Los japoneses y la religión

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Referencia: http://www.aceprensa.com/articulos/1998/may/20/los-japoneses-y-la-religi-n/

Los japoneses y la religión Firmado por Antonio Mélich Fecha: 20 Mayo 1998

La inquietud religiosa en un país de indiferentes Ashiya. Si se les pregunta acerca de su religión, una buena parte de los japoneses responderán que son budistas o sintoístas, o bien que no practican ninguna. Y la realidad es que muy pocos tienen una religión que afecte a su vida. Entre los que la tienen, los cristianos están entre los más instruidos, y han ejercido así una influencia muy superior a su reducido número.

En unos manualitos que bastantes empresas japonesas proporcionan a los empleados designados para trabajar en el extranjero, se les aconseja no decir que no tienen ninguna religión, para evitar que sus colegas extranjeros piensen que Japón es un país de ateos. Según estadísticas oficiales, un 70% de los japoneses declaran no creer en ninguna religión en concreto. Las relaciones ancestrales que sus familias puedan tener con un templo budista, por ejemplo, no suelen afectar a su vida cotidiana. En la mayoría de los casos, la "religión familiar" tiende a reducirse a ciertos actos que por costumbre se llevan a cabo de tal o cual manera: imposición del nombre a los recién nacidos, bodas (funciones generalmente sintoístas) y funerales (budistas).


La huella de Confucio Es interesante notar que la tendencia a la secularización, tan en boga en Occidente, se experimentó de una forma bastante radical hace ya casi cuatro siglos en este país. La secularización de la sociedad japonesa es una consecuencia directa del trasfondo filosófico de lo que en Occidente es conocido como confucianismo, pero que en el Este asiático prefieren llamar "las enseñanzas de los sabios". Estas enseñanzas hacían énfasis en un orden racional natural, del que el hombre era un elemento armonioso, en un orden social basado en estrictas normas éticas y en un Estado gobernado por hombres de elevada sabiduría. Tenía algunos textos venerables, pero no concepto de deidad ni sacerdocio ni culto, y contaba sólo con un sencillo ritual religioso. La honradez y corrección en el vivir se reflejaba de modo particular en lealtad al soberano, en la piedad filial y en la estricta observancia de los ritos sociales. El confucianismo entró en Japón con la primera ola de influencia china entre los siglos VI y IX. Pero fue pronto eclipsado por el budismo, hasta que el surgimiento del gobierno centralizado de Tokugawa, en el siglo XVII, le hizo parecer más

pertinente. Desde entonces, las doctrinas confucianas impregnaron la sociedad de tal modo que, a principios del siglo XIX, Japón se había convertido en un Estado profundamente confucianista. El confucianismo no sobrevivió, sin embargo, como filosofía organizada, a la gran transición económico-social que se produjo en la segunda mitad del siglo XIX. Sus concepciones del cosmos se demostraron anacrónicas al compararlas con los resultados de la moderna ciencia occidental, y sus valores morales tuvieron que ser abandonados ante la amenaza de Occidente. Pero sobrevivieron algunos residuos de actitudes confucianistas. Los japoneses de hoy en día no son confucianos en el sentido en que lo fueron sus antepasados, pero el confucianismo les influye quizá más que ninguna de las religiones o filosofías tradicionales. Detrás de la entusiasta aceptación de la ciencia moderna, de los conceptos de progreso y desarrollo, de los principios universales de la ética y de los valores democráticos, se esconden rasgos confucianistas bien diferenciados, tales como la firme creencia en la base moral del gobierno, el énfasis en las relaciones y lealtades interpersonales, y la fe en la educación y en el trabajo duro.


Budismo para funerales Otra gran tradición que ha dejado su impronta en la religiosidad japonesa es el budismo, originario de la India. El budismo parte de la idea hindú de una secuencia interminable de ciclos de vida, cada uno de ellos determinante del siguiente, y añade las llamadas cuatro verdades fundamentales o doctrinas: la vida es dolor; el sufrimiento deriva de la ambición del deseo; estos deseos pueden ser superados eliminando la ignorancia por las enseñanzas de Buda; la meta final es la total negación del yo. A quien consigue esta liberación (nirvana) ya no le afecta el devenir ni el perecer, pues está libre de toda existencia y de todo dolor. El budismo entró en Japón en el siglo VI y tuvo un papel similar al del cristianismo en Europa, como vehículo de transmisión de una cultura de más alto nivel. Una gran parte de la expresión estética en arquitectura, escultura y pintura se debe al budismo. Los monasterios budistas se convirtieron en ricos terratenientes y, en ocasiones, ejercieron un considerable poder militar y político. Desde los siglos IX al XVI, prácticamente toda la vida intelectual, artística, social y política estuvo impregnada de budismo.

