudelaire, Martin Heidegger, Jean Jacques Rousseau y varios poemarios suyos. Panero pone gesto contrariado y coge aire, el cual suelta con desdén junto al humo de decenas de colillas que se amontonan en el pequeño cenicero de aluminio; un humo que parece anidar para siempre en el interior de sus pulmones. Por la tarde regresa al psiquiátrico para

¿Cuál es la mayor motivación para afrontar el reto de la vida? - No lo he pensado nunca, estoy harto de la sociedad. Como decía Kafka "la vida cotidiana es para el loco y para el normal una colonia penitenciaria".

¿Eres creyente? - Creo en el Cosmos pero no en falsos dioses.La religión es el espíritu del que nace sin espíritu. El corazón de un mundo sin corazón. La religión es la droga; el opio del pueblo.

¿A qué edad comenzó a escribir? - A los tres años le recitaba poemas a mi madre. El poema decía: Mi corazón temblaba. …Y no era un sueño. Fueron muriendo todos los soldados de la guardia del rey y mi corazón seguía temblando. Este poema fue publicado en una revista argentina. Mi padre era un poco brutal como persona, pero fue un gran escritor; pasó dos etapas: Una surrealista "La Castañera" y otra religiosa "La estancia vacía".

¿Hay algún poema tuyo que tenga algún significado especial para ti? - Si, hay una poema político titulado "No sentiste, crisálida aún el peso del aire..." La tarde comenzó a refrescar. Leopoldo no llevaba más que una camisa. Tenía frío. Mi compañera Carmen Alcántara le ofreció su chaqueta y éste aceptó encantado. La conversación se fue haciendo cada vez más distendida. Panero tiene un excelente sentido del humorLe encanta contar chistes. Cada vez que veía a un camarero soltaba una gran carcajada, le pregunté qué es lo que le hacía tanta gracia, y contestó muy divertido que los camareros con su ir y venir de un lado para otro parece que se están centrifugando. Por eso los llama camareros centrífugos. Se acercaba la hora de la despedida. Tenía que regresar al psiquiátrico antes de las 20:30. Nos pidió que lo acompañáramos y accedimos gustosas; una vez allí, nos volvió a pedir que nos quedáramos un ratito más… dentro no lo dejan fumar, quería echarse sus últimos cigarrillos y seguir charlando, contaba chistes y reía de forma sonora. Otro de los internos que regresaba se unió al grupo, estuvimos conversando un buen rato hasta que se hizo de noche. Ya era hora de irnos. Nos despedimos de ambos y nos fuimos alejando pensando que habíamos pasado una tarde inolvidable en la compañía de uno de los grandes poetas de la poesía española. Sin embargo, ahora estaba al otro lado de la reja... Y la difusa sombra de Panero se la tragó la noche. Hasta siempre. Gracias Leopoldo

"La vida es un cuento hecho por un idiota, un cuento lleno de estruendo y furia que nada significa".

¿Panero es un poeta prestado a la narrativa? - Me gusta más la prosa que la poesía: el libro es "El lugar del hijo" -

¿Por qué no le gusta la muerte? La muerte es la única pureza que existe.

¿Exorciza sus demonios o convive felizmente con ellos? - No necesito exorcizar mis demonios. En su novela póstuma 2666, en la parte de Amalfitano, Roberto Bolaño hace referencia a un personaje que tiene muchas similitudes con usted, como homenaje a su imagen de poeta.

encontrarse de nuevo con el carro de las marionetas. Hace ya unos meses leí en Proyecto Expresiones un foro acerca de Panero. Entré para dejar mi opinión e hice referencia de que vivía en mi ciudad. El compañero responsable del foro (Nesfran González Suárez) me pidió que si podía hacerle alguna fotografía y acepté, más tarde me animó a que le hiciera algunas preguntas. La verdad es que al principio me dio un poco de respeto pero me atraía la idea de poder charlar con él. Así que durante varias semanas lo busqué por las calles de mi ciudad donde el suele pasar largos ratos sin resultado alguno, pensé que podría haber caído enfermo. Una tarde de diciembre (de 2010) lo encontré sentado en un banco de Triana, justo en frente a la monumental escultura del Pensador de Rodin. La exposición itinerante de este artista fue el marco perfecto. Me acerqué con muchas reservas y después de saludarlo le pedí que si podíamos tener un encuentro para charlar y hacerle algunas preguntas sobre su vida y su obra. Su respuesta fue cordial. Me respondió: "Si me invitas a una coca -cola acepto", la cita la acordamos para la tarde siguiente en el emblemático Hotel Madrid, un lugar bullicioso y popular, en pleno corazón de la ciudad. Cuando llegué al día siguiente a las 17:00 horas ya estaba allí, sentado en la terraza, hizo un gesto con la mano y, me acerqué para saludarlo. La tarde estaba serena: comenzamos a charlar de forma distendida. Fumaba sin parar, un cigarrillo tras otro, de repente se sintió mal: estaba congestionado. Tuvimos que ir a la farmacia en busca de un medicamen-

¿Cómo se siente al respecto de lo que usted ha escrito y ha vivido? - No sé: por eso me quiero dedicar a la psiquiatría.

