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Crónicas del Olvido
PARAD LOS RELOJES Y OTROS POEMAS ALBERTO HERNÁNDEZ
Pensé que el amor era eterno: estaba equivocado.// Ya no hacen falta estrellas: quitadlas todas,/ guardad la luna y desmontad el sol,/ tirad el mar por el desagüe y podad los bosques,/ porque ahora ya nada puede tener utilidad”. Es la voz definitiva. En el fin de algo. Es un recorrido por todo lo que antes era importante. Sin el amor, nada tiene sentido. Visiones surreales que le dan fuerza al poema y hacen de Auden un poeta que se vale de ciertas herramientas para hacerse escuchar.
1.-
U
n poema de Wystan Hugh Auden, de traducción no muy feliz, pero cuya atmósfera rodea el espíritu de un ser aposentado en una tierra dilatada por los rasgos de una lenta conmoción, da pie para marcar el instante de una lectura completa del tomo Parad los relojes y otros poemas (Grijalbo Mondadori, Madrid 1994). El poema se titula “Esta Isla” en cuyo sistema de imágenes se recoge la congelación del tiempo: la simulación de un paisaje que sólo es un reflejo. El hombre y la industria. El sufrimiento. Quien “narra” el texto forma parte de objetos, animales y fenómenos de un lugar que no sabemos dónde está. ¿De qué Isla habla el poeta? Amparado por un vocativo, el que dice de la Isla se pasea entre sonidos, ruidos, mareas y pleamares sugeridos. Un alguien habita el lugar, un alguien invisible, quizás la mirada de ese alguien, quizás sólo el momento de un ser que miró y dejó su huella en la memoria de otro. Convoca, el poema, al placer de vivir en paz y sosiego en tal lugar. “Mira, extranjero, esta isla que ahora la luz saltarina te desvela para tu deleite, asiéntate aquí y vive en paz, que por los canales de tu oído pueda escurrirse como un río el ruido oscilante del mar”. Un canto que invita a ser sal y sol, pero sobre todo un “nacional” de una tierra que no le pertenece pero que podría ser sitio para un comienzo y un fin. El poeta clama por el tiempo que discurre por su piel, por su interior, por los lugares del espíritu con la intención de detenerlo en
3.Para Auden, el presente es la instancia del tiempo más relevante. El poema se compone en la vigencia del ahora. Es el tiempo para vivir, el tiempo para estirar el horario de la respiración. El tiempo no se queda quieto, se mueve, palpita tanto en el cuerpo como en el espíritu. El tiempo es una herramienta, un instrumento que elabora los viajes y las mudanzas por el paisaje y por el interior de la existencia.
un lugar: la Isla es el tiempo figurado, elaborado por la naturaleza y el pensamiento. 2.“Detente aquí, al final del prado diminuto/ donde la pared calcárea se hunde en la espuma y/ sus acantilados/ resisten el fragor/ y el embate de la marea, / y el guijarro resurge tras el lametón/ del oleaje,/ y la gaviota se hospeda/ un momento en su flanco vertical.” Y digo arriba de infeliz traducción porque el español que Javier calvo usa es tan español, tan
localista y poco elegante, de giros tan forzados, que hacen del texto una lectura carrasposa, en la que la música afecta el oído poético. Algunas expresiones desfavorecen el texto, lo afean, imposibilitan una lectura “placentera”. Un poco más adelante, Auden nos hace leer el poema que le da título al libro. En él el poeta se lamenta de la muerte del amor: se vale de imágenes cotidianas para marcar el fracaso, personal y colectivo de una zona siempre indagada por el poeta, pero muchas veces desechada. Que el poema hable por sí solo:
“Parad los relojes y desconectad el teléfono,/ dadle un hueso jugoso al perro para que lo ladre,/ haced callar a los pianos, tocad tambores con sordina,/ sacad el ataúd y llamad a las plañideras.// Que los aviones del vueltas en señal de luto/ y escriban en el cielo el mensaje “Él ha muerto”,/ ponedles crespones en el cuello a las palomas callejeras,/ que los agentes del tráfico lleven guantes negros de algodón.// Él era mi norte y mi sur, mi este y mi oeste,/ mi semana de trabajo y mi descanso dominical,/ mi día y mi noche, mi charla y mi música./
4.W.H. Auden nació en York en 1907. Estudió en la Universidad de Oxford, lugar donde se relacionó con poetas y escritores de la época, entre ellos Cecil Day Lewis, Stephen Spender y Christopher Isherwood. Publica en 1930 su libro “Poemas”, donde se muestra el realismo inglés que durante toda su carrera permaneció en sus versos. Una poesía coloquial, de estilo claro y preciso, como casi toda la poesía anglosajona. Su poemario “España” fue publicado en 1937, donde describió la tragedia de la Guerra Civil Española. En 1946 se hizo nacional norteamericano y al año siguiente ganó el Pulitzer por el libro “La época de la ansiedad”. Enseño poesía en Oxford desde 1956. El poeta falleció en 1973.
