Revista El Rollo ED-21

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lugares y memoria editorial

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revista para el diálogo

contenido

En nuestro continuo trasegar sobre esta casa común llamada tierra, los seres humanos dejamos nuestra rúbrica en todos los lugares que pisamos, a veces de manera positiva y altruista; otras tantas con una desafortunada estela de dolor y violencia. Los lugares se convierten entonces en depósitos de nuestra memoria, a ellos acudimos para revivir de alguna forma, aquel pasado que ya se ha ido; lugares que nos arrancan una sonrisa, una lágrima o simplemente nos sumergen en la dimensión de la “saudade” de la que nos habla Álvaro Mutis en sus obras, sentimiento que va más allá de una simple melancolía o añoranza.

La mente, el lugar que habitamos

Tampoco nos referimos a un proceso intelectual tal como la mnemotecnia, no es sólo relacionar lugares con hechos para no olvidarlos, podríamos afirmar que muchas veces, en muchos lugares, dejamos trozos de nuestra alma y en otros nos los arrancan.

De paso por las trochas de una vida

Dada la importancia de los “lugares – memoria” abrimos la edición número 21 de la revista El Rollo, con el ánimo de permitir que los autores nos cuenten el por qué escriben sobre este o aquel lugar y para que el lector a su vez, viaje hacia aquellos lugares en los que ha dejado una parte de sí. No es un simple retorno al pasado para decir que todo en aquellos días era mejor. Somos conscientes que nuestro mejor tiempo es el presente, no contamos con más, es simplemente una mirada a aquellos recuerdos que nos dan las claves para seguir adelante, nos ayudan a entender mejor nuestro momento actual y es sobre todo un esfuerzo para no olvidar de dónde venimos y quiénes ayudaron a construir lo que somos hoy en día. De igual forma, con esta edición queremos enviar un mensaje a toda la juventud que con su pensamiento líquido no alcanza a comprender la importancia de la casa vieja de la familia, el estudio del abuelo, el jardín de mamá, los columpios viejos del parque en el barrio. Los lugares son y serán los encargados de contener los recuerdos que nos hacen más humanos.

Cesar Aristizabal

Katataima, Crisol de la montaña Luis Restrepo

Entre bejucos y canastos

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Milena Marín

La negra que nunca ha dejado de llorar

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Edicion Johan Andrés Rodríguez Lugo

Milena Marín

Relato de un forastero

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Cristian Acuña

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Diana López Garzón

El cascaron vacío

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Juan Francisco Jaramillo

Los dos Salento

Diagramación y Diseño Camilo Olaya Community Manager Alejandra Cardona Moreno

Yveen Morales

Peñas blancas

Director Pedro Zuloaga

Fotografia Cristian Acuña Pedro Zuloaga Johan Andrés Rodríguez

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Padre Agostino Abate

El olvido la condena, los recuerdos la carcel

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Natalia Barriga r e v i s ta

expresíon cultural de la

Portada Agostino Abate Director Ejecutivo Fundación Providencia 2000 Edición número 21 Mayo 2018 ISSN 2027 - 3096 Para más información, Colaboraciones y comentarios www.revistaelrollo.com revistaelrollo@gmail.com Impreso por Armenia, Quindío @RevistaElRollo Revista el Rollo

www.revistaelrollo.com


ensayo

La mente, el lugar que habitamos En el intrincado tema de los lugares y la memoria no podemos dejar pasar la simbiosis que entre ambos pervive. Con esta afirmación se da por sentado que para habitar debemos recrear en nuestra mente, es decir que somos lo que imaginamos y en dicho imaginario se puede tener una experiencia de intercambio. “El conjunto de imágenes mentales y visuales, organizadas entre ellas por la narración mítica (el sermo mithicus), por la cual un individuo, una sociedad, de hecho, la humanidad entera, organiza y expresa simbólicamente sus valores existenciales y su interpretación del mundo frente a los desafíos impuestos por el tiempo y la muerte”. (Durand, 2000: 18)

conservamos nuestras experiencias ligadas a lo emotivo.

Con lo anterior podemos decir que nuestros imaginarios nos permiten conocer lo que habitamos; cada calle, camino, nuevo lugar al cual llegamos se impregna de esas ideas que formamos, por supuesto, ligadas íntimamente a la percepción. Los invito en este momento a recordar un sitio que guarden en su memoria como el más bello, si se toman el tiempo de hacer eso, verán que en la mente se crea una imagen muy fuerte y brillante, esto se debe a la forma en que

Para afianzar la idea anterior nos vemos en la tarea de tratar la ciudad (…) “como forma inventada que rivaliza, interroga y dialoga con las formas materiales de los arquitectos, de los diseñadores, en fin, de sus operadores físicos. Pero tal forma… es creada colectivamente por sus habitantes en maravillosos ejercicios grupales que hacen de cada ciudad una gran experiencia estética construida desde su diario vivir”. (Silva, 2008: 314)

Todo lo dicho hasta ahora explica por qué es fundamental entender que el uso que demos de algo permitirá tejer recuerdos en torno a esto. Si no se usa se pierde, si no se recorre se olvida y si no se narra no existe.

Cesar Aristizabal Comunicador Social Periodista, Docente Universitario

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Fuentes: Silva, A. (2008). Los imaginarios nos habitan. Quito: Editorial Innovar. Durand, G. (2000). La imaginación simbólica. Barcelona: Editorial Amorrortu.

Es curioso advertir que la ciudad no solo es concreta, sino que cada uso que le damos la configura de mil formas diferentes; por ejemplo: no es lo mismo un parque cualquiera para un pensionado, qué para un “skater”: Pero más fuerte aún, dicho parque no es igual para aquel que tiene un recuerdo agradable de este, al que no tiene ninguna interacción que recordar, salvo la comparación con otros lugares ya recorridos; siempre en uno y otro caso lo que tenemos guardado como imagen sirve para ubicar y dar valor.

Lo anterior nos enfrenta a ver la ciudad de otra manera, nos invita a volver a explorarla desde los sentidos. Exponernos a la textura de un andén, recorrer los colores de los tejados, sentir los aromas que permiten tener una relación real (imaginada) con el espacio. Definitivamente para considerarnos ciudadanos se debe hacer uso de los lugares, sacar del olvido aquellos intersticios que ignoramos y lo más importante empezar a contar la urbe. Cada historia que podamos narrar hace que nuestro entorno cobre vida, permite que otros se acerquen a nuestras vivencias y conozcan que esferas nos permiten decir que pertenecemos a algo.

Fotografías por: Cristian Acuña

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crónica

katataima, crisol de la montaña

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La memoria es un complejo tejido de experiencias que, en espirales, utiliza el tiempo, entre cada suspiro, para nacer y morir. Kakataima, es un fragmento de historias que se aferran a las narrativas orales que han sobrevivido al olvido a través de miles de años, y que, hasta el día de hoy, reconstruye los caminos y las vivencias de quienes alimentaron la cultura Pijao y Quimbaya que sobre este suelo florecieron.

