PROLOGO
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as memorables imágenes que traen el recuerdo de nuestra vida, son el mágico postigo “abierto al pasado”, por donde se escurren los sueños del mismo, anunciando hechos que creíamos perdidos. Cada imagen nos sale al paso para hablarnos con la eterna novedad de su ancianidad, mientras nos invade un extraño sentimiento de respeto por lo que cada una representa, como testimonio de la actividad espiritual de las generaciones que se fueron. ¡Qué mundo de evocaciones nos sugiere cada relato! Es fascinante poder sentirnos en mitad de historias leídas y moldear la atmósfera en que se desarrollan. Los relatos aquí se van desarrollando según los recuerdos que se despiertan; por esto no siguen un orden determinado, tampoco sugieren recuerdos novelados, y sólo en uno de ellos se hace referencia a la génesis familiar. El propósito que me ha guiado es el de resaltar aquellos sucesos, que de alguna manera han permanecido en la memoria a través del tiempo, que es el que puede dibujar la vida de una persona que desea que la recuerden. He tratado que estos relatos no sean aburridos y que cada uno de ellos deje alguna experiencia para quien lo lea, o lo divierta aunque sea un momento, recordando sus propias vivencias. Debo pedir perdón por el estilo de la narración, que nunca fue mi fuerte; pero lo que sí puedo afirmar es que me ha guiado en estos escritos el ser yo mismo en lo posible. Por último debo agradecer a mi señora por la crítica certera, a mis hijos por permitirme poner aquí algo de sus pensamientos y a María de los Angeles por su paciencia de pasar los escritos en la P.C.
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... Me sorprendió tu nueva mirada al pasado. Me refiero a tu interés en poner por escrito algunos episodios de tu vida. No es extraña tu manera de ordenar esos hechos pertenecientes a tu épica más íntima. Creo que todos con el tiempo vamos ordenando lo vivido en una forma narrativa, acercándonos al pasado como buscando descubrir un propósito, una suerte de hilo conductor que en tu caso permitiría unir las calles de Villa Iris en 1928 con las tardes del verano del 2002 en Tolosa. Y desde ya que los episodios elegidos suponen descubrir los infinitos momentos que nuestra memoria no ha guardado, los que forman ahora parte del olvido. De modo que el relato de nuestra propia vida resulta necesariamente una operación literaria de rescate selectivo, tendiente a garantizar como balance la presencia de cierto orden, de cierta voluntad subyacente que habría determinado en cada encrucijada los pasos a seguir. Y aquí se abre a mi juicio otra posibilidad encerrada en esta pregunta: ¿Dónde quedan los días olvidados, los que alguna vez fueron nuestros? ¿Hacia dónde partieron las mañanas lluviosas de todos los otoños que tuvieron a Ricardo Ortiz como testigo? Mauricio
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GENESIS
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odos alguna vez nos hemos preguntado: - ¿Cuál ha sido mi origen? ¿Cuáles fueron mis ancestros? ¿Dónde vivieron? ¿Cómo se desarrollaron los acontecimientos a lo largo de los años, para que hoy yo sea lo que soy? -. Esta preocupación ha llevado a algunos mucho tiempo, dinero y viajes, o bien han contratado compañías especialistas, que se dedican a estas tareas. Actualmente por medio de Internet muchas personas buscan su origen, y algunas consiguen entrar profundamente en ese árbol genealógico que todos tenemos, hasta el homo sapiens. Yo no pretendo tanto, sólo quiero conocer los primeros metros del fratal genealógico que nos ha tocado. Hace unos años tuve la suerte de conocer a uno escritor platense, el señor Luis Horacio Velázquez, cuando yo buscaba datos de mi origen. Al tener conocimiento de que él era el autor del libro “Vida de un Héroe”, donde se refería a la vida del Brigadier General Juan Esteban Pedernera, uno de mis apellidos; me puse en contacto con él, que tuvo la bondad de visitarme en mi domicilio y desde entonces somos amigos. Me contaba Horacio que cuando él era joven y trabajaba en tribunales, fue a una casa en La Plata, a llevar una cédula a un señor que tenía un gran cuadro de un militar en su living, cuya pintura lo cautivó y quiso saber algo del hombre retratado. El dueño de casa, que era admirador del General, le contó algunas hazañas de Pedernera. Así empezó su curiosidad por este militar y dedicó mucho tiempo para escribir su libro. Es posible, aunque no con certeza, que el matrimonio con que se inicia el relato de Velázquez, fuese el origen de la familia Ortiz-Pedernera; ya que estos nacieron en San Luis, lugar donde se supone que se radicó definitivamente el matrimonio peninsular, al que se hace referencia en el libro citado.
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Expresa en su libro Velázquez: ...“En un rincón de España, donde confluyen los ríos Pisuerga y Esgueva; vive sus glorias seculares la ciudad de Valladolid”... En ella existe una biblioteca de provincia, custodiada religiosamente por la Universidad, en mérito a los curiosos documentos que atesora y la pretérito de su fundación, que se extravía en la penumbra de la Edad Media, pues se remonta más allá del año 1260. En los vetustos anaqueles, entre añejos legajos, se conserva un infolio muy singular; manuscrito en fuertes hojas de pergamino, cuyas tapas de historiadas letras góticas, con mayúsculas miniadas, dejan leer: “Libro de caballeros que emigran a América”. No se han borrado aún los rasgos que hablan de misioneros y conquistadores. El investigador curioseando los folios polvorientos, al llegar justamente a la página 142, podrá sin duda enterarse de cómo un valiente hidalgo de treinta y cuatro años, oriundo de Castilla la Vieja; buscaba en la aventura un nuevo curso a sus días, hasta entonces sosegados, de la vida peninsular. Después de cumplir un retiro espiritual que duró tres días y luego de recibir los santos sacramentos, obteniendo los permisos del caso y los documentos de limpieza de sangre y honradez; transfiere sus bienes a su hermano mayor, se desposa con una mujer vallesoletana y juntos parten rumbo a América, a su viaje de odisea y peligro, el que se inicia aquel 26 de Agosto del lejano 1644. Este castellano llamábase Juan Cruz Pedernera, su esposa María del Carmen Ortiz. De ellos jamás se obtuvieron otras novedades. Al pie de la página del infolio, con tinta y una anotación, nos hace saber: ...“Han pasado cinco años y meses, sin recibir comunicación alguna de Juan Cruz Pedernera y de su mujer. Se teme que hayan sido muertos por los indios que, según noticias, son feroces en esas tierras. Sólo se ha sabido que el barco que los conducía llegó felizmente a Santa María de los Buenos Aires”... 4
Siguiendo ahora el relato de Velázquez, parece ser cierto que el matrimonio peninsular se afincara en la provincia de San Luis, en las cercanías de la localidad hoy llamada “El Morro”. Desde allí se irradiaría el apellido Pedernera a gran parte de la provincia de San Luis. Sin duda alguna, el General Juan Esteban Pedernera fue parte de esa extensión. No se puede negar que este apellido pertenece a San Luis; esto lo confirma el importante departamento que lleva hoy su nombre. Es muy posible que mi bisabuelo Pedernera perteneciera a la rama genealógica del General. De ahí llegamos a mi abuelo Juan Pedernera, quien se casó con Romualda Garro; matrimonio que da lugar al nacimiento de mis tíos: Manuel, Baltasar, Juan, Ramona, Griselda y Elisa, que era mi madre. En particular Don Juan Pedernera, abuelo por parte de mi madre, fue el dueño de las tierras que se llaman “Ensenada del Carmen” y “Los Comederos”; que se extienden desde la cumbre de la sierra de San Luis, hasta el valle que conforma con las sierras “El Gigante”, que están más al oeste. Estos campos se encuentran en el Departamento Pedernera, a treinta kilómetros de la ciudad de San Luis, al norte; y son fáciles de ubicar, pues se distingue en ellos a simple vista, una gran mancha roja sobre la falda de la sierra, que recibe el nombre de “Tierra Colorada”; que no es otra cosa que un yacimiento de arcilla que allí existe. Así se establecieron mis abuelos maternos, en los campos de mi bisabuelo, alrededor del año 1875. Sobre el apellido de mi padre, es poco lo que puedo decir. No he podido conseguir noticias de sus antepasados. Sólo puedo decir que el apellido Ortiz es muy común en San Luis, pues hay muchos que lo tienen; pero si existe algún parentesco debe ser muy lejano. Mi padre fue hijo único del matrimonio de mi abuela Bernardina Orozco y de mi abuelo Laureano Ortiz; nació en un campo cercano al Río Quinto, en San Luis. 5
Mi abuelo paterno muere cuando mi padre era muy joven, y mi abuela al poco tiempo contrae matrimonio con un vecino del lugar, llamado Javier Miranda, que era viudo también, el cual tenía hijos de su matrimonio anterior, llamados: Tomás, Francisca, Florencio, Calistra y Aniceta. Más tarde, mi abuela con Miranda tiene otros hijos, que resultan ser hermanos de mi padre por parte de madre, ellos son: María, Angela, Eduarda y los mellizos Javier y Toribio. El 15 de Agosto de 1914, se casa mi padre con Elisa Pedernera. En ese entonces él trabajaba como abastecedor de carne en el mercado de la ciudad de San Luis. Al poco tiempo quiere probar fortuna en los ferrocarriles, que tenían un buen desarrollo y el pago era bueno. Así fue como trabajó en el ferrocarril Pacífico, en la construcción del ramal Bahía BlancaHuinca Renancó, estableciéndose en Villa Iris en el año 1917, para trabajar en el ferrocarril Bahía Blanca Noroeste. El matrimonio Ortiz Pedernera tuvo cinco hijos, sobreviviendo solamente Ricardo, que nació en Villa Iris, el 23 de Julio del año1919; época en que la mortalidad infantil era muy importante y significativa. Todos mis hermanos murieron al nacer, con la única excepción de Ramón, que falleció a los dos años. Para ubicarnos en el tiempo, diremos que Ricardo nació al terminar la primera guerra mundial; año que se recuerda en nuestro país por los hechos ocurridos en Buenos Aires, denominados “La Semana Trágica”. También en este año viene a nuestro país, como embajador de México, el poeta Amado Nervo; y como otro hecho sobresaliente, en ese mismo año, se establece por primera vez el correo aéreo con Chile. Además tiene lugar el primer vuelo sin escala entre América y Europa, realizado por los pilotos Alcock y Brown. Mis primeros años transcurren en Villa Iris. Este pueblo nace con el ferrocarril Bahía Blanca Noroeste, concentrándose en él la producción agrícola y ganadera de la región; el mismo se encuentra situado a 110 km al suroeste de Bahía Blanca, justo en el límite con La Pampa. 6
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En 1928, la familia se traslada a Hucal, un pueblo creado exclusivamente para ferroviarios, ubicado en un pozo, entre médanos y colinas de La Pampa. Allí el niño Ricardo terminó de crecer. Al pasar los años, Ricardo también hizo su aporte a la ramificación de este árbol genealógico, aumentándolo con sus dos hijos Mauricio y Marcelo, los cuales han continuado enriqueciéndolo con los nietos y bisnietos. Esperamos que este árbol se multiplique y sigan creciendo sus ramas...
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LA PRIMERA ESCUELA
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os primeros años de mi vida transcurrieron en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, situado al noroeste de Bahía Blanca, a 110 km, que se llama Villa Iris y está a sólo una legua del límite con la provincia de La Pampa. Estos primeros años comprenden el período desde mi nacimiento, en 1919, hasta aproximadamente el año 1926. Mi apellido es Ortiz-Pedernera y su génesis proviene de España, pero este tema lo desarrollaré en otro relato. Es bueno situar en la historia los acontecimientos ocurridos en el año 1919. Había finalizado recién la primera guerra mundial, no obstante todavía quedaban la pesada carga del odio que aún no se había apagado, tan fue así, que el premio Nobel de la Paz se declaró desierto. También se conoce ese año en nuestro país por los incidentes sociales que se llamaron genéricamente la “semana trágica de Enero”. No puedo con mi genio de poner una referencia aeronáutica; ese año también, el Teniente Locatelli cumple el raid de unir las capitales de Chile y la Argentina. Según me contaron mis padres, mi nacimiento ocurrió el día 23 de Julio a las 3 de la mañana; mi madre fue atendida por el único médico que tenía el pueblo, cuyo nombre era Ricardo, razón por la cual me pusieron ese nombre, pues si hubieran usado el nombre de santo que correspondía al día de nacimiento, como se acostumbraba en esa época, éste hubiera sido Apolinario, lo cual en el futuro no me hubiese hecho ninguna gracia. Mi padre estaba ansioso por tener un hijo, ya que poca suerte tuvo con los anteriores, Manuel y José, quienes murieron antes de mi nacimiento. En esa época la muerte infantil era muy común, por las condiciones sanitarias y por falta de la medicina científica, que hoy tenemos a nuestra disposición; era esa la razón de las familias numerosas, que a la postre se veía diezmada por epidemias y las enfermedades comunes de la infancia, la tasa de natalidad en la Argentina para ese entonces era de 32 por mil. 8
Así mis padres tuvieron después de mi nacimiento, dos hijos mellizos que murieron al poco de nacer, por lo cual resulté el hijo único de la familia, no por eso me salvé de contraer todas las enfermedades de ese tiempo, pero por suerte conseguí pasar los exámenes. Volviendo a la noche de mi nacimiento; mi padre regresaba esa madrugada en un tren carguero desde Hucal y tuvo el primer aviso al ver luz en su casa, que desde la locomotora divisaba con comodidad, pues el pueblo era pequeño, formado por casas bajas. En esa ocasión, y a pesar de que él pertenecía al personal estable del galpón de máquinas de Villa Iris, a veces cuando era necesario realizaba las funciones de “pasa leña” en algunos trenes locales, y de esa manera fue que, parado sobre la carga de leña en el tender de la locomotora que entraba al pueblo, pudo tener la certeza de que había nacido su hijo tan esperado. Los primeros recuerdos que vienen a mi mente pertenecen a lo acontecido durante los 4 ó 5 años iniciales de mi vida, donde mi padre me enseñaba las primeras letras, lo que me permitió poder leer a esa edad los titulares del diario “La Prensa”. Mi padre no tuvo mayormente escuela, pero tenía muy claro el concepto de la educación como un aporte indispensable del hombre para desarrollarse en la vida, fue así como tuvo gran influencia en la educación de sus hermanos, y sobre todo en la hermana menor (Por parte de madre, ya que él era hijo único del primer matrimonio de mi abuela) de nombre Eduarda, que la apoyó hasta que fue maestra y luego le consiguió trabajo en Villa Iris. Es así como puso todo su empeño para que su hijo fuese a la escuela lo antes posible, mientras tanto le enseñaba lo mucho o poco que sabía, de manera que cuando ingresé a la escuela primaria yo sabía leer, escribir y contar más allá de 100 a los seis años.
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De aquellos años quiero destacar dos aspectos que ponen en relieve esta regresión estática de mi vida, relacionados con mi primera escuela. Uno de ellos ocurrió al ingreso de la misma, que de alguna manera señaló mi comportamiento futuro del aprendizaje de las ciencias. A los primeros días de mi ingreso a la escuela, que ocupaba la esquina próxima a mi casa, la maestra quiso diferenciar a los alumnos dentro del aula por los conocimientos que traían de sus hogares; para lo cual dividió al salón a lo largo en dos zonas, a la izquierda los que no sabían contar y a la derecha los que sabían contar hasta diez; los de la izquierda representarían al primer grado y los de la derecha al primer grado superior; para esto hizo parar a cada alumno para responder a la pregunta si sabía contar, y si así respondía, le pedía para certificar su conocimiento, que contara hasta diez. A los que contaron bien los hacía sentarse en el lado derecho (Yo estaba sentado en el izquierdo), cuando me tocó mi turno empecé a contar en voz alta, pero para demostrar que sabía más de diez, cuando llegué a ese número seguí contando, y sólo paré de hacerlo cuando la maestra disgustada dijo: -¡Basta!- varias veces, y para demostrar su enojo me dijo: -¡Quédese sentado en su banco!-. De esta manera me condenaba a estar entre los que no sabían contar, sin embargo como me asistía el derecho de saber contar por lo menos hasta diez, cuando la maestra no se dio cuenta, ocupé un banco de la derecha y de esa manera logré mi primera promoción educativa. En primer grado superior me destaqué por los conocimientos que me había dado mi padre y por lo gritón, pues por cualquier inconveniente saltaba con el grito: -¡Señorita, señorita!- y este proceder ponía tan mal a la maestra, que terminaba de plantón en un rincón del aula o demorado después de clase. El segundo aspecto que recuerdo es el que señala la preocupación, dedicación y responsabilidad del cuerpo docente de esa época, en cuya escuela, alejada de todo centro cultural, trataban se suplir su ausencia con su imaginación, a fin de orientar al alumno en el conocimiento de lo que ocurría fuera del ámbito pueblerino. 10
Así fue como, con el conocimiento de la Directora, imaginaron todas las alternativas de un viaje virtual a la ciudad de Buenos Aires con la participación de todos los alumnos. Cada maestra en su aula, y eligiendo el pizarrón como tela de un gran cuadro, dibujaba aspectos de la ciudad elegida, es interesante destacar la maestría que demostraban al reproducir con tizas de color todos los elementos que intervienen en un viaje, para luego hablar sobre ellos. Debemos recordar que en ese tiempo las escuelas no contaban con material didáctico, y hasta los mapas se dibujaban en el pizarrón. Se puso el plan en ejecución, solicitando el permiso de los padres para que pudieran viajar los chicos, esto revolucionó al pueblo, pues muchos creyeron que era verdad lo del viaje. De esta manera también participaron los padres en este seudo viaje y le permitió a las maestras tratar temas que iban desde la ropa que debían llevar, hasta cómo comportarse en el tren y en todo el transporte de la ciudad, la visita a los museos y lugares de esparcimiento; todo esto con la historia de los pueblos que iban pasando durante el viaje. Por un tiempo largo no había otro tema en la escuela. No hay duda de que los alumnos aprendieron mucho y que valió el engaño. Claro, que en un momento hubo que confesar que el viaje no se hacía y los motivos dados, ahora no los recuerdo, pero sí todos quedaron satisfechos, la imaginación voló en cada niño; la idea había resultado excelente...
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HUCAL UN PUEBLO FERROVIARIO n 1927 fuimos a vivir a Hucal, este lugar era un “Centro Ferroviario” como el que existía en Toay, con la diferencia que éste último estaba dentro de un pueblo, que si bien gran parte lo formaban los ferroviarios, no por eso dejaba de tener vida propia, lo cual no ocurría en Hucal. Este era un pueblo exclusivamente de ferroviarios y se intercalaba entre dos cabeceras: una norte Toay y la otra al sur, llamada Maldonado (Bahía Blanca), esta última no solo comandaba los talleres de los “Centros”, sino también que regulaba el tránsito ferroviario tanto de pasajeros, como la carga de cereales y animales en pie dentro de toda esa región pampeana.
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El grueso de la producción era el trigo y animales vacunos que producía esa zona con grandes rendimientos; basta recordar que por muchos años, un pueblo cercano llamado Alpachiri, por el año 14, había logrado el record de la cosecha nacional. Tan importante como el trigo era el transporte de hacienda, que en su gran mayoría se enviaba para los frigoríficos de Bahía Blanca (Cuatreros). Este apoyo logístico para el movimiento de trenes, cerealeros en su mayoría, permitían asegurar el flujo de cargas, sin mayores inconvenientes, sobre todo para la época de cosechas, hacia el puerto marítimo mas cercano y de gran tráfico, que representaba la salida para las exportaciones a Europa, me refiero al puerto de Ingeniero White (Bahía Blanca). Por esta razón Hucal, que se encontraba más o menos en el punto centro entre Santa Rosa (Toay ) y Bahía Blanca representaba, desde el punto de vista ferroviario, un lugar importante de apoyo para asegurar que los cereales y el traslado de hacienda estuviera perfectamente asegurado. La organización ferroviaria de esa época contemplaba dos grandes sectores: “Tráfico” y “Tracción”. 12
El tráfico gobernaba el movimiento de los trenes, era responsable de cumplir los horarios de salida y llegada; también manejaba las cargas, almacenándolas en galpones transitoriamente y luego las embarcaba en vagones para formar nuevos trenes de carga. Era el ente ferroviario que estaba en contacto con el exterior del ferrocarril, y el que representaba en esta tarea, como así el responsable, era el llamado “Jefe de Estación”, que además tenía, como tarea auxiliar, el cargo del personal de guardas, de auxiliares de estación, cambistas, peones y la cuadrilla de reparación de vías; estos últimos recibían el apodo de “Los Catangos”, nombre de un coleóptero muy común de la pampa. La sección de Tracción era la encargada de los talleres de mantenimiento y reparaciones de la Planta de Movimiento, es decir las locomotoras. Existía una relación funcional con Tráfico, que dependía de una Superintendencia que se encontraba en Maldonado ó Ingeniero White, quienes manejaban todo el movimiento de esa región. El jefe de la sección Tracción podía tomar decisiones, pero dentro de su área, sin modificar los programas de recorrido y horarios de los trenes, que los ingleses llamaban “Diagram”. El jefe de esta sección comúnmente se llamaba Encargado General, el cual cumplía su misión con tres encargados de turno (12 a 20, 20 a 4, 4 a 12 horas); uno de estos encargados de turno era mi padre. El personal que tenía a cargo directo eran los ajustadores, caldereros, mecánicos, bomberos que cargaban de agua a las locomotoras, peones pasa leñas, llamadores y aspirantes; además con cargo indirecto estaba el personal de conducción formado por la “yunta”, foguista y maquinista. Es interesante detenernos un poco para comentar la tarea de la “yunta” de locomoción. El foguista y maquinista recibían la locomotora que conduciría un tren formado que disponía Tráfico.
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Recibían la locomotora del Encargado de Turno, y antes de retirarla de la órbita de Tracción, debían revisarla para dar su aprobación y además aceitarla; trabajo éste último que estaba a cargo exclusivo del foguista; el maquinista como era responsable del tren, una vez en camino era muy exigente, y si todo no estaba en orden después de la inspección minuciosa que hacía de todos los mecanismos y dispositivos de la máquina, no la recibía, en este caso hacía un “report” (Informe) al encargado, por escrito para deslindar toda responsabilidad por el atraso que podía sufrir un tren determinado. Una vez recibida la locomotora, la “yunta” se presentaba a Tracción y quedaba a las órdenes del Jefe de Estación, para luego, cuando éste le daba salida, quedar a cargo absoluto del tren y todo lo que podía ocurrir desde ese momento era de su total responsabilidad frente a la superintendencia de Maldonado ó Ingeniero Withe, según fuera el caso. La yunta de locomoción trabajaba según lo establecido en el diagrama confeccionado por la inspección general, de manera que su horario era por demás variado y se cumplía durante cualquier momento del día. Además según como se distribuyera el tráfico, había días que la yunta estaba a “orden”, no podía alejarse de sus casas, por si la necesitaban para formar un tren en el cual no se había presentado la yunta que le correspondía por alguna causa, todo está dispuesto para asegurar que se cumpla el “diagram”. Tan es así que para evitar los olvidos o quedarse dormido si les toca trabajar de noche, existía la figura de “llamador”, que tenía la tarea de concurrir al domicilio del foguista y del maquinista, para despertarlos y comunicarles la hora en que debían presentarse, todo amparado por una “foja de servicio” que les entregaba por orden del Encargado de Turno. A veces la “yunta” era acompañada por otro obrero que recibía el nombre de “pasaleña”, esto ocurrió en las épocas que las locomotoras usaban como combustible leña, la cual se transportaba en el “tender de la máquina” y además en un 14
vagón adosado en la parte trasera de la misma, de manera y cuando era necesario; durante la marcha el pasaleña tenía la misión de pasar los trozos de leña que se encontraban en el vagón al tender, para que el foguista, desde el último depósito alimentara el hogar de la caldera, y de esta manera mantenían el fuego a la temperatura adecuada, para que la presión de vapor fuese lo suficientemente alta como para lograr la potencia necesaria en la máquina de vapor, con el objeto de “tirar” la ristra de vagones cargados. Entre el personal de locomoción se establecía una carrera dentro del escalafón del personal ferroviario, que se iniciaba por el aspirante a foguista, personal este que en un principio estaba a las órdenes del en cargado, para luego cuando se le asignaba a una “yunta”, quedaba en manos de la misma. Dentro del ferrocarril, la carrera de maquinista como se la llamaba, era importante, pues podía llegar hasta el cargo máximo, “Inspector de Máquinas”, donde el sueldo era importante, por esta razón muchos elegían esta carrera y aceptaban las condiciones que eran bastante rígidas, las cuales se ponían a prueba en exámenes periódicos al pasar de una categoría a otra, exámenes serios y rigurosos, de los cuales tenían dos oportunidades para seguir adelante, en caso contrario debían permanecer en la clase que se encontraban resultando su posición en la empresa, de esa manera muy débil, lo que iba de acuerdo con su calificación anual. El ferrocarril tenía una organización de trabajo, que para esa época era única en el país, y sirvió de base para otras empresas en el futuro. También esta organización de la empresa ferroviaria condujo a la primera organización obrera, que adquirió suma importancia y sirvió también como ejemplo para otros obreros de otras fábricas, para crear sindicatos que regulaban las relaciones Empresa-Obrero. Recuerdo que contaba mi padre, que cuando se estaba instalando la línea ferroviaria Bahía Blanca-Justo Darac, se inició una huelga general que paralizó completamente los trabajos. 15
Los ingleses, dueños en ese entonces de los ferrocarriles, quisieron “romper” la huelga, y para ello trajeron obreros hindúes, los cuales eran transportados hasta llegar al lugar de la obra en vagones cerrados, al llegar a la misma se abrían estos, salían los hindúes corriendo y confusos, por el modo como habían sido transportados y donde los desembarcaban. Los hindúes volvieron a sus campamentos en Rosario, donde residían. Estos habían sido traídos por los ingleses para trabajar en los ferrocarriles del norte. Muchas anécdotas se pueden contar sobre la vida ferroviaria, sobre todo la forma en que vivían sus actores, en general aislados en “campamentos”, pues esos pueblos como Hucal no eran otra cosa; los incidentes “sociales”, que a menudo ocurrían en general por la convivencia de casados y solteros, a pesar que el ferrocarril teniendo en cuenta este problema, construía colonias para casados y bien separadas colonias para solteros. Estos hechos eran más frecuentes en el gremio de los maquinistas casados que se ausentaban de sus esposas, las cuales aprovechaban esta circunstancia para flirtear con algún joven aspirante cuya edad estaba entre los 19 y 20 años. En otro de mis relatos me referiré a la vida social de ese centro ferroviario donde pasé parte de mi adolescencia y juventud. Ahora quiero referirme a esa figura ferroviaria que se llamaba aspirante a foguista, o como más comúnmente se lo designaba, es decir “aspirante”. Para ingresar a la carrera de maquinista era necesario tener 18 años, y preferencialmente ser hijo de ferroviario, tener los estudios primarios terminados y luego pasar por una revisión médica corriente. Generalmente todos los hijos de ferroviarios con cargo, eran llamados cuando cumplían sus 18 años; si el número era menor que las necesidades de la empresa, se seguía citando a los demás, incluso a los que no pertenecían a la familia del riel. 16
Se los citaba al corazón del ferrocarril (En ese caso Ferrocarril Sud), en los Talleres de Remedios de Escalada, allí eran entrevistados y procedían a cumplir los requisitos solicitados. Una vez ingresados eran destinados a los principales centros ferroviarios con “Talleres de Máquinas”; uno de esos lugares era Hucal, no el mejor, pero sí de mucha actividad, donde debían permanecer 2 años como mínimo para tener licencia, era un lugar de los no recomendados, como podría serlo Remedios de Escalada mismo, Tolosa ó Bahía Blanca. No sé cómo se hacía esa selección, pero muy posible que a Hucal no llegaban los mejores, y es así que estos jóvenes apartados de sus familias, de una ciudad o pueblo importante, y digamos, lanzados al “pozo” de Hucal, no representaban un grupo de estudiantes religiosos, todo lo contrario, cuando no trabajaban trataban de buscar tareas que los divirtieran y los hicieran olvidar dónde se encontraban. Vivían en general en colonias separadas y eran los emprendedores de todas aquellas actividades, que de algún modo los divirtieran y distraían, como una manera de olvidar lo que habían dejado; asistían a todo baile que existiera en el pueblo o en las chacras vecinas, eran cazadores, y sobre todo jugadores de fútbol, bochas, tabas y principalmente los naipes. Enamoraban cuantas chicas conocían y era famoso su andar en este terreno, que no faltará ocasión de referirme a estos hechos; ahora quiero contar especialmente la acción del juego de naipes, que casi todas las noches ejercitaban en una casilla especial que poseía el ferrocarril, que se usaba para las reuniones del gremio ferroviario. Siempre recuerdo la casilla de los juegos de naipes; era de madera y tendría 10 m de ancho por 20 de largo, no deja de ser un galpón más, pero tenía una característica, estaba pintada de color negro, posiblemente con aceite de petróleo para que durara más, en el centro había una gran mesa, donde se reunían los ferroviarios no sólo para discutir sus problemas gremiales, sino para impartir docencia, pues como para pasar de una categoría a otra en la carrera de maquinista, era necesario pasar 17
un exámen bastante riguroso; los mismos maquinistas de experiencia daban clases a los aspirantes, a los foguistas y a los que aspiraban a la categoría de maquinistas de carga. En esa casilla donde se impartía docencia y se discutían problemas serios de trabajo, de noche se convertía en un garito. Como recuerdo final de esta historia, tengo presente cuando una noche uno de los jugadores, que ya era un “viejo”aspirante, que se llamaba Festa, jugando al “tute”, cada vez que cantaban las cuarenta, sacaba un revólver y disparaba al techo de chapa, y como esa noche tuvo mucha suerte, como testigo dejó varios agujeros. Por cierto, eso le trajo problemas. Fue suspendido y debió arreglar los daños ocasionados. Aquí terminamos por ahora este Relato Ferroviario.
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UNA ESCUELA EN LA PAMPA
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uando me refiero a La Pampa, pienso en el pueblito ferroviario llamado Hucal, que si nos ajustamos a la etimología de la palabra deberíamos decir Ucal, pues se cometió una equivocación cuando se pusieron los nombres a los Departamentos de la región. En realidad el término proviene de ucalm, voz india que significa paraje fuera de la vista, es decir, a trasmano, otros lo llaman el Pozo, y aún cuando este nombre no tenga raíz histórica, es acertado pues es un pozo, nunca está a la vista. La vía ferroviaria que une Bahía Blanca con Toay cruza al pueblo entrando en un verdadero pozo de un largo aproximado de 3 a 4 km, donde los bordes del bajo estaban formados por pequeñas elevaciones que nosotros llamamos lomas. La estación del ferrocarril Bahía Blanca Noroeste en un principio se llamaba Ramón Blanco, todavía en el año 1929 se leía aunque algo borroso ese nombre, que según los viejos del pueblo, había sido el dueño de todos los campos de la zona antes que la familia del que fue presidente de la nación, Don Marcelo Torcuato de Alvear, los comprara y construyera una estancia importante, que estaba formada por un casco principal con todas las construcciones auxiliares de una gran estancia de esa época, rodeada en toda su periferia de varios bungalow para los invitados de Buenos Aires que, concurrían en sus vacaciones en tren especial que despachaba el ferrocarril para esta tarea también especial. Para nosotros que éramos chicos, representaba todo un espectáculo ver llegar a todas esas señoras con sus respectivos acompañantes, sus valijas y sus mascotas; ya no faltará oportunidad de hablar sobre este tema con más detalle. Terminaba de formar el pueblo: la iglesia, la comisaría – en realidad era sólo un destacamento -, las colonias ferroviarias y la escuela con grados primero y segundo superior, llamado así por lo adelantado de los temas que enseñaba, ya que la mayoría de los alumnos terminaban allí su escolaridad, y solo a 80 km, existía la posibilidad de seguir estudiando. 19
La escuela la dirigía una directora, maestra matriculada, teniendo como ayudante docente una maestra sin título, que en esa época se reconocían y las cuales se desempeñaban muy bien en general y contribuían a resolver un problema educativo muy serio, gracias a esas realmente maestras, que el país algún día deberá reconocer. La escuela era una casa de campo, colocada en el medio de una chacra que se extendía entre el predio que ocupaba la estancia y la única calle paralela a la vía ferroviaria que servía como entrada al pueblo. No había a su alrededor ninguna otra casa, de manera que ésta se destacaba perfectamente por su construcción de material pintada, de blanco, con un molino de viento y los álamos que la rodeaban junto a un pequeño corral que servía para los animales que poseía la escuela y para desensillar y soltar los caballos que tiraban los sulky donde venían los alumnos de los puestos vecinos a la estancia, como también aquellos otros que sólo venían montados. Esto me recuerda una carrera que le propuse a uno de esos chicos que venían a caballo, el asunto estaba en quién recorría más rápido la distancia entre dos árboles de caldén que se levantaban en la citada calle, para lo cual el jinete me daba algo así como 20 metros de ventaja, ya que yo corría a pie. No recuerdo cual era el premio, pero lo cierto es que yo, a pesar de ser un buen corredor nunca podría ganar, sin embargo como no habíamos establecido reglas sobre el desarrollo de la corrida, sólo el inicio y el final de la misma, se me ocurrió una treta para ganarle, aunque ésta no era tan original como la paradoja de “Aquiles y la tortuga”. La misma consistía que en el momento que el caballo estuviera por pasarme, yo me plantaba en el medio de la calle, y levantando los brazos al mismo tiempo que gritaba, hacía que el caballo se asustara y por lo tanto se detenía, empezaba a brincar con el riesgo de que el jinete diera por el suelo. Esta manera de proceder trajo gritos de aprobación y de disgusto entre todos los alumnos que hacían de espectadores de esta singular carrera, lo que se tradujo en un gran alboroto que hizo que muchos se fueran a las manos y otros dispararan a sus casas, entre los cuales me encontraba yo. 20
No sabemos cómo, pero este incidente llegó a los oídos de la maestra, a pesar de que el mismo había ocurrido al finalizar las clases y fuera del territorio de la escuela, sin embargo, en esa época las maestras se consideraban responsables de la conducta de sus alumnos, no solo en el ámbito de la escuela, sino también fuera de ella, de manera que al otro día al entrar al aula, lo primero que la maestra hizo fue hacernos parar frente a los demás compañeros, a los dos corredores del día anterior, poniéndonos como muestra de lo que no debe hacerse, acompañando esta acción con una lección de urbanidad y de corrección de los alumnos, aún fuera de la escuela. Allí no paró el asunto, los dos culpables directos tuvimos que escribir después de clase, cien veces “no debemos comportarnos mal, ni fuera ni dentro de la escuela”, claro que generalmente nosotros disminuíamos la tarea, pues usábamos dos lápices simultáneamente; la maestra sabía de esta chicana, y según el día, nos perdonaba o nos aumentaba el castigo. Existen muchos recuerdos del tiempo que pasé por esta escuela. Pero los dejaremos para otra ocasión, donde aprovecharemos para contar otras anécdotas donde se mezclan también otros protagonistas.
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UN VIAJE FRUSTRADO
E
n otros relatos he dado una descripción del pueblo pampeano Hucal, donde pasé parte de mi infancia y juventud. A ese lugar muchos llaman “el Pozo” pues está rodeado de lomas, lo suficientemente altas como para representar un inconveniente importante para el tráfico ferroviario, sobre todo hacia la salida para Bahía Blanca. Esta ciudad significaba para Hucal “La punta de riel”, pues allí terminan por lo general los viajes que hacían los lugareños pampeanos. Esa ciudad no sólo era la meta viajera donde iban de compras, hacer negocios, contraer matrimonio o pasar sus vacaciones, sino que significaba algo muy especial que todos algún día soñaban ir a conocer; de manera que aquel, que por alguna razón se proponía hacer el viaje, lo anunciaba con antelación suficiente para que todo el pueblo se enterara y lo comentara. Por lo tanto no era raro que en cualquier reunión soltaran la pregunta para iniciar la conversación sobre la suerte que le tocaba al viajero: ...¿Así que el mes próximo se va “Juan” a Bahía?...Esto me permite recordar otros viajes, como aquel de aquella maestra que cuando viajaba lo hacía en primera clase, sólo al comienzo y al final del viaje, puesto que tenía boleto de segunda, para evitar “lo que dirán”, pero lo que ella no sabía era que el guarda del tren se encargaba de desparramar la actitud de la maestra, ni bien se le presentaba la oportunidad en cualquier reunión del pueblo. En el período de transición del viaje, el pasajero en ciernes, se sentía orgulloso y no dejaba de comentarle a nadie lo que iba a hacer cuando llegara a Bahía, sobre todo si era soltero, por supuesto que en este viaje participaba todo el pueblo, ya dándole consejos, recomendaciones, encargándole alguna compra y en algunos casos hasta lo despedían con una reunión donde no faltaba el asado, vino, juego de naipes y taba. 22
A fin fue el día de Juan, llegó a la estación con sus valijas antes que todos los demás, aquí debo recordar que la llegada y partida de un tren de pasajeros era todo un espectáculo, donde concurrían los viajeros y los que algo tenían que hacer, como también los jóvenes, algunos con sus mejores galas, ya que este acontecimiento adquiría la importancia de una reunión social. No debemos de olvidar que el tren era el único medio de comunicación del pueblo con su exterior, ya que en esa época no se contaba con teléfono, radio y solo llegaban con el tren los diarios, con días de atraso, y el correo. Si bien es cierto que el ferrocarril poseía telégrafo para su uso y también para particulares, éste no se usaba mucho, pues en general sólo servía para traer malas noticias y muchas personas temblaban cuando recibían un telegrama; mi madre era una de ellas. Bueno, llegó el momento de la partida, y Juan, que ya ha colocado sus valijas dentro del tren, se dispone a subir al mismo, pero sólo lo hace cuando el tren inicia su marcha con la última señal del guarda, pero elige el balcón del último vagón para poder seguir despidiéndose, dejando de agitar su mano cuando ya todos se retiran de la estación. Como dije al principio, no era fácil salir de Hucal, pues el tren debía superar la pendiente de salida, para lo cual el maquinista iniciaba la marcha a todo vapor, no obstante, a pesar de la velocidad inicial que le fuera dada a la formación de vagones, ésta al llegar a la altura de la señal de distancia, empezaba a disminuir su marcha hasta alcanzar la correspondiente al paso de un hombre en el momento de alcanzar la cumbre. Para dar una idea de este problema vial, cuando se trataba de un tren de carga, era necesario colocarle dos máquinas a vapor, para así superar la loma de salida. Logrado esto, una de ellas volvía al galpón de máquinas. También estas lomas provocaban otros inconvenientes, y algunos graves, sobre todo cuando se cortaba el tren por una rotura de sus enganches y si esto ocurría al culminar la cuesta, la parte trasera al quedar suelta tomaba la velocidad de caída libre chocándolo, con el resultado de un descarrilamiento seguro. 23
Así ocurrió una vez en la bajada de Cotita, una parada próxima a Hucal, donde al volcar uno de los vagones con un cargamento que llevaba en su mayoría juguetes, estos quedaron todos desparramados en el campo, para satisfacción de los chicos de Hucal, que hacían excursiones para tratar de conseguir algunos. Volviendo a nuestro relato, cuando el tren llegó a la loma, allí Juan terminó su viaje, quien primero tiró sus valijas y luego saltó del tren e inició el retorno con paso cansino. Así lo vieron llegar sus amigos, con cara de resignación y con mucha rabia, pues el olvido de su cartera con el dinero y sus pasajes, que los había dejado en su casa, le impidieron realizar su sueño a pesar de todos los días que tuvo para preparar su aventura.
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EN LOS CAMPOS DE SAN LUIS
U
nos de mis mejores recuerdos de San Luis fueron los tiempos que permanecí en la estancia de mis abuelos. El lugar se llamaba “La Ensenada del Carmen”, se encuentra a 30 Km hacia el norte de la ciudad en el camino que une a ésta con San Francisco. En la época que fui por primera vez, en el año1926 (27), hicimos el viaje con mi madre desde Villa Iris, donde mi padre se quedó trabajando. El motivo principal para realizar el mismo fue la salud de mi madre. Todo el recuerdo que tengo del viaje en tren es que tuvimos que hacerlo en dos etapas, primero tomamos un local que iba a López Lecube, donde debíamos esperar el tren que venía de Bahía Blanca; por la vía Bahía Blanca Noroeste con destino a Mendoza. Llegamos a López Lecube, un pequeño pueblo que servía de empalme para varios lugares. Mi memoria dibuja a una señora delgada con vestimenta gris y sombrero, en la persona de mi madre, sentada con un chico en un banco de la estación y al lado una valija; no puedo menos que hacer una asociación entre esta postal y el cuadro de la joven que espera el tren de Rockwell, cuadro que adorna mi actual dormitorio. Frente al banco donde nos encontrábamos se extendía la playa de maniobras, y más allá se detectaba la iglesia del pueblo; era una tardecita fría. De ahí en adelante sólo recuerdo un enjambre de libélulas, tan grande que el tren patinaba, impidiendo su movimiento, a pesar que el maquinista, sin duda alguna, habría abierto sus areneras para aumentar la fricción en las vías; eran tantos los insectos, que los pasajeros debían cerrar las ventanillas. Otra particularidad de ese viaje fue cuando llegamos a la estación Cumbre, ésta se encuentra en un nivel superior a la vías, ya que está sobre un cerrito, hasta allí se extiende el Cordón de Sierras que va de San Luis al norte. 25
La ciudad de San Luis en esa época era muy pequeña, recién en algunas calles se empezaba a hacer el pavimento, la mayoría era de tierra, mejor dicho, de arena como resultado de la proximidad de la montaña. El primer mes estuvimos en la casa de los padrinos de casamiento de mi madre. Era una casa típica de esa época; tenía un gran portal por donde entraban las visitas, los carros y el sulky del dueño de casa. La edificación era del siglo XIX y estaba constituída por dos construcciones, una frente a la otra, separadas por el callejón de entrada, eran una sucesión de piezas con galería al frente. En el ala izquierda vivían los peones y sirvientes, en la derecha estaban propiamente las habitaciones de la casa. Me llamaba la atención el lavadero que se encontraba al fondo, a la derecha, donde había un hormo, en el cual se hervía la ropa como uno de los procesos de lavado; al lado del lavadero existía un galpón donde se guardaban todos los enseres de embastar y ensillar los animales, pero estos últimos los traían de otro lugar, pues allí no había lugar para animales. En ese galpón había un archivo de papeles y viejos libros, siempre recuerdo uno de ellos, de formato común, pero de tapas duras, donde aparecían relatos religiosos, versos y dichos, pero lo curioso para mí era que estaba escrito a mano cada parte o capítulo con distintos tipos de letra y caligrafía; para mí era una novedad encontrar un libro de esas características, pues lo poco que conocía era el libro de lectura de la escuela “El niño”, que estaba editado en imprenta por una vieja editorial que ahora no recuerdo. En mis primeros años de la Facultad, tuve prestado como una reliquia de valor, un libro escrito a mano de “Mecánica General” de un famoso profesor del Politécnico de Milán, el Dr.Pezzanni, de principios del siglo pasado. El tiempo que pasamos en la ciudad de San Luis, sirvió para que mi madre visitara a su hermana Griselda, que tenía, no 26
recuerdo bien, dos ó tres hijos y estaba muy bien casada con un alto empleado del Correo Nacional, también conocí la Catedral, sobre todo la iglesia Santo Domingo, donde mi madre conocía al Párroco, y se comprometió a que yo tomara la Primera Comunión para cuando viniera el Obispo desde Mendoza; me gustaba ir a ese templo, pues uno de los curas me dejaba tocar la campana del campanario. Los padres y los hermanos de mi madre vivían en el campo, en la estancia y puestos. Tía Griselda, mi madre y el hijo mayor de mis abuelos, el tío Manuel, que se ganaba la vida como “Guarda hilo” del Telégrafo Nacional, eran los únicos que emigraron del hogar materno, por razones que nunca supe bien, pero había un distanciamiento que se reflejaba en su comportamiento, y esto se derivó siempre en dos grupos. Por un lado estaba tía Griselda, tío Manuel y mi madre, que se casó a disgusto de mis abuelos, lo mismo ocurrió con tía Griselda. Por otro lado estaban mis abuelos Juan Pedernera y Romualda Garro, y sus hijos Baltazar, Juanito (Mi padrino de confirmación), tía Ramona y tía Charito, además de mi prima Filomena, hija de Manuel. El tío Baltazar estaba casado y tenía a su cargo el puesto de la “Tierra Colorada”, en la falda de la sierra. En la estancia vivían entonces mis abuelos, tío Juan, tía Ramona, mi prima Filomena (Que prácticamente la crió mi abuela) y Charito, hija adoptiva de mis abuelos, que en ese entonces era costumbre que familias adoptaran “de palabra” a un chico, y a éste se lo trataba igual que a los demás hijos. Mi tía Charito, cuyo nombre oficial nunca conocí, era muy religiosa y muy educada, de un carácter corto, pero muy agradable; tengo un gran recuerdo de ella. Llegó el día de ir al campo, para eso esperábamos al tío Juanito que vendría de la estancia a realizar trámites y compras en la ciudad con un charret, ya que por ese entonces los autos eran escasos, y los caminos no eran apropiados para ese tránsito que sólo se veía en la ciudad escasamente, pues allí el transporte era el famoso “coche de a caballo”, tan característico ahora en los centros de turismo para recorrer las ciudades con los turistas.
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A los dos días de la llegada de Juanito, nos preparamos para hacer el viaje a la estancia. La actividad de los viajeros, como de los que se quedaban, era grande; ningún detalle se dejaba de lado, además de acomodar las valijas y bultos, se prestaba mucha atención a las vituallas para el viaje, pues durante el mismo no encontrarían lugar donde comer. En aquella época existía un solo camino ancho, que iba por el bajo, paralelo a la sierra hasta San Francisco, se llamaba “camino real”; separado de la cima del cordón de la montaña, más o menos diez kilómetros. Por él transitaban los carros, tirados por yuntas de mulas, con las distintas cargas que representaban el comercio de ese entonces. El tránsito era importante, y tramo a tramo se oía el grito de los carreros azuzando a sus yuntas de mulas. Algunos carros iban acompañados de algún jinete, sobre todo cuando llevaban también hacienda, tanto para San Luis como para San Francisco. Para mí fue y es todavía, un espectáculo ir al lado de la montaña observando todo su diseño natural, que se dibuja contra el cielo azul de esos lugares, el verde en la falda, de los algarrobos, de los retamos de las jarillas, de algunos quebrachos blancos y del amarillo del chañar; salpicados de trecho en trecho por una mancha de verde intenso, con el perfil de álamos que señalaban algún puesto de las estancias del lugar; cuando esto ocurría, mi tío Juan comentaba: ...- Allá viven los Orozco, los Miranda, los..., y así iba nombrando y comentando con mi madre las noticias de los lugares que íbamos pasando. De San Luis calculo que hemos salido a las nueve de la mañana; nos esperaban alrededor de siete horas de viaje, por lo que a eso del mediodía hicimos una parada para tomar mate y almorzar con todo los manjares que nos habían preparado los padrinos de mi madre, que se habían esmerado mucho para agasajarnos. Mientras mi madre preparaba la comida y cebaba el mate, el tío Juan se encargó de dar de beber a los caballos y dejarlos atados para pastar alrededor del lugar donde hicimos el alto para comer. 28
Luego de haber descansado, una hora por lo menos, reanudamos el viaje hasta la estafeta “El Milagro”, que queda a treinta kilómetros aproximadamente, hacia el norte de San Luis; allí mi padrino dejó algo que la señora encargada del correo le había encargado y levantó la correspondencia de la estancia. Desde ese lugar se entraba a la estancia de mis abuelos, y se extendía hasta la cumbre de las sierras, aproximadamente cuatro leguas, y por un ancho de diez kilómetros. El camino se hizo más dificultoso, no sólo por ser un camino interno de la estancia, sino que al aproximarnos a la sierra, existían quebradas y lechos de arroyos secos que bajaban de las laderas, por otro lado el monte se hizo más espeso, y por lo tanto, el viaje se hizo más lento. Desde la estafeta “El Milagro” hasta la estancia, mi madre medió consejos sobre cómo debía portarme con mi nueva familia, y por supuesto debía pedir la bendición a todos, una costumbre de los católicos de las provincias, sobre todo los de Cuyo. Llegamos alrededor de las cuatro de la tarde, y desde que entramos al descampado, aparecieron de golpe las “casas”; después de pasar la tranquera blanca , custodiada por un hermoso y grande quebracho blanco, apareció a la izquierda la “represa grande”, rodeada de álamos, donde habían animales; a continuación a la derecha, se encontraba la edificación que consistía en un rancho de adobes amplio, de dos aguas, cuyo frente este, que daba a la montaña, se utilizaba para la talabartería de la estancia, y su lado oeste era la vivienda y lugar de estar; a su lado seguía el rancho, donde se ubicaba la cocina y despensa. Frente al rancho grande se encontraban otras habitaciones, con un patio entre ellas, donde existía un gran parral. En la parte norte de este rancho había una buena construcción de material, con una linda galería que constituía el dormitorio de mis abuelos y el comedor principal de la casa, las habitaciones tenían sendas ventanas mirando hacia las sierras y las puertas hacia la galería. Además existían otras construcciones menores para usos diversos, había otra buena construcción de material, también con galería, que servía de dormitorio e iglesia. 29
Un domingo cada mes, venía un cura de San Francisco o de San Luis, para dar misa a los habitantes de la estancia y a todas las personas de los campos vecinos, éstos últimos llegaban a caballo o en sulky, y con ese motivo se realizaba una reunión social, que terminaba con una comida en general, siempre preparada con un asado de alguna vaquillona o algunos cabritos. La campana para llamar a misa estaba formada por un riel de un metro, que colgaba en una de las galerías, la cual emitía un sonido “cristalino”, que se escuchaba desde muy lejos, tal vez por el lugar especial de la montaña. Para terminar esta descripción de las “casas”, diré que hacia el norte, a pocos pasos, se encontraban los corrales de los grandes animales, y más lejos el corral de las ovejas y cabras; hacia el bajo, o sea, para el oeste, se encontraba la quinta donde se cosechaba la verdura para abastecer la casa. Todo el casco de la estancia estaba sobre un terreno arenoso, típico de la montaña, y en una pendiente suave, que permitía ver desde la galería todo el bajo; la vista era extensa y terminaba con la silueta de la sierra de “Los Gigantes”, paralela al cordón de San Luis, también se podía ver una franja más verde, que era el bosque de retamos, que cuando había viento se oían bramar en el silencio del paisaje montañés. El retamo es una especie arbórea de madera dura, sus troncos presentan vetas verdes y amarillas, lo que las hace lucir muy vistosas. Las tornerías de madera que existían en la ciudad de San Luis, la utilizaban para hacer jarrones, floreros, mates y todo tipo de adorno torneado, lo que terminó con ese bosque que hoy evoca mi recuerdo. Volviendo al encuentro con la familia de mi madre; desde el momento que llegamos, hasta nuestro regreso, todo lo que recibimos fueron agasajos y cariños. Los puntanos son muy efusivos y cariñosos, además de ser muy buenos anfitriones; todos querían de alguna manera agasajarnos, sobre todo mis tíos, pues mis abuelos eran muy serios.