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Los españoles que combatieron junto a Hitler en el búnker de Berlín MANUEL P. VILLATORO
1.- La División Azul: el principio de todo
B
erlín, 1945. Los nazis defienden la capital de lo que, en su día, fue el III Reich. Pero de ese antiguo imperio ya sólo quedan cenizas. Mientras Adolf Hitler se protege acongojado en su búnker y las bombas llueven sobre la ciudad, unos pocos soldados tratan de resistir las embestidas de los carros de combate y la infantería soviética. De repente, entre las continuas ráfagas de disparos y el retumbar de alguna granada perdida, suena una orden… «¡Disparad!». Aunque lleva el uniforme alemán, el oficial que grita es español y pertenece a la «Unidad Ezquerra», un grupo formado por 300 soldados hispanos que, junto a los hombres del Führer, se quedaron en Alemania para batallar contra el comunismo en los últimos días del nacional socialismo. En aquel grupo cabía todo aquel que se presentara voluntario, ya fuera un veterano de la disuelta División Azul, un estudiante que hubiera decidido partir hasta Alemania, o un español que hubiera atravesado los Pirineos para luchar del lado del Führer. Tan solo había una norma: debía sentir repugnancia por el comunismo. «La “Unidad Ezquerra” fue la irreductible. Un puñado de divisionarios que decidieron combatir hasta el último aliento en el bando alemán contra los rusos. Era un grupo heterogéneo, una pequeña Legión que aguantó hasta el último momento», explica, en declaraciones a ABC, el historiador José Luis Hernández Garvi, autor de «Episodios ocultos del franquismo» (Editado por Edaf) Los orígenes: La División Azul Para conocer el origen de la «Unidad Ezquerra» es necesario remontarse hasta el 22 de junio de 1941. En aquel día, Adolf Hitler – que, sin prisa pero sin pausa, había logrado que su esvástica dominara una buena parte de Europa-, no dudó en atacar a uno de sus enemigos naturales: la U.R.S.S. Su plan era sencillo: movilizar a sus devienes «Panzer» y sus «soldaten» hasta la Unión Soviética y arrasar con ellos al camarada Stalin. Sin embargo, el Führer no pensaba viajar sólo, y mucho menos sin refuerzos, hasta la estepa Rusa. Por ello, llamó a la
Varios miembros de la «División Azul» se dirigen hacia Alemania
puerta española y solicitó a Francisco Franco que le devolviera la ayuda que le había prestado en la Guerra Civil. El ferrolano –que le debía un favor al líder teutón- no pudo más que aceptar y, como no, poner una gran sonrisa al hacerlo. «Franco ofreció a Alemania el envió de algunas unidades de voluntarios en reconocimiento a la ayuda recibida durante la Guerra Civil. Un ofrecimiento que tenía que ser interpretado como un gesto de solidaridad, y no como el anuncio de la entrada en la guerra; que no se produciría hasta llegado el “momento adecuado”» explica, en este caso, el doctor en Historia Contemporánea Xavier Moreno Juliá (autor de varios libros cómo «Hitler y Franco. Diplomacia en tiempos de guerra -1936-1945-»), en su trabajo «La División Azul. Sangre española en Rusia. 1941-1945». Apenas un par de lunas después de que Adolf Hitler enviara a sus tropas al frío de la «madre Rusia» -una maniobra que sería conocida como «Operación Barbarroja»- el ministro de Asunto Exteriores español (Serrano Suñer) se preparaba para dar la gran noticia al pueblo español a través de todos los medios de comunicación: el país
