El cuerpo nunca miente

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El cuerpo nunca miente i

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E! Cuerpo Nunca Miente

índice i.Decir y Ocultar

Prólogo.................................................................................................................................... 9 Introducción............................................................................................................................ 13 1. La veneración a los padres y sus trágicas consecuencias........................................... 37 2. La lucha por la libertad en los dramas teatrales y el grito ignorado del cuerpo

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3. La traición a los recuerdos................................................................................................46 4.EI odio hacia uno mismo y el amor no sentido............................................................. 51 5.El niño cautivo y la necesidad de negar el dolor............................. ,............................. 56 6.Asfixiado por el amor materno....................................................................................... 60 7.EI gran maestro de la disociación de sentimientos...................................................... 69 Epílogo de la primera parte................................................................................................ 70



IL La m o ra l tradicion al en las terap ias y la s a b id u ría del cu erp o In tro d u c c ió n ..................................................................... 1. La naturalidad del maUrato iniant.il........................ 2. En el tiovivo de los sentimientos ................ 3. El cuerpo, guardián de la v e r d a d ............................. , 4. ¿Puedo d e c ir lo ? ........................................................... 5. Mejor m atar que sentir la v e r d a d ............................. 6. La droga, el engaño al cuerpo ................................. 7. Tenemos derecho a sentir ........................................

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111. Anorexia nerviosa: El anhelo de u n a co m u n icació n v erd ad era In tro d u cció n ..................................................................... El diario ficticio de Anita F i n k ......................................

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Epílogo (R e s u m e n )......................................................... 197 Bibliografía....................................................................... 203


Las emociones no son un lujo, sino un complejo recurso para la lucha por la existencia. Antonio R. Damasio


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Prólogo

El te m a principal de todos mis libros es la n eg a­ ción del sujYimienlo pad ecido d u ra n te la infancia. Cada lib ro ib c en tra en un asp ecto co n creto de dicho fen ó m en o y arro ja m ás luz so bre un área q u e sobre las dem ás. P o r ejem plo, en Por tu propio bien. Ron es de la violencia en la educación del niño,* y cu D ii \oll\l n ich t m erken [P roh ib ido sentirj, puse de relieve las c au sas y co n secuencias de esta negación. Más larde m o stré sus co nsecuencias en la vida ad u lta y en la vida social (por ejem plo en el arte y la filosofía en La llave perdida, y en la p olítica y la p s iq u ia tría en Ah b n tch der Schweigernauer [R o m p ien d o el m u ro del si lencio]). Com o los aspectos individuales no son del todo in d ep en d ien tes un os de otros, ló g icam en te se d ie ro n coincidencias y repeticiones. Pero el lector a ten to se p e r c a ta rá sin p ro b le m a s de que d ic h o s a s ­ pectos están en c a d a o b ra en u n contexto d ife ren te y de que los he explorado desde u n p u n to de vista dis­ tinto. * Pitra las referencias com pletas de las ob ras citadas, véase la B ibliografía, páginas 203-207. f.V. del Li.)


Sin embargo, sí es in d e p e n d ie n te del con i ex io el uso que bago de d e te rm in a d o s conceptos. Así, utilizo la palabra «inconsciente» ex clu sivam en te para d e­ sig n ar elem entos rep rim id o s, n eg ad os o disociados (recuerdos, em ociones, n ecesidades). Para mí, el in­ consciente de cada p e r s o n a n o es o tr a cosa que su historia, alm acen ad a en su to talidad en el cuerpo, pero accesible a n u estro co n scien te sólo en p eq ueñas porciones. Por esc n u n c a utilizo la p a la b ra «verdad» en un sentido met.afísico, sino en un sen tid o sub jeti­ vo, siem pre ligado a la vida co n creta del individuo. A m enudo hablo de «su» v erd ad (referida a él o a ella), de la historia de los afectados, cuyas em ociones presen tan indicios y son testim o n io de d ich a historia (véanse págs. 33-34 y 158 y sigs.). Llam o «emoción» a u n a reacción corporal no siem p re consciente, pero a m e n u d o vital, a los a c o n te c im ie n to s externos o in­ ternos, po r ejemplo el m iedo a la to rm e n ta , o la irri­ tación que produce saberse e n g añ ad o , o la alegría al recib ir un regalo deseado. P o r el ■contrario, la p a la ­ b ra «sentimiento» hace referencia a u n a p ercep ció n consciente de las em ociones (véanse, p o r ejemplo, págs. 34, 118-119, y 163 y sigs.); de m o d o que la ce­ guera emocional es un lujo que sale c a ro y que la m a ­ yoría de las veces es (a u to )d estru ctiv o (véase A. Miílcr 2001).

Este libro gira en torno a la p reg u n ta de cuáles son las consecuencias que sufre n u e s tro c u e rp o al neg ar n uestras emociones intensas y verd ad eras, que, a s i­ m ismo, nos vienen d e te rm in a d a s p o r la m oral y la re ­ 10


ligión. B asán d o m e en experiencias de p sico terap ia - la s m ías y las de o tras m u c h a s p erso n as-, he llegado a la conclusión de q u e aquellos q ue en su infancia fian sido m a ltra ta d o s sólo p u ed en in te n ta r cu m p lir el c u a rto m a n d a m ie n to (« H o n rarás a tu p a d re y a lu m ad re» ) m e d ia n te u n a re p re sió n masiva y u na diso elación de sus v erd ad era s em ociones. N o pueden ve­ n e r a r y q u erer a sus p adres, p o rq u e inconsciente­ m e n te siem pre los h an tem ido. Incluso a u n q u e asi lo deseen, so n incapaces de d e sa rro lla r con ellos una iv laeión d isten did a y llena de con lianza. P o r lo general, establecen con ellos un lazo en leí m izo, c o m p u esto de m ied o y de sen tid o del deber, pero al que, salvo en apariencia, difícilm ente p u ed e llam arse a m o r verdadero. A esto hay que a ñ a d ir que las p erson as m a ltra ta d a s en su infancia a m e n u d o al­ b erg an d u ra n te toda su vida la e sp eran za de recibir, al (m, el a m o r que n u n c a han experim entado . Tales e s p eran za s refu erzan el lazo con los padres, que la religión llama a m o r y alab a co m o virtud. P or d esg ra­ cia, este refu erzo se p ro d u ce tam bién en la m ay o ría de las terapias, regidas p o r la m o ral tradicional; sin em bargo , es el cu erp o el que paga el precio de dicha ccmeepc ión ni ora 1. C uand o u n a p erso na cree que siente lo que debe s e n tir y c o n sta n te m e n te tra ta de no sen tir lo que se p ro h íb e sentir, cae enferm a, a no ser que les p ase la p a p e le ta a sus hijos, utilizándolos p a ra proyectar' so­ bre ellos inconfesadas em ociones. En mi opinión, es­ tam o s an te un proceso psieobiológico que lia p e r m a ­ necido oculto d u ra n te m ucho, m u c h o tiempo, iras las exigencias religiosas v morales.


La prim era parte del presente lib ro m u é s ira osle p ro ceso m ediante el historial de diversos personajes y escritores. Las dos partes siguientes a b o rd a n vías de co m un icació n au tén tica p ara salir del círculo vi cioso del autoengaño y p e rm itir la liberación de los síntom as.

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Introducción: Cuerpo y m oral

Con b a s ta n te frecu en cia el cu erp o reaccio n a con e n ferm ed ad e s al m en o sp recio c o n s ta n te de sus fu n ­ ciones vitales. E n tre éstas se e n c u e n tr a la lealtad a n u e s tra v e rd a d e ra historia. Así pues, este libro tra ta p rin c ip a lm e n te del conflicto en tre lo q u e s e n tim o s y sabem o s, p o rq u e está a lm a c e n a d o en n u e s tro cuerpo, y lo que nos g u staría s e n tir p a ra c u m p lir con las ñor m as m o rales qu e m uy te m p ra n a m e n te in l e n o r í /a m os. S obresale e n tre o tras u n a n o rm a co n creta y poi todos conocida, el c u a rto m a n d a m ie n to , que a m enú do nos im pide e x p e rim e n ta r n u e s tro s s e n tim ie n to s rediles, c o m p ro m iso que p ag am o s con en fe rm e d a d e s corporales. El libro a p o r ta n u m e r o s o s ejem plo s a esta tesis, pero no n a r ra biografías en teras, sin o que se c e n tra p rin c ip a lm en te en cóm o es la relació n de u n a p e rso n a con unos p a d re s que, en el p asad o, la m a ltra ta ro n . La experiencia m e fía enseñado que mi cuerpo es la fuente de toda la inform ación vital que m e abrió el cam in o hacia u n a mayor1 au to n o m ía y auloconciencia. Sólo c u an d o ad m ití las em ociones q ue ta n to tiem- ' po llevaban encerradas en mi cuerpo y pude sentirlas, 13


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fui lib erá n d o m e poco a poco de mi pasado. Los sonl i m íenlo s au ténticos no pueden forzarse. E stán ahí y su rg en siem p re p o r algún motivo, a u n q u e éste suela p e rm a n e c e r oculto a n u e s tra percepción. No puedo obligarm e a q u erer a m is padres, ni siquiera a respetar­ los, c u a n d o mi cuerpo se niega a hacerlo p o r razones que él m ism o bien conoce. Sin em bargo, c u an d o trato ', de cu m p lir el cuarto m a n d a m ie n to , m e estreso, com o m e o curre siem p re que m e exijo a m í m ism a algo im ­ posible. Bajo este estrés lie vivido p rácticam en te toda mi vida. Traté de crearm e sen tim ien tos bu en os e in­ tenté ignorar los m alos p a ra vivir co n fo rm e a la m oral y al sistem a de valores que yo h ab ía aceptado. En r e a ­ lidad, p a ra ser querida com o hija. Pero n o resultó y. al fin, tuve que recon ocer que no p o d ía forzar un am o r q ue no e s ta b a ahí. Por otra parte, a p re n d í que el senti­ m ien to del a m o r se pro d u ce de m a n e r a espontánea, p o r ejem plo con m is hijos o m is am igos, c u an d o no lo fuerzo ni trato de a c a ta r las exigencias m orales. Surge ú n ic a m e n te cu an d o m e siento librera estoy ab ierta a todos mis sentim ientos, incluidos los negativos. Com prende]' que no puedo m a n ip u la r m is sen ti­ m ientos, q u e no p u e d o e n g a ñ a rm e a m í m ism a ni a los dem ás, fue p a ra mí un g ran alivio y u n a lib era­ ción. Sólo ento nces caí en la c u e n ta de c u á n ta s p e r­ son as están a p u n to de d e s b a ra ta r sus vidas p o rq u e intentan, co m o hacía yo antes, c u m p lir con el cu arto m a n d a m ie n to sin p ercatarse del precio q u e sus c u e r ­ pos o sus hijos te n d rá n q u e pagar. M ien tras los hijos se dejen utilizar, un o pu ede vivir h a s ta cien años sin reconoce]' su verdad ni e n fe rm a r a cau sa de su autoen g a ñ o .

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Claro que, tam bién, a u n a m a d re q u e a d m ita que -deb ido a las carencias sufrid as en su in fa n c ia - es in ­ capaz, p o r m u c h o que se esfuerce, de a m a r a su hijo, se la Lachará de in m o ral c u a n d o tra te de a rtic u la r su verdad. Pero yo creo q u e es p recisam en te el reco no ci­ m ien to de sus sen tim ien to s reales, desligados de las exigencias m orales, lo que le p e rm itirá a y u d a rse de verdad a sí m ism a y a su hijo, y r o m p e r el círculo del au toeng añ o. Un niño, c u an d o nace, n ecesita el a m o r de sus p a ­ dres, es decir, necesita q u e éstos le den su afecto, su atención, su protección, su cariño, sus c u id a d o s v su disposición a c o m u n icarse con él. E q u ip ad o paia la vida con estas virtudes, el cu erpo conserva un buen recu erd o y m ás adelante, el ad ulto podrá clara sus ln jos el m ism o amor. Pero c u a n d o to d o esto lalla, el que entonces era u n niño m a n tie n e de p o r vida el anhelo de satisfacer sus p rim eras funciones vitales; un anlie lo q ue de adu lto pro yectará sobre otras p erso n as. Por o tra parte, c u a n to m enos a m o r haya recibido el niño, cu a n to m á s se le hay a negado y m a ltra ta d o con el pretexto de la educación, m ás d ep en d erá, u n a vez sea adulto, de sus p ad res o de figuras sustitutivas, de q uienes esp e ra rá todo aquello que sus p ro g en ito res no le dieron de pequeño. E sta es la reacción natu ral l^del cuerpo. El cu erp o sab e de qué carece, no puede olvidar las privaciones, el agujero está ah í y espera ser llenado. Pero c u a n to m ayor se es, m á s difícil es o b te n e r de o tros el a m o r que tiem po atrás u n o no recibió de los p ad res. No obstante, las expectativas no d esap arec en c o n la edad, todo lo contrario. Las p roy ectarem o s so ­


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bre o tras personas, p rin c ip a lm en te sobre n u e stro s bi jos y nietos, a no ser q u e to m em o s conciencia de este m ecan ism o e in ten tem o s reco n o cer la realid ad ele n u estra infancia lo m ás a fondo posible aca b a n d o con la rep resión y la negación. E n to n c e s d e s c u b rire ­ mos en nosotros m ism o s a la p erso n a que p u ed e lle­ nar esas necesidades que desde n u e s tro nacimieriLo, o incluso desde antes, e sp eran ser satisfechas; p o d re ­ m o s d a rn o s a nosotros m ism o s la atención, el resp e­ to, la com prensión de n u e stra s em ociones, la p ro te c ­ ción necesaria y el a m o r in con dicio nal q u e n u estro s padres nos negaron. I’ni a que eso suceda, necesitam o s e x p e rim e n ta r el a m o r hacia ese niño q ue fuimos; de otro m od o, no ■.abremos dónde está ese amor. Si q u e re m o s a p r e n ­ d o esto en las terapias, n ecesitam o s d a r con p erso­ na', i a p a re s de acep tarn o s tal co m o som os, de p ro ­ pon ¡uñarnos la protección, el respeto, la s im p a tía y la <01 upa i na que necesitam os p a ra e n te n d e r có m o liemos sido, cóm o som os. E sta experiencia es indis­ pensable para que logrem os a c e p ta r el papel que d e­ s e m p e ñ a r o n los padres en relació n con el niño antes m enospreciado. Un te ra p e u ta que se haya p ro p u esto m odelarnos» no pu ede p ro c u ra rn o s esta experien( ¡a, y tam po co un p sico a n alista que hay a a p re n d id o que, frente a los tra u m a s de la infancia, uno debe m o strarse neutral e in te rp re ta r co m o fantasías n u es­ tros relatos. No; n ecesitam os p re c isa m e n te lo c o n tr a ­ rio, es decir, un a c o m p a ñ a n te parcial, que c o m p a rta con nosotros el h o rro r y la indignación c u an d o , paso a paso, n u estras em ocio nes vayan rev elán do no s (al ac o m p a ñ a n te y a n o so tro s m ism os) có m o sufrió ese 16


niño y p o r lo que tuvo que pasar, c o m p le ta m e n te solo, m ientras su alm a y su c u erp o lu c h a b a n p o r la vida, esa vida que d u r a n te añ o s estuvo en c o n s ta n te peligro. Un a c o m p a ñ a n te así, al que yo llam o «testigo cómplice», es lo que n ecesitam o s p ara c o n o cer y a y u ­ d ar al niño que llevam os d en tro , es decir, p a r a e n te n ­ d er su lenguaje co rp o ral e in te re s a m o s p o r sus n e c e ­ sidades, en lugar de ig n orarlas, com o h em o s hecho h a s ta ah o ra y com o h ic ie ro n n u e stro s p ad res en el p asado . Lo que acab o de d ecir es m u y realista. Con un b u en aco m p a ñ a n te , q u e sea p a r c i a l y no neutral, u n o p u e d e e n c o n tra r su verdad. D u ra n te el proceso, p u e ­ de liberarse de sus sín to m as, c u ra rs e de la d ep resió n y ver cóm o a u m e n ta n sus g an as de vivir, salir de su estado de ag o ta m ie n to y s e n tir que su energía crece en c u an to deje de n e c e sita rla p a ra r e p rim ir su vci dad. El can san cio típico de la d ep resión aparece cada vez que re p rim im o s n u e s tra s emociones, intensas, c u a n d o m in im iz a m o s los re c u e rd o s del c u erp o y no q u erem o s p restarles atención. ¿P o r qué estas evolu cio nes positivas se d an m ás b ien poco? ¿P or q u é la m a y o ría de la gente, e sp e c ia ­ listas incluidos, p refiere c re e r en el p o d e r de los m e ­ d ic a m e n to s a dejarse g u ia r p o r el cu erp o ? Es el c u e rp o el q u e sab e con e x a c titu d lo q ue nos falta, lo q u e n ecesitam o s, lo q u e tuvim os q ue s o p o rta r y lo q u e p ro v o c a b a en n o s o tro s u n a reacció n alérgica. Pero m u c h a s p e rso n a s p re fie re n r e c u r r ir a los m e d i­ c a m e n to s, las dro gas o el alcohol, con lo que el c a ­ m ino hacia la verdad se les cierra aún más. ¿Por qué?, ¿porque re c o n o c e r la verdad duele? E so es in­

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discutible. Pero esos dolor-es son p asajeros y s o p o r­ tables si se c u e n ta con una b u e n a co m p añ ía. El p ro ­ b le m a q ue veo aq u í es que falla esa co m p añ ía, p o i­ que d a la im p re s ió n de que casi todos los facultativos d e la asisten cia médica, debido a n u e s tr a m oral, tie­ n en g ran d es dificultades p a ra apo yar al niño en otros tiem p o s m a ltra ta d o y rec o n o c e r cuáles son las con se­ cuen cias de las heridas te m p ra n a m e n te sufridas. E s ­ tán bajo la influencia del c u arto m an d a m ie n to , que nos obliga a a m a r a nuestros p ad res «para que las co­ sas nos vayan bien y p od am o s vivir m ás años». Es lógico, pues, que dicho m a n d a m ie n to obstruya la cu ració n de heridas antiguas. A unque n o es de ex­ tra ñ a r q ue h asta aho ra nunca se haya hecho u n a re­ f le x i ó n pública de este hecho. El alcance y el p o d er de este m a n d a m ie n to son enorm es, p o rq u e se ali­ m e n ta de la u n ió n que hay entre el n iñ o y sus padres. Tam poco los g ran des filósofos y escritores se a tre ­ vieron ja m á s a rebelarse c o n tra este m an d a m ie n to . A p e s a r de su d u r a crítica a la m o ra l cristiana, la fa­ milia de N ietzsche se libró de d ich a crítica, pues en todo ad u lto al que en el p asad o m a ltra ta r o n a n id a el m iedo del n iñ o al castigo cad a vez que in te n ta b a q u e ­ jarse del p ro c e d e r de sus padres. Pero a n id a rá sólo en tanto que este sea inconsciente; en c u a n to el adulto Lome conciencia de él, irá d e sap arec ie n d o p rog resi­ vam ente. La m o ra l del cu arto m a n d a m ie n to , u n id a a las ex­ p ectativas del niño de entonces, lleva a que la gran m ay o ría de consejeros vuelva a o frecer a los que bus­ can ayuda las n o rm a s de e d u c a c ió n con las que cre­ cieron. M uchos consejeros s u p e d ita n sus viejas ex18


peclativas m ed ian te in n u m e ra b le s hilos a sus propios padres, llam an a eso a m o r e in te n ta n o frecer a los d e­ m ás ese tipo de a m o r co m o solución. P redican el per­ d ón com o ca m in o de c u ra c ió n y da la im presión de que no saben que este cam in o es u n a tra m p a en la que ellos m ism o s han q u e d a d o atrapado s. El p e r ­ d ón n u n c a h a sido cau sa de c u ra c ió n (véase A. Miller 1990/2003). Es significativo que, desde hace miles de anos, vi vam os con un m a n d a m ie n to que h a sta el día de hoy casi nad ie ha cuestio nad o, p o rq u e apoya el licclit» li siológico de la u n ió n en tre el niño m eim spiei indo \ sus padres; así, nos c o m p o rta m o s co m o si aun luci a m o s niños a los que se p ro h íb e c u e s tio n a r las órdenes de los padres. Pero, co m o ad u lto s conscientes, tene­ m os derecho a fo rm u la r n u e s tra s preguntas, a u n q u e sep am o s lo m u c h o que a n u e stro s padres les h abrían d esco n certad o en el pasado . Moisés, que en n o m b re de Dios im p u so al pueblo sus diez m a n d a m ie n to s, fue tam b ién un niño re c h a ­ zado (por necesidad, en efecto, pero lo fue). Com o la m ay o ría de los niñ os rech azad o s, alb ergaba la espe­ ra n z a de co nsegu ir algú n día el a m o r de sus padres esforzándose p o r ser com p ren siv o y respetuoso. Sus p ad res lo a b a n d o n a r o n p a ra protegerlo de la p e rse c u ­ ción, pero desde su c u n a de m im b re el beb é ap en as p u d o e n te n d e r esto. Tal vez el Moisés ad u lto dijera: «Mis p ad res me a b a n d o n a r o n p a r a protegerm e. Es algo que no p ued o to rn a rm e a mal, d ebo estarles agradecido por salvarme la vida». Sin embargo, el niño p u d o h ab er sentido esto: «¿Por qué m is pad res m e r e ­ chazan? ¿P or qué c o rre n el riesgo de que m e ahogue?


¿Acaso n o rae quieren?». La desesp eració n y el m iedo a morir, los s e n tim ie n to s au tén tico s del n iñ o peq ueño alm a c e n a d o s en su cuerpo, p e rm a n e c e rá n vivos en Moisés y7 le g o b e rn a rá n c u a n d o ofrezca el Decálogo a su pueblo. A g ran d es rasgos, el c u arto m a n d a m ie n to p u ed e e n te n d e rse co m o u n seguro de vida de los h o m b re s ya m ayores, cosa q u e en aquella época, no en la actu alid ad, era necesario. Pero c o n s id e rá n d o ­ lo con aten ció n , con tien e u n a am en aza, quizás un chantaje, que hoy en d ía sigue ejerciéndose. Es el si­ guiente: «Si quieres vivir m u c h o s añ os debes h o n r a r a tus padres, a u n q u e n o lo m erezcan ; de lo contrario , m o t i rás p r e m a tu ra m e n te ». 1.a m ayoría de las p erso n as se atien en a este m a n ­ da m íe n l o , pese al descon cierto y el m ied o que provoi a < reo que va es hora de que nos to m e m o s en serio las heridas de la infancia y sus con secu encias, y nos libr em o s de este precepto. E so no significa que ten: ....... que pagar con la m ism a m o n e d a a nuestros padres, va ancianos, y tra ta rlo s con crueldad, sino que d e b e m o s verlos co m o eran, tal co m o nos tratai o n c u a n d o é ram o s pequ eño s, p a r a lib erarn os a n o ­ so tro s m ism os y a n u e stro s hijos de este m od elo de c o n d u c ta . Es preciso que nos d e s p re n d a m o s de los padres que tenem os in terio rizad os y que co n tin ú an destruyéndonos; sólo así te n d re m o s ganas de vivir y a p re n d e re m o s a resp etarn o s. Algo que no po d em o s a p re n d e r ele Moisés, que con el cu arto m a n d a m ie n to desoyó los m ensajes de su cuerpo. Claro q u e no era consciente de ellos y no p u d o h acer o tra cosa. Pero, p recisam ente p o r eso, este m a n d a m ie n to no d ebería ten er sobre nosotros n in g ú n p o d er coercitivo. 20


E n todos m is libros he in te n ta d o m o s tr a r de dife­ rentes m a n e ra s y en d istin to s contextos c ó m o el e m ­ pleo de u n a pedagogía v e n e n o sa en la infancia lim ita m ás tarde n u estra vida, d a ñ a se ria m e n te y h a s ta a n i­ quila la percepción de q u ién es s o m o s en realidad, de lo que sen tim o s y n ecesitam os. La ped ag o gía v en en o ­ sa ed u ca a p erson as c o n fo rm is ta s que sólo pueden co nfiar en sus m ásc aras, p o rq u e de n iñ o s vivieron con el te m o r co n sta n te al castigo. «Te e d u c o por tu p ropio bien», decía el p rin cipio su p rem o , «y a u n q u e te pegu e o te hum ille de p alab ra, es so la m e n te p o r tu bien.» El escrito r y p re m io N obel h ú n g a r o Inu e Kertész habla en su fam osa o b ra S in d estino de su llegada al c a m p o de c o n cen tració n de Auschvvilz. Por aquel en tonces sólo tenía q u in ce años, y describe c o n preci sión có m o trató de in te rp r e ta r de form a positiva lo d o aquello que, a su llegada, le resu ltó a b slru so v cruel, p o rq u e, de lo co n trario , su m ied o a la nu'iei Ir lo lia b ría m atado. P ro b ab le m e n te tod os los n iñ o s m a ltra ta d o s ten gan q ue a d o p ta r sem e ja n te actitu d p a ra sobreviva In te rp re ta n sus p ercepcion es e in ten tan ver b uenas acciones d o n d e un e sp e c ta d o r d etectaría un crim en obvio. Si carece de u n testigo q u e le ayude, un niño no tiene elección, está a m erced de su p e rse g u id o r y se ve obligado a r e p rim ir sus em ociones. Sólo podrá elegir m ás adelante, de adulto, si tiene la su erte de e n c o n tra rs e con un testigo cóm plice. E n to n ce s podrá a c e p ta r su verdad, d ejar de c o m p a d e c e rse de su ver­ dugo, d ejar de en ten derlo y de q u e re r s e n tir p o r él sus propios sentim ien tos d iso ciad os no vividos; po21


eirá c o n d e n a r sus actos con claridad. Este p a so supo ne u n gran alivio p a ra el cuerpo, q ue ya no tendrá que reco rd arle con a m e n a z a s a la p a r te ad u lta la trá ­ gica historia del niño; en c u a n to el ad u lto esté d is­ p u e s to a con ocer toda su verdad, se se n tirá c o m p r e n ­ dido, resp etad o y protegido por el cuerpo. Llam o malos tratos a este tipo de «educación» ba­ sada en la violencia. Porque en ella no sólo se le nie­ gan al niño sus derechos de dig nid ad y respeto p o r su ser, sino que se le exea, adem ás, u n a clase de régimen totalitario en el que le es p rácticam en te im posible per­ cibir las hum illaciones, la d eg rad ació n y el m en o sp re­ cio de los que ha sido víctima, y m eno s au n defender­ se de éstos. El adulto rep ro du cirá después este modelo de educación con su pareja y sus propios hijos, en el trab ajo y en lá política, en todos los lugares donde, si­ tuado en un a posición de fuerza, p u e d a disipar su m iedo de n iñ o desconcertado. S urgen así los dictado­ res y los déspotas, que n u n ca fueron resp etado s de p e ­ q ueño s y que más adelante in te n ta rá n ganarse el respeto por la fuerza con ayuda de su gigantesco poder. P recisam en te en la política p u ed e observarse có m o la sed de p o d e r y rec o n o c im ie n to no cesa n u n ­ ca, y n u n c a se sacia. C uanto m á s p o d e r o sten ten es­ tos dirigentes, m ás im pelidos e s ta rá n a co m e te r ac­ ciones que, p o r la com pu lsió n a la repetición, vuelven a situarles en la an tigua im p o te n c ia de la que quieren huir: H itler acabó en un búnker, Stalin se instaló en su m ie d o paranoico, M ao fue fin alm en te rechazad o p o r su pueblo, N apoleón acab ó en el destierro, Milo­ sevic en la cárcel, y el vanidoso y p re su n tu o s o S a d ­ d am H u ssein en su pozo. ¿Qué es lo que impulsé) a 22


estos h o m b re s a h a cer ta n m al u so del p o d e r que h ab ían conseguido p a ra que se to m a ra im potencia? Desde m i p u n to de vista, sus cu erp o s conocían a la perfección la im p o ten cia de sus infancias, p o rq u e h a ­ bían alm acenado esa im potencia en sus células y q u e­ rían sacudirla p a ra que to m a ra n co nciencia de ella. Sin em bargo, a todos estos d ictad ores les d a b a tanto m iedo la realid ad de sus infancias qu e prefirieron d e s tru ir pueblos enteros y d ejar que m u rie ra n mi Hu­ nos de p erson as a sen tir su verdad. N o d e se n tra ñ a ré en este libro los móviles de los dictadores, a u n q u e el estud io de sus biografías me re sulla de lo m ás esclarecedor, sino q u e me ce n tra ré en p erso nas que tam b ién fu eron e d u c a d a s a través de la pedagogía venenosa, pero que no sintiero n la necesi­ d ad de con seg uir u n p o d er inm enso. A diferencia de los tiranos, sus sen tim ien tos de ra b ia e indignación, su p rim id o s m e d ia n te la pedag og ía venenosa, no fue­ ron dirigidos hacia o tras personas; antes bien, se vol­ vieron d estru ctiv am en te c o n tra ellos m ism os. E n fe r­ m aro n , sufrieron diversos sín to m as o m u rie r o n m uy jóvenes. Los de m a y o r talento se con virtieron en es­ critores o artistas plásticos, y c iertam en te p la sm a ro n la v erdad en la lite ra tu ra y en el arte, p e ro siem p re d i­ sociada de sus propias vidas; disociación que p a g a ­ ro n con enferm ed ades. E n la p rim e ra parte p resen to algunos ejem plos de esas biografías trágicas.

U n equipo de investigación de S an Diego ha en cu estad o a diecisiete mil personas, con un prom ed io de edad de c in c u e n ta y siete años, sob re su in lan eia y 23


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so bre las e n ferm ed ad e s que h a b ía n p adecido a lo lar go de sus vidas. El resu ltad o fue que el n ú m e ro de en í'erm edades graves en niños que h a b ía n sido m allín tados era m u c h o m a y o r que en las p erso nas que h a b ía n crecido sin m alos trato s y sin palizas «educa Livas». Con el paso del tiem po, estas ú ltim as no pad e­ cieron en ferm ed ad e s dignas de m ención. El breve artíc u lo se titulaba: «VVie m a n au s Gold Blei machi» [Cóm o co nv ertir el o ro en plom o], y el co m en tario de su autor, que fue quien m e envió el artículo, era: «Las resu ltad os son evidentes y significativos, pero se han escondido, se h a n ocultado». ¿P or qué se o cu ltaro n? P o rq u e no p u eden publi­ carse sin que se inculpe a los p ad res, y la verdad es que eso en n u e stra so cie d ad sigue esta n d o prohibido, hoy m á s que antes. M ientras tan to , en tre los especia­ listas ha ido extendiéndose la o p in ió n de que el su fri­ m iento aním ico en los adu ltos es h e re d ita rio y no de­ bido a heridas co ncretas ni al rech azo de los padres su fr id o s d u ra n te la infancia. Asim ism o, las esclarece(loras investigaciones de' los años s e te n ta acerca de la infancia de los esquizofrénicos no se d ie ro n a c o n o ­ cer al g ran público, sino sólo en revistas especializa­ das. La creen cia en la genética, a p o y ad a por el fu n d a ­ m ental ismo, sigue co se c h a n d o triunfos. En este aspecto se c e n tra el c o n o c id o psicólogo clínico b ritán ico Oliver J a m e s en su libro The.y F*** Yon Up [Te jo d iero n ], de 2003. No o b sta n te , en c o n ­ ju n to , es Le estu d io p ro d u c e u n a im p re s ió n c o n tr a ­ dictoria: por un lado, su a u t o r se a c o b a r d a an te las im plicacio nes de sus c o n o c im ie n to s e incluso señala ex p lícitam en te que tío d eb e h a c e rse a los p ad res res24


ponsables del s u frim ie n to de sus hijos; p o r o tro lado, J a m e s d e m u e s tra de fo rm a co n clu yente, m e d ia n te n u m e ro so s resultad os de investigaciones y estudios, que los factores genéticos d e s e m p e ñ a n un papel m uy p eq u eñ o en el desarrollo de en fe rm e d a d e s a ni m icas. El te m a de la infan cia ta m b ié n se evita c u id a d o sa m e n te en m u ch as de las terap ias actu ales (véase A Mi 11er 2001). Al principio se a n im a a los pacien tes a d a r rie n d a suelta a sus e m o c io n e s m á s intensas, pero con el d e s p e rta r de las em o cio n es suelen a d o r a r los recu erd o s rep rim id o s de la infancia, re c u e rd o s del abuso, la explotación, las hum illacion es y las heridas su frid as e n los p rim e ro s añ o s de vida. Y eso a m e n u ­ do s u p e ra al terapeuta. No p u e d e tr a ta r todo esto c u a n d o él no h a re c o rrid o este cam in o . Y co m o los terap eu tas q ue lo h an re c o rrid o son los m enos, la m a y o ría ofrece a sus pacientes la pedagogía veneno ­ sa, es decir, la m ism a m oral q u e en el p a s a d o les hizo enferm ar. El c u erp o no en tiend e esta m oral, el c u a rto m an - ; d a m ie n to no le sirve de p rov ech o y tam p o co se deja e n g a ñ a r p o r las palab ras, c o m o hace n u e s tr a m ente.; El cuerpo es el g u ard ián de n u estra verdad, p o rq u e lle­ va en su interior la experiencia de toda n u estra vida y vela p o r que vivamos con la verdad de n u estro o rg a ­ nism o. M ed ian te síntom as, nos fuerza a a d m itir de m a n e r a cog.nit.iva esta v erd ad p a ra que p o d a m o s co­ m u n ic a rn o s a rm o n io s a m e n te con el niñ o m e n o s p re ­ ciado y hum illado q ue h a y en no sotro s.

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P e rso n a lm e n te , ya desde los p rim e ro s m eses de vida fui e d u c a d a a base de castigos p ara obedecer Claro está, n o fui consciente de ello d u r a n te décadas. Por lo que mi m a d re m e contó, de p eq u eñ a me poi ta­ b a ta n b ie n q u e n o tuvo ningiln p ro b le m a conmigo. Según ella, fue gracias a q u e m e ed u có de m anera co n se c u e n te c u a n d o yo era un bebé indefenso; de ahí que d u r a n te ta n to tiem p o n o tu viera ningún recuerdo de mi infancia. Fue d u r a n te m i ú ltim a terap ia c u a n ­ do m is e m o cio n es intensas m e in fo rm a ro n sob re mis recuerdos. É stos sé ex terio rizaron relacio n ad o s con o tra s perso n as, pero m e resu ltó m á s fácil averiguar su procedencia integrándolos co m o sentim ientos c o m ­ p ren sib les p a r a re c o n s tru ir la h isto ria de mi p rim e ra infancia. Así fue com o p e rd í los an tig u o s m iedos, h a s ta en to n ces in co m p ren sib les p a r a raí, y gracias a u n a c o m p a ñ ía cóm plice con segu í q u e las viejas h e ri­ das cicatrizaran . E sto s m iedos e s ta b a n so bre todo vinculados a mi n ecesid ad de co m u n icació n , a la q u e mi m a d re no sólo n u n c a respondió, sino q ue incluso, d e n tro de su rígido sistem a educativo, castig a b a p o r considerarla u na descortesía. La b ú s q u e d a de c o n ta c to y de inte­ racción se m an ife stab a en p r im e r lu g a r con lágrim as y, en segundo, con la fo rm u lació n de p reg u n tas y la c o m u n ic a c ió n de m is pro pios s e n tim ie n to s e ideas. Pero c u a n d o lloraba recib ía u n cachete, a m is pre­ g u n tas se m e c o n testa b a con u n m o n tó n de m entiras, se m e p ro h ib ía exp resar lo que sentía y pensaba. Com o castigo, m i m a d re solía volverm e la espalda y se p a s a b a días enteros sin d irigirm e la palabra; yo me sentía c o n sta n te m e n te bajo la a m e n a z a de ese silen26


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cío. D ado que ella no m e q u e ría co m o yo rea lm e n te era, m e vi obligada a ocultarle siem p re m is v erdad e­ ros sen tim ien tos. Mi m a d re podía te n e r a rre b a to s violentos, pero carecía p o r co m pleto de la c a p a c id a d de reflexionar sobre sus em ociones y p r o fu n d iz a r en ellas. Com o desde p eq u e ñ a vivió fru s tra d a y fue infeliz, siem pre m e cu lp ab a a m í de algo. C uan d o yo m e d efen día de esta injusticia o, en casos extrem os, in te n ta b a d e m o s ­ trarle mi inocencia, ella se lo to m a b a c o m o u n a taq u e que solía castig ar co n dureza. C o n fu n d ía las em o c io ­ nes con los hechos. C uan d o «se sentía» a ta c a d a por m is explicaciones, d a b a p o r s e n ta d o que yo la había atacado . P ara p o d e r e n te n d e r que sus sen !im ien io s te n ía n otras cau sas ajenas a mi c o m p o rta m ie n to lia bría n ecesitad o la cap acid ad de reflexión. Pero vo n u n c a la vi a rre p e n tirse de nada, siem p re considera ba q u e «tenía razón», lo que convirtió mi infancia en u n régim en totalitario.

E n el p re se n te libro in te n ta ré explicar m i tesis acerca del p o d e r destructivo del cu arto m a n d a m ie n to a b o rd á n d o lo e n tres aspectos distintos: en la prim era parte, analizaré las vidas de diversos escritores que, in con scientem ente, d escrib iero n en sus o b ras la ver­ d a d de sus infancias. No eran conscientes de esa ver­ dad, esta b an b lo q u ead o s debido al m ied o q u e sentía aquel niño p e q u e ñ o que, de fo rm a disociada, aú n vi­ vía en su interior, y co m o adultos, ese m ie d o les im ­ p ed ía creer q ue s ab er la verdad no conllevaba u n p e­ ligro de m uerte. Dado que, en n u e s tra sociedad, y


ta m b ié n en todo el m u nd o, este m ie d o está respalda d o p o r el m a n d a m ie n to que nos obliga a honrai a n u e s tro s padres, el te m o r p e r m a n e c e disociado, no p uede asim ilarse. Fue m uv alto el precio que du hos escritores p ag a ro n p o r esta su p u e sta solución, p*>i esta desviada idealización de los padres, p o r esta n e­ gación del peligro real en la m ás tierna infancia, que dejó m iedos fu nd ad o s en el cuerpo, co m o verem os en los ejem plos que e n u m eraré en su m om en to. Por des­ gracia, p od rían añ ad irse m u c h o s m á s escritores. Los casos expuestos m u estran con claridad que estas per­ s o n a s pagaron la relación con sus padres con graves enferm ed ad es, m uertes te m p ra n a s o suicidios. La o cultación de la verdad del s u frim ie n to en sus infani ias se con trad ecía p len am en te con la s ab id u ría de sus cu erp o s, sab id u ría que se p lasm ó en sus escritos pero de m an era inconsciente; el cuerpo, h a b ita d o p o r el imio antes despreciado, siguió sin tién d o se siem p re un om pi en d ido y no respetado. Uno n o p u ed e h ab lar­ le al c u erp o de preceptos éticos. Sus funciones, com o la respiración, la circulación, la digestión, reaccionan solo a las em ociones vividas y no a preceptos m o r a ­ les. I '.l c u erp o se ciñe a los hechos. Desde qu e estudio la in llu en cia q ue ejerce la in ­ fancia so b re la vida adulta, he leído m u c h o s diarios y n u m e ro sa c o rre sp o n d e n c ia de escritores q ue m e lian parecido p a rtic u la rm e n te in teresan tes. Kn cada uno de sus co m en tario s he e n c o n tra d o claves p a ra c o m ­ p re n d e r sus obras, su b ú s q u e d a y su sufrim ien to , que e m p ezó en la infancia, pero cuya tragedia p e r m a n e ­ ció inaccesible a sus conciencias y a sus vidas afee! i vas; en cam bio, en sus o b ras sí he d e te c ta d o este dra


m a - p o r ejem plo en las de Dostoïevski, N ietzsch e y R im b a u d -, y pensé que lo m ism o h a b r ía p o d id o sucederles a o tro s lectores. Me en frasq u é en sus bio­ grafías y c o n sta té que en ellas se d a b a n n u m e ro so s detalles de las vidas de esos escritores, de facto res ex­ ternos, pero que a p en as si se alu d ía a la m a n e r a en que el individuo hacía frente a los tra u m a s de su in­ fancia, a cóm o le habían afectado y m a rcad o . H a ­ b lan d o con estud io sos de la literatu ra m e di cu en ta, ad em ás, del escaso o n in g ú n interés que en ellos s u s­ citab a este tem a. La m ay o ría reaccio n ó a m is p r e g u n ­ tas con v erd ad ero desconcierto, com o si mi inten ció n h u b iera sido e n fre n ta rm e con ellos p o r algo ind ecen­ te, casi obsceno, y en seg u id a d esviaron el tem a de la conversación. Pero no to do s lo hicieron. Algunos m u s i r á n i teres p o r el p u n to de vista que sugerí y me e n tre g a n m u n valioso m aterial biográfico, del que d esd e hacia tiem po tenían co n o cim ien to p ero que hasta ento nces les h ab ía p arecid o insignificante. Son p re c isa m e n te estos datos, p asad o s p o r alto y quizás ig no rad os por la m ay o ría de biógrafos, los que he p u esto de relieve en la p rim e ra p arte de este libro. Eso m e ha obligado a c e n tra rm e en un ú n ico aspecto, r e n u n c ia n d o a la exposición de otros aspectos vitales de igual im p o r tancia. P o r esLe m otivo, el libro p o d ría p a re c e r esque m ático o red u ccio n ista, cosa que acepto, p o rq u e 110 qu isiera que, con d em asia d o s p o rm e n o res, el lector se a p a r ta r a del hilo c o n d u c to r del libro: la evidencia de las relaciones en tre el cuerpo y la m oral. Todos los escritores que ap are c e rá n citados, a ex­ cepción tal vez de Kafka, no sab ían lo m u c h o que, de 29 1


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p eq u eñ o s, h a b ía n sufrido p o r ca u sa de sus padres, v de adultos «no les g u a rd a ro n rencor», al m e n o s no co nscien tenien te, idealizaro n a sus p ad res p o r eom pleto; así q u e sería m u y poco realista s u p o n e r que p u d iero n h a b e r h e c h o frente a sus p a d re s con su ver­ dad, verdad que el n iñ o convertido en a d u lto no co­ nocía p o rq u e su co n cien cia la hab ía rep rim id o . Esta ig n o ra n cia constituye la trag edia de sus vi­ das, en su m a y o ría breves. Los precep tos m orales les im p id ieron , pese a su brillante talento, re c o n o c e r la verdad que su c u erp o les revelaba. No p u d ie ro n ver q u e es ta b a n sacrifican do sus vidas p o r sus p adres, a u n q u e lu ch aran , co m o Schiller, p o r la libertad, o, co m o R im b a u d y M ishima, ro m p ie r a n - a l m en o s a p a r e n t e m e n t e - t o d o s los tab ú es m orales; o tra sto c a ­ ra n , com o Joyce, los cán o n es literarios y estéticos de su tiem p o o, co m o Proust, vieran crítica y lú c id a m e n ­ te la b urguesía, pero no el su frim ien to q u e les ocasio­ n a b a su p ro p ia m a d re , s u p e d ita d a a d ich a b urguesía. Me he c e n tra d o p recisam en te en estos aspectos, en la perspectiva del cu erpo y la m oral, p o rq u e , que yo sepa, sobre ellos a ú n no se ha p u b lic a d o n a d a en n i n ­ g u n a parte.

