Suplemento Cultural Contenido 27-10-12

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Maracay, Sábado 27 de octubre de 2012

Crónicas del Olvido

El lugar de un lector desterrado de un relato ALBERTO HERNÁNDEZ 1.-

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repo con mi disfraz de Hombre Araña por el lomo del libro. Uso mancuernas y garfios, mecates y engranajes para poder ascender y, finalmente, abrir la tapa dura y colarme entre sus páginas. No soy Gorgojo Samsa. Soy Peter Parker, primo de Kafka. Me pierdo entre los números del ISBN y las celdas del código de barras hasta adentrarme en las líneas de un epígrafe que no pude leer por la prisa en llegar al primer capítulo, encabezado por un sumario un tanto pedante y aleccionador. He dejado a Mary Jane Watson colgada de una azotea mientras el Dr Octopus intenta besarla. Levo anclas con mis hilos invisibles. Es decir, suelto todo ese andamiaje de objetos y me dejo caer sobre el título de un microrrelato de Ramón Gómez de la Serna, "Brujería del gato". Me acomodo como puedo y leo: Por complicidad con la bruja había sido enjaulado el gato. En tiempo pasado y sin máscara por el calor me dejé atrapar por el narrador y seguí: Los inquisidores sospechaban que podía haber diablo escondido bajo la piel del gato y fue sentenciado a arder en pira aparte, porque podía haber pecado de bestialidad al quemar en la misma hoguera persona humana y animal. Respiré hondo y continué: Bien maniatado con cadenas, el gato brujesco produjo un repeluzno de escalofrío entre los asistentes al auto de fe. Había algo de caza luciferina en la presencia del gato. La leña de la propiciación comenzó a arder y durante un largo rato se oyeron maullidos infernales, hasta que al final, ya consumida la fogata, se vieron sobre las cenizas dos ascuas que no se apagaban, los dos ojos fosforescentes del gato. Los tiempos verbales se me confunden. Me metí tanto en la trama que se me quemó parte del rabo. Soy araña con cuerpo de gato. Hedía a carne asada. Aún hiedo a Infierno, no al de Dante, al vulgar

y corriente del catecismo. Llegado al final del relato pude ver a las personas que se alejaban del espectáculo por una esquina de la página. Felices, exultantes por haber contemplado con sadismo la agonía del pobre animal. Mi yo elíptico calcinado. La disolución de mi cuerpo, de mi traje de héroe literario, mi conversión evangélica para alejar las influencias del diablo. La reducción de mi pecado protagónico. Pude ver los ojos ardientes del animal. De mi yo animal. De mi bestia interior. De mi araña y gatos negros metafóricos. En un descuido mío también pude darme cuenta de que la multitud había sido convertida en miles de ratones. Pude verlos con el rabillo del ojo derecho. Iban en fila, como en el otro cuento donde un flautista los guiaba no recuerdo a qué lugar. Yo los vi. Nadie me puede discutir lo contrario. Es decir, me incorporo y descoloco la objetividad del texto. Esa verdad que me ha convertido en un reflejo de gato con máscara de arácnido. Desde ese momento tomé la decisión de formar parte del relato y revisar todo lo que se me atravesara en el laberinto de la lectura, aunque sólo quería ser un personaje. Pero lector y personaje no se contradicen. Se carnavalizan, se disfrazan plenos de humor e ironía. Soy una máscara peluda, con dientes afilados y ojos encendidos. 2.He decidido contarme. Relatarme. Narrarme. Afiliarme a la