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La estancia de mis abuelos tenía una cantidad importante de animales, que eran distribuidos en tres lugares: la estancia propiamente dicha, los puestos de “tierra colorada” y “los comederos”. La hacienda estaba formada por vacas, caballos, mulas, burros, cabras y ovejas, los cuales disponían de “cuadros”, donde podían pastar libremente, realmente era un espectáculo ver la hacienda cuando abrían los cuadros para que fueran a beber agua en las represas, cosa que se hacía un día por semana para cada especie. El puesto “tierra colorada” se llamaba así porque sobre la falda del cordón de sierras, que va de sur a norte, desde la propia capital a San Francisco, a eso de unos 35 km de la “Punta de San Luis” (Por eso los habitantes se llaman puntanos), se observa una gran mancha roja, formada por arcilla. Este lugar es muy hermoso y en el vivía la familia de mi tío Baltasar. En cambio, el puesto “Los comederos” quedaba al sur del campo, lo ocupaba un sobrino de mi abuelo con su familia. No recuerdo su nombre, pero sí ha quedado grabado en mi recuerdo un paisano típico de la zona, que casi todas las tardecitas llegaba a la estancia montado en una mula, con sus piernas largas que poco faltaba para que tocaran el suelo, para informar a mi abuelo o a mis tíos de las novedades del puesto. Este lugar se denominaba como “los comederos”, pues allí habían terrenos salitrosos, en las barrancas, donde iban los animales a comer sal. A veces mi abuela, a quien recuerdo con gran cariño como una mujer dulce, seria y muy religiosa; quien ordenaba y dirigía la ceremonia de rezar el rosario por las noches en las fechas religiosas, solía visitar a la familia del puestero de “los comederos”. Para ello desde temprano hacía ensillar su caballo y me llevaba de compañía, montado en un viejo petiso bayo muy mansito. Con el correr del tiempo este puesto me tocó como herencia de los campos de los Pedernera; y sucesos que serían largos de contar, en los que se encierran la envidia y otros comportamientos propios de la ignorancia de los hombres, hicieron que perdiera ese derecho, y hoy sólo me queda la nostalgia del dueño de ese lugar que no puedo olvidar. 31
Cierro estos recuerdos señalando, que el título de este relato, es copia del que tiene el libro de Benito Lynch, llamado “En los campos Porteños”, pues allí hay relatos sobre el comportamiento de un niño en el campo y algunos me traen estos recuerdos...
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EL REGALO DE MI ABUELO
E
l recuerdo que allá a lo lejos tengo de mi abuelo materno, es de un señor serio, ya casi anciano, pero que conservaba la característica de un hombre joven, en cuanto a su actividad física al mando y conducción de todas las tareas de la estancia, como la influencia que tenía sobre su familia, mereciendo el respeto de todos ellos. Tenía muchos nietos de sus hijos casados: Griselda, Manuel y Baltazar, pero solo estaba en contacto casi a diario con los de Baltazar, que residían en el campo. Sin embargo, dado su carácter y el respeto que irradiaba, éstos, si bien eran cariñosos con él y no dejaban de pedir a diario: “la bendición abuelito”, recibiendo la respuesta característica: “Dios lo haga un buen chico”; no era en el trato con ellos lo que generalmente se espera de la imagen clásica de un abuelo. Conmigo no ocurría así, tal vez por ser hijo único y vivir lejos del hogar de los Pedernera, pienso también que en el acercamiento influía mi madre, no sólo porque estaba enferma, sino por ser de algún modo la predilecta. De esta manera, muchas horas del día estaba a su lado, ya sea cuando lo acompañaba a los corrales de los animales, a la chacra. Pero donde me gustaba más era cuando me sentaba a su lado y mientras me contaba alguna historia del campo. Solía construir un carrito con la caja interna de fósforos “Victoria”, de cera de esa época, a la cual ataba un escarabajo que allí llamaban “Torito”, para así lograr la tracción necesaria para llevar como carga pequeñas piedritas, y de esa forma me entretenía mientras él seguía con sus labores del campo; en especial con el trabajo de talabartería, donde era un verdadero artesano de todos los enseres que se usaban para el tratamiento de la hacienda.
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Lo que más me gustaba era cuando preparaba los tientos para la confección de lazos, maneras, cabestros y demás elementos que se necesitan para ensillar un caballo. El taller de talabartería estaba en un extremo de la casa, mirando al este y cerca de la represa donde la mayoría de la hacienda venía a beber; además de allí podía ver lo que ocurría, no sólo en las cercanías de la estancia, sino también hasta el fin de sus tierras, que se extendían hasta la cumbre de las sierras de San Luis. Uno podría pensar que era poco lo que su vista le informaba, pero debemos pensar que el hombre de campo tiene un especial conocimiento del paisaje, no sólo por los cambios que éste sufría al correr el día, sino también por como se comportaban. El desplazamiento de la hacienda y la modificación de los colores, el vuelo alto de los jotes y el movimiento de algún punto oscuro que anunciaba que alguno bajaba desde los altos; si a esto se le suma los cambios del cielo, le permitía tener la suficiente información para sorprender a sus hijos al regresar de recorrer los campos, con preguntas precisas de algunos hechos o accidentes que él ya había conocido. Debo recordar que esos campos habían sido recorridos tantas veces por él y sus antecesores, la gran familia Pedernera, a la cual pertenecieron los mismos, por más de cien años. Actualmente uno de los departamentos más grandes de la provincia lleva el nombre de Pedernera, y como héroe eterno, se lo recuerda a Juan Esteban Pedernera, que fue General de la Nación, y más tarde Presidente de la misma, recordado por ser un hombre del General Lavalle, el cual fue muerto por las huestes de Rosas, y para que éste no se apoderara del cuerpo del General Lavalle, Pedernera llevó su cabeza hasta Bolivia; pero ésta es historia conocida y sólo diremos que mi abuelo descendía de esa gloria nacional como un primo nieto lejano.
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Como una forma de expresar el cariño a su nieto, mi abuelo hizo preparar un recado completo para ensillar una burra que se utilizaba para los pequeños trabajos de la casa, y así poder regalármela. De ahí en adelante me dediqué a la equitación con mi burra, pero ésta, acostumbrada a estar atada al palenque de las casas, resultaba difícil para mí, que poco sabía de usar un animal, poderla sacar de las casas, por más que me esmeraba y seguía los consejos de mis tíos, y sobre todo de una prima mayor, que era muy de andar a caballo, por lo cual no era raro verla como montaba y guiaba al toro inmenso de raza fina que tenía la estancia para la cría de ganado vacuno. Tanto hice con la burra, que al fin encontré un método que me demandaba mucha energía, pero era exitoso. El procedimiento consistía en llevarla tirando de las riendas lo más lejos posible y allí montarla, que ni bien sentía el peso sobre su grupa, iniciaba el retorno a su palenque a todo galope. Entre las tareas que hacían mis tías para la casa, estaba la provisión de leña para usar como combustible en la cocina. Para esta tarea periódica se utilizaba la burra que mi abuelo me había regalado, de manera que desde ese momento yo también era de la partida; para este viaje a los montes cercanos se preparaba con una montura especial, que permitía una carga importante de leña, que duraba una quincena aproximadamente. En ocasiones acompañaba a mis tías a buscar leña para las “casas” en los potreros cercanos, que poseían plantaciones naturales de: molle, algarrobos, quebrachos, espinillos, piquillines, jarillas, etc.,de los cuales el tiempo iba depositando el ramaje seco en el suelo. En una oportunidad, iban en la excursión de la media tarde tía Ramona, Charito y la prima Filomena; como transporte de carga llevábamos con nosotros a mi burra que iba embastada con los arneses apropiados para traer leña. El lugar al cual nos dirigíamos quedaría a unas diez o quince cuadras de las casas, mientras, recorríamos el camino hacia el bajo, pues no olvidemos que estaban en el pie de la sierra. Allí existían muchos cañadones y lechos de arroyos secos, cubiertos con una vegetación tal, que sólo se veía a los costados del camino un horizonte, de no más de veinte metros. 35
A poco de andar, empezamos a escuchar que los animales: caballos, mulas, cabras, y también los pájaros, se encontraban inquietos y algunos echaron a correr. Notamos una rara muestra de comportamiento animal en la burra de carga, ya que no estaba muy tranquila y costaba llevarla al tranco. Recuerdo que mis tías, conocedoras del monte y la sierra, dijeron que posiblemente había un puma cerca, que debíamos apurarnos cargando la leña y volver a las casas. Así lo hicimos, y muy pronto estuvo completamente cargada con la leña, nuestra burra, que habían atado a un árbol por lo inquieta que estaba. En ese momento, ya prontos para el regreso, mis tías me mandaron a traer el hacha que habían dejado al lado de un arbusto, mientras ellas aseguraban la carga. Al ir en busca de la herramienta, debí caminar unos pocos pasos para entrar en el bosque, formado por especies aparrogadas de jarillas, perdiendo de vista al camino y a mis compañeras de viaje. Cuando de pronto levanté el hacha del suelo del lugar donde se había quedado, vi pasar corriendo acompasado a un gran perro amarillo que se dirigía hacia el bajo. Al volver sobre mis pasos hacia el camino, encontré a la burra, que encabritada rompió la riendas que la tenían sujeta, y se disparó hacia las casas, mientras que con su andar desesperado iba perdiendo toda la leña. Al contar a mis tías lo que había visto, y observando éstas el comportamiento del animal de carga, comprendieron lo ocurrido y sólo atinaron a tomarme de la mano y correr juntos hasta llegar a las casas; mientras veíamos en el camino a los animales más cercanos ya no tan nerviosos, pero sí corriendo todo lo que podían. Así llegamos a las casas, sin leña. Nuestra burra estaba detenida en los palenques de atar que se encuentran frente a las mismas, pues según el criterio del animal, ese era el lugar donde se encontraba más segura. Buen susto tuve cuando tomé conciencia, que lo que había visto era un puma verdadero. 36
Al enterarse los hombres (Mis tíos), salieron montando sus caballos, con rifles, para tratar de matar al puma que tanto daño hacía a la hacienda, pero después de recorrer una legua entre quebradas y cañadones, no pudieron dar con el animal, a pesar de ir acompañados por los perros de la estancia. Como ya conté anteriormente, la burra “leñera” se usaba para estos menesteres en las casas. Después de haber ocurrido toda esta aventura, como ya sabía que mi abuelo me la había regalado con montura y todo, cuando la encontraba ensillada en el palenque a la mañana, sabía que podía montarla, aunque seguí usando mi método agotador, pero exitoso...
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CAZA DE GUANACOS
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uando pasaba mis vacaciones en Hucal, centro ferroviario del cual he hablado en otras narraciones, tenía amigos, con los cuales me integraba ni bien llegaba. Eran jóvenes de mi edad, que vivían y trabajaban en ese lugar. Generalmente cada año aparecía uno nuevo, que se había afincado en el pueblo, y otros ya no estaban porque los habían destinado a otros lugares, ya que todos eran ferroviarios o hijos de ferroviarios; pero existían tres que formaban el núcleo de mis amigos vacacionales. Dos de ellos eran hermanos, Lulo y Chiquito, hijos del encargado general de la parte de tracción ferroviaria, y el tercero, Luisito, que si bien no era ferroviario, hacía changas para las tareas colaterales del ferrocarril, ya sea descargando vagones de carbón, leña o trabajando de changarín en los galpones, donde permanecían transitoriamente los cereales antes de ser embarcados en los vagones, también muchas veces era contratado para trabajar en la Estancia de los Alvear. Luisito era un joven muy trabajador y cuando no conseguía nada para hacer, se dedicaba a ir como ayudante de su hermano, que era empleado del correo rural, estaba a su cargo distribuir y recibir la correspondencia que los distintos puestos de las estancias tenían distribuidos en una amplia zona pampeana. Todas las semanas este hermano que era mayor que Luis, iniciaba la gira por el campo en una chata tirada por cuatro caballos, donde acomodaba su carga que consistía, no sólo de cartas, sino también de encomiendas, diarios y revistas, y a veces algunas mercaderías que sus clientes de los puestos y parajes, donde hacía escala, le habían encargado en su último viaje. Este viaje le llevaba alrededor de cuatro días, donde visitaba varios puestos de la Estancia, entre ellos: “El Mirador”, “El Lucero de Murillo” y otros, para alcanzar su destino final en el lugar que se conocía como “Hucal Chico”, que era un puesto importante de la Estancia citada . 38
Está de más decir que el día anterior a su salida, nosotros aprovechábamos para leer las principales revistas que llevaba; entre ellas recuerdo “La Chacra”, “El Gráfico” y otras, pero siempre con cuidado, pues el hermano de Luis era el empleado responsable de la carga a distribuir por el Correo Nacional. En la época que estoy recordando, mi familia en Hucal la formaba mi padre solamente, ya que mi madre había fallecido; en algunas vacaciones solía venir de San Luis mi abuela paterna, entonces ella manejaba la casa donde vivíamos. De manera que yo pasaba la mayor parte mi tiempo en la casa de mis amigos Lulo y Chiquito, que junto con sus hermanas gemelas, Chiche y Porota, formaban con sus padres un lindo hogar, donde me consideraban un hijo más. De esta manera, en el pueblo andábamos juntos con Lulo, Chiquito, y a veces con Luis, cuando éste no trabajaba. Con respecto a la tarea de los hermanos Lulo y Chiquito, ésta también se desenvolvía en el ferrocarril, pues Lulo, el mayor, estaba como ayudante de auxiliar en la Estación Ferroviaria, y Chiquito sólo hacía changas. No había mucha diversión para nosotros, en general nuestras aventuras eran de caza, ya fuera con hondas, rifles, escopetas o carabinas. Fuera de esta actividad, dedicábamos el tiempo a jugar al fútbol en una cancha que había al lado de la Estación, o ver jugar a las bochas a los viejos ferroviarios (Guardas, cambistas, aspirantes, etc.) y algunos otros habitantes, como los empleados del Almacén de Ramos Generales, bar y hospedaje del lugar. A veces también jugábamos a las bochas, pero en una cancha no reglamentaria, que teníamos en la casa de los hermanos, bajo la sombra de unos lindos paraísos, durante las tardecitas de verano. Además habíamos construido un“sapo” con cajones de embalar y las fichas eran arandelas que sacábamos del pañol del galpón de máquinas, con ese juego hacíamos campeonatos que nos divertían mucho. 39
Para la caza con honda, preparábamos los proyectiles con plomo que se usaba para construir cojinetes del tren de rueda de los vagones, plomo que fundíamos en un cucharón y luego lo volcábamos sobre maderas duras, agujereadas previamente con mechas de hierro, para así lograr unos “balines”, que eran especiales para cazar martinetas y perdices. La característica del suelo en la zona de Hucal era accidentada, formada por lomas, médanos y amplios valles cubiertos por árboles autóctonos, agrupados en pequeños bosques de caldenes, algarrobos, jarillas, chañares, piquillines, sombra del toro, espinillo y otras especies propias del lugar, que se adaptaban muy bien a ese suelo semidesértico, ya que no existían ríos, ni arroyos, siendo raro encontrar una laguna, por el contrario, nos encontrábamos a veces con grandes extensiones de salinas, que pintaban el paisaje de blanco en contraste con el verde oscuro de la superficie que se encontraba cubierta de pastos duros, extensos pajonales, cardos y el típico “cardo ruso”, que al secarse formaba una perfecta esfera de un metro de diámetro aproximadamente, que con el viento rodaban hasta encontrar un obstáculo, como un alambrado por ejemplo, y allí se apilaban hasta formar una verdadera pared. Este tipo de terreno se prestaba para que en el mismo existiera una variada fauna, así había: ñandúes (Nosotros las llamábamos avestruces), martinetas, perdices chicas, perdices coloradas, palomas grandes, torcazas, cardenales amarillos y otros pájaros como: tordos, loros, cotorras, tijeretas, zorzales, lechuzas, búhos, ratoneras, etc. También abundaban animales pequeños como: cuises, vizcachas, gatos monteses, zorros, liebres, quirquinchos, mulitas, etc. Como caza mayor teníamos el guanaco y el puma, aún cuando éste último no abundara tanto como el primero. Es significativo aquí hacer un descanso y recordar qué importante sería la caza del guanaco, que siendo Presidente de la Nación el General Roca, fue invitado a la Estancia de Hucal para participar en este deporte.
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En época reciente se han sumado los jabalíes, pero estos animales fueron traídos desde Bariloche a una estancia de la zona, para mejorar la cría de cerdos. En la actualidad se han transformado en una “peste”, pues habitan en estado salvaje por haberse escapado oportunamente de algunas estancias, por lo que abundan ahora en esa zona. Así fue como en una ocasión, Luisito se enteró que a tres leguas de Hucal, donde existía una pequeña laguna, iba a la mañana temprano a beber agua, una manada de guanacos. De inmediato surgió en nosotros la idea de la caza de ese animal, y desde el momento que tomamos esa decisión, empezamos a preparar la excursión a la laguna de los guanacos, como algunos la llamaban. En esta ocasión, el grupo de amigos no contaba con Lulo porque tenía que trabajar, pues además, la aventura nos llevaría por lo menos dos días. Por supuesto que nosotros averiguamos qué camino era mejor y lo que necesitábamos llevar; de esa manera se enteró toda la colonia ferroviaria, el núcleo del almacén general y anexos, así cada uno daba su opinión y consejo, sobre todo abundaban las bromas sobre los leones pumas, que según ellos, existían en ese lugar, y las alimañas, de las cuales debíamos tener cuidado, ya que al dormir en el descampado era muy posible que nos encontraríamos con alguna sorpresa. Llegó así el día de nuestra partida. Salimos al amanecer, llevando nuestras armas de largo alcance y los enseres propios de una excursión; cargamos éstos últimos en la cabalgadura de una yegua que tenía Luis, que cuando trotaba anunciaba nuestra presencia por el ruido de las cacerolas y jarros, al golpear unos con otros, a pesar de que el animal lo había ensillado un paisano, como era Luis. Sin embargo, eran tantas las cosas que transportábamos, que no podíamos evitar el ruido y el aflojamiento de la montura, la cual tuvimos que ajustar repetidas veces.
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Entre las cosas que cargaba el animal, iban dos “hamacas paraguayas”, donde Chiquito y yo íbamos a dormir, pues Luis que era más hombre de campo que nosotros, dormiría en el suelo, sobre el recado del caballo. Luego de hacer un alto sobre el mediodía para comer algo, seguimos camino y llegamos a eso de las cinco de la tarde al lugar previsto para hacer campamento, donde había un bosque de caldenes y una aguada abastecida por un molino con su tanque australiano correspondiente. La caminata en pleno verano, nos había cansado y acalorado, por lo que de inmediato, después de desensillar al animal y acomodar todas las vituallas a la sombra de los caldenes, nos bañamos en el tanque, lo cual nos sentó muy bien, y luego, después de hacer fuego, nos pusimos a tomar mate. Como ya he dicho, existía mucha caza, de manera que a la tardecita, que es el momento en que suelen salir las martinetas, cazamos dos para el asado que cocinaríamos a la noche. Después del asado, alumbrados por un “farol de noche”, como es costumbre llamar a los faroles que funcionan con alcohol y una mecha de iluminación, formada por una malla ó “camisa”, fabricado con material incandescente, que proyectan una buena luz blanca; nos pusimos a preparar los elementos para dormir. Así Chiquito y yo encontramos los árboles adecuados para colgar nuestras hamacas, mientras que Luis arreglaba con su recado y las mantas, su cama en el suelo. Antes de dormir cambiamos bromas sobre la ventaja de hacerlo en las hamacas, y no en el suelo, expuesto a cualquier inconveniente, recordándole a Luis los pumas de la región. Cuál no sería la sorpresa de Chiquito y mía, al despertarnos los gritos asustados de Luisito, diciéndonos que un puma había cruzado a través de nuestro campamento. Esa noche había luna y suficiente luz, como para ver que los restos de comida estaban todos desparramados y por lo tanto, no había duda de que un animal estuvo allí, pero el misterio sólo se iba a descubrir al otro día. 42
Ni bien empezó a clarear el día, nos levantamos para ir a la laguna de los guanacos, que se encontraba a un kilómetro más o menos de nuestro vivac, sin embargo se nos presentó el primer inconveniente, ya que el baño en el tanque australiano del día anterior, de alguna manera no me había hecho bien, pues me sentía bastante mal y con mucha fiebre, por lo que se descartó mi presencia en la caza programada. Al no poder formar parte en la partida, mis compañeros no querían ir, también porque me veían bastante mal y no querían dejarme solo, pero ante mis argumentos de que me encontraría bien si tomaba algunos mates, me dejaron sentado en un tronco de árbol, al lado del fuego y los elementos de mate, como también mi rifle al alcance de la mano. Realmente me encontraba mareado, y después de dar una vuelta alrededor de la fogata, me di cuenta que debía acostarme o sentarme, así estuve no sé qué rato, pues la fiebre no me permitía valorar el tiempo. En mi vida, en tres ocasiones (Esta iba a ser la primera) tuve la certeza de la muerte, y en el período trascurrido en ese lapso, uno siente una paz y resignación tal, que su comportamiento es tranquilo y sólo se apena por dejar esta tierra. Recuerdo que mientras estaba sentado en el tronco, podía ver el horizonte a lo lejos, donde existía una loma, que de improviso parecía como que se cubría lentamente con una niebla que iba borrándola, y el horizonte empezó a correr hacia mí, de manera que cada vez veía a éste más cerca, mientras iban desapareciendo paulatinamente todos los accidentes que tenía al frente; así vi como se borraba un alambrado cercano, y la línea de mi horizonte se acercaba inexorablemente, sobrepasando todos los obstáculos para seguir su curso... Mientras tanto, yo pensaba que al llegar el horizonte a donde me encontraba, se acabaría mi vida..., esto no ocurrió, sino que perdí la visión y quedé totalmente ciego, por unos instantes, segundos o minutos, no lo sé, pues el tiempo no se puede medir sin tener referencias de hechos repetitivos o destacados. Al cabo de ese espacio vivido, recobré la visión y con ello la alegría de estar vivo. 43
No pasó mucho tiempo, cuando vi que mis amigos regresaban de su cacería sin ninguna pieza de caza. Lo que había ocurrido era que los guanacos no habían concurrido a tomar agua ese día, ya sea porque no lo hacían diariamente o porque habían olfateado a los cazadores, de modo que tratarían de volver al día siguiente, tomando todos los cuidados necesarios. Habían estado tirados en el suelo húmedo de la laguna por más de dos horas, en contra del viento, para no espantar la llegada de la tropilla de guanacos. Estos animales no son fáciles de cazar; recuerdo que cuando tenía ocho años aproximadamente, acompañaba a mi padre a la caza del guanaco. Este animal es muy vistoso, y su cuerpo estilizado le permite rápidamente tomar carrera y desaparecer del alcance de tiro. Ellos generalmente se destacan bien en las lomas, siempre van en manadas de seis a siete; mi tarea en ese entonces era intrigarlos, usando una rama en cuya punta atábamos un trapo rojo, ya que son muy curiosos, y cuando ven algo inusual en el campo, levantan bien la cabeza, girándola como olfateando lo extraño, de este modo era posible acercarse a 400 ó 500 metros, sin que desaparecieran. Así recuerdo que una vez mi padre cobró una pieza, con el uso de su Winchester y su buena puntería, luego lo cuereó, y con el cuero en el morral, nos dimos por satisfechos y volvimos a casa. Al regresar los muchachos de la laguna, se encontraron con un campamento de carros laneros, que la noche anterior habían acampado en otro bosquecito próximo al nuestro. La Pampa en ese entonces formaba parte de la Patagonia Lanera, y por lo tanto era necesario transportar la lana de los distintos puestos de las estancias, donde se realizaba la tradicional esquila de las ovejas. Si bien el ferrocarril era la vía más rápida y cómoda para llegar a los puertos marítimos, desde donde se enviaban a Europa para su transformación industrial, el acopio en los centros ferroviarios más cercanos se hacía utilizando unos carros especiales, de una sola y gran rueda, que se llamaban “carros laneros”. 44
Como el problema era el de transportar grandes volúmenes, más que peso, estos carros tenían grandes ruedas para poder salvar las irregularidades de los caminos improvisados, para cruzar La Pampa; con superficies de grandes extensiones de pajonales, salitrales y arenales; llevando sobre el eje del carro, un recipiente de madera, como si fuera un cesto de geometría trapezoidal, donde se almacenaban una gran cantidad de bultos esféricos de lana, cubierta por un paño de aspillera con juntas atadas, de manera que estos bultos fueran “fácilmente” manejados por los peones, aún cuando estos pesaran alrededor de cincuenta kilogramos. El conductor del carro estaba sentado en lo alto y de allí dominaba, no sólo el camino, sino a la tropilla que tiraba al vehículo. Debajo del carro iban los cajones donde los laneros llevaban sus vituallas para el viaje, que a veces les llevaba varios días. En general el transporte se hacía a través de una caravana de carros, de manera que existía un capataz que conducía la misma. Una de esas caravanas que llegaban a Hucal, era conducida por un paisano muy pintoresco, buen verseador y bailarín, que gustaba mucho a las mujeres del pueblo; cuando él llegaba siempre se realizaban bailes para recibir y despedir a los laneros; pero de estos personajes típicos de Hucal, nos ocuparemos oportunamente. Así fue como el tan mentado puma, que atravesó la cama de Luis, no fue otro que uno de los perros que acompañaban a los laneros, que de noche, y con la idea presente de los pumas, hizo que Luis confundiera un perro grande y lanudo con un puma. Esta equivocación sirvió para que como anécdota graciosa se comentara en el pueblo, a costa del orgullo de Luisito. Después del fracaso en la laguna con la caza de guanacos, se pensó volver al día siguiente, sin embargo, como yo me sentía bastante mal, se decidió dar por terminada la excursión e iniciamos el regreso; éste fue accidentado, pues en mi caso, al no poder caminar, ya que me cansaba mucho, debí regresar en 45
el lomo de la yegua, y de ese modo compartir el lugar con los tachos, cacerolas y demás embastos que habíamos llevado, lo cual hacía que nos detuviéramos varias veces para descansar, pues cada vez me sentía peor; así llegamos al pueblo al caer el sol. Esto terminó con tres días de cama y con pocas ganas de intentar de nuevo, otra cacería de guanacos...
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EL SERVICIO MILITAR DE LOS ESTUDIANTES
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n la década del 30 yo me encontraba realizando mis estudios secundarios, y por esa época entre los alumnos se comentaba muy firmemente, que el estudiante en el próximo llamado del Ejército para hacer el servicio militar debería cumplir un año, cuando hasta esa fecha, el mismo tenía una duración de solo tres meses, el cual tenía lugar en las vacaciones de verano, de manera que no perturbaban tanto el estudio. Para el estudiantado cumplir con el servicio militar, representaba un grave inconveniente, pues en muchos casos interrumpía su carrera y algunos otros era motivo de abandono del estudio; que ocurriera esta posibilidad no estaba muy lejos de la verdad, ya que había que cumplir con ciertos requisitos previos, que si no se aprobaban, el servicio se extendía desde tres meses a un año. Cuando el plazo era de un año, el conscripto entraba en el grupo general de soldados de todo el país, por lo cual se le podía asignar un cuartel tan alejado del lugar de sus estudios, que aunque hiciera lo que hiciera, al desvincularlo geográficamente de su escuela ó universidad, no le dejaba ninguna posibilidad, aunque sea para dar algún examen libre o realizar cualquier trámite que le permitiera seguir como alumno durante ese año, aún cuando la concurrencia no fuera regular. Si tres meses ya afectaban el estudio, imagínense ustedes qué representaría un año, y en algunos casos más de ese tiempo si no se había seguido una “buena conducta militar”, o bien el ingreso de los nuevos soldados, por falta de presupuesto, se prolongaba algunos meses más. Todo esto sumado a que existía conciencia entre el alumnado, que nada podría aprender un estudiante durante ese período, que mejorara su formación para encarar la vida, sólo el hecho de saber disparar un arma, hacía que el servicio militar se viera como un escollo serio, que cuando más pronto se lo pasara, más beneficio obtendría. 47
Entre las pocas prerrogativas que tenía el estudiante de esa época, era que ese escollo lo podía adelantar o posponer un año a la fecha oficial que le correspondía (20 años en ese tiempo). Es así como pedí adelantarme, pues era cosa certera que el próximo llamado sería de un año. No ocurrió así; el año que yo debía hacer el servicio no se llamó a los estudiantes y esto siguió por tres años más, según se decía, por falta de presupuesto. De esta manera, no sólo hice tres meses por haberme anticipado, sino que luego de cuatro años fui incorporado obligatoriamente como reservista, debido a la situación política especial que vivía el país, esto sumó casi un año de servicio militar; bien se dice: “que por mucho madrugar no amanece más temprano”. En esta ocasión me encontraba realizando mis estudios universitarios, y a pesar de que el lugar donde serví era La Plata, lo mismo perdí un año de estudio. Dos años después, encontrándome todavía en la facultad y trabajando en la Secretaría Aeronáutica Militar, como inspector de habilitación de aviones civiles, ya que la Dirección Aeronáutica Civil, que dependía del Ministerio del Interior, donde yo trabajaba, fue incorporada a la Dirección del Material Aeronáutico; fui de nuevo invitado a incorporarme a las filas militares, ¡Y todo esto por adelantar en un año mi servicio militar! Los estudiantes que habían hecho el servicio militar más tarde fueron incorporados como oficial o suboficial de reserva, por lo tanto recibimos una nueva cédula de llamado, pero con un aditamento curioso, pues se nos preguntaba en la misma si deseábamos volver a incorporarnos transitoriamente a las fuerzas armadas o no. Entre los estudiantes corría la voz que aquellos que decían que no, era justamente a los que llamaban, ese era nuestro dilema; en mi caso, siguiendo el consejo estudiantil dije que sí, además porque como yo ya trabajaba para ellos, pensaba que iba a ser sólo un trámite administrativo y continuaría como inspector, solamente que llevaría uniforme. 48
Así lo hice, fui llamado, pasé la revisión médica y luego todo terminó; no fui incorporado, en cambio otros estudiantes sí fueron por tercera vez ingresados al cuerpo militar. Tenía un compañero que poseía una pequeña empresa de construcciones bien montada y no le iba mal, lo que le permitió estudiar para ingeniero civil, y ante la tercera convocatoria, no podía menos que lamentarse, pues perdía la empresa y el estudio temporalmente. Como hecho anecdótico recuerdo que a la salida de la facultad había en esa época una palmera, y él abrazado a la misma, con lágrimas en los ojos me contaba su desgracia. Esta introducción a la vida militar me permite contar una anécdota militar, que refleja el trato y poco criterio que tenían aquellos suboficiales que nos daban instrucciones, creyendo que así nos educaban. El servicio militar que recibía el nombre de Aspirante de Oficial de Reserva (AOR), se inició un 2 de Enero y terminó el 31 de Marzo, nos ubicaron en un vivac formado por carpas, donde en cada una de ellas podía vivir una sección (15 hombres aproximadamente). El asentamiento estaba situado en un “parque” que hoy se llama San Martín y de allí partía la calle 25, que era una avenida de tierra que se extendía hasta los límites de la ciudad, franqueado a ambos lados de la misma por casas comunes y casas precarias, habitadas en general por familias obreras y algunos empleados provinciales, que al caer la tarde tenían la costumbre de salir a la puerta de la calle, sentarse a tomar mate y de paso presenciaban nuestro regreso al vivac, cargados de armas y enseres militares, de vuelta de las tantas salidas que realizábamos para efectuar en campaña, lo que los militares llaman “orden abierto”. La larga fila en marcha, sin marcar el compás que nos exigían al salir a las mañanas del vivac, al caer la tarde, y por esa calle polvorienta, parecía un ejército derrotado, con soldados todos transpirados, cansados, que sólo deseaban llegar a su destino, 49
para bañarse y cambiarse de ropa, para poder descansar un breve tiempo antes de que nos llamaran a cenar, para luego ir a dormir. La columna en cierta forma desfilaba para los habitantes que se apostaban en sus veredas, como lo hacen los tordos que se paran en línea sobre los alambrados de los campos al caer la tarde, cuchicheando entre ellas. A medida que caminábamos a lo largo de esa avenida, se levantaba una polvareda que anticipaba nuestra llegada, como lo hacían los indios en sus malones, y además la columna era cada vez más larga, ya que la distancia entre soldado y soldado aumentaba, y los que cerraban la caminata cada vez se distanciaban más de la cabecera, esto permitía a los espectadores gozar más del espectáculo y lo cual les inducía a mayores comentarios, en su mayoría contrarios a nuestra condición de estudiantes, que lo expresaban generalmente a viva voz para que nosotros nos diéramos cuenta que no gozábamos de su simpatía. En esa época, y aún hoy, hay cierto sector de la población que no simpatiza con los estudiantes, pues considera que son privilegiados y que tienen todos los vicios de la juventud, que provienen de gente acaudalada, que jamás trabajan, sólo se divierten y pasan buena vida; por eso para ellos en estos momentos que nos veían cansados, sucios y decaídos por todos los trajines de los ejercicios militares que habíamos hecho, pensaban que esto era justo, así aprendíamos lo que era el sudor de los trabajadores. Lo que se atrevían a gritarnos, sobre todo a la parte más alejada de los oficiales que iban a la cabeza de la columna, eran palabras que iban desde “pitucos” a otras mayores. Había en nuestro grupo un aspirante (AOR), que su contextura física no era para el trato forzado a que sometían a los soldados, de manera que varias veces cayó desmayado del esfuerzo; yo me había hecho amigo de él y al verlo muy cansado, arrastrando los pies en una de estas vueltas al cuartel, le pedí su fusil y enseres militares consistentes en caramañola llena de agua, cinturón con cartucheras, mochila con todos los elementos de comida, etc., que pesaba lo suficiente y representaban una carga dura para llevar durante la marcha. 50
Toda esta carga adicional, de la cual me hice cargo, la llevé en una mula que cargaba el “ajuste”, que era un trípode de hierro donde se ajustaba el fusil ametrallador, conjuntamente con otros aditamentos de guerra, los arneses y monturas correspondientes. Bien al llegar al vivac, mi compañero se fue a bañar y descansar, que por cierto, le hacía falta; mientras yo desensillaba la mula y colocaba todos los enseres de la montura en una carpa especial que se habilitaba para el depósito de todo lo referente a las mulas y caballos que utilizaba la compañía de AOR. Antes de acomodar todo, había dejado a un costado los elementos de mi amigo para después llevárselos a su carpa, pero el deseo de terminar pronto, como las ganas de bañarme y descansar que tenía eran tan grandes, que me olvidé de hacerlo, dejándolo al lado de la carpa sin entregárselo a mi amigo. Ni el dueño ni yo nos acordamos más de estos elementos, que para un militar es de la mayor importancia; lo primero que nos enseñaban era que nunca debíamos abandonar las armas, cuidarlas más que a uno mismo; por lo tanto al otro día al formar toda la compañía para iniciar otra fagina militar, el Sargento que tenía en ese momento a cargo la compañía, empezó a hacer un largo discurso sobre la responsabilidad del soldado con sus enseres militares y además destacando la poca solidaridad con un compañero de armas, hoy en el hospital, que no había sido capaz de llevar a buen destino los elementos del soldado y había dejado todo abandonado, sin importarle para nada las consecuencias que podía tener para el compañero enfermo. Así siguió su perorata y preguntándose a cada momento, qué aspirante había sido tan displicente y tan poco compañero. Mientras hablaba, yo nada recordaba del día anterior, pensaba: ...“pobre el soldado que olvidó las armas en la carpa”..., sin pensar en ningún momento que el “culpable” era yo mismo. Cuando fui señalado, de nada valieron mis disculpas ni las razones por las cuales había ocurrido ese hecho; no sólo fue el escarmiento ante toda la compañía de mal amigo, sino que fui castigado por una semana, sin salir, haciendo la limpieza todos los días del vivac. 51
En el ejército, es tremendo el poder del que manda más, sus conclusiones no se discuten, se aceptan, y este poder tremendo en general lo ejercen más los de menor grado. El poder es un elemento muy crítico, se lo debe usar con criterio, justicia y equilibrio, en caso contrario, es un arma poderosa que puede llegar a los extremos más lejanos. No hay duda que los militares no han leído a Bertrand Russell, cuando habla del poder en los hombres. Por suerte hoy ya no existe el servicio militar para los estudiantes. Antes de abandonar este tema, creo conveniente referirme a los hechos ocurridos en mi segunda incorporación. En el año 1942, la situación política de nuestro país era inestable, y por lo tanto se estaba gestando la revolución del año 43, causa suficiente para que los militares justificaran llamar a los reservistas estudiantiles, a fin de reforzar a sus cuadros militares. Así es como convocó una célula militar a todos los que fueron aspirantes a Oficial de Reserva (AOR), para ingresarlo por un tiempo indefinido. Fui incorporado como sargento y con destino al Regimiento de Infantería con asiento en la ciudad de La Plata. Debemos pensar que para esa época casi todos los estudiantes en su primera incorporación eran de secundario, ahora eran universitarios, o bien algunos, como los industriales, ejercían ya su profesión. Tanto unos como los otros se vieron muy perjudicados, ya sea en sus estudios superiores o en su trabajo. En mi caso me encontraba cursando el tercer año de Ingeniería y pensé que como vivía en La Plata, tal vez podría arreglarme con algún permiso y poder cursar alguna materia. Así fue como tuve la suerte de conseguir un permiso especial para estar libre una tarde en la semana para concurrir a la Facultad. Todo andaba muy bien hasta que un día, a causa de que el Regimiento no había desfilado en el bosque, lo suficientemente bien según el criterio del Coronel, a cuyo cargo estaba la preparación del desfile militar histórico que se realizaba todos los años para el 25 de Mayo, me anuló el permiso, como una satisfacción personal de su carácter. 52
Por esta razón no pude cursar el año universitario, y en consecuencia retrasé mis estudios. Inútiles fueron las razones que expuse, no sólo al Capitán Jefe de mi compañía, sino también hasta al Director del Regimiento. El año 42 fue malo para todos los soldados, ya que el invierno fue muy duro como no recordaban otro en La Plata; tan es así que en una salida con el Regimiento para realizar “orden abierto”, desfilando por la calle 7, al llegar a la altura de la calle 80, eran tantos los soldados que caían desmayados, que el Coronel dio órdenes de regresar a los cuarteles del Regimiento. Tan crudo fue ese invierno, que la enfermería estaba repleta de soldados enfermos, pues por razones presupuestarias los mismos no iban bien abrigados. Era una pena verlos dormir en esos galpones fríos, tapados con una colcha de verano, tan delgada por el uso que parecía una sábana. Una noche muy fría, escuché a eso de las 3 de la madrugada gritos y órdenes que me despertaron; al ver que provenían de la “cuadra” donde dormían los soldados de nuestra compañía me dirigí a ella, cuál no sería mi sorpresa ver a todos los soldados en paños menores haciendo ejercicios al lado de la cama, bajo las órdenes de un cabo primero que los dirigía; mientras él estaba bien abrigado con su uniforme completo, hasta llevaba su capote puesto. Al ver tal demostración de poder frente a esos jóvenes, no pude menos que intervenir y grité: - ¡La compañía a mis órdenes! ¡Y usted, cabo primero se retira castigado a su dormitorio!Todos los soldados volvieron a sus camas y se taparon como podían, algunos se vistieron para dormir mejor; muchos de ellos habían cortado el colchón al medio y a lo largo para poderse cubrir con la lana que éstos tenían; todo para poder resguardarse del frío. De esta manera, y cuando podía, utilizaba mi poder como suboficial para beneficiar en algo la vida de los jóvenes soldados. 53
En otra oportunidad durante un fin de semana largo, en el cual todo el Regimiento gozaba de un permiso, que le permitía a los que vivían alrededor de La Plata visitar a sus padres, me encontré con la novedad que el Furriel, que por orden superior preparaba la lista de los que debían quedarse para las guardias de esos días, colocaba a los soldados que precisamente vivían fuera de la ciudad, en los pueblos vecinos, y de esta manera les anulaba la única vez que podían ver a su familia; favoreciendo a los de la ciudad, que prácticamente visitaban a sus padres todas las semanas. Ante este proceder, utilicé mi cargo para revertir la disposición y así permitir que el soldado del campo pudiera ir de vez en cuando a su casa. Ya que tenía que cumplir con la incorporación, me había propuesto hacer más llevadera la vida del soldado, utilizando el poco poder que me daba el grado con el que fui incorporado. Como lo expresara anteriormente, ese año fue uno de los más fríos que tuvo que soportar la ciudad, por lo tanto hasta yo caí enfermo con una gripe muy fuerte que me atacó hasta el sistema pulmonar, tuve que pasar en la enfermería más de un mes. Al cabo de ese tiempo me dieron el alta, pero me sentía muy débil para incorporarme a las tareas propias del Regimiento. Estando en la enfermería me había hecho muy amigo de un soldado, que gozaba de algunas franquicias, pues era el campeón argentino de la carrera de 100 metros pedestre. Este joven se ofreció a interceder frente al Jefe de Regimiento para que me dieran una tarea de oficina, para así no incorporarme a las tareas de la compañía y poder restablecerme rápidamente. Así fue como fui asignado a la oficina de Reclutamiento, en la cual se confeccionaba cada cuatro años el plan de reserva activa para casos de conflicto. Esta oficina tenía como jefe a un Capitán, como ayudante de la jefatura y responsable de la confección práctica del plan de movilización a un suboficial principal, y por lo tanto era el jefe directo de los escribientes a máquina, que eran un soldado y un sargento (El que suscribe). Para mostrar como el “poder” está sobre todas las reglas, leyes y demás directivas, aún cuando estas representan las disposiciones de la Real Academia del Idioma, relataré, no sólo cómo influye el poder, sino también la ignorancia de ciertos militares y su tozudez. 54
El Capitán todas las mañanas se acercaba a la oficina a dar algunas órdenes y luego controlaba la escritura que en ese momento se hacía del Plan. De este modo varias veces corregía las supuestas faltas de ortografía de los empleados. Recuerdo que acercándose me ordenó que una palabra escrita con “s” debía ser con “c”. A pesar de que yo le advertía su error, él ordenaba por ser Capitán, que se escribiera con “c”. En esa época no existían las PC, donde la corrección es muy fácil. Debíamos en ese entonces proceder a borrar con goma especial el original y la copia que se obtenía con papel carbónico; por más cuidado que se pusiera en la corrección, la hoja no quedaba bien como para integrar el Plan. Después que había hecho lo ordenado, seguía escribiendo y mientras tanto el suboficial se acercaba como al pasar, para ver el supuesto error. Después, cuando él creía que nadie lo miraba le decía en el oído al Capitán que estaba equivocado; éste luego se acercaba al escribiente y le decía: - Corrija de nuevo. Así lo hice varias veces, pero como él seguía con esa costumbre de utilizar el poder para corregir, se me ocurrió realizar la primera corrección golpeando la tecla de tal manera que la letra enmendada casi cortaba el papel. De esta manera como el Capitán ordenaba de nuevo la corrección, yo le contestaba que no podía, al insistir, de un golpe sacaba el original y la copia de la máquina, lo hacía un bollo y lo tiraba al canasto, volvía a colocar papel y carbónico para hacer nuevamente la hoja. Esto bastó para que el oficial no me corrigiera más. Esta actitud demostrada a sus subordinados, es generalmente la que se utiliza con los civiles en su trato diario; llevado por la educación militar que han recibido y porque saben que tienen poder, sin embargo ese poder está limitado por la cadena de mando, lo que los lleva a obedecer sin discusión alguna, siempre que la orden provenga de un estamento superior. Hemos dicho en otra oportunidad, que el poder es un arma peligrosa, y sólo debe ser manejado por aquellas personas sensatas de criterio amplio, y no aquellas que tienden a aniquilar la razón por el poder mismo. 55
MALAS PALABRAS
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uando ingresé a la Facultad de Ciencias FísicoMatemáticas de la U.N.L.P, lo hice becado, por haber sido el mejor alumno de la promoción de la Escuela Industrial Superior de la Nación, de la ciudad de La Plata. Hoy la Facultad se conoce como la de Ingeniería, pues cuando tuvimos un Arquitecto como Rector de la U.N.L.P, tuvo la feliz idea de modificar la estructura de la universidad, fundando según él, dos facultades, la de Ingeniería y la de Ciencias, como existen en la actualidad. Recuerdo que con motivo de este suceso, el diario “La Prensa” dijo en su editorial que no se habían creado dos facultades en La Plata, sino que se había cerrado una de gran prestigio, que nació con la Universidad misma como resultado de la idea creadora de Joaquín V. González. Volviendo a mi condición de becado, situación que no podía perder, si realmente deseaba seguir estudiando, ya que en la misma caducaba el primer aplazado de la carrera; esta condición me obligaba a ir muy bien preparado a los exámenes, que con ayuda a veces de un poco de suerte supe terminar mi carrera, sin perder la beca. Esta situación me conducía a ser muy cuidadoso con las decisiones que podía tomar al cursar la carrera, de manera que cuando se presentó la oportunidad de cambiar de estudios de la Ingeniería Mecánica (Donde estaba inscripto) por la carrera de Ingeniería Aeronáutica de reciente creación, me resultó difícil hacerlo. La carrera me atraía, pues siempre me gustaron los aviones, mi casa estaba frente al Aeroclub del Dique y donde desde muy chico me entretenía en verlos decolar, volar y aterrizar a los aeroplanos de esa época; talvez recordando los vuelos de las grandes aves que habían en el campo de la Pampa como las águilas, los jotes y las palomas monteras. 56
Lo cierto es que después de buscar consejos de varios profesores, dos amigos y yo nos inscribimos en la nueva carrera, cuyo currículum era muy superior a la de Mecánica. Se puede decir que con las nuevas materias y lo excelente de los profesores que las dictaban, la Facultad de Ciencias FísicasMatemáticas, se renovó totalmente, y si algo le faltaba a nuestra Facultad, era justamente el dictado de nuevas disciplinas científicas y técnicas que ya eran corrientes en otros países como los de Europa y los Estados Unidos. Tuvimos profesores invitados, especialmente italianos, franceses, belgas y rusos, que no sólo prestigiaron la carrera aeronáutica del país (Recuérdese que en la Universidad de Córdoba no se dictaba específicamente aeronáutica, solamente un híbrido mecánico-aeronáutico, de manera que los primeros alumnos en estudiar esta especialidad en el país fuimos nosotros), sino que permitieron que otras cátedras de la Facultad hicieran una revisión de sus temas de enseñanza e incluso se crearon otras disciplinas de estudio. Nosotros que ingresamos en esa época al estudio de aeronáutica, creíamos que ésta tendría en la parte civil un gran porvenir, ya que terminada la segunda guerra mundial y teniendo en cuenta la enorme extensión de nuestro país, no era menos pensar que las comunicaciones se realizarían a través de la aviación. Desgraciadamente no ocurrió así por el control que ejercía la aeronáutica militar sobre el desarrollo de la aeronáutica civil de nuestro país; una decisión desafortunada, que atrasó en muchos años el desarrollo civil de esta actividad. Una vez ya decidido a estudiar aeronáutica, pensé que lo mejor era someterme de lleno a esa disciplina, complementando el estudio con un trabajo relacionado con el vuelo. Así fue como ingresé a trabajar como ayudante inspector en la Dirección de Aeronáutica Civil de la Nación, que en esa época se encontraba en la ciudad de Buenos Aires, situada en una casa muy señorial de la avenida Quintana; esto me obligó a viajar todos los días, lo que dificultó el estudio de mi carrera, indudablemente se hizo más larga. 57
Sin embargo, a pesar de estos inconvenientes, el balance que hice de esta nueva situación era favorable, no sólo ganaba un sueldo adecuado, sino que me interiorizaba en lo que ocurría en el mundo aeronáutico. Pertenecía a la División Inspección que tenía por misión otorgar los certificados de navegabilidad a todos los aviones que operaban con matrícula del país. Sin este certificado, que respaldaba la seguridad del avión propiamente dicho y de su planta motora, que otorgaba provisoriamente el Inspector y luego confirmaba la Dirección de Aeronáutica Civil del Ministerio de Interior, los aviones no podían despegar. De manera que nuestro trabajo no sólo se limitaba a la inspección en tierra y en aire del aeroplano en cuestión, sino también a la habilitación e inspección periódica de los talleres que se dedicaban a la reparación de aviones, talleres civiles que en esa época no eran muchos, sólo se destacaban como importantes los de Morón y del Tigre, que estaban habilitados para reparaciones generales; además habían talleres pequeños de mantenimiento en los Aeroclubs del país, que también eran rigurosamente controlados por nuestra oficina. De manera que los inspectores aeronáuticos tenían zonas del país, donde ellos eran la autoridad aeronáutica que permitía volar o no a los aviones. Yo tuve la suerte de ser ayudante de grandes inspectores que conocían muy bien su trabajo, y aún cuando no eran buenos docentes, mi curiosidad a través de mis preguntas, no sólo a ellos, sino a los pilotos, mecánicos, etc., me permitieron en poco tiempo estar cómodo en mi trabajo y al cabo de un año ya hacía algunas inspecciones solo. Además aprendí el trabajo de oficina y el manejo de expedientes e informes, cosa totalmente desconocida para mí. A propósito, recuerdo mi primer contacto con los expedientes que no fue muy placentero. En la oficina trabajaba un ingeniero que había sido Suboficial del Ejército, que estudió y se recibió en la Universidad de Córdoba, era un hombre con conocimientos firmes, pero no era muy bien visto por los militares, puesto que a pesar de que la oficina donde trabajamos, pertenecía a la aeronáutica civil y por lo tanto dependía del Ministerio del Interior, el Director era un militar, y éstos no veían con buenos ojos a los subalternos, aún cuando fueran universitarios. 58
A este ingeniero le gustaba resolver problemas aeronáuticos, y los de administración (Si bien estaban relacionados con el mismo tema) trataba de dejarlos a un lado; así se fueron acumulando tantos expedientes que la altura promedio, sin exagerar, era más de metro y medio. Un día me llamó y me dijo: ...- ¿Ves esa pila de expedientes?, los estudias y los resuelves por ti mismo, si tienes alguna duda, consulta con el Jefe Administrativo...-; éste era un excelente empleado con mucha experiencia, y en una palabra, era un archivo vivo; era de aquellos empleados imprescindibles, todos lo consultaban y a todos les daba respuestas inmediatas y precisas, sin consultar ningún papel. De esta manera aprendí a estudiar un expediente y comprender el asunto de que trataba sin leerlo a fondo, esta experiencia me sirvió más tarde cuando era Gerente de Vialidad y debía resolver muchos y serios problemas que tramitaban expedientes “gordos”. Todo fue bien con los expedientes que me dejó de herencia el ingeniero, a poco de trabajar con ellos, ya hacía informes correctos que aprobaba el Jefe Administrativo. Sin embargo, tuve mi primer problema en un pedido que hacía el Director de una Escuela de Morón, de partes de avión para un museo que estaban armando; como lo solicitado era material de rezago, yo redacté la Resolución, por la cual el Director de Aeronáutica disponía su entrega. Unos días más tarde vino la resolución aprobada y se ordenaba la entrega; cuál no sería mi sorpresa cuando hablé a los hangares que teníamos en Morón, para proceder a la entrega, y me comunicaron que esos materiales hacía más de un mes que se habían entregado a otra repartición. Frente a este hecho sólo me quedó la consulta al Jefe Administrativo, quien me retó y me dijo que nunca hiciera algo sin comprobarlo previamente; no obstante él iba a dar solución a mi problema, y abriendo el último cajón de su escritorio, archivó el expediente para la eternidad; otra cosa hubiese sido comunicar lo ocurrido al Director, con la correspondiente sanción, cosa que yo no deseaba. 59
A pesar de la recomendación de mi jefe, años más tarde cometería el mismo error, aunque este mucho más grave, pero eso será tema de otro relato. En la oficina de inspección existían dos momentos, de los cuales todos estábamos pendientes: uno era el espectáculo que tenía por marco la ventana del edificio que se encontraba frente a nuestras oficinas, allí todas las mañanas alrededor de las nueve horas, éste se iniciaba junto con la apertura de la persiana, aquellas figuras que acompañan el abandono de la cama del despertar de una linda joven. Comenzaba entonces así un verdadero “Reality Show” como los que se ven hoy en televisión, el cual terminaba bruscamente al aparecer nuestro jefe administrativo. El otro momento es el que dio origen a todas estas disquisiciones aeronáuticas; diré que al lado de nuestra oficina se encontraba el Laboratorio Psico-Técnico, donde se realizaban todas las revisaciones médicas y los tests, que en esa época debían pasar todos los pilotos antes de renovar o sacar por primera vez sus licencias de vuelo. Entre todos los tests que debían pasar los postulantes existía uno, cuya aplicación era muy graciosa y esperada por todos los que lo conocíamos, de manera que cuando por primera vez debía pasarlo un aspirante a piloto aeronáutico, el ayudante del médico que asistía la prueba, nos llamaba para que lo presenciáramos e hiciéramos coro de risas al final del mismo. La prueba consistía en un aparato parecido a una perinola, que giraba, mostrando en cada cara una letra, el que se sometía al test debía pronunciar una palabra con la letra que aparecía en cada giro, todo iba muy bien mientras la velocidad con que aparecían las letras era baja, pero a medida que se aumentaba la velocidad, el sujeto elegía palabras groseras, terminando con las más malas palabras que conocía para poder cumplir con el test. Esto siempre nos causaba gracia y terminábamos todos riendo a carcajadas. Es posible que un Psicólogo pueda explicar esto, pero a mí me parece que es una consecuencia lógica de nuestra idiosincrasia ciudadana. 60
UNA LECCIÓN DE VIDA
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iertos hechos en la vida, repartidos en el tiempo suelen tener el carácter de normas, que aplicadas en el momento correcto permiten salir de una situación embarazosa en el trato diario con las personas que nos toca convivir. Así viene ahora a mi memoria el recuerdo de un señor que llegó con nosotros al pueblo de Plaza Huincul, centro petrolero que se encuentra a 1300 km de Buenos Aires, para trabajar en el yacimiento que aún hoy existe, digo con nosotros pues éramos tres jóvenes recién recibidos de Técnicos Industriales y nuestro primer trabajo profesional lo iniciamos en dicho pueblo. La compañía que nos contrató era estatal y para entusiasmarnos nos prometió una serie de ventajas, entre ellas vivienda, cosa que no ocurrió por lo que tuvimos que alojarnos en el único hotel que estaba ubicado frente a la estación de ferrocarril. El hotel estaba ubicado en un viejo edificio, por supuesto, de una planta, construido en una esquina y ocupando un cuarto de manzana, al entrar uno se encontraba con un gran comedor y al fondo, detrás de un mostrador estaba el bar y recepción de los pasajeros y clientes, a un costado se encontraba una ancha puerta que comunicaba con la cocina y en la mitad de la otra pared se ubicaba un pórtico cerrado con dos amplias puertas vaivén adornadas con gruesos vidrios biselados que daban paso a un gran patio cerrado por varias piezas que representaban los alojamientos que poseía el hotel. Cada pieza tenía dos camas de manera que se nos asignó dos habitaciones y por consecuencia uno de nosotros debía dormir con el cuarto hombre, cosa que a ninguno nos hacía gracia, por lo tanto decidimos quién debía dormir en la segunda pieza jugando a las barajas, me tocó de esa manera ser el compañero de cuarto. Para comprender la reticencia de dormir con un desconocido debemos decir que este señor era muy particular, tendría unos cincuenta años, tal vez menos, pero su extrema delgadez y su 61
cara a medio afeitar, detalles que unidos a su declaración de ser vegetariano – habíamos cenado en la misma mesa – lo describían como un personaje curioso y algo misterioso, por lo que ninguno de nosotros quería compartir nada con él. Cuando fui a la pieza para dormir, lo encontré ya durmiendo, traté de no hacer ruido que podría molestarlo, así transcurrió la noche, hasta que a la madrugada siento ruidos y me incorporo en la cama creyendo que ya era hora de levantarse cuando lo encuentro al compañero de pieza en calzoncillos y camiseta haciendo unos ejercicios raros en el medio del cuarto. Al preguntarle si no era muy temprano para levantarse y además para entregarse a esos ritos gimnásticos me contestó que él profesaba una religión que lo obligaba diariamente y antes que saliera el sol, encomendarse a los dioses y realizar ciertos y determinados ejercicios espirituales a fin de asegurarse un buen día. Iniciada la conversación ésta continuó por parte de él explicando las diferencias que existían con otras creencias, y para ser claro con respecto a los creyentes católicos me dio un ejemplo: ...“nosotros no hacemos como Jesucristo que cuando se nos pega en una mejilla ofrecemos la otra en señal de que no tenemos ningún rencor con el que nos ha injuriado, sino por el contrario, tratamos de hacerle comprender que con esa cachetada nos ha hecho un gran favor puesto que con su acción, por ejemplo, nos mató un mosquito portador de malaria y le quedamos agradecidos eternamente, de esta manera dejamos confundido a nuestro enemigo y para nosotros representa una forma de vengarnos al dar vuelta el concepto del agravio”... Esta manera de reaccionar frente a una situación injusta y agraviante cuando ha ocurrido un hecho que en ningún momento estuvo en nuestra mente la idea de provocarlo, me ha permitido salir, no digo airoso, sino resolver un problema cuyas consecuencias finales uno no siempre conoce y confieso que en muchas oportunidades he usado este procedimiento de revertir el significado de algún exabrupto que uno suele recibir en la vida. 62
Recuerdo cuando regresaba a mi casa, en ese entonces en Ringuelet, lo hacía muchas veces en los ómnibus que iban desde La Plata a Buenos Aires, para lo cual debía sacar el boleto sobre el mismo vehículo y este se pedía por el valor que representaba el viaje, de esta manera pedí uno de $A. El conductor, y boletero a la vez, entendió mal y cortó uno de mucho mayor valor, en ese momento arrancó el ómnibus y el nivel de ruido se incrementó obligándome a levantar la voz para decirle: - Le pedí de $A De inmediato me contestó de muy mala manera diciéndome: - ¿Qué hago yo ahora, quiere que me coma el boleto cortado? - No, hacemos ahora algo mejor – le contesté, tomé el boleto de mayor valor, lo rompí y lo tiré por la ventanilla y luego le pagué el valor de los dos boletos. De esta manera desarmé al chofer que no dijo ni una palabra y el incidente terminó ahí, claro está que el viaje me resultó caro. Aquella conversación el hotel Plaza Huincul a la madrugada supo tener otras derivaciones, mejor sería decir, otras aplicaciones que la buena educación a veces no nos muestra. En la oportunidad que me desempeñaba como inspector de aduana en materiales de uso aeronáutico, mis oficinas se encontraban ubicadas en las calles Uruguay y Tucumán en la ciudad de Buenos Aires, lugar de mucho tráfico, sobre todo al mediodía, hora que correspondía a la salida del personal de oficinas, justamente a esa hora terminaba mi tarea, con más certeza a las 13 horas, mi preocupación era estar desocupado, pues si llegaba algún trabajo a último momento, mi tarea se prolongaba en la tarde privándome salir a tiempo para tomar el tren a La Plata y poder asistir a las clases que se dictaban en la Facultad de Ingeniería. A pesar de mi preocupación por terminar a tiempo todos mis informes, un día alrededor de las 12 horas me llamó mi jefe para encargarme la inspección de un cargamento de repuesto para una de las principales compañías de transporte aéreo internacional, haciendo hincapié de la premura que tenía la compañía para habilitar los vuelos del día siguiente, de esta manera frenó todo intento de dejar todo para el próximo día. 63
Tomé el expediente y salí corriendo para tomar un taxi e ir al puerto donde me esperaba el despachante de aduana de la compañía, pero como lo dije anteriormente a esa hora los taxis iban ocupados, de manera que cuando pude conseguir uno lo tomé por una manija y exclamé: - ¡Este auto es mío!, solo que en ese momento advierto que del otro lado abría la puerta un señor de edad muy bien puesto antes que yo, a pesar de esto seguí gritando y dispuesto a todo para conseguir el vehículo que tal vez me permitiera todavía llegar a tiempo a mis clases de tarde en la Facultad. El señor me preguntó para dónde iba, al responderle que mi destino era la dársena del puerto frente a Retiro me contestó que él tenía el mismo rumbo, por lo tanto podríamos ir juntos, todo esto lo expresó en forma pausada y correcta que de inmediato me puso en mi lugar y sin palabra alguna subí al coche aceptando su idea, de ahí para adelante todo se desarrolló en silencio, sólo interrumpido por el señor, que al llegar a Retiro se bajó agradeciéndome haberle permitido el viaje y pagando el taxi generosamente hasta mi destino; yo me acordé de nuevo del hombre de Plaza Huincul, pensando qué lección de vida me había dado este señor...
