Diario de un poeta, de Carlos Penelas

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Diario de un poeta

Carlos Penelas

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Diario de un poeta

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Diario de un poeta (14 poemas) mayo de 2020

Carlos Penelas

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© Autor: Carlos Penelas Edición y maquetación en Word: Palabra Abierta Ediciones © Preludio: Manuel Gayol Mecías © Fotografías: Emiliano Penelas Número de ISBN:

Diario de un poeta Primera edición Mayo de 2020

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Colección Poesía

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ÍNDICE

. Del aire y de la rama / . Invocación / . El otro Espejo / . Cielo translúcido / . Palabras / . El sueño en lejanías / . Casida del amor furtiva / . Vaga evocación de un insomnio / . Mi recordo / . De la memoria navegante / . Casida de la madrugada / . Poema de la musa fugitiva / . Poemas efímeros / . Del abandono, del fulgor / 6


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Preludio Del Poeta, de la belleza y de profundis

Hace ya tiempo manifesté que en los poemas homéricos o en Hesíodo – gracias a Mondolfo – pude advertir el tránsito del juico moral desde la exterioridad divina hasta la interioridad humana que determina conciencia moral. La responsabilidad y la conciencia ética encontraron en el pensamiento antiguo el universalismo de la norma ética. La individualidad es auténtica por su apertura al ser de los otros y a la realidad de lo social. El poeta perdura en el fervor de la belleza y la utopía. Carlos Penelas Carlos Penelas está vivo, bulle, y no obstante es Historia del presente. Con él revivimos la pasión del mundo, y también la inteligencia del corazón, como Pascal. Encontramos el camino así de la rebeldía contra viento y marea, contra este mundo desquiciado por la entropía de las almas torcidas. Penelas es, 8


además, el reservorio activo de grandes pensadores anteriores, y aun de nuestro inconsciente presente. Quizás Platón con su idealismo y su alma de corte parmenidiana, y asimismo con la materia y la forma (anímica) de Aristóteles el Estagirita, con Pitágoras y su diapasón matemático, su música y las esferas sonoras; con Heráclito de Éfeso y su interés obsesivo por el cambio. Todo cambia, decía, nada es igual que la primera vez ni tampoco su anterior. Y todo esto es mi amigo Penelas. En este sentido, y hasta este momento de ahora, Penelas ha sido un reservorio de conocimientos que se proyecta constantemente. Con acierto podemos decir que su taller literario cuenta con el espíritu de la Academia pitagórica, con la platónica y la aristotélica. Es una dialéctica de amor y de belleza. Es su ensoñación por hacer pensar a los demás. Es su arte de voz y

palabra, de pensamientos

y letras

transfiriéndose a otros como gran Maestro. Es quizás uno de los últimos humanistas de este milenio, y creador esmerado, donde la literatura no es nada más, para él, un manantial de creación humana, sino que también es la vida misma desde una perspectiva ética 9


y en la que la libertad es la lux que el hombre logra en su interior a modo de cosmovisión cuando la entrega a otros. Este Poeta nunca se cansa de observar nuestro mundo, porque sabe que —a pesar de los seres y las cosas superfluas— en el orbe se acumula —como descubriera Teilhard de Chardin— la energía spiritual del universo. Y para él la poesía es imagen de la belleza, de la profundidad auténtica de cada quien. Es el creador que desde la soledad argentina deshace la incertidumbre del planeta. Sirva ahora de esta gran visión su Diario del poeta, conjunto con versos de oro que reconstruyen el amor de Hypatia por atesorar el conocimiento, por la fascinación de la podía ser en aquellos tiempos la magia científica, por los misterios de la rotación de los astros y la redondez de los planetas. Pero sus poemas y versos, en este cotidiano acontecer, hacen justicia para las almas que en las épocas remotas solo veían las sombras del amanecer, aun cuando hoy en día estamos rodeados de espejismos, de exilios./ Intentamos recobrar arquetipos,/ ciertas hechicerías, manos filiales,/ la aureola en la palabra del padre. (“Del aire y de la rama”). 10