historia. En todo caso, dada la moción de un jurado invisible, cercano a la muerte del gato de Ramón Gómez de la Serna, es mejor que alguien me asesine. Me saque de circulación. Flint Marko, El hombre de Arena, por ejemplo. Mejor Gatúbela. Está muy buena. Que me borre malandramente del mapa del cuento que hoy pretendo protagonizar con todas sus aristas y escamas. Ya Platón de todas maneras me habría extrañado de su República, aunque no hago de poeta sino de gato/ araña. Es decir, de aprendiz de cadáver de felino chamuscado con comiquita incorporada. Pero nada. Es el día, no le temo a las citas citables. Busco la belleza en todas las entradas. La estética de la recepción, la de quien lee y se asoma sujeto y hasta objeto de miradas y relámpagos. Fragmentado, hecho pedacitos entre la ceniza. Digo no temerle a las entrecomillas, a la polifonía o a la intertextualidad, mucho menos a quienes me miran feo desde el público y han creído que he venido a esta Feria Internacional del Libro de la UC con una tesis de enjundias y laberintos, con un saco de sorpresas donde mitifique la crisis de los largos y grandes relatos, el sinsentido de la realidad. La morigeración de las pesadillas. Mary Jane grita colgada de una ventana. Soy un personaje autodiegético, digo, me narro yo mismo desde mí mismo. De allí que también sea un personaje/ lector agónico, cambiante como el camaleón, como un X Men cualquie-

ra, redondo a lo Henry James. Soy parte de un cuento corto que hoy quiero poner en práctica en este auditorio. Aunque me pese. Así que le digo a quien me ha hecho parte de este asunto "Ve, defiéndete solo, texto, tienes el lector que te mereces", para testificar con la teoría de la comunicación en ausencia. Ausente yo, lector, ahora peregrino de gato renegrido. Casi ácaro. Por ahí andan Violeta Rojo con el traje de la Mujer Maravilla. Y Armando José Sequera con los lentes de Clark Kent. Que me desmientan, total, puedo huir por una de las páginas menos peligrosas. Duende verde agoniza. Me amenaza. ¿Qué tendrá que ver este par con este extraño sujeto? 3.Como no tengo nada que temer porque sólo soy una sombra, un líquido viscoso, un felino difunto, un simulacro, un montón de ceniza, un personaje ficticio, un bicho fragmentado, una araña despechada, me dirijo a ustedes, en eco con Daniel Pennac, y les espeto, desde los ojos del gato quemado en hoguera inquisitorial, Los derechos del lector, que son: El derecho a no leer, el derecho a saltarse páginas, el derecho a no terminar el libro, el derecho a releer, el derecho a leer lo que le venga en ganas, el derecho al goce inmediato y muy personal de las sensaciones a la identificación (debo decir entre paréntesis que no entendí este derecho, pero no importa. Mary Jane grita), el derecho a leer en cualquier lugar, el derecho a hojear, el derecho a leer en voz alta, el derecho a callar. Y yo le agrego: El derecho a lanzar el libro por una ventana. Es decir, el derecho romano y hasta el de los que se duermen cuando abren la tapa de un tomo, lo que también es un tipo de lectura. Y aunque personaje (diría que ya no soy lector) me dejo ver entre líneas para leerme la palma de la mano y saberme polvo cósmico, polvo funerario, polvo arácnido. Mary Jane se aleja molesta con los codos y las rodillas escarapeladas. Tengo mi lugar en el paraíso del cual ya fui echado de un libro genésico que muchos aquí han