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UNA VISITA INESPERADA
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ntre los trabajos extra-universitarios que he realizado, estaban los que me permitían desempeñarme como Gerente Técnico de una empresa en La Plata, que se dedicaba a los servicios de microfilmación y computación para empresas. Como resultado de nuestra actividad era frecuente que nuestro Gerente General y dueño de la empresa, se ausentara para viajar a los Estados Unidos para cumplir con algunos compromisos que teníamos con compañías de ese país, de las cuales éramos representantes de algunos de sus productos. Cuando Rodolfo (así se llamaba) viajaba, toda la oficina estaba atareada preparando los detalles de la actividad que desempeñaría en el país del norte; en una de esas oportunidades Rodolfo estaba tan atareado, que no podía acompañar a su esposa a la modista para dejarle un tapado que necesitaba un arreglo menor, que llevaría en el viaje, ya que ella acompañaba a su esposo en esta ocasión. Por esta razón me preguntó si yo podía llevarla a la modista en viaje a casa, puesto que ya era tarde y la tarea de la oficina no había terminado aún. Ese día mi señora Celina había salido de compras, y quedamos que me pasaba a buscar por la oficina para irnos juntos a casa en el auto que tenía en el estacionamiento, de manera que ante el pedido de Rodolfo solo tuve que invitar a su esposa Elina que viniera con nosotros. La casa de la modista quedaba en la periferia de la ciudad, y a escasos metros de la esquina, donde yo recordaba, vivía un ayudante del Laboratorio Universitario que trabajaba conmigo. Serían las ocho de la noche cuando golpeamos Elina y yo en la casa de la modista, Celina mi esposa, se había quedado en el auto esperándonos; por más que llamamos no nos atendían, y era evidente que no había nadie en la casa, pues no se veía ninguna luz.
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Mientras esperábamos Elina se quejaba, pues si no le dejaba esa noche el tapado, no le hacía el arreglo y no podría ir al otro día a los Estados Unidos con su esposo. En ese momento me acordé que en la casa de la esquina vivía el laboratorista, y por lo tanto le sugerí a ella que podríamos dejar el tapado, que iba envuelto en una gran paquete, bien acondicionado, y más tarde cuando regresara la modista, él podría dárselo, de esa manera se lograba lo que allí fuimos a hacer. La casa de la esquina estaba construida sobre la calle y en la ochava presentaba la puerta de entrada principal, de manera que nos dirigimos a ella y golpeamos, para ser atendidos por el propio laboratorista, quien exclamó: -¡Ingeniero, qué grata sorpresa y qué atención de acordarse de nuestro aniversario!-. Al abrirse la puerta vimos que daba la entrada a un largo y gran comedor, totalmente iluminado, con una mesa tendida y lista para recibir a los invitados que irían a festejar el 40 aniversario de casados. El señor de la casa nos recibió con los brazos abiertos y llamando a su esposa, diciéndole que el ingeniero (Yo era su jefe), había tenido la delicadeza de visitarlo con su esposa, y mirando el paquete (Que él creía un regalo), nos invitaba a pasar y tomar unas copas. ¡Qué tremendo papelón pasamos! Yo tratando de explicar lo inexplicable y Elina diciendo: - Yo no soy la esposa, soy una amiga...-. Después de haber aclarado toda la confusión, le planteamos el motivo de nuestra breve visita, así logramos cumplir con el objetivo de dejarle la encomienda a la modista. La visita fue realmente inesperada. Al retirarnos, al principio nos sentimos muy avergonzados por el error, y luego al acercarnos al auto, no pudimos menos que reírnos ante el suceso tan curioso que nos ocurrió. De más está decir que la esposa de Rodolfo, al fin pudo viajar con él a los Estados Unidos, gracias al arreglo que se le hizo a tiempo al tapado.
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EL FÚTBOL COMO SOLUCION
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n la época que trabajaba como Gerente Técnico de una empresa de informática, se nos presentó un trabajo muy importante, relacionado con el censo de armas de fuego que puso en marcha la Provincia. El censo era obligatorio, cada ciudadano de la provincia que tuviera un arma debía denunciarla, para lo cual debía llenar un formulario ad hoc que proporcionaba la policía, por intermedio de sus comisarías. Por cada arma debía llenarse un formulario, de manera que, como el censo arrojó aproximadamente tres millones de armas (Año 1980), el cúmulo de papeles como resultado de las concentraciones de denuncias se iba amontonando en la Casa Central de Policía, y ya ocupaban una habitación de gran tamaño. Estos formularios venían de las comisarías en paquetes de diversos tamaños y atados con hilo, realmente no venían bien acondicionados, el continuo traslado y la humedad perjudicaba las solicitudes. Cuando las autoridades se encontraron frente a este cúmulo de información soportada por esa gran cantidad de paquetes sucios y sin clasificar, entendieron que sólo contratando los servicios de aquellas compañías que tratan con la información, podían resolver el problema de clasificación, de estadística y de emisión de boletas, que enviadas a los declarantes, pudieran obtener un beneficio (Un impuesto más por única vez), que las rentara lo suficiente para cubrir los gastos del censo y otras tareas. El trabajo nuestro consistió en microfilmar todas las solicitudes, con el fin de reducir los tamaños de archivo y facilitar el manejo de la consulta de información a través de máquinas lectoras automáticas. Además paralelamente se grabó la información y se archivó en cintas magnéticas que podía manejar un sistema de computación,; se hicieron programas para cada una de las inquietudes de la policía y entre ellas el programa que permitía imprimir lo tres millones de boletas, que se enviarían por correo a los denunciantes de armas. 67
Estas boletas tenían el aspecto de las que utiliza la Provincia para cobrar sus impuestos, de manera que el ciudadano que había denunciado un arma, recibía por intermedio del correo la boleta por cada arma, que contenía como toda boleta de impuesto tres partes: una para el banco donde se pagaba, otra para el cliente y otra para la policía. Las boletas como comprobante de pago que llegaban de los bancos de toda la provincia a la policía, se grababan y a través de un programa se confeccionaban las credenciales del REPAR (Registro de Armas), que por último retiraban los interesados en cada comisaría, y que le servía para justificar la posesión de un arma frente a las autoridades policiales. Las boletas de pago (Del mismo tipo que las de impuesto), se enviaban por correo como ya hemos dicho, pero como éstas eran aproximadamente tres millones, para el Correo Central de La Plata, que debía realizar esta tarea, resultaba un problema de entrega, que se sumaba a las boletas de impuesto de los organismos de la Provincia, que realizaba mensualmente. Por esta razón fui al correo para hablar con el encargado que tenía la tarea de envío de tal correspondencia, indicándome que llevara ésta a la tarde de determinados días, donde la tarea no era tan pesada para él, y así como al pasar me dijo: ...- No olviden que deben poner el número de cuenta de la policía en las boletas, que en este caso es el número tal ... Los ministerios y algunas importantes reparticiones provinciales tenían una cuenta corriente con el Correo Central de la Nación para el envío de correspondencia, y de esta manera se evitaban el estampillado. Luego de conversar con el encargado del correo, me fui a la oficina caminando, pensando en el número de cuenta, ya que según mi recuerdo, no era precisamente el que habíamos colocado en las boletas, ¡Qué error si así hubiera ocurrido!, ¿Cómo cambiar el número por el verdadero en tres millones de boletas?, ni pensar hacer de nuevo el trabajo; la pérdida de dinero era tan grande, pues hacía como quince días que trabajaba un equipo para la confección de las mismas . 68
Apuré el paso y al llegar a la oficina pedí una boleta cualquiera y busqué el número de cuenta, efectivamente, no coincidía con el que expresara el encargado del correo. Yo era el responsable de toda la tarea, de modo que un sudor frío corría por mi cuerpo con solo pensar en lo que había ocurrido. Lo primero que hice fue llamar al Analista que había diseñado la boleta y le pregunté de dónde había sacado ese número de registro, este muchacho sólo atinó a decir que le había preguntado a alguien que no recuerda, y lo colocó sin el mayor cuidado. Mientras me explicaba temblaba, pues comprendió el gran error cometido, lo que sin duda alguna le costaría el puesto; luego de retarlo le dije que volviera a su trabajo, que no hablara del error, que yo trataría de encontrarle alguna solución. Si el número de registro de la cuenta no era el de la policía, me pregunté a qué repartición correspondía. Pregunté por teléfono a una oficina de contaduría de la Provincia y me respondieron que ese número correspondía al Ministerio de Asuntos Agrarios, y por tanto, el envío que íbamos a hacer sería descontado a esa repartición y no a la de la policía, esto complicaba más el problema, pensé que lo mejor era analizar con calma el problema, alguna solución se me iba a ocurrir. Luego de tomar un café para calmarme y no pensar en las consecuencias del error cometido, decidí que lo mejor sería conocer a fondo cómo era la metodología de la policía al enviar correspondencia y cómo pagaba el estampillado. Así me enteré que todo se reducía a la gestión de un empleado que llevaba la correspondencia, que entregaba en la oficina de recepción del correo; y como remito se usaba una libreta donde se asentaba lo que se enviaba y la cantidad, presentando esta al correo; que firmaba y sellaba el conforme, quedando una copia para el correo, ya que la libreta era con duplicado. Luego esa libreta servía para que la Contaduría hiciera el cheque mensual que se enviaba al correo por parte de la policía. Una vez conocida la mecánica pude ver la solución, siempre y cuando el correo no se fijara en las boletas y se rigiera por la famosa “libreta remito”. 69
Las boletas se enviaban encerradas dentro de una bolsa de plástico con una tarjeta, donde solo se mencionaba el nombre de la localidad a que pertenecían los denunciantes de armas, y cada vez que íbamos al correo se llevaban varias bolsas, de manera que éstas junto con tres empleados nuestros, hacían el lío necesario para distraer al encargado e impedirle que por curiosidad sacara alguna boleta y la leyera; ése era nuestro problema, cómo distraer al encargado, ya que las bolsas directamente se cargaban en un camión que estaba preparado para salir a Buenos Aires; la cuestión era llegar en el horario preciso y lograr entretenerlo. Antes de iniciar la operación por primera vez, mandé con varias excusas a dos empleados muy despiertos que tenía, para darle conversación al encargado y ver cómo lo íbamos a entretener el día de las entregas. Estos jóvenes enseguida encontraron la forma de tratarlo, le gustaba fumar y era hincha fanático del equipo de fútbol San Lorenzo; entonces mientras dos empleados hacían bromas con los paquetes y los cargaban al camión, sin ninguna supervisión por parte del viejo empleado de correos; el tercero lo convidaba con cigarrillos y le hablaba de San Lorenzo, para lo cual iba muy bien documentado sobre la performance del Club, y a veces discutían más de la cuenta. Mientras como quien quiere la cosa, le presentaba la libreta; la cual firmaba y sellaba sin mayor verificación. De esta manera, y apoyado en el entusiasmo de hablar de fútbol y del cuadro de sus amores; el viejo empleado nos dejaba cargar las bolsas sin hacer ninguna inspección. Como la expedición de estas bolsas la pagaba la policía en la cuenta correspondiente, nada ocurrió. Sólo me quedó la duda, si algún denunciante de armas casualmente era empleado del Ministerio de Asuntos Agrarios; al recibir la boleta se preguntaría: - ¿Y nosotros por qué pagamos el envío de este impuesto de policía?...
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VIAJES ACCIDENTADOS
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e comentado en otro relato, sobre la obligación de todos los talleres que se dedicaban a la reparación de aviones, de tener una autorización oficial de la Dirección Nacional Aeronáutica, y dentro de esta obligación estaba, no sólo cumplir con todos los boletines técnicos de la empresa constructora de los aviones, si no también con las disposiciones emanadas del cuerpo técnico de la Dirección citada. Por supuesto que dentro de estas obligaciones estaba el aviso previo a cualquier reparación o modificación, que sobre las máquinas aeronáutica se pudieran hacer. En ese entonces las reparaciones y modificaciones se realizaban, casi con exclusividad en los aviones de poca potencia; las máquinas más importantes se reparaban en grandes talleres que la compañía de aviación tenía en su país de origen. No obstante, algunos aviones de línea que operaban casi con exclusividad en nuestro país, podían hacerlo en los grandes talleres de Morón o San Fernando que existían en esa época; siempre refiriéndonos a la Flota Civil Aeronáutica. Los problemas que se producían por incumplimiento de las reglas señaladas, se presentaban con mayor frecuencia en los talleres pertenecientes a los Aero-Clubes, los cuales carecían de medios y repuestos en general; por esta razón los inspectores, que eran los agentes de la autoridad civil de la Aeronáutica, eran muy cuidadosos y precavidos con su trabajo, con la seriedad que requería el cargo. Por estas razones, cuando ocurría un accidente aéreo, toda la oficina de inspección se ponía alerta, y cada inspector rogaba que la máquina caída no estuviera bajo su responsabilidad. Los accidentes de aviación que sucedían en ese entonces, eran más frecuentes en los aviones que utilizaban los Aero-Clubes; y cosa curiosa, solían ocurrir después de un lindo fin de semana, donde su actividad era importante.
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En general había dos tipos de accidentes que eran comunes: uno era ocasionado por los que iban a saludar a la novia en los picnic, volando a baja altura y algunos haciendo vuelos acrobáticos; los otros tipos de accidentes, también similares, eran los provocados por aquellos pilotos que les gustaba saludar a su familia, dando vueltas alrededor de sus hogares a baja altura. Tanto un proceder como el otro estaban prohibidos en los reglamentos de vuelo. Había todavía algunos pilotos que se guiaban por reglas tan viejas como imprudentes, como que se viajaba más seguro, cuando se hacía a poca velocidad y baja altura, además en ese tiempo muchos desconocían en gran parte las leyes de navegación aérea. No digo que el vuelo fuese un riesgo permanente, pero era necesario conocer tanto al piloto como al acompañante; sobre todo porque este último iba solo en la cabina posterior, y como los movimientos de los comandos traseros eran manejados por cables en esos aeroplanos, fáciles de trabar, no era raro que ocurrieran accidentes, sobre todo en los vuelos de bautismo, que acostumbraban hacer los Aero-Clubes. Mi primer contratiempo lo tuve, al unirse mi falta de experiencia, la juventud y la confianza que había depositado en un buen y viejo mecánico de un Aero-Club. Se trataba de dar el visto bueno de la reparación que habían realizado sobre un motor Continental de un Piper Cub. Llegué y encontré el motor “cerrado”, al decirle que cómo había hecho eso, me respondió que ya había probado el motor, pero le hice hincapié en un boletín de fábrica, donde aquellos motores que estuvieran comprendidos entre una serie determinada y otra, el cigüeñal no podía ser rectificado; él me juró que el mismo no había sido tocado. Así, creyendo en su palabra y pensando que abrir el motor para sacar el cigüeñal y medirlo, le costaría trabajo y dinero; entonces acepté y le di el certificado aprobándolo. 72
Cuál sería mi sorpresa, que a los pocos días, el avión al cual fue colocado el motor, se había accidentado; por suerte sin desgracias personales, ocasionado por la rotura del cigüeñal, que había sido rectificado. Pasé varios días pensando en el sumario del accidente y las consecuencias que eso me traería (No era para menos, pues esto ocurría en mis primeros tiempos de inspección). El avión de referencia era el producto de un negocio entre dos Aero-Clubes, venta en la cual cada uno engañó al otro. Esta circunstancia hizo que las cosas se resolvieran entre ambos y quedó como un accidente más, con un informe técnico que ellos confeccionaron. Este hecho me indicó, que en estas cosas serias donde se juega la vida, no se debe confiar nunca, y así lo hice en el futuro, “ver para creer”. Hablando de accidentes, sólo tuve uno con un avión Curtiss Robin viejo, que me tocó inspeccionar; el problema fue causado también por el motor, si bien yo lo había revisado y presenciado la prueba en banco, pero sin carga (En esa época los clubes no tenían banco de prueba, ni creo que ahora tengan bancos de prueba en carga). La reparación había sido completa, y en ese caso la prueba final se hacía con el avión en vuelo. El piloto de prueba me preguntó si la hacíamos a 1500 metros o a ras de tierra. Yo le dije que primero lo hiciéramos en altura. El lugar donde se haría esta prueba era La Plata, y el Aero-Club era el del Dique, el avión era un Curtiss Robin, monoalar, de ala alta, y su performance era baja; de manera que le costaba despegar y se asemejaba al vuelo de una gallina, pero así mismo llegamos a los 1500 metros. Cuando estábamos sobre el Hospital Español, ocurrió la falla. De repente al acelerar al máximo, vi con espanto que la hélice se plantaba (No era para menos, en los principios como inspector) y en ese momento pensé: ¡Qué lástima, morir tan joven!, pues al instante veo que el avión sale de su vuelo horizontal, para emprender una tremenda picada.
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Esta maniobra es la que correspondía, estaba en mano de un piloto experimentado, pero yo lo ignoraba, de ahí mi gran susto. Recobramos la horizontal y la sustentación al lograr gran velocidad, ésta estabilizó al avión lo que facilitó el aterrizaje, pero claro que al borde final del campo del club. Allí ya nos habían ido a buscar y no fue más que un susto, que yo no demostré para esconder mi ignorancia y no bajar el concepto que tenían de mí. Después de dejar el Curtiss en el hangar, el piloto me invitó para hacer otra inspección en vuelo, a lo cual yo acepté como si nada hubiera ocurrido. Pero ese día era mi suerte, el avión era un Fleet al que yo tenía mucha confianza por su característica de vuelo, muy distinta al Curtiss Robin, que parecía que nunca iba a tomar vuelo; sin embargo debo reconocer de este último, que al tener una sola ala de gran superficie, permitió que volara como un planeador (Ya que el motor no funcionaba), nos llevó al campo de aterrizaje sin inconveniente alguno. Volviendo al Fleet, al carretear y adquirir velocidad para elevarnos, de pronto, el motor “tosió” y se paró, menos mal que no habíamos despegado; de nuevo el personal de tierra nos había defraudado, pues dejó cerrada las llaves del tanque de nafta. La situación a que pudo llevarnos ese error, si eso hubiera ocurrido en el decolaje, hubiera tenido un resultado muy peligroso. Corregido el error, se hizo el vuelo de prueba normalmente. Creo que ese día fue mi bautismo de fuego. Como el tema de este relato se refiere a accidentes sobre máquinas en movimiento, creo oportuno referirme a dos importantes que me han ocurrido, pero en el campo automovilístico. En el año 1966, una mañana me encontraba trabajando en el Laboratorio de Máquinas Térmicas, en la Facultad de Ingeniería; cuando recibí un mensaje telefónico de mi señora, que me comunicaba que mi padre se encontraba muy mal de salud. De inmediato resolvimos ir a General Alvear, Mendoza, donde él vivía. 74
Sólo tuve tiempo de cargar nafta al FIAT 1100 que teníamos en esa época, y habiendo dejado los chicos en casa de una familia amiga, tratamos de salir lo más rápido posible, pues era mi intención llegar ese día, a pesar de que el viaje era largo (1300 km), antes de la noche. Como manejaba solo, ya que mi señora no sabía conducir, un “amigo”, me dio unas pastillas para que no fuera a dormirme y al mismo tiempo me relajaran en el viaje. Todo fue bien hasta llegar casi a la intercepción de la ruta 188 y 35, donde me sentía con fuertes dolores de espalda, al ir tan tenso, no sólo por el manejo, sino por la noticia de mi padre. Entonces recordé las pastillas de mi amigo y me tomé una en la próxima estación de servicio, donde cargamos nafta y aceite. A los pocos minutos de reiniciar el viaje, y ya sobre la ruta 188, que nos llevaba directamente a General Alvear; empecé a sentirme muy bien, se me fue el dolor, y el conducir no representó ningún inconveniente, pues iba relajado y suelto. Así llegamos a General Alvear cerca de las 21 horas. Estuvimos una semana tratando de influir en la mejoría de mi padre, al dejarlo, no muy bien, pero sí fuera de peligro, aunque no por mucho tiempo; decidimos regresar. A la vuelta decidimos hacer escala en Santa Rosa, la Pampa, pues así el viaje nos resultaba menos agotador. Cuando llegamos a la altura de Castex, dijimos: - ¿Por qué no tomarnos una de esas pastillas, que tan bien nos habían hecho en el viaje de ida? - Así que tanto Celina como yo, tomamos las pastillas, llegando bien a Santa Rosa. Luego de ubicarnos en el hotel fuimos al comedor y por fin nos retiramos a descansar. A medida que transcurría la noche se fue desarrollando nuestro insomnio, no pudimos dormir, de manera que resolvimos de inmediato iniciar el regreso a eso de las cinco de la mañana. Así habían actuado las pastillas, que no eran otra cosa que anfetaminas.
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Fue un error haber tomado esas pastillas, como iniciar el viaje sin dormir, estado que provocó sin duda el accidente que tuvimos al pasar unas vías de ferrocarril, en el paraje llamado “La Zanja”. Pocos kilómetros antes habíamos parado, y recuerdo haber tomado una taza grande de café para reanimarme; me sentía cansado, pero sin sueño. Eran las nueve de la mañana de un lindo día con gran visibilidad, pero recién se había levantado la niebla del camino, y por lo tanto existían algunos charcos de agua en el mismo; al cruzar las vías y pisar un espejo de agua, el rozamiento no fue igual en las dos ruedas delanteras y el coche fue lanzado hacia la izquierda, que por suerte no venía un vehículo por esa mano. No era la primera vez que salvé una situación así, de modo que pensé que lograría estabilizar el auto, pero al tocar el volante salió lanzado a la derecha, después de vuelta a la izquierda, hasta que se salió del camino y cayó volcándose en un préstamo de dos metros por lo menos. Lo que había ocurrido era, que cuando yo corregía la dirección, creía que lo hacía bien, pero posiblemente exageraba la acción por el estado que las pastillas me habían producido. Dimos dos o tres vueltas y el coche quedó con el motor en marcha, pero con las ruedas hacia arriba; yo atiné de inmediato a apagar el motor y buscar a Celina, que se encontraba en la parte trasera, entre unas damajuanas de vino de Mendoza. El parabrisas saltó a lo lejos, las puertas se trabaron, de manera que tuvimos que salir por el frente, ayudados por unos obreros de Vialidad que venían en un camión, por el camino hacia nosotros. Sólo fue un susto, por suerte no sufrimos ninguna fractura o golpe fuerte, y con la ayuda de la cuadrilla de Vialidad, pudimos poner el auto en posición normal y subirlo al camino. El auto tenía los vidrios rotos y el techo aplastado, pero andaba. Así fuimos hasta el Trenque Lauquen, que estaba a 10 km aproximadamente, donde un chapista nos puso el parabrisas, cubrimos con nylon la luneta trasera y emprendimos muy despacio los 500 km que todavía nos quedaban para llegar a La Plata. 76
Nunca hice un viaje peor y tan agotador, tampoco nunca olvidamos el accidente que había ocurrido en el pueblito “La Zanja” (Famosa Zanja de Alsina). El segundo accidente automovilístico tuvo lugar en un pueblito de la selva venezolana, llamado Ospino, y como consecuencia tuve una fractura importante en la rodilla izquierda. En el año 1985, siendo Secretario General de la Gobernación del Distrito 4910, tuve la misión de ser el Jefe de grupo de unos becarios de la Fundación Rotaria; con ese motivo recorrimos Venezuela en toda su extensión, visitando industrias, obras hidráulicas, puertos, fundiciones de hierro y aluminio, universidades, etc., pues el motivo principal era el intercambio de jóvenes profesionales para conocer el país, culturalmente en todos sus aspectos. Nos encontrábamos en el último tramo de nuestro recorrido, que era el oeste del país, pues el centro y el este ya lo habíamos visitado. El traslado se hacía en avión y en autos que ponían los rotarios venezolanos a nuestra disposición. Para los que no conocen Rotary tengo que decir que el trato y la amistad que nos brindaron, es el reflejo de los sentimientos con que se tratan todos los rotarios del mundo; es una organización mundial, donde después de la acción para mejorar el mundo, está la amistad entre sus integrantes. Iniciamos uno de los últimos tramos del viaje, desde la ciudad de Acarigua hasta la ciudad de Guanare, a eso de las ocho de la mañana; después de andar más de una hora llegamos al lugar del accidente. Íbamos en dos autos, uno de ellos era un auto pesado y grande, donde iba yo como acompañante del chofer, que era un rotario de la zona. Cuando al llegar a una curva, a la izquierda, veo que de una larga fila salía un coche a gran velocidad, con la intención de adelantarse; lo que provocó de mi parte la exclamación: ¡Chocamos! -. 77
A pesar de que mi compañero se tiró todo lo que pudo a la derecha, pues estábamos viajando al lado de un barranco de varios metros, que le impedía ganar más terreno; no pudo evitar el choque de frente. Como resultado, uno de los jóvenes que viajaban atrás recibió un golpe en la cara, el chofer con algunos cortes nada serios en la cara y yo con la rodilla rota. Estábamos en la época de las lluvias, de manera que llovía torrencialmente por espacio de minutos y luego volvía a salir el sol, de manera que esto complicó más el poderme trasladar con el otro auto hasta Ospino, un pueblo miserable donde la unidad sanitaria era una casa vieja con galería, donde acercamos el auto; llovía tanto que fue un martirio sacarme del auto y depositarme en una camilla, donde permanecí una hora para evitar el shock del accidente, mientras uno de los jóvenes iba a comprar una inyección que me colocaron, pues allí había una doctora que hacía lo que podía. Después me trasladaron a la ciudad de Guanare, allí me atendieron en un hospital muy bueno, donde me sacaron radiografías y me enyesaron todo el pie izquierdo. Al otro día tuvimos que volar de Guanare a Maiquetía, que es el aeropuerto de Caracas. Fue un suplicio subir en el avión de Guanare en una sola pierna y a saltitos, pero yo pensaba que lo peor sería al llegar al aeropuerto internacional, donde no tenía quien me ayudara, de manera que llamé a la azafata y le dije que pidiera una ambulancia por radio; pero me tranquilizó, pues me dijo que todo ya estaba previsto. Efectivamente, al llegar el avión y al terminar de bajar los pasajeros, aparecieron dos negritos flacos que traían una silla de ruedas, haciéndome sentar la llevaron por sus hombros y bajamos del avión; pese a que yo pensaba que no serían capaces de aguantar tanto peso. Se ve que eran resistentes. Allí me esperó un auto que me llevó a Caracas, donde se hicieron consultas y determinaron que lo más recomendable era que me operaran en la Argentina. 78
Al otro día me llevaron al aeropuerto y me embarcaron con destino a Buenos Aires. Nunca hice un vuelo tan penoso como ese, y para colmo tuvimos que esperar dos horas en Río de Janeiro, por un desperfecto de la máquina. A pesar del accidente, el plan de visita se cumplió, pues sólo dos becados viajaron de vuelta conmigo; los otros continuaron su itinerario, que ya estaba prácticamente en su fin. Lo que lamenté fue no haber conocido el oeste montañoso de Venezuela, donde los montañeses habían sido unos importantes protagonistas en la política de Venezuela.
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ENCUENTROS
C
uántas veces en nuestras vidas nos cruzamos con personas conocidas, con información deseada, con llamadas místicas ó con todo lo contrario a lo antes mencionado; o quizás con sucesos que de alguna manera modifican nuestro destino, inducen a pensar distinto o nos invitan a recorrer caminos inimaginables que cambian nuestro futuro. El hombre conoce su origen y su fin, pero entre un punto y otro existen diversas trayectorias, que son modificadas por esos encuentros que aparecen al azar sin ley alguna, o sí. Cuando trabajé en Vialidad, una vez al regresar de Santa Rosa, en la Pampa; decidí bajar a Bahía Blanca por la ruta 35, pues de esa manera podía pasar por los parajes que recorría en mi infancia y al mismo tiempo podía realizar un deseo tan viejo, tan guardado dentro de los sentimientos, como podía ser visitar la sepultura de mi madre. Mi madre murió en 1933, en Hucal, estando yo estudiando en La Plata; la noticia llegó a través de un telegrama de mi padre, dirigido a mi tía María, en cuya casa yo vivía en ese entonces. En esa época los telegramas nunca traían buenas noticias, por eso ver llorando a mi tía cuando lo leyó no me extrañó, pensé que eran noticias de mi tío Ramón, su esposo, que se encontraba navegando en los mares del sur y sus escasas noticias siempre hacían llorar a la tía. El telegrama decía que hiciera lo posible por mandarme en tren a Bernasconi, donde tendría lugar el entierro el próximo día, después de la llegada del tren de Buenos Aires. Desafortunadamente el telegrama llegó cuando era imposible tomar ese tren, de manera que mi tía sólo atinó a llorar y no comunicarme nada en ese momento; sólo me dijo que eran noticias del tío Ramón, que le decía que el viaje se demoraría un tiempo más. 80
Así pasaron unos dos días sin que nadie se animara a manifestarme la mala noticia. Llegó el domingo, donde en el almuerzo solían reunirse varios primos de San Luis, que venían de visita ese día, pues los días entre semana lo pasaban trabajando fuera de La Plata. Uno de ellos, al llegar temprano y conocer la noticia, no quiso ser portador de la misma; pero no tuvo mejor idea que escribir una carta a sus parientes de San Luis, comunicándoles lo ocurrido a mi madre, justo en el comedor principal; dejando la carta a la vista de todos. Cuando nos llamaron a almorzar en el comedor diario, la tía me mandó a traer una silla más del comedor principal; al llegar ahí y ver en la carta a medio hacer, el nombre Elisa, el de mi madre, fui atraído a leer y enterarme así de un hecho tan doloroso para un chico. No sé cómo llevé la silla, sólo esperaba a cada momento que me fuera dada la noticia; pero esto no ocurrió hasta cinco días después, un viernes en que mi tío Javier me invitó a ver la casa que se estaba construyendo para su casamiento, y en ese viaje inició la conversación, hablando de la salud de mi madre. No fue necesario que terminara la frase, cuando rompí a llorar, diciendo que desde el domingo yo lo sabía. Pero fue el peor daño el que me hicieron al esconder la noticia. Durante cinco días estuve asistiendo a la escuela sin derramar ninguna lágrima y rogando que la noticia no fuera cierta; la que al parecer era así al ver como pasaban los días y seguían con ese silencio; alentando las esperanzas de un niño, por eso la noticia fue cruel. Este fue el primer encuentro con la muerte, y el que determinó que siguiera en La Plata para continuar mis estudios. Este estado mental se mantuvo por tanto tiempo, que el tema nunca lo traté con mi padre, tampoco quería ir a Bernasconi para no ver la sepultura de mi madre. 81
Sin embargo en ese viaje de Santa Rosa me propuse cumplir con mi madre, después de veintisiete años, visitando su tumba. Llegué así al cementerio que está afuera del pueblo, en un terreno de no más de una hectárea, con cipreses y un molino de campo con su correspondiente tanque australiano. Iba acompañado por Ulises, el empleado que hacía la tarea de chofer de la camioneta que usaba para el traslado. El lugar permanecía abierto, sin cerradura, pero sí tenía una buena tranquera para evitar que entraran los animales. Tanto Ulises como yo, recorrimos el pequeño cementerio sin encontrar la tumba de mi madre, por lo que decidí irme sin encontrar lo buscado. Inicié mi retiro caminando desde el molino, por una amplia calle central, hacia el portón de salida. Ulises me decía: Busquemos otro poco más - a pesar del fuerte sol del mediodía; yo le agradecí pero seguí mi camino, cuando al iniciar la marcha, sentí como si alguien me llamara y decidí volver. Cuál sería mi sorpresa cuando descubrí que allí, tres metros atrás, se encontraba la tumba de mi madre, como si nunca hubiera pasado por allí, sabiendo que habíamos recorrido ese lugar por lo menos dos veces. Esto resultó otro encuentro. Desde entonces, todas las veces que puedo, voy a dejar flores al lugar donde descansa mi madre. Hablando de encuentros, voy a referir uno que tuvo lugar entre mi esposa y yo, una noche en tranvía. Tanto Celina como yo, cuando estábamos en el centro de la ciudad, volvíamos a casa en el tranvía 15. Una vez yo venía sentado solo en un banco, leyendo un trabajo de investigación que había copiado fotográficamente (En ese entonces no existían las fotocopiadoras y debíamos recurrir a la fotografía si deseábamos tener alguna copia de algún escrito de libros que no podíamos sacar de las bibliotecas), sin preocuparme de los pasajeros que podían subir o bajar del tranvía. 82
En un momento dado, subió una señorita que se sentó a mi lado; luego de pagar su boleto al guarda que iba al encuentro de los pasajeros, permaneció en silencio por varias cuadras, observando de reojo al joven que iba sentado al lado de la ventanilla, que leía unas fotocopias muy parecidas a las que utilizaba su esposo para sus clases, además vestía con un piloto del mismo tipo que usaba él; así fue levantando la vista hasta exclamar: - ¿Qué haces tú aquí? - Fue mirarnos y soltar la carcajada simultáneamente, así seguimos un largo rato riéndonos por el hecho de haber viajado varias cuadras sin reconocernos. Cómo sería nuestro comportamiento en el tranvía, que días después, una amiga de Celina le preguntó: - ¿Con quién te encontraste las otras noches en el tranvía que reías tanto? - No podía creer que dos esposos, pudieran festejar así el encuentro casual de dos personas que vivían juntas. Pero esta amiga ignoraba los amargos desencantos que la vida les había deparado, años atrás, cuando les era imposible estar sentados juntos en un viejo tranvía; pero este es tema de otro relato. Los encuentros pueden traer también recuerdos de amor y nostalgia de las cosas, nos permiten acercarnos a un viejo amigo, aunque éste sea sólo una cosa; eso mismo, una cosa. Habían pasado muchos años, desde cuando era soltero y volaba, por razones de trabajo, un viejo aeroplano Fleet, cuya matrícula todavía recuerdo: LV-VBA; éste viejo avión servía para entrenamiento de los nuevos pilotos de un Aero-Club, tenía como motor propulsor un viejo K5 radial, sin ningún carenado, lo que dejaba al aire libre las cubetas de los balancines. Estas cubetas se cargaban de grasa para lubricar el juego de varillas y balancines, pues en esa época la lubricación forzada no llegaba a esos lugares; y cuando la tapa de esas cubetas no estaban bien cerradas, o sus juntas estaban rotas, durante el vuelo e impulsado por el chorro de aire de la hélice y el calor del motor, se derretía la grasa y la pulverizaban hacia la cabeza de los pilotos; por eso no era raro ver al piloto, al terminar el vuelo, con el cabello engrasado como si usara fijador para el mismo. 83
El VBA al cual me refiero, era de dos asientos, uno detrás del otro, dejando prácticamente medio cuerpo fuera de la estructura; lo que hacía más deportista el vuelo y más emocionante, cuando al hacer alguna acrobacia como un “tourner”, que era un giro sobre sí mismo, uno sentía cómo el cinturón se apretaba contra su cuerpo, que quedaba prácticamente colgado de él. El Fleet era un aeroplano de vuelo sencillo y siempre volaba, algunos decían que era el Ford T de la aviación. Siempre estaba dispuesto para remontarse en los aires y por mucho tiempo prestó sus servicios en el Aero-Club. Ya casado y con hijos, un domingo se me ocurrió visitar al Club de Planeadores, pues sus autoridades me habían invitado muchas veces, de este modo querían agasajarme por algunas gestiones que llevé con buen éxito, para que el gobierno les facilitara un pequeño tractor para arreglar el campo de aterrizaje. Caminando entre planeadores y conversando con el presidente del club, sobre las cualidades de sus máquinas, me había apoyado en un viejo avión. Cuál no sería mi sorpresa al reconocer a un amigo; ahí estaba, viejo, pero todavía seguía sirviendo de carreteo y remolque de los modernos planeadores; a mi gran amigo el Fleet VBA de mis años de juventud. Es imposible describir la emoción que recorrió mi cuerpo y los recuerdos de viejos tiempos que me trajo de golpe este encuentro, con el amigo y compañero de vuelo. También las cosas pueden emocionarnos. Sí, así es...
