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Ediciones Sistema Nacional de Imprentas, Yaracuy, 2008

© Gabriel Figueredo © Fundación Editorial el perro y la rana, 2006 Av. Panteón, Foro Libertador, Edif. Archivo General de la Nación, P.B. Caracas-Venezuela 1010 Telfs.: (58-0212) 5642469 - 8084492 / 4986 / 4165 Telefax: 5641411 correo electrónico: elperroylaranaediciones@gmail.com

El Sistema Nacional de Imprentas es un proyecto editorial impulsado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, a través de la Fundación Editorial El perro y la rana, con el apoyo y participación de la Red Nacional de Escritores de Venezuela. Tiene como objetivo fundamental brindar una herramienta esencial en la construcción de las ideas: el libro. El sistema de imprentas funciona en todo el país y cuenta con tecnología de punta, cada módulo está compuesto por una serie de equipos que facilitan la elaboración rápida y eficaz de textos. Además, cuenta con un Consejo Editorial conformado por un representante de la Red Nacional de Escritores de Venezuela Capítulo Estadal, el Coordinador regional de la Plataforma del Libro y la Lectura, un miembro activo de la Misión Cultura, más cuatro representantes de los Consejos Comunales, atendiendo al principio de que El pueblo es la cultura.

ISBN 978-980-14-0127-8 Depósito Legal: If40220088003527

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“No se han ido las voces. Por la casa rondan aún. Hasta nosotros llegan en coro de otras voces familiares o sobre quietas ondas de silencio.”

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Ludovico Silva

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Insurrección

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a Ernest Hemingway

Antes de hacer el bautizo del libro, el autor había leído cientos de veces la novela; no podía evitar la emoción cada vez que llegaba al momento donde los tiburones se comen el gran pez que atrapó el viejo. Ya cansado, el viejo no quiso seguir sufriendo ese momento amargo y se lanzó al agua para luchar con los tiburones. El resto de las páginas quedaron vacías; y una mancha de sangre cubrió las hojas lentamente.

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Círculo

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¿Que paso el mío? dijo desde la multitud, mientras se deslizaba como una lagartija en medio de la turba de la plaza Junín. Sus ojos, achinados y de color rosa, se posaban en las carteras de los apurados compradores de este mercado improvisado sobre los márgenes de la 5ta avenida. “Meta la mano que no hay gusano”, “todo lo que agarre le vale mil” son algunas de las consignas que gritan los vendedores en su anhelo de capturar a los indecisos consumistas. Un señor de cabeza reluciente pega gritos con su megáfono para vender un gel contra la caída del cabello, un jarabe que cura la gripe, los hongos, los mareos, el mal de chaga y de paso espanta los malos influjos. Camuflado como uno mas sigue “el niño”, esperando algún descuido para llevarse en sus manos cualquier cartera o quizás alguna cadena que esté pagando. Esto se ha convertido en un espacio sin ley y él esta sacando ventaja de eso. Esta mañana se despertó con la cara de frente a los pies de un tipo que sacaba dinero del cajero que está en

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la cuarta. Un par de estrujones en los ojos seguido de un bostezo son suficientes para incorporarte a la vida. Son las nueve de la mañana, la faena del día anterior te dejó fuera de cobertura. Esa pelea con el caraqueño y su yerno te dejó molido, apenas si te puedes mover. El dolor en el cuello te paraliza por unos instantes; tú estás acostumbrado a eso, no importa cuan duro te den, tu eres macho y has aprendido que los machos no lloran. 14

La plaza arde con la cantidad de buhoneros alrededor, los trabajadores que remodelan la plaza y las prostitutas que han tenido que intensificar sus jornadas diurnas. De noche pocos se atreven a pasar por allí. Solo Maria y las demás mujeres que trabajan con ella van a barrer por las noches las toneladas de basura que dejan los comerciantes informales. Tienes un fresquito para el ojo cada vez que ella viene a cumplir con su labor de barrendera. Ese es el colirio que calma el desespero que te deja la piedra. Cada cinco segundos un autobús se detiene a orillas de la acera congestionada. Unos suben y otros bajan de las cientos de unidades que a diario realizan su parada en esta antigua plaza. La gente te pasa por un lado y no pueden evitar la repulsión que le produce ese olor que se escapa de tus axilas; no te bañas desde hace tres meses justo desde que cayó el último aguacero. Has dicho que eso no te importa, que lo que dice la gente no te va a quitar el hambre; sin embargo no te has atrevido a decirle a Maria las veces que has soñado con tener una familia con ella y con los siete hijos que deseas. No te atreves a decirle

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nada porque sabes que ella es la mujer del bambinero y te da miedo que te rechace y no sabes de qué manera vayas a reaccionar. El olor a churros fritos le despertó los sentidos y aquel ardor en la panza le recordó que a pesar de que ya eran más de las doce no había desayunado. Como si lo estuvieses buscando te topas con él. Ahí esta. Su rostro mojado se contrae de una manera incontrolable, el calor es sofocante. Es un hombre delgado, un poco más alto que tú; su cabello tostado sale un poco desordenado por debajo de la gorra de un antiguo partido político. Como de costumbre sostiene en la mano izquierda una vieja cava de anime, al mismo tiempo que ofrece uno de sus refrescantes productos con la otra mano. A cada rato emite su peculiar frase “¿es que no me ven es?” Es impresionante como logra hacer empatía con una frase así.

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¿Qué paso niño? es el saludo acostumbrado cada vez que se cruzan en el camino. El no sabe cuanto sueñas con su mujer y las cosas que haces en tu pervertida imaginación; sin embargo tu lo odias, incluso lo odias mas que a tu padre. Después que tu mamá murió, te tiró a la calle solo porque te pareces mucho a ella y él no deseaba recordarla. Todas tus insatisfacciones, todo tu dolor y el rencor mas profundo se intensifica cuando ves venir al bambinero. Dame quinientos bolos ahí, le dices con deseo de estrangularlo. Esa es tu manera de hacerte ver como fuerte. Te dio la moneda como siempre, no por temor sino por lastima; esa es la peor de las humillaciones a las que te has sometido.