De muchas maneras, la lírica de Penelas sabe no solo figurar historias, sino además reinventar las imágenes del mundo, a modo de un mago merlinés que siempre busca trazar los caminos hacia el Grial de Imago. Nos realza el mérito del viaje en un tren imaginario que nos lleva hacia la misma Imago de Lezama Lima, de Eliseo Diego, de Rilke, de palabras y de imágenes que desembocan en playas de utopía, en excelsas estaciones del poniente. Es la cierta, la verdadera filosofía de la imagen que contiene al ser, más que al ser el Ser de la emoción, de las posibilidades al atravesar el esplendor del bosque. /Son moradas de pájaros que

abanican

/los

cuartos

irreales

del

sueño.

(”Invocación”). Junto a una lírica a veces melancólica, y en otras exultante de gozo y satisfacción, los poemas de Penelas crean la atmósfera de un sueño. Hay en ellos senderos oníricos que conducen al Ser, a su realización como admirador de la Belleza por ser la Belleza misma a la hora de las palabras, por ser el sentido del amor en la mujer amada.

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Otra de las cosas que se alza en suave voz como sistema identificativo de su estilo es la metáfora constante, la particularidad imaginativa de transferir una escena o una imagen corpóreamente real a la dimensión imaginaria. Con ello, Penelas nos hace sentir más que entender. Es mi preferencia también, que la poesía sea más sentimiento que aprendizaje o racionalidad. A mi modo de ver estas dos últimas categorías funcionan mejor y más ampliamente en la narrativa. Independientemente de que Penelas pueda ser narrador, crítico y ensayista, su lenguaje innato es poético, esa es su naturaleza. De ahí su cuidada sistematización metafórica ya directamente en la poesía. Y es esta metaforización constante en sus poemas la sustentación de su belleza. La belleza es la forma de la vida. Nuestra conciencia misma es la fuerza y el valor humano más capacitado para obtenerla, cuando es la conciencia — como representación anímica—la que otorga las formas debidas a los seres y las cosas a nuestro entorno. Para ello podríamos consultar el libro

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Biocentrismo*, y tendríamos una explicación cabal, científica, de cómo es la conciencia el misterioso ente que le da vida y forma a toda la materia y también, ¿por qué no?, a los sueños, a las ilusiones y a los anhelos del porvenir. Su belleza radica en una mezcla de ensueños con la naturaleza del mundo, pero lo fundamental que resalta en esta última categoría es la impronta de la amada, de la mujer formada en su interior, en su más honda intimidad. Muchos de sus poemas son un canto, una búsqueda de una beldad, perdida o tenida alguna vez, pero que quedó grabada en el fondo recóndito de su memoria histórica. Historia de sí mismo, de su alma, incluso de su más intenso deseo de ser mejor: Entonces, despertamos. Entonces llama en la vigilia. Dice que no la olvide, que la recuerde en la ausencia. La escuché desde la hondura del ensueño. ** Libro Biocentrismo (La vida y la conciencia como claves para comprender la naturaleza del universo), escrito por el Dr. en Biología Robert Lanza y el astrónomo, el Dr. Bob Berman, [2a. edición; traducida del inglés por Elsa Gómez Belastegui], publicado en Málaga, España, México y Buenos Aires, por Editorial Sirio S.A., 2009.

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Y era una mujer sin túnica. Inefable, desvelada. (“Casida de la madrugada”)

Es indiscutible que en la poesía de Carlos Penelas la belleza vibra como un deseo constante por revivir a su amada, porque el mundo reconozca sus metáforas a la mujer. Penelas es un exacto poeta occidental, se alimenta de las aureolas y los crepúsculos griegos. Ahora recuerdo el mito de Pigmaleón, el rey escultor que tanto deseaba la belleza de su mujer esculpida, hasta que Afrodita se le apareció en sueños y le concedió la dicha de que cuando despertara, su escultura de Galatea también recobrara vida y así aquel rey-creador disfrutara para toda la vida a la mujer que representaba —para él— la belleza y la perfección del mundo. De este modo, Carlos Penelas es uno de los tantos Pigmaleón que —desde Goethe,