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UN CASO MISTICO
P
ienso que a la par que se creaba la Dirección de Vialidad de la Provincia de Buenos Aires, se fundaron los Talleres de Vialidad, supongo que eso habrá ocurrido por el año 1920. Estos que en un principio se llamaron Talleres y Equipos, se establecieron en un edificio construido para ese fin en el barrio de la ciudad de La Plata, que se llama El Dique, y ocupaban una manzana sobre la cual se edificó un gran galpón de material, de aspecto imponente, como se acostumbraba a construir las fábricas de esa época, que generalmente tendían a copiar la arquitectura alemana. El Dique era un barrio muy especial, que se encontraba separado del ejido de la ciudad por el ferrocarril, que tenía en ese lugar una gran playa de maniobras, con galpones para el movimiento de carpas y además se prolongaba hasta la estación de Río Santiago, desde donde se podía acceder por agua a la Base Naval del mismo nombre. Los habitantes del barrio citado, en esa época eran en la mayoría obreros y empleados de cuatro grandes fuentes de trabajo: el Hospital Naval, la Fábrica de Sombreros, los Talleres de Vialidad y el Puerto Arenero asentado en un canal del río, que terminaba en la “cabecera del Dique”, al cual llegaban las chatas areneras del Uruguay y abastecían de arena a todas las empresas constructoras de la zona . En la cabecera del dique, formando una V se asentaban las grúas accionadas con máquinas de vapor, que transferían la arena de las barcazas a los carros y algunos camiones de esa época. El Dique tiene para mí un recuerdo grato, ya que al venir a estudiar desde la Pampa a la ciudad de La Plata, fue el lugar donde viví por espacio de dieciocho años. En este tiempo muchas cosas me ocurrieron; en su momento volveré a referirme al Dique, ahora solo lo menciono como para ubicar el origen de los Talleres de Vialidad. 85
Estos talleres se dedicaban a la reparación de todas las máquinas y automotores que poseía Vialidad, también a la fabricación de piezas de repuesto y algunos equipos especiales para el mantenimiento de los caminos. Por los años 50 estos talleres se independizaron de la Dirección de Vialidad y formaron por sí mismos una Dirección de Equipos y Talleres, que contrataba sus servicios, tanto de reparación y mantenimiento, como de todos los equipos viales que pasaron a su gestión; sin embargo este estado no duró mucho, por la presión que hacían los jefes de zonas de la Provincia, que se veían privados de autoridad, en la disponibilidad de los equipos para el mantenimiento de los caminos a su cargo. En el año 1957, la Dirección de Vialidad inicia un plan importante de construcción de caminos y mejoramiento de la red vial, esto significaba tener un apoyo serio e importante de sus equipos; por lo que al mismo tiempo que se ordenaba el traslado de los talleres a otro lugar, Tolosa. Simultáneamente se pensaba organizarlos y ponerlos en condiciones de apoyar el plan vial, que pretendía construir 1000 Km de camino por año. Así fue como se trasladaron los talleres a Tolosa, y se pensó en su organización. Así nace la Comisión 1009, llamada así por el número de la Resolución del Director de Vialidad que la creó, encomendándole a la misma, que confeccionara un plan de reorganización con una estructura moderna de manejo industrial. De este modo, por el espacio de diez años, no consecutivos, estuve a cargo de la tarea de organizar la puesta en marcha y la dirección de los nuevos talleres como Gerente General. Esta nueva estructura, no sólo tenía a su cargo las grandes reparaciones de motores de las máquinas y equipos de Vialidad (Unas 3000 unidades), sino también los talleres que habían en cada zona (Eran 12), distribuidas en todo el ámbito vial de la Provincia de Buenos Aires. 86
El cargo era muy importante y de gran responsabilidad. Aquí realizábamos la aplicación de técnicas modernas de mantenimiento y también de gran trabajo. Prácticamente en esa época vivía en Vialidad, esa fue la razón para que me mudara con mi familia, de la ciudad de La Plata al pueblo de Tolosa. Creo que es hora de hablar del caso místico que encabeza este relato. Pues bien, estando trabajando una tarde en mi oficina, recibí una llamada telefónica urgente de mi esposa, todavía vivíamos en La Plata, donde me comunicaba que la casa que ocupábamos, había sido tiroteada cuando pasaba un Jeep y había roto un vidrio del escritorio que daba a la calle. En los talleres teníamos un servicio de vigilancia que controlaba la entrada y salida de personal y vehículos, que por cierto, era de un flujo importante, cuyo jefe era un Comisario jubilado, con gran espíritu y buen criterio para resolver los problemas que a diario se presentaban en un establecimiento, donde trabajaban 650 personas entre obreros y empleados. Enseguida pensé en él y lo invité a ir hasta casa, para ver qué había sucedido, o lo que podía ocurrir, ya que en esos momentos teníamos en forma particular, una fábrica de carrocerías y estábamos en conflicto gremial con los obreros, por lo cual yo temía que podía ser un atentado. Al llegar a casa con el Comisario, a quien mi esposa conocía, ésta se calmó, pues estaba muy nerviosa, sobre todo por los chicos, que en ese entonces teníamos ya, a los cuales no los dejó salir a la calle desde el momento que ocurrió el suceso. Mi esposa todavía preocupada, le explicó al Comisario como había ocurrido el hecho; ella había sentido una explosión al momento que pasaba un Jeep por la calle y de súbito ocurrió el impacto sobre el vidrio, que dejó un agujero como de bala. Al analizar la rotura del vidrio, inmediatamente se corroboró, que el sentido del proyectil fue desde la calle hacia dentro del escritorio, por lo que el Comisario dijo que si así había ocurrido, el proyectil debía estar dentro de la habitación. 87
De inmediato procedimos a buscarlo y también se encontró rápidamente, no una bala, como era la creencia que se tenía desde el comienzo, asociando el hecho con la situación gremial de nuestra fábrica, sino que lo único que podía haber causado el agujero en el vidrio, era un trocito de baldosa (de 2 x 1 cm) que encontramos en el piso, y en la dirección de la trayectoria imaginaria del proyectil. Bueno, la explicación dada por el Comisario fue: que el Jeep al pasar por la calle pisó ese trozo de baldosa, y lo despidió con tal fuerza, que ocasionó la rotura del vidrio. Habiendo encontrado una explicación razonable al hecho, todos nos tranquilizamos y pensamos en seguir con nuestra rutina de trabajo; el Comisario volvió al taller de Vialidad, mi esposa aprovechó ese día para tomar el té conmigo, ya que por la hora no volvería a la oficina, además yo debía dar clase en la universidad a las 19 horas. Cuando llegó el momento de ir a la Facultad, me despedí de mi señora y me encaminé a tomar un tranvía que me dejaba en la puerta de la Universidad, donde desarrollaba mi tarea docente, trabajo éste que nunca dejé de ejercerlo, aún cuando la tarea de Gerente era muy absorbente. Para tomar el tranvía, debía caminar dos cuadras y media en forma recta por la calle que pasaba frente a mi casa, y luego doblando una cuadra más podía encontrar la parada. Mientras caminaba por la calle citada, iba pensando en lo que había pasado, mientras jugaba con la mano en el bolsillo de mi perramus, con el pedazo de baldosa que habíamos encontrado en el escritorio, miraba mientras tanto la vereda, y casi al llegar al término de mi caminata en forma recta, observo algo en el piso que me llamó la atención y me hace exclamar: ...-¡Qué piedra parecida a la que me rompió el vidrio en casa!-... Todo fue muy rápido, al agacharme, recoger esa piedra, sacar la otra del bolsillo y compararlas. Cuál no sería mi sorpresa, cuando al juntarlas, éstas hermanaban perfectamente, las dos de tamaño parecido, pertenecían a un todo, no había duda alguna. ¿Como había ocurrido esto? Debemos pensar que ambos trozos estaban separados entre sí, por más de 250 metros. 88
¡Qué casualidad que yo pasara por ese lugar, ya que mi trayectoria habitual para tomar el tranvía era otra! Estas interrogantes no las puedo explicar, y sólo al recordar los hechos todavía me dejan la sensación de haber entrado en un universo desconocido...
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OTRO CASO MISTICO
C
onsidero oportuno ampliar lo dicho en uno de mis relatos, referente a la creación, puesta en marcha y conducción posterior de los Talleres Centrales de Vialidad de la Provincia de Buenos Aires. Como ya he explicado, los talleres en el pueblo de Tolosa (Para el apoyo de un serio Plan Vial de la Provincia), fueron el fruto de un estudio previo, no sólo de su ubicación y la construcción de edificios adecuados, sino de una nueva concepción de talleres de reparación de máquinas. Así se abandonaron las viejas técnicas de trabajo que se realizaban en el antiguo emplazamiento del Dique, para utilizar técnicas modernas del mantenimiento preventivo y predictivo, a través de un sistema que privilegiaba a las inspecciones periódicas de máquinas, para terminar en la organización de los trabajos de grandes reparaciones, tratando a estos como verdaderos procesos de fabricación. Para dar una idea de los buenos resultados que dio este nuevo enfoque, de un problema tan importante como lo es el uso de estas nuevas técnicas de mantenimiento, en el apoyo de cualquier planta industrial, que utiliza un parque importante de máquinas de producción, haré referencia a mi visita a los talleres del municipio de la ciudad de New York, encargados de todos los equipos mecánicos de transporte en la ciudad, como lo eran las líneas de ómnibus y la red de subterráneos; estableceré un paralelismo de trabajo, en lo que se refiere a la reparación de motores Diesel. En efecto, lograron una producción total diaria de seis motores Diesel reparados, alcanzando el mismo número que nosotros en Tolosa, con la salvedad que en nuestro caso, los repuestos que se utilizaban en ese tipo de trabajo, eran totalmente importados, además existía una diversidad de marcas, mientras que ellos usaban una sola marca y los repuestos los conseguían con sólo cruzar la calle. 90
Para alcanzar esta producción fue necesario dar cursos intensivos a nuestros obreros, y en muchos casos, enviarlos al interior y fuera del país, para recibir enseñanza, por los mismos fabricantes o representantes de equipos viales. Así fuimos organizando sección por sección, dejando para lo último la organización de algunas oficinas administrativas, que a pesar de ser importantes, no incidían prácticamente en el sector productivo. Una de esas oficinas, era la que manejaba el archivo de todos los antecedentes del personal que trabajaba ó trabajó desde el nacimiento de estos talleres en el Dique, por el año 1920 si mal no recuerdo; por lo tanto, para ese entonces, los archivos seguían en el Dique, y cuando se necesitaba recurrir a ellos, era preciso trasladarse desde Tolosa al barrio El Dique, perteneciente a la ciudad de Ensenada. Era común recibir pedidos de información, de datos de obreros que habían trabajado en los Talleres del Dique, 30 o 40 años antes, a los fines de tramitar su jubilación, solicitando datos de su actuación, y sobre todo, los cargos y sueldos que habían percibido a los efectos de calcular el monto jubilatorio, por parte de las autoridades de personal de la Dirección de Vialidad. En esa época yo era joven, y no comprendía la desesperación y angustia que sufrían los que deseaban jubilarse. Solían estos viejos servidores del estado, pedirme entrevista, para rogarme que pusiera todo mi empeño para lograr recolectar todos los antecedentes que justificaran sus servicios, como así, los cargos que habían ocupado, pues el monto de su haber jubilatorio, dependía de esos papeles, que ellos recordaban, pero no tenían en su poder. A muchos se les caían las lágrimas al recordar sus trabajos, sus compañeros y el banco mismo donde guardaban las herramientas, que utilizaban para reparar las máquinas. Recordando a mi padre, que también fue obrero del riel, y el orgullo que sentía al haber pertenecido al gremio ferroviario; no dejaba de conmoverme lo que sentían con tanto dolor estas personas, que se retiraban de la vida activa, al dejar algo muy querido. 91
Ahora yo también soy retirado, y al ver los recuerdos que caminan hacia mí, éstos me permiten comprender los sentimientos que van despertándose, a medida que el tiempo transcurre. Así ocurrió con un viejito mecánico, que no podía terminar su trámite jubilatorio, por no poseer los primeros antecedentes de cuando trabajaba en el Dique, en lo que se llamaba en ese entonces Dirección de Puentes y Caminos, por el año1920; por lo que me propuse poner todo mi empeño de buscar esos antecedentes. Para dar una idea de lo difícil que era la tarea de encontrar antecedentes tan antiguos, guardados en carpetas, que el tiempo y el maltrato, las había reducido a papeles viejos y sucios, debo decir que a raíz del traslado de los talleres a Tolosa, las autoridades de ese entonces, no pusieron el cuidado que debía recibir tal información, que era historia viva de la gente que trabajó en este lugar; y sin ninguna clasificación, los amontonaron en dos cuartos, de 4 x 4 m, tirados en el suelo; y ocupando todo el espacio disponible, con una altura aproximada de un metro; lugar en el cual vivían todo tipo de insectos, pulgas, garrapatas y ratones; que junto con la tierra acumulada por largos años, hacían de ese sector un lugar sucio, que nadie tenía ganas de tomarse la tarea de clasificarlo y ordenarlo. Más tarde, un equipo de nuestro personal, tuvo que trabajar con esa información y formar así, una oficina de archivo en Tolosa, con todas las nuevas técnicas que se usan hoy en día, en el tratamiento de la información. Volviendo al caso en cuestión; se presentó a verme el Jefe Administrativo, para comunicarme que era imposible buscar esos datos; primero por el tiempo transcurrido, por la inseguridad de su existencia, y por último, si éstos existían, debían estar en la montaña de papeles que se encontraban en el Dique; sugiriéndome que esperáramos hasta que llegara el momento de dedicarnos a su clasificación y organización, en los nuevos talleres de Tolosa. 92
Como dentro del plan de tareas que estábamos realizando, faltaba por lo menos un año para que pudiéramos dedicarnos a esta labor administrativa, le contesté que de ninguna manera podíamos esperar ese tiempo, frente al pedido solicitado angustiosamente, le dije: - Hagamos todo lo que está en nuestras manos para resolver este problema y si no logramos conseguirlo, por lo menos podemos tener la justificación que lo hemos intentado -. Seguí con mi orden: - Usted vaya al Dique, y ruegue a Dios que nos ayude a encontrar la carpeta que necesitamos-. El Jefe Administrativo era un señor muy serio, que vestía elegantemente, y con sólo pensar que tenía que revisar esa caterbada de papeles sucios, no le agradó mi idea, pero como era también un empleado responsable, yo estaba seguro que cumpliría mi orden. Pasó una hora o algo más; cuando regresó y al entrar a mi oficina, me dice: -¿Sabe lo que me pasó?, pues llegué a los cuartos donde está el “archivo” y me costó poder entrar, pues no podía abrir, dado que los papeles hacían de soporte interior, después de un esfuerzo logré vencer la puerta, y como pude me subí a la pila de papeles, me paré en el centro mismo de la habitación, resongando contra usted, mientras me decía: ...Este Ingeniero cree que con sólo agacharme y recoger una de las carpetas allí estará lo que busco...; pues en el momento que así me expresaba, también accioné y creerá que la primera carpeta que saqué del montón ¡era la que buscaba!, Dios mío – pensé – este Ingeniero es brujo-. Estos hechos se pueden calificar como un milagro, no sé qué fue, pero alguien o algo, condujo la mano, para que el viejito mecánico se jubilara...
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CELINA
L
a vida es una sucesión de hechos circunstanciales, que generalmente no están relacionados por ninguna ley o hipótesis a la cual debe responder, pero a veces ocurren fenómenos que lo hacen pensar a uno si no ha cruzado en algún momento el umbral de lo desconocido, para llevarlo por caminos nunca imaginados. Dos personas que nacen cercanas en el tiempo y en el espacio, nunca se encuentran en los primeros años de sus vidas, para sólo entrecruzarse en otro lejano tiempo y espacio, signados por un destino común; así fue el encuentro de larga vida entre Celina y Ricardo. En efecto, sobre la vía ferroviaria que une Bahía Blanca con Santa Rosa de Toay, existe un pueblo, a unos quince kilómetros de Bahía y casi sobre el límite de la provincia Buenos Aires con la provincia de La Pampa, que se llama Villa Iris; el mismo comenzó su desarrollo desde finales del siglo XIX, con la actividad agroganadera y el ferrocarril. Pues en ese lugar, un 23 de Julio de 1919, nació Ricardo, hijo único de María Elisa Pedernera y José Ortiz. Pocos años más tarde, el 3 de Octubre de 1924, nacía Celina, también hija única de Celina Pachano y Arturo Blanche, en una estancia llamada “La Tigra”, que se encuentra a unos quince kilómetros sobre la ruta que une Villa Iris con Adela Saénz, otro pueblito agropecuario. Habiendo transcurrido diecinueve años, nos encontramos en la ciudad de La Plata por primera vez. En la época de estudiante universitario, y antes de ingresar a trabajar en la aeronáutica, mis ingresos dependían de los trabajos que podía conseguir como instalador eléctrico y la enseñanza a los alumnos secundarios, de materias técnicas. Estos trabajos me permitían soportar los gastos menores y comunes que la vida austera le impone a los estudiantes. Casa y comida, eran los gastos con que mis tíos me apoyaban para poder estudiar, cuya ayuda nunca dejaré de reconocer, ya que con la misma ellos contribuían a que yo tuviera un futuro mejor. 94
La enseñanza la desarrollé en una academia que se llamaba “Ciencias y Letras”, y cuya característica, por la cual sobresalía en la ciudad era “por cada alumno, un profesor universitario”. La directora era una joven emprendedora de mucho empuje y muy simpática, que además era la hermana de uno de los jóvenes que formaban “la barra”, a la cual pertenecíamos. En una oportunidad me llamó María Ester, que así se llamaba la directora, y me dijo: - Tengo una alumna para usted, ella es maestra y debe rendir examen de equivalencias para ser bachiller; y por lo tanto poder ingresar a la Facultad de Abogacía-. De entrada esto no me gustaba, pues en esa época yo tenía cierta aversión injustificada hacia las maestras, además debía enseñar “Cosmografía”, que si bien me gustaba todo lo referente al cosmos, y todavía hoy me gusta; en ese entonces mi único acercamiento a esa área del conocimiento era, que entre mis trabajos era el “diariero” del Observatorio Astronómico de La Plata; éste trabajo me permitía contar todos los días con un diario como era “El Mundo”, lujo que pocos estudiantes tenían. A pesar de mi negativa, al final, debí aceptar, pues no había otro profesor libre y con ganas de enseñar esa materia. Así fue como un 7 de Junio de 1944, conocí a una señorita muy simpática, rubia y de baja estatura, que muy pronto dio muestras de inteligencia y deseos de aprender para lograr su objetivo, que era entrar en la universidad. No sé cómo ni cuando ocurrió, pero pronto impartir esa clase se convirtió en una satisfacción, al saber que iba a estar junto a Celina. Así pasó el tiempo; entre clase y clase, crecía mi interés y también veía que el mismo parecía ser correspondido por mi alumna. Yo fui muy cuidadoso desde temprano en la relación entre alumna y profesor, y supe, creo que nunca pasé a través del trato esa barrera, además en este caso existía la ética, que me ha inspirado siempre la enseñanza con otras relaciones. Tan es así, que sólo me atreví a acompañarla cuando ya no existía vínculo docente entre nosotros. 95
Desde el comienzo de nuestra relación, ya no como profesor, sino como simpatizante, entreví que nuestros encuentros tropezaban con inconvenientes de su familia, la cual estaba formada por su padre viudo y dos señoras que eran hermanas que vivían con él, una de ellas ocupaba el lugar de dueña de casa y se hacía valer con el apoyo de mi futuro suegro. Por suerte tuvimos la ayuda de la hermana menor, sin la cual hubiesen sido muy difíciles nuestras entrevistas. La familia por parte de madre de Celina, pertenecía a una escala alta de la sociedad en La Plata, era la familia Pachano; posiblemente ésta era una de las razones por las cuales mi suegro tenía poco trato con ella, dada su vida irregular (Para ese entonces) de vivir en pareja. Este hecho que ocultaban mi suegro y su seudo familia, incidió en la irregular relación con Celina. Nos veíamos sólo una vez a la semana, cuando Celina y Edith (Así se llamaba la menor de las hermanas) iban a la iglesia bien temprano, a la misa de las ocho de la mañana. Nuestro paseo era a lo largo de la calle 39, desde la calle 11 hasta la 7, y duraba lo que dura una misa. A pesar de los recelos que tenía “Chiquita” (Así era su sobrenombre) con respecto a la reacción del padre frente a nuestro noviazgo, decidimos que yo lo visitaría en su trabajo para solicitarle permiso para visitar a su hija en su casa. Recuerdo que al decidir este procedimiento, Chiquita me preguntó - ¿Y si él se niega?- Yo rápidamente le contesté Entonces nos casamos -. Tan sorprendida quedó ella como yo mismo, pero esa fue una declaración de amor, no convencional, pero que aceptamos de todo corazón. Para ese entonces ya me había recibido de Ingeniero y trabajaba como docente auxiliar en la Facultad de Ciencias FísicoMatemáticas, de manera que no veíamos razón para que el pedido fuera rechazado, sin embargo así ocurrió. 96
El padre de Celina, Arturo Blanche, trabajaba como asistente de obras de Arquitectura; el Jefe de Sección era un ingeniero amigo, de manera que cuando aparecí en la oficina y al conocer el tema de mi entrevista con uno de sus empleados, me cedió su despacho para realizar mi pedido. Siempre que hago una entrevista trato de dejar una “puerta” abierta, por las dudas de que mi pedido no sea bien recibido, de manera que trato de reunir más argumentos para una próxima visita; así procedí en esta oportunidad y conseguí que me diera una respuesta en los próximos quince días. Creo que jamás pensó cual era la razón por la cual yo solicitaba verlo (No nos conocíamos de antemano), de manera que lo encontré desarmado, y cada razón negativa no tenía asidero, por lo cual me era fácil rebatirla, así obtuve por lo menos la promesa de que el tema lo trataríamos otro día. Ni bien llegó a su casa, junto con Dora (Así se llamaba la señora con la cual vivía), discutieron el tema y de inmediato tomaron resoluciones drásticas; desde ese momento se le prohibió a Celina salir de su casa, y si fuera necesario hacerlo, debía ser acompañada. De este modo Celina estuvo “presa” en su propia casa, durante seis meses hasta nuestro casamiento. Llegó así el día que debía recibir la respuesta, que fue totalmente negativa, sin algún serio argumento que explicara la razón por la cual se negaban a nuestro noviazgo. Pero lo que no sabía Blanche es que esto ya lo habíamos previsto, desarrollando un plan para cumplir nuestros propósitos; con la ayuda, desde adentro a través de Edith y de afuera con mis amigos y amigas de Celina, para llegar a nuestro objetivo. En ese entonces Edith tenía que llevar a la escuela a una sobrinita, durante el recorrido que hacía, yo me ponía en contacto con ella, le entregaba y recibía a la vez cartas de Celina, de este modo nos comunicábamos. 97
Así llegó el momento de nuestro casamiento, el 23 de Octubre de 1948. Nos casamos en la Sección Primera, zona donde yo había designado mi domicilio, y la ceremonia religiosa la realizamos en la iglesia de Tolosa. Elegimos esta iglesia porque el párroco era amigo nuestro y se comprometió a no dar las incumbencias obligatorias de la iglesia, por temor de que se enterara algún amigo de mi suegro. También había hablado con el Comisario de la Sección Segunda, que correspondía a la zona donde vivía Celina, por el caso de que al no encontrarse en su casa, el padre hiciera alguna denuncia contra su hija, y nuestro casamiento no pudiera tener lugar. Creo oportuno que Celina cuente todas las emociones y nerviosismos que sufrió días antes del casamiento, hasta que éste se concretó; y nada mejor que inicie su relato desde el 18 de Octubre, día que festejaba su cumpleaños, que había sido el 3 de ese mismo mes, al cual asistían sus amigas a saludarla. ... “Ese día, alrededor de las 18 horas llegaron mis amigas: Monona, Coca Busto y Lala Errecarte, porque el día de mi cumpleaños no habían podido venir a saludarme. Recién en esa visita pude comunicarle a mis amigas que me casaba el sábado siguiente. Estas se sorprendieron, y sólo atinaron a felicitarme, prometiéndome no decir nada a nadie, asegurándome asistir a la ceremonia civil y religiosa. Los días que siguieron fueron de extrema nerviosidad, pues tenía que proceder con toda normalidad, como si nada tan grande fuera a suceder en tan pocos días. El día del casamiento me levanté más temprano, pues era imposible mantenerme en la cama; trataba de no pensar en lo que iba a ser el día, sino que me concentraba en la tarea rutinaria de todos los días para así permanecer tranquila, cosa que no conseguía. 98
Cuando escuché el ruido de la puerta de la calle, supe que debía irme, pues sabía que Edith ya había salido para la escuela y en cualquier momento se levantaría Dora. Tomé los pequeños recuerdos de mi madre, que consistían en unas joyas, y abandoné la casa, no mi hogar; hogar sería el que desde ese momento yo iba a construir con Ricardo. La casa quedaba a mitad de cuadra, y sólo sabía que al llegar a la esquina, a una cuadra, debía esperarme Ricardo; esos cuarenta metros fueron los más largos de mi vida. De repente pensé: - ¿Y si Ricardo no está esperándome?-, pues hay que recordar que hacía seis meses que no nos veíamos; pero allí estaba, haciéndome señas para que apurara mi paso, mis piernas junto con mi nerviosismo no me permitían avanzar con más rapidez. De pronto me encontré en los brazos de mi amor, de ahí en adelante poco recuerdo, sólo sé que un amigo de Ricardo estaba ansioso en su auto, esperándonos en la esquina para llevarnos directamente a una zapatería para comprarme zapatos; recuerdo que al probarme los primeros Ricardo me dijo: -Estos están bien. Vámonos que todavía falta mucho por hacer – Los dos ansiábamos tener en nuestras manos el certificado de casamiento. Fuimos a la casa de un amigo, donde la señora madre me había comprado la ropa de casamiento, resulta que nos habíamos equivocado de medida, pero con unos arreglos de apuro que le hizo la señora, que era modista; estuve al poco tiempo lista para la ceremonia del civil, la oficina quedaba sólo a dos cuadras, allí me esperaban mis amigas, donde unas de ellas saldrían de testigo. Debemos situarnos en el tiempo y pensar que mi casamiento fue una aventura de la cual no me arrepiento, pues en la vida junto a Ricardo han pasado momentos difíciles, por ser la vida misma, pero también logré alcanzar la felicidad y tener mi casa ¡Mi hogar! 99
Luego fuimos a la iglesia de Nuestra Señora del Carmen, en Tolosa y allí terminó la ceremonia del casamiento. Más tarde, después de un almuerzo íntimo, entre los amigos de Ricardo y míos, junto al matrimonio de sus tíos, el tío Javier y la tía Juanita; tomamos el tren para Buenos Aires, y de allí, al otro día nos fuimos para La Falda, en Córdoba, donde pasamos la luna de miel”... Es bueno agregar aquí, que pese al noviazgo accidentado, Celina tuvo la valentía y el empeño para defender su amor ante el egoísmo del padre; que para mantener él una situación irregular, ponía en peligro su felicidad futura. Debo decir por último, que durante tantos años juntos, Celina ha demostrado con su trato y cariño para su familia, y para mí en particular, las virtudes de una gran mujer, virtudes que pueden ser igualadas, pero nunca superadas. - Gracias por todos estos años, en los que he tenido el privilegio de compartir contigo tantos momentos de felicidad, como aquellos que la vida nos suele dar para poner a prueba nuestro amor -.
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ALLÉE - ALLÉE
S
iempre tuve deseos de conocer Europa, creo que todo argentino sueña con llegar alguna vez a la tierra de sus ancestros, pues como sabemos, nuestro pueblo se formó por la inmigración de los europeos, en su gran mayoría por españoles e italianos. Cuando uno observa el planisferio del mundo, recién empieza a tener conciencia de lo lejos, y tan abajo, que la Argentina se sitúa geográficamente; digo abajo pues los mapas señalan siempre el sur en su parte inferior, esto se debe a que los mapas nacieron en el hemisferio norte. Siempre me causó gracia al ver un mapa del mundo hecho por la Marina de nuestro país, donde situaba el Polo Sur en la parte superior; creo que fue una manera de exteriorizar el nacionalismo que llevamos adentro. De cualquier manera, desde chicos, tenemos la sensación de estar parados sobre nuestro país y para mirar a Europa debemos levantar los ojos hacia arriba; esta sensación no es sólo geográfica, sino que también lo es cultural. Europa nos ha legado sus costumbres, sus conocimientos y todo el acerbo cultural de varios siglos. Esto trae a mi recuerdo lo que un holandés nos dijo, en una bonita taberna de Volendam, cuando al reconocernos como argentinos, nos indicó con grandes ademanes nuestra ubicación en el mundo, con una sonrisa en sus labios, que nunca supimos su significado al decirnos: ...“Argentina grande y allá abajo, Holanda chica y arriba”... Mi primer viaje a Europa lo hice con un grupo de alumnos del último año de Ingeniería Mecánica de la UNLP, como culminación de su carrera, así por cuatro meses visitamos toda la Europa occidental, que nos permitió ver en cada país sus industrias principales y tener una imagen real del mundo, de gran ayuda para los alumnos, que pronto serían profesionales. Desafortunadamente estos viajes últimamente no se realizan. 101
Posteriormente con mi señora hemos vuelto a Europa; en este relato me propongo hablar de parte de uno de ellos. En el año 1982 nos encontrábamos en el mes de Abril, en Zurich, al levantarnos y abrir una de las ventanas del dormitorio de uno de los hoteles, que está próximo a la estación de ferrocarril, vimos los autos estacionados, cubiertos de una capa de tres centímetros de nieve; nos llamó mucho la atención, ya que estábamos en primavera y no creíamos que ya nevara. Además le había comentado a mi esposa, que en 1969, cuando estuve en esta ciudad, y me hospedé en ese mismo hotel, al abrir la ventana del dormitorio, también en esa época, los autos estaban cubiertos de nieve, yo diría totalmente; pero eso se justificaba, pues era en el mes de Febrero, pleno invierno septentrional. Festejábamos la coincidencia con Celina, mientras observábamos cómo un agente de tránsito, obligaba al dueño de un automóvil, que acababa de estacionar, limpiar la nieve de la luneta trasera, a pesar de que un hijo del mismo lloraba, pues para él era una aventura. No obstante el policía permaneció al lado del auto hasta que éste estuviera limpio de nieve, no sólo en la luneta, sino también en los demás vidrios. Mientras el conductor limpiaba los vidrios, el agente de tránsito le hablaba; nosotros pensamos que le reprochaba su acción, que podría traer un accidente como consecuencia. Todo fue una prevención, y no una sanción, como suele ocurrir en nuestro país. Si bien Celina y yo estábamos paseando por Europa, yo tenía un compromiso con la UNLP, para visitar una fábrica de equipos de conservación y refrigeración de cereales, que era una dependencia de las industrias de Sulzer, de Suiza, que se encontraba en un pueblo cercano a Alemania, Lindau, a orillas del lago Constanza; de manera que fue necesario disponer, de un día de nuestras vacaciones, para una tarea oficial.
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El día que habíamos dispuesto para realizar esta tarea, tomamos a la mañana el tren que nos conduciría a Lindau, y como el mismo en su trayecto rodeaba al lago, nos resultó un viaje placentero, al poder apreciar el paisaje de sierra y agua, en plena primavera, con un aviso del pasado invierno a través de la nevisca que caía y los claros blancos de nieve que se observaban. El viaje fue corto, y al mediodía entraba el tren eléctrico a la estación de Lindau. Allí nos esperaba un Ingeniero de la firma Sulzer, para llevarnos a la fábrica. A pesar de que el profesional era alemán, hablaba un inglés simple, que nos permitió comunicarnos bastante bien. Nos llevó directamente a la Gerencia, donde conocimos al Gerente, que inmediatamente nos llevó al comedor general de la fábrica, donde nos sirvieron un buen almuerzo, que fue ameno, a pesar del inconveniente de los idiomas que hablábamos. Frente a Celina se sentó un cura que le permitió comunicarse en francés, y tratar temas un poco más variados, que los que intercambiamos en inglés, por nuestro pobre conocimiento de ese idioma, que si bien nos servía para viajar, nos impedía mantener una conversación fluída, de tantos temas interesantes que existen en la convivencia diaria. Celina tiene una predisposición muy buena para los idiomas como el francés, ya que ella proviene de familia francesa por vía paterna, pues su apellido es Blanche; también para el inglés y el italiano, lo que unido a su proverbial deseo de comunicarse y a su cualidad de conversadora, le permite gozar en sus viajes a través de las conversaciones que se le presentan. Después del almuerzo, el ingeniero que nos había recibido, creyó conveniente, antes de visitar la fábrica, tener una charla específica sobre el uso de las máquinas que ellos producían para la conservación de los cereales; explicando con datos técnicos, las bondades de sus sistemas de almacenamiento y eliminación de insectos, que tanto daño hacen en los depósitos de cereales. 103
En esta conversación y cambio de información, se encontraba una señorita que hacía de intérprete entre el idioma alemán y el castellano, ya que al tratar temas tan especiales, el ingeniero se vio obligado a expresarse en su idioma. Pese a que la conversación era técnica, mi señora, que no puede con su genio cuando de hablar se trata, intervenía en la conversación con bastante frecuencia, por lo que me permitió decirle al ingeniero, que si mi señora permanecía un mes en Lindau, terminaría hablando alemán; éste señor riéndose respondió, que no sólo hablaría en alemán, si no que hasta máquinas vendería. Luego de recibir bibliografía técnica de los equipos que esta fábrica vendía a Europa, Australia y la propia Argentina, nos invitó a visitar la fábrica y presenciar un ensayo en banco de un equipo frigorífico, del mismo tipo que se ofrecía a nuestro país. Más tarde, el ingeniero alemán y su traductora, nos acompañaron a la estación y así regresamos a Zurich. Después de visitar la ciudad por tres días, nos dispusimos a viajar a Viena. En nuestro viaje por Europa, para trasladarnos, usamos siempre el ferrocarril eléctrico, tan difundido, y tan cómodo, como barato, lo mejor de todo era su organización; ésta manera de movernos es digna de ser recomendada, frente al automóvil ó el avión. Al salir de Zurich hacia Austria, pasamos por una de las regiones de mayor belleza natural, la cual fue acompañada por el clima tan especial que nos tocó apreciar, a pesar de estar en primavera, no dejaba de nevar, lo que ponía más belleza a la montaña, a los lagos y a los bosques. Tuvimos así la oportunidad en este viaje de ver toda la belleza de la región del Tirol, donde la montaña, los ríos y el verde intenso de la vegetación que cubría los campos; dibujaban un paisaje, cuya imagen salpicada por las casas blancas y de techo bajo, sobrepasaban los recuerdos de lo bello. 104
El tren iba cubriendo la zona, serpenteando los obstáculos naturales y penetrando en esa región de maravilla; mientras nosotros ocupábamos un compartimiento, que previamente habíamos reservado en Zurich, el cual compartíamos con una familia francesa, que en un momento dado, abrió una canasta y comenzó a tomar un almuerzo ligero. Mientras esto ocurría, entró una empleada de servicio y procedió a la tarea de repasar el lugar, cuidando que éste no tuviera ni una porción de tierra y menos que alguna miga dejada por los franceses. A nosotros nos llamó la atención tal prolijidad, que comentamos como algo curioso del viaje, sin pensar que este proceder tenía que ver con lo que ocurriría más adelante. Al poco rato, antes de llegar a Innsbruck, apareció un inspector o guarda del ferrocarril y expresó algunas palabras que realmente no entendíamos, sólo le escuchamos decir: ...Allée, allée, isí monsieur le president - ...; yo pensé que nos comunicaba que en el tren iba el Presidente de los Ferrocarriles y deseaba que los pasajeros estuvieran bien atendidos, pero los franceses, que bien entendieron, se aprestaron a abandonar el compartimiento. Nosotros seguimos ocupando el compartimiento, al mismo tiempo que nos preguntábamos por qué debíamos abandonarlo si habíamos hecho nuestra reservación como correspondía. Sin embargo al poco rato volvió a aparecer el inspector ferroviario, y no solamente volvía a repetir ...allée, allée..., sino que tomando nuestro equipaje se dirigió resueltamente al próximo coche, donde dejando nuestras valijas, nos indicó dos asientos vacíos en el nuevo compartimiento, pero que se encontraban separados; mientras tanto el tren entraba a Innsbruck. De aquí en adelante nuestro viaje no fue muy placentero, ya que no podíamos comunicarnos, y por la ubicación de los asientos que ocupábamos, no podíamos contemplar mucho el paisaje exterior. Hay que decir que los coches para pasajeros, en casi todos los trenes de Europa, están divididos en compartimientos para seis personas, tres y tres enfrentados, poseen una sola ventanilla al exterior, ya que la otra ventana lateral da al pasillo, que sirve de comunicación entre coche y coche. 105
A todo esto llegamos a Viena, mientras nos dirigíamos caminando por el andén, paralelamente al tren, escuchamos atrás nuestro, aplausos y saludos a dos personas, que habiendo bajado del tren, recorrían el andén igual que todos, pero más rápido, pues todos les cedían ceremoniosamente el paso. Una de las personas vestía elegantemente y llevaba un portafolios en la mano, el otro, que era militar, hacía de acompañante. Celina encontró de inmediato quien le respondiera su pregunta: - ¿Quiénes son esos señores?- Le respondieron con orgullo: - Es nuestro Presidente, el Presidente de Austria, monsieur Dr.Rudolf Kirschlagüer -. Así que en el futuro podíamos decir que habíamos viajado en el compartimiento ¡del Presidente de Austria!, el 30 de Abril de 1982. Como el gobierno era socialista, los festejos del 1º de Mayo eran importantes, y éstos se habían iniciado el día anterior con un acto en la ciudad de Innsbruck, con la asistencia del Presidente, el cual había viajado en helicóptero, y volvía como un ciudadano cualquiera en tren a Viena. ¿¡Qué contraste con los viajes de nuestros presidentes!? Viena es la ciudad de la música, del vals; tiene el parque de Strauss, y muchos otros lugares, que transforma en deleite el caminar por esa ciudad que contiene tantos recuerdos del arte. Como hecho curioso debo decir, que al terminar la segunda guerra mundial, Viena quedó transitoriamente bajo el mando ruso, y éstos para dejar su recuerdo en la ciudad, levantaron un feo monumento al soldado ruso caído en la guerra. Los austríacos no pudieron negar que el monumento, que nada representa para ellos, fuera colocado en un lugar destacado, pero se las ingeniaron tapando la vista, construyendo una conveniente fuente de agua, cuyo chorro central es lo suficientemente alto, como para desdibujar el monumento, y de esta manera, sin molestar a los rusos, eliminaron de la vista el monumento impuesto. 106
HECHOS RECURRENTES
E
ntre mis recuerdos a veces asocio algunos hechos de mi vida, que además de pertenecer a temas muy distintos, separados por el tiempo y el espacio, pero que suelen tener algo en común, me resultan como ciclos del destino que estamos obligados a recorrer. Por ejemplo, cuando era Gerente de los Talleres Centrales de Vialidad, era común que por razones comerciales debiera asistir a comidas que organizaban las industrias de venta de equipos y automotores de las grandes firmas que fabricaban estos productos, y que la mayoría eran subsidiarias de empresas del mismo nombre extranjero. Así fue que para visitar los talleres de fabricación de camiones y camionetas que tenía General Motors en Avellaneda, fuimos agasajados con un almuerzo al término de esta. En esa oportunidad el Gerente General en Buenos Aires de la empresa citada, ocupaba a mi lado la cabecera de la gran mesa que se había preparado para los asistentes, que de alguna manera estaban relacionados con las ventas y el conocimiento de los productos que la fábrica pensaba ofrecer próximamente en una gran licitación pública, que Vialidad preparaba. Al observar la mesa, como así a sus concurrentes, manifesté - Qué distinto trato tiene la firma para las mismas personas, que en otras ocasiones ocupaban distintas posiciones en el mercado laboral, a los que se acercaban a la firma anfitriona en esta oportunidad.- Mi observación causó de inmediato curiosidad y sorpresa, pues mi tono y la manera de expresarme quería señalarle que a pesar de este recibimiento, esto no iba a incidir de ninguna manera en el resultado de la posible venta futura. Es curioso que yo afirme esto aquí, pero sé que muchos pensaron en los métodos de venta que se usaban en el estado, y permitía a muchas personas lograr ventajas y comisiones en tales situaciones. También es posible pensar que mi actitud respondía a ese propósito; sin embargo algo que me enorgullece en mi vida es que nunca entré en este campo de deslealtad al estado, al cual representaba. 107
Pasado el momento del desconcierto y sorpresa de mi manifestación, me pidieron la explicación de la misma. Les conté que cuando me recibí de Técnico Mecánico en la Escuela Industrial de La Plata, fui uno de los postulantes que hizo cola de más de una cuadra para lograr la posibilidad de trabajar en esos talleres; después de más de una hora, al ser recibido por un capataz fui rechazado en la primera pregunta - ¿Tiene cédula Federal? – Al responder que sí tenía, pero de la Provincia; fui separado de la fila para atender al siguiente técnico. En ese momento quién iba a pensar que después de mucho tiempo, podría contar esta anécdota, nada menos que el Gerente de la General Motors en el mismos lugar. ¿Será la vida cíclica? En uno de los años en que dictaba clase en el Instituto Tecnológico de Bahía Blanca, que más tarde se convirtiera en la hoy llamada Universidad del Sur, los alumnos pertenecían a la carrera de Ingeniería Mecánica, y el año que cursaban era el quinto. Por los jóvenes que formaban el aula, mujeres y hombres, tenía a mi entender que debían tener la suficiente personalidad para llegar a hacer interactivas las clases. Esto no ocurría, permanecían callados, silenciosos e imperturbables a cualquier hecho que ocurriera en clase; era inútil preguntar si habían entendido un tema, permanecían mudos, y si la pregunta la hacía directamente a un alumno, éste se contentaba con bajar la cabeza y seguir con su mutismo. Como esta actitud se repetía clase tras clase, consulté con otros profesores que tenían también a esos jóvenes como alumnos y todos me respondieron que no me preocupara, pues con ellos la actitud era la misma. En una palabra, estaban “muertos”, como así los definía un profesor que acostumbraba a dar conferencias en distintos lugares y se entretenía en observar a su audiencia antes de iniciar la charla, me comentaba que siempre eran más los muertos que los vivos, por lo tanto daba su discurso solamente para los vivos. 108
Para dar una idea de este conjunto de jóvenes, diré que el aula contaba con un largo pizarrón que iba de pared a pared, pero no ocurría así con la longitud de la tarima donde el profesor se desplazaba durante la clase, faltándole un metro del extremo derecho; de manera que cuando desarrollaba un tema que requería la escritura de largas ecuaciones, no faltaba la vez que al terminar la tarima, el profesor sufría una caída de la misma al piso del aula, unos 40 cm más o menos. Estas caídas como pueden imaginar, eran graciosas, y en un aula normal se escucharía como coro final una gran carcajada de los estudiantes, pero esto no ocurría, seguían como si nada pasara; de manera que mis clases eran de profesor a pizarrón, lo cual me ponía mal, pues mis clases eran de enseñanza, y no de dictados de clases magistrales. Así las cosas transcurrían, cuando una tarde se empezaron a sentir ruidos, gritos y conversaciones fuertes que provenían de la calle, sobre la cual daba uno de los costados del aula. Por supuesto que los alumnos parecían sordos, pero yo tuve que dejar de dar clase porque el ruido y el murmullo de mucha gente me impedía ser escuchado. Di una orden y al mismo tiempo procedí a abrir una de las ventanas para observar qué ocurría, y cuál no sería mi sorpresa, cuando uno de los alumnos, obedeciendo la orden, procedió a la apertura de otra ventana que daba luz al aula. Había conseguido sacar del mutismo a un alumno, que al observar lo ocurrido me aclaró que enfrente a la Facultad vivía una familia que poseía un automóvil Mercedes Benz ,de los años veinte; tan cuidado como si recién hubiera salido de fábrica, que sólo sacaban para los carnavales, para integrar las caravanas de los corsos, y que en este momento lo estaban cargando en un carretón para llevarlo al Museo de la Mercedes Benz, para su colección, que había sido destruida en la última guerra mundial; recibiendo la familia a cambio, un automóvil Mercedes, último modelo. Así pude saber que existía un “vivo” en mi clase. Esto ocurrió en 1954.
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Quince años más tarde tuve oportunidad de visitar el Museo de la Mercedes Benz, que se encuentra cercano a la ciudad alemana Munich; donde al recorrer los modelos antiguos de automóvil, dispuestos en un gran salón con amplias paredes de vidrio, mientras caía una tenue nevada, me sorprendió la procedencia de uno de los vehículos que decía “Bahía Blanca”; aquí el ciclo requirió sólo quince años. Cuando fue fundado el Rotary Club de Tolosa y reconocido por Rotary International, fui su primer presidente, y como tal, me propuse impulsar una tarea que no sólo llenara el año de mi actividad, si no que ésta sobrepasara ese período en su desarrollo y además estuviera de alguna manera relacionado con el pueblo de Tolosa. Nada mejor que propiciar e impulsar la historia de Tolosa, para lo cual se me ocurrió formar una “Comisión Histórica de Tolosa”, formada por algunos rotarios como representantes del Club y otras personalidades afines al acervo cultural de la ciudad, entre ellas estaban el Director de Cultura de la Provincia, de la Municipalidad de La Plata, el Director del Archivo Histórico de la Provincia, un viejo periodista de la zona y un historiador. En esa ocasión creí oportuno invitar a un familiar del fundador de Tolosa, Don Martín Iraola. Uno de nuestros socios solía jugar al golf en el Club de Raneland con José Pereyra Iraola, sobrino nieto del fundador, para que integrara la comisión propuesta. Como el tiempo pasaba, y el socio que se comprometió en traer a esta persona no le había dicho nada, además la fecha de la reunión constitutiva histórica estaba próxima; decidí desechar ese contacto y traté de hacerlo yo directamente con un simple llamado telefónico a Buenos Aires, usando la guía y buscando al tanteo algún pariente de Pereyra Iraola. Tuve la suerte de comunicarme con dos viejitas, que eran las tías, y enteradas del propósito que me guiaba, se comprometieron hablar con José como ellas le llamaban; el caso es que éste accedió siempre y cuando pusiéramos un auto con chofer para su traslado a La Plata. 110
Así llegó la noche de la reunión de nuestro Club, que se realizaba en esa época en el Club Universitario de Gonnet; luego de las presentaciones protocolares y el inicio de la reunión que consistió en una cena, yo expuse como presidente, mi idea y el deseo de que allí mismo se formara la comisión; nombrándose como Presidente de la misma al Dr. Francisco Laborde y como Presidente Honorario al Dr. José Pereyra Iraola; estableciéndose hasta los días y lugares de reunión. Había conseguido esa noche, no sólo la formación de la “Comisión Histórica de Tolosa”, sino también mis principales objetivos a cumplir, como así el compromiso por parte de las autoridades de la Provincia, la publicación de la misma en la imprenta oficial y su distribución. Es costumbre de Rotary fundar instituciones que beneficien a una comunidad en cualquier campo cultural, y una vez apoyada, dejarla libre y constituida para toda su vida, integrada por hombres no rotarios. Las cosas fueron muy bien al principio, pero al discutirse la fecha real de fundación del pueblo de Tolosa, surgieron opiniones encontradas en dos bandos importantes de la comisión. Fueron dos fechas las que estaban en discusión: el 7 de Julio y el 20 de Diciembre; las posiciones eran irreconciliables y por lo tanto se esperó a que se cumplieran los cincuenta años de la fundación, esperando encontrar documentos que avalaran una fecha u otra. Desafortunadamente la cripta donde estaban guardados estos documentos había sido enterrada y se encontraba llena de agua, por lo tanto los mismos que podrían dar por terminada la discusión, estaban en tales condiciones, que de ellos nada se pudo sacar. A pesar del fracaso de este hecho, la discrepancia tomó estado público, y el diario “El Día”, el más importante de La Plata; publicó en varias ocasiones las posiciones de ambos bandos, pero sin llegar a un acuerdo. 111
Esto fue resuelto por una resolución de la Dirección de Cultura de la Provincia, donde se daban pruebas avaladas por documentación de planos y otros documentos; por lo que se estableció el día 20 de Diciembre como fecha oficial; aunque hasta ahora algunos vecinos conmemoran el 7 de Julio como fecha de fundación. Volviendo a la noche en que se constituyó la Comisión Histórica. Me encontraba sentado al lado del Dr. José Pereyra Iraola, quien era uno de los dueños, que según se dice, tienen a su cargo cien estancias en el país; por esa razón, y sabiendo que tenía campos en La Pampa, se me ocurrió preguntarle si Hucal era uno de ellos; me respondió que sí, pero que en ese momento estaba dedicado a levantar Hucal Chico. Cuando supo que yo había vivido en Hucal, la conversación tomó un ritmo fascinante y surgieron temas muy interesantes de los cuales podíamos hablar. Me dijo que en ese entonces él iba poco por su salud, por lo cual el campo estaba a cargo de sus hijos; pero no dejaba de reconocer aquellos viajes que hacía cuando era joven, a la estancia de Hucal; cuando llegaba en tren especial desde Buenos Aires toda la familia del Presidente y sus invitados, recordábamos cómo iban vestidos y acompañados por sus mascotas para pasar las vacaciones de verano en un verdadero campo. En ese entonces venía con frecuencia a la estancia de Hucal, una joven llamada Cotita Alvear, que era famosa por su andar a caballo y el uso de las armas de fuego; tanto se destacó, que una parada ferroviaria que existe entre Hucal y Perú, sobre la línea ferroviaria de Bahía a Toay todavía conserva su nombre. Al preguntarle qué fue de su vida, me contestó que como resultado de su vida agitada, terminó vieja y enferma en un convento de Buenos Aires. Me comentaba que la estancia de los Alvear en Hucal, ya no era la misma, ni se hacían las grandes fiestas a las que concurrían las familias de Buenos Aires, que ahora preferían ir a Mar del Plata. 112
La estancia poseía unos bungalows para los invitados y una iglesia que contaba con un cura; también había pileta de natación, canchas de tenis y todo lo necesario para hacer placentera la vida de los invitados. Tenía una herrería muy grande, donde se reparaban los carros y todo tipo de carruajes, entallaban ruedas y la fragua estaba todo el día prendidas. El taller de talabartería también tenía operarios que hacía toda la clase de lazos, cabestros, botones con tientos y todos los enseres para los animales de la estancia. Estos ciclos de encuentros me inducen a pensar, si la vida misma no es un círculo, como en cierta manera se planteaba Aristóteles. ¿Qué podría pensar aquel chiquillo, que parado en la estación, veía llegar un tren especial, proveniente de Buenos Aires, a ese pueblo perdido en La Pampa; para traer ese conjunto de personas tan elegantes, que hasta mascotas traían; que a lo largo del tiempo estaría sentado al lado de uno de los personajes que hacían esas visitas a los campos de los indios pampeanos?...