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El cuchillo oxidado que llevabas escondido fue lo único que requeriste para drenar toda la mezcolanza emocional que te produce este tipo; por eso al darle las siete puñaladas a traición a tu rival se te nublaron los ojos, te sentiste libre. Pero que torpeza, la gente empezó a gritar buscando ayuda para el herido; todos saben que fuiste tú, era imposible que la gente no te viera cuando saliste corriendo con las manos llenas de sangre, el rostro pálido y sudoroso como cuando tu papá te descubría en una de las tuyas. La noticia publicada en la última página del Yaracuy al día decía: “Herido con arma blanca ingreso la tarde de ayer un hombre identificado como Orlando Octavio Guedez de veintiséis de edad al ser atacado en la calle 16 entre 4ta y 5ta por un sujeto hasta ahora identificado como “el niño”. Del agraviado se supo según información suministrada por su conyugue que las penetraciones del puñal alcanzaron a dañarle algunas vértebras lo que dificultara que pueda volver a caminar. Por su parte la policía continua con las averiguaciones pues no se descarta el ajuste de cuentas ya que el agresor huyo sin robarse nada.” Un intenso operativo policial ha obligado a los raptores de las aceras a recoger sus enseres y despejar la vía publica. No ha sido fácil para los cuerpos de seguridad, “esto es un mal innecesario” decía uno de los oficiales al ser entrevistado por el canal cuatro. Por su parte los desalojados alegan que son padres y madres de familia y que ese es su único sustento, por lo cual entre lagrimas, sudor y gritos intentan hacer valer sus derechos. La masa a colérica se ha postrado frente la gobernación y la alcaldía amenazando

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con montar su mercado portátil en la plaza Bolívar de no tener respuesta en los próximos días. A la policía se le olvido tu crimen, este rollo con los buhoneros ha necesitado la movilización de todos los cuerpos policiales. La lluvia logro calmar los ánimos de algunos de los manifestantes, de hecho han ido regresado a cuenta gotas al Palacio Buhoneril y al Paseo Guayabal en vista de que por estar manifestando no han logrado producir. El show mediático ha llegado a su fin. En todo este tiempo las paginas culturales, los segmentos de salud, el segmento dominical de la diócesis e incluso los obituarios fueron sustituidos para dar cabida al pan mísero de los incautos. Amarillismo infeliz, no hace más que convertir en idiotas insensibles a sus consumidores.

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En seis meses hasta los más afectados han olvidado lo vivido. Los que lo recuerdan solo lo hacen para hacer chistes o impresionar a los turistas que vienen a conocer la ciudad. Les inventan historias fascinantes de personajes que nadie sabe quienes son. Tú sigues en las sombras, no te expones por temor; el deseo de ver a Maria es lo único que te motiva a salir de tu hueco, ese lugar sucio de tu inconciente donde te hundes cada vez que recuerdas lo que hiciste. Un ratero y tres prostitutas gordas y malolientes, junto a los escasos albañiles que pretenden terminar la remodelación de la plaza son los únicos seres vivos que durante el día transitan por ella. En las noches un harapiento pordiosero se deja ver

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por ese lugar con su barba negra y sus ojos fuera de este mundo, acompañado de un par de moscas viejas y un fétido aroma. Los maridos insatisfechos vuelven a rondar la plaza. Las sombras indescifrables y el sonido del viento al batir las hojas de los árboles le dan a aquel lugar su aspecto originario. Ahora cuando todo parece estar en calma; en sus cavernas e insomnes los mercaderes planifican su próxima invasión. 18

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Fantasmas Buscaba algo. No se qué, pero se zambullía con tal desesperación que me detuve a observarlo detenidamente. Es agosto, y la ciudad está inundada de personas. El sol castiga nuestros cuerpos, y el humo de los vehículos obliga a los visitantes a toser a cada respiro; los de aquí ya ni percibimos el humo. El aumento salarial se ve reflejado en los zombis que caminan hipnotizados mirando las vidrieras, mientras van cargados de bolsas por las avenidas congestionadas. Un ser sin rostro camina entre ellos. Nadie sabe su nombre, ni su origen; pero está ahí aunque no deseen verlo. Su malgastada elegancia desprendió mis ojos del gigantesco aviso publicitario de McDonals, en el cual

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ofrecían una de sus hamburguesas “Diet”. Él estaba justo debajo del aviso hurgando en la basura. Miré el reloj y me di cuenta que pronto serian las doce, a esa hora los establecimientos de comida colapsan ante la muchedumbre hambrienta. No sentía hambre, sin embargo me decidí ir a comer. Él también se dio cuenta que ya era la hora del almuerzo. El estomago, o eso que llaman reloj biológico, tienen precisiones impresionantes. 20

De una de las bolsas negras sacó un pedazo de arepa y dejó escapar una sonrisa. Su encía solitaria dejaba ver la felicidad del hallazgo. Sobre una de las cajas reposaban la mitad de un pan, las sobras de una coca-cola y una lata repleta de residuos; la verdad es que era imposible saber la cantidad de cosas que tenia es lata. Pensé invitarlo a comer, pero su olor me alejó mis buenas intenciones. Lo vi empezar a comer y sentí como los jugos gástricos escalaban mi garganta, abriendo paso para una explosión de amargo colorido. Tuve que irme del lugar. Cuando me senté a la mesa, dejando tres sillas vacías, oí la voz de uno de los reporteros del noticiero de algún canal. “La liquidez ha aumentado en un 3.21% en este mes…” el joven reportero continuó hablando y no pude prestarle atención, además no tenía ganas de hacerlo. Un muchacho bajito, gordo, de aspecto semidescuidado tomó mi pedido: un pabellón con baranda y un jugo de durazno. No pude tragar un solo bocado, la imagen del hombre zambulléndose en la mugre me daba vueltas en la cabeza; y cada vez que intentaba comer aparecían las

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nauseas. Le pedí al mesonero que por favor colocara la comida para llevar. Pasé por el lugar donde había observado al hombre, pero solo encontré las bolsas de basura. Me acerqué de prisa y dejé la junto al resto de las bolsas. Mañana no tendrá que buscar tanto, pensé; pero, tremenda ingenuidad la mía. Al empezar a alejarme del lugar, volaron como moscas dos chicos, de unos 9 o 10 años, y una mujer, quizás cuarentona, que se ocultaban detrás de un árbol mientras yo dejaba el paquete. Camino a casa aparecieron ante mis ojos los cientos de fantasmas que se esconden en la basura. Nunca pensé que fuesen tantos, de hecho nunca supe existiera alguien más que yo. Enciendo el televisor y ahí están, justo detrás de la reportera del canal 2. Cambio el canal y vuelven a aparecer, entre las sombras, a un lado de la calle, a un lado de la vida. Se refugian en los puentes. Están en los bancos, en las plazas, en todas las avenidas me asustan; a veces pienso que quieren invadir la tierra, y me doy cuenta que hace años que lo hicieron y nadie se percato de ello.

