Título original: Afrodita ha llenado mi corazón Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales © 2012: Paula Algueró, Roberto Campillo, Ana Doménech, Paula Escobedo, Mª José Ferriols Andrea Francisco, María Fuset, Josefina García, Jorge Hernández Flores Higueras, Col.lectiu Lambda, Alejandro Macharowski, Ana María Martínez, Marta, Lidón Moliner, Luis Navarro, Miquel Ortells, Sonia Parra, Lledó Pastor, Celia Sánchez, Nubia Sánchez, Mariana Urueña, Estela Vidal, Lara Zancada Prólogo: Col.lectiu Lambda, de Valencia Coordinación: Equipo Encontrando Vidas Proyecto gráfico: Toni Belloch
Primera edición: Mayo 2012
ISBN: 978-84-936567-7-5 Depósito legal: Edita: Edicions Novador Col·lecció INVESTIC
Impreso en Valencia Impresión: Carvi Impresión Digital S.L.
Afrodita ha llenado mi corazón Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales
Paula Algueró, Roberto Campillo, Ana Doménech, Paula Escobedo, Mª José Ferriols, Andrea Francisco, María Fuset, Josefina García, Jorge Hernández Flores Higueras, Col.lectiu Lambda, Alejandro Macharowski, Ana María Martínez, Marta, Lidón Moliner, Luis Navarro, Miquel Ortells, Sonia Parra, Lledó Pastor, Celia Sánchez, Nubia Sánchez, Mariana Urueña, Estela Vidal, Lara Zancada
ÍNDICE Presentación 9 Prólogo 13 Col.lectiu Lambda, de Valencia
Relatos de vida: El proceso 21 Ana María Martínez, Sonia Parra, Lledó Pastor, Estela Vida y Lara Zancada
Argentina. Mi corazón de viaje. La historia de Mariana 27 Relato elaborado por Mariana Urueña, Andrea Francisco y Miquel Ortells Introducción de Luis Navarro Sánchez. Ilustraciones de María Fuset Llin
Colombia. Esta es la historia de mi vida. La historia de Nubia 51 Relato elaborado por Nubia Sánchez, Flores Higueras y Lidón Moliner Introducción de Jorge Hernández Ilustración de Alejandro Macharowski
Honduras. La aventura de soñar. La historia de Ixthlt 67 Relato elaborado por Marta (Ixthlt), Ana Doménech y Paula Escobedo Introducción de Celia Sánchez Ilustración de Roberto Campillo Romero
Perú. Y se curraron la felicidad para siempre. La historia de Aitana 85 Relato elaborado por Josefina García y Andrea Francisco Introducción de Luis Navarro Sánchez. Ilustración de Paula Algueró
Continuará… 107
PRESENTACIÓN
El fin de este libro es dar voz, a través de los relatos de sus vidas, a mujeres migrantes lesbianas y bisexuales. Mujeres que en algún momento de su vida se han enfrentado a una triple exclusión por parte de las estructuras sociales debido a las discriminaciones por su género, su orientación sexual y/o su condición de migrantes. Se trata de dar visibilidad a un colectivo que tradicionalmente ha sido silenciado. De analizar junto a ellas tanto las barreras de exclusión como las estrategias y redes sociales que ayudan a la transformación de su/nuestra realidad. En esta línea, el libro tiene una doble funcionalidad: por un lado, dar valor y reconocimiento a las vidas de las mujeres que protagonizan estas historias y, por otro, utilizar los relatos con fines educativos para trabajar la diversidad sexual, migración y género en espacios de enseñanza-aprendizaje tanto formales como no formales. Buscamos ofrecer herramientas que nos permitan reconocer la diversidad para poder construir una sociedad democrática, donde sus ciudadanos respeten a los demás, aprendan unos de otros y compartan conocimientos. En un mundo globalizado pero cada vez más fragmentado, aprender a convivir con los otros es un arte, y acercarnos a sus vidas es, seguramente, una buena forma de comenzar a estimular nuestra capacidad empática. Nuestras protagonistas, como todos y todas en algún momento de nuestras vidas, se han encontrado con puertas cerradas. Las mujeres de estas historias comparten aquí con los lectores y las lectoras las puertas que han encontrado cerradas, así como las llaves que les han permitido abrirlas. Esperamos que cada vez seamos más quienes no nos rindamos antes de encontrarlas. Cuantos más ojos, menos rincones quedarán sin revisar y al final las llaves no tendrán dónde esconderse, y aparecerán. Entonces las puertas dejarán de resistirse y abrirán paso a nuevos caminos. Equipo Encontrando Vidas
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PRÓLOGO
Las historias de vida que presenta este trabajo, las “búsquedas de la tierra prometida” de la libertad, de un lugar en el mundo mejor, en definitiva, de la felicidad… entroncan con las reivindicaciones y ejes transversales que, desde hace 25 años, el Colectivo Lambda viene trabajando y reclamando por los derechos de las mujeres lesbianas y bisexuales. Por una parte, la visibilización del colectivo y, por otra, la lucha contra la lesbofobia y bifobia. Desde el movimiento LGTB sabemos que nuestro país tiene, en materia de igualdad, de identidad de género y orientación sexual, una relativa situación privilegiada. A nivel legislativo, gozamos de derechos básicos como el matrimonio igualitario o la ley de identidad de género. Esta situación, que permite ir reduciendo distancias entre ciudadanos de primera y de segunda, es un paso que España ha logrado dar con mucha reivindicación y lucha por parte de un movimiento que no descansa en la defensa y conquista de estos derechos básicos de plena ciudadanía.
Visibilizar para poder existir Trabajamos por una plena y libre visibilidad de nuestra orientación e identidad; porque solo siendo visibles podemos exigir a las instituciones un compromiso público y un apoyo firme a la realidad de las mujeres lesbianas y bisexuales, adoptando las medidas necesarias que nos dejen desarrollarnos plenamente en el entorno familiar, laboral, sanitario, educativo y social, de una manera real y efectiva. Para ello celebramos el Día de la Visibilidad lésbica (26 de abril) y bisexual (23 de setiembre), el Orgullo Lésbico y Bisexual entorno al mes 15
Afrodita ha llenado mi corazón de junio, así como también participamos y damos presencia, testimonio y voz en la Semana de la Igualdad de la Universidad de Valencia. Celebramos la fiesta de la Valentina (14 de febrero) –visibilización del amor lésbico- y asistimos a convivencias para trabajar y reforzar nuestro empoderamiento y autoestima como mujeres, y como mujeres lesbianas y bisexuales, desde un concepto de salud integral.
Lesbofobia y bifobia, una lacra social “No nos une el amor, sino el espanto” decía Jorge Luis Borges. Como mujeres sufrimos la discriminación de género, imperante en un orden patriarcal de la sociedad de la que también formamos parte por el simple hecho de ser mujeres. La lesbofobia y bifobia que vivimos las mujeres lesbianas y bisexuales, dentro y fuera de nuestras relaciones afectivas-sexuales, en toda su diversidad, tipos y realidad de intolerancia, son una lacra patriarcal que nuestra sociedad no puede permitir ni un día más. La sociedad heteropatriarcal en la que vivimos trata con todos los medios de negar nuestra existencia, nuestra sexualidad e invisibilizarnos, impidiendo que nos desarrollemos libremente. Esto también es lesbofobia y bifobia. Exigimos, por ello, normas, medidas, recursos y herramientas de políticas públicas para su erradicación. Participamos activamente en la manifestación del 25 de noviembre contra la violencia de género y el día contra la intolerancia (16 de noviembre). La intolerancia es el marco mental, la raíz de donde brotan actitudes sociales, políticas, económicas o culturales, y conductas que perjudican a grupos o personas, dificultando las relaciones humanas. Es todo comportamiento, forma de expresión o actitud que viola y no respeta los derechos del prójimo, o invita a violarlos o negarlos. Las mujeres lesbianas y bisexuales inmigrantes sumamos esta triple discriminación: por nuestro género (mujeres), por nuestra orientación (lesbianas/bisexuales) y por nuestro origen (migrantes). El fenómeno del resurgimiento del racismo, la xenofobia o la intolerancia en Europa muestra las importantes contradicciones políticas, económicas y 16
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales sociales que están sucediendo en el viejo continente. La crisis económica internacional, la presión y los movimientos demográficos, el temor e inseguridad por el futuro ante el desempleo y la pobreza son entre otros, algunos elementos que las Instituciones Europeas han señalado sin duda alguna como factores que propician el renacer de esta lacra social en todos los países del viejo continente. En nuestra piel, en nuestros cuerpos, sumamos capas de estas violencias, discriminaciones y marginaciones que, como matrioskas (muñecas rusas que se encajan unas sobre otras), acumulamos.