E n el p resen te libro he rec u p e ra d o alg u n as ideas de m is libros an terio res p a ra explicarlas desde esta n uev a perspectiva y fo rm u la r p re g u n ta s qu e p e r m a ­ n e c ía n sin contestar. Ya desde W ilhelm Reich, la ex­ perien cia terapéu tica hizo p a te n te q u e las em o cio n es in ten sas siem p re se p u eden rescatar. P ero hoy este fe­ n ó m e n o ha podido an alizarse con m a y o r p rofu nd i30


dad; h a sido gracias al tra b ajo de investigadores del f u n c io n a m ie n to del cerebro, co m o Jo seph LeDotix, Antonio R. D am asio, B ruce D. P erry y otros m uchos. E n la actualidad sab em o s que, p o r u n a parte, n u e stro c u erp o g u a rd a m e m o ria a b s o lu ta m e n te de Lodo lo que h a vivido algu na vez; y, p o r otra, que gracias al tra b ajo terap éu tico sobre n u e stra s em ociones ya no esta m o s co n d e n a d o s a descargarlas en n u estro s hijos o en n u e s tro p ro p io sufrim iento. P o r eso en la segun­ da parte m e he cen trad o en h o m b re s y m u je re s de hoy q ue están decididos a a fro n ta r la v erdad de su in ­ fancia y a ver a sus p a d re s con realism o. P or d e s g ra ­ cia, a m e n u d o el posible éxito de u n a terap ia e n c u e n ­ tra obstáculos si ésta se guía p o r el dictado de la moral, y el paciente, au nq ue ya sea adulto, no puede entonces liberarse de la compulsión a deberles a los padres amoi o gratitud. De esta m anera, los sentim ientos auténticos alm acenados en el cuerpo p erm an ecerán bloqueados, cosa q ue pasará factura al paciente, pues los graves sín to m as tam b ién p erm an ecerán . Me im ag ino q u e las p erso n as que h ayan em p ren d id o m ás de u n in ten to de terapia fácilm ente se h a b r á n topado con esta p ro b le ­ m ática. r

Al p ro fu n d iz a r en la relación e n tre el c u erp o y la m oral, di con dos aspectos m ás que, a excepción del p ro b le m a del perd ó n , eran nuevos p a r a mí. P o r u n a parte, me p re g u n té qué s e n tim ie n to era ese al que tam b ién de ad u lto s segu im o s llam an d o « am or a los padres»; y, p o r otra, co nstaté que el cuerpo se p asa la vida e n te ra b u scan d o el alim en to que con ta n ta u r ­


gencia necesitó en la in fa n cia p ero que n u n ca iv< i bió. E n m i opinió n, p re c isa m e n te ah í es d o n d e reside el origen del s u frim ien to de m u c h a s person as. La tercera parte del libro m u e s tra cóm o, a través de u n a «enferm edad reveladora», que se m anifiesta de m a n e r a m u y peculiar, el c u e rp o se revuelve con tra u n a a lim e n ta c ió n in ap ro p ia d a. El c u erp o necesita la verdad a toda costa. H asta q ue ésta sea reconocida, m ie n tra s los s e n tim ie n to s au tén tico s de u n a p e rso n a hacia sus p a d re s sigan siendo ignorados, la p e rso ­ na no se lib ra rá de los síntom as. S irviénd om e de u n lenguaje sencillo, he q u e rid o reflejar el d r a m a de los pacientes con trastorno s alim en tario s, que crecieron sin c o m u n ic a c ió n em ocional, u n a c o m u n ic a c ió n que tam p o co tuvieron en sus tra ta m ie n to s. Me alegraría que mi descripció n a y u d a ra a algu no s de estos p a ­ cientes a en te n d e rse m ejor a sí m ism os. E n el diario ficticio de Añila F in k se identifica c la ra m e n te cuál es la tan significativa fuente de la d e s e sp e ra n z a (que no s o lo afecta a las p e rso n a s anoréxicas, sino ta m b ié n a otros enferm os): el fracaso de u n a co m u n icació n au tén tica con los p a d re s en el pasado, u n a c o m u n ic a ­ ción q u e se buscó en vano d u ra n te tod a la infancia. Sin em b arg o , el ad u lto p o d rá ir s u p e ra n d o esta b ú s ­ q u ed a poco a poco en cu an to sea cap az de estab lecer a u té n tic a c o m u n ic a c ió n con o tras perso n as.

La tra d ic ió n del sacrificio infantil está p r o fu n d a ­ m ente a r ra ig a d a en la m ayo ría de las c u ltu ra s y reli­ giones, p o r eso en n u e s tra cu ltu ra o ccidental se accp ta y se tolera con gran n atu ralid a d . E s cierto (pie ya 32


no sacrificam os a n u e s tro s hijos a Dios, co m o Abrah am estaba disp uesto a h a c e r con Isaac, pero ya d e s­ de que nacen, y después, d u ra n te toda su ed ucació n, les carg am o s c o n el d e b e r de q u e re m o s , h o n r a m o s y obedecernos, de a lc a n z a r m e ta s p o r nosotros, de s a ­ tisfacer n u e s tr a am b ició n , en u n a p alabra, de d a m o s todo aquello q u e nos n e g a ro n n u e stro s p ad res. A eso lo llam am o s d ecen cia y m oral. El niño ra ra s veces tiene elección. Si es preciso, se esfo rzará to d a su vida p o r darles a sus pad res algo de lo que carece y que desconoce, p o rq u e n u n c a lo h a o b ten id o de ellos: un a m o r a u té n tic o e in condicional, no sólo p a r a c u b rir las ap arien cias. Aun así, se esforzará, p o rq u e incluso co m o ad ulto cree q u e n ecesita a sus p ad res y, a pesarde Lodos los d esen gañ os, sigue alb e rg a n d o la e sp e ­ ra n z a de o b te n e r algo b u e n o de ellos. Si el a d u lto n o se lib era de ese peso, este esfuerzo p ued e ser su perdició n. P ro du ce ilusión, co m pu lsió n, a p a rie n c ia y au to en g añ o . <, El vivo deseo de m u ch o s p ad res de ser qu erid o s y h o n ra d o s por sus hijos e n c u e n tra su su p u esta legiti­ m ación en el c u a rto m a n d a m ie n to . E n cierta ocasión, vi p o r casualidad en televisión un p ro g ra m a sobre este tem a en el que Lodos los religiosos invitados, que profesaban diversas creencias, a firm a ro n que h abía que h o n r a r a los padres al m arg en de lo q ue h u b ieran hecho. Es así com o se incentiva la d ep en d en cia de un niño, y los creyentes n o sab en que, de adultos, p u ed en a b a n d o n a r esta posición. A la luz de los c o n o cim ien ­ tos actuales, el cu arto m a n d a m ie n to encierra u n a contradicción. Es v erd ad que la m o ra l p ued e d ictar lo que debem os y no d eb em os hacer, pero n o lo que de33


hem os sentir. P orque no p od em o s p r o d u c ir ni d i mi n a r sen tim ien to s auténticos; lo ú n ico que podem os h acer es disociarlos, m e n tim o s a n o so tro s m ism o s y en g añ ar a n u e stro s cuerpos. Aunque, co m o he dicho antes, n u estro cerebro h a alm acen ad o n u estras e m o ­ ciones, y éstas so n recuperables, p o d e m o s revivirlas y, p o r fortuna, se p u e d e n tra n sfo rm a r sin peligro en sen ­ timientos conscientes, cuyo senLido y causas p o d re­ m os reco n o cer si darnos con un testigo cóm plice. La e x tra ñ a idea de q u e d eb em o s a m a r a Dios p a ra que no n o s castigue p o r h a b e rn o s reb elad o y h ab erlo d ecepcion ad o, y nos re c o m p e n se con su a m o r m iseri­ cordioso, es tam b ién u n a m a n ife sta c ió n de n u e s tra dep en dencia y necesidad infanlil, al igual que la acep ­ tación de que Dios, co m o n u estro s p ad res, está se­ diento de n u e s tro amor. P ensán do lo bien, ¿no es ésta u n a idea del todo grotesca? U n ser su p re m o , que de­ p en de de sen tim ien to s falsos p o rq u e la m oral así lo d ictam ina, re c u e rd a m u c h o la necesidad que ten ían n u estro s p a d re s fru strad o s y no a ü tó n o m o s. Sólo las p e rso n a s qu e n u n c a h a n p u esto en tela de ju icio a sus p ro p io s p a d re s ni su p ro p ia d e p e n d e n c ia p u e d e n lla­ m a r Dios a este ser.

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Pues prefiero tener ataques y gustarle a no tenerlos y no gustarte. Marcel Prousi, Carta a su madre

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La veneración a los padres y sus trágicas consecuencias Dostoievski, Chéjov, Kafka, Nietzsche

Al e s tu d ia r a dos a u to re s rusos, Chéjov y Dos­ toievski, cuyas o b ras ta n to significaron p a ra m í en m i ju v en tu d , d escu b rí q u e en el siglo xix el m e c a n is ­ m o de disociación esta b a a la o rd en del día. C uando, al fin, logré d e s h a c e rm e de m is ilusiones con res pet­ to a m is p a d re s y ver c la ra m e n te las co n secu en cias q u e sus m alo s trato s h a b ía n tenido en mi vida, abrí los ojos y m e fijé en h ech o s a los q u e an tes n o había d a d o im p o rta n c ia alguna. P o r ejem plo, en una bio­ grafía so bre Dostoievski, leí que su p adre, q u e e m p e ­ zó ejerciendo de m édico, h eredó h acia el final de su vida u n a finca con cien siervos. Y los tra tó con tal violencia q u e éstos a c a b a ro n m atán d o lo . La b ru ta li­ d a d de este h a c e n d a d o debió, de exceder en m u c h o a la n o rm alid ad ; de lo co n trario , ¿qué explicación tiene que los esclavos, en general a m e d re n ta d o s, prefirie­ ran el castigo de la expulsión a seg uir su frien d o bajo ese rég im e n de terro r? Así pues, cabe s u p o n e r q u e el hijo de este h o m b re tam b ién estuvo expuesto a esta b rutalidad; y yo q u ería ver có m o el a u t o r de novelas co n o cid as en tod o el m u n d o h a b ía a sim ilad o esta si­ tuación en su h isto ria personal. N a tu ralm en te, c o n o ­ 37


cía su d e s c rip c ió n del p a d re d es p ia d a d o en la novela Los h erm a n o s Karamazov, pero lo que yo qu ería era s a b e r c ó m o h a b ía sido su v e rd a d e ra relación con su padre. De m o d o que b u s q u é en sus carias pasajes alusivos a ello. A unque leí m u c h a s , no e n c o n tré n in ­ g u n a d irig id a a su p a d re y sólo u n a m ención, en la q ue el h ijo m a n ife sta b a p o r su p a d re un cariñ o y un a m o r absolutos; en cam bio , en casi todas las cartas, Dosloievski se q uejab a sobre su situ ación eco n ó m ica y pedía a y u d a en fo rm a d e.p réstam o . A mi juicio, sus cartas reflejan con clarid ad ta n to el m iedo del niño a la c o n sta n te am en aza vital que pend ía sobre él com o la d e s e sp e ra d a e sp eran za de q u e el benevolente d esti­ n a ta rio c o m p r e n d ie ra su necesidad. C om o se sabe, la salud de Dostoievski era m u y p recaria. P a d e c ía in so m n io crón ico y se q u ejab a de que tenía p esad illas en las que, p ro b ab lem en te, aflo­ rab an s u s tr a u m a s infantiles sin que él fu era c o n s­ ciente d e ello. D u ran te d écad as sufrió, ad em ás, de ataq u es epilépticos. No o bstante, siis biógrafos a p e ­ nas h a n establecido una conexión en tre estos ataq ues y su tr a u m á tic a infancia; al igual que ta m p o c o se h a n p e rc a ta d o de que su adicció n al ju eg o de la ruleta o c u lta b a la b ú s q u e d a de un destin o favorable. Es ver­ d ad q u e su m u je r le ayu dó a s u p e ra r su adicción, pero n o le sirvió de testigo cóm plice, y en aquella época, in clu so m á s que ah o ra, n a d ie se p la n te a b a h a ­ cer el m e n o r rep ro ch e a sus padres.

Una situ a c ió n sim ilar e n c o n tré en A ntón Chéjov, quien e n su relato El padre describe, al parecer, con 38


g ran precisión a la p erso n a de su padre, u n antiguo esclavo y ex alcohólico. El relato tra ta de un h o m b re que beb e y que vive a costa de sus hijos, de cuyos éxi­ tos se ap ro p ia p a r a c u b rir sus carencias internas, p ero que n u n c a ha in te n ta d o ver c ó m o son sus hijos de verdad; u n h o m b re que n u n c a h a tenido un yes to de cariño hacia alguien ni de dignidad c o n s i g o m ism o. Este relato, u n a o b ra literaria, pei m a n n io c o m p letam en te disociado de la vida consciente di Chéjov. Si el a u to r h u biese p o d id o sen tir c o m o lo n.i tab a su padre en realidad, a b u en seguro se hubiese avergonzado o hu biera estallado de indigna», ion, pero en su tiem po eso era im pensable. En higai de relie larse c o n tra su padre, Chéjov m an tu v o a sus e x p e n s a s a to da su familia, incluso en épocas en las que g a n a ­ ba m u y poco. Pagaba el piso de sus p a d re s en Moscú, y se o cup ó de ellos y de sus h e rm a n o s. Pero en su epistolario en co n tré po cas referen cias a su padre. C uand o lo n o m b ra , las cartas te stim o n ia n u n a acti­ tu d de total benevolencia y c o m p ren sió n p o r parte del hijo. No hay ni rastro de la ex asperación p o r las b rutales palizas que de p eq u eñ o su p ad re le p ro p in a ­ ba casi a diario. Con poco m ás de tre in ta años, C hé­ jov fue a p a s a r u n o s m eses a la isla de Sajalín, una colonia p en itenciaria, p a r a - c o m o él d e c la ró - descri­ bir la vida de los co n d e n a d o s y las to rtu ra s y m alos tratos que p adecían. Al parecer, la con ciencia de s a ­ b erse u n o de ellos ta m b ié n p e rm a n e c ió disociada en él. Los biógrafos atrib u y en su te m p ra n a m uerte, a los cu a re n ta y cu atro años de edad, a las atro ces c o n d i­ ciones que im p e ra b a n en la isla de Sajalín. Sin e m ­ bargo, tanto Chéjov co m o su h e rm a n o Nicolai, que 39


m urió siendo a ú n m ás joven q ue él, sufrieron de lu berculosis toda su vida.

E n Du sollst nicht m erken [P ro hib ido s e n th |, de m ostré que el h echo de escrib ir ay u d ó a sobrevivir a Franz Kafka y a otro s auto res, pero no b a stó p a ra li berar del todo al niño e n c a d e n a d o que llevaban d e n ­ tro y devolverle la vida, la sen sib ilidad y la seguridad liernpo atrás perd idas, p o rq u e p a r a d ich a liberación es im prescindible u n testigo cóm plice. Es cierto q u e F ra n z K afka Luvo en M ilena, y so­ bre todo en OLtla, su h e r m a n a , dos testigos de su su ­ frimiento. Podía s in ce rarse con ellas, p e ro no h a sta el punto de h a b la r de sus an tig u o s m iedo s n i del s u ­ frimiento infligido p o r sus p ad res. E so e ra tabú . Sea como luere, fin alm ente, escrib ió la célebre Carta al padre, pero no fue a su p a d r e a q u ie n se la envió, sino a su m adre, a q u ie n le p id ió q u e se la entregase a él. En su m a d re buscó al testigo cóm plice, tuvo la esperanza de que, al fin, g racias a e s ta carta, ella enlendiera su s u frim ie n to y se o freciera a a c tu a r de intcrinediaria. Pero la m a d r e esco n d ió la c a rta y ja m á s trató de h a b la r con su hijo del c o n te n id o de la m is ­ ma. Sin el apoyo de u n testigo cóm plice, K aíka no estaba en cond icion es de e n fre n ta rs e con su padre. El tem or al a m e n a z a d o r castigo e r a d e m a s ia d o g r a n ­ de. Pensemos p o r u n m o m e n to en el relato La conde­ na, que describe este m iedo. P o r desgracia, Kafka no tenía a nadie que le a p o y a ra y le a n im a r a a enviar esa carta. Q uizás ésa h u b ie ra sido su salvación. Él solo no pu d o d a r este paso; por el c o n tra rio , en ferm ó


de tu b ercu lo sis y m u rió co n poco m á s de c u a r e n ta años.

Algo p arecid o se observa en N ietzsche, cuyo d r a ­ m a expuse en La llave perdida y en Abbruch der Schw eigem auer [R o m p ien d o el m u ro del silencio]. A mi e n ­ tender, las m agníficas o b ras de N ietzsche son un grito que llam a a liberarse de la m en tira, la exp lota­ ción, la h ipo cresía y el c o n fo rm ism o , p ero .n ad ie, y él m enos que nadie, p u d o ver c u á n to sufrió ya desde niño. Sin em bargo, su cuerpo sintió siem pre esta c a r ­ ga. Desde m u y peq u eñ o luch ó c o n tra el reu m a, que, igual que sus fuertes dolores de cabeza, sin d u d a algu n a h ab ría que a trib u ir a la rep resió n de las em ociones intensas. Tuvo asim ism o otros m u ch o s p ro blem as de­ saliad; p resu n tam en te, cayó en ferm o h a sta cien veces en u n solo añ o escolar. N adie se p ercató de que el s u ­ frim iento provenía de la hip ócrita m oral qúe regía la vida de entonces, p o rq u e todos re sp irab an el m ism o aire que él. Pero su cu erp o acu só las m en tiras con m á s clarid ad que los dem ás. Si alguien h ub iese a y u ­ d a d o a N ietzsche a a c e p ta r lo que su cu erp o sabía, no h ab ría tenido que «perder la razón» y seguir ciego h a sta el fin de sus días p a r a no ver así su p rop ia verdad.

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La lucha p o r la libertad en los dram as teatrales y el grito ignorado del cuerpo Friedrich vori Schiller

Todavía hoy, a m e n u d o se a firm a que los n iñ o s no sufren n in g ú n d a ñ o c u a n d o se les pega, y son m uchas las p e rso n a s q ue creen que su p ro p ia vida es u n a m u e stra de dich a afirm ación. P o d rán creer esto m ie n ­ tras p e r m a n e z c a oculta la relació n q u e existe en tre las e n fe rm e d a d e s que p a d ecen en la vida ad u lta y los golpes recibidos en la infancia. El ejem plo de Schiller pone de m anifiesto lo bien q u e fu n cio n a esta o cu lta­ ción, a c e p ta d a sin críticas a lo larg o de los siglos. F riedrich von Schiller p asó .sus tres p rim ero s y d e ­ cisivos a ñ o s de vida al lado de su c a riñ o sa m adre, ju n to a la q u e p u d o d e sa rro lla r su p e rso n a lid a d y su e n o rm e talento. C uan d o te n ía c u a tro años, su padre, u n déspota, volvió de la larga g u erra. F riedrich Burschell, el biógrafo de Schiller, lo d escribe com o un h o m b re severo, im paciente, p ro p e n so a los arreb ato s de cólera y «m uy obstinado». S eg ú n él, el objetivo de la ed u cació n era im p e d ir las m an ife sta c io n e s esp o n ­ tán eas y creativas de su alegre hijo. A p esar de ello, el re n d im ie n to escolar de Schiller fue alio gracias a su inteligencia y a su a u ten ticid ad , que, al a m p a r o de la seg u rid ad afectiva de su m ad re, p u d iero n desarro42


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liarse d u ra n te sus p rim e ro s años de vida. Pero a los trece año s el joven ingresó en Ja a c a d e m ia m ilita r y sufrió lo indecible con la discip lina a la que tuvo que so m eterse. Com o m ás larde le su ced erá al joven Nietzsche, co n tra e rá n u m e ro sa s en ferm ed ad e s, a p e ­ nas si p o d rá co ncentrarse, en o casio nes p a s a rá se m a ­ nas en la en ferm ería y a c a b a rá c o n tá n d o s e en tre los p eo res alum nos. Este descenso de su re n d im ie n to se d e b erá a sus en ferm edades; es evidente que a nadie se le o cu rrió que la cruel y a b s u rd a d iscip lina del in ­ tern ad o , d o n d e tuvo que p a s a r o cho años, destro zó to talm en te su c u erp o y sus energías. No encontró, p a ra ex p resar su necesidad, otro lenguaje que las e n ­ ferm edades, el lenguaje m u d o del cu erp o, que tim an te siglos no fue co m p ren d id o . F rie d ric h Burschell escribió lo siguiente de esta escuela: «Allí se descargó el d e s b o rd a n te p a te tism o de un jo v en sed iento de lib ertad que, en los añ o s de m a­ y o r susceptibilidad, debió de sentirse encarcelado, p u e s las p u e rta s del recin to n o se a b ría n m ás que p a r a el p aseo obligatorio que los a lu m n o s d ab an b ajo vigilancia militar. D u ra n te estos o ch o años, Schiller no tuvo p rá c tic a m e n te ni u n día libre, sólo de vez en c u a n d o d isp o n ía de un p a r de h o ­ ras. Por aquel ento nces n o se co n o cían las vaca­ ciones escolares, no h ab ía perm isos. El tran scu rso del día estaba regu lad o de m a n e r a militar. En los g ra n d e s d o rm ito rio s los d e s p e rta b a n en verano a las cinco y, en invierno, a las seis. Los suboficiales s u p e rv isa b a n los baños y que las c am as estuvieran

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b ien h ech as. Después los alu m n o s m a rc h a b a n lias ta la sala de m a n io b ra s p a ra form ar, de ahí pasa b an al c o m e d o r p a ra el d esayu no , co nsisten te en p an y sop a de harina. Toda actividad estaba regla da: senLar.se, en trelazarlas m ano s p ara rezar, la m a r cha. De siete a doce h a b ía clases. A co n tin u ació n venía la m e d ia hora en la que Schiller recibía la m ayo ría de las re p rim e n d a s y lo llam ab an cerdo: era el m o m e n to del aseo, el llam ad o propreté. Lue­ go había que po nerse el u n ifo rm e de desfile: la fal­ da plom iza con solapas negras, el chaleco blanco y los calzones, las vueltas, las b o tas y la espada, el iricornio ribeteado y el p lu m e ro . C om o el duque* 110 so p o rtab a a los pelirrojos, S chiller tenía que cubrirse el pelo con u n o s polvos; y llevaba, al igual que los dem ás, u n a larga tre n za p o stiza con dos papillotes pegados a las sienes. Así ataviados, los alum nos m a rc h a b a n p a r a la fo rm a c ió n de m e ­ diodía y luego en trab an en el com edor. D espués de com er tenían q u e p a s e a r y h a c e r ejercicio, a continuación había clase de dos a seis, y luego otra vez propreté. El resto del día lo d e d ic a b a n al e s tu ­ dio. In m e d ia ta m e n te d esp u és de cenar, se iban a la cam a. H asta los veintiún a ñ o s estuvo el joven Schiller en co rsetad o en la ca m isa de fuerza de este régim en e te rn a m e n te ru tin ario » (Burschell 1958, pág. 25).

* Se refiere al d u q u e de W iirU em berg, a quien peí leneeía lu e s­ cuela m ilita re n la que estudió Schiller, cuyo padre, ollelal del ejerci­ to, sirvió al duque y ad m in istró su s posesiones. [ ilr lo I )

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Schiller sufrió siem pre de dolorosos cala m b re s en dislintos órganos; a p a r tir de los c u a r e n ta a ñ o s se su ced iero n graves en lcrm ed ad es, q ue le p ro v o c a b a n delirios y que lo p o n ía n c o n s ta n te m e n te al b o rd e ele la m uerte, m u e rte qu e tuvo lu g a r a sus c u a r e n ta y seis años. A mi juicio, n o cabe d u d a de que estos fuertes c a ­ lam b res son achacables a los h a b itu a le s castigos c o r­ porales que sufrió en su in fancia y a la cruel discipli­ na de su juventud. E n realidad, el e n c a rc e la m ie n to em p ezó antes de la escuela militar, con su p ad re, q u ien de m o d o sistem ático lu ch ab a c o n tra los sen ti­ m iento s de alegría de su hijo, v c o n tra los suyos p r o ­ pios; llam ab a a eso autodisciplina. Así, po r ejem plo, o rd e n a b a a sus hijos'que d e ja ra n de c o m e r y se levan ta ra n de la m esa no bien no tasen que d is lru ta b a n de la com id a. El pad re hacía lo m ism o. Es posible que esta extravagante m a n e ra de s u p rim ir c u a lq u ie r cali d a d de vida o disfrute fuera d e s a c o stu m b ra d a , pero el sistem a de la ac a d e m ia m ilitar esta b a m uy ex ten d i­ do en aquel tiem po, u n a rígida ed u cació n « p ru s ia ­ na», cuyas co n secu en cias nad ie calibró. La atm ó sfera de esta escuela re c u e rd a algunas descrip cion es de los cam p o s de c o n cen tració n nazis. Sin d u d a, el sad ism o estatal o rg a n iz a d o era allí a ú n m ás p érfido y cruel q ue en las acad em ias m ilitares, p ero sus raíces e s ta ­ b a n en el sistem a de ed u cació n de los siglos a n te rio ­ res (véase A. Miller 1980). Tanto los que o rd e n a b a n c o m o los que ejecu tab an la b a rb a rie sistem ática h a ­ bían e x p e rim e n ta d o de p equeños las palizas en sus c u e rp o s y u n sinfín de m éto do s de h u m illació n que h ab ían a p re n d id o a la perfección, de m o d o que m ás

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tard e p u d ie ro n a su ve/, infligirlos, sin sen tim ientos de culpa y sin pensar, a o tras p erso n as que estab an ba jo su poder, com o los niños o los presos. Schiller no sin ­ tió la n ecesidad de vengar en los d em ás el te rro r suíri do en el pasado, pero, a co nsecuen cia de la brutalidad que s o p o rtó en la infancia, su cuerpo pad eció a lo lar­ go de to da su vida. N a tu ra lm e n te , el caso de Schiller n o es in fre c u e n ­ te. Millones de h o m b re s p a s a ro n de n iñ o s p o r escue­ las p arecidas, d o n d e a p re n d ie ro n a d o blegarse en si­ lencio a la iiierza de la a u to rid a d so p e n a de que los ca s tig a ra n con d u re z a o incluso que los m a ta ra n . E s ­ tas experiencias co ntribu y ero n a que a c a ta ra n el c u a r ­ to m a n d a m ie n to y a que in c u lc a ra n co n severidad en sus hijos la idea de que ja m á s deb ía c u e stio n a rse esta a u to rid a d . No es de extrañar, pues, q u e los hijos de los hijos de esos h o m b re s a firm e n todavía hoy que las palizas sólo les r e p o rta ro n beneficios. Sin duda, Schiller es, no obstan te, u n a excepción, p or c u a n to en todas sus obras, desde Los bandidos h a s ta G uillerm o Tell, luchó in c e s a n te m e n te c o n tra el ejercicio del p o d e r ciego p o r p a rte de las a u to rid a d e s y, a través de su sublim e lenguaje, dejó q u e b r o ta ra en m u c h a s p e rso n a s la e sp e ra n z a de q u e esta batalla algún d ía p u d ie ra ganarse. Pero lo q ue S chiller igno­ r a b a e ra que la p ro te sta co n tra las ó rd e n e s a b su rd a s de la au to rid a d , que ap arece en todas sus obras, se n u tría de las m ás te m p ra n a s experiencias de su c u e r­ po. Su su frim iento a m a n o s de la a b s lru s a y a n g u s ­ tiosa tira n ía ejercida p o r su p a d re lo im p ulsó a escri­ bir, pero no fue consciente de esla m otivación. Él q u ería escribir u n a literatu ra bella y sublim e. Quería

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c o n ta r la v erdad a través de las figuras históricas, y lo consiguió de fo rm a p ro m in en te. P ero n u n c a salió a la luz la v erd ad com pleta acerca de lo que sufrió p o r cu lpa de su padre, verdad que p e r m a n e c ió ocu lta h a s ta su te m p ra n o fallecimiento. Fue u n m isterio p a ra él y lo ha sido p a ra la sociedad, que lo h a a d m i­ ra d o desde hace siglos y lo ha co n sid e rad o u n m o d e ­ lo, p o rq ue, en sus obras, luch ó p o r la v erd ad y la li­ bertad. P ero sólo por la verdad a c e p ta d a p o r la sociedad. Si alguien le h u b ie ra dicho: «No tienes que h o n r a r a tu padre. Las person as que te h a n h echo d a ñ o no necesitan ni tu a m o r ni tu respeto , a u n q u e sean tus pad res. H as p agad o el trib u to de este respeto con el tre m e n d o suplicio de tu cuerpo. Si dejas de so m eterte al c u a rto m a n d a m ie n to , p o d rá s liberarle», ¿se h ab ría a su sta d o el valiente F ried rich von Sclii 11er? ¿Qué h a b ría dicho?

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La traición a los recuerdos Virginia Woolf

1lace m á s de veinte años que, en Du sollst nicht m rrken [P ro h ib id o sentir], escribí so b re la escritoi;i Virginia Woolf, quien, igual que su h e r m a n a Vanessa, de p eq u eñ a fue víctim a de ab uso s sexuales p o r parle de sus dos h e rm a n a stro s. Según Louise DeSalvi) (1990), en sus volum inosos diarios Virginia Woolf m en cio n a siem p re esta terrible época, en la que no se atrevía a con tarles su situación a sus padres, p o rq u e no podía e s p e ra r de ellos apoyo alguno. La escritora sufrió d epresion es d u ra n te toda su vida. No obstante, tuvo fuerzas p a r a tra b a ja r en sus o bras literarias con la e s p e ra n z a de p o d e r así expresarse y superar, final­ m ente, los h orribles tra u m a s de su infancia. Pero en 1941 g an ó la d ep resió n y Virginia Woolf se lanzó al río. C uando en Du sollst nicht rnerken describí su d es­ tino, m e faltaba un d ato im p o rtan te, que no supe hasta m u ch o s años después. El estudio de Louise DeSalvo explica que, tras la lectura de las o bras de Freud, Virginia Woolf em p ezó a d u d a r de la a u te n ti­ cid ad de sus recuerdo s, que ju sto an tes h ab ía a n o ta ­ do en sus bosquejos autobiográficos, a p e s a r de que


p o r m edio de Vanessa p o d ía c o n s ta ta r que ésta ta m ­ bién h a b ía sufrido ab u so s p o r p arte de sus h e r m a n a s ­ tros. DeSalvo escribe q u e desd e entonces, siguiendo a Freud, Virginia se eslo rzó para d e ja r de c o n te m ­ p lar el c o m p o rta m ie n to h u m a n o co m o lo h ab ía he­ cho h a s ta el m o m en to , c o m o la c o n secu en cia lógica de las experiencias infantiles, y verlo com o el fruto de los instintos, las fantasías y los deseos. Los escritos de Freud co nfundieron po r com pleto a Virginia Woolf: por un lado, ella sab ía p e rfe c ta m e n te lo q ue h a b ía s u ­ cedido, y, p o r otro, deseaba, co m o casi todas las vícti­ m as de ab u so s sexuales, q u e esto no fuese cierto. Al fin, siguió las teorías de F re u d y sacrificó su m e m o ria n eg an d o lo ocurrido. E m p e z ó a id e a liz a r a sus padres: y a ver de m a n e ra positiva a toda su familia com o n u n c a antes había hecho. D espués de darle la razón a F reud, se sintió insegura, co nfu sa y, en adelante, se creyó que había enloquecido. DeSalvo escribe: r. ^ «Estoy convencida de q u e su decisión de su ici­ d arse po ne de relieve lo q u e defiendo en mi tesis [...] Desde mi p u n to de vista, la relación causaefecto que Virginia había tra ta d o de tra b a ja r p e r­ dió lodo su fu n d a m e n to a cau sa de F reud, p o r lo que se vio obligada a desdecirse de sus pro p ias ex­ plicaciones sobre su depresión y su estado a n ím i­ co. H abía p a rtid o de la base de que po día a c h a c a r su situación a la ex p eriencia incestuosa de su in­ fancia, pero al seg u ir a F reud, tuvo que c o n s id e ra r o tras posibilidades: que sus recu erd o s estaban disto rsio nado s, si n o e ra n incluso falsos, que no e ra n una vivencia real, sin o u na proyección de sus 49


deseos, y que el suceso en sí e ra p ro d u c to de su im aginación» (DeSalvo 1990, pág. 155). Tai vez el suicidio h ab ría po dido evitarse si Virginia Woolf hubiese tenido un testigo cóm plice con quien p o d e r co m p a rtir sus sentim ientos sobre la crueldad q u e ta n te m p ra n a m e n te sufrió. P ero no tenía a nadie, y creyó que F reu d era el experto. Los escritos de éste la c o n fu n d ie ro n y d eso rien taro n m u ch o ; a u n así, p re­ firió d u d a r de sí m ism a a d u d a r de S ig m u nd Freud, la g ra n figura paterna, que re p re s e n ta b a los criterios de la sociedad de aquel tiem po. P o r desgracia, éstos no h a n cam b iad o m u c h o desde entonces. En 1987 el p e rio d is ta N ikolaus F r a n k vivió la in d ignación que provocó u n co m en tario que hizo en u n a entrevista p a r a la revista S tem , en la q u e dijo que n u n c a p erd o ­ n a ría la cru eld ad de su padre. El p ad re fue jefe del d istrito de Cracovia d u r a n te la g u e rra y p e rm itió que m u c h a s person as su frieran atrocidad es. P ero toda la sociedad esperaba que el hijo fuese indu lgen te con este m o n stru o . Alguien escribió a N ikolaus F ra n k que lo p eo r que su padre h a b ía h e c h o era ten er un hijo co m o él.

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El odio hacia uno m ism o y el am or no sentido Arthur Rim baud

A rth u r R im b a u d n ació en 1854 y m u rió de cán cer en 1891, a la ed ad de tre in ta y siete años, m eses d e s ­ pués de que le a m p u ta ra n la p iern a derecha. Yves bou nefoy dice que su m a d r e era d u r a y brutal, algo en lo que to d as las fuentes coinciden: «La m a d re de R im b a u d era u n se r lleno de ai ubi ción, una m u je r arro g an te, testaru d a, y de un odio so terrad o y u n a seq u ed ad ob stin ad a. Un m odelo de p u r a y a rro lla d o ra energía teñida de u n a re ­ ligiosidad s a n tu rro n a ; de las a s o m b ro s a s cartas que escribió en 1900 se d esp ren d e incluso que es­ taba e n a m o r a d a de la destru cció n, de la m uerte. ¿Cómo no a c o rd a rs e en este p u n to de su entusias m o por todo aquello que tuviera que ver con los cem en terio s? A los s e te n ta y cinco año s quiso que los se p u ltu rero s la m etiera n en la tu m b a, en la que m ás tard e sería e n te rra d a e n tre sus hijos ya fallecidos, Vital i y Arthur, p a r a de esta m a n e r a s a ­ b o re a r las tinieblas p o r anticipado» (Bonnefoy 1999, pág. 17).


¿Cóm o deb ió de ser p a r a un n iñ o inteligente v sensible c re c e r ju n to a u n a m u je r así? La respuesta está en la poesía de R im b au d . El biógrafo prosigue: «Ella trató, co n todas sus fuerzas, de im p ed ir e in­ te r ru m p ir su inevitable m a d u ra c ió n . C uand o me nos, cu a lq u ie r deseo de independ encia, de líber tad, d eb ía ser c o rta d o de raíz, (’a r a el joven, que se sen tía huérfano, la relación con su m a d re se convirtió en odio y fascinación. R im b a u d dedujo o sc u ra m e n te que era él el culp able de no recibir amor. Se rebeló c o n tra su p ro g en itu ra con furia, se revolvió con toda la fuerza de su inocencia co n ­ tra su juez» (Ibíd., pág. 17). La m adre som etió a sus hijos a su com pleto c o n ­ trol y llamó a eso a m o r m atern al. Su joven y lúcido hijo descu b rió esta m e n tira y se p ercató de que la co n sta n te p reo cup ació n p o r las ap arien cias n o ten ía n a d a q u e ver con el v e rd a d e ro amor, p ero no p u d o a d m itir p len am en te esa percepción, ya que com o niñ o necesitab a a tocia costa el amor, al m eno s la ilu­ sión del amor. No podía o d ia r a su m a d re , que, a p a ­ ren tem en te, tanto se p re o c u p a b a p o r él; de m o d o que dirigió su odio c o n tra sí m ism o, con el convencii m iento incon sciente de q ue m erecía esa m e n tira y. esa frialdad. La rep u g n an cia q ue sintió la,¡proyectó co n tra la ciu d ad de provincias d o n d e vivía, co n tra la falsa m oral, a sem ejan za de Nielzsc lie, y con tra sí m ism o . D u rante toda su vida trató de h uir de estos se n tim ien to s con ayuda del alcohol, del hachís, de la absenta, del opio y tam b ién de largos viajes. Se esc a


pó dos veces de so casa c u a n d o a ú n era adolescente, p e ro en a m b a s ocasiones fu e ro n a b u s c a rlo y lo d e ­ volvieron a su casa. En su po esía se refleja el odio qu e siente hacia sí m isino, p ero tam b ién la b ú s q u e d a del a m o r qu e en su p r im e r a infancia le fue tan r o tu n d a m e n te negado. Más adelante, en su eta p a escolar, te n d rá la suerte de en c o n tra rse co n un p ro feso r que, en los decisivos añ os de la p u b e rta d , se co n v ertirá p a r a él en un leal am igo, u n c o m p a ñ e ro y u n apoyo. E s ta co nfianza le. p erm itió escrib ir y d ed icarse a sus p e n s a m ie n to s filo­ sóficos. Sin em bargo, la infancia siguió m a n te n ié n ­ dole e n c a d e n a d o a su cstra n g u la m ie n to . Intentó di sip a r su desesperació n p o r el a ñ o ra d o a m o r con co n sid eracio n es filosóficas acerca de la esencia del a m o r verdadero. Pero eso q u e d a b a en una abstrac­ ción, porq ue, pese a su rech azo racional de la moral, sigue estan do em ocional y lealm en te so m etid o a ésta. P u ede s e n tir asco hacia sí m ism o, p e ro no»,hacia su m adre: oír los dolorosos m en sa je s de sus recuerdo s infantiles d estru iría las e s p eran za s que de niñ o le a y u d a ro n a sobrevivir. R im b a u d escribió u n a y o tra vez q ue sólo p o d ía co n fiar en sí m ism o. ¿Qué debió de a p r e n d e r de p eq u eñ o si su m adre, en lu g ar de b rin d a rle a m o r auténtico , sólo le olreeió sus a b e r ra ­ ciones y su hipocresía? Su vida e n tera fue un g r a n ­ dioso in ten to de escapar, m e d ia n te cu an to s m edios estuvieron a su alcance, a la d estru cció n de su m adre. A los jóvenes que vivieron u n a infancia sim ilar a la de R im b au d es p ro b ab le q u e les fascine su poesía p o r esa razón, po rqu e en ella p u e d e n v islu m b rar va­ g a m e n te su p rop ia historia. 53


Tocio el m u n d o sabe q ue R im b a u d y Paul Verlaine estuvieron m uy un id os. P arecía que, al principio, el anh elo de a m o r y c o m u n ic a c ió n au tén tica de Rim ­ b a u d se veía satisfecho co n esta am istad , pero tanto su desconfianza, nacid a d u r a n te la infancia y que afloró en la in tim id a d co n u n se r querido, co m o el p asad o de Verlaine no p e rm itie ro n ese amor. El refu ­ gio en las drogas les im p id ió a a m b o s vivir con la sin ­ ceridad que b u scab an . Se infligieron m u tu a m e n te d em asia d as h e rid a s y Verlaine acab ó siendo tan des­ tructivo co m o la m a d r e de R im b au d ; h a s ta dos veces lo hirió de b ala esta n d o b o rra c h o , lo que le valió dos añ os de cárcel. Para salvar el «amor» verd ad ero del que careció en su infancia, R im b au d buscó este a m o r en la caridad, en la com p ren sió n y la c o m p a s ió n p o r el otro. Quiso darle a su am igo lo que él no h a b ía recibido. Quería en tenderlo; ayudarlo, en ten d erse a sí m ism o, pero las em ociones rep rim id as de su in fancia d e sb arataro n c o n tin u a m e n te sus intenciones; N o e n c o n tró n in g u ­ n a liberación en la c a rid a d cristiana, ya que su inco­ rru p tib le percepción n o le p erm itía a u to e n g a ñ o algu ­ no. Así pues, se pasó la vida en c o n s ta n te busca de su p ro p ia verdad, que p e r m a n e c ió inaccesible p orqu e ap ren d ió d em asia d o p r o n to a od iarse a sí m ism o d e ­ bido a lo q ue le hizo su m ad re. Se co nsid eró u n m o n stru o , vivió su h o m o sex u a lid ad com o u n a carga y su desesperación co m o un pecado. No obstante, no se p erm itió dirigir su in term in ab le y ju stificad a ira h acia el lu g ar de d o n d e p ro ced ía, hacia la m u jer que lo retuvo cautivo m ie n tra s p u d o . Q uiso liberarse de esta p risió n d u ra n te tod a su vida p o r m edio del c o n ­ 54


s u m o de drogas, de los viajes, de las ilusiones y, sobre todo, de la poesía. Pero en to do s sus d esesperad os in ­ tentos de a b rir las p u e rta s que h a b ría n de liberarle había u n a que siem pre p e rm a n e c ía cerrada: la p u e rta de acceso a la realid ad em ocio nal de su infancia, a los sen tim ientos del n iñ o que, sin u n p a d re que lo protegiera, tuvo que crecer junto a u n a m u je r grave­ m ente p e r tu rb a d a y perversa. La biografía de R im b a u d es u n ejem plo de có m o el cuerpo se ve obligado a b u s c a r d u r a n te toda u n a vida el alim ento au tén tico del qu e se ve privado m uy tem pran o. R im b a u d se sintió im p u lsa d o a satisfacer u n a carencia, de s a c ia r un h a m b r e q u e ya no podía ser saciada. Su adicción a las drogas, sus num erosos viajes y su am istad co n Verlaine pu ed en coiilcmpl.u se no sólo corno u n a h u id a de la m adre, sino lam bicn co m o la b ú sq u ed a del alim en to q u e ella le negó. D ado que esta realid ad in te rn a siem p re fue incons­ ciente, la vida de R im b a u d estuvo m a rc a d a p o r la co m pu lsión a la repetición. Tras cada h u id a fallida, volvió al lado de su m adre, co m o ta m b ié n hiciera al separarse de Verlaine y al té r m in o de su vida, des­ p ués de h a b e r sa c riñ c a d o ya su creatividad, de h a b e r a b a n d o n a d o la e s critu ra h acía añ os y, p o r consi guíente, de h a b e r satisfecho de m o d o indirecto las a s ­ p iracion es de su m a d r e co nvirtiéndose en un h o m b re de negocios. R im b a u d p asó los últim o s m o m en to s previos a su m u e rte en el hosp ital de Marsella, pero poco antes h ab ía recibido los cuidado s de su m ad re y de su h e rm a n a en Roche. S ignificativam ente, su b ú s­ q ueda de! a m o r m a te rn o finalizó en la cárcel de su