Aquí me han envenenado en todos los bares de la isla. Los psiquiátricos son campos de exterminio nazi - no son nada terapéuticos. Los locos son masoquistas, les gustan que los torturen. Yo no estoy de forma voluntaria. España es un país de fracasados y envidiosos, Francia será más antipática pero no hay tantos fracasados como aquí. Allí estuve viviendo dos años.

to; luego entre coca cola y cigarrillos fue trascurriendo la tarde, respondiendo amablemente a mis preguntas.

¿Qué opina al respecto? ¿Ha tenido la oportunidad de leerlo? - No, no he leído a Bolaño, ni conozco su obra -. Él supo amar la muerte como yo. Mi primera maestra de poesía fue mi madre, hasta que me secuestraron en el manicomio… Usted dijo que Ezra Pound era el último poeta. ¿Aún se mantiene en ello? - Sí, Ezra Pound es el último poeta ¿Conoce la poesía venezolana moderna? ¿Qué opinión tiene de ella? - No conozco la poesía venezolana¿Ha dejado usted de sentirse escritor en esta etapa de su vida? - Bueno: ahora ya no me siento escritor.- Toda la escritura es una porquería. Me gustaría dedicarme a la psiquiatría y dejar de escribir. Tengo un libro sobre psiquiatría aún sin editar. ¿Qué mensaje les daría a los jóvenes escritores aficionados? - Pues que leyeran, porque la única fuente de inspiración que hay es la lectura. ¿Está usted loco o se siente loco? - Yo no estoy loco, me niego a eso, por eso no creo en la psiquiatría. ¿Por qué decidió enloquecer? - La locura es un proceso de confusión, es una parapsicología fallida. ¿Le gusta la vida? - No me gusta nada. La vida produce el mal de la vida. La vida es un cuento de brujas, no se vende nada bueno.

¿Qué opina de la literatura actual? No me gusta nada. En la poesía existen dos grandes tendencias: una es la línea de Whitman y la otra es la de Edgar Allan Poe. De Whitman nacieron los Beat, poetas como Kerouac, Ginsberg, Williiam S. Burroughs y otros más que van por la poética de la experiencia De Poe podría decir que es una poesía más apegada a la estética y la técnica, de esta línea nacieron poetas como Pound. Yo soy heredero de esa corriente. Me gusta la poesía de Poe, también los cuentos, el mejor es "El corazón delator". La prosa de Cortázar es muy buena. De Nietzsche destaco "El libro del filósofo" y "Mi hermana y yo" Me gustaría releer "Las soledades" de Góngora. ¿En qué psiquiátrico se ha sentido mejor? - En el de Mondragón: es uno de los más peligrosos, pero es de los más buenos. Estuve 10 años. Allí me envenenaron y me acribillaron a tiros. Me escapé con un abogado, pensé que en un manicomio junto al mar me iba a estar mejor pero ha sido peor.


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Maracay, Sábado 9 de marzo de 2013

Para no olvidar a Dhamely SALVADOR RODRÍGUEZ

G

abriel García Márquez escribió que "la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla" y Pablo Neruda dejó a la posteridad, en su poema 20, que es "tan corto el amor, y es tan largo el olvido". Tomando como premisa las afirmaciones del escritor y del poeta, se hace necesario escribir acerca de la vida de la profesora Dhamely para que se la recuerde, en honor a la verdad, cómo fue su tránsito vital y que el amor sea tan igual a la largura del olvido. Estas líneas buscan ir más allá del milenio hasta encontrarse con el aromo de eternidad. El tiempo lo olvida todo y cuando transcurre, se trocan hasta los más sencillos andares de vida. Es indispensable dejar sentado la vida de la perdurable Dhamely para que el destino no sea igual al de otros educadores, verbigracia Josefa Carreño de Gondelles y Carmelita Pérez, y que nadie sabe del sitio donde impartieron su magisterio. Otra cosa es el reconocimiento. La tierra donde se nace nunca reconoce en vida el legado dejado por sus hijos e hijas. Quizá cegados por el trato diario entre vecinos. La profesora Dhamely vino a la vida para triunfar sobre la muerte, porque a esta se vence con huella imborrable de eternidad. Su legado lo fue construyendo en su diario andar y en su particular manera de impartir enseñanza y de erigir instituciones tangibles e intangibles. El vetusto adagio de que nadie es profeta en su tierra no hizo mella en la vida de Dhamely, porque ella en su accionar fue cimentando su herencia y que perdurará en el tiempo si los herederos de su legado, avivan el soflama con el ánimo que mantuvo la definitiva profesora. Dhamely Coromoto García Ochoa nació en San Casimiro el 9 de abril de 1954. En su presentación a la vida fue atendida por su tía Carmen Jiménez, enfermera sancasimireña. Sus