La importancia de la educación En las aulas raramente se abordan de manera explícita los temas relativos a la diversidad sexual y pocxs docentes toman conciencia del frecuente acoso que sufre el alumnado LGTB. Desde el Colectivo Lambda promovemos una educación sexual diversa, porque solo seremos capaces de eliminar la lesbofobia, transfobia, homofobia y bifobia con valores como igualdad, tolerancia y respeto hacia la diversidad familiar, la orientación sexual y la identidad de género. Ocupamos la escuela y ocupamos la educación. Para que nuestros hijos e hijas crezcan con modelos positivos de diversidad familiar. Para que nuestras familias sean incorporadas de manera natural a la dinámica educativa. Impartimos talleres y charlas en los centros educativos. Elaboramos y recopilamos material para que el profesorado se sensibilice con la realidad LGTB y disponga de recursos adecuados para tratarlo en sus clases. En esta línea, este libro relatos de vidas de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales nos parece un valioso material que puede/debe servir para trabajar esta temática tanto en educación formal como en espacios de educación no formal e informal.
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Afrodita ha llenado mi corazón
Conclusiones La configuración de un ambiente cultural y psico-social en amplios sectores de la población que abarca desde el fanatismo intransigente de las ideas, pasando por las manifestaciones de homofobia, lesbofobia, bifobia y transfobias o nacionalismos exacerbados, posibilitan el desarrollo de brotes de intolerancia que alimentan un amplio conjunto de actitudes y manifestaciones que desprecian, niegan o invitan a violar la aplicación de los Derechos Humanos, dificultando de manera definitiva la posibilidad de una plena, real y sana convivencia democrática. La diversidad cultural designa la existencia de formas diferentes de concebir la sociedad que puede existir en cualquier grupo social, y también en el colectivo LGBT inmigrante. Esto se hace manifiesto en formas de hábito, pautas, costumbres y tradiciones diversas. La diversidad cultural y la diversidad sexual forman parte y enriquecen en valor y valores a toda sociedad moderna. La visibilidad es nuestra mejor herramienta para combatir las fobias del entorno, ya que los avances conseguidos jamás han sido fruto de las penumbras. Disfrutamos de nuestra sexualidad, del derecho a elegir cómo y con quien vivir. Somos mujeres lesbianas y bisexuales, orgullosas de ser como somos y orgullosas de aportar riqueza en la diversidad a ésta, nuestra sociedad. Estas historias recogen las voces que narran una triple exclusión para que resuenen en la sociedad. Estupendo material para sensibilizar a la población, y muy especialmente al profesorado.
Col.lectiu Lambda de Valencia
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RELATOS DE VIDA: EL PROCESO Ana María Martínez, Sonia Parra, Lledó Pastor, Estela Vida y Lara Zancada
Para la confección de este manuscrito hemos empleado como eje de investigación los relatos de vida, una metodología cualitativa que permite construir el relato a partir del diálogo compartido: junto con las personas y no sobre las personas. En estas historias se relatan las experiencias individuales junto con el contexto social y, con ello, se intenta comprender dónde se encuentra la exclusión y cuáles son las herramientas y los cambios necesarios para enfrentarse a la misma. Por todo esto, la principal autora y protagonista de cada uno de los relatos es la mujer que está compartiendo sus experiencias en torno a los dos ejes fundamentales del trabajo: el proceso de migración, y el proceso de identidad y orientación sexual. El libro que tiene entre sus manos es producto de un proceso de trabajo colectivo. La filosofía del proyecto es abierta, flexible y horizontal. Por eso, el grupo de trabajo se ha ido modificando y ampliando conforme ha avanzado la experiencia. Comenzamos siendo un grupo de seis investigadores/as de la Universitat Jaume I y a este primer núcleo se fueron incorporando miembros de colectivos LGTBI, las participantes de las historias de vida, estudiantes, otros docentes, ilustradores/as y personas interesadas en el mismo. Como se inició siendo un proyecto de la Universitat, empezamos trabajando a través del Aula Virtual (plataforma moodle). Sin embargo, esta opción no nos permitía compartir la información y las decisiones con otras personas ajenas a la institución. Por este motivo decidimos trasladar el grupo, junto con toda la información compartida, a la plataforma de redes sociales N-1, espacio en el que creamos el grupo “Encontrando Vidas”, el cual permitió que todas las personas implicadas pudieran participar de forma activa y comunicarse de forma horizontal, sin que 23
Afrodita ha llenado mi corazón ninguna persona en concreto gestionase y distribuyese “en exclusiva” la información. Por otra parte, desde el principio se consideró fundamental invitar a participar en la iniciativa al movimiento LGTB. En este sentido, se ha trabajado codo con codo con el colectivo Lambda de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales del País Valenciano, concretamente con el grupo de Educación y con el grupo de Derechos Humanos. A partir de aquí iniciamos los contactos con otros colectivos y asociaciones similares de otras regiones. Para la elaboración de los relatos de vida trabajamos en grupos mixtos compuestos por las protagonistas y las co-constructoras del relato (dos/tres personas). Previamente a la realización de las entrevistas, se estudiaron textos clásicos de la metodología biográfico-narrativa y se reflexionó y se estableció en grupo cuáles eran los núcleos de interés y los ejes fundamentales sobre los que queríamos indagar en dichos relatos. Tras ese trabajo previo, cada grupo se dispuso a elaborar su relato de vida. Para ello, se realizaron varias sesiones presenciales entre las protagonistas y las co-constructoras. En la primera de ellas se le pedía a la protagonista que reflexionara sobre cuatro momentos cruciales en la vida. A partir de ese encuentro inicial, tras realizar la trascripción del mismo, se redactaba un primer borrador del relato. Después de compartir dicho borrador con la protagonista, todo el grupo pensaba en los aspectos que quedaba por detallar y en los vacíos que podía haber en el relato para poder abordarlos en una segunda sesión. Una vez transcrito dicho encuentro e incorporado al relato, el segundo borrador se debatía y perfilaba junto a la protagonista. Finalmente, dependiendo de cada caso, se dedicaban una o dos sesiones más para acabar de dar forma y cerrar el texto. Si al inicio lo fundamental era el contenido, las últimas sesiones estaban claramente orientadas a acabar de definir el estilo y el ritmo del texto. Al final, eran las propias protagonistas quienes tenían la última palabra a la hora de decidir como querían que su historia fuese contada. Y lo más importante: que se sintieran completamente identificadas con el relato. Cuando las historias estuvieron terminadas, un grupo de ilustradores e ilustradoras se encargaron de poner imagen a cada uno de los re24
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales latos. El proceso fue similar al de la redacción del texto. Los ilustradores leyeron los escritos e hicieron propuestas a las protagonistas y, junto a ellas, acabaron de elaborar sus ilustraciones. Mientras, el grupo de Derechos Humanos del colectivo Lambda realizó un trabajo de investigación sobre la situación de las personas LGTB en cada uno de los países de origen de las protagonistas. Con los datos extraídos de este trabajo se han realizado unas introducciones a los relatos que consideramos ayudarán a los lectores y lectoras a comprender mejor los contextos sociales de las protagonistas. El resultado de todo este proceso participativo son estas cuatro historias que les presentamos, los relatos de vida de cuatro mujeres que tan generosamente nos han abierto las puertas a sus experiencias, sus aprendizajes y sus vidas.
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ARGENTINA. MI CORAZÓN DE VIAJE La historia de Mariana
ARGENTINA
Introducción de Luis Navarro Sánchez.