oído nombrar. Ya han intentado sacarme a patadas de Nueva York. Pero seguro estoy, desde el sitio en el que veo la agonía del animal, de que nadie en este recinto lanzará el texto al basurero. Digo yo, crédulo. Creo que el bicho en su sufrimiento guió al lector hasta las brasas de los ojos convertidos en linternas diabólicas. Y una araña entrometida apareció en escena. He allí el secreto: el gato al comienzo era un gato, pero terminó en un misterio: Soy el gato que era. Y la araña que nunca seré. Y al personaje le encanta eso, que lo lean quemado y arañado. Digo desde mi ardor que no cae mal un final feliz. O un final renal o cardíaco. Porque obliga a viajar al baño. O en caso extremo, por la inesperada aparición de un infarto. Y así, queridos presuntos interlocutores. Sigo pendiente. Me deslizo por un ladito de la página y penetro en los ojos de quien entra y sale de este cuento (esas ascuas me persiguen). Me narro desde el mismo lector o desde el mismo gato que ya no existe y sigue siendo en mí. En una araña impúdica, desnuda. Me hago el loco mientras me relato. De allí al suicidio, un salto. Pero no aspiro a tanto. Sí espero que alguien descargue su ira o su arma de reglamento contra los capítulos de mi existencia -me arde hasta el alma- y acabe de una vez con esta agonía de ser parte de un tale o de un short story gaseoso, volátil, que, para no hacerlo más largo, asomo una listica que a un inglés -tenía que ser un pérfido Albión, para darle gusto al diccionario de insultos de este siglo XXI casi harapiento- se le ocurrió inventar: el folktale, que habla de las costumbres y mañas de la gente; el cuento de mentirillas o de hadas, llamado fairytale, y el talltale, que alude los relatos cómicos, brincones o mamadores de gallo. El cortico -como el café- o short tale, que hace referencia al cuento de hoy, tan moderno que rozamos el siglo XIX en comportamiento y lisura ideológica. Con animales en escena. Estoy metido en este último, enunciado anunciado, solitario y ruidoso por la esquizofrenia de este incendio en que me convirtieron. Amado o malquerido, el gato y yo somos uno en araña. Uña y sucio (…)


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Entretextos FRANCISCO ARÉVALO

Fernando Vallejo

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ernando Vallejo es de esos escritores que abruman cada vez que abre la boca para lanzar sus opiniones y sus credos. Abjura de casi todo lo instituido, quizás allí radica mi gran simpatía con él. Su valentía llega a los límites del desdibujamiento de los respingados intelectuales y la oligarquía colombiana que presume de ser una de las más ilustradas de nuestro lugar común unido por el habla: Hispanoamérica. Ningún escritor colombiano ha retratado con tanta precisión las miserias excrementales y las rufianearías de una "casta" disimulada que se alterna en el poder en nuestro país vecino. De allí que Vallejo reside en México desde hace años en vista que lo peor era su más cercano vecino. Optó como García Márquez por el autoexilio, claro entre uno y otro existen unas diferencias abismales de cómo ver la vida y sobre todo las relaciones públicas, algo que García Márquez maneja con maestría y Fernando Vallejo es pésimo, administrador fatal de la simpatía, muy alejado de los círculos de poder que gusta frecuentar el Nóbel de Aracataca. A los dos los he leído y me gustan, pero entre uno y otro me quedo con el autor de La Virgen de los Sicarios (llevada al cine), porque a estas alturas de la vida su narrativa en primera persona me dice más y descubro a través de él la basura escondida debajo de la alfombra que por comodidad nos negamos a ver. Cuando recibió el premio Rómulo Gallegos en la edición XIII, con su novela el Desbarrancadero, no dudó en donarlo a una fundación de perros callejeros. Estamos hablando de 100.000,ºº dólares, suma seria que puede gastarse en frivoleo. Se necesita estar dotado de algo especial para hacer tamaña hazaña, aunque en el fondo se vislumbra una fijación de creador autentico que raya

en las paredes de lo irracional. Es conocido su amor desmedido por los perros, a quienes considera inclusive por encima a los seres humanos. Travesura o amargura en su estado más enervante, pero de que es interesante lo es, sobre todo cuando atrás hay una obra por muchos repudiada no desde la construcción estilística o estética misma, sino desde el fondo que salpica a casi todo el que transita este mundo. En el trayecto que va recorriendo el autor llega a la misma conclusión que llegamos todos y es que el ser humano no tiene remedio o solución a su poder autodestructor, pero no deja de lado el tema de vivir y buscar sus ventajas, entre las que está la escritura y su po-