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Cuando los amos del sistema hablan, ellos aplauden desde sus oscuras cavernas, con las esperanzas añejas colgando del cuello. Ellos son parte de todo, aunque sean tratados como la nada. Van, vienen, deslizándose sin prisa ante mis ojos, y los ojos ciegos de esta sociedad paralítica, que se arrastra entre los edificios, los bares, los centros comerciales y las oficinas de los grandes propietarios, ofrendándoles las vidas de sus propios hijos. Ha comenzado a llover y la ciudad es un río que huye

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por varios caminos. Es normal que llueva con tanta intensidad en agosto; con este clima de mierda todo es normal. La ciudad se queda sola, abandonada en su totalidad por los seres que acarician el vértigo cotidiano. Solo los espectros deambulan por ella, anudando la soga al cuello, mirándose en los charcos nuevos de los caminos.

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Escúchame ¡Cállate por favor! te advierto que no voy a aceptar que sigas con tanto alboroto ¿Quién te crees que eres? No soporto tu maldita costumbre de hacerme quedar en ridículo ante los demás. No te aguanto. Ya son muchas historias, muchos años y aun no logro comprenderte, y menos hacer que me entiendas a mí.

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Te propongo que hagamos un trato. Es simple: escúchame. Yo se que hablando no lograré solucionarlo todo, pero por lo menos sabrás lo que pienso. Tú eres fuerte, y como hombre siento vergüenza de reconocer que eres mas fuerte que yo, ¡entiéndelo por favor! Perdona si alzo la voz, es que no puedo contenerme ante tanta humillación. En fin, quiero que hablemos de forma serena, sin pelear; aunque pueda parecer increíble que yo no quiera pelear, es así, no deseo pelear otra vez. Te juro que no te vuelvo a pegar; no me comprometo a quitarte la cadena, pero si te aseguro que te tratare mejor desde ahora en adelante. No me mires así que me desarmas, eres una manipuladora y lo sabes. Solo por hoy te dejare dormir en el cuarto. Pero por favor no me lamas el rostro mientras este dormido; y no ladres en la madrugada. Te lo ruego Lucy.

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El Bello y la Bestia El hada dio un toque con la varita y transportó a to-

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dos los que estaban dentro de la sala, hasta el reino del príncipe. Sus súbditos le recibieron gozosos, y él se casó con Bella.

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A la vuelta de unos meses un nuevo maleficio afectaría la relación. El pacto que hizo con la joven hada daría resultado para esa fecha y el embrujo regresaría nuevamente pero esta vez habría un pequeño cambio de género. El galante príncipe, convertido en rey se veía de lo mejor. Sin embargo en el establo una nueva bestia dormiría entre los animales.

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adecos.

Encuentro habitual a Alberto Martínez

“Mejor es morar en tierra del desierto, Que con la mujer rencillosa é iracunda.” Proverbios 21:19 28

Esta mañana desperté empapado de sudor, fui levantando poco a poco la sábana que cubría mi rostro. En silencio no pude más que agradecerle a Dios que me hubiese salvado de la terrible hueste que me hostiga todas las noches. Ya han pasado más de tres años desde que vivimos bajo el mismo techo y no ha sido posible lograr que su deseo egoísta de hacerme su presa mengüe. Ni el cazador más despiadado llega a tales extremos con su victima. Eso, así tal cual me siento: ¡una victima del demonio! Sus garras afiladas arañan mi bolsillo cada vez que llega la quincena, sin compasión descuartiza lo que en tantos años de trabajo he conseguido. Hace unos días hable con el cura de la parroquia para ver si me podía ayudar. Él con una actitud serena, tratando de disimular el miedo me dijo: “Hijo mió, yo no estoy instruido para luchar contra esa especie de influencias” con su mano diestra realizo como de costumbre una seña representando la cruz mientras decía “In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti”. Puras mentiras, todos los demonios son iguales; viven en la oscuridad, les satisface producir dolor, se deleitan al humillar a los mortales indefensos ante sus poderes. Hasta parecen

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Sus grandes ojos negros me miraron durante toda la noche sin parpadear ni un instante, ese extraño olor permanece en mi habitación para envenenarme, con precisión se desliza por toda la casa sin tocar nada, sus largas uñas de un rojo sangriento me llaman a cada rato. Muchas veces no puedo huir de sus encantos, me posee y luego me abandona a mi suerte; se ríe de mí porque sabe que me siento utilizado.

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Mis ojos color sangre son el reflejo de los meses que tengo sin dormir esperando que de un momento a otro irrumpa en el silencio de la madrugada serena con su risa desalmada, que vuelva a hacer conmigo lo que se le antoje. Lo peor es que se esta volviendo una hábito. Cuando transcurren muchos días y no aparece le invoco con una oración que le invente. Mis amigos se burlan de mí. Mi familia decidió no entrometerse en mis asuntos, porque dicen que soy un masoquista; pero no es así. No, yo no soy masoquista, lo que pasa es que soy endeble ante su poder. Y si, es cierto que no quiero que se marche; pero las cosas están cambiando, cada vez me amenaza menos y total, mi piel se ha curtido contra el dolor. Esta noche me prometió una sorpresa; dijo que me recordaría de su regalo todos los días de mi vida, incluso en la eternidad. Una silueta pasa rápidamente por mi ventana, Creo que es ella. De repente su olor invade la casa, hay tensión en el ambiente ¡Se quiere manifestar! Digo para mis adentros recordando la última ocasión que se presentó. Mi cuerpo comienza a temblar, La sangre corre con más ve-

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locidad que mis pensamientos. La presión sanguínea acelera y siento correr entre mis venas un tropel de insectos desesperados. El dolor en el lado izquierdo de mi cabeza no se hace esperar, presiento que en cualquier momento me va a explotar el cráneo. Cierro los ojos y trato de apoyarme en la pared, respiro hondo para minimizar el dolor pero todo es inútil. El dolor desaparece y todo queda oscuro por unos minutos (tal vez solo fueron segundos) 30

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me susurra al oído. No quiero, le respondo; se acerca de nuevo a mi oído y me repite las mismas palabras. Otra vez desparece; ahora está frente a mí con sus manos escondidas en la espalda. Se ríe a carcajadas. En sus manos esta el desgraciado regalo. Ya no ríe, ahora es ella quien llora; pero igual no esta dispuesta a desistir de su malévola idea.