Pero en el Japón de hoy no sobrevive mucho de esas doctrinas. Conceptos budistas como el de paraíso y transmigración del alma subsisten en el folklore, pero no sirven de orientación espiritual para muchos. La geografía de Japón está salpicada de templos budistas, pero normalmente tienen sólo un tenue papel en la vida social. Excepto en ocasiones especiales (funerales, etc.) pocos son los que acuden a esos templos en busca de consuelo en el mensaje budista de salvación. Los jardines de la mayoría de esos templos suelen servir de patio de juegos para los niños del vecindario. Tomoshimaro Ama, profesor de pensamiento japonés en la Universidad de Meiji Gakuen, afirma en su reciente libro ¿Por qué los japoneses no creen en la religión? que el papel del budismo en la sociedad japonesa se redujo a partir del siglo XVII prácticamente al de una funeraria. Normalmente los funerales se llevan a cabo en los templos budistas, donde hay también cementerios para enterrar los restos después de la cremación.


Las tradiciones sintoístas La más característica de las religiones de Japón es el sintoísmo. Se puede decir que resume todas las creencias mitológicas y prácticas religiosas tradicionales desde las épocas más antiguas. En su estado primitivo, el sintoísmo se centró en el culto animista de los fenómenos naturales: el sol, montañas, árboles, rocas y todo el proceso de la fertilidad. Los kami (deidades) no tienen en realidad ninguna relación con el concepto de Dios en la tradición judeocristiana. Este término significa "lo superior", "lo que está arriba", y se usa en primer lugar para designar las distintas deidades del cielo y de la tierra. Además, se llama también kami a aquellos seres terrenales que, por sus fuerzas extraordinarias y sobresalientes, son objeto de temor o veneración. La más conocida de todas las deidades es Amaterasu, la diosa del sol, venerada como divino antepasado femenino de la familia imperial. El sintoísmo no tiene teología ni siquiera concepto de ética que vaya más allá de la detestación de la muerte (de toda muerte: animales, vegetales, etc.) y de un fuerte énfasis en la pureza ritual. Como el sintoísmo es indiferente en cuanto a la vida futura -que domina el pensamiento budista-, y el budismo, por su parte, no es una religión exclusivista, el budismo y el sintoísmo establecieron pronto una cómoda coexistencia. Los japoneses nunca llegaron a captar la idea -tan predominante en el Sur y Este de Asia, así como en Occidente- de que el creyente debe adherirse a una u otra religión.

Mientras el fervor budista decayó después del siglo XVII, la asociación del sintoísmo con los mitos de la fundación del Japón y el culto de los antepasados imperiales le dieron una nueva vitalidad cuando el país se fue haciendo cada vez más nacionalista. Los líderes de la Restauración de Meiji, que eran rabiosamente antibudistas, crearon un sistema de apoyo estatal a los grandes templos sintoístas y establecieron nuevos templos nacionales, como el de Meiji, en Tokio, dedicado al primer emperador moderno, y el de Yasukuni, también en Tokio, para el reposo de los espíritus de los militares muertos en defensa del país. La ocupación americana, después de la guerra, atacó vigorosamente ese "Estado sintoísta" como una manifestación peligrosa de ultranacionalismo. Esto, junto con la atmósfera antimilitarista de postguerra, lo eliminó casi por completo. Desde entonces gran parte de la actividad del sintoísmo se reduce a los alegres festivales que se celebran anualmente en fechas determinadas, en casi todos los templos de alguna importancia, llevando con gran algarabía a las deidades locales por las calles del pueblo o vecindario. De esta manera los elementos sintoístas siguen formando parte de la sociedad japonesa. Pero pocos son los japoneses que buscan en el sintoísmo un apoyo real para su vida cotidiana.


Cristianos: pocos pero influyentes El cristianismo se equipara normalmente al sintoísmo y al budismo como una de las tres religiones tradicionales de Japón, aunque, a diferencia del budismo, se la considere extranjera. Introducido por San Francisco Javier en 1549, se extendió en Japón más rápidamente que en cualquier otro país no occidental. En pocas décadas los cristianos llegaron a ser cerca de medio millón, lo que entonces representaba un porcentaje de la población mucho mayor que el de ahora. En la actualidad menos del 1% de la población (126 millones) son cristianos, divididos casi en partes iguales entre católicos y protestantes. Pero como los cristianos están firmemente representados entre las capas mejor educadas de la sociedad, la influencia del cristianismo es mucho mayor de lo que las cifras pueden sugerir. El cristianismo, en cuanto elemento importante de la civilización de Occidente, ha despertado siempre interés y curiosidad entre los japoneses. No es exagerado decir que la mayoría de los intelectuales tienen una noción más clara de los principios cristianos que del budismo y, por supuesto, que del sintoísmo.

