DOCEO Revista literaria
Zapotlán, Jalisco. Número 1. Octubre - diciembre de 2019
BAÚL LITERARIO 1
Universidad de Guadalajara Centro universitario del Sur
Amparo Dávila .......................
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Ana Añón Roig .......................
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Ana Ibáñez Córdoba ............
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Ana María Matute .................
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Ana María Shua .....................
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Dirección General
Carmen Peire ..........................
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Elsy Janeth Íñiguez Álvarez
Cristina Peri-Rossi .................
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Selección de pintras
Gloria Díez ..............................
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Elsy Janeth Íñiguez Álvarez
Inés Arredondo ......................
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Julia Otxoa ...............................
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Lilian Elphick ..........................
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Luisa Valenzuela ....................
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Marcial Fernández ................
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María Carvajal ........................
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María Cristina Ramos ..........
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María Paz Ruiz Gil .................
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María Soledad Uranga .........
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Paloma González Rubio ......
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Patricia Esteban Erlés ...........
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Rocío Romero .........................
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Revista DOCEO
Edición Elsy Janeth Íñiguez Álvarez
Fotografía
Colaboradores
Creaciones literarias de diversas autoras Selección de textos Elsy Janeth Íñiguez Álvarez Editorial: M&E www.m&r.com.mx Todos los derechos reservados ™Revista digital Doceo Doceo/ Revista digital. Año 1. No. 1 octubre - diciembre 2019 Publicación trimestral digital. Certificado de título núm. 11059. Certificado de licitud de contenido núm. 94093. ISSSN 2096-3054. Ciudad Guzmán, Jalisco, 49000 Tel. +52 (341) 145 9425 bklkn3@gmail.com
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ÍNDICE
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l proyecto Doceo es un baúl que permite, a través de la literatura, revivir las voces de mujeres que van dejado huella. Buscamos rescatar aquellas historias, resaltar las técnicas, y conservar el legado que, con mucha maestría, van heredando a las nuevas generaciones.
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AMPARO DÁVILA ALTA COCINA Desde mi cuarto del desván los oía chillar. Siempre llovía. Sus gritos llegaban mezclados con el ruido de la lluvia. No morían pronto. Su agonía se prolongaba interminablemente.
Nacían en tiempo de lluvia, en las huertas. Escondidos entre las hojas, adheridos a los tallos, o entre la hierba húmeda. De allí los arrancaban para venderlos, y los vendían bien caros. A tres por cinco centavos regularmente y, cuando había muchos, a quince centavos la docena. En mi casa se compraban dos pesos cada semana, por ser el platillo obligado de los domingos y, con más frecuencia, si había invitados a comer. Con este guiso mi familia agasajaba a las visitas distinguidas o a las muy apreciadas. “No se pueden comer mejor preparados en ningún otro sitio”, solía decir mi madre, llena de orgullo, cuando elogiaban el platillo.
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Recuerdo la sombría cocina y la olla donde los cocinaban, preparada y curtida por un viejo cocinero francés; la cuchara de madera muy oscurecida por el uso y a la cocinera, gorda, despiadada, implacable ante el dolor. Aquellos gritos desgarradores no la conmovían, seguía atizando el fogón, soplando las brasas como si nada pasara.
Yo pasaba todo ese tiempo encerrado en mi cuarto con la almohada sobre la cabeza, pero aun así los oía. Cuando despertaba, a medianoche, volvía a escucharlos. Nunca supe si aún estaban vivos, o si sus gritos se habían quedado dentro de mí, en mi cabeza, en mis oídos, fuera y dentro, martillando, desgarrando todo mi ser. A veces veía cientos de pequeños ojos pegados al cristal goteante de las ventanas. Cientos de ojos redondos y negros. Ojos brillantes, húmedos de llanto, que imploraban misericordia. Pero no había misericordia en aquella casa. Nadie se conmovía ante aquella crueldad. Sus ojos y sus gritos me seguían y, me siguen aún, a todas partes. Algunas veces me mandaron a comprarlos; yo siempre regresaba sin ellos asegurando que no había encontrado nada. Un día sospecharon de mí y nunca más fui enviado. Iba entonces la cocinera. Ella volvía con la cubeta llena, yo la miraba con el desprecio con que se puede mirar al más cruel verdugo, ella fruncía la chata nariz y soplaba desdeñosa. Un día sospecharon de mí y nunca más fui enviado. Iba entonces la cocinera.