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Entre las montañas del Quindío, cruza un viejo jeep willis, que siempre sucio de barro en sus llantas, transporta inmortales esperanzas campesinas. El viaje hasta la vereda Travesías recorre la historia misma de un territorio ancestral, que, entre los municipios de Córdoba y Calarcá, aún conserva un espacio de milenaria resistencia por la tierra. Con vista privilegiada a la Hoya del Quindío , el Centro para el Fortalecimiento Campesino Kakataima, es vigente epicentro de resistencia, porque es lugar memoria. El lenguaje campesino también es memoria. En donde las manos que trabajan la tierra y las lágrimas de unos ojos aferrados a la vida, representan la construcción de un hogar, de una finca agroecológica. “Usted va a ser mío” palabras con más Ubicado en una bella ladera del Alto de Calarcá, paraje de la aún conocida Provincia de Entreríos, por estar ubicada entre el río Santo Domingo y río Verde, se encuentra, a borde de carretera de trocha, una vieja casona, contadora de historias y de guadua

estructural. En la finca La Gacela, de tradición campesina y agroecología biodiversa, se construyó el Centro Campesino, que se ha convertido en lugar de encuentro. Kakataima, nombre que adoptó la comunidad para su reconocimiento, toma su origen etimológico de la denominación ancestral del antiguo Quindío, como territorio crisol del cruce multiétnico entre los caminos indígenas provenientes de los actuales departamentos del Tolima, norte del Valle, Risaralda y Caldas. Kakataima, más que una región sin fronteras, era ese lenguaje que llegaba hasta donde el otro hablaba distinto. de veinte años de historia de Libia Hernandez frente a un palo de limón. Había llegado del Dovio, un pequeño pueblo del Valle del Cauca, buscando tener una tierra propia en la montaña. Era jornalera, y su ilusión, un terruño de hogar. Calarcá es ahora su pueblo y el Centro para el Fortalecimiento Campesino, su vida entera. Esta pieza de la cordillera quindia-

na, cercana a las Peñas Blancas de Karlacá, solía ser monte de terrateniente, usurpado, posterior a la época de La Violencia, y territorio prohibido hasta la muerte de su viejo dueño acumulador. “Mi lucha de resistencia es por la tierra y el campesino” reafirma Libia, porque luego de obtener su anhelado terruño, “no hay finca que no anduve a pie”, su lucha de resistencia continuó contra el gran capital, descolonizarse de Cartón Colombia y de los bancos, que siempre son mal. El Centro para el Fortalecimiento Campesino Kakataima se ha convertido en espacio de diálogo y construcción colectiva. Naciendo de él, las Escuelas Agroecológicas, y los diplomados en Agroecología, y de Historia y Territorio, que han sido acompañamiento en muchos de los procesos socio-ambientales de la región. Libia es una campesina quindiana que vive de la tierra, cultiva su cosechadero, formado por la comunidad como el lugar donde se cosechan los alimen-


En Kakataima, construir memoria parte desde la agroecología, porque en comunidad, se trata de hacerlo lo más parecido a como lo hace la naturaleza. Guillermo Castaño, nacido en el Páramo del Chilí hace casi ochenta años, también es pilar de recuperación de saberes, que van en contravía a lo establecido desde la academia actual desarrollista en relación al medio ambiente y al territorio. Del profe, como se le dice comúnmente a Guillermo, se aprende que la historia de Kakataima es un mapa milenario, digna protectora de semillas de vida, en donde la naturaleza es un principio de armonía universal. Kakataima es lugar memoria porque las visiones del universo indígena Quimbaya y Pijao, son espirales que las montañas procuran conservar. Porque el campesino de hoy continúa recorriendo los caminos del indígena de ayer, en donde la tetraléctica, tratada como una visión

multidimensional comunitaria para sobrevivir en armonía, sobrepasa la única opción de la dialéctica occidental. Porque permitió el intercambio cultural mesoamericano, entre los grupos Caribe y Calima , del que sobresale, el gran valor arqueológico por su mezcla cultural. Porque el Quindío, bordeado por su Hoya montañera, ha sido resguardo del Jaguar y del Tigrillo, animales ancestrales del día y de la noche. Porque en su fértil suelo, persiste la riqueza de sus tierras volcánicas y el carácter paritario de las plantas, lunares y solares. Porque es lugar de cosecha, en donde tres veces al año, gracias a su ubicación geográfica, la recolección del maíz se convierte en fuente vital de alimentación, junto con el sagú y el yacón, tubérculo que hizo camino a los Chaskis en recorrido mensajero.

Porque el Quimbaya, manipulaba la guadua para sus chozas y puentes. Utilizaba el telar, con algodón criollo, para sus usos geométricos de visión espacial. Porque en el Kakataima de las montañas quindianas actuales, nunca hubo asentamiento español. Porque Este fue lugar de resistencia continental indígena, que ahora es resistencia campesina y en sus encuentros por la vida, siempre transmiten, el buen vivir y el bien común. Luis Restrepo Comunicador Social Periodista

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tos de consumo diario para la familia, en donde el campesino siembra, come y alimenta el cultivo; sabe lo que come; sabe cómo se abona y conoce su procedencia; postulados construídos en Saberes Ancestrales de la Unidad Agroecológica, cartilla publicada desde el Centro que recopila el conocimiento obtenido desde las montañas. Ella, doña Libia, es una sola con sus compañeros al momento de leer la naturaleza; Pedro, Carmen, Hernando, Deisy, Ubaldo, Nelson, Osman, “éstas son mis memorias porque aquí es donde defiendo a mi comunidad”.

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crónica

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Entre bejucos y Canastos

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Entre bejucos, guasca de plátano, tripillo o como se denomina popularmente tripe perro, nace la cestería en el pueblo más hermoso del Quindío, Filandia. Tradición ancestral asociada a las poblaciones antioqueñas, nacida a principios del siglo XX. Con ella nace el amor y la dedicación hacía una l abor asombrosa que permanece en la historia. Para los artesanos del municipio la cestería lo es todo, es lo que les enseñaron sus abuelos y la costumbre que deben cuidar, es lo que sus manos han hecho siempre y seguirán haciendo con pasión y lo más importante, agilidad. Para ellos esta labor es el orgullo de lo hecho a mano, tener un bejuco recuerda la tradición que se mantiene viva en el pueblo, años atrás esta actividad era un oficio que pasaba de generación en generación como única fuente económica para muchas familias. Hoy tener un bejuco y poder hacer un canasto es tener en las manos la capacidad de conservar identidad, tradición y amor por lo propio. En el barrio San José, o más conocido como el barrio de los artesanos, se encuentran algunas de las 53 familias que aun hoy mantienen viva ésta labor. Han pasado de elaborar el famoso canasto recolector de café a innovar con nuevas y útiles creaciones como los piñeros, lámparas, espigueros, sombrilleros y otras creativas formas que resultan de moldear su materia prima: el bejuco. En estas calles adornadas por sus casas que son a la vez sus talleres, elaboran toda clase de artesanías; no les puede faltar su silla, su balde con agua para remojar el bejuco y, sobre todo,

