Revista del Centro Psicoanalítico de Madrid Número 33 Año 2017
ÍNDICE Editorial número 33
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La influencia de la virtualidad en las relaciones humanas Miriam Velázquez
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Acompañamiento terapéutico con personas con patologías mentales graves Leonel Dozza
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Reflexiones sobre contratransferencia Javier Naranjo
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Psicoanálisis en evolución, una experiencia psicoanalítica María de las Viñas Martínez
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El gesto terapéutico Esteban Ferrández
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El cuerpo en el Psicoanálisis Remedios Gutiérrez
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Una intervención relacional: asesoría para padres y madres Lucila Chaves
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Pasiones de una madre Trinidad Macías
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Adolescencia, hoy… y siempre Pablo J. Juan Maestre
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Editorial Este numero estival de la revista del Centro Psicoanalítico de Madrid llega con contenidos muy diversos, pero con un posible denominador común en el que vamos insistiendo en los últimos tiempos: las intervenciones analíticas descentradas, descentradas de la norma, del standard, del modelo, de la ortodoxia. Miriam Velázquez se ocupa de los cambios operados en las relaciones humanas con la aparición de la virtualidad ligada a las nuevas tecnologías. El punto de partida de la autora es la fragilidad del vínculo que une las relaciones humanas actuales, en un ensayo que trata de comprender y analizar las razones para este status quo, en el que concluye apelando a la necesidad del vínculo para poder defenderse de un mundo virtual y esquizoide. El texto se adentra en el incierto territorio de los cambios producidos en las relaciones, incluso en el propio organismo humano cuando este aparece definido por la tecnología que emplea. Así: “el organismo se desdobla para funcionar en modo multitarea (multitask) y permanentemente conectado (always on)”. Dice Miriam Velazquez, citando a Nietzsche: “Si miras durante mucho tiempo el abismo, el abismo acabará mirando dentro de ti”, ¿Nos vamos a asomar al abismo en estas páginas aunque percibamos el vértigo del abismo que nos mira? Leonel Dozza nos habla del acompañamiento terapéutico y nos recuerda que el Acompañamiento Terapéutico es una práctica todavía “joven”, relativamente poco teorizada, caracterizada por un considerable nivel de precariedad teórico-técnica. Así, señala la dificultad de formación, ya que: “esta clínica es más compleja que la que se lleva a cabo en espacios delimitados, y por lo tanto requiere una formación rigurosa y específica”. Así, compara al acompañante terapéutico con el actor: “Un buen actor emplea su téc-
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nica de tal modo que no se vea la técnica, sino tan sólo el personaje”, del mismo modo un buen acompañante terapéutico utiliza su técnica de tal modo que es invisible para el espectador ajeno porque solo verá dos personas inmersas en el contexto social. El texto de Javier Naranjo aborda el problema de la contratransferencia desde una perspectiva original, tomando la idea del espejo, que tanto Winnicott como Lacan utilizaron en su momento, nos habla de cuatro propuestas teórico-prácticas en la comprensión de la contratransferencia, a las que denomina: El espejo pulido, el espejo agrietado, el marco del espejo y finalmente el espejo unidireccional. Traza Naranjo una secuencia histórica en la que detalla los distintos abordajes sobre la contratransferencia desde Freud al momento actual, señalando los jalones principales del controvertido concepto, donde va encajando las diferentes opciones en un recorrido profesional como psicoanalista, un trabajo que sigue la estela del ensayo que publicó en 2003 Volnovich en Topía. Una conclusión ponderada aunque firme nos ofrece Naranjo: “Por más que las aportaciones mencionadas aquí hagan necesario un replanteamiento de ciertos principios inspiradores como neutralidad y abstinencia, podemos considerar que la contratransferencia se ha convertido, de hecho, en una herramienta compleja, sofisticada y en evolución.” En “Psicoanálisis en evolución”, María de las Viñas Martínez nos sitúa en la perspectiva de quien aúna dos de las tres dedicaciones imposibles, según Lacan: es profesora y psicoanalista. El va y viene de la química al psicoanálisis ofrece metáforas extraordinarias, como la del pez globo japonés, al tiempo que reflexiona sobre la condición de analista: Para la autora, ser analista “Implica un esfuerzo constante de reflexión, cuestionamiento y flexibilidad. Es una experiencia humana difícil de descri-
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bir con palabras, hay momentos duros de contener, pero también es gratificante percibir como hay una parte del yo que trabaja por crecer y desarrollar sus capacidades, adaptándose a la realidad para poder vivirla de una forma más plena”. Esteban Ferrández trae un texto, El gesto terapéutico, que parafraseando a Winnicott nos adentra en una visión de la labor del terapeuta, en la cual propone que los recursos de éste no se limitan a la interpretación, ni tampoco al campo de la palabra.
En su texto sobre “El cuerpo en psicoanálisis”, Remedios Gutiérrez destaca los cambios fundamentales en el psicoanálisis actual: En primer lugar, aquel que reconoce y valora la importancia de la relación analista – paciente, y en segundo lugar, el que permite abordar al ser humano más allá de la dicotomía cuerpo – mente. Este segundo cambio, aún está en un desarrollo incipiente. Desde Freud hasta hoy, la autora recorre los grandes cambios en la concepción del cuerpo y del simbolismo en psicoanálisis, para recordarnos todo lo que queda por hacer en cuanto a la comprensión del funcionamiento mental, pero también, como la evolución del psicoanálisis se ve corroborada por muchas investigaciones de la neurociencia, como los conocidos de Kandel, y no tanto por otros quizá más críticos, como Damasio. No obstante el psicoanálisis sigue evolucionando, en palabras de la autora, como muestra su evocación de la obra de Kohut, Fromm o Bion.
El artículo de Lucila Chaves “Una intervención relacional: Asesoría para padres y madres”, destaca desde el principio la importancia del contexto – ya sea este relacional, familiar o social -, tanto en las expectativas como las demandas, e incluso las dificultades que pueden afectar al sujeto. El marco de trabajo es preventivo con un carácter diagnóstico y asistencial, esta dirigido a padres de chicos con dificultades y se lleva a cabo en un consultorio municipal. Aunque los hallazgos de la experiencia no revolucionan los presupuestos ya conocidos: “En la mayoría de los casos de negligencia en que hemos intervenido los niños y sus familias vivían en lo que nosotros llamamos una ecología de supervivencia caracterizada por una situación crónica de pobreza, exclusión social
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y marginación”, su contundencia no deja de impresionarnos, no hay nada nuevo bajo el sol. ¿No lo hay? El trabajo que presenta la autora, en cualquier caso, si muestra indefectiblemente los beneficios de una labor analítica en este contexto, donde los limites a nuestra omnipotencia están perfectamente dibujados por ese entorno social determinante. Chaves es un botón de muestra del esfuerzo del profesional para “despatologizar” la infancia como señaló Rodulfo hace tiempo, del apoyo a los padres frente a la urgencia del intervencionismo alentada por muchos profesionales e instituciones que son refractarios a las necesidades de la infancia, de una escucha activa. Todo ello, contribuye a diseñar un trabajo extraordinariamente digno frente al catastrofismo de algunos, o al purismo de otros, que no creen que el psicoanálisis tenga nada que aportar en el esfuerzo preventivo y de futuro. Este artículo se enraíza con los trabajos ya clásicos de Silvia Bleichmar: El desmantelamiento de la subjetividad, Dolor país, La subjetividad en riesgo… donde nos recordaba la existencia, y la insistencia, de un psicoanálisis extramuros, de un psicoanálisis intrínsecamente vinculado al posicionamiento ético frente al contexto social, que en estos tiempos que corren no convendría olvidar. La trágica figura de Sabina Spielrein, rescatada en su momento por Aldo Carotenuto, vuelve aquí en la pluma de Trinidad Macías, en un trabajo que va más allá de la mera glosa, adentrándose en el posicionamiento teórico de una de las primeras mujeres analistas. Dejando a un lado la controvertida relación con Jung, Macías toma dos textos de Spielrein donde la autora rusa arriesga su posición sobre la maternidad.
El análisis pormenorizado de los dos artículos a cargo de Trinidad Macías nos confronta con el estilo extraordinario de Spielrein, un estilo que aprovechando el carácter paradójico y ambivalente del lenguaje, como se ve en el ejemplo elegido: “Spielrein subraya el amor, y no el falo, pero este se hace oír en el verbo que emplea…” En un tiempo anterior a la estabilización de las ortodoxias psicoanalíticas Macías nos permite oír la voz independiente de Spielrein. El trabajo sobre la suegra de nuevo muestra la voz crítica de esta mujer adelantada a su época, acerca del patriarcado reinante, al mismo tiempo que ofrece puntos de vista acabadamente propios. Spielrein pertenece a esa clase de psicoanalistas más preocupados de transmitir su opinión, por discordante que esta sea, que de repetir las consignas pertinentes para no salirse del paradigma, hay que agradecerle a Trinidad Simón que nos la haga accesible.
Finalmente presentamos el trabajo de Pablo Juan Maestre sobre la adolescencia, una problemática sobre la que ha expuesto sus reflexiones, de largo recorrido, en diversas ocasiones. El adolescente viene signado, en palabras de Pablo Juan, en torno a dos estandartes: el desaliento malhumorado, y la feroz intolerancia a las soluciones falsas. Aspectos adolescentes, estos, que pueden provocar fácilmente el desaliento, cuando no el rechazo, del terapeuta. Con su moralidad feroz, dice el autor, el adolescente nos recuerda a los adultos todas aquellas cosas que como sociedad y como padres no hemos sabido resolver, lo que contribuye obviamente a la incomodidad y a la dificultad del trato con el adolescente. En un mundo que corre alocadamente en pos de la adolescencia convertida en Yo ideal irrenunciable, el trabajo con los adolescentes conlleva una confrontación (a pecho descubierto, o a calzón quitado, elíjase la vertiente
que se prefiera) del terapeuta, si aspira a obtener algún resultado terapéutico. Los trabajos del adolescente, el clásico guión de Rodulfo, conforman una referencia imprescindible en el quehacer de Pablo Juan, el trabajo de reconocer lo extraño en lo familiar que dibuja el parcours del adolescente, el de convertir el yo ideal en un ideal del yo con el que poder manejarse en el mundo adulto, y finalmente el juego, siempre el juego, sin el juego nada de esto es posible.
Estos trabajos, que hemos querido presentar aquí sucintamente, no con afán de hacer spoiler, pero sí para animar a su lectura, muestran al menos un denominador común, como señalábamos al inicio, el de ser intervenciones analíticas descentradas: la virtualidad, el acompañamiento terapéutico, la intervención familiar o el trabajo con adolescentes, nos insisten en ese psicoanálisis extramuros cuya presencia incómoda, pero irrefutable, Silvia Bleichmar se encargó de recordarnos.
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La influencia de la virtualidad en las relaciones humanas Miriam Velázquez
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os psicoanalistas, con la interpretación, dotamos de virtualidad a la escena psicoanalítica ya que generamos inmersiones en realidades o mundos que no están presentes, pero sin embargo están ahí y se están experimentando. Es lo que por definición se conoce como virtualidad, con lo cual sabemos que no existe nada más virtual que la realidad. Sin embargo ahora, nos enfrentamos a una serie de extensiones tecnológicas que hacen del uso de la conectividad un caldo de cultivo en el cual se depositan muchas fantasías del paciente que pueden ser material de interpretación. Constituyen herramientas en las que apoyarnos para la traducción de los síntomas, antes que se desvíen en términos de la transferencia y en cuestiones de contenido, porque están funcionando como en las fantasías y en los sueños, nos hablan de los contenidos mentales del paciente, sobre todo de la interacción entre la realidad externa e interna, pero ¿y en términos del vínculo? Es decir: ¿cómo influye lo virtual en la manera de relacionarnos?
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No podemos negar que las formas de relacionarnos han cambiado. Lo que no es una obviedad, y sí una paradoja, es el resultado que genera esta nueva forma de comunicación que es en muchos aspectos icónica, sincrética, puntual, superficial e insensible con respecto a los sentidos. En donde el cuerpo del “otro”, progresivamente desaparece y la interacción se limita a la relación entre las mentes, mentes a su vez “virtualizadas”. El presente trabajo está dividido en tres aspectos: las relaciones con el mundo, las relaciones con los “otros” y por último las relaciones del “yo” con el “sí mismo”, con la intención de regresar a un punto de origen: el vínculo. Las relaciones con el mundo Ante las velocidades de vértigo con que la conectividad y la virtualidad se han instaurado en el día a día, pienso en el movimiento, en los cambios que se dieron desde el establecimiento de los primeros grupos humanos, en el tránsito del hombre nómada al sedentario, que forzosamente adaptó su funcionamiento, avanzando progresivamente desde la predominancia del proceso primario al proceso secundario de pensamiento, momento en el que podríamos deducir que emergen los conflictos existenciales más profundos. Existe una asociación entre el movimiento, la actividad, la dimensión de lo nómada (predominancia del proceso primario) y la negación o la incapacidad para conectar con el dolor. Existe otra asociación entre lo sedentario (simultaneidad entre el proceso primario y secundario de pensamiento) la pausa y la depresión. El nómada vive una realidad apremiante en términos del ser resolutivo y superviviente (muy ad hoc a los tiempos que corren, en los cuales toda esta reflexión converge). Al volverse sedentario tiende a gestionar y organizar los recursos y el entorno lo orilla a pensar, pero pensar lo conflictúa. Para satisfacer las necesidades emergentes, el ser humano se vuelve sofisticado y la tecnología queda al servicio directo de estas necesidades, progresivamente complejas. En términos de la angustia, ordenamos el mundo externo para paliar la sensación de caos, de desorden y de locura que supone la revolución de las emociones en el mundo interno. Establecemos parámetros, medidas, reglas, normas, ciclos, creamos procesos y sin embargo no tenemos tiempo para detenernos a pensar, porque el mundo externo que hemos inventado es tan demandante que nos impide conectar con el mundo interno y, aquello del nómada y el sedentario que parecía pura supervivencia se ha sofisticado de tal manera que estamos en pausa, sobreviviendo. El ser humano actual no es un ser humano sedentario, es un ser humano en pausa, y en esa pausa se desdobla y se cuela dentro de las ventanas de la virtualidad a explorar con la misma naturaleza del nómada en la fantasía, a tra-
vés de la red, puesto que ha conseguido librarse del lastre que es el cuerpo y que son las fronteras físicas. El ser humano contemporáneo es un híbrido entre el movimiento que niega y la pausa que duele. Una suerte de instancia heterotópica que combina proceso primario y proceso secundario de pensamientos actuados en la red, en donde no es necesario tolerar la frustración, postergar la pulsión o aplazar el deseo. Al relacionarnos con el mundo de esta manera virtualizada, tecnológica y permanentemente conectada, generamos una posibilidad de paliar ese monto de soledad original que permanentemente nos acompaña, producto del proceso de diferenciación con la madre y de la consciencia de la individualidad. Así, en el escenario de la conectividad es cada vez más frecuente observar a todos los sujetos utilizando dispositivos electrónicos como si fuesen extensiones de sí mismos desplazándose por doquier, sin alzar la mirada, suspendidos en una dimensión en la que el organismo se desdobla para funcionar en modo multitarea (multitask) y permanentemente conectado (always on). Sin embargo, colocándonos en una ventana virtual, podemos ser visibles, hipervisibles y simultáneamente invisibles, por aquello que dijo Nietzsche: “Si miras durante mucho tiempo el abismo, el abismo acabará mirando dentro de ti”. Este fugaz sentimiento de compañía, que produce un pequeño alivio, no satisface la necesidad de vinculación y presencia, porque existe un punto de realidad en el que sabemos, que pocas son las expectativas que generamos de las personas con las que convivimos en Internet, y eso nos hace sentir seguros, nos protege un poco, generando a su vez sensaciones de omnipotencia con respecto al control del objeto. La relación con las personas con las que convivimos en las redes sociales tiene un matiz de modulación y regulación de una distancia de seguridad para salvaguardar los afectos y preservar la individualidad, que prevalece sobre la necesidad genuina de vincularse. Las relaciones con los “otros” Se busca, se es y se encuentra a través de imágenes percibidas desde una ventana, que son el resultado de filtros parciales de la vida de los individuos, donde se muestran las mejores fotografías, con las mejores vestimentas, en los escenarios más exóticos, rodeados de gente atractiva, haciendo actividades deportivas de alto riesgo, altruistas o en viajes paradisíacos. Rara vez se retrata lo trivial, lo cotidiano, lo ordinario o lo usual y no es que siempre parezca que son felices, es que parece que son felices siempre. El concepto de amor líquido creado por Zygmunt Bauman, da cuenta de la fragilidad de los vínculos humanos, describe el tipo de relaciones interpersonales que se
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desarrollan en la posmodernidad, y las relaciones que se dan por Internet, que se caracterizan por la falta de solidez, calidez y por una tendencia a ser cada vez más fugaces, superficiales, etéreas y con menor compromiso, donde los sujetos se perciben a sí mismos y a los otros vendiéndose como productos. Incluyo el comentario de una paciente, un pequeño trozo de una sesión que ejemplifica la idea de los “otros” como productos: Tengo varias aplicaciones, verás… hay todo tipo de perfiles: altos, flacos, feos, guapos, producto nacional, extranjeros. Hay aplicaciones para conocer chicas y chicas, o solo chicas, o solo chicos, puedes ver sus fotos, a que se dedican, cuales son sus gustos… así vas descartando rápidamente. Es súper cómodo, yo estoy en casa tranquilamente, desde el sofá, ya he encontrado un montón de perfiles interesantes… Bauman establece una distinción en la que el amor tiene como meta preservar el objeto querido desde la libertad, lo cual conlleva a la supervivencia del “yo” encarnada en la alteridad de un “otro” a diferencia de las ganas, en las que no se sucumbe a la renuncia, se está perpetuamente en la búsqueda, manteniendo activa la idea de esa única persona perfecta, pululando por ahí, en alguna parte del universo virtual. Al lado de ella, el resto son productos desechables. Este estado de idealización perpetuado por lo virtual genera una progresiva brecha entre la realidad y el deseo, la cual está alimentada por ese contexto imaginario. Es decir, confecciono un “yo” desde lo virtual que va al encuentro con el “otro” virtual. Mi “yo” recorre una brecha que contiene todas mis proyecciones, idealizaciones y deseos, simultáneamente negando la idealización hecha sobre el “otro” y negando que el “yo” virtual del “otro” esta elaborando exactamente este mismo recorrido, desde su propio punto de origen. Se trata de la búsqueda y encuentro con un “otro” y también de un desencuentro: es decir el duelo virtual. En el duelo virtual se actúa de manera melancólica con respecto a la perdida del objeto y de manera narcisista con respecto del “sí mismo”, con la fantasía de la inmortalidad, es decir, existir sin cuerpo. Jean Francois Lyotard, en su recopilación de charlas sobre el tiempo, tituladas Lo inhumano, aborda la compleja temática de lo posmoderno. Propone la dificultad a la que se enfrentaría la tecnología para “pensar sin cuerpo”. Se pregunta: ¿si se produce la explosión del sol? podría persistir el ser sin cuerpo, en la red. El filósofo se refiere a la creación de una tecnología que prescindiera del cuerpo físico, manteniendo todas las características de la existencia del ser, del ser sensible, del ser ontológico. Sin embargo esta solución no sería satisfactoria: “El ojo no solo mira, sino que busca el reconocimiento” afirma. 8
Las redes sociales pueden funcionar como un lugar conciso y claro de ubicación del objeto perdido. Un paciente joven me comento en una sesión: La muerte de mi madre me ha dolido mucho, pero ya no me duele más, porque yo se donde está, esta en Facebook. Yo le escribo en su muro, y la etiqueto en las fotos de las cosas que hago, a veces actualizo su perfil y reviso lo que la gente le escribe: vale, yo se que no está ahí, ahí. Sabes.. pero está… y yo creo que ya no sufre.
Este paciente muestra dificultades para la elaboración del duelo. La virtualidad le sirve para mantener en activo un espacio que genera la sensación de persistencia del objeto perdido. Es así como en relación con la perdida, el uso de la virtualidad lleva al “yo” a actuar de manera melancólica. Ahora bien, si nos colocamos del otro lado (no del doliente, sino del fallecido) y retomamos la idea de la inmortalidad, toda esa información, datos, imágenes, conversaciones, publicaciones, tags, blogs y posts que dejamos atrás cuando morimos parecen ser una forma de sobrevivir la explosión del sol, “guardándonos en una nube”. Es decir, en la red, con respecto a la renuncia de nuestra propia existencia y de la renuncia de las abstracciones posibles, actuamos de manera omnipotente y narcisista. La relación del “yo” con el “sí mismo” Laing, introduce la palabra esquizoide, ésta: Designa a un individuo en el que la totalidad de su experiencia está dividida de dos maneras principales: en un primer lugar, hay una brecha en su relación con su mundo y, en segundo lugar, hay una rotura en su relación consigo mismo. Tal persona no es capaz de experimentarse a sí misma “junto con otras” o “como en su casa” en el mundo, sino que, por el contrario, se experimenta a sí misma en una desesperante soledad y completo aislamiento; además, no se experimenta a sí misma como una persona completa sino más bien como si estuviese dividida de varias maneras, quizá como una mente más o menos tenuemente ligada a un cuerpo, como dos o más yoes, y así sucesivamente. En términos de la virtualidad, existe una división similar; por un lado el internauta establece una brecha de relación con su mundo, cuando efectúa una regulación en la conexión con el mundo real (no virtual), modulando sus vínculos con personas y la realización de experiencias reales y por otro lado se da una rotura en su relación consigo mismo, cuando al generar su perfil y publicar su actividad en las redes sociales se filtra a sí mismo y selecciona aspectos de su vida, partes que desea mostrar, lo que cree ser. La experiencia de despersonalización y la sensación de malestar con respecto a estar inmerso en el mundo pue-
de no ser tan aguda, sin embargo si se puede percibir como desdoblada, fragmentada y la ligazón a un cuerpo no se ve tan limitada al interior del “sí mismo”, se amplía a la creación de mundos virtuales. Lo esquizoide abstrae al hombre de su relación con el “otro” y de su relación con el mundo real, del mismo modo que hace la virtualidad, permitiendo la creación de mundos confeccionados en los que se sumerge y facilita la relación del “yo” con el “yo” (o del Yo con el Ello). Se trata de defensas frente a las angustias que produce el enfrentarse al mundo real. En este sentido, tanto lo intrapsíquico, como lo intersubjetivo se organizan de un modo peculiar: el vínculo se vuelve sobre el “sí mismo” “virtualizado” y progresivamente se desvanece con respecto de los otros reales. Sartre dice con respecto a la psicología de la imaginación: Preferir lo imaginario no es solamente preferir la mediocridad existente de una riqueza, una belleza, un lujo imaginario a pesar de su naturaleza irreal. Es también adoptar sentimientos y acciones imaginarios, en virtud de su naturaleza imaginaria. No es solo esta o aquella imagen la que se elige, sino el estado imaginario, con todo lo que esto envuelve; no es solamente una escapatoria del contenido real, sino de la forma de lo real mismo, de su carácter de presencia, de la clase de respuesta que nos pide, de la adaptación de nuestras acciones al objeto, del carácter inagotable de la percepción, de su independencia, de la mismísima manera en que nuestros sentimientos se desarrollan a sí mismos. A lo que Laing posteriormente agrega: La persona que no actúa en la realidad y solo obra en la fantasía se vuelve irreal. Para esa persona el mundo real se encoge y empobrece. La realidad del mundo físico y de las demás personas deja de ser un incentivo para el ejercicio creador de la imaginación y por tanto pasa a tener cada vez menos significación en sí misma. La fantasía, al no encontrarse, en cierta medida, encarnada en la realidad o enriquecida por introyecciones de la realidad se torna cada vez mas vacía y volatilizada. El yo cuya relación con la realidad ya es tenue, se torna cada vez menos una realidad-yo, y es cada vez más fantasmatizado a medida que se ve cada vez más entregado a relaciones fantásticas con sus propios fantasmas (imágenes). La fragilidad de la realidad y su interpretación son frecuentemente empujadas al límite con las redes sociales y la posibilidad de crear mundos virtuales en los que nacen vidas paralelas, vidas desdobladas y mejoradas para las que la realidad y el vínculo son prescindibles.
posibilidad de ponerse en contacto con ese sentimiento profundo de soledad y de vacuidad. Todo lo que llena está ahí afuera, en el mundo virtual, que traigo a mi existencia para llenarla de cosas, de imágenes, de fragmentos, de cosas parciales, de trozos que llenan, de placebos de la realidad. En la esquizofrenia, la necesidad de defenderse de una realidad que angustia es apremiante, por ello el individuo crea síntomas complejísimos que actualmente entendemos como una forma de locura. Las reflexiones anteriores me sugieren también algo de loco, algo de defensivo y algo de bizarro. Preferimos confeccionar nuestros propios mundos antes que interactuar con la realidad y con los “otros”. Aparentemente actuando el mismo miedo a vincularnos con sujetos reales, para no ser tragados, o invadidos, tal como temería el esquizoide. No queremos correr ese riesgo y elegimos el aislamiento, la introversión, el parapeto entre mi organismo y los otros organismos, generando fusiones entre mi “yo” y mis mundos virtuales. Hablemos del vínculo El vínculo es un puente para la subjetivación. En términos de la virtualidad parece que todo aquello relativo a la presencia del “otro” progresivamente desaparece, se desvanece. Sin embargo, aunque estemos analizando la virtualidad, no vivimos en un mundo exclusivamente virtual, anobjetal. La capacidad para vincularse, requiere de más elementos. Rene Kaes afirma: “El vínculo es un asunto con el otro. Esos otros no son solamente figuraciones o representaciones de pulsiones, de objetos parciales, representaciones de cosas o de palabras del sujeto mismo; los otros son irreductibles a lo que ellos representan para otro”. Necesitamos otros referentes reales, vivos, vibrantes para construirnos si pensamos en la posibilidad de no consumirnos y desaparecer dentro del reducido charco de nuestros propios reflejos y sus contenidos. Deberíamos de alzar la mirada para investigar el mundo que nos circunda y con este gesto experimentar la oportunidad de encontrarnos con la mirada del “otro”. Más que conectar, necesitamos vincularnos.