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SUEÑO DE UNA ALUMNA
E
n mi larga carrera de docente tuve la oportunidad de dictar clase en la Facultad de Agronomía, de U.N.L.P. La cátedra se llamaba Mecánica aplicada y en ella se daban los temas teóricos básicos de mecánica analítica general, aplicada a las máquinas agrícolas. Esta cátedra no era del agrado de la mayoría de los alumnos, pues no se dedicaba específicamente a los temas agronómicos; ellos olvidaban que de la Facultad salían con el título universitario de ingenieros, donde la mecánica ocupa un lugar muy especial, que no puede dejarse a un lado en ninguna carrera de ingeniería. Generalmente los alumnos en esa época, y creo que todavía es así, no tenían una idea clara de las posibilidades que brinda un título universitario, y que en el mismo se encierra un caudal de conocimientos, que forman a todo profesional, para poder comprender y entender (En muchos casos), los fenómenos naturales, y tener a su vez una cultura y criterio amplio como para poder ocupar un lugar destacado en la sociedad. Entre los temas que se dictaban en la cátedra, aparecían los conceptos de energía, lo que me permitía hacer referencia a muchos fenómenos de la naturaleza, que encierran los misterios de nuestro Universo. Así aquellos estudiantes que no asistían a las clases teóricas (Recuérdese que en general esas clases no eran obligatorias para cursar la materia), les resultaban más difíciles los exámenes finales; por lo tanto la asistencia les facilitaba poder entender a través de la comunicación interactiva entre profesor-alumno, aquellos conceptos que se exigían en los exámenes; dando esto por resultado que mis clases fueran muy concurridas, lo que por otro lado hacía difícil mantener la atención y el silencio en el aula. Desde que comencé a enseñar (Año 1937), siempre me preocupé que mis alumnos me atendieran, si así no ocurría, dejaba súbitamente de hablar, esto resultaba una señal para que volvieran a prestar atención. 114
Este modo de proceder, es una costumbre tan arraigada que la empleo en cualquier circunstancia, aún cuando sea una conversación (Me ocurre en las reuniones de Rotary), por lo tanto en la universidad no comenzaba la clase sino existía un perfecto silencio; si esto no ocurría (Como es natural en toda aula donde hay alumnos), golpeaba con la tiza en el escritorio, hasta que el murmullo iba descendiendo, hasta que terminaba con un completo silencio. Explico todo esto para poder comprender lo molesto que me resultaba escuchar cualquier ruido o actitud, que de alguna manera distrajera la atención de mi clase. Así fue como observé en una de mis exposiciones, que una señorita dormía profundamente, a pesar de que era mi costumbre cambiar el tono de mi voz, para mantener a todos los alumnos atentos. Verla dormir me molestaba, pues me desconcentraba de las ideas que exponía y varias veces tuve que detenerme para poder volver a la explicación del tema que estaba tratando; así pasó ese día, sin que nada ocurriera, ella dormía y yo me confundía, pensé que mi dictado ese día no era de lo mejor, y el tema podría haber resultado aburrido. De manera que me prometí a mi mismo, que para la próxima clase, trataría de intercalar temas variados y de especial interés, para evitar que la señorita citada, volviera a dormirse. En la próxima clase, a pesar de mis esfuerzos para hacer mi exposición más amena, volví a ver al poco rato, dormir de nuevo a la alumna, y no pudiendo con mi genio, la interpelé casi gritando: -¿Porqué dormía? Ya que si no le importaba la clase, bien podía retirarse y no perturbar al profesor en su exposición-. No acababa de terminar mi interrogatorio, cuando toda la clase estalló en una carcajada, lo cual de inmediato me dejó profundamente preocupado, pues es muy difícil hacer volver a la normalidad a una clase numerosa, cuando ésta ha perdido el control, lo que deja en muy mala posición al profesor; en una palabra, la clase se me había ido de las manos. 115
A propósito de esta situación, y antes de terminar mi relato de la oyente que se dormía, es bueno recordar otro suceso que me ocurrió en esa misma aula, y que muestra el desastre que puede ocurrir en una clase, si el profesor no tiene en sus manos la atención de sus alumnos. El aula donde daba clases a los estudiantes de agronomía era un viejo galpón, que en sus orígenes había sido depósito del Ministerio de la Marina, el mismo estaba en la proximidad del edificio de la Facultad, pero al lado de un campo de siembra de la cátedra de cereales, de manera que el aula era “agronómica”, ya que parecía un viejo galpón de campo donde se guardan las cosechas. Dábamos clase en ese lugar, pues las aulas del edificio de la facultad estaban todas ocupadas, y además permitía en un anexo, guardar las máquinas agrícolas que se usaban para las cátedras de máquinas; digo esto, pues el edificio principal de la facultad, es uno de los tradicionales de la ciudad La Plata, muy bello, y su arquitectura, de principios de siglo, es digna de admirarse. Volviendo al suceso, en el cual arriesgué el control de los alumnos. Diré que esto ocurrió cuando un día en plena clase entró un perro a la misma, el cual empezó a ir de banco en banco para que los alumnos lo palmearan, y de esa manera distrajo a todos. Ante tal situación volvió a aparecer mi genio, ordené muy serio a un alumno que tomara al animal y lo llevara fuera del aula. Apenas terminé de dar mi orden, cuando pensé: ...¿Y si el alumno no obedece o el perro no se deja agarrar?..., en qué posición más delicada me había puesto; por suerte el alumno obedeció y cumplió a la perfección la orden, y la atención del alumnado volvió a ser normal. Ante hechos así imprevistos, que suelen suceder en toda aula, el profesor debe tener tal equilibrio en su accionar, como para anticiparse a cualquier hecho disciplinario que lo ponga frente a sus alumnos, si así no hiciera, perdería el respeto de ellos y sus clases se convertirían en un caos permanente. 116
Algunos profesores prescinden de esta actitud y dan sus lecciones únicamente para el pizarrón, así creen ellos que enseñan y educan, creyendo cumplir con sus obligaciones, afortunadamente no todos son así, nuestra Universidad ha contado y cuenta con serios profesores, muchos de los cuales han sobresalido del ámbito universitario, para ser tenidos en cuenta como ejemplos en otros ámbitos de la sociedad. Ya es hora de regresar al relato de la alumna que se dormía durante el desarrollo de mi clase. Terminado el alboroto que causó mi interpelación, un alumno me explicó la actitud de la señorita, planteándome que ella no era alumna de mi clase, sino sólo la novia de uno de mis alumnos, el cual le había prometido casarse con ella, ni bien obtuviera el título de Ingeniero, y como conocía su parsimonia para cursar las materias, la concurrencia de ella a sus clases, lo obligaba de alguna manera a no atrasarse en sus estudios y de este modo acortar el plazo de su promesa de casamiento. Ante la risa de todo el alumnado, la autoricé a seguir en la clase, aún cuando se durmiera de esa forma. Seguí teniendo el control de la atención de los estudiantes, aún cuando para uno de ellos yo no resultaba simpático.
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ALGUNOS CONSEJOS
D
esde que nace el ser humano empieza a recorrer una vida, donde recibe ayuda a cada momento; así comienza su aprendizaje para transitar un camino que el destino le ha trazado. Podríamos decir sin equivocarnos, que ese camino que se apresta a transitar en esta tierra, es de puro aprender hasta su muerte. Esa persona se irá formando bajo ese techo, donde irá incorporando a su experiencia los conocimientos que a cada momento le imparte el ambiente en que se desenvuelve, y las cualidades que irá desarrollando son el producto de la “suerte” de los maestros que le van tocando. El aprendizaje es un fenómeno continuo, el conocimiento está ahí, es necesario sólo tomarlo y usarlo convenientemente. Entre las fuentes de conocimiento de que se dispone, están los “maestros” que se manifiestan por su sola presencia y los que han nacido con el don de volcar su saber a los que caminan tras su destino. Entre éstos últimos están los docentes, que a medida que aprenden, enseñan sin egoísmo alguno; para esto no necesitan títulos, ellos transfieren conocimientos que la vida les ha dado, sin esperar recompensa alguna; sólo los anima el hacer más fácil la vida de sus semejantes. Siempre será poco lo que de ellos se pueda decir, escribir u homenajear. He creído conveniente intercalar entre estos relatos, algunos que se refieren a la forma en que se imparten o se adquieren los conocimientos. Recuerdo que cuando trabajé en Plaza Huincul como técnico, tenía título, pero me faltaba el “knowhow” (El cómo saber), por consiguiente trataba por todos los medios de ponerme al tanto de la tarea que me habían asignado, que era la de ayudante de un ingeniero. Este señor era muy serio y no era fácil de abordar con preguntas, y si éstas era preciso hacerlas, entonces trataba que las mismas no fueran necesariamente del conocimiento de un técnico, pues no me gustaba que desde el comienzo se me calificara mal. 118
Sin embargo pronto me sacó esa incertidumbre, pues me dio un problema, que hasta el momento ninguno lo había resuelto o lo había encarado en serio. En ese entonces existían en el yacimiento, dos sectores de trabajo: Producción y Perforación, yo pertenecía al de producción, por lo tanto debíamos suministrar los motores a los de perforación. Uno de los motores Diesel tenía un regulador de la parte eléctrica, que se “quemaba” frecuentemente y había llegado al extremo que ya no existía en “almacenes”, para poder cambiarlos. Tengo que aclarar que estos dispositivos eran bastante complicados para mis conocimientos, y por supuesto, jamás había visto uno en la escuela. Me puse a la tarea con el manual del equipo, que era un libro completo sobre el dispositivo en estudio, y traté de ver dónde estaba la falla. Pronto llegué a la conclusión de que era muy simple, la conexión se hacía mal. Cuando di mi veredicto no estaba muy seguro, pues no podía creer que con tantos motores, mecánicos, técnicos e ingenieros no se hubiesen dado cuenta de tal error. El ingeniero me dijo: - Si usted está seguro, ordene que de ahora en adelante se cambie el modo de conexión -. El mecánico electricista que me tocó era un viejo obrero, que estaba cansado de hacer este tipo de trabajo, por lo tanto, ni bien le ordené modificar la conexión, me contestó que él hacía veinte años que realizaba ese trabajo; yo con mis pocos años le contesté: - Hace veinte años que los conecta mal -. El resultado fue que los reguladores de tensión no se quemaron más, yo gané puntos como técnico y me ubicaron en la sección Motores, que era donde yo quería estar. Allí aprendí mucho, sobre todo de un ingeniero alemán y un capataz checoslovaco, que era el jefe de Motores. Este señor sabía mucho de motores, pero no le gustaba enseñar, por el contrario; lo poco o mucho que podía saber, lo escondía. En cambio, conmigo demostró una simpatía tal, que me enseñó como se ponían a punto los motores, cosa que nadie sabía bien; él para mantener su primacía en estas cuestiones, cuando iba a trabajar en esa tarea, encerraba el motor bajo una carpa y sólo él podía entrar a la misma; sin embargo yo era el único que dejaba entrar. 119
Este tipo de personas, que hacen un misterio de su profesión, y esta manera de proceder en forma tan egoísta, es una costumbre (Por lo menos en esa época) de aquellos obreros y profesionales de procedencia extranjera, como un seguro de sus conocimientos, a fin de ser en ciertos aspectos el hombre imprescindible, que no se le puede dejar cesante. Esta costumbre es una cualidad que le enseña la vida para así vivir sin sobresaltos; sin embargo cuando se aplica en universidades es sinónimo de aquel que sabe poco y lo que busca por un lado, lo pierde por otro. ¡Qué generoso y conocedor de su quehacer es aquel que da y enseña todo lo que sabe! Después de la última guerra llegaron al país muchos “operarios especializados” y profesores universitarios, con conocimientos y carpetas bajo el brazo, de cuya procedencia se hacían autores; aunque más tarde esto salió a la luz, y lo que parecía un descubrimiento propio, no era otra cosa que un método ya conocido y aplicado en Europa. Siempre aconsejaba a mis alumnos, que ante una pregunta de la que no se sabía su respuesta; era más leal decir que en la próxima clase, previo su estudio, iba a contestar. Esta manera de proceder, era todo lo contrario cuando la pregunta se derivaba en una fábrica o establecimiento, de un obrero o de una persona que estaba a las órdenes de un profesional, pues el resultado podía ser fatal para éste último. Cuando se trata de alumnos, éstos deben ser los encargados de hacer las preguntas, deben hacerlas, pues están estudiando y sus profesores deben dar respuesta cierta a las mismas. Pero el problema sufriría un vuelco de 180º cuando ya se era profesional. En mi carrera profesional he tenido profesores excelentes, pero mi recuerdo se quedará siempre con el Dr. Pasqualini. A él siempre se le encontraba cuando no daba clase, en su despacho, rodeado de libros y papeles; pero no obstante tenía tiempo para atender a su reciente ex alumno y subordinado, ya que en esa época yo era ingeniero asistente, del departamento del cual él era director. 120
El problema sobre el que iba a pedir ayuda, era uno de los que el Ministerio de la Marina nos encomendaba para su solución. Le expuse el problema, y después de escucharme muy atentamente me comentó: - No olvide que usted ya es ingeniero -. La respuesta me dejó perturbado, me recordó el lugar que ocupaba y mi responsabilidad. Lo saludé y caminé hacia la puerta. No había hecho ni dos pasos, cuando me llamó y en pocas palabras me ubicó en el problema. Así era el Dr. Pasqualini. Frente a quien era bien conocido, no quedé mal para el futuro; sin embargo creó en mí una ley: “nunca preguntes algo que debes saber, pues el interlocutor pensará desde ese momento que esta persona no sabe nada y así te conseguirás un mal concepto profesional”. Desde entonces le recomendaba a mis alumnos, que cuando fueran profesionales, nunca admitieran desconocer una pregunta básica de su trabajo, pues serían mal catalogados; mejor responder con una salida elegante y en la primera oportunidad que se presente, dar una clase sobre el tema. Que aprovecharan entonces ese momento, que eran alumnos y preguntaran todas sus dudas. Recuerdo también, que teniendo a mi cargo el mantenimiento de los hidroaviones Sunderland (Que llamábamos botes voladores); encontrándose uno de ellos en dique seco para su reparación, y ante la necesidad de disponer del mismo urgentemente; se me ordenó que hiciera todo lo posible para poner a la máquina en vuelo. Ante el requerimiento de mis jefes, controlé ese día el trabajo de mantenimiento que hacíamos; así fue como llamando al capataz de la obra, le pregunté qué era lo que faltaba para poner en servicio el hidroavión. Este señor era un italiano, no muy lúcido, pero sí muy dispuesto para solucionar problemas; de manera que me contestó: - Si usted me trae hoy los espaguetis, mañana mismo estará en vuelo -. 121
Ante esta respuesta me quedé sin palabras, pues no sabía yo qué eran los espaguetis y tampoco le iba a preguntar. Los espaguetis que conocía eran los fideos y también unas vainas o camisas de plástico que en esa época se usaban para forrar varios cables eléctricos, a fin de conducirlos todos juntos, y en el único lugar que se podían usar, era en los motores o en algún comando eléctrico. Por lo tanto dije de inmediato: - Vamos a hacer una recorrida a toda la máquina para ver si falta algo más y así estamos seguros de que mañana podrá volar -. Dicho y hecho, palmo a palmo recorrimos todo el avión; y en aquellos lugares que me parecía que podían usarse espaguetis, mi inspección y preguntas eran mayores, pero los famosos espaguetis no aparecían. El hidroavión de referencia tenía capacidad para cuarenta y ocho pasajeros, hacía los viajes a Asunción del Paraguay y Montevideo en esa época. Era de dos pisos, en el inferior iba el pasaje, y en el superior existía un lugar de fumar y un pequeño bar, con sillones tapizados en cuero, muy cómodos. Sólo faltaba inspeccionar el piso superior, yo a esa altura ya desesperaba, y veía que debía preguntarle directamente qué eran los espaguetis que necesitaba tan urgentemente. Fue cosa de subir la escalera que nos conducía al bar, cuando el italiano me dice: - Ve ingeniero, sólo faltan los espaguetis de los sillones -. Se observaba que en el tapizado de los mismos, sólo faltaban las tachas o tachuelas, que dan forma al tapizado. Recién comprendí lo que el italiano me pedía. Entonces respondí: - Ahora mismo las pido por teléfono y usted las tendrá dentro de media hora, a lo sumo -. Luego, al pensar de dónde había sacado, que esos clavos de tapicero se llamaban espaguetis; pienso que como los hidroaviones eran parientes de los barcos, se usaban en su descripción muchos términos marinos; entre esto y su nacionalidad, habíamos llegado a los espaguetis. Pero siguiendo con mi ley, no expresé mi ignorancia. 122
En otra oportunidad me ocurrió algo similar, siendo en ese entonces gerente de los talleres de Vialidad. Recibo una orden por teléfono, también urgente, de mandar a un municipio de la provincia una máquina, que en la jerga vial se le decía “La Mixi”. El compromiso lo había asumido el propio Gobernador, quien había dado su palabra, que esa máquina iba a estar al día siguiente en esa localidad. Por supuesto, como era un asunto político, mi respuesta fue que de inmediato saldría. Yo hacía poco que me había hecho cargo de la gerencia y no podía ignorar el nombre de una máquina, a pesar de que Vialidad tenía más de tres mil equipos funcionando, y por otro lado tampoco podía preguntar a nadie, pues todo el personal me era desconocido. Me puse a pensar cómo solucionar el problema hasta que me acordé de los espaguetis del hidroavión y resolví emplear el mismo método de solución. Era mi costumbre visitar semanalmente los talleres, para verificar el estado de los trabajos, las necesidades y problemas que se podían presentar; para cumplir con los compromisos que yo había tomado de responsabilidad sobre las fechas de entrega, de manera que a nadie le llamó la atención que, acompañado de mi secretario, quien iba tomando notas de las novedades, hiciera una recorrida general por los talleres. Por supuesto, cada taller tenía un jefe, que enseguida me recibía, y en general se ponía a dar información de sus responsabilidades e inconvenientes que surgían en los trabajos, sobre los cuales tenían responsabilidades. Así comenzó el recorrido, con la idea de la individualización de la famosa “Mixi”, ya había perdido la esperanza de encontrarla, cuando al salir de uno de los talleres, el capataz que me acompañaba en ese tramo de mi visita, me señala la máquina buscada; ahí estaba la Mixi, ocupando la mayor parte de uno de los patios, donde se estacionaban las máquinas para ser reparadas: - Ve usted como no funciona la oficina de inspección, pues hace dos días que ha terminado su reparación y todavía no le han dado destino -. Se le daba el nombre de “La Mixi” a un equipo completo de construir caminos de hormigón, y por lo tanto era de tal dimensión, que nadie podía ignorar su existencia. 123
Ver la máquina y ordenar de inmediato que se pusiera sobre un carretón para enviarla al municipio que la solicitó, fue cuestión de segundos, y recalcar que la misma debía llegar mañana, aún cuando tuvieran que viajar parte de la noche. De no haber resuelto este sencillo problema, mi posición (Que era muy discutida, pues yo estaba llevando a cabo una completa organización, y por lo tanto “molestaba” al estado estático de la repartición), no era muy cómoda, y de inmediato se me iba a catalogar entre los malos profesionales. Por esta razón siempre he aconsejado a mis alumnos que sí pregunten, pero mientras sean estudiantes, no cuando son profesionales...
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EL TANQUE
E
n los años 60 yo estaba contratado por la dirección de Vialidad Provincial, para el apoyo logístico, al aportar toda la maquinaria en condiciones de operar, para así cumplir el Plan de Pavimentación que el gobierno había iniciado. Para ello debimos construir (Más que reconstruir) los talleres viejos del Dique, que realizaban como podían las reparaciones y mantenimiento de las maquinarias viales; con ese motivo se creó una comisión de profesionales, para llevar a cabo esta obra de gran magnitud; estableciéndose los nuevos talleres en Tolosa, con los cuales llegamos a dar trabajo a más de 600 familias de la zona. La tarea que iniciamos fue ardua, pues mientras se preparaban los obreros, técnicos e ingenieros, para transformar métodos de reparación en verdaderos sistemas de cadenas de fabricación; tuvimos que recurrir como primera medida a la preparación del personal en el conocimiento del nuevo sistema; luego de haber definido la organización de tal institución, y bajo sus premisas ir introduciendo el nuevo proceso de procedimiento en el sistema creado. Para esto tomábamos un sector, y utilizando el mismo personal del que disponíamos, le dábamos clases e instrucciones. Recién en el nuevo lugar, con directivas totalmente modernas; se iniciaba ese sector en un día determinado, y procediéndose a cerrar definitivamente la tarea que se reemplazaba. Así fuimos logrando poco a poco la transformación, sin despido de ningún obrero, sino capacitándolos para el nuevo trabajo. Se iniciaron nuevos servicios y se pusieron en condiciones de operar eficientemente a otros. Uno de los servicios era el agua industrial y de uso corriente, que en esos talleres representaba un caudal importante; por lo tanto pensamos en proveer a los talleres de un tanque elevado de doscientos a doscientos cincuenta mil litros, entonces se hizo el proyecto y se puso a consideración de las autoridades la autorización para su construcción. 125
Aquí empezó nuestro primer inconveniente. La Provincia no tenía presupuesto para ese gasto, por lo tanto su construcción y puesta en marcha nos llevaría por lo menos un año; tiempo demasiado extenso para poderlo intercalar en el sistema sin hacer modificación que alterara la continuidad del mismo. En esa época la ciudad de La Plata estaba abandonando el uso de la provisión de agua a través de pozos y bombeo a tanques elevados; de manera que habían ya varios tanques que no se utilizaban, reemplazando a estos por la provisión de agua del Río de La Plata. Así me acordé de un tanque que estaba situado en el bosque, cercano a la Escuela Industrial, donde nosotros jugábamos a ver quién subía más rápido. Ese tanque esférico tenía una capacidad de doscientos mil litros, estaba en buenas condiciones como para repararlo y usarlo inmediatamente; de manera que solicité que ese bien de la Provincia pasara a Vialidad, a fin de usarlo en los nuevos talleres de Tolosa. De ese modo no sólo resolvíamos un problema nosotros, sino también asegurábamos la presión del agua en el barrio que circunscribía las instalaciones de Vialidad. De esta forma se inició el trámite administrativo, y por esas cosas del azar, en poco menos de un mes tuve la autorización en mi escritorio, firmada por el Gobernador. Fue entonces que aparecieron los problemas de desarme-traslado-armado; para ello hicimos una maqueta del mismo y estudiamos por intermedio de nuestra oficina técnica, los distintos procesos para lograr la nueva instalación. Fue preciso conseguir una pluma de más de veinte metros, que por suerte la obtuvimos en YPF, además de disponer de dos tractores y varios camiones “Mack” para manejar las riendas que permitieron elevar la pluma. El proceso en pocas palabras era: desmontar la esfera del tanque, elevándola de la torre-base y luego volcar la torre, para colocar ésta y la esfera en dos carretones que harían de transporte. 126
En ese entonces existía un médico, que fuera de su profesión, era un tenaz guardabosques y no permitía que nada dañara ninguna especie forestal que formara el bosque de La Plata; un paseo tradicional y además un verdadero pulmón que oxigenaba la ciudad, que también permitía disminuir la inversión de las grandes ciudades; rodeada de un cordón industrial como lo está la ciudad de La Plata. Este profesional, el Dr. Nicodemo Scena, ya fallecido; siempre será recordado por el empeño que puso toda su vida, para detener el deterioro del parche verde de la ciudad; tan castigado a través del tiempo, que hoy peligra por su poco cuidado y el deterioro normal del tiempo, y la no reposición de las especies perdidas. El Dr. Scena, ante el peligro que veía venir con el traslado de semejante artefacto, llevó su queja al Gobernador; quien ordenó suspender la obra. Fue entonces cuando comenzó el trato político de la cuestión, donde el ecologista desde el principio, superaba cualquier razonamiento. Pese a esto llegamos a un acuerdo, en cual Vialidad se comprometía, no sólo a reponer las especies arbóreas que podrían perderse, sino también a la reconstrucción de la gruta del bosque y otros adelantos, como el emplazamiento de algunos bustos de personas prominentes de la ciudad. Se cumplió con creces lo pedido, y no recuerdo nunca más haber visto tan linda la gruta como esa vez. Solucionado este inconveniente, se nos presentaba el traslado. Se estudiaron las rutas posibles y se eligió la más conveniente, donde existían calles anchas y donde menos cables debíamos cortar, pues estaban los cables de corriente eléctrica de los tranvías, del telégrafo de la Provincia, la Nación y del ferrocarril; además de la red eléctrica de la ciudad. Tratar que todas las reparticiones se pusieran de acuerdo, para que un día y hora determinados, estuvieran las camionetas y su personal para cortar y volver a unir los cables. 127
Era tarea imposible, por lo tanto opté por disponer yo el día y hora; y si no estaban las camionetas de los interesados, nuestros obreros harían el trabajo; cargando yo con toda la responsabilidad de cualquier dificultad que pudiera surgir. No tenía otra salida y así se realizó en aquellos casos en que llegó tarde algún interesado. Por fin después de tres días llegó el tanque a Tolosa. Su recorrido había sido seguido por el diario “El Día”, que se encargaba de anunciar el lugar alcanzado diariamente. El día de llegada coincidió con el 5 de Octubre, día del camino, y el arribo se festejó como correspondía. Dentro del personal había algunos que vaticinaban que nunca llegaría el tanque a Tolosa, y menos todavía que se pudiera instalar. Sin embargo, hasta hoy se eleva como algo distintivo; donde existió un establecimiento moderno de trabajo, que daba de comer a más de seiscientas personas. Desgraciadamente hoy no es así, pues en la época de los militares, razones políticas (...) lo destruyeron; siendo ahora un lugar propio de rezagos. El tanque se instaló y lo reparamos, dejándolo como nuevo, pues fue metalizado con zinc para preservarlo de la oxidación. Cuando estábamos colocándolo había gente del barrio rodeándolo. Entre ellos se encontraba un viejito; que muy emocionado contaba que él conocía ese tanque, ya que había trabajado en la cuadrilla, que en 1914 lo había instalado en el bosque.
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RECONOCIMIENTOS
H
oy, después de haber pasado el umbral de los ochenta años, si se me preguntara en qué ambientes he desarrollado mi vida, la respuesta sería inmediata y casi sin pensarlo: entre alumnos y obreros; por lo tanto podría contar entre estos recuerdos que trato de agrupar en “Relatos”, muchos casos que se destacan por el reconocimiento que en algún momento he recibido por parte de alumnos u obreros. Son muchos, pero aquí sólo contaré tres, dentro del grupo de obreros, que tienen un origen común; mi preocupación por mejorar la situación laboral y social de los dos extremos de la vida, los jóvenes y los viejos. En una época, durante los primeros años del ejercicio de mi profesión, fui uno de los dueños de un taller de carrocerías para la industria automotriz. Esta actividad, más propiamente de los ingenieros mecánicos, la adopté después de probar las posibilidades del desarrollo de la industria aeronáutica en nuestro país; la política del estado en ese entonces no era propicia, ya que su futuro estaba bajo su duro control; y pensar en poder construir algo aeronáutico era algo prohibitivo para los civiles. Siempre recuerdo que cuando era técnico y trabajaba en la aeronáutica militar, tenía un compañero de trabajo y de estudio, al que yo le reprochaba el por qué seguía la carrera de Ingeniería Mecánica y no se había inscripto en Aeronáutica, carrera que se había puesto en marcha en ese momento en nuestra Facultad; y él me contestaba: - Porque la aeronáutica civil en este país no tiene futuro -. Yo argumentaba que eso no ocurriría, ya que al terminar la guerra en Europa; la actividad civil aeronáutica en un país como el nuestro, de larga extensión, iba a ser importante; y esta opinión la afirmaba con el ejemplo de esta industria en el mundo. Desafortunadamente yo no tenía razón, y la aeronáutica civil en la Argentina estuvo paralizada por varios años. 129
En nuestro taller, podíamos decir “artesanal”, usábamos muchas chapas para cumplir con el diseño curvilíneo de las carrocerías de esa época. Por ese entonces carrozábamos chasis Skoda, que habían entrado muchos al país; su carrocería era muy complicada por sus líneas aerodinámicas. Necesitábamos de mucho trabajo, no sólo de conformar las chapas, si no el diseño del dibujo sobre la misma, que reproducía un obrero que estaba especializado en esto, y cuyo oficio era el de “trazador”, el cual debía tener algunos conocimientos de geometría por lo menos. Entre los aprendices había un joven que se destacaba por su conducta y deseos de trabajar; muy pronto sobresalió, entendí que era digno de aprender las bases de un oficio, para sacarlo de la limpieza y los mandados. Así fue como, dos horas geometría básica, para aprendiz trazador. Como de progreso, muy pronto solo.
por día, me ocupaba de enseñarle la que pudiera desenvolverse como el joven era inteligente y tenía ideas ya sabía trazar algunas piezas por sí
Este mismo trabajo, casi artesanal, lo realizaba la fábrica inglesa, mundialmente conocida “Austin Martins”, que producía autos de calidad y de precios altos; en cambio nosotros apenas podíamos subsistir. El famoso auto de James Bond (“Agente 007”), fue fabricado por ellos, y yo tuve la oportunidad de estar frente a él. En uno de mis viajes de regreso de las clases que impartía en Mar del Plata, después de muchos años, mientras esperaba el micro que me llevaría a La Plata; me encontré con un señor bien vestido, que me preguntaba: - ¿Ya me olvidó?- ¡Qué sorpresa me llevé!¡Era el aprendiz a quien años atrás le había enseñado a trazar! Gracias a ese conocimiento adquirido, hoy era Jefe Trazador de una importante fábrica de aluminio, en Mar del Plata. 130
Me llevó a una de las salidas de la Estación del automotor de micros, y señalándome unas casas-departamentos nuevos y de buena calidad; donde él como propietario, vivía en el cuarto piso con su señora y un hijo, felices de tener trabajo. Me quería agasajar a toda costa, incluso me invitó a cenar, pero tuve que agradecer su atención, pues no podía perder mi ómnibus de regreso, ya que al otro día debía dar clases en La Plata. Durante el regreso me encontraba feliz de haber sido guía y apoyo para ese joven, al haber podido ayudarlo a salir de su trabajo de peón y convertirlo en obrero calificado. Algo parecido me ocurrió años después, con otro joven que pertenecía al sector de mantenimiento de los Talleres Centrales de Tolosa, en Vialidad. Como Gerente de los mismos, me gustaba visitar a los obreros en su puesto de trabajo, por lo menos una vez por semana, acompañado por mi secretario o de algún ingeniero, para ver la marcha del trabajo, y para ver si éstos cumplían con los diagramas de elaboración. De esta manera podía conversar con los obreros, y ver en sí todos los procesos y los inconvenientes que a veces retardaban la producción planificada. En uno de mis recorridos encontré a un joven robusto con una escoba, limpiando uno de los talleres; lo llamé y le pregunté si no quería aprender un oficio que tuviera más futuro, que el de peón de limpieza; como los talleres eran de reparaciones generales, existían suficientes secciones con distintas disciplinas de trabajo como para elegir; entonces me manifestó su predilección por las tareas eléctricas, fue así que a los pocos días, la sección de electricidad contaba con un nuevo aprendiz; hablándole al encargado de esa sección y expresándole mis deseos de que ese joven adquiriera un oficio, para que dejara de ser peón de limpieza. Da la casualidad de que aquel joven, hoy ya es un hombre jubilado; se ganó y gana la vida aún, con lo que aprendió en los Talleres de Vialidad. Vive cerca de mi casa y no deja de contarle a cada vecino lo agradecido que está por haberle cambiado la vida, al permitirle adquirir un oficio. 131
Siguiendo con mi actividad vial, mi responsabilidad llegaba a incluir a los talleres de mantenimiento de las zonas viales que componían la provincia de Buenos Aires, y que tenía su cabecera en ciudades importantes. Así cuando le llegó el turno a la organización de esos talleres, a uno de ellos prácticamente tuvimos que hacerlo de nuevo desde sus edificios, a la preparación del personal. Con este motivo, la parte constructiva fue confiada a un ingeniero de mi staff y los obreros los contratamos en el lugar, que era Azul. En una oportunidad debía viajar a esa ciudad, para ver cómo iban las construcciones; el contador, que era el encargado de hacer los pagos a los trabajadores de la construcción, tuvo un inconveniente y me pidió, si yo podía controlar el pago de los obreros, ya que él iba a enviar a un empleado para esa tarea. Al llegar este empleado procedió a realizar el pago de sueldos, mientras yo, con mi presencia ponía seguridad respecto a la tarea. Entre los obreros había un viejito que no sabía escribir, y para firmar el recibo debía usar la impresión digital; esto dio lugar a bromas de algunos de sus compañeros, que como a buenos paisanos, esta situación les causaba gracia, no viendo el daño que le causaban al viejito, que agachaba la cabeza y sonreía lastimeramente. Al finalizar el pago, llamé aparte a Don Julián, que era como se llamaba, y le expliqué que la firma, de ninguna manera tenía que ser la fiel escritura de su nombre, sino más bien una figura, que la única condición que se exigía cuando se usaba, era que su repetición fuese siempre igual. De este modo le expliqué y le demostré con varios documentos que llevaba en mi portafolios; ahí le hice tomar un lápiz y empezó a ensayar “garabatos”, elegimos uno que le resultaba más fácil, recomendándole que practicara en su casa el dibujo, tantas veces hasta sentirse seguro de que siempre lo hiciera igual. Pasaron varios meses para la inauguración de los talleres de Azul, a la que concurrí, pues se festejaría con un regio asado. Cuál no fue mi sorpresa, cuando al verme el viejito Julián, me dijo contento: - Ingeniero, ya sé firmar - y no necesito más poner el dedo; además mi hija me está enseñando a leer, y al decirme esto se le caían las lágrimas... 132
RELATOS FERROVIARIOS
S
iempre he tenido un gusto especial por los ferrocarriles y los aeropuertos; los primeros porque fueron los lugares de mi primera infancia, los segundos por mi vocación por el vuelo. Nuestro país llegó a tener una red ferroviaria de comunicación muy importante, no sólo por su extensión, sino por su servicio; nadie duda del impulso que esta vía de comunicación le dio al país para llevar sus productos a los puntos de exportación, lo que permitió la rápida evolución industrial que tuvo al final del siglo XIX y en la mitad del siglo XX; luego ésta fue adquirida por el estado, iniciando así su decadencia, hasta el estado actual, donde de ellos sólo queda su historia y los pueblos que agonizan, que en una época eran los que servían de nudos a los distintos tramos de vías. Los ferrocarriles, casi en su totalidad, eran de procedencia inglesa, y así como se copió su organización, también copiamos sus estructuras y edificaciones; tan es así, que los galpones de máquinas, playas de maniobras y sistemas de señalización eran idénticos a los de Inglaterra. Sólo aquel que conoce hoy los ferrocarriles ingleses, puede tener una idea de lo eficientes que eran nuestros ferrocarriles; todavía existen viejos ferroviarios jubilados, que añoran la “época de los ingleses”, como ellos la llaman. Al poco tiempo de pertenecer éstos al estado, comenzó el abandono de la disciplina, de la responsabilidad de cumplir horarios y el trato de los pasajeros; hasta llegar al día de hoy, que nada de esto se respeta, y sólo la necesidad hace que una persona tome el tren para trasladarse cuando no tiene otro medio que lo reemplace. Esta situación se vio agraviada por el avance de la construcción de caminos, y la flota de camiones y ómnibus que amenazaron con reemplazar las comunicaciones. 133
En los años cincuenta ya los ferrocarriles iniciaron su degradación, que empezó no sólo en la falta de repuestos para su plantel de coches, vagones y máquinas, sino también en el trato con los clientes. En ese entonces viajaba semanalmente a la ciudad de Bahía Blanca, donde iba a la universidad, que en esa época se hallaba en formación, recibiendo un apoyo docente desde la universidad de La Plata y la de Buenos Aires; lo que hacía que un grupo importante de profesores universitarios, se vieran obligados a dictar clases en esa ciudad del sur. El viaje lo hacíamos de noche en coche dormitorio, salía un tren a las 21 horas de Constitución, para llegar a Bahía a las 8 horas del otro día; lo mismo ocurría al regreso, lo que nos permitía aprovechar el día, sin descuidar nuestras tareas de la UNLP, o de Buenos Aires, para los profesores de ese origen. Esos viajes semanales representaban un cambio de ambiente, que nos ayudaba a aliviar nuestras responsabilidades en las bases. Lo que no era satisfactorio era el hecho de dejar nuestra familia sola, una o dos noches; lo que era mi caso, que vivía en Ringuelet. Este pueblo tenía pocas construcciones en esa época, y Celina quedaba sólo con dos criaturas y sin teléfono. Durante cinco años hice esos viajes, si bien los primeros años el contrato compensaba todos los inconvenientes citados, no ocurrió así los dos últimos, y si a esto le sumamos que los inviernos fueron muy crudos, se podrá tener una idea de nuestra preocupación por calefaccionar los coches dormitorios. El sistema era eléctrico y casi nunca funcionaba por el pésimo mantenimiento que recibía, por ese motivo siempre llevábamos un equipo de herramientas, y al subir al coche dormitorio lo primero que hacíamos era reparar la calefacción; cosa que por suerte conseguíamos y así nos asegurábamos una buena noche de sueño. A veces en el regreso resultaba más difícil conseguir cama, por lo tanto, todo quedaba en la esperanza de que a último momento algún pasajero se borrara. Si así no ocurría, existía un método que difícilmente fracasaba, éste consistía en recorrer todo el tren y hablar con todos los camareros, el guarda y el inspector, solicitándole cama, prometiéndole implícitamente una propina. 134
Recuerdo una noche, que estando el comedor cerrando y no teniendo cama, vi venir al guarda, quien me pidió el boleto y siguió sin dar ninguna señal; sin embargo no perdía la esperanza de conseguir cama. Como último recurso, me doy vuelta, el guarda al cerrar la puerta del coche comedor, hizo una señal imperceptible; me levanté de la mesa y lo seguí, de inmediato conseguí cama, previo pago de un “plus” del costo del viaje. A medida que pasaron los años, cada vez era más difícil viajar cómodamente en los trenes, sobre todo en los de larga distancia. Solíamos ir con mi señora y los chicos a visitar a mi padre, que vivía en General Alvear, Mendoza; era un viaje de muchas horas, pues además de la distancia, era común que el tren se atrasara, durando alrededor de veinte horas. El viaje significaba atravesar toda la provincia de Buenos Aires, La Pampa, San Luis y después entraba a Mendoza. En este largo camino, a partir de La Pampa, el viaje se complicaba, pues el tramo era desértico, y los coches se llenaban de tierra, así agregaban más suciedad que la que ya tenían al salir de Buenos Aires. Ni bien subíamos al tren, nos encerrábamos en el coche dormitorio y comenzábamos a poner burletes, llevados de ex profeso, que sujetábamos con chinches ó clavitos a la madera del marco de las ventanas, periódicamente manteníamos estos burletes totalmente húmedos para evitar que entrara tierra. Celina previamente limpiaba y desinfectaba todo el compartimiento, pues en el ferrocarril no se limpiaban los trenes antes de salir. De esta manera, aún soportando el calor, podíamos ir cómodamente en lo limpio y asegurarnos de que nuestros hijos podían jugar en su interior sin ensuciarse. Para ver el estado del tren bastaba salir al pasillo para cubrirse de polvo y tierra, a pesar de ello a veces teníamos que hacerlo porque eran muchas horas de encierro.
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En una de esas salidas, en uno de esos viajes, me entretuve en leer varias disposiciones del ferrocarril, donde daban ciertas recomendaciones para los pasajeros; así pude leer el ucase que en una de ellas existía para el personal de guardas y camareros, donde se les exigía cumplir con todas las reglas para el buen servicio, así también como, las penas rigurosas que se les aplicarían si no las hicieran cumplir. Esto para mí era una novedad, conociendo cómo eran esos viajes, de manera que sospeché que algo grave debió ocurrir para que las autoridades tomara estas medidas tan fuertes, cuando nunca se ocupaban del pasajero. Al encontrarme con el camarero le hice la observación: -¡Cómo los tienen cortitos sus jefes! - Calle usted - contestó – no sabe lo que aquí pasaba, fue tan grave que castigaron con despido a los Jefes de Estación, Guardas y Camareros. Lo que había ocurrido era que durante la noche, varios cochecamas hacían las veces de hotel de alojamiento, con un conjunto de chicas que suministraba una organización para tal fin, cobrando un buen precio a los clientes. De esta manera mantuvieron por mucho tiempo, un prostíbulo móvil entre pueblos y pueblos. Este hecho sólo podía ocurrir por la situación denigrante que habían alcanzado algunos servicios en nuestro país. Han pasado muchos años, y en lugar de mejorar este servicio, casi ha desaparecido. Los pocos kilómetros que recorren, lo hacen trenes viejos, y para que puedan prestar algún servicio, deben ser subsidiados por el estado.
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LOS PERROS
E
ntre todos los problemas que existen en este planeta, y que incide con mayor o menor intensidad, son los perros que viven en las grandes ciudades del mundo. Estos perros de raza, tamaño, forma y pelaje, de distintos orígenes que les identifican; todavía podrían dividirse en dos grandes grupos. Un grupo lo forman aquellos que tienen dueños y están registrados en los municipios, de manera que están controlados bajo distintos aspectos como: salud, alimentación y bienestar en general. El segundo grupo lo constituyen aquellos parias vagabundos, que asolan la ciudad en busca de alimentos y algún lugar para dormir. Se supone que el primer grupo no trae mayores problemas para el municipio, pues tienen dueños responsables; sin embargo, el gran número que representan junto a las viviendas, generalmente departamentos; señalan su gran preocupación, que es la limpieza, ya que puede hacer que fracase el turismo de una ciudad, y por consiguiente disminuyen sus entradas. Se remonta a mucho tiempo atrás (10000 años AC), cuando este animal dejó su cueva y pasó a ser el acompañante del hombre, por su fidelidad e inteligencia. Es el Annabis de los egipcios y el Aresdes de Grecia. Se observa con frecuencia en las pinturas de Jan Steen, por los años 1600, que están acompañadas por un perro aquellas que representan costumbres de familia. Creo recordar haber leído en un periódico de Francia, un artículo que trataba de la enorme cantidad de perros que tenía la ciudad y los trastornos que este número traía. En Venecia tuvieron que tomar medidas graves, pues se había advertido que el turismo había disminuido por los perros presentes en las calles. De cualquier manera tengo que agregar, que sea cual sea la situación de los perros en la ciudad de La Plata, éstos ya constituyen una plaga difícil de erradicar, dadas las circunstancias políticas por las que atraviesa, desde hace varias décadas nuestro país. 137
Así a las familias, ya les resulta peligroso ir a las plazas o parques a pasear con sus chicos, por lo que puedan hacer estos animales, que en algunos casos pueden clasificarse como cimarrones. En una oportunidad, cuando en nuestro país reinaban los extremistas y el caos, sufrí un episodio, relativo a los perros, que es digno de contarse. Como de costumbre, nos reuníamos una vez por semana los socios de Rotary Club de Tolosa, en una ocasión lo hicimos en un club que hay frente a la plaza principal. Las reuniones terminan por programa a las 22:30 horas; sin embargo esa noche tuvimos un buen conferenciante, y la misma recién finalizó a las once de la noche. Al retirarnos, uno de los socios que era médico, se ofreció a llevarme a casa en su automóvil, pues vivíamos muy cerca; yo me rehusé porque deseaba caminar, además no estaba lejos de casa. Para esto debía cruzar la plaza, al llegar al centro, donde hay un busto de su fundador, noté a un joven con dos perros; uno era un ovejero alemán y el otro un ovejero belga negro, que estaban atados por una corta cadena que sujetaba el individuo. Cuando llegué al monumento, el joven que tenía los perros se encontraba detrás del mismo, se le escaparon y de inmediato me atacaron. Pronto estuvimos los perros y yo sumergidos en una lucha, éstos querían morderme en la garganta por los saltos que pegaban, yo sólo atinaba a defenderme dando brincos y protegiéndome con los brazos, mientras el joven llamaba a los perros y los trataba de agarrar; pero como las cadenas eran cortas no le resultaba fácil, cuando conseguía sujetar a uno, el otro se le escapaba; les llamaba por sus nombres pero no le hacían caso. Yo sólo le decía: - Agarre a esos perros que me van a lastimar -, así las cosas no sé cuánto duraron, si fueron segundos o minutos; lo cierto fue que cuando el sujeto me avisó que ya tenía el control de los animales, éstos ya me habían mordido en varias partes. 138
Cuando terminó la pelea, el joven con sus perros bien sujetos, pero mostrando todavía los dientes, me preguntó: - ¿Le mordieron los perros, señor? -. Yo le contesté que no sabía, que iba a ver a un médico, y luego si fuera necesario, lo iba a molestar para llevar a los animales a la inspección en el Instituto Antirrábico para su estudio, por lo tanto necesitaba su dirección. Al escuchar estas palabras, el individuo cambió completamente el trato y cambió su actitud, ya no me trataba de “señor”, pues empezó con la amenaza de soltar a los perros. Viendo que estaba frente a un desequilibrado, lo traté como tal; le ofrecí dinero y empecé a retroceder despacio mientras le hablaba, pues así parecía que se tranquilizaba, no me animaba a correr pues la carrera sería perdida y él soltaría a los perros. Así, conversándole y él insultándome, jurándome que soltaría los perros, pues temía que yo lo denunciara. Siempre hablando y tratando de que no desatara a los animales llegué a la esquina de la plaza, donde existía un paso a nivel del ferrocarril que une Buenos Aires con La Plata, donde había una garita para el guarda barrera; mientras tanto observaba las casas de los alrededores, para ver si alguien podía darme refugio, todas estaban oscuras y bien cerradas, ya que la gente en ese tiempo tenía miedo por las cosas que pasaban; en un momento pensé refugiarme en la garita, pero aparte de ser pequeña, les sería más fácil dañarme. En ese momento, al mirar a la calle del paso a nivel, vi un automóvil Falcon con una pareja, que parecía despedirse de alguien de una casa, ya que de una de las ventanas de la misma salía luz; allí sí corrí, acercándome a la ventanilla del acompañante, que era una mujer, le golpeé el vidrio y les pedí por favor, que me dejaran entrar, pues un loco me perseguía con unos perros. La pareja se quedó estática, muertos de miedo, pues no comprendían lo que pasaba; además debe recordarse el estado latente de miedo y terror que tenía la gente en esa época. No entiendo por qué el hombre no soltó los perros, si no que los azuzaba y corría con ellos. Fue llegar al auto y empezar a dar vueltas alrededor del mismo, mientras me insultaba y profería amenazas por si llegaba a denunciarlo. 139
En tantas cosas que dijo, se presentó como policía; yo le seguía conversando y rogando a la pareja que me protegieran dentro del auto. En un momento dado, como el coche estaba en marcha, el conductor puso primera y arrastrando cubiertas, saltó prácticamente el paso a nivel. Quedamos frente a frente sin resguardo ninguno, pero previendo este resultado, yo ya había ganado terreno hacia la calle paralela a las vías, donde sabía que estaba la Comisaría de Tolosa; el muchacho prevenido también, se alejaba en sentido contrario, pero no por ello dejaba de insultarme. Así paso a paso me acerqué a la Comisaría, pero entonces recordé la hora y la situación que existía en el país, que había obligado a éstos ser verdaderos “bunker” por temor a los atentados que a diario ocurrían. Levantando los brazos y gritando quién era, solicité permiso para acercarme y entrar, con precaución me lo permitieron. Allí comenzó otra odisea, primero la identificación, luego el interrogatorio que duró como veinte minutos, para luego esperar solo en una habitación hasta confirmar los datos sobre mi persona, y ver aparecer otro oficial para ser nuevamente interrogado. Mientras tanto yo les decía, que si se apuraban iban a encontrar al joven de los perros; pero los minutos pasaban y el trámite se desarrollaba tan lento como ellos deseaban. Pienso que ellos también temían que fuera una trampa de los extremistas, y procedían en consecuencia. Después de casi cuarenta minutos, aceptaron mi denuncia y se ofrecieron para acompañarme a casa, cosa a la que me negué, pues sinceramente estaba disgustado con el trato. Mi señora, que conocía la hora corriente de mi regreso, estaba preocupada. Cuando le conté lo ocurrido, me preguntó si me habían lastimado los perros; yo hacía un gesto común de levantar el saco de una punta y mostraba que el pantalón en la zona de la cintura no estaba roto, a pesar de que yo había sentido mordiscos en esa parte. 140
Al otro día fui a ver al médico que se ofreció a traerme de Rotary, en broma me decía que eso era un castigo por no haber aceptado el ofrecimiento; le conté entonces lo que me había sucedido. Le pregunté si no sería necesario ponerme en tratamiento, volví a hacer el gesto de levantarme el saco y mostrar las señales en el pantalón; pero él creía que no hacía falta recurrir al tratamiento, pues lo peligroso son las mordeduras, y si éstas no habían ocurrido, como parecía por el aspecto del pantalón, sólo habrían sido manotazos lo que me propinaron los animales. Si hubieran existido mordeduras el género estaría desgarrado, cosa que no ocurría. De manera que me retiré tranquilo y concurrí a mis clases nocturnas en la Facultad Tecnológica. Al regresar a las doce de la noche, mi señora me preguntó qué me había pasado en la parte trasera del saco, que estaba toda desgarrada. Comprendí entonces que los perros me habían mordido, en lugar de arañar con sus patas. Al otro día, ya más preocupado, me propuse buscar a los perros; para eso consulté con otro amigo médico de la policía, quien me dijo que lo que más convenía era tratar de encontrarlos; para lo cual me dio una recomendación para la Comisaría donde yo había hecho la denuncia. Al recibir la recomendación, se movilizó toda la Comisaría y se puso a mi disposición un Jeep con un Sargento, para que recorriera todo el barrio a fin de lograr el objetivo. Enseguida empezaron a conocerse quiénes podían tener ese tipo de perros, así molestamos a muchas personas, pese a que mi presencia quitaba lo áspero del mando policial. No obstante tuve que consolar a una viejita, que la pobre, sólo tenía dos perritos que eran su vida. Lo curioso fue con el párroco de la iglesia de Tolosa, quien sí tenía dos perros de ese tipo, y que su sacristán sacaba a pasear todas las noches. Aquí terminamos peleados con el cura, pues no quiso mostrar sus perros, y así seguimos hasta la inspección de la Sección Perros de la policía, que se encontraba en Tolosa, pero tampoco eran de allí, pues nunca salía un agente sin uniforme y con dos perros, como me lo mostraron fehacientemente. 141
Un rotario amigo hizo una investigación por su parte, pero a pesar de ver a un individuo con dos perros parecidos, cuando salimos a buscarlo, nunca lo hallamos. Como caso final y curioso, me preocupé de visitar la casa donde esa noche estaba parado el Falcon. Me atendió muy bien una señora mayor, que cuando se enteró de mi misión exclamó: - ¿Entonces fue usted? No sabe el susto que se llevaron mi yerno y mi hija, pues no entendían nada y sólo atinaron a disparar, mientras yo cerraba la casa con gran preocupación -. De esto han pasado muchos años y nunca supe nada, sólo que ahora ya no soy amigo de los perros y trato de evitarlos...