se disponía a organizar una unidad militar de voluntarios que serían incluidos en las filas del ejército alemán. Se había puesto la primera piedra de la que, a la postre, sería la «División Azul», después de que la propuesta fuera aceptada por el mismísimo Führer en persona. Así explicó Serrano Suñer aquel día a los presentes las causas de la creación de esta unidad de voluntarios españoles: «Camaradas. No es hora de discursos. Pero si de que Falange dicte en estos momentos su sentencia condenatoria: ¡Rusia es culpable! Culpable de nuestra Guerra civil. Culpable de la muerte de José Antonio, nuestro fundador. Y de la muerte de tantos camaradas y tantos soldados caídos en aquella guerra por la opresión del comunismo. El exterminio de Rusia es exigencia de la historia y del provenir de Europa. ¡Muera la Unión Soviética!». En las siguientes horas, se presentaron más de 20.000 voluntarios a la nueva unidad que se batiría, a fusil y cuchillo, contra la U.R.S.S. El 2 de julio de ese mismo año, tras una semana de inscripciones, finalizó el plazo para alistarse en la División Azul con una afluencia de voluntarios increíble. Tras una selección previa, se constituyó un
contingente con aproximadamente 18.000 integrantes al mando de Agustín Muñoz Grandes, un veterano de la Guerra Civil con claras tendencias a favor del nacional socialismo. Finalmente, se formó la unidad que los alemanes conocieron como «Blau división» o «250. Einheit spanischer Freiwilliger» (250 Unidad de voluntarios españoles). Disparos españoles en Rusia Tras llegar al país de la esvástica y calzarse el uniforme germano, los españoles tuvieron que someterse a un entrenamiento de apenas dos meses en el que aprendieron lo básico para matar rusos: apuntar, disparar y recargar. Del campamento de instrucción fueron transportados en tren hasta Polonia, desde donde llevaron a cabo una marcha de más de 1.000 kilómetros a pie hasta el frente soviético ubicado cerca de Moscú. «En la marcha se nos rompieron los zapatos y acabamos medio desnudos. Además, el problema fue el frío que sufrimos, que nos afectó mucho más porque nos cogió medio desnudos tras la caminata, sin apenas calzado que se había roto. Fue muy duro», explicaba hace un año el divisionario Juan José Sanz a ABC. La División Azul tuvo que recorrer
1.000 Km. a pie hasta el frente ruso Una vez en su destino, la División Azul hizo frente a los rusos en contiendas como la del rio Voljov. Sucedida en Octubre, en esta ofensiva el mando alemán dio la orden a los españoles de atravesar la corriente de agua con botes neumáticos y tomar posiciones en la zona soviética. «A las tres de la tarde del día 19 el teniente Escobedo, al mando de su sección, reforzada con dos ametralladoras, cruzaba el río (…) capturando 42 prisioneros», explica Manuel Román Jiménez en su libro «Historia del II batallón del 269 (Rusia 1941-1942)». A pesar del éxito inicial al tomar varias poblaciones cercanas, finalmente hubo que tocar a retirada ante los fuertes contraataques del ejército rojo y el apoyo de su artillería. Los intensos combates en plena Rusia, las bajísimas temperaturas, y los disparos soviéticos fueron causando en los meses sucesivos una ingente cantidad de bajas entre los españoles. Aún así, siempre que se preguntaba por ellos se hallaban en primera línea de fuego. Tal fue su valentía que (según afirma el historiador José Luis Hernández Garvi en su libro «Episodios ocultos del franquismo») Hitler no tuvo reparos en alabar el coraje y arrojo de los soldados (aunque no el de los oficiales): «Extraordinariamente valientes y duros contra los partisanos, pero tremendamente indisciplinados. Lo que es lamentable es la diferencia de trato entre los oficiales y la tropa. Los oficiales se dan la gran vida mientras sus hombres se ven obligados a la mayor de las miserias». La participación de la División Azul llegó a su fin en 1943. La razón era sencilla: los aliados –que estaban empezando a imponerse a base de carro de combate, fusil y bombardero- estaban hasta el casco de las fullerías del ferrolano y le exigieron la retirada de la «Blau División». Dicho y hecho. Sabiendo que era mejor no hacer enfadar al bando que podía ganar la guerra, Franco ordenó la vuelta a España de sus hombres del frente a través de trenes de carga. Así pues, en noviembre de ese mismo año comenzó la llegada de voluntarios a la Península, de donde meses antes habían salido para combatir al comunismo.