La Biblia sigue siendo un best seller -los protestantes la difunden profusamente en escuelas secundarias-, y muchos padres desean que sus hijos se eduquen en escuelas cristianas, no tanto porque allí reciban instrucción religiosa, sino porque tienen buen prestigio y ofrecen garantía de un alto nivel moral. Desde la época de Meiji los cristianos han representado un importante papel en la educación, particularmente en la enseñanza secundaria y en las universidades de mujeres, aunque también otras universidades privadas de prestigio tienen origen cristiano. Pero quizá donde más han influido es en los principios éticos. A medida que los japoneses fueron aceptando progresivamente los valores universales, adoptaron muchas actitudes éticas que históricamente y también en la mente del japonés moderno están asociadas con el cristianismo. Es bastante común que los japoneses miren a los cristianos como gente con altos principios morales y que a menudo envidien la aparente firmeza de sus creencias, aun cuando ellos se sientan incapaces de aceptarlas en el plano personal.


Sectas para todos los gustos En el Japón de hoy la inquietud religiosa se manifiesta en el florecimiento de innumerables sectas, de fondo budista la mayoría, que han ido surgiendo desde el final de la segunda guerra mundial. Su éxito proviene, sobre todo, del hecho de dar sentido de pertenencia y de identidad de grupo, en medio de las incertidumbres de una era de cambio rápido. Con fuerte contenido sincretista (en muchas ocasiones son mezcla de budismo, sintoísmo, viejas supersticiones chinas, etc.), suelen poner el acento en los valores terrenos más que en la vida futura: salud corporal, prosperidad, perfeccionamiento de sí mismo y felicidad a través de la fe o por prácticas mágicas. Su finalidad no es

establecer una relación personal con Dios, sino más bien llenar la necesidad típica de los japoneses de pertenecer a un ambiente social vinculante. El primer motor en asuntos religiosos suele ser el corazón más que la mente. El kimochi (sentimiento interno ante algo que atrae o que repele) es más decisivo que la lógica de los argumentos. Por otra parte, las tendencias sincretistas juegan un importante papel y a menudo prevalecen. No es extraño encontrar personas que dicen sentirse -o incluso sercristianos, budistas y sintoístas al mismo tiempo. Para este tipo de "paganismo", todas las religiones tienen prácticamente los mismos valores y, a fin de cuentas, predican la misma verdad.


Interés por el cristianismo Hay un deseo general de conocer más el cristianismo. De hecho, muchos simpatizan con los valores cristianos y miran como una necesidad -o, al menos, una ventajael poseerlos. Pero son pocos los que sienten por el cristianismo un interés que vaya más allá de la curiosidad intelectual. En estos casos buscan sinceramente algo que creen que sólo el cristianismo puede darles. Estos son los que generalmente llegan a la conversión y al bautismo, toman en serio la práctica religiosa y son buenos católicos. Su primer encuentro con Dios puede ser a partir de la lectura de la Biblia, o a través del ejemplo y de la palabra de algún amigo. Se acercan a alguna parroquia y empiezan a estudiar el catecismo. Los japoneses aprecian las enseñanzas concretas, y la mayoría aunque quizá no lleguen a bautizarseadmiran la consistencia de la doctrina allí contenida. (El "Catecismo de la Iglesia Católica" no se ha publicado todavía en japonés, aunque sí está traducido. Al parecer, la Conferencia Episcopal piensa

que esta versión es sólo para los obispos, pero no para el público en general). No es raro encontrar a quienes ya desde el principio aceptan la idea de un Dios único, omnipotente, creador de todas las cosas, aunque en Jesucristo vean sólo un hombre. Estudiando con perseverancia el Catecismo, acompañado de la lectura del Evangelio, acaban por reconocer en Cristo al Hijo de Dios hecho hombre, aun cuando esto no es siempre suficiente para la conversión. Hay quienes una vez convertidos, o incluso antes -principalmente los universitarios-, procuran estudiar por cuenta propia. Quieren adquirir una formación más sólida y buscan la manera de alcanzarla a través de alguien que les oriente espiritualmente. Búsqueda que a veces requiere bastante sacrificio por su parte. En cualquier caso, el recién convertido precisa sentirse miembro de un grupo homogéneo de su misma fe. De no ser así, el japonés que se encuentra solo y diferente de sus compañeros difícilmente superará la prueba de pertenecer a una religión que muchos consideran aún extranjera.


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