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El niño cautivo v 3a necesidad de negar el dolor

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Yukio Mishima

Yukio Mishima, el célebre p o eta jap o n és que en 1970, a la edad de c u a re n ta y cinco años, se suicidó haciéndose el haraquiri, a m e n u d o se consideró a sí m ism o un m o nstruo por su in clinació n a lo m o rb o so y lo peí verso. Sus fantasías giraban en to m o a la m u e r ­ te, al m u n d o tenebroso y a la violencia sexual. Por olra parte, sus poesías traslu cen u n a sensibilidad ex­ cepcional que debió de su frir m u c h o bajo el peso de las trágicas experiencias de su infancia. Nacido en 1925, M ishim a fue el prim o génito de sus padres, que de recién casad os, com o todavía era habitual en el J a p ó n de entonces, vivían en casa de los abuelos. Muy pronto, su abuela, que tenía e n to n ­ ces cin cu en ta años, se lo llevó consigo a su h a b ita ­ ción-, su c a m a estaba ju n to a la de ella, y allí vivió d u ­ ran te añ os desconectado del m u n d o , exclusivam ente a merced de su abuela. É sta p a d e c ía graves depresio­ nes y a terro rizab a al niño co n sus ocasionales a t a ­ ques de histeria. M eno sp reciab a a su m a rid o y ta m ­ bién a su hijo, el p a d re de M ishim a, pero a su m a n e ra a d o ra b a ti su nieto, que le p e rte n e c ía sólo a ella. Id poeta recu erd a en sus ap u n te s autobiográficos que 56


en esa habitación , que c o m p a r tía con la abuela, h acía un calor sofocante y apestaba; sin e m b arg o , no h abla . ele reacciones co m o la ira, ni p ro te sta c o n tra su s itú a -1 ción, p o rq u e ésta se le a n to ja b a de lo m á s n orm al. Con cu atro añ os co ntrajo u n a grave e n ferm ed ad , que l úe diag no sticada com o «autoin toxicación» y que d es­ pués resultó ser crónica. C uan d o a los seis añ o s en tró en la escuela conoció p o r p r im e r a vez a o tro s niños, pero entre ellos se sentía ra ro y extrañ o. Com o era de esperar, tuvo dificultades en el tra to con o tro s c o m ­ p añeros, q u e e r a n m ás libres desde un p u n to de vista em ocional y h a b ía n vivido experiencias fam iliares d istin tas a la suya. A los nueve años, sus p ad res se tra slad aro n a su p ropia casa, p e ro no se llevaron a su hijo consigo. Fue e n 'e sta época c u a n d o em p e z ó a es c rib ir poesía, algo que la ab uela apoyó con e n t u s i a s ­ m o. C u a n d o a los doce a ñ o s se fue a vivir con sus p ad res, ta m b ié n su m a d r e estuvo orgulloso de lo que h a b ía escrito, pero el p a d re r o m p ió sus m a n u sc rito s, lo q u e obligó a M is b im a a se g u ir e s c rib ie n d o en se­ creto. En casa no se s e n tía c o m p r e n d id o ni aeeptado. La a b u e la h a b ía q u e rid o h a c e r de él u n a chica, y el p a d re , un ch ico a fuerza de b ofetones. P o r eso re­ c u rrió a m e n u d o a su ab u ela, q u e a h o r a p a re c ía ofrecérsele c o m o un refu gio frente a los m alo s tra to s del padre, esp e c ia lm e n te p o rq u e a la ed a d de doce o trece añ o s se lo llevaba co n ella al teatro. E sto le a b rió las p u e rta s de un nuevo m u n d o : el m u n d o de los sen tim ien to s. A mi entender, el suicidio de M ish im a es la e x p r e - , sióu de su in cap acid ad p a ra vivir los tem p ra n o s sentim ientos infantiles de rebelión, ira e in d ig n ació n p o r

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/ e l c o m p o rta m ie n to de su ab uela, sen tim ien to s que M ish im a n u n c a p u d o e x terio rizar p o rq u e le estaba agradecido. Se sen tía m u y solo y, en co m p aració n con el c o m p o rta m ie n to del padre, la abuela debió de p arecerle u n a salvadora. Sus v erd ad ero s s e n tim ie n ­ tos p e rm a n e c ie ro n e n c a d e n a d o s a su vínculo con esta m ujer, que desde el p r im e r m o m e n to utilizó al niño p a ra sus p ro p ias n ecesidades, tal vez tam bién las sexuales. Sin em bargo, los biógrafos no suelen h a ­ blar de eso. Tam poco M ish im a h a b ló n u n c a de ello; m u rió sin h a b e r a fro n ta d o re a lm e n te su verdad. Se h a n ad u cido u n sinfín de m otiv os p a r a el h a r a ­ quiri de M ishim a. Pero el m otivo m á s evidente raras veces se ha m en cio n ad o , ya que se co nsid era m uy n o rm a l se r agradecido con los p ad res, los abuelos o las p e rso n a s q ue los su stitu yan, a u n c u a n d o a un o lo hayan atorm entado . Hs algo que fo rm a parte de n u es­ tra m oral, que nos lleva a e n te r r a r n u e stro s sen ti­ m ientos reales y n u e stra s necesid ad es genuinas. Las e n ferm ed ad e s graves, las m u erte s te m p ra n a s y los suicidios son las co n secu en cias lógicas de ese so m eti­ m iento a u n a s reglas que lla m a m o s m o ra l y que, en el fondo, segu irán a m e n a z a n d o con asfixiar la vida a u ­ tentica m ie n tra s n u e s tra conciencia n o decida que en ■ ad elan te no tolerará d ich as reglas y n o las ap reciará m á s q ue a la p ro p ia vida. Porque el c u erp o no sigue estas reglas; el c u erp o h ab la en el lenguaje de las e n ­ ferm edades, que difícilm ente e n te n d e re m o s hasta que c o m p re n d a m o s la n egación de los sentim ientos reales de n u e s tra infancia. Algunos m a n d a m ie n to s del Decálogo p u e d e n exi­ gir aún hoy día su legitim idad; pero el c u a rto m an d a-

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iinunmuinuniinimn

m ien to se contradice con las n o rm a s de la psicología. Es necesario que se sepa que el «amor» forzado puede ser fuente de m u ch o dolor. Quienes, desde pequeños, h an recibido a m o r q u e rrá n a sus p ad res sin necesidad de que u n m a n d a m ie n to se lo ordene. El a m o r no p ued e su rg ir po r cu m p lir un m an d am ien to .


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Asfixiado por el am or m aterno Marcel Proust

Quien, alguna vez en su vida, h a y a p od id o to m a r ­ se el tiem po necesario p a r a in tro d u c irse en el m u n d o

de M arcel P ro u st sa b rá con qué riq u e z a de sen tim ien ­ tos, sensaciones, im ág en es y percep cio n es obsequia el a u to r al lector. P a ra escrib ir así, ta m b ié n él debió ele ex p erim en tar to da esta riq ueza. P asó añ o s y años tra b ajan d o en sus obras. Así pues, ¿ p o r q ué estas expei iencias no le d iero n la fu erza p a r a vivir? ¿P o r qué m urió apenas dos m eses d esp u és de h ab er acab ad o l'.n busca del tiem po perdido? ¿Y p o r q ué m u rió asfi­ xiado? «Porque ten ía a s m a y, finalm ente, co ntrajo una neum onía», es la re sp u e s ta h ab itu al. Pero ¿por qué tenía asm a? El p r im e r a ta q u e grave lo tuvo con sólo nueve años. ¿Qué le provocó esta en ferm edad? ¿Acaso n o ten ía u n a m a d re q u e lo quería? ¿Pudo él sen tir su a m o r o luchó m ás bien c o n tra la incertid um bre? El hecho es que no p ud o d e s c rib ir su m u n d o de percepciones, sentim ien tos e ideas h a s ta q ue su m a ­ dre m urió. A veces sentía que la im p o rtu n a b a , qu e le pedía demasiado. No podía m o strarse a ella com o real­ m ente era, con sus p en sam ie n to s y sus sentim ientos.

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Es algo que se d e s p re n d e c la ra m e n te de sus cartas a su m ad re, que citaré m ás adelante. Ella lo «quería» a su m anera. Se p reo cu p ab a m u c h o p o r él, pero qu ería d ecid ir Lodo p o r él, decirle con qu ién ten ía qu e re la ­ cionarse, au to riz arle o p roh ib irle cosas, incluso a los dieciocho años; lo q u ería co n fo rm e a sus deseos: d e ­ p end ien te y m anipuladle. El in ten tó op on erse, pero p ro n to se disculpó p o r ello, tem ero so y desesperado; tanto tem ía p e r d e r su cariño. Lo cierto es q ue se pasó la vida b u s c a n d o el a m o r v e rd a d e ro de su m ad re, p ero tuvo que batirse en retirad a y p ro te g e rse de su c o n s ta n te control y sus p reten sio n es de poder. El a s m a de P ro u st expresó este d ra m a . R espiraba d e m a s ia d o aire («am or») y no le esta b a p e rm itid o ex h a la r el aire so b ra n te (control), rebelarse con Ira el a c a p a ra m ie n to de la m adre. Es verdad que su magín lica o b ra p u d o ayudarle, al fin, a ex te rio riz a r y a ob se q u ia r con ello a sus lectores. P ero su frió un su p la ¡o d u r a n te años, poi que no p u d o ser del lodd' conscien te de lo que h a b ía p ad ecid o a m a n o s de su m adre, tan d esp ó tica y exigente. Al parecer, resp etó h a s ta el fi­ nal, h asta su p ro p ia m uerte, a la m a d r e q u e había in ­ teriorizado, y creyó que tenía que p ro teg erse de la verdad; sin em b arg o , su cu erp o no p u d o a c e p ta r este c o m p ro m iso . Su cuerp o conocía la verdad p ro b a b le ­ m ente desde su nacim iento. P a ra él, p a r a el cuerpo, la m a n ip u la c ió n y los desvelos de su m a d r e n u n ca significaron u n a m o r auténtico: sig nificaban miedo. El m ied o q ue su sc ita b a en un a b u rg u esa co n v en cio ­ nal y dócil la ex tra o rd in a ria creatividad de su hijo. J e a n n e tte P roust se esfo rzab a p o r d e s e m p e ñ a r bien su papel de espo sa de u n reconocido m éd ico y de ser 61


valorada p o r la sociedad, cuya o p in ió n era m uy im p o r­ tan te p a ra ella. Vivía com o u n a a m e n a z a la originali­ dad y la agudeza de Marcel, que in ten tab a aniquilar con tocias sus fuerzas; algo que no le pasó inadvertido al niño despierto y sensible. Sin em bargo, tuvo que p erm a n e c e r largo tiem po callado. Sólo tras la m uerte de su m ad re logró pu blicar sus agudas observaciones y describir de forma crítica la sociedad burguesa de aquel tiem po com o nadie h ab ía h e c h o antes que él. No obstante, su propia m a d re q uedó exenta de esta críti­ ca, au n q u e precisam ente ella h u b ie ra sido la e n c a m a ­ ción de ese modelo. Con trein ta y cu atro años, m u y poco tiem po d es­ p ués de m o rir su m ad re, Marcel P ro u st escribió a M ontesquiou: «Desde ah o ra mi vida h a p e rd id o su única m eta, su ú n ica dulzura, su ú n ico am or, su ú n ic o co n su e­ lo. He p erd ido a aquella cuya in cesante atención m e d e p a ra b a en paz, en te rn u ra , la ú n ica miel de mi vida... Me co n su m e n to d a clase de dolores [...]. C om o dijo la m o n ja que la cuidaba: "Para ella se­ guía teniendo usted c u a tro a ñ o s ’’» (cit. en M auriac 2002, pág. 10). En esta descripción de su a m o r p o r su m ad re se re­ fleja la trágica dependencia y apego de Proust con res­ pecto a ella, apego que no le p erm itió liberarse ni le dio m argen p a ra oponerse ab iertam en te al constante control. Esta necesidad se tra d u jo en asm a: «¡Respiro tanto aire que no p u ed o expulsar!; todo lo que ella me da debe de ser bueno p a r a mí, a u n q u e m e ahogue». 62


U na ojeada a su in fa n cia esclarece los orígen es de esta tragedia, nos aclara p o r qué P ro u st estuvo tan p ro fu n d a m e n te apeg ad o a su m a d re d u r a n te tan to tiempo, sin p o d e r librarse de ella, pese a los suli i m ien to s que, sin du d a, eso conllevaba. Los p ad res de P ro u st se casaro n el 3 de sepliem bre de 1870, y el 10 de julio de 1871 nació su pi imci hijo, Marcel, en u n a n o ch e de gran desasosiego en Auleuil, d on de la población acusaba todavía la mi presión que había p ro d u c id o la invasión pi usiaua I . fácil im a g in a r que su m a d re no pudiera dejai a un lado el nerviosism o que rein ab a en el unibieuli para volcar sus em ociones y su cariño en el n-< ¡en na* ido Asimismo, el c u erp o del bebé debió de peo i I>i i. logi c a m ente, la inquietud, d u d a n d o de si su llegada eia de veras deseada. E n esta situación, el niño necesita ba m ás tra n q u ilid ad de la que a todas luces obtuvo. En ciertos casos, sem ejan te carencia provoca en el bebe ang ustias m ortales que m ás tard e inciden g r a ­ vem ente en su infancia. Bien p u d o se r esto lo q u e le p a s a ra a Marcel. A lo largo de toda su infancia no p u d o con ciliar el su eñ o sin el beso de b u e n a s noches de su m a d re , n e ­ cesidad que se fue a c re c e n ta n d o a m e d id a q u e sus p ad res y el en to rn o la co n sid e rab an u n a «m ala c o s ­ tum bre». Com o cu alq u ier niño, Marcel quería c r e e r á toda costa en el a m o r de su m adre, p ero de alguna m a n e r a parece que no p ud o d esp ren d erse del re c u e r do de su cuerpo, que le traía a la m e m o ria la m ezcla de sen tim iento s de su m a d re m u y po co desp ués de su n acim iento . El beso de b u en as noches disipaba e sta p r im e r a percep ció n corporal, p ero a la n o c h e si 63


g u íen te su rg ía n de nuevo las d u d a s. E ra especial m e n te el g o teo de invitados en el salón lo que piulo h a b e r d e s p e rta d o en el n iñ o la sen sació n de que los h o m b re s y las m u jeres de la alta b u rg u e sía eran pai a su m a d r e m á s im p o rta n te s q u e él. ¡Qué insigniíiean te era en c o m p a ra c ió n con ellos! Así pues, ec h a d o en la cam a, e s p e ra b a u n gesto de ca riñ o , el gesto que h u b iese deseado; sin em b arg o , lo q u e u n a v o lra ve/, recibió de su m a d re fue su p re o c u p a c ió n p o r su buen c o m p o r ta m ie n to , p o r su c o n fo rm is m o y su « n o r m a ­ lidad». Más tarde, ya adulto, M arcel se decidió a explorar el m u n d o qu e el a m o r m a te rn o le h a b ía robado. Al p rin cipio lo hizo de form a activa, c o m o d an d i de sa­ lón, y luego, tras la m u erte de su m a d re , p o r m edio de la fantasía, describiendo ese m u n d o con a s o m b ro ­ sa p asión, precisión v sensibilidad. E s com o si h u b ie ­ se e m p re n d id o un largo viaje p ara, al fin, o b te n e r la resp ues ta a la pregunta: «M am á, ¿ p o r qué to da esta ge n t e es m ás interesante que yo? ¿Acaso no te das ( ne nia de lo vanidosos y excéntricos que son? ¿Por qué mi vida, mis ansias de tenerte y m i a m o r signifi­ can tan poco p a r a ti? ¿Por qué m e co nsid eras u n a carga?». De h ab er po dido vivir sus em o cio n es c o n s­ cien tem en te, tal vez el n iñ o h u biese p en sad o esto, pero M arcel quería ser b u en o y no c a u s a r problem as; de m odo q ue se introdujo en el m u n d o de su m adre, y este m u n d o em pezó a fascinarle; podía darle en su o b ra la form a que quisiera, co m o c u a lq u ie r o tro a r ­ tista, y p od ía criticarlo con e n te ra libertad. Y todo l<> hacía desde la cam a. Desde ella realizaba sus viajes im aginarios, com o si la c a m a p ud iese protegerlo de 64


las con secu en cias del aclo gigantesco de d e s e n m a s ­ cararse, del castigo tem ido. U n escritor p u e d e h a cer que los p erso n ajes de sus novelas exterioricen aquellos sentim iento s a u tén tico s que e n la vida real ja m á s artic u la ría en p re se n c ia de sus pad res. E n lea n Santeuil, su novela juvenil, m a r ­ c a d a m e n te autobiográfica, p u b licad a p o s tu m a m e n te (que Claude JVlauriae, en tre otros, utiliza en su b io ­ grafía p a r a d o c u m e n ta r la ju v en tu d del autor), Proust m anifiesta su n ecesidad de form a todavía m ás d ire c­ ta, d a n d o a e n te n d e r que hab ía percibido la negación de sus padres. E n esa novela P ro u st h ab la de «g ran ­ des posibilid ad es de se r un desgraciado [...] p o r la n a tu ra le z a de este hijo, p o r su estado de salud, su ca rá c te r p ro p e n so a la tristeza, su c o s tu m b re de despil la n a r , su indolencia, su incapacid ad de hacerse un h ueco en la vida», así com o del «desperdicio de sus dotes intelectuales» (P ro u st 1992, pág. 1051). T am b ién en .lean S a n teu il m u e s tra su oposición a su m ad re, pero sie m p re lo hace a través de su p r o ta ­ gonista, Jean: «Creció ento nces su ira, co n tra sí m ism o y c o n tra sus p ad res. D ado q u e eran ellos los c a u s a n te s de su m iedo, de esta cruel inactividad, de sus sollo­ zos, de sus m ig ra ñ a s y su insom nio, con gusto les h u b iese h echo d a ñ o o incluso hubiese preferido, en lu g ar de recib ir a su m a d re con insultos, expli carie qu e r e n u n c ia b a a todos los trabajos, que por las n oches se iría a d o r m ir a o tra parte, que le p a ­ recía q u e su p ad re era u n estúpido... y Lodo ello p o rq u e él ten ía la necesidad de go lp ear a diestro y 65


siniestro, de devolverle a su m a d r e con palabras, que e r a n co m o bofetadas, p a rte del d a ñ o q ue le h ab ía hecho. P ero estas p a la b ra s que no pod ía ex­ p re s a r p e rm a n e c ie ro n en su in te rio r y a c tu a ro n ■co m o u n veneno que n o se p u e d e e lim in a r y que c o n ta m in a tod o s sus m iem b ro s; sus pies, sus manos te m b la b a n y se c risp a b a n en m e d io del vacío, .en bu sca de u n a víctim a» (Ibíd., pág. 22). En cam b io , tras la m u e rte de su m ad re, Proust sólo ex presa a m o r po r ella. ¿Qué ha sido de la vida a u té n tic a de d u d a s e intensos sen tim ien to s? Todo se tra n sfo rm ó en arte, y esta h u id a de la re a lid a d P roust la pagó con el asm a. En u n a c a rta del 9 de m a rz o de 1903, M arcel es­ cribe a su m adre: «Pero no tengo as p ira c ió n alguna a la alegría. Hace tiem p o que re n u n c ié a ella» (Proust 1970, pág. 109). Y en d iciem b re de ese m ism o año: «Mas al m en os im plo ro a la n o c h e el plan de u n a vida so m e tid a a Lu voluntad...» (Ibíd., pág. 122), y m ás ad elante, en esta m ism a carta: «Pues prefiero ten er ata q u e s y g u starte a n o tenerlos y n o gustarte» (Ibíd., . pág. 123). M uy significativa p ara el conflicto en tre el ¡ cu e rp o y la m oral es esta cita s a c a d a de u n a c a rta de l P ro u st escrita a p rincipio s de d iciem b re de 1902: «La v erd ad es que tan p ro n to c o m o m e e n c u e n tro bien, tú lo d estro zas tod o h a s ta que vuelvo a sen ­ tirm e m al, p orqu e la vida q u e m e p ro c u ra u n a m e ­ jo ra a ti te p ro d u c e irritación... Es triste que no p u e d a ten er a la vez. tu c a riñ o y mi salud» (Ibíd., pág. 105). 66


Los fam osos recu erd o s que aflo ran en la célebre escena en que P ro u st m o ja la m a g d a le n a en el té p o ­ nen de m an ifiesto uno de esos escasos m o m e n to s de felicidad en que se sentía a salvo y pro tegido p o r su m adre. Cierto día, a los once años, volvió h elado y e m p a p a d o de u n paseo, y su m a d re lo ab razó y le dio u n té caliente con u n a m ag dalen a. Sin reproches. O bviam ente, eso b astó p a r a que d u ra n te un tiem p o d e sap arec ie ran las ang ustias m ortales del niño, que p ro b a b le m e n te p e rm a n e c ía n latentes desde su n aci­ m ien to y ten ían que ver con la in certid u n ib re de sen ­ tirse o no deseado. A través de las h ab itu ales repren sio nes y inaniles taciones críticas de sus padres, estos m iedos f í l e n l e s se fuero n d e sp e rta n d o u n a y otra vez. Id inteligente niño p u d o h a b e r pensado: «M amá, soy una t.irg.i p a r a ti, te g u staría que fu era distinto, ¡me lo d e n m e 1, tras tan a m enudo!; siem pre m e lo estás diciendo». De pequeño, M arcel n o p u d o exp resar esto con pala bras, y las causas de sus m ied os p e rm an eciero n o cu l­ tas a todos. Solo, aco stad o en la cam a, e s p e ra b a u na d e m o stra c ió n de a m o r de su m ad re y que ésta le ex­ plicara p o r qué q u ería que fuese diferente de co m o era. Y eso le dolía. El dolor era, al parecer, d em asia d o gran d e p a r a p o d e r sentirlo, y sus d e scu b rim ien to s e in terro g an tes fueron dilucidados desde la literatu ra y d este rrad o s al reino artístico. A Marcel P roust se le negó la po sibilidad de descifrar el enigm a de su vida. Creo que el «tiem po perdido» alud ía a la vida q u e no vivió. Sin em b arg o, la m a d re de P roust n o era p e o r ni m ejo r que la m ayoría de las m a d re s de aquella época; 67


no cabe d u d a de que, a su m anera, ella se pivocup.il u p o r el b ien esta r de su hijo. No obstante, no puedo es ta r de acu e rd o con el coro de biógrafos que elogia sus cualidad es m aternales, porque no m e identifico con el sistem a de valores de esos biógrafos. Uno de ellos afirm a, p o r ejem plo, que la m ad re fue p a r a el hijo un m odelo de abnegación, algo que considera una vii tud. Tal vez sea cierto que Proust a p re n d ió de su nía clre a n o d isfru ta r de su p ropia alegría, sólo que no con sid ero que sem ejante actitud a n te la vida sea en eom iablc o q u e sea u n a virtud. La c a u s a de su grave en ferm ed ad fue el d eb er de estar c o m p le ta m e n te agradecido y la im posibilidad de o p o n e r resistencia a la coacción y el control m a ­ ternos. Fue la m oral in teriorizad a la que obligó a Mareel Proust a rep rim ir la rebelión. Si alg un a vez. h ubiera podido h a b la r en su propio n o m b re con su m ad re, com o dejó h ab lar a su héroe .lean Sa u teu il, no h ab ría p adecid o asm a, no habría miIi ido ataq u es de asfixia, no h a b ría tenido que p a ­ sarse m edia vida en cam a y no h ab ría m u erto tan pronto. E n la carta a su m ad re escribe claram ente que prefiere estar en ferm o a c o rre r el riesgo de dis­ gustarla. No es ra ro que hoy en día se oigan a ú n de­ claraciones de este tipo, pero hay q u e reflexionar sob re las co nsecuencias derivadas de esta ceguera em ocional.


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El gran m aestro de la disociación de sentim ientos James Joyce

Ja m e s Joyce se vio obligado a so m e te rse a quince operacio nes de ojos en Zurich. ¿Qué era lo que n o p o ­ día ver ni sentir? Tras m o rir su padre, escribió a líarriet S h aw Weaver lo siguiente en u n a c a r ta lechada el 17 de enero de 193,2: «Mi p a d re sentía p o r m í un cariñ o extraordin ario. E r a el h o m b re m ás necio que he co no cid o nunca, pero de u n a astu cia p u n zan te. Pensó y, habló de m í hasta el ú ltim o m o m en to . S iem p re lo he q u eri­ do m ucho, p u esto que yo m ism o soy u n pecador, y h a s ta sus defectos m e g u stab an . Le d e b o a él cien ­ tos de p ágin as y do cenas de p erso najes de m is li­ bros. Su h u m o r seco (o m ás bien h ú m ed o ) y la expresión de su ca ra a m e n u d o m e h an h ech o deste m illa r de risa» (Joyce 1975, pág. 223). Esta d escripción idealizada de su p a d re c o n tra sta v ivam ente con la carta q u e J a m e s Joyce escribió a su m u je r el 29 de agosto de 1904, d espués de la m u erte de su m adre:

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«¿Cómo iba a alegrarm e al p e n s a r en la casa de m is p ad res? [...] Creo que los m alos trato s de mi p ad re, los añ o s de p reo cu pacion es y la cínica fra n ­ q u eza de mi c o n d u c ta m a ta ro n a mi m ad re le n ta ­ m en te. C u an d o esta b a en el féretro y vi su rostro - u n ro s tro gris y d estro zad o por el c á n c e r- c o m ­ p re n d í cjue m e h allab a an te la c a ra de u n a vícti­ ma, y m aldije el sistem a que la h ab ía convertido en u n a víctim a." É ra m o s diecisiete en la familia. Mis h e rm a n o s no significaban n a d a p a ra mí. Sólo uno d e ellos p u e d e entend erm e» (Ibíd.., pág. 56). ¿C u án to su frim ien to del p rim o g én ito de esta m a ­ dre q ue tuvo diecisiete hijos y de u n alcohólico vio­ lento se esco n d e d etrás de estas frases realistas? Este s u frim ien to n o a p arece expresado en las o bras de Joyce, sino que el lector tropieza con un a resistencia al m ism o qu e se sirve de brillantes provocaciones. Las b u fo n a d a s del p a d re son a d m ira d a s p o r el niño a m e n u d o ap alead o y tra n sfo rm a d a s en literatu ra p o r I el adulto. Yo atrib u y o el g ran éxito de sus novelas al hecho de que p recisam en te m u c h a s p erso n as valoran ' p a rtic u la rm e n te esta fo rm a de re c h a z a r los senti' m ien to s tanto en la lite ra tu ra co m o en la vida. E n m i ob ra titu la d a ida madurez, de Eva abordó este fen ó m e­ no a p ro p ó sito de la novela auto bio gráfica de Frank M cCourt Las cenizas de Angela.

* La A.)

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N ótese que m aldice el sistem a, ¡no al padre idealizado! (N. de


Epílogo de la prim era parte

Es posible que in n u m e ra b le s p erso nas hayan Irm do u n destino parecido a los que acab o de drsi nhii P ero los auto res aquí m en cio n ad o s son conocidos en to do el m u n d o , p o r lo que la veracidad de mis pala bras puede co m p ro b arse con ayuda de sus ob ra s y d< las biografías que se h a n escrito sobre ellos l 'l deno m in a d o r c o m ú n de estos escritores íue su lealtad al c u a rto m a n d a m ie n to y el h ech o de que a lo largo de to d a su vida h o n r a ro n a sus padres, q u e les h abían cau sad o m u c h o sufrim ien to. S acrificaron sus p r o ­ p ias necesidades de verdad, de lealtad a sí m ism os, de co m u n icació n sincera, de co m p ren sió n y de ser co m p ren d id o s en el altar de sus padres, todo ello con la esp eran za de ser am a d o s y xto volver a ser rechaza dos. La verdad expresada en sus ob ras q uedó disocia da de su yo; cosa que, bajo el peso del c u arto m a n d a m iento, retuvo a d ich a verdad en la cárcel de la negación. D icha negación les o casio nó graves en ferm ed ad es y m u erte s tem p ra n as, cosa que d em u estra, u n a vez m ás, que Moisés se equivocó p o r com pleto al d ecir­ nos q u e viviríam os m ás si h o n r á b a m o s a n u e stro s pa71


dres. El cu arto m a n d a m ie n to co ntien e una am enaza ! indiscutible. A b u e n seguro, m u c h a s perso nas disli u t a i 011 de u n a la rg a vida a u n q u e idealizaran a los padres que en .'i el p asado las m a ltrataro n . E n realidad, no sabem os ¡ có m o estas personas e n c a ra ro n su m entira. I ,a mayo ría la transm itió inco nscien tem ente a la siguióm e ge: aeración ; po r el contrario, sabem os que los escritores ¡¡ a q u í citad os em p ezaro n a in tuir su verdad. Pero, ais lados y en u n a sociedad que siem p re está del lado de los pad res, no e n c o n tra ro n el valor suficiente para d esh acerse de su negación. C u alq u iera p uede c o m p r o b a r lo p o d e r o s a que lle­ ga a se r la p resió n social. C uand o u n ad ulto reco n o ­ ce la c ru e ld a d de su m a d re y h ab la de ella con fran ­ q ueza, lo que oye u n á n im e m e n te , tam bién en las terapias, es: «Pero ella ta m b ié n lo tuvo difícil, ha h e­ cho esto, lo otro y lo de m ás allá. No d eb erías ju z g a r­ la. no l o d o es blanco o negro, no d eb erías verla de form a tan parcial. Los p ad res ideales no existen, e t­ cétera». Da la im p re s ió n de que quienes h a b la n así están defen d ien d o a sus p ro p ia s m ad res, a u n q u e el ad u lto en cu estió n no las haya a ta c a d o en absoluto. Sólo ha hab lado de su p ro p ia m a d re . E sta presión social es m u c h o m a y o r de lo q u e im ag inam o s; p o r eso e sp ero que el r e tra to de los escritores que he realizado n o sea e n te n d id o com o u n a c o n d en a, co m o u n a crítica a su falta de valor, sino co m o la d e s c rip ­ ción de Ja trag edia vivida por unas p erso n as que, si b ien n o p u d iero n a c e p ta r la verdad d ebid o al aisla ­ m iento , sí la percib iero n. ! le escrito este libro con la e s p e ra n z a de re d u c ir este aislam iento; p orque no es |t

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r a ro e n c o n tra rs e en las terap ias con la so led a d del n iñ o que hay en el a d u lto actual, pues a m e n u d o és­ tas ta m b ié n fu n cio n an al d ic ta d o del c u a r to m a n d a ­ m iento.



II

La m oral tradicional en las terapias y la sabiduría del cuerpo

No tener rertiei cli >•; de l.i ni fancia es 1 1 > i i h > eslai n > i u l e í ta (lo a carpai peí in.menlemeiile con una caja cuyo <onienido desconoces. Y eiianlo mayoi eres, más le pesa v mas le im pacientas por abrirla al lin.

Jurek Becker*

* Ju re k B ecker estuvo in te rn o de pequeño en los cam pos de co n cen tració n de R avensbrück y S ach sen h au sen , de los que no con servó rec u e rd o alguno. Se pasó to d a la vida b u scan do al niño que, gracias a los cuidados de su m adre, sobrevivió a la extrem a crueldad de los cam pos. (;V. de la A.)


p v


Introducción

Los destinos de los escritores que he a b o rd a d o en. la p rim e ra parte de esta o b ra perten ecen a siglos ya pretéritos. ¿Qué h a cam b iad o desdejcnlonces? La ver­ dad es que n o m ucho, salvo el hecho de q u e en la a c ­ tualidad algunas de las an tiguas víctim as de malos tratos infantiles buscan terap ias p a ra liberarse de las co nsecuencias de esos m alos tratos. Pero, al igual que ellas, sus terap eu tas tem en a m en u d o c o n o cer la ver­ d a d de la infancia; de ahí que la liberación sq logre en m u y pocos casos. A lo sum o, a corto plazo se p rod uce u n a m ejoría de los sín to m as si se le posibilita al p a ­ ciente vivir sus em ociones; p o d rá sentirlas, ex p resar­ las en presencia de otro, algo que antes n u n c a le e s tu ­ vo p erm itido. Pero si el te ra p e u ta cree en algún dios (las figuras de los padres), sea Yahvé, Alá, Jesús, el P artid o C om unista, Freud, Jung, etcétera, difícilm cn Le p o d r á a y u d a r al paciente en su cam ino hacia la au tonom ía. L a m oral del cu arto m a n d a m ie n to con fre­ cuencia retiene a a m b o s en su destierro, y el cu erp o fiel paciente es el que p a g a el precio de este sacrificio. Si hoy afirm o que este sacrificio no es necesario, y que es posible lib era rse del d ictado de la m o ra l y del 77


c u a rto m a n d a m ie n to sin tener q u e castigarse p o r ello y sin p e rju d ic a r a otros, p o d r ía n re p ro c h a r m e p o r mi in g en uo o p tim ism o . P orque ¿cóm o voy a d em o strarle a alguien q u e p uede lib ra rse de las obligaciones con las qu e ha cu m p lido d u r a n te toda su vida, las cuales n ecesitó en el p asad o para sobrevivir y sin las que ya no se im ag in a la vida? Reconozco que, si digo que he c o n seg u id o esta libertad gracias a q ue p u d e descifrar mi historia, no soy u n b u e n ejem plo, p u es he tard ad o m ás de c u a re n ta añ o s en llegar al p u n to en el que es­ toy ah o ra. Pero hay otros casos. Conozco a personas q ue (Mi m u ch o m enos tiem p o han con seg uid o d esen ­ te rra r sus recuerd os y, gracias al d esc u b rim ie n to de su verdad, han po dido a b a n d o n a r el escondite en el que se h a b ía n guarecido. E n m i caso, el viaje d u ró m u c h o p o rq u e d u ra n te d écadas tuve que re c o rre r el c a m in o sola y hasta el final no e n c o n tré el tipo de a c o m p a ñ a n te que necesitaba. P o r el ca m in o tropecé co n p e rso n a s para quienes c o n o c e r su h isto ria ta m ­ bién era u n a prioridad. Q uerían e n te n d e r de qué te­ n ía n que protegerse, de qué h ab ían tenido m iedo, y cóm o estos m iedos y las graves heridas te m p r a n a ­ m e n te sufridas h a b ía n re p e rc u tid o en sus vidas.'¡Igual q u e yo, tu vieron que im p o n e rs e a la d ic ta d u ra de la m o ra l tradicional, pero p o cas veces lo hicieron solas/ Ya h a b ía libros y g ru po s q u e les facilitaron esta libe­ ración. D espués de c o n firm a r sus p ercepciones, p u ­ d iero n d ejar atrás su confusión y, u n a vez que se h u ­ bieron acercad o a su verdad, p e rm itirse la aceptación de la in dignación y el horror. H enrik Ibscn habló u n a vez de los p u n tales de n u e s tr a sociedad; se refería con ello a los poderosos 78


que sacan provecho cíe la h ipo cresía de dicha socie­ dad. Yo espero que las person as que h ay an reconocí1 do su historia y se h ay an liberado de las m en tiras im-, puestas p o r la m oral pasen a fo rm ar p arte de los' p untales de u n a fu tu ra sociedad consciente. Sin la' conciencia de lo que nos sucedió en nuestros prim e : ros años de vida todo el en gran aje cultural es, a mi en; tender, u n a farsa. Los escritores aspiran a c rear buena literatura, pero n o tra ta n de identificar la lóenle in consciente de su creatividad, el im pulso que les lleva a expresarse y com u nicarse. 1.a m ayoría lemc c o n ello p erd er sus cap acid ad es creativas, rtn m iedo símil,u he en c o n tra d o en los pintores, incluso en aquellos q ue (a m i juicio) m o strab an claram en te sus m iedos incon scientes en sus cuadro s, com o lú an eis Mmon, El Bosco, S alvador Dalí y m u ch o s otros su rrealistas Es cierto que con sus cu ad ro s buscan com un icarse, pero a un nivel que proteja su negación de las viven­ cias infantiles y que se considera arte. Dirigir la a te n ­ ción a la biografía de un artista es u n ta b ú del en g ra ­ naje cultural. En mi opinión, es p recisam en te esta historia inconsciente la que m ueve al artista u n a y o tra vez a b u scar nuevas form as de expresión (véase A. ¡Vliller 1998b). Y es preciso que perm an ezca oculta a él y a n u e s tra sociedad p orque p o d ría desvelar el s u ­ frim iento te m p ra n a m e n te padecido debido a la e d u ­ cación, con lo que se desobedecería el m a n d a m ie n to de «h on rarás a tu p a d re y a tu madre». Casi todas las instituciones co n trib uy en a esta b u id a de la verdad. S on dirigidas por perso n as, y a la m ay o ría de las p erso nas les da m iedo la p a la b ra in­ fancia. Este m iedo se halla en todas partes, en las 79


consultas de los m édico s y los p sico terap eu las, cu l<»•. d espachos de los abogados, en los trib u n ales y, n<> en m e n o r m edida, en los m edio s de com u nicació n En cierta ocasión, u n a lib rera m e habló ele un p ro g ra m a de televisión sobre los m alos tratos inlanli les. P or lo visto, se e m itie ro n casos de u n a gran cruel dad, en tre ellos el de u n a de las llam ad as «m adres con el síndrom e, de M ü n ch hau sen »: u n a enferm era que cu an d o iba con sus hijos a la co n su lta del m édico se hacía p a s a r p o r u n a m a d re m u y cariñ o sa y e n tre ­ gada, pero que en casa u tilizab a m e d ic a m e n to s p a r a provocarles de m a n e r a in te n c io n a d a enferm edades, de las q ue a c a b a ro n m u rie n d o sin que en un p rin c i­ pio se so sp ech ara de ella. A la librera le h a b ía indig­ nado que los expertos del d eb ate no h u b ie ra n dicho nada acerca de p o r q u é hay m a d re s así. Com o si se h alara de una fatalid ad divina. «¿Por q ué no dijeron la verdad?», me preguntó; «¿por qué estos expertos uo dijeron que esas m ad res fu ero n gravem ente mall raladas en el p a s a d o y q ue con su c o n d u c ta no h acen sino repetir lo que ellas h a n vivido?» Le contesté: «Lo dirían si lo su pieran , p e ro está claro que no lo s a ­ ben». «¿Y cóm o es posible que yo lo sep a sin ser u n a expei ta?», p reg u n tó la mujer, y siguió: «Me h a b a s ta ­ do con leer un p a r de libros. Desde que los leí, m i re ­ lación con m is hijos h a c a m b ia d o m u ch o . E ntonces, ¿cómo puede ser que un experto diga que, por suerte, son pocos los casos extrem os de m alos tratos a los niños y que sus cau sas se desconocen?». La actitud de mi in te rlo c u to ra m e hizo c o m p re n ­ d er que tenía que escribir o tro libro s o b re ese tema, incluso a u n q u e quizá falte-alg ún liem po p a r a que

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í m u c h o s p u e d a n vivirlo co m o u n alivio. No obstante, no d u d o de que ya h a b r á alg u n o s que p o d rán c o rro ­ b orarlo p o r p ro p ia experiencia.