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ELEGÍA A PONCIANO RAMÍREZ HISTRIÓN DE LA ALEGRÍA
Crónicas de Guarenas (Parte 2)
El lugar de la hierba
JOSÉ SÁNCHEZ ARÉVALO
CARLOS ANTONIO SILVA
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n la frondosidad de su saber aldeano derramando la guasa de su humor, Ponciano Ramírez se ausenta intacto, dejándonos impregnados de su realismo mágico religioso. Era y es puro humor, porque solo su presencia arrancaba sonrisas de placer, y toda la atención puesta en él, florecía el ambiente, tornándolo propicio para la risa y más allá, despejando con su ritual humoroso las nubes extrañas de la tristeza. Ponciano cabalga sobre el lúdico poder del cuento, de la narración, del chiste o anécdota. Nadie como él para conjurar lo oscuro, lo fatal, lo nebuloso y en ese cabalgar, su mágica soltura, su religiosidad empinada desbordaba todos los cauces lúdicos; esos juguetones encuentros maravillosos, haciendo de los instantes, la imagen de sus días, centrándose en el lugar de la máxima alegría, El Caro. ¡Cuánto nos ofrendas Ponciano! ¡INMENSURABLES! ¡Qué te llevas? Seguros estamos que te llevas El Garabato de tantos sueños. Somos corazones fervientes destinados a invocarte. ¿Vas al cielo? Así es, porque Dios te guarda un lugar a su diestra para oír con atención tus anécdotas, tus versos en la quema de Judas, acompañada de tu fuerza histriónica, que te hace particular en la cotidianidad con la gente. Frecuente amigo, impregnaste al Caro Antañón con la jovialidad de tu ideal encanto, memoriando cada día aquella empalizada de árboles jóvenes de la que El Caro fue estante, sobreviviendo a la sierra del progreso. De sus ramas emergen sonrisas de rostro poncianil. Cada brisa que llega, se detiene y sigue, detenta tus fuentes que desprende aromas de pueblo genuino para retoñar en el recuerdo de tus carcajadas metálicas. El tallo de El Caro, erguido y frondoso, refleja tu figura tallada en carne con tus camisas a cuadros, y de ti se desprende la broma animando el espacio con la sabro-
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sura de tus ocurrencias. Anchurando cualquier espacio con tu sola presencia, tu humorismo fue más allá de ser promotor de sonrisas, se convirtió en un colectivo que realza tu ausencia como presencia vivaz, infinita. ¡Quién no escuchó, ahí en El Caro, tus cuentos! Y cada lance en el juego de bolas criollas venía acompañado con ocurrencias, un decir, un refrán, un chiste, una charada, una anécdota; por eso tu ingenio es atmósfera del lugar. Querido contertulio, cultor del verso coplado, devoto de lo imaginario, en El Caro se confunden “olor fresco a madera
que es casi olor de carne”. Ponciano, sólo los hombres que saben hacer reír, incuban canciones de risas, y se siembran en la gente y la historia pueblera, regando y esparciendo sus raíces, como se siembran los árboles, como se sembró el vetusto Caro, en la conciencia y espíritu de los asiduos convocados de su entorno, protectores que viven a diario el placer bajo su sombra. Muchacho de El Caro, Viejo Amigo, Compañero del Alma, Auspiciador de Sonrisas, Invocador del optimismo, Cronista de La Alegría, nos dejas todo tu bagaje y legado de humor.