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Luego de estar inerme en el suelo voy recobrando las fuerzas. Aun tambaleante trato de ponerme en pie; a duras penas lo logro. Mis ojos extraviados por el dolor van retornando a la claridad. Caminando hacia mí, la imagen borrosa se va haciendo más nítida. Parece ella aunque no se ve como siempre, esta mas deslumbrante, mas hermosa, mas aterradora… Tengo miedo. Se aproxima dejándome saber que no tiene prisa; esta más callada que antes, no ha pronunciado una sola palabra; me mira y se ríe. Me enseña sus manos vacías con una emoción infantil. Cada vez esta más cerca y el terror sigue creciendo. Un líquido tibio recorre mis piernas y se detiene en mis zapatos. Mi cuerpo frió y sudoroso es cada vez menos sensible; sin embargo este hilo caliente que baja por mis piernas es como un bisturí que rasga mi piel sin anestesia. Sin desprender mis ojos de los suyos bajo mi mano para tocarme, mi pantalón húmedo me indica que he llegado al límite del pánico. Me siento morir de humillación; ella lo esta disfrutando. En un parpadeo ya no esta frente a mi, pero se que no se ha ido. Siento su respiración en mi espalda y un profundo deseo de gritar invade mi garganta, pero ya no tengo fuerzas para hacerlo. Su voz casi indescifrable

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Consumada herejía

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Luego de haber practicado los conjuros que le recomendó la bruja, el escritor se sentía preparado. Así que tomó el libro y se instaló al borde de aquel elevado puente. Cerró los ojos, dijo las palabras mágicas y saltó a la espera de que se abriera el vórtice que lo habría de llevar al reino de las criaturas aladas. La sangre descendió sin prisa, marcando a su paso las piedras y hojas disueltas, hasta perderse en el diminuto y turbio río. Más allá del reino, atravesando el bosque, la bruja reía a carcajadas grotescas al saber que su dios había sido burlado.

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en cada fragancia de hembra, antes de que sus manos se rindan ante la magnificencia de los cuerpos apetecibles. Cuerpos gloriosos de una mañana suicida.

Los ojos del troyano

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a Hector “el mocho”

Me lanzó una mirada frontal y comprendí, por alguna razón que no he llegado a dilucidar, que me estaba saludando. En el fondo me alegra que haya logrado reconocer mi rostro en medio de la multitud de sus cotidianidades. Su cabello alborotado, típico en los hombres que acostumbran a pasar sus manos sobre el, quizás por algún tic nervioso, era la fotografía de un matorral color ceniza batido por el viento. Se apoyó en los pasamanos, y con la destreza de un gimnasta sobre el potro, levantó su cuerpo de la silla de ruedas y lo dejó caer a los márgenes de una acera contaminada de huellas. Contaminada de olvido. Procuró dejar la silla a un lado del teléfono público. Se tendió, emulando las poses de aquellas sirenas de las viejas películas, acariciadas por las olas y la música fresca, mientras a lo lejos se dejan oír las graves voces de los caracoles. Claro que para Héctor la ciudad ha preparado vallenatos, como parte de la banda sonora de su historia, y en vez de caracoles, las cornetas afónicas, y los diáfanos insultos de los apresurados. Yo, estoy detenido a pocos años de él. A pocos pasos. Veo sus ojos de glúteos femeninos; ojos que se posan

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Alguien le tira una moneda y lo saluda, él responde con onomatopéyico gesto, mientras escucha el metálico sonido de las pequeñas montañas de monedas que se van formando en la caja. Lo observo mirar sus piernas casi ausentes. Piernas que debieron ser fuertes para poder enfrentar a Aquiles. Para corresponder al honor de ser, corresponder al linaje en acto heroico y desenfadado a los predios de la muerte meritoria de un aguerrido príncipe.

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Lo veo tan cerca que al mismo tiempo puedo verme de frente a él dejando caer una moneda sobre la caja acumuladora de saludos. Me veo en cada rostro sin nombre que lo circunda, en cada risa envenenada, en los ojos que lo fusilan. Me veo en el cigarro que fuma sin pausa, como tratando de huir en el humo blanquecino que se eleva hasta la nariz de hombre que alquila celulares. Sacude su cabeza con la boca entreabierta, dejando que la lengua tome un respiro, que pueda asomarse y ver lo que hay más allá de los bloques amarillentos que rodean su frontera. Un mundo, que a pesar de su indiferencia, es su mundo. Las calles desprendidas de la montaña en vertical descenso. La gran hilera de vehículos gruñendo con los peatones, con los otros gruñones, con la vida. La infinita cantidad de zapatos andantes; zapatos pulidos, gastados, lejanos. Un mundo de piernas, de glúteos y quien sabe que más. Héctor me mira. Sabe que yo lo miro. Me saluda y me emociona pensar que sonríe conmigo. Me ha descu-

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bierto observándolo y aprovecha la ocasión. Me hace una seña, frotando el pulgar con los dedos índice y medio de su mano derecha, pero de inmediato unas esbeltas y lampiñas piernas secuestran sus ojos furtivos. Quizás las piernas mas hermosas del día, pues de inmediato el universo se resumió en ellas.

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Allí, en medio de la ciudad que grita, él tiene tiempo para amar a la mujer perfecta. Esa que está fragmentada y esparcida en todas. La banalidad de la estética helénica no tiene cabida en el corazón de un hombre que no sabe de prejuicios. Da igual un cuerpo a lo Venus de milo que a las gordas de Botero. La mujer perfecta no sabe de tallas.

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ro su saludo para verme en los ojos del troyano. Los ojos aguerridos que encontraron a la mujer perfecta.

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Allí, ante los ojos boquiabiertos, Héctor tiene para amarse sin pudor. Piensa en las piernas que lo rodearon y juega con su cuerpo. Debajo del roto blue jean, acondicionado para sus piernas, diminutas y flacas como el tiempo, la sangre fluye con veloces bombeos levantando el único miembro vivo de la cintura para abajo. Se acaricia. Se recrea y disfruta en un mundo paralelo de los placeres negados por la desgracia de un parto mal concebido. Cuántas mujeres caben en un solo cuerpo; cuerpo de rompecabezas excitante. La ciudad no cesa, y yo debo continuar en el círculo raudo que me constriñe y reclama afronte mi camino. Héctor ha dejado la acera embriagada de autorretratos pastosos, viscosos seres que pudieron tener nombre y oficio en un futuro negado a recibirlos. Mientras tanto, dejo caer una moneda y espero que sus ojos vuelvan al lugar habitual, dos cuencas desorientadas por el éxtasis. Espe-