Argentina es a día de hoy el país de América del Sur con la legislación más avanzada en cuanto a respeto e igualdad de la población Lesbiana, Gay, Transexual y Bisexual (en adelante “LGTB”) tras la aprobación de la Ley 26618 de Matrimonio Igualitario en julio de 2010, la cual permite que las parejas homosexuales puedan casarse y adoptar. No obstante ello, a nivel legislativo, todavía son necesarias una serie de regulaciones ya que: • no existe una Ley de Identidad de Género que reconozca y garantice el derecho a la identidad de las personas transexuales sin condicionamientos, ni las operaciones compulsivas ni los diagnósticos médicos o psiquiátricos. También falta una Ley de Atención Integral de la Salud para personas Transexuales, que les garantice el pleno acceso a la salud y el acompañamiento profesional adecuado en el proceso de cambio corporal sin ningún tipo de discriminación, y en el marco del Plan Médico Obligatorio. • se ha de reformar la Ley de penalización de actos discriminatorios (Ley 23591) para que contemple como pretextos discriminatorios a la Orientación Sexual e Identidad y/o Expresión de Género, e incorpore la legitimación de las ONG’s y luchas activistas para accionar en procesos judiciales contra la discriminación. • además, ha de derogarse la Ley 23950 que habilita la detención arbitraria y sin intervención judicial de cualquier ciudadano/ciudadana 29
Afrodita ha llenado mi corazón bajo el pretexto de “averiguación de antecedentes” y que es utilizado para hostigar especialmente a personas transexuales trabajadoras del sexo. A pesar de los derechos logrados en términos legislativos, las personas LGTB tienen graves dificultades para acceder a la justicia y gozar de las garantías constitucionales en igualdad de oportunidades. Los políticos progresivamente tienen en cuenta los derechos del colectivo LGTB, pero aún queda trabajo por hacer: han de poner en marcha políticas públicas para que realmente se pueda disfrutar de los derechos recogidos en las leyes. Para la sociedad, el único acceso o el único conocimiento del colectivo LGTB se basa en las imágenes, en lo que han oído o leído o visto sobre gays y lesbianas. La mayor fuente de información la obtienen de los medios de comunicación e información, los cuales tienen un papel muy importante para ayudar a la lucha contra la homofobia, transfobia y lesbofobia, las cuales aún son frecuentes en núcleos de población pequeños. Todo este desconocimiento, se refleja en distintos ámbitos de la sociedad argentina, en los que el colectivo LGTB sufre las consecuencias: 1. ámbito laboral. Todavía distan de ser los espacios de convivencia que deberían ser: no se visibiliza la orientación sexual, identidad o expresión de género por miedo a las consecuencias. Hay que eliminar la discriminación en este ámbito. Además serían convenientes programas de incentivos fiscales para la contratación de personas trans (travestis, transexuales y transgéneros) por parte de las empresas. 2. ámbito sanitario. No hay planes de prevención del VIH/SIDA e ITS en poblaciones LGTB. Incluso falta legislación que garantice un trato no discriminatorio a la población LGTB en la donación de sangre, evitando la utilización de formularios que basados en la orientación sexual impidan este acto. La situación de las personas intersexuales también es complicada, ya que no hay protocolos de actuación que –en plena observancia del interés superior de niñas y niños- prohíban las intervenciones quirúrgicas a niñas, niños y adolescentes intersexuales por la sola decisión del médico, tutores o padres, y sin consentimiento de los mismos. 3. ámbito educativo. Tampoco existe una Ley de Educación Sexual Integral ni talleres sobre “Diversidad Sexual y Derechos” en las escuelas 30
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales medias del país, que promuevan la vinculación de los y las estudiantes con personas LGTB visibles. Además se necesitan programas de prevención y erradicación de bullying homo/lesbo/trans/bifóbico en las escuelas. Los jóvenes están acostumbrados en su día a día a insultos, agresiones y miedo. A pesar de existir organizaciones que agrupan a miembros del colectivo LGTB, la celebración anual del Orgullo y otros factores para visibilizar a gays, lesbianas, bisexuales y transexuales, aún existen denuncias de agresiones e incluso de actuaciones desmedidas e injustificadas de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado hacia, fundamentalmente los y las transexuales (además, ha aumentado considerablemente el número de asesinatos hacia ese colectivo). Por todo ello, sería muy conveniente, impulsar campañas tendientes a visibilizar la diversidad de modelos de familias y el pleno respeto a la diversidad, además del reconocimiento de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales perseguidos/as y reprimidos/as a lo largo de la historia, en especial durante los gobiernos militares antidemocráticos. Para ayudar a llevar a cabo todas estas acciones, debería crearse una Secretaría Nacional para la Ciudadanía LGTB que pueda articular y orientar las diversas acciones que el Estado argentino destine, actualmente y en adelante, a la protección, promoción y garantía de los derechos del colectivo LGTB. Finalmente, cabe destacar que la información referente a la población LGTB sigue teniendo una visión androcéntrica, siendo los hombres la medida de todo, cuando realmente las lesbianas y mujeres bisexuales representan cuanto menos la mitad de la población LGTB y por tanto no se deberían considerar como una minoría dentro de la misma.
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MI CORAZÓN DE VIAJE Relato elaborado por Mariana Urueña, Andrea Francisco y Miquel Ortells Ilustraciones de María Fuset Llin
Vengo de Buenos Aires, de la capital. Allí pasé los primeros 30 años de mi vida, hasta que en 2001 crucé la inmensidad del océano Atlántico para quedarme a vivir en el Mediterráneo. En este relato hablaré de ese viaje geográfico pero también del proceso interior, comenzado mucho antes, que me ha permitido ser lo que soy.
Si él hubiera tenido pastillas verdes o azules para darme, me las habría dado Quiero arrancar este recorrido en mi adolescencia, una época marcada por el juego de máscaras e imágenes para parecer la chica heterosexual que todos esperaban. Sin referentes, sin ninguna lesbiana a miles de kilómetros que me permitiera siquiera soñar que había otras posibilidades de sentir, otras posibilidades de amar. Estás en plena construcción de tu identidad a través del otro o de la otra, de la necesidad de aceptación, pero descubres que lo que te pasa está fuera de la norma. ¡Claro! la aceptación de tus propios sentimientos no es tan fácil de conseguir. Por eso, recuerdo vivir una adolescencia muy, muy
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Afrodita ha llenado mi corazón solitaria. Me la pasaba escribiendo en un papel mis sentimientos porque no tenía a nadie con quien compartirlos. Y, cuando tuve la oportunidad de contarlos, el mensaje que recibía era represor y sancionador. En ese momento yo estaba yendo a terapia. Como probablemente sabéis, por una cuestión cultural en Argentina ir al psicólogo es algo bastante frecuente y prácticamente todos hemos pasado por el diván en alguna ocasión. La mala suerte fue que di con un “profesional” que si hubiera tenido pastillas verdes o azules para darme, me las habría dado. Él quería curarme y reprimió mucho las sensaciones de deseo que yo comenzaba a sentir hacia otras chicas. Para este “profesional”, eso no podía ser. Él afirmaba que lo que yo tenía era temor a tener una relación sexual con un chico y debía superar mis miedos e intentarlo. Siento que esta terapia retrasó mucho un proceso de aceptación de mi orientación sexual que de otra forma habría sido más natural. Años después me enteré de que él era catedrático de la Universidad Católica Argentina, con lo cual entendí muchas más cosas. Pero todavía hoy me duele recordar como esta persona condicionó unos años de mi vida y, de seguir sus consejos “profesionales”, hubiera puesto en serio peligro mi desarrollo sexual y afectivo. En definitiva, mi felicidad. Creo que las personas tenemos que tener una ética a la hora de actuar con el otro y una responsabilidad cuando ejercemos una profesión. ¿Qué pasaría si un médico con prejuicios raciales fuera recomendando a sus pacientes una operación de cambio de piel? Me pregunto si le dejaríamos seguir ejerciendo libremente su profesión. Todo esto fue mi punto de partida. Verme en un espejo donde se me nublaba permanentemente la imagen, donde me costó mucho poderme encontrar reflejada. No sólo por mi propio proceso interno sino también porque los factores jugaron en mi contra, haciéndomelo más difícil.