or mucho tiempo me acostumbré a sentir a Guarenas como el lugar ideal de reencuentros familiares y el punto ideal para iniciar cualquier proyecto laboral. Con tales expectativas me fui desde Los Magallanes a Guarenas, un día inexacto de diciembre de 1976. La idea era quedarme esas navidades y en enero iniciar unas pasantías remuneradas en el diario La Voz de Guarenas. Al estrenarme como reportero de La Voz Diaria se fue dando paulatinamente esa relación estrecha con la ciudad, de reconocerme en sus espacios, recorrerla material y espiritualmente. Desde la plaza Bolívar en la parte alta del pueblo, se fueron distribuyendo los nexos con Paco Azcona, director de la Casa de la Cultura, el buen amigo José Ángel Ortega, con el cronista oficial de aquel entonces David W. Fernández, Radio Industrial y sus locutores estrellas como Igor Camacho Ostos y Jesús María Sánchez. De este tiempo de compenetración con la ciudad ubico los años 1978- 1983 como el periodo de mayor efervescencia creativa en el núcleo de aquel terruño que en lengua indígena significa “lugar de la hierba”. “Guarenaima pulcra y florecida”, había escrito el poeta Andrés Athilano, quien junto al Caupolicán Ovalles, Octavio L. Orta, Luis Patiño Antich, Miguel Parra, Benito Canónico (con su Totumo de Guarenas), Antonio Núñez (impulsor por muchos años de la parranda de San Pedro), entre otros, dan prestigio ancestral al gentilicio local. Fue ese amor por la ciudad y el reconocimiento de sus valores genuinos lo que nos llevó a dedicarle fe y pasión al proyecto cultural que junto a muchas personas echamos a rodar Manuel Cabesa y este servidor. Desde la Voz de Guarenas y con la fundación del Suplemento Cultural Temporía trazamos las coordenadas estratégicas que nos llevaron al teatro (El Pequeño Grupo), la realización de performances que hacíamos en casesores abandonados, y sobre todo nuestra acción concreta en el Centro Cultural Miguel Parra, cuya dirección estaba a cargo
Como un mirador inquieto, la torre de la Iglesia la Copacabana vigila cada mirada y anhelo de quienes vienen, van y vuelven a la “ciudad de la hierba”
del profesor Eduardo Espinoza. A la par de la incesante bohemia con contertulios de fuste se iba realizado este proyecto donde todos éramos alumnos y profesores. Manuel Cabesa con todo el aprendizaje de la Escuela de Arte de la UCV venía con técnicas novedosas que pusimos en práctica en el montaje de obras como Este mundo circo, de Mariela Romero; Lo importante es que nos miramos, de Elizabeth Schön; Big Bang (con dirección y montaje de Jacobo Rodríguez), entre otras que se midieron con los trabajos hechos por Armando Urbina en el Teatro Negro de Barlovento. El Pequeño Grupo conformado por Manuel Cabesa, Lilian Lepplaid, Angélica y Carlos Antonio Silva sirvió para pulir técnicas pero particularmente sólidos elementos para el aprendizaje vital. Eso es lo importante. De las cosas que logro evocar con nitidez de ese período está la Llave de la Ciudad otorgada a quien suscribe y el Premio Municipal de Poesía a Manuel Cabesa. Fueron noches de farras que Manuel aprovechó para celebrar un Premio que no se tomó muy en serio porque a final tuvo el guáramo de declinar al reconocer que habían poetas del terruño con una obra más densa que la de un debutante para ese entonces de la palabra escrita.