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Juego peligroso

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El partido entre Lideres de Yaracuy y Duros de Lara se inicio en el gimnasio cubierto “Nicolás Ojeda Parra” a eso de las siete treinta de la noche. Mi esposa decidió no acompañarme a ver el juego, así que invite a un par de amigos. La noche anterior vi a mi equipo caer ante su rival trágicamente en el último minuto. Por esa razón llegué con mucho ánimo a ver el juego, hambriento de venganza. La liga nacional ha venido aumentando de nivel en cada temporada. Para este año, Lideres cuanta con el mejor importado de la liga. El cielo esta parcialmente nublado, tengo algo de frío y se me quedo la chaqueta sobre la cama. Mis amigos no aparecen. Me como un perro caliente y se manifiestan ante mí, como pequeñas hadas las primeras gotas de lluvia. Como un ciempiés, la enorme fila para entrar al coso deportivo empieza a moverse. Me acerco a la entrada y saludo a uno de los oficiales que custodia la puerta, gracias a su amistad he podido evadir todas las noches la larga cola. Una vez adentro, comienza la acción. El equipo de Lara no esta tan “duro”, eso permite montarse en el mar-

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cador, con más de doce puntos de diferencia en un santiamén. La lluvia no ha cesado. Las pequeñas gotas fueron remplazadas por gigantescos chorros de agua que caen a los lados del gimnasio; la brisa arremete sin compasión. Una gota, se deja ver en lo más alto del techo, recorre sin prisa un par de centímetros y cual suicida se tira sobre el tabloncillo. Una tras otra, las gotas repiten la aventura. El juego se detiene habiendo apenas transcurrido cuatro minutos. En seguida la multitud comienza a gritar a coro “queremos juego, queremos juego”.

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Hasta este momento todo esta aparentemente normal. Nadie se ha percatado que el estacionamiento esta completamente inundado. Los jugadores se han quedado en la cancha realizando ejercicios de calentamiento para no perder la temperatura del cuerpo. Yo, como todos los demás sigo en mi asiento, sin saber que la lluvia a derribado árboles y avisos publicitarios en toda la ciudad. El huracán Félix esta haciendo estragos y ninguno de los presentes lo sabe. De repente sucede lo que me temía. Una fuerte descarga eléctrica. Por un momento mis ojos quedan en completa oscuridad, solo puedo oír los gritos de la multitud; ha esta hora muchos han empezado a temer. Para mi es solo un aguacero mas, nada que temer, esto pasara pronto. A mi cabeza empiezan a llegar una serie de imágenes, recuerdo el terror que mi esposa siente ante la lluvia. Recuerdo la tragedia del noventa y nueve en Vargas. Pero pienso por un instante que mi esposa no esta sola, ella

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esta con Lucy, nuestra perra. ¿Pero de que sirve?, si Lucy también le tiene miedo a la lluvia, bueno… a los truenos. Me las imagino y no dejo de sentir compasión y un poco de risa. La verdad es que ellas son muy valientes, y necesitan ser presionadas para poder demostrarlo.

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Me he ido a otro plano con mis pensamientos y no me he dado cuenta que todos se han parado de sus lugares porque la lluvia ha mojado nuestros asientos. Cuando me percato de la situación me dirijo hacia la parte superior de las gradas; desde allí puede verse la calle. No me dio tiempo de llegar arriba, el mundo se deshizo ante mi en un instante. El señor de blanco me pregunta mi nombre, y no se porque razón no puedo responderle. Me duele mucho el cuerpo. Tengo frío. La claridad me dificulta la visión. ¿Dónde estoy? ¿Que ha pasado? No se. Comienzo a llorar y una joven de aspecto delicado se acerca a mi cama y me acaricia. —tranquilo mi amor, todo esta bien. Me siento caer. Es como si me deslizase por un gran tobogán; se que no voy a ningún lado pero siento como si mi cuerpo fuese cayendo a un abismo al cual olvidaron colocarle fin.

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bras del viejo me molestan- es por el bien de ella, déjala libre. Hoy me he decidido; respiro hondo y poco a poco voy levantando mi cuerpo hasta quedar sentado sobre la camilla. Un grupo de doctores y enfermeras entran corriendo a la habitación y hacen que la chica salga del lugar. Se paran alrededor de mí y me asusto. Sin embargo continúo con lo previsto. Me pongo en pie y paso en medio de ellos sin que se den cuenta. Ellos continúan alrededor de la camilla con sus aparatos y yo camino hacia el pasillo. La chica llora destrozada. Uno de los médicos sale de la habitación y la mira sin pronunciar palabras; ella lo abraza y llora desconsolada. Mientras, yo continúo hacia la libertad. Tenía razón el hombre de blanco, los muertos no tienen memoria.

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Tres meses, todo igual. Ni una sola visita, ni un solo amigo. No he logrado recordar nada. El señor de blanco ha intentado convencerme, pero yo me niego a creer lo que me dice. La chica asegura que es mi esposa; no se ha movido ni un solo instante de mi lado. Le hablo y no me entiende. Eso es desesperante. Levántate de ahí, ya no puedes hacer nada -las pala-

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quido para sudar. Las paredes cenicientas a cada minuto se van haciendo mas angostas; y el calor empieza a desaparecer y se convierte en nada. Las mujeres en el fogón preparan el café de las tres; las sombras continúan girando en el almendrón, y envueltos en la tierra los niños descubren un nuevo juego. Avanza lentamente el tiempo, mientras el viejo recuerda las imágenes que le permite la memoria. Ya no hay fuerzas para llorar, ni siquiera las hay para cerrar los ojos. Presiente que en cualquier momento se llenará la casa de gente; llegarán primero los enemigos, luego los familiares, los curiosos, los amigos y todo el que desee tomar café. Resiste. Pero las sombras han cubierto el patio y los niños duermen sobre sus catres, y el ave que dormitaba ha comenzado a revoletear en el cuarto.

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El emisario Las manos sobre el pecho. La mirada perdida. Y sobre el pensamiento un pájaro gris que lleva atado un trozo de papel en una de sus patas. Los palos de caña brava en el techo, amenazan con venirse al suelo después de medio siglo; y la dignidad incólume recibe los últimos ataques.

Sin poder hablar o moverse, el viejo hace gestos tratando de espantar el pájaro, pero todo intento es inútil. No puede gritar, apenas si sale de su interior un gemido triste. El pájaro se posa en la ventana y emprende el vuelo hacia el oriente; no se detiene. Avanza velozmente ante las miradas que escudriñan en la penumbra.

En el jardín, juegan los nietos sobre la tierra amarillenta, mientras las sombras precisan las diez. El almendrón propina la única sombra alrededor de la casa, allí los hijos aguardan la partida del mensajero gris.

La casa queda en silencio. El viento que soplaba sobres las ramas del almendrón ha cesado; no se escucharon más las desafinadas notas de los grillos en el patio, y el perro que aullaba junto a la ventana del viejo también ha quedado mudo. No hubo tiempo para llorar en la noche más larga y silente de todas las noches.