Mis in ten to s de tra n sm itirle al V aticano los c o n o ­ cim iento s sob re la im p o rta n c ia de la p rim era in fa n ­ cia m e han d e m o s tra d o la im p o sib ilid ad de d e s p e rta r el s e n tim ie n to de m ise ric o rd ia en h o m b re s y m ujeres que al co m ien zo de sus vidas a p re n d ie ro n a re p rim ir sus se n tim ien to s v erd ad ero s y esp o n tá n eo s con tal fuerza que, p o r lo visto, n o h a q u e d a d o en sus vidas ni ra stro de ellos. Ya no h a y n in g u n a cu riosidad poi los sen tim ien to s ajenos. Las p erso n as que di' peque ñas fueron in te rio rm e n te «m asacradas» d an la im presión de vivir en un b ú n k e r in te rio r en el que solo se les p e rm ite re z a r a Dios. E n Él delegan su propia resp o n sab ilid a d y o b serv an con fidelidad los p i n ep tos de la Iglesia p a r a que el p re te n d id o D io d a m o r o s o no los castigue p o r alg u n a negligencia. Poco despu és de la d e te n c ió n de S ad d am I lussein e m p e z a ro n a alzarse voces en todo el m u n d o , incita das desde el Vaticano, m oviendo a la com p asión poi el tiran o sin escrú p u lo s y h a sta ento nces tem ido. Pero, en m i opinión, al e m itir juicios sobre los tira ­ nos no p o d em o s b a sa rn o s sim p lem en te en la c o m p a ­ sión hacia las p erso n as p a r a desp ués p e r d o n a r sus actos. S a d d a m H ussein nació el 28 de abril de 1937 y creció en el seno de u n a fam ilia c a m p e sin a que no poseía tierras y vivía cerca de Tikrit en condiciones m uy precarias. S eg ún las biógrafas J u d ith Miller y 81


Lauri.e Mylroie (.1990), el p a d re biológico de S ad d am a b a n d o n ó a su m a d re poco antes o p oco después de q u e el n iñ o naciera. Su p ad rastro , u n pastor, hum illó al joven co n sta n te m e n te , llam án d o lo hijo de p e rra o hijo de puta, le pegó sin piedad y lo m a rtiriz ó de for­ m a bru tal. Para p o d e r ex plo tar al m á x im o la cap aci­ d ad de trab ajo del niño, le p ro h ib ió ir a la escuela hasta los diez años. E n vez de eso, lo d esp ertab a en plena n o ch e y le o r d e n a b a q u e vigilase el reb año . Duran le estos año s tan significativos to do s los niños se form an ideas del m u n d o y del valor de la vida. S ien­ ten deseos con cuya realización su eñ an . En el caso de S a d d a m , que fue un prisionero de su p a d ra stro , el de­ seo sólo podía ser uno: el p o d e r ilim itad o sobre otros. Es p ro b a b le que en su m e n te g e r m in a ra la idea de q u e la ú n ica m a n e ra de p o d er salvar la dignidad r o ­ b a d a era ejerciendo sobre o tra s perso n as el m ism o p o d e r q ue su p a d ra stro h ab ía o s te n ta d o sob re él. Du­ ra n te su infancia a p en as h ab ía ten id o o tro s ideales, o tro s ejemplos: sólo esta b an su o m n ip o te n te p a d r a s ­ tro y él, u n a víctima a m e rc e d del te rro r m á s a b so lu ­ to. C onform e a este m odelo o rganizó despu és el a d u l­ to la e s tru c tu ra totalitaria de su país. Su cu erp o no co no cía otra cosa que la fuerza. Todos los d ictado res niegan el s u frim ien to que h a n p ad ecid o en su in fancia y tra ta n de olvidarlo ay u d á n d o s e de su m egalom anía. P ero el inconsciente de cad a p e rso n a registra en las células del cu erp o su h isto ria co m p leta y llega u n día en q ue la im pu lsa a h a c e r frente a su verdad. Que S a d d a m , p recisam en te con la gran fortuna que tiene, b u scase u n refugio c e r­ ca de su lugar de nacim iento , d o n d e de p eq u e ñ o n u n ­ 82


ca se le dispensó ayuda, en u n a región que inspirab a m u ch o recelo y que ni siq u iera p u d o protegerle, vuel­ ve a evidenciar que su in fa n cia fue un callejón sin s a ­ lida e ilustra con clarid ad su co m p u lsió n a la repeló, ción. Tam poco el p ud o escoger en su infancia. La h isto ria d e m u e s tra q ue el c a rá c te r de un lira no no cam bia a lo largo de su vida y que, en lan ío no se le oponga resistencia, u sa su p o d e r de forma desh tu tiva, pues su verdadero e inco n scienle objetivo, oeul to tras sus actividades conscientes, no varia boriai con ay ud a del p o d e r las h um illaciones vividas en la in fan cia y despu és negadas. IVro com o es im p o s ib le con seg uir eso, p o rq u e el p asado no se p uede elim m ai ni d o m in a r m ie n tra s u n o niegue el suli ¡miento ex pe ri m e n ta d o, las e m p re sa s aco m etid as por los d ielado res están fatalm ente ab o cad as a la pulsión a la rcpeli ción. S iem p re h a b r á nuevas víctim as q u e p ag u en el precio p o r ello. Con su co m p o rta m ien to , H itler dirigió el m u n d o entero com o su p a d re lo h a b ía tratado a él de p e­ queño: con ansias destructivas, sin piedad, con osten­ tación y brutalidad, jactanciosa y perversam ente, con narcisism o, estrechez de m iras y estupidez. Con su im itación inconsciente le fue fiel a su padre. De m od o parecido actu aro n dictadores co m o Stalin, Mussolini, Ceaucescu, Id i Amin D ada y S ad dam Hussein. Pero la biografía de S ad d am es el clásico ejemplo de h u m illa­ ción infantil extrem a que m ás tarde cau sará miles y miles de víctim as que d eb erán p a g a r la venganza del tirano con sus vidas. P o r grotesco que p u ed a parecer, la negativa a a p re n d e r de estos hechos tiene u n a clara explicación.


El tiran o sin escrú pu los m oviliza los m iedos ivpi i m id o s de los niñ o s qu e fu eron m a ltra ta d o s en el p.i s a d o y q u e ja m á s pud iero n, ni p u e d e n en la aelnali dad, c u lp a r a u n o s p a d re s a los q u e son fieles pese a las to rtu ra s sufridas. Todo tira n o sim boliza a este pa dre al que se a fe rra con to d as sus fuerzas con la espe r a n z a de p o d e r tra n s fo rm a rlo alguna vez en un ser cariñ o so m e d ia n te la p ro p ia ceguera. Es esta e sp eran za la que p u e d e h a b e r llevado a los re p re se n ta n te s de la Iglesia católica a sen tir c o m p a ­ sión p o r ITussein. H ace u n p a r de añ o s solicité apoyo a u n o s c u a n to s card en ales c u a n d o p resentó al Vatica­ no el m aterial sobre las co n secu en cias del m a ltra to infantil y les pedí q ue ilu stra ra n al respecto a los m a ­ trim o nio s jóvenes con hijos. Com o ya he dicho antes, no obtuve p o r parte de i lili;-.uno de los cardenales a los que había escrito la m ás m íni ma m uestra de interés por el problem a de los niños m altratados, u n pro b lem a de alcance m undial ignora do pero candente. Igual que tam poco h u b o el m e n o r gesto de m isericordia cristiana. Sí que es cierto, sin em bargo, que hoy en día d em u estran con ro tu n d i­ dad su capacidad compasiva,, pero cu rio sam ente no p o r los niños m altratad os ni p o r las víctimas de S ad ­ dam , sino p o r él mismo, p o r la figura p atern a carente Los n iñ o s golpeados, to rtu ra d o s y h u m illad o s que n u n ca c o n ta ro n con el ap oy o de u n testigo que les ay u d ara suelen d e sa rro lla r m ás ad elan te una gran to­ lerancia hacia las cru eld ad es de las figuras p a te rn a s y, al parecer, una s o rp re n d e n te insensibilidad p o r lo que se reliere al s u b im ie n to de los niños ma It ra ta -

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dos. Se niegan en red o n d o a a d m itir que ellos m ism os fueron m altratad o s en el p asado , v la insensibilidad les p erm ite m a n te n e r los ojos cerrados. P o r eso, a u n ­ que estén ab so lu tam en te convencidos de sus p ro p ó si­ tos h u m an o s, h a r á n de ab o g ad o s del diablo. Desde pequeños han ap ren d id o a r e p rim ir e ig n o ra r sus v e r - : d ad ero s sentim ientos; h a n a p re n d id o a no co n fiar en i éstos y a h acerlo sólo e n las n o rm a s de los p adres, los ! profesores y las a u to rid a d e s eclesiásticas. Y a h o ra sus resp on sabilidad es a d u lta s n o les dejan tiem p o p a ra percibir sus propios sen tim ien to s, a m e n o s que dichos sen tim ien to s encajen a la p erfección con el sistem a de valores p a tria rc a l en que viven: co m o la c o m p a sió n p o r el padre, p o r m u y destructivo y peí i groso que éste sea. Al parecer, c u a n to s m ás crím enes co m eta un tiran o , m ás to leran cia recibirá, eso siem pre que el acceso de sus a d m ira d o re s al s u lrim ie n to de sus p ropias infancias p e rm a n e z c a h e rm é tic a m e n ­ te cerrado.

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La naturalidad del m altrato infantil

I lace añ os que leo los inform es de los Foros «N ue str a Infancia»,* y a m en u d o me e n c u e n tro con lo m ism o: la m ayoría de los recién llegados al foro es­ c rib en que ya h an leído m u ch as cosas en él y que tie­ nen d u d a s de si están o no en el lugar adecuado, p o r­ que, en réalidad, ellos no h a n sido m a ltra ta d o s de p e q u e ñ o s y en el foro se han enterado de h istorias te­ rribles; a s e g u ra n que es cierto que les p eg ab an de vez en cu an d o , que fueron m en ospreciado s o hum illados de alguna forma, pero que ja m á s sufriero n tan to com o m u ch o s de los p articipantes en el foro. Sin e m ­ bargo, con el tiem po tam bién estas p erso n as hablan del in d ig n an te co m p o rtam iento de sus padres, que p ued e ser ab iertam en te calificado de m a ltra to y que los d em ás tam bién perciben co m o tal. Lo que o c u rre es q u e h a n necesitado un tiem p o d eterm in a d o p a ra s e n tir el sufrim iento de su infancia, y, gracias a la e m p a tia de los dem ás partic ip a n te s, poco a poco h an ido ad m itien d o sus sentim ientos. Véase «Forum », en la página w eb de Atice Miller en Internet: w w w .alice-rnillef.coin. (N. del L.)

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Este fenó m eno refleja la a c titu d de la p o b lació n m un dial en relación co n el m a ltra to infantil. A lo sum o, éste se considera u n a falta n o in te n c io n a d a c o ­ m etid a p o r p adres q ue a b rig a b a n las m ejores in te n ­ ciones, pero a los que tener- que e d u c a r los desbordó. Asimismo, el desem pleo o el exceso de tra b ajo se d e ­ sig nan com o cau san tes de que u n p a d re levante la m a n o , y las tensiones en el m a trim o n io explican que las m ad res p a rta n p erch as so bre los cuerpo s de sir. hijos. Explicaciones tan a b s u rd a s son Im to de n u e 1, tra m oral, que desde siem p re se ha situ ad o del lado de los adultos y en c o n tra del nino. Desde esta peí pectiva n u n ca h a p o d id o percibirse el su frim ien to m fantil; de este r a z o n a m ie n to nació mi idea de los lo ros, en los q ue la gente hab la de su sulVimiento s que con el tiem po p o n e n de m an ilieslo asi l<> esp eto lo que tiene que so p o rta r un niño si carece del apoyo de la sociedad. G racias a estos inform es se co m p ren d e el p o rq u é clel odio, que pu ed e llegar tan lejos co m o p a ra que niños inicialm erile inocentes, m ás tarde, de adultos, sean p o r ejem p lo capaces de h a cer realidad los delirios de un loco y organizar, apoyar, llevar a cabo, d efen der y olvidar u n h o lo cau sto gigantesco. La pregunta, no obstante, acerca de cuáles han sido las im p ro n tas, los m alos tratos y las hum illaeio lies que h a n co n trib u id o a que niños a b so lu ta m e n te n o rm a le s se conviertan en mon.stn.ios, sigue om ilién dose p o r todos co m o antes. Tanto los m o n stru o s c o m o las p erso n as que h a n dirigido co ntra sí m ism as los sen tim iento s de rab ia e ira, y que h an en lerm ad o , defienden de cu alq u ier rep ro ch e a los p ad res que, en el pasado, les peg aro n b ru ta lm e n te . Mo saben cóm o


les h a n influido los malos tratos, no saben en.mi o h an sufrido p o r ellos ni quieren saberlo. Consideran que aquello se hizo por su bien. T am poco en las guías de au to ay u d a ni, en general, en la bibliografía sobre la asistencia terapéutica se d etecta u n a inclinación clara en favor del niño. Al lector se le aconseja que ab an d o n e el papel de vícli m a, que no acuse a nadie del d e sb a ra ta m ie n to de su vida, que sea fiel a sí m ism o p ara c o n seg u ir liberarse del p asado e, incluso, que m a n te n g a b u e n a s re la cio ­ nes con sus padres. Hn estos consejos p ercibo las co ntradicciones de la pedagogía v en en osa y de la m o ­ ral tradicional. Veo tam bién en ellos el peligro de a b a n d o n a r al niño en otros tiem pos a to rm e n ta d o po r su confusión y su sobreesfuerzo m oral, con lo que tal ve/, nunca pueda convertirse en adulto. I’ues hacerse adu lto significaría dejar de n eg ar la verdad, sentir el dolor reprimido, conocer racio n alm en ­ te la historia que el cuerpo ya conoce em ocionalnieule, integrar esa historia y no ten er que reprim irla i mis. One luego el co ntacto con los p a d re s p u e d a o no m an ten erse d ependerá de las circunstancias. Pero lo que sí debe term in ar es la relación enferm iza con los padres interiorizados de la infancia, esa relación a la que llam am os amor, pero que no es a m o r y que está c o m p u e sta de distintos elem entos com o la gratitud, la com pasión, las expectativas, las negaciones, las ilusio­ nes, el miedo, la obediencia y el tem o r al castigo. He dedicado m u ch o tiem po a e s tu d ia r por qué al­ gunas person as co n sid e ran que sus terap ias han sido u n éxito y otras, pese a décad as de análisis o terapias, siguen atascadas en sus s ín to m a s sin p o d er librarse


de ellos. He c o n s ta ta d o que, en todos los casos q ue acab aro n positivam ente, las p erso n as p u d ie ro n lib ra r­ se de la relación destructiva del niño m a ltra ta d o c u a n ­ do c o n ta ro n con u n apoyo que les p erm itió d esvelar su h isto ria y ex p resar su in dig nación p o r el c o m p o r ­ tam ien to de sus p ad res. E sas perso n as, de ad ultas, p u d ie ro n o rg a n iz a r sus vidas co n m ay o r lib ertad sin n ecesid ad de o d ia r a sus padres. Pero no p u d iero n hacerlo aquellos que en sus te ra p ia s fueron e x h o rta ­ dos a p e rd o n a r crey en do que el p erd ó n conllevaría un éxito curativo. É stos q u e d a ro n ap risio n a d o s en la situación del niño p eq u e ñ o q u e cree que quiere a sus p adres, p ero que en el fondo se deja c o n tro la r y (en fo rm a de enferm ed ad e s) se deja d e s tru ir p o r los pa d res que h a ten id o in terio rizad o s toda su vida. Scuio ja n te d ep en d en cia fo m e n ta el odio que está reprim í do pero que, no obstan te, sigue activo y em pu ja a a g re d ir a inocentes. Sólo o d iam o s c u a n d o nos sentí m o s im p oten tes. '• He recibido cientos de cartas q ue d o c u m e n ta n mi afirm ación. P o r ejem plo, Paula, u na chica de veinti­ séis años y que p ad ece alergias, m e escribió d icien do que, de p eq u eñ a, su tío la a co sab a c a d a vez que los visitaba y le tocaba con d escaro los p ech os en p re se n ­ cia de otro s m ie m b ro s de la lam ilia. Este tío, sin e m ­ bargo, e ra la ún ica p erso n a q ue p restab a a te n c ió n a la n iñ a y le d ed icab a tiem po en sus visitas. N adie la p ro te g ió y, c u a n d o se quejó de su tío, sus p a d re s le di je ro n q u e n o tenía q u e habérselo p erm itid o . N adie salió en su defensa; antes bien, le cargaro n c o n la re s­ p o n sab ilid ad . A hora el tío tenía cán c e r y P aula no q u ería ir a verlo, p o rq u e esLaba furiosa con el a n c ia ­

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no. P ero su terap eu ta creyó q u e m á s ad elan te la m e n ­ taría su negativa y que no hacía falta que disgustase a su familia, que eso n o le serviría de n ad a; de m o d o q ue Paula fue a verlo re p rim ie n d o su verdad era in ­ d ignación. Poco después de la m u e r te de su tío, el r e ­ cu erd o de este acoso derivó hacia algo c o m p le ta m e n ­ te distinto. Ahora Paula sentía incluso a m o r p o r su lío fallecido. La te ra p e u ta e s ta b a c o n te n ta con ella y ella, a su vez, consigo m ism a; p o r lo visto, el a m o r la había c u rad o de.su odio y sus alergias. Sin em bargo, de repente le surgió u n a fuerte a s m a y tuvo dificulta­ des respiratorias. Paula no lo g ra b a e n te n d e r esta e n ­ ferm edad, pues se sen tía m u y bien, h a b ía p o did o p e rd o n a r a su tío y no le g u a r d a b a re n c o r alguno. E n ­ tonces, ¿a qué venía este castigo? C onsideró que la ap a ric ió n de la en ferm ed ad e ra un castigo p o r sus a n ­ tiguos sentim ientos d e r a b ia e in d ig n ació n . Después leyó un o de m is libros y, con m otivo de la e n ferm e­ dad, m e h abía escrito. El a s m a d esap arec ió en c u a n ­ to p u d o deshacerse del «amor» p o r su tío. Éste es u n ejem plo de obediencia en lu g a r de amor. A otra m u je r le a s o m b ra b a , tras añ o s de p s ic o a n á ­ lisis, ten er dolores en las piern as p a r a los q u e los m é ­ dicos no e n co n trab an c a u s a alguna, p u es c o n sid e ra ­ ba que los m otivos p o d ía n se r psíquicos. M ed ia n te el psicoanálisis, llevaba añ o s tra b a ja n d o su su p u esta fantasía ele que h ab ía sufrido ab u so s sexuales a m a ­ nos de su padre. Q uería c re e r a su psico an alista, q u e ­ ría c reer que se tra ta b a sólo de im ag in acio n es y no de re c u e rd o s de hechos reales. Pero to das estas es p e c u ­ laciones no le ay u daron a c o m p r e n d e r el p o rq u é de esos dolores en las piernas. C uando, al fin, in terru m -

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pió la terapia, para su g ra n so rp resa los do lores d e ­ saparecieron. H ab ían sido un indicio de que esta b a en u n m u n d o del que no podía salir. Ella qu ería h u ir del psicoanalista y de sus engañosas interpretaciones, pero no se atrevía a hacerlo. Es posible que los dolo res en las p iern as b lo q u e a ra n d u ra n te cierto tiem po su necesidad de huir, hasta que tom ó la decisión de dejar el psicoanálisis y no e sp erar m ás ayuda de éste El vínculo con las figuras p a te rn a s q ue lía lo de describ ir aq u í es el vínculo con un os padres que mal tra ta n y que nos im p iden a y u d a rn o s a noso tro s me mos. Las necesid ad es n atu rales no satisha lias del n iño en el p asad o las trasladam o s m as larde a los le rap eu tas, a los cónyuges y a n uestros propios hijos No a c a b a m o s de creern os que n u cslio s pad res real m en te las ign o rasen o incluso las to rp e d earan de tal m o d o que tu v iéram os que reprim irlas. E sp e ra m o s que a h o ra sean otras personas, con las qu e en tabla m os relación, las que colm en por fin nuestro s deseos, nos en tien d an , nos apoyen, nos resp eten y nos d es­ c argu en de las decisiones difíciles de la vida. Y d ad o que estas expectativas se alim en tan de la negación de la realidad de la infancia, no p o d em o s r e n u n c ia r a ellas. No, m e d ia n te u n acto de voluntad, c o m o he di cho antes. P ero a c a b a n d e sap arec ie n d o c u a n d o nos' d ecidim os a h a c e r frente a n u e s tra verdad; eso no es fácil, p o rq u e en la m ay oría de los casos im plica dolor, a u n q u e sí posible. E n los foros a m en u d o se observa que alg un as p erso n as, despu és de quejarse de lo que les han la­ cho sus padres, se en fad an si alguien del g ru p o reac­ ciona co n indignación a ese relato, a u n q u e este al-

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guien no conociera a esos padres; su indigna» ion va dirigida contra aquello que le h a oído decir a la per son a del grup o en cuestión. P o rq u e no es lo m i s m o q uejarse de los actos de los p a d re s q u e to m a r es» >s he chos c o m p letam en te en serio. E sto últim o aviva el m ied o del n iñ o al castigo, de a h í que m u ch o s prel'ie ran m a n te n e r rep rim id as sus p r im e r a s percepciones, n o ver la verdad, e n c u b rir los h ech o s y co n fo rm arse con la idea del perdón, de m a n e r a qu e seguirán pre­ sos en su dinám ica infantil de expectativas. E m p ecé a so m e te rm e a psicoanálisis en el añ o 1958 y, si m iro retro spectivam ente, m e da la im p re­ sión de que mi p sicoanalista esta b a m u y im b u id a de la moral. Yo no m e di cuenta, p o rq u e h e crecido con la m ism a escala de valores; p o r eso no tuve la posibili­ dad de reco n o cer en ton ces q u e h a b ía sido u n a n iñ a malí ralada. Para d escu brirlo n ecesité u n a testigo que hubiera recorrido este cam in o y que ya no c o m p a r ­ tiera la habitual negación del m a ltra to a los niños <111»• i ciña »Mi n u estra sociedad. Todavía hoy, m á s de i na na Ha an os después, esta p o s tu r a no está g enerali­ zada Los informes de los te ra p e u ta s que aseg u ran eslai del lado del niñ o in c u rre n , en la m ay o ría de los » asos, en una p o stu ra pedagógica, de la que, n a tu r a l­ m ente, no son conscientes p o rq u e n u n c a la h a n p ro ­ yec ta d o . Aunque algunos de m is libros alu d en y alientan a los p acientes a h a c e r ju stic ia consigo m is­ m o s v a no ced er an te las exigencias ajenas, com o I»‘clo ra tengo la sen sación de que los te ra p e u ta s sie m ­ pre dan consejos q u e uno, en realidad, no p u ed e se­ guir. Pues aquello q u e yo describo co m o resu ltad o de u na historia se co n sid e ra u n a m a la c o s tu m b re que


uno debiera corregir: «Uno debería ap re n d e r a resp e­ tarse, debería p o d e r valorar sus virtudes, debería esto, lo otro y lo de m ás allá». Hay to d a u n a serie de in for­ m ación que pretende ayudarle a u n o a re c u p e ra r su autoestim a, p ero sin que p u ed a liberarlo de sus blo­ queos; yo creo, en cam bio, que u n a p erso n a que no se valora a sí m ism a ni se respeta, que n o se p erm ite sercreativa, no es de esta m a n e ra p o rq u e lo desee. Sus bloqueos son (ruto de u n a historia que debería co n o ­ cer con la m a y o r exactitud posible, conocer desde las emociones, p a ra e n te n d e r cóm o se ha convertido en \ quien es. C uando lo haya entendido, p orque ha podido ; sentirlo, ya no n ecesitará más consejos. Sólo necesita rá un testigo cóm plice que reco rra con ella el cam in o hacia su verdad, con quien p u e d a perm itirse aquello que siem pre ha deseado pero a lo que tuvo que rem m ciar: la confianza, el respeto y el a m o r a uno mismo. Y necesitará p erd er la esp eran za de que sus padres le da r á n algún día aquello de lo que la privaron. P o r esa r a z ó n ha h ab id o h a s ta a h o r a tan pocas p erson as que h ay an reco rrid o este cam ino, y po r eso tan tas se c o n te n ta n con los consejos de sus te r a p e u ­ tas o dejan que las ideas religiosas les im p id an d e s c u ­ b rir su verdad. M ás a rrib a he citad o el m iedo corno el factor decisivo, p ero creo que este m iedo d ism in u irá cu a n d o el m a ltra to a los n iñ o s ya no sea un tabú s o ­ cial. H asta la actualidad, las víctim as de m alos tratos h a n neg ad o la v erd ad p recisam en te debido al m iedo que sintieron en sus p rim e ro s año s de vicia, con lo que, p o r lo general, h a n co n trib u id o a que dicha ver­ d ad se en cu b riera. Pero si las víctim as del p a s a d o em piezan a explicar lo q ue les ha ocurrido, los tera93


p e u ta s se verán tam bién obligados a d a r s e c u en ta de la realidad. Hace poco oí a un p sic o a n a lista alem án a f irm a r en público que p o r su c o n s u lta p asab an pocas víctim as de maltrato infantil. Una d eclaració n so rp re n ­ dente, pues no conozco a n a d ie que te n g a síntom as psíquicos, y quiera so m eterse a tra ta m ie n to , a quien de p equ eñ o no le hayan pegado. P a ra m í eso es m al­ trato , au n cuando a este tipo de h u m illa c ió n se le haya llam ado desde hace siglos, y se le llame, «m edi­ da educativa». Tal vez sea sólo c u e s tió n de definición, pero es una definición que, en este caso , m e parece decisiva.

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En el tiovivo de los sentim ientos

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H ace algún tiem po pasé p o r delante de un tiovivo y m e qu edé u n ra to allí, de pie, d isfru tan d o de la ali gría de los peq ueño s. La verdad es que eia, s o h t e todo, alegría lo que se reflejaba en los rostros de i ,o . niños de a p ro x im a d a m e n te dos anos IVro no vi solo alegría. E n algu no s se percibía con elai ¡dad el m iedo de ir a esa velocidad sin co m p añ ía y sentados al vo Jante de los cochecitos. Se percibía algo de miedo, pero tam b ién el orgullo de ser m ayores y p o r condu cir, así co m o la cu riosidad de qué vendría a co n tin u a ción, la in tra n q u ilid a d de no sab er dónde es ta b a n sus p ad res en ese m o m en to . R ealm ente podía o bservarse có m o todos esos se n tim ien to s iban su ced ién d o se y p o n ién d o se de m anifiesto en la vorágine del moví m iento. Al irm e de allí no pu de merlos de p r e g u n ta r m e qué le sucede a u n n iñ o p eq ueño de en tre u n o y dos año s c u a n d o su c u erp o es utilizado p ara las nece­ sidades sexuales del adulto. ¿Cómo se me o cu rrió esta idea? Tal vez p o rq u e la alegría que m o stra b a n esos n iñ o s m e p ro d u jo tensión y desconl ian/.a. IVnsé: «Dar ta n ta s vueltas rápidas en círculo podría re sultarles extraño, inusual y angustioso a sus cuerpos» os

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C uando b ajaro n, me p a re c ie ro n preocupado-. \ d< concerlados. Todos los niñ os se a b ra z a ro n con luer/.a a sus p adres. Quizá, pensé, esta clase de srnsai ion p lacentera n o sea en absoluto a d ecu ad a p ara un alma infantil, quizá no sea n atu ral. Es un m on taje art iI u ial con el que hay gente que hoy día g an a dinero. Y volví de nuevo al te m a que m e o cup ab a: ¿cóm o debe de sentirse u n a n iñ a que sufre ab uso s sexuales cuando, p o r ejemplo, su m a d r e casi 110 la toca, porque la re chaza y, d ebid o a su p ro p ia infancia, se im pide a si m ism a cu alq u ier efusividad? D espués esa n iñ a estará tan sed ie n ta de caricias q u e a c e p ta r á cad a c o n ta c to corp oral con g ratitu d , casi c o m o la realizació n de un deseo ap re m ia n te . Pero de a lg u n a m a n e r a se se n ti­ rá dolida c u a n d o su p ad re, en el fondo, a b u se de su v erdadero ser, tic su an h elo de c o m u n ic a c ió n a u t é n ­ tica y de co n tacto afectivo, c u a n d o su c u erp o sea sólo utilizado con el fin de que el a d u lto se m a s tu r b e 1 o con Iirm e su p ro p io poder. Podría ser que esta n iñ a rep rim iera p ro fu n d a m e n ­ te sentim ientos com o la decepción, la tristeza y la ira por haberse sentido traicionada, p o r la p ro m e sa in ­ cum plida, y que siguiera a b ra z a n d o a su p a d re p o r­ t i l l e no pu diera p e rd e r la e sp eran za de que éste c u m ­ pliera algún día la prom esa de los p rim ero s contactos, de que le devolviera la d ig n id ad y le en señara lo que es el amor. Pues, de lo contrario, no h a b ría nadie m ás a su alrededo r que le hu biese p ro m e tid o amor. Pero esta esp eranza puede ser destructiva. Podría o c u rrir que esta chica sufriera de ad u lta una c o m p u lsió n a la a u to m u tila c ió n y tuviera que b u scar terapias, y que c u a n d o se hiciera d a ñ o experi­

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m e n ta ra u n a especie de placer. Poco m á s p o d ría s e n ­ tir, porque los ab u so s del p a d re la h a b ría n llevado p rácticam en te a a n iq u ila r sus p ro p io s sen tim ien to s y éstos ya no estarían disponibles. O p odría se r que esta m u jer tuviera u n eccem a genital, co m o el q u e descri­ be K ristina Meyer, la a u to r a del libro Das doppelte G eheim nis [Doble m isterio]. Se som etió a tra ta m ie n ­ to con todo un ab a n ic o de s ín to m a s qu e in d ic a b a n de m odo inequívoco que de p eq u e ñ a h a b ía su frid o a b u ­ sos sexuales a m a n o s de su padre. S u psicoanalista no tuvo esa sosp echa de in m ed iato , pero segú n mi leal s ab er y entender, a c o m p a ñ ó a K ristin a hasta que ésta p u d o resc a ta r de la m ás ab so lu ta rep resió n su historia de las crueles y b ru ta le s violaciones llevadas a cabo p o r su padre.. El p ro ceso d u ró seis años, lúe ro n unas sesiones an alíticas d u ra s a las q u e siguió u n a terapia de g ru p o y o tras m edid as terap éu ticas corporales. S u p u estam en te, sem e ja n te proceso potjría h a b e r sido m ás corto si, desde el principio, la an alista h u ­ biera podido in te rp re ta r u n eccem a genital corno u n indicio inequívoco de un te m p ra n o ab u so del cu erp o de la niña. Pero es ev id en te que, hace dieciséis años, la an alista todavía no era ca p a z de hacerlo. Creía que, si obligaba a K ristin a a e n fren tarse con esta in­ form ación antes de llegar a un buen nivel de análisis, ésta 110 p o d ría so p o rtarlo . Quizás, hace un tiem po, yo h u b ie ra c o m p a rtid o esta opinión, p ero tras m is últim as experiencias tien­ do a p e n s a r que n u n c a es d e m a s ia d o p ro n to p a ra d e ­ cirle al niño m a ltra ta d o lo que uno percibe con clari­ d ad y p a r a p o n e rn o s de su lado. K ristina M ey er luchó 97


con un valor in u sita d o p o r su verdad, y m erecía que desde el com ienzo alguien reco n o ciera su co nfu sió n y la a c o m p a ñ a ra en ella. S iem p re soñó con que la p si­ coanalista la a b ra z a ra alg un a vez y la consolara, pero esta, fiel a su m étod o, jam ás hizo realid ad el inocente deseo de Kristina. De h ab erlo hecho, a lo su m o le h a ­ b ría podido tra n s m itir que existen los ab razo s de ca­ riño que resp etan las fro n teras con el o tro y que a d e ­ más d e m u e stra n q ue u n o no está solo en el m u n d o . Puede que hoy día, c u a n d o h ay un sinfín de terap ias corporales, la o b stin ad a negativa de la p sico analista a dejarse co n m o v er p o r la tragedia de su paciente p a ­ rezca extraña, pero desde la perspectiva del p sico a n á­ lisis es del todo com prensible. Volvamos al p u n to de p a r tid a de este capítulo y a la imagen de los niños d a n d o vueltas en el tiovivo, c u ­ yas caras, en mi opinión, a d em ás de alegría reflejaban tam bién m iedo y desazón. En realidad, m i c o m p a ­ ración de esa situ ació n co n las de a b u s o sexual no p retendía ser general, fue m ás .bien u n a idea por la que m e deje llevar. Sin em b arg o , sí hay q ue to m a r a b ­ solutam ente en serio las em o cio n es co n tra d ic to ria s a las que de niño s y ad u lto s solem os e s ta r expuestos. C uando de p eq u eñ o s nos re la c io n a m o s con ad u lto s que n u n ca h a n in te n ta d o a c la ra r sus sen tim ien tos, a m en u d o nos vem os co n fro n ta d o s con u n caos que nos desconcierta s o b re m a n e ra . P a ra es c a p a r de esa confusión y de ese desco n cierto re c u rrim o s al m e c a ­ nism o de disociación y represión. N o sentirnos n in ­ gún miedo, q u erem o s a n u e stro s padres, con fiam o s en ellos y, cueste lo que cueste, tra ta m o s de satisfacer sus deseos p a ra q u e estén co n ten to s con nosotros. 98


Será sóío m á s tarde, en la ed ad adulta, c u a n d o este m iedo te n d e rá a p ro y ectarse so b re el cónyuge; y no lo e n tend erem o s. Tam bién en ton ces qu errem os, co m o en la infancia, a c e p ta r en silencio las con trad iccio nes del otro p a r a ser queridos, p e ro el c u erp o m a n ife sta ­ r á su aspiració n a la v e rd a d y p ro d u c irá sín tom as m ie n tra s sigam os sin q u e re r re c o n o c e r el miedo, la ira, la in dignación y el h o r r o r del niño víctim a de abusos sexuales. Pero ni con la m e jo r de las intenciones pod rem os d etectarlas situaciones pasadas si desatendem os núes tro presente. Sólo ro m p ie n d o con la dependían ia ai tual p o d re m o s r e p a r a r los daños, es decir, v n i on clarid ad las con secu en cias de la d ep en d en cia mas te m p ra n a y a c a b a r con ellas. Por ejemplo: Andreas, u n h o m b re de m e d ia n a edad, tiene sob repeso desde hace m u c h o s año s y sosp echa que este a to rm e n la d o t sín to m a está asociado a su relación con su padre, un h o m b re a u to rita rio que lo m a ltra ta b a . Pero no puede solucionarlo. Se esfuerza p o r p e rd e r peso, sigue to­ das las prescripcion es m éd icas y es capaz de sen tir la ira h a c ia el padre de su infancia, pero todo eso no le sirve de n ada. Andreas sufre de ocasionales a rra n ques de ira, in su lta a sus hijos, a u n q u e no quiera h a ­ cerlo, y le grita a su mujer, a u n q u e tam p oco quiera hacerlo. Se tra n q u iliza con ay u d a del alcohol, pero no se co n sid era un alcohólico. Le gu staría ser cariño so co n su fam ilia, y el vino le a y u d a a re fre n a r su irn p etu osa ira y le p e rm ite e x p e rim e n ta r sen tim iento s agradables. Ln n u e s tra conversación, A ndreas m e co n tó acci d en ta lm e n te que no lograba a c o s tu m b ra r a sus pa

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drcs a que le av isa ran p o r teléfono de sus inient iones antes de visitarlo. Yo le p re g u n té si había expresado sus deseos, y él m e resp o n d ió con viveza que se lo de cía cada vez, pero que hacían caso om iso. Los padres co n sid e rab an que ten ían d ere c h o a p asar por su casa p o rq u e la casa era de ellos. Yo, so rp ren d id a, le p re ­ gu nté que p o r qué decían q ue era de ellos, Entonces me enteré de que, e n realidad, A ndreas pagaba un al­ qu iler por vivir en u n a casa p ro p ie d a d de sus padres. Le preg un té si no h a b ría e n el m u n d o entero algu na casa que p u d ie ra alq u ilar p o r el m ism o precio, o un poco más alto, p a r a que no d ep en d iera de sus p a ­ dres, para evitar que lo s o rp re n d ie ra n a cad a m o m e n ­ to y pud ieran d isp o n e r de su tiem po. Entonces, co n los ojos muy abiertos, m e dijo que hasta a h o ra n u n c a se h ab ía p lan tead o esta cuestión. Quizás esto resulte a so m b ro so , pero no lo es si uno sube que este h o m b re p e rm a n e c e inm ovilizado cu la situación infantil, en la que debió so m eterse a la autoridad, la voluntad y el p o d e r de sus ab so rbentes padres sin poder ver n in g u n a salida, con el m iedo a que lo ap artaran de sí. E ste m ied o le a c o m p a ñ a aú n hoy y, por m u ch o que se esfuerce p o r seguir los regí­ menes, come tan to com o antes; p o rq u e su necesidad de «alimentarse» c o rrectam en te, es decir, de no d e ­ pender de los padres y p re o c u p a rs e de su p ro pio bienestar, es tan fuerte que sólo h ay u n a m a n e ra a d e ­ cuada de satisfacerla, y no es co m ien d o dem asiado. La com ida n u n c a p o d rá satisfacer esta necesidad de libertad, y la libertad de c o m e r v beb er tan to com o uno quiera no p uede m a ta r el h a m b re de a u to d e te r­ m inación, no puede susiiiuii a la au tén tica libertad. 100


Antes de d esp ed irse de mí, A ndreas m e dijo con decisión que ese m ism o día p o n d r ía un a n u n c io p a ra b u scar casa, y que n o le cab ía n in g u n a d u d a de que p ro n to en co n traría una. A los p o c o s d ías m e com utii có que h a b ía e n c o n tra d o u n a c a sa que le g u s ta b a m ás que la de sus p ad res y cuyo alquiler, ad e m á s, era m ás bajo. ¿Por qué tard ó ta n to en o cu rrírsele u n a so­ lución tan sencilla? P orque en la casa de sus p ad res A ndreas tenía la e s p e ra n z a de o b te n e r de ellos, al fin, aquello que de p eq u eñ o ta n to h ab ía an h elad o . Pero lo q u e no le h ab ían d ad o de n iñ o tam p o co p o d ían dárselo de adulto. S egu ían tra tá n d o lo co m o si fuera su propiedad, 110 le e s c u c h a b a n c u a n d o expresaba sus deseos y d a b a n p o r sen ta d o que él tenía que re­ fo rm a r la casa e invertir d in ero en ella sin recibir n a d a a cam bio, p o rq u e e r a n sus p ad res y creían que estab an en el derech o de hacerlo. Él tam bién lo creía. Fue al hablar con un testigo cóm plice, p a ra lo q ue yo m ism a me ofrecí, c u a n d o ab rió los ojos. E n to n c e s se dio cuenta de que e s ta b a dejánd ose u tilizar c o m o en la infancia y de que a ú n co n sid e ra b a que ten ía que estar agradecido p o r ello. A hora ya pod ía r e n u n c ia r a la ilusión de que sus padres algún día cam b iarían . Unos meses después m e escribió: «Mis padres in te n ta ro n h acerm e sen tir culpable cu an d o me fui de la casa. No q u e ría n d ejarm e ir. C uando vieron q ue va no p o d ían o b lig arm e a nada, m e ofrecieron b ajar el alquiler y devolverm e p arte del dinero q ue les h a b ía pagado. E n to n ce s m e di cu e n ta de que no h a b ía sido yo qu ien había salido g an a n d o con el co ntrato, sino ellos. No ac-

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cedí a n in g u n a de sus p ropuestas, pero el pro ceso entero n o estuvo exento de dolor. Tuve que ver cla­ ram en te la verdad. Y eso m e dolió. S entí el dolor del niño que fui, qu e n un ca fue a m a d o ni e s c u c h a ­ do, al q ue n u n c a se le prestó a te n c ió n y que sie m ­ pre se dejó u tiliz a r con la e sp eran za de que algún día todo fuera distinto. Y entonces o cu rrió el m i­ lagro, y c u a n to m á s sen tía m ás adelgazaba. Ya no necesitaba el alcohol p a ra velar m is sentim ientos, tenía la cabeza clara y, c u a n d o a veces surgía la ira, sabía co n tra quién iba dirigida: no c o n tra mis hijos ni mi mujer, sino c o n tra mis padres, a los que ah o ra p o d ía privar de mi amor. Me lie d ad o cu en ta de que este a m o r n o era o tra cosa que mi a n sia n u n c a satisfech a de ser am ado . Tuve que r e ­ n u n c ia r a ella. De p r o n to ya no necesité c o m e r tanto co m o antes, esta b a m en o s cansado, volví a disp on er de m i energía y eso se reflejó tam b ién en mi trabajo. Con el tiem p o tam b ién mi ira co ntra mis p ad res ha dism in u id o , p o rq u e ah o ra m e p r o ­ porciono a m í m ism o aquello que necesito y ya no espero q ue ellos m e lo den. Ya no m e obligo a q u e­ rerlos (¿para q u é hacerlo?); ya n o tengo m ied o de sen tirm e culpable c u a n d o se m u e ra n , co m o vati­ cinó mi h e rm a n a . S u p o n g o que sus m u e rte s s u ­ p o n d rá n un alivio p a r a mí, p o rq u e en ton ces de­ s ap arecerá la c o m p u lsió n a la hipocresía; a u n q u e ya estoy in te n ta n d o d e s h a c e rm e de ella. »Mis padres m e h a n dicho, a través de m i h e r­ m ana, que la frialdad de mis cartas les ha hecho sufrir, p o rq u e éstas carecen del cariñ o que yo m o s­ traba en el pasado. Q u errían que siguiera siendo


com o antes. Pero no puedo ser com o antes, ni quiero serlo. Ya no quiero d e s e m p e ñ a r el papel que m e han obligado a in te rp re ta r en su función. Tras una larga búsq ueda, he d a d o con un terap eu ­ ta que m e ha hecho b u en a im presió n y con el que quisiera h a b la r co m o lo hice con usted, con fran­ queza, sin ser indulgente con m is padres, sin disi­ m u la r la verdad, sin d isim u lar m i verdad; y sobre Lodo estoy con tento de h a b e r podido to m a r la d e ­ cisión de a b a n d o n a r esa casa que d u ra n te lanío tiem po me h a m an ten id o ligado a esperanzas irrea , lizables». E n cierta ocasión em pecé un d eb ate sobre el cuai to m a n d a m ie n to con la p regu nta de en que c o n s is tía realm en te el a m o r a unos p ad res que en el pasado lia bían sido rnaltratadores. Las resp uestas no se hicie ro n esperar, n o hizo falta m u c h a reflexión. Se hablo de diversos sentim ientos: de la c o m p a s ió n p o r la g e n ­ te m ay o r y a m en u d o enferm a, del agradecim iento por la vida y p o r los días b uenos en los que a u n o n o le h ab ían pegado, del m iedo a convertirse en u n a m ala persona, del co nv en cim iento de que hay que p e r d o ­ n a r los actos de los p ad res p a r a p o d e r crecer. Se en la bló u n a acalo rad a discusión en la qu e algunos cues d o n a ro n estas opiniones. U na de las p articip an tes, llam ada R uth, me dijo con in u sitad a seguridad: «Mi p rop ia vida es u n a d e m o stra c ió n de que el c u a rto m a n d a m ie n to n o es cierto, p o rq u e desde que m e he liberado de las p reten sion es de m is p a ­ dres, desde que ya no c u m p lo sus expectativas,


vi i m i vnn \ \ i \ \ i rm rm w w i\m

tanto las m an ifiestas co m o las q ue no l<t son, me siento m ás sa n a q u e n u n ca. Los sín to m as ele mis enferm edades han d esap arecid o, m is hijos ya no m e irritan, y hoy creo que todo esto ocui i io poi que quise s o m e te rm e a un m a n d a m ie n to que no era bueno p a ra mi cuerpo». A la p reg un ta de p o r que este m a n d a m ie n to ejerce entonces tan to p o d e r so b re nosotros, R u th opinó que era porque se a s e n ta b a en el m ied o y en los sen ti­ m ientos de culpa qu e n u e s tro s p ad res nos inculcan desde muy pro nto. Ella m is m a h a b ía tenido m ucho s m iedos poco antes de p e rc a ta rs e de que, en realidad, 110 quería a sus p adres, sino que q u ería quererlos y los había eng añ ado a ellos, y a sí m ism a, con el se n ti­ m ie n to del amor. Después de h a b e r aceptado su ver­ il.id, los miedos se d isiparon. Creo que a m u c h a gente le o c u rriría lo m ism o si alguien les dijera: «No tienes p o r qu é q u e re r y h o n ra r a unos padres q ue te h a n hecho daño. No tienes p o r qué obligarte a s e n tir n ada, p o rq u e obligarse n u n ca ; ha traído n ad a bueno. E n tu caso p uede se r deslructi- ¡ vo; sería tu cu erp o el que p a g a ría p o r ello». Ese debate co n firm ó m i se n sa c ió n de que a veces nos pasam os la vida o b ed ecien d o a un fan tasm a que, en n o m b re de la edu cació n, la m o ra l o la religión, nos fuerza a ig n o ra r n u e s tra s n ecesid ad es naturales, a reprim irlas y lu c h a r c o n tra ellas p a r a a c a b a r p a ­ gándolo con en ferm edad es cuyo sen tido no p odem os ni q u erem o s entender, y q ue in te n ta m o s c u ra r con m edicam entos. C u and o en a lg u n a s terapias se co nsi­ gue acceder al verd ad ero yo m e d ia n te el d e s p e rta r de 104


las em o cio nes rep rim id as, alg un os te ra p e u ta s, si­ gu iend o el ejem plo de los g ru p o s de alcohólicos a n ó ­ nim os, h a b la n de u n p o d e r superior, co n lo q u e m i­ n an la confianza qu e se le d a al individuo desde que nace, la confianza en su c a p a c id a d de s e n tir lo q ue es b u en o p a r a él y lo q u e no. E sta co nfianza m e la a rre b a ta r o n m is p a d re s d e s­ de que nací. Tuve que a p r e n d e r a ver y ju z g a r to do lo que sentía con los ojos de m i m ad re, y, p o r decirlo así, a an iq u ila r m is s e n tim ie n to s y m is necesidades. De ahí que, con el tiem po, p e rd ie ra co n sid e rab lem en te mi cap acid ad de p e rc ib ir esas necesid ad es y de b u s c a r su satisfacción, l í e tard ad o , p o r ejem plo, cua r e n ta y ocho años de m i vida en d e sc u b rir mi necesi d ad de p in ta r y p e rm itirm e hacerlo. Pero, al iin, lo h< conseguido. Más a ú n he ta rd a d o en hacei va leí mi d erech o a no q u e re r a m is padres. A m edida que pa ..... sab an los años, iba d á n d o m e cu en ta del gran q u e m e h a b ía hecho yo m is m a al esfo rzarm e en que re r a alguien que hab ía p erju d ic ad o tan to mi vida. P o rq u e ese esfuerzo m e a p a r ta b a de mi verdad, m e obligaba a tra ic io n a rm e a m í m ism a, a desem p eñ ai u n papel que m e h a b ía n ad ju d icad o desde m uy pe quena, el papel de la n iñ a b u e n a que ten ía q u e sum e terse a u n as exigencias em ocionales d isfrazad as de ed u cació n y m oral. C u an to m á s fiel e ra a m í m ism a, cu a n to m ás a c e p ta b a m is sentim iento s, con m ás c la ­ ridad h a b la b a m i cuerpo, que siem pre m e co n d u cía a to m a r decisiones que le a y u d a b a n a e x p re sa r sus ne­ cesidades n atu rales. Pude d ejar de seg u ir el ju eg o de los dem ás, d ejar de ver el lado bueno de m is p ad res y de jar de c o n fu n d irm e a m í m ism a com o hab ía h e c h o 105


de pequeña. Decidí ser ad ulta, y la confusión d esap a­ reció. No tengo que estarles ag rad ecid a a m is p ad res por existir, p orq ue no q u erían q u e yo existiera. Sus res­ pectivos padres les o b lig aro n a casarse. Fui en gen­ d rad a sin a m o r p o r dos b u en o s niños que les d eb ían obediencia a sus padres y q ue tu vieron una criatu ra que no deseaban en absoluto; de h a b e rla deseado, h a ­ brían qu erido que fuera un n iñ o p a r a los abuelos. En su lugar luvieron una hija que d u ra n te décad as h íten ­ lo con todas sus fuerzas h acerlos felices; u n a em pre■sa inútil. Pero, como niña que q u ería sobrevivir, no tuve m ás rem edio que e s m e ra rm e en ello. Desde el p rincip io recibí la orden im p lícita de darles a m is pa­ dres el reconocim iento, la a te n c ió n y el a m o r de los que mis abuelos les h a b ía n privado. Pero p a r a in te n ­ ta r h a cer eso, tuve que r e n u n c ia r u n a y otra vez a mi verdad, a la verdad de m is p ro p io s sentim ientos. Pese a los esfuerzos, d u ran te m u c h o tiem po m e a c o m p a ­ ñ aro n hondísim os se n tim ien to s de cu lpa p o r no po­ d er llevar a cabo lo que m e h a b ía n o rdenado. Ade­ m ás, estaba en deuda c o n m ig o m ism a, m e debía mi verdad. (Algo que em pecé a in tu ir c u a n d o escribí E l dram a del niño dotado, libro en el que tan tos lectores recon ociero n sus p ropios destinos.) Sin em bargo, ya de adulta, me pasé años y a ñ o s tra ta n d o de ejecu tar el encargo de mis pad res a través de mi m arid o , mis am igos y m is hijos, p o rq u e el s e n tim ie n to de culpa estab a a p u n to de a c a b a r co n m ig o c u a n d o inten taba elu d ir las peticiones de otras person as de salvarlas de su confusión y ayudarlas. No conseguí hacerlo hasta m u c h o m ás tarde. 106