pasando por

Shakespeare, hasta George Bernard Shaw, y otros actuales ya en nuestra modernidad— entran, repito, en un agradecimiento creativo y cultural a los helenos, a los consabidos griegos de nuestra Historia. En distintos poemas su amada entra en los sueños del 14


poeta y aun sale de esa dimensión onírica para quedar en un horizonte de su realidad. Es el caso de “Poema de la musa fugitiva”: Veo cómo el sol estremece el instinto. La amante juega con una blusa negra, se desnuda deslumbrando cielo. Es entonces cuando me ausento en su cuerpo, cuando mis labios velan una voz abisal. Sobre su vientre el humo de mi pipa Navega el aire y besa su pubis. (Fragmento).

Es cierto, como me ha dicho él alguna vez, que su “’yo lírico’está en su producción poética y viene de otras fuentes también”. Que sus “poemas han formado

un

mundo

interior,

un

mundo

con

simbologías”. Y es que si no fuera así, mi amigo no fuera entonces el gran lírico que es. Cuando se habla del “yo interior”, de la intimidad, quedamos en presencia de nuestro tiempo presente, de nuestro Ahora, donde todo recuerdo, todo pasado, logra retornar al presente y el futuro se convierte en quimera o sueño actual. Y todo deviene un aspecto filosóficamente creativo, que va de la belleza a la

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profundidad de la memoria y a las remotas raíces del inconsciente. El símbolo es la imagen también. Quizás en mucho la perfección del deseo. La trémula luz que va saliendo del Espejo, y que se había creado detrás de la imagen. El símbolo persiste siempre y queda porque es el presente ineludible de lo que se quiere, de lo que se ama y se pretende perpetuar. El símbolo es la profundidad sagrada del “yo lírico” del autor, del que dice su verdad a modo de confesión, aun cuando sin tapujos, pero de otra manera, de la manera imaginaria en que se es poeta. Es la vestidura del sueño que viene de la noche profunda. Y es con el símbolo cuando el poeta se revela no solo como el sacrificio, sino además como la imagen de una misma y única redención. Una última cosa más, Carlos Penelas es uno de los grandes poetas de la libertad porque su compromiso ha sido, además de con el ser humano, con todo aquello que ha sentido y siente en su intimidad. No hay ningún poema en él que esté transido por lo artificioso, por lo banal o cursi, por la pasión partidista y política. Contrariamente, sus versos 16


constituyen un canto —un canto pleno de crepúsculos y de soles— a la belleza y a la profundidad del ser humano.

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Del aire y de la rama

En esta vaguedad el tedio mueve rostros. Sin embargo, estamos mortalmente vivos, aplazando una asfixia cotidiana. ¿A quién engaña este cielo, este mar, estas flores, el abismo del sueño, estos niños riendo en los parques? ¿De qué sirven veleros, pájaros dormidos, faros en islas de ultramar? Estamos rodeados de espejismos, de exilios. Intentamos recobrar arquetipos, ciertas hechicerías, manos filiales, la aureola en la palabra del padre. Lo fortuito es parte del destino, del rito. Lecho y esperanza son formas del engaño. 18


La agonĂ­a llega desde lo banal, desalentada. Nos resta un gesto para el silencio.

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Invocación

Un tren atrae el horizonte como una viajera de cabellos nocturnos. Un tren fluye en viejas cartas invocando collares y sollozos. Vuelve sobre nuestro corazón igual que madre y padre al atravesar el esplendor del bosque. Son moradas de pájaros que abanican los cuartos irreales del sueño, meandros de playas y silencios. Inhabitable como la memoria es el presentimiento de la amada. Bajo este indolente reflejo es transparente la avidez del poema. 20


El otro Espejo

Una vez más desconozco este rostro. Se diluye en memorias, en una barca cautivada de hórreos. A veces pienso que me ha conminado a una forma de ausencia. No es una fotografía añejada la que miro. Sospecho que es un sueño o lo que es peor, su fugacidad. Entonces intento saber quién es, qué vigilia oculta, qué plegaria. A veces siento que no tuvo tiempo de exultar la infancia, el amor de los padres, la voz de la amada, la mirada de los hijos, el silencio en Philipp Mainländer,

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el negro mar de Seicho Matsumoto. Hay un pasado y un presente en ese rostro, cierta confidencia, cierta bruma. Ahora descubro que hay una noche, una orilla mítica más allá de este juego fatuo que me nombra. Y que el olvido es un susurro del día.