El calor aumenta, y ya en el viejo cuerpo no queda li-

Cuando sea la hora volverá como de costumbre el

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pájaro gris, a llevar consigo el llanto de los que aguardan el tiempo de las sombras. La próxima vez lo esperará otro cuerpo en el mismo cuarto y sobre la misma cama, con las manos sobre el pecho y la mirada perdida. Y seguramente habitará allí, sobre el pensamiento; y la dignidad incólume recibirá otra vez los últimos ataques.

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za a gritar desesperada ante cada golpe inminente de su marido. Y poco a poco la voz de él vapulea todo intento por sobrevivir en la acostumbrada batalla. La verdad es que es difícil concentrarse en la lectura mientras se cae el mundo en la casa de al lado. A mí alrededor todos evitan mirarme a la cara, y como siempre enmudecen para no ser imprudentes, pero yo puedo oír sus pensamientos. Puedo leer en sus frentes cada comentario, cada burla, cada consuelo.

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A las siete todo habrá terminado. Ella le servirá la cena mientras él espera como un león en el sofá. Él se colocara el plato sobre la panza sin despegar los ojos del estúpido programa de la guerra de los sexos, mientras ella se sienta a su lado sosteniéndole el baso con agua. Yo estaré en la casa de al lado leyendo los viejos libros de mi vecino hasta que cese el estruendo. Volveré a colocar los libros en su sitio, me despediré fingiendo no haber escuchado nada, mientras en sus caras se reflejará, como siempre, una sonrisa compasiva.

La casa de al lado Ahí estaba la misma escena, como siempre a las seis de la tarde. Él entra, cierra con fuerza la puerta, con toda la fuerza amarga de haber trabajado en el taller todo el día. Siempre comienza igual. A los pocos minutos ella comien-

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Cuando abrí la puerta, todo estaba como lo había imaginado. El león ya satisfecho veía de reojo como la hembra sumisa lavaba los platos. Inerte en el sofá, él seguía aferrado al control remoto cambiando a paso veloz todos canales. En el suelo, las fotografías y los floreros rotos eran la única evidencia de la rutina. Cerré la puerta de mi cuarto y me tiré sobre la cama; mirando el techo sentí como los jugos gástricos jugaban alé limón en mi estomago desorientado. Me acordé de la

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gallina degollada de Quiroga y pensé en escribir algún día la historia sobre un león decapitado.

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Entre pensar y pensar se me fueron las horas. Entre sueños y pesadillas se me fue la noche. No se si lo soñaba o era real, pero me veía envuelto en la noche; las manos llenas de grasa tirando de la manguera de los frenos, mientras los ronquidos de la bestia me daban la seguridad de no ser descubierto. No noche era ruda. Cuando fueron las seis de la tarde del día siguiente yo estaba nuevamente en la casa del vecino leyendo patología de una “extraña relación” mientras esperaba la cotidiana lucha. A la llegada las siete regresé a casa. Las fotos remendadas en los marcos sin cristal reposaban en la mesa de la sala. El teléfono descolgado y mi madre envuelta en llanto eran la sentencia que reafirmaría mi sospecha. Indudablemente escribiré el cuento del león degollado.

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Desafortunado milagro Tratando de huir subí a lo más alto del edificio. Ella me había jurado que su marido no volvería hasta la mañana siguiente, pues esa noche estaría de guardia en el cuartel de policías. Al oír que abrían la puerta me oculté y esperé el mejor momento para salir corriendo. Apenas se dio cuenta de mi presencia sacó su arma y realizó un par de disparos. Completamente desnudo me paré al borde de la terraza; sabia que él venia tras de mí, así que resignado a morir me senté con el rostro entre las rodillas. Pálido y sudoroso entró a la terraza. Enloquecido caminó de un extremo a otro sin reconocerme. Milagrosamente algo me ocultaba de sus ojos. Lentamente me fui levantando, la noche era grande y ya no sentía miedo. Pasé ante ñel sin ser visto, sin generar la mínima reacción. Al llegar a la puerta de la terraza me sentí liberado y quise ver la cara de angustia de aquel hombre otra vez, pero él ya no estaba. Tendida sobre la cama lloraba ella; maltrecha y sombría. Entre las cortinas desnudo y lleno de sangre me negué a reconocer mi cuerpo.

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Las desventuras de Elton Tote Smith I

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Para darle sentido a esta historia, tendremos que hacer girar el reloj en sentido contrario. Tendremos que abrir la ventana y fijar nuestra mirada lo más lejos posible. Justo allí, en el punto mas lejano. Veremos como Xenos aparece ante nuestros ojos. El Nació en la isla de Creta. Sus padres lo amaron como solo se ama a un hijo resucitado; en especial su padre Tibalt Tote. Xenos creció entre libros que le contaban de manera fascinante, las maravillosas historias de su cultura minoica. Su mayor deleita era escuchar a su padre contarle las increíbles historias de sus dioses y por supuesto sobre los hombres mas relevantes de toda la historia de su nación. El héroe histórico favorito de Xenos era Alejandro Magno. En las noches mientras todos dormían el soñaba con ser Alejandro, el fuerte, el sagaz, el apuesto, el héroe, el grande.

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La filosofía lo cautivo al extremo. Con adicción leyó los cientos de libros que su padre guardaba en la biblioteca de la sala. No existía cosa más preciada que este hermoso tesoro familiar. Junto a Tales de Mileto y su Jonia fueron los primeros pasos en esta aventura filosófica. Así que no tardaba en leerse todo lo que fuese posible. Recorrió las ideas de Sócrates, de Platón, Aristóteles, Aristófanes, Jenofonte y muchísimos más pensadores de su linaje. Siendo un niño, hablaba con propiedad de los planteamientos filosóficos, como si se refiriera al lego o a cualquier juego de compu-

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tadoras. “este será el próximo Sócrates, mi hijo tiene que ser un gran filosofo” estas eran las palabras de un iluso padre. ¿Quién dijo que los hijos están obligados a cumplir los anhelos de los padres?