padres fueron José Rafael García Palacio y Carmen Felicia Ochoa Jiménez, notable educadora. Dhamely fue la cuarta de 15 hermanos que incluyéndola a ella son: Joseíto, William, Carmen, Dhamely, Antonio Ignacio, Elizabeth, Reina, Emilia, Mirna, Jorge, Andrés Enrique ( fallecido a los seis meses), Leonardo, Francisco Javier, Marco Antonio y César augusto. En un relato de su puño y letra escribe que nació en la calle La Amargura a las 5:10, acompañada por su tía Car-

men, su madre y el lucero del alba, que se veía desde el patio de la casa que habita la Sra. Zenaida Hernández. Estudió la primaria en la escuela Francisco Yznardi, la secundaria la dividió entre el colegio Santa Ana en El Paraíso en Caracas y el liceo San Casimiro. La superior la realizó en la universidad Simón Rodríguez en San Juan de los Morros, estado Guárico y donde se graduó de licenciada en educación. Como es bien sabido, al mes de graduarse de bachiller,

contrae matrimonio con Hernán José Esaá Aponte, el único amor de su vida. La unión se celebra el 8 de septiembre de 1973 en la capilla La Coromoto del caserío El Loro. Andando el tiempo ambos se gradúan en educación, cuando sus primeros tres hijos mayores estaban algo crecidos, ya que Hernán José (el mayor) tenía trece años, Elvira doce y Ángel Guillermo tres. Más adelante nació su hijo menor Rafael Antonio. En la educación pública Dhamely comenzó su magis-

terio en la escuela de artes y oficios Pedro Rafael Buznego Martínez (donde está hoy La Cocuiza) en la especialidad de castellano y literatura. El 16 de enero de 1974 ingresa como maestra titular en la escuela estadal del caserío Bejucal del núcleo escolar rural N° 42, luego a la Andrés Bello y después a la de Toronquey, donde cierra con broche de oro al ser la primera directora de esa institución bajo el epónimo Augusta Carballo de Blanco, desde el 1° de noviembre de 1990. En la educación privada se inició en el colegio La Cocuiza en 1986, ubicada, en ese entonces, en el caserío Güiripa. En 1988, el colegio es trasladado a la calle Monagas (donde está actualmente) en San Casimiro y la profesora Dhamely continúa su magisterio en esa institución. En 1990, Dhamely y Hernán adquieren el colegio La Cocuiza que 15 años más acá en el tiempo, el 20 de febrero de 2005, es declarada Bien de Interés Cultural por el Instituto del Patrimonio Cultural. En ese tiempo Dhamely y Hernán se alternan en la dirección de la casa de estudio, pero es bajo la gestión de Dhamely que se crean actividades extra- cátedra como La Coral, La Banda Show, Grupo de Danza y La Estudiantina. La profesora Dhamely fue jubilada el 30 de abril de 1997 y condecorada con La Orden Fe María Coupar en enero de 2001. Solamente falta agregar que en el mes de diciembre su ternura se acrecentaba al regalar juguetes a niños y niñas de diferentes lugares de San Casimiro y de esta manera cumplir la promesa contraída con El Divino Niño. El 22 de marzo de 2007 llegó ante el juez supremo. Dhamely Coromoto García de Esaá había fallecido en Caracas y San Casimiro quedó huérfano de su presencia, pero amparado por su legado y su risa, que ciertamente era un poema y que otros con almas de poetas podrán iniciar con esta estrofa: En la casa de La Cocuiza/ permanece tu figura descollante, / se siente tu bella risa/ en el colegio que veneraste.


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Maracay, Sábado 9 de marzo de 2013

Antonio Lobo Antunes:

"Si dejo de escribir, no me queda nada" con ojos incandescentes, y me hablan, y me acusan de no ser mejor escritor de lo que soy y me piden que los supere. Ellos me motivan. Si no eres un hipócrita, hay que reconocer que uno escribe para ser el mejor, aunque hay que tener claro que la literatura no es competición y que no existe el mejor libro o el mejor existe. Las diferencias son tan grandes que no se pueden comparar.