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Cielo translúcido

Amiga, descifro la discreción del destino, la brevedad del alba, el olvido que es inexorable como el silencio. Eres la ilusión de días ineludibles días que indagaba mi vivir en fragmentos de vida, en fragmentos de espacios. (Sucede que uno se cansa de fingir, de continuar con la inutilidad del poema). En esta alegoría donde la memoria se viste de imprevistos y rescates, un anhelo me llama, me convoca. (A veces sientes que la brisa ha pasado en lluvias, en fábulas o voces, da lo mismo). 23


Es cuando te confieso: llĂŠvame hacia el sutil secreto del azar, hacia el desvelo de aquel que sueĂąa desde un tiempo sin noche.

Hay un pudor tendido y no sabemos. Y una cautelosa rosa nos visita.

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Palabras

La noche impone dunas, mares de arena. Ahora, en estos pasos que espejan horas, los sueños me asaltan en imágenes. Y una voz reclama su hado. No lejos de mi cuerpo hay hilos invisibles cierto desdén que aguarda un ajado secreto. Es cuando cierro los ojos y reconozco talismanes domésticos: un antiguo reloj, un libro sin abrir, una hoja que indica mi pereza. Y una calle del sur: Mariano Acosta. También veo una sombra leve, unas hierbas, el alba en esa aldea. Es cuando descubro que mi nombre 25


habita en su sangre gente de mar, jornaleros sin tierra y sin premura, mujeres que alumbraron contra el viento. TambiĂŠn montes nemorosos, rĂ­os, hambrunas en destierros dolientes. Entonces, el Ă­nfimo sueĂąo se abriĂł en vientos vagabundos, en soplos desatendidos de la arena.

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El sueño en lejanías Sorprendido, absorto, en esta fina mañana, solitaria, soy un fantasma que vacila por estos corredores donde deambulan muerte y esperanza. En unión de mí mismo la edad se dilata en tiempos de ventura, en ritos, en esta calma, en esa copa ungida de la noche. Se mece aire en las habitaciones desde el sueño ligero, desvanecido. A veces regreso en estas vigilias, en los estantes de la biblioteca o en retratos con risas marineras. ¿Desde dónde es sagrada la redención que asciende? ¿De dónde habla o viene a mí éste silencio que teje o anubla plenitud? ¿Qué calle de Buenos Aires trazó el signo pundoroso en mi sombra? Veo a un niño correr en el espacio universal de un verano en la playa. Y en la mesa de roble del comedor una fuente azul plena de cerezas.

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Casida del amor furtivo Voy como quien está fuera de la vida Guido Cavalcanti

Me conmovió la plazuela apartada, casi como un río en primavera. Frente a ella una iglesia gótica y una calle adosada que evocaba a Don Alonso de Lanzós. A menos que yo recuerde estuve siempre solo. Cielo arriba persistentes ánimas nombraban una sutil memoria de calderos y lluvias. De pronto, un laurel movió los cabellos de una mujer de belleza delicada. Bajaba de la tarde sin volver los ojos, reclinada, sonriente. Había, lo recuerdo, un deseo desvelado una huida quieta, distraída. Yo tenía la boca humedecida al ver sus senos, su cintura que perfumaba mi labio deshallado en su hombro íntimo, ocioso. Mi corazón despierto, sin sosiego, besó su sombra contra el muro. Soplo de aire sobre el agua, estremecido.

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Vaga evocación de un insomnio

Me llega su voz, errátil. Palabras salidas de la tarde, palabras como un largo silencio en mitad del silencio. Nada se mueve. Veo la luna del ropero, un café frente a la Basílica de Guadalupe. Siento la aguda nostalgia de los hijos, una callecita flotante con luces como lluvias, brumosa. Creo ver una estrella sostenida en su mano, una nube tenuísima, un designio efímero, una isla que crece y se desliza. 30


Ahora un poema de Pessoa sobre la mesa en la falible memoria del conjuro. También la bajamar, orillas tornasoleadas, la espalda de una mujer en el beso del aire. Es difícil imaginar en estos días la beatitud de la niñez.