A cabar con la gratitud y los s e n tim ie n to s de culp a fue u n p aso im p o rta n tísim o en mi c a m in o hacia la r u p tu r a de la d ep en d en cia de los p a d re s in te rio riz a ­ dos. P ero tuve que d a r otros pasos: so bre todo, el de re n u n c ia r a la esp eran za de que aquello q u e ech ab a de m enos en m is padres, el in tercam b io esp o n tán eo de sen tim ien to s y la c o m u n icació n libre, todavía era po síble. Fue posible con otras p erso n as, pero sólo c uan do c o m p re n d í tod a la v erdad sob re mi infancia y en tendí que m e h ab ía sido im posible c o m u n ic a rm e c mi fran q u eza con mis padres, y c u á n to había llegado a su frir de p e q u e ñ a p o r eso. Sólo en to n ces im p e re con p erso n as que p u dieron entendei me v con las que p u d e ex p re sa rm e con franqueza y libertad Mis pa dres m u rie r o n h ace m u ch o tiem po, pero me im agino que, a aquellos cuyos padres siguen vivos, este" earni no, lógicam ente, les resu lta rá m ás difícil. Las expec­ tativas orig inadas en la infancia p u e d e n llegar a ser tan fuertes c o m o p ara que el individuo re n u n c ie a lo que es b uen o p a r a él co n el objetivo de, p o r fin, ser com o sus p ad res quieren q u e sea, p a ra no p e rd e r la ilusión del amor. . Karl, p o r ejemplo, describe su co nfu sió n de la si g uíente m an era: «Quiero a mi m ad re, p e ro ella n o se lo cree, poi ­ que me co n fu n d e con mi padre, que la m a rtiriz a ­ ba. Eso m e p o n e furioso, pero n o q u iero que ella vea mi rab ia, po rqu e en ton ces le esta ría dem os tra n d o q u e soy com o mi padre. Y eso no es ver dad. Así q u e tengo que re fre n a r m i ra b ia p ara no d arle la razón, y ento nces no siento n in g ú n a m o r


p o r ella, sino odio. N o q u iero odiarla, t |i i i«•i <» que rne vea y m e q u ie ra tal co m o soy, y 110 <|i ie me od it• co m o a m i padre. ¿Qué tengo que haeei p aia lia eer las cosas bien?». La re s p u e s ta es q u e es im posible h a cer las cosas b ien c u a n d o u n o to m a com o guía a o tra persona. Uno sólo p u e d e s e r quien es, y no puede obligar a los p ad res a quererlo. H ay p a d re s que ú n ic a m e n te p u e ­ d en q u e re r las m á s c a ra s de sus hijos y, en el m o m e n ­ to en que el hijo se q u ita la m áscara, suelen decir lo q ue ya he m en c io n a d o antes: «Quisiera qu e siguieras sien d o co m o eras». La ilusión de q ue «m erecem os» el a m o r de los p a ­ dres sólo se sostiene si n eg am o s lo que sucedió. Esta ilusión se d e s m o r o n a r á en c u a n to d ecid am o s ver la verdad con. todas sus ram ificaciones; en to n ces cesará el a u lo e n g a ñ o que h em o s esta d o a lim e n ta n d o p o r m edio del alcohol, las d rog as y los m ed icam en to s. Anua, de treinta y cinco año s y m a d re de dos hijos, me preguntó: «¿Qué le co n testo a m i m a d r e cad a vez q u e me dice: "Lo único que d esearía es que m e d e ­ m o stra ra s tu amor. Antes lo hacías, p ero ¡ahora has c a m b ia d o tanto!"? Me e n c a n ta ría responderle: "Sí, he c a m b ia d o p o rq u e a h o r a sien to que no siem p re he sid o sincera contigo. Me g u s ta ría tra ta rte con fran ­ q u e z a ’’». «¿Y p o r qué n o p u ed es decírselo así?», le p regunté. «Es verdad», recon oció Arma. «Tengo d e re ­ ch o a defen d er mi verdad. Y, en el fondo, ella ta m ­ bién tiene derech o a q u e yo le diga que lo q u e siente es verdad. En realidad, es lodo muy fácil, pero la com p asió n m e ha im pedido sei llan ca con mi m adre.

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Es que m e d a pena, de p e q u e ñ a n u n c a la quisieron, n a d a m ás n a cer la a b a n d o n a ro n , y se ag arró a m i am or, y yo n o quise negárselo.» «¿Eres hija única?», quise s a b e r yo. «Nio, so m o s cinco h e rm a n o s y todos estam o s m u y p en d ien tes de ella. Pero está claro que eso no llena el vacío que a r r a s tr a desde la infancia.» «¿Y crees q u e p o d rá s llen ar ese vacío con u n a m e n ti­ ra?» «No, tam poco. Es verd ad . ¿P or q u é voy a darle p o r c o m p a s ió n un a m o r q ue no tengo? ¿Por qué e n ­ g añ arla en ton ces? ¿A q u ié n beneficia eso? S iem p re he sufrido e n ferm ed ad e s q u e ya no tengo d esd e q ue a d m ití que, re a lm e n te , n u n c a he q u erid o a mi m a d re p o rq u e s e n tía q ue m e m o n o p o liz a b a y m e c h a n ta je a ­ ba desde un p u n to de v ista em ocional. Pero tenía m ied o de d ecírselo y a h o r a m e p re g u n to q ué es lo que preten día darle co n esta com pasión. Nada m ás q ue u n a m e n tira . Le d e b o a mi cu erp o no según m ás con esto.» ¿Qué q u ed a del a m o r si ex am in am o s íius c o m p o ­ n en tes u n o a uno, co m o he in te n ta d o hacer aquí? La g ratitu d , la c o m p asió n , la ilusión, la negación de la verdad, los sen tim ien to s de culpa, el fingim iento, to­ dos ellos son los c o m p o n e n te s de u n vínculo q ue con frecuencia nos h ace caer enferm os. E sta relación en ferm iza se en tien d e u n iv ersalm en te co m o am or. C uand o fo rm u lo estos p e n s a m ie n to s tropiezo a cad a in sta n te con m ied o s y e n c u e n tro resistencias. Pero si consigo explicar co n m á s claridad lo que pienso, esta resistencia ensegu ida se suaviza y algunos reaccio­ nan so rp ren did os. Uno de mis interlo cuto res dijo una vez: «Es cierto, ¿po r q ué p ien so qu e mis pad res se m o rirían si les m o s tra ra lo que de verdad sien to p o r 109


ellos? Tengo d erech o a s e n tir lo que siento. No se tra ­ t a de venganza, sino de sinceridad. ¿P or qué en las clases de religión la sincerid ad sólo se valora com o un co n c e p to ab stracto , pero a la h o ra de la verdad, en el trato con los padres, resu lta que va c o n tra las re ­ glas?». Sí, q u é b o n ito sería que u n o p u d iese h a b la r con los p ad res con franqueza. D espués de todo, el m odo en que eso les afecte q u e d a fuera de n u e s tro alcance, pero sería u n a o p o rtu n id a d p a r a nosotros, p ara n u e s ­ tros hijos y, no en ú ltim o lugar, p a r a n u estro cuerpo, qu e nos ha co n d u cid o hasta n u e s tra verdad. No deja de a s o m b ra rm e esta cap acid ad del c u e r ­ po. L u c h a c o n tra la m e n tira con u n a te n a c id a d y u n a in teligencia so rp ren d en tes. Las exigencias m orales y religiosas n o logran en g añ arlo ni confundirlo. Al n iñ o se le alim en ta co n m o ral, y éste acep ta el ali­ m e n to de b uen g rad o p o rq u e qu iere a sus padres; p ero d u r a n te la etap a esco lar su frirá un sinfín de e n ­ ferm edades. El adu lto utiliza su brillante inLelecto p ara lu c h a r co n tra la m oral, es posible q ue sea filóso­ fo o poeta. Sin em bargo, sus v erd ad ero s sen tim iento s h a c ia su familia, que ya en la escuela q u e d a ro n ocul­ tos p o r sus achaques, bloquean su m usculatura, com o fue el caso de S chillcr y ta m b ié n de N ietzsche. Al fi­ nal, el ad u lto será u n a víctim a de sus padres, de la m o ra l y la religión de éstos, pese a que haya d e s c u ­ bierto to d as las m en tiras de la «sociedad». Pero re c o ­ n o c e r la pro pia m en tira, ver q u e u n o h a sido u n a víc­ tim a de la m oral, es m ás difícil q u e escribir tratad o s filosóficos o valientes d ram as. Y, n o obstan te, son los pro cesos interno s del individuo, y no sus pen sam ien


tos disociados del cuerpo, ios que p o d ría n c o n trib u ir a u n provechoso cam b io de n u e s tra m en talid ad . Quienes de p eq ueño s h ay an e x p e rim e n ta d o el a m o r y la c o m p re n sió n no tend rán n in g ú n p ro b le m a con su verdad. P udieron d esarro llar sus cap acid ad es y sus hijos se beneficiarán de eso. Ignoro cuál es el p orcentaje de estas p erso n as. Sólo sé que siguen re co m en d án d o se las bofetadas com o m edid a pedagogi ca, q u e E stad o s Unidos, que se hace pasai p<>i un m odelo de d em o cracia y progreso, aún p erm ite los golpes en las escuelas de veintidós estados \ que m cluso defiende este «derecho» de los padres v i din a dores cad a vez co n m ás fuerza. Es a b s u rd o snpouei que m e d ia n te la violencia puede en sen aise a los ni ños lo que es la dem ocracia; de lo que inliero qiu* no debe de habei' tan tas personas en el m u n d o que no hayan e x p erim en tad o este m éto d o educativo. Todas ellas tienen en c o m ú n que rep rim iero n m uy pronto su oposición a la crueld ad y que sólo les estab a p er­ m itido crecer en la insinceridad interna. Es algo que se observa co n tin u am en te. Si en u n a conversación al­ guien dice: «No quiero a m is p ad res p o rq u e siem pre m e han hum illado», seguro que recib irá de form a u n á n im e los consejos habituales: que tiene que c a m ­ biar su actitud si quiere convertirse en adulto, que no p uede alb erg ar odio en su intexior si qu iere esta r sano, q ue sólo p o d r á lib rarse del odio c u a n d o haya p e rd o n a d o a sus padres. Que no existen los padres ideales, qu e a veces todos co m eten errores que hay que to lerar y q u e así el ad ulto aprende. Los consejos p arecen ta n convincentes sim p le­ m ente port|iie los conocem os desde hace m u c h o liem


po, y quizá nos p arezcan sensatos. IVio no lo son M u ch o s se basan en su p u esto s falsos, ya que no es cierto que el p erdón libere del odio. Sólo ayuda a la p a rlo y con ello a reforzarlo (en el ineonseicnle). No es cierto que nuestra tolerancia a u m e n te con la edad. Todo lo contrario: el niño tolera los actos ab su rd o s do sus padres, porque los co n sid e ra no rm ales y no se le p e rm ite resistirse a ellos. P ero el adu lto su Iré por la falta de libertad y p o r la im posición, y siente osle s u ­ frim iento al relacionarse con las perso nas s u s t a n t i ­ vas, los propios hijos y los cónyuges. Su inconsciente m iedo infantil a los p a d re s le im pide reco n o cer la verdad. No es cierto que el odio nos lleve a enferm ar; el odio reprim ido y disociado sí p u e d e hacerlo, p e ro no el sentim iento exteriorizad o y vivido de form a consciente. Como adulto sólo siento el odio c u a n d o estoy en una situación en la que no p u e d o ex presar mis sentim ientos con lib ertad. E n esa situación de dependencia, empiezo a odiar. E n c u a n to r o m p a con ella (v com o adulto p uede h a cerse en la m ay o ría de los casos, salvo, claro está, si se h alla p rision ero en un régimen totalitario), en c u a n to p u e d a lib erarm e de la dependencia que m e esclaviza, ya no sentiré odio (véase el capítulo 3 de esta s e g u n d a parte). Pero si el odio está ahí, de n a d a sirve p roh ib irse odiar, com o ord en an todas las religiones. Hay que e n te n d e r el odio para poder elegir el c o m p o rta m ie n to que libe­ le a las personas de la d e p e n d e n c ia g e n e ra d o ra del m ism o. N aturalm ente, hay q u ien es desde p eq u eñ o s h an vivido separados de sus sen tim ien to s, han sido d e p e n ­ dientes de instituciones co m o la Iglesia y han dejado


que se les dicte h a sta d ó nd e p u e d e n p e rm itirse sentir; y, en la m ay oría de los casos, parece que eso ha sido igual que nada. Pero n o p u e d o im a g in a rm e q ue vaya a ser siem pre así. E n alg u n a p a rte , en algú n m o m e n ­ to, te n d rá lu g ar un a rebelión, y el pro ceso de a tu r d i­ m ien to m u tu o cesará c u a n d o los individuos, a p e s a r de los co m p ren sib les m iedos, e n c u e n tre n el valorpara decir su verdad, p a r a sentirla, p a ra darla a c o n o ­ cer y sobre esta base, c o m u n ic a rse co n los dem ás. C uand o u n o está d ispu esto a s a b e r la c a n tid a d de energía que tienen que d e s p e rd ic ia r los niños p a r a sobrevivir a la cru eld ad y al sad ism o a m e n u d o ex tre­ mo, se vuelve de p ro n to o p tim ista. Ya q u e enton ces resulta fácil im ag in arse q ue n u e s tr o m u n d o podría ser m ejo r si estos ñ iñ o s (com o R im b au d, Sel i i Ileu; Dostoievski, Nietzsche) p u d ie ra n d irig ir sus práctica m e n te ilim itadas energías hacia o tro s objetivos m as p ro ductivos y n o sólo a la lu ch a p o r su existencia.

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El cuerpo, guardián de la verdad

El isa bel h, una m ujer de veintiocho años, m e es­ cribió: «Cuando yo era pequeña, m i m a d re m e m a ltra ta b a cruelm ente. En cuanto algo no le gustaba, m e d ab a puñetazos en la cabeza, m e golpeaba ésta co n tra la pared y m e tirab a del pelo. Me resultaba im posible impedirlo, p o rq u e n u n c a llegué a e n te n ­ d er las verdaderas causas de estos ataq ues p ara evitar que volvieran a p roducirse. P or eso m e es­ forcé tanto com o pude p o r reco n o cer los m ás leves cam b io s de h u m o r de mi m a d re ya en los prim eros estadios, con la esp eranza de evitar el ataqu e a d a p ­ tán d o m e a ella. F.n algunas ocasiones lo conse­ guía, pero la mayoría, de. las veces no. Hace unos años sufrí depresiones, busqué u n a terap eu ta y le expliqué m u ch as cosas de mi infancia. Al principio todo fue de maravilla. D aba la im presió n de que m e escuchaba, y eso m e aliviaba m u ch ísim o . E n­ tonces em pezó a decir algunas cosas que 110 me gu staron , pero, com o siem pre, logré hacer caso om iso de mis sen tim ientos y a d o p ta r la m ism a 114


m en talid ad q ue mi Lerapeula. P arecía que estaba m uy influida p o r la filosofía oriental y en u n p r in ­ cipio creí que, si m e escu ch ab a, eso 110 sería un obstáculo. P ero m uy p ro n to la te ra p e u ta m e expli có que tenía que h a c e r las paces con mi m a d r e si no quería p a s a rm e to d a la vida odiand o. E nton ces p erd í la p acien cia y dejé la terapia, no sin ¡mies decirle que, en lo q ue co n cern ía a m is scn lim ien tos h acia mi m ad re, esta b a yo m ejo r infoi m.ul.i que ella. B astab a con q u e le p reg u n tara a mi <uci po, p o rq u e c a d a vez que veía a mi m adre y repi i m ía m is sen tim ien to s, graves sín to m as d a b a n la alarm a. El cuerpo parece insobornable y tengo la sensación de que conoce perfectam en te un vei dad, m ejor que m i yo consciente; sabe lodo lo q u e he vivido con m i m ad re. No me p erm ite doblegai m e en favor de las n o rm a s convencionales. Va no tengo m ig ra ñ a s ni ciática, ni tam p o co me siento aislada; eso siem p re y c u an d o tom e en serio sus m ensajes y los lleve a cabo. He tro p e zad o con gen­ te co n la que he p o d id o h ab lar de m i infancia, y que m e en tien de p o rq u e tiene recu erd o s p a re c i­ dos a los míos; ya no quiero b u s c a r n in g ú n tera­ peuta. S ería bo n ito e n c o n tr a r a alguien a quien p ud iera contarle lo que quisiera y que m e dejara vivir, que n o qu isiera a lim e n ta rm e con m oral y que p u d ie ra a y u d a rm e a in te g ra r m is recu erdo s dolorosos. A unque, con ay ud a de algunos am igos, ya estoy en ca m in o de hacerlo. Estoy m ás cerca que n u n c a ele m is sen tim ien tos. F o rm o p a rte de dos g rup os de con versació n en los que p u e d o ex­ p resar mis sen tim ien to s y p ro b a r u n a nueva lor


m a de com u nicació n co n la q u e me s im io bien. Desde que hago esto, ya casi n o tengo achaqu es ni depresiones». La carta de Elisabcth s o n a b a m uy esperanzada, p o r lo q ue al cabo de un a ñ o no m e so rp ren d ió reei bir o tra en la que m e decía: «No he buscado ninguna terapia nueva v estoybien. D urante este año no he visto a mi m ad re ni u n a sola vez y tam poco tengo necesidad de hacer­ lo, pues los recuerdos infantiles de su brutalidad están en m í tan vivos que m e protegen de cualquier ilusión y esperanza de recibir de ella aquello que de p eq ueña tanto necesité. A unque a veces lo eche de menos, sé dónde no tengo que buscarlo de nin­ guna manera. E n contra del vaticinio de mi terapeula, no albergo odio en mi interior. No necesito odiar a mi m adre, porque ya no dependo de ella desde un punto de vista em ocional. Pero la terapeu­ ta no entendió esto. Quería liberarm e de mi odio y 110 vio que, sin pretenderlo, m e habría em pujado a él, que este odio era precisam ente la expresión de mi dependencia y que ella lo habría generado de nuevo. Si llego a seguir sus consejos, habría vuelto a surgir. Hoy ya no tengo que su frir p o r fingir, po r eso no siento odio alguno, bis el odio de la niña depen­ diente el que habría p erp etu ad o con mi terapeuta de no haberla dejado en el m o m en to adecuado». Me en can tó la solución que Elisabcth h ab ía e n ­ contrado. Por supuesto, c o n o zco a p erso nas que no


lo tienen todo tan claro ni p o seen esta fu erza y que, sin duda, n ecesitan te ra p e u ta s que les apoyen en su cam ino h acia sí m ism o s sin p lan tearles exigencias m orales. Quizá m e d ia n te los inform es existentes so ­ bre las terap ias que d a n buenos resu ltad o s y las que no, la co nciencia de los te ra p e u ta s pueda e n s a n c h a r ­ se, de m od o q u e p u e d a n librarse de la p o n z o ñ a de la pedagogía venenosa y no d isp ensen sus terap ias sin m iram ien tos. El que u n o pierd a o no todo co ntacto con los p a ­ dres no es algo decisivo. El proceso de separación, el cam ino del niñ o a la edad adulta, se realiza en el inte­ rior de las personas. A veces la interrupción del c o n ­ tacto es lo único que puede liacer.se p ara satisfacer las propias necesidades. No obstante, cu an d o el c o n t a r l o parezca lleno de sentido, sólo debe darse después d i­ que uno tenga claro lo que está dispuesto a soportal y lo que no, no ún icam en te después de sab er lo que a u no le h a sucedido, sino tam bién después dev haber va­ lorado cóm o eso le ha afectado, qué consecuencias lia tenido en su vida. Cada destino es diferente, y la forma externa de las relaciones pu ed e variar de infinitas ma ñeras. Sin em bargo, hay u n a regularidad inamovible: 1. Las viejas heridas sólo p o d rá n cicatrizal cu a n do la an tig u a víctim a h ay a decidido cam biar, c u a n d o q u iera respetarse a sí m ism a, r e n u n c ia n d o así a las n u m e ro sa s expectativas infantiles. 2. M ediante la co m p re n sió n y el p erd ó n del ni no c u a n d o ya es adulto, los padres no c a m b ia n a u to m á ­ ticam ente; sólo ellos p u ed en ca m b ia rse a sí m ism os, si quieren. 117


3. M ientras se n iegue el do lo r o rigin ad o p o r las heridas, alguien, la a n tig u a víctim a o sus hijos, paga­ rá el precio con su salud. Un niño que ha sido m a ltra ta d o , al q ue n u n c a se le h a p e rm itid o crecer, in te n ta rá a lo largo de toda su vida c o rre s p o n d e r a «los aspectos positivos» de sus verdugos, y a ellos s u b o rd in a r á sus expectativas. P o r este m otivo Elisabeth a d o p tó d u ra n te m u ch o s año s la siguiente actitud: «A veces m i m a d re m e leía c u e n ­ tos v era bonito. A veces m e co n fiab a cosas y m e co n ­ taba s u s problem as. E nto nces me sen tía co m o elegi­ da. Un esos m o m e n to s n u n c a m e p eg ab a y yo m e sentía fuera de peligro». S em ejan tes relatos m e re ­ c u e rd a n la d escrip ció n de fm re K ertész de su llegada a Auschwitz. A to d o le e n c o n tró u n lado positivo p a ra a h u y e n ta r el m iedo y sobrevivir. Pero Auschw itz se­ guía siendo in ex o rab lem en te Auschwitz; y p asaro n varias d écadas an tes de que pu d iera m e d ir y sentir có m o ese sistem a, en ex trem o h u m illan te, h a b ía m a r ­ cado su alma. Con esta alusión a K ertész y a su experiencia en un c a m p o de c o n c e n tra c ió n no qu iero d ecir que u n o no d e b a p e r d o n a r a sus p a d re s si éstos reco n o cen sus errores y se discu lpan p o r ellos. Es algo que p u e ­ de su ced er si se atreven a sen tir y llegan a e n te n d e r el do lo r q ue h a n infligido a sus hijos, a u n q u e lo cierto es q ue o cu rre p ocas veces; en cam bio, es m u c h o m ás c o m ú n u n a p e r p e tu a c ió n de la d epen dencia, a m e n u ­ do invertida, c u a n d o son los p rop io s p adres, viejos y debilitados, los q u e b u s c a n un apoyo en sus hijos adultos y se sirven del eficaz m é to d o de la inculpa118


eión p a r a m ov er a co m p asió n . Es esta c o m p a s ió n la que p o sib lem en te im p id iera el desarro llo del niño, su conversión en ad ulto desde el principio, y a ú n ah o ra lo im pide. El niño tuvo siem p re m iedo a sus p rop ias n ecesid ad es vitales, a u n a vida que sus p ad res no querían. La rep rim id a, pero correcta, p ercepción que nn n iñ o no d eseado tiene a lm a c e n a d a en el cuerpo: «Me q uieren matar, estoy en peligro de m uerte», puedi d e sa p a re c e r en la ed ad a d u lta c u a n d o la pcrrepcioii sea consciente. E n to n ce s la em o ción an tig u a (el mié do, el estrés) se tra n s fo rm a en un recuerd o que da e «Antes estaba en peligro, pero ah o ra va no lo iM ovUn recu erd o consciente co m o éste, en general, p i n e de o a c o m p a ñ a tan to a la experiencia de las viejas em ociones co m o a los sen tim ien to s de h isle/a C u an d o a p re n d a m o s a vivir con los sen tim ien to s y a no lu c h a r co n tra ellos, ya no verem os en las m a n i­ festaciones de n u estro c u erp o u n a am en aza, sin o ú ti­ les referencias a n u e s tra historia.

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¿Puedo decirlo?

Aún recu erd o bien los m ied o s que m e a c o m p a ñ a ­ ron m ien tras escribía Du sollst nichl m erken [P roh i­ bido sentir]. En aquel en ton ces m e a b s o rb ía el hecho de que la Iglesia h u b ie ra p o d id o c o n d e n a r el descu ­ b rim iento de C ald eo Calilei d u r a n te trescientos años, v que el cuerpo de C aldeo re a c cio n ara con la ceguera ( u a n d o le oblig aro n a re tra c ta rse . Me invadía la im ­ potencia. Sabía con certeza q u e h ab ía d a d o con u n a lev no escrita, con el u so e s p a n to so del n iñ o en pro de las necesidades de venganza del adulto, un a realidad tabú en la sociedad: no se nos p e rm ite sentir. Así pues, si h a b ía decidido a c a b a r co n este tabú, , 11 0 debía e sp erar los p eo res castigos? Sin em bargo, mi m iedo me ay ud ó a e n te n d e r m u c h a s cosas, en tre otras, que, ex actam en te p o r e sta razón, F reu d había traicionado sus con ocim iento s. ¿Debía seguir e n to n ­ ces sus huellas y r e tra c ta rm e de lo q ue vo sabía acer­ ca de la frecuencia y las co n secu en cias de los m alos tratos infantiles p a ra n o h a cer te m b la r los pilares de la sociedad, p a r a 110 ser a ta c a d a ni rech azad a? ¿Po­ día yo h a b e r visto algo que tan tas otras personas, que seg u ía n v e n e ra n d o cieg am en te a F reud, 110 h u b ie ra n


visto: su traició n a sí m ism o? R ecu erd o q u e mi c u e r ­ po reaccio n ab a con s ín to m a s c a d a vez que q u e ría n e­ g ociar conm igo m ism a, y m e p re g u n ta b a si p o d ía lle­ g a r a un arreglo, si q u ería p u b lic a r sólo u n a p arte de la verdad. Sufrí tra sto rn o s digestivos y a lteracio n es del sueño, y caí en estado s depresivos. C u a n d o e n te n ­ dí que no h a b ía ac u e rd o posible, d es a p a re c ie ro n los síntom as. Lo que siguió a la p u b licació n fue re a lm e n te u n au té n tic o rech azo del libro y de mi p erso n a p o r p arte de m i m u n d o profesional, d o n d e en aquel tie m p o to ­ davía me sentía «como en casa». Este b o ico t todavía existe, pero, a d iferencia de mi infancia, mi vida ya no d ep en d e del reco n o cim ien to «de la familia». El li­ b ro se ha ab ierto cam ino , y las afirm acio n es an tes «prohibidas» son hoy, tanto p a ra los p rofan os c o m o p a r a los expertos en la m ateria, u n a evidencia. S on m u ch os los que d u ra n te este tiem po se han su m a d o a mi crítica del proceder de Freud, y la m ayoría de los profesionales concede cada vez. m ás atención a las graves consecuencias del m altrato infantil, al me nos teóricam ente. De m o do que no han a c a b a d o con m igo y he sido testigo de cóm o mi voz se ha im puesto. P o r eso, po r experiencia, confío en que tam b ién este libro sea algún d ía entendido. Incluso a u n q u e al prin \ cipio pueda sorprender, dado que la m ayoría de las personas esperan, ser a m ad as p o r sus padres y no q uieren perd er esta esperanza. Pero m u ch o s entende­ rán el libro en cu an to q u ieran entenderse a sí m ism os. La so rp resa d ism in u irá cu an do se den cuenta de que no están solos en su co nocim iento y de que ya no es­ tán expuestos a los peligros de su infancia. 121


Ju d ith , q u e en la a c tu a lid a d tiene cu aren ta años, sufrió de p e q u e ñ a los m á s b ru ta le s abu so s sexuales a m a n o s de su padre. S u m a d r e n u n c a la protegió. Me­ diante u n a terap ia con sigu ió e lim in a r la rep resió n y d ejar que sus s ín to m a s se fu eran c u ra n d o d espués de h ab erse alejado de sus p adres. Pero el m ied o al casti­ go, que h a s ta la te ra p ia h a b ía p e rm a n e c id o disociado y qu e sólo gracias a ésta a p re n d ió a sentir, persistió d u r a n te largo tiem po. Y fue sobre to d o po r eso, p o r­ q ue su tera p e u ta e ra de la o p in ió n de q ue u n o no p u ed e e s ta r sano del todo si r o m p e to talm en te el co n ­ tacto co n sus padres. De a h í qu e J u d ith in te n ta ra e n ­ tab lar u n a con versación con su m ad re. Y cada vez se e n c o n tró con el re c h a z o m á s ab so lu to y la d e s a p ro b a ­ ción, po rqu e no sab ía que «hay cosas que u no n u n c a d eb ería decirles a los padres». Los re p ro c h e s de su hija ib a n en co n tra del m a n d a m ie n to « h o n rarás a tu p a d re y a tu m ad re» y eran, p o r tanto , u n a ofensa a Dios, decían las cartas de la m adre. Las reacciones de la m a d r e a y u d a ro n a J u d ith a p ercibir las fro n teras de su te ra p e u ta , u n a s fro n teras víctim as de u n e s q u e m a q u e parecía p r o p o rc io n a r a la terap eu ta la c erteza de s a b e r qué es lo que u n o de­ bía o p o d ía hacer. G racias a o tra te ra p e u ta , co n la que llevaba poco tiem p o tra b ajan d o , J u d ith se p e rc a ­ tó de lo agradecido que estab a su cu erp o desde que va no se obligaba a te n e r relaciones de esa índole. De p eq ueña careció de esa opción, tuvo q u e vivir con u n a m a d re que h ab ía sido testigo de su su frim ien to co n indiferencia y q ue con sus n o rm a s había refuLado tod os los c o m en tario s de la niña. Ju d ith no co ­


noció o tra cosa que el rechazo cad a vez que decía al­ g u n a v erd ad p ropia que se salía de lo establecido. Y p a r a u n niño ese rechazo es co m o la p érd id a de la m ad re, de ah í que sea e q u ip arab le al peligro de m u erte. El m iedo a este peligro n o p u d o ser su p erad o en la p r im e r a terapia, p o rq u e las exigencias m orales de la te ra p e u ta de Ju d ith a lim e n ta b a n co n tin u a d a m e n te esta sensación. Son influencias m uy su liles que en la m ay o ría de los casos nos p asan inadverii das debido a q ue están en ab so lu ta c o n co rd an cia i mi los valores tradicionales con los q ue hem os creí ido E n general, se d a b a y se d a po r sen ta d o que lodos los p adres tien en d erech o a que se les honre, aun i l i a n d o h a y a n ac tu a d o de m a n e r a destructiva con su s hijos Pero ta n p ro n to com o u n o decida a h a u d o n a i esla escala de valores, le resu ltará de lo m ás g io lesco es c u c h a r que u n a m u je r a d u lta debe h o n r a r a u no s pa dres qu e la .m a ltr a ta r o n de form a brutal o qu e p re ­ s e n c ia ro n los m alos trato s sin decir nada. Y, sin em bargo, co n sid e ram o s que este ab su rd o es n o rm al. Es aso m b ro so q ue incluso te rap eu tas y au to res u m v ersalm ente recon ocido s no hayan pod i­ do a ú n desp ren d erse de la idea de que p e rd o n a r a los p ad res es la co ro nación de u n a terap ia exitosa. A un­ q ue en la a c tu a lid a d esta convicción se defiende con m e n o r seg urid ad que hace algunos años, co m o era el caso, las expectativas a ella vinculadas son in c a lc u la ­ bles y co n tien en el mensaje: «Pobre de ti si no c u m ­ ples el c u a rto m an d am ien to » . Es cierto que dichos a u to re s suelen creer que no hay que d arse prisa y p e r d o n a r al com ienzo de la terapia, sino que p rim e ro hay q ue a c e p ta r las em ociones fuertes, pero la m ayo


ría coincide en que algún día u n o tiene que liabei lo grado la m a d u re z adecuada. Estos expertos d.ui poi sentado que es b u en o e im po rtante que, al final, uno p u ed a p e rd o n a r a los pad res de todo corazón IA mi juicio, esta opinión desorienta, p orq ue n uestro c u n po no consta sólo de corazón, y n uestro cerebro no es sólo un co n ten ed o r al que en la clase de religión se le m eten estos disparates y contradicciones con calza dor, sino u n ser vivo con u n a m em o ria absoluta de aquello que le ha s u c e d id o \Q u ie n perciba esto en su totalidad tal vez diga: «Dios no pu ed e pedirm e que crea algo que m e parece contradicto rio y perjudica mi vida». ¿Podem os e sp erar de los te rap eu tas que, si es n e­ cesario, se opongan al sistem a de valores de nuestros padres p a ra aco m p añ arn o s hacia nu estra verdad? Estoy convencida de que, cu an d o u n o inicia u n a tera­ pia, puede y hasta debe esperarlo, sobre lodo si ya ha llegado a un pun to en el que p uede Lomar en serio el m ensaje de su cuerpo. Esto m e escribió, p o r ejemplo, una joven llam ada Dagmar: «Mi m a d re tiene un a enferm ed ad de corazón. Me g ustaría ser sim pática con ella, hab lar con ella ju n to a su cam a, e intento ir- a verla tan a m en u d o com o puedo. Pero cada vez me e n tra un dolor de cabeza insoportable, me despierto de m ad ru g ad a b añad a en su d o r y, finalmente, en tro en estado de­ presivo y tengo pensam ientos suicidas. En los sue­ ños me veo de pequeña, c u an d o mi m adre me arrastrab a p o r el suelo v yo gritaba, g ritaba y griLaba. ¿Cómo p u ed o conciliar todo esto? Tengo que


ir a verla, porque es mi m ad re. Pero no quiero a c ab ar con mi vida ni estar enferm a. Necesito a alguien que me ayude y me diga cóm o puedo tra n ­ quilizarm e. No quiero m en tirm e a m í m ism a ni a mi m adre ju g a n d o a ser la hija simpática. Pero tam poco quiero ser- cruel v dejarla sola en su en ­ fermedad» . D ag m ar acabó hace u n o s años una terapia en la que perdo nó a su m a d re su crueldad. Pero en vista de la grave enferm ed ad de ésta, volvieron a asaltarle las viejas em ociones de niña, em ociones que la co n fu n ­ dían. Hubiese preferido suicidarse a no po der res­ p o n d er a las expectativas de la m adre, la sociedad o la terapeuta. Le en c a n ta ría ser a h o ra la lu ja am orosa que ac o m p a ñ a ra a su m adre, pero no puede serlo sin m entirse a sí m ism a. Su cu erp o se lo lia dicho iiiequí vocam ente. Con este ejemplo no preten do defender que no haya que asistir a los p ad res con a m o r ante la m u er­ te; cad a un o debe decidir- p o r sí m ism o lo qu e le p a­ rezca correcto. /Pero c u an d o nuestro cuerpo nos r e ­ cu erd a con tan ta clarid ad nuestra historia de malos tratos sufridos en el pasado, no tenem os m ás opción que to m a r en serio su m o d o de hablarnos.] En ocasio­ nes las personas desconocidas pueden asistir m ucho m ejor a una m u jer en su últim o trance, porque no h an sufrido a ruanos de ésta, no necesitan obligarse a m e n tir ni pagar la m entira con depresiones, y pueden m o strarse com pasivas sin ten er que fingir; en c a m ­ bio, es posible que los hijos se esfuercen en vano por albergar buenos sentim ientos que tal vez se resistan a 125


aparecer. Y se resisten, p o rq u e los niños, de adultos, siguen su p ed itan d o sus expectativas a los padres y, au n q u e sea en el últim o m o m en to , les gustaría reci­ bir- de los p ad res m o rib u n d o s la ap rob ació n que no h an sentido en to d a su vida. Dagm ar me escribió: «Cada vez que hablo con mi m a d re siento que un veneno recorre m i cuerpo y form a u n a úlcera, pero no p u ed o verlo porque, si lo veo, tengo senti­ m ientos de cu lp a y entonces la úlcera em pieza a supurar, y en tro en estado depresivo. Así que vuel­ vo a inten tar a cep tar m is sentim ientos y m e digo a mí m ism a que Lengo derecho a sentirlos, a ver la intensidad de mi irritación. C uando hago esto, c u an d o acepto m is sentim ientos, a u n q u e éstos ra ­ ras; veces sean positivos, recob ro el aliento. E m ­ piezo a d a rm e perm iso p a ra ser leal a m is verda­ deros sentim ientos. C uando lo consigo m e siento mejor, m ás viva, y la d epresión desaparece. »Y, sin em bargo, co n tra mi p rop ia voluntad, trato co n tin u am en te de en ten d er a mi m adre, de aceptarla com o es y de perd on arle todo. Algo que cad a vez pago con depresiones. No se si este ra z o ­ n am ien to basta p a ra c u ra r las heridas, pero me to m o m is experiencias m u y en serio. No com o mi p rim e ra terap eu ta. Ella quería m e jo ra r a toda cos­ ta mi relación con mi m adre. No podía aceptarla tal com o era. Yo tam poco. Pero ¿cóm o voy a res­ petarm e a mí m ism a sin to m a r en serio mis verda­ deros sentim ientos? Porque entonces no sabré quién soy ni a quién respeto».