Soy lo que soy Pero siempre hay alguien. Siempre hay una persona con la que puedes hablar. Para mí, esa persona fue mi profesora de educación física. Yo intuía que le gustaban las mujeres y, sobre los 16 años, comencé a 34
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales conversar con ella. Recuerdo que un día me dijo: “Mariana, lo tuyo es cuestión de tiempo, nada más. Llegarás al punto en que lo tendrás claro y lo vivirás tranquilamente”. Yo jugaba con estas ambigüedades de “me pasa esto pero luego salgo con Jorge” y, con excepción del terapeuta homófobo, ella era la única persona con la que podía conversar acerca de mis sentimientos. Para mí, ha sido alguien muy, muy importante. Cada vez que viajo a Argentina quedo con ella y nunca dejo de felicitarla el día de su cumpleaños. No es para menos. Fue la isla donde reposar el mar de soledad que me acompañó durante toda mi adolescencia. La otra islita, un poco más lejana pero no por eso menos esperanzadora, fue la cantante Sandra Mihanovich. Al finales de los 80, este icono de la televisión e hija de la periodista más importante y famosa de Argentina, salió del armario con su pareja, otra cantante llamada Celeste Carvallo. Para muchas de nosotras esto fue muy valioso, tenías la posibilidad de verte en alguien, alguien que además era valiente y se sentía feliz con su amor. Recuerdo que tenía una canción preciosa, “Soy lo que soy”, una adaptación de la letra de Frank Sinatra “I am what I am”. Con su voz sincera cantaba
“No tengo que dar excusas por eso. A nadie hago mal y el sol sale igual para mí y para ellos. Tenemos una sola vida sin retorno, por qué no vivir como de verdad somos. No quiero fingir, no voy a mentir. Yo soy lo que soy.” Una expresión literal, alta y clara, de lo que muchas queríamos gritar para romper este espeso y negro silencio que nos ahogaba. Una canción hecha himno que ponía voz al amor censurado e invisible. Y es que yo jamás tuve ni siquiera un libro, una película o algo que hablara de personas como yo, de mujeres a las que les pasaran las cosas que me estaban pasando a mí. Esa falta de referentes en el alrededor, en lo cotidiano, en lo más próximo; en el arte, en la cultura, en la literatura, en el cine, en la televisión o en otros medios de comunicación, hizo que muchas de las 35
Afrodita ha llenado mi corazón personas de mi generación viviéramos procesos muy solitarios. Estos fueron los finos pilares iniciales desde los que yo arranqué para comenzar a construirme, no sin bastante dificultad.
De las cuatro paredes al ambiente lésbico Yo me movía mucho dentro del mundo del deporte, así que no es de extrañar que conociera a mi primera pareja jugando al pádel, que entonces era muy popular en Argentina. Ella, Stella, era una mujer 20 años mayor, una persona que había vivido la dictadura y la persecución política. La represión, no sólo política sino también familiar, la habían marcado y formaba parte intrínseca de su guión de vida. La diferencia generacional y, sobre todo, su historia personal, hicieron que los dos años juntas fueran muy bonitos aunque estuvieran limitados a una relación entre cuatro paredes. Todo estaba condicionado a no hablar con nadie, que nadie supiera, que nadie se enterara, que nadie se diera cuenta en ningún lugar. El tema de la invisibilidad, de permanecer en el armario, fue complicado para mí. Era una contradicción absoluta y total. Mentir en casa y mentir fuera. Vivir siempre de esa manera fue asfixiante, pero ella no estaba dispuesta a vivir de otra forma. Es duro querer a alguien que te entiende pero que no te puede acompañar, que no puede dar los pasos que tú necesitas para continuar. Las lesbianas de su generación se conocían en el supermercado, nunca había visto un bar de ambiente. Y teníamos esa distancia, esa forma diferente de encarar la vida, de procesar nuestra sexualidad. Ella tenía asumido que quería permanecer en esas cuatro paredes y yo, que tenía 20 años, quería soñar otro futuro. Y llegó, dos años después, en forma de huracán. Me reencontré, a mis 23, con Andrea, una antigua compañera de tenis seis años mayor que yo. Y, claro, yo ya no era la mocosa adolescente ni ella esa chica tan mayor que admiraba con devoción. Y pudimos mirarnos con otros ojos, con los del deseo. Y ese fue el momento de decidir: “Ya”. De hablarle al mundo, como lo hace Serrat,
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Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales
“del milagro de existir, la fortuna de encontrar, la ilusión de vislumbrar, el orgullo de gustar, la emoción de desnudar, la delicia de encajar, el alivio de estallar y derramarse y el amor, el amor…” Que, para mí, tenía nombre de mujer. Comenzamos una historia llena de planes compartidos que duró seis años. Nos compramos la primera casa, luego nos mudamos a otra, adquirimos nuestro coche e incluso compartimos una experiencia laboral. Vivimos un gran proyecto. Fue uno de los períodos más importantes y felices de mi vida. El apoyo de Andrea me permitió comenzar a abrirme. Pero la liberación al salir del armario vino acompañada de un alto coste emocional. La respuesta y la reacción de mi familia fueron duras. Su respuesta inicial fue un: “Te vamos a seguir queriendo igual pero no traigas a nadie a casa”. La traducción de eso fue el alejamiento de mi familia y mi sentimiento de no tenerla. Me fui de casa y mi familia pasó a ser la elegida: Andrea y mis amigos íntimos. Mi madre es muy creyente, muy católica y conservadora; de alguna forma esta era y es una cuestión social todavía muy instalada en Argentina y aun en Buenos Aires. Mi padre es una persona con un círculo social y profesional amplio y, claro, no era fácil. Así que llegamos al punto de tratar de respetarnos pero estuvimos muchos años distanciados, muchos. Mi madre hacía un esfuerzo por intentar acercarse; a mi padre le costaba más. Al final era un quiero y no puedo. Entendí que también yo había tenido mi proceso y ellos necesitaban el tiempo para el suyo, pero eso no quitaba que me doliera su respuesta. En medio de todos esos años conocí el ambiente lésbico de la ciudad. Lo descubrí, como muchas otras cosas, de la mano de Andrea. Y fue un flash encontrar a gente que sentía como yo, después de esa gran andadura por el desierto que había sido mi adolescencia y mi primera juventud. Habían pocos sitios y menos de mujeres –igual eran 2 o 3 garitos-, pero la dinámica era muy divertida. Recuerdo ir a un sitio que se llamaba
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Afrodita ha llenado mi corazón Sitges. No era sólo un pub de fin de semana sino que siempre hacían algo, era un espacio de encuentro. Los domingos tocaba el cantobar (karaoke), las chicas quedábamos para jugar al fútbol primero y luego íbamos allí a darlo todo cantando. Teníamos un círculo, pero aun así seguía siendo un círculo cerrado. Creo que es una cosa que suele pasarnos a las lesbianas. Compartíamos casi todos los espacios, los amigos, la casa, el trabajo y yo, además, en ese momento sentía que no tenía otra familia. Todo eso fue dejando sin aire nuestra relación. Estar tan, tan, tan cerradas y juntas. Y, claro, acabamos “ahogadas”. Era mucho lo construido y, después de todo lo vivido, vino el final con una separación de bienes donde acabamos discutiendo por una filmadora. Fue duro ver como la pareja acabó siendo uno, admitir que ella ya no envejecería al otro lado de mi cama.