Ella volvía con la cubeta llena, yo la miraba con el desprecio con que se puede mirar al más cruel verdugo, ella fruncía la chata nariz y soplaba desdeñosa. Su preparación resultaba ser una cosa muy complicada y tomaba tiempo. Primero los colocaba en un cajón con pasto y les daban una hierba rara qua ellos comían, al parecer con mucho agrado, y que les servía de purgante.
Allí pasaban un día. Al siguiente
los bañaban cuidadosamente para no lastimarlos, los secaban y los metían en la olla llena de agua fría, hierbas de olor y especias, vinagre y sal. Cuando el agua se iba calentando empezaban a chillar, a chillar, a chillar... Chillaban a veces como niños recién nacidos, como ratones aplastados, como murciélagos, como gatos estrangulados, como mujeres histéricas... Aquella vez, la última que estuve en mi casa, el banquete fue largo y paladeado.
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Ana Añón Roig
Ana Añón, licenciada en Informática, ha desarrollado distintas facetas artísticas como la danza, el haiku o la narrativa. Sus textos han sido publicados en revistas y antologías colectivas. Ha sido galardonada, entre otros, con el premio del I Concurso de relatos “21 de marzo” del Ayuntamiento de Tres Cantos y tercer premio del IV Concurso Internacional de Haiku de la Facultad Derecho de Albacete. Próximamente publicará su primer libro de relatos, Días con erre.
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LA SOPA La culpa fue de Felipe. Nos habíamos saltado otras veces la regla de no jugar en la cocina, pero aquel día, además, se le ocurrió hacer palanca con la cuchara. El elefante salió volando hasta caer en la cazuela donde hervían los fideos. ¡Cataplum! A mí me entró la risa, que se hizo incontrolable cuando vi cómo Felipe trataba de rescatar a Orejotas con el colador antes de que volviera la señora Valenzuela. Al poco la oímos llegar por el pasillo. Yo escondí los zulúes debajo de la servilleta y el jeep Cherokee entre mis pies. Felipe volvió a sentarse a la mesa. La señora Valenzuela se puso a mover la sopa. Tac, tac… sonaba de vez en cuando. Por fin nos sirvió los fideos y comimos la primera cucharada. Decir que tenían un sabor repugnante sería quedarme corto. Tuvimos que repetir la ración para no dejar sobras y en una de las cucharadas creo que me tragué lo que quedaba de Orejotas. La señora Valenzuela piensa que fue un virus lo que nos mantuvo en cama dos semanas. Nuestros viejos estómagos resistieron de milagro.
INSUMISIÓN El escritor se encontraba frente al ordenador escribiendo el último capítulo de la que sería, sin duda, su mejor novela. Robert debía morir, no había otro final posible. Pero entonces sintió las primeras patadas. Una contracción le apartó del teclado, con la llegada de la segunda trató de respirar rítmicamente y al llegar las últimas, tan seguidas y dolorosas, se retorció y cayó al suelo. La cabeza de aquel bebé le desgarró el vientre dejando un charco de sangre a su alrededor. Era Robert, lo reconoció por el lunar de la frente. Antes de morir aún tuvo tiempo de escuchar su primer llanto. 7 7
Ana Ibáñez Córdoba
POSTDAMER PLATZ Recorre la plaza entre los flamantes edificios de Moneo, Piano e Izosaki; lo que una vez fue solo un cruce de caminos, pretende hoy convertirse en el símbolo de una nueva Alemania. Añora aquel verano, no hace tanto, cuando la plaza era apenas un solar y se vendían postales de Berlín poblada de grúas, una ciudad valiente que volvía a reinventarse, como ella.
Ana Ibáñez vive en Córdoba y trabaja como traductora. Es coautora de dos cuentos: Pepe el okupa, publicado en Al Margen y Sincuentos en Atrapasueños. Coeditora de la revista de poesía Mediterránea.