La creación de estos mundos se puede comparar con la vivencia esquizoide del vacío interno. El internauta pretende llenar el vacío interno a través de la creación de mundos virtuales, mediante la interacción con las imágenes en la pantalla, alejándose progresivamente de la
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Acompañamiento terapéutico con personas con patologías mentales graves Leonel Dozza de Mendonça2
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ntroducción
El Acompañamiento Terapéutico es una práctica clínico-asistencial que suele tener lugar en el contexto comunitario y domiciliario de la persona atendida. Puede emplearse en diferentes problemáticas, como pueden ser las patologías mentales graves (sobre todo psicosis y trastornos borderline, a los que me ceñiré en este contexto), drogadicción, pacientes terminales y en diversas situaciones vitales y de salud (trastornos neurológicos, demencias etc.) que puedan conllevar riesgo de exclusión social y pérdida de autonomía y calidad de vida. También se emplea en el ámbito escolar y más recientemente se viene empleando, sobre todo en Argentina, en el ámbito judicial (por ejemplo, en situaciones de orden de alejamiento, a través de visitas1 programadas con la presencia de un Acompañante Terapéutico). El proceso de Reforma Psiquiátrica en diferentes países implicó la apertura y hasta cierto punto la extinción de los hospitales psiquiátricos tradicionales. Ello trajo como consecuencia que muchos pacientes que habían estado ingresados durante años e incluso décadas, de repente son “devueltos” a la comunidad y a sus domicilios familiares; de modo que en este contexto histórico se produce una problemática muy importante, y es que, si bien es cierto que se abrieron las puertas de los hospitales psiquiátricos y los pacientes volvieron a la comunidad y a sus domicilios familiares, resulta que durante muchos años los profesionales siguieron dentro de las instituciones3. Aquí se produjo una situación de abandono en la comunidad, de tal modo que en muchos casos la única alternativa para estos pacientes seguía siendo el ingreso psiquiátrico, generando lo que se ha dado denominar fenómeno de la “puerta giratoria”. Podría decirse que el Acompañamiento Terapéutico sur-
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ge en y desde esta laguna o abismo entre la sobreprotección institucional y el abandono comunitario. No se trataba por tanto de promover exclusivamente la integración comunitaria de los pacientes, sino también de gestionar la integración comunitaria de los profesionales. Clínica de lo Cotidiano Cuando en 1990 empecé a hablar de Acompañamiento Terapéutico en España, pocos profesionales conocían el tema. Me llamaba la atención el hecho de que algunos lo asociaban al voluntariado, como si el trabajo en la comunidad y domicilio fuese algo que lo pudiese hacer cualquiera desde su buena voluntad (sin necesidad de formación) y gratis. Yo diría que el trabajo en la comunidad y en el domicilio es mucho más complejo que las intervenciones que tienen lugar en contextos específicos (consulta, centro de rehabilitación etc.), y por lo tanto requiere una formación específica y rigurosa. Sin embargo, el Acompañamiento Terapéutico es una práctica todavía “joven”, relativamente poco teorizada, y trabajamos desde un considerable nivel de precariedad teórico-técnica. Incluso me atrevería a afirmar que esta relativa precariedad la encontramos en las propuestas de intervención comunitaria en general, sobre todo si entendemos por intervención comunitaria aquella en que no sólo el paciente, sino también el terapeuta o profesional, está en la comunidad. Ante esta precariedad, sobre todo los profesionales novatos suelen oscilar entre dos extremos. En uno de ellos está la tendencia a trabajar demasiado desde la “intuición”, el sentido común y la “espontaneidad cotidiana”, como si no hiciese falta una formación específica y rigurosa. En el otro extremo, lo que se observa es una mayor tendencia a emplear esquemas de referencia utilizados en prácticas más consolidadas e instituidas. Es aquí donde el Acompañante Terapéutico (u otro trabajador comunitario) puede convertirse en una especie de “(pseudo) psicoanalista ambulante” (en caso de que tenga formación psicoanalítica) o reproducir ciertas prácticas pedagógicas tipo “entrenamiento en habilidades sociales a domicilio” (si tiene formación cognitivo-conductual), que son propias de algunos centros de rehabilitación. Es decir: ante una situación desconocida (intervenir en la comunidad y domicilio) uno tiende a aplicar esquemas de referencia conocidos, que por lo general tienen que ver con la formación que ha recibido o con trabajos realizados en centros de rehabilitación, consultas etc. Al intervenir en el contexto comunitario y domiciliario, podría decirse que el Acompañamiento Terapéutico es una “práctica poco estructurada”, en el sentido de que las variables y el encuadre son menos controlables en comparación con un centro de rehabilitación o con la psicoterapia. Por ejemplo: en un centro de rehabilitación nosotros disponemos unas condiciones para recibir al usuario y
sus familiares. En Acompañamiento es al revés, son ellos los que nos reciben en su casa… y nunca sabemos con qué “encuadre” nos vamos a encontrar (otros familiares, amigos, perros no amigables; o bien no nos abren la puerta etc. etc. etc.). Sin embargo, sería más acertado decir que el Acompañamiento Terapéutico se asienta en “otra estructura”; una estructura más compleja, polifacética y polifónica (constantemente atravesada por la participación de familiares, personas de la comunidad, otros profesionales), y a esta estructura más compleja la denomino Metodología o Clínica de lo Cotidiano, cuyos fundamentos son: • El principio de no-intervención • La tarea vincular (clínico-asistencial) • El encuadre abierto • El rol (a)simétrico • El método (noción de “técnica”) • La intervención escénica En este contexto me ceñiré a la noción de principio de no-intervención. Principio de no-intervención Una de las características de la Clínica de lo Cotidiano consiste en que, en determinados momentos o casos, el Acompañante Terapéutico (ya sea psicólogo o de otra profesión) optará por no hablar con el paciente y familiares de temas relacionados con la patología mental. En la puesta en escena, ello puede consistir en “hablar por hablar” (de deporte, cine, actualidad), hacer algo “porque sí”, ver la tele juntos, jugar a las damas etc. Con ello lo que se pretende, entre otras cosas, es desenfocar la identidad de persona con enfermedad mental, debido a que estos pacientes suelen estar todo el tiempo hablando de su enfermedad o estableciendo relaciones y realizando actividades desde este lugar (en las citas con el psiquiatra, psicólogo, trabajador social, en el centro de rehabilitación etc.). Cuando enfocamos demasiado este aspecto de la identidad de la persona, lo que se pone en juego son sus modos de funcionamiento más deficitarios y dependientes. Este modelo de (no)intervención se desmarca en cierta medida del modelo médico (centrado casi exclusivamente en la enfermedad, los síntomas y lo deficitario), y trata de orientarse más desde un modelo sociocomunitario basado en la salud. La Clínica de lo Cotidiano está regida en cierta medida por un “principio de no intervención” en el sentido de que, más allá de aquellas acciones a las que denominamos “intervención” (que también se hacen), hay un sin fin de interacciones orientadas a brindar o facilitar la realización de actividades y experiencias terapéuticas y rehabilitadoras.
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En la práctica, ello supone una forma estructuralmente distinta de relacionarnos con el paciente. Por ejemplo: desde el modelo médico-clínico uno puede ponerse a hablar de cine con el paciente y tener una escucha estrictamente clínica de lo que dice, absteniéndose uno de opinar activamente acerca de la película y además interviniendo con señalamientos e interpretaciones (esto sería un “psicoanalista ambulante”). Según el principio de no intervención, el hecho de compartir con otro las impresiones subjetivas acerca de la película puede producir, por sí solo, efectos terapéuticos en general, además de ser un facilitador de la vinculación4. Uno podría pensar entonces, que cualquiera puede hablar de cine con un paciente y por lo tanto no haría falta una formación específica, pero no es así. Se sabe que hay un alto índice de deserción en voluntarios (sin formación), que se ofrecen para acompañar a personas con patologías graves. El Acompañar cotidiano del Acompañamiento Terapéutico tiene sus “pautas” (de cara a cuidar al paciente pero también al Acompañante), uno no dice cualquier cosa, por más que la puesta en escena sea cotidiana, y además uno no escucha de cualquier forma. Y justamente otra función de la noción de Clínica de lo Cotidiano consiste en validar teóricamente estos aspectos de la práctica, para que no tengamos la sensación de que no estamos en tarea o de que el trabajo que hacemos lo podría hacer cualquiera. Esa validación teórica también es importante a la hora de posicionarnos ante las embestidas de los discursos positivistas y organicistas, que por lo general rigen las demandas institucionales y de las familias; demandas que muchas veces pueden hacer que el Acompañante (u otro profesional) someta a los pacientes a una sobrestimulación intervencionista que suele estar más bien al servicio de las ansiedades de los profesionales, y no tanto de las necesidades de los pacientes. Ahora bien: cuando trabajamos en contextos institucionales, ya sea de Salud Mental, Servicios Sociales etc; los programas oficiales de rehabilitación (“pliegos”) establecen una serie de áreas a trabajar, como pueden ser: las habilidades sociales, funcionamiento cognitivo, AVDs (Actividades de la Vida Diaria), psicomotricidad, afrontamiento personal, ocio y tiempo libre, así como la promoción de una red normalizada de apoyo etc. Si a mí me convocan a justificar formalmente la Clínica de lo Cotidiano, yo diría que cuando “hablamos por hablar” con nuestros pacientes, estamos entrenando habilidades de comunicación y actualidad5. Cuando jugamos a las damas estamos trabajando aspectos cognitivos, ocio y tiempo libre, el tema de las normas y la tolerancia a la frustración (es decir: afrontamiento personal). Otros juegos permiten trabajar de forma más directa la psicomotricidad y la integración comunitaria.
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También les diría que cuando salimos a tomar un café en una cafetería estamos fomentando la creación de eso que se denomina “creación de una red normalizada de apoyo”. Es interesante observar que luego hay pacientes que, cuando se sienten solos, angustiados, hartos de sus familiares, van a esta cafetería o a esta plaza tan tranquila que suele frecuentar con su Acompañante. Éste sería un buen ejemplo de “red normalizada de apoyo”; red con la cual el usuario se vincula sobre la base del vínculo con el Acompañante y la frecuentación constante de estos espacios. El problema aquí se debe a que no es poco frecuente que el profesional se ponga un poco nervioso en este tipo de situaciones en la comunidad, y es el que hace el pedido en la cafetería, pide la cuenta, monopoliza la conversación con el camarero o bien le da a entender que, como está haciendo una intervención, no es conveniente que se “enrolle” demasiado. Así va a ser difícil que el paciente establezca vínculos significativos. Desde otra perspectiva diría que la “intervención”, en el principio de no intervención, pasa por cuestionar cómo los profesionales nos vinculamos con los pacientes (ver Dozza, 1999). Es decir, que aunque desde el principio de no intervención no realizamos intervenciones estrictamente clínicas, en todo momento la tarea del Acompañamiento gira alrededor del universo vincular del sujeto, de sus vínculos familiares, de amistad, con el vecindario, en establecimientos públicos y también los vínculos con los recursos de tratamiento y rehabilitación. El principio de no intervención también puede facilitar unas relaciones familiares más normalizadas. En más de una ocasión el jugar a las damas con el paciente favoreció que paciente y familiares jugasen a las damas entre ellos, cuando hasta entonces todos los intercambios familiares giraban alrededor del rol de cuidadores de la patología, y por lo tanto de lo más deficitario en el paciente. También podemos emplear algunos elementos de la cotidianeidad en diversas situaciones y para diferentes finalidades. Sobre todo con pacientes a los que el contacto directo con los demás, y por lo tanto con el Acompañante, les genera demasiada ansiedad, en algunos casos ver la tele juntos puede ser una buena forma de que esta ansiedad no sea excesiva, debido a que la tele opera aquí como un intermediario y, a veces, incluso como un facilitador de la comunicación (a raíz de comentar lo que se está viendo en la tele). Este podría ser un buen ejemplo de “ansiolítico cotidiano” (que muchos hemos usado). De hecho, con este tipo de paciente suele ser importante la presencia de este tercer elemento intermediario, que también puede ser mirar escaparates, ver juntos (o por separado) una revista, jugar a las damas, lo cual facilita, además, el no estar todo el tiempo centrados en la enfermedad mental.
Es decir, que a diferencia de lo que ocurre en la vida misma, el Acompañante deberá gestionar esta puesta en escena cotidiana (ver la tele juntos, etc.) desde una metodología clínica. Y aquí diré tajantemente que no cualquier persona puede “charlar por charlar”, jugar a las damas, darse un paseo, tomarse un café, ver la tele, de la misma forma y con el mismo sentido y efecto que pueda hacerlo un Acompañante Terapéutico entrenado; y también vuelvo a insistir en que esta clínica es más compleja que la que se lleva a cabo en espacios delimitados, y por lo tanto requiere una formación rigurosa y específica. Por último, señalar que el principio de no intervención nos convoca, como profesionales, a replantear nuestra noción de trabajo. De hecho, en muchas ocasiones he supervisado a profesionales que tenían la sensación de “no estar haciendo nada” (según la noción tradicional de trabajo) y que sin embargo el caso marchaba bien. Diría que la maestría del Acompañante consiste en aplicar su técnica empleando una actitud mental y conductual cotidiana, de modo que el que mira desde fuera apenas se percata de que ahí hay alguien trabajando o “interviniendo”. Sería, en cierto sentido, como el trabajo que hace el actor. Un buen actor emplea su técnica de tal modo que no se vea la técnica, sino tan sólo el personaje.
a implantarse desde 2005 y que en la actualidad cuenta con una amplia red de recursos. Aunque no se hace Acompañamiento Terapéutico en sentido estricto, los profesionales que trabajan en este tipo de recursos pueden beneficiarse de esta formación (y de hecho llevo más de veinte años dedicándomelo a ello). (4). Esta conceptualización deriva en parte de los planteamientos de Winnicott acerca del juego. Según el autor, sobre todo en el trabajo con pacientes graves, “el juego es por sí mismo una terapia”, de modo que “puede efectuarse una psicoterapia de tipo profundo sin necesidad de una labor de interpretación” (Winnicott, 1971b, 75). (5). Una alumna (psicóloga) que participó en una de las ediciones del curso anual que doy en Madrid, después de esta clase comentó que se puso a hablar con su usuaria acerca de cine sin la intención de realizar desde ahí ninguna intervención, y se dio cuenta, después de un año trabajando con esta persona, de que tenía muchas más y mejores habilidades comunicacionales que las que se creía hasta entonces.
En cierta ocasión me sorprendí a mí mismo diciendo que el Acompañante Terapéutico es un terapeuta que se parece a una persona…
Notas (1). El presente texto deriva de una revisión de algunos fragmentos del libro “Acompañamiento Terapéutico y Clínica de lo Cotidiano”, Letra Viva, Buenos Aires, 2014. (2). Doctor en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en Psicología Clínica. Director del Equipo de Apoyo Social Comunitario y del Centro de Día “Parla” (Consejería de Políticas Sociales y Familia de la CM, Fundación Manantial). Desde 1991, principal responsable de la implantación del Acompañamiento Terapéutico en España. Autor del libro “Acompañamiento Terapéutico y Clínica de lo Cotidiano”. Email: ldozza@yahoo.es (3). Desde entonces, en España se han ido creando diversos recursos abiertos y también equipos de intervención comunitaria. En este sentido, destacaría los Equipos de Apoyo Social Comunitario (Consejería de Políticas Sociales y Familia de la Comunidad de Madrid) que empezaron
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Reflexiones sobre contratransferencia Javier Naranjo Royo
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n 1918 Ferenczi1 describió las tres fases por las que atraviesa un analista en relación a la contratransferencia. En la primera, el analista “ignora los peligros que pueden venir y sucumbe a los afectos que puede suscitar la relación terapéutica”. En la segunda etapa, de resistencia, el analista controla todos los actos, palabras y sentimientos que podrían dar lugar a complicaciones. Este control va acompañado de una ansiedad desmesurada. La tercera fase, de dominio, consiste en un “dejarse llevar”, con la confianza de que la vigilancia ejercida nos alertará cuando los sentimientos hacia el paciente amenacen con desbordarse. Sin embargo, lo que vale para el individuo no se aplica a la comunidad psicoanalítica, que comienza su andadura precisamente por la segunda fase de resistencia. Esta comunicación pretende ofrecer un recorrido por los momentos más relevantes de la comprensión de la
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contratransferencia. Partiendo de la metáfora del espejo utilizada por Freud, los agruparé en cuatro apartados: “El espejo pulido”, que describe el planteamiento inicial freudiano. Las primeras modificaciones, en la sección “el espejo agrietado”; la reformulación del tratamiento como relación, en el apartado “el marco del espejo” y por último, una referencia a las aportaciones más recientes en el capítulo “el espejo unidireccional”. El espejo pulido Freud percibió los efectos de la contratransferencia desde sus primeros casos. Como buen investigador, la consignó y le puso nombre: Gegenübertragung, en referencia a la transferencia. Sin embargo, no desarrolló una teoría extensa sobre ella. Es interesante señalar que en la primera traducción de Ballesteros se utiliza el término “transferencias reciprocas”2, proponiendo dos tipos de transferencia bien delimitadas: equivalentes y diferenciadas. Respecto a la transferencia del paciente, primero surge
como un obstáculo al tratamiento, pero Freud, como investigador sagaz, sabe darle la vuelta y pasa a definirla como resistencia. Poco después se refiere a ella como “el más potente de los instrumentos terapéuticos” y motor de la cura. A partir de ese momento, la investigación en el terreno de la transferencia ha crecido exponencialmente hasta la actualidad. Hoy en día nadie pondría en duda que la transferencia constituye un pilar fundamental de la teoría y la técnica psicoanalíticas. En contraste, la transferencia recíproca, la del analista, permaneció en la categoría de obstáculo. Al vincularla a “los complejos propios y a las resistencias interiores del analista”, el profesional debía mantener una actitud de permanente vigilancia para evitar que sus añadidos personales empañaran la visión del objeto observado, esto es, la transferencia del paciente. Con este fin, primero, “exige” el autoanálisis y advierte de que “quien no consiga nada con ese autoanálisis puede considerar que carece de la aptitud para analizar enfermos”3. Dos años más tarde, a sus recomendaciones añadiría la “purificación psicoanalítica“4, esto es, el análisis didáctico. Posteriormente se instituirá la supervisión en sus distintas modalidades. Sobre estos tres ejes se estructura lo que hoy en día entendemos como una formación adecuada, en lo que se refiere al dominio de la contratransferencia. Mi primer contacto con el concepto de contratransferencia, como alumno en formación, se produjo a través de esos textos de Freud. En cualquier caso, parece evidente que el tono utilizado, los términos “purificación” o “cautela”, e incluso las metáforas del teléfono, el actuar frío como un cirujano y reflejar como un espejo evocan la suciedad, el peligro, la distancia y la extirpación. Más allá de las consideraciones archiconocidas sobre la concepción de la ciencia en aquella época, otros elementos ajenos a la teoría tuvieron mucho que ver con ello. Víctor Tausk, Jung y Sabina Spielrein, Ferenczi y sus experimentos con la técnica serían algunos ejemplos. Thomä y Kächele5 hablan de un significado negativo del término, que determina “una mirada desconfiada hacia la contratransferencia”. Esta mirada, que caracteriza lo que se ha llamado modelo contratransferencial paterno, perduró entre los psicoanalistas hasta los años 706. El espejo agrietado Años más tarde, ya como profesional, solía traducir artículos de revistas que luego presentaba en el Seminario interno del CEAP. Hay un trabajo de Jon Frederickson7 que me impactó particularmente. Recuerdo haber revisado al menos tres veces la frase “el odio del analista podía incluso tener una función terapéutica importante”, sin acabar de creerme lo que estaba escribiendo. Frederikson se refiere a pacientes con defectos yoicos que manifiestan conflictos con la descarga de impulsos agresivos y considera que el sentimiento de odio, con frecuencia vivenciado sólo por el analista, si se devuelve a través de una comunicación maduracional (Sponitz), además de cubrir
una necesidad del paciente, puede ayudarle a comprenderse y avanzar en su desarrollo. Para mi este trabajo supuso una revelación. La idea remite a otros dos trabajos anteriores que debieron pasarme desapercibidos en la formación. Uno de Winnicott8, con un título similar, en el que distingue entre odio contratransferencial y odio objetivo. El primero supone una transferencia del analista y, por tanto, es objeto de análisis o supervisión, mientras que el segundo es el provocado objetivamente por el paciente y es fundamental no ignorarlo en la terapia. El otro trabajo es el famoso de Paula Heimann9, en el que afirma que la respuesta total del analista es una herramienta de trabajo, un instrumento para la investigación de los procesos inconscientes del paciente. El contacto profundo de los inconscientes de ambos, paciente y analista, en la superficie se manifiesta en forma de sensaciones de la contratransferencia. “Esta es la vía por la cual la voz del paciente alcanza al analista”. Aunque Heimann se retractó parcialmente, a partir de los años 50 se produce un movimiento progresivo de gran fecundidad en la investigación sobre la contratransferencia. Thomä y Kächele caracterizan este periodo como la metamorfosis de cenicienta en princesa. Por su parte, Jacobs10 utiliza la metáfora del despertar de la marmota en su madriguera, que anuncia la llegada de la primavera. Yo lo entendería, además, como una grieta en el espejo, a través de la cual se atisba un terapeuta asustado, afectuoso, sexualmente excitado o agresivo. Es decir, un analista bastante vivo; una imagen bien distinta de la anterior, teñida de opacidad, incógnito, neutralidad y distancia. Un buen ejemplo de esta nueva orientación podemos encontrarlo en “Las experiencias internas del analista” de ese mismo autor (Jacobs11), un analista clásico americano. En este trabajo nos muestra cómo, durante una sesión, el recuerdo espontáneo del bullying sufrido por él en la adolescencia y otras imágenes y asociaciones personales de alto voltaje emocional (una fiesta judía de circuncisión, por ejemplo), le son de utilidad para irse aproximando poco a poco a un paciente con marcados rasgos narcisistas, cuyo acceso emocional es francamente difícil. A efectos de la práctica del analista, este avance supone una labor extra, ya que, en la escucha a su paciente ha de estar abierto y atento, además, a las vicisitudes de su inconsciente, para, después de una elaboración interna, devolverle a este su interpretación. Esta modalidad da un sentido más preciso a la expresión “comunicación de inconsciente a inconsciente“ propuesta por Freud. Una vez conocida la contratransferencia y aceptada como material útil, se plantea otro problema ulterior: ¿Cómo utilizarla? ¿Se trata de una proyección del paciente que el analista utiliza internamente para comprender la situación analítica o también podría comunicarse al paciente? ¿Sería beneficioso? ¿En qué condiciones? ¿Bajo qué requisitos provoca un efecto terapéutico?