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La perla, novela del desventurado LEONARDO MAICÁN
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l estadounidense John Steinbeck ocupa un lugar de honor en el desordenado altar de mis autores favoritos. Su estilo es sencillamente impresionante. Premio Nobel de Literatura en 1962, la flora literaria de Steinbeck exhibe títulos como Tortilla Flat, La perla, El valle largo, Las uvas de la ira, La copa de oro, Las praderas del Cielo, El mar de Cortés y Al este del Edén, entre otros. Tanto en Tortilla Flat como en La perla, por ejemplo, el ambiente humano y físico está impregnado de una melancólica pero fuerte presencia hispana, mestiza e incluso indígena. No nos sorprende: John Steinbeck nació en 1902 en Salinas, California, pequeña ciudad estadounidense de alma mexicana. En Tortilla Flat, verbigracia, el autor inserta frases en español, que flotan como ínsulas lingüísticas en medio de un océano de vocablos ingleses. Steinbeck murió en 1968, un año antes de que el hombre profanara la luna. Sí, la luna, que ciertamente parece una enorme perla colgando del cielo. La perla es una novela corta cuyos acontecimientos tienen lugar en el pueblo pesquero de La Paz. En sus páginas, poco más de un ciento, encontramos al núcleo familiar conformado por los cónyuges Kino y Juana; él un humilde pescador y ella un ama de casa. Y por Coyotito, un lindo lloricón aún de cuna, hijo de ambos. Alrededor de ellos gravita todo el orden histórico-discursivo de
la novela. Al lado de este grupo están Juan Tomás y Apolonia, hermano y cuñada de Kino, respectivamente. Otro personaje de cierta relevancia es el médico del pueblo, matasanos sin escrúpulos. Cabe mencionar también al señor cura y las voces anónimas de mendigos, pescadores, traficantes de perlas, vagabundos, matones y asaltacaminos. El pueblo mismo, La Paz, es una especie de personaje que lleva dentro de sí una compleja contradicción: una parte de ella está impecablemente urbanizada, tiene sus calles asfaltadas y sus aceras bien definidas. Posee hermosas casas, lujosas oficinas, negocios. La otra parte de la ciudad, la que linda con el muelle, está compuesta social y étnicamente por pescadores indígenas, analfabetos en su mayoría, quienes viven en ranchos de palma, carentes de los servicios públicos básicos. Los habitantes de esta parte de
La Paz son pescadores de perlas inmersos en la pobreza crítica, cuyos frutos del mar les son comprados a precios miserables por una mafia de especuladores. Estado de cosas inalterable que mantiene a los pescadores en un círculo vicioso de servidumbre. Kino estuvo a punto de romper con la regla. Un día, cuando buceaba en las aguas del Golfo, encontró Kino la perla más grande jamás vista por ningún pescador de la zona, una perla que lo remediaría a él y a su familia de todas las penurias y necesidades. “Kino introdujo su cuchillo entre los bordes del caparazón. Notaba la firmeza de los músculos tensos en el interior, oponiéndose a la hoja cortante. Movió ésta con destreza, el músculo se relajó y la ostra quedó abierta. Los carnosos labios saltaron desprendidos de las valvas y se replegaron vencidos. Kino los apartó y allí estaba la gran perla, perfecta como la luna. (…). Era tan grande como un huevo de gaviota. Era la mayor perla del mundo”. Pero sobre todo, lo que más emocionaba a Kino, era que gracias a la perla podría casarse por la iglesia con su adorable Juana, y que el amado hijo de ambos, Coyotito, iría a la escuela, aprendería a leer y escribir. ¡Una vez vendida la gran perla serían ricos! “Mi hijo leerá y abrirá los libros, y escribirá y lo hará bien. Y mi hijo hará números, y todas esas cosas nos harán libres porque él sabrá, y por él sabremos todos”, decía con orgullo.