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NOMBRES Y CONFUSIONES
A
l registrar en las oficinas del Registro Nacional de las Personas, el nacimiento de un niño, se acostumbra a ponerle dos nombres y el apellido del padre para su identificación; no así el apellido materno por lo general. Sin embargo el doble apellido es también usado. Esta costumbre viene de España, según tengo entendido, de esa manera se certifica que el niño tiene padre y madre reconocidos. He observado que el doble apellido es poco usado en nuestro país, cosa que no ocurre en el resto de América Latina. De cualquier manera es recomendable, según mi opinión, el uso de los dos apellidos, a fin de evitar confusiones al repetirse en otra persona; cosa que muy bien puede ocurrir, dado el número importante de la población actual. El tener un solo nombre y un apellido, me ha traído inconvenientes; por esta razón mis hijos tienen dos nombres y dos apellidos, para evitar situaciones que pudieran traerles trastornos durante su vida, como me ha ocurrido en varias oportunidades. Existió un ingeniero, militante activo del Partido Comunista, cuyo nombre era Ricardo Manuel Ortiz; al cual en varias oportunidades se lo ha confundido con mi persona, a pesar de la marcada diferencia de edad que existía entre los dos. Estando trabajando en Plaza Huincul y residiendo mi padre en Bahía Blanca, éste escuchó en la radio una noticia que lo puso alerta y le hizo pasar un mal momento. Como en el instante de propagar una emisora local, las noticias del día, y al no estar totalmente concentrado en lo que el locutor decía; él recibió dos noticias de hechos diferentes, que al unirlas dibujó en su mente un acontecimiento preocupante de mi estadía en Plaza Huincul. Esta senda noticia, que no pudo confirmarla ni desecharla; le hizo pasar una mala noche y sólo atinó durante la misma un telegrama urgente, donde pedía noticias sobre mi salud. 143
Sólo quedó tranquilo cuando al otro día bien temprano, recibió el diario y se dio cuenta de su error; además le fue confirmado más tarde por otro lado, al recibir la respuesta urgente que yo le enviara desde Plaza Huincul, donde le comunicaba que me encontraba perfectamente. El relacionó la noticia, de que había llegado a Bahía Blanca el Ingeniero Ricardo M. Ortiz, para dar una conferencia de su especialidad, con otra que informaba la desgracia ocurrida en Plaza Huincul; de tres profesionales de la Universidad de La Plata, que al cruzar el río Neuquén en balsa, ésta se volcó y a consecuencia de este accidente, uno de ellos había muerto ahogado. Esta última noticia tenía un parecido con la realidad, pues éramos tres los profesionales que habíamos ido a Plaza Huincul, y también eran tres los profesionales de La Plata, que estaban visitando las instalaciones petroleras de Plaza Huincul. Pasaron varios años para volver a protagonizar una confusión de personalidad. En los años sesenta del pasado siglo, fui nombrado Jefe del Departamento de Mecánica en la Facultad de Ingeniería de la UNLP. Lo que dio lugar a un artículo en un diario estudiantil de esa época, llamado Azul y Blanco; donde se criticaba esta decisión de las autoridades universitarias, al nombrar a un comunista reconocido, a un cargo tan importante para la conducción de un departamento universitario. De nuevo aparece el ingeniero comunista, pues este señor había sido profesor del departamento, pero muchos años atrás. Hay que recordar que en esos años, no era bien visto ser comunista. También en esos años se llama a licitación para la instalación y explotación de un canal de televisión, en la ciudad de La Plata. En esa oportunidad varios profesores de la UNLP, fuimos invitados para incorporarnos como asesores, para darle un aspecto cultural al nuevo canal y crear programas con temas universitarios; ya que este canal se instalaba en una ciudad universitaria, como es La Plata. La firma que se crea para la presentación se llamaba “La Huella”, y era apoyada por la experiencia del canal nueve de esa época. Todos los integrantes debían pasar por el visto bueno del SIDE, según la ley de entonces. 144
Por razones de la lucha lógica entre los participantes de la licitación, no faltó quien nos denunciara por distintos motivos; a fin de eliminarnos y evitar la participación de una empresa con muchos argumentos para ganar el llamado, ya que en la presentación se incorporaban varias ideas originales; como era crear una junta de profesores universitarios, para dar al canal una orientación moderna, donde prevalecía la acción cultural. En mi caso particular, fui acusado de ser comunista y de haber viajado a Rusia en Julio del año 1960. Al ser tildado de comunista o de cualquier otra orientación política, era difícil de demostrar lo contrario. Sin embargo yo podía demostrar que jamás estuve en Rusia, y menos en Julio de 1960; pues a pesar de que en ese mes no se dictan clases en la universidad, por una razón especial tuve que dictar una materia de un profesor que debió viajar a Europa. Para no perder el año, los alumnos solicitaron que se les diera clases en Julio. De manera que el propio Decano de esa época, certifica que el profesor, que era yo; durante el mes de Julio concurrió a la Facultad, como consta en las planillas de asistencia; a las cuales él en su carácter de Decano podía afirmar. Con este documento, y otros que certificaban que quien había viajado a Rusia era Ricardo M. Ortiz, y no el suscrito; le envié una nota bastante fuerte, al que en ese entonces era Jefe del SIDE, que era un militar de alta graduación. En los años ochenta, trabajaba en una empresa que se dedicaba a Microfilmación y Microcomputadoras, entre las tareas que desarrollaba estaba el estudio y organización de archivos, por lo tanto ofrecíamos nuestro servicio a las reparticiones del estado; lugares donde existían grandes archivos, que era necesario conservar, pues en su mayoría eran activos y de manejo permanente. Por esta razón tuve una entrevista con el intendente de una Municipalidad del Gran Buenos Aires, para ofrecerle nuestros servicios. En esa oportunidad me encontré en una gran sala donde se reunía el consejo deliberante, a la espera de que el Intendente se desocupara para tratar el tema de los archivos. En un momento dado entra a la sala una señora, para ver también al Intendente, la cual se presenta como Concejal. 145
Como para iniciar una conversación mientras esperábamos, le pregunté: - ¿Y cómo anda la Intendencia? -. Esta me contestó: Ahora muy bien, desde que echamos al hijo de ...., del Dr. Ricardo Ortiz; que sólo se dedicaba a hacer política -, y siguió insultándolo. Me dejó helado, pues era mi nombre. ¿Cómo decirle que yo nada tenía que ver con ese señor, que no era otro que el hijo de Ricardo M. Ortiz? Por suerte alguien la llamó y no tuve que presentarme; pues en ese mismo instante me recibió el Intendente. Este fue el último encuentro que tuve con el nombre del ingeniero, que para esa fecha ya había fallecido.
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PREJUICIOS
L
o que voy a relatar, puede resultar intrascendente y pueril para aquellas personas, que no se ubican en el tiempo y el lugar en que los hechos acontecieron; pero para los protagonistas de esta historia no fue así, ya que desataron los sentimientos propios del machismo del siglo XIX; y sólo dieron como resultado sentimientos de impotencia, odio y resentimientos de largo alcance. En la época de mis abuelos era costumbre, ya sea por piedad, simpatía u otro motivo posible; que una familia incorporara a la rueda de sus hijos, una persona más que llamaban “hijo de crianza”; que según las circunstancias éstos eran tratados como verdaderos descendientes, o en muchos otros casos como un sirvientito apañado por la bondad de su amo. Así mi abuela tuvo su hija de crianza, a pesar del gran número de hijos que tuvo. Esta se llamaba Eclira y estuvo casi toda su vida a su lado y cuidado. Dentro de sus posibilidades, mi abuela le dio educación; y ésta sirvió de dama de compañía, cuando los hijos ya eran mayores. Fue tratada con cariño, no sólo por mi abuela, sino por toda la familia Miranda. Ella resulta ser una protagonista de este relato. Entre los hijos que aportó el segundo esposo de mi abuela, Miranda; estaba el mayor que se llamaba Florencio. Este señor gozaba de gran respeto por parte de sus hermanos y demás integrantes de la familia, de manera que era frecuentemente invitado por alguno de ellos; así fue como conoció Villa Iris, donde fue a visitar a mi padre y a la su hermana Eduarda; pero donde iba más seguido desde su ciudad natal, era a La Plata, a la casa de mi tío Ramón Oviedo Chávez, casado con una de sus hermanas por parte de padre, María Miranda. Mi tío Ramón formalizó matrimonio en San Luis con María Miranda, y se trasladó a La Plata, donde inició su carrera de marino; además por su carácter, si bien serio, pero con gran corazón; al sentar plaza en la ciudad de las diagonales, convirtió su casa en la posta obligada de todo “puntano” que intentaba otro destino fuera de San Luis. 147
Era común que siempre en su casa viviera algún conocido o pariente de San Luis, provisoriamente hasta que se instalara con trabajo en algún lugar. Fueron muchos los que tuvieron este privilegio; entre ellos yo fui uno de los beneficiados por el espíritu de anfitrión y solidaridad que tenía el matrimonio María-Ramón. Así llegué un día a su casa para iniciar mis estudios, y encontré en esa oportunidad a Florencio, que estaba pasando un tiempo en La Plata; pues él no trabajaba, ya que vivía de la renta de algunas casas que tenía en San Luis. Después de varios intentos para ingresar en alguna escuela en la ciudad, y al no poder hacerlo por haber llegado un poco después del comienzo del año escolar, tuve que ir a la escuela del Dique. Allí al primer día no más, un chico que se sentaba detrás de mí, tocándome el hombro me preguntó: - ¿Vos qué sos, tripero o pincharrata? -, yo no supe qué contestarle, pero él insistió en que yo debía decidirme. Al llegar a casa de mis tíos lo primero que comenté fue la pregunta que me hiciera el compañero de escuela; de inmediato el tío Florencio me puso al tanto, que esos apodos eran de los dos cuadros de fútbol que habían el La Plata. Como el próximo domingo se jugaba el clásico, me propuso llevarme a verlo, el que ganara sería mi elección. Así es como hoy soy pincharrata. En una época, cuando tenía que hacer su servicio militar, también vino el tío Javier a La Plata, y por supuesto hizo su parada en casa del tío Ramón. Más adelante, cuando ya había cumplido sus obligaciones militares como soldado en el Regimiento 7 de esta ciudad; comenzó a trabajar en el Hospital Naval como empleado administrativo. Es entonces cuando cree conveniente traer a mi abuela acompañada de Eclira, para vivir juntos en una casa alquilada del barrio “El Dique”, de La Plata. Así es como Eclira va a la escuela de ese barrio y supo granjearse la simpatía y el recuerdo de las maestras que le enseñaron, hasta terminar sus estudios primarios. 148
Para ese entonces mi tía Eduarda ya había terminado el curso de maestra que hizo en San Luis, y vino a vivir con mi abuela Bernardina, para así estudiar y hacer la equivalencia del título de maestra, para poder ejercer en la provincia de Buenos Aires. Más tarde, mi padre le consigue un cargo de maestra en Villa Iris, y ésta viaja a ese pueblo a ejercer la docencia, viviendo en un principio en mi casa; para luego, junto con otras maestras, vivir en una pensión para señoritas que había en ese pueblo. En 1929, mi abuela regresa a San Luis a vivir con Eclira a pedido de su otro hijo, Toribio, uno de los mellizos. Aquí es cuando se inicia uno de los hechos penosos para esa época, en el seno de la familia de mi abuela. Su esposo, Miranda, hacía ya varios años que había fallecido, y ésta ejercía de cabeza de la familia Miranda. No sé cómo ocurrieron los hechos, pero al año siguiente se recibió noticias de San Luis, en las que se anunciaba que Eclira iba a tener un hijo de Florencio. Esto fue una bomba. Este había defraudado la confianza y el respeto que por él tenía la familia de La Plata, y no sólo eso; de inmediato se puso en conocimiento de mi padre, que por ser el mayor ejercía gran influencia en la familia; esperando su consejo y cómo proceder en esta situación. Para comprender lo que aquí refiero, es necesario conocer la idiosincrasia de los puntanos, y tal vez de muchos provincianos que llevaban todavía la cultura española, de que la mujer que tenía un desliz en su vida era “La Letra Escarlata”, de Nathaniel Hawthorne. Lo curioso era que el hombre podía tener todas las amantes que quisiera, pero a la mujer nada se le perdonaba en estos casos. Recuerdo que una vez en una comida del Club de los 99, en La Plata, me tocó sentarme al lado del Jefe del Regimiento 7, de apellido Pedernera; al comentarle que podíamos ser parientes me contestó: - Es muy posible, pues el General Juan Esteban ha sembrado hijo por toda la república; se le comparaba a Urquiza, que también fue un poblador del país -. 149
Volviendo al tema que nos trae. Desde el momento que se conoció la noticia, Florencio fue excluido de la familia y se borró su existencia. Toda fotografía en la que él aparecía fue mutilada, separando su figura, no se lo podía nombrar en cualquier reunión; tan es así que recuerdo que habiendo pasado muchos años, mi abuela para comunicarme que Florencio había fallecido, lo hizo con todo disimulo en una reunión familiar; apartándome y expresando la noticia de forma apenas audible en mi oído. El que más deseaba tomar una acción más directa fue Javier, quien estando en La Plata compró boletos de ferrocarril para ir a increparlo personalmente. Afortunadamente intervinieron Ramón y tía María, quienes lo convencieron de su error. En una ocasión estando en la casa de tía Eduarda, en Mendoza, después de haber pasado treinta años; yo me entretenía viendo fotografías viejas de familia. Cuando encontraba alguna donde habían usado tijera para desaparecer alguna persona no deseada, le preguntaba a la tía, quién ocupaba ese espacio que lo querían borrar del recuerdo, ya que lo habían desaparecido de la foto. Ella me contestaba muy socarrona que no lo sabía, pues ella también había sido víctima, de proceder de borrar en vida a una persona; lo que me hacía recordar algunos pasajes de “El Ministerio del Miedo”, del escritor inglés Orwell. Precisamente, y como complemento de esta manera de ver ciertas acciones de las mujeres, en su relación con los hombres de épocas pasadas; me traen los recuerdos de una injusticia que sufrió la tía Eduarda, por esta manera de pensar la sociedad de esa época. Cuando Eduarda estaba de maestra en Villa Iris, y mi familia se había establecido en el pueblo ferroviario Hucal, a pocos kilómetros; en las vacaciones de Julio la tía decidió ir a pasar unos días en mi casa, para visitar a su hermano José, por quien tenía adoración, que por otro lado era correspondida por mi padre. Como la tía Eduarda era la menor, siempre fue la regalona de mi padre; tan es así que él la hizo estudiar de maestra en San Luis y le consiguió trabajo en la escuela de Villa Iris. 150
En la época que Eduarda fue a Hucal de visita, el Encargado General de Tracción era un señor divorciado o separado; no recuerdo bien su estado civil, como así su apellido. Este vivía al lado de casa; por otro lado era el jefe directo de mi padre, pues él se desempeñaba como Encargado de Turno. Este señor era de Buenos Aires, y justamente por ese tropiezo familiar había ido a parar a Hucal; pueblo que parecía para los condenados del ferrocarril, por estar aislado y en el medio de La Pampa, en su zona más agreste. Era muy educado y elegante, de ascendencia alemana; por él aprendí varias cosas y la existencia de otras. Recuerdo que él fue el primero en darme algunas lecciones de música, y por él supe lo que era una ópera, hasta conocí el tema “La Tosca”, de Puccini. Era todo un señor, y más en ese pueblito ferrocarrilero. Ni bien fue presentado a mi tía, una muchacha joven, y fácil de deslumbrar por un hombre de la ciudad de Buenos Aires y por sus conocimientos sociales; se hizo compañera de él en sus caminatas, pues no había ninguna otra distracción en ese lugar. La estadía de mi tía en Hucal duró una semana, a lo sumo; pero en ese pueblo tan chico, y de todos conocido, sólo bastarían unas horas para generar todo tipo de comentarios, buenos y malos. Mi padre había hablado a mi madre respecto a este asunto, y yo me convertí en el “chaperón” mientras la pareja hacía sus caminatas. Recuerdo que mi padre me interrogaba, si alguna vez los había dejado solos; vaya a saber qué comentarios interesados habrían llegado a sus oídos. Yo sólo recuerdo que a eso de las tres de la tarde de un día soleado, hicieron una caminata desde la estación hasta el portón de la Estancia de los Alvear, que no alcanzan las diez cuadras; aproximadamente en la mitad, está el almacén de ramos generales; y cuando llegamos al mismo, me mandaron a comprar caramelos, con el único fin de estar solos. Este fue el único momento que no estuvieron bajo mi “custodia”, y eso será, digo yo, lo que llamó la atención y dio lugar a comentarios del paseo de un hombre casado, con una señorita, sin compañía alguna. 151
Lo cierto es que mi padre puso el grito en el cielo y le comunicó a mi tía, a través de mi madre, que debía irse lo antes posible. Como él tenía turno de trabajo de noche, ni la despidió; no permitiéndole a mi tía que se justificara. Cómo habrá sido el golpe emocional que sufrió Eduarda, que ni bien llegó a Villa Iris; al otro día volvió en el tren de la mañana, para volverse en el de la tarde; sin poder ver a mi padre, pues él le mandó a decir que ya no tenía hermana. Pobre Eduarda, volvió a su escuela con mucha tristeza, y ni bien pudo, se fue a San Luis de vuelta. Después de haber pasado más de treinta años, viviendo mi padre en General Alvear, en Mendoza; muy enfermo, permitió que tía Eduarda lo visitara de nuevo, cuando ella ya estaba casada y con hijos mayores. Mi padre en ese entonces, le escribió a toda la familia y la trataron casi como a Florencio; menos mal que debido a la influencia de tía María eso no trascendió. Sólo quedó el disgusto de mi padre, el cual me prohibió escribirle a Eduarda, a pesar de las cartas que ella me envió en esos treinta años. Ya casado y dueño de mis actos, resolví por mi cuenta visitar a la tía en Mendoza, la cual me recibió con el mismo cariño que me brindó cuando yo era pequeño. La tía Eduarda se dedicó a la enseñanza y se casó con un director de escuela. Tuvo dos hijas, de las cuales una fue maestra, y un varón que también fue docente. Ella ha dejado un recuerdo muy profundo en mí, por su carácter y su bondad...
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HOMENAJE
L
os tres últimos años de mis estudios primarios los hice en La Plata, de manera que compartía el año entre esta ciudad, estudiando, y mis vacaciones en Hucal. A pesar de que vivía con mis tíos durante el período escolar, extrañaba mucho a mis padres, y no veía el día que terminaran las clases para ir a La Pampa. Tanto era así, que en las vacaciones del quinto grado, no quise volver a La Plata; lo que obligó a mi padre a pensar en mi futuro. Creyó conveniente que yo practicara en el ferrocarril, como auxiliar telegrafista en la estación; hasta tanto cumpliera los años necesarios para el ingreso oficial, para lo cual era bueno que aprendiera el alfabeto Morse que utilizaba el ferrocarril en sus comunicaciones a través del telégrafo. Así fue como en Hucal aprendí a transmitir palabras en el alfabeto Morse, y aún hoy puedo recordar la mecánica de ese oficio. De haber seguido en Hucal, hoy sería un jubilado ferroviario; pero mi padre a la larga me convenció, con la ayuda de mi madre, a pesar de su condición delicada de salud, por lo que me quería tener a su lado; de volver a La Plata para así completar aunque sea mis estudios primarios. Pero el fallecimiento de mi madre, mientras cursaba el sexto grado (último de la primaria), cambió las cosas. Ese año no volví a Hucal en mis vacaciones de verano, sino que me preparé para el examen de ingreso, que en esa época se exigía para entrar en el secundario; pues mis tíos platenses me ofrecieron su ayuda para que yo pudiera continuar mis estudios. Es bueno aquí dar una idea de cómo se desarrollaban los exámenes de ingreso a las escuelas industriales. El examen tenía lugar a las ocho de la mañana. A esa hora los alumnos que se presentaban al mismo estaban sentados en el aula, pues el que llegaba fuera de hora ya no podía entrar y perdía el derecho a realizarlo. Además los temas del cuestionario venían del Ministerio de Educación, en un sobre cerrado y lacrado, de manera que estos se conocían cuando en el aula ya estaban todos los alumnos y los profesores encargados de tomar el examen. 153
Esta costumbre era la misma que se realizaba en el Politécnico de París. Así me lo contó el profesor francés Georges M. J. Dedebant; pues él, que era de las provincias, el día del examen se extravió en París y llegó unos minutos tarde, sólo después de rogar y rogar lo dejaron entrar, pero sin prometerle nada; y sólo aprobó el examen por haber aplicado en la solución de los problemas, un teorema suyo, que se le ocurrió en esos momentos. Quiero que se conozca este hecho para comparar los exámenes de ingreso actuales, tan discutidos en nuestro país; donde se persiguen otros fines, que la excelencia de los conocimientos. El resultado de mi examen logró el segundo puntaje más alto; habiendo resultado primero, el astrónomo del Observatorio de La Plata y amigo, Carlos Hernández. Así inicié mis estudios secundarios en la Escuela Industrial, para también recibirme con el puntaje más alto de toda la escuela y con eso logré obtener una beca para mis estudios universitarios; que de otra manera me hubiese resultado muy difícil seguirlos, pues en esa época se pagaba una cuota importante para estudiar. Debo destacar la importancia que mis tíos Ramón y Javier tuvieron en mi carrera, que siempre me apoyaron; no sólo con sus consejos, sino también financieramente, acogiéndome en sus hogares como un hijo más. Quiero dejar aquí escrito un homenaje para ellos. Primero para Ramón Oviedo, del que ya mencioné su espíritu benefactor y desinteresado para todos los que se acercaban a su hogar; resultando éste el primer apoyo que recibían para iniciar sus vidas en esta parte del país. Segundo para el tío Javier Miranda, cuyo recuerdo no podré olvidar; pues a pesar de no ser un hombre ilustrado, conocía bastante la vida y sabía dar un consejo oportuno; y más todavía, era un maestro. El me enseñó un oficio noble y bíblico, como es la carpintería. Trabajando en esta tarea le hacía de ayudante y al mismo tiempo iba adquiriendo los conocimientos de un obrero carpintero en el banco de trabajo, como de ayudante para cualquier trabajo donde prevaleciera la madera. 154
Recuerdo que una vez tuvimos que construir el techo del patio de un restaurante, con cubierta de alambre mosquitero. Yo fui el encargado de tomar las medidas; como en ese entonces estudiaba en la Escuela Industrial, me esmeré y puse todas las medidas hasta en milímetros. Lo cierto es que algo ocurrió; tal vez una coma se corrió y dio como resultado, que cuando llegamos con los marcos construidos definitivamente, estos resultaron más largos de lo necesario; como no era posible regresarlos al taller, tuvimos que hacer los cortes en la misma obra. Con lo que quise quedar bien con mi maestro carpintero, fue un fracaso. Sin embargo mi tío, si bien al principio no le gustó nada el sobreesfuerzo que eso significaba, después se reía y me hacía bromas sobre la metrología de los técnicos. También aprendí a construir casillas de madera; tan es así, que años más tarde construí una por mi cuenta en la casa de un amigo, la cual nos sirvió como centro de estudio hasta que nos recibimos de ingenieros. El olor a madera recién cortada, como el olor de los ferrocarriles o aeropuertos; señalan mi vida con gratos recuerdos, en los lugares que me ha tocado trabajar. Así como aquí dejo el recuerdo de mis tíos Ramón y Javier, no sería justo, ni consecuente con el trato que en esos hogares he recibido, si no recordaba a mi tía María, esposa de Ramón y a tía Juanita, esposa de Javier. La tía María, como era costumbre llamarla, fue mi segunda madre, pues estuve a su lado en mis primeros años; era una mujer seria, pero muy justa. Luego cuando ya estaba en el secundario, mi tío Javier se casó con Juana Churrut; una linda mujer; que aunque de carácter introvertido, no por eso dejó de ser un lindo recuerdo en mi vida...
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UN DIA DESAFORTUNADO
E
l llamado bosque en la ciudad de La Plata ocupaba en su origen una gran extensión que cubría toda la parte noreste. Pero la falta de ordenanzas y un plan regulador de la ciudad, permitió que gran parte del mismo fuese sustituido por entidades y construcciones; que en la mayoría de las veces pidieron ocupar otros lugares, y de esta manera el bosque dejó de ser un importante sector dentro de los espacios típicos de la ciudad. En los albores de La Plata, el bosque no sólo representaba un lugar de esparcimiento, de paseo y caminatas de sus habitantes; sino que este manchón verde mantenía saludable a la ciudad, protegiéndola de los cambios bruscos del clima, y sobre todo de los inconvenientes que son comunes encontrar en las grandes ciudades, como los industriales; de ese techo que los humos provocan cuando ocurre el fenómeno de inversión, que contribuye a favorecer la polución del aire, trayendo problemas graves sobre la salud de las personas. A medida que la ciudad crecía se fue rodeando de generadores de humo, tales como el crecimiento del parque automotor y las plantas industriales del proceso del petróleo, mientras el área del bosque se reducía, por lo que hoy nos encontramos con una ciudad techada por el fenómeno de inversión, que si éste permanece no resulta nada grato vivir en ella. Todos recordamos lo que ocurrió en los años 50 del siglo pasado en Londres, donde una inversión provocó la muerte de animales de corral y enfermedades pulmonares en las personas. Este desastre y otros ocurridos en el mundo por este motivo, alarmó al hombre y desde entonces la polución es un tema internacional que preocupa a los humanos, pues la atmósfera cada vez es más sucia. La Plata tenía su bosque y la barrera del parque Pereira, que por muchos años garantizó su atmósfera limpia y desconocía la inversión. 156
En el año 59, viniendo en un avión pequeño desde el sur de Mendoza, el piloto conociendo mi gusto por la aviación, me permitió conducir en los últimos tramos del viaje. Serían alrededor de las cuatro de la tarde cuando me pide el comando, diciéndome que ya debía hacer las maniobras de acercamiento para aterrizar en el aeropuerto de La Plata. ¿Dónde está la ciudad? - Le pregunté y su respuesta fue - Allí, debajo de la capa de inversión. De nuevo le pregunté - ¿Cómo La Plata tiene capa de inversión? – Me respondió: - Si hace ya varios años que ese fenómeno se manifiesta en esta zona. Yo recordaba cuando volaba frecuentemente en los años 40, desde Morón a La Plata, que al llegar a Berazategui la capa de inversión desaparecía por la proximidad de los bosques de Pereyra. Fue para mí una sorpresa que ya tuviéramos contaminada nuestra atmósfera. He creído oportuno referirme al bosque de esta ciudad, pues representa un factor importante para mejorar y preservar el ambiente, haciendo la vida más placentera para los ciudadanos que viven en esta zona. El Dr. Nicodemo Scena, ya nombrado y gran defensor de nuestro bosque, tenía muy claro la función que cumplían los árboles en el mantenimiento de una atmósfera limpia, por lo tanto se preocupaba de que ningún área arbolada se perdiera, además contribuía con su población renovando árboles y plantando nuevos. Todo esto es de mi conocimiento y por lo tanto nunca se me hubiese ocurrido destruir ningún árbol, por lo que considero que lo sucedido en una oportunidad que concurría a las clases de talleres que se impartían por la tarde en la Escuela Industrial, iba a resultarme “un día desafortunado”. La Escuela Industrial donde yo cursaba mis estudios secundarios, se encuentra en uno de los extremos del bosque. Por las tardes debía concurrir para realizar los trabajos prácticos de los diferentes talleres, que eran parte de la enseñanza técnica que allí se dictaba. 157
La escuela está próxima al lago artificial que completa la región boscosa, representando un lugar de descanso y esparcimiento para los habitantes de la ciudad, y también para los alumnos que aprovechaban sus instalaciones para practicar remo y sentarse en algunos de los bancos que había allí para descanso de los caminantes. Muchas veces aprovechaban para estudiar o dar una última leída a sus lecciones. Además, por razones de que en esa época la escuela estaba en proceso de construcción y refacción, pues las instalaciones que ocupaba anteriormente habían pertenecido al Regimiento 6 de Infantería; no representaban un lugar muy apropiado para establecer una escuela. En razón de ello, el lugar de entrada provisorio era un portón que prácticamente daba al bosque por la calle 57. Por esta razón siempre había alumnos en las cercanías del lago del bosque. Algunos para pasar el rato utilizaban los botes que alquilaba un viejo, nada amable, que era dueño y señor del lago. Entre sus tareas tenía la obligación de cuidar el lugar, para lo cual tenía herramientas apropiadas que guardaba en un pequeño galpón que hacía de pañol, el cual cerraba con un candado cuando dejaba de trabajar. En varias oportunidades, algunos alumnos se entretenían en fastidiar al botero, rompiendo el candado y lanzándole las herramientas al lago y mil diabluras más; como cuando dejaron a un alumno de sexto año, aislado en una pequeña isla que existía en el centro del lago. Al oír los gritos de éste, el botero tuvo que ir a salvarlo; después de haber estado casi una hora pidiendo ayuda. En fin, todos estos hechos que no voy a contar, pues eran muchos; provocaron la mala disposición que tenía este señor encargado con cualquier estudiante de cualquier escuela. Su genio era tremendo, pero la agilidad de los jóvenes era mayor y por lo tanto nunca pudo vengarse de las fechorías estudiantiles. En una oportunidad debía concurrir a las clases de taller; como vivía en el Dique, para llegar a la escuela tenía que atravesar todo el bosque. 158
Generalmente llegaba temprano para la hora de entrada, por lo que solía sentarme en un banco para repasar alguna clase o sólo descansaba de mi caminata mientras me permitía gozar del aire puro y perfumado de los árboles, observando también lo que ocurría a mi alrededor. Así fue como vi que en la orilla del lago que daba hacia la escuela, se habían plantado varios árboles con sus correspondientes tutores, y por lo tanto también estaban bajo la jurisdicción del viejo botero. En un momento observé a dos compañeros que vivían fuera de la ciudad y por tanto debían quedarse entre las clases de la mañana y la tarde. No sé por qué se les ocurrió poseer uno de los tutores que resguardaban a los árboles recién plantados; ellos estaban como a 50 m de mi banco. Al reconocerlos me levanté y me acerqué a ellos, cuando siento los insultos del botero, que desde la otra orilla los instaba a que se fueran o llamaría a la policía. Dicho y hecho, apareció no sé de dónde, un oficial de la Comisaría del lugar, que pronto escuchó las quejas del viejo y se aprestó a detenerlos. Así las, cosas el viejo vio que yo me acercaba y me incluyó a mí también en su denuncia. Por supuesto, fueron varias mis excusas, pero de nada sirvieron, y de esa manera fuimos a parar a la Comisaría los tres “delincuentes”. Ni bien llegamos, eran casi las dos de la tarde, fuimos encerrados en un calabozo; incomunicados con el medio exterior. Allí pasamos varias horas, mientras escuchaban nuestros gritos pidiendo que nos permitieran llamar a nuestras familias por teléfono. A las seis de la tarde aproximadamente, le permitieron irse a uno de los alumnos que vivía en Quilmes; un poco más tarde le tocó al otro que había participado en la tarea de arrancar el árbol para obtener su tutor. Y yo tuve que esperar alrededor de media hora más para tener noticias de que mis familiares habían ido a buscarme. 159
No puedo menos que decir el susto tan grande que tenía mientras me encontré solo, pues pensaba que tendría que pasar en el calabozo toda la noche, ya que desconocía lo que había pasado con los otros compañeros, y por qué a ellos se les dejaba libres y a mí no. Cuando vinieron a buscarme para llevarme a la oficina de guardia, grande fue la sorpresa y vergüenza que pasé al encontrarme que un tío y mi padre eran los familiares que habían ido a buscarme. Digo vergüenza y sorpresa porque mi padre había llegado de Hucal, el pueblo de La Pampa donde trabajaba, a visitar a mis tíos sin avisarles y de paso para estar con su hijo, sobre quien recibía siempre informes que eran muy buenos. ¿Cómo explicarle a mi padre que yo era inocente de todos los cargos que el botero había denunciado? Por fortuna tuve el apoyo de mis tíos, ya que ellos creyeron de entrada que había sido una equivocación al ir preso. De todas maneras creo que mi padre no quedó muy conforme. Realmente es para decir que había pasado “un día desafortunado”.
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ENFOQUES DISTINTOS
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l hombre, a medida que va transcurriendo su vida, desde la edad donde el mundo le atrapa a través de sus fenómenos externos y la interpretación que de los mismos se hace, va construyendo un patrón interpretativo de aquello que para él es la verdad. Si este hombre es reflexivo y curioso, observa los distintos modos de procedimiento que va tomando a lo largo de su vida para hechos o circunstancias similares; de cualquier manera todo este conjunto de sucesos y causas, al tiempo, constituyen una forma de interpretar la vida, y el resultado se agrupa en una zona donde crecen sus pensamientos y opiniones, los cuales son guiados y personales; formando su criterio más destacado, pero sin dejar de ser por sí mismo un hecho típico que lo define en la vida y que con ese cúmulo de experiencias le permite juzgar al prójimo. Entre las distintas tareas que debía realizar en el campo docente de la Facultad de Ingeniería, me llevó en varias oportunidades formar parte del Consejo Docente. Éramos con el Decano, que actuaba como presidente, un total aproximado de diez personas; todas vinculadas al quehacer universitario, como lo eran los jefes de los distintos departamentos de estudio e investigación. Las reuniones del consejo eran periódicas con intervalos variados según la actividad docente, en las cuales se tomaban resoluciones sobre pedidos que hacía el alumnado, y también se trataban algunos problemas de administración como eran el presupuesto y los convenios vigentes con otros centros de estudios externos con que se desenvolvía la Facultad. Las reuniones tenían lugar en una sala ad-hoc que era cubierta por una larga mesa, donde la cabecera era ocupada por el Decano y su secretario al lado con la pila de carpetas y expedientes que ese día debían tratarse, y resolverse si era posible los problemas presentados. La mecánica era la clásica en estas reuniones, donde no faltaba el café y la charla circunstancial al comienzo de la reunión. 161
Todos esperábamos al Decano para sentarnos cada uno en “su sillón”; lo expreso así, pues la fuerza de costumbre nos llevaba a utilizar siempre el mismo sitio, como si el lugar tuviera un destino predeterminado. No sólo cada uno se ubicaba en su lugar, sino también parecía que el criterio y los fundamentos con los cuales apoyaban sus opiniones sobre los diferentes temas igualmente ocupaba un espacio en la metodología del tratamiento. De manera tal, que cuando un consejero iba a exponer su criterio para tratar el problema (que el secretario después de tomar el primer expediente de la pila procedía a su lectura en voz alta y concisa); cada uno de los presentes conocía casi con certeza la posición que éste iba a indicar y recomendar que tomara el cuerpo colegiado frente al tema presentado. La manera de pensar sobre los distintos asuntos universitarios que se pusieran a consideración del consejo, era tan conocida por el secretario, que éste muchas veces ordenaba los expedientes en un orden tal que facilitara el proceso, y de esa manera, la tarea no sólo se simplificaba, sino que también la sesión era más corta. En un momento dado, perdimos un consejero y tuvo que ser sustituido. La elección cayó en un ingeniero joven, de destacada actuación en nuestra Facultad. De esta forma se sumó un nuevo integrante al consejo. La primera reunión en la cual él concurrió, por razones tal vez del azar, pues nadie lo había dispuesto así, le tocó de último dar su opinión sobre el tema que el secretario había puesto en consideración de la mesa. Pues como dijera anteriormente, todos habíamos dado ya nuestra opinión y recomendando la acción a tomar, de manera que todos creíamos que sólo faltaba, por cortesía, que el nuevo integrante diera su opinión, pero dentro del juego de opiniones que los demás consejeros habían dado. Cuál sería nuestra sorpresa, cuando este joven empezó el análisis del problema, de puntos y conceptos totalmente distintos a los que el consejo estaba acostumbrado a escuchar. Tan buenas y claras fueron sus palabras, que todo el consejo debió reconsiderar su anticipada resolución, por los conceptos y los distintos aspectos que expuso el nuevo consejero. 162
Terminada la reunión, yendo en auto a casa, me puse a pensar en los cuerpos colegiados, que si no se renuevan estos, se comportan con un todo, y de esa manera proponen también resoluciones que responden a una línea determinada del pensamiento, encasillando así su tarea; que resulta, no el libre pensamiento de un conjunto de personas, sino la expresión de un bloque determinado, y de este modo defraudando el principio resultante que surge de la exposición de distintas ideas. ¡Qué bueno es entonces para la misión de un Consejo, cuando periódicamente se renueva y gente joven puede ingresar al mismo! Para terminar diremos, como lo hace Einstein cuando expresó: “...es más fácil desintegrar un átomo que un pre-concepto...”.
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EL CASO FILLER
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uando se creó la Universidad de Mar del Plata, fue en la época en que el país reconoce la necesidad de llevar los estudios universitarios a todo el país. Pero lo que no tuvo en cuenta el gobierno de esa época, fue el déficit de profesores para cubrir los cargos docentes. En muchos lugares consiguieron ocupar algunos cargos con profesionales que trabajaban en el lugar, pero que jamás habían sido docentes. De manera que el problema debió ser solucionado con la importación de profesores de aquellas universidades que fueron señeras en el ámbito universitario, como la de Buenos Aires y La Plata. Así fue como en la década del 60 al 70, muchos profesores fueron contratados por esas universidades para suplir provisoriamente este problema, hasta tanto se formaran las cátedras con docentes del lugar, aprovechando la experiencia de profesores viajeros. En mi caso particular, empecé a viajar por primera vez a Bahía Blanca, durante los años del 52 al 55, una vez por semana. Quedándome los primeros años dos días, para luego hacerlo sólo un día por semana. Los títulos eran refrendados por la Universidad de La Plata, de esa manera se convalidaban los conocimientos y la capacidad de sus egresados. En otras universidades como la de Santa Rosa, en La Pampa, sólo los profesores asistían como veedores en los exámenes finales, de manera que el viaje ya no era semanal, sino únicamente en los turnos de exámenes. En el caso de la Universidad de Mar del Plata, desde un principio otorgó por sí misma sus títulos, aún cuando debió extender, por invitación a la UNLP para lograr obtener por concurso, varios profesores de los últimos años de ciertas carreras técnicas. 164
Habiéndome presentado y ganado por concurso una cátedra de la Facultad de Ingeniería, tuve que viajar a esa ciudad entre los años 71 y 75. Durante esos años utilicé varios tipos de transporte como: auto, avión, tren y ómnibus; pero en general el viaje lo hacía en tren a la ida para regresar en ómnibus a la noche. Mi traslado lo realizaba todos los lunes en el tren de las 13 horas, y volvía en ómnibus el martes a las 5 de la mañana. La clase la dictaba desde las 20 hasta las 22 horas. Luego cenaba en un restaurante próximo a la estación de ómnibus, que partía a las 23:50 horas. A partir del año 73, el país entró en un estado lábil. Los actos políticos acaparaban todas las actividades públicas, y en especial las universidades vivieron un clima revolucionario. Los grupos políticos eran de todos los colores y en general querían imponer sus ideas con la violencia; realmente era difícil permanecer ajeno a esta situación. Particularmente en Mar del Plata el ambiente era virulento. Siempre los profesores que viajábamos esperábamos encontrarnos con una situación difícil, con un resultado incierto. Para dar sólo una idea de los métodos que utilizaban esos grupos, recuerdo que una noche, al entrar en la Facultad de Ingeniería para dar mis clases, me encontré con un espectáculo dantesco. Todo el hall de entrada estaba cubierto desde el piso, techo y paredes por carteles colgados donde decía las barbaridades más grandes e insultos para el secretario de la Facultad, quien no le resultaba simpático al grupo sedicioso que controlaba la Facultad. Cuando llegó el secretario y vio ese recibimiento escrito, se dio media vuelta y nunca más apareció por la Facultad. De esta manera estos señores se deshacían de hombres de honor que ellos no conocían. En este clima, todos esperábamos que un día entrara un grupo armado con ametralladoras para arengar a los alumnos que estaban en clase; de ocurrir así, yo también me tenía que despedir de esa casa de estudios. 165
No quiero ahondar más sobre esta situación tan conocida para los que vivieron en este país en esa época, pues no es mi intención introducir dicho tema en este libro de relatos; pero para saber lo ocurrido en el caso Filler es necesario que se conozca, aunque sea un poco del clima que se vivía para entender lo que relataré en adelante. El edificio de la Universidad de Mar del Plata queda en pleno centro de la ciudad, y allí se realizaban las frecuentes asambleas de los alumnos en esos tiempos. Uno de esos días, en el momento que tenía lugar una de ellas, un exaltado disparó un tiro que provocó la muerte de una alumna de primer año, que por curiosear entraba al salón y que por lo tanto, era ajena a lo que allí se discutía. La muerte de una alumna en la casa universitaria provocó el repudio de todo Mar del Plata, así que de inmediato se le dio un carácter político y sirvió de base para castigar de algún modo a las autoridades legítimas que gobernaban todavía la Universidad. De inmediato se trasladó la responsabilidad de tamaña barbaridad, no al autor, sino que se le dio un carácter político al suceso, a través de un ordenanza del consejo superior; creando un Tribunal Académico a efectos de deslindar responsabilidades del Presidente de la Universidad. Según lo establecía el estatuto de la Universidad y la ley universitaria, este tribunal debía estar formado por tres profesores de la casa. Así fue como un día al llegar a la Facultad para dar clase, fui llamado por el Decano. Cuál no sería mi sorpresa cuando me invitó a presenciar como testigo, el sorteo de los tres profesores que integrarían el tribunal. A medida que el bolillero rodaba, sólo pensaba en que mi nombre no saliera, para no verme envuelto en semejante problema; que a todas luces se había iniciado con el único objeto de obtener un resultado político. Pero la suerte no me ayudó, pues la tercera bolilla señaló mi nombre. De ese modo allí mismo se constituyó el tribunal con otros dos profesores, de los cuales conocía muy bien a uno, pues era mi amigo de muchos años. 166
Recibimos un expediente voluminoso, que era resultado de la acusación, y el sumario ad-hoc que se había construido. No era fácil para el tribunal llegar a una conclusión y recomendación justa, pues la instrucción sumarial no era objetiva, además se apoyaba en razones difíciles de discutir, y por lo tanto sacar conclusiones imparciales de los hechos. Pasaban las semanas y no encontrábamos el camino para llegar a un informe coherente, imparcial e indiscutible, que no diera lugar a una acción que pudiera perjudicarnos en nuestra condición de profesores. Cada semana que llegábamos a Mar del Plata, esperábamos ver empapelada la ciudad con carteles en contra nuestra por demorar el informe con la recomendación pertinente. A pesar de las dificultades que el propio sumario nos presentaba por estar mal hecho y sumado a las referencias, que con frecuencia se hacía en él con contenido ambiguo y no cierto; pudimos llegar a un informe coherente y lo suficientemente fundado como para llegar a la conclusión de que todos los antecedentes que se nos habían entregado, no eran suficientes para afirmar las razones que llevaran a un juicio académico. Nuestro dictamen en líneas generales terminaba con: 1. Desestimar por improcedentes las conclusiones del señor Instructor Sumariante. 2. Aconsejar la absolución del profesor licenciado C.D.P con la expresa indicación de que todo lo actuado no afecta su buen nombre y honor. 3. Dar inmediato traslado del presente dictamen al Decano de la Facultad de Ingeniería, en ausencia del Consejo Académico, a los efectos que corresponda. Este dictamen fue entregado personalmente por la comisión al señor Decano de la Facultad de Ingeniería de ese entonces, quien con cara de disgusto tiró las actuaciones sobre el escritorio, después de haber leído el resultado. 167
Todos pensamos que allí no terminaría este episodio, sin embargo, así fue ya que era muy difícil transformar las actuaciones de los fundamentos que apoyaron nuestra decisión. No conozco el final de este hecho aberrante, pero es posible que se haya diluido con el tiempo. Es así como terminaban estos episodios de la política universitaria en esa época triste de este país.
168 UN VERDADERO MAESTRO
M
uchos fueron los profesores que participaron en mi educación. Debo reconocer que cada uno se destacaba en alguna faceta necesaria para la formación de un joven estudiante, que nunca he podido olvidar; guiando así mi vida como hombre y profesional. Sin embargo, tengo que admitir que uno de ellos se destacó de sobre manera, y por lo tanto es mi deseo recordarlo en mis relatos. Hablar de la carrera de Ingeniería Aeronáutica en la Universidad de La Plata, es simbolizar la figura del Dr.Pascualini, como el virtual creador de esa disciplina dentro del ámbito civil, y además el que supo dirigir y acompañar su brillante desarrollo durante sus primeros años. Si bien es cierto que en esa época existía la atmósfera o clima para crear un centro de estudios de Aeronáutica Civil, finalizaba la segunda guerra mundial y la participación de las aeronaves había sido un hecho de gran importancia para su desarrollo; nuestro país ya vislumbraba la conquista del espacio a través de la aeronáutica. Sin embargo, el Aeroclub Argentino ya había organizado un plan nacional para lograr la formación de 5000 pilotos, con la colaboración de las instituciones civiles y militares más importantes del país. La creación de una nueva carrera universitaria no hubiera tenido éxito ni hubiera sido una idea acertada, si no hubiese enriquecido a la entonces Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas, al introducir cambios de suma importancia a la currícula de algunas materias afines con la ingeniería, y sobre todo por haber creado nuevas cátedras como Hidrodinámica y Aerodinámica, Termodinámica Técnica, Estática y Resistencia aplicada a las máquinas, Matemáticas Especiales, Elasticidad, Plasticidad, etc. La actuación como profesional docente e investigador universitario del Dr.Pascualini, que había cumplido hasta el momento de la creación de la nueva carrera de Ingeniería en la Universidad de La Plata; se vio coronada por la designación
como Director del nuevo organismo docente y de investigación como lo fue y lo es el Instituto de Aeronáutica. 169 El Instituto de Aeronáutica fue creado por Decreto Nacional el 26 de marzo de 1943, como consecuencia de la aprobación por el Gobierno Nacional, de las consideraciones fundadas por Ordenanza previa de nuestra Universidad. Es de justicia recordar los nombres de los funcionarios que intervinieron en todo este proceso como el Presidente de la UNLP, Dr.Alfredo Palacios; el Decano de la Facultad de Ciencias Físico-matemáticas, Ing. Julio Castiñeiras; los Consejeros Académicos, Ingenieros Enrique Humet, Eugenio Alcaraz y el Dr.Alberto Sagastume Berra, y los diputados nacionales, Justo V. Rocha, Raúl Díaz y Benito de Miguel. Habiendo expresado hasta aquí, un pequeño resumen del origen y formación del centro donde comienza el desarrollo aeronáutico, de ahora en adelante trataremos de dibujar la actuación del Dr.Pascualini como científico y como hombre. Nace en Narmi (Termi, Italia), el 30 de Junio de 1891, y muere en el mismo lugar a los 83 años. Se recibe como Doctor en Ingeniería Industrial Mecánica, en el Politécnico de Turín. Allí nace su inquietud por la docencia en la Universidad de Génova y de la Real Escuela de Turín, para luego volcar todos sus conocimientos y experiencia en la Argentina. Ingresa como asesor contratado en el Instituto Superior Aerotécnico de Córdoba, lo que le permite participar de los proyectos aeronáuticos de ese Instituto, teniendo una actuación relevante en el área aerodinámica. Fue profesor en la Universidad de Córdoba, en la Escuela Técnica del Ejército, En la Escuela Superior de Aeronáutica y en la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas de la UNLP. En toda su tarea profesional desarrollada en distintos Institutos y Centros de Estudios, como en los cargos directivos y de
asesoramiento que ocupó, es importante destacar su labor docente, que siempre fue su meta preferida.
170 Solía contar el Dr.Pascualini, que el día que tuvo el título profesional en sus manos su padre le ofreció un cargo en la Fábrica FIAT, nada despreciable para un recién recibido; pero él sin pensarlo mucho le contestó que tenía decidido dedicarse a la docencia, lo cual originó una rápida respuesta de su padre: “Entonces tendré que alimentarte toda la vida”. Ya en esa época la enseñanza era una vocación, no una tarea rentable. Así era el Dr.Pascualini, dedicaba su tiempo a transmitir conocimientos a sus alumnos, y no sólo sobre la materia específica que dictaba, sino en muchos otros campos de la ciencia y la cultura. Tal vez sea oportuno poner de relieve las condiciones como educador del Dr.Pascualini. Cuando enseñaba ponía todo su conocimiento al servicio del alumno y jamás lo dejaba con alguna duda. No importaba si la pregunta era o no específica del tema que estaba tratando, su formación cultural era tan amplia que dejaba siempre satisfecho al que escuchaba. Era un verdadero maestro. No sólo con los alumnos, sino con los profesionales que buscábamos en él su consejo y asesoramiento. Aún cuando ya he destacado en otro relato esta circunstancia, creo oportuno volverlo a mencionar. Así diré que en la época que era Asistente del Instituto (El Dr.Pascualini era su Director), recurrí a su consulta para resolver un problema con un trabajo que el Instituto realizaba para el Ministerio de Marina. Como siempre, el Dr.Pascualini se encontraba trabajando en su despacho, rodeado de sus libros y papeles, pero no obstante tuvo tiempo para atender a su ex alumno. Le expuse el problema y luego de escucharme atentamente, me contestó: “No olvide que usted ya es Ingeniero”.
La respuesta me dejó perturbado; me recordó el lugar que ocupaba y mi responsabilidad. Lo saludé y caminé hacia la puerta. No había hecho ni dos pasos cuando me llamó y me ubicó en el problema. 171 El Dr.Pasculini había señalado a su ex alumno y subordinado el lugar en que debe colocarse un profesional, pero no por eso dejó de dar su consejo y apoyo. Así era el Dr.Pascualini, un maestro y formador de la personalidad de sus alumnos. Fue realmente un privilegio ser alumno de tal profesor. El Dr.Pascualini recibió por su labor en el campo de la enseñanza el premio Guggenenheim por su trabajo “Sul Ala Deformabili” (1928); su nombramiento como miembro de la Academia de Ingeniería; el título de “Líbero Docente de Aerodinámica” a través del Ministerio de Educación de Italia y la designación de Profesor Emérito de la UNLP. Con esta apretada síntesis de su labor docente y de investigación, no soy totalmente justo; pero sí creo que basta para situarlo entre los grandes profesores que han pasado por nuestra Facultad.
172 ALGO MAS DE HUCAL
H
asta 1930 permanecí en Hucal, en ese año mi padre quiso que siguiera estudiando en la ciudad de La Plata, donde vivía la familia Chávez, un Suboficial de la Marina casado con una hermana de mi padre, la tía María. Me costó mucho separarme de mi familia, a pesar de que mis tíos eran buenas personas. Pero yo no dejaba de ser uno más de afuera y debí adaptarme, no sólo a la modalidad de sus vidas, sino también a la vida de ciudad, tan distinta al libre albedrío de un pueblo tan especial como Hucal.. Además pesaba enormemente el trato cariñoso de único hijo que me dispensaba mi madre, quien tenía una salud muy delicada. Para ella representó un golpe desprenderse de mí y solo pensaba en los peligros de una gran ciudad. Recuerdo siempre las recomendaciones sobre los tranvías, pues en esa época los automóviles eran escasos y poco peligro representaban en el tránsito de las ciudades. Yo era en ese entonces un chico, más bien tímido o mejor dicho, temeroso de no cumplir con los consejos de mi padre, que eran tan claros y viriles, y los de mi madre que eran de protección; tan es así que su principal recomendación era el cuidado que debía tener con los tranvías. Todo en La Plata me resultaba curioso y novedoso; porque eso sí, era muy curioso, deseaba conocer todo y leer todo lo que caía en mis manos. Siempre he pensado que tal vez si Hucal hubiese poseído una biblioteca o la iglesia hubiese tenido un cura efectivo, mucho podría haber aprendido, pues me gustaba la lectura, pero lo que tenía a mi alcance en Hucal no era muy edificante. Para dar una idea de la biblioteca que consultaba, era la colección de revistas “no recomendadas”, que tenían los obreros de “vías y obras”, que como expresara en otro relato, los llamaban “Catangos”.