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Burke y Tansey12 responden a estas preguntas en un trabajo muy interesante y claro, en el que analizan una viñeta clínica desde tres modelos teóricos distintos. Concluyen que la manifestación contratransferencial puede ser útil o perniciosa para el tratamiento. Todo depende del modo de trabajarla por cada analista concreto, pero hay un factor fundamental que condiciona su éxito: la coherencia con el modelo teórico sostenido por el analista. Esto es, la manifestación contratransferencial no debería juzgarse aisladamente, sino en el contexto de un método de trabajo y de las teorías que lo sustentan. Nos encontramos entonces ante una situación paradójica. Mientras que para algunos la manifestación contratransferencial constituye un error técnico, una brecha en la actitud profesional y quizás hasta un problema ético, para otros analistas supone simplemente un instrumento técnico de manual al servicio del cambio. El marco del espejo Todo lo mencionado hasta ahora apunta más a la clínica y al uso terapéutico de la contratransferencia. Para entender el panorama actual es preciso hacer una referencia a la argumentación teórica en que se sustenta. Hasta este momento, la contratransferencia, aunque haya quedado definitivamente abrochada a la transferencia, se entiende como un producto que el paciente inocula en el analista. Curiosamente, los propios Burke y Tansey recurren a la proyección y la identificación proyectiva del modelo kleiniano para explicar las fases de su manejo. Sobre este aspecto se producirá el siguiente avance. En 1998 el grupo de Boston publica “Los mecanismos no interpretativos en terapia psicoanalítica”13. Basándose en la observación de bebés y en la psicología evolutiva, Stern introduce el inconsciente procedimental. Este concepto alude a los modos de proceder intuitivos y espontáneos que se generan a través de los afectos de vitalidad y mutualidad en la relación temprana con las figuras de apego. Estas no coinciden necesariamente con los padres. Este “proceder” hace referencia directamente a los actos y, por tanto, al cuerpo. Los modos de proceder son ciertamente estables y condicionan la vida de relación del adulto, por ello son también materia de análisis. Stern desarrolla las implicaciones para la psicoterapia y alude a los “momentos de encuentro”, que a efectos del cambio psíquico serían equiparables, por su potencialidad, a la interpretación. No es difícil escuchar los ecos de Winnicott en este enfoque centrado en la relación a un nivel preverbal y pre-simbólico, donde el complejo de Edipo quedaría en un segundo plano. Estos avances se materializan en diferentes concepciones formales del proceso analítico que son radicalmente novedosas. Me refiero a la idea de “campo analítico” de los Baranger o el “tercero analítico” de Ogden, por ejemplo. Ambas concepciones suponen una reformulación del tratamiento analítico en el sentido de considerarlo
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no un producto de dos mentes bien delimitadas que se ponen en contacto durante la sesión, sino como un “algo más”, resultado de la interacción de ambas. Se trata del producto original de la intersubjetividad de los dos participantes. Una de las implicaciones es que la interacción, en vez de con un analista abstracto e impersonal, se establece con una persona real, en contacto íntimo y vivo con el paciente. Desde esta perspectiva, el analista se subjetiviza aún más, si cabe, a través de ese proceder con su paciente14. Vínculo, reciprocidad, regulación mutua, roles y subjetividad del analista, bestias negras en otro tiempo, pasan a formar parte de nuestro léxico necesario para tratar de comprender el proceso. Para el analista común todo esto se traduce en una mayor complejización de su tarea, ya que se añade un nuevo objeto de observación y reflexión. Supone estar abierto no sólo a las reacciones que le genere el material del paciente, sino también abierto y pendiente de las modificaciones que se van produciendo, hasta ahora inadvertidamente, en su relación con él. El espejo unidireccional Volviendo a la clínica, en 1997 encontré en una traducción de Bateman15 un término desconocido que en los siguientes años generaría numerosas polémicas de alta intensidad. Se trata del enactment, que se ha traducido sin éxito como actualización, puesta en acto o actuación. En su trabajo, Bateman presenta un fenómeno frecuente en momentos de cambio: los pacientes con patologías graves atraen de forma sorpresiva al terapeuta a algún tipo de acción que compromete su capacidad de pensar analítica y objetivamente. El analista se involucra en la relación, en lugar de estar al lado de ella, observándola e interpretándola. Los enactments pueden presentarse en forma de micro-procesos puntuales o como fenómenos clínicos duraderos. Para muchos, enactment equivale a un fracaso de la función analítica y una manifestación, quizás más grave, de la contratransferencia en su sentido más primitivo, porque comprometería la viabilidad del análisis. Lecturas posteriores me aclararon que se trata de un tipo particular de interacción en terapia, mucho más frecuente de lo que se admitía; que no se restringe exclusivamente a las patologías graves, y por último, que una mayoría abrumadora de autores lo considera un fenómeno inevitable. Además, siempre que no se trate de una mera actuación del analista, apuntaría a un conflicto del paciente que, por su complejidad y particularidades, es inaccesible al análisis, es decir, precisa de la interacción con un otro para poder acceder a la conciencia. Una vez más, varios autores, principalmente relacionales, proponen un uso terapéutico. Para ellos, este valor terapéutico radica en las posibilidades de mentalización que ofrece. Esto es, la posibilidad de traer a la conciencia y al
trabajo terapéutico conflictos internos y nudos relacionales que serían inaccesibles por medio del trabajo interpretativo normal. El aspecto más polémico consiste en que introduce la acción del lado del analista. No es difícil imaginar el efecto perturbador para un método concebido originalmente como cura a través de la palabra y que, en consecuencia, privilegia la reflexión, la fantasía y el deseo, sobre los actos. Thomas Ogden16 abre una línea muy interesante con su concepto de “acción interpretativa”. Las acciones, que pueden tomar la forma de un silencio o el rechazo a aceptar un material escrito del paciente, le transmiten a este la comprensión que tiene el analista del proceso analítico, allí donde las palabras no llegarían. Para concluir, quisiera hacer una referencia a los patrones de evolución en la ciencia según Thomas Kuhn17, que podrían iluminar el tono emocional que ha teñido todo este recorrido. Kuhn afirma que en un paradigma dado, la introducción de un nuevo elemento viene seguida de una actividad intensa de investigación, cuyo objetivo es la ampliación del concepto y su extensión a nuevos campos y situaciones. Se trataría de una especie de euforia confirmativa. “Ninguna parte del objetivo de la ciencia normal está encaminada a provocar nuevos fenómenos. (…) En realidad, los fenómenos que no encajan, ni siquiera se los ve”. En otras palabras, la falsación quedaría fuera de los objetivos científicos inmediatos. Por ello, los sucesos o ideas que van en esta línea se perciben más como amenazas y tienden a tratarse con intolerancia. La otra fuente de tensiones deriva de tomar los avances como giros. Cuando giramos en una carretera, perdemos de vista el camino ya recorrido. Así, aportaciones que podrían matizar, complementar o enriquecer son entendidas como si sustituyeran a los planteamientos previos, dejándolos sin validez y obsoletos. En este sentido, la acertada recomendación de Freud al analista, de cuestionarse sobre las interferencias o distorsiones que su subjetividad pueda añadir al tratamiento sigue plenamente vigente para nosotros. Por más que las aportaciones mencionadas aquí hagan necesario un replanteamiento de ciertos principios inspiradores como neutralidad y abstinencia, podemos considerar que la contratransferencia se ha convertido, de hecho, en una herramienta compleja, sofisticada y en evolución. Un concepto original y diferenciador del psicoanálisis frente a otros abordajes y teorías psicológicas.
1 Ferenczi, Sandor (1919). La técnica analítica. O.C. Tomo II. Espasa Calpe, Madrid, 1981 2 Freud, Sigmund (1910). El porvenir de la terapia psicoanalítica. O.C. Vol. II Ed. Biblioteca Nueva. Madrid, 1948. pg.311
ca. O.C. Vol. XI. Amorrortu Ed. Buenos Aires, 1991. Pág. 136. 4 Freud, Sigmund (1912). Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico. O.C. Vol. XII. Amorrortu Ed. Buenos Aires 1991. Pág. 116 5 Thomä, H. y Kächele, H (1985). Teoría y práctica del psicoanálisis. Tomo I. Ed. Herder, Barcelona, 1989. Pág. 100 6 Tomado de Sanmartino, Mª Elena (2015). “Revalorización de la contratransferencia en la clínica contemporánea”. Ponencia para la mesa redonda “Variaciones sobre un mismo tema: el uso de la contratransferencia” Gradiva. 7 Frederickson, Jon (1990). Odio en la contratransferencia como posición empática. Contemporary Psychoanalysis. Vol. 26, Nº 3. (Traducción J.N. CEAP) 8 Winnicott, Donald (1947-1948). El odio en la contratransferencia. En Escritos de pediatría y psicoanálisis. Paidós, Barcelona. 1999 9 Heimann, Paula (1950). Sobre la contratransferencia. Int. J. Psycho-Anal, Nº 31. (Comunicación leída en el Congreso Internacional Psicoanalítico de Zúrich, 1949) 10 Jacobs, Theodor (1999). Pasado y presente de la contratransferencia. Una revisión del concepto. Int. J. Psycho-Anal. Vol. 80. P.3 (Traducción J.N. CEAP) 11 Jacobs, Theodor (1993). Las experiencias internas del analista. Su contribución al proceso analítico. Int. J. Psycho-Anal Vol. 74, P.1 (Traducción J.N. CEAP) 12 Burke, Walter y Tansey, Michael (1991). La manifestación contratransferencial y los modelos de acción terapéutica. Contemporary Psychoanalysis. Vol. 27 Nº 2 (Traducción J.N. CEAP) 13 Stern, Daniel, et al. (1998). Mecanismos no interpretativos en terapia psicoanalítica. El “algo más” que la interpretación. Int. J. Psycho-Anal. Nº 79. 14 Coderch, Joan (2010). La práctica de la psicoterapia relacional. El modelo interactivo en el campo del psicoanálisis. Madrid, Ed. Ágora relacional. 15 Bateman, Anthony (1996). Organizaciones de piel fina y gruesa y enactment en los trastornos border-line y narcisistas. Comunicación presentada en el Congreso anual de la Sociedad Británica de Psicoanálisis. (Traducción J.N. CEAP) 16 Ogden, Thomas (1995). El concepto de acción interpretativa. Psicoanálisis APdeBA, Vol. XVIII, Nº 3 17 Kuhn, Thomas (1962). La estructura de las revoluciones científicas. Fondo de Cultura Económica. Madrid, 1975.
3 Freud, Sigmund (1910). El porvenir de la terapia analíti-
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Psicoanálisis en evolución, una experiencia psicoanalítica Mª de las Viñas Martínez Rodríguez
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omo introducción voy a poner un pequeño video que creo que transmite muy bien la idea de la creatividad que desarrollaré a lo largo de la ponencia. En el video el niño deja fluir su imaginación y en algo tan cotidiano como poner la lavadora, es capaz de ver las cosas de una forma distinta es decir de crear su propia historia. Desde este interés por la creatividad, he hecho mi reflexión, sobre uno de los aspectos de la experiencia psicoanalítica que, desde mi punto de vista, pueden beneficiar al paciente y es el desarrollo de su propia creatividad, en la relación que se establece entre el paciente y el analista a lo largo del proceso Escogí este tema para las jornadas, porque el título psicoanálisis en evolución a mí me sugirió la evolución personal que puede implicar para un paciente un tratamien-
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to psicoanalítico. Una vez hecha esta introducción, me gustaría empezar compartiendo con vosotros cómo se produjo mi aproximación al psicoanálisis: Hace ya algunos años, cuando llegó el momento de escoger los estudios universitarios que quería hacer, tenía casi claro que me gustaba enseñar y quería ser docente. Al plantearme qué asignatura no tuve ninguna duda en elegir una carrera de Ciencias. Aquello de resolver problemas de lógica y números siempre me ha transmitido mucha paz, porque hay una única solución que hay que encontrar. Por aquel entonces ni por lo más remoto se me hubiese ocurrido estudiar Psicología y mucho menos Psicoanálisis. Así que decidí estudiar Químicas y empezar a ejercer como profesora y posteriormente inicié mi formación como psicoanalista y actualmente compatibilizo dos de las tres profesiones que Freud consideraba como imposibles. (Freud S., 1937: Análisis terminable e interminable). El psicoanálisis supuso pasa mí saltar de una disciplina más racional y la paz que da la búsqueda de una única solución, a una disciplina más “irracional” donde no solamente no hay una única solución sino que dos cosas distintas pueden representar lo mismo en el inconsciente, ya que en el inconsciente no rige el principio de contradicción, sino que una misma cosa puede coexistir con su contrario. Por ejemplo en los sueños podemos viajar en un tren y vernos a nosotros mismos fuera del tren charlando con unos amigos. Desarrollando un poco esta idea, cuando me refiero a lo racional frente a lo irracional es una forma de expresar la diferente forma de funcionar de la mente consciente e inconsciente. La mente consciente (que tiene más que ver con el pensar) permite tomar decisiones, reflexionar, establecer relaciones causa-efecto, mientras que el inconsciente se guía más por la parte impulsiva ( que tiene más que ver con el hacer), que se mueve en base a experiencias previas y emociones. Pero no se trata de ver sus diferencias para oponerlas sino, por el contrario, trato de subrayar la importancia que tiene la integración de la parte racional y la emocional, que es el objetivo del psicoanálisis, la armonía entre ambas. Pero dejemos a un lado esto del consciente y del inconsciente y quedémonos con la idea de equilibrio. Ahora que sabemos que una parte de mí es Química y otra Psicoanálisis, me ayudaré de ambas disciplinas para definir un proceso psicoanalítico. Supongamos la reacción entre el hidrógeno y el yodo. En principio partimos de una molécula de hidrógeno y otra de yodo formadas a su vez por dos átomos cada una. Al ponerlas en contacto, éstas interactúan entre sí y me-
diante los choques que se producen entre ambas, se van rompiendo los enlaces que mantenían unidos a los átomos de las moléculas iniciales, a la vez que se van formando otros nuevos entre ellas, dando lugar, a un nuevo producto. Pero la reacción entre el hidrógeno y el yodo, como la mayoría de reacciones en química, es reversible, quiere decir que parte del producto formado, a su vez reacciona dando lugar a los reactivos iniciales en un proceso dinámico que se mueve hacia delante y hacia atrás hasta que se alcanza un equilibrio entre los reactivos y el producto. En esta reacción en concreto se obtiene acido yodhídrico, que es un compuesto que tiene múltiples aplicaciones: por ejemplo en química se utiliza en la síntesis de diversos compuestos orgánicos e inorgánicos, en medicina se utiliza en forma de jarabe en dietas pobres en yodo. Pero el problema de las reacciones en química no es tan sencillo porque muchas de estas reacciones de síntesis son tan lentas que quizás no se dieran nunca sin la ayuda de un catalizador. Un catalizador es una sustancia que interactúa con los reactivos iniciales para acelerar el proceso, pero no forma parte del producto final sino que se recupera en el mismo estado que estaba. Tomaré como base el ejemplo de la reacción química en un proceso psicoanalítico. Los pacientes, debido a sus síntomas, a sus inhibiciones, a sus conflictos… han perdido la capacidad de aprovechar su energía en su propio beneficio, invierten parte de esta energía en taponar aspectos de sí mismos o parte de sus experiencias para que no salgan, podríamos decir que no están en armonía porque hay partes de ellos que no están integradas. (Es como si al llegar a la consulta estuviera el hidrógeno por un lado y el yodo por otro). Nuestra labor como psicoanalistas a lo largo del proceso es actuar como catalizadores (interaccionando con el paciente) facilitando así que el paciente pueda ir integrando los distintos aspectos de sí mismo, para formar un “producto” que no es diferente del anterior ya que tiene la misma composición (sigue estando formado por hidrógeno y por yodo), sino que se encuentra integrado. Pero dejemos a un lado el ejemplo de la reacción química porque no deja de ser una racionalización del proceso, ya que las moléculas no tienen la capacidad de sentir ni de aprender. Nos ha servido, no obstante, para ilustrar a grandes rasgos uno de los objetivos del proceso analítico, que es la integración de las distintas partes disociadas en el paciente y la visión del proceso como creador, idea ésta que ya mencionaba Winnicott en su libro Realidad y juego y que retomaré más adelante. Volviendo al proceso analítico: se llega a la integración a través del conocimiento de uno mismo. Sin embargo este conocimiento no se refiere exclusivamente a algo conceptual, sino a que el aprendizaje adquirido es el resultado de haberlo vivido o sentido, lo cual implica que
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uno lo ha incorporado, no de manera intelectual, sino que lo ha integrado profundamente en su personalidad. Y de esta idea surge el título de la ponencia “una experiencia psicoanalítica” ya que el cambio se basa en la propia vivencia. Una parte esencial del proceso es que se establezca una buena alianza terapéutica, o dicho de otra forma “un buen entendimiento” entre ambos, con propósitos saludables. A lo largo del proceso hay una interrelación entre dos sujetos, que es distinta con cada paciente y que depende del inter-juego que se establece entre los dos. La relación entre ambos va más allá del análisis de la palabra hay que tener en cuenta lo que se dice, lo que no se dice, lo que se dice sin decir, el cuerpo, etc…. En esta relación “diferente a las demás” el paciente tiene la oportunidad de vivir una nueva experiencia que será la que le posibilite avanzar en su propio proceso terapéutico. Con respecto a esta relación entre analista-paciente hay que decir que, a lo largo de la historia del psicoanálisis, la posición del psicoanalista ha ido variando desde una visión del mismo como alguien neutral, racional y objetivo (un espejo para el paciente) a una figura, que se asume que sólo por el hecho de estar presente en el análisis interviene como una persona subjetiva. En los últimos tiempos, la reflexión teórica ha centrado bastante su atención en el aporte que realiza el analista en el proceso, aunque de alguna manera esto ya estaba presente en muchos autores. Ya Sullivan introdujo un carácter más dinámico al psicoanálisis y describió al analista como observador participante, otorgando más importancia a la parte de observador. Fromm posteriormente lo definió como participante observador, enfatizando más el término participante. Por su parte Frank Alexander (1965) utilizó el término experiencia emocional correctiva. Subrayando la idea de que, para deshacer el efecto de una antigua experiencia, no basta con recordar el hecho sino que más bien será la nueva experiencia vivida en la terapia la que pueda ser en sí reparadora. Esta nueva experiencia puede ser brindada por la relación transferencial, o por nuevas experiencias en su vida. En la actualidad, desde el enfoque intersubjetivo con el énfasis en la relación, se responsabiliza mucho más al terapeuta de la marcha del tratamiento, pues le exige no solo comprender al paciente, sino relacionarse con él de un modo terapéuticamente útil. Esteban Ortiz, en su artículo “Las palabras para decirlo”, propone una reflexión sobre cómo se comunica el terapeuta, es decir qué dice, cómo lo dice y qué hace. Visto desde una óptica u otra, ¿cuál es la relación que se establece en la díada paciente-analista.? Entre ellos se establece un lenguaje propio, que depen-
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derá de las características personales de ambos sujetos y en este lenguaje todo tiene cabida, desde el cuento, las metáforas, las anécdotas, los chistes, los dibujos, gestos, movimientos, etc. El paciente se va transformando en un narrador, aprende a analizar sueños, actos fallidos, se enfrenta con sus propias ambivalencias, busca nuevas soluciones y puede ir desarrollando sus capacidades. Ser psicoanalista: Implica un esfuerzo constante de reflexión, cuestionamiento y flexibilidad. Es una experiencia humana difícil de describir con palabras, hay momentos duros de contener, pero también es gratificante percibir como hay una parte del yo que trabaja por crecer y desarrollar sus capacidades, adaptándose a la realidad para poder vivirla de una forma más plena. Salomon Resnik: “Ser psicoanalista es vivir las peripecias de una aventura compleja y laberíntica donde uno puede perderse para poder encontrarse cada vez de modo distinto”. Recordando la paz que me transmite la química aquí no se trata de confirmar hipótesis, quizás ideas que ya se irá viendo hacia donde van, la palabra hipótesis como tal te podría poner la zancadilla porque podría interferir tu propio deseo de que se confirme. Bion decía que a cada sesión se va sin deseo ni memoria, como si nos enfrentáramos con un paciente nuevo. Se asemeja al trabajo del arquitecto que contribuye a construir un edificio a partir de muchos elementos distintos, el psicoanalista contribuye a estructurar al paciente, pero se trata de contribuir sin interferir, respetando la evolución del paciente y al mismo tiempo estando presente. La diferencia es que el arquitecto trabaja con un objetivo final y sin embargo el psicoanalista debería trabajar sin saber bien donde llegará… Retomando la idea inicial del proceso como creador, Winnicott distinguía entre creación y creatividad. Mencionaba que entre el observador y la creación está la creatividad del creador. Si pensamos en la creatividad, primeramente se nos vendría a la mente la imagen de un artista que crea una obra de arte diferente, la de un ingeniero que diseña nuevos artilugios tecnológicos, o la de un escritor que edita su nuevo libro. Pero el uso de la creatividad es más amplio, supone trabajar con lo que ya poseemos a nuestra disposición para transformarlo en algo nuevo. Es sinónimo de pensamiento original, imaginación constructiva, es la capacidad de generar nuevas asociaciones entre ideas y conceptos conocidos, dando lugar a soluciones distintas y es en este sentido en el que el tratamiento puede contribuir a desarrollar la creatividad.
El desarrollo de la creatividad va muy asociado al psicoanálisis, que es una forma libre de expresión sin los juicios del Superyó, que busca la libertad del individuo, que éste sea libre de sentir, de pensar, de elegir. Los pacientes que vienen a consulta a menudo tienen limitada su capacidad creativa. Desgastan gran parte de su energía en el síntoma. A medida que avanza el tratamiento van liberando parte de esta energía y la pueden poner a su servicio. Pero la creatividad no es exclusiva del hombre, en la naturaleza a menudo podemos observar cómo muchos animales despliegan sus capacidades creativas. En el caso de los animales la creatividad está puesta al servicio de su propia supervivencia y la de su especie y la muestran principalmente en el cortejo. Un ejemplo de creatividad en la naturaleza es el caso del pez globo japonés. Durante un tiempo en una isla al sur de Japón los buceadores de la zona encontraron extraños dibujos en distintos lugares del fondo marino cuyo origen se desconocía, años después descubrieron que el artista de estas estructuras era un pequeño pez de apenas 20 cm. Acabaré mi ponencia con un video de este pez creador. Cuando lo vi por primera vez me pareció que de alguna manera representaba un proceso psicoanalítico. El pez en su “misión” integra los distintos elementos que tiene a su alcance para formar una estructura profunda, sólida pero flexible, con movimiento, capaz de sobrevivir al oleaje, que requiere energía y que le permite cumplir con su objetivo vital adaptándose al medio en el que vive. Personalmente me parece admirable como un organismo “no dotado de razón” y tan alejado en la escala evolutiva del hombre puede realizar esta estructura. Si un pez solamente con un aprendizaje sin razón es capaz de hacer esto. ¿De qué es capaz el hombre si no limita sus propias capacidades? (1). Trabajo presentado en la Jornada: “Trabajando emociones. Psicoanálisis en evolución – 40 años del CEAP”. Agradecemos a la autora el permiso para su publicación.