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A pesar de los pronósticos de su familia, este chico no se convirtió en el genio que se dejaba ver en la época de la inocencia. La era adolescente no le trajo tantas complicaciones como la juventud. A medida que iba creciendo se fue haciendo más reflexivo, quizás más de lo que le hubiese gustado a su padre. Fue tanto lo que indago que no quedo rincón de la historia que este “genio” no hubiese hurgado. Para la desgracia de muchos a Xenos le dolió saber que sus dioses murieron con sus templos. El sueño sembrado por el padre de ser un gran filósofo se le deshizo en apenas unos segundos. Le partió el alma entender que sus filosofo modelo, Sócrates, murió arrepentido de saber tanto. Desde ese mismo instante, su vida cambió. Comenzó a hacerse preguntas; cuestiono todo. Cada vez se fue haciendo más simple, no le importó nada desde que perdió la emoción por los viejos libros que se fue comiendo uno a uno la miserable soledad. No hizo falta la polilla; el olvido fue más que suficiente para acabar con el tesoro de la familia. Se enterró en vida. Los días pasaron ante él, como aquel viento suave que se desliza sin evidencia alguna de su existencia. Se mutilaron los sueños del padre; se acabaron las risas y la miseria tomo su lugar. El día que decidió salir del espacio vacío donde estaba inmerso era demasiado tarde. No se dio cuenta, sino hasta

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esa hora, que la muerte es más que quedar sin aliento; y que la vida es más que la limitación de ser. La complexión atlética se marchitó con la caída del sol. Su elocuencia quedó dormida en un sueño profundo con el canto nocturno de los buitres. “Solo una cosa sobrevivió en los días que habité en la miseria. Cada cuestionamiento que le hacia a la vida, la cultura, a la religión o lo que fuese terminaba plasmado en este viejo cuaderno gris… Comencé por revisar una a una cada página escrita y decidí cuestionarme a mi mismo como lo hice antes con Sócrates, platón, descartes y todos y cada uno de los hombres que estudiaba. Y llegue a la conclusión de que ellos no fueron más que simples hombres. Si eso, simples he insignificantes como yo, que pretendieron dar sentido a lo abstracto; que intentaron encajar en sus cabezas finitas todo lo infinito e incomprensible. Inútiles intentos que desataron una emoción febril en los que venimos de su linaje y luego otros, y otros, y otros hasta llegar al infinito o hasta que alguno se canse y envíe todo esto a la basura.”

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Eso fue lo que hizo después de terminar su abandono; tiró todo a la basura, incluyendo hasta el último de los cuarenta y cinco cuadernos grises. Tomó su maleta con un par de trapos viejos dentro, agarró el pequeño busto de oro con la imagen de Alejandro Magno; salió de la casa sin mirar a los lados; ni siquiera se despidió de los viejos que lloraban en la sala. Vendió la imagen y cambió el dinero por un viaje en un pequeño barco pesquero hasta los Estados Unidos.

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Así llegó Xenos Tote a Nueva York, con desilusión, hambre y sueño. No pasaron muchos días hasta que conoció la hermosa chica llamada Margaret; quien al tiempo se casó con el y le dio un hermoso hijo; bueno… le dio un hijo. Cuando la criatura nació, ni siquiera se le paso por la mente colocarle algún nombre griego, de inmediato dijo se llamara Elton… Elton Tote Smith. 52

Elton, era un chico rubio con cara de angustia. Xenos, se opuso de manera radical a que el chico fuese a la escuela. Así que no conoció los libros, por lo menos hasta los diecinueve años de edad. Había aprendido a leer gracias ha la iniciativa de la madre, quien a manera de juego le hacia cartas que el guardaba en una lata de galletas. El día que se topo con este extraño objeto, al que llamaban libro, le pareció una bonita idea para no desordenar las cartas de su madre. II El viejo de barba gris le regaló el libro, su primer libro. Abrió la deteriorada portada y se encontró con unas cartas extrañas, por lo menos eso era para él. “Las grandes puertas del granero esperan abiertas a los carros perezosos cargados de hierba seca. El sol cae sobre la alfalfa tostada y denuncia algunos hilitos verdes todavía.”

A los días se topó nuevamente con el anciano, la cara de Elton era de un agradecimiento genuino. Le contó lo

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fascinado que estaba con las cartas del libro. El viejo sonrió y le confesó que este tipo de cartas suelen ser llamadas poesía. Lápiz, papel y emoción, estas fueron las recomendaciones del viejo. En silencio, las ideas fueron pasando tan rápido que era imposible poder pensar en una sola cosa. De repente el silencio desapareció. El gato de la vecina corría desesperado intentando salvar su vida, mientras lo perseguía una gata amarilla por culpa de los amores. En la habitación de al lado Xenos y Margaret discutían a causa de las repetidas borracheras del exfilosofo. Mientras en la habitación vecina se devoraban a insultos, el pobre Spy aguardaba con aullidos su anhelado almuerzo.

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El ambiente le borró todas las ideas de la cabeza. Mientras más se esforzaba, más difícil era. El universo se puso de acuerdo para frustrar el deseo de ser poeta del pobre Elton. Sin embargo, nadie puede frustrar lo que ha de ser, ni puede ser lo que se ha de frustrar. A eso de las tres de la madrugada cuando spy se quedó sin voz agonizando de hambre, luego que la ambulancia se fue con Margaret y que la gata amarilla conquisto el desagravio; Elton comenzó a escribir un poema que tituló Espacio Vacío. “A continuación presento este poema, que se desgarra de donde estaba agarrado para aferrarse aquí; y así permanecer mudo en el silencio callado de los sordos que no oyen el grito de estos versos”

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Y una nueva vida Sin tinta se queda el mundo Se esfumo contigo El universo Sin rencor Elton Tote Smith Se creyó dueño del mundo. 54

Cual gata en celo O moribundo perro Agoniza mi alma por ti. Cada imagen, cada sonido, cada experiencia lo hacía divagar entre las horas donde la luna huye del sol. Los días se le vinieron encima, y los cabellos abajo. Aquel viejo que le regaló su primer libro, había pasado a la historia como uno de los grandes poetas de su época. Elton trató de escribirle una carta, pero no pudo, hasta la madrugada que se entero que había muerto el viejo Walter. Es de noche tengo frío Un insecto sube por mi pie Mientras se apaga la luz ¿Será la cuchara la única sobreviviente? Creo que ese insecto eres tú Convertido en poesía Sin barba Sin dolor Ahora con alas

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Un par de hamacas negras colgaban debajo de sus ojos verdes como el agua del estanque. Aquella hermosa mañana de abril, ebria con el canto de las aves y la frescura de la suave brisa, Xenos no despertó. Lo encontraron boca arriba, inmerso en un ambiente etílico, ahogado con su propia saliva; a este el alcohol no solo le ahogo las penas. Margaret recluida en el sanatorio, escribía en las paredes, con las uñas de su mano decenas de cartas para su hijo; desconsolada lloraba por Xenos, no por el borracho que la golpeaba por las noches; sino por el joven timorato recién llegado de Grecia desilusionado, hambriento y con sueño.