Ese viaje me cambió la vida A los 8 meses de separarme de Andrea, y luego de pasar un proceso de profundo dolor y de terapia, me calcé la mochilla y volé a recorrer la vieja Europa durante dos meses. Hacía tiempo, todavía juntas, nos habíamos planteado hacer ese viaje. Así que pensé en porqué no hacerlo igual, yo sola. Era el año 2000 y estaba apunto de llegar a mis treinta. La vida conocida hasta ahora ya no existía, el proyecto de familia e hijos imaginado se había desdibujado y salir a otro lugar fue como abrir una venda después de meses de caminar a ciegas. Ver Europa en general y España en particular hizo plantearme muchas cosas. Levantar y abrir la cabeza y el corazón, preguntarme sobre mis necesidades y las inercias que llevaba tiempo sin cuestionar. Yo tenía un trabajo increíble en Buenos Aires, trabajaba como directiva en el sector financiero y ganaba más dinero del que podía gastar. Pero venir aquí, y sola, fue muy fuerte. Ese viaje me cambió la vida. Me acuerdo que entré al continente europeo por Madrid. El plan era albergue y mochila, con lo que fui conociendo a otras muchas personas que viajaban solas: una japonesa, una alemana, una china... Pero el segundo o tercer día me abrí del grupete, les dije: “chicas, hoy tengo 38
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales una excursión aparte”. Tomé el metro dirección Chueca y, mientras iba subiendo las escaleras mecánicas que me llevarían al centro del barrio LGTB por excelencia, sentía que estaba entrando a otro mundo, a otro planeta. ¡Y flipé! Me moría, no podía creer que la gente viviera con esta libertad, caminando de la mano, entrando en esos garitos. La sensación fue indescriptible. El viaje continuaba por Francia, no sin antes hacer una parada en Barcelona. Quedándome sólo 24 horas en la ciudad condal quise conocer Sitges, después de todo me recordaba a las noches de cantobar de mi tierra. Fui a pasar el día allí y lo hice con un brasileño que conocí en el albergue y que se había enganchado a mí. Al llegar en el tren y adentrarme en el pueblo sentía como si estuviese en una película ambientada en San Francisco, nunca me había imaginado que esto se pudiera vivir así. Tanta fue la emoción y las ganas de conocer más, que tras regresar a Barcelona y dejar al brasileño, volví sola a Sitges por la noche. Y en aquella aventura de trenes para arriba y trenes para abajo, en esas poco menos que seis horas nocturnas, conocí a una persona que luego se ha convertido en la persona más especial de mí vida. Así es la existencia, llena de rincones donde las casualidades/causalidades ocurren y te ponen el mundo del revés. Yo iba con el plano de los lugares de ambiente, todavía alucinada de que existiera un sitio en el planeta tierra en el que te repartieran este tipo de “mapa del tesoro”. Andaba preguntando por los sitios de chicas y, de pronto, me recomiendan un karaoke. No me lo podía creer, estaba en Sitges y me iba a un cantobar, parecía que Buenos Aires no me abandonaba. Pero el lugar era bien diferente del que estaba al otro lado del charco. Una casa con un cartel en la puerta que ponía “Karaoke” escrito a mano. La cosa más curiosa que había visto en mi vida. Pero, claro, la curiosidad es todo un motor de movimiento y entré. Había una mujer mayor en la barra que estaba cogida a un micro y, como si se le fuera la vida en ello, cantaba emocionada. Todo muy surrealista, digno de una peli de Almodóvar. Pero no era la única disfrutando del espectáculo, me acompañaban dos jóvenes sentadas al lado de la barra que también se preguntaban qué estaban haciendo allí. Y esa complicidad que una 39
Afrodita ha llenado mi corazón encuentra en las situaciones más bizarras nos animó a pasar la noche juntas, de copas y de bailes, ya alejadas de la cantora amateur. Y, como a Sabina, “nos dieron las diez y las once, las doces y la una y las dos y las tres”, pero sin que al final la luna nos encontrara desnudas. Nos dijimos un adiós que más bien fue un “hasta pronto” y el correo electrónico permitió el reencuentro un año después. Así fue como este viaje se convirtió en el inicio del proceso migratorio y en la continuación del proceso identitario.
El proceso migratorio
La salida: El último que apague la luz Volví a Buenos Aires con la sensación de cuestionarme muchas cosas. La vida que llevaba y la que quería llevar. Una rutina laboral absorbente estaba separándome de mis deseos y el viaje me hizo despertar de la inercia autómata para saltar de nuevo a la vida. Nada importante me ataba a mi ciudad y sentía que quería vivir de otra manera. Entonces comencé a soñar la idea de estar una temporada en el extranjero. Pero desde que imaginé esta posibilidad hasta que pudo materializarse en un visado de estudiante, el camino fue largo y costoso. Conseguir los papeles en el momento de éxodo masivo del 2001 fue complicado. Argentina estaba asediada por una crisis económica increíble, el cambio de gobierno pintaba mal y terminó peor, y miles de personas querían salir del país. Ciudades enteras veían despedir a toda una generación, un número significativo de personas de entre 20 y 30 años traspasaron las fronteras buscando una salida. La sensación era de que “el último que apague la luz”. Yo era una persona privilegiada, tenía un buen trabajo y mis circunstancias eran otras. Esto me generaba una contradicción muy dura. Por una parte, un sentimiento de culpa, de abandonar el barco, la gente 40
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales y las causas con las que estaba comprometida. Por otra, la necesidad de respirar, de encontrar el aire que me faltaba como lesbiana en un entorno tan cerrado. Quería vivir mi identidad de otra manera. Además, quería un estilo de vida diferente al que tenía, una calidad de vida que una gran capital no me ofrecía. En Buenos Aires para ir a trabajar había llegado a esperar 9 metros para poder subir a uno y estaba harta de eso. Cuando me planteé migrar, tenía claro que quería venir con un proyecto que diera sentido a mi estancia. Y pensé que ampliar mi formación podía ser una buena opción. Yo había hecho la carrera de Ciencias Políticas, pero la terminé “como pude” porque estudiaba en la época en la que me fui de casa. Vivía con Andrea, ella era docente y eso en Argentina significa cobrar una miseria; así que nos manteníamos prácticamente con mi sueldo. Trabajaba de unas 10 a 12 horas diarias y compaginarlo con el final de la carrera me costó mucho. Tenía la sensación de haber tenido que crecer muy rápido: asumir responsabilidades, vivir con la pareja, trabajar, estudiar,… Y ahora se abría la posibilidad de volver a las aulas de otra forma. Pero las cosas no eran tan fáciles y conseguir el visado de estudiante fue toda una aventura. Había que hacer colas, colas y más colas de horas y horas. Dormir en la calle para tener numerito a la mañana siguiente, poner una caja de chocolates en el sobre con tus documentos para agilizar los trámites… Al mismo tiempo que solicitaba los documentos para estudiar en Valencia tenía que tramitar mi visado y, entre papeles y largas esperas, me pasé más de medio año.
La llegada: Eres nadie Llegué a Valencia un 4 de octubre de 2001, con la mochila preparada para comenzar mi Máster en Recursos Humanos en la Universidad de Valencia. Como soy muy organizada, había pedido una excedencia en el trabajo por un año, había alquilado mi piso de Buenos Aires y lo había dejado todo listo para mi regreso. Lo peor que me podía pasar era que, al cabo de un año, volviera a mi vida con un título de “Máster” bajo el brazo. 41
Afrodita ha llenado mi corazón Al mes de llegar me reencontré con Mª José, la persona que conocí esa nit màgica de Sitges y que había sido uno de los contactos que facilitaron mi salto al otro lado del charco. Ella era vasca y en ese momento vivía en Vitoria. Así que comenzamos una relación a distancia con mucha ilusión y la ayuda del Bilman Bus. A los nueve meses del deseo nació la necesidad de acortar distancias y pensamos que, entre Vitoria y Buenos Aires, Valencia parecía un buen sitio para arrancar nuestra vida en común. Pero durante todo ese año muchas cosas cambiaron. Y fue el amor de Mª José lo que me permitió afrontar la nueva situación. Y es que dos meses después de aterrizar en Valencia, de eso hace ahora ya diez años, sucedió lo inimaginable. Y ni toda mi previsión ni toda mi organización sirvieron para prepararme para el 2 de diciembre de 2001. La fecha la tenemos los argentinos marcada a fuego en la memoria colectiva, recordándonos que las cosas pueden desaparecer de la noche a la mañana. Era un 2 de diciembre y nadie lo esperaba. Fui al cajero automático y resulta que no pude sacar dinero. Era un 2 de diciembre y cayó el corralito. Lo perdí todo: todos mis ahorros. Unos 5 millones de pesetas que, poco o mucho, me habían costado toda mi vida reunirlos. Estaba estudiando un máster que acababa de comenzar, compartiendo un piso en una ciudad a miles de kilómetros de casa y mi seguridad económica se había evaporado. Por suerte, uno de los requisitos del visado había sido abrir una cuenta en España con cinco mil euros. Con eso, un poco de ayuda paterna y el gran apoyo en todos los sentidos de Mª José, pude pasar el año. Haciendo repaso, en mi primer aniversario como migrante me encontraba comenzando la convivencia con mi pareja en Valencia, con un máster terminado, con una visa de estudiante a punto de caducar y sin un euro en mi cuenta corriente. Lo urgente era resolver el tema de los papeles, con lo que estiré el visado por un año más apuntándome a un segundo máster. Es decir, pagué el papelito que me permitía estar en España con una matrícula de estudios de postgrado aunque sin permiso para trabajar y me pregunté quién se estaba aprovechando de la situación ¿la migrante o el sistema? A este segundo máster casi no acudía, a fin de cuentas había sido un medio para permanecer en el país más que un interés académico real. 42
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales Mi verdadera prioridad era conseguir un trabajo. Yo tenía una abuela española, con lo que si conseguía la tarjeta de residente en un año podía pedir la nacionalidad. Mi objetivo era, pues, tener un trabajo que me permitiera presentar los papeles en la delegación de gobierno para comenzar a tramitar la tarjeta y el NIE. Es decir, papelitos y más papelitos que regularizaran mi situación como ciudadana. Venía de Argentina con un currículum muy bueno: había ocupado cargos de dirección en una gran empresa bancaria reconocida en cualquier parte del mundo, hablaba idiomas y tenía títulos académicos. Pero resulta que eres nadie y, además, no tienes permiso para trabajar. Aunque contaba con un as debajo de la manga para ganarle la partida a la impotencia. Tenía el gran apoyo de la persona que me quería y que yo quería. Y como en la canción de Sabina que hicimos nuestra, desafiamos juntas el oleaje como peces de ciudad…
“Desafiando el oleaje sin timón ni timonel, por mis sueños va ligero de equipaje sobre un cascarón de nuez… mi corazón de viaje.” Y con eso se siente una fuerza tremenda que te permite seguir para adelante y comenzar de nuevo. Y a mí me permitió enfrentarme a un nuevo inicio, como muchos otros estaban teniendo que hacerlo tanto aquí como en mi tierra. Así que me planteé que con 30 años, salud y dos manos; lo iba a conseguir sí o sí.