su inspiración para hacer estas increíbles formas con algo tan básico como esta herramienta que está en el monte. Hacen útil lo que muchos pensarían inútil. En este recorrido por la historia filandeña encontré personas muy valiosas, que abren las puertas de su casa al visitante llenos de alegría por mostrar lo que crean sus manos, algunas ya cansadas como las de don Humberto Ríos que hace 44 años trabaja en la cestería, y otras llenas de vida como las de Osman su nieto, quien desde pequeño recibió de su abuelo lo más valioso que se puede dar, conocimiento y pasión. Para don Humberto la cestería es la enseñanza más importante que adquirió en la vida y dice que morirá fabricando canastos. La mayoría de artesanos de Filandia ya no van por el bejuco al monte, prefieren comprarlo pues dicen que es menos tedioso y así les da más tiempo de fabricar. El proceso del bejuco después de cortarlo en el monte es pelarlo, lavarlo, dejarlo secar y almacenarlo donde no corra el riesgo de mojarse, situación que les quita mucho tiempo y los atrasa en su trabajo. A pesar de esto don Humberto maneja muy bien su tiempo, muy temprano coge su machete y sus botas para adentrarse en las montañas y conseguir su bejuco, guasca de plátano, y otras materias primas que utiliza en la fabricación de sus cestos. Por el contrario, otra de las familias artesanas que conocí prefieren comprarlo, doña Ruby Arias y su hermana Libia adquieren el bejuco listo

para moldear. Ambos talleres están dentro de las casas y con guasca y tripillo elaboran canastos en todos los tamaños y colores, diseñan diferentes adornos para el hogar, llenos de color y texturas. Se debe hervir el bejuco, agregarle la pintura mientras hierve y luego dejar al sereno; su colorido taller deja al descubierto toda la imaginación de estas dos hermanas que hicieron de un simple bejuco un arte. Al ir finalizando este increíble recorrido, un canasto con aspecto muy viejo llama mi atención, su textura y forma son diferentes a los que había visto en todas estas creaciones. Don José Arias Velázquez al ver mi intriga por su creación amablemente me invita a conocer su taller, allí me cuenta que el aspecto viejo y algo quemado de ese canasto se logra añejando el bejuco con alquitrán, gasolina y barniz y que ese toque quemado lo hace con alcohol industrial. Al igual que doña Ruby y su hermana, don José también pinta sus canastos, y como es común en estos artesanos suele ser muy creativo. Cestería hay para mucho rato, su pasión aún no termina, defenderán y cuidarán esta labor hasta el último de sus días, hasta que sus manos ya no puedan levantar un bejuco, hasta que ya no sea posible moldearlos y darle forma a lo más valioso que tienen: su pasión, su imaginación y su amor por el hacer.

Milena Marín Estudiante de comunicaciòn Social y Periodismo. Universidad del Quindío


Los 3 Idolos

crónica

La negra que nunca dejó de llorar

*** Todo comenzó en 1964. Antonio Marín Granada, uno de los Tres Ídolos, dueño del nombre y su razón social gracias a su hermano quien le dio la idea, tenía una peluquería llamada “La Moda”, en la plaza central de Quimbaya. De arraigo campesino y padres analfabetas, empezó a tocar guitarra desde los cinco años de forma empírica, hasta lograr un buen nivel en sus melodías y composiciones, pero siempre, más como un pasatiempo que como

una profesión. Un día cualquiera llegó a su local un cliente que se fijó en el anillo para tocar guitarra que aun hoy día lleva colgado en su llavero. El hombre se le presentó. José Arnoldo López, también músico proveniente del campo y que para ese entonces vivía en la vereda “Las Brisas” de Quimbaya. La conexión fue a primera vista. Conversaron toda la tarde de música, autores, duetos, agrupaciones y sin más, terminando la jornada, Antonio le dijo a su papá que se iba con su amigo y la guitarra a cantar por ahí. Con el paso de los días y los ensayos que se fueron tomando en serio, los dos nuevos compañeros musicales vieron la necesidad de incluir una tercera voz representativa y así

conformar un trío como los que admiraban. Apareció entonces Mario Zapata, cantante en ese momento de rancheras y además tenía un amplio recorrido en la escena de esta parte del país. Con esta nueva incorporación, la cual gustó y compaginó en lo que se estaba gestando, se conformó entonces el grupo “Los Tres ídolos” el 14 de agosto de 1964. *** No fue fácil mantener el ritmo en el mismo proyecto debido al tiempo de cada uno. Todos tenían en la música nada más que la pasión y la disciplina de siempre reunirse a ensayar, pero otras actividades eran las que les daban el sustento económico para vivir. Aun no llegaba el momento de recibir regalías. No conocían de giras, presentaciones, multitudes ni mucho menos de días de fama y gloria. Antonio, como ya se dijo, era y fue por muchos años peluquero, José Arnoldo trabajaba en una cantina y Mario laboraba junto a su papá como Sastre. Por el querer hacer música, unieron sus voluntades de jóvenes soñadores y crearon algo llamado la “Saspelucantina”, cuyo nombre fue un total invento de Mario.

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En diciembre de 1965, cuando no estaba oficializada la payola en la radio y a los protagonistas de esta crónica les pagaban centavos por sus composiciones, se escuchaba sin parar en las emisoras de todo el país, especialmente del Eje Cafetero, uno de los más grandes clásicos de la música parrandera y decembrina en Colombia, incluso hoy sigue vigente trascendiendo en el tiempo como todo lo que el arte hace inmortal. Les hablo de “La Negra Llorona”. Tema insignia de la tradición nuestra y que tiene su origen en Quimbaya gracias al grupo Los Tres Ídolos.

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revista

Entre todos pagaban el arriendo del local y fue por muchos años el sitio común donde había más tiempo para el trío.

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*** El tema lo compuso José Arnoldo López, quien comenzó su carrera en la música tocando el tiple desde muy joven. Al ser zurdo no le fue difícil aprender, hasta que llegó a los tonos altos y se vio obligado a cambiar de mano, volviéndose diestro solo para el oficio musical. Durante su servicio militar, en el año 1954, conformó un dúo con su amigo Omar Castaño, grupo que existió luego de la milicia por un tiempo más. Los dos muchachos to-

caban en la vereda “Las Brisas” y sus alrededores a cambio de almuerzos o unos buenos momentos de parranda. En esas fiestas José Arnoldo era el centro de atención por su talento y buena interpretación de ritmos. Recuerda que en cierta ocasión una novia se puso muy celosa porque no quería verlo asediado por otras mujeres y menos tan metido en las rumbas. Él simplemente le pidió que lo dejara tranquilo. Al rato un amigo le dijo que la mujer lloraba fuera de la casa, a lo que le respondió: “déjela llorar”, restándole importancia al asunto. Esta anécdota se quedó por mucho tiempo en su memoria hasta que con los años nació como una canción más de su repertorio.