Estas revistas se llamaban “Media Noche”, y su contenido en su mayoría eran chicas semidesnudas, que servían para empapelar las piezas donde vivían estos jóvenes ferroviarios. 173 Sin embargo, mis lecturas predilectas la constituían las novelas de aventuras y las historietas de las revistas de esa época llamadas “El Tit-bit” y “El Tony”, que si mal no recuerdo, su origen eran inglés y norteamericano. Mi padre como buen obrero ferroviario de los ingleses, les había hecho boicot a las publicaciones de origen inglés y si me encontraba una revista, no sólo me retaba (Nunca me pegó), sino que la rompía. No era fácil comprar cualquier revista, pues a pesar de que costaba cinco centavos, para mí era mucho, y menos si era para comprar una de las revistas que estaban en el índex de los ferroviarios. Hucal estaba comunicado por el mundo a través de los diarios y revistas que venían desde Bahía Blanca en el tren de pasajeros, los días Lunes, Miércoles y Viernes. En esos trenes de pasajeros viajaba siempre un personaje característico en los ferrocarriles de esa época, que era el “Comisionista”, éste se encargaba no sólo de la venta de diarios y revistas, sino de satisfacer todas las pequeñas compras que habitualmente le encargaban los del pueblo, para que estas fueran hechas en la ciudad cabecera, en este caso Bahía Blanca. Está de más decir que para Hucal “ir al tren” era un paseo obligado, no sólo de los que esperaban familiares y amigos, correspondencia, bultos, encomiendas, etc, sino también de todos los curiosos, entre ellos los jóvenes y algunas chicas que se vestían con lo mejor para pasear en el andén mientras el tren permanecía estacionado, para abastecer de agua a la caldera de la locomotora, para incorporar algún coche a la línea del tren, para que el “revisador” comprobara que los cojinetes que soportaban los ejes de los vagones estaban bien, también estaban los que recibían y despachaban correo y encomiendas. Esta parada duraba en algunas estaciones hasta 30 minutos, sobre todo en Hucal.
Al volver a iniciar el viaje el tren procedente de Bahía Blanca, se dispersaban todas las personas que habían ido a “esperar el tren”, y parte de ellas iniciaba una caminata obligada detrás del empleado que había recibido el correo. 174 Iban encolumnados en tres o cuatro filas, conversando a lo largo de la calle ancha que llegaba a la estación, desde la entrada a la Estancia de los Alvear. Esta era, digamos, la calle principal y única del ejido público del pueblo. La columna que se dirigía al almacén de “ramos generales”, que hacía también de Agencia Nacional de Correos, tenía que recorrer alrededor de 100 metros para llegar a una playa de estacionamiento de vehículos (Sulkys y caballos atados al palenque) frente a la cual se levantaba una construcción de material que constituía el negocio principal de Hucal. Encabezaba esta caminata el empleado de correo, el oficial de policía, el administrador de la estancia, el Sr.Toft; algunos paisanos y ferroviarios que iban a recoger la correspondencia. Volviendo a la caravana que conducía el empleado del correo. Esta se arremolinaba alrededor de un rincón del almacén donde se ubicaba la oficina de correos. Allí el empleado clasificaba la correspondencia, y luego de una corta espera procedía a la entrega de la misma a los que lo habían acompañado desde la estación, llamándolos por sus nombres. Realmente esto representaba una ceremonia, donde algunos se retiraban con caras largas por no haber recibido ninguna carta, y por lo tanto, tampoco noticias, que en su mayoría eran de familiares que vivían en las ciudades donde ellos pertenecían, y que por razones de trabajo debieron dejar para caer en un pueblo como Hucal, donde el desarraigo era muy pesado de llevar, sobre todo para los más jóvenes que no habían ido con su familia. Conocí Hucal en 1928, pues mi padre que trabajaba en Villa Iris, fue trasladado como Jefe de Turno en los talleres de esa localidad. Los ferroviarios vivían en grupos de viviendas de material y otras de chapas, las ocupaban generalmente por categorías. Así por ejemplo, donde nos tocó vivir había un
conjunto de casas típicas inglesas, de material de ladrillo a la vista y muy bien construidas.
175 El predio donde se levantaba este grupo de casas, estaba representado por un gran rectángulo donde se alojaban seis casas, formando un block y rodeadas por un alambre tejido, con un portón cada casa y un alambrado divisorio entre casa y casa. En este alambrado existía un aljibe muy bien construido que permitía proveerse de agua a dos casas simultáneamente. Estos aljibes se llenaban con agua de lluvia que recogían por un sistema adecuado de canaletas; de esta manera cada familia poseía agua dulce, limpia y fresca; que permitía utilizarlo como heladera en verano, bajando en el balde correspondiente, las bebidas y algunos alimentos que se deseaba que estuvieran fríos. El alambrado de malla que bordeaba las casas, estaba retirado de ellas como a diez metros, lo que permitía a cada morador poseer un jardín o una huerta. En el grupo de casas que describo, vivían los jefes de talleres y maquinistas. En otras vivían guardas de trenes, foguistas, aspirantes a maquinistas, auxiliares de tráfico, peones, etc. La estación del ferrocarril constituía otro edificio importante, donde existía alojamiento para la familia del Jefe de Estación. También otro edificio de buena construcción y del tipo de arquitectura inglesa, era el comedor, cocina y dormitorios para todo el personal soltero o transitorio. Adquiría importancia por su uso el Taller de Vías y Obras, con la casa de su jefe incluida; el tanque de agua y la casa del bombero, que juntamente con el galpón de máquinas y talleres conformaban el resto de los edificios de la colonia. Todas las edificaciones estaban de un lado (Al Suroeste), de una gran playa de maniobras; sólo la estación, los talleres de vías y obras, y la bomba de agua ocupaban el lado opuesto. El “pueblo” que no pertenecía a la colonia ferroviaria, se extendía del lado de la Estación (Al Noreste), después de un
terreno de 80 metros aproximadamente, donde existía una cancha de fútbol y una de bochas, que permitía hacer deportes a los jóvenes y a los chicos de mi edad. 176 Más allá del “Centro Deportivo” comenzaba el pueblo, el cual estaba constituido por dos amplias construcciones, separado por una calle ancha de tierra, la cual se extendía a lo largo hasta terminar en un amplio portón que pertenecía a la Estancia de los Alvear. Las construcciones a ambos lados del camino a la Estancia, contenían el llamado hotel (pensión), panadería, peluquería y un bar. Al frente, del otro lado, se levantaba el almacén de ramos generales, en el cual estaba también la oficina del correo. Afuera del pueblo en dirección a Toay, existía un aserradero para madera de caldén, árbol que poblaba la zona. Estos árboles todavía son característicos en La Pampa y pertenecen a la flora autóctona del lugar. Su madera es semi-dura y hoy se emplea para hacer muebles; pero en esa época se utilizaba como leña, sobre todo durante la primera guerra mundial, para hacer funcionar las locomotoras. Frente al aserradero existían algunas casas precarias, donde vivían algunos obreros del mismo aserradero, y se encontraban junto al Destacamento de Policía, formado por un oficial y un gendarme. Hasta aquí he dado una imagen de lo que era Hucal, sólo me resta decir cómo se recreaban las personas de esta colonia. Fuera de los partidos de fútbol que se organizaban y los campeonatos de bochas, juegos de tabas y naipes, etc; las otras diversiones “sociales” estaban representadas por los bailes, que generalmente se hacían en los galpones de cereales o en la Estancia. También representaba un acontecimiento, cuando aparecían los músicos y se realizaban obras de teatro, cosa que se hacía de vez en cuando por grupos de “artistas” que viajaban por los pueblos de esa zona. Estas presentaciones tenían lugar en el bar, donde se improvisaba un escenario adecuado a las
circunstancias. Estos espectáculos se anunciaban con anticipación de días y permitía llenar el bar, donde mientras esto ocurría, se bebía vino y cerveza. 177 Un deporte importante para algunos, y necesidad para otros representaba la caza de animales, pero ya de esto hemos hablado en otro relato. Actualmente Hucal ya no es un centro ferroviario, sólo es un pueblo que muere lentamente, como muchos de otras localidades que eran eslabones de las redes ferroviarias, hoy abandonadas y superadas por el transporte automotor; solución ésta, que los países desarrollados comparten con la red ferroviaria de alta velocidad. De esta manera tienen una red mixta del transporte, con todas las ventajas que esto brinda. Aquí nosotros nos hemos deshecho de algo tan útil como lo fue el ferrocarril, que permitió el progreso del país en el siglo pasado. Lo que sí hemos logrado un semillero de pueblos fantasmas, como lo es hoy Hucal.
178 JUEGOS INFANTILES
E
n la misma línea ferroviaria que une a Bahía Blanca con Hucal, se encuentra el pueblo de Villa Iris. Este está situado en una llanura fértil y sirve como frontera, no sólo de la Provincia de Buenos Aires con La Pampa, sino también con la llamada Pampa húmeda. De allí en adelante el terreno se hace más tosco, y aún cuando hasta Abramo sigue en la planicie, después cambia notablemente el paisaje; empezando a verse las lomas y el bosque achaparrado de espinillos, sombra del toro, chañares, jarillas, piquillines, y sobre todo los caldenes, característicos de esa zona de Hucal. Volviendo a Villa Iris, donde nací y pasé mis primeros años. A principios del siglo XX estaba poblado por un grupo importante de habitantes; y ya en ese entonces poseía luz eléctrica, Banco de la Nación, hoteles, cooperativas agrícolas, escuelas primarias estatales y particulares, oficina de correo y una comisaría importante. Mis recuerdos no son muchos como para dar una imagen certera de esa época; sin embargo tengo algunos sucesos grabados de mi niñez, que vale la pena escribir. Entre los recuerdos de esa época, aparece en mi mente un regalo de mi padre. Una noche durante la cena, mi padre me sorprende con las siguientes palabras: - “Tengo un regalo para vos en el galpón de máquinas, pero para ser acreedor del mismo debes ir a buscarlo ahora”. El siempre tenía la costumbre de sorprender, y si le era posible, ponerlo a uno frente a un compromiso para probarlo. El galpón de máquinas quedaba a dos cuadras de casa y en el mismo no había luz eléctrica. La luz era de un farol de kerosene o un candil, por lo cual la oscuridad prevalecía sobre las zonas iluminadas y para un chico de 5 ó 6 años, hacer una visita a estos lugares resultaba tremendo.
Mi curiosidad y mis deseos de conocer el regalo podían más que el miedo que tenía, y ya me aprestaba a ir cuando intervino mi madre, que se opuso a lo propuesto. 179 Sin embargo lo dicho por él era sólo una broma que lo hacía divertirse, entre mis deseos de conseguir el regalo y el miedo de ir a buscarlo. De manera que poniéndose el saco, me acompañó. Cuál no sería mi sorpresa y alegría al ver el regalo, que estaba bien guardado en un cajón de embalar, y darme cuenta de que era un “charito” (Como llamaban al polluelo de “avestruz” o ñandú). Esa noche me costó dormir pensando en mi mascota y cómo iba a jugar con ella al día siguiente; habiéndome prometido mi padre que le construiría un corralito para que viviera, y de esta manera no se me escapaba. Me levanté temprano y ya mi padre había construido el lugar para soltar al charito. Luego de verlo y sentirme orgulloso, pues otros chicos no tenían un pichón de “avestruz”; sólo pensé en hacer partícipe al hijo de mi padrino, llamado Carlitos. Así fue que de inmediato fui a buscarlo y entre los dos nos entreteníamos viendo al animalito como corría y saltaba buscando la salida. Ese día era domingo, el clima era templado y había sol. El pueblo gozaba de su día de descanso, y poca era la gente que circulaba por las calles, por lo tanto no se veían chicos fuera de sus casas. No sé lo que ocurrió, si fueron los deseos de participar a todos que “yo” tenía un charito, pero el resultado fue que éste se escapó y salió corriendo por las calles de Villa Iris. Tanto Carlitos como yo, entre gritos y llantos, pretendíamos que la poca gente que se encontraba levantada nos ayudara a recuperarlo. Creo que nunca corrimos y gritamos tanto, pero el charito nos llevaba cada vez más ventaja, hasta que encontró una calle que lo llevaba al campo directamente; éste se perdió entre los pajonales que existían alrededor del pueblo. Tanto mi amigo como yo, volvimos tristes y desilusionados por la pérdida, nada ni nadie nos podía consolar. Tal vez esto no se comprenda, pero eran tan pocos los juguetes y juegos que en ese entonces tenían a disposición los chicos de un pueblo, que
tener un charito era algo especial. Creo oportuno, como apoyo a lo dicho, comentar cuáles eran los juegos infantiles de esa época. 180 Hablando de juegos infantiles en ese entonces. Los chicos apreciaban el juego de bolitas en los diferentes modos, ya sea al “hoyo bolita”, “triángulo”, “arrimo pared” y otros modos que inventaban los mismos jugadores con reglas propias. Las bolitas de mejor calidad eran esferas de vidrio, de 1 cm aproximado de diámetro, de diversos colores y algunas, ya sea por su dibujo o por la preferencia del jugador, las llamaban “ojitos”; éstas eran muy cotizadas. También existían otras de mayor tamaño, pero éstas tenían poco uso. Las bolitas de los más pobres eran de barro cocido, de color terracota; comúnmente se les llamaba “barritos” Mi primer juego de bolita fue en un recreo de mi primera escuela, como no era muy ducho, por supuesto lo perdí; pero no quería perder mi bolita, de manera que salí corriendo y detrás de mí el ganador gritando. Como consecuencia intervino la maestra que cuidaba a los niños en el recreo y me castigó, dejándome después de hora; castigo que me dolía mucho, pues como al salir siempre acompañaba a mi tía Eduarda, que era maestra de esa escuela, también recibía el reto de ella y por lo tanto se enteraban mis padres. Tengo que reconocer que tener una tía maestra me obligaba a observar buena conducta, pues no se me perdonaba la menor falta. Al terminar las clases, que eran matinales, siempre se quedaban algunos alumnos después de hora por su mala conducta; este período duraba el tiempo que empleaban las maestras para preparar sus libros y papeles en la Dirección, y la charla obligada de fin de clases del día; de manera que si bien yo no estaba castigado, debía esperar a mi tía en la Dirección. Esta habitación se encontraba al lado del aula de castigo, donde los niños permanecían de pie con la cara hacia la pared. Por las hendijas de la puerta que comunicaba la Dirección con el aula me entretenía haciéndole burlas a los que se quedaban después
de hora; pero a veces me pescaba mi tía y el castigo era ir a hacerles compañía a los demorados, hasta tanto ella disponía retirarse de la escuela. 181 A pesar de que la tía Eduarda era muy rigurosa en la escuela, me quería mucho en casa y me ayudaba a hacer los deberes después de comer, pues ella almorzaba con nosotros, a pesar de que vivía con unas compañeras en una pensión cercana Otro juego muy apreciado era el aro. Este juego consistía en manejar un arco de hierro, de sección rectangular o esférica de 30 a 60 cm de diámetro, con un alambre grueso y resistente de un largo aproximado de 70 cm, que tenía en un extremo un triángulo formado por el mismo alambre para ser sostenido por la mano y en el otro una horqueta que permitía dirigir e impulsar el aro. Manejar el arco (o aro), hacer piruetas, hacer carreras y saltar obstáculos sin perder su conducción, era la costumbre de los chicos que probaban su destreza y performances más apreciados. El arco más cotizado era aquel que se obtenía de la circunferencia de hierro acerado que sujetaba las patas de las sillas vienesas que se acostumbraba ver en los bares de esa época. Frente a casa vivía la Directora de la escuela, la cual tenía un hijo de mi edad, y que por ser hijo de una persona de escala social más alta que mi padre, que era obrero, tenía juguetes comprados que no compartía con ningún chico del lugar. Por esta razón, cuando me invitó un día a su casa para jugar con sus juguetes, fue para mí un momento de alegría y curiosidad. De todos los juegos que tenía uno me llamó la atención, no sólo porque no lo conocía, sino porque ponía en juego la observación y la imaginación. Esto era un rompecabezas de vistosos colores, con un dibujo de castillos y la campiña que los rodeaba, en una amplia cartulina. Creo que mi interés de poder encontrar las formas que coincidieran antes que el dueño del juego, hizo que esa fuera la única y última vez que me invitara. Otro juego muy preferido era lo que llamábamos el camioncito “Internacional”; este juguete lo construía cada uno con un palo de escoba, donde en un extremo se le clavaba otro trozo del
mismo palo, de manera que formara una “T” y en cuyos extremos se le colocaban dos ruedas que consistían en cajas grandes de pomada de zapatos, marca Nuguett o Cobra. 182 En la mitad del palo más largo y conductor del imaginario camión se clavaba una lata de sardinas que representaba la caja del camión. Yo solía tener como amigo de correrías a Carlitos Cocaro, hijo del encargado del galpón de máquinas y además mi padrino; con él rivalizábamos por quien tenía el mejor camión. Para esta época ya tenía siete años y nuestros juegos eran más atrevidos. Solíamos subirnos en algún vagón de cola donde iban los guardas de los trenes de carga y aprovechábamos las maniobras que se hacían para formar los trenes, para pasear un poco, hasta que nos descubría el cambista que enganchaba los vagones y nos corría. Claro está que esto pronto lo sabía mi padre, cuyo carácter era fuerte y me retaba lo suficiente para no hacer esto por varios días. Un domingo que no circulaban trenes, con Carlitos sacamos una zorra que usaban los “catangos” para arreglar las vías, y nos fuimos por la vía principal desde el galpón de máquinas hasta la señal de distancia, que quedaba aproximadamente a un kilómetro del pueblo. Ese día recibimos un reto bastante serio. Quiero destacar que en todos los pueblos que tenían ferrocarril, a la entrada y a la salida existían dos señales para guiar el tráfico de los trenes. A unos quince metros de la estación se colocaban las señales de “corta distancia” y a un kilómetro las de “larga distancia”, las cuales se manejaban desde la estación con un conjunto de palancas que transmitían los movimientos de las señales a través de cables guiados con roldanas de 5 cm de diámetro aproximadamente. Estas roldanas eran muy apreciadas para construir carritos. Sin duda alguna ya existía el fútbol o juego de pelota con el pie. En la mayoría de los casos se jugaba con pelotas de trapo, y a veces algún chico traía una pelota de goma que le había regalado su padre, o bien sustraído del almacén de un turco que solía descuidar la vigilancia de su mercadería. En uno de los
viajes que mi padre hacía a la ciudad de La Plata para visitar a su madre y hermanas que estaban radicadas en esa ciudad, provenientes de San Luis; su cuñado, casado con la tía María, me envió de regalo un fútbol No. 4. 183 Ese regalo cambió mi vida, pues por lo general yo era centro de las burlas de mis compañeros por ser un negrito mal trazado y llorón. Desde ese momento pasé a ser el compañero mimado de la barra; todo por el fútbol, y muchas veces venía mi madre ya de noche a buscarme, pues seguíamos jugando en la calle, apenas iluminada por un farol de electricidad (Villa Iris tenía una usina que proveía de electricidad continua hasta las diez de la noche). De esa época recuerdo también las fuertes tormentas que azotaban las zonas de Villa Iris que pertenecen a una región donde las condiciones atmosféricas, sobre todo en verano, son propicias para ser barridas por fuertes vientos que muchas veces terminan en casi tornados. Estos meteoros son aislados, pero cuando azotan la región, poco dejan a su paso y es necesario tomar precauciones, sobre todo cuando aparecen lo grandes cúmulos negros que se mueven a gran velocidad. Cada vez que se aproximaba una tempestad, mi madre aseguraba todas las puertas y ventanas, tapaba los espejos y guardaba todos los utensilios de metal, pues según una creencia, atraía a los rayos y centellas. Además se hincaba y rezaba el rosario pidiendo a Dios que nos protegiera de la tormenta. Estando en una ocasión mirando por la ventana (Que no tenía postigo), divisaba una fila aislada de vagones del ferrocarril que estaban frente a mi casa; los vi pendular transversalmente hasta que se volcaron. Esto da una idea de la furia del huracán. En otra oportunidad se formó rápidamente una tormenta que presagiaba el origen de fuertes vientos, yo me encontraba en el correo, tan pronto el estafetero vio la tormenta, empezó a colocar los postigos de sacar y poner sobre las ventanas, asegurándolos con tornillos como se usaban en ese entonces.
Simultáneamente me tomó de un brazo y me dijo: - De aquí no te movés -, hasta que pasó la tormenta, a pesar de mi llanto y deseos de volver a casa. 184 Muchos años después, al ir a visitar a mis hijos, que viven en la provincia de Neuquén, yendo en automóvil de Río Colorado a Choele-Choel, donde se extiende una zona árida y plana, cubierta con pastos duros y pequeños espinillos, se formaban tormentas de negros nubarrones que nos acompañaban en el viaje. Mi señora Celina, que hacía siempre de copiloto, era la encargada de calcular la velocidad de desplazamiento y la dirección del meteoro. Este fenómeno era una preocupación en el viaje y al mismo tiempo un motivo de conversación, tanto Celina como yo esperábamos llegar lo antes posible a un refugio seguro, pero desgraciadamente esto sólo podíamos lograrlo cuando llegáramos a Choele-Choel. En una oportunidad logramos refugiarnos en el ACA de Choele-Choel, donde nos alcanzó el vendaval. Para Celina era casi imposible despegar la vista del espectáculo que es una tormenta a lo lejos. Los continuos relámpagos, rayos y truenos nos señalan la pequeñez del ser humano frente a los fenómenos de la naturaleza y nos hace pensar en Dios. Los escandinavos pensaban que las tormentas representaban la ira del Dios Thor. Los estragos que ocasionan estas tormentas de verano, muestran señales que cuesta creer por los signos de violencia que dejan a su paso. En una ocasión viajando en tren desde la Plata a Bahía Blanca, para dictar clases en la Universidad, pude ver los desastres que una tormenta había dejado. Un edificio aislado, que se destacaba en Grünbein, pueblo que queda antes de llegar a Bahía Blanca, que servía de escuela, había quedado sin techo, el cual era de tejas, y varios “palos” del telégrafo ferroviario, que son fabricados de rieles de vías, estaban torcidos en forma de tirabuzones. Volviendo a la época de mi infancia. Al finalizar las clases en la escuela se solía hacer una pequeña fiesta de fin de curso, donde participaban no sólo los alumnos, sino también los familiares. Así en un terreno amplio en los bordes del pueblo, se organizaban distintos juegos para los chicos como carreras de
embolsados y de zancos, y otros para las niñas que no recuerdo bien. También participaban los grandes con un partido de fútbol, juegos de bochas, tabas, etc. 185 Esta reunión servía no sólo para divertir a los pobladores, sino que en cierta forma representaba una feria rural, pues se veían competir animales de raza fina de las distintas chacras de los alrededores. Un hecho que todos esperaban eran las carreras de caballos y de sortijas con premios. Recuerdo en una de esas fiestas la presencia de un aeroplano que vino de Bahía Blanca, siendo éste mi primer contacto con la aeronáutica. He tratado aquí de dar una idea de los juegos de los niños en aquella época y en un pueblo apartado de las grandes ciudades. Cuando vine a La Plata, los chicos jugaban de otra manera y con otros medios que disponían por ser ciudadanos de una gran ciudad, en plena evolución.
186 PLAZA HUINCUL
A
l terminar la escuela secundaria, era mi propósito seguir estudiando ingeniería, como también mi intención de conseguir un trabajo como técnico; título obtenido en la Escuela Industrial. Así fue como traté de hacerlo en General Motors, como lo contara en otro relato; pero además con otros compañeros dimos exámenes para ingresar en la Unión Telefónica y en Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF). En esta última empresa logramos nuestro propósito, junto con dos compañeros más. Recuerdo que dimos exámenes en el edificio central de YPF, del Diagonal Norte de la Capital Federal, donde nos habían citado, llevándonos a la Sala de Proyectos, lugar del examen. Un ingeniero que nos iba a tomar examen, nos ubicó en sendas mesas de dibujo. Al sentarme en una de ellas, posiblemente por el susto que teníamos, o por no conocer las sillas altas con resortes que se usaban en ese entonces, me ocurrió un percance. Al recostarme en una silla, que como es lógico, el resorte cedió, y creyendo que me caía creo haber gritado y pegado un salto. Esto provocó carcajada de todos los proyectistas y dibujantes de la sala, que estaban observando a los futuros empleados. A pesar de este comienzo desafortunado, salí muy bien en el examen, junto con mis compañeros D‟Torre y Cechini. En ese momento nos ofrecieron trabajo en los Yacimientos Petrolíferos de Salta, Mendoza, Comodoro Rivadavia ó Plaza Huincul. Al salir bien del examen, todos los empleados de la oficina de Proyectos nos recomendaban lugares, pero a nadie se le ocurrió mencionar Plaza Huincul; de manera que cuando nosotros nos decidimos por ese lugar, se quedaron sorprendidos, pues era un yacimiento no productivo, y por lo tanto pronto lo abandonaría YPF. Por otro lado no era el mejor lugar para iniciar una carrera exitosa en la Repartición. Lo que ellos no sabían que nuestro
propósito era seguir estudiando en La Plata (Con la ayuda de otros compañeros), y éste era el único Yacimiento que tenía un transporte directo y rápido como era el ferrocarril de esa época. 187 De esta manera, un día al caer la tarde, desembarcábamos de un tren en el pueblo de Plaza Huincul; después de haber recorrido aproximadamente 2000 Km. Este pueblo se formó a la par del yacimiento, con una sola calle (Que era la ruta), frente a la estación del ferrocarril, donde se agrupaban los pocos negocios que había y algunas casas donde vivían algunos empleados de YPF, junto con un hospital, comisaría, almacén de ramos generales y un hotel. A este hotel fuimos a parar, pues a pesar de que en Buenos Aires nos habían afirmado que el Yacimiento nos proveería de casa, no ocurrió así por un mes. El Yacimiento se había iniciado (en Octubre de 1918) con la perforación de un pozo en un cerro cercano, alrededor del cual se construyó el barrio primitivo llamado Pozo No. 1, que contaba con una Proveeduría, un Club, una escuelita, un cine, una cancha de pelota a paleta y varias colonias para personal casado y soltero. Luego de mucho pelear conseguimos irnos del hotel a una pieza de madera y cinc, perteneciente a un block de casas de solteros que había, digamos en la seudo-falda del cerro, junto a otras dos barracas más del mismo material. En el bajo que se extendía hacia el pueblo, se encontraban las instalaciones de una Destilería, y casi al llegar al pueblo se encontraban los talleres de mantenimiento del Yacimiento, donde fuimos a trabajar. Quiero aclarar que esto hoy prácticamente no ha variado, sólo se observan las callejuelas del cerro pavimentadas, y la calle única y principal de Plaza Huincul, que forma la ruta 22 del camino nacional. Sólo la Destilería ha adquirido más importancia, por el gran número de pozos descubiertos y por haber mejorado los procesos, hasta convertirse en una refinería.
Hoy puede observarse, al continuar sobre la ruta 22, una ciudad pegada casi a la “calle pueblo”, llamada Plaza Huincul, que se formó progresivamente para ubicar a los empleados y obreros de YPF, que deseaban construir su casa propia, en los años 40. 188 Esta ciudad, que por importancia ocupa hoy el segundo lugar con la provincia de Neuquen, se llama Cutralcó . En los años 40, las tierras eran nacionales y pertenecían a lo que se conocía como Territorios. Aquellos terrenos donde YPF desarrollaba su actividad, eran gobernados “prácticamente” por los gerentes de los Yacimientos, a pesar que este territorio tenía un gobierno nacional. En estos lugares no se podían construir edificios particulares, por este motivo nace Cutralcó, que se levantó sobre los territorios donde no ejercía influencia YPF. Muchas anécdotas se pueden contar, que ocurrieron en el tiempo que allí trabajamos (Casi un año). Sin embargo, sólo deseo contar algo ocurrido en el cine, como un relato más de este libro. Dentro de los pocos esparcimientos que existían en Plaza Huincul, se encontraba una sala de cine, que se habilitaba los sábados a la noche en el cerro, el cual tenía una sola máquina de proyección, por lo que tenía que parar la película por cada rollo que se cambiaba. Esto la hacía única, si uno recordaba las salas de La Plata. Todos los sábados, cerca de las doce horas se oía el murmullo de los espectadores, que al terminar el cine bajaban el cerro para ir a sus casas; de manera que este fenómeno nos anunciaba a nosotros, que vivíamos en una casilla casi al pie del cerro, el fin de las películas. No íbamos seguido al cine, pues las películas eran viejas y ya las habíamos visto. Sin embargo una noche que daban “Canal de Suez”, nos pareció interesante y concurrimos; sobre todo porque el que manejaba el proyector era un empleado francés que trabajaba con nosotros y nos recomendaba las películas buenas. El que haya visto esta película recordará la tragedia que sufrió el obrador del Ingeniero Lesseps, quien construyó el canal, provocado por uno de los terribles huracanes llamado Monzón.
En la zona de Plaza Huincul los vientos huracanados son comunes, aún ahora, y de tal velocidad, que con seguridad se aproxima a un Monzón. 189 Pues bien, al salir esa noche del cine, azotaba al cerro un verdadero huracán, que la realidad sobrepasaba a la ficción de lo que habíamos visto en el cine. La arena nos golpeaba la cara provocándonos dolor y no nos permitía respirar normalmente, al mismo tiempo nos desequilibraba, que si no fuera por las casas, a las cuales íbamos pegados para aprovechar la zona de capa límite, nos hubiese arrastrado, rodando hasta nuestra pieza. Nunca nos habíamos encontrado en una situación tan peligrosa y difícil de sortear. Recuerdo que al abandonar el refugio de una construcción, debíamos esperar una calma del viento para correr hasta la próxima construcción para conseguir protección. De esa manera llegamos a nuestra casa, donde al abrir la puerta, encontramos que todo era arena; así comprendimos más lo que ocurrió en la película. Como dije anteriormente, era fácil saber cuando terminaba una sesión de película, por el murmullo que parecía caminar entre las casas de la colonia, cuando se aproximaban los que habían asistido a ver una película. Este hecho nos sugirió una idea para divertirnos un sábado. Los solteros vivíamos en tres grupos de construcciones de chapa de cinc, forrados con madera en su interior. Dos de ellas estaban en una línea y la tercera formaba una L, nosotros vivíamos en el centro de las que estaban en línea, y la pieza daba directamente al cerro, en cambio, las otras construcciones tenían protegidas sus salidas con una galería. Volviendo al sábado, se nos ocurrió divertirnos a costa de los que asistieran al cine esa noche. Para esto nos proveímos de muchas piedras, que por otro lado era fácil encontrar, ya que estábamos al lado de un cerro. Dichas piedras las amontonamos dentro de la pieza, al lado de la puerta.
A la hora del cine vimos como varios empleados de la construcción que estaba a nuestra izquierda, junto con los de la construcción que hacía una L, se preparaban para ir al cinematógrafo; no había ninguna duda de que así lo harían y que así también regresarían juntos. 190 No hay que olvidar lo dicho anteriormente y además para todo aquel que ha vivido en las sierras, sabe que las voces se amplifican y se oyen desde lejos. Permanecimos en nuestra pieza hasta la hora de salida del cine; luego apagamos las luces y esperamos hasta que llegaran a sus casas el grupo que fue al cine. Una vez que escuchamos los saludos que se intercambiaba el grupo de la izquierda con el de la L y que se golpearon las puertas, lo que nos aseguró que todos habían entrado; abrimos nuestra puerta y arrojamos las piedras a la izquierda y a la derecha. Cada vez que una de ellas golpeaba en la chapa, era como una explosión. Luego volvimos a la pieza y cerramos cuidadosamente la puerta. ¿Qué ocurrió? El grupo de la izquierda salió simultáneamente con el grupo de la derecha y ambos expresaron: - ¡Basta muchachos! Que tenemos que dormir-. Ni bien volvieron a cerrar sus puertas, volvimos a actuar nosotros, sin hacer ruido. De nuevo volvieron a salir los dos grupos, pero ya enojados decían: - ¡Basta con la broma, eh!-. Sin embargo, al volverse hacer el silencio, volvimos a actuar nosotros y con toda rapidez nos escondimos en nuestra pieza. Luego ocurrió lo que buscábamos. Los insultos salieron a relucir y casi hubo una pelea, pero alguien que pensó más, se imaginó que la broma partía de otro lado; es decir, del grupo de la habitación del centro. Así fue como el conjunto de las dos barracas empezaron con los insultos y amenazas, invitando a los graciosos que salieran. Esto duró varios minutos y nosotros muy callados, no nos dimos por enterados; aún cuando nos costaba retener la risa. Siempre sospecharon de nosotros, pero nada pudieron hacer porque no estaban seguros..
De esta manera nos entreteníamos en Plaza Huincul.
191 Y6B
A
l aproximarse el año 2000, todos habíamos tomado a este año como un hito, que alcanzado el mismo nuestra vida iba a cambiar. Esto es común en el hombre, que siempre fija un lugar en el tiempo o en el espacio, como meta inicial para cambiar su vida y por eso a través de ese límite sueña muchas cosas, que si no las cumple o no ocurren no importa; él consiguió vivir con una esperanza que tenía un lugar determinado, el fin era llegar a éste. A veces lo que se pronosticaba no eran buenos sucesos; no obstante lo mismo se esperaban y uno se preparaba para ello. Por eso no sorprendió que al aproximarse el año 2000, y como se quiera, el inicio de un nuevo siglo, muchos señalaron hechos que iban a ocurrir y entre ellos figuró uno que tuvo un alcance mundial, el cual iba a ocurrir en las redes de computación. Las razones eran muchas, y no quiero aquí destacar, sino recordarles, que todos los que de alguna manera manejaban esos equipos que controlaban nuestras vidas empezamos a preocuparnos, y no sólo eso, sino a prepararnos para poder pasar el año 2000 sin mayores inconvenientes. Mucho dinero se dispuso para el estudio con indicaciones de hechos y recomendaciones, para que “el nuevo siglo” no perturbara la dirección y manejo de tantas industrias, centros económicos y tendencias ya estudiadas, que pondrían en peligro la buena marcha de las relaciones internacionales. Así nacieron las siglas tan conocidas como Y2K, que encerraban este problema. Mucho se habló sobre cómo estar preparado para el Y2K y los posibles caminos que debían seguirse para poder anular y amortiguar los efectos del fenómeno Y2K. Sin embargo, no es mi propósito aquí hablarles de este fenómeno, sino de otro muchísimo más serio y
peligroso, que podemos llamarlo Y6B; que si bien tiene su origen desde que el hombre es hombre, este último muchos lo han considerado como un verdadero peligro y piensan que el tiempo y los fenómenos naturales se encargarán de él. 192 Por eso muchas personas se han preocupado en destacarlo, desde Malthus, Coontz, hasta otros como Asimov, Sagan, el Club de Roma, etc.; el peligro que para la humanidad significa el aumento discriminado de la Población Mundial. Todos los procesos acumulativos muy pronto sufren aceleraciones; la población es uno de ellos, y no sólo por su estado intrínseco, propio del mismo, sino que al desarrollarse ha creado condiciones especiales, que aparecieron a medida que el hombre pasó por las eras de la agricultura, de la industrialización, y hoy de la comunicación; fue provocando alteraciones del fenómeno acelerativo. Ya en un artículo de Isaac Asimov en el año 1969, en que se calculaba la población mundial en 3000 millones de habitantes; predecía para el año 2000, que ya existiría hambruna en algunas regiones como la India e Indonesia. Mi propósito al tratar este tema es de advertir al hombre, que “ya” es necesario tratar este tema y formular planes para futuras soluciones. No es mi intención entrar en discusiones de como se planteará este tema con el correr de los años, esto ya lo han hecho muchos, con más antecedentes que lo que yo poseo; sin embargo, a pesar de las reuniones internacionales, como la última que tuvo lugar en la ciudad El Cairo, en Septiembre de 1994; sólo se trató este tema por arriba y toda la discusión se distrajo en el tema del aborto. En Octubre del año 1999, nació el niño que llevó a la población mundial al fantástico número de 6000 millones, y este número se compensa con el que dio Asimov en 1969. La población se duplicó en 30 años (1999 – 1969); por esta razón el problema del que les he prometido hablar aquí lo he llamado Y6B (Pues los norteamericanos llaman un billón a
1000 millones, y además Y representa «years», que significa años en inglés) de manera que la población en el año 2000 se le puede considerar con 6 billones de años.
193 Lo grave no es que la población en 30 años se haya duplicado, sino que ese período de duplicación, a medida que transcurre el tiempo, es cada vez menor. Podemos garantizar esto, recordando que el aumento poblacional es una función potencial. Todos recuerdan aquel cuento del Rey Persa que recibió una propuesta de uno de sus súbditos, de cambiarle un tablero de ajedrez muy valioso, si solamente el Rey le pagaba con granos de arroz, colocando un grano de arroz en el primer cuadrado del tablero, dos en el segundo, cuatro en el tercero, y así duplicando la cantidad hasta llegar al cuadro 64, que es el último. Con gran sorpresa del rey, que en principio había aceptado, enseguida comprobó que rápidamente se iba quedando sin su stock de arroz. Así ocurre en todos los fenómenos que siguen una ley exponencial; primero adquieren valores pequeños para llegar luego a cifras inconmensurables. No trataré aquí dar una clase de funciones potenciales, pero debo dar alguna idea para que se comprenda el fenómeno que tratamos de exponer. Todos entendemos que el hombre nace y muere, por lo tanto existirá una tasa de crecimiento y de muerte; según sean estas tasas la población crecerá o disminuirá con el tiempo. A pesar de los cataclismos, enfermedades y guerras, esta tasa de crecimiento siempre ha sido positiva, puesto que la ciencia y los descubrimientos siempre han sobrepasado los inconvenientes sobre la duración de la vida y así seguirá ocurriendo. Esta tasa no sólo es positiva, sino que ha ido aumentando y hoy por hoy podemos considerarla en δ = 0,2 %, y con un poco de buena voluntad, también constante.
De ser así, la población actual si es p, la población al cabo de t (años) se puede expresar con P, resultando así: 1) P = p ( 1 + δ )t 194 Si quisiéramos calcular el tiempo necesario para que la población se duplique, tendría: 2) P = 2p Igualando (1) con (2) puedo calcular el tiempo (t) que necesita una población para duplicarse, resultando: t = ___lg 2___ lg (1+δ %) Pero para que el lector no se complique, podemos usar una fórmula aproximada y muy sencilla. Basta dividir por la tasa el número 70, de manera que: t = 70 = 70 = 35 años δ 2 35 años sería el tiempo que debe transcurrir para que la población se duplique, siempre y cuando δ permaneciera constante. Supongamos que δ se mantiene en 2% durante 100 años ¿Qué ocurriría? 100 Años (1 Siglo) Año Población (En Millones) 2000 6000 M 2035 12000 M 2070 24000 M 2105 50000 M
Esto significa que en sólo un siglo más hemos llegado a 50 000 millones de personas en la tierra. Hemos partido de un dato del
12 de Octubre de 1999, dado por el FNUAP (Fondo de las Naciones Unidas para la Población).
195 Frente a esta realidad de 50 000 millones de personas en el próximo siglo, el hombre debería poner fin a las guerras, establecer la paz mundial e inducir a la ciencia a utilizar abonos con inteligencia, usar con eficacia los océanos como fuente de alimento, agua dulce y minerales; desarrollar la energía de fusión, aprovechar la energía solar...; esto sería utopía, como lo es los que piensan emigrar de la tierra a otros planetas del universo en los próximos 100 años. Debemos disminuir ya la tasa de crecimiento, y no esperar 100 años; como dice el premio Nobel, Dr. Henry Kendall del MIT: “... Si no estabilizamos a la población con justicia, con humanidad y con compasión, entonces la NATURALEZA lo hará por nosotros y lo hará brutalmente y sin piedad alguna ...”. Este fenómeno del aumento exponencial de la población mundial es muy viejo, se puede decir que nace cuando las aurigas de los hicsos conquistaron Egipto, cruzando el desierto de Sinaí en los años 1500 A.C, sin embargo hay muchos que no lo admiten. En el día 15 de Septiembre de 1999, hablé en una charla del Rotary de Tolosa, al que pertenezco, sobre el peligro del Y6B; todos me aplaudieron, pero al terminar la conferencia, sus comentarios parecían de personas que pertenecían a otra galaxia.
196 TURISMO VIRTUAL
E
stamos acostumbrados a realizar turismo en la playa, en la montaña o en el campo, es decir, variando el espacio entre el lugar habitual de residencia a otro transitorio, que suponemos más atractivo, ya que en esos lugares damos rienda suelta a nuestro libre albedrío, rompiendo así la rutina diaria, y de alguna manera ponernos, o así lo creemos, un fin a nuestra vida anterior. De esta manera nos convencemos que de ahí en adelante podemos prepararnos, al sentirnos con nuevas disposiciones, a caminar por nuevos rumbos y lograr lo que antes no habíamos logrado, pero que sí habíamos soñado. La experiencia nos dice que pocos son los que consiguen desde ese nuevo punto de partida modificar su vida, y así volvemos con una nueva esperanza perdida. ¿Pero qué ocurriría si en lugar de viajar por el espacio, lo hiciéramos en el tiempo? Ya las cosas no serían tan sencillas como ir a una agencia de viajes y solicitar un tour. Debemos primero tener una idea más o menos clara de cómo nos subimos a un ente que continuamente está pasando a nuestro lado a velocidad desconocida y de dirección discutida, a pesar de las tan conocidas “flechas del tiempo”, del astrónomo inglés Arthur Eddington, y sobre todo si tenemos en cuenta lo que ya en el siglo V nos decía San Agustín: “...¿Qué es el tiempo? Si nadie me lo pregunta lo sé, pero si trato de explicárselo a quien me pregunta, no lo sé...”
Hacer turismo viajando en el tiempo requiere del viajero inteligencia e imaginación, si no cuenta con ese capital, no podrá ni siquiera intentarlo. En principio diremos que sólo tiene dos destinos para elegir: el pasado o el futuro. Por supuesto que no soy el primero en pensar en esta idea. 197 Desde que el hombre existe soñó con volver al pasado o ingresar al futuro desconocido que le proporciona su imaginación, y lo sustenta las proyecciones de la física moderna. ¿Quién no ha soñado con volver al pasado para ser más joven, enmendar hechos o transformarlos para tener un presente mejor? O bien incursionar en la fantasía de visitar mundos mejores en el espacio misterioso, entre nebulosas galaxias y agujeros negros. Desde que el escritor norteamericano Hugo G. Wells creó en su imaginación “La Máquina del Tiempo” y los innumerables libros sobre la llamada “Ciencia Ficción”, existe tal juego de mundos sociales donde se desarrollan hechos que necesitan una mente abierta a todo concepto que la ciencia y la tecnología van creando a medida que la flecha del tiempo sigue su camino. No es fácil ser un turista virtual, sin embargo es bueno intentarlo. Imagine estar sentado en un cómodo sillón en un living, descansando y predispuesto para iniciar un viaje en el tiempo, por ejemplo: ver un hecho que ocurrió en una ciudad dos meses atrás y que la noticia del mismo ha llegado a sus manos a través de un chasqui montado a caballo. Para usted, en el momento que abre la carta, en la cual se relata lo ocurrido meses atrás, es como si retrocediera en el pasado para situarse en el lugar del hecho. Aquí usted se ayuda para realizar este viaje al pasado, apoyándose en la noticia recibida y en la velocidad del transporte de la misma. De esta manera puede ver el pasado cómodamente sentado en su living, sin utilizar ninguna máquina del tiempo. Claro, que aquí usted introduce un
concepto nuevo en el viaje a través del tiempo, comunicación y velocidad de transmisión. Es posible que alguien le diga que no es así y le ponga como ejemplo los “E-mail” que utilizan como chasqui a una onda electrónica que viaja a la velocidad de la luz. 198 Pero esto se suplanta pensando en lugares remotos, tales que la velocidad de emisión no sea determinante. Por ejemplo: si en un momento dado se apagara la luz que emite el sol, los terrestres seguirían percibiendo su luz durante 8 minutos, esto es así por la distancia que tiene el sol con respecto a la tierra, aproximadamente 144 millones de kilómetros. Razonando de esta manera, nosotros podemos ver el pasado de acontecimiento que en el universo hayan ocurrido cientos ó millones de años luz (Un año luz equivale al espacio recorrido por la luz en un año, 10 billones de kilómetros). Es así como muchas de las estrellas que vemos en el cielo ya no existen, han colapsado. Utilizando esta manera de razonar y con mucha imaginación, podemos viajar en el pasado. El físico, premio Nobel Paul Davies, escribió un interesante artículo: “Plan de Evasión”, donde desarrolla este tema con mayor peso que mi opinión en los viajes en el tiempo, sin recurrir a la teoría especial de la relatividad, que por otro lado no es mi propósito aquí hablar de la naturaleza del tiempo, si éste es elástico o no, la idea es hacer un ejercicio de imaginación. Si quisiéramos ahora viajar en el futuro sin dejar el cómodo sillón del living, deberíamos poner un límite al alcance de nuestro viaje. Por ejemplo: si este límite fuese hasta el fin de la existencia del hombre en La Tierra, tendríamos que jugar con el porvenir de La Tierra, imaginarnos la destrucción gradual del planeta, provocado por la pobreza, la desocupación, la drogadicción, el aumento exponencial de la población, etc., es decir, los jinetes del Apocalipsis y nos bastaría con leer la literatura futuróloga.
Pero si usted es optimista puede suponer que nada de lo anterior ocurrirá, y la evolución progresiva de las ciencias y tecnología, le permitirá al hombre a medida que uno se introduce en el tiempo del futuro, ver que han conseguido, no sólo mejorar las condiciones de vida en el planeta, sino que el sistema solar ha sido conquistado y habitado. 199 Si pensáramos ir más lejos en el tiempo, todavía podemos incursionar en la vasta literatura de ciencia ficción y visitar algunas galaxias cercanas, siempre con la disposición de una imaginación abierta y presta a aceptar situaciones no previstas, ni por aquellos soñadores más persistentes. Por otro lado no hay duda de que el futuro para el hombre depende de su historia pasada, pues si bien hoy estamos en el presente, esto significa el futuro anterior y ¿Qué habría ocurrido en este momento, si ayer ,por ejemplo, hubiese iniciado una guerra atómica? De la misma manera ahora podemos influir en el futuro con las acciones a largo plazo que podemos tomar. Entonces con una buena imaginación estaríamos viajando en el futuro, a pesar de que éste no está escrito. Así el señor que está soñando en su sillón, se despierta, y con sus 89 años, quiere ir al baño y en ese acto se da cuenta que su artritis le impide dar un paso, su sueño del turismo virtual se ha desvanecido...
200 LA LUZ MALA
E
n las primeras épocas del hombre, en que lucha contra el medio que vivía para poder sobrevivir, se dio cuenta que debía de alguna manera encontrar respuestas a tantos interrogatorios que le planteaba el exterior de su yo, para adaptarse a esos fenómenos y poder seguir adelante. La naturaleza le había provisto de los medios que le permitían establecer una comunicación con el exterior y el uso continuo e intenso de los mismos le permitió dibujar un entorno que le mostrara los peligros y las acciones para eludirlos. De esta manera, lo que fue para ellos un misterio y fenómenos que no comprendían, ni podían modificar, los aceptaron y al mismo tiempo fueron creando una filosofía (A lo largo de muchos siglos) para interpretarlos y adecuarlos a la vida que llevaron y como tal actuaron. La curiosidad de los hechos repetitivos y el interés de explicarlos dio origen, primero a las imágenes de todo tipo, que sólo la ignorancia y el miedo a lo desconocido pudo llevarlos. Pero el tiempo transcurrió y con ello se desarrolló la curiosidad minuciosa que en conjunto con el estudio persistente de los fenómenos que a diario ocurrían a su alrededor, les permitió ir atando cabos y desarrollar primitivas teorías que confirmaban su anhelo de explicar todo. Cuando estas teorías eran convalidadas por la experiencia se aceptaban como leyes, y lo demás que no comprendían seguía perteneciendo al basto conjunto de su ignorancia. Este campo era muy extenso y por lo tanto permitía justificar los
fenómenos, creando mitos y leyendas que a lo largo de los siglos, transmitidas de boca en boca sufrían deformaciones diversas. Así aparecían los demonios, las brujas, los aparecidos, diferentes religiones y los dones especiales que algunos se atribuían, logrando crear a su alrededor un conjunto de seguidores de sus doctrinas. 201 Si bien es cierto que hoy el hombre ha llegado a explicarse muchos de los misterios que le muestra el universo en que vive, al haber logrado con el tiempo y la tenacidad que le ha permitido crear las ciencias, y con ellas llegar a conclusiones que puede verificar con el auxilio de nuevas tecnologías, que él mismo ha creado, todo, todavía le queda un largo camino para que pueda ser explicado, no sólo por qué él está aquí, sino por los fenómenos que lo rodean. También debemos reconocer que fuera del campo de ciencias existen creencias, algunas muy antiguas que explican como es el camino que falta recorrer. Algunas de esas teorías basadas en mitologías y hechos antiguos de los cuales muchas sociedades no han podido desprenderse, no debemos descartarlas, pues es otra manera que el hombre ha enfocado a los sucesos ignorados. Es muy posible que algo de verdad tengan, ya que para muchos estudiosos y científicos tienen importancia y no dejan de tenerlos en cuenta; y sólo los dejarán a un lado cuando la ciencia los descubra y comprenda. Así podemos entender aquellos hechos misteriosos que se han desentrañado en muchos casos (Sin comprenderlo), pero la verdad presente nos señala; me refiero por ejemplo: al Rastreador de Sarmiento o algunos hechos relatados por el científico Carl Sagan, donde nos dice: ...“El que busca una huella (rastreador), emplea una minuciosidad de observación y una precisión, acompañada con el razonamiento inductivo y deductivo”... Para finalizar esta seudo-disquisición de lo desconocido, y que sólo tiene explicación en la ignorancia que vivimos, relataré algo que mi padre solía contarme, de lo fácil que es crear misterios como consecuencia de hechos verdaderos.
Cuando mi padre era joven vivía en los campos de San Luis, se ganaba la vida como abastecedor de carne para el mercado de la ciudad. En una oportunidad estando en casa de mi abuela, ésta se descompuso, pues estaba de parto y era necesario buscar una “comadrona”, que vivía a tres leguas entre las sierras, para que la asistiera.