Sentís la impronta Llevaba seis meses empapelando Valencia con mi currículum, ¡si no presenté 300 no presenté ninguno! No había forma de que alguien se interesara en contratar a una argentina con visa de estudiante. Con toda esta experiencia comprendí lo difícil que era, en aquel momento y en aquel contexto, dar trabajo a una extranjera. Había que rellenar seiscien43
Afrodita ha llenado mi corazón tos papeles, realizar trámites y pagar tasas para contratar a una persona como yo. La cantidad de burocracia que teníamos que pasar ellos y yo para poder trabajar era horrible. Además, en aquellos años estaba todo muy saturado, el flujo de la migración de la gente era enorme y había una tensión social entre ellos/nosotros que era muy difícil. En eso estoy cuando una amiga del Máster me comenta que, tal vez, un chico podía ayudarme con el trámite de los papeles de trabajo. Así que fui a verle hasta Paiporta, un pueblo cercano a la capital. Pero, como siempre pasaba, al final el pibe se echó para atrás. Ese día estaba diluviando, estábamos pasando gota fría, y yo volvía en el tren de regreso a Valencia. Estaba fatal, muy frustrada y empapada de arriba a abajo. Entonces recordé que me habían dado el contacto de la directora del callcenter de Bancaja. Yo ya les había escrito solicitando trabajo y me habían respondido una de esas cartas amables e impersonales sugiriéndome que me dirigiera al Servef. Y, con la determinación de momentos tan críticos como ese, me dirigí a las oficinas centrales de Bancaja. No era la primera vez que había intentado hablar con la responsable del callcenter, el problema era que los de seguridad nunca me dejaban pasar de la puerta. Pero la casualidad quiso que ese día, que no paraba de llover, los porteros de la oficina bancaria estuvieran atareados ayudando al ir y venir de paraguas y personas mojadas. Y me pude colar por las escaleras sin que nadie me lo impidiera. Subí hasta donde estaban las oficinas del callcenter y abrí la puerta para encontrarme con una sala llena de chicos y chicas pegados al teléfono. Estaba empapada de arriba a abajo, un desastre. Si me hubiese parado a pensar en el qué dirán, no habría pasado de la entrada; pero fue uno de esos momentos en que sentís la impronta y simplemente actúas. Y pasé todas las seguridades del banco, todas. Yo iba preguntando por Laura Granados y las personas, que estaban hablando por teléfono, me hacían señales indicándome el camino hasta que llegué a un despachito donde estaba ella también al teléfono. Cuando colgó puse un pie en su oficina, le di la mano y comencé a hablar durante más de 10 minutos seguidos, sin parar. Le expliqué mi situación y le pedí que me diera una oportunidad de trabajo, de cualquier cosa. Ella me advertía: “mira que aquí trabajamos las 24 horas, los 7 días de 44
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales la semana, los 365 días del año”. Mientras, recuerdo que yo no paraba de decir: “qué necesitas, cuándo puedo empezar, puedo comenzar hoy mismo”; como una autómata, una y otra vez. Cuando terminamos la conversación, me prometió que me llamaría en 48 horas y así fue. Comencé a los treinta días, después de otro peregrinaje de ventanillas y mil pasos de burocracia para tramitar el alta del permiso de trabajo. Empecé como agente telefónico e hice de todo: tardes, noches, servientrada, bolsa, soporte de la página web, atender en inglés,… Lo que hiciera falta. Y la gente se portó increíble conmigo. Le tengo que agradecer mucho a este primer trabajo y al grupo de gente que me dio la oportunidad. Me permitió obtener ese papel que cambia toda tu vida aquí, ese papel que cambia tu condición de migrante a ciudadana con plenos derechos.
Cambios en el proceso identitario
Del amor a la amistad: siento que puedo compartir su vida y su felicidad y ella la mía Mª José ha sido la persona más especial de mi vida. Desde los primeros momentos del viaje migratorio, ella se convirtió en el principal apoyo y motivo de seguir aquí. Estuvimos cuatro años juntas. Con más que con ninguna otra pareja antes, es con ella con quien ilusioné/soñé la posibilidad de ampliar la familia y lo planteamos desde un lugar de deseo y proyecto compartido. Coincidió también con un contexto que, por fin, permitía esta posibilidad a dos mujeres. Fueron los años previos a la aprobación de la Ley del Matrimonio entre personas del mismo sexo en España y desde los colectivos se comenzaban a celebrar Jornadas de Familias Homoparentales. Nosotras comenzamos a informarnos sobre el tema y a participar en este tipo de encuentros, pero nuestra crisis de pareja y la posterior separación truncaron esta posibilidad. La ruptura fue muy dolorosa y necesitamos otros cuatro años para poder volver a 45
Afrodita ha llenado mi corazón estar cada una en la vida de la otra. Afortunadamente, con mucha voluntad, y con un trabajo por parte de las dos, actualmente Mª José continúa estando en mi vida. Tomarnos un tiempo de distancia para cambiar prismas y hacer el proceso de duelo ha sido fundamental para que esto se pudiera dar. Para poder acercarnos desde un lugar diferente y ubicar en un lugar diferente a la otra. Me siento afortunada de saber que las personas que han sido parte importante de mi familia, hoy lo continúan siendo aunque sea desde otro lugar. De hecho, los pilares más importantes que tengo en esta vida son mis ex-parejas. Esto es algo muy bonito y creo que lo heredé de mis padres. Ellos se separaron cuando yo tenía seis años, pero han mantenido siempre una relación muy estrecha y muy sana. Pese a construir nuevas familias, no han dejado de seguir muy vinculados a la familia más extensa. Se necesitaron años, no se hizo de un día para otro, pero hoy somos capaces de celebrar las navidades o un cumpleaños todos juntos: mi madre, su marido, mi padre, su mujer, mi hermana, mis hermanos de los nuevos matrimonios de mis padres y mis abuelos. A veces las relaciones de pareja han podido no funcionar pero si tú has querido y te han querido bien, por qué no seguir compartiendo desde un lugar diferente si las dos personas tienen voluntad e ilusión de seguir haciéndolo. Mª José y yo hemos tenido la suerte, las ganas y la capacidad de currarnos una relación diferente, de amistad. De volver a elegirnos y a tenernos como familia afectiva. Cuando se da esto es fantástico, siento que puedo compartir su vida y su felicidad, y ella puede compartir la mía. Cuando ese camino se puede hacer, logras un crecimiento personal muy especial.