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El gesto terapéutico Esteban Ferrández Miralles
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l problema del lenguaje, cualquiera que sea lo que se piense al respecto, nunca fue por cierto un problema entre otros. Empero nunca como en la actualidad ocupó como tal el horizonte mundial de las investigaciones más diversas y de los discursos más heterogéneos por su intención, su método y su ideología. Lo prueba la misma devaluación de la palabra “lenguaje”, todo aquello que, por el crédito que se le concede, denuncia la cobardía del vocabulario, la tentación de seducir sin esfuerzo, el pasivo abandono a la moda, la conciencia de vanguardia, vale decir la ignorancia. J. Derrida. De la gramatología. El tema de esta conferencia me lo inspiro una colega, profesora y alentadora del master de arteterapia1 durante años: Ana Bedouelle. Ella estaba trabajando con un paciente, un chico esquizofrénico en un taller de arteterapia de un hospital psiquiátrico parisino. El chico construye una serie de autorretratos, concretamente seis, “pero el sujeto representado era cada vez tan diferente que no
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se podía reconocer como la misma persona”. El único rasgo en común que a duras penas se puede localizar es una mirada fija, a menudo verde. Terapeuta y paciente se quedan mirando la serie de cuadros a la espera de que surja algo que de continuidad, sentido, que oriente la acción. De repente el chico dice “Je veut y mettre le temps”, quiero introducir el tiempo, quiero poner el tiempo2. La cuestión del tiempo y del espacio atraviesa toda la historia de la pintura de diversas maneras, y las soluciones del artista han sido múltiples a lo largo de los siglos. La terapeuta al principio le ofrece otro espacio, un espacio mayor para poder ocupar más tiempo: el chico siempre termina sus obras mucho antes del final del taller y también antes que los demás. El paciente pide tiempo, la terapeuta le ofrece espacio. Pero si bien espacio y tiempo se articulan cuasi inevitablemente no es eso lo que el paciente está buscando ahora. Más bien lo que el paciente parece perseguir es cómo representar el tiempo en su producción, en sus cuadros. Poner el tiempo es aquí representar el tiempo, pero no utilizar tiempo, gastar tiempo, consumir tiempo. Se trata de hacerlo presente y figurarlo en la obra.
Si atendemos a las consideraciones de Winnicott sobre la identidad en los procesos psicóticos – del chico se dice que es esquizofrénico -, lo que angustia al sujeto es lo que el autor británico denomina continuidad del ser3, lo que probablemente intenta recuperar a través de sus síntomas. Esa continuidad del ser es la que pensamos, con Ana Bedouelle, que es la que busca el paciente. El tiempo figurado podrá lograr la transición que asegure esa continuidad, que yo soy el mismo todo el tiempo. Ahora bien, lo que me interesa subrayar de esta secuencia de trabajo clínico, es el hecho muy revelador para mí en su momento , de que la terapeuta formada especialmente en el campo de la palabra – psicoanalista brillante– , se da cuenta que lo ahí hacía falta no era una palabra, no era una interpretación. Ni siquiera valdría una interpretación del tipo: tú quieres poner tiempo en tus retratos para poder saber que eres tú en todos ellos. Lo que precisa el paciente, y el terapeuta para poder cumplir con su función de mediador, es un gesto, un gesto técnico, un acto, una acción, algo del orden de la ejecución, una mediación gestual, técnica que le permita solucionar el problema de la ausencia de tiempo en sus autorretratos. La ausencia del tiempo en sus retratos, presentida por el paciente, los ha dejado desconectados entre sí y con una merma muy importante de su capacidad de representar, en este caso de representarlo a él. Las terapias creativas se alimentan de las palabras, la palabra es un mediador esencial en la experiencia terapéutica, pero no el único, y, a menudo, no el más importante. Hay muchas ocasiones en las que el lugar de lo terapéutico lo ha de ocupar un acto, una acción, un gesto. ¿Pero qué es lo terapéutico? ¿De qué curamos, cómo curamos, qué es lo que cura? En el terreno de lo terapéutico, de lo psicoterapéutico al menos, la palabra ha tenido una sobrevaloración, una sobredimensión en perjuicio de otros elementos, que también están presentes, que también concurren en ese proceso que llamamos psicoterapia. A lo que quiero llegar es a resituar los diferentes elementos que puede utilizar un terapeuta, para poder ofrecer un marco terapéutico al paciente, entre los cuales la palabra es un mediador fundamental, pero no el único, ni necesariamente el más relevante. Derrida nos enseña en la deconstrucción, sobre todo en su texto De la Gramatología que el orden occidental, al que él llama metafísico, acostumbra a concebir un centro, sea el campo que se trate, un centro sobrevalorado al que se corresponde un otro, desmedrado, infravalorado incluso segregado, denostado…. el otro. Un centro positivado y un otro negativizado. Así tenemos, lo lleno y lo vacío, lo blanco y lo negro, el día y la noche, la derecha y la izquierda, lo bueno y lo malo, dios y el demonio, el hombre y la mujer, el adulto y el niño. Siempre hay un centro equiparado a lo normal a lo óptimo y un otro que se considera como la sombra.
Podríamos destacar como el universo de las psicoterapias se situaría sobre un eje central, en este caso sería el valor de la palabra. La palabra es el centro y el origen: en el principio fue el verbo… dice la Biblia. En el principio era el Logos, y el Logos es el centro. Derrida es quien acentúa este funcionamiento binario de la cultura occidental, hay un centro divinizado, la palabra, y hay un otro descalificado, secundario, segregado a veces. Ese funcionamiento binario se ve en multitud de registros: + día lleno presente Dios hombre blanco palabra
– noche vacío pasado Demonio mujer negro acto
En los últimos tiempos y en virtud de diferentes factores, algunas modalidades terapéuticas emergentes, o recuperadas, han ido ocupando un lugar cada vez mayor en el campo de las ciencias de la salud, de las psicoterapias especialmente. Dos direcciones podemos tomar a continuación, la primera tiene que ver con los elementos que se consideran claves para que se de el cambio terapéutico, la vieja pero nunca caduca pregunta de la efectividad de las psicoterapias, por qué hacer terapia, o si no sería mejor no hacer nada. La segunda tiene que ver con las distintas modalidades de intervención del terapeuta, dirigidas a promover ese cambio terapéutico, esta es la vía que vamos a seguir. Factores para el cambio terapéutico. Ese cambio terapéutico se ha explicado en términos de aprendizaje, aprendizajes erróneos que dan lugar a procesos patológicos, o bien en términos de cambio de conducta que trataban de corregir conductas inadecuadas, sin preocuparse de las motivaciones que hubieran dado lugar a esa inadecuación, o bien, en tercer lugar, a procesos que tenían lugar en la relación entre el terapeuta y el paciente. Esa relación terapeuta paciente, que comprendía tanto lo patológico como las posibilidades de su transformación en una relación más sana, se ha conceptualizado por parte del psicoanálisis tradicional y de las psicoterapias de corte analítico (psicoterapia breve, focal, psicoanalítica, de apoyo…) como un proceso de identificación del terapeuta con el paciente, que permitía a este último, tomar al terapeuta como modelo o como instancia saludable, a través de experiencias denominadas de internalización: internalizar al padre bueno o a la madre contenedora.
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Unos hablan ahí de internalizar (Gabbard) otros de incorporar (Klein) otros de experiencia emocional correctiva (Hartmann, Kris.…) En general todos los modelos previos sufren de la misma carencia, es el lugar que otorgan al paciente, un lugar pasivo caracterizado por su incapacidad relativa para aportar gran cosa al proceso terapéutico. Al mismo tiempo son modelos que otorgan al terapeuta un status de poder cuasi absoluto sobre el proceso terapéutico que lo condiciona y lo determina. No es el momento aquí para delinear una crítica de los patrones masculinos que imperaban en la concepción de la relación terapéutica, remito a la abundante literatura sobre la materia. Desde hace aproximadamente unos 30 años, sin embargo se vienen desarrollando nuevas orientaciones que tratan de pensar la relación terapéutica desde un punto de vista más igualitario, es decir, más intersubjetivo. Así la consideración del paciente también ha ido evolucionando hacia una imagen mucho más participativa, más activa. En esto han influido tanto los trabajos sobre el desarrollo del sujeto como los modelos explicativos de la infancia y del desarrollo, considero ahí centrales los trabajos de Daniel Stern a partir de sus investigaciones en la Universidad de Ginebra en las cuales realiza una articulación, a mi modo de ver fundamental, entre el psicoanálisis y la investigación basada en la observación de la interacción del bebé con sus progenitores, mediante la filmación y el análisis plano a plano de tales relaciones precoces, que además de revolucionar el psicoanálisis infantil, añadiré que ha revolucionado la comprensión del bebé, de la infancia y del sujeto humano, comprensión que ha dado lugar como veremos a cambios sustanciales de la manera de pensar la relación terapéutica. Si con Freud teníamos un bebé desvalido y desconfiado respecto del mundo exterior, que buscaba la satisfacción y que dependía del objeto, con Stern tenemos un bebé cuya disposición ante el mundo que lo rodea y ante sus progenitores, no es para nada inerme. El bebé de Stern tiene una serie de capacidades desde el primer momento, que utiliza sabiamente en sus relaciones, para que precisamente estas no lo reduzcan a esa condición de pasividad y vulnerabilidad. Probablemente de las capacidades más importantes, podamos destacar tres, la primera seria el entonamiento afectivo, un recurso tempranísimo del bebé que lo va a poner a funcionar evidentemente con el progenitor principal que lo cuida, la segunda sería la regulación mutua, la capacidad de afectar al otro con nuestras palabras, comportamientos, gestos… La tercera la capacidad de estar con otro, las maneras de estar con otro, que pueden ser muy diferentes, según Stern. Estos desarrollos, y otros en los que tendríamos que destacar los aportes de Winnicott o los de Ferenczi, nos van a llevar a una consideración muy diferente del paciente, del paciente adulto me refiero, y también de
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la relación terapéutica. En la relación terapéutica nos encontramos con un paciente que interactúa con el terapeuta con todos sus medios, como hace el bebé con su mundo externo, para lograr en primer lugar ese entonamiento afectivo del que va a depender la comunicación, y aquello que Winnicott ha destacado como una de las necesidades básicas del sujeto, la necesidad de sentirse comprendido, de sentir que es alguien para el otro, que existe para el otro, y finalmente que es reconocido como tal, es decir como un sujeto, más allá de las concreciones que la relación con el otro luego tenga que especificar. Esto es lo que va a permitir una mutualidad, una relación de regulación mutua. Esta regulación mutua es una habilidad que surge de nuestros intercambios más precoces, y que nos permite desenvolvernos en muy diferentes circunstancias de la vida. Para que se de esa regulación mutua, es preciso que surja algo entre los dos partenaires, a ese algo le hemos llamado el tercero, el tercero no es ni más ni menos que ese patrón, ese ritmo, esas normas, que regulan el intercambio entre dos sujetos. Pensemos en cualquier tipo de intercambio por ejemplo entre dos bailarines, es el ritmo el que regula la participación de cada uno, pensemos en la música, es la partitura la que condiciona la participación de cada miembro de la orquesta. También en la relación terapéutica es importantísimo el papel de ese tercero, que no es ningún sujeto de carne y hueso, pero que sin embargo, está muy presente en los intercambios que se suceden en el marco de una terapia, sea del tipo que sea. Ese tercero, va más allá del terapeuta, no es la voluntad del mismo, tampoco es la teoría que se esté manejando para trabajar NI el modelo desde el cual se trabaja. Es algo que se crea entre el paciente y el terapeuta, a partes iguales, de modo inconsciente, y que además va funcionando según las vicisitudes de la relación. Por ejemplo, es fácil pensar que ese tercero que regula y permite la relación, a menudo se quiebra, se rompe, se destruye, y hay que reconstruirlo. Tiene que ver obviamente con la capacidad de confianza mutua, de confiar en el otro. Precisamente esa capacidad de confiar en el otro es la que determina que lo terapéutico tenga lugar. El autor que mencionábamos antes, Daniel Stern, formó parte importante durante bastante tiempo porque murió hace ahora un año, del denominado grupo de Boston. El Boston Change Study Process Group (BCSPG) del que forman parte: el mismo Daniel Stern, Louis W. Sander, Jeremy P. Nahum, Alexandra M. Harrison, Karlen Lyons-Ruth, Alec C. Morgan, Nadia Bruschweiler-Stern y Edward Z. Tronick. Este grupo multidisciplinario compuesto por psicólogos de diversas procedencias y por psicoanalistas, ha emitido cinco informes y una monografía:
(1998a). Non-Interpretive Mechanisms in Psychoanalytic Therapy: The ‘Something More’ Than Interpretation.
námicos, como posiblemente tampoco está tan lejos del concepto lacaniano de sujeto supuesto saber.
(1998b). Interactions that effect change in psychotherapy: a model based on infant research .
Siguiendo estos desarrollos llegamos a lo que es el objetivo principal de nuestro trabajo, destacar la importancia de la intervención del terapeuta, no en el sentido de una interpretación que da lugar a la revelación del sentido oculto, reprimido y olvidado del síntoma, a partir de lo cual el paciente de modo mágico recupera su sentido de la vida. La intervención del terapeuta en un contexto intersubjetivo en el cual estamos continuamente interactuando.
(2002). Explicating the implicit: The Local Level and the Microprocess of Change in the Analytic Situation. (2003). The “Something more” than interpretation revisited: Sloppiness and co-creativity in the psychoanalytic encounter. (2006) The Foundational level of Psychodynamic Meaning: Implicit Process in Relation to Conflict, Defense, and the Dynamic Unconscious. (2010). Change in Psychotherapy (A Unifying Paradigm). Este último título condensa cual es el objetivo principal de este grupo. Para los mencionados autores, el proceso de cambio que tiene lugar en un proceso terapéutico y a qué se debe son las preguntas fundamentales hoy, y su propuesta va a ser que lo decisivo para que ese cambio terapéutico ocurra, va a depender principalmente de la relación que se establece entre terapeuta y paciente. Los modelos psicoterapéuticos siempre tienden a privilegiar uno de estos dos ejes, el eje de la verdad, ligado a la interpretación y al sentido oculto, reprimido de los síntomas, al cual solo se puede acceder a través de la transferencia. O bien el eje de la relación. El eje de la relación es el que subraya el grupo de Boston como decisivo en los factores de cambio. Para grandes autores del psicoanálisis desde Freud a Lacan, es obviamente el otro, el eje de la verdad, el decisivo. De ahí la importancia del giro que estos autores la escuela de Boston proponen para pensar la psicoterapia. En este sentido creo que se sitúa la reflexión de José María Esquirol en su libro La resistencia íntima, cuando diferencia entre la sinceridad del amigo o la información objetiva y veraz. Qué preferimos, dice el autor, la función afectiva del lenguaje o su función veritativa. Todo esto, suponiendo por cierto, que exista una verdad desprovista de afecto, pura y neutral en su objetividad. Volviendo al Grupo de Boston, ellos denominan moment of meeting, momento de encuentro, a ese momento que propicia el cambio terapéutico. Para Alejandro Ávila4 “el momento de encuentro es el hecho terapéutico que facilita la reorganización del conocimiento relacional implícito (cuando se produce un cambio en la atmósfera intersubjetiva, lo habrá generado un momento de encuentro)”. ¿Por qué lo produce? Porque modifica lo que ellos denominan conocimiento relacional implícito, ¿qué es este conocimiento relaciona implícito?: una suerte de memoria temprana de nuestras relaciones con los demás, que funciona de modo inconsciente pero no reprimido. Creo que no está muy lejos del concepto de mundo interno que empleaban sobre todo los terapeutas grupales di-
Siguiendo la estela de Derrida, que mencionamos al principio, se trata de descentrar la intervención del analista de su modalidad interpretativa, pero también del ámbito de la simbolización lingüística. Por eso proponemos que en una terapia, la intervención del terapeuta, intervención que tiene carácter terapéutico, que produce cambios, que produce efectos: esa intervención no necesariamente se circunscribe al modelo clásico de la interpretación, como en la interpretación de los sueños, o en los primeros textos freudianos sobre la histeria. Esa intervención tiene un carácter gestual, puede ser un gesto, un silencio, una indicación práctica, una risa, una onomatopeya, un encogimiento de hombros, un abrazo dado o recibido, un apretón de manos, o en el brazo… puede ser mil cosas porque lo que queremos es recuperar un terapeuta que deje de ser una voz en off, que se escucha sin saber desde donde habla. Ese modelo proviene del contexto de la sesión analítica de diván, y ahí debe quedar. El terapeuta que trabaja en un contexto psicodramático, arteterapéutico, u otros… tiene que poder emplear todo su cuerpo y todos sus recursos comunicativos y relacionales para intervenir en una terapia. Estoy diciendo cosas que muchos colegas ya hacen, lo sé, y no han necesitado hacer toda esta teorización para usar sus recursos de modo espontáneo, pero quizá estoy pensando más en aquellos que no se autorizan para intervenir y que se pueden sentir coaccionados, sobre todo coaccionados por una teoría que en lugar de ofrecer recursos actúa como gendarme de la ortodoxia. Pienso, que por ejemplo Lacan había ya intuido el valor de esta interpretación, extraparlante, cuando habla de las escansiones significantes. Las escansiones significantes eran intervenciones del terapeuta cuyo objetivo principal era provocar un corte en el relato del paciente, un corte que le obligaba a reconsiderar lo que estaba planteando, un corte que implicaba la suspensión del tiempo de la sesión a menudo, un corte que producía un descentramiento subjetivo. No comparto sin embargo, el uso que se generalizó de la escansión, por cuanto lo que producía era más bien un efecto de sugestión, de fascinación y de sometimiento del paciente frente a un terapeuta idealizado y la reproducción de unas relaciones de poder , que precisamente el psicoanálisis se suponía que contrarrestaba con su práctica.
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Tampoco está muy lejos la intervención de Winnicott, creo que cuando está explicando como tratar a un paciente grave, y menciona: intervengo, no porque tenga nada importante que decir, sino para que el paciente sepa que estoy ahí a su lado. Lo importante no es la función simbolizante, el contenido semántico de sus palabras, sino el vector o el componente afectivo de las mismas. Finalmente cabe señalar en este recuento de intervenciones que intentan explicitar este carácter de gesto, de acto y no de palabra que propongo, las que Thomas Ogden denomina acciones interpretativas. Ogden es un psiquiatra y psicoanalista californiano especialista en psicosis, que se presenta a sí mismo como un pensador independiente dentro del campo del psicoanálisis. Una acción interpretativa, o como la denomina Ogden, una interpretación en la acción, es “la comunicación de la comprensión de un aspecto de la transferencia- contratransferencia por medio de una actividad que no es la de la simbolización verbal”. Ogden cuenta varios ejemplos de acciones interpretativas, el primero es un silencio repetido por el analista que siente que todas sus interpretaciones son incorporadas a un uso perverso del lenguaje, el segundo es un gesto de rechazo de la oferta de unos papeles por parte del paciente que con aire desesperado, le pide en la primera entrevista que los tome y los lea para comprender el sufrimiento amoroso que experimenta. El tercero corresponde a una supervisión, la paciente lleva a su analista a formular una pregunta que solo a posteriori se da cuenta de la ambigüedad que encierra: la paciente tiene unos documentos con escritos de la analista, los lee y le dice que hay cosas que no entiende, y que le gustaría comprender mejor, la analista ingenuamente le dice: ¿Qué más quiere saber? Solo en ese momento se da cuenta de lo ambiguo de su pregunta. Conclusiones Cuando un terapeuta entrega unos materiales a un paciente, para continuar o emprender una obra, cuando propone un cambio de roles en una escena psicodramática, cuando juntos crean un ritmo musical…. estos actos son terapéuticos, pueden ser entendidos o no como una interpretación, depende del sentido estricto o laxo que tengamos del concepto, pero de lo que no cabe ninguna duda es que permiten avanzar en el proceso terapéutico.
BIBLIOGRAFIA Derrida, J. “De la gramatología”. Siglo XXI Editores. Madrid, 1986. Lacruz, Javier. “Donald Winnicott: vocabulario esencial”. Zaragoza, Mira. 2011 Stern, D.: El mundo interpersonal del infante. Paidós, Buenos Aires, 1991.
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Stern, D.: “La constelacion maternal: la psicoterapia en las relaciones entre padres e hijos”. Paidós Iberica, Barcelona, 1997. Esquirol, Jose Mª. “La resistencia íntima”. Barcelona, El acantilado, 2015. Ávila Espada, A (2005). Al cambio psíquico se accede por la relación. Revista Intersubjetivo. Thomas H. Ogden “El concepto de acción interpretativa”. Rev. Psicoanálisis APdeBA – Vol. XVIII – Nº 3 – 1996 Esteban Ferrandez Miralles Email: eferrandezm@gmail.com 1 Este texto fue presentado como Lección inaugural del Master de Terapias Creativas de la Universidad de Murcia en el curso 2016. 2 Se puede consultar el artículo de Ana Bedouelle en el nº 6 de la revista del CPM. 3 Así lo detalla Javier Lacruz en su texto “Donal Winnicott: vocabulario esencial”: Las funciones maternas ejercen la representación del ambiente facilitador (suficientemente bueno) y establecen un básico estado de confianza que determina el adecuado desarrollo emocional del bebé. Mediante estas funciones la madre provee al bebé de la suficiente confianza, seguridad, tranquilidad y estabilidad para sus logros madurativos. La constancia en el cuidado materno permite la continuidad existencial del bebé y su ingreso en el mundo de forma gradual y bien temperado» (Javier Lacruz. 4 Ávila Espada, A (2005). Al cambio psíquico se accede por la relación. Intersubjetivo, 7 (2): 195-220.