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Ana María Matute EL NIÑO AL QUE SE LE MURIÓ EL AMIGO Una mañana se levantó y fue a buscar al amigo, al otro lado de la valla. Pero el amigo no estaba, y, cuando volvió, le dijo la madre: -El amigo se murió. Niño, no pienses más en él y busca otros para jugar. El niño se sentó en el quicio de la puerta, con la cara entre las manos y los codos en las rodillas. «Él volverá», pensó. Porque no podía ser que allí estuviesen las canicas, el camión y la pistola de hojalata, y el reloj aquel que ya no andaba, y el amigo no viniese a buscarlos. Vino la noche, con una estrella muy grande, y el niño no quería entrar a cenar. -Entra, niño, que llega el frío -dijo la madre. Pero, en lugar de entrar, el niño se levantó del quicio y se fue en busca del amigo, con las canicas, el camión, la pistola de hojalata y el reloj que no andaba. Al llegar a la cerca, la voz del amigo no le llamó, ni le oyó en el árbol, ni en el pozo. Pasó buscándole toda la noche. Y fue una larga noche casi blanca, que le llenó de polvo el traje y los zapatos.
Cuando llegó el sol, el niño, que tenía sueño y sed, estiró los brazos y pensó: «Qué tontos y pequeños son esos juguetes. Y ese reloj que no anda, no sirve para nada». Lo tiró todo al pozo, y volvió a la casa, con mucha hambre. La madre le abrió la puerta, y dijo: «Cuánto ha crecido este niño, Dios mío, cuánto ha crecido». Y le compró un traje de hombre, porque el que llevaba le venía muy corto.
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EL CIRCO DE MIS SUEÑOS No hay payasos borrachos ni ecuyeres, no está el domador ni los sumisos tigres, no hay gitano con oso bailarín, no hay tirador de cuchillos con partenaire puro coraje, no hay acróbatas, ni trapecistas, ni vendedores de golosinas, ni malabaristas, no están los enanos, no hay carpa, ni banderines, ni delicados elefantes, ni mago de veloces dedos. Pero estamos vos y yo. Y nos aplauden.
EL CIRCO FANTASMA Aparece de pronto, sin aviso. Dice la hija del carpintero que nunca le han pedido aserrín o viruta para el piso, como los circos comunes. Cuando se materializa, ya todo está listo para comenzar el espectáculo. No se ve a los cirqueros montar la carpa ni sacar a los animales de sus jaulas. Los carromatos ya están vacíos, los artistas ya esperan su turno para entrar en la arena. Hasta el público es transparente, excepto usted, por supuesto. Hasta los payasos llevan cadenas. Los niños le temen al circo fantasma, a los adultos les da pena. 10 10
Ana María Shua CIRCO POBRE En un circo pobre cada artista tiene que cumplir varias funciones. Si nos fi jamos bien, sin dejarnos engañar por el cambio de traje y maquillaje, veremos que muchos tratan de aprovechar sus habilidades en varias suertes. Por ejemplo, la equilibrista es la ecuyere, los acróbatas son contorsionistas, el director del circo es el boletero y también el mago (ante el público, ante los acreedores). Algunos son más difíciles de descubrir, porque eligen papeles muy distintos entre sí, como la trapecista que hace de mono amaestrado (o al revés), los elefantes que trabajan de acomodadores, los payasos convertidos en aro de fuego. Pero la prueba más difícil es la del domador, que es
CIRCO POBRÍSIMO En Argentina, el Circo Papelito recorre todavía los pueblos de provincia, pintoresco y modesto. Su primera carpa estaba hecha con bolsas de arpillera y los espectadores tenían que llevar sus propias sillas. Pero hubo un circo más pobre todavía. Además de llevar sus propias sillas, los espectadores tenían que sentarse, fingir que miraban la pista, imaginarla. 11
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Carmen Peire
INCÓGNITA Una persona es lo que cree ser, lo que los demás opinan que es y lo que realmente es. Desde esta perspectiva, no se pudo averiguar quién cometió el asesinato. 12
Cristina Peri-Rossi CRIANZAS Siempre imagino que mi madre tiene nada más que venticinco años (la edad que ella tenía cuando yo nací), de ahí, que me enfurezca si la oigo arrastrar los pies, cloquear, toser o pensar como una vieja. No entiendo por qué a los venticinco años le han salido arrugas ni me explico cómo siendo tan joven se acuesta tan temprano. Si en algún momento de pavorosa lucidez advierto que es una vieja, tal descubrimiento me llena de horror, por lo cual trato inmediatamente de expulsar dicho conocimiento de la luz de mi conciencia, de manera que enseguida recupera sus venticinco años. Ella me trata a mí continuamente como si yo fuera una niña, por lo cual nos entendemos perfectamente. No insisto en crecer, porque sé que es inútil: para nosotras dos, el tiempo se ha estacionado y ninguna cosa en el mundo podría hacerlo correr. Moriré de cinco años y ella de venticinco: a nuestros funerales asistirá una muchedumbre de ancianos niños y de niños que jamás llegaron a
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Gloria Díez DESPIDO INOPORTUNO
Las poleas sufrieron un brusco estremecimiento y el ascensor detuvo su escalada entre los pisos cuatro y cinco. De forma instintiva, Juan se llevó la mano al bolsillo. No había cogido el móvil y menos sus pastillas. ¿Por qué iba a hacerlo? Sólo había bajado un momento a la portería. En cuestión de segundos comprendió su situación: agosto, el edificio casi vacío…
Frente a él estaba el pulsador de la alarma, un rectángulo sucio de plástico amarillo. Sonaba, con gemido de perro apaleado, en la garita del portero. Pero, aunque lo pulsara, Lucas, ese holgazán, ese maldito inútil, no subiría. Lo sabía porque, a pesar de sus súplicas tardías, de sus patéticos sollozos, con íntimo placer y en uso de sus atribuciones, acababa de despedirle. Contra toda esperanza, con gesto de náufrago, Juan apretó ferozmente el timbre y luego sí, lentamente, dejando que su espalda se deslizara contra la pared, se derrumbó.