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Elton no volvió a ver la luz del sol, se encerró en su habitación dispuesto a morir como spy; pero sus gritos quedarían plasmados en cada palabra, en cada letra, en cada silencio. Es de noche no tengo frío me siento subir por el pie de alguien mientras se enciende la luz. ¿Seré yo el único sobreviviente? El sonido de los zapatos de charol me advierten

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el infausto final. Cruje mi cuerpo y se deshace ante el pie que intenté subir.

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Nadie los recordaba. Nadie los extrañó. La casa se vino abajo en cuestión de segundos, quizá fueron años para los demás, para Elton solo fueron segundos. Sin darse cuenta, logró lo que quería: Ser poeta como el viejo Walter. Con una barba grande y sucia, con el cabello cual árbol de otoño y delgado como aquella línea que une el cielo y la tierra. Elton dejó de ser poeta para convertirse en poema. Un poema triste y sin rima. Se le agotaron las ideas en medio de la madrugada. Se le filtró el alma por los ojos cansados, y la cara de angustia se le pasmó en el pasado. El día que la casa se desplomó, fue cuando los vecinos recordaron que aún vivía alguien allí. Comenzaron a levantar los escombros, con más ganas de matar la curiosidad que de ayudar al ermitaño. Lo encontraron sentado con una viga sobre su espalda. El dolor del impacto no logró borrar la felicidad de su rostro. Sin estarlo buscando lo encontró, logro ser él. En la mesa un lápiz y un trozo de papel con unas cuantas letras, tal vez un poema o una carta inconclusa. Lastima que la sangre halla cubierto lo allí escrito.

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Desdoblados Impulsado por la puta melancolía, el policía contempló el vacío, antes de cerrar los ojos y dejarse caer sobre la nada existente entre la terraza del décimo piso y el oscuro asfalto. Las gotas de sangre se esparcieron por la avenida, como si algún artista hubiese lanzado un brochazo de rojo delirante, salpicando los carros estacionados y al menesteroso hombre que dormía placido a los pies del viejo y oscuro edificio. Intentó levantarse, pero su cuerpo no obedecía a sus impulsos. Así que como pudo se sentó. Aun sin comprender lo sucedido, vio el cuerpo desnudo del amante de su

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mujer. Desnudo y perforado por los cuatro impactos de bala que él le había propinado. Tuvo tiempo de ver la maldita sonrisa del rival antes de en una avalancha de luz se los tragara.

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Desnudez Se paró frente al espejo para ver la imagen del ser extenuado. Se levantó la gorra y su impenetrable cabellara volvió a experimentar la libertad de otros tiempos. Se fue desvistiendo con tanto agrado, que decidió tomarse su tiempo ante cada prenda. Desató el nudo de su corbata amarilla con rayas horizontales rojas. El grito de algunos

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curiosos que lo espiaban lo distrajo por un momento; pero prefirió no perturbarse ante los malintencionados morbosos que le miraban.

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Lanzó la camisa al suelo, dejando descubierto su flácido abdomen. El viejo pantalón negro aterrizó a un lado de la camisa olorosa a olvido. Se bajó los calzones y sintió como una suave brisa le acariciaba en medio de sus delgadas piernas. Liberado una vez de tanto peso, se pasó las manos por el rostro, dejó escapar un bostezo y salió de la panadería a exhibir su desnudez ante la mirada de las miles de personas que deambulan en la urbe.

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Rivalidad profunda El imbécil se queda dormido, como cada tarde, a las tres. Se ríe, al mismo tiempo que un pequeño hilo espumoso se cuela por un extremo de su boca. No puedo soportar la intriga de saber qué es lo que lo hace verse tan estúpidamente feliz. Así que tomo todas las pastillas que puedo y me siento a su lado tratando de entrar en su alu-

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cinación. Allí está, devora con avidez cuanto hay sobre una mesa gigantesca. En el blanco salón no se evidencia la presencia de otro ser. Allí está, con la misma sonrisa de todas las tardes. Cuando me descubre en su sueño, su rostro se torna malévolo. Las luces que iluminan el lugar se apagan de inmediato y todo, incluyéndome, desaparece. El desgraciado lo había planificado con alevosía. Nunca más volvió a tomar la siesta de las tres.

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Incontinencia

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El esfuerzo por no perder la poca dignidad es evidente. Esta vez no, se dice a cada paso tratando de darse ánimo. Ya es suficiente con toda la presión que la sociedad ha depositado sobre tu espalda, para que te des el lujo de quedar en ridículo nuevamente. Se contuvo. Soltó los puños de su camisa y les hizo un pequeño doblez; se soltó el botón superior y con todo el coraje de un veterano de guerra salió del lugar. Cuando se está a un paso del ocaso es difícil contenerse.

Te metes la mano en el bolsillo buscando la llave para atravesar la meta, pero no la encuentras. Cruzas las piernas y revisas en los demás bolsillos del pantalón, y nada. El sudor se intensifica mientras recuerdas las veces que de niño se burlaban porque eras el único que se orinaba la cama. Sentado y húmedo llora frente a la casa el anciano. Cuando se está a un paso del ocaso todo es difícil.

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El dolor en la parte baja de la panza fue la señal para comenzar a luchar contra el tiempo, contra la naturaleza y contra tu vejiga. Empiezas a sudar frío ante cada paso que da el segundero de tu reloj. Te preguntas cuánto tiempo podrás soportar esta vez, y te da temor no tener una respuesta. Un ejercicio mental no ayudará en esta ocasión así que decides abandonar la cola del banco y cobrar tu pensión otro día. Te sueltas la correa y un alivio momentáneo te anima para continuar hasta la casa. Solo tendrás que caminar seis cuadras. Entre paso y paso sientes como las primeras gotas, cual rocío, se precipitan suavemente. Apuras el paso y el esfuerzo en tu rostro es tan notorio que la gente se detiene en la espera de que esta vez ganes la batalla. Solo falta una cuadra y te sientes grande. Empiezas a recordar tu era adolescente, recuerdas la vez que ganaste el primer lugar en el maratón del pueblo. Recuerdas cuando le huías a la policía para no ser reclutado.

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Trámites

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Después de tantos años de espera el coronel recibió una carta. “Estimado señor, esperamos comprenda las dificultades burocráticas que han impedido dar respuesta oportuna a su solicitud. Anexo remitimos el nuevo formato que debe llenar”. Desde ese momento García Márquez comenzó su nueva novela.

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Edición cargo de Juan M. Parada Corrección JErnesto Caldarelli Diagramación Juan M. Parada Diseño de portada Juan M. Parada

Los 500 ejemplares de este título se imprimieron durante el mes de agosto de 2009 en Fundación Sistema Nacional de Imprentas, Capítulo Yaracuy San Felipe, Venezuela.

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