der demoledor, el cine y su poder de transmisión masiva, Vallejo estudió cinematografía en Italia y de allí podemos sacar conclusiones sobre su narrativa y su manera de vivir que está entre una película de Fellini o Buñuel. Los caminos a Roma. Ediciones Alfaguara. 205 páginas. Para citar a uno de nuestros más brillantes ensayistas y novelista, se trata de Andrés Mariño Palacios, quien en su breve novela Los alegres desahuciados sostiene que la ironía es el pan de la vida. Un derroche de ironía tratada inteligentemente es esta novela de Vallejo. Su voz deslumbra y aterroriza por lo imprecatoria, donde se respira una gozosa venganza de

donde no se salva ni siquiera el "ilustre" poeta Octavio Paz. Si existe magia en el tratamiento del lenguaje, me atrevo a decir que el autor recurre a ella para mantener al lector sujeto a las diversas ocurrencias autobiografías que va vertiendo en sus páginas. Obra de maestro. El don de la vida. Ediciones Alfaguara. 165 páginas. Pareciera ser -por el títuloun librito de autoayuda confeccionado para imbéciles de vida más que irrelevante, anodina. Pero es quizás el cierre de su extensa autobiografía tratada en 13 novelas que no exceden las 250 páginas cada una. Vallejo hace énfasis en la vejez y reflexiona sobre su vida que se le ha ido entre café y amores tier-

nos. De él esa terrible sentencia que dice que las personas a lo largo de los años no cambian, se deterioran o escoñetan pensando en que lo únicamente eterno es la eternidad y eso está por verse. Como siempre es en primera persona que pasa todo y sin capítulos que permitan respirar. Esta manera odiosa de narrar solamente se la permite él quien al final lo más seguro es que no le interesa si lo leen o no. Fernando Vallejo ha corrido con un relativo éxito como escritor en vida, no quiero imaginármelo cuando este en otros predios. Me da la impresión de que pasará como con el finado Roberto Bolaños, que ahora hemos descubierto que era un genio.


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Glosas sobre poesía aragüeña Aly Pérez

MANUEL CABESA

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ecuerdo que andaba perdido por Santa Rita una noche de aguacero cuando conocí a Aly Pérez. Me dirigía al taller literario que coordinaba el proteico Guillermo Cadrazco en la sede de Marionetas de Aragua, y al llegar Aly ya se encontraba en el recinto. Cada uno habló de su experiencia particular con la escritura poética a los integrantes del taller, luego nos vinimos juntos hasta el terminal de pasajeros. En el camino me regaló un ejemplar de su poemario Pasión por la casa y yo le dejé el que llevaba de Vida en común ¡Sorpresa! Allí en el libro de Aly me saludaban Cavafy y Robert Lowell escondidos tras las palabras del villacurano: Estas calles no son las de Alejandría El viento no deja sabor salitre en la boca Sin embargo tienen el hervor el bullicio y la obstinación de los soles de Grecia… Existe un poema de J G Cobo-Borda donde comenta

que al leer a sus contemporáneos siempre encuentra las mismas referencias a Cavafy o a Borges. Quizás porque en lugares distintos el aire de los tiempos es respirado por todos los que de alguna manera están tocados por la misma sensibilidad: Aly Pérez en La Villa y yo en Caracas, sin conocernos, sin leernos mutuamente concordamos en ciertos imaginarios y sus desencuentros ocupan un espacio determinante, coincidimos en cierta capacidad de hacer evidentes las referencias: el or-

gullo de las lecturas realizadas se expresan en sus poemas para mi propia complacencia de lector y compañero de ruta:

la palabra el poeta redescubre (nos descubre) la posibilidad de vivir en armonía con nuestros sentidos:

Sobre la mesa los poemas de Robert Lowell

Camino entre la calidez de mis pensamientos ruidos de motores y papeles…

Me pregunto: ¿Por qué mueren los poetas? ¿Por qué habitan sombras en la claridad de los ojos? En la poesía de Aly un hálito de religiosidad se cuela para mostrarnos la trascendencia del vivir cotidiano. Por

Mientras escribo, pienso que Aly era de esos poetas para quien es más importante la comunión entre vida y escritura (tanto la suya como la ajena). Vivir en la literatura significó para él hacer posible esa rela-

ción íntima entre la palabra y la existencia: vivir en la palabra, nutrirse de sus silencios. Esto es lo que leo en los poemas de Aly Pérez, allí comenzó nuestro diálogo (hoy interrumpido por su muerte), el que me es imposible reproducir objetivamente, la verdadera esencia de la poesía. Aly Pérez nació en La Villa de San Luis Rey de Cura, un día de agosto de 1955. Poeta y artista plástico, su obra fue reconocida con un premio en el Salón Aragua realizado en 1995 y el Premio Municipal de Literatura Augusto Padrón en 2002. Publicó los poemarios Pasión según la casa (1991) y Nochevieja (2002). Este año 2012, la Fundación Editorial El perro y la rana nos trae Sagrado límite del silencio, un volumen de 495 páginas que recopila, junto a los libros editados, otros siete poemarios que permanecían inéditos, todos escritos desde ese lenguaje tan suyo elaborado a través de ese diálogo permanente entre sus lecturas y el paisaje espiritual de su patria chica. Su desaparición física se nos impuso en febrero de 2005, la misma noche en que los Tigres de Aragua ganaban el Campeonato de Béisbol Profesional Venezolano.

Mujeres en el aire en la ciudad Konex JOSÉ YGNACIO OCHOA

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ariela Asensio plantea un espectáculo llama tivo por los colores, música en vivo y la disponibilidad de las actrices en escena. Apreciamos la puesta en la Ciudad Cultural Konex de Buenos Aires. Cinco actrices, cuatro de ellas hacen la suerte de un personaje, me hago entender, cada una trabaja un código que la convierte en ese personaje femenino que está a merced de los criterios de una sociedad alienada por los parámetros de la superficialidad y competencia propia del consumo. Son cuatro en uno para llamarlas de alguna manera y aparece otro personaje femenino que encarna lo opuesto a las ya mencionadas. Vendría

siendo el patito feo de toda la historia. Qué dilema para una mujer que se aprecie inteligente. A este grupo de cinco actrices la acompañan un animador (José María Muscari) que figura a veces como un servidor de escena, el cual instala/ reubica los dispositivos escenográficos pero que también tiene la responsabilidad de llevar el hilo conductor de toda la historia. El encanto visual está expresado por el colorido del vestuario tanto en las cuatro actrices como en el animador, la iluminación y la movilidad de las actrices que inteligentemente ocupan todo el escenario, entendemos que es un criterio que obedece a la dirección de Mariela Asensio. Surge entonces las contradicciones propias de una mujer al ver este cuadro en tanto histo-

ria para ser contada y sufrida por los personajes pero a la vez para ser disfrutada, en la puesta en escena, por el público porque en definitiva de eso se trata. Contradicciones propias de una mujer que, envuelta en una gama de imposibilidades, se le exige que debe consumirse desde su propia humanidad y colocar al servicio de los demás su pensamiento y por consiguiente sus acciones. ¿Cómo luchar ante esta situación para que las siliconas, el vestido de última moda no le consuman en el intento de ser una mujer en y para una sociedad que pide a gritos que se desgaste en su esencia? Creemos desde nuestra óptica y siempre pensando en preservar la calidad del montaje que en cincuenta minutos o a lo sumo una hora se puede

dibujar el conflicto de la mujer y las exigencias de la publicidad para conformar una historia fácil de contar pero que no deja de ser dura en el tratamiento dado por Asensio, quiero decir con esto que Asensio procura y lo logra, pues maneja los códice de la publicidad y los demarca en su propuesta para que el espectador se sonría, llore y en última instancia reflexiones en torno a la temática planteada. Asencio asume el riesgo en su "Mujeres en aire" es una estampa visual que se degusta con la agilidad de cinco actrices que no tienen desperdicio alguno. La puesta se construye sobre la base del sentimiento del público y la idea en común de una sociedad que se sabe invadida por cánones que muy en el fondo no resultan ni los más sanos y los más genuinos de unas cos-

tumbres que se respeten o que en todo caso identifiquen a la gran mayoría "Mujeres en el aire" bien podría ser el punta pie para que se dispare un ciclo de propuestas de esta naturaleza. Volvemos otra vez la mirada hacia las cinco actrices y como dijimos anteriormente cada una se arriesga a configurar los estados por los que puede pasar una mujer con todas las disyuntivas para que luego pueda ser reconocida en su círculo, pues estas actrices juegan en pleno escenario a ser cantantes, a ser bellas, a ser "cosas" y lo logran, lloran, ríen y padecen cada transformación a la cual están sometidas y lo que es más importante aún el público se lo cree y se lo lleva en su memoria para luego hacer la retrospección de lo acontecido.


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Diez poemas de Ledo Ivo LOS POBRES EN LA ESTACIÓN DE AUTOBUSES

TRADUCCIÓN: WILFREDO CARRIZALES

EL CARRO NEGRO

¿Quién dejó este carro en el garaje? En el garaje vacío ningún carro está estacionado. Y nadie se atrevería a atravesar el espacio donde los sueños y la basura de los astros se acumulan. Donde la vida escurre como el agua de las pilas averiadas. Mucho más allá de cualquier vértigo o pensamiento se extiende la carretera inalcanzable. Ella se bifurca cuando la noche desciende y surgen moteles iluminados y puestos de gasolina plantados por el tiempo en el portal del mundo que oscila siempre entre lo horrendo y lo bello. En la oscuridad del día fugitivo el aparcacoches avanza y por fin descubre un carro negro estacionado en el garaje. De "Aurora"

YENDO EN METRO

Cuando estoy en París siempre siento frío. Mi sobretodo guarda la llave del invierno. Y nieva en mi silencio un silencio de nieve en el suelo blanco del mundo, en el suelo blanco que disipa todas las culpas y miserias. Y al ir en metro mi frío se agrava como si los pasajeros que me cercan con sus rostros de cera y albayalde, sus rostros de fantasmas mal dormidos, fuesen difuntos que deben descender con los zapatos húmedos de nieve en la blanca estación de Pére-Lachaise. De "Aurora"

LOS MURCIÉLAGOS

Los murciélagos se esconden entre las cornisas del almacén. ¿Mas dónde se esconden los hombres, que con todo vuelan la vida entera en lo oscuro, chocando contra las paredes blancas del amor? La casa de nuestro padre estaba llena de murciélagos colgados, como luminarias, de las viejas viguetas que sustentaban el tejado amenazado por las lluvias. "Estos hijos chupan nuestra sangre", suspiraba mi padre. ¿Qué hombre lanzará la primera piedra a ese mamífero que, como él, se nutre de la sangre de otros bichos (¡hermano mío! ¡hermano mío!) y, comunitario, exige el sudor de su semejante lo mismo en la oscuridad? En el halo de un seno joven como la noche se esconde el hombre, en la fibra sedosa de su almohada, en la luz del farol el hombre guarda las monedas doradas de su amor. Mas el murciélago durmiendo como un péndulo, sólo guarda el día ofendido. Al morir, nuestro padre nos dejó (a mí y a mis ocho hermanos) su casa donde de noche llovía por las tejas quebradas. Pagamos la hipoteca y conservamos los murciélagos. Y entre nuestras paredes se debaten: ciegos como nosotros. De "Finisterra"

ASILO SANTA LEOPOLDINA

EL EQUIPAJE

Las sombras que los amantes dejan en la floresta después de los pasos lentos de la iniciación, la canción que se calla cuando acaba la fiesta, la señal digital en el pasamanos, el murmullo de la lluvia y la soledad de la piedra, el gato episcopal y el cachorro insensato que olfatea el hedor del día putrefacto, las imágenes del amor y el tiempo vagabundo, la dulzura de la tierra y el estertor del mundo, el fuego de la hoguera y la luz de la madrugada, -llévalo todo contigo, no olvides nada, ni las islas de los bellos océanos ni las hojas doradas de los otoños y las miasmas que reinan en el fondo de los pantanos. La muerte no perdona a quien no lleva nada y va a su encuentro con las manos cruzadas. Cuando te vayas en buena hora, llévalo todo. Hasta la indiferencia del cielo mudo. De "Aurora"

Todos los días vuelvo a Maceió. Llego en los navíos desaparecidos, en los trenes sedientos, en los aviones ciegos que sólo (aterrizan al anochecer. En los templetes de las plazas blancas pasean cangrejos. Entre las piedras de las calles escurren ríos de azúcar fluyendo dulcemente de los sacos almacenados en los trapiches y aclaran la sangre vieja de los asesinados. Así cuando desembarco tomo el camino del hospicio. En la ciudad en que mis ancestros reposan en cementerios marinos sólo los locos de mi infancia continúan vivos y a mi espera. Todos me reconocen y me saludan con gruñidos y gestos obscenos o bulliciosos. Cerca, en el cuartel, la corneta que chilla separa la puesta de sol de la noche estrellada. Los locos lánguidos danzan y cantan entre las gradas. ¡Aleluya! ¡Aleluya! Más allá de la piedad el orden del mundo fulge como una espada. Y el viento del mar océano llena mis ojos de lágrimas. De "La noche misteriosa"

Los pobres viajan. En la estación de autobuses ellos alzan los pescuezos como gansos para ojear los letreros de los autobuses. Y sus ojeadas son de quien teme perder alguna cosa: la maleta que guarda un radio de pilas y una casaca que tiene el color del frío en un día sin sueños, el sandwich de mortadela en el fondo del macuto y el sol del suburbio y polvo más allá de los viaductos. Entre el rumor de los altoparlantes y el jadeo de los autobuses ellos temen perder el propio viaje escondido en la niebla de los horarios. Los que dormitan en los bancos despiertan asustados, aunque las pesadillas sean un privilegio de los que abastecen los oídos y el tedio de los psicoanalistas en consultorios asépticos como el algodón que tapa la nariz de los muertos. En las filas los pobres asumen un aire grave que une temor, impaciencia y sumisión. ¡Qué grotescos son los pobres! ¡Y cómo sus olores nos incomodan aun a la distancia! Y no tienen noción de las conveniencias, no saben portarse en público. El dedo sucio de nicotina estriega el ojo irritado que del sueño retiene apenas la legaña. Del seno caído y túrgido un hilillo de leche escurre hacia la pequeña boca habituada al llanto. En el andén ellos van o vienen, saltan y aseguran maletas y paquetes, hacen preguntas inoportunas en las ventanillas, susurran palabras misteriosas y contemplan las tapas de las revistas con un aire espantado de quien no sabe el camino del salón de la vida. ¿Por qué ése ir y venir? ¿Y esas ropas chillonas, esos amarillos de aceite de palmera que dañan la vista delicada del viajero obligado a soportar tantos olores incómodos, y esos bermejos contundentes de feria y parque de diversiones? Los pobres no saben viajar ni saben vestirse. Tampoco saben vivir: no tienen noción del confort aunque algunos de ellos posean hasta televisión. En verdad los pobres no saben ni morir. (Tienen casi siempre una muerte fea y no elegante.) Y en cualquier lugar del mundo ellos incomodan, viajeros inoportunos que ocupan nuestros lugares aun cuando estemos sentados y ellos viajen de pie. De "La noche misteriosa"

LAS ILUMINACIONES

Me desmorono en ti como una bandada de pájaros. Y todo es amor, es magia, es cábala. Tu cuerpo es bello como la luz de la tierra en la línea divisoria perfecta del equinoccio. Suma del cielo gastado entre dos hangares, eres la altura de todo y serpenteas en el fabuloso suelo esponsalicio. Muda la noche en día porque existes, femenina y total entre mis brazos, como dos mundos gemelos en un solo astro. De "La aldea de sal"


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