Frente a su humilde hogar se agolparon sus vecinos, todo el mundo quería ver la gran perla, llevarse un recuerdo de la mágica luz que desprendía la joya. La noticia no tardó en llegar al sector más acomodado de la ciudad. Y a la casucha de piso de tierra vino a visitarle a Kino el señor párroco, en cuyas pupilas el signo del dólar se estampó como un pecado apenas vio semejante perla. Recibió asimismo la visita del doctor, quien fingiendo desinterés económico revisó la mordedura de alacrán que había sufrido el pequeño Coyotito, y le medicó con picardía, luego que el día anterior rehusara atenderlo en su propio consultorio por tratarse del hijo de unos indios sin plata. La Gran Perla del Mundo hacía más milagros que un santo nuevo. Más que bendiciones, lo que trajo la perla a las vidas de Kino y de su grupo familiar fueron calamidades. Una verdadera tragedia. La mafia que en el pueblo controlaba el negocio de la compra-venta de perlas pretendía pagarle a Kino un precio bastante irrisorio por la madre de todas las margaritas (viejo sinónimo de perla). El pobre pescador sufre varios atentados contra su vida, pero sale ileso. Tras uno de los cuales, cerca de la playa, Kino logra matar a su contrincante. Se convierte en un homicida. Luego es incendiada su choza. Juana le implora que se deshaga de la margarita, que supone maldita. Le exige que la devuelva a las profundidades del mar. Pero el
marido es terco, no cede ante el pedido de su mujer. Él solo piensa en vender la perla al precio que realmente vale para que su hijo pueda ir a la escuela. Sabe que allende las montañas, caminando muchas millas en dirección al Norte hay una gran ciudad donde puede vender la margarita por un buen precio. Aconsejado por su hermano mayor, Juan Tomás, decide Kino cruzar a pie la agreste serranía. No había otra opción, por los caminos verdes “estaría” a salvo de sus enemigos. Parte una noche, en compañía de Juana y Coyotito. El caso es que en medio de la sierra, Kino se percata de que son rastreados por ojeadores, matones de oficio “capaces de seguir la pista de una cabra montés en las rocosas montañas”. Sabía que tarde o temprano estos ojeadores le encontrarían, lo matarían a él y a su familia y se llevarían la perla. Sucedió exactamente lo contrario: Kino les enfrentó y asesinó a todos. En el lance murió también Coyotito, un disparo de escopeta le borró los colores del alma. Kino y Juana, abatidos, emprenden el regreso a su humilde pueblo de pescadores; el cuerpo inerte del pequeño envuelto en telas en el regazo de la madre. Pobre niño a quien la sociedad le impidió que supiera leer y escribir, como era el deseo de sus padres. La perla fue devuelta a las aguas, descansa como una lágrima en las profundidades del golfo de California. Maicanópolis, 23 de julio de 2014.
POEMAS DE WILSON CAMERO 1.
Jamás trate usted de confundir La luz de lo oscuro Es que no tolero Que nadie me moleste Y menos aún con fantasmas Los cuales ya he sido. Entonces, guardemos distancias Ya que tu elevación Tiene que ser Muy parecida a la mía Si no, ya está la diferencia Modestia aparte. Mi conocimiento lo considero De tal manera. Quien se me trate de llegar Tiene, debería ser Nutrido, muy bien nutrido. A lo mejor tiene que ver Mis neuronas Manejar mis dedos Mi total cerebro w w Solamente un estímulo Prevalece: El más profundo
2.
Nuestra estabilidad pone en duda todo. Nuestro pequeño rancho. Ellos dicen sustento, Base de nuestra presencia. Hasta derrota nuestra alegría. Hasta reniega de Dios. Cómo es posible Que a este señor no le guste El modus vivendi De nosotros. Execrémosle. Reduzcámosle a cero. Él no debe representarnos Es un ateo. ¡Horror! La peor mabita Él es una negación De nosotros Niega nuestros valores Se opone a nuestra existencia. Tendámosle un camino Hacia un abismo. Ese señor no es posible Que nos discrepe Cómo es posible que niegue Hasta la belleza, Que tiene problemas Hasta con la poesía. Él dice o sea El objetivo de nuestro desprecio Que todo es obcecado Partícipe del delirium Que todo redunda en lo peor Que el futuro mejor no existe En este instante 2014 En este sistema Tan impuro Aquí la canallada Es tan normal.
3.
Tu rostrico reposa En tu derecha mano Tus ojos bailan en la noche Tus ojitos en celo Te delatan. Hacen para allá y para acá la eternidad, la gloria. En tus ojos tienes La superlativa presencia Tu izquierda manita Descansa en tu celo Existe como un enigma Entre tus ojos. Mira para todos Los lados. Tu manita así reposa como un deseo celebra la totalidad de su deseo tus manitas hacen en el aire. Hormonas, celos. A mí porque A última hora No me interesa Ni un gramo De su presencia Podría ser porquería Su persona. Es como decir Lo más ridículo Cuando te sientas Sabes que te vas Por las orillas.