El cuerpo en el Psicoanálisis Remedios Gutiérrez Rodríguez
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l tema elegido para estas Jornadas es la Evolución del Psicoanálisis, ya que celebramos los 40 años de vida de este Centro. Como fundadora del mismo (ya vamos quedando pocos) he pensado centrarme en un punto que engloba mi experiencia como médico con mi experiencia en este mundo tan complejo y apasionante como es el trabajo psicoanalítico. De hecho, durante mis estudios de medicina, empecé a la vez mi formación psicoanalítica; pero como la psiquiatría de aquella época era antiSpsicoanalítica (recordemos que eran los años 60, en pleno franquismo), me decanté por la especialidad de medicina interna, que englobaba la endocrinología, la cual en ese tiempo empezaba a crecer y profundizar en el funcionamiento hormonal, que está íntimamente relacionado con el Sistema Nervioso Central; de modo semejante a lo que ocurre desde 1990 en que se ha comprendido mejor el funcionamiento cerebral, gracias a los trabajos neurocientíficos. Estos dos desarrollos de la medicina, junto con el tema de los mecanismos inmunológicos, han puesto claramente de manifiesto la unidad menteScuerpo, a la vez que varios neurólogos, entre los que citaré a Kandel y Damasio, han reconocido como valiosos muchos aspectos del psicoanálisis, relacionados con la neurociencia actual; aunque también hay que señalar que han hecho críticas de índole constructiva. Recordemos que Freud era neurólogo y que intentó en su ‘Proyecto de psicología para neurólogos’ (1895) compaginar el psicoanálisis con la neurología, pero con los conocimientos de su época no lo consiguió y dejó sin publicar su trabajo (que se descubrió tras su muerte y se publicó en 1950). Entonces continuó con la teoría psicológica, aunque señalando que cuando la ciencia se desarrollase, habría que modificar sus teorías. Citaré dos de las múltiples ocasiones en las que se refirió a esto: En su trabajo ‘Sobre el narcisismo’ dice:
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Debemos recordar que todas nuestras ideas provisionales en psicología se basarán un día, presumiblemente, en una subestructura orgánica’ Y en ‘Más allá del principio del placer’ dice: Las deficiencias de nuestra descripción podrían probablemente desaparecer si estuviésemos ya en posición de cambiar los términos psicológicos por fisiológicos o químicos. Este comienzo de mi doble formación me llevó a interesarme en la medicina psicosomática; tengo que agradecer a Juan Rof Carballo, a sus cursos y a sus obras, sobre todo ‘Teoría y Práctica Psicosomática’, mi desarrollo en este tema. Rof Carballo era un gran internista y en sus estudios en Alemania se puso en contacto con el psicoanálisis, en el cual se formó teóricamente y, más tarde, por consejo de Ignacio Matte Blanco, se psicoanalizó. Por otra parte, tuve la suerte de ser alumna de Pedro Laín Entralgo, que en sus clases de historia de la medicina me introdujo en el psicoanálisis, vetado entonces por la psiquiatría oficial representada por López Ibor. Decía Laín Entralgo que la medicina siempre ha sido psicosomática, porque siempre enferma la persona, que es una unidad; pero también decía que la Patología no lo ha sido igualmente, probablemente hasta que surgió el psicoanálisis. Es decir: la reflexión sobre la causa de la enfermedad y qué alteraciones o repercusiones produce esta causa en la persona (lo cual es, en definitiva, el núcleo del acto médico, que es el diagnóstico), esa reflexión, digo, se hacía y todavía se hace con una visión separada de la mente y el cuerpo. Esto proviene del racionalismo en el que el mundo emocional había sido dejado de lado, pues se creyó que con el conocimiento racional todos los problemas se irían solucionando. Según esto, la ciencia racionalista permitiría el desarrollo hasta hacer posible el control y solución de todos los problemas, incluidas las enfermedades. Pero ya a mediados del siglo XIX la euforia racionalista empieza a decaer. Surgen los llamados filósofos de la sospecha, como Niestzche, y el mismo Freud; es decir, se empieza a ‘sospechar’ que la Razón no basta. Por decirlo brevemente, el racionalismo pensaba que la ciencia es un fiel reflejo de la realidad; pero ahora se considera que la ciencia es únicamente un modo sistemático de formular la realidad. Formulación siempre provisional y en continuo reajuste. Al mismo tiempo, lo científico era solamente lo cuantificable (medir, pesar, etc.) pero, a partir de la revolución matemática de finales del siglo XIX, con la Topología de Poincaré, (que es una geometría de las relaciones entre los elementos), pasamos a un concepto de la ciencia no
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sólo cuantitativo, sino cualitativo, es decir, de relaciones. Como dice un amigo mío, Alberto Pérez de Vargas, catedrático y especialista en bioSmatemática, la matemática no se ocupa de los números, que eso es contabilidad, sino de las relaciones o fórmulas entre ellos. A partir de esta nueva concepción científica, se pueden considerar científicas las ciencias sociales siempre que se cumpla el rigor necesario. Sin olvidar que, gracias a que la matemática puede ocuparse de las relaciones entre elementos, se pudo desarrollar la informática. En ese final de siglo XIX y principios del XX se producen cambios importantes en todos los campos, precisamente porque se cuestionó el racionalismo: cambios en las matemáticas, en la física, en el arte, la música, y también en la psicología, con el psicoanálisis. De este modo entramos en lo que el neurocientífico Eric Kandel llama ‘la era del inconsciente’ (1912). Las decisiones y motivaciones humanas no son ya solamente racionales, sino que lo inconsciente motiva nuestra conducta. También hace unos años, en 1994, el neurólogo Antonio Damasio en su libro ‘El Error de Descartes’ critica la célebre frase ‘Pienso, luego existo’ que afianzó la visión racionalista del mundo y la separación entre mente y cuerpo. Quizás la mayor aportación de Freud en sus comienzos fue la escucha al paciente, sobre todo porque esa escucha inicial la realizó sin una teoría previa, lo cual le permitió plantear la existencia en el ser humano de dos lenguajes o lógicas, como ha subrayado Mate Blanco: la inconsciente y la consciente. Freud habla de hacer consciente lo inconsciente que está reprimido y para ello se utiliza la interpretación. Pero lo inconsciente que no se origina en la represión, sino que es anterior a que exista la consciencia, ese no podemos conocerlo directamente, sólo podemos aproximarnos a través de la interacción entre analista y paciente. Bien entendido que nunca llegamos a conocerlo, sino sólo a hacer formulaciones sobre él, como ocurre en la ciencia con cualquier otra realidad. Cosa que señaló Freud en 1925 cuando dijo que la verdadera realidad psíquica es el inconsciente, tan incognoscible como la cosa en sí que dijo el filósofo Kant. Eso que ocurre entre paciente y analista es ese ‘algo más’ que la interpretación, como señaló Stern. Pero tanto el inconsciente reprimido como el no reprimido forman parte de todas las personas y, por lo tanto, la interpretación y la interacción son igualmente importantes. El psicoanálisis ha evolucionado, en su más de un siglo de existencia, a mi juicio, en dos aspectos fundamentales que creo vinculados entre sí:
Por un lado, ir reconociendo poco a poco que la relación psicoanalistaSpaciente es en sí misma fundamental para el proceso, ya que no somos seres aislados sino que, desde el principio no somos sin el otro.
ser preparación ante un peligro exterior, para responder con una acción física, a ser algo que nos genera angustia, con su correlato orgánico, pero que no se descarga con la acción.
El otro aspecto es liberarse de ver al ser humano como una mente y un cuerpo y empezar a verlo como un todo que funciona como la unidad que es y, por consiguiente, modificar nuestra concepción del proceso psicoanalítico. Pero esto, según creo, no se ha logrado sino muy tímidamente.
Aquí sería necesario un manejo de esa angustia para que no leguen a producirse verdaderas enfermedades orgánicas.
La medicina clínica sigue ocupándose del cuerpo y el psicoanálisis continúa ocupándose de la mente, sin asumir la totalidad humana en la práctica clínica. El psicoanálisis empezó con la histeria, con pacientes que expresaban en su cuerpo experiencias conflictivas que no expresaban con palabras. En la histeria se usa el cuerpo como símbolo, de modo que el padecimiento emocional se convierte en síntoma corporal. Este fenómeno sirvió de modelo inicial a la medicina psicosomática. Por ejemplo, Groddeck (el que acuñó el término de Ello) consideraba cualquier enfermedad como una simbolización. Pero esta teoría sobre el enfermar en general no podía sostenerse con los conocimientos posteriores; aunque hay muchos síntomas orgánicos simbólicos y también hay que tener en cuenta que en los casos en que el síntoma somático no es de origen conversivo, la simbolización puede producirse a posteriori y actuar de modo combinado. No conviene olvidar que el psicoanálisis fue teniendo cada vez menos en cuenta la enfermedad que se manifiesta corporalmente, salvo el caso de la conversión histérica, en la que el cuerpo se utiliza como medio de expresión, semejante a un mimo que se expresa sin palabras. Así que el psicoanálisis y la medicina psicosomática evolucionaron cada una por su cuenta. La dos escuelas psicosomáticas fundamentales, la de París con Pierre Marty y la de Chicago con Alexander, pudieron desarrollarse porque trabajaban en el medio hospitalario, observando enfermos con sintomatología orgánica; lo cual, tal vez, no habría sido posible en una consulta psicoanalítica clásica. De la evolución de la psicosomática sólo quiero resaltar que se han producido aportaciones fundamentales que hacen plantearse el correlato orgánicoSpsicológico. Una de ellas es el síndrome general de adaptación de Selye, que describe cómo ante una situación de estrés hay angustia y también manifestaciones orgánicas de taquicardia, aumento del ritmo respiratorio y del tono muscular, etc. Todo lo cual prepara al sujeto para una situación de peligro. Ese peligro y la preparación de la persona ha variado mucho a lo largo de la evolución humana: pasó de
Alexander y sus colaboradores describieron siete enfermedades psicosomáticas, que ya son clásicas: úlcera gastroSduodenal, colon irritable, asma bronquial, hipertensión arterial esencial, tiroiditis, artritis reumatoide y neurodermatosis. También se describieron perfiles con unos determinados rasgos caracteriales y de manejo de emociones para cada enfermedad. Evidentemente, estos perfiles eran excesivamente rígidos, porque en el enfermar influyen muchos factores, tales como la vulnerabilidad constitucional de la persona y/o de ciertos órganos, también, en muchos casos, situaciones traumáticas puntuales o sostenidas y, por supuesto, hábitos de vida como alimentación, ejercicio, etc. Además de esto, la observación de pacientes con problemas funcionales que, en muchos casos, terminaban originando lesiones orgánicas, determinó que los psicosomáticos se plantearan que en la enfermedad psicosomática no se utiliza el cuerpo como símbolo, que es lo que ocurre en la conversión histérica, sino que lo que sucede es que no se ha llegado a desarrollar una buena mentalización. Dicho de otro modo: la representación corporal, que es normal en la primera infancia, en el periodo presimbólico de la organización mental, antes del desarrollo de la consciencia, no ha evolucionado en esos pacientes hasta una buena representación mental, simbolización o mentalización. Por lo tanto, los conflictos o tensiones de diversa índole van dejando su huella en las funciones corporales en vez de en el sistema psíquico, que es el encargado de organizar la acción adecuada a esos problemas. Esta hipótesis del origen de la enfermedad psicosomática no se opone a la somatización conversiva, de tipo simbólico, ni tampoco a que lo simbólico de un síntoma se sume a una falla original. Tampoco se opone a las somatizaciones puntuales, tan frecuentes en la vida cotidiana, como cuando una situación de tensión emocional se manifiesta también en un síntoma corporal, como el dolor de cabeza; o bien que esa tensión emocional actúe sobre el sistema inmunitario facilitando ciertas enfermedades. La mencionada hipótesis se apoyó en el hallazgo, en algunos pacientes psicosomáticos, del llamado ‘pensamiento operatorio’ según la escuela de París, o ‘alexitimia’ según el grupo anglosajón; lo cual consiste, básicamente, en una dificultad para simbolizar y expresar con la palabra las emociones. (Alexitimia viene del griego que significa ‘sin palabras para los sentimientos’).
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Esta teoría está siendo corroborada por la neurociencia, al estudiar cómo aparece la consciencia y, por lo tanto, la capacidad de simbolizar, que coincide con el comienzo del juego simbólico en el niño. El cerebro humano no sólo nos permite la relación con los otros individuos y el entorno en general, sino que, para alcanzar su desarrollo, necesita de esa relación. El cerebro maduro es el resultado de la genética y de la interacción con el mundo. Decía Ramón y Cajal, el fundador de la neurociencia actual: ‘la neurona incorpora ambiente’. Cuando digo ‘interacción con el entorno’ no me refiero sólo a después del nacimiento, sino desde el inicio de la vida. Para determinadas funciones y aprendizajes hay las llamadas ‘ventanas’, que son momentos cronológicos en los que es imprescindible que se produzca la estimulación desde el medio para que se desarrolle la función (como la vista, el oído y el habla); pero para la mayoría de las funciones, los estímulos siguen siendo válidos durante toda la vida, porque influyen en la modificación de las conexiones neuronales. En esta línea, Kandel, premio Nobel de Fisiología y Medicina en el año 2000 por su estudio sobre la memoria, cuando habla del psicoanálisis y de la neurociencia actual, nos transmite que lo que el psicoterapeuta y el paciente hacen, cuando lo hacen bien, es decir, con una poderosa interacción emocional, es crear nuevas sinapsis neuronales y, probablemente, modifican otros aspectos metabólicos de las neuronas. Como dice el neurólogo español Francisco Mora, ‘el psicoanálisis modifica el cableado cerebral’. Hasta la adquisición de la autoconsciencia no comienza nuestra capacidad de simbolizar y, por lo tanto, de representaciones que se puedan poner en palabras. De hecho, el habla al principio es de palabraScosa, hasta que adquiere el elemento simbólico que une la palabra a un significado. Tanto la autoconciencia como el lenguaje no se originan de forma autónoma; el cerebro no crea el lenguaje ni la autoconciencia, sino la interacción de dos o más cerebros. En ese periodo preSsimbólico, el bebé va adquiriendo pautas en su relación con el medio. Sus expresiones suelen generar una respuesta en acción de otra persona, estas son experiencias sensorioS motoras que se inscriben en la memoria inconsciente; es decir, son sensaciones, pero no sentimientos, porque no tienen representación correspondiente en la consciencia, debido, no a la represión, sino a la inmadurez del sistema nervioso central. Sí se registran en el cerebro emocional y se expresan en acción a través del sistema nervioso neurovegetativo, y dejan huella en la memoria. Por todo ello es tan importante ese periodo de la vida tanto en el aspecto psicológico como en el orgánico, no
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solo para originar posibles patologías, sino para constituir la peculiaridad psicosomática de cada cual. Esa peculiaridad parte de la genética, pero ésta no es sino un mapa en el que pueden ocurrir unos u otros acontecimientos. Dos gemelos con idéntico genoma, desarrollan unos u otros aspectos en función de la interacción con el medio. Así se constituyen el patrón hormonal, el inmunológico, las conexiones neuronales, etc. Poco a poco, el sistema nervioso central se va mielinizando y se van estableciendo nuevas conexiones entre neuronas, lo cual es el sustrato biológico necesario para que se organicen las experiencias sensorioSmotoras y para que puedan representarse simbólicamente. Hasta entonces el bebé se apoya, por decirlo así, en la capacidad simbólica de la madre. Se trata de un proceso de interacción del tipo de la retroalimentación. El que el bebé realice movimientos, gestos, y exprese sensaciones, que son recogidas por la madre empáticamente y devueltas al bebé, permite que se vaya creando un registro inconsciente de episodios similares que se enlazan con el cerebro límbico o emocional. Para ello se requiere periodicidad y ritmo, para que dichos enlaces se refuercen y, de este modo pasen a formar parte de la memoria. A la vez, el bebé debe sentirse libre de peligro, es decir, contenido en cierto grado. Las situaciones angustiosas mantenidas, es decir, que no son contenidas por el ambiente, facilitan, entre otras cosas, una mayor vulnerabilidad al estrés en la etapa adulta o mayor facilidad para el enfermar psicosomático. Concluyo diciendo que los seres humanos nos expresamos simbólicamente a través de la palabra y del cuerpo, tanto pensamientos conscientes como actuaciones y síntomas corporales que transmiten información de contenidos reprimidos. Pero también se expresan a través del cuerpo contenidos inconscientes no simbólicos, previos a la represión. En la mayoría de las enfermedades psicosomáticas, que no son conversivas, existen estos dos aspectos en diversa proporción. Por ejemplo, un paciente que genera una úlcera péptica: como terapeutas podemos aproximarnos al síntoma que es la úlcera interpretando, por ejemplo la rabia que tiene y no expresa. Esta interpretación servirá para entrar en contacto con las representaciones simbólicas del paciente, ayudándole a desreprimir el sentimiento de rabia. Esto vale en el caso de que exista un contenido reprimido de rabia; pero no vale hacer una interpretación directa del tipo de ‘esa úlcera es expresión de la rabia que sientes’, sino ayudarle a descubrir, través de otros indicios, que siente rabia; sólo entonces se producirá el cambio adecuado al tomar consciencia del sentimiento antes repri-
mido. Pero considero que es necesario aproximarse a ‘lo que no hay’, es decir, a lo que no tiene significado para él, que es lo no simbólico, lo inconsciente no reprimido; con esto lo que hacemos es generar un significado de su experiencia básica, de modo similar a lo que hace la madre con el bebé. Esto creo que sólo puede hacerse mediante la interacción entre paciente y analista. Aquí se trata, no de descubrir símbolos o significados reprimidos, sino de generar símbolos o enlaces de significado hasta entonces inexistentes.
(Comunicación de centro a centro). En 1977, Grinberg, en su artículo ‘¿Es temida la transferencia por el analista?’, decía: “El analista debe dar interpretaciones nacidas del conocimiento intuitivo, coEsintiendo con el paciente”. Seguiremos evolucionando. Muchas gracias
(1). Psicoanalista Didacta del CEAP. (2). Trabajo presentado en las Jornadas del CEAP , Feb. 2017
Con esa interacción quiero decir que, al recibir el material del paciente, si se produce una conexión emocional, se produce una comunicación inconsciente entre ambos, de modo que el psicoanalista consigue entender algo y lo devuelve elaborado simbólicamente al paciente. Dicho así, parece que esto ocurre en cualquier interacción, pero cuando no se logra esa conexión emocional, la interpretación es una mera traducción a otros términos del material del paciente. Como cuando uno dice al médico que le duele la cabeza y él responde que usted tiene cefalea. Si se produce la conexión emocional, lo que dice el analista, sea pregunta, intervención o interpretación, procede no de la teoría, sino de la convicción emocional de que atisbamos algo, pero tenemos que atrevernos a conectar una y otra vez con la confusión del paciente, hasta que ambos, a la par, vamos disipando la niebla y comenzamos a ver. La alianza terapéutica es trabajar juntos para averiguar algo que no sabemos, no un paciente y un interpretador. Los pacientes, como los niños cuando nacen, vienen sin libro de instrucciones. Termino con dos citas que expresan cómo se han ido produciendo cambios en el psicoanálisis, supongo que como en otras disciplinas. Lo que en una época parece incorrecto y no acorde con la esencia de la disciplina unos años después es formulado de modo similar por otra persona y esta vez sí es aceptado como válido. Esta reflexión me la sugirió un comentario que William James, amigo de Kohut, le hizo a éste cuando publicó su libro ‘El análisis del Self’. Kohut estaba preocupado por la reacción que tuvieran sus colegas ante su trabajo, porque transgredía de alguna manera la teoría entonces en boga. Este comentario lo recogió Kohut en su obra póstuma ‘¿Cómo cura el psicoanálisis?’, y dice así: Primero dirán que todo lo que se dice es equivocado, luego que carece de importancia y es trivial y finalmente afirmarán que ya sabían todo eso. Pues bien, en 1968, un año antes de yo iniciara mi psicoanálisis, Erich Fromm dijo en uno de sus seminarios clínicos en México: La interpretación ideal es aquella en la que uno transmite lo que siente, que es lo que el paciente siente sin saberlo (…) el terapeuta estaría lo bastante dentro de él como para sentir lo que siente el paciente.
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Una intervención relacional: asesoría para padres y madres1 Lucila Chaves Vidal2
I
ntroducción
Esta comunicación se centra en una reflexión sobre algunos aspectos relevantes relacionados con la atención clínica y psicoeducativa dirigida a niños y adolescentes. El objetivo es destacar el contexto relacional, familiar y social, que influye en la formulación de las demandas, las expectativas de los consultantes y que incluso determina el tipo de dificultades que pueden presentarse con mayor frecuencia.
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Abordaré algunos rasgos diferenciales de la clínica con niños y adolescentes, desde un enfoque psicoanalítico, destacando el lugar en que queda situado el profesional que debe dirigir su escucha tanto al niño como a los padres. También haré referencia a cómo influyen los problemas sociales, la desigualdad, el cambio de valores y la crisis económica en las familias y, por lo tanto, en los niños y niñas. La experiencia descrita parte del estudio de autores actuales, que son referencia en el campo de la atención a la infancia, y se basa también en la práctica profesional de-
sarrollada en la Asesoría para Padres y Madres del Ayuntamiento de Majadahonda. Se trata de un programa de carácter fundamentalmente preventivo. Desde la Asesoría se realizan entrevistas de valoración y psicodiagnóstico y se asume también, en función de las posibilidades de tiempo, un abordaje clínico que incluye entrevistas de seguimiento con padres y madres, consultas terapéuticas padres-hijos y encuadres individuales con niños y adolescentes. El sufrimiento en la infancia: Para describir la experiencia diaria del trabajo asistencial en esta área, la primera reflexión que surge es la consideración de que la infancia constituye una etapa difícil, no exenta de conflictos y que conlleva sufrimiento. Los niños y niñas van a depender de sus padres durante un largo periodo. Van a necesitar crecer en un ambiente sostenedor que les aporte atención y cuidados, que les proporcione la seguridad necesaria para desarrollarse física y emocionalmente. Por tanto, el desarrollo evolutivo sano exige un ambiente relacional que proporcione contención, afecto y reconocimiento. Este planteamiento ha sido desarrollado por muchos investigadores psicoanalíticos, que publicaron sus trabajos desde mediados del siglo XX: R. Spitz desarrolló el concepto de “depresión anaclítica”; J. Bowlby describió la “díada madre-niño”, analizando su aspecto comunicativo; M. Mahler estudió las interacciones precoces, a partir de la noción de “separación individuación”; D. W. Winnicott analizó la función de “holding” (to hold: contener, sostener), imprescindible para el desarrollo del bebé. Es importante señalar que en nuestro ámbito se están desarrollando investigaciones que están revalidando estas teorías. Cabe citar recientes estudios que analizan la relación de la madre con el recién nacido prematuro. C. Pérez y sus colaboradores han estudiado el efecto de la sensibilidad materna en la sintomatología psicosomática en la primera infancia. La investigación arrojó los siguientes resultados: “(…) la presencia de síntomas psicosomáticos en los niños y niñas es visiblemente mayor en los casos en que las madres presentan una baja sensibilidad, en comparación con aquellas más sensibles” (Pérez, Simó, D’Ocon y Palau, 2016:12) Todos los niños prematuros con madres que puntuaron baja sensibilidad, desarrollaron síntomas psicosomáticos, mientras que en los prematuros con madres “sensibles” este porcentaje descendía al 40%. Los autores concluyen que la sensibilidad materna actuaría como factor de protección frente a estas alteraciones. La importancia de los vínculos tempranos y la necesidad de apoyar a las familias, para mejorar la relación con los hijos, también se va abriendo paso, aunque de forma casi
testimonial. Se puede citar el programa Primera Alianza, desarrollado por investigadores de la Universidad Pontificia de Comillas, dirigido a mejorar las relaciones de apego tempranas en contextos de exclusión social. (Pitillas, Halty y Berástegui, 2016) Los buenos tratos a la infancia: D. W. Winnicott (1981) consideraba que la personalidad humana en crecimiento se va integrando en una unidad, siempre que se den unas condiciones favorables. De ahí se deduce que el desarrollo sano exige un ambiente “sostenedor”. Para este autor existe un impulso hacia la vida, la integración de la personalidad y el crecimiento, pero también nos alerta de que si las condiciones no son suficientemente buenas estas formas quedan retenidas en el interior del niño y ejercen un efecto destructivo. B. Janin (2011), al analizar las dificultades que aparecen en la época actual y que complican el proceso de evolución y crecimientos sano, aporta la siguiente reflexión: “Freud analizó las consecuencias de la represión excesiva, de las exigencias culturales como imposibles de ser satisfechas en su totalidad, pero ¿cuáles son los peligros del predominio de comportamientos transgresores en los padres y en la comunidad en general? ¿No dejarán totalmente librado al niño a sus propias pulsiones destructivas? ¿No impedirán la incorporación de normas que acotan el funcionamiento mortífero?” (Janin, 2011: 85) Para que el desarrollo se dé en la línea de Eros, esta autora nos propone una serie de condiciones: •
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Una experiencia de erotización, pero en un marco en que las pulsiones estén sometidas a un proceso normativo. La existencia de un ambiente contenedor, facilitado por “adultos capaces de contenerse a sí mismos”. El desarrollo de procesos de identificación, con otro “diferenciado”, que pueda reflejar una imagen valiosa de sí mismo y del niño. La existencia de un ambiente social que transmita ideales culturales y una “ética de vida”.
Desde un enfoque sistémico, J. Barudy (2009) ha desarrollado una amplia trayectoria profesional dirigida a comprender y practicar la terapia con niños víctimas de malos tratos. Nos ofrece su propia reflexión sobre el ejercicio de la parentalidad. Considera que ser padre o madre constituye “uno de los desafíos más difíciles y más complejos que el adulto debe afrontar” En su opinión, para que la función parental se desarrolle con éxito la familia debe contar con apoyo social y comunitario. Señala también que los profesionales que atienden a niños y adolescentes deben ser capaces de comprender las dificultades que conlleva el ejercicio de la parentalidad para así ser poder ayudar a los padres y madres que no cuentan con competencias adecuadas y que pueden dañar a sus hijos.
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Barudy nos advierte de que en el momento actual, una época de crisis y de cambios, de incertidumbre, en una sociedad que avanza muy deprisa es imprescindible resaltar la importancia de los buenos tratos a la infancia.
permitan una actitud amorosa, sino porque el espíritu de una sociedad dedicada a la producción y ávida de artículos es tal que solo el no conformista puede liberase de ella con éxito”. (E. Fromm 1992:127)
Afirma que un contexto de buenos tratos puede explicar por qué, en niños con la misma predisposición genética se dan variaciones en el desarrollo de la enfermedad.
Barudy también resalta la necesidad de transmitir valores éticos a las nuevas generaciones en una cultura de buen trato. De esta manera sería posible transmitir a los niños herramientas para desarrollar “su capacidad de amar, de hacer el bien y de disfrutar de lo que es bueno y placentero”. Reconoce que este objetivo implica luchar por una “sociedad alternativa”.
Barudy describe los componentes que constituyen la “esfera afectiva” del buen trato y que implica la satisfacción de las necesidades de vincularse de ser aceptado y de ser importante para alguien. La necesidad de establecer vínculos se relaciona con la capacidad de los padres para permitir el desarrollo de un apego sano y seguro. Esta experiencia vincular posibilita la diferenciación para constituirse en una persona singular, psicológicamente sana, con vínculos de pertenencia familiares y sociales. La necesidad de aceptación implica que el niño reciba gestos y palabras que constituyan una experiencia de reconocimiento y aceptación. Se trataría de recibir atención y cariño, “sin entrar en una relación fusional exagerada”. La necesidad de ser importante para otro conlleva que los padres cuenten con un proyecto vital que puedan trasmitir a sus hijos. Sin embargo, este proyecto de los padres puede ser demasiado invasivo y desembocar en formas singulares de maltrato psicológico. Barudy destaca tres riesgos: delegaciones que implican una sobrecarga para el niño, delegación de misiones contradictorias, la delegación de “traición” (el niño es utilizado por uno de sus padres contra el otro).