El activismo: Me va la vida en ello Mi entrada en el colectivo Lambda de lesbianas, gays, transexuales y bisexuales se produjo al año de estar aquí. Para mí fue muy importante, siempre lo digo y lo resalto. Aparte de María José, que era mi familia, yo no tenía amigas ni amigos cuando llegué. Y Lambda me permitió, ade46
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales más de crecer como activista, encontrar esa piña, ese grupo de amigas y compañeras que ha sido hasta hoy el núcleo de gente con la que convivo. En el colectivo he descubierto un espacio de socialización entre iguales pero diversas, he encontrado referentes, personas a las que quiero y admiro, y he sentido la necesidad de comprometerme personalmente por las causas políticas y las reivindicaciones del movimiento LGTB. Mi vida, en estos últimos años, tiene un sentido diferente desde que vivo el activismo de esta forma y creo que soy una privilegiada por eso. Hay personas que pasan por la vida sin hallar algo que les motive y en mi caso lo he podido encontrar a través de una causa que, además, es la mía y de mucha gente que quiero. Es muy especial para mí. Tengo la sensación, como diría Silvio Rodríguez, de que hoy como proyecto y posibilidad de aporte personal, me va la vida en ello. En este sentido, el activismo va más allá del espacio del colectivo. Trabajo como jefa de servicio en un callcenter donde somos 600 personas en plantilla. El hecho de ser visible, de no ocultar mi orientación sexual, esa actitud de apertura y “normalidad”, unido al buen clima de trabajo que tenemos, también ha influido en la actitud del resto de compañeros y compañeras. Todo el mundo lo acepta tranquilamente y el lugar de trabajo se ha transformado en un espacio de inclusión de la diversidad.
La familia: La distancia que nos ha unido El proceso identitario ha venido acompañado de la aceptación, primero por mi parte y, posteriormente, por parte de las personas a las que quiero. En el caso de mi familia, ha sido la distancia de estos años y de estos kilómetros lo que más nos ha unido. Nos ha permitido encontrarnos desde lugares diferentes. Ahora hemos traspasado la frontera del respeto para llegar al reconocimiento del lugar de la otra y el otro. Nos encontramos mucho más cerca y no sé si hubiésemos sido capaces de hacerlo y de lograrlo si me hubiese quedado en Buenos Aires. Es verdad que, por momentos, tenemos una relación muy distante y que todavía hay cosas que siguen sin entenderse o compartirse. Pero se respeta y acompaña desde otros lugares. 47
Afrodita ha llenado mi corazón Creo que las distancias permiten la posibilidad de relativizar, de tomar perspectiva. Te dan la posibilidad de cambiar las gafas. Sacarte las de cerca y ponerte las de lejos. Esto es un cambio de perspectiva y de mirada que deja que te centres en lo que prima, que es el cariño. Al final, han aceptado, conocido e integrado a mis parejas y yo, por esa parte, estoy muy contenta.
Punto y seguido Dentro de otros diez años podríamos continuar añadiendo párrafos a este relato. Tal vez otros acontecimientos pasarían a ser más relevantes y algunas de las historias actuales serían simples anécdotas sin trascendencia. Quizás otras personas ocuparán papeles protagonistas en esta historia y algunos nombres dejarían de nombrarse. El proceso migratorio y el proceso identitario no tienen nunca un punto final. Pero puedo afirmar que, a lo largo de la década que llevo aquí, he podido asentar las bases para vivir completamente integrada a orillas del Mediterráneo. Estoy muy contenta, muy feliz en esta ciudad. Puede que no gane el dinero que ganaba en Buenos Aires, pero aquí estoy a cinco minutos en bicicleta del trabajo y no tengo que llevar traje a la oficina; y eso, para mí, es calidad de vida. Mi orientación sexual la vivo con total libertad y siento que existe una gran aceptación social en comparación con la que se vive en Argentina. El colectivo Lambda me permite, día a día, aportar mi granito de arena a una causa que considero fundamental para la felicidad de las personas: la de la libertad de elección a la hora de amar. Además, tengo el mar a dos pasos y la mochila de viaje siempre lista y preparada. ¿Qué más puedo desear? Se me ocurren algunas cosas, pero esa historia tendrá que esperar.
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COLOMBIA. ESTA ES LA HISTORIA DE MI VIDA La historia de Nubia
COLOMBIA Introducción de Jorge Hernández La situación de las personas lesbianas, gays, trans y bisexuales (en adelante, “personas LGTB”) en Colombia es bastante ambigua ya que en algunos aspectos tienen avances pioneros en el panorama sudamericano y en cambio, contemplando otras aristas, la coyuntura es muy grave. La implantación de varias políticas públicas, que se materializan entre otras medidas, en la creación de varios Centros Comunitarios LGTB en las ciudades de Bogotá, y Medellín, es pionera. Además, en Colombia se permite que las personas homosexuales ingresen a las fuerzas armadas abiertamente (EEUU implantó esta medida hace menos de un año); otro aspecto positivo de su ambiente social y cultural es que la edad de consentimiento en las relaciones sexuales es la misma para parejas heterosexuales y para parejas homosexuales, catorce años. Sin embargo, como iremos desgranando a continuación, la realidad no es tan halagüeña. A nivel legal, gracias a varios fallos de la Corte Constitucional los derechos del colectivo LGTB en Colombia están más avanzados que en el promedio de los países con características similares geográficas y socioculturales. Mostramos un breve esquema cronológico de sus avances legislativos en los últimos años: • En 1980 se despenalizó la realización de actos homosexuales. • En 1991 se incluyeron en la nueva constitución varias provisiones como el Derecho a la Igualdad, el principio constitucional del Pluralis-
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Afrodita ha llenado mi corazón mo y el Derecho al Libre Desarrollo de la Personalidad. • En el año 2000 se estableció una norma que agrava la pena cuando se verifique que el delito fue motivado por la orientación sexual o la identidad de género de la víctima. • En 2001 se reconoció por primera vez el Derecho de Visita Íntima de una pareja del mismo sexo en una cárcel. En 2003 este derecho se hizo extensible a todas las parejas LGTB. • En 2007 se aprobó la Unión Marital de Hecho entre homosexuales y algunos Derechos Patrimoniales, así como se permitió la afiliación conjunta en la Seguridad Social. • En 2008 las parejas de hecho de homosexuales pueden acceder a la pensión del sobreviviente. • En 2009 se produjeron grandes cambios, dejando a las uniones civiles del mismo sexo muy aproximadas al matrimonio heterosexual. Excepto la adopción, solo a nivel individual para éstas. En 2010 se debatió pródigamente sobre el matrimonio en igualdad de condiciones y terminología para las parejas del mismo sexo tras un recurso de inconstitucionalidad de la actual definición. El debate concluyó movilizando muchos esfuerzos y las mentes de parlamentarios, periodistas, ciudadanos y finalmente no hubo valor suficiente para cambiar pero si que sentó un precedente que cuando vuelva a aflorar el tema, servirá como sustrato para la consecución. Destacar la ausencia del derecho a la adopción entre parejas del mismo sexo, imprescindible para la igualdad. En lo referente al tema del presente libro, las mujeres lesbianas, se afirma que no son consideradas ni en las políticas públicas, ni en las reivindicaciones que hacen los movimientos por el reconocimiento de los derechos de las mujeres. La orientación sexual y la identidad de género son factores que añaden una categoría de exclusión y discriminación a las mujeres lesbianas, bisexuales y transexuales. El goce de los derechos ciudadanos, ya de por sí con restringido acceso e inequitativo reconocimiento a las mujeres, se ve más limitado cuando se trata de mujeres lesbianas y bisexuales o de mujeres que no construyen su imagen e identidad de género según los estereotipos culturales de lo femenino, o mujeres transexuales. Las mujeres lesbianas y las bisexuales, conviviendo con mujeres, 54