*** Siempre con la idea de grabar, “Los Tres Ídolos” ensayaron por cerca de un año dos boleros que querían fueran llevados a un disco de 78 o 45 revoluciones por minuto. Con la ayuda de un entrañable amigo llamado Obdulio Arias, lograron viajar a Medellín para conocer a un importante contacto en la industria. Obdulio los presentó y recomendó con el maestro y productor musical Luis Uribe Bueno, quien trabajaba como director artístico de Sonolux, una de las grandes casas disqueras de aquella época en Colombia. Corría enero de 1965 y el maestro

Uribe Bueno después de escucharlos, les explicó la metodología para ser producidos por la empresa. Dejaron dos canciones grabadas y un jurado les daría la definitiva en seis meses. Cuando la carta con la buena nueva llegó en junio a la “Saspelucantina”, la alegría de los tres jóvenes fue inmensa. No les importaba que tuvieran que correr con todos los gastos de estadía por no ser artistas de renombre. Habían logrado lo que tanto querían, tener una cita para producir música. El 29 de agosto a las 6 de la tarde, grabarían dos boleros por los cuales les pagarían 300 pesos. Dos meses después de la buena noticia, el 28 de agosto, salieron en un

viaje de 15 horas por carreteras polvorientas y destapadas desde Armenia hasta Medellín. A las cuatro de la tarde del día siguiente ya estaban esperando su turno para entrar a grabar, calmando la ansiedad en compañía, lo que la hacía más llevadera. Antes de pasar a la extensa jornada de trabajo que los esperaba en el estudio, Antonio, quien se confiesa como el más hablador del trío, le dijo a don Luis Uribe algo que cambiaría para siempre sus vidas: “Maestro, ¿usted por qué no nos graba otro dístico hombre? Para que justifique este viaje tan largo”. Le comentó del repertorio tropical que tenían montado y que gustaba mucho donde se presentaban. Quizás para tener una razón de decirles que no, don Luis Uribe decidió saber de qué se trataban los temas y al escuchar el ritmo de “La Negra Llorona”, el amor a primera vista por esa canción surgió de inmediato. Fue entonces como el barco musical cambió de rumbo y Los Tres ídolos no grabarían “Los Astros” y “Mujer de mis Ensueños”, aquellos dos boleros que tanto habían ensayado una y otra vez, quedándose inéditos hasta el día de hoy. Los muchachos con la nueva directriz vieron cómo se les desplomaba su proyecto artístico sin entender aun que era una conveniencia del destino. La explicación que les dio el maestro Uribe para esta decisión era sencilla y muy lógica. Sí grababan las dos canciones iniciales, tendrían que competir para esa temporada de fin de año con el “Trío Martino”, que también era de música romántica y que pensaban sacar al mercado su canción “Noches de Boca Grande”. O de lo contrario deberían esperar hasta febrero o marzo del año siguiente y así evitar que se quemaran el uno al otro. En cambio, sí grababan “La Negra Llorona” de inmediato, podrían sacarla para los temas tropicales de ese fin de año. Pues dicho y hecho. Así se hizo, con más resignación que confianza por parte de los músicos. ***


peciales y solo quedaban para el comercio los que estaban en bodegas y almacenes. Aun así “Los Tres Ídolos” ocuparon el primer lugar en ventas a nivel nacional, muy por encima de otros artistas de reconocimiento. *** Hoy, 52 años después, “La Negra Llorona” es más que esta simple historia de cosas imposibles forjadas desde los sueños y la constancia. Es una canción que a “Los Tres Ídolos” los lanzó al estrellato. A la inmortalidad del arte. A lo inesperado. Es casi un himno para los fines de año en varias partes de Colombia. Un tema que ha sobrevivido a generaciones y que lo seguirá haciendo. Con ella llegaron las presentaciones multitudinarias en las que incluso a Antonio, José Arnoldo y Mario los tenían que sacar escoltados en muchas oportunidades, como les sucedió en Cali y otras plazas, debido a que todos querían conocerlos, tocarlos y pedirles autógrafos. Por fin llegaron las giras, la fama, el reconocimiento, las ganancias. Los tres amigos que iniciaron sus ensayos en la “Saspelucantina” ubicada la plaza de Quimbaya, en un departamento

Robinson Castañeda Comunicador Social Periodista

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A pesar de que todo fue inesperado, el sueño ya estaba cumplido y era tener sus temas grabados. El disco de muestra en 78 revoluciones les llegó cuatro meses después a la “Saspelucantina”, que siempre fue su centro de operaciones. Por el lado A estaba “La Negra Llorona” y por el B “Siempre Contento”, ambas composiciones de José Arnoldo. Entusiasmados se lo ofrecieron a Ramón Román, uno de los vendedores de música en el Quindío de aquella época, quien, al escucharlo, de manera despectiva y frente a clientes presentes de su tienda les dijo que el tema no tenía ni ritmo ni futuro y que eso no se vendía fácil. Dos meses después, en diciembre, cuando la canción no paraba de sonar en la radio, fueron ellos quie nes ya no le vendían a ese comerciante, no por orgullo sino porque era tal el éxito que solo podían ofrecerle unas cuantas copias, no más de diez, pues estaba escaso. Para ese 24 de diciembre de 1965, seis meses después de haber grabado “La Negra Llorona”, el disco se había agotado por completo en muchas ciudades del país, ya que las fábricas cerraban en esas fechas es-

llamado Quindío que en aquel entonces apenas era un recién nacido, vieron los frutos de ese trabajo disciplinado. En la actualidad Antonio, José Arnoldo y Mario aún son amigos. Y aunque ya no existe la “Saspelucantina” se ven con frecuencia. A veces en la casa de alguno de ellos o en la plaza de su amada Quimbaya. Por la llegada de los años que nada perdonan, no cantan como antes, pero siguen enamorados de su arte. “Los Tres Ídolos” se separaron en 1973 por razones de trabajos fuera del oficio más no por diferencias creativas dentro del grupo. Antonio mantuvo el grupo por un tiempo más con otros integrantes, e incluso sacaron un álbum, pero no fue igual. No con el mismo éxito. Por su parte “La negra Llorona” tiene más de diez versiones con diferentes artistas, entre los que se cuenta Jaime Llano Gonzales, El Cuarteto Imperial, Lito Barriento, Los Megatones de Lucho, Los Agregados del Diablo y Los Corraleros del Majagual. Hoy y pese a todo lo que la vida cambia, lleva y trae, nada ni nadie les quitará a “Los Tres Ídolos” esa gran historia que supieron aprovechar, así haya nacido por accidente. Esa diversión y camaradería que vivieron en hoteles y ciudades de paso entre giras y fama, fue lo mejor que pudieron haber vivido estos hombres de origen campesino. Nos dejan como legado ese cuarto de hora de la fama que lleva medio siglo sonando sin parar en cada fin de año. Heredamos de ellos una negra que esperamos nunca deje de llorar.

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Tan ajena como conservar la vida. Tan misteriosa que a veces fue necesario extender el hilo para no perderme y poder escapar del minotauro. Pequeña en extensión pero grande en condición. Esa ciudad que alberga a lugareños y forasteros. Esa capital que poco a poco dejó de ser enana y ahora está invadida de torres que la acercan más al cielo. Aquella que se abre sobre montañas y se forma entre cañadas. La ciudad milagro abrió sus puertas para que un calentano pudiera pernoctar en sus calles. Entrar por el sur y bajarse en la secreta. Subirse a una ruta que cobraba la módica suma de 800 pesos el pasaje. Llegar en menos de 20 minutos al otro extremo de la ciudad. Algo inimaginable cuando venías de convivir con ciudades donde tu vida transcurría en recorridos de una o más horas en bus.