Sostiene Barudy que el desequilibrio económico mundial es la principal causa del deterioro de la salud mental de la población, afectaría especialmente a los países pobres, pero también se haría sentir en los países ricos. Considera que existe una “negligencia contextual” que afecta a los niños y niñas que viven en situaciones de pobreza, guerra o violencia política. “En la mayoría de los casos de negligencia en que hemos intervenido los niños y sus familias vivían en lo que nosotros llamamos una ecología de supervivencia caracterizada por una situación crónica de pobreza, exclusión social y marginación. Si empleamos los indicadores clásicos para detectar situaciones de negligencia, más de la mitad de los niños de los países pobres y todos los niños pobres de los países ricos deberían ser considerados como víctimas de negligencia”. (Barudy, 2009: 97) Al abordar el tema de cómo afectan las crisis a los niños B. Janin nos ofrece la siguiente reflexión:
En un modelo de buenos tratos, la relación con los hijos se caracteriza por la capacidad para dar y recibir afecto, para establecer una comunicación exitosa, de este modo se estimula el desarrollo emocional y se transmiten normas y valores sin agresividad ni maltrato.
“(…) Cuando los adultos quedan arrasados por las circunstancias, habiendo perdido la identidad, si quedaron reducidos al registro de la necesidad, ¿cómo reconocer a los hijos como seres deseantes? Porque para ubicar a otro como tal, como un sujeto con derechos, hay que reconocerse a uno mismo como alguien igual a otros con derechos y obligaciones y al prójimo como un semejante diferente”. (Janin, 2011: 248)
Se trataría de padres “capaces de amar”, en el sentido de E. Fromm (1992). Padres que han sido capaces de resolver, al menos en parte, la dependencia, la omnipotencia narcisista, el deseo de explotación, y han adquirido confianza en sus valores éticos.
En la experiencia de esta autora, en tiempo de crisis los niños pierden a los padres como “fuente de seguridad y como filtro de los estímulos del contexto”. Los hijos también perderían la posibilidad de ocupar un “espacio” en la mente de los padres, abrumados y sobrepasados.
Para Fromm la capacidad de amar implica una orientación predominantemente productiva, supone actividad y se caracteriza por ciertos elementos: cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento.
Janin describe algunas características de la época actual que en su opinión inciden negativamente en la construcción de la subjetividad:
Sin embargo, el propio Fromm ya nos advertía de la dificultad de amar en nuestras sociedades: “La gente capaz de amar en el sistema actual constituye por fuerza la excepción; el amor es inevitablemente un fenómeno marginal en la sociedad occidental contemporánea. No tanto porque las múltiples ocupaciones no
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El temor a la exclusión: Este sentimiento se ha generalizado en nuestra sociedad. Deriva en miedo al futuro y tiñe la relación de los niños con el aprendizaje, que ya no está dirigido por el placer, se hace mecánico y solo se valora como entrada al mundo laboral. La idealización de la infancia: Si los adultos se sienten vulnerables, tienden, de forma defensiva, a sentir que los
niños son poderosos. Se confunde la fantaseada omnipotencia infantil con la realidad. La amenaza de un futuro incierto: Provoca desánimo, desinterés. El mensaje será: “Ya verás cuando seas mayor”. Implica temor, sufrimiento y desencadena en los niños “miedo a crecer”. La intolerancia frente al sufrimiento y la carencia de espacios para procesar el dolor: Se materializa en la exigencia de superar con rapidez cualquier experiencia dolorosa Esta adaptación rápida implica deshumanización equipara al ser humano como una máquina. La desvalorización del juego: El juego, forma privilegiada de elaboración, tiene cada vez menos espacio en la vida de los niños y niñas. Se considera una pérdida de tiempo. “(…) Los niños son sancionados cuando no pueden acomodarse a la situación exigida y juegan en clase (…) pero también hay los que se acomodan y se sobreadaptan desestimando deseos y sentimientos. O los que frente a la imposibilidad de elaborar el sufrimiento a través de la repetición creativa de lo traumático en la actividad lúdica repiten textualmente lo sufrido pasivamente y tienen estallidos de violencia, someten a otros o se golpean a sí mismos” (Janin, 2011:67) La prevalencia de la imagen: Las imágenes prevalecen sobre las palabras, y sobre todo si provienen de un aparato, dejan al niño como “espectador pasivo frente a estímulos rápidos”. Se dificulta la diferenciación adentro-afuera. “La televisión, los videos, ocupan el lugar de los relatos Pero hay diferencias. Las palabras son un tipo de representación que permite traducir sentimientos y afectos de modo que puedan ser compartidos, respetando secuencias. Los cuentos permiten ligar las huellas de vivencias armando mitos que pueden ser re-creados y modificados, dando lugar a la imaginación” (Janin, 2011: 68). La rapidez de la información: Se traduce en imágenes y produce un efecto de saturación de estímulos, provocando un estado de excitación permanente. Una vía de tramitación podría ser el comportamiento hiperactivo. Estos flujos tan veloces de imágenes podrían dificultar el desarrollo del lenguaje. No habría tiempo para construir el proceso secundario. La urgencia en la resolución de problemas: No hay tiempo para afrontar los problemas. Esto afecta a los niños, a los padres y a la escuela. Parece que solo existe el presente. Se considera que un niño que no rinde en los primeros años, fracasará en el futuro. El niño debe adaptarse pasivamente a lo que se espera de él. Los padres aceptan la propuesta de medicación, porque es la opción más rápida. La deificación del consumo y el dinero: El vacío se llena con objetos. Se busca acumular posesiones en lugar de profundizar en los vínculos.
“El goza ya como mandato termina siendo contradictorio porque es una orden que se contrapone al deber de estudiar, obedecer, etc. Al mismo tiempo, no queda clara la necesidad de cumplir con esos mandatos cuando el futuro no está garantizado y lo único importante es el presente” (Janin, 2011: 72) En cuanto al tipo de demandas actuales y a la gravedad de los trastornos que aparecen en la infancia y la adolescencia, Janin (2013) nos alerta de que se da una incidencia alta de consultas que hacen referencia a trastornos en la estructuración psíquica. Señala tres elementos clave: • • •
Fallas en el establecimiento de la represión primaria. Déficits en la constitución narcisista. Dificultades para la tramitación pulsional.
“Así, nos consultan por niños dominados por terrores que no pueden reconocer como tales y que se lanzan a pelear, defendiéndose de supuestos ataques; niños que no pueden dejar de exhibirse y no toleran no ser mirados en forma permanente; niños regidos por impulsiones”. (Janin, 2013: 200) La experiencia en la Asesoría para Padres y Madres: El Ayuntamiento de Majadahonda desarrolla, desde hace más de 30 años, programas de orientación y asesoramiento a padres y madres. A lo largo del tiempo, estos programas se han ido modificando y adaptando a diferentes circunstancias. La atención a las consultas se caracteriza por una actitud de escucha respetuosa y atenta, en la que el profesional trata de adoptar un rol de complementariedad en relación a los padres. El programa tiene un carácter preventivo, ya que los padres pueden consultar, en principio en relación con problemas que se dan con frecuencia a lo largo del desarrollo y que no siempre tienen un carácter claramente patológico. Sin embargo, en la mayoría de los casos, se atienden demandas en relación con dificultades que ya están interfiriendo en la vida del niño y de los padres. En la atención a las consultas se da especial importancia al análisis de las competencias familiares, tratando de que los padres puedan reconocer sus formas de reacción y analizar su repercusión en los hijos. Se trata de constituir una alianza terapéutica, partiendo de las habilidades que ya tienen, y proporcionándoles un apoyo para el ejercicio de la parentalidad. Desde la Asesoría se realizan entrevistas iniciales con los padres, se valora la situación presentada y, si es necesario, se inicia un proceso de psicodiagnóstico. A partir de ahí, algunos casos se asumen desde la propia Asesoría, a través de entrevistas de seguimiento con los padres, encuadres individuales con niños y adolescentes y consultas terapéuticas padres-hijos. En ocasiones se deriva el
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caso a otros profesionales o equipos, para tratamientos específicos. Los padres, además de proporcionar afecto y atención a sus hijos, son los responsables de su educación. Educar supone transmitir normas y valores, establecer límites y restricciones. No es una tarea fácil y algunos padres, por inseguridad, por temor a equivocarse, renuncian a esta función educativa y adoptan un rol simétrico de “amigos” de los hijos. Esta actitud influye en el desarrollo emocional de los niños. Además, de forma no siempre consciente, los padres otorgan al hijo un lugar de acuerdo con sus propias vivencias, sus expectativas y sus deseos. Se constituyen así en figuras de identificación privilegiadas. Desde el punto de vista clínico, para comprender la evolución de un niño es necesario incorporar una doble lectura: el reconocimiento de los fallos en su ambiente externo, la experiencia real vivida, las características de su contexto familiar y también el análisis de las fantasías inconscientes y los procesos de representación e inscripción subyacentes. Entender a un niño exige tiempo, esfuerzo, requiere escuchar a los padres, ponerse en su lugar, entender sin juzgar. También hay que escuchar al niño, captar su sufrimiento, entender lo que le pasa más allá de lo manifiesto. Este punto de vista implica situar al niño en un contexto relacional, aceptando que los conflictos psíquicos infantiles son complejos y no se puede dar cuenta de ellos desde un enfoque exclusivamente biológico o genético. En general, los consultantes llegan con un “diagnóstico” inicial, muchas veces procedente de la búsqueda en internet o “sugerido” por otros profesionales educadores y médicos, principalmente: “Tiene muchos indicadores de déficit de atención”. “Es posible que sea hiperactivo”. “Nos han hablado de un trastorno generalizado del desarrollo”. Dentro de estos “diagnósticos iniciales”, destacan por su prevalencia el déficit de atención, la hiperactividad, los problemas de autoestima y las dificultades de relación social. En ocasiones, esta tendencia a “patologizar” la infancia determina que se consideren como anormales conductas que pueden encajar perfectamente con una determinada etapa evolutiva, o problemas que pueden solucionarse con medidas educativas, en un contexto de firmeza y afecto. Tratar de desmontar esta posición inicial es, por tanto, la primera tarea. Hay que explicar que el desarrollo de un niño no es lineal, que se dan etapas de tensión y ansiedad, lo cual no significa necesariamente que exista patología. También hay que señalar que saber qué es lo que le pasa
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al niño requiere tiempo, se necesita tener información sobre él, conocerlo, entender cómo se relaciona, qué intereses tiene, etc. Esta actitud profesional descoloca a los padres, que a veces buscan soluciones rápidas, pero también produce un efecto muy beneficioso: permite desarrollar una comunicación más profunda, que les ayude a conectar con sus ansiedades y temores, y también con los del hijo. Para Beatriz Janin (2011), la urgencia es una característica de las consultas actuales. Considera que esto es así porque se ha abandonado la idea de la infancia como un periodo de evolución, de crecimiento. Actualmente, la infancia sería una etapa de “demostración de capacidades”. Los padres y maestros necesitan resultados rápidos. No queda tiempo para pensar. Para esta autora, hay una clara tendencia a actuar para acallar el síntoma, de ahí el recurso a la medicación. Por otra parte, la experiencia enseña que el hecho de consultar por un hijo siempre altera el equilibrio narcisista de los padres, los cuestiona en el ejercicio del rol parental y les hace sentir poco competentes. En la actualidad, en una sociedad basada en el “éxito” y la apariencia este efecto parece multiplicarse: El hijo, que debería encarnar las expectativas de logro de los padres, es puesto en entredicho. Los padres pueden sentir que no han sido capaces de resolver el problema del hijo por ellos mismos, y vivirlo como un fracaso. Existe el riesgo de que el hijo pase a representar, en la fantasía, los aspectos que los padres rechazan en ellos mismos. Es necesario reconocer esta “herida narcisista” de los padres y mostrar sensibilidad frente a su dolor. Al mismo tiempo hay que mostrarse sensible frente al sufrimiento del propio niño. En general, las consultas sobre niños y adolescentes se caracterizan por situar al profesional en una actitud de escucha que debe dirigirse tanto al niño como a los padres. Se trata de una posición técnicamente compleja, pero necesaria. Caellas, Kahane y Sánchez (2010) consideran que la clínica psicoanalítica con niños se apoya en un instrumento técnico, la “doble escucha”. Se trata de incluir al niño y a los padres y de desplegar una capacidad de escucha abierta, activa, respetuosa. Reconocen que la inclusión de los padres implica mayor complejidad, pero es una aportación imprescindible. “Para descifrar el enigma que representa la enfermedad del niño y la implicación de los padres en la misma, es fundamental sostener una escucha paciente y atenta que no decaiga ante los sinsabores de las incertidumbres y
las dudas. Pretender encontrar con prontitud la clave del problema por el cual vienen a consultarnos, solo entorpece y obtura la capacidad de escucha. Esto es válido para nosotros y para los padres” (Caellas, Kahane y Sánchez, 2010: 112) Estas autoras consideran que en la intervención con padres se puede emplear como recurso la “interpretación discriminante”, dirigida a comprender aspectos de la relación padres-hijos, para lograr una nueva visión del propio niño y de ellos como padres. De este modo se van descubriendo desplazamientos e identificaciones, se va discriminando lo que pertenece a cada uno de ellos. Hablan de la creación de un “espacio transicional”, en el que no solo interpreta el analista: son a veces los padres los que encuentran respuestas. Viñetas clínicas Para ilustrar el trabajo clínico desarrollado en la Asesoría, incluyo dos viñetas, en las que se destaca el aspecto relacional padres-hijos y el efecto beneficioso que a veces se puede obtener en un encuadre breve, dirigido a favorecer el desarrollo de actitudes parentales adaptadas a las necesidades de los hijos en momentos evolutivos de especial dificultad. Este tipo de intervención solo está indicada cuando nos encontramos frente a un “escenario neurótico de la parentalidad”, término empleado por Palacio Espasa (Apter y Palacio, 2014) para describir un funcionamiento parental en el que la conflictividad es moderada y permite “un apego relativamente seguro y la construcción de objetos internos suficientemente buenos”. 1. Medicación versus escucha activa Andrés tiene 8 años y cursa 2º de Primaria. Es diabético, le diagnosticaron la enfermedad a los 17 meses y está en seguimiento en su hospital de zona. Se tiene que pinchar 6 veces al día. En su colegio acude a la enfermera. En casa se encargan los padres y también está aprendiendo a pincharse él. El año pasado tuvo una etapa de ansiedad y le derivaron al Departamento de Psiquiatría del Hospital. El último doctor que le ha visto ha aconsejado medicación con metilfenidato y ha pedido una valoración psicológica. Es un niño que siempre está en movimiento, pero es muy inteligente y va muy bien en el colegio. Les han dicho que podría tener altas capacidades. Es muy justiciero: si se meten con él, responde; sufre mucho si le hacen un desplante. El padre dice: “Creo que le afectan los pinchazos. Si tiene que estar un rato con la aguja puesta, le duele, eso le afecta. A veces parece que lo ve todo negativo”. La madre dice: “Es muy impulsivo, no controla sus emociones. Le cuesta asumir la enfermedad. No le gusta verse
diferente”. Hablamos de lo que significa esa diferencia: para los padres, preocupación, sentimientos de incertidumbre Para el niño, inseguridad, ansiedad, que se traduce en miedo a lo desconocido, a los ruidos, a los cambios. La valoración con tests psicométricos arroja un resultado positivo: buena capacidad intelectual y buen rendimiento en las pruebas específicas de atención. El trabajo con el niño y los padres, en un encuadre breve, va permitiendo pensar sobre las relaciones familiares y los elementos depositados en el hijo. Se reduce la ansiedad. El padre asume un papel más cercano y comprensivo. La madre reacciona con menos ansiedad y culpa. Andrés se tranquiliza, parece más relajado. Aprende a reconocer que cuando está bajo de azúcar está más irritable (“Y no puedo pensar”). En ocasiones se sigue rebelando mucho, pero ya no tira las cosas, ni da puñetazos. Acuden al hospital a seguimiento: les siguen recomendando medicación. Esta viñeta refleja una situación muy frecuente en las consultas actuales: el recurso fácil a la medicación como única alternativa, aún en un contexto familiar receptivo y dispuesto a desarrollar estrategias de afrontamiento adaptativas. 2. Terrores nocturnos Jaime tiene 7 años. Sus padres informan de que presenta terrores nocturnos desde los 2 años y medio. El problema ha ido aumentando en frecuencia e intensidad. Mejora en verano, en las “épocas de más tranquilidad”. Le han hecho estudios médicos. Se ha descartado microlepsia. Les han dicho que se le podría medicar, pero los padres han decidido no hacerlo. En el colegio se porta muy bien. Es inteligente, tiene buena actitud, pero la maestra le ve muy introvertido y callado en clase. A veces lo ve muy tenso. Es un niño muy autoexigente. Es capaz de dormir solo en su cuarto y de quedarse en casa solo. A veces parece temeroso: “le preocupa lo que pueda pasar”. A veces ha hablado de sus sueños: una tijera, letras grandes y pequeñas que le dan miedo. Jaime vive con sus padres y convive los fines de semana con sus hermanos mayores, hijos de un primer matrimonio del padre (una hija de 18 años y dos hijos, de 20 y 22 años) Al día siguiente de la primera entrevista, el padre llama y pide una cita para él. Dice que hay algo que no me ha contado. Lo han estado hablando él y su mujer y quiere explicármelo. Acude solo a esta entrevista y me habla del dolor que siente porque Jaime le rehúye, no quiere estar con él, lo rechaza. “Yo he sido consciente de que yo ya no quería tener más hijos y pensé que este niño era para su madre. Dejé que ella lo cuidase, que pudiera disfrutar de él. Ahora siento que algo ha salido mal”.
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Cuando vuelven juntos, la madre dice que ella se sintió “abrumada” con este niño: “Todo era para mí, yo no tenía tiempo para nada más. No podía disfrutar, era un agobio”. La madre intenta ser muy normativa porque considera que su marido ha sido muy permisivo con los otros hijos y después ellos han tenido problemas de conducta, de aceptación de normas y responsabilidades. Hablamos de cómo encarar un proyecto de parentalidad en el que los dos puedan trabajar juntos y establecemos un encuadre de trabajo con los padres y el niño. Este trabajo vincular va dando fruto: en Jaime va apareciendo el deseo de hacer cosas divertidas con su padre, disfruta de su cercanía. Poco a poco, empiezan a funcionar en un registro en el que se va incorporando un tercero. Se va creando un espacio de actividad y juego entre padre e hijo. Entre los tres, valoran qué cambios pueden hacer en el cuarto de Jaime para que éste se sienta más cómodo. Le dejan opinar y aceptan sus sugerencias. Al niño se le ve más abierto y más tranquilo. Esta viñeta clínica es muy ilustrativa de la importancia de la figura paterna, que contribuye a superar el vínculo fusional con la madre, para situarse en un mundo simbólico, proceso que incluye la aceptación de normas y límites. Para finalizar, quiero señalar la importancia del asesoramiento profesional a los padres y madres, dirigido al desarrollo de intervenciones que permitan mejorar las interacciones familiares y garantizar unas mejores condiciones para el desarrollo emocional de los niños y niñas.
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349-358. Freud, S. (1909). Análisis de una fobia de un niño de cinco años. En Obras Completas. Volumen IV. Madrid: Biblioteca Nueva. Freud, S. (1930-1929) El malestar en la cultura. En Obras Completas, Tomo VIII. Madrid: Biblioteca Nueva. Fromm, E. (1956) El arte de amar Una investigación sobre la naturaleza del amor. Barcelona: Paidós. (1992) Gª – Villanova, F., Cuellar_Flores, I.; Eimil, B. y Palacios, I. (2013). “El estrés materno en la organización del vínculo madre-bebé prematuro de bajo peso”. Clínica Contemporánea, vol. 4 nº 2 Págs. 171-183. Janin, B. (2011) El sufrimiento psíquico en los niños. Psicopatología infantil y constitución subjetiva. México D.F: Noveduc. Janin, B. (2013) Intervenciones en la clínica psicoanalítica con niños. México D.F: Noveduc. Pérez, C., Simó, S. y D´Ocon, A. Palau, P (2016) “Una aproximación a la sintomatología psicosomática en la primera infancia: el efecto de la sensibilidad materna” Psicopatología y salud mental del niño y del adolescente Nº 27. Págs. 9-17. Pitillas, C., Halty, A. y Berástegui, A. (2016) “Mejorar las relaciones de apego tempranas en familias vulnerables: el programa Primera Alianza”: Clínica Contemporánea, Vol 7, Nº 2. Págs. 137-146. Winnicott, D. W. (1974) El proceso de maduración en el niño. Barcelona: Laia (1981) (1). Este texto fue presentado en la Jornada: “Trabajando emociones. Psicoanálisis en evolución – 40 años del CEAP”. Madrid. 18 de febrero de 2017. Agradecemos a su autora el permiso para la publicación. (2). Psicoterapeuta. Miembro del CEAP.