ALBERTO OJEDA

A

ntonio Lobo Antunes (Lisboa, 1941) propone al lector un nuevo "viaje a la negrura de la conciencia". Es lo que lleva haciendo durante toda su carrera literaria: encender cerillas en medio de la oscuridad del alma humana y preguntar quién esta ahí. El archipiélago del insomnio (Mondadori), su último libro publicado en España, se construye con el fraseo errático de un narrador en duermevela. Imagina un pasado de gloria y riqueza en el seno de una convulsa familia del agro portugués, marcada por el incesto, la traición y la violencia. La novela está escrita con la arbitraria sintaxis de lo onírico. Y funciona: si uno se queda traspuesto leyéndola corre el riesgo de despertar desconcertado, con frases resonándole en la cabeza que no sabe de dónde le vienen: si del sueño propio o de la historia del autor portugués. Lobo Antunes confiesa al otro lado del teléfono, desde su casa lisboeta, que la escribió con miedo de no poder terminarla. Y es que cuando la tenía mediada, le llegó la fatal noticia: cáncer de colon. Pero se repuso y consiguió rematarla. Era lo que más le importaba en esos días difíciles. Más incluso que su supervivencia. Así es el Lobo: escritor por encima de todas las cosas. Pregunta.- Le propone al lector un nuevo viaje "a la negrura del inconsciente", pero ¿qué diría que tiene de nuevo El archipiélago del insomnio respecto a sus libros anteriores? Respuesta.- Todos mis libros conforman un continuum. A mis lectores no les parecerá extraño. La crítica aquí en Portugal ha dicho que con este libro he empezado el ciclo del silencio. De alguna manera puedo estar de acuerdo, porque todas la artes tienden hacia la música, y la música tiende hacia el silencio. He leído en la contraportada de la edición española que narra la historia de tres generaciones, pero no es verdad: es sólo una generación y un mismo hombre autista que imagina un pasado glorioso y de riqueza.

P.- Ha sido un libro que se encontró con un gran obstáculo en el camino: el diagnóstico del cáncer. R.- Me lo dijeron cuando iba por la mitad. Todo se complicó mucho. Yo cuando tengo un libro entre las manos no dejo de escribir un solo día, porque tengo un miedo horrible de perder la mano. Pero este tuve que interrumpirlo durante meses y cuando no sabía si sería capaz de terminarlo. Escribía dos horas o tres pero me cansaba mucho. Al final pude. La enfermedad me ha cambiado la forma de mirar la literatura. Ahora juego al póker con todas las cartas boca arriba, sin trucos. P.- Dice que cuando le diagnosticaron el cáncer lo que más le preocupaba era terminar el libro... R.- Sí, yo le dije al cirujano que me diera unos meses para terminarlo antes de que muriera. Tuve suerte y me curé. Es como si me hubiera tocado la lotería. Durante ese tiempo no sentí miedo, sólo un gran vacío. Me dolía pensar que no podría escribir más. Es que yo he construido mi vida sobre la escritura. En otras entrevistas anteriores he llegado a decir que dejaría de escribir, que pararía, pero me doy cuenta que si dejo la escritura me quedo sin nada. Desde los cinco o seis años es lo que hago. Tuve que ser médico por el dinero. Era una época muy difícil: me acostaba a las tres de la madrugada escribiendo y me despertaba a las siete para ir al hospital. Cuando gané lo suficiente con mis libros y mis traducciones lo dejé, porque es muy difícil ser escritor y además hacer otra cosa. Los libros se te meten en la cabeza y no te sueltan ni un segundo.

P.- En su escritura es difícil entrar. ¿Qué consejo le daría a un lector que se frustre, como a usted le pasó la primera vez que leyó a Conrad, tras leer un libro suyo porque no ha entendido nada? R.- La primera vez que el escritor del siglo XIX Téophile Gautier vio Las Meninas de Velázquez dijo "¿Pero dónde está el cuadro?". Para mí es la mejor crítica de arte que leído en mi vida. Es el mejor elogio que se le puede hacer una obra de arte... ¿Donde está el libro? P.- Y a usted le gustaría que sus lectores se preguntaran "pero ¿dónde está el libro?", ¿no? R.- Exactamente. A mí los libros que me gustan empiezan en mí cuando termino de leerlos. Yo no les daría ningún consejo. A mí Conrad tampoco me lo dio. Simplemente, cuando lo leí por primera vez no estaba preparado para leerlo. Con 15 años veía una película de Bergman y me aburría de muerte y después de los 30 me conmovía hasta las lágrimas. Era yo el que no estaba preparado para ellos. El problema no era Conrad ni Bergman, era yo. Los lectores abrimos los libros con la llave de nuestra propia experiencia, pero todo libro bueno tiene su propia llave y te enseña él mismo a leerlo. Y no hay un libro bueno que no sea además un tratado sobre cómo escribir. P.- ¿Cuánto le debe su literatura al insomnio? R.- Cuando me levanto en mitad de la noche con sed, y camino sin encender la luz hacia la cocina para echar un trago de agua, paso entre las estanterías con los libros. Yo siento que los libros buenos me están mirando, me vigilan