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Un puente que cruzó la Bolívar para llegar al alma mater guardó de manera silenciosa las caídas de quienes por afán terminaron cuesta abajo. Una enorme casona que con glorieta incluida ocupó lo que hoy conocemos como el Mocawa. Y una carrera 15 que ni en la entrada de medicina ni tampoco en la de básicas de la Universidad del Quindío, tenía ganas de seguir con su camino.

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Relato de un

Forastero f o t o

r e p o r t a j e

Co c


on dinero, sin un peso, con o sin amor, callejeando con los pibes por la noche. Dejando pasar los días como un sueño, del que ya nadie quisiera despertar. Y se va… Y se va. El Vago – Carajo.

Esa, era la Armenia del 2006, aquella a la que llegué con miles de temores pero que año tras año ha sabido enamorarme y cautivarme. Muerto el minotauro boto el hilo de manera intencional, ya no hay miedo de perderme. Espero que algún día, cuando vuelva a mi lugar de origen, llegue ondeando banderas blancas en señal de triunfo.

Cristian Acuña Comunicador Social Periodista

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La 14 se movía entre las ruedas y el sonido de motores que la cruzaban. Resistirse al cambio era el temor de lo que actualmente es un largo pasillo con andariegos que se ven todo el día, unos dejando pasar el tiempo, otros, transitando con desespero.

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DE PASO POR LAS TROCHAS DE UNA VIDA

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La arriería es un trabajo que los jóvenes desconocen, pero que abrió paso para que hoy se visiten parientes; conocer, estudiar o vivir en distintas ciudades. Un trabajo que cuesta, pero agradece, gracias al cual don Josue pudo criar a sus tres hijos y vivir cómodamente. Una labor que se debate entre madrugadas, caminares sin fin y animales por quienes velar. Una vocación que se lleva todos los aplausos y reconocimientos de una raza pujante. Cuando conocí a Josue Francisco Gómez tenía 77 años de edad, pero su mirada seguía radiante y sus recuerdos vívidos. Hay caminos del Quindío que le deben a su esfuerzo incansable la existencia. Fueron 44 años los que dedicó a la noble labor de la arriería, oficio que conoció por intermediación de su padre, a quien recordaba con amor y profundo respeto. La curiosidad lo impulsó

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crónica

Dedicado a Josue Francisco Gómez. Gracias por abrirme las puertas de su casa, por contarme sus historias y atenderme con amor. ¡Sé que ahora está abriendo caminos en el cielo para aquellos a quienes amó en la tierra!

a adentrarse en este mundo que lo llevaría por lugares insospechados a dejar huellas imborrables. Su voz era pausada, porque el afán de la vida ya no le pasaba factura. Los años de entrega incondicional a la labor le arrebataron el andar. Sus piernas un día simplemente se cansaron de trasegar los largos caminos del Quindío. Ese sábado en su casa, mientras lo entrevistaba, me contó que desde hacía quince años estaba en silla de ruedas y con nostalgia recordaba sus jornadas en que caminar tres y cinco días era habitual. Pero don Josue nunca perdió la sonrisa porque el amor de su esposa, Bertha Inés de Gómez, sus tres hijos, nietos y bisnietos impulsaban la vida del hombre que en su juventud recorrió cordilleras y valles. Un ser humano ejemplar y cálido, forjado con los valores de antaño, como dirían los abuelos, que un fin de semana cual-

quiera le abrió las puertas de su finca a unos estudiantes de comunicación social – periodismo que querían terminar un trabajo. No contábamos con la magia de enamorarnos de su historia. Tomados de la mano, el amor de Bertha y Josue cumplió con más de cincuenta años. Quién diría que esa joven coqueta y decidida que años atrás le envió salu des con un amigo, sería la madre de sus hijos y la que lo acompañaría en la nueva ruta, donde no había mulas ni trocha, solo risas y recuerdos. Una mujer que le quitó las mañas a punta de besos y cuidados. La arriería le dejó a don Josue, amor y respeto por los animales, siempre dijo que - a los animales hay que quererlos, las mulas pueden ser tercas pero uno las enseña al amaño de uno-. Sus mulas, entre las que recordaba con especial cariño a La Reina, por ser hermosa, consentida y mochera , y El Mico, terco, brincón y testarudo. Nunca sufrieron dolores, golpes, muertes o pérdidas. Ese respeto era el que lo impulsaba a levantarse a las tres de la mañana sin falta, porque - el camino se coge temprano para que los animales descansen desde las dos de la tarde-. En este mundo de mulas y carreteras destapadas hay dos concepciones que don Josue insistió en aclararme: “Hay arrieros y arreadores, el que es arriero los animales los trata con curia, con cuidado y es como si fuera un miembro de la familia. En cam-

Fotografías de proceso del café por:

Cristian Acuña


Fotografía por: Johan Andrés. Rodriguez larga temporada. En aquel nuevo hogar siguió ejerciendo su profesión, pero con el dolor de extrañar sus campos, sus verdes, su tierra. Nunca desfalleció y con el pasar de los años pudo retornar a su tierra con tranquilidad, aunque con el corazón herido por la ausencia de sus hermanos. Al ver pasar las horas del reloj, don Josue se deleitaba en sus recuerdos de una época alegre, costumbrista y de trocha, donde sus mulas más valiosas costaban 300 pesos y su boda suntuosa no sobrepasaba los tres mil pesos. Precios triviales en la actualidad de la era consumista y derrochadora. Tuvo la fortuna de tener siempre buenos contratos, no sufrió por empleo y sus animales nunca padecieron daño alguno. Con su perro echado a su costado custodiándolo y las orquídeas engalanando el corredor de su finca, este abuelo aguerrido reconocía que de la arriería le quedaron más recuerdos bellos y sonrisas que lágrimas y tragedias. El tiempo continúa su andar y solo en nuestras memorias han de quedar plasmados los sonidos y gestos de quiénes ahora están en el otro lado de la humanidad, cosechando nuevas historias o quizás, conquistando

nuevos lugares y abriendo caminos para que nosotros podamos también llegar allá. Gracias a este hombre, y a todos los que representan aun su labor, el municipio de Calarcá y el departamento del Quindío tienen vías para conectar las veredas con la ciudad. Su entrega fue total, y aunque sus piernas se cansaron antes de su partida, su carisma, empatía y sonrisa permanecieron hasta el último segundo en el que Josue Francisco Gómez trazó las líneas de camino y de vida en la tierra.