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales sufren persecución; muchas son obligadas a desplazarse de sus lugares de origen, y existen reportes de violaciones sexuales, mutilaciones y muertes. Además en su entorno laboral deben enfrentar acoso sexual y acoso laboral. Se ven obligadas, bajo el temor de perder el empleo, a llevar una doble vida y a mantener una imagen externa de heterosexualidad. Cuando son despedidas, no tienen un recurso legal al cual acudir para que les sea indemnizado el daño, la única respuesta que da la ley colombiana ante el despido injusto es el reintegro. La discriminación por orientación sexual o identidad de género no está contemplada como delito en el ordenamiento legal del país. Los crímenes cometidos contra mujeres lesbianas, bisexuales y trans, van desde ataques verbales hasta físicos y no se registran como crímenes de odio. La razón más recurrida al momento de tratar de explicar los móviles de estos hechos es que se trata crímenes pasionales o de venganzas entre personas de la misma categoría, nunca se plantea la posibilidad de que pueda responder a acciones de grupos de “limpieza social” que realizan, entre otros, el grupo Águila Negra. La atención en salud a las mujeres lesbianas, bisexuales y trans desconoce las características de sus prácticas sexuales, existen altos niveles de ignorancia y prejuicio por parte de los prestadores de servicios de salud y esto genera mala atención y, no pocas veces, exclusión y aumenta las situaciones de riesgo a enfermedades como el cáncer ya que las mujeres prefieren abstenerse de acudir a realizarse sus controles médicos. La violencia intrafamiliar en parejas del mismo sexo casi nunca es atendida y cuando se realiza, es registrada como un asunto del ámbito del derecho penal y se aplica el criterio de que en caso de agresión física debe manejarse como lesiones personales. Los organismos del Estado no aplican ninguna de las medidas que la ley prevé para los casos de violencia intrafamiliar cuando quienes están implicadas son mujeres lesbianas, bisexuales y trans. Existe una práctica indiscriminada de represión contra las mujeres lesbianas que crean vínculos afectivos, y que las consecuencias emocionales para estas mujeres en contextos carcelarios, ya de por sí represivos, son nefastas. Se han documentado casos donde han sido incluso aisladas en calabozos por hacer evidente su orientación sexual y tener una vida 55
Afrodita ha llenado mi corazón afectiva en pareja. El abuso policial dirigido a las mujeres lesbianas se presenta inicialmente como acoso sexual por parte de los hombres: éstos se burlan y banalizan sus relaciones afectivas, y las convierten a ellas en objetos sexuales. Este acoso es justificado por la sociedad machista, e incluso puede llegar a ser alentado con manifestaciones violentas de la comunidad. En este contexto, las mujeres lesbianas se sienten amenazadas, no pueden expresarse libremente y tienden a hacerse invisibles: temen ser objeto de actos de violencia sexual aún más graves que el acoso. Esa invisibilización lleva entonces a las mujeres a abstenerse de denunciar por el temor a ser revictimizadas. Así, su vulnerabilidad se perpetúa en un estado extremo Para finalizar la introducción a este relato no se puede evitar mencionar algunas conclusiones generales sobre Colombia: como que la bisexualidad es bastante desconocida, que al hablar de vulneración de los Derechos Humanos se llega a hablar de homicidios hacia personas LGTB y sus defensores, y que urge que el Estado colombiano observe y registre los casos de discriminaciones y violencias contra el colectivo LGTB y que realice intervenciones claras en estos casos e implemente acciones de prevención, sumándose a las que ya está llevando a cabo.
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COLOMBIA. ESTA ES LA HISTORIA DE MI VIDA La historia de Nubia Relato elaborado por Nubia Sánchez, Flores Higueras y Lidón Moliner Ilustración de Alejandro Macharowski
Soy yo y mis valores Cuando nacemos no podemos saber lo que nos tiene reservada la vida. No hemos podido elegir a nuestra familia, ni el lugar donde vamos a crecer y a impregnarnos de valores que, de alguna manera, diseñarán y determinarán nuestra conducta. No podemos elegir nuestro sexo ni nuestra orientación sexual. Lo que sí podemos es aprender a vivir con la conciencia de aquello que necesitamos y aquello por lo queremos existir. Esta es mi lucha desde que empecé a tomar conciencia de mi “yo”, de mi situación “especial”. Me llamo Nubia. Nací el día de San Antonio, el 13 de junio de 1968, en la ciudad de Buga, Colombia. Los que me conocen dicen que soy temperamental, que cambio de genio, pero yo me siento siempre la misma, igual. Soy una persona a la que le gusta que la valoren, me gusta valorar y ayudar, pero si alguna vez tengo que decir alguna mentira por el bien de alguien, lo hago. Me gusta darlo todo y que me den a mí también pero con sinceridad, no con falsedad. Tengo muy claro que primero es la familia, y después los que sí son verdaderamente amigo
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Afrodita ha llenado mi corazón
Amalgama de sentimientos: Mi infancia En Colombia la mentalidad está muy imbuida por lo tradicional y lo religioso. Es como si estuviese establecido lo que uno puede sentir y lo que no, todo el mundo lo acepta y encauza su sensibilidad a que se cumpla esta máxima. Crecí en este contexto. Cuando era pequeña recuerdo vivir una amalgama de sentimientos de alegría y tristeza. Mi padre se fue de la casa, nos abandonó. Mi madre tenía una enfermedad mental, y cuando él venía a casa la golpeaba. A mí me tocaba vivirlo día tras día y, tal vez, todo eso se quedó dentro de mí. Mis hermanos, los mayores, luchaban por sacarnos a delante. Vivimos situaciones en las que una pasa mucha necesidad y falta de cariño. Mi infancia no fue nada agradable. Me gustaba ir a la escuela para huir de todo lo que pasaba en casa. Era como una válvula de escape. En esa época los maestros eran muy estrictos, no me ayudaron nada, aunque tengo que decir que nunca desvelé mi orientación sexual, me cerré mucho en mí misma. Siempre tuve miedo de que se pudieran enterar. Ni siquiera con mis amigas comenté nunca nada. Reprimía mis sentimientos porque no sabía cómo reaccionarían las demás personas. En el camino, ni en la escuela ni en la secundaria, no encontré a mujeres de mi misma situación. O si las había también estaban silenciadas, estaban muy calladas, como yo. A pesar de ello, cuando me veía a mí de mayor, pensaba tener un trabajo, ser alguien y tener casa propia. Pero no me veía ni con hijos ni con familia, aunque sí con una pareja que fuera mujer. Mi sueño era vivir la vida, disfrutarla.
Me ahogaba Cuando comencé a tener las primeras percepciones sobre mi sexualidad, a sentir lo que sentía, a ver que era diferente, me ahogaba. Era una lucha interna que me obligaba a ir contracorriente, y así empecé a negar mi identidad. Era como un ejercicio de seguridad que, sin embargo, me hacía sentir que me faltaba el aire y, con él, la vida. Veía el rechazo de la gente y el de mi familia y esto me hundía aún más. Tengo muchos hermanos pero me crié con cuatro hombres y cuatro mujeres. Las mujeres 58
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales se dieron cuenta, ellas me decían “¿qué pasa algo?”. Me apoyaban, pero yo nunca les dije lo que sentía. Era callada, no podía comunicar mis sentimientos. Ellas nunca se metieron en mi vida; sin embargo los varones tenían una actitud más negativa. Ellos tampoco sabían nada en cuanto a mi orientación sexual, pero se dejaban llevar por las personas con las que transitaba. En Colombia también tiene gran peso el refrán español de “dime con quién andas y te diré quién eres”. Ellos ejercían el rol paterno, te decían con quién tenías que ir y con quién no, lo que podías sentir y lo que no estaba autorizado. En un momento dado y en un ejercicio de rebeldía ante lo que yo sentía como injusto proceder, uno de ellos me llegó a pegar. Me llegó a decir que le daba vergüenza decir que era hermano mío. No lo volví a tratar hasta que, pasado un tiempo, un día borracho me pidió perdón. A día de hoy mi relación con todos ellos ha cambiado, me han aceptado como soy a pesar de no haber hablado explícitamente de mi orientación sexual nunca. Esto ha mejorado mucho mi relación con ellos y conmigo misma. De hecho, es con este hermano con el que vine para España. Aun así me gusta estar apartada y vivir mi vida con arreglo a mis valores y a mis necesidades. Sin embargo es un gran alivio saber que están cerca y que puedo contar con ellos, con mi familia.
Mis confidentes: Cara y cruz de la moneda Conforme iba creciendo, iba siendo más consciente de mi situación y a la vez, sintiendo más y más la necesidad de compartir con alguien este desasosiego, que me ahogaba. Un día decidí hacer uso del ejercicio de confesión, aún era muy joven. Cuando le hablé al cura de mi condición sexual, no supo entenderlo, sólo me dijo que eