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Crónicas del Olvido
ARTAUDLOGÍA (Textos) ALBERTO HERNÁNDEZ
dillas, el teatro y algunos desafueros.
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rrastro conmigo el peso de Antonin Artaud desde mis tiempos de militante de lo imposible. Desde los sobresaltos de una utopía con acné. Desde los primeros momentos de “El teatro y su doble”, desde la miseria humana travestida en dos sujetos que hoy son estatuas de nuestra actual realidad política. Y digo militancia porque Artaud era una espina que como jóvenes llevábamos los que nos queríamos sacudir los viejos discursos desde la calle y desde los escenarios teatrales. Ese peso aún gravita alrededor de otros títulos que reposan frente a mí mientras me llevo el desayuno a la boca, mientras abrazo a uno de mis hijos, mientras juego con mis nietos, mientras me miro en los ojos de mi madre, mientras hablo con los fantasmas de la casa. O mientras ese tanto agresivo de la desmemoria, que altera una locura prestada o despelleja las iluminaciones que Rimbaud dijo haber sufrido mientras le ataba las piernas a una esclava africana. La cara de demente angustiado del autor francés continúa dibujada en esa época. Es un dibujo sin ojos. Una mueca de sus lecturas se desprende de todo eso: lo que somos y lo que no somos. Somos bestias desde Artaud, como lo hemos sido desde Ambrose Bierce, desde Papini, desde la incoherencia de haber sido parte de un momento en el que se nos reveló aquella “Cuna de esperma” con que Antoine Marie Joseph (“Antonin”) Artaud comienza la historia de “Heliogábalo”. Relato de crueldades que “El anarquista coronado” -donde conocimiento, poesía e imaginación se enlazan- hace visible a través del escándalo. Pues bien, vieja lectura casi olvidada. En medio del desorden, entre el “tirapiedrismo” juvenil, las prohibiciones ideológicas impuestas por una élite bufonesca y las páginas de los libros, se me atravesó “Van Gogh: el suicidado de la sociedad y Para aca-
bar de una vez con el juicio de Dios”, en el que Artaud hace poesía, ensayo y narra parte de sus demonios. Es decir, se pasea por la vida y la muerte de un personaje que se parecía a él. El pintor y el escritor: dos caras que se hacen una en medio de la tragedia. “El teatro de la crueldad”, el ahorcado, el ahogado, el añadido a la muerte como un poema ilegible. 2.De eso casi nada queda. No obstante, le veo el rostro al hombre casi todos los días. Los lomos de sus libros.
Me llama “Artaud le Momo”, “Aquí yace” y “La cultura India”, una poesía/ cárcel. Las palabras engullen a quien las escribe. Quien las lee queda atrapado entre la lucidez y la locura. Los nueve años en un manicomio del marsellés y todas las horas de lectura de quien esto escribe tras las rejas imaginarias de una casa donde los muertos y los vivos se daban las manos. Ficción, sí, pero omniabarcante, reveladora de que un autor es capaz de ahogar a quien lo aborda. Y, luego, sin solución de continuidad, los tres tomos de las “Cartas desde Rodez”,
en las que se siente, se ve y se huele la existencia de un sujeto en correspondencia con otras vidas que respiran su mismo aire. Cartas comunes, extrañas, cartas cotidianas, cartas íntimas, de dolor, de rasgaduras. Hasta aquí mi vida con Antonin Artaud durante aquellos años de enfermedad juvenil y casi adulta mientras el mundo era total alborozo en medio de la desmesura, la demencia política y todos los cadáveres que nos veían a los ojos como si fuésemos parte de su putrefacción. Aquello fue Artaud. Todo aquello fue él: las lecturas y las pesa-
3.Hoy nos llega de nuevo de la mano del joven poeta, ensayista y traductor Adalber Salas Hernández, quien lo vierte en “Artaudlogía” (Textos), publicado por bid & co. editor. Aquí están muchos de aquellos libros, pero esta vez trasladados al español por el talento de este venezolano que cada día nos amplía el mundo con su talento. Y regresamos a la locura. Mejor, regreso a esa locura en primera persona. Porque ahora soy Artaud en un tratado anunciado en el título que Adalber Salas le ha acuñado. Es el tratado de un sujeto cuya inteligencia pervierte la nuestra, la aguza, la prepara para lo peor, para lo que vendrá. O para lo que no vendrá. Son cartas y poemas. Cartas donde teoriza, insulta con maestría, califica y vomita con la mirada puesta de lado. De su poesía, toda la locura dispersa, preparada para invadir los sentidos que los surrealistas una vez develaron en medio del lodazal. Poesía del desgarro, desde la más frenética verdad: suerte de decencia que nos involucra, nos desnuda. Atado, con una camisa de fuerza, el loco Artaud desafía aún el mundo. Nos desafía. Nos pega de la pared. Nos perturba. Nos convierte en muñecos de trapo. La lectura a la que nos somete la traducción de Salas Hernández es impecable, tanto que arde cada oración, cada frase, cada dislocamiento del alma. Nos lleva por los años de Artaud este libro que el poeta venezolano nos regala. Nos oscurece y nos ilumina. Adentrarnos en él significa regresar a la matriz de nuestra locura original. No obstante, desde esta antigua pasión por Antonin Artaud, invito a los lectores venezolanos, jóvenes, maduros y de edad indescifrable a leerlo, a hacerlo parte de la angustia que a diario vivimos. Artaud podría ser un bálsamo. Un agujero por donde vernos el espíritu, las verdades y sombras que nos repiten como animales con nombre y apellido.
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El cuarto del loco (2014), de Carolina Lozada
MAIKEL RAMÍREZ
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contraluz de las ideas predominantes de su tiempo, el filósofo francés Michel Foucault detectó la nefanda participación de la política en la construcción discursiva de la locura. Uno de los logros de la tradición literaria que se fundamenta en este descubrimiento del pensador galo es, a no dudarlo, Alguién voló sobre el nido del Cuco, novela del escritor norteamericano Ken Kesey en el que la Gran Enfermera Ratched (guiño al Big Brother de la distopía orwelliana), como mecanismo de control social, somete al rebelde McMurphy a una lobotomía que lo deja en es-
tado vegetal. Siguiendo esta línea de la historia literaria, y explorando sus posibilidades, la escritora venezolana Carolina Lozada escribe El cuarto del loco, volumen de cuentos que constituye la primera publicación del catálogo que se propone ampliar la novísima editorial independiente Barco de Piedra. Tras meses de hacerse con el prestigioso premio de cuentos del diario El Nacional, por su relato Los pobladores, Carolina Lozada ofrece quince nuevos cuentos, disponibles en una edición de cien libros, cada uno con un diseño de portada diferente, y armado de manera manual. Y acaso para recordarnos nuestros orígenes de sociedades de lecto-
res, este libro destaca por su particularidad ‘intonsa’, esto es, según lo explica el escritor mexicano Juan Villoro, sus pliegues sin cortar nos recuerdan aquellos tiempos cuando la imprenta estaba en pañales. Después de leer la pieza Bajo el desamparo de Dios, es dable sostener que el libro autoriza una segmentación: primero, contamos con cuentos en los que la locura se repliega a la subjetividad y los espacios íntimos. Podemos identificar acá a la metonimia y la personificación como unos de sus recursos medulares, empleados cuando se describen partes del cuerpo que cobran autonomía por la tensión que los personajes experimentan, sobre todo,
en mitad del contexto social y político: “mis pobres manos están enfermas, todo el tiempo sueñan que están tapando esa gran boca, ese sulfuroso volcán” o “afuera mis miedos se juntan en confabulación; sé que quieren matarme. Me lo han dicho al oído. Lo hacen cuando estoy dormido”; por el otro lado, encontramos cuentos en los que la locura se manifiesta en las relaciones intersubjetivas, en el contacto con los otros. Ejemplar de este tipo es el cuento Las aves, mezcla de humor y tragedia que sufre un típico venezolano cuando forma cola para comprar productos de primera necesidad. Acá, las aves, representación metafórica de quienes esperan en la cola,
se desbandan enloquecidas cuando se acaba el producto por el que con tanta paciencia habían esperado, imagen que nos recuerda a uno de los planos aéreos del clásico de Alfred Hitchcock, Los pájaros. “Haré la cola como un pendejo para conseguir comida” se podía leer en el papagayo con el que protestaba el señor Rafael, encarcelado horas después por esta creativa forma de expresar su descontento ante la escasez de alimentos en el país. Así, con la realidad superando a la ficción, se cerraba la metáfora ornitóloga elaborada por Carolina Lozada: encarcelaban un hombre cuyo papagayo podría instigar a las aves.
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¿Dónde «descansan» los escritores más grandes de la literatura universal?
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los treinta arqueólogos, forenses, técnicos e historiadores que trabajan en el «proyecto nacional» para recuperar los restos de Miguel de Cervantes en la iglesia de las Trinitarias de Madrid, muerto en 1616, les hubiera gustado que el autor de «El Quijote» tuviera su capítulo en «Tumbas de poetas y pensadores». En la obra, el escritor holandés Cees Nooteboom (La Haya, 1933) cuenta el viaje que realizó alrededor del mundo, junto a su mujer, para visitar las sepulturas de los escritores que más le marcaron, con el objetivo de mantener una conversación ficticia con ellos. Genios de la talla de Pablo Neruda, Antonio Machado, Rober Louis Stevenson, Thomas Mann, James Joyce, Marcel Proust o Bertolt Brecht, entre otros muchos. Si aún no lo has leído, puedes realizar con nosotros este particular «viaje» por las tumbas de los escritores más famosos de la historia de la literatura, algunos con epitafios tan curiosos como el de William Shakespeare: «Buen amigo, por Jesús, abstente de cavar el polvo aquí encerrado. Bendito sea el hombre que respete estas piedras y maldito el que remueva mis huesos». La tumba del poeta y escritor más grande que ha dado la literatura inglesa se ha convertido, al igual que la de muchos de nuestros protagonistas, en lugar de peregrinación para muchos lectores de todo el mundo, donde dejan sus dedicatorias personales. En este caso, tendríamos que dirigirnos a la Iglesia de la Santa Trinidad de Stratford, en Londres, donde había sido bautizado 52 años antes de morir, el 3 de mayo de 1616. El expreso deseo del autor de «Otelo» o «Macbeth» impidió que ocupara su hueco en «La esquina de los poetas» de la Abadía de Westminster, en Londres, en cuyo transepto sur se encuentran las tumbas de autores de la talla de Charles Dickens, Rudyard Kipling, Robert Browning o Alfred Tennyson. Quevedo, el desaprecido Los restos de Francisco de Quevedo, contemporáneo de Cervantes, estuvieron perdidos durante años en la Iglesia de San Andrés de Villanueva de los Infantes, donde fue trasladado al morir, en 1645.
Tumba de Leon Tolstoi, en su finca
Cuando entraron los franceses, en 1811, su tumba fue profanada y sus restos desaparecidos. En 1869, fueron reclamados por el Ministerio de Fomento para ubicarlos en el Panteón Nacional que iba a ser inaugurado en Madrid, en 1869. Como no estaba localizados, se enviaron los de otra persona. Al percatarse del error, fueron devueltos y, en 1955, se organizó un equipo para buscarlos de nuevo. Fueron hallados en el interior de una antigua cripta situada debajo de una de los torres de dicha iglesia, donde descansan actualmente. Algo parecido ocurrió a Lope de Vega, enterrado en la Iglesia de San Sebastián en un funeral que dejó una deuda cuantiosa. Al no saldarse, los huesos de escritor se echaron a una fosa común situada bajo el altar, donde están mezclados con los de la propia Marta de Nevares y los del dramaturgo mexicano Juan Ruiz de Alarcón, uno de sus mayores rivales sobre el escenario. El cuerpo sin vida de San Agustín también deambuló durante siglos. El pensador cristiano más importante de la historia murió en Hipona, la actual Annaba (Argelia), en el 430. Sus restos peregrinaron por distintos lugares durante siglos. Alrededor del 500, los obispos africanos fueron expulsados de sus sedes y huyeron con el tesoro más valioso de la iglesia africana, los restos del santo. Los depositaron en la isla de Cerdeña (Italia), en la iglesia de San Saturnino de Cagliari, donde permanecerán más
de doscientos años, hasta que en el 722 tuvieron que moverlos de nuevo por el avance de los musulmanes. Fueron depositados en un cofre de plata en San Pietro in Ciel d’Oro, donde se encuentran en la actualidad. A diferencia de estos, Leon Tolstoi que nació, vivió y fue enterrado en su finca rural conocida como Yásnaia Poliana, a 12 kilómetros al suroeste de Tula (Rusia). Se trata de un simple túmulo de tierra cubierto de vegetación, sin nombres ni señales, en medio de un bosque tranquilo y apacible. «Por haber amado a las busconas» Uno de los cementerios más famosos del mundo es el de Montparnasse, en el que descansan los restos de muchos de los más grandes escritores, artistas e intelectuales de la historia universal. Allí se encuentra, por ejemplo, la tumba de Charles Baudelaire –la misma en la que sería enterrada su madre cuatro años después–, en la que no figuró, desgraciadamente, el transgresor epitafio que él mismo dejó escrito antes de morir, a los 46 años: «Aquí yace quien por haber amado en exceso a las busconas, descendió joven todavía al reino de los topos». También se encuentran en Montparnasse Julio Cortazar, con la imagen de un cronopio sobre su lápida, realizado por los escultores Julio Silva y Luis Tomasello, y en la que muchos visitantes dejan dibujos de rayuelas, copas de vino y billetes de metro con dibujos.
Escultura de Voltaire, en su tumba
O el Premio Nobel de Literatura, Samuel Beckett, además de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, que comparten tumba. J.R.R. Tolkien, muerto en 1973, también fue enterrado con el amor de su vida en el cementerio de Wolvercote, en Oxford. El autor de «El Señor de los Anillos» y su esposa Edith recibieron sepultura bajo los nombres de «Beren» y «Lúthien», extraídos de la famosa leyenda incluida en el «Silmarillion», que narraba la preciosa historia de amor entre estos dos elfos. Enterrado tres veces Otro de los grandes escritores de la literatura francesa, Alejandro Dumas, fue enterrado hasta tres veces. En primer lugar, los restos del legendario autor de «Los tres mosqueteros» fueron enterrados en Puy, donde murió en 1895. Después, fueron trasladados a Villers-Cotterêts, su ciudad natal. Y
por último, en 2002, tras una serie de ceremonias nacionales en las que participó el mismo presidente del Gobierno, Jacques Chirac, recibió sepultura en el Panteón de París, entre las tumbas de Émile Zola y Víctor Hugo. Fue precisamente con motivo del entierro de este último, bajo la Tercera República francesa, cuando el Panteón, que había sido construido en 1764, se convirtió en un edificio destinado a albergar los cuerpos de hombres ilustres. Por ejemplo, Voltaire, enterrado allí tras la Revolución Francesa, en 1791. Su tumba, flanqueada por una enorme escultura atribuida a Jean-Antoine Houdon, está ubicada frente a la de su enemigo con la siguiente inscripción: «Combatió a los ateos y a los fanáticos. Inspiró la tolerancia. Reclamó los derechos del hombre contra la esclavitud de la feudalidad».
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EN HUMANO ORO MI PADRE Su perfil tiene un dolor agudo Iconoclasta de frente vive pero amenaza su sombra. DEL SUEÑO Una a una la turgencia a tiempo mío Carnación ideal en puro abrazo y beso dividido Asómbrame: en suave gálibo la noche se suma al poderío de la estrella. SOLO ME QUEDARÉ CON ESTE ASOMBRO (1995) Debe saberse que mi soledad es un caballo
IMPERFECTA MEMORIA (Inédito)
Ni crines tuvo mi alegría La más mía perdida
Ese día estuvo la fogata encendida, día perdido hoy ¿qué luz se asoma y convierte este cielo? un cielo que invita a servirse de la lluvia y de la piedra.
Y alégrense Nunca pude jugar sobre la hierba.
Sobreviviente de la noche.
Yo tengo mi silencio Para mejores voces Digo No existe la palabra Que revierta mi alegría domada
Estrella de fuego silbante entre las lenguas como ojo ciego que advierte entre mañana y tarde un vacío nunca removido por los gestos.
¿Saben por qué?
La dejaré solamente a orillas de nada No cambiaré tu soplo Vida Tendré la voz descuidada de mi silencio.
Se vive esperando una sola palabra: Mirar. Dos palabras: No veas. Es la ceguedad y también la luz ansiada y sonámbula parecida a la muchedumbre de paso que no ve. Porqué no adivinamos el vacío de los cuchillos. Esos filos profundos y serenos como los días de la infancia.