P.- ¿Y qué le ha parecido la concesión del Nobel a Vargas Llosa? R.- Hay que relativizar la importancia de los premios. Tienen poco que ver con la literatura. Lo que pasa con el Nobel es que es muy mediático, pero yo ya no me acuerdo de quién lo ganó hace tres años o hace cinco. Yo siento una gran admiración por Vargas Llosa. Conversación en la catedral y La ciudad y los perros son libros muy, muy, muy buenos. Cualquier premio que le den es muy merecido. El problema es que es que estamos muy lejos del siglo XIX, cuando había más de 30 genios escribiendo a la vez: Dickens, Gogol, las hermans Brönte, Whitman, Balzac, Flaubert... Vivimos un declive muy grave. Ahora sólo hay cuatro o cinco en este nivel. A mí me han dado muchos premios, y siempre es grato, pero de lo que más orgulloso me siento es del cariño que todavía me guardan mis soldados. P.- No deja de preguntarse por qué la guerra, los actos cometidos en ella más bien, no le han dejado mala conciencia. ¿Tiene a estas alturas alguna respuesta? ¿Es autoprotección inconsciente? R.- Es algo muy raro. Mi capitán era un hombre contrario a la guerra. Cuando llegamos, en la frontera con Zambia, nos dijo que él no quería hacer la guerra y que los oficiales no debíamos hacerla. Tres días después una mina despedazó a uno de sus soldados. Entonces dijo "Hay que vengarle". Puede decirse que hizo la guerra por motivos personales. Es muy difícil hablar de la guerra con alguien que no haya estado en ella contigo. Yo en mi caso la verdad es que no comprendo la ausencia de culpabilidad. Nunca he tenido pesadillas por mi experiencia en Angola. Lo que me sucedía al principio es

que cuando sonaba un portazo me tiraba al suelo corriendo, porque allí las emboscadas comenzaban con un tiro aislado. Belleza en medio del horror P.- Cuenta que el equilibrio, en mitad de aquella locura absurda, se lo daba la literatura... R.- Fue muy importante tener libros cerca. Me acuerdo que los bombardeos empezaban a las diez o las once la noche. A las seis atardecía, con un crepúsculo muy rápido, como son en el ecuador. En ese intervalo estábamos muy nerviosos. Un día llegó el capitán con la La leyenda de los siglos de Víctor Hugo y empezamos a leerlo en voz alta, cada uno un par de minutos. Hasta entonces pensé que la literatura no servía de nada. Pero la irrupción de la belleza de los versos en mitad del horror no se puede imaginar lo importante que fue para nosotros, chicos tan jóvenes de entre 18 y 22 años. P.- ¿La disciplina que tiene para escribir le viene de la experiencia castrense? R.- Yo trabajo mucho porque no me gusta trabajar. Es verdad, no es una broma. Me tengo que obligar a sentarme a la mesa, porque en realidad me apetece hacer otras cosas, leer, quedar con los amigos. Uno está encerrado en su habitación y afuera está la vida. Eso es muy difícil y por eso intento meter la vida en mis libros. P.- Cuando murió su padre encontró que había dejado una carta de 600 páginas, a través de la cual comprobó que leía sus libros, él, que había intentado disuadirle de dedicarse a la literatura en su adolescencia. ¿Qué sintió? R.- Tengo seis hermanos. Todos hombres. Mi gran frustración es no tener una hermana. En mi familia hay un tremendo pudor para hablar de cosas personales. Yo jamás escuché a mi padre pronunciar un elogio hacia un hijo suyo, y eso ha sido muy bueno para nosotros. Un padre es algo que existe entre nosotros y la muerte. He visto morir a mucha gente, en el hospital, en la guerra, y siempre llaman a la madre, pero la referencia sigue siendo el padre. En mi familia nunca se ha hablado de mis libros. Hay un pacto de silencio. Dialogamos sin palabras. (Tomado de El Cultural).


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