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La evolución de las cosas...
¡ Los tiempos cambian !
Hace ya muchos años que agonizó la última bombilla. Los pisos soleados son los que mejor cotizan, y cuando falta el sol, las velas nos mantienen más unidos. Como las redes sociales han enmudecido, estamos empezando a conocernos. Surgen tertulias de forma espontánea en el portal, donde siempre hay sillas preparadas para supervisar el paso del tiempo.
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Con la crisis murieron muchas cosas que creíamos necesarias y que, finalmente, resultaron no ser tales: auriculares, móviles, televisiones, coches, agendas, tarjetas de crédito, videoconsolas... Y los malditos cargadores. Se quedaron atrás las prisas, el stress, la prima de riesgo, la intención de voto, la hipoteca...
Todo lo que precisaba de pilas, luz, gas... todo eso ha muerto. Sólo quedan los despertadores tradicionales y las calculadoras solares. Y se oxidan cada día.
Las industrias cayeron como fichas de dominó y fueron reemplazadas por artesanos.
Siempre que paso al lado de un parquímetro sonrío maliciosamente. El dinero no existe, y con él se fueron los bancos y los políticos. Del clero quedó la parte vocacional. O sea, poco.
Intercambiamos bienes y servicios y no usamos decimales.
Los tomates empiezan a saber a tomate. No recordamos lo que era el colesterol, y parece que el bífidus y el omega 3 no eran tan imprescindibles.
Los viejos, y especialmente ellas, han recuperado un protagonismo muy especial en la cocina. Transmiten recetas de siempre que se preparan en una cocina de leña. Y los demás toman notas con un lápiz y una cuartilla.
De todo aquello que se conocía como multimedia sólo nos quedan los libros y están debidamente ordenados en las plazas públicas para que los jóvenes, ahora que han salido de sus universos particulares, te miran cuando hablas y no están centrados en la pantalla de su móvil, los lean y no repitan nuestros mismos errores.