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Gloria Díez es una periodista y poeta asturiana. Ha trabajado más
de veinte años en prensa y como guionista en televisión. Su primer poemario, Mujer de Aire, Mujer de Agua, apareció en la colección Adonáis. También es autora de una biografía: Serafín Madrid, Hortelano de Sueños. 15
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Inés Arredondo
APUNTE GÓTICO
Cuando abrí los ojos vi que tenía los suyos fijos en mí. Mansos. Continuó igual, sin moverlos, sin que cambiaran de expresión, a pesar de que me había despertado. Su cuerpo desnudo, medio cubierto por la sábana, se veía inmenso sobre la cama. La vela permanecía encendida encima de la mesita de noche del lado donde él estaba, y su luz hacía difusos los cabellos de la cabeza vuelta hacia mí, pero a pesar de la sombra sus ojos resplandecían en la cara. La claridad amarillenta acariciaba el vello de la cóncava axila y la suave piel del costado izquierdo; también hacía salir ominosamente el bulto de los pies envueltos en la tela blanca, como si fueran los de un cadáver. La tormenta había pasado. Él hubiera podido apagar la vela y enviarme a dormir en mi cama, pero no lo hacía. No se movió. Siguió con el tronco levemente vuelto hacia la derecha y el brazo y la mano extendidos hacia mí, con el dorso vuelto y la palma de la mano abierta, sin tocarme: mirándome, reteniéndome. Mi madre dormía en alguna dwe las abismales habitaciones de aquella casa, o no, más bien había muerto. Pero muerta o no, él tenía una mu16 16
Era la causa de que mi madre hubiera enloquecido. Yo nunca la he visto. Vi la blanca carne del brazo tendido hacia mí, tersa, sin un pelo, dulce y palpitando con el vaivén de la flama. Los dedos ligeramente curvos sobre la mano ofrecida apenas: abierta. Hubiera querido poner un pedacito de mi lengua sobre la piel tibia, en el antebrazo. Tenía los ojos fijos en mí, tan serenos que parecía que no me veía. Llegué a pensar que estaba dormido, pero no, estaba todo él fijo en algo mío. Ese algo que me impedía moverme, hablar, respirar. Algo dulce y espeso, en el centro, que hacía extraño mi cuerpo y singularmente conocido el suyo. Mi cuerpo hipnotizado y atraído. Ese algo que podía ser la muerte. No, es mentira, no está muerto: me mira, simplemente. Me mira y no me toca: no es muerte lo que estamos compartiendo. Es otra cosa que nos une. Pero sí lo es. Las ratas la huelen, las ratas la rodean. Y de la sombra ha salido una gran rata erizada que se interpone entre la vela y su cuerpo, entre la vela y mi mirada. Con sus pelos hirsutos y su gran boca llena de grandes dientes, prieta, mugrosa, costrosa, Adelina, la hija de la frego-
Tiene siete años, pero acaba de salir del caño, es una rata que va tras de su presa. Con sus uñas sucias se aferra al flanco blanco, sus rodillas raspadas se hincan en la ingle, metiéndose bajo la sábana. Manotea, abre la bocaza, su garganta gotea sonidos que no conozco. Se arrastra por su vientre y llega al hombro izquierdo. Me hace una mueca. Luego pasa su cabezota por detrás de la de él y se queda ahí, la mitad del cuerpo sobre un hombro, la cabeza y la otra mitad sobre el otro, muy cerca del mío. Con las patas al aire me enseña los dientes, sus ojillos chispean. Ha llegado. Ha triunfado. Ahora sí creo que mi padre está muerto. Pero no, en ese preciso instante, dulcemente, sonríe: complacido. O me lo ha hecho creerla oscilación de la vela.