202 Era de noche y tarde, pero mi padre no dudó en ensillar su caballo y partió al galope a través de la serranía, en esa noche sin luna y sólo bajo la luz de las estrellas. Cuando iba en camino empezó a recordar los cuentos de fogón, comunes en esa época, de aparecidos como la viuda negra, la luz mala etc. Cuál no sería su sorpresa que al poco de andar y habiéndose introducido en un cañadón, sitio que los gauchos señalaban como lugar embrujado, vio sobre una ladera cercana una gran luz intermitente que se asemejaba a una esfera de un diámetro aproximado a un metro. De inmediato pensó: “esa debe ser la luz mala” de que tanto hablan los paisanos. Debemos pensar que en ese tiempo, a fines del siglo XIX, no existía la iluminación eléctrica ni la de gas en esas regiones, por lo tanto el fenómeno parecía pertenecer a algo sobrenatural. Ya muy próximo al lugar desde provenía la luz intermitente, pudo comprobar que el “fenómeno” no era otra cosa que un enorme “cardo ruso” seco, iluminado por un “bicho de luz”, es decir, una luciérnaga. La estructura esferoidal del cardo y su color amarillo representaba múltiples reflejos que a lo lejos se observaba como un poderoso reflector de luz, que se prendía y apagaba. Este fenómeno tuvo una explicación lógica, que de no haber sido por la curiosidad de mi padre, hubieses sido una confirmación de que en ese lugar apareció una luz mala. En el ejemplo anterior hemos podido encontrar una explicación natural a un fenómeno, que a primera vista pertenecía a lo desconocido, pero en otros casos (Ver Casos Místicos) no existe explicación alguna; nos quedamos sorprendidos y sólo
atinamos a justificarlo como uno de los tantos fenómenos sobrenaturales que todavía ignoramos.
203 LA CAZA, UN DEPORTE
P
ara hablar de mi participación activa en el deporte de la caza, debo pensar en Hucal, pues la estadía en Villa iris (Pueblo donde nací) sólo me permitió ser acompañante de mi padre en sus cacerías dada mi edad. Sin embargo, es bueno recordar los momentos que pasé con él durante los encuentros de cacería que transcurrimos juntos. Mis recuerdos me ven en la parte trasera de un camión “Internacional” donde mi padre, con varios cazadores más, nos desplazábamos por los campos cercanos al pueblo, cuando de pronto en lo alto del cielo se ve volar un águila. De inmediato todos querían tirar, pero mi padre que poseía un rifle Remington de mayor alcance, apuntó y de un solo tiro dio por tierra al águila pampeana. Es interesante recordar la puntería de mi padre. El nunca erraba el “primer tiro”, era una condición „sine qua non‟ de la cual se enorgullecía. Continuando penetrando en el pasado de los recuerdos, también salíamos a cazar en un sulky, en el que generalmente iba solo con él, y cuando éste veía un campo con rastrojo, lugar de las martinetas, detenía el vehículo, que dejaba a mi cargo y bajaba a cazarlas. Luego que lograba sus presas me llamaba, para que yo manejando el sulky, me aproximara al lugar que él había alcanzado al ir en pos de las aves. Así ocurrió que la primera vez que tuve que manejar el sulky y dar una vuelta, no sabía como hacerlo, pero siguiendo las indicaciones que a los gritos me indicaba mi padre, logré lo propuesto sintiéndome orgulloso, por haber manejado el sulky sin ninguna ayuda; así fue como se lo conté luego a mi madre al regresar a las casas.
Algunos domingos la cacería era “familiar” y organizada, pues ocupaba todo el día, y en ella participaba no sólo mi madre, sino también la tía maestra Eduarda de la cual he hablado en otros relatos. En estos casos era necesario llevar las vituallas necesarias para pasar un día de campo. Generalmente íbamos a una laguna que estaba en el límite con La Pampa, pues allí además de las especies terrestres que existían para la caza, frecuentaban patos y otras aves acuáticas. 204 En estas circunstancias no olvidábamos llevar la trampera para cazar “cardenales amarillos”, un pájaro muy cantor y bonito con un copete que lo distinguía desde lejos. Cuando llegábamos a la orilla de la laguna buscábamos un grupo de árboles para asegurarnos la sombra, donde mi madre y tía ubicaban todo lo que habían llevado para pasar un buen día en el campo: el asado, el mate..., y se dedicaban a la tarea de acondicionar el lugar para mayor comodidad. Mientras tanto mi padre y yo nos ocupábamos del sulky y del caballo, que una vez que tenía colocada su “manera” pastaba en un lugar cercano. Claro está que mi padre no olvidaba colocar en otro montecito, lo suficientemente alejado de nuestro campamento, la trampera para la captura de los cardenales. En una de esas oportunidades en que visitamos la laguna, mi padre cazó un joven ñandú, que comúnmente llamábamos avestruz, del cual él aprovechaba la plumas largas para uso casero y para comer sólo elegía los aletones y la parte del cuello que llamaba “picana”, si mal no recuerdo. Para hablar, ya no como acompañante, sino como participante en el deporte de caza, debemos trasladarnos al pueblo ferroviario de Hucal. Pero antes quisiera hacer una reseña sobre la caza desde los tiempos remotos. Creo que la caza se inicia cuando el hombre se incorpora y camina, liberando sus brazos. De esto han transcurrido miles de años, es entonces cuando recoge una rama para defenderse y al atacar comprueba que puede conseguir más fácilmente su comida, con sólo utilizar el mismo palo como arma; más adelante aprenderá a construir un armas más poderosas como lo
fueron: el hacha de silex, la lanza, el garrote, el arco, las flechas, etc. Dos millones de años antes de Cristo, el “homo habilis” había comenzado a cazar pequeños animales y de esta manera dejó de ser recolector de plantas y carroñero de animales muertos que habían sido presa de los grandes carnívoros, para utilizar luego, a 15 000 años A.C, al perro como auxiliar de caza. 205 Desde el comienzo se establecen los roles entre el hombre y la mujer, ella era la recolectora de fruta y pequeños animales, en cambio, el rol del hombre fue la caza mayor. Puede decirse de una manera general que en cada niño late el espíritu de un cazador. No importa el clima, el hombre caza cuando llueve, cuando nieva, no importa, basta caminar tras su presa; la persecución y el deseo, junto con las dificultades que debe vencer; lo importante es disfrutar de la naturaleza, sentirse libre en el lugar que sea: el bosque, el desierto, la montaña sombría, los pantanos silenciosos, etc, y así alejarse por un tiempo de las áreas de hormigón, donde la sociedad moderna lo obliga a vivir. En mis inicios empecé a cazar con honda, la cual fabricábamos con una horqueta de alambre y tiras de goma que cortábamos de las cubiertas viejas de los automóviles. También usaba la “honda gallega” que consistía en un trozo de cuero con dos agujeros, donde se ataban dos hilos de aproximadamente un metro, lo suficientemente gruesos para que no se cortaran. En el cuero (Rectángulo de 6x15 cm) se colocaba el proyectil, que era una piedra. La caza con honda, ya sea de horqueta o gallega, se usaba para cazar palomas o perdices, pero para ello había que tener buena puntería, cosa que no ocurría en mi caso. En cuanto al uso de la honda gallega, poco la usé, pues había que ser muy diestro, caso contrario podía tener problemas, como me ocurrió una vez en el patio de mi casa, que para probarla sólo conseguí casi romperle una pierna a una chica que ayudaba a mi madre en sus tareas hogareñas. La honda gallega es muy peligrosa por la velocidad que toma la piedra al ser
impulsada por la fuerza centrífuga, cuando ésta se revolea para lograr la caza. En realidad tuve el bautismo de fuego cuando al cumplir los 12 años, mi padre me regaló un rifle belga calibre 9 que cargaba cartuchos o balines, y que utilicé para cazar palomas monteras, algunas martinetas y perdices, que solía llevar a la casa para disgusto de la chica que debía pelarlas y prepararlas para la comida. 206 Mi padre me enseñó a cazar la perdiz de vuelo corto. Una vez que se topaba con ellas, iniciaban su vuelo y uno debía prestar atención donde aterrizaban y no dejar de mirar ese punto (previamente lo asociaba con algún accidente del terreno) e iniciar un acercamiento muy despacio, tratando de aproximarse a la pieza en forma de espiral, hasta que alcanzara a verla echada y a distancia suficiente para el alcance de mi rifle. Desde el momento que el cazador ve a su pieza, los ojos del mismo con los de la perdiz, eran virtualmente los puntos extremos de una recta que rotaba alrededor de ella, hasta el momento del fogonazo. Los cazadores profesionales generalmente cazan la perdiz con perros, estos originan el levantamiento del vuelo del ave y la caza se llama “tirar al vuelo”, pero eso se hace con escopeta o rifle 12, no calibre 9 como el mío. Muchos años después con un rifle 22 me gustaba cazar patos al vuelo, y en este caso era mi señora quien protestaba por pelarlos. En esa época cazaba con calibre 22, pues era más deportivo que utilizar una escopeta a munición. Antes de terminar con estos recuerdos de caza, debo advertir el cuidado que su manejo exige si no se quiere tener un disgusto que pueda ser tremendo si cuesta una vida. Tuve la fortuna de tener un instructor como mi padre, sus recomendaciones eran muchas sobre el buen uso de un arma, que jamás debía ser usada si no era como deporte. A pesar de esas recomendaciones tuve mi primer inconveniente al poco tiempo de tener el rifle. Un día salimos de caza con mis amigos inseparables, los hermanos Lulo y Chiquito, sobre ellos me he referido en otro
momento con más extensión; pero ahora sólo les contaré un episodio que se relaciona con el uso de las armas, mejor dicho: con el mal uso. Lulo llevaba una escopeta 16 y Chiquito un rifle 12, yo tenía mi rifle 9. En el campo donde nos encontrábamos había muchas perdices y martinetas; íbamos los tres juntos, pero caminando en abanico, en el momento que salió entre el pajonal una martineta; como estas corren antes de volar, pues son pesadas, hay tiempo para apuntar y hacer un buen tiro. 207 Era costumbre que en esta situación el que disparaba primero era el quien tenía el arma de menor calibre, que en este caso era yo. Así ocurrió, pero con tan mala suerte que le erré y perdimos la pieza; Lulo me reprochó mi mala puntería, de inmediato le contesté como había apuntado y tirado, pues exclamé: -¡Yo hice así!-, y cuál no sería la sorpresa de todos cuando mi rifle disparó de nuevo. Seguro que el lector estará pensando que mi arma era de doble caño, pues no, era de uno solo. Por suerte ninguno salió herido, pero el susto fue grande, Lo que había ocurrido era, que instintivamente yo había cargado de nuevo el rifle sin darme cuenta. Esto confirma el dicho tan popular: “que las armas las carga el diablo”. Ese accidente no sólo le dio razón a los consejos de mi padre, sino que desde ese entonces tengo un gran respeto por las armas de fuego. Lo que estamos contando ocurría en los años 30, hoy estamos en el 2008, es decir, hemos ingresado en un nuevo siglo, el XXI; desde esa época la ciencia y tecnología ha tenido un desarrollo extraordinario y por lo tanto era de esperar que las armas también fueran perfeccionadas. Desgraciadamente esto no sólo ocurrió para las armas deportistas, sino para las que se utilizaban en la guerra y dentro del campo de la delincuencia. En este último aspecto, la sociedad se “ha armado” y las armas ya no son exclusivas de los cazadores, ni de las fuerzas de seguridad, ahora las poseen los delincuentes de cualquier edad; y no las usan sólo para amedrentar a las víctimas, sino que llegan hasta a matarlas.
Algunos ciudadanos se han armado para la defensa personal, pero lo que ellos no han pensado que frente a una situación de peligro, deberán matar si quieren seguir viviendo, y en un instante, de víctima, se pueden convertir en asesinos. Lo aconsejable es no tener armas en su casa, existen otros medios que se pueden utilizar sin infringir las leyes, y permanecer con la conciencia tranquila. 208 MIS ESTUDIOS SECUNDARIOS
H
abiendo fallecido mi madre, en Hucal sólo quedó mi padre, que me pidió que no fuera en las vacaciones de ese año, pero en cambio me prometió venir a buscarme para ir a San Luis y visitar a mi abuela en la “Ensenada del Carmen”, los campos de mis abuelos maternos. Al no volver a Hucal, mi futuro quedó sin rumbo, pues siempre había pensado volver allí y seguir estudiando telegrafía para entrar en el ferrocarril, como hacían todos los hijos de los ferroviarios (Todavía recuerdo algo del alfabeto Morse), y de esa manera vivir junto a mis padres. Tal como se presentaban las cosas, mi tío Javier propuso ayudarme y me invitó a vivir con él, de esa manera podía seguir estudiando. Como había terminado los estudios primarios tenía que pensar qué camino debía seguir en el campo secundario. En ese entonces había sólo dos posibilidades: estudiar bachillerato en el Colegio nacional de la Universidad o bien en la Escuela Industrial de la nación. En el último año del primario solía ir a la Escuela No.37 de La Plata, situada en Diagonal 80, esquina 2, y para ello todos los días recorría la calle 50 acompañado de algunos jóvenes que estudiaban en el Nacional o en el Industrial; entre ellos había uno que le gustaba mucho el fútbol y me recomendaba que fuera al Industrial pues allí se jugaba mucho en los recreos. Así fue cómo este consejo futbolero me llevó a decidir mi futuro, claro está que también de alguna manera influyó el recuerdo de la mecánica ferroviaria que desarrolló mi padre y la posibilidad de lograr un título de técnico al terminar los estudios secundarios, y tener así más posibilidades de trabajo que ser un
bachiller, que si bien se preparaba para seguir una carrera universitaria, desde el punto laboral no era un “background” para un empleo bien rentado. Creo oportuno aquí destacar el lugar importante que las escuelas industriales han ocupado en la vida del país preparando jóvenes que sirvieron de apoyo a la industria incipiente que en ese momento se iniciaba en el país. 209 A pesar de haber sido docente en el área técnica, tanto en los estudios secundarios como universitarios por muchos años, no creo tener toda la información necesaria para hacer un análisis crítico del lugar que ocuparon las escuelas industriales en el desarrollo tecnológico de nuestro país. Sí me animo a relatar la experiencia que logré a través de esos años, como protagonista en esa área. Me atrevo a decir que la creación de las escuelas industriales, como así su desarrollo en los primeros años, fue un acierto y una necesidad. El país necesitaba crear técnicos para servir de puente entre la actividad obrera y la función de los ingenieros, en una industria que ya evolucionaba con velocidad tal, que muchos apoyaban para que el país agrícola-ganadero de ese entonces, se transformara de un país generador de materia prima, en un productor de elementos terminados, con tecnología agregada. En los primeros años del 20 al 60, los técnicos egresados salían con los conocimientos que la industria necesitaba, pero luego el paralelismo entre la oferta y la necesidad de la demanda se rompe, iniciándose una brecha cada vez mayor, dejando así de ser un eslabón importante el técnico en la industria. Las causas que motivaron este distanciamiento fueron provocadas por el estancamiento de sus programas, la no renovación de sus talleres y la política educacional, acentuándose por la incorporación del uso de la computación en la programación de las nuevas maquinarias de la industria en la informática. Hoy las escuelas industriales prácticamente no existen y las grandes industrias preparan su personal, o bien lo importan, lo que hace difícil que éstas sobrevivan.
En la época de mi ingreso a la Escuela Industrial, existía un riguroso examen de ingreso, por esta razón, después de mi regreso de San Luis, con un compañero nos pusimos a estudiar para tal fin. El día del examen a las 8 de la mañana nos hicieron ingresar en un aula, y luego de pasar lista se cerró la puerta con llave, dejando dentro a los alumnos y a los profesores que presidieron el examen. 210 Los temas del examen llegaron en sobres sellados y lacrados del Ministerio de Educación de la Nación; se abrieron en presencia de los aspirantes, desde ese momento nadie más ingresó al aula. Este método era similar al que se utilizaba en el Politécnico de París, según me contaba años después un profesor universitario francés, el Dr.Dedebant, un verdadero sabio que tuve la fortuna de conocer en el Instituto de Aeronáutica. Me contó que cuando rindió examen de ingreso al Politécnico llegó 10 minutos tarde, pues él era de las provincias y no conocía París, eso motivó que no llegara antes de que el aula cerrara. Por supuesto no lo dejaron entrar, pero tanto rogó que uno de los profesores se apiadó de él y le permitió rendir, eso sí, lo hizo sentar aislado en el fondo de la clase. - ¿Sabe cómo me permitieron aprobar mi examen? Porque en una de las preguntas contesté creando un teorema propio y de esa manera no sólo mostraba que era acreedor del ingreso, sino que además demostraba qué alumno destacado iba a ser. Hoy ni en las universidades argentinas se usa este método de ingreso, y grandes movimientos de alumnos piden el ingreso irrestricto , el resultado es el gran número de estudiantes que abandonan antes de hacer el primer año de estudio, perjudicándolos, pues pierden un año ó más, desilusionan a sus padres y muchas veces el alumno fracasa en su vida, o bien pierde años en otra carrera universitaria que podrían iniciar y donde sus condiciones se adaptarían más que la primera a la que ingresaron sin mostrar los conocimientos necesarios.
En esa época la Escuela Industrial requería para lograr el título de técnico, haber cursado seis años de estudios, de los cuales los primeros cuatro años se impartían conocimientos generales de ciencias y cultura general, y los dos últimos años la enseñanza era especializada dentro de la carrera elegida, ya sea Mecánica-Electricidad, Maestro Mayor de Obras o Química. Mi preferencia fue para la carrera que otorgaba el título de Técnico Electro-mecánico. 211 Durante los seis años que transcurrieron en mis estudios secundarios, fui recibiendo conocimientos superiores impartidos por profesores excelentes, no sólo en su parte humana sino de su altura técnico-cultural, de manera que al terminar éstos, los alumnos se retiraban llevando los últimos conocimientos de la carrera elegida. En el transcurso de esos años fui adquiriendo conocimientos tales, que me permitieron a los pocos años ser el mejor alumno de la escuela, y así fui premiado al recibirme por el Ministerio de Educación de la Nación, con medalla y un pergamino, a lo que se sumó una beca para estudiar Ingeniería en la Universidad Nacional de La Plata. Estos premios fueron entregados en un acto que tuvo lugar en el Pasaje Dardo Rocha de la ciudad. En ese acto se entregaron también los premios para los mejores alumnos de la Escuela Comercial, Escuela Técnica del Hogar y Escuela Normal Nacional “Mary O‟Graham”. No recuerdo bien qué día fue del mes de Marzo de 1940 cuando se realizó el acto con todas las escuelas formadas y las autoridades presentes, entre las cuales se encontraba un nieto del fundador de la ciudad, Dardo Rocha, que procedieron en su momento a la entrega de los premios. Así fue como cada alumno fue llamado e invitado a subir al estrado a recibir los premios de manos de las autoridades. Cada alumno luego de recibir las felicitaciones que se acostumbraba en estos casos, por las autoridades y el aplauso de los alumnos de todas las escuelas presentes, eran abrazados por
sus familiares, que subían al estrado para tal fin, de manera que cada uno de ellos se vio rodeado por familiares que se congratulaban por la distinción que habían recibido. En mi caso no ocurrió así, pues nadie había ido a la ceremonia, mis tíos todos trabajaban y no podían asistir. Al verme solo y todos abrazándose a mi alrededor, la profesora de matemática, señora de Krause, subió al escenario y me felicitó dándome un fuerte abrazo. Este gesto no lo he olvidado y en él concentro todos mis gratos recuerdos de la Escuela Secundaria. 212 La educación en nuestro país sufre desde muchos años atrás de una degradación progresiva, principalmente por motivos políticos y cuando ésta se manifiesta en el ámbito de la juventud, los resultados son terribles, pues su corrección llevan dos o tres generaciones para recuperarse, y el país no puede perder estos años, cuando ve al mundo que avanza con movimiento acelerado, alejándonos cada vez más de los países que se encuentran en pleno desarrollo científico y tecnológico. En el estudio no caben los razonamientos ideológicos, éste requiere trabajo y dedicación plena, si deseamos que el país recobre sus años de firme progreso. Es necesario rápidamente recuperar el tiempo perdido en discusiones y tentativas erradas, cambiando ya el rumbo para pensar en un futuro firme, y para ello son necesarios nuevos planes de estudios, desde los niños hasta los universitarios, y un apoyo total a la investigación que nos acerque al mundo actual. Para cerrar este comentario de la educación en nuestro país, creo conveniente expresar parte de las ideas que sobre este tema nos da en uno de sus libros el brillante profesor universitario bahiense Vicente Massot: “Hace mucho tiempo que, más allá de las promesas electorales de uno y otro signo, se ha dejado de privilegiar en la Argentina la investigación. Desatendiendo hasta límites inconcebibles el campo del conocimiento, en lugar ha echado raíces una cultura facilista en donde el saber importa poco. Las escuelas transformadas en
guarderías o comedores y las universidades convertidas en expendedoras de títulos, transparentan hoy – salvo casos excepcionales – una realidad que hubiese escandalizado a la Argentina de la primera mitad del siglo XX.”
213 EL DESPEGUE
C
uando vine a la ciudad de La Plata para estudiar, fui a parar a la casa de unos tíos que vivían en el barrio llamado “Dique” (En realidad su nombre oficial es Dique No.1 Arenero), lugar situado al noreste de la ciudad. Este barrio en 1930 se extendía entre las calles 52 a 43 y de 122 a 130, ocupando unas cien manzanas, edificadas por algunas casas de material, y la mayoría por casas de chapa y madera, que en cierta forma se asemejaban a las construcciones portuarias de esa época. Estaba conectado por un gran canal que terminaba en 122 y 48, con un ramal importante por 129 frente al Hospital Naval, este último servía para comunicar fluvialmente a la Base Naval de Río Santiago con el hospital. El Dique se comunicaba con la ciudad de La Plata a través de las prolongaciones de la calle 50 desde la calle 1 hasta 126, donde terminaba contra el canal ya citado que iba al hospital. Esta calle estaba empedrada en toda su extensión, y desde la calle 1 sus márgenes estaban formados por los terrenos del Colegio Nacional y de la Facultad de Ciencias FísicoMatemáticas, la Escuela Anexa y la zona de deportes de la Universidad, por un lado, por el otro se extendía parte del bosque de la ciudad e instalaciones del Club Hípico. Esta calle era el verdadero cordón umbilical; por ella transitaban los medios de locomoción (En ese entonces: carros y algún camión Ford T) y los ciudadanos del Dique que iban a
la capital caminando, y en ciertos momentos era una corriente de personas hacia uno y otro lado. La calle 50 no sólo estaba adoquinada, sino que también era arbolada y con una vereda amplia de baldosas que realmente invitaba a su tránsito. Por supuesto, ésta era la calle principal del Dique y el “centro” comercial se encontraba entre las calles 122 y 126. Contaba con una estafeta de correos frente a la cual estaba la casa de mis tíos, donde yo fui a vivir.
214 La población (Como ya dije en otro relato) de este lugar se componía de familias obreras, empleadas en varios centros importantes de trabajo. Uno de ellos, la fábrica de sombreros, cuyo personal estaba formado por mujeres y hombres, era importante no sólo en la región, sino en el país; se hacía notar pues el horario que los operarios debían cumplir se los recordaba con un estridente silbido que anunciaba la entrada en dos oportunidades, con un intervalo de 15 minutos, y con uno solo a la salida; lo que significaba para la población un verdadero reloj despertador. También estaba la fábrica de gas pobre, característica por sus grandes gasómetros y su construcción de ladrillo a la vista de una arquitectura que recordaba a las fábricas inglesas. Luego estaba el Hospital Naval, muy importante, con varios pabellones muy bien construidos, aislados y proyectados con la idea arquitectónica de la época; que necesitaba no sólo personal especializado, sino también un numeroso personal de servicio y mantenimiento, su dirección era totalmente militar. Otra fuente importante estaba representada por los Talleres de Puentes y Caminos de Vialidad de la Provincia. Esta institución fue muy importante para la época, pero al transcurrir el tiempo este centro de trabajo no acompañó al desarrollo vial y a la nueva tecnología que necesitaba Vialidad para su cometido, y así fue que en 1959 estos talleres se trasladaron a Tolosa. Siguiendo con los centros de trabajo que ocupaba a la población del Dique, pueden citarse algunos comercios que permitían a los vecinos abastecerse de lo más necesario para la vida diaria, pues cuando necesitaban recurrir a otras compras importantes,
éstas las hacían en la ciudad de La Plata, utilizando la calle 50 para llegar a ella o tomando un tranvía que unía la Ensenada con La Plata pasando por el Dique. Este medio de transporte era único y los vecinos lo utilizaban poco, preferían caminar. Recién al finalizar la década del 30, apareció un ómnibus que se sumó al transporte tranviario. Frente a la Fábrica de Gas, en la calle 126 entre 46 y 47 se levantaba la escuela primaria, donde continué mis estudios iniciados en La Pampa. 215 Mis tíos deseaban que estudiara en la escuela anexa de la Universidad, pues su enseñanza era superior a las escuelas comunes de la Provincia, pero como ya habían empezado las clases, no fue posible inscribirme y sólo encontré lugar en la escuela del Dique, donde me colocaron en el tercer grado. Al poco tiempo yo era el mejor alumno, pues había llegado con vastos conocimientos que la maestra de la escuela de La Pampa supo darme, y creo que ello fue una consecuencia de que allá sólo se dictaba primer y segundo grado, y las maestras trataban de dar un cúmulo de conocimiento importante, ya que se pensaba que pocos chicos podrían seguir estudiando, pues era necesario, si se deseaba continuar los estudios, trasladarse a General Acha donde existía un buen colegio religioso salesiano, que por supuesto era pago, y eran muy pocos los padres que podían costear los estudios de sus hijos. Al llegar a la escuela un chico de La Pampa, no fui bien recibido por mis nuevos compañeros; esto se complicó más tarde al ocupar un lugar de privilegio por los conocimientos superiores que traía y además por una ley natural filosófica, que se cumple siempre que se pretende alterar un estado determinado. En la física existen varias leyes que ponen esto en evidencia. Así que fui molestado desde el comienzo y debí probar que podía pertenecer al grupo diquense; esta prueba consistía en una pelea con el chico que lideraba el grupo escolar. Nunca me gustó pelear, siempre que podía eludía la confrontación, tal vez por miedo o timidez. Mi padre me
aconsejaba para estas circunstancias diciéndome: “El que pega primero, pega dos veces”, y así ocurrió. Ni bien el grupo dio la orden, empezó la pelea con el líder, muchacho fornido y dispuesto a ganarme, sin embargo, recordando los consejos de mi padre, me abalancé rápidamente y con todas mis fuerzas le pegué una trompada, que la fortuna me acompañó, derribándole y antes de darme cuenta estuve yo pegándole como pude, ante la sorpresa del líder éste no atinó a nada, solamente exigió que empezáramos de nuevo, a lo cual yo protesté y di por terminado el combate. 216 Como las opiniones eran diversas conseguí mi propósito, y rápidamente me retiré para casa. Así fue como fui aceptado como un componente más del grupo, sin embargo todavía quedaba por llenar otro requisito, contestar la pregunta obligada de los platenses: -¿Sos pincha o tripero?, pero de esto ya hablé en otro relato. Más tarde, en el año 1933, se casó tío Javier y fue a vivir a la casa que se había construido en 124 y 46. Al poco tiempo él me invitó a vivir en su nueva casa, en ella había construido también un galpón que daba por 124, y a través de su portón se podía ver hasta más allá de 126, donde no existían casas y sólo era campo. Precisamente en este campo, en el año 1933, se fundó el Aero Club La Plata, que lindaba con los terrenos de la Fábrica de Gas, la calle 126, la calle 43 y el campo que se extendía hacia Ensenada. Que se pudiera observar desde el galpón de 124 la actividad que se desarrollaba en el Aero Club, como así también el destino que tío Javier le dio a su galpón como taller de carpintería, fueron hitos que con el tiempo iban a signar mi futuro. En efecto, al vivir con el tío Javier, cuyo oficio era la carpintería (Era ayudante del carpintero oficial de la Base Naval, un buen jornalero que había aprendido en su tierra natal, Alemania, el arte de la carpintería) En mi tiempo libre me convertí en su ayudante, y después de unos años llegué a ser un buen artesano; esto me permitió construir la mayoría de los muebles y carpintería de obra de mi casa, donde vivo y poseo
un pequeño taller que representó mi hobby hasta que, por razones de edad, debí abandonar con gran pesar. Por otro lado, al tener el Aero Club tan cercano a casa, no podía ignorar su actividad, puesto que cada despegue o aterrizaje de los aeroplanos de esa época se hacía utilizando la zona sobre el techo de mi casa como corredor aéreo. Con el tiempo, y siendo alumno de Ingeniería Aeronáutica, fui por una temporada el Inspector Aeronáutico del Aero Club del Dique, como lo he expresado en otro relato. 217 En esa circunstancia conocí un piloto muy ligado a la historia del Club del Dique, el comisario inspector de aviación policial José Elverdin, ciudadano platense e integrante de una familia muy conocida en la ciudad. Tengo un recuerdo suyo, de cuando él ya estaba en retiro de la aviación, volando en un Waco durante una inspección, el ruido monótono del motor lo adormilaba. Elverdin voló por mucho tiempo en un viejo Curtiss J.N (Llamado Jeny), con motor 0.x 5 de 90 HP; este aeroplano del año 1919, voló hasta 1945 con permiso muy especial y en atención al piloto señero del Club del Dique. Así fue como desde el Dique llegué a ser Ingeniero Aeronáutico y llegué a tener como hobby la carpintería.
218 SITUACIONES DIFÍCILES
E
s común que en la vida del hombre se le presenten situaciones en las cuales debe tomar una decisión en contados segundos ante varias alternativas, y si la elección es acertada puede resolver un problema grave; para que esto ocurra debe proceder con tranquilidad y no mostrar dudas sobre lo que se resuelve o expresa. Durante tantos años de docente, tratando con jóvenes de distintas edades, y en establecimientos educativos diversos, no puedo decir que nunca he estado en alguna situación comprometida, pero sólo recordaré aquí dos episodios ocurridos en la Facultad de Agronomía de la UNLP. Como ya lo dijera en uno de mis relatos anteriores, en ese entonces dictaba la materia Mecánica Aplicada, que servía de apoyo a otra cátedra donde se enseñaba Maquinarias Agrícolas. Nuestra cátedra tenía problemas, pues los alumnos no la consideraban necesaria, pero ellos recibían un título de Ingeniero Agrónomo y los conocimientos de mecánica no puede ignorarlos ningún ingeniero; distinto sería si el título fuese Licenciado en Agronomía. Al salir un día de una reunión del consejo de la Facultad, en el cual se trató la enseñanza de Mecánica, me esperaba en la puerta un grupo importante de alumnos, descontentos, y sobre todo resaltaba un activista estudiantil que apoyaba su opinión con su fuerte voz, quien me pedía respuestas de inmediato. Pensé: - Debo contestar rápidamente y de manera tal que lo desautorizara ante sus compañeros. Recordé que este señor era un alumno viejo, de
esos que “viven” en la Facultad y que varias veces había desaprobado la materia; entonces mi respuesta se inició con una pregunta: - ¿Qué edad tiene usted?- con ella lo desarmé; luego de titubear tuvo que reconocerlo: - 30 años – respondió, y de inmediato otra pregunta: - ¿Y cuántos años lleva usted en la Facultad?- de nuevo tuvo que reconocer: - 6 años- Entonces le dije: - Usted es el menos indicado para interrogarme sobre un problema curricular- y acto seguido me retiré, desarmándose el grupo inmediatamente, y yo salí de la situación molesta frente a este importante grupo de alumnos. 219 En otra ocasión volví a ser molestado en clase por otro alumno, que hacía su ejercicio de activista político en las Facultades. El tema que presentó el alumno fue desde el inicio de la clase, reprochándome que la cátedra no cumplía con el plan de estudios, pues dictábamos más de 4 horas teóricas semanales como lo disponía el Digesto de la Facultad, y por lo tanto denunciaría que yo no cumplía con lo dispuesto reglamentariamente. Lo que ocurría era que siendo el programa bastante largo, a fin de dictar todos los temas y para mejor entendimiento de los alumnos, nos dividíamos el curso entre dos profesores en distintos días. De esa manera, en lugar de 4 horas teóricas, dábamos 6, por lo tanto el alumno tenía razón; pero lo que nos proponíamos era tomarnos el tiempo necesario para que el alumno entendiera aquellos temas, que por no estar dentro de los conocimientos agronómicos comunes que a diario trataban, les resultaba más difícil asimilarlos. En general a las clases concurría un gran número de alumnos, no exagero, eran alrededor de 80, de manera que el aula (Que era un galpón viejo) estaba colmada esa tarde. Lo planteado por el alumno oficialmente era cierto, debía responder de inmediato y de forma concreta. Se me ocurrió rápidamente la respuesta, dije: - En efecto, lo manifestado por el alumno es cierto, yo no estoy cumpliendo con las disposiciones vigentes de esta Facultad, y por lo tanto, desde este momento empezaré a cumplirlos -. Debemos tener en cuenta que no había comenzado todavía a exponer mi clase, y expresé: - Como yo soy Profesor Asociado, debo cumplir en el
año dos clases teóricas según las disposiciones y reglamento de la Facultad, por lo tanto, ya mismo dejo la tiza y me retiro de la clase, ya que este año llevo mucho más de dos clases dictadas -, dije: “buenas tardes” y me retiré a la oficina de profesores. Poco rato después vino el ordenanza a comentarme que los alumnos deseaban que yo siguiera dictándoles clases, contándome que una vez que me retiré, los alumnos habían hecho tal tumulto, que lo expulsaron al estudiante que deseaba denunciarme al Decanato por abuso de clases. 220 En otra oportunidad cuando estábamos construyendo la casa donde vivo hoy, había contratado a un cuidador que resultó ser un viejo borracho, y por lo tanto su tarea dejaba mucho que desear, pues mientras él dormía en un altillo, los ladrones del momento se robaban los materiales. Por este motivo cuando podía, tomaba el auto para comprobar si estaba o no en la obra, así un día acompañado de mi hijo menor fuimos a la casa en construcción, y por supuesto, el cuidador no estaba. Nos quedamos en el auto unos minutos esperando que regresara. Apareció, lo vimos aproximarse al auto de manera que sólo su andar nos decía que venía de copas. Cuando llegó frente a la ventanilla lo increpé, no sólo porque no estaba en su lugar, sino por el estado en que se encontraba. Ya que este señor estaba atravesando el período más peligroso que tienen los bebedores; se puso furioso y extrajo dentro de sus ropas un revolver y me encañonó con el arma; pensé lo peor, ahora lo que le diga puede ser crucial (además no podía tratar de sacarle el arma por la posición que ocupaba frente al volante y él parado en la calle), así que dándole una voz de mando militar le dije: - Guarde esa arma antes de que usted se lastime. Vaya, vaya a dormir que le hace falta...- y dio resultado. Recuerdo que siendo Asistente del Departamento de Aeronáutica en la Facultad de Ingeniería de la UNLP, tenía a mi cargo, entre otras tareas, el resguardo del combustible que utilizábamos para las pruebas en banco de los motores aeronáuticos, como práctica para los alumnos. El combustible de alto número de octano, se guardaba en un depósito especial y alejado de toda construcción y con las medidas de seguridad
que dictan las disposiciones aeronáuticas para tales casos, por lo tanto las llaves de tal depósito estaban en mi poder. Para comprender bien lo que ocurría en nuestro país en esa época, hay que pensar que muchas de nuestras libertades habían sido anuladas por la política; basta acordarse de que nuestra universidad estaba intervenida, y por lo tanto el Decanato de la Facultad lo ejercía un ingeniero con mucho poder, del que hacía uso frecuentemente. Este señor se sentía tan identificado con la política reinante, que hacía alardes de poseer un auto importado, regalo de la esposa del Presidente de la Nación. 221 En ese entonces los automóviles eran de marca nacional y no necesitaban combustibles especiales, como los que necesitaban los autos importados. El combustible utilizado en la aeronáutica servía muy bien para el coche del Interventor, y por lo tanto un día llegó su chofer a pedirme, que por orden del señor Interventor debía llenarle el tanque a su automóvil. - Dígale al Interventor que el combustible que nos provee Y.P.F debe destinarse al uso de la docencia únicamente, y por lo tanto no puedo satisfacer su pedido -. El chofer era un hombre grandote, hosco, que se retiró sin decir una palabra, pero su cara expresaba lo que pensaba. Como era mediodía me retiré, y sólo pensaba lo que podría ocurrir al día siguiente. Efectivamente, eran escasamente las 8 de la mañana cuando suena el teléfono en la oficina y el secretario de la Facultad me comunica que el Interventor desea verme. Desde el Departamento de Aeronáutica al Decanato distan no mucho más de 100 metros, durante el recorrido sólo pensaba que ese paseo sería el último en la Facultad. El Decano me recibió muy bien, no cabe duda que era muy político. Habló primero del mejor alumno que había tenido en la Escuela Industrial (Se refería a mí, por supuesto), y luego como al pasar me dijo: ¿Cómo no me da nafta para mi auto? Usted sabe que el auto que me regaló la señora del presidente no puede funcionar con nafta común ¿No? A lo que contesté: Nuestro departamento no puede usar el combustible que nos regala Y.P.F, pues su uso está restringido; si no es para la docencia, según el convenio que oportunamente hemos firmado. Pero usted que es el Decano sí puede solicitar combustible para la Facultad; Y.P.F
no se lo negará, y yo me comprometo a facilitarle parte de nuestras instalaciones para su guarda, de esa manera usted no me pone en compromiso por no respetar el convenio y usted tiene todo el combustible que necesita para su auto, perfectamente guardado y custodiado por nosotros. No sé si lo encontré en un buen día o realmente le agradó la salida que yo le proponía. Salí del Decanato, supe así que me había salvado y podría continuar en mi trabajo. Más adelante y en otra circunstancia de la vuelta de la misma política, pero más dura, no pude salvarme; pero esa es otra historia. 222 Por último contaré el caso que me ocurrió siendo gerente de los Talleres de Vialidad, con un obrero que despedí. Un día a la mañana mi secretaria me comunica por el intercomunicador que se encontraba en la secretaría el obrero que yo había despedido, furioso, que deseaba verme y temía por mi seguridad. Me preguntó si llama a la guardia de seguridad, mi respuesta fue: - No, déjelo pasar, pero antes pídame dos cafés. Previendo una reacción como la que estaba por presentarse, me había preparado con todos los antecedentes de ese obrero para tener apoyo en mi respuesta. Entró como un tiro, realmente no me agradó su cara, creí que no iba a poder frenarlo cuando lo dejara hablar, así que me adelanté, lo invité a sentarse y a tomar un café juntos mientras hablábamos. Durante el café le fui enumerando todas las acciones negativas que tuvo su conducta en el trabajo, y en especial le recordé cuando me pidió unos días de licencia, pues había muerto su madre (Cosa cierta, pero ya hacía varios años que había ocurrido) y yo le perdoné esa falta ante su rogativa; y lo tomamos como una broma a la gerencia; - pero usted puede comprender que su comportamiento no da para más.- Lo convencí y se retiró sin ningún problema. Pasaron los años y un día llegó a mi casa con un señor que traía un presente de un amigo desde Mar del Plata; le agradecí la atención y en un momento dado, este señor me preguntó si no lo recordaba: Francamente no, le contesté; pues bien, esa persona era el
obrero que años atrás había despedido de Vialidad. Me agradeció ese hecho, pues el mismo lo había llevado a Mar del Plata, donde trabajó muy bien y hoy disfrutaba ese cambio de vida. Sólo al despedirse me dijo: - Las cosas que hace la juventud. Gracias
223 UN AMIGO INOLVIDABLE o conocí cuando tuve que dar examen de “Mecánica Racional”, era en esa época Jefe de Trabajos Prácticos y el profesor titular de la materia. Me refiero al ingeniero Pedro Lombardi, una verdadera personalidad, no sólo en su profesión, sino como persona, que con el tiempo tuve el orgullo de ser su amigo.
L
Cuando me presenté a examen de “Mecánica”, estuve prácticamente estudiando un año, por cierto, la materia es clásica en cualquier carrera de ingeniería, y en mi caso por estar becado no podía salir mal, por tanto cada vez que rendía debía tener la máxima seguridad de aprobar, de manera que iba bien preparado, pero muy nervioso. La modalidad de este examen comenzaba con el desarrollo de un ejercicio teórico-práctico que se elegía de los realizados en el año de cursada la materia. La elección era al azar según hojeara la carpeta el Jefe de Trabajos Prácticos, así que una vez fijado el mismo, el ingeniero Lombardi sólo observaba cómo el alumno planteaba y desarrollaba el trabajo. Al comenzar el mismo, a pesar de que yo lo sabía bien, estaba tan nervioso que de entrada rompí con el lápiz la hoja de examen, eso sirvió para que Lombardi se pusiera a reír por mi estado y tratara de calmarme con alguna de sus salidas graciosas; sin embargo pude recuperarme y en no más de dos
minutos me dijo basta, está bien, pasándome a dar el examen teórico con el profesor. Cuando contesté bien y rápido la primera pregunta, ya Lombardi se acercaba al profesor para decirle – “éste sabe mucho”, lo cual dio por terminado mi examen con un sobresaliente. Todos decíamos: aprobar Mecánica significa ser medio ingeniero, de manera que me sentí muy bien y así conocí al amigo. Luego más tarde lo encontré en el Instituto de Aeronáutica como asistente del Director del departamento de Aeronáutica. 224 El ingeniero Lombardi era el verdadero ingeniero, aquel que frente al problema que se le presentara rápidamente lo comprendía y sabía encontrar el camino del resultado correcto. Además de ser muy estudioso, tenía la particularidad de no ser mezquino con sus conocimientos, era un maestro en el mejor sentido de la palabra, todo esto lo conjugaba con la amistad sincera, su proceder correcto y justo, y cerraba este ámbito de buenas cualidades con un carácter jovial y gracioso; le gustaba hacer bromas que a veces no caían bien, pero eran geniales, por lo cual se las perdonaban. En una época que trabajaba en un gran laboratorio de la Provincia, de gran prestigio por las normas que dictaba para los equipos y maquinarias que compraba la Repartición; el cuerpo de técnicos y profesionales hacían frecuentes almuerzos para festejar algunos de los éxitos obtenidos, en ese caso la fiesta era para los hombres, y por esta razón las señoras de aquellos que estaban casados no participaban y permanecían en sus domicilios. Unos minutos después de la hora que se anunciaba la comida, Lombardi elegía dos o tres profesionales casados y llamaba por teléfono a las señoras, preguntando por sus esposos que no habían concurrido y lo esperaban.
Alguna esposas que ya lo conocían no reaccionaban, pero otras no y lo ponían a su esposo en el apuro de explicar su presencia en la comida. Sus bromas a medida que el tiempo transcurría iban siendo conocidas, y tan es así que algunos no lo estimaban y otros decían que era loco; por desgracia esto no lo identificaba y para aquellos que no lo conocían resultaba un mal antecedente. Era muy inteligente y rápido para pensar y resolver un problema o alguna situación; cuando conversaba podía hablar de dos temas difíciles y simultáneo, y sólo aquel que hubiera trabajado con él lo entendía y podía mantener la conversación. 225 Así ocurrió una vez que nos encontramos con un agrimensor para tratar varios temas importantes de vialidad, que era necesario resolverlos; recuerdo que en un momento dado dejó de hablar de un tema para continuar con otro con el mismo énfasis que el primero, yo que lo conocía bien seguí su pensamiento, por lo tanto el intercambio de ideas; pero el agrimensor quedó perdido y tuvo que preguntar, pues no entendía nada y aquí salió el espíritu jocoso de Lombardi al decir: - mejor seguimos nosotros con el problema, pues éste no entiende nada -, el agrimensor murmuró algo y se retiró enojado. Yo le reproché su manera de ser y le recordé que de ese modo sólo él se perjudicaba y perdía oportunidades para mejorar su posición profesional. Por su manera de ser no podía conducir un equipo de trabajo, así perdió oportunidades muy buenas; sin embargo era un ingeniero para enseñar, para tratar de resolver problemas que otros le planteaban y que él sólo los podía desarrollar. Teniendo en cuenta estas cualidades, cuando yo me hice cargo del mantenimiento y reparación de más de 3000 máquinas en Vialidad Provincial vino a trabajar conmigo, su primer trabajo fue organizar una oficina de estadística y logramos tener un equipo IBM de computación por primera vez en Vialidad, con el cual empezamos a controlar los almacenes de repuestos y calcular la vida media de las piezas que más salida tenían. Desde ese momento las grandes licitaciones de máquinas y
automotores iban acompañadas de modernos pliegos técnicos con respaldo estadístico, que exigíamos cumplir a los proveedores. Este hecho fue uno de los principales que nos permitió lograr un centro de mantenimiento de equipos viales, que fue único en Sudamérica. Pero quiero recordar más la faceta de un hombre bueno que le gustaba hacer bromas. Como dije anteriormente, él pertenecía a la cátedra de Mecánica de la Facultad de Ingeniería de la UNLP, y luego de jubilarse el profesor Lombardi, por concurso ganó el cargo de la cátedra. Su clase era muy concurrida, no sólo por la importancia de la materia, sino por el dictado tan serio y didáctico que permitía al alumno entender una materia tan importante en la carrera. 226 Como es casi costumbre en nuestro país, imperaban las situaciones políticas, y los estudiantes siempre han sido protagonistas importantes en estas circunstancias, como lo son en todos los países, de manera que los servicios de inteligencia siempre estaban atentos a los que ellos pensaban y hacían. Así es que había seudo-alumnos (policías) que asistían a clase por los motivos que ustedes pueden imaginar. Estos “señores” eran fáciles de distinguir, aún cuando trataban de pasar desapercibidos en el conjunto de una clase numerosa, de manera que Lombardi rápidamente se le ocurrió dejarlos mal parados, y es así como al terminar de explicar un tema importante, dijo que para mejor comprensión del mismo iba a invitar a un alumno, para que pasando al frente resolviera un ejemplo de lo enseñado. Por supuesto que designó a uno de los policías para que pasara al frente, diciéndole que él le ayudaría a resolver el ejercicio y que no tuviera miedo al pizarrón.. Decir eso y estallar una carcajada de todo el curso, acompañada de un apuro de tres personas que prácticamente huyeron del aula, fue algo que siempre se recuerda. Ya jubilado, pasó sus últimos años como asesor del equipo contable de la caja de Ingeniería, a la cual nuestra empresa hacía el servicio de computación, de la cual en ese entonces yo era gerente técnico, por razones de trabajo todas las semanas lo visitaba para tomar un café y conversar sobre los problemas que se presentaban periódicamente en los programas.
Una mañana recibo una llamada telefónica del contador de la caja, comunicándome que el ingeniero Lombardi estaba internado muy mal en un sanatorio, que si quería verlo debía visitarlo de inmediato. Fue una mala noticia, aún cuando yo sospechaba que estaba enfermo, él no lo manifestaba. Por supuesto, salí rápidamente para visitarlo, pero al llegar me encontré con la señora en la puerta de la habitación; me dijo que él no quería ver a nadie, sin embargo al oír mi voz escuché: - Déjalo pasar. Así pude despedirme con un abrazo y con sus últimas palabras: - “negro, de esto no me salvo”, y lloramos juntos, costándome despegarme de su abrazo. Perdía a un gran amigo. 227
...Los recuerdos son como son (...) son imágenes con todos aquellos olores, ruidos y sensaciones. Pero sobre todo lo táctil, que a mi entender juega un papel importante, quizá el mayor en toda la vida del hombre. ...Los recuerdos aparecen en distintos momentos; cuando quiero acordarme o en forma imprevista. Los recuerdos poseen un mecanismo de “censura”, algo entre el consciente y el inconsciente, como una barrera que no permite retenerlo en el presente pero sí varios días después. ...Los recuerdos hablan de un día a la tarde, en la casa de 2bis. Yo tenía 13 años y mi padre hablaba con mi madre, sobre su renuncia a Vialidad. Recuerdo estar en la puerta de casa, junto a mis padres estaba también un amigo...Ellos hablaban y yo, como siempre, me encontraba en el lugar equivocado. Me pidieron que me fuera porque ellos tenían que hablar. Tengo todavía muy presente el rostro de mi hermano que sí entendía lo que pasaba. ...La memoria sigue viviendo. Aún tengo presente mi deseo de ponerme un pantalón vaquero, que en esa
época usaban todos mis amigos; pero siempre un pantalón había... ...Por más simple que sean, hay situaciones que quedan marcadas a fuego. Vivirlas intensamente es lo que les trasmito a mis hijos y ahora a mis nietas. La enseñanza de mis padres continúa proyectándose en mi familia. Marcelo 228
RELATOS
ORTIZ – PEDERNERA 2008
INDICE PROLOGO ................................................................................ REFLEXIONES I ........................................................................ 1. Génesis ............................................................................... 2. La primera escuela .............................................................. 3. Hucal un pueblo ferroviario ............................................... 4. Una escuela en la Pampa .................................................... 5. Un viaje frustrado ............................................................... 6. En los campos de San Luis ................................................. 7. El regalo de mi abuelo ........................................................ 8. Caza de guanacos ................................................................ 9. El servicio militar de los estudiantes .................................. 10. Malas palabras ..................................................................... 11. Una lección de vida ............................................................. 12. Una visita inesperada .......................................................... 13. El fútbol como solución ...................................................... 14. Viajes accidentados ............................................................. 15. Encuentros .......................................................................... 16. Un caso místico ................................................................... 17. Otro caso místico ................................................................ 18. Celina ................................................................................... 19. Allée – Allée ........................................................................ 20. Hechos recurrentes .............................................................. 21. Sueño de una alumna ........................................................... 22. Algunos consejos ................................................................. 23. El tanque ..............................................................................
1 2 3 8 12 19 22 25 33 38 47 56 61 65 67 71 80 85 90 94 101 107 114 118 125
24. Reconocimientos ................................................................. 129 25. Relatos ferroviarios ............................................................. 133 26. Los perros ........................................................................... 137 27. Nombres y confusiones ...................................................... 143 28. Prejuicios ............................................................................ 147 29. Homenaje ............................................................................ 153 30. Un día desafortunado .......................................................... 156 31. Enfoques distintos .............................................................. 161 32. El caso Filler ....................................................................... 164 33. Un verdadero maestro ........................................................ 169 34. Algo más de Hucal ............................................................. 173 35. Juegos infantiles ................................................................. 179 36. Plaza Huincul ..................................................................... 187 37. YGB ................................................................................... 192 38. Turismo virtual .................................................................. 197 39. La luz mala ........................................................................ 201 40. La caza ................................................................................ 204 41. Mis estudios secundarios ................................................... 209 42. El despegue ........................................................................ 214 43. Situaciones difíciles ........................................................... 219 44. Un amigo inolvidable ........................................................ 224 REFLEXIONES II .................................................................... 228