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¡Este deseo de ser diferente p a r a facilitarles la vida a los padres ancianos y, finalm ente, o b ten er su a m o r es comprensible, pero dem asiadas veces entra en co n ­ tradicción con la necesidad germina, apoyada p o r el cuerpo, de ser fiel a uno m ism o. Creo que el respeto a uno m ism o se desarrollará de m a n e ra au to m ática en cuanto dicha necesidad p u e d a satisfacerse^

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rD

Mejor m atar que sentir la verdad

Hasta hace poco, el fenóm eno de los asesinos en ser ie sólo p reo cu p ab a a los profesionales. La psiqu ia­ tría apenas h a estudiado la infancia de los delincuen­ tes y lia con sid erad o a los crim inales com o personas que lian nacido con instintos anorm ales. Da la im p re­ sión ile que algo está c am b ian d o en este ám bito y que au m en ta la com prensión. S orprendentem ente, el día <S de jimio de 2003 Le M onde dedicó u n m inucioso arin ulo a la infancia del crim inal Patrice Alégre, y con unos cuantos detalles queda claro p o r qué este h o m ­ bre violó y estranguló a diversas m ujeres. P ara e n ten ­ der cóm o llegó a com eter estos crueles asesinatos no se necesitan com plicadas teorías psicológicas ni la suposición de u n a m aldad innata, sino sólo ech ar una m irada a la atm ó sfera fam iliar en la que Patrice creció. Una m ira d a que, 110 obstante, pocas veces se da, porque en la m ayoría de los casos a los padres de los criminales se los protege y absuelve de su re sp o n ­ sabilidad. Pero no es eso lo que hace el ar tículo de Le M onde. E n pocos párrafos se describe u n a infancia que no deja dudas del porqué de u n a trayectoria delictiva. 128


Patrice Alegre fue el prim ogénito de un m a trim o n io m uy joven que, en realidad, no deseaba te n e r hijos. Hl p ad re era policía, y de él explica Patrice en el ju i­ cio que no iba a casa más que p ara pegarle e in su ltar­ lo. O diaba a su pad re y se refugió en su m adre, a la que sirvió con lealtad y que, al parecer, lo quería. Ella era pro stitu ta y, ap arte de m a stu rb a rse de forma ¡neesluosa con el cuerpo de su hijo, com o sup o ne el p e­ rito, utilizó tam b ién al chico p ara qu e hiciera de vigi­ lante en sus relaciones sexuales con su clientela. El niño tenía que q u ed arse en la p u erta v avisar en caso de peligro (posiblem ente de la llegada del furioso p a ­ dre). Patrice explicó que no siem pre tuvo que ver lo que sucedía en la h ab itació n de al lado, pero que no podía evitar oír y sufrió lo indecible con los constan tes gem idos y quejidos de su m adre, a la que ya de pe queño hab ía visto con pánico practican do el sexo oral. Es posible que m ucho s niños consigan sobrevivir a sem ejante destino sin convertirse m ás tarde en cri­ minales. Los niños suelen tener un potencial inagota­ ble: p ued e que luego se hagan fam osos, com o E d g a r Alian Poe, p o r ejemplo, al que la bebida acab ó m a­ tando, o com o Guy de M aupassant, que p re su n ta ­ m ente «transform ó» su trágica y co n fu sa infancia en trescientas historias, pero que, com o le o c u rrie ra a su h erm an o pequeño antes que a él, no pu do evitar vol­ verse psicótico y m u rió en u n a clínica a los cuaren ta y dos años. Patrice Alégre no tuvo la suerte de e n c o n tra r una sola perso na que lo salvara de su infierno y le posibi­ litara ver los crím enes de sus padres com o tales. Por 129


eso creyó que su en to rn o era el m undo en sí, e hi/.o de todo p a ra afirm arse en él y eludir la o m n ip o ten ­ cia de sus padres m ediante robos, drogas y actos vio­ lentos. Dijo en el juicio, se supone que ciñéndose a la verdad, que cu an do violaba no sentía necesidades se­ xuales, sino sólo la necesidad de om nipotencia. Es de esp erar que estas declaraciones inform aran a la ju sti­ cia de aquello con lo que se enfrentaba. Pues hace casi treinta años un tribunal alem án decidió dejar que ca stra ra n al asesino infantil Jiirgen Bartsch, inte­ riorm ente aniquilado p o r su m adre, con la esperanza de im pedirle exteriorizar m ediante u n a operación quirúrgica su, al parecer, dem asiado agudizado ins­ tinto sexual hacia los niños. ¡Qué acto ta n grotesco, in h u m a n o e ignorante! (véase A. Miller .1980). [ Los jueces deberían saber de una vez p o r todas que es la necesidad de om nipotencia del niño que en el p asad o se sintió im potente y no fue respetado la que opera cuand o un asesino m a ta a m ujeres o a n i­ ños en serie. Tiene m uy poco que ver con la sexuali­ dad, a m en os que a través de las experiencias de in­ cesto se asociara la im potencia con las vivencias sexuales.; Y, pese a todo, u n o se pregunta: ¿no tuvo Patrice Alégre o tra salida que la de asesinar, la de estran gu lar u n a y o tra vez a m ujeres en m edio de sus gem idos y quejidos? El lector se d ará cuenta enseguida de que era a la m ad re a qu ien estrangulaba cada vez a través de ¡as distintas m ujeres, a la m a d re que de niño lo había co nd en ado a este suplicio. Pero él ap en as si p o ­ día com prenderlo. De ahí que necesitara víctimas. Aún hoy asegura que quiere a su m adre. Y debido a


que nadie le ayudó, debido a que no encontró ningún testigo cómplice que le posibilitara y le p erm itiera re­ conocer sus deseos de que su m a d re m u riera, h a cer­ los conscientes y entenderlos, esos deseos proliferaron en él y lo im pulsaron a m a ta r a otras m ujeres en lugar de m a ta r a su m adre. «¿Así de sencillo?», se p re g u n ta rá n m uchos psiquiatras. Sí, en m i opinión es m u ch o m ás sencillo que lo que h em os aprendido, más sencillo que lo que tuvim os que apren d er para p o d er ho nrar a nuestros padres y no sentir el odio que m erecían. Pero el odio de Palrice no hubiese inalado a nadie si lo h u biera vivido de m anera conseicnle Na cía del tan a m enu do alabado apego a la madre, apego que lo em pujó a asesinar. De pequeño solo podía espe r a r que fuera su m adre quien lo salvara, porque junio a su padre su vida estaba en conslanle peligro de m uerte. ¿Cómo un niño que tiene sobre si la con tinu a am en aza de terro r de su p a d re va a perm itirse, ad e­ m ás, odiar a su m adre o cu an d o m enos ver que no puede esp erar de ella ayuda alguna? Tuvo que forjar­ se u n a ilusión y aferrarse a ella, pero el precio de ésta lo pag aro n sus n u m ero sas víctim as posteriores. Los sentim ientos no m atan, y la vivencia consciente de su desengaño con respecto a su m adre, incluso de su ne­ cesidad de estrangularla, no h a b ría acabado con la vida de nadie.j'Es la supresión de la necesidad, la di­ sociación de todos los sen tim ientos negativos, in­ conscientem ente dirigidos co n tra la m adre, lo que lo im pulsó a sus fatales actos.\


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La droga, el engaño al cuerpo

En m i infancia tuve que a p re n d e r a rep rim ir mis reacciones esp o n tá n eas a las afrentas -reaccio nes com o la rabia, la ira, el dolor y el m ie d o - por te m o r a un castigo. Más tarde, en m i etapa escolar, me sentía incluso orgullosa de mi cap acid ad de autocontrol y de mi contención. Creía que esta capacidad era u n a virtud, y esperab a verla tam b ién en m i prim er hijo. ¡Sólo cuando pude lib erarm e de es La actitud m e fue posible en ten der el su frim ien to de u n niño al que se le prohíbe reaccionar de m a n e ra ad ecu ad a a las heri­ das y ex perim en tar su fo rm a de relacionarse con sus em ociones en un en to rn o favorable, p a r a que m ás adelante, en su vida, en vez de te m e r sus sentim ien­ tos en cu en tre en ellos u n a orientación} Por d e s g r a c i a / a m u c h a gente le ha o currido lo m ism o que a mí. De p eq u eñ o s no se les perm itió m o strar sus em ociones, p o r lo que no las vivieron y m ás tard e las an h elaro n . E n las terapias algunos han conseguido e n c o n tra r sus em ociones reprim idas y vivirlas, con lo que éstas se h an tra n sfo rm ad o en sentim iento s conscientes q u e la p erso n a puede en ­ ten d er desde su propia historia, y ya no necesiLa te­ 132


mor. Sin em bargo, otros h a n rech azad o este cam in o p o rq u e no h an po dido o no han q uerido co n fiar a nadie sus trágicas experiencias. Son los que en la ac­ tual sociedad de co n su m o se sienten com o en casa. Es de bu en tono no m o s tra r los sen tim ien to s salvo en un estado excepcional, el p ro d u cid o tras el consu m o de alcohol y drogas; de lo co ntrario, lo que gusia es rid icu lizar los sen tim iento s (los ajenos y los pro pios). El arte de la iro n ía suele e s ta r bien re m u n e ra ­ do en el m u n d o del espectáculo y el period ism o; es decir, que incluso es posible g a n a r m u c h o diñ en ) con la supresión efectiva de los sentim iento s. /Es más, c u an d o uno, al fin, corre el peligro de perdei p o r com pleto el acceso a sí m ism o, de no funcional m ás que con la má'seara, con u na p erso n alid ad laf.u. recu rre a veces a las a b u n d a n te s drogas, alc oh o l v m ed icam en to s que, precisam en te con lodo el dinero que ha g an ad o ironizando, tiene a su alcaucí'. El al cohol ayuda a esta r de bu en humor, v las drogas, aun m ás fuertes, lo logran con m ay o r eficacia. I’ero corno estas em ociones no son au ténticas, co m o no están ligadas a la v erd ad era historia del cuerpo, su acción es, a l a fuerza, transitoria. S iem pre se necesi ta ra n dosis m ás altas p a r a llenar el hueco d ejad o por la infancia.f En u n artículo del diario Der Spiegd del 7 de julio de 2003, un joven, un brillante periodista que, entre otros periódicos, trab aja p ara Der Spiegel, habla de su larga adicción a la heroína. Citaré aq uí algunos frag­ m entos de su relato, cuya sinceridad y fran qu eza m e conm ovieron s obrem añera:

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«En algunas profesiones, co n su m ir drogas para ser m á s creativo acaba p o r dar un im pulso a tu carre­ ra. E l alcohol, la coca o la heroína em pujan a agen­ tes, m úsicos y dem ás estrellas mediáticas. Sobre su adicción y su doble vida escribe un conocido perio­ dista y adicto a las drogas desde hace tiempo. »Dos días antes de Navidad intenté estrangular a m i novia. En los últim os años, mi vida se había vuelto caótica, en p a rtic u la r cu an d o se apro xim a­ ban las Navidades y la Nochevieja. Desde hacía q uince años lu ch aba c o n tra mi d ep end en cia de la heroína, u n as veces con éxito y otras en vano. Lle­ vaba u n a docena de intentos de desintoxicación y dos largas terapias clínicas. Desde hacía uno s cu an tos m eses m e p inch ab a de nuevo heroína a diario, a m en u d o junto con cocaína». jAsí se asegu raba el equilibrio. / «D urante casi dos años to d o h ab ía ido bien, esta vez sí. E ntretanto, escribía p a ra las revistas m ás in teresantes del país, lo que g an ab a era aceptable y en verano m e hab ía tra slad ad o a u n espacioso piso en un edificio antiguo. Y, lo que quizás era m ás im portante, m e h ab ía vuelto a enam orar. Esa noche, poco antes de Navidad, el cuerpo de mi n o ­ via yacía sobre el suelo en ta rim a d o y se revolvía debajo de mí: mis m anos estaban en su cuello. »Unas m ano s que pocas horas antes me había esforzado con desesperación p o r ocultar. E staba sen tado en la suite de un hotel entrevistando, a u n o de los directores de cine m ás fam osos de Ale134


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m ania. E n los últimos tiem pos m e hab ía visto obligado a pinch arm e en las p e q u e ñ a s venas del dorso de mis m anos y en los dedos, ya que tenía las de los brazos com pletam ente destrozadas. De m od o que mis m anos parecían garras salidas de u n a película de terror; estab an hinchadas, in l la­ m adas, llenas de picotazos. Sólo m e p o n ía jerséis de m anga m uy larga. Por suerte, era invierno. El d irector tenía unas m anos bon itas y alargadas. M anos que movía sin parar. Que ju g a b a n con mi g ra b a d o ra m ientras pensaba. Unas m an o s con las que parecía que d ab a forma a su m undo. »Me costó co n cen trarm e en nuestra <oiivcimi ción. H abía tenido que viajar en avión y el ultimo chu te m e lo había inyectado hacía m u ch as lioias, antes de despegar. Meter heroína en el avión me h a b ía parecido dem asiado arriesgado. Además, estab a tratand o al m enos de co n tro la r mi consu ttio co m p ran d o al día u n a can tidad determ inada. P o r eso, el final de la jo rn a d a se m e hacía m uy duro. Me pon ía nervioso y su d ab a m ucho. Quería irm e a casa. Al instante. Me costaba u n gran es­ fuerzo dirigir m i atención a o tra cosa. No o b s ta n ­ te, conseguí a c a b a r l a entrevista. Si hab ía algo que te m ía todavía m ás que la to rtu ra del m o n o era la idea de p erd er mi trabajo. Desde que tenía die­ cisiete año s había soñado con g a n a rm e la vida escribiendo. Y desde hacía casi diez ese sueño se h a b ía hecho realidad. En ocasiones m e dab a la im presión de que mi trabajo era el últim o residuo de vida que aún me quedaba.»


El últim o residuo de vida se llam aba traba jo. V li a bajo quería decir control. ¿Y dónde estaba la vcrdade ra vida? ¿Dónde estab an los sentim ientos? «Así que m e aferré a mi trabajo. En cada enea ruó, el m iedo corroía mis intestinos, el m iedo de no p o d er h a c e r frente a Lodo aquello. Ni yo m ism o entendía cóm o lograba llevar adelante los viajes, hacer las entrevistas y escribir po steriorm en te los textos. »De m an e ra que ahí estab a yo, sentado en esa habitación de hotel y h ab lan d o m ientras m e devo­ raban el m iedo al fracaso, la vergüenza, el odio hacia mí m ism o y el ansia de drogarm e. "Sólo tres m alditos cuartos de hora y lo h a b rá s su p erad o .” Observé cóm o el director de cine e n m arcab a las li ases co n sus gestos. H oras m ás tarde vi mis m a ­ nos alrededor del cuello de mi novia, estran gu lán­ dola.» ÍEs posible que las drogas logren sup rim ir los m ie­ dos y el dolor h asta tal p u n to que la persona en cueslión deje de experim entar sus verdaderos sentim ientos -m ien tras dure el efecto de las drogas-. Pero, cuando el efecto haya pasado, las em ociones no vividas gol­ pearán con m ás fuerza.! Eso es lo que le sucedió al pe­ riodista: «El viaje de vuelta después de la entrevista fue una tortura. Ya en el taxi estaba exhausto, en un estado febril del que c o n sta n te m e n te m e d esp erta­ ba sobresaltado. Una cap a de su d o r frío cubría mi 136


piel. Temía p e rd e r rni vuelo. Se me hacía in so p o r­ table tener que esp erar u n a hora y m e d ia m ás p ara volver a p inch arm e. Cada noventa segundos m ira b a el reloj. ».La drogo depen dcncia convierte el tiem po en tu enemigo. Esperas. Siempre, en una in te rm in a ­ ble caden a repetitiva, una y o tra vez. E speras a que pase el dolor, esperas a tu camello, a volver a ten er dinero, a tener una plaza p ara desintoxi­ carte o sim plem ente a que, p o r fin, acabe el día. A que, por fin, todo acabe. Tras cad a p in ch azo ; el reloj vuelve a ponerse en m archa, im parable, en tu contra. »Quizá sea esto lo m ás engañoso de la adir ción: que todo y todos se convierten en lus eiiemi gos. El tiempo, tu cuerpo, que sólo llama la alen ción m ed ian te odiosas necesidades, los am igos y la familia, de cuya preocupación no puedes olvi­ darte, un m u nd o que no hace m ás qué plantearte exigencias que sientes que no puedes afrontar. N ada estru ctu ra tan to la vida com o la adicción. No deja lu gar para las d ud as ni para las decisio­ nes. /La felicidad depende de la droga disponible. La adicción regula el m undo, j . »Esa tarde esta b a a sólo unos cientos de kiló m etros de distancia de casa, pero tenía la sen sa­ ción de que aquello era el fin del m undo. Mi casa, era ahí donde m e esperaba la droga. No h ab er p erd id o el vuelo apaciguaría mi in qu ietu d sólo p o r poco tiempo. El despegue se había retrasado, volvía a sen tir miedo. H abría podido llo rar cada vez que abría los ojos v veía que el avión seguía en 137


la pista de despegue. El m o n o se extendía ¡enlá­ m en te p o r mis extrem idades y m e q u em ab a los huesos. Un dolor d esgarrad or invadía mis brazos y m is piernas, com o si los m ú scu los y los tend o­ nes fu eran dem asiad o cortos». f" ¡Las em ociones d esterradas consiguen paso de nuevo y a tacar al cuerpo, t

abrirse

«En casa m e esperaba M onika. Esa tarde había estado con n uestro camello, un chico negro, y le había co m p rad o h ero ína y cocaína. Yo le había d a d o el dinero necesario antes de irm e de viaje. E r a nuestro trato: yo ganaba el dinero y ella salía a b u s c a r la droga. »Yo odiaba a todos los yonquis, quería relacio­ n a rm e lo m enos posible con ese m u n d o . Y en el trabajo reducía al correo electrónico y al fax mis contactos (si los había) con los redactores, y sólo usaba el teléfono c u an d o el'm en saje del co ntesta­ d o r a u to m ático no ad m itía dem o ra. Con m is a m i­ gos hacía m u ch o tiem po que no hablaba; de todas form as, no tenía n a d a que decirles. »Cuántas h o ras m e h ab ía p a s a d o sentado en el . baño d u ran te las últim as sem a n as in ten tan d o en ­ c o n tra r u n a vena que aún no estuviera com p leta­ m ente destrozada. La cocaína corroe sobre todo las venas, y los inn um erables pinchazos con jerin ­ guillas sin esterilizar h acen el resto. Mi cu arto de baño parecía u n a carnicería, con regueros de san ­ gre en el lavabo y en el suelo, y las paredes y el te­ cho con salpicaduras. 138


»Ese día m e había librado m ás o m enos de los sínto m as de abstinencia fu m á n d o m e p o r de p ro n ­ to alred ed or ele un gram o de heroína; los polvos m arro n es se evaporan sobre u n a hoja de alum inio calen tad a p o r debajo y el h u m o se inhala lo m ás h o n d o que se pueda. Como la droga tiene que d a r u n rodeo por los pulm ones, el efecto se hace espe­ r a r unos m inutos, es decir, u n a eternidad. El éxta­ sis sube a la c a b e /a despacio, lentam ente, el clí­ m ax lib era d o r no llega nunca. Un poco com o el sexo sin orgasm o. »Además, in h alar era una to rtu ra p ara mí. Soy asm ático, m is pulm ones enseguida d e p i l a b a n , cada inhalación m e dolía com o una puñ alad a y m e pro d u cía m alestar y ganas de v o m itar < .ida infructuoso intento de pinchazo am u ri l la b a mi inquietud. »Mi m en te estaba llena de im ágenes, de re cuerdos de instantes llenos de éxtasis y de un a intensidad inaudita. Del recuerdo de có m o a los catorce años descubrí, maravillado, el hachís, p o r­ que de p ro n to no sólo oía m úsica, sino que podía sentirla con todo m i cuerpo; de cóm o en pleno éx­ tasis de LSD y b oquiabierto por el asom b ro , es­ tando de pie frente a un semáforo, el cam bio de colores me pro d u cía pequeñas explosiones en el cerebro. Y a m i lado mis amigos, unidos a m í de form a mágica. Recuerdos de mi p rim e r chute, que m e enganchó com o la p rim e ra experiencia sexual; de cóm o la mezcla de heroín a y cocaína agitaba mis neuro nas hasta h acerm e vibrar de ex citación nerviosa, com o si todo yo fuera u n a espe


cié de gong chino gigante de carne y hueso; del efecto de ap acig uam ien to general de la heroína, u n a especie de bálsam o caliente p ara el alma, que te ab raza com o el líquido an m iótico envuelve al feto [...]». Este joven expresa con gran claridad con qué íuerza em ergen las necesidades y los sentim ientos reales c u an d o la droga rio está al alcance de la m ano. Pero los auténticos sentim ientos de carencia, de ab an d on o v de ira provocan pánico, p o r lo que han de com batirse de nuevo m edian te la heroína. Al m is­ mo tiempo, con la droga se m a n ip u la el cuerpo p a ra «generar» sentim ientos deseables y positivos. M eca­ n is m o que, naturalm ente, tam b ién opera en el c o n s u ­ m o de drogas legales com o los psic o fármacos. |La dependencia com pulsiva de sustancias puede c a u s a r efectos catastróficos, precisam ente porque obstruye el cam ino hacia los verdaderos sentim ientos y emociones). Es cierto que la droga produce euforia y estim ula la creatividad que un día se perd ió a causa de la cruel educación recibida, p ero el cuerpo no tole­ ra esta alienación de p o r vida. Ya hem os visto en Kaf­ ka y en otros escritores y artistas que las actividades creativas, com o la escritura y la pintu ra, ayudan a so­ brevivir d urante algún tiempo, pero no p erm iten el acceso, perdido a causa del te m p ra n o m altrato, a las verdaderas fuentes vitales de una perso n a m ien tras ésta terna conocer su historia. En este sentido, R im b au d es u n ejemplo p a rtic u ­ larm ente conmovedor. Las drogas no pudieron su sti­ tuir el alim ento de! alm a que, en realidad, habría ne140


ccsiiado, y su cuerpo no se dejó e n g a ñ a r acerca de sus verdaderos sentim ientos. Sin em bargo, si hubiera tropezado con u na sola perso n a que le hubiese ayu­ dado a reconocer la influencia destructiva de su m a ­ dre en lug ar de castigarse p o r ello, su vida habría podido to m a r o tro ru m b o; por eso todos sus intentos de huida fracasaron y se vio siem pre obligado a vol­ ver con su madre. También la vida de Paul Verlaine term in ó m uy pronto, cu an d o tenía cin cu enta y u n años, arruinado, se supone que a causa de la drogadicción y el alcoho­ lismo, que h a b ía n ag otad o todos sus fondos. Pero el m otivo real fue, com o en otro s m u ch o s casos, la falta de conciencia, la sum isió n al m a n d a m ie n to um ver­ salm ente válido, y la m anipulación (a m en ud o por m edio del dinero) v el control m aterno s sufridos en silencio. Después de que en su juventud deseara con ahínco liberarse con ayuda de la m anipulación de sustancias, Verlaine acabó viviendo con m ujeres que le d a b a n dinero, al parecer prostitutas. Pero no en todos los casos la droga se utiliza p ara in ten tar librarse de la depend encia y la coacción m a ­ ternas. A veces el co nsu m o de drogas legales (com o el alcohol, los cigarrillos y los m edicam entos) sirve p a ra llenar el vacío dejado p o r la niadre. El niño no recibió de ella el alim ento que necesitaba y luego ya no p u do encontrarlo. Si se carece de drogas, este hueco se percibe literalm ente com o h am b re física, com o si las tripas se reto rcieran y se co n trajeran por el h am b re. En realidad, la semilla de la adicción, com o la de la bu lim ia y dem ás trastorn os alim en ta­ rios, se p la n ta n al com ienzo de la vida. El cuer po evi141


dencia que (en el pasado), cu an d o era un ser d im in u ­ to, necesitó algo con urgencia, pero el m ensaje se malin terp retará. m ien tras las em ociones perm anezcan excluidas. ,I)e esta m anera, la necesidad del niño se registrará e rró n eam en te com o la necesidad actual, y todos los intentos de elim inarla en el presente fraca­ sarán. Pues n u estras necesidades actuales n o son las de entonces, y p o d rem o s satisfacer m uchas de ellas cuando, en nuestro inconsciente, éstas dejen de estar asociadas a las antiguas. ■

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Tenemos derecho a sentir

U na m u jer me escribió que, en u n a terapia que se prolongó d u ran te años, se había esforzado en peí do n ar a sus padres las peligrosas agresiones físicas que le infligieron, p o rq u e p o r lo visto su madre' padecía u n a psicosis. C uanto m ás se obligaba la hija a sei in dulgenLe, m ás se h u n d ía en su depresión. Se sentía corno encarcelada. Sólo p in ta r le ayudaba a deset liai sus pensam ien to s suicidas y seguir viva. Después de u n a exposición de p intu ra vendió cuadros y varios m arch an tes le insuflaron m uchas esperanzas. C on­ tenta, se lo explicó a su m adre, que tam bién se alegró y le dijo: «Ahora ganarás m uch o dinero y podrás cui d a r de mí». Al leer estas líneas me vino a la m e m o ria u n a co ­ nocida mía, llam ad a Klara, que cierta vez, com o de p asada, m e contó que su padre, viudo pero reb osan te de salud y hábil p a r a los negocios, el día en que Kla­ ra se ju b ilab a -d ía que ella esperaba con ilusión, «como si de u n a segunda vida se tra ta ra » -, le dijo: «Ahora p o r f in tendrás tiem po para o cu parte m ás de mis negocios». Klara, q ue d u ran te toda su vicia se h a ­ bía p re o c u p a d o m ás de los dem ás que ele sí m ism a,

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no se dio cuenta de que esa frase había caído sobre ella com o u n a nueva y p esada losa; lo eonló con una sonrisa, casi de bu en humor. También su lamilia consideró que a h o ra h ab ía llegado realm ente el m o m entó de que ella o c u p a ra el puesto, que estaba va cante, de la veterana secretaria recién fallecida. (¿One podía hacer la p o b re Klara con su tiem po libre sino sacrificarse p o r su padre?) Pero al cabo de sólo unas cu an tas sem an as m e enteré de que había en ferm ado de cán c e r de páncreas. M urió poco después. 1labia sufrido co nstantes dolores, y mis intentos de reco r­ darle la frase de su padre fracasaron. Klara la m e n ­ taba n o e s ta r en condiciones, debido a la actual en ­ ferm edad, de ay u d a r a su padre, p o rq u e lo quería m ucho . Ign orab a el p o rqu e de este sufrim iento, casi n u n c a h abía estado enferm a, todos la h ab ían envi­ diado p o r su salud. Klara vivía m uy sujeta a sus co n ­ vencionalismos, es evidente que ap en as conocía sus verdaderos sentim ientos. De ahí que el cuerpo Lucie­ ra que m anifestarse, aunque, p o r desgracia, no hubo nadie cu su fam ilia que le ay u d ara a descifrar el len­ guaje en el que el cuerpo hablaba. S us hijos adultos nunca estuvieron prep arad o s ni capacitados p a ra h a ­ cerlo. Id caso de la m u jer que m e había escrito, la p in to ­ ra, fue distinto. Notó claram ente que se enfadaba con su m adre al ver cóm o ésta reaccio n ab a a las b u en as ventas de los cuadros. A p a rtir de entonces la alegría de la hija fue apagándose, d u ran te unos meses fue in ­ capaz de pin tar y volvió a ca e r en sus depresiones. Decidió no ir a ver a su m adre ni a los am igos que es­ taban de parte de ésta. Dejó de ocultarles a sus cono144


ciclos el estado de su m a d re (padecía psicosis), em ­ pezó a co m u n icarse y volvió a sentir las ganas y la alegría de pintar. Lo que le devolvió la energía fue la aceptación de la verdad com pleta sobre su m adre y la ru ptu ra paulatina del vínculo, es decir, entre oíros, de la com pasión y la esp eran za de p o d e r hacer feliz a su m adre p a r a que ésta algún día la quisiese. I labia aceptado que no podía q u erer a esta m ad re y ahora sabía exactam ente p o r qué. H istorias com o ésta, co n final feliz, escasean, pero yo creo que su frecuencia au m e n ta rá con el tiempo, en cuanto consigam os recon ocer que a los padres que nos han m altratad o no les debem os agradecí míen lo alguno y, desde luego, tam poco ningún saci il'icio. Sa crilicios que se hicieron po r unos fantasm as, poi unos padres idealizados que n u n c a existieron. ¿Por qué se güim os sacrificándonos p o r unos fantasm as? ,T oi qué nos aferram o s a un as relaciones que nos recuci dan viejos torm entos? Porque ab rigam os la esperan za de que eso cam b ie algún día, cu an do dem os con la p alab ra adecuada, ado ptem o s la actitu d ad ecu ad a o logremos comprender.SPero eso significaría volver a d ob leg am o s corno hicim os en la infancia p a r a o b te­ n er amor.?Hoy en día, com o adultos, sabem os que se abusó de nuestros esfuerzos y que eso no era amor. Así pues, ¿por qué esperam os que las p erso nas que, p o r la razó n que sea, no p u diero n q uerernos lo hagan finalmente? C uando logremos re n u n c ia r a esta esperanza, de­ sap arecerán tam bién nu estras expectativas y, con ellas, el au to en g añ o que nos ha a c o m p a ñ a d o toda n uestra vida: Ya no creerem os que no éram os dignos

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de ser a m a d o s y que deberíam os o podríam os d em o s­ tr a r q ue sí lo somos. Porque eso n o dependía de n o ­ sotros, sino de la situación de nu estro s padres, de cóm o les afectaron sus tra u m a s infantiles, de hasta qué p u n to los h ab ían asim ilado, y eso nosotros no p o d em o s cam biarlo, sólo p o d em os vivir nu estra vida y c a m b ia r nu estra form a de ver las cosas. La m ayoría de los te rap eu tas cree que, de hacerlo así, tam bién m ejoraría n u estra relación con los padres, porque la actitud m ás m a d u ra del n iñ cradulto m overía a los p a ­ dres a resp etar m ás a é s te /P e r o no p uedo sostener esta o pin ión al cien p o r cien; según mi experiencia, el ca m b io positivo de los niños ya adultos raras veces p ro d u c e sentim ientos positivos y ad m iración en los p ad res que o tro ra fueron m altratad ores. Al contrario: a m e n u d o reaccionan con envidia, con indicios de frustración y con el deseo de que el hijo o la hija vuel­ van a ser com o antes, es decir, sumisos, leales, que con sientan el m enosprecio y, en el fondo, depresivos e infelices. A m ucho s padres les da m iedo que la c o n ­ ciencia de sus hijos adultos se despierte, y en m uch os casos es im posible h a b la r de u n a m ejora de la rela­ ción. Aunque tam bién hay ejemplos de lo contrario. Una joven, du ran te m u c h o tiem po a to rm e n ta d a p o r sus sentim ientos de odio, se sinceró p o r fin con su m a d re y le dijo, nerviosa y con miedo: «Cuando era p eq u eñ a n o m e gustabas com o m ad re, te odiaba, pero no dejasteis que m e diera cuenta». La chica se so rp rend ió de que no sólo ella, sino tam b ién su m a ­ dre, consciente de su culpabilidad, reaccio nara con alivio a esta m anifestación. Pues am bas, en silencio, sabían cóm o se sentían, pero ahora, finalmente, ha146


b ían dicho la verdad en voz alta. A p a rtir de entonces p udieron en lab iar u n a relación nueva y sincera. El a m o r p o r obligación no es am or; a lo sum o, co nd uce a u n a relación fingida, u n a relació n «como si», sin v erd ad era co m u nicació n, a un ejercicio de cordialidad que, en realidad, no existe, que oculta a m od o de m á sc a ra el re n c o r o el odio, p ero que mui ca con du ce a un en c u e n tro auténtico. Una de las o b ras de Yukio M ish im a se titula Confesiones ¡te una m áscara. ¿Cóm o va u n a m á sc a ra a explica i de vei d a d lo que u n a p erso na ha vivido? Le es imposible, y, en el caso de M ishim a, lo q ue pudo explicai Im­ p u ra m e n te intelectual. M ishim a sólo pudo m osli.u las co nsecuen cias de los hechos, pero lauto éstos com o las em ociones que llevaban ap arejad as peí m an e c ie ro n ocultos a su conciencia. Las eonsecuen cias afloraron en perversas y enferm izas fantasías, en u n deseo de m u e rte ab stracto , por decirlo así, ya que los se n tim ien to s co ncreto s del niño, que d u r a n ­ te m u ch o s años estuvo e n c e rra d o en la habitación de su abuela, p e rm a n e c ie ro n inaccesibles p a r a el adulto. Las relaciones fundam entadas en un a com unica­ ción enm ascarada n o p u ed en cambiar, seguirán sien­ do lo que siem pre han sido: com unicaciones defectuo­ sas. Solam ente será posible u n a auténtica relación cuando las dos partes consigan adm itir los sentim ien­ tos, vivirlos y com unicarlos sin miedo. Es bonito cuand o esto sucede, pero ocurre pocas veces, porque el miedo de am bas p artes a la pérdida de las ap arien ­ cias y de la m áscara con las que ya están familiariza­ das impide el intercam bio sincero. 147


Entonces, ¿por qué este in tercam b io lieue que b uscarse p recisam en te en los padres ancianos:’ En realidad, ya no son nuestros interlocutores; la liislo ría con ellos de m o m en to ha term inado, tenem os ln jos y la posibilidad de dialogar con nuesLros cónyu ­ ges. La p a z que m u c h a s p erso nas desean no viene de fuera. M uchos terap eu tas creen que esa paz se puede e n c o n tra r m ediante el perdón, pero los hechos han reí otado un a y otra vez esta idea. Como es bien sab i­ do, lodos los sacerdotes rezan cad a día el p a d re n u e s ­ tro, rezan por lo tanto p a r a que Se les p erdonen sus pecados, y añaden: «Como tam bién nosotros perdo­ n a m o s a los que nos ofenden...», p ero eso no im pide que algunos, obedeciendo a su pulsión a la repeti­ ción, violen a niños y a jóvenes, y co m etan crímenes. Así protegen tam bién a sus padres, y no se dan críen­ la di' lo que éstos les hicieron a ellos. f)e ah í que, en este caso, predicar el p e rd ó n no sólo sea hipócrita e 1 inútil, sino tam bién peligroso. E n c u b re la co m p ul­ sion a la repetición.! Lo que nos protege de la repetición es ú nicam ente la aceptación de n u e s tra verdad, de to da la verdad, en todos sus aspectos. C uando sepam os con la m ayor exactitud posible lo que n u estro s p ad res nos hicie­ ron, ya no correrem os el peligro de rep etir sus a b u ­ sos; de lo contrario, los com eterem os de m a n e ra a u ­ tom ática y o po n d rem o s la m a y o r de las resistencias a la idea de que uno puede y debe r o m p e r el vínculo in­ fantil con los p adres que lo m a ltra ta ro n si quiere h a­ cerse adulto y co n stru ir su p ro p ia vida en paz. Tene­ mos que a c a b a r con la confusión del niño, nacida de nuestros esfuerzos del pasado p o r disculpar los m a ­ 148


los tratos y hallarles u n sentido; así, co m o adultos, p o d rem o s dejar de h a cer esto y tam b ién a p re n d e r de qué m a n e ra la m oral de las terapias dificulta la c u r a ­ ción de las heridas. Algunos ejemplos ilustrarán este aspecto co n cre­ to. Una joven está desesperada, se siente fracasada tan to en su vida profesional co m o en sus relaciones, y m e escribe: «Cuanto más me dice mi m ad re que soy un cero a la izquierda y que no llegaré a n in g u n a par te, peor m e salen las cosas. Pero no quiero o d i a r a mi m a ­ dre, quiero hacer las paces con ella y perdonarla p a r a liberarm e, al fin, de mi odio. Pero no lo con sigo. Incluso c u an d o la odio me siento acosada p o r ella, com o si m e odiase. Pero es imposible que eso sea cierto. ¿Qué es lo que hago mal? Porque se que sufriré si no consigo perdonarla. Mi terapeuta m e h a dicho que d eclarar la g uerra a mis padres sería com o declarárm ela a m í m ism a. N atu ral­ m ente, sé que, c u an d o u n o perdona, tiene que ha­ cerlo de corazón, y yo m e siento m uy confusa, porque hay m om entos en los que me siento capaz de p e rd o n a r y m e co m padezco ele m is padres, pero de repente m e enfurezco, me revuelvo contra lo que hicieron y no quiero ni verlos. Quiero vivii mi p ro p ia vida, estar tranquila y no estar lodo el ra to pensando en cóm o me pegaron, m e humilla r o n y casi m e torturaron». Esta chica está convencida de que, si to m a en se­ rio sus recuerdos y perm an ece fiel a su cuerpo, ten149


eirá que lu c h a r co ntra sus padres, lo que equivaldría a lu ch ar consigo m ism a. Eso es lo que le dijo la tera­ p euta. P ero el resultado de este com en tario es que esta chica no p uede en absoluto distinguir entre su vida y la de sus padres, q ue no se le perm ite tener iden tidad alguna y que sólo puede verse a sí m ism a com o u n a parte de sus padres. ¿P or qué la terapeuta dijo esto? No lo sé. Pero yo creo que en frases sem e­ jantes se percibe el m iedo de los terapeutas a sus p ro ­ pios padres. No es de extrañar, pues, que la paciente se contagie de este m iedo y esta confusión, y no se atreva a desvelar la historia de su infancia para dejar que el cuerpo viva con su verdad. E n o tra ocasión, u n a m u je r m u y inteligente me escribió que no quería em itir juicios generales sobre sus padres, sino ver las cosas u na a una, ya que, a u n ­ que de p eq u eñ a le pegaron y la som etieron a abusos sexuales, tam b ién vivió buenos m o m en to s ju n to a ellos. Su terapeuta le aseguró que debía p on derar los m o m en to s buenos y los malos, y en tend er com o ad u lta que los padres perfectos no existen y que to­ dos, p o r fuerza, com eten errores. P ero no se trataba de eso. Se trataba de que esta mujer, a h o ra ad ul­ ta, desarro llara u n a em p atia hacia esa niña cuyo su­ b im ie n to nadie vio, porque fue utilizada p a ra los in­ tereses de sus padres, intereses que gracias a su gran talento p ud o satisfacer a la perfección. No obstante, si h a llegado a sen tir este su frim ien to y es capaz de aco m p añ ar- a la niña que lleva d en tro, no debería tra­ tar de co m p en sar los m o m ento s b ueno s con los m a­ los, porque con ello volvería a d ese m p e ñ a r el rol de la niña que quería satisfacer los deseos de sus padres: 150


quererlos, perdonarlos, re c o rd a r los buenos m o m e n ­ tos, etcétera. La niña intentó satisfacerlos sin cesar, con la esperanza de en ten d er las contradicciones de los m ensajes y los actos de sus padres, a los que esta­ ba expuesta. Pero este «trabajo» interio r no hizo sino a u m e n ta r su confusión: era im posible que la niña c o m p ren diera que su m ad re se había p ara p e ta d o en un búnker interior para protegerse de sus propios sentim ientos y que p o r eso vivía ajena a las necesida­ des de su hija. Y si la person a adulta entiende esto, no debería p e rp e tu a r los desesperados esfuerzos de la n iñ a ni in ten tar obligarse a valorar objetivam ente los hechos, oponiendo lo b ueno a lo malo, sino ac tu ar según sus propios sentim ientos, que al igual qu r Lodo lo em ocional son siem pre subjetivos ¿qué me ato rm e n tó d u ran te mi infancia? ¿Qué es lo que no m e perm itieron sentir? i'No se trata de em itir u n juicio global sobre los pa dres, sino de enco ntrar la perspectiva del niño que sufre y no habla, y de r o m p e r un vínculo que yo lla­ m o destructivoj Como ya he dicho con anterioridad, este vínculo está com puesto de gratitud, com pasión, negación, nostalgia, en m ascaram ien to y un sinfín de expectativas que n un ca se satisfacen ni se satisfarán] lE! cam ino hacia la m adu rez no pasa po r la tolerancia a las crueldades sufridas, sino p o r el reconocim iento de la p ro p ia verdad y p o r el a u m e n to de la em palia hacia el niño mal tratad o.¿Pasa p o r darse cuenta de cóm o los malos tratos h an entorpecido la vida en te­ ra del adulto, de cóm o se desaprovecharon m uch as o po rtu nid ad es y de cu án ta de esa desgracia se ha transm itido sin querer a la siguiente generación. Esta


trágica constatación sólo será posible cum ulo dejo m os de p o n e r en la balan za los aspectos b ue no s y malos de los padres que nos m altrataro n , pon ¡tic al hacerlo caem os de nuevo en la com pasión, en la ne gación de la crueldad, m ien tras creem os que, simple m ente, an alizam os m ás d etallad am en te las cosas, En mi opinión, ese esfuerzo es sem ejante al que hizo ya en la infancia, y creo que el adu lto debería evitar h a­ cer este balance, p orq ue arro ja confusión y o b staculi­ za la p rop ia vida. E videntem ente, aquellos que en su infancia no recibieron palizas ni so p o rtaro n la vio­ lencia sexual no necesitan h a c e r este trabajo, p u eden d isfru ta r con sus padres de sus buenos sentim ientos y llamarlos a m o r sin reservas, y no necesitan n e g a r­ los. Esta carga sólo afecta a las person as que en el p a­ sado lueron m altratadas, sobre todo c u an d o no están dispuestas a pagar el auLocngaño con enferm edades. Es una n o rm a que he experim entado casi a diario. I’or ejemplo, u na m u jer escribe en el foro diciendo que ha leído en Internet que uno no puede ayudarse a si m ism o ele verdad si deja de ver a los padres; que enlonces se sentiría acosado p o r ellos. Y que eso es p r e ­ cisam ente lo que le p a sa ah o ra a ella. Desde que ya 110 va a visitar a sus padres, piensa en ellos día y no­ che, y vive co n sta n te m e n te atem orizad a. Esto tiene u n a clara explicación: siente pánico, p o rq u e los p re­ tendidos expertos de In te rn e t no h an hecho sino a u m e n ta r m ás a ú n su m iedo a sus padres. La m oral así p red icad a dice que las p erso n as no tienen n ingún derecho a tener u n a vida propia, sen tim ientos y nece­ sidades. Es probable que en In te rn et ap en as se e n ­ cuentre algo distinto a esto, p o rq u e esas ideas no re­ 152


flejan o tra cosa que la m en talid ad que conservam os desde hace miles de años: h o n ra a tus padres p ara po der vivir m ás tiempo. En la p rim e ra p arle de este libro, las biografías de varios escritores h an d em o strad o que esto no siem ­ pre es cierto, sobre Lodo en los casos de perso nas que fueron niños muy sensibles e inteligentes. Sin e m b a r ­ go, u n a vida larga tam poco justifica la a m e n a z a c o n ­ tenida en el cu arto m and am ien to. Todo lo contrario: se tra ta de la calidad de vida. Se trata de qu e padres y abuelos to m en conciencia de su responsabilidad y no h o n re n a sus antepasad os a costa de sus hijos y nie­ tos, con los que com eten irreflexivam ente abusos se xuales, a los que pegan o to rtu ra n de o tra m an era, se su po ne que por su bien. A m en u d o los padres pueden aliviar el propio cuerpo descargando co ntra los hijos sus desbo rd antes sentim ientos, que tam bién fueron válidos p a r a sus propios padres. No obstante, no lar d a rá n en en fe rm a r cu an d o estos hijos, al m enos en apariencia, los rehuyan. Los hijos y nietos actuales pueden sentir, p u ed en d a r crédito a lo que vieron y sintieron de pequeños, y no tienen p o r qué obligarse a c e rra r los ojos; porque la ceguera forzada la p agaron con enferm edades cor­ porales o aním icas, cuyas causas perm anecieron ve­ ladas d u ra n te m u ch o tiempo. C uando dejen de p arti­ cip ar en esta ocultación, ten d rán la o p o rtu n id ad de r o m p e r la cad en a de violencia y auloengaño, y no convertir m á s a sus hijos en víctimas. No hace m ucho, en u n p ro g ra m a de televisión a b o rd a ro n los casos de los niños que p ad ecen neuroderm atitis, es decir, sienten u n incesante escozor en 153


el cuerpo. Los especialistas que aparecían en el p ro ­ g ra m a afirm ab an u n á n im e m e n te que esta enferm e­ dad es incurable. E n ningún m o m e n to hablaron de causas psíquicas, a u n q u e saltab a a la vista u n a cosa: los niños que coincidían en la clínica con otros de su m ism a edad y que p ad ecían lo m ism o, si bien no se curaban, m ejoraban. Este m ero h echo m e llevó a su­ p o n e r com o espectadora que los contactos en la clíni­ ca p ro d u je ro n a los niños la reco n fo rtan te sensación de no ser los únicos que p re se n ta b a n este extraño síntom a. Poco después de ver este p ro g ra m a , conocí a Veronika, quien d u ran te su Lerapia desarrolló una neuro d e rm a tilis v con el tiem po se p ercató de que era p recisam en te este sín to m a el que le h ab ía facilitado la r u p tu r a del an tig uo y funesto vínculo que le unía a su padre. Veronika era la p equ eñ a de cinco h e rm a ­ nas; sufrió abusos sexuales a m a n o s de sus herm anas m ayores, su m ad re era alcohólica y a m e n a z a b a sin c esar la existencia de la n iña co n inesperados a ta ­ ques de ira. En esta situación, la n iñ a abrigó la vana esp eran za de que su p a d re algún día la salvaría. Ve­ ro n ik a idealizó a su p a d re d u ra n te Loda su vida, a p e ­ sar de que n u n c a hu b o m otivo ni recu erd o alguno que justificaran tan ta estim a. El p ad re tam bién era alcohólico y sólo m o stró hacia sus hijas interés se­ xual. Aun asi, Veronika no p erd ió su esperanza, fue leal a sus ilusiones d u ra n te cin cu en ta años. Sin e m ­ bargo, en el transcurso de la te ra p ia le en trab a un g ran p icor cada vez que tenía q u e tr a ta r con perso­ nas an te las que no sabía explicarse y de las que es­ peraba ayuda.