Yveen Morales Comunicador Social Periodista

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bio, el que es arreador todo es garrotazos y zurriagazos, salen a trabajar y en lugar de soliviarle las cargas a las mulas las dejan ciegas dentro de los pantanos porque prefieren pegarles que cuidarlas”. Entre la sumatoria de experiencias relatadas por este arriero consagrado, había tragos amargos, la época de la violencia en Colombia arrebató a dos de sus hermanos y lo obligó a exiliarse en tierras vallunas por una

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PEÑAS BLANCAS:

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MANTO NATURAL DEL QUINDÍO

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El viento abraza mi cuerpo a la vez que suelto mi cabello para permitirme sentir la libertad que me invade al estar aquí. En Peñas Blancas casi que puedo sentir la voz de Dios y sus latidos a través de la naturaleza. Giro mi cuerpo con mis brazos extendidos mirando al cielo y siento como mi alma se invade de alegría. Allá, abajo de la montaña están los pueblos: Calarcá, Barcelona, Pijao, Armenia, Montenegro. En lo más alto, rozando las nubes, veo la gran roca con su manto blanco natural, lugar para algunos de un tesoro. Decido subir hacia allá, a lo alto, donde pareciera que la roca toca el cielo. Cada paso que doy es un profundo respirar. Si quiero llegar a tocar la peña e introducirme en sus entrañas, debo caminar con conciencia y sin pausa. El recorrido es mágico. Los árboles consienten al

caminante, alegran el recorrido con sus hojas, sus ramas, sus raíces, sus aromas. Por instantes los abrazo para sentir su humedad, la frescura de su esencia. Tras una hora de caminata, veo, por fin, la gran piedra decorada con esas manchas blancas. Intuyo que quizás una mano divina las puso allí, muy cerca del cielo, para darnos pistas a los humanos acerca de cómo se siente estar en contacto directo con el espíritu. Por más de trescientos años, los habitantes de esta parte de Colombia han escuchado la leyenda del Cacique Karlacá. Se dice que era un indígena, que murió en 1610, al tratar de defenderse de españoles que querían invadir la zona de los Pijaos, nativos de la cordillera central entre los nevados del Quindío, Tolima y Huila. En una gran lucha de oposición, recorrieron estas montañas por más de dos

siglos hasta que fueron aniquilados, sin jamás dejarse dominar. La vida de Karlacá, dicen las historias, terminó por una lanza atravesada en su pecho y Guaicamarintia, su hija, llena de dolor por la muerte de su padre, ordenó que su cuerpo fuera llevado a la rocosa montaña. Con un ritual fue sepultado y junto él sus riquezas, justo al interior de las cuevas de esta peña que hoy recorro. Luego del entierro, la futura cacica ascendió con paso lento, con el alma oprimida y con un manto blanco que cubría su cuerpo. Sabía que sin su padre estaban vencidos, que la lucha por el territorio, la dignidad y la vida también morían. Caminó llorando hasta la cima de la montaña. Todos los que hemos recorrido Peñas blancas conocemos esa punta, esa pequeña roca que sobresale, desde donde todo el universo se ve como


olvidados, poco visitados que aún esperan a los citadinos que quizás, en este instante, se quejan de su rutina, de la falta de tiempo, de la falta de sentido que tiene su existencia. Este lugar es curioso, muchas personas tienen vivencias aquí, de hecho, algunos lugareños se han atrevido a buscar el tesoro del Cacique, para apoderarse de éste. Han cavado, han entrado a las cuevas. Incluso algunos han muerto intentando escalar la roca. Muchos afirman que, en viernes santo, a media noche, la peña alumbra y que el cacique se aparece enfurecido para asustar a los invasores. Algunos, muchos, poderosos de la región se atrevieron a comprar esas tierras para buscar con tranquilidad, pero no lo encontraron, o eso nos dijeron. Muchos desesperados buscan oro. Sin embargo, hoy quienes visitamos este lugar, hoy quienes visitamos a Peñas blancas ya convertido en un ecoparque, fortuna natural de Colombia. ya hemos encontrado el verdadero tesoro.

Diana López Garzón Licenciada en Español y Literatura

Fotografías por:

Pedro Zouluaga

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uno solo. Pararse allí es sentirse en la cima del cielo. Quizás solo por ese instante, por esa sensación, es que llegan los caminantes hasta ahí. Observan, sienten su pecho contento, se toman una fotografía, sonríen. Sin embargo, un paso en falso, un empujón sería mortal. Guaicamarintia, dicen, subió hasta ahí, se paró en el filo, vio al universo como uno solo y, en ese instante de éxtasis, saltó. El aire expandió su cuerpo y elevó su espíritu, dicen que el viento, el sol y el agua que empezó a caer de las nubes, la sublimó, la enalteció, la glorificó y al caer sobre la roca, cerca de donde estaba su padre, se fusionaron la peña, el cuerpo y el manto blanco. Peñas blancas es imponente. Desde abajo parece amigable, pero caminar sobre ella me hace sentir minúscula. Me detengo, observo, respiro y el aire frío que entra por mis pulmones me hace ver todo desde otra perspectiva. Concluyo que los mares, los ríos, las montañas, las selvas son los lugares en donde habita la divinidad. No son los templos de concreto, allá en las ciudades. Son estos lugares

crónica

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Opinión

UN CASCARÓN

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VACÍO

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La ciudad de Nueva York a mediados de los años setenta del siglo XX parecía el sitio perfecto para la antesala del apocalipsis: la criminalidad disparada, el desempleo juvenil, y una desbocada epidemia de heroína hacían que la llamada “gran manzana” fuera un fruto echado a perder lleno de gusanos carcomiéndola. En contraste con ese ambiente sórdido y peligroso, apareció el CBGB, un local ubicado en el N° 315 de Bowery, entre la 1° y 2° calle del Lower East Side de Manhattan. Originalmente el CBGB era un bar para motociclistas en el que se programaba country, bluegrass y blues, de ahí el significado de las siglas CBGB pero su dueño Hilly Kristal se dio cuenta que esos estilos musicales poco arraigo tenían en New York y muy a regañadientes aceptó abrir el espacio para que tocaran bandas de la naciente escena punk de New York como The Ramones o Televisión. En su libro de 2012, “Cómo funciona la música”, David Byrne, vocalista y líder de Talkin Heads narra la importancia que tuvo el CBGB para esa cultura alternativa de New York pero quitándole la capa de romanticismo

que los años le han dado tanto al bar como a sus alrededores: “El CBGB estaba en un barrio duro. Hoy hay allí tiendas de comida para sibaritas y restaurantes sofisticados, pero en aquellos tiempos el Lower East Side y la zona de Bowery estaban en bastante mal estado. Había borrachines por todas partes, y no era nada romántico ver a alguno de ellos bajándose los pantalones y echarse una cagadita en un pasillo del Associa-

ted Supermarket, era nauseabundo y deprimente, igual que muchas otras cosas que teníamos que soportar.” Esas cosas a las que se refiere Byrne eran por ejemplo: “En invierno a veces no sabías si el tipo que veías tendido en la nieve estaba simplemente borracho o hasta atrás, o si cuerpo comatoso tirado en la acera era ya cad áver. Nuestro apartamento estaba cerca de la zona de prostitutas más baratas y repugnantes


Pero entonces, ¿en qué radicaba el encanto del CBGB? La respuesta puede hallarse en cosas que hoy en día resultan elementales pero que en ese entonces le permitieron al local destacarse por encima del resto de establecimientos de la zona. El primero de ellos fue una inquebrantable voluntad del dueño Hilly Kristal de exigirle a todos los grupos que se presentaran de tocar material original, nada de versiones o covers; así mismo, facilitó que estos mismos grupos que se presentaran pudieran hacerse con un pequeño ingreso al cobrar la entrada mientras el CBGB se quedaba con los ingresos de la venta de bebidas. Además de eso,