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Julia Otxoa OTTO DE AQUISGRÁN Cuentan que el emperador Oto de Aquisgrán era tan sumamente perfeccionista, que acometiéndole una vez un ataque agudo de melancolía profundísima, y decidiendo en medio de tristes delirios acabar con su vida, tuvo tan extremado cuidado en dejar bien acabados y atados los asuntos de la Corte, que antes de suicidarse, pasó años y años despachando con sus consejeros, firmando tratados, y recibiendo en mil audiencias. Hasta el punto de que al fin todo en orden, el pobre emperador Oto, ya muy anciano y enfermo desde su lecho de muerte, no recordaba realmente el extraño motivo que le había tenido toda su vida sumido en aquel delirante y frenético ritmo de trabajo, no conocido jamás en ninguna corte imperial.
Microrrelato incluido en Un león en la cocina (Prames, Zaragoza 1999) 18
EL VIAJERO El viajero no acababa de llegar. Sus familiares le esperaban nerviosos. No se explicaban su tardanza. Se habían gastado una buena suma de dinero en la compra de aquella trampa y en adornarla con aquel pedazo de queso de la mejor calidad.
Lilian Elphick CURSO DE LINGÜÍSTICA GENERAL Le arranqué la camisa, le solté el cinturón y, cuando los pantalones caían al suelo, noté su cola larga y escamosa, terminada en punta de flecha. - ¡Ay, Dios mío! –grité. -Llámame como quieras, a mí no me importa –dijo él, mostrándome el verdadero infierno de su lengua.
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Luisa Valenzuela VISIÓN DE REOJO La verdá, la verdá, me plantó la mano en el culo y yo estaba ya a punto de pegarle cuatro gritos cuando el colectivo pasó frente a una iglesia y lo vi persignarse. Buen muchacho después de todo, me dije. Quizá no lo esté haciendo a propósito o quizá su mano derecha ignore lo que su izquierda hace. Traté de correrme al interior del coche -porque una cosa es justificar y otra muy distinta es dejarse manosear- pero cada vez subían más pasajeros y no había forma. Mis esguinces sólo sirvieron para que él meta mejor la mano y hasta me acaricie. Yo me movía nerviosa. Él también. Pasamos frente a otra iglesia, pero ni se dio cuenta y se llevó la mano a la cara sólo para secarse el sudor. Yo lo empecé a mirar de reojo haciéndome la disimulada, no fuera a creer que me estaba gustando. Imposible correrme y eso que me sacudía. 2020
Decidí entonces tomarme la revancha y a mi vez le planté la mano en el culo a él. Pocas cuadras después una oleada de gente me sacó de su lado a empujones. Los que bajaban me arrancaron del colectivo y ahora lamento haberlo perdido así de golpe porque en su billetera sólo había 7.400 pesos de los viejos y más hubiera podido sacarle en un encuentro a solas. Parecía cariñoso. Y muy desprendido. 21
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Marcial Fernández LA VÍCTIMA
Juró asesinar a toda anciana que se cruzara en su vida. Y así lo hizo hasta aquel día en que siendo tan vieja como el objeto de su desprecio, al mirarse al espejo, primero con odio y luego con absurda ternura, perdonó a su última víctima.
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Nació en la Ciudad de México, el 13 de diciembre de 1965. Narrador, antólogo y editor. Estudió Filosofía en la unam. Sus cuentos aparecen en más de una veintena de antologías y compilaciones de México, España y Canadá. Ha colaborado en diversos periódicos y revistas, nacionales y extranjeras; es el creador de la ciudad virtual www.ficticia.com y Ficticia Editorial. Fue becario del fonca en el programa de apoyo a Jóvenes Creadores en tres ocasiones: Cuento (1994-1995/19992000) y Novela (1996-1997).