Pasiones de una madre Trinidad Simón Macías
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n 1913, Sabina Spielrein1 escribe2 dos artículos publicados en Imago, revista fundada por Freud en 1912: Mutterliebe3 –«Amor maternal»- y Die Schwiegermutter4 –«La suegra»-, ambos abordan la figura de una madre. El primero se centra en el amor de una madre y su huella indeleble en la memoria del sujeto. El segundo proporciona un fino apunte de la economía del deseo de madre y más fino aún, de la distinción entre hija e hijo si de dicho deseo se trata. En el año 1913 Sabina Spielrein lleva años separada de Jung5, de quien fue paciente como es sobradamente conocido, y ha afirmado su filiación freudiana. Habría que recordar que Sabina llega a Viena en octubre de 1911, siendo aceptada como miembro activo y participante de las reuniones de los miércoles en casa de Freud, la futura Asociación Psicoanalítica de Viena. Fue una de las primeras mujeres de la Asociación –con ella llega también Tatiana Rosenthal6, rusa como Spielrein- pero no la primera, que sí lo fue Margarethe Hilferding, la cual en enero de 1911 había hablado en una de las reuniones de un trabajo suyo titulado Los fundamentos del amor materno, donde desarrolló sus ideas sobre la fundamentación cultural, no instintual, de la maternidad. Trabajo que parece haber quedado confinado en algún tenebroso rincón, de tan innacesible. Hilferding, que salió de la Asociación el día que entraba Spielrein, se alineó a las ideas de Adler. Ello no impide considerar dicho trabajo como un hito en nuestro proceder teórico con la maternidad. Ya en su título, el trabajo de Hilferding, nos orienta suficientemente sobre el tema tratado, y nos permite apreciar que las primeras mujeres psicoanalistas, cuando las ortodoxias y heterodoxias aún no estaban canonizadas, aquellas que hemos de traer a la luz, estaban interesadas en pensar y teorizar sobre las madres. La maternidad en el punto de mira, lo que las coloca en un tiempo muy actual, pues afortunadamente se va abriendo paso pensar el que podemos llamar, tabú de la madre. Hilferding tenía establecida su consulta en un barrio obre-
ro de Viena, pues es concordante con la mayoría de los primeros psicoanalistas su atención a la clase obrera y, en ocasiones, su militancia en los partidos políticos que defendían sus derechos. Sabina Spielrien no pudo escuchar a Hilferding, puesto que, como hemos dicho, llega al grupo de Viena en octubre de ese año. Tal vez o no, conocía el trabajo de Hilferding, lo que sí puede ser afirmado es que las ideas se gestan en las marmitas del tiempo, otra manera de nombrar el Zeitgeist. Spielrein, como Hilferding y otras pioneras psicoanalistas, es de las mujeres que han tomado el ágora y muestran sus opiniones y sus trabajos a la par que sus colegas masculinos. Era una voluntad inequívoca. Algunas de estas mujeres pagaron un alto precio en sus vidas, incluso con sus vida misma. La mayoría pertenecía a las clase burgue-
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sa ilustrada y junto con la clase obrera, constituyen uno de los sujetos sociales emergentes de finales del siglo diecinueve y primeros años del veinte. Ellas fueron pioneras en pensar lo femenino, y entre ellas, Spielrein tiene un lugar de primera fila. Los artículos aquí reseñados destacan dos aspectos: la raíz freudiana de sus teorizaciones y el estilo de Sabina Spielrein que, pienso, no es producto de escribir en una lengua no materna, el alemán, sino una forma de escritura que le es propia, una opción fundada en su ser que hace de él un estilo psíquico, rasgo y seña de lo propio inconsciente, sui generis de su subjetividad. En el primero que vamos a comentar, Amor maternal, Spielrein muestra que la huella primera de la madre está fijada en la elección de objeto de deseo de un sujeto. Spielrein pone a la luz las razones inconscientes que cualquier hombre pide o busca, o no sabe que pide y busca, en el amor a una mujer: «Una fuerte fijación a los modelos maternales producirá grandes resistencias hacia cualquier objeto de amor sexual, en cada imagen de mujer, se inmiscuye la imagen matriz de la madre, bien casi con conciencia, o subconscientemente»7. Spielrein destaca la fijación (Fixierung) como condición de efecto en un sujeto. Por eso comenta que lo ha encontrado en las experiencias infantiles de los fenómenos neuróticos, en los que no es raro8. Obsérvese la matizada expresión en su generalización -«No es raro»- aun escribiendo en una revista de la profesión, que diríamos hoy. Probablemente no por dudas, sino por estilo. En Sabina Spielrein se cumple la aspiración de Buffon para la escritura: «El estilo, es el hombre»9, entiéndase «hombre» como nominación genérica de la especie humana. El estilo, marca subjetiva. Spielrein escribe este pequeño artículo de Amor maternal a partir de una nota que su hermano Jean Spielrein le hace llegar sobre un recuerdo personal. Leamos a Sabina: «Una niña de seis años de edad quiere tener a su hermano pequeño en su camita. “Mamita”, le pide, “déjame disfrutar de su hermoso cuerpecito”»10. Spielrein narra en palabras de la niña, con diminutivos y dulzura, cual si una historia fuese a ser contada. Nos la evoca en su deseo y arrobo. No ignora Sabina que la ternura del enunciado no vela la carnalidad de las palabras, así que rápidamente se apresta a salvar su inocencia: «La niña que es muy vigilada por sus padres no tiene “ni idea” de cuestiones sexuales»11. Sabina trata de poner la raya, al tiempo que ayunta amor y deseo. La curiosidad de la niña por el cuerpo del hermano y su identificación con la madre en el amor que le profesa: «Por el contrario abriga aquí, sentimientos maternales»12. El estilo elegante y elusivo de Sabina, permite acoger la fascinación de la niña por el cuerpo del varoncito sin que se llame a escándalo quien lee -como se diría en aquel su
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tiempo. Spielrein subraya el amor, y no el falo, pero este se hace oír en el verbo que emplea: geniessen13, disfrutar en español, pero también gozar, saborear, y otros significados donde lo carnal se hace presente. Las palabrascarne, podría decirse. La pequeña del artículo es una artista de la palabra, que embauca su deseo con las arras del amor, y cumple así con lo que sus padres le piden: «“ni idea” de cuestiones sexuales». La niña que pide disfrutar del cuerpecito del hermano, ¿está identificada con la madre en posición de hacer con el hermano lo que la madre hizo con ella, como se observa en el juego con la muñeca14? ¿O, está identificada a la madre en lo que el bebé es para la madre, algo que atañe al cuerpo y al goce? Sabina nos dibuja a la niña y al hermanito entregados a la ternura gozosa del roce: «Podemos suponer que para los más pequeños, el contacto de una hermana les es igualmente agradable»15. Nombra aquí un lugar de equivalencia en la estructura psíquica entre madre y hermana, lugares biunívocos no siempre tenidos en cuenta, y donde como en tantas otras develaciones la debemos considerar una adelantada. Spielrein sostiene y afirma que las experiencias de ternura dejan huellas: La sexualidad en juego imprime la huella, velada por el amor. Spielrein fue siempre una estupenda lectora de Freud, y le tenía presente al teorizar su clínica. Con su estilo de afirmar persuadiendo, Spielrein escribe: « ¿Por qué sorprenderse si esta impresión, como cualquier otra, deja una huella en nuestra psique?»16. Digo persuadiendo porque escribir «como cualquier otra» no siendo que así sea, persuade de negar lo que afirma. «Cualquier otra» siempre puede ser, «cualquier otra» experiencia de sexualidad y amor. Y sino, atendamos a lo que sigue: « ¿Por qué debería darse por poco probable la afirmación de que el primer “amor físico” de los adultos recurre a estas experiencias infantiles?»17. «Amor físico» (körperliche Liebe), el ayuntamiento de amor y sexo dispone de una previa huella significante –como prefiero decir— en la memoria de un sujeto. Una huella constituida antes de Edipo, puede decirse, pues Spielrein habla de experiencias tan tempranas que incluyen aquellas del cuidado y la limpieza que una madre da, o como la que nos relata, la de una niña con su hermanito bebé. Edipo está aún lejos, y Spielrein está afirmando que las huellas de una madre se imprimen –se fijan- en la naciente subjetividad antes de que Edipo venga a reorganizar el conjunto. Freud no es hasta 1932 que reconoce la imborrable huella de la madre para la niña18, y cae en la cuenta que para el niño, siempre lo es19. Sabina Spielrein ha llevado el asunto hasta donde pretendía eludiendo pero aludiendo al cuerpo y sus atributos. La madre y la hermana, formas equivalentes en la estructura; el deseo referido al cuerpo, y el amor: ternura y deli-
cadeza más allá del cuerpo. Además, incesto materno como producción de síntomas: asco, vergüenza y miedo o angustia20. Freud no había subrayado aún la potencia sintomática del incesto, sobre todo del incesto materno. Spielrein, siempre con las representaciones presentes en sus teorizaciones y su escritura dulce y dócil, transmite amablemente su acogida del dolor, al tiempo que señala con firmeza la raíz del sufrimiento, si la madre es la forma en la elección de objeto amoroso, habrá consecuencias subjetivas para el individuo y posiblemente para la pareja, pues ahora sabemos que la otra en la vida de un hombre puede estar relacionado justamente con la matriz materna de su amor a una mujer. Buscará en la otra la satisfacción del deseo que aquel amor tan maternal a la mujer elegida, no permite que pueda ser satisfecho o el asco, la vergüenza o la angustia, se harían presente. Amar a una, a la que degradaría si la desea, pues contiene la imago materna, y desear a otra que satisfaga el goce carnal. Sabina Spielrein apunta en esta dirección. Con su estilo conciso y breve, orienta la brújula hacia lo inaudible. Freud en Imago21 quería dar entrada a trabajos no exclusivamente metapsicológicos, publicar reflexiones y reseñas con enfoque divulgativo que permitiera al psicoanálisis acoger la cultura en general y, al tiempo atraer a públicos de ámbitos ajenos a la profesión. Spielrien con este articulito cumple sobradamente estos objetivos, pues al escribir con estilo sobre las cosas serias del aparato psíquico, permite a un público curioso, observar pececillos desde la cómoda orilla. ¿Hay en nuestro tiempo ese tipo de público para nosotros? Probablemente, más que el fondo, siempre se trate del estilo22. Siguiendo con el estilo de Sabina Spielrein, el segundo artículo que publica el mismo año y en la misma revista de Imago, es el de La suegra23, donde volvemos a encontrar a Spielrein avanzada a su época, interesada en el análisis de lo femenino, inaugurando problemáticas no abordadas, tal como hacía en el artículo anteriormente comentado, pues referido a un varoncito – un hermano –, el juego de deseos es entre la madre y la niña, y aquí, en La suegra, entre una mujer y la otra. Es temática spielreniana la de las madres y las hijas. Después, adelantada siempre, lo será el lenguaje24. La suegra, con su estilo acogedor y dulce, salpicado de las pinceladas de gracia de su benévola forma de mirar el mundo, encierra alguna aguda crítica al patriarcado reinante y a las adocenadas maneras de las clases bienpensantes. Sabina, como otras mujeres intelectuales de su tiempo, no ha venido al mundo para ser una mujer exclusivamente sometida a la tradición, sino que la cuestiona, la interpela y la subvierte, si se requiere. A su modo, y con su forma, en este artículo se propone psicoanalizar la relación entre mujeres, o por lo menos, con la otra, como me parece pertinente nombrar. En la vida de una mujer, el otro es la otra. La nuera y la suegra. Spielrein parte de Freud, en concre-
to del primer apartado de Totem y tabú25: “El horror al incesto” que había aparecido, al igual que los tres restantes apartados que componen el libro de Freud, en forma de ensayo en Imago26. En este capítulo Freud hace referencia al tabú entre yerno y suegra abundante en muchos pueblos llamados entonces primitivos. Spielrein retoma el tema para situarlo en la sociedad occidental y contemporánea. El desarrollo del mismo gira sobre el triángulo: madre-hija-suegra, donde la madre de la hija se alegra más del matrimonio de su hija, que la madre del hijo27. La alegría (freut) cruzada entre dos madres, con retrato de hija al fondo, ocupando el polo de deseo para las tres, el hijo de la suegra de la hija, el varón nombrado. Una mujer y la otra, a la hora del deseo. Spielrein se pregunta por las razones de deseo de las madres implicadas. Antes de nuevo, la razón social: no es solo la falta de independencia social de las mujeres28. Ataja el posible argumento sociológico, «dejar a la hija recogida», preocupación fundamental de las madres, también de la burguesía, como con finura, sentido y sensibilidad nos cuentan las muy interesantes novelas de Jane Austen, y no es la única. Spielrein, al tiempo que pone la mira en los movimientos libidinales inconscientes, apartando lo social, lo denuncia. Una de las madres, pierde; la otra, en posición de rivalidad, gana. No es un acertijo, pero quien lee puede, antes de seguir, hacer su apuesta sobre cuál de las dos suegras implicadas es la que pierde, y cuál gana. Lo que muestra que el tiempo sociológico se mueve con palos en las manecillas, o con relojes a los que se olvidó dar cuerda, como el de Tristam Shandy. Efectivamente, pierde la madre del hijo y gana la madre de la hija29. Lo curioso e interesante es la razón que dilucida para que la madre de la casada gane: que vive la vida de su hija30. Breve y concisa, escrita cual un inciso. Spielrein es estilo.Se trata de una forma de decir, no ensayada antes, diría que tampoco después, al menos con esa viveza, vivir la vida de la hija y renovar la propia juventud. Rivalizar por el deseo del hombre de su hija, y no dar paso, menos aún la mano, a la mujer que su hija es. No abrirle las puertas, sino cerrárselas. Sabina fue sabia y afirma lo que ya empieza a ser aceptado: La relación de una madre con su hijo es distinta que con su hija31, y pone el acento en la maternidad. Una hija llega a ser también madre, y al igual que ella – que la madre – que ocupó noches con sus criaturas, la hija a su vez, lo hace con las suyas, lo que desde el punto de vista de Spielrein, les confiere una intimidad32 (Innigkeit), donde Innig significa profundo, que ambas sean madres confiere a la relación una profundidad, como quien dice una intensidad; al tiempo que una competencia33 (Konkurrenz), constante. Precisamente en ese lugar que les es común: ser madre, o mujeres deseadas por un hombre. Spielrein fue primera en abordar la conflictiva relación madre-hija, la laceración y el estrago de una hija con su madre, y viceversa. Concisa y breve, pero no menos nota
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teórica germinadora de futuro. Reconocer el legado teórico y clínico de nuestras antecesoras es obligación de la teoría psicoanalítica con la memoria constituida y constituyente de nuestro proceder. Siguiendo su estilo, escribe: es más erótica y menos íntima34. La relación con el hijo es más erótica, la de la hija es más íntima (intimes). Insiste en la intimidad, esta vez, nos entrega un vocablo próximo, pues íntima es palabra que deriva del adverbio latino intus (dentro) y mus (sufijo superlativo del indoeuropeo arcaico). Muy dentro. Pero también familiar. Profundidad e íntima familiaridad. Casi extrañeza, diríamos. Puede ser leído –en esta insistencia íntima y profunda— el murmullo selvático de los cuerpos y la pasión, antes que Edipo regule con la ley, por tanto con sus prohibiciones. Íntima pues, opuesto a erótica, amor y deseo. Una intimidad tan familiar que provoca rivalidad -¿será de ahí la extraña atmósfera?- frente al amor y el deseo, libre de competencia y vil hostilidad. La hija y el hijo, bien distintos para una madre. Para el hijo un amor apasionado. Un Edipo conocido. Para la hija una amorosa hostilidad. Un Edipo por conocer.
hijos, las familias de origen como obstáculos en un proyecto propio de vida. No es tan extraño lo que escribe Spielrein, es común, es cercano, es escuchado en la cotidianidad de nuestro oficio. Spielrein psicoanaliza las razones inconscientes de los lazos maternos, con las suegras como excusas de la otra de las hijas. La otra desdoblada: la madre y la suegra. Las amigas las dejó para hablar de ellas en sus diarios.
Escribe Spielrein: «Principalmente en las familias donde falta el padre, la madre acostumbra a tomar a su hijo como hombre, al que mira como consejero y protector. En el mundo subconsciente de fantasía él es el novio»35. Lo social: «Las familias donde falta el padre». Ahora podemos añadir, que esa falta no es imprescindible que sea en la realidad, puede que la falta sea en lo real, por ello, sin lugar de reconocimiento o simbólico para el padre, o al menos un frágil lugar. Aquí, un Edipo tradicional, aun así, antes y ahora. No es tan tradicional lo que añade a continuación, pues si en el artículo del Amor maternal la madre es huella indeleble en el varón, en La suegra el hijo es el partenaire de deseo de la madre: «No es fácil para ella comprender su amor a otra mujer»36.
Por eso al final, volvemos al principio, donde Spielrein se pregunta por qué la mala fama es propia de La suegra y no de los suegros40. Sí, desde el inicio Spielrein se interroga por las diferencias entre los sexos, y ella, artista que quiso ser, cae en la cuenta que hay pocas mujeres dedicas y reconocidas en el arte. Su ambición epistemofílica le lleva a proponer una teoría para explicar esta situación: Las mujeres pueden satisfacer menos sus propios deseos41, la función biológica de reproducción y educación les retrae el vuelco al exterior y les confina en el cuidado y el trato a los otros42. El arte requiere objetivación43, como después de ella escribirá Cernuda44, que a buen seguro jamás oyó hablar de esta congénere de ideas. Su diagnóstico, sujeto a revisión prudente, escribe45, no puede ser sino desfavorable para las mujeres, que compensarán su menor creación, criando hijos.
Estamos aquí en el psicoanálisis del deseo de madre que nos conforma una figura de madre, la suegra, incestuosa e invasiva. Esta madre, es la otra de la pareja del hijo. Ahora bien, el estilo de Spielrein, cercano siempre a la acogida del sujeto del inconsciente, próximo siempre al desamparo del sujeto, aledaña su escritura a la acogida clínica, no critica. Da razones para el entendimiento. Y como salida de la encrucijada propone el amor maternal, una madre amorosa que terminará por aceptar sin envidia, la fortuna del amor de su hijo a otra. Ardua y difícil tarea, escribe, que puede que no se logre nunca plenamente37. Spielrein y la bondad, pero no la ignorancia. Si con la hija rivalidad y por ende, hostilidad; si con el hijo, exceso de erotización. El destino de separación de las madres de sus hijos es incierto. Por eso, para Sabina el matrimonio ideal es estar separado completamente de las familias de origen38. Se salva Sabina escribiendo “Ideal”. Un ideal, la guerra con un real. Y ¡cómo no!, en ese ideal, pertenecerse (gehören) completamente el uno al otro39. Su ideal, su pasión, su confusión, su decepción. Así, en su vida. Aquí, prevaleció una brönte enamorada, paradigma del amor romántico. Las madres como estorbo para el amor de sus hijas e
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Si Freud, en el texto de La feminidad del 1932, reconoce la fuerza de la huella materna en la hija, Spielrein en su texto de La suegra despliega agudamente la confusa relación de la madre con su hija, ya sea compitiendo por el hombre de la hija, ya sea en la maternidad con sus hijos. No menos desarrolla la erotización de una madre con su hijo varón. Acosada por ambas madres, la hija de marras puede quedar sin amarras. Que Spielrein escriba con cálida mirada no le impide observar los deseos oscuros del narcisismo de las madres. Del Amor maternal a una mujer en el mundo. De La suegra a la separación de las madres.
¡Ah! Pero Sabina es sagaz, y su posición no es la insignia de la maternidad, sino la de la mujer en el ágora, por eso en La suegra, su texto entre mujeres, se lee que son las condiciones de la realidad las que les impiden crear menos. Ellas que tienen la misma capacidad y potencia imaginativa que los hombres46, hay un territorio donde, incluso las menos creativas son artistas. Ese lugar es la via regia del inconsciente: los sueños. Allí, incluso las menos dotadas, son poetas47. ¿O es el inconsciente el que se comporta como un poeta? Una niñita quiere, cual la madre, gozar del cuerpecito de su hermanito. Una madre quiere a su hijo para sí, y a su hija como rival. Para inmensa fortuna, como escribiría Spielrein, el inconsciente les habita. Bienvenido su poeta. Trinidad Simón Macías. Psicoanalista. Escritora. trinidad.simon@gmail.com BIBLIOGARAFÍA Diario de una secreta simetría. Sabina Spielrein entre
Freud y Jung de Aldo Carotenuto, ed. Gedisa, Barcelona, 2012.
sos artículos, ha publicado en el año 2014 un libro sobre la psicoanalista Sabina Spielrein.
Discurso de Buffon sobre el estilo de M. de Buffon. Traducido y anotado por Manuel G. Revilla, México, Tip. Económica, 2ª San Lorenzo núm. 32, 1911, biblioteca de México “José Vasconcelos”
1 Juego Limpio. Sabina Spielrein entre Jung y Freud y los tiempos actuales de Trinidad Simón Macías, ed. Psimática, Madrid, 2014.
«Lección XXXIII. La feminidad» (1932) de Sigmund Freud, en Obras Completas, ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1974, tomo VIII. «Sobre las causas ocasionales de la neurosis» (1912) y «La disposición a la neurosis obsesiva» (1913) de Sigmund Freud, en Obras Completas, ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1972, tomo V.
2 Sabina Spielren (1885-1942) fue una de las primeras mujeres psicoanalistas. Sämtliche Schriften de Sabina Spielrein, ed. Kore, Freiburg, 1987. 3 Sabina Sipielrein. Imago: 1913, 2:523-524 y en: Sämtliche Schriften, ed. Kore, Freiburg, 1987, pp.167-68. 4 Sabina Spielrein, Imago, 1913, 2:589-91 y en: Sämtliche Schriften de, ed. Kore, Freiburg, 1987, págs. 178-183.
Totem y tabú (1912-13) de Sigmund Freud, en Obras Completas, ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1972, tomo V.
5 Aldo Carotenuto, Diario de una secreta simetría. Sabina Spielrein entre Freud y Jung, ed. Gedisa, Barcelona, 2012.
Correspondencia Sigmund Freud/Carl G.Jung, William McGuire y Wolfgang Sauerlander (ed.), ed. Taurus, Madrid, 1979, Madrid, 1974.
6 Un rápido repaso a las primeras mujeres psicoanalistas en: Juego Limpio. Sabina Spielrein entre Jung y Freud y los tiempos actuales de Trinidad Simón Macías, ed. Psimática, Madrid, 2014, pp. 205-209.
Sigmund Freud Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904), ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1985. Seminarios. Las Psicosis, Libro 3 de Jacques Lacan, ed. Paidós, Buenos Aires, 1984. Seminarios. El Sintohome de Jacques Lacan, ed. Paidós, Buenos Aires, 2006. La familia de Jacques Lacan, ed. Homo Spaiens, 1977. Juego Limpio. Sabina Spielrein entre Jung y Freud y los tiempos actuales de Trinidad Simón Macías, ed. Psimática, Madrid, 2014. Sämtliche Schriften de Sabina Spielrein, ed. Kore, Freiburg, 1987. RESUMEN «Pasiones de una madre» se basa en dos artículos de la psicoanalista de la primera generación Sabina Spielrein: Mütterliebe y Die Schwiegermutter, ambos publicados en 1913 en la revista de psicoanálisis Imago. A través de las ideas de Spielrein, el artículo trata de los movimientos pulsionales en juego en el deseo y en las pasiones que en la función materna pueden escucharse en nuestro trabajo clínico. Desde la identificación y rivalidad con la hija, a la posesividad del hijo. Aborda pues, las dificultades de separación y reconocimiento del otro que una madre tiene con relación a sus hijos, resaltando la especificidad del conflicto con una hija. NOTA BIOGRÁFICA Trinidad Simón Macías es psicoanalista de niños, adolescentes y adultos. Ha ejercido durante una década en los Servicios de Salud Mental Pública de Madrid, actualmente ejerce en el ámbito privado en Madrid. Autora de diver-
7 Sämtliche Schriften de Sabina Spilrein, ed. Kore, Freiburg, 1987, págs. 167. 8 Idem 9 “El estilo, es del hombre” en Discurso de Buffon sobre el estilo, traducido y anotado por Manuel G. Revilla, México, Tip. Económica, 2ª San Lorenzo núm. 32, 1911, pág. 25. Biblioteca de México “José Vasconcelos” [“Ces choses sont hors de l’homme, le style est l’homme même” Buffon (1707-1788) Discours sur le style, pág. 10. Discours prononce a L’Academie Francaise par M. De Buffon le jour de sa reception le 25 Aout 1753. Texte de l’édition de l’abbé J. Pierre Librairie Ch. Poussielgue, Paris, 1896] 10 “Mütterliebe” de Sabina Spielrein en: Sämtliche Schriften, ed. Kore, Freiburg, 1987, p. 167. 11 Ídem 12 Ídem 13 Véase nota 10. 14 ”La niña jugaba a ser la madre, y la muñeca era ella misma; de este modo podía hacer con la muñeca lo que la madre solía hacer con ella” en: Sigmund Freud, «Lección XXXIII. La feminidad» (1932) en Obras Completas, ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1974, p.3174, tomo VIII. 15 «Mütterliebe» de Sabina Spielrein en: Sämtliche Schriften, ed. Kore, Freiburg, 1987, p. 167. 16 Ídem 17 Ídem 18 Sigmund Freud, «Lección XXXIII. La feminidad» (1932) en Obras Completas, ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1974, 43
pág. 3168: «No es posible comprender a la mujer si no se tiene en cuenta esta fase de vinculación a la madre, anterior al complejo de Edipo».
27 Die Schwiegermutter»,Sabina Spielrein en Sämtliche Schriften, ed. Kore, Freiburg, 1987, p. 181. 28 Ídem.
19 «El primer objeto amoroso del niño es la madre; sigue siéndolo en la formación del complejo de Edipo y, en el fondo, durante toda la vida”». Ídem
29 Ídem.
20 «Mütterliebe» de Sabina Spielrein en: Sämtliche Schriften, ed. Kore, Freiburg, 1987, pág. 167.
31 Ídem.