Kristal tuvo la astucia de proveer a su local con el mejor sistema de sonido de la ciudad, no porque sonara muy duro si no porque ofrecía una acústica perfecta para cuando una banda desplegara su presentación sobre el pequeño escenario. El CBGB fue punto de encu entro de diversas bandas y artistas que forjaron la identidad sonora de New York en los últimos cuarenta años transformándose en una suerte de meca, hasta la banda colombiana I.R.A tocó allí en 2004, pero esa historia de gestas magistrales de músicos y públicos llegó a su fin cuando el exalcalde Rudolph Giluiani emprendió a mediados de los años noventa un programa de limpieza urbanística que entre otras cosas disparó la especulación inmobiliaria elevando los precios de los alquileres por las nubes lo que obligó al cierre definitivo del CBGB en 2006 no sin antes una

Juan Francisco Jaramillo Comunicador Social Periodista

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de la ciudad. Al este, la heroína se vendía más o menos abiertamente en cada esquina, y la clientela usaba los edificios abandonados cercanos para inyectarse”.

larga campaña de búsqueda de fondos para refinanciar la deuda inmobiliaria o que se respetara el estatus de sitio icónico para la cultura de la ciudad de New York. En 2008 el local fue reabierto como un almacén de ropa y accesorios del diseñador John Varvatos quien inteligentemente ha sabido explotar del valor de este sitio invocando el viejo espíritu del CBGB y es esto lo que genera mucho incordio; las paredes del local siguen teniendo adheridos muchos de los afiches y calcomanías de las bandas que allí tocaron, se preservaron además los espacios de los baños que en otrora fueran unas cloacas asquerosas para ser transformados en los cambiadores del almacén y se mezclaron elementos del pasado del CBGB con la idea que Varvatos quiere transmitir: ahí se encuentra la ropa que “debe” lucir un rockero. Estar en lo que alguna vez fue uno de los sitios más importantes para la historia del punk, la marginalidad creativa y la audacia musical convertido en un almacén de ropa trae consigo cierto desconsuelo, cierta desazón y la sensación de estar en las entrañas de un casca rón vacío.

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Opinión

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Los dos ‘Salento’

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En 1971 tuve la oportunidad de pasar unos días de vacaciones en Salento, Italia. Una localidad que poco tiene que envidiar al Caribe, (en Salento lo que gobierna es “lu sule, lu mare, lu ientu” en dialecto salentino: el sol, el mar y el viento), no solo por sus paisajes, también por sus habitantes. Salento se caracteriza por su contacto directo con el mar, y más allá del mar; viñedos, olivares, higueras, almendros, cítricos de toda clase. Y más allá de la naturaleza muchos restos arqueológicos que certifican su origen desvanecido en la era paleolítica y neolítica, y que a lo largo de los siglos se convirtió en un lugar geográfico y estratégico para las diversas tradiciones culturales europeas. Lo anterior lo atestiguan grafitis, pinturas, utensilios, restos de humanos y de animales. La mayoría ubicados en grutas. En esa época (1971) no tenía ni idea que existiera otro Salento en algún lugar del mundo. Por razones de la vida en 1980 tuve la oportunidad, muy grata, de conocer al otro Salento. Un pueblo andino con fincas cafeteras y la vegetación exuberante. Después de aquella primera vez hubo otra vez, y otras veces. En cierta ocasión me hospedé en una finca a orillas del río Quindío donde en el silencio de la noche se escuchaba el murmullo de las aguas caudalosas del río y, por la mañana, los canticos sonoros de las numerosas y multiformes aves. A menudo me preguntaba cómo podría encontrar lo que tenían en común los dos pueblos ubicados en distintos continentes: ¿El mar de los bosques de niebla y el terso mar de Salento con sus acantilados? ¿Las palmeras mediterráneas y las palmas de cera de Cocora? ¿La belleza del cielo estrellado contemplado desde Morrogacho y el mismo cielo observado desde una de las numerosas torres de avistamiento del Salento italiano? ¡Difíciles comparaciones! Al oeste de Salento se halla el Valle de Cocora. En el camino hacia ese valle se encuentran especies de árboles aparentemente desorientados por no encontrarse en su hábitat: eucaliptos, cipreses

y pinos. Esa situación de inferioridad por su extrañeza al ambiente donde les tocó vivir, exalta aún más como reina de Salento el nativo árbol nacional, la Palma de Cera del Quindío. En Salento, que se encuentra a una altura de 1895 metros sobre el nivel del mar, está la Calle Real, que da su nombre al camino que recorrió el libertador Bolívar el 5 de enero de 1830. Tiene edificios coloridos y hermosas tiendas de artesanías. Al fondo de la Calle Real, la subida al Mirador donde se contempla el precioso panorama del pueblo y de su entorno, la vista de otros pueblos e infinitos horizontes que se pierden en la lejanía. Salento se enmarca en el paisaje cafetero que es Patrimonio de la Humanidad. El pueblo es muy bello y se llega a él por paisajes amenos, entretenidas y constantes curvas, subidas y bajadas, por una carretera que presenta sorpresas a la vista en cada curva. Sus habitantes ostentan la tradicional hospitalidad y acogida que dio origen al nombre de Salento. Se trata de una historia que tiene como personaje central un hombre llamado Idomeneo. Éste, era rey de Creta y participó en la guerra de Troya. Al terminar la guerra, Idomeneo regresó a su tierra con su flota de 40 naves. En medio del mar la flota es azotada por una tormenta. Idomeneo promete a Poseidón, dios de los mares, que si lo salva le ofrecerá la vida de la primera creatura que encuentre al regresar a Creta. La tormenta cesa y las naves de Idomeneo siguen tranquilamente el viaje. Idamante, hijo de Idomeneo, al saber que su padre está a punto de regresar corre a la playa para ser el primero en encontrarlo y abrazarlo. Idomeneo se horroriza al darse cuenta que debe sacrificar a su hijo para honrar la promesa que hizo a Poseidón. Ruega al dios de los mares que lo exima del cumplimiento de su promesa y se lo indique mediante alguna señal. Pero el poderoso Poseidón no escucha el ruego de Idomeneo, quien se ve obligado a sacrificar la vida de su hijo. Una terrible peste azota la población de

Creta. La gente cree que se trata de un castigo divino porque Idomeneo mató a su hijo, hay una rebelión, el rey es derrocado y tiene que irse al destierro. Levanta las velas y después de varias peripecias llega finalmente a Salento, el único lugar donde lo acogen benevolente hasta considerarlo como uno de ellos. El 5 se enero de 1842 se considera oficialmente la fecha de la fundación de Salento como Barcinales, nombre debido a un árbol nativo que existía en esa época llamado barcinal. La toma del nombre como “Villa Nueva Salento” está fechada el 25 de enero de 1865 por medio de un acta del Estado Soberano del Cauca. Ese nuevo nombre fue propuesto por quienes conocían la historia del rey Idomeneo y de la bondad de los salentinos que lo acogieron. El nuevo nombre recordará permanentemente a los salentinos que el Salento colombiano deberá ser acogedor con sus visitantes, como lo fue la antigua Salento italiana con el rey de Creta, Idomeneo. De hecho siguiendo esa tradición los salentinos son unos lugareños alegres, dispuestos, y acogedores. Mateo Tafuri, filósofo, médico y astrologo, llamado el Nostradamus italiano, quien nació en 1492 y murió en 1582, por lo tanto, hace más de 500 años, hizo una extraña predicción: “Salento de palmeras y clima sureño templado, dos días consecutivos de nieve anunciarán tu fin y la del mundo”. El 12 y el 13 de enero de 2017 la nieve cubrió el pueblo, por primera vez, en su historia. En las redes sociales muchos pensaron que se acercaba para Salento un escenario sombrío. ¿Se cumplirá la predicción del filósofo italiano? Él hablaba del Salento de Italia. Si su predicción se diera me quedaría para disfrutar, afortunadamente, un segundo Salento, el andino.