María Carvajal PUESTA A PUNTO Todos estábamos nerviosos aquel día. Había tres personas con ella. Le dieron un baño de agua de rosas. Le pusieron el vestido de novia y los zapatos blancos de tacón. Adornaron su cuello con la gargantilla de perlas engarzadas que había heredado de su madre. Tras secar sus cabellos, los rizos dorados y perfectos caían bailando sobre sus hombros. Pintaron sus ojos de miel con tonos ocres y peinaron sus pestañas con rimel. Maquillaron sus mejillas con colorete y pusieron un poco de gloss rosado sobre sus labios carnosos. Estaba preciosa. Nunca había visto a una mujer tan bella el día de su entierro.
María Carvajal cursó estudios de Filología Inglesa en la Universidad de Extremadura. Sus poemas y relatos se han publicado en varios blogs y revistas digitales, así como en los libros corales de la editorial Rumorvisual Trece (2009) y Un rato para un relato (2010). Con ese mismo sello editorial publicó en 2011 su primer libro, Mis días con Marcela. La autora interviene asiduamente en recitales poéticos. Es coeditora de la revista digital Ombligo. 23
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María Cristina Ramos PERSONAJE El actor deja la escena, deja al público, deja el decorado, se desprende del teatro y camina por las calles, desnudo de toda apariencia. Entra en su casa. Entonces, lo invade el personaje que más conoce. El que desde hace tanto lo enajena.
LAS SOMBRAS DEL GATO Cinco sombras tuvo el gato, solo una conservó. Una saltó al minutero y entró al bosque del reloj, duerme en los zapatos viejos con que el tiempo caminó. Otra va de polizonte en un barco pescador y pesca sombras de peces, luces de pez volador. La tercera busca estrellas, va de terraza en balcón para sumarle a su lomo pelitos de resplandor. Y la que falta es la sombra que, cual viento corredor, hace ya siglos que corre tras la sombra de un ratón. (De Las sombras del gato, 2003)
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María Cristina Ramos es escritora, editora y autora argentina. Nació en el año 1952 en la provincia de Mendoza y desde el año 1978 reside en Neuquén. Como profesora de Literatura, se ha dedicado a la docencia en instituciones públicas y coordinando talleres de lectura y escritura para niños. 25
María Paz Ruiz Gil LEYENDA MODERNA DEL AGUA Hidrógeno presumía de no necesitar a nadie, se movía dando brincos a su santo antojo. Un día piropeaba a unas, otro día le picaba el ojo a otras, pero siempre con aire de galán barato. Sus padres, preocupados de que el muchacho nunca sentaría cabeza, lo llevaron a una escuela de música para chicos con problemas. Allí estaba Oxígeno, con su pelo negro y sus Converse llenos de flores hechas con rotulador. El primer día ni se saludaron, hasta que un jueves tuvieron que esperar juntos el autobús, y cuando quisieron despegarse, ya no pudieron. Ahora viven fundidos, jamás pelean, se ríen de que se los beban por litros, de que los pongan a navegar por mundos marinos, de que los mezclen con azúcar o de que los congelen. Ellos se siguen llevando bien, aunque sus padres siguen buscándolos en la escuela de música. 26 26
ARGENTINO Abrió la boca por primera vez, una rabiosa boca gigante que tronó como el eco primigenio de la humanidad. Le dijeron que era varón, argentino, y que su ictericia se desvanecería bajo un chorro de sol. De adolescente recorrió manglares infestados de lagartos y trochas casi líquidas, y se convirtió en el primer traductor del balinés al kurdo. Harto de pensar en dos idiomas diminutos, se hizo catador de nieve, pero después de haber conseguido ver y saborear los cuarenta tonos que tiene el blanco, pegó un grito y se transformó en imitador de insignes muchachas pelirrojas que no fueran irlandesas. Consiguió tener una piel tan curtida como un pollo asado y así reírse de la ictericia, cambió su sexo por uno que pudo comprar, más aplastado y misterioso; pero jamás pudo dejar de ser argentino.
RITO PARA DORMIR No era guapo, mucho menos listo, pero a ella le extasiaba verlo entrar por las noches, y escuchar el ruido de sus botas cargadas de excremento de bestia y barro. Su mano de lija encontraba la postura para darle una caricia donde a ella más le gustaba; justo entre el cuello y la espalda, y entonces se sucedían cuatro o cinco minutos de masaje sin decir palabra hasta que se quedaba dormida y dejaba de chasquear. Así es como cada noche entraba en un sueño de siete pisos, donde ni el frío ni la lluvia podían despertar a la vaca más anciana del pueblo.