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Mi recordo

Me acuerdo que sonreía al despertar. Me acuerdo de su voz, de su cabellera. Me acuerdo de la palma de su mano sobre la almohada de raso negro. Me acuerdo de sus ojos al mirarme. Todo eso me acuerdo. Y cuanto más miro la gramilla, el sendero, las ramas -entre el aire trémulo de signos – en una plaza con farolas y setos de todo eso me acuerdo.

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De la memoria navegante

Ha amado playas, árboles, pájaros. Ha recordado un parque, un nombre. Ha impugnado patrias, dioses, banderas. Ha tenido en sus manos un Longines de dos tapas, que era de su padre. Ha visto como -enardecido, desbordadolo despedazó con un martillo. Ha conocido el tedio, el hastío, en un suplicio de horas ineludibles. Ha recuperado la ventura familiar, lentas conversaciones en cafés o en esquinas de otro Buenos Aires. Ha sentido el tiempo, el destino, 33


formas del amor, del sueño, del olvido. Ha ido decantando símbolos, pequeños secretos, silencios obligados por la demencia, el tabaco o la melancolía. Ha percibido la euforia en una cancha del sur. Ha advertido la magia, el milagro de la luz, la rosa de la felicidad de una biblioteca. Ha atravesado pesadillas noche a noche. Ha visitado una casa en Adrogué donde descubrió un perfume y un jardín en el confín de una jornada inolvidable. Ha recorrido ciudades, rostros, pinacotecas. Ha compartido la cálida amistad de unos pocos. Ha desnudado a la amada con pudor. Ha estado caminando un barrio colonial —pleno de mitologías y ausencias— 34


evocando sus brazadas en el mar, una zambullida desde un muelle de madera. Ahora, sentado en un banco de piedra, mira sin oĂ­r nada, sin sentir nada, sin recordar nada. Con la misma indiferencia de un perro al despertar una tarde de verano.

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Casida de la madrugada

Entonces, despertamos. Entonces llama en la vigilia. Dice que no la olvide, que la recuerde en la ausencia. La escuché desde la hondura del ensueño. Y era una mujer sin túnica. Inefable, desvelada.

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Poema de la musa fugitiva

Veo como el sol estremece el instinto. La amante juega con una blusa negra, se desnuda deslumbrando cielo. Es entonces cuando me ausento en su cuerpo, cuando mis labios velan una voz abisal. Sobre su vientre el humo de mi pipa navega el aire y besa su pubis. Amigos, la amada mira con ojos deshojados, con ojos que arrullan mi cabeza. Ella es una llovizna en el lecho, una nube que flota entre mis brazos. Hay abalorios, abanicos, pupilas dispersas, una furia nacida en lo alto del alma. 37


¡Ay, flor abierta, brusco deseo, carpe noctem! ¿Quién sabe del vuelo de los dioses, de sus cabellos, del engaño, quién sabe de su nombre en la luz? Su belleza es un eco en mi mano.

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Poemas efímeros

¿Qué puede hacer la nube con la quietud que disipa la rosa? *** Ahora no reconozco la noche ni el vago celeste de la tarde. Un eco indolente sube silencio. *** Invisible la esperaba en la morosa nostalgia bajo el recuerdo de su voz. *** Translúcida como el alba, desde la vigilia y el jardín. 39


*** El alma no perdona el regreso empaĂąado por la imagen. La sombra es una brisa suspendida. *** Y aquella ansia sin fin donde se ha detenido la luz.

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Del abandono, del fulgor

Ahora fluye el día y la añoranza. Mi mirar, en un rito que ordena la huidiza fábula de los príncipes, dialoga con la infancia. Lo invisible en la epifanía del secreto.

Una pasión flotante en los ojos dormidos.

Carlos Penelas Buenos Aires, mayo de 2020

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