21 « con la nueva revista no médica» Correspondencia Sigmund Freud/Carl G.Jung, William McGuire y Wolfgang Sauerlander (ed.), ed. Taurus, Madrid, 1979, 280F, Ídem, p. 524. 22 “Aquello, el fondo, está por decirlo así, fuera de la personalidad humana” en Discurso de Buffon sobre el estilo, traducido y anotado por Manuel G. Revilla, México, Tip. Económica, 2ª San Lorenzo núm. 32, 1911, pág. 25. Biblioteca de México “José Vasconcelos” [“Ces choses sont hors de l’homme” en Buffon (1707-1788) Discours sur le style, pág. 10. Discours prononce a L’Academie Francaise par M. De Buffon le jour de sa reception le 25 Aout 1753. Texte de l’édition de l’abbé J. Pierre Librairie Ch. Poussielgue, Paris, 1896]. Es decir, como cuenta Buffon, las ideas, los conceptos pueden ser pensados por otros o/y tomados por otros y según la “personalidad”, esto es, según el estilo de quien escriba, aquello tendrá una trayectoria o no. De ahí que la personalidad es lo que importa, es decir, el estilo personal. 23 «Die Schwiegermutter» en:Imago, 1913, 2:589-91 y en: Sämtliche Schriften de Sabina Spielrein, ed. Kore, Freiburg, 1987, págs. 178-183. 24 Sabina Spielrein: «Die Entstehung der kindlichen Worte Papa und Mama», Imago, 8:345-67, 1922 y en Sämtliche Schriften, ed. Kore, Freiburg, 1987, págs. 238-262. «El origen de las palabras “papa” y “mama”». 25 Totem y tabú (1912-13) de S. Freud, ed. Biblioteca Nueva, Madrid, 1972, pp. 1747-1758, tomo V. 26 «Necesitamos un título manejable, que no suene como directamente literario; no disponemos de otro mejor y el de Imago tiene quizás la vaguedad precisa. Ayer hemos fijado el contenido del primer número. Yo publico el primero de tres breves ensayos, que tratan acerca de las analogías entre la vida psíquica de los salvajes y la del neurótico. El primero se titula: El miedo al incesto. Los otros se titularán La ambivalencia de las orientaciones afectivas y La magia y la omnipotencia de las ideas.» en: Correspondencia Sigmund Freud/Carl G.Jung, W. McGuire y W. Sauerlander (ed.) ed. Taurus, Madrid, 1979. 293F, p.548. «El primer ensayo, “El miedo al incesto” (Sobre algunas coincidencias en la vida psíquica de los salvajes y de los neuróticos, I), apareció en Imago, tomo I, núm. 1 (28 de marzo 1912)» nota 2, p.548. El resto de los ensayos apareció en sucesivos números de la revista y en 1913 es publicado como libro, con el título que nos es conocido.
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30 Ídem.
32 Ídem. 33 Ídem, p.180. 34 Ídem, p.181. 35 Ídem. 36 Ídem. 37 Ídem. 38 Ídem. 39 Ídem. 40 Ídem, p.178. 41 Ídem. 42 Ídem, p.179. (Spielrein consideraba que las mujeres al quedar impedidas de satisfacer sus deseos volcándolos en la realidad, tienen una mayor capacidad de empatía (einzufühlen) que les permite identificarse más con los otros). 43 Ídem. 44 «Proyectar mi experiencia emotiva… para que así se objetivara mejor, tanto dramática como poéticamente» Luis Cernuda en: “Historial de un libro” incluido en La realidad y el deseo (1924-1962), ed. Alianza literaria, Madrid, 2000, p.405. 45 «Die Schwiegermutter»,Sabina Spielrein en Sämtliche Schriften, ed. Kore, Freiburg, 1987, p. 179. 46 Ídem. 47 Ídem p.183.
Adolescencia, hoy… y siempre Pablo J. Juan Maestre1
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esumen:
Hablaré aquí de la adolescencia hoy. Tomaré para ello las características que de ella dio un autor que trabajó con niños y adolescentes toda su vida, Donald Winnicott. Me veré abocado después, a dejarme acompañar por Ricardo Rodulfo y los trabajos de la adolescencia que él propone como insoslayables para realizar el transito de la infancia a la adultez. Pasaré a señalar con Finkielkraut el fenómeno imaginario y especular que se produce en nuestra sociedades actuales, para acabar reivindicando la adolescencia, bien entendida, como un valor al que cualquier sociedad civilizada no debe renunciar. 1. LA ADOLESCENCIA HOY. 2. CARACTERISTICAS DE LA ADOLESCENCIA SEGÚN WINNICOTT. 3. TRABAJOS DE LA ADOLESCENCIA SEGÚN RODULFO. 4. ADOLESCENCIA Y ESPECULARIDAD SOCIAL: FINKIELKRAUT. 5. ADOLESCENCIA, SIEMPRE.
1. La adolescencia hoy: Siempre se ha definido la adolescencia como una edad de transito entre la infancia y la adultez. En las sociedades y culturas estables, este etapa se definía claramente en un momento y se marcaba con un rito. John Boorman en su película “La selva esmeralda” lo narra con solvencia, mostrando como una simple ceremonia de inmersión en las aguas de un río, hacía morir al niño y dejaba nacer al hombre, que en este segundo nacimiento recibía un nombre nuevo y era apartado de las mujeres y las madres. Conforme las sociedades fueron avanzando y convirtiéndose en culturas menos estables, los ritos fueron desapareciendo o haciéndose más extensos, el servicio militar parece en la nuestra el último vestigio de aquellos rituales de transito y, en la actualidad, la adolescencia se extiende, cabe decir, desde más allá de la pubertad, dado que vemos fenómenos adolescentes en chicos cada vez más jóvenes, hasta mas allá de la juventud, debido a la inestabilidad social, laboral y familiar, en la que nos hayamos inmersos. La adolescencia es pues un segundo nacimiento, que en nuestras sociedades actuales no tiene bien definido el
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momento del parto. Aquella efímera adolescencia de antaño se extiende hoy hasta no se sabe donde.De un momento efímero y claro en el tiempo, hemos pasado a un tiempo inespecífico y a una mutación, ambos caracteres parecen ser los que acompañan hoy a dicho periodo.
absolutamente nada si fuera preciso, es para ellos muy importante y es parte de esa solución verdadera que persiguen. Sentir que su existencia, tan trastocada por los enormes cambios físicos y psíquicos, es real toma para ellos un lugar primario e importante.
2. Características de la adolescencia según Winnicott:
Hacerse los duros, aparentar que no sienten nada, es una paradoja que les acompaña en esta búsqueda de la solución verdadera. Yo de verdad no siento dolor, ni pena, ni compasión, ni alegría dado el caso, porque percibo y temo esas emociones que creo me llevarán de vuelta por la vía de los sentimientos a mi infancia. Y no tolerando las falsas soluciones erige en su entorno una imagen falsa de si mismo como insensible y duro, como cree que son los adultos extrafamiliares que le rodean.
Para definir cuales son las características de la adolescencia me basaré primero en un autor que trabajó con adolescentes durante toda su vida, Donald Winnicott. Vayamos primero con él a definir las características de esa adolescencia. Primera: El adolescente tiene un “desaliento malhumorado” que no hay que intentar cambiar, dice él. Su negativa a sentir aliento y su malhumor tiñen sus primeros pasos y es esta característica la que nos pone sobre aviso de lo que vendrá. El adolescente necesita negarse y negar el mundo, negarse porque no está contento con lo que es; el adolescente, desnudo de su traje infantil, no acepta sus nuevas formas frágiles y en proceso de transformación, se niega a sí mismo y niega al mundo también, porque el mundo que él conoce es el mundo de la infancia, de ahí viene, y el mundo que ante él se abre es un mundo que aún no es el suyo, el NO es entonces su mejor respuesta. ¿Se acuerdan de los niños pequeños que cuando comienzan a tener cierta autonomía y antes de poder llegar a decir yo dicen a todo no? Esa es su manera de diferenciarse del mundo que les invade, y de proponer una solución diferente a la de todos los demás. Luego aparecerá el yo y podrá nombrarse: yo quiero esto o no quiero lo otro, y ya no precisará tanto del NO como pantalla, frente a la que el mundo se estrelle, para defender su singularidad. Pues bien, del mismo modo el adolescente que aún no puede decir: este soy yo adolescente, nos mostrará antes su desaliento malhumorado, hasta que pueda empezar a decir algo de lo que él quiere y es. Este es una de las principales características del adolescente, un desaliento malhumorado que encubre y protege un verdadero yo, aún por venir, y que al igual que el falso self protege a verdadero, pero podríamos decir que ese “no” defiende, en definitiva a un yo, débil aún, frente al mundo exterior. En segundo lugar, y emparentado con lo anterior, la segunda característica de la adolescencia que Winnicott señala, es una “feroz intolerancia a las soluciones falsas”. No le vale cualquier cosa, él desea la solución verdadera, esa que es auténtica, que aún no conoce pero defiende, no aceptando ninguna negociación ni transacción; él quiere la verdad y esta es la mejor defensa frente a la invasión de falsos self, de la que se ve y cree rodeado. Sentirse reales y veraces, tolerando incluso el no sentir
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Pero esa otra parte, esa de su amor por la verdad es, a la vez que una espina que no se nos deja de clavar, un tesoro y una acicate para todos nosotros. Porque nosotros aprendimos a transar, a negociar, a renunciar a nuestros absolutos. Pero él no lo acepta, aún no renuncia, y en su tozuda defensa nos aguijonea para que nosotros no acabemos renunciando del todo. La tercera característica se anuncia ya: “moralidad feroz”. Nadie está libre de su juicio moral elevado, y menos que nadie todos los que le rodeamos. Los valores supremos son la verdad, la amistad, la autenticidad, el bien, y el rechazo por tanto, de lo socialmente establecido. Se genera en ellos la necesidad de aguijonear una y otra ve a la sociedad, para poner en evidencia su antagonismo, su diferencia y su mayor altura moral. Ellos no mentirán, no transarán, no engañarán, harán de este un mundo mejor del que hicieron sus mayores. Criticarán lo que heredaron y lo mejorarán; y lo mejoran ya con su actitud moralmente feroz, dado que nos ponen frente al espejo de nuestras contradicciones y nos hacen ser conscientes de ellas. En parte llevan razón, es cierto. Ellos nos señalan todas las cosas que como padres y como sociedad, no supimos resolver. Meterán los dedos en la llaga abierta y hurgarán en ella sin piedad. Por eso decimos que los adolescentes nos ponen a prueba, porque ponen a prueba lo que no fuimos capaces de hacer, en lo social y en lo personal; atinan en nuestros complejos, en nuestras zonas en sombras, en nuestros problemas irresueltos. Winnicott no tuvo hijos, pero fue el encargado de hacerse cargo y de pensar a todos esos niños y jóvenes que eran apartados de las ciudades de su Inglaterra natal, que, para ser protegidos de las bombas que caían en la guerra, fueron separados de sus familias y llevados a vivir al campo, con la de problemas que eso de ser separado da. Winnicott tuvo que crear teorías que le permitieran entender a todos esos niños y jóvenes que no oían las bombas pero mostraban, con la exacerbación de sus conflictos, lo difícil que es crecer en este mundo de adultos separado de sus adultos más próximos.
¿Y no es esta justamente la problemática adolescente?.
periodo de tremenda uniformidad con sus iguales.
3. Trabajos de la adolescencia según Rodulfo:
A este mismo lugar de temor a la soledad viene también a sumarse, aunque de modo muy distinto, la figura del amigo, de otro modo porque éste permite que el adolescente no se quede mimetizado con su grupo de pares, sin pensamiento ni decisión. El amigo es ese que viene a ocupar en estos momentos el lugar de un doble.
Intentar crecer separándose de los adultos de la familia que hasta ahora le han protegido y dado un lugar, pero un lugar infantil del que ellos tiene que desalojarse para ocupar un lugar en el mundo exterior. La adolescencia es el tiempo en el que uno pasa de un lugar familiar a otro lugar más amplio y extrafamiliar. Estoy recordando ahora con esto uno de los trabajos que Ricardo Rodulfo define como uno de los pilares fundamentales del tránsito adolescente: ese pasaje de lo familiar a lo extrafamiliar. Seguiré por esta senda y con Rodulfo les nombraré dos trabajos más que, según él, los adolescentes tiene que hacer. Trabajo es una palabra muy querida para nosotros los psicoanalistas. Recuerden como Freud usó esa palabra para definir cosas tan dispares como el trabajo del sueño, el trabajo del duelo, el trabajo de elaboración, el trabajo. El trabajo, los trabajos son necesarios en la adolescencia; el trabajo, un trabajo personal e íntimo para convertirse en adulto responsable. Trabajo psíquico, ese que nosotros pensamos que sigue siendo imprescindible realizar, si es que queremos resolver nuestros duelos, soñar nuestros sueños o elaborar nuestras cosas, del mismo modo que Hércules tuvo que hacer los suyos para merecer… o Ulises para retornar a su hogar1. Trabajo como exigencia que permita nombrar como adolescentes a aquellos que se encuentren desarrollándolos, y no a todo el que por edad parezca ser adolescente, para serlo es preciso trabajar en ello… como en un psicoanálisis, en el que no es suficiente estar en el diván, hay que trabajárselo también. El trabajo de pasar de lo familiar a lo extrafamiliar, ese tránsito es un tránsito difícil y no es raro que provoque vértigos en el adolescente. De ahí que para realizarlo decida hacerlo con compañeros de viaje, sus iguales. Ahora bien, dado que el adolescente se siente solo y con vértigo con respecto a su salida del medio familiar al ancho mundo, no es de extrañar que busque mimetizarse con sus iguales para pasar inadvertido en la acción y en su temor de la misma. De esto se desprende que las vestimentas, la música, los gestos, los modismos lingüísticos sean para él como muletas que le permiten, por un lado, separarse de sus figuras familiares, pero por otro lado protegerse de la soledad y del frío que impera en el ancho mundo exterior. Los adolescentes forman grupos pero éstos son, en su mayoría, de naturaleza mimética, y queriendo encontrar su propia identidad e individualidad, pasan por periodos de uniformidad común que recuerdan a las tropas de asalto, en las que el individuo cuenta bien poco. Produciéndose entonces una paradoja, dado que buscando su ser individual extrafamiliar, pasan por este
El doble es una figura muy querida por Freud y del que dio lugar a tipos distintos en sus escritos, según el momento en que fueran apareciendo: el doble como imagen especular, como sombra y como espíritu o alma. Pues bien, ese lugar ocupa el amigo, como doble especular, pero también como sombra, como el anunciador de lo desconocido de uno y como alma también en el sentido de ser lo que uno sabe de si más genuino. Ese amigo que no siendo familiar se convierte en una figura intermedia entre lo familiar y lo extrafamiliar, y ayuda a desarrollar el tránsito de un modo más personalizado que el grupo mimético aquel. El amigo ayuda a realizar ese tránsito, proponiéndose como objeto transicional, podríamos decir. Porque salir de la familia no es fácil, grupo y amigo viene a colocarse como coadyudantes, como han visto a niveles diferentes, para realizar ese tránsito. Pero, cuidado, que el adolescente se centre en su grupo de iguales y en sus amigos no quiere decir que los padres dejen de tener importancia en este periodo. He escuchado a padres renunciar a la proximidad con sus hijos por sus formas extrafalarias, para ellos, de vestirse, hablar, moverse y sentir; por la música estridente que escuchan o por la ideas extremistas que manejan. Ya no le reconocen como su hijo y viven un extrañamiento del que el adolescente se siente feliz, porque cree que con él está consiguiendo ese pasaje al mundo extrafamiliar, nada más lejos de la realidad, quedarse en los grupos miméticos solo provocará en él una caída en una nueva familia, le podemos llamar así si quieren, que será para él tan paralizante como la familia de origen, si no traspasa ese momento. Cuidado decía, no debe extrañarnos que él crea que extrañarse de nosotros es suficiente, ni debe dar lugar a dejar al joven adolescente en manos de sus miméticos iguales, los padres siguen teniendo un lugar y una función en la adolescencia, aunque más no sea la de funcionar como susurradores de aquello que no está acabado y queda por hacer. Al igual que aquellos que acompañaban al emperador romano victorioso diciéndole al oido “recuerda que eres mortal”. El adolescente necesita desafiar al medio, pero ello tiene que ocurrir en un medio, al decir de Winnicott, en el que se atienda su dependencia, y es importante que ellos puedan confiar en que recibirán tal atención por difícil que esta sea. Del mismo modo que precisan de alguien que les enfrente para no caer en el vacío. Oponerse es
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contener decía Winnicott. En un juego de manos paradojal, tan de su gusto, Winnicott transformaba la oposición en contención, recordándonos que poner límites calma y acompaña, aunque estos no sean respetados al pie de la letra.
les sentidos y pensados como horizonte propio para mi existencia. Evidentemente los psicoanalistas sabemos que del superyo no se puede escapar, pero sí se puede transformar, trocándolo en parte en un ideal del yo benevolente y alentador.
Y es que es difícil ayudar a alguien que no solo no pide ayuda, sino que la desprecia y niega, negando su dependencia, pero necesitando a la vez confiar en que la recibirá. Qué paradoja de nuevo. Podríamos decir que la adolescencia se caracteriza por ser una edad de terribles paradojas.
Otro trabajo, decisivo dice Rodulfo, es el pasaje del jugar al trabajar. Entendiendo por ello no que el jugar sea abandonado por el trabajo, sino todo lo contrario.
La operación maestra adolescente es que lo familiar devenga extraño. Cuantas veces no escuchamos eso mismo en boca de los adolescentes y también en la de sus padres que, sumidos en ese maelstrom, en ese torbellino que la adolescencia provoca, dicen no reconocerse ya en lo que hacen unos y otros, es como si no solo el adolescente se convirtiera en extraño para su familia, sino que también sacase a la luz lo más extraño, lo más inconsciente de la familia misma. Dejo aquí y retomo un segundo trabajo de la adolescencia que Rodulfo propone. Se trata de la transformación del yo ideal en ideal del yo. A este punto importante dedica Ricardo Rodulfo un amplio espacio en su libro El niño y el significante. Este pasaje, esta transformación tiene que ver con todo lo que hace a los duelos por la infancia, al duelo por el niño ideal que fuimos. Está ligado a una predominancia del ideal en tanto horizonte abierto de lo que se quiere llegar a ser en contraposición a un yo ideal infantil que se debe abandonar. Ese yo ideal de la infancia, esa imagen grandiosa de nosotros mismos es también la imagen que la familia se hace de sus vástagos y descendientes, ellos, nosotros, los adultos, esperamos de los que vienen lo mejor y les trasladamos las tareas pendientes que no pudimos ejecutar, él será lo que yo no fui, el conseguirá lo que yo no llegué a conseguir, él triunfará y llevará adelante la bandera de los ideales familiares. Él cargará ,al decir de Rodulfo, con los significantes del superyo familiar. Pero, como señala este autor, todo yo ideal no transformable, todos los ideales coagulados, llegados a la adolescencia devienen automáticamente significantes del superyo. Significantes del mito familiar. Y establecidos entonces directamente en el cuerpo del adolescente no es de extrañar que él luche por desprenderse de estos significantes míticos e intente colocar los de su generación al mismo nivel. Se me encarga una tarea que me sobrepasa, yo no tengo por qué cumplir con los sueños/exigencias superyoicas de esta familia, y para luchar contra ello me acogeré a los ideales de mi generación y haré bandera de ellos, mientras no pueda encontrar mi propio camino, ese que me permita dejar detrás al yo ideal de mi infancia junto a las exigencias de mi familia y encontrar cuales son mis idea-
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Dice el autor “si algo de las raíces del jugar, raíces que están en juego en el jugar, no pasa inconscientemente al trabajo; si no hay articulación inconsciente donde el trabajar herede lo lúdico, retransformándolo, el trabajar y el jugar se disyuntan, el jugar queda entonces confinado – a lo sumo -, en la categoría de ensueño diurno improductivo, y todo el campo del trabajo en el futuro se expone a ser pura adaptación, a quedar preso en una demanda social, en una demanda alienante y no en ser algo donde se juegue la realización deseante de una subjetividad”. Que exista articulación le parece entonces por ello decisivo, también a nosotros. Allí donde calla el deseo, donde se acaba el jugar, el sujeto está perdido. 4. Adolescencia y especularidad social. Podemos decir, por último, que adolescencia y juventud se han vuelto indistinguibles y llegados a este punto conviene señalar, como ambos se han trocado ideales de una sociedad y en una sociedad, que se niega a crecer y que cual Peter Pan pretende mantenerse joven, ¿adolescente?, por siempre. Este fenómeno, fue ya señalado por Alain Finkielkraut en “La derrota del pensamiento” (1987), libro que precede a nuestra actual sociedad de consumo y digitalización y la anuncia. Finkielkraut se apoya en la palabras del cineasta Federico Fellini que dijo así: “Yo me pregunto que ha podido ocurrir en un momento determinado , qué especie de maleficio ha podido caer sobre nuestra generación para que, repentinamente, hayamos comenzado a mirar a los jóvenes como a los mensajeros de no sé qué verdad absoluta. Los jóvenes, los jóvenes, los jóvenes… ¡Ni que acabaran de llegar en sus naves espaciales! (…) Solo un delirio colectivo puede habernos hecho considerar como maestros depositarios de todas las verdades a chicos de quince años” ( Fellini por Fellini ; Calmann-Lévy, 1984). Y añade Finkielkraut: “Los valores de la juventud, el estilo de vida adolescente parecen ahora mostrar el camino a toda la sociedad. Lo que era rebeldía se ha convertido en norma y ahora todo es joven. Se ha levantado la veda de la caza del envejecimiento.”2 En una palabra, ya no son los adolescentes los que, para escapar del mundo, se refugian en su identidad colectiva; (es hoy) el mundo es el que corre alocadamente tras la
adolescencia” Ellos nos miran a nosotros buscando modelos, aunque solo fuera modelos a los que no imitar, y nos descubren arrobados mirándoles con admiración, es como si el juego de espejos se hubiera colocado frente a frente y la imagen se reprodujera hasta el infinito. A quién, a dónde mirarán ellos, si cuando nos miran nosotros repetimos su gesto especularmente mirándolos con admiración. Si ellos son nuestro espejo, qué espejo tendrán ellos. No es de extrañar entonces que la salida de este juego imaginario sea cada vez más complicada de encontrar. Tenemos que pensar que el adolescente comparte con nosotros un deseo de creación intenso e inmenso y que una de las características de la adolescencia, de las características positivas de ella, quizás sea esta. Quedémonos con su lección y no intentemos imitarles. Haga como yo, le dijo Lacan a sus lectores, “hagan como yo, no me imiten”. Esto mismo deberíamos decirnos como sociedad “hagamos como ellos, busquemos lo auténtico en nosotros, enfoquemos nuestras fuerzas a construir algo mejor, no a querer usurpar el lugar a los adolescentes. 5. Adolescencia, siempre: No debo acabar esta comunicación sin justificar un poco más el título de la misma: adolescencia, hoy… y siempre.
Son estas dos poderosas razones por las que desear que la adolescencia no desaparezca. Es más, llegado el caso deberíamos honrar su presencia como un don que la cultura humana se ha legado a sí misma para transportarnos a un futuro mejor, pero no lo olviden, hagamos como ellos en lo bueno, no les imitemos. ¿Y para nosotros los analistas? Quizás de eso se trate también entre nosotros, de mantener vivo lo mejor de todas las edades y tiempos, y componer con ellas lo mejor de nuestro ser de analistas: el juego de la infancia, la supuesta inocencia y curiosidad de la edad escolar, el amor por la verdad de la adolescencia, su espíritu crítico, su deseo de un mundo mejor en el que sea posible, no solamente, tener una ley para todos sino espacio para que en la ley quepamos todos y por último, asumir una cierta sabiduría de la adultez que nos muestra que la mejor lección es siempre aquella que no se da.
BIBLIOGRAFIA: Finkielkraut, Alain. La derrota del pensamiento. Editorial Anagrama.1987. Rodulfo, Ricardo. El niño y el significante. Editorial Paidos. 1989. Winnicott, Donald. Obras completas. Edición en internet. (1). Psicoanalista del CPM. email: pjjuanm@gmail.com
La adolescencia hoy creo que la hemos visitado, el siempre se pude desprender de las cosas que he ido comentando hasta ahora. En primer lugar el que la adolescencia exista, es ya por sí mismo una clara muestra de que las sociedades avanzan. Antes no había necesidad de que hubiera adolescencia porque no había cambios, un cazador o un panadero sabía que acabaría en el oficio de su padre, nada cambiaba. Hoy día la adolescencia apunta a la posibilidad de crear ciudadanos más subjetivados, que atravesando el proceso adolescente encuentren un camino más personal. Primera razón entonces para ese “y siempre”. Segunda razón: los adolescentes mismos acicatean a la sociedad y la hacen evolucionar. Ellos mueven literalmente el mundo. Y no solo el ancho mundo sino también el estrecho mundo familiar y personal, porque con su feroz moralidad, su malhumor e intolerancia a las falsas soluciones, nos acicatean a nosotros a cambiar las cosas en nuestras familias y en nuestras personas. Si para ellos la adolescencia es la segunda oportunidad de resolver el camino edípico, para nosotros es una de las últimas oportunidades de encarar e intentar resolver viejos hábitos iatrogénicos y de sacar lo más autentico de nosotros. Bienvenidos entonces ellos que nos obligan a mirar y a cambiar también a nosotros.
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