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María Soledad Uranga HACE DÍAS QUE LLUEVE
Hace días que llueve a cántaros. Y la gata se comió el último grillo que nos mantenía despiertos.
María Soledad Uranga ganó con este microrrelato el I premio internacional de microrrelatos Museo de la Palabra, convocado por la Fundación César Egido Serrano. 2828
Paloma González Rubio ESCARNIO –¡Vuelvo en un momento! Cuando mi madre cierra la puerta, yo pongo la película. En la pantalla, mamá se tornea las caderas con las manos y se pasa la lengua por los labios, golosa, frente a una erección descomunal. Chencho, mi invitado de turno, se lleva la mano a la bragueta. Yo finjo que no me importa. Ella ignora que es el artífice de mi creciente popularidad; la esgrime como argumento incontestable de mis progresos ante quienes antes me tachaban de insociable y ahora, abochornados, vuelven la cabeza cuando ella rebate su diagnóstico con cándida ingenuidad.
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Patricia Esteban Erlés
PRIMERAS MAESTRAS Supimos de la perfección por nuestras muñecas. Aprendimos de ellas los rizos inmóviles, las rodillas juntas si se usa falda, una sonrisa discretamente tintada de geranio y la mirada de vidrio limpio que debe mostrarse a los adultos con traje. Aprendimos también que ellas iban a sobrevivirnos, que vigilarían nuestra ausencia desde el mismo estante imperturbable, como gárgolas de habitación infantil. Nos enseñaron la muerte y ese día decidimos cambiar las reglas del juego, sonriendo, amables mientras tirábamos hacia atrás un poco más de la cuenta, al cepillar sus lustrosas cabelleras de niñas sombrías. 3030
LA TRAIDORA Cuando por fin junté el valor para despedirme le conté a mi muñeca que nos quedaban pocas tardes de juego. Por primera vez desde que la conocía guardó silencio. Esperé un tiempo prudencial. No reaccionó y entonces le susurré muy trágica que había escuchado al doctor decirles a mis padres que me estaba muriendo de tuberculosis. Tuberculosis, silabeé. Me quedaré muy flaca y escupiré sangre en el pañuelo sin parar.
La muñeca asintió, negligente, y volvió los ojos helados hacia algo que estaba situado a mi espalda, quizá en dirección a la estantería de mi hermana pequeña. Aquella misma noche, mientras me acostaba, le confesé a mi madre con una extraña voz de adulta que había decidido con cuál de mis juguetes quería ser amortajada.
Patricia Esteban Erlés (Zaragoza, 1972), licenciada en Filología Hispánica, trabaja como profesora de secundaria. Casa de Muñecas (2012), es su primer libro de microrrelatos, ha logrado una extraordinaria colección de género fantástico en la que, a lo largo de diez habitaciones y cien textos, se pasean miedos infantiles, ecos literarios, cinematográficos y fotográficos.
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Rocío Romero
HOMBRES
A mi madre le gustan los hombres. Todos. Ella dice que siempre ha sido así y “qué le vamos a hacer”. A mí me quiere más, tanto que ninguno le gusta lo suficiente como para convertirlo en mi padre. Y eso que lo intenta de veras. Yo me entero por el ruido. Aunque ya le digo yo que a mí me da igual si no tengo el padre más fuerte de la ciudad. Pero ella venga a hacerles pruebas y el cabecero venga a golpear al otro lado de mi pared.
A veces, cuando pienso que ya han fallado, les repite el examen en algún otro momento. Para estar segura, creo. A lo mejor le da pena suspenderlos a todos.
INDEMNES Papá golpeaba con puños y dientes. Mamá daba cabezazos ciegos y usaba los antebrazos a modo de escudo. Nosotros observábamos a pocos pasos y conteníamos la respiración. Indemnes, creo. Sirvan como escaparate de su propuesta literaria estos dos microrrelatos: “Indemnes” y “Hombres”. Rocío Romero, licenciada en Filología Inglesa, ganó en 2010 el Premio Las Redes de la Memoria 2009, patrocinado por Globalkultura, con el relato “Respirar”.
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En su blog, Contando las horas, pueden leerse otros textos suyos. 32