Padre Agostino Abate Párroco y Docente de la Universidad del Quindío


El olvido la condena, los recuerdos la cárcel el paso, se tirará en su lecho y con las cobijas tapando su cuerpo y su rostro se quedará dormido. El proceso se repite casi que diariamente aunque hay pequeñas variaciones. Un día Juan puede escuchar el sonido de un quejido, o el arrastrar de unas pantuflas con el mismo ritmo con que su esposa caminaba cuando se despertaba. Otro día, puede escuchar los movimientos de su mujer en la cocina cuando le preparaba café; también puede escuchar el sonido de su respiración fuerte y quejosa, agravada por su enfermedad. Es más, Juan, puede escuchar la voz de su mujer llamándolo, al igual que lo hacía unos días antes de morir. Por eso, Juan saldrá de la puerta dos, bajará tres pisos y saldrá del edificio gris. Mirará para atrás y para los lados antes de emprender camino hacia cualquier lugar. Con pasos rápidos, largos, azarosos y mirada nerviosa Juan se alejará del edificio gris, del piso tres y de la puerta dos. La forma en que Hilda –esposa de Juan- se movía por la casa, el ritmo con el que caminaba, los sonidos que provocaba su enfermedad, la forma en que se paseaba de un lado a otro, sus palabras y sus silencios fueron una sentencia para Juan. Todo olía y se escuchaba como ella, el rechinar de la silla al sentarse, el aroma medicinal que expedía su piel, la ropa colgada en el tendedero, las infusiones y el té parecían permeadas por Hilda hasta su último rincón. Cada recuerdo le llegaba en forma de susurro o de grito flagelador. Juan perdió el poco cabello que tenía, sus pupilas se movían con rapidez de un lado a otro, sus manos ya no solo temblaban, también sudaban constante-

mente, comenzó a discutir con Hilda por la forma en que acomodaba los cuadros, por el lado de la cama que ya no ocupaba y por el alto sonido de ausencia, por lo que escapó del edificio gris, del piso tres, de la puerta dos y detrás de la puerta, de una casa habitada por fantasmas. Su nueva casa ya no queda en la calle principal de un pueblo grande, queda en una calle angosta, en un edificio verde, en el piso dos, en la puerta uno, de un pueblo pequeño. Después de los días de mudanza llegó el orden y el silencio, y en el silencio se escuchó nuevamente el sonido de un quejido, el arrastrar de unas pantuflas con el mismo ritmo con que su esposa caminaba cuando se despertaba y los movimientos en la cocina cuando le preparaba café. Pero, Juan no ha sido el único, hubo ya, una mujer en el mismo edificio gris, piso cuatro, puerta uno, que fue sentenciada por sus fantasmas: los recuerdos. La mujer también dejó el edificio gris, piso cuarto, puerta uno, buscó otro edificio con más pisos y más espacio, pero allí también se encontró con su amado ausente. La única diferencia entre la mujer y Juan, fue que ella comprendió algo que él no: el olvido podía ser una condena, pero los recuerdos, serían la cárcel.

Natalia Barriga Estudiante de comunicaciòn Social y Periodismo. Universidad del Quindío.

revista

J

uan vive en la carrera principal de un pueblo grande. Edificio gris, piso tres, puerta dos. Juan es un hombre alto y delgado, su postura es encorvada: cabeza gacha, hombros pronunciados hacia adelante, pecho retraído como quien se protege del puñal. En su cabeza hay poco cabello. En sus manos una enfermedad se asoma, párkinson, tal vez. Juan cada día sale temprano de la puerta dos, baja tres pisos y sale del edificio gris. Mira para atrás y para los lados antes de emprender camino hacia cualquier lugar. Da pasos rápidos, largos, azarosos. La mirada nerviosa de Juan se aleja del edificio gris, del piso tres y de la puerta dos, y en su interior deja una casa habitada por fantasmas. Juan se tomará un café, rodeará el parque principal del pueblo grande, volverá a tomarse un café y después unas cervezas. Si Juan está solo o no, no es de importancia porque el hombre alto y delgado no le huye a la soledad, le huye a una incómoda compañía. Las copas vienen y van, los colores de los licores varían en tonalidades y sabores, hasta que la famosa frase es dicha y Juan tiene que salir del bar. Llegará al edifico gris en las horas de la noche y en muchas ocasiones, de la madrugada. Juan procurará tener la conciencia alterada, subirá tres pisos y abrirá la puerta dos. Lo que pasa después de que Juan cierra la puerta no está muy claro todavía. Juan seguramente tambaleará mientras camina por el corredor, se ayudará de las paredes para no caer y así, alcanzará a llegar a su cama. Al fondo se oirá una tos grave pero lejana, o un ruido extraño, o el sonido de alguien despertándose. Juan apurará

ficción

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AGUA Soy agua, agua que fluye por todas partes, agua que nutre, agua que marca, pero también se seca y se olvida. Fui insignificante por tanto tiempo que ahora me pregunto: ¿cuál es la razón para importar? Mis colores se desgastan poco a poco y se los lleva el viento, me lleva a todo lugar, dejo algo de mí en cada uno, estoy en todo, y a la vez en nada, fui todo y empiezo a ser nada.

Sobrevivo, aún lo hago, pero me destruyes tan lenta y brutalmente que mi piel se adelgaza y yo muero. Cambio de forma y el atardecer se vuelve uno solo para formar un solo color de noche que me oscurece, ya no hay sol ni luna, ni bosques ni vida. Ahora vive mientras me agotas, sigue fingiendo, fingiendo que vives, que estás aquí y que tu inteligencia no llega más allá del hecho de que me matas lentamente, tus puñales me hieren, y no me daré por vencido en esta batalla, porque lucharé y sabes que lo haré, tienes miedo, un miedo que te carcome y daña hasta lo más profundo de ti porque en el momento de toma no tendré compasión, aquella que no tuviste conmigo y morirás como lo hare yo. Fui agua, agua que fluyó por todas partes, que nutrió, que marcó, pero también se secó y olvidó.

-Grietas de la memoria. Como las huellas en el barro, desaparecen los sobrevivientes en el jardín del olvido. Los esfuerzos del ayer son las ruinas del hoy que no vemos pero pisamos. La desmemoria de nuestros días calcina la historia, silencia los quejidos y se enceguece ante los recuerdos. Los sobrevivientes desde las entrañas de la tierra claman por ser recordados mientras el camión de los escombros se lleva las lápidas.


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