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Veronika m e contó que, d u ra n te m u c h o tiempo, fue u n m isterio para ella p o r q ué una y otra vez sufría u n o s ataques de picor trem endos y no pod ía hacer nada al respecto, salvo enfadarse p o r ten er que ras­ carse. Detrás de este grito de su piel se escondía, com o se d em o straría m ás larde, la rab ia contra toda su familia, pero en p artic u la r co ntra su padre, el cual n u n c a estuvo disponible p a ra ella y cuyo papel de sal­ vador ella se había inventado p a ra s o p o rta r la sole­ d ad en el seno de una familia que la m altrataba. N aturalm ente, el q ue la fantasía de la salvación se prolongase cin cuenta años au m en tó todavía más la rabia. Pero con ayuda de su terapeu ta logró, poi luí, averiguar que el p icor aparecía s ie m p re que hílenla b a su p rim ir u n sentim iento, y que no remilia hasta que ella lograba ad m itir y vivir ese s e n l i m i e n l o . ( h a cias a esos sentim ientos fue percatánd ose de que ha bía creado u n a fantasía en to rn o a su padre del todo infundada. E n cada u na de sus relaciones con los ho m bres esta fantasía revivía. E sp erab a que el a m a ­ do padre la protegiese de la m adr e y las herm anas, y com prendiese su necesidad. Cualquiera en ten derá sin dificultad que eso no sucediera, que no pudiera suceder. Pero, para la propia Veronika, esta visión realista era inconcebible: tenía la sensación de que, si reconocía la verdad, moriría. Cosa com prensible, ya que en su cu erp o vivía la n iñ a desprotegida que habría m u erto sin la ilusión de que su padre la ayudaría. No obstante, com o adulta, p u d o re n u n c ia r a esa ilusión, p orque esa niña ya no estaba sola con su destino. Desde entonces existió en ella u n a p a rte adu lta que pudo protegerla y hacer lo 155


que el p ad re n u n ca h a b ía hecho: entender la nci esi dad de la n iñ a y preservarla del abuso. Algo que en si i vida co tid ian a vivió u n a y o tra vez, ya que, por lin, consiguió dejar de ig n o rar sus necesidades, com o ha b ía hecho en el pasado, y to m arlas ab so lu tam en te en serio. E n adelante, el cu erp o av isaría de estas necesi d ad es sólo con un ligero picor, que a ella le indicar ía que la n iñ a necesitaba su ayuda. A p e s a r de que Vcronika desem peñaba un cargo de g ran responsabilidad, ten ía tendencia a relacio n arse con p erso n as a las que, en el fondo, les era indiferente y de las que dependió m ien tras no com prendió el v erdadero co m p o rtam ien ­ to de su padre. Todo esto cam b ió p o r com pleto des­ pués de la terapia. E n c o n tró en su cuerpo un aliado q ue sab ía cóm o podía ay u d arse a sí m ism a. Desde mi p u n to de vista, éste d ebería ser p recisam en te el objelivo de todas las terapias. ( ir a d a s a los casos cuya evolución he descrito aquí, v a otros sim ilares que he observado en los ú lti­ mos años, llegué a u n a conclusión: que tenem os que d esech ar la moral del cu a rto m an d am ien to , a d o p ta ­ da tem p ran am en te a través de la educación, p a ra gara n tiz ar un resultado terap éu tico positivo. Pero, p o r desgracia, la m oral de la pedagogía venenosa rige de­ m asiadas terapias desde el p rin c ip io o interviene en alg ú n p u n to de las m ism as, p o rq u e el terap eu ta to d a­ vía no se h a liberado de estas obligaciones. Con Irecu en cia el cuarto m a n d am ien to se solapa con los p re­ ceptos del psicoanálisis. Incluso entonces, cuando al p acien te se le ha ayu d ad o d u ra n te largo tiem po p ara que al fin reconozca las herid as v los m alos tratos s u ­ fridos, antes o después, com o he explicado m ás a rri­ loó


ba, m en c io n ará que el p ad re o la m ad re tam b ién te­ n ían cosas b u en as y que de p eq u eñ o le dieron m ucho p o r lo que el ad u lto actu al d ebiera e s ta r agradecido. S em ejante alu sió n b asta p a ra volver a d esco n certar del todo al p acien te, pues p recisam en te este esfuerzo p o r ver el lado b u en o de los p ad res es lo que le ha lle­ vado a re p rim ir sus p ercep cio n es y sentim ientos, tal com o K ertész d escribe en su im p ac tan te libro. L aura, p o r ejem plo, se p u so en m an o s de u n te ra ­ p eu ta que, ante todo, le p erm itió d esen m ascararse p o r p rim e ra vez, reco n o cer que su d u reza e ra ficticia y co n fiar en alguien, alguien que le ayudó a en co n ­ trar1el acceso a sus sen tim ien to s y recordar, adem ás, su an h elo infantil de co n tacto y cariño. Al igual que Veronika, L a u ra h ab ía b u sca d o en su padre la salva ción de la friald ad m atern a; au n q u e, a diferencia del padre de V eronika, el de L a u ra h ab ía m o strad o mu cho m ás interés en su hija y a veces incluso había ju gado con ella, co n lo que hizo co n ceb ir a la niña la es p e ra n z a de u n a bu en a relación. Sin em bargo, el p ad re de L au ra esta b a al co rrien te de los castigos de la m ad re y, a u n así, dejó a su hija con ella, no la p ro ­ tegió ni asu m ió n in g u n a resp o n sab ilid ad sobre la niña. Y lo p eo r de todo fue q u e -ta l com o L aura me e sc rib ió - el p ad re d esp ertó en ella un a m o r que, rea! m ente, él no m erecía. Con este am o r vivió la joven h asta que cayó enferm a; tra tó de e n ten d er el sentido de su e n ferm ed ad con ay u d a de los terap eu tas. Al principio, su te ra p eu ta le pareció m uy prom etedor, con su ay u d a L au ra consiguió d e rru ir su m u ro defen­ sivo, pero luego fue él q uien em pezó a lev an tar otro cu an d o en los sen tim ien to s de Laura afloró la sospe­ 157


ch a de q u e h a b ía sufrido ab u so s incestuosos a m a­ nos d e su p ad re. De pronto, su te ra p e u ta em pezó a h a b la r de deseos infantiles edípicos con los que co n ­ fu n d ió a L a u ra de m a n era p a re cid a a com o lo había h ech o su padre. Le ofreció sus p ro p ias debilidades y sus recu erd o s no asim ilados, p o rq u e perm an ecían re ­ p rim id o s. T.e ofreció la teoría an a lític a en lugar de la em p a tia de u n testigo cóm plice. G racias a los co nocim ientos que h a b ía extraído de sus lectu ras, L aura p u d o d arse c u e n ta de la m an io b ra de h u id a del terapeuta. No o b stan te, repitió con él el m ism o m odelo, p o rq u e su relación con su padre se­ guía existiendo. Seguía estándoles agradecida, al te ra ­ p e u ta y a su padre, p o r lo que h ab ía recibido de ellos; co n tin u a b a, así, sujeta a la m o ral trad icio n al e inca­ paz de ro m p e r sus vínculos in fan tiles con n in g u n o de los dos. De m odo que los sín to m as co n tin u aro n pese a la terap ia corporal p rim a ria que inició entonces. La m oral, p o r la que en m u ch as terap ias L aura sacrificó su h isto ria y su sufrim iento, h a b ía vencido. H asta que, con ay u d a de u n a terap ia de grupo, pudo d esh a­ cerse de su in fu n d a d a g ratitu d , p e rc ib ir la decepción p a te rn a su frid a en su in fan cia co n todas sus conse­ cu en cias y ver que era aq u í d o n d e resid ía su propia resp o n sa b ilid a d sobre su vida. A p a rtir de ese m om ento, g racias a la aceptación de su verdad, L aura pudo literalm en te vivir una vida nueva y creativa. Ahora sabía que ya no le am en aza­ ba n ingún peligro si se atrevía a p e n s a r que su padre 110 era m ás que un blandengue, q u e nunca le ayudó porque no quiso, y que la utilizó p ara d escarg ar en ella sus p ro p ias h eridas y así no te n e r que sentirlas él. 158


Al parecer, cu an d o co m p ren d ió esto, su cuerp o se calm ó, p ues el tu m o r que el m édico q u ería o p e ra r con urgencia se red u jo con rapidez. En u n a de sus p rim e ras terap ias, a L aura le en se­ ñ a ro n el m éto d o de la visualización, en el que p o r aquel entonces depositó m u ch as esperanzas. C uando cierto día consiguió re c o rd a r u n a escena en la que, con diecisiete años, su idealizado p ad re le había pe­ gado p o r celos, la te rap eu ta consideró que ah o ra len ía que im aginárselo com o alguien cariñ o so y tra ta r de que esta im agen positiva sustituyese a la antigua negativa. Esto, en realidad, prolongó unos anos m as su idealización p atern a. E n tretan to , el Imuoi de su m atriz fue creciendo, hasta que ella lom o la d e n sio n de en fren tarse a la verdad que le señalaba su reí uei do real. E stas y o tras técnicas se b rin d an en num erosas te rapias p a ra ¡tran sfo rm ar los sen tim ientos negativos en positivos. D icha m an ip u lació n suele reforzar la negació n que desde siem pre h a ayudado al paciente a a h u y en tar el dolor de su verdad (que señalan las em ociones au tén ticas]) De ah í que el éxito de se m e ­ jan tes m étodos p u e d a ser sólo a corto plazo y muy problem ático; pues la em oción negativa originaria era u n a señal im p o rtan te del cuerpo. Y al ign o rar su m ensaje, el cu erp o tiene que enviar m ensajes nuevos p ara ser escuchado. ÍLos sen tim ien to s positivos fingidos no .solamente d u ra n poco; ta m b ién nos dejan en el estado del niño, con sus in fantiles esp eran zas de que algún día los p;i d res m u estren su lado bueno y nunca necesitem os se n tir rab ia o m iedo h acia el los APero tenem os que (y

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podem os) lib e ra m o s desde este preciso instante de estas ilu so rias expectativas infantiles si querem os ser ad u lto s y vivir en n u e stra realidad actual. Para eso es necesario q u e podam os vivir las llam adas em ociones negativas y tra n sfo rm arlas en sen tim ien to s sensatos, p a ra ser capaces de d etectar sus v erdaderas causas en lugar de q u e re r d esh acern o s de ellas lo m ás rápi d a m e n te posible. Las em ociones vividas no son c ie r­ nas. (Sin em bargo, d u ra n te este breve lapso de tiem ­ po p u ed en lib e ra r energías bloqueadas.) Sólo cu an d o las d e ste rra m o s an id an en el cuerpo. Los m asajes de relajación y d em ás terapias c o rp o ­ rales p ro p o rcio n an un g ran alivio tem poral, pues, p o r ejem plo, liberan m úsculos y tejidos conjuntivos de la presión de las em ociones rep rim id as, m itigan tensiones y elim inan los dolores. Pero es posible que, m ás ad elante, esta p resió n resu rja si siguen ig n o rán ­ dose las cau sas de dichas em ociones; porque la expccialiva infantil de un castigo todavía es m uy fuerte en nosotros y por eso tenem os m iedo de d isg u star a los padres o a quienes los sustituyen. M enos efectivos son los ejercicios que suelen reco­ m endarse p a ra «dejar salir» la rabia, desde golpear una alm o h a d a h a sta el boxeo, m ien tras tengam os q ue seg u ir protegiendo a las p erso n as h acia quienes, en p rim e r lugar, va dirigida esta rabia. L aura probó m uchos de esos ejercicios, siem p re con u n éxito tra n ­ sitorio. Sólo cu an d o estuvo p re p a ra d a p ara p ercib ir en toda su d im en sió n la d ecepción su frid a con su p a ­ dre, y p ara se n tir no ú n ic am e n te la rab ia, sino tam ­ bién el d o lo r y el m iedo, su ú tero se liberó p o r sí solo del m olesto tum or, sin ejercicios de relajación. 160


Ill Anorexia nerviosa: El anhelo de una comunicaci贸n verdadera

... porque no pude dar con la comida que me gustaba. De haberla encontrado, te asegu ro que no hubiera llamado la atenci贸n y hubiese c<>mid< >c<i mo t煤 y como cualquiera. Fian/. Kafka,

Un

v ir tu o s o

del hambre



Introducción

El cam po en el que la m oral celebra sus m ayores triu n fo s es el del tra ta m ie n to de la anorexia nerviosa, tam bién conocida sim p lem en te com o anorexia I casi u n a n o rm a que los sen tim ien to s de culpa de l o s jóvenes anoréxicos sean in tensificados con advrrieu cias m ás o m enos claras: «M ira lo infelices que lia» es a tus padres, m ira cóm o tienen que su frir por lu rul pa». Con estas adv erten cias se ignora el sentido de d ejar de comer, su verd ad ero m ensaje. Pues p recisa­ m ente la anorexia m u e stra de form a inequívoca con qué claridad el cu erp o em ite señales y advierte a los enferm os. M uchos anoréxicos piensan: «Tengo que q u erer y h o n ra r a m is p ad res, p erd o n arles lodo, entenderlos y ten e r p en sam ie n to s positivos p ara a p re n d e r a olvi dar; tengo que h ac er esto, lo o tro y lo de m ás allá, y no revelar mi necesid ad de ninguna m anera». E n tonces surge la cu eslió n de quién soy yo si in ten to su p rim ir m is sen tim ien to s y ya no se m e per m ite sab er realm en te qué siento, qué percibo, que quiero, qué necesito y p o r qué. Es cierto que puedo exigirm e altos ren d im ien to s en el trabajo, en el de 163


p o rte, en la vida cotidiana. Pero cu an d o pretendo Idr z ar los sen tim ien to s (sea con ayuda o no del alcohol, las drogas o los m edicam entos), antes o después ten dré que a fro n ta r las consecuencias del autoengaiio. Me red u zco a u n a m ásc ara y no sé en absoluto quién soy en realidad. P orque la fuente de este conocim ien­ to se h alla en m is sen tim ien to s verdaderos, que concu e rd a n con m is experiencias. Y el g u ard ián de estas experiencias es mi cuerpo. Su m em oria. No podem os querernos, re sp e ta m o s ni en te n d e r­ nos a n o so tro s m ism os si ignoram os los m ensajes de n u estras em ociones, com o, p o r ejem plo, la ira. A p e ­ sar de ello, existe toda u n a serie de reglas y técnicas «terapéuticas» p a ra m a n ip u la r las em ociones. Nos dicen, con la m ayor seriedad, cóm o se puede elim i­ n ar la tristeza y provocar la alegría. P ersonas con graves sín to m as co rp o rales se dejan aseso rar en las clínicas, con la esp eran za de liberarse así del resen ti­ m iento h acia sus padres. lis posible que les funcione d u ra n te algún tiem po y les proporcione cierto alivio, p o rq u e logran la ap ro ­ bación de sus terap eu tas. E stas p erso n as se sen tirán entonces com o un n iño bueno que se doblega a los m étodos educativos de su m adre, se sen tirán acep ta­ das y queridas. No o b stan te, sus cuerpos, al no p res­ társeles ninguna atención, con el tiem po su frirán una recaída.

P roblem as sim ilares tienen los terap eu tas al tra ta r los sín to m as de niños hiperaclivos. ¿Cóm o va a in te­ grarse a estos niños en sus fam ilias si se tiene en 164


cuenta, por ejem plo, que su su frim ien to está d eterm i­ nado p o r la gen ética o e.s u n a grave tra v esu ra que hay que erradicar? ¿Y Lodo esto p a ra seg u ir ocu ltan d o sus verdaderas causas? Pero si estam o s dispuestos a co n ­ sid erar que estas em ociones tien en un origen real, que son reaccio n es a la falta de atención, a los m alos trato s o, e n tre o tra s cosas, a la caren cia de u n a co m u ­ nicación «nutricia», ya no verem os a niños que re to ­ zan sin sentido, sino a n iños que sufren sin que se les deje sab er por qué. C uando se nos p e rm ita saber, p o ­ drem os ay u d arn o s a n o so tro s m ism os y a ellos. Tal vez lo que tem am o s (n o so tro s y ellos) no sea tan to las em ociones, el dolor, el m iedo y la ira com o sab er lo que n u estro s p ad res hiciero n realm en te con no­ sotros. La obligación (m oral) que defienden la m ayoría de los terap eu tas de no c u lp a r a los pad res bajo n in ­ gú n concepto co n d u ce a u n a ig n o ran cia voluntaria con resp ecto a las cau sas de u n a enferrñedad, y en consecuencia tam b ién con resp ecto a las po sib ilid a­ des de tra ta m ien to de la m ism a. Los actuales investi­ gadores del cereb ro sab en desde hace u n o s cu an to s añ o s que la caren cia de un lazo a p ro p iad o y seguro con la m ad re desde los p rim ero s m eses de vida h asta los tres años deja h uellas decisivas en el cereb ro y ocasiona serios trasto rn o s. Se ta rd a ría m ucho en ex­ ten d e r este co n o cim ien to en tre los terap eu tas en pe­ ríodo de form ación. Para eso ten d rían que d ejar que m erm aran u n poco las perjudiciales influencias de su educación tradicional. '{Ya que h a sido a m enudo la educación, la pedagogía venenosa, la que nos ha pro ­ hibido cu estio n a r los acto s de n u estro s padres.i Asi­ 165


m ism o, la m oral convencional, los preceptos religio­ sos y, rio en últim o lugar, algunas teorías del p sico a­ nálisis han co n trib u id o a que incluso los pedagogos vacilen a la hora de p ercib ir y se ñ alar sin tapujos la resp o n sab ilid ad de los padres. Temen que éstos se sien tan culpables, pues creen que eso p erju d ic aría al niño. Pero yo estoy convencida de lo co ntrario. S ab er la verdad tam b ién pu ed e a c tu a r com o d eto n an te si el apoyo está g aran tizad o . N aturalm ente, el terap eu ta no puede c am b ia r a los padres del n iñ o « p ertu rb a­ do», pero puede coadyuvar a una m ejora co n sid e ra­ ble de su relación con el niño, siem pre y cuando Ies pro p o rcio n e las h e rra m ie n ta s necesarias. Puede, por ejem plo, ab rirles u n acceso a nuevas experiencias si les in fo rm a de la im p o rtan c ia de una com unicación «nutricia» y les ayuda a a p ren d er cóm o funciona ésta. Si ios p ad re s se la niegan al niño, no suele ser con m ala in ten ció n , sino p o iq u e de pequeños no conocie­ ron n u n ca esta fo rm a de ay u d a ni sabían que existie­ se algo así. P ueden ap re n d e r ju n to con sus hijos a co­ m u n icarse de m a n e ra satisfactoria, pero sólo si ya no tien en m iedo, es decir, si h an o b ten id o el apoyo total de su terap eu ta, liberado de esa pedagogía venenosa y, p o r ta n to , está co m p letam en te del lado del niño. Con el apoyo de un testigo cóm plice, en carn ad o en la figura del terapeuta, puede alentarse a un niño hiperactivo, o que padezca o tra dolencia, a sen tir su in ­ quietu d en vez de negarla, y a expresar sus sentim ien­ tos delante de sus padres en vez de tem erlos. De esta m anera, los padres ap ren d en del niño que se puede sen tir sin tem er obligato riam en te una catástrofe, v 166


que, al contrario, sólo sin tien d o p u ed e nacer algo, se obtiene apoyo y se establece u n a confianza recíproca. Conozco a u n a m ad re que le debe realm en te a su hija el h ab erse salvado de su vínculo destructivo con sus propios p adres. Acudió a terap ia d u ran te m uchos años, pero seguía in te n ta n d o ver los aspectos buenos de u nos p ad res que de p e q u e ñ a la h ab ían m altratad o con dureza. Sufría m u ch o con la hiperactividad y los arreb ato s de agresividad de su hija pequeña, que des de que nació h ab ía estado en co n sta n te tra ta m ien to m édico. E sta situ ació n se prolongó d u ran te anos: lie vaha a la niña a v er a la d o cto ra, le ad m in istrab a los m edicam entos prescritos, visitaba con regularidad a su terap eu ta y no q uería d e ja r de ju stilieai a sus pa dres. N u n ca tuvo con cien cia de hab er snli ido a <ansa de sus padres, sin o sólo a cau sa de su hija. I lasta que un día se le acab ó la paciencia: con un nuevo lera peu ta pudo, p o r fin, a d m itir la ira contra sus pa dres con ten id a desde hacía tre in ta años. Y entonces o currió el m ilagro, que, en realidad, n o era tal: en el plazo de unos días su hija em pezó a ju g a r no rm al, sus sín to m as d esap areciero n y form uló preguntas p a ra las que obtuvo resp u estas claras. Fue com o si la m adre h ubiese salido de u n a d ensa niebla y ah o ra fuese capaz de p ercib ir a su hija. Y un niño así, que no es u tilizado com o objeto de proyecciones, puede ju g a r tran q u ilo sin n ecesitar c o rre te a r com o un loco. Ya no tiene la irrealizab le m isión de salvar- a la m adre o, al m enos, de em p u jarla hacia su verdad a través de su p ro p io «trastorno». jila co m u n icació n a u té n tic a se b asa en hechos, la cilita la tran sm isió n de los sen tim ien to s e ideas pro


pió«; en cam bio, una co m unicación confusa se b.is.i en la tergiversación de los hechos y en la acusación a otros de las em ociones indeseadas que uno tiene, em ociones que, en el fondo, van dirigidas hacia los p a d re s jL a pedagogía venenosa sólo conoce esta loi m a de trato m anipulador. H asta hace poco tiem po esta b a generalizada, pero tam bién hay excepciones, com o el ejem plo del que h ab laré a continuación. Mary, de siete años, se n eg ab a a ir a la escuela poi que la p ro feso ra le había pegado. Su m adre, Flo­ ra, estaba desesperada, no p odía llevar a la niña a la fuerza. Adem ás, ella n u n ca h ab ía pegado a su hija. Fue a ver a la profesora, le expuso los hechos y le pidió que se d isculpara con la niña. La profesora reaccionó indignada: «¿Adonde iríam o s a p arar si los profesores tuviéram os que p ed ir disculpas a los ni­ ños?». Creía que M ary m erecía la bofetada por no ha­ berla escuchado m ien tras le h ablaba. F lora le dijo con tranquilidad: «Si un niño no la escucha, tal vez sea p orque le da m iedo su voz o la expresión de su cara. Y pegándole, lo único que conseguirá es que tenga aún m ás m iedo. .En lu g a r de pegarles habría que h a b la r con los n iños y g an arse su confianza p a ra que la ten sió n y el m iedo desapareciesen». De p ro n to a la profesora se le hum edecieron los ojos, se h u n d ió en su silla y su su rró : « De pequeña no conocí o tra cosa que las palizas, nad ie h ab lab a co n ­ migo; todavía oigo a m i m ad re gritándom e: “N unca m e escuchas, ¿qué voy a h acer contigo?"». F lora quedó d esconcertada; hab ía ido con la in ­ tención de decirle a la p ro feso ra que desde hacía m u ­ cho tiem po estaba p ro h ib id o p e g a r en las escuelas y 168


que la iba a denunciar. Sin em bargo, se h allab a an te u n a persona a u tén tic a con la que p o d ía hablar. Al fin, las dos m ujeres p en saro n jun tas lo que p o d ía hacerse p a ra que la p eq u eñ a ¡Vlary re c u p e ra ra la confianza. A hora fue la p ro feso ra la que se ofreció a discu lp arse con la niña, cosa que hizo. Le explicó a M ary que no tenía p o r qué volver a se n tir m iedo, pues, de cu al­ q u ier m odo, p eg ar estab a pro h ib ido y lo que ella ha­ bía hecho no estab a perm itido. Le explicó que estaba en su derecho de quejarse, p o rq u e tam b ié n los p ro fe­ sores com etían errores. M ary volvió a ir co n ten ta a la escuela, y desde en ­ tonces incluso sintió sim p atía por esta m u jer que h a­ bía tenido el valor de reconocer su error. S eguro que la n iñ a en ten d ió claram en te que las em ociones de los ad u lto s dependen de sus propias h isto rias y no del co m p o rta m ien to de los niños. Y cu an d o su eom poi ta m ien to y su d esam p aro d esaten em ociones Inertes en los adultos, los n iños no deben sentirsq culpables p o r ello, com o tam poco deb en hacerlo c u an d o los ad u lto s in ten ten echarles la culpa («te he pegado />or que has...»). Un niñ o que haya vivido la experiencia que M ary vivió no se resp o n sab ilizará, a diferencia de tan tas perso n as, de las em ociones ajenas, sino sólo tic las suyas.

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El diario ficticio de Anita Fink

E n tre las m u ch as c a rta s y d ia rio s que a m en u d o recibo, h ay n u m ero so s te stim o n io s de los m ás cíate­ les m alos trato s infantiles, p ero tam b ié n -a u n q u e so n p o c o s - in fo rm es de terap ias que ay u d aro n a es­ tas p e rso n a s a p aliar las c o n secu en cias de los tra u ­ m as de s.u niñez. En o casio n es m e h a n p edido que escrib a acerca ele esas b io g rafías, p ero casi siem pre dudo, p o rq u e ignoro si d e n tro de u n o s añ o s a la p er­ sona en cuestión le se g u irá g u sta n d o a p a re c e r en un lib ro ajeno. En este caso, he d ecid id o escrib ir un re ­ lato ficticio, pero que está b asad o en hechos. S u p o n ­ go que m u ch as p erso n a s han so p o rta d o u n su fri­ m iento sim ilar, sin h a b e r tenido la o p o rtu n id a d de u n a terap ia que haya sid o b eneficiosa. U na chica, a la que he llam ad o A nita Fink, h a b la aquí de la evolu­ ción de su terap ia, que la ayudó a lib era rse de una de las en ferm ed ad es m ás graves: la an o rex ia n e r­ viosa. En general, ya no se pone en d u d a, tam poco entre los m édicos, que se tra ta de u n a e n ferm ed ad psicosom ática, que la psique se ve «afectada» cu an d o una p erso n a (la m ayoría de las veces joven) pierde tanto

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peso com o p ara que su vida peligre. Pero el estado an ím ico de estas p erso n as casi siem p re p erm an ece en u n a nebulosa. E n m i opinión, ta m b ié n para no desobedecer el cu arto m an d am ien to . Ya me referí a este p ro b lem a en La m adurez de. Eva, p ero m e quedé en la p olém ica c o n tra la praxis actual, cuyo objetivo en el tra ta m ien to de la an o rex ia nerviosa es el in crem en to de peso, m ien tras que las cau sas de la en ferm ed ad p erm an ecen ocultas. No d e ­ seo co n tin u a r aq u í esta polém ica; en lu g ar de eso, q u isiera m o stra r u n a histo ria cuyos factores psíqui eos pueden conllevar el desarrollo de una anorexia u n viosa, que, com o en este caso, puede cu rarse aboi d an d o dichos factores. El «virtuoso del ham bre» de Kafka dice al terim no de su vida que no ha com ido porque no lia logra do d a r con el alim en to que le gustaba. Eso m ism o po d ría h ab er dicho Anita, p ero sólo u n a vez curada, p o rq u e sólo entonces supo qué alim ento había nece­ sitado, buscado y a ñ o ra d o desde la infancia: una co­ m unicación em o cio n al au tén tica, sin m en tiras, sin falsas «preocupaciones», sin sen tim ien to s de culpa, sin reproches, sin advertencias, sin temor, sin proyec­ ciones: u n a co m u n icació n com o la que, en el m ejor de los casos, puede darse en tre u n a m ad re y su desea­ do hijo en la p rim era fase de la vida. C uando esa co ­ m unicación n u n c a ha tenido lugar, cu an d o al niño se le h a alim en tad o con m en tiras, cu an d o las palabras y los gestos han servido ú n icam en te p ara velar la liega tiva, el odio, la rep u g n an cia y la aversión del nino, entonces éste se resiste a crecer con este «alim ento», lo rech aza y luego puede volverse anoréxico, sin sn 171


b e r cuál es el alim ento que n ecesita. No lo lia conocí do; p o r lo tanto, no sabe que existe. C iertam ente, el ad u lto puede ten er u n a vaga ¡dea de la existencia de este alim ento, y es posible que em ­ piece a d arse atraco n es y a en g u llir de tocio, sin c rite ­ rio alguno, b u scan d o aquello que necesita pero no conoce. E n to n ces se convierte en u n obeso, en un bulírnico. No quiere renunciar, q u iere com er, com er sin parar, sin lím ite. Pero dado que, al igual que el anoréxico, no sab e lo que necesita, n u n c a se sacia. Q uiere ser libre, p o d er co m er cu an to q u iera y exim irse de to d a obligación, pero acab a viviendo sup ed itad o a sus orgías alim entarias. P ara lib rarse de ellas necesi­ taría co m unicarle sus sen tim ien to s a alguien, vivir la experiencia de ser escuchado, co m p ren d id o y to m a ­ do en serio, de no ten er que esconderse m ás. Sólo e n ­ tonces sab rá que éste es el alim en to que h a estado buscando d u ran te toda su vida. Id «virtuoso del ham bre» de K afka no le puso nom bre a este alim ento, p o rq u e tam poco Kafka p o ­ día nom brarlo; de pequeño no conoció u n a co m u ­ nicación verdadera. Pero sufrió lo indecible p o r esta carencia; todas sus obras no describen o tra cosa que co m unicaciones defectuosas: E l castillo, El proceso, La m etam orfosis... En todas estas histo rias sus p re­ g u n tas n u n c a son escuchadas, recib en extrañas tergiversaciones com o respuesta y el individuo se siente totalm en te aislado e incapaz de h acerse oír. Algo parecido le sucedió a A nita Fink d u ra n te la r­ go tiem po. En el origen de su en ferm ed ad estaba el anhelo n u n ca satisfecho de un co n tacto auténtico con sus padres y sus am igos. Id ham bre era indicio


de la carencia, y Anita al fin logró c u rarse cu an d o percib ió que h a b ía p erso n as que q u erían y podían enten d erla. Desde sep tiem b re de 1997, Añila, que e n ­ tonces ten ía dieciséis años, em pezó a escribir, en el hospital, un diario: «Lo h an co nseguido, he a u m e n ta d o de peso y ten ­ go m ás esp eran za s. No, no son ellos los que lo h an conseguido, desde el p rin cip io no han p a ra d o de d a rm e la lata en este h o rrib le h o sp ital; h a sido to ­ davía p e o r que en casa: tienes que h a c e r esto, tie ­ nes que h a c e r lo o tro , esto puedes h a c e rlo y esto no, q uién te has creíd o q u e eres, aq u í se te a y u ­ d a rá p ero tienes q u e co n fia r y obedecer, si no na die p o d rá ay u d arte. ¡M aldita sea! ¿De d ó n d e sale v u estra a rro g a n cia? ¿Cóm o voy a c u ra rm e si sigo v u estras e stú p id a s ó rd en es y no soy p ara vosotros m ás que u n a rid ic u la p ieza de v uestra m aq u in a ria? Me m o riría. ¡Y no q u iero m orir! E s lo que de cís de m í, p ero es m en tira, es ab su rd o . Q uiero vi­ vir, pero no com o se m e o rd en a, p o rq u e en to n ces p o d ría m orir. Q uiero vivir com o la p erso n a que soy. P ero no m e dejan. N adie m e deja. Todos tie ­ nen p lan e s p a ra m í. Y con estos planes a c a b a n con m i vida. E sto es lo que m e hu b iese g u stad o d e c ir­ les, p ero ¿cóm o? ¿Cóm o se les va a d ecir algo así a u n as p e rso n a s que vienen a este h o sp ital a h a c e r su trab ajo , que en el in fo rm e sólo q u ieren a p u n ta r sus éxitos (“A nita, ¿ya te h as com ido m ed io p a n e ­ cillo?”) y que p o r las n oches se alegran de dejar, al lin, a los esq u eleto s y esc u c h a r b u e n a m ú sica en sus casas? 173


»Nadie qu iere escu ch arm e. Y el sim pático del p siq u ia tra finge que escu ch arm e es el objetivo de su visita, p ero m e da la im presión de que sus obje­ tivos son o tro s m uy d istintos, lo veo claram en te en su m an e ra de an im arm e, de q u ererm e a n im a r a vi­ vir (¿cóm o se an im a a eso?), de explicarm e que aq u í todos q u ieren ay u d arm e, q u e seguro que m i enferm edad re m itirá c u a n d o gane confianza; que sí, que estoy en ferm a p o rq u e no confío en nadie, pero que aq u í ap ren d eré a hacerlo. E n to n ces el h o m b re m ira qué h o ra es y su p o n go que piensa lo bien que p o d rá d ise rta r sobre este caso en el sem i­ nario de esta noche, diciendo que h a e n co n trad o la clave de la anorexia: la confianza. ¡Qué tonto! ¿Qué pretendes conseguir p red ican d o la confianza? Todo el m u n d o m e habla de confianza, pero ¡no la m e re ­ cen! Y tú finges que m e escuchas, pero lo único que q u ieres es im p resio n arm e, qu ieres gustarm e, d es­ lu m b rarm e, que te ad m ire y, p o r las noches, enci­ m a h acer un buen negocio a m i costa, y explicarles a tus colegas del sem in ario la h ab ilid ad con la que has logrado que u n a m u jer inteligente gane co n ­ fianza, »¡Qué tío ta n engreído! Por fin he descu b ierto tu juego, a m í no vuelves a colárm ela; no es gracias a ti p o r lo que estoy mejor, sino g racias a N ina, la m u je r de la lim p ieza po rtu g u esa, que a veces se ha q u ed ad o conm igo p o r las noches y m e ha escu ch a­ do de verdad, que se in d ignó con mi fam ilia antes de que yo m ism a m e atreviese a hacerlo, posibili­ tan d o así mi p ro p ia indignación. G racias a las re ­ acciones que en N ina provocó lo que yo le conté, 174


em pecé a sen tir y a d arm e cu en ta de la frialdad y la soledad en las que he crecido, to talm en te aislada. ¿De dónde saco entonces la confianza? Las conver­ saciones con N ina m e ab riero n prim ero el apetito, em pecé a com er y experim enté que la vida tenía al­ go que ofrecerm e: una com unicación auténtica, algo que siem pre h ab ía anhelado. Porque m e obligaban a com er cosas que no quería; eso, la frialdad, la estu ­ pidez y el m iedo de m i m adre, no era com ida. Mi anorexia nerviosa fue la huida de esos supuestos ali­ m entos em ponzoñados, m e salvó la vida, mi necesi dad de calor, com prensión, diálogo e intercam bio. N ina no es la única. Ahora sé que existe, que eso que busco existe, aunque d u ran te tanto tiempo no me hayan dejado saberlo. »Antes de ten e r co ntacto con Nina, no sabia que h a b ía m ás gente a p a rte de vosotros, mi fam ilia y la escuela. Todos m e parecían tan n orm ales c inac cesibles... Todos m e en co n trab an rara, ninguno me entendía. Para N ina no era n a d a rar a. Aquí, en Ale­ m ania, tra b aja lim piando, pero en P ortugal em p e­ zó u n a c a rrera un iv ersitaria. Lo que pasa es que no tenía d in ero p a ra seg u ir estudiando, p o rq u e su p a ­ dre m u rió poco después de que te rm in ara el b a c h i­ llerato y tuvo que p o n erse a trabajar. Aun así, m e ha entendido. No p o rq u e hu b iera em pezado una carrera, eso no tiene n ad a que ver. De pequeña tuvo u n a p rim a, de la que m e ha hablado m ucho, que la escuchó y la tom ó en serio. Y ahora es ella la que­ m e escucha a mí, sin esfuerzos ni problem as. Para ella no soy exLranjera, au n q u e ella creció en Porm gal y yo en A lem ania. ¿Verdad que es raro? Y aquí.


en mi país, m e siento com o u n a extranjera, a veces in clu so com o u n a leprosa, sólo p o rq u e no quiero ser, ni seré, com o tenéis p lan ead o que sea. »Lo he d em o strad o con la anorexia. M irad qué asp ecto tengo. ¿Os da asco verm e? Mejor, así os d a ­ réis cu e n ta de que hay algo en m í o en vosotros que no funciona. A partáis la vista, m e tom áis p o r loca. Y es verdad que eso duele, pero es m ejor que ser uno de vosotros. E n cierto m odo, sí que estoy loca, me habéis ap a rtad o de vosotros p o rq u e m e niego a am o ld arm e a lo que decís y a tra ic io n a r m i ser. Q uiero sab e r q u ién soy, p a ra que he venido al m undo, p o r qué en esta época, p o r qué en el su r de A lem ania y con estos p ad res, que no m e entienden en ab soluto ni m e aceptan. ¿P ara qué estoy, pues, en este m u n d o ? ¿Q ué hago aquí? »Estoy co n ten ta p o rq u e desde m is conversacio­ nes con Nina ya no tengo que o c u lta r todas estas p reg u n tas d etrás de la anorexia. Q uiero bu scar un cam in o que m e facilite e n c o n tra r resp u estas a m is p re g u n ta s y vivir com o yo quiera. »3 de noviem bre de 1997 »Me han dado el alta p o rq u e ya he alcanzado el peso m ínim o. Con eso bastab a. Pero el p o rq u é no lo sabe nadie excepto N ina y vo. Los del hospital están convencidos de que su plan alim enticio ha provocado la su p u esta m ejoría. Pues que sigan cre­ yéndolo si eso les hace felices. De todas m an eras, yo estoy en can ta d a de d ejar el hospital. ¿Y ah o ra qué? Tengo que b u scarm e u n a h ab itació n en algún piso, no quiero q u ed arm e en casa. M am á está preo­


cupada, com o siem pre. Toda su vitalidad la invierte ú n ica m e n te en su p reo cu p ació n p o r mí, cosa que m e alte ra los nervios. Si sigue h aciendo esto, tem o no p o d er volver a com er, p o rq u e el m odo en que m e habla m e q u ita el h am b re. Moto su m iedo, y m e g u staría ay u d arla, m e g u staría co m er p a ra que no tuviese m iedo de que yo adelgace o tra vez, pero ya no ag u an to m ás esta com edia. No q uiero co m er p a ra que mi m ad re no tenga m iedo de que vo ad el­ gace. Q uiero que c o m er sea u n placer p ara mí. Pero él m o d o en que m e tra ta m e q u ita la alegría. Al igual que m e quita o tra s alegrías de m a n e ra sis­ tem ática. Si q u iero q u e d ar con M onika, m e dice que M onika está influ id a p o r su adicción a las d io gas. Si h ablo con K laus p o r teléfono, m e dice que a h o ra sólo pien sa en chicas y que no se lía de el. Si h ab lo con tía Arma, n o to que se pone celosa porque en casa de tía A nna soy m ás ab ierta que con ella. Me da la im presió n de que tengo que reg u lar y l¡ m ita r m i vida p a ra que mi m ad re no alucine, p ara que ella esté b ien y p a ra que yo, al fin, deje de exis tir. ¿Qué sería eso sino u n a anorexia aním ica? A delgazar p síq u icam en te h asta que no quede nada de ti m ism a, p a ra que tu m adre se calm e y 110 tenga m iedo. »20 de enero de I99H »Ya he alq uilado u n a h ab itación. Aún me soi p ren d e que m is p ad res m e h ay an dejado hacerlo. Se o p u siero n , p ero con ayuda de tía Anna lo han aceptado. Al p rin c ip io era m uy feliz p o rq u e p o r fin tenía tra n q u ilid ad , p o rq u e m am á no estab a todo el

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ra to co n tro lá n d o m e y p o d ía o rg an izarm e los días yo sola. M e sen tía realm en te feliz, p ero no duró m u ch o . De re p en te n o so p o rtab a la soledad, y la in ­ di le re n d a de la d u e ñ a de la casa se m e hacía m ás difícil de a g u a n ta r que la tu tela co n stan te de m am á. Llevaba m u ch o tiem po an h elan do la libertad, y a h o ra que la ten ía m e daba m iedo. A la señ o ra Kort, la d u eñ a de la casa, le da igual que yo com a o no, le da igual qué com o y cu án d o lo com o, y yo casi no podía so p o rta r que eso pareciera traerle sin cu id a ­ do. N'o p a ra b a de re p ro c h arm e a m í m ism a: ¿qué es lo que quieres en realidad? Ni tú m ism a lo sabes. C uando alguien se interesa por tu relación con la com ida no eres feliz, y cu an d o le da igual lo echas en falta. E s difícil co n ten tarte, p orque ni tú m ism a sabes lo que quieres. »D espués de e sta r m edia h o ra h ab lan d o así co n ­ m igo m ism a reco rd é de pronLo las voces de m is p a ­ dres, que aú n re tu m b a b a n en m is oídos. ¿Tenían razón?, ¿debía p lan tea rm e si es cierto que n o sé lo que quiero? Aquí, en esta h ab itació n vacía, donde, sin que nadie m e m olestara, p odía d ec ir lo que de verdad d eseab a con ansia, donde nad ie m e in te­ rru m p e, m e critica ni m e confunde, q u ería tra ta r de av erig u ar lo que realm en te q u iero y necesito. Pero al p rin cip io no en co n tré las p alab ras. Se m e h abía hecho un n u d o en la g arg an ta, n o ta b a que se m e saltab a n las lágrim as y sólo pude llorar. Sólo después de h a b e r llorado u n ra to la resp u esta vino por sí sola: sólo q u iero que m e escuchéis, que m e tom éis en serio, que paréis de d a rm e siem p re co n ­ sejos, de critica rm e y de cen su rarm e. Me g u staría 178


sen tirm e a vuestro lado tan libre com o m e sentía con Nina. Ella n u n c a m e dijo que no sab ía lo que quería. Y, adem ás, en su p resen cia yo sí que lo sa bía. Pero v u estra fo rm a de aco n sejarm e me ¡ni i mi da, b loquea m is conocim ientos. Entonces ya no se cóm o tengo que h a b la r ni cóm o tengo que ser para que estéis contentos conm igo, para que podáis quererm e. Pese a todo, si m e salieran bien lodos es tos m alab arism o s, ¿sería a m o r lo que o b ten d ría ' » 14 de Ich in o de »C uando veo en la tele a p ad res que no se i olu ben y g ritan de felicidad p o rq u e su hijo lia g anado u n a m ed alla de oro en los Juegos O linqm os, m e re c o rre u n escalofrío y pienso: ¿a quién han estado q u erie n d o d u ra n te estos veinte años? ¿Al c h ito que h a p u esto todo su em p eñ o en los en tren am ien tos p a ra llegar a vivir este m o m en to , el m om en to en que los p ad res se enorgullecen de él? Pero ¿se siente querido? ¿T endrían los p a d res la m ism a am b ic ió n a b su rd a si lo q u isieran de verdad?, y ¿ h ab ría él n ecesitad o g a n a r u n a m edalla d r oro si hu b iese estado seguro del a m o r de sus padres? ¿A q u ién q uieren, en tonces? ¿Al g an ad o r de la me dalla de oro o a su hijo, que tal vez haya solí ido p o r la falta de am or? Vi al ganador-en la pantalla y en el m o m en to en que se en teró de su victoria, ro m p ió a llo rar y se estrem eció. No eran lágrim as de felicidad, p o d ía percib irse el sub im iento que le estrem ecía y del que seg u ram en te él no era cons cíente.


»5 ele marzo de 1998 »No q u iero ser com o queréis que sea. Pero no tengo el valor de ser com o m e g u staría ser, porque sigo su frien d o con vuestras censuras y mi a isla m iento. Y si quiero gustaros, ¿acaso no estaré sola? P orque entonces m e traicio n aré a m í m ism a. C uan­ do m a m á estuvo en ferm a hace u n p a r de sem anas y necesitó m i ayuda, casi m e alegré de tener u n a ex­ cusa p a ra ir a casa. Pero enseguida se m e hi/.o inso­ portable la form a en que se p reocupa de mí. Yo no tengo la culpa de n o ta r siem pre la hipocresía. M am á a rg u m e n ta que se preo cu pa p o r mí y con ello se vuelve im prescindible. Me en tran tentaciones de crecí' que m e quiere, pero, si m e quisiera, ¿no n o ta­ r í a yo su am or? No es que yo sea perversa, m e doy cu en ta de que alguien m e quiere, de que m e deja h ab lar y se in teresa p o r lo que le digo. Pero con m am á lo único que siento es que quiere que cuide de ella y la quiera. Y en cim a p reten d e que m e crea lo co n trario . ¡Eso sí que es chantaje! A lo m ejor ya lo percibí de pequeña, pero no podía decirlo, no sab ía cóm o. A hora sí lo sé. »Por o tra parte, m e da pena, porque tam bién ella está h am b rie n ta de relaciones. Pero se da aún m enos cu e n ta de esto que yo, y lo pu ed e d e m o strar m enos que yo. E stá com o enjau lada, v en esta jaula debe de sen tirse tan a b a n d o n ad a com o p ara tener que reafirm ar su au to rid ad co n stan tem en te, sobre todo conm igo. »Otra vez intento entenderla. ¿C uándo podré li­ berarm e de esto? ¿C uándo dejaré, al Iin , de ser la psicóloga de mi m adre? La busco, quiero en ten d er­


la, quiero ayudarla. Pero todo es inútil. Ella no quie­ re dejarse ayudar, no quiere dejarse ablandar, da la im presión de que sólo necesita autoridad. Y yo ya no voy a seguirle el juego. Espero qite me salga bien. »Con p a p á es distin to . É l se rige p o r sus a u se n ­ cias, nos evita a todos, hace im posibles los en cu en ­ tros. Tam poco en el p asad o , cu an d o yo era peque­ ñ a y él ju g ab a co n m i cuerpo, decía n u n c a nada. M am á es diferente. Es om n ip resente, sea chillando o haciendo rep ro ch es, con su necesidad o con sus quejas. N unca p o d ré esquivar su presencia, pero sí puedo d ejar ele a lim e n tarm e con ella. Me destruye. A unque la ausencia de pap á tam bién m e resu ltab a destructiva, p o rque com o n iñ a necesitaba alim en ­ tarm e a to d a costa. ¿Y cóm o iba a hacerlo si mis padres m e lo n eg ab an ? El alim en to que necesitaba con ta n ta urgencia e ra u n a relación, pero ni m am á ni p ap á sabían lo que era eso y tem ían to d o vínculo conm igo, p orque de p eq u eñ o s ellos m ism os su frie­ ron abusos y n ad ie los protegió. Vuelvo a caer en lo m ism o: a h o ra in ten to e n te n d e r a papá. Es lo que he hecho sin p a ra r d u ra n te dieciséis añ o s y ahora, p o r fin, quiero lib rarm e de eso. P orque p a p á ha su ­ frido la soledad, pero lo cierto es que a m í m e dejó crecer en ella, de p eq u e ñ a sólo recu rría a mí cuan do m e necesitaba, pero nunca estuvo ahí. Y d e s­ pués m e ha evitado. É stos son los hechos a los que m e quiero ceñir. No q u iero evitar m ás la realidad. »9 de abril de 1998 »He vuelto a ad elg azar b asta n te y el p siq u iatra del hospital nos ha d ad o la d irección de una te ra ­


peuta. Se llam a S usan. Ya he h ab lad o dos veces con ella. H asta a h o ra la cosa va bien. No es com o el p siq u iatra. Con ella m e siento co m prendida, y eso es u n g ran alivio. No in te n ta convencerm e de nada, escucha, p ero tam bién habla, dice lo que piensa y m e an im a a d ecir lo que pienso y a co n fiar en m is sen tim ien to s. Le he h ab lad o de N ina y he llorado m ucho. Todavía sigo sin poder- comer, p ero ahora, en cam bio, en tien d o m ejo r y con m ás p ro fu n d id ad p o r qué me p asa esto. D u ran te dieciséis años m e han estado alim en tan d o m al, y ya estoy harta. Si con ayuda de S usan no en cu en tro el valor p a ra co n seg u ir el alim en to adecuado, seguiré con mi huelga de h am b re. ¿Es esto u n a huelga de ham bre? Yo no lo veo así. S im plem ente, no tengo ganas de com er, no tengo apetito. No roe g u stan las m e n ti­ ras, no m e g u sta la h ip o cresía ni las evasiones. M e en can taría p o d er h a b la r con mis padres, explicar­ les cosas de m í y que m e c o n tara n lo que les pasó de pequeños, cóm o ven hoy la'vida. N unca han h a ­ blado de eso. S iem pre h an in ten tad o inculcarm e buenos m odales, evitando to d o lo que fuera un poco personal. Pero estoy h asta el gorro. ¿Y p o r qué no m e largo y ya está? ¿Por qué siem pre acabo volviendo a casa y su frien d o p o r la fo rm a en que m e tra ta n ? ¿Porque m e d an pena? E so tam bién, p ero debo reco n o cer que sigo n ecesitándolos, que sigo echándolos de m enos, au n q u e sé que n u n ca p o d rá n d arm e lo que me g u staría que m e dieran. Es decir, que m i razó n lo sabe, p ero la n iñ a que hay en m í no puede en ten d erlo ni saberlo. Tam poco d e­ sea saberlo; desea, sim plem ente, que la q uieran, y 182


»11 de julio de 1998 »¡Oué co n ten ta estoy de ten er a Susan! No sólo porque m e escu ch a y m e an im a a expresarm e a mi m anera, sino tam b ién p o rq u e sé que hay alguien

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iiTTuum u u u u i u m i m m t m

no puede co m p re n d er que desde un buen princi pió no haya recibido am or. ¿Podre a cep tar esto .«I guna vez? »Susan cree que ap ren d eré a aceptarlo. Poi suerte, no m e dice que m e equivoco con m is senil m ienlos. Me an im a a to m a r en serio y creer lo que percibo. Y eso es m aravilloso, n u n c a lo había viví do con esta inten sid ad . Con Klaus tam poco. Cuan do le explico algo a K laus, a m en u d o me dice: 'TYo es lo que tú crees”, com o si él supiera inejoi que yo lo que siento. Pero el p o b re Klaus, que tan mipoi tan te se cree, no hace o tra cosa que ivpelii lo que le decían sus padres: “Tus sen tim ien to s le i oiilun den, haznos caso...”, etcétera. Es probable que sus padres h ab len así p o r la co stu m b re, poique rs una form a de hablar, ya que, en el londo, no son com o m is p ad res. E stá n m u ch o m ás p red ispuestos a es cu ch a r y a ce p ta r a K laus, sobre todo su m adre. Ella suele hacerle p reg u n tas y da la im presión de que de verdad quiere entenderlo. A m í m e e n c a n ta ­ ría que m i m ad re m e hiciera esa clase de p reg u n ­ tas. Pero a K laus no le gusta. Le g u staría que su m ad re lo d ejara en paz. y le dejara av eriguar las co sas p o r sí m ism o, sin q u erer ayudarle siem pre. Y esta en su d erech o de q u erer eso, pero esta actitu d suya tam b ién le d istan cia de m í. No m e deja acercarm e a él. Me g u staría h ab lar de esto con Susan.


que está de mi lado y que no tengo que cam bial p ara gustarle. Le gusto com o soy Y eso es fascinan Le, no tengo que esforzarm e en absoluto para que m e entiendan. S im plem ente, m e entiende. Y ser en ­ tendida es u n a sensación m aravillosa. No tengo que viajar por todo el m u n d o p ara e n c o n tra r personas que q u ieran escu ch arm e y luego sentirm e decepcio­ nada. He d ad o con u n a p erso n a que lo hace y g ra­ cias a ella pued o co m p ren d er lo m ucho que siem ­ pre m e he equivocado; p o r ejem plo, con Klaus. Ayer luim os al cine y después in ten té h ab lar con él sobre la película. Le expliqué p o r qué la p u esta en escena me hab ía decep cio n ad o pese a lo buenas que h a ­ bían sido las críticas. Lo único que dijo fue: "Tienes m uchas p reten sio n es”. E n tonces caí en la cuenta de que ya había h ech o an tes esLe tipo de com entai ios en lugar de in tere sarse p o r lo que yo decía. Yo siem pre me lo h a b ía tom ado com o algo norm al, porque en casa tam p o co oía o tra cosa y estaba acostum brada. Pero ayer caí en la cuenta. Pensé que S usan n u n ca reaccio n aría así, ella siem pre co n tes­ ta a lo que le digo y, cu an d o no lo entiende, lo p re ­ gunta. De p ro n to m e be dado cu e n ta de que hace un año que soy am ig a de K laus y nu n ca me he a tre ­ vido a re p a ra r en que, en realid ad, no m e escucha en absoluto, en que m e esquiva de form a parecida a com o lo hacía p a p á y yo lo co n sid erab a norm al. ¿Podría c am b iar esto? ¿Y por qué iba a cam biar? Si Klaus es esquivo, sus razo n es te n d rá p a ra ser­ lo, y yo eso no pued o cam biarlo. Pero, p o r suerte, he em pezado a d arm e cu e n ta de que no m e gusta que m e esquiven y de que puedo d ecir en voz alta


que no m e gusta. Ya no soy la n iñ a p eq u eñ a de papá. »18 de julio de 1998 »Le he explicado a S u san que a veces K laus m e ataca los nervios y no sé p o r qué m e ocurre. Porque yo lo quiero. Me m olesto p o r tonterías, y me rep ro ­ cho p o r ello. Su in ten ció n es buena. Dice que me tiene cariñ o y yo sé que m e quiere m ucho. E n to n ­ ces, ¿por qué soy tan quisquillosa? ¿P or qué m e e n ­ fado p o r tonterías? ¿P or qué no p u ed o ser m ás to­ lerante? Estuve un ra to h ab lan d o a to n tas y a locas, y m e eché la culpa a m í m ism a; Susan m e escuchó y, al final, m e preg u n tó en qué consistían estas to n te­ rías. Q uería saberlo todo al detalle; yo no quería e n tra r en el tem a, p ero acabé en ten d ien d o que po­ d ría p asarm e h o ras h ab lan d o así y ech án d o m e la culpa sin p re sta r v erd ad era atención a lo que me m olestaba, p orque c e n su ra b a m is propios sen ti­ m ientos an tes de to m árm elo s en serio y c o m p re n ­ derlos. »De m odo que em pecé a darle detalles. P or ejem plo, le conté la h isto ria de la carta. Le h ab ía escrito a Klaus una carta m uy larga en la que había in ten tad o decirle lo m al que m e siento cu an d o tra ­ ta de d isu ad irm e de m is sen tim ientos. Com o c u a n ­ do, p o r ejem plo, dice que todo me p arece negativo, que estoy rizan d o el rizo, que no p aro de esp ecu lar y que alg u n a cosa no tiene im portancia; que no debo p reo cu p arm e in n ecesariam en te si no hay ra ­ zón p ara ello. Estos co m en tarios me entristecen, m e h acen se n tir sola y tiendo a decirm e lo m ism o: 185


d eja de ro m p e rle la cabeza, m ira el lad o bueno de la vida, no seas ta n com plicada. Pero, gracias a la te ra p ia co n S usan, he d escu b ierto que estos conse­ jos no m e benefician, m e em pujan a h acer esfiierzos ab su rd o s que no sirven de n ada. M e siento re­ ch azad a, que es lo que soy. S iem pre rech azad a. Me rec h az o a m í m ism a al igual que m e p asab a antes con m am á. ¿Cóm o se puede q u erer a un niño que uno desea que sea d iferen te de corno es? Si quiero siem p re ser diferente de com o soy, y si eso es lo que Klaus tam b ién quiere de m í, n o p u ed o q u ererm e a m í m ism a ni cre er que los d em ás vayan a hacerlo. ¿A q u ién quieren entonces? ¿A la persona que no soy? ¿A la p erso n a que soy, pero que q u ieren cam ­ b iar p a ra p o d er qu ererla? N o q uiero esforzarm e p o r u ir 'a m o r " así, ya me he can sad o de él. »Y ah o ra, an im ad a p o r la terap ia, le he escrito Lodo esto a K laus. Me d ab a m ied o co m en tarle esto y que él n o lo en ten d iera. O (lo que tem ía a ú n m ás) que se lo Lomara com o u n rep roche. Pero no ha sido ésa m i intención. Lo único que he in ten tad o es ab rirm e, y esp erab a q u e así Klaus pudiera en ten ­ derm e mejor. Le he explicado claram en te p o r qué estoy cam b ian d o y que q u iero incluirlo a él, que no q u iero excluirlo. »Su re sp u esta no fue in m ed iata. Temía su enfa­ do, que se im p acien tara p o rq u e siem pre me estoy ro m p ien d o la cabeza, te m ía su rechazo, pero espe­ ra b a u n a opinión sobre lo que le h ab ía escrito. Pin vez de eso, y tra s varios días de espera, recibí u n a carta, que m e escribió desde donde esta b a pasando él las vacaciones y que m e dejó boquiabierta. Me 186


d ab a las gracias p o r la carta, p ero no m en cio n ab a p a ra n ad a su contenido. En cam bio, m e explicaba lo que hacía en vacaciones, las excursiones p o r la m o n ta ñ a que ten ía previstas y con quién salía p o l ­ las noches. Ahora sí q u e esta b a h echa polvo. Mi sentido co m ú n m e decía que le h a b ía pedido d e m a ­ siado. Que no estaba a co stu m b rad o a interesarse p o r los sen tim ien to s de los dem ás, m enos aún p o l ­ los suyos propios, y que p o r eso mi carta 110 había servido ab so lu tam en te de nada. Pero, si quería lo m a r m is sen tim ien to s en serio, esta reflexión sobre el sen tid o com ún no m e ay u d ab a nada. Me senda com o an iq u ilad a, corno si no hubiese est i iio nada en absoluto. ¿Quién soy p ara que me Iralen ro m o si no fuera nadie?, p ensaba. S entí que se me pai lia el alm a. »En la terap ia con S usan, al coneeiai <mi mis sentim ientos, lloré com o u n a niña que corre el peí i gro cierto de que la m aten. P o r suerte, S usan no ¡n ten tó d isu ad irm e de este sen tim ien to y decirm e que ya n o h ab ía peligro. Me dejó llorar, m e abrazo com o si fu era u n a niña, m e acarició la espalda y en ese m o m en to en ten d í p o r p rim e ra vez que d u ra n te toda m i in fan cia lo único que h ab ía conocido era la an iq u ilació n de m i alm a. Lo que acab ab a de vivir con K laus, que, sim plem ente, h ab ía ignorado mi carta, no era n ad a nuevo. E ra algo que conocía muy bien, desde hacía m ucho tiem po. Lo único nuevo era que, por p rim e ra vez, podía reaccio n ar a esla vivencia con dolor, que podía sen tir el dolor. En mi infancia n adie estuvo ah í p a ra facilitarm e esto. Na die me ab razó ni m e m o stró ta n ta com prensión 187


com o la que ah o ra sen tía en co m p añ ía de Susan. P rim ero el dolor me resultó inaccesible y luego se m an ifestó con la anorexia nerviosa, sin que yo lo en tendiese. »Lo que la anorexia decía u na y o tra vez era que, si n ad ie quería h a b la r conm igo, m e m o riría de ham b re. C uanto m enos com ía, m ás signos de i n ­ com prensión, recib ía del en to rn o . Com o la reacción de Klaus a mi carta. Los m édicos roe dieron órde­ nes. mis p ad res las du p licaro n , el p siq u iatra m e am en azab a con que m e iba a m o rir si no em pezaba a co m er y me recetó m ed icam en to s p a ra p oder hacrrli i. lodos querían obligarm e a ten er apetito, pero yo no tenía ham bre de esta clase de com unicación defectuosa que me h ab ían ofrecido. Y lo que busca­ ba parecía inalcanzable. »1 lasla que me sentí p ro fu n d am en te com prendi­ da por Susan. En ese m om ento recuperé la esperan­ za, que quizá todos tengam os al nacer, de que pue­ de existir un intercam bio verdadero. De un m odo o de otro, todo niño in te n ta alcan zar a su m adre. Pero cu an d o la respuesta n u n c a llega, pierde la es­ peranza. Tal vez en esta negación de la m adre esté, en realidad, la raíz de la desesperación. G racias a Susan parece que m i esp eran za revivió. Ya no quie­ ro ju n ta rm e con gente com o Klaus, que, al igual que hice yo en el pasado, ha ren u n ciad o a la espe­ ran z a de u n a com unicación abierta; m e gustaría co­ nocer a gente con la que p o d er h ab lar de mi pasado, bis probable que la m ayoría sienta m iedo cuando m encione mi infancia, pero tal vez haya alguien que tam bién se abra. Sola con S usan me siento com o si


estuviese en o tro m u n d o . No en tien d o cóm o he podido a g u a n ta r a K laus d u ra n te ta n to tiem po. C uanto m ás está n m is recu erd o s en co n tacto con el co m p o rta m ien to de mi padre, m ás claro tengo cuál es el origen de m i vínculo con K laus y con am igos sim ilares. »31 de diciem bre de 2000 »Llevo m u ch o tiem p o sin escrib ir nada, y hoy, tras un p arén tesis de dos años, he leído el diario de m i época de terapias. No lie lard ad o m ucho tiem po en leerlo, al m enos m uy poco co m p arad o con el largo tiem po en que acu d í a las terap ias debido a m i anorexia nerviosa. Ahora m e doy perfecta c u en ­ ta de lo alejada que estab a de m is sen tim ien to s y de cóm o m e aferré siem p re a la esperanza de |><>dn en ta b la r algún día u n a relació n au tén tica con mis padres. Pero todo esto h a cam b iad o desde enlon ces. Ya hace un año q u e n o voy a terap ia'co n S usan y ya no la necesito, p o rq u e ah o ra soy capaz de d al­ le a la n iñ a que hay en m í la com p ren sió n que ex­ perim e n té con S u san por p rim era vez en mi vida. A hora aco m p añ o a la n iñ a que un día fui y que si­ gue viviendo en mí. P uedo re sp e ta r las señales de m i cuerpo, y he visto que; sin ejercer ninguna p re­ sión so b re él, los sín to m as desaparecen. Ya no ten ­ go anorexia, tengo g anas de co m er y de vivir. Tengo algunos am igos con los que puedo h ab lar con fran ­ queza, sin m iedo a que m e juzguen. Las antiguas expectativas con resp ecto a mis padres se h an di­ sipado de form a esp o n tá n ea desde que no sólo mi p arte ad u lta, sino tam bién la n iñ a que hay en

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m i in te rio r lia en ten d id o que, debido a su anhelo, fue to talm e n te cen su rad a y rech azada. Además, a h o ra ya no m e siento a tra íd a p o r p erso n as que po­ d ría n fru s tra r m i necesid ad de sin ceridad y fran ­ queza. Tropiezo con p erso n as que tienen necesida­ des p arecid as a las m ías, ya no tengo palpitaciones por las n oches ni m iedo de sen tirm e en u n túnel. Mi peso es n o rm a l, m is funciones corporales se han estab ilizad o y n o tom o m ed icam entos, pero tam b ién evito co n tacto s a los q u e sé que ten d ría u n a reacció n alérgica. Y sé p o r qué. E ntre esos co n tacto s e stá n tam b ién mis p ad res y algunos fa­ m iliares, que d u ra n te m u ch o s años h an estado d á n d o m e b uenos consejos». Pese a este cam b io tan positivo, la p erso n a real, a la que aq u í he llam ado Anita, ex p erim entó un Lrcm en d o retro ceso cu an d o su m a d re logró forzarla a que la v isitara a m en u d o . La m ad re enferm ó y culpó a A nita de su en ferm ed ad , pues ésta ten d ría que h a­ ber sabido lo d u ro que le re su lta ría a su m ad re su distan ciam ien to . ¿Cóm o p o d ía h acerle esto a ella? Es u n a situ ació n frecuente. El estado enferm o de la m ad re le da a ésta, al parecer, un p o d e r ilim itado sobre la con cien cia de su hija ad u lta, y lo que ella m ism a n o pudo co n seg u ir de su m a d re cuando era pequeña, la p resen cia y los cuidados, puede conse­ guirlo con facilidad ch an ta je an d o a su hija y logran­ do sistem áticam en te que se sien ta culpable. D aba la im p resió n de que los logros terap éu tico s de A nita estab an en peligro, ya que se vio asaltad a de nuevo p o r los viejos sen tim ien to s de culpa. P or su e r­

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te, los síntom as de la an o rex ia nerviosa no resu rg ie­ ron, pero las visitas a su m a d re h iciero n que A ñila se diera clara cu en ta de que te n d ría nuevas depresiones si no decidía a d o p ta r u n a p o s tu ra de «dureza», p ara im p ed ir el ch an taje em ocional, y cesaba las visitas. De m odo que se fue o Ira vez a ver a S usan esperando en co n trar ayuda y apoyo. Para su g ran sorpresa, se en co n tró con una Susan h asta ah o ra desconocida p ara ella, que intentó expli carie que le esperaba b a sta n te trab ajo analítico si quería deshacerse d efin itiv am en te de sus sen tim ien ­ tos de culpa, es decir, si qu ería a c a b a r con su cum ple jo de Edipo. Los abusos incestuosos a m anos de su pad re h ab ían dejado en ella sen tim ien to s de culpa que llevaba to d a la vida tra ta n d o de que íuei a su nía dre quien los pagara. A nita no sabía qué h a c e r con esta explicación, 110 podía sen tir m ás que el enfado por ser m anipulada. S u san le p arecía a h o ra u n a esclava de la escuela psicoanalítica, cuyos dogm as, a p e sa r de sus m últiples aseveraciones, era evidente que no h ab ía cuestionado suficientem ente. S u san le h ab ía servido de gran ayu­ da p a ra liberarse del m odelo de la pedagogía veneno­ sa, pero ah o ra m o stra b a u n a d ep en d en cia hacia los criterios de su form ación que a A nita le resu ltab an totalm en te falsos. E ra casi tre in ta años m enor que S usan y no necesitaba so m eterse a los dogm as que la generación an te rio r había co n sid erad o lógicos. Así que A nita se despidió de S usan y en co n tró un grupo de gente de su edad, cuyas experiencias lera p éuticas eran sim ilares a las suyas y que buscaban form as de co m u n icació n despojadas de toda carga 191


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educativa. E n él obtuvo la ap ro b a c ió n que necesita­ ba p ara esc ap a r al m ag n etism o fam iliar y no creer en teorías que no le convencían lo m ás m ínim o. La de­ presión desapareció v la anorexia tam poco retornó. 1.a anorexia nerviosa se co n sid era una en ferm e­ dad m uy com pleja que a veces tiene un desenlace fa­ tal. La p e rso n a m uere len tam en te. Sin em bargo, p a ra en te n d er esta en ferm ed ad , es p reciso que co m p ren ­ dam os lo que esta p e rso n a sufrió de p eq u eñ a y el su ­ plirá) an ím ico que vivió a m an o s de sus padres, que le negaron el alim en to em o cio n al esencial. E sta afir­ ma) ion produce tal m alestar en tre los m édicos que és­ tos prefieren so sten er que la an o rexia es incom prensi­ ble y que puede paliarse con m edicam entos, pero no cu rarse del todo. E n sum a, u n m alentendido, pues la historia explicada por el cuerpo es ignorada y sacrifi­ cada en el a lta r de la m oral en n o m bre del cuarto m andam iento. Anita ap ren d ió -p rim e ro con N ina, después con S usan y, finalm ente, con el g ru p o - que estab a en su derecho de senLir la necesidad de u n a com unicación «nutricia», que no tenía que re n u n c ia r m ás a este alim entó y que no podía e sta r cerca de su m adre sin p a ­ garlo con depresiones. Eso le b a stó a su cuerpo, que desde entonces ya no tuvo que hacerle advertencias, p o rq u e A nita resp etab a las necesidades de ésLe, por las que, siem pre que fuera fiel a sus sentim ientos, ya no dejaba que nadie la culp ara. G racias a N ina, A nita ex p erim entó p o r p rim era vez en el hospital que uno puede recib ir calor h u m a ­ rlo y sim p atía sin necesidad de exigencias ni acu sa ­ ciones p o r la o tra p arte. Luego tuvo la suerte de en192

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c o n tra r en S usan u n a te ra p e u ta que podía esc u c h a r y sentir, con la que d escu b rió sus p ro p ias em ociones y se atrevió a vivirlas y expresarlas. A p a rtir de ese m o m en to supo qué alim en to b u sca b a y necesitaba, logró e n ta b la r relaciones nuevas y ro m p e r con las viejas, de las que h ab ía esp erad o algo que d esco n o ­ cía. A hora sab ía qué alim en to b uscaba, S usan se lo h a b ía dado y gracias a esta experiencia, pudo m ás tard e reco n o cer tam b ién los lím ites de su terap eu ta. Ya n u n c a m ás ten d rá que esco n d erse en u n agujero p a ra h u ir de las m en tiras que le ofrezcan. Su verdad siem p re las c o n tra rre sta rá y no te n d rá que volver a p a s a r h am b re, p o rq u e ah o ra la vida m erece la pena. La verdad es que el relato de Anita no p recisa nin gún co m en tario , los hechos que describe ilu stran los m ecan ism o s que su h isto ria revela. En el origen de la en ferm ed ad está el h am b re de Anita p o r l u í contacto afectivo au tén tico con los p ad res y los am igos. Y la c u ració n fue, al fin, posible en cu an to Anita experi­ m en tó que hay p erso n as que quieren y pueden e n te n ­ derla. y‘ E n tre las principales em ociones re p rim id a s (con­ tenidas o disociadas) en n u e stra in fancia, v que se hallan alm acen ad as en las células de n u estro cuerpo, está el m iedo.|U n niño al que h an pegado, inevitable­ m en te tiene u n m iedo co n sta n te a nuevas palizas; pero, p o r o tro lado, no pu ed e vivir sab ien d o que lo han tra ta d o con crueldad. H a de re p rim ir ese conoci­ m iento. De igual m odo, el niño d esaten d id o no puede vivir su d o lo r de form a consciente, y m enos aún ex­ 193


presarlo , p o r tem o r a ser a b an d o n a d o por com pleto. Así que se aferra a un m u n d o irreal, m ás bello e ilu­ sorio. E so le ay u d a a sobrevivir. C uando en el adulto, a través de sucesos de lo más banales, se d esen cad en an las em ociones rep rim id as en el pasado, éstas ap en as gozan de com prensión: «¿Yo? ¿M iedo a m i m adre? P ero si es ab so lu tam en te inofensiva, m e tra ta con cariño y h ace todo lo que puede. ¿Cóm o voy a tenerle m iedo?». O en otro caso: «Mi m adre es horrible. Pero soy co nsciente de ello, por eso he roto m i relación con ella, no dependo de ella p ara nada». Q uizás el ad u lto se conform e con esto. Pero es posible que en su in te rio r todavía viva el niñ o no in teg rad o , cuyos m iedos n u n c a p u d iero n ser acep tad o s n i vividos de form a co n scien te y que, p o r tan to , hoy se dirigen hacia o tra s p erso n as. E stos m ie­ dos pu ed en , sin m otivo ap aren te, asalta rn o s de im ­ proviso y cau sarn o s pánico. Si no se ex p erim en ta en presencia de un testigo cóm plice, el m iedo incons­ ciente a la m ad re o al padre llega a sobrevivir d u ran te décadas. E n Anita, p o r ejem plo, eso se m an ifestó en su des­ confianza h acia todo el personal clínico y en su inca­ pacid ad p a ra comer. Es cierto que con frecuencia la desconfianza estab a ju stificad a, p ero tal vez no siem ­ pre. Eso es lo desco n certan te. Lo ú n ico que el cuerpo no p ara b a de decir era: no quiero esto, p ero no podía decir lo que quería. Sólo después de que A ñila viviera sus em ociones en p resen cia de S usan, después de d esc u b rir en su in terio r todos los tem o res que en el pasad o le h a b ía in sp irad o u n a m a d re n ad a co m u n i­ cativa, p u d o liberarse de ellos. Desde ese instante, 194


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p u d o o rien tarse m ejor, d istin g u ir y v er las cosas con m ay o r claridad. A hora sab ía que no necesitab a seg u ir esforzando se p a ra obligar a K laus a u n diálogo sincero y abier to, p orque sólo dep en d ía de él c a m b ia r su actitud. Klaus dejó de d esem p eñ ar el papel de m adre. I’oi o tra p arte, de rep en te conoció a p e rso n as de su en Corno que no e ran com o sus p a d res y de las que ya n< > te n ía necesid ad de protegerse. D ado que ah o ra esta b a fam iliarizada con la h isto ria de la pequeña Añila, ya no tenía que Lemer esa h isto ria ni rcpiodm irla u n a y o tra vez. C ada vez se o rien tab a m ejor en el p ó ­ sente y distin g u ía el hoy del ayer. Su redesi ubiei la alegría de c o m er traslucía su alegría de relai ionarsc con p erso n as que eran ab iertas con ella, sin que Ani ta tu v iera que esforzarse. D isfru tab a p lenam ente del intercam b io con estas p erso n as y en ocasiones se p reg u n tab a so rp re n d id a qué h ab ía sido de la descon fianza y los m iedos que d u ra n te largo tiem po le ha b ían aislado de casi todos los dem ás. La verdad era que, desde que el presen te no se m ezclaba de m odo tan confuso con el p asado, los m iedos y la descon fianza h ab ían desaparecido. Sabernos que m u ch o s jóvenes ven la psiq u iatría con suspicacia. No se dejan convencer fácilm ente de que se o b ra «con b u en a intención», au n cu an d o a to das luces fuera ése el caso. E sp eran toda clase de arti m añ as, los archieo n o cid o s arg u m en to s de la pe dago gía venenosa en favor de la m oral, todo aque llo que desde p eq u eñ o s les resu lta fam iliar y sospechoso. I I te ra p e u ta tiene que g an arse p rim ero la confianza de su paciente, pero ¿cóm o va a h acerlo si la persona


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que tiene d elan te ha vivido u n a y o tra vez el abuso de su confianza? ¿Acaso no ten d rá que tra b a ja r m eses o años p a ra esta b le cer las bases de una relación? No lo creo. S egún m i experiencia, las personas m uy desconfiadas escu ch an y se a b ren si se sienten realm en te co m p ren d id as y aceptadas. Eso es lo que le pasó a A nita cu an d o se topó con N ina, la m u jer de la lim pieza, y m ás tard e con Susan, su terapeuta. En cu an to reconoció el alim en to au tén tico, su cuerp o no du d ó en ayudarle a p e rd e r la desconfianza, y lo hizo devolviéndole las g an as de comer. La p ro p u e sta de una voluntad sin cera de e n ten d im ien to se percibe con claridad, no p u ed e fingirse. Se ve enseguida si lo que se esconde d etrás es u n a p erso n a a u té n tic a y no m era lachada, incluso un joven desconfiado puede verlo, pero no tiene que h ab e r n ingún indicio de en­ gaño en el ofrecim ien to de ayuda. fa rd e o tem prano, el cuerpo acabaría dándose cíten­ la, porque, al m enos a la larga, no hay discurso que pueda co n tu nd irlo.

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Epílogo (Resumen)

Pegar- a u n niño es siem p re u n m altrato de conse­ cuencias graves que a m en u d o d u ran toda u n a vida. La violencia p ad ecid a se alm acen a en el cu erp o del niño y, m ás tard e, el ad u lto la dirig irá hacia o tra s p er­ sonas o incluso h acia pueblos enteros, o bien contra sí m ism o, lo que le llevará a depresiones o a sei ¡as enferm edades, a la drogadicción, al suicidio o a la m u erte tem p ran a. La p rim era parte del libro ilustra de qué fo rm a esta negación de la verdad de la cruel ­ dad su frid a en el p asad o torpedea el com etido bioló­ gico del cu erp o de m a n ten e rse con vida y bloquea su m ecan ism o de supervivencia. La id ea de que u n o debe v en erar a sus padres m ien tras viva se apoya en dos pilares. El p rim e ro es el vínculo (destructivo) del niño m altratad o con su verdugo, com o en no pocas ocasiones pone de m a n i­ fiesto el co m p o rta m ien to m asoquista, que llega a crueles perversiones. El segundo p ilar es la m oral, que desde hace m iles de años nos am enaza con u n a m u erte te m p ra n a en caso de que nos atrevam os a no q u erer a n u estro s padres, sin im p o rta r lo que nos h a ­ yan hecho. 197


D ebería h ac erse p ú b lico el tre m en d o electo que p ro d u c e esta a te m o riz a n te m o ral en el niño an tañ o m al tra ta d o .1.Todo aquel al que de p eq u eñ o pegaron es (vuln erab le al m iedo, y to d o aquel que de pequeño no ' ex p erim en tó el a m o r a veces lo an h ela d u ra n te toda su v id a jE s te anhelo, que ab arc a un g ran n ú m ero de expectativas, su m ad o al m iedo, es el caldo de cultivo ad ecu a d o p a ra el so sten im ien to del cu arto m a n d a ­ m iento. Y éste e n c a m a a Ja p erfección el p o d er del a d u lto so b re el niño, algo que reflejan inequívoca­ m ente todas las religiones. E n el p re sen te libro expreso la esp eran za de que, m ed ian te el a u m e n to del co n o cim ien to psicológico, el p o d er del cu arto m an d am ien to p u e d a reducirse en favor del cu id ad o de las necesidades biológicas vitales del cuerpo; en tre otras, las necesidades de verdad, de lealtad a u n o m ism o, a sus percepciones, sentim ien­ tos y conocim ientos. C uando en u n a com unicación au tén tica se asp ira a u n a exteriorización pura, u n o se d esp ren d e de todo aquello que se basa en la m en tira y la hipocresía. E n to n ces ya no se puede p re te n d e r una rela ció n en la que un o finja alb erg ar sentim ientos que no posee o re p rim a otros que claram en te siente. El a m o r que excluye la sin cerid ad n o puede llam arse amor. E stas ideas p u ed en resu m irse en los siguientes puntos: 1. El «am or» que siente el niño m a ltra ta d o h acia sus p ad res no es am or. Es un vínculo cargado de ex­ pectativas, ilusiones y negaciones que exige u n alto precio a todos los im plicados. 198


2. El precio de este vínculo lo pagan en p rim e r lu ­ gar los pro p io s niños, que crecieron con el esp íritu de la m en tira, porque de m a n e ra au to m ática se les infli­ gió aquello que, su p u estam en te, a uno le «fue benefi­ cioso». Tam poco es ra ro que esta p erso n a en cuestión pague su negación con p ro b lem as de salud, ya que su «gratitud» se opone a la sa b id u ría de su cuerpo. 3. El fracaso de m u ch a s terap ias se explica po r el hecho de que m u ch o s te ra p e u ta s han caído en la tra m p a de la m o ral trad icio n a l e in ten tan tam bién a rra s tra r a sus p acien tes a la m ism a, p orque no co nocen o tra cosa. P o r ejem plo, en cu an to la par ¡ente em piece a se n tir y sea capaz, de c o n d e n a r con i l.n i dad los acto s de su p a d re incestuoso, es probable que crezca en la te ra p eu ta el m iedo al castigo de sus p ro p io s p ad res si, a su vez, ve su verdad. ¿Cóm o se entien d e, si no, que se ofrezca el p erd ó n com o m edio de curació n ? Los tera p eu tas suelen ofrecerlo p a ra tra n q u ilizarse a sí m ism os, com o ta m b ién hicieron sus pad res. Sin em bargo, d ad o que los m ensajes del te ra p e u ta su en an m u y p arecid o s a los de los padres del pasado -a u n q u e a m en u d o se expresen con m ucha m ás am ab ilid ad -, el p aciente necesita largo tiem po p a ra d escu b rir la pedagogía venenosa. C uando p o r fin la reconoce, no puede d ejar al terapeuta, porque en tretanto ya se ha d esarrollado un nuevo vínculo lóxi co. P ara él el terap eu ta es ah o ra la m adre que le ayu dó a nacer, porque es con éste con quien ha em pezado a sentir. De m odo que sigue esperando que el lerapru la lo salve en lugar de escu ch ar a su cuerpo, que le está ofreciendo ayuda m ed ian te señales. 199


4. Sin em bargo, si el p acien te tiene la suerte de ser asistid o p o r u n testigo con em p atia, p o d rá vivir y e n ­ ten d er su m iedo a los padres (o figuras paternas) y, poco a poco, ro m p er los vínculos destructivos. La reac­ ción positiva del cu erp o no se h a rá esp erar m ucho, sus avisos serán p a ra él m ás co m prensibles y dejará de m an ifestarse con enigm áticos síntom as. E ntonces d escu b rirá que sus terap eu tas se h an engañado, y ta m ­ bién le h an en g añ ad o (a m en u d o sin querer), pues el p erd ó n im pide la cicatrizació n de las heridas, p o r no h ab lar de su curación. C ualquiera puede co m p ro b ar por sí m ism o que el perdón n u n c a acab a con la p u l­ sión a la repetición. lie in tentad o d e m o stra r aq u í que la ciencia lleva m ucho tiem po calificando de tra sn o c h a d a s algunas o piniones su p u estam en te co rrectas. E n tre estas últi­ m as figura, p o r ejem plo, la convicción de que el perdon cura, que un m an d am ien to puede g en erar un am o r verdadero o que el fingim iento de sentim ientos es com patible con la asp iració n a la sinceridad. Sin em bargo, si critico tan en g añ o sas ideas no significa ni m ucho m enos que no ap ru e b e n in g ú n valor m oral o que rechace to d a m oral, com o en ocasiones hoy h a­ cen ostensible los provocativos «abogados del dia­ blo» (véase el artícu lo de Der Spiegel Online, del 18 de diciem bre de 2003, escrito p o r A lexander Sm oltczyk: «Saddam s Verteidiger. T yranosaurus Lex» [El defen­ so r de S addam . T yranosaurus Lex]). Todo lo contrario: p recisam en te porque considero que hay valores m uy im p o rtan tes, com o la integri­ dad, la conciencia, la resp o n sab ilid ad o la lealtad a 200


u no m ism o, m e cuesta c o m p re n d e r la negación de realidades que m e p arecen evidentes y que p ueden d em o strarse de m an era em pírica. La b u id a del su frim ien to ex p erim en tad o en la infancia pu ed e observarse ta n to en la o bediencia reli­ giosa com o en el cinism o, en la iro n ía y d em ás for­ m as de autoextrañam ienL o, que se ocultan, p o r ejem ­ plo, d etrás de la filosofía o de la literatu ra. Pero el cu erp o acaba rebelándose. Aun c u an d o se lo tra n q u i­ lice p rovisionalm ente con ayuda de drogas, tabaco y m edicam entos, aco stu m b ra a ten er la ú ltim a palabra, porque descubre el au to en g añ o con m ayor rapidez que n u estra razón, sobre todo cu an d o ésta ha sido e n ­ tre n ad a p ara fu n cio n ar con u n yo falso. Es posible que uno ignore los m ensajes del cuerpo, o incluso que se ría de ellos, pero, en cu alq u ier caso, m erece la pena p re star atención a su rebelión; p orque su lenguaje es la expresión autén tica de n u estro verdadero yo y la fuerza de n u estra vitalidad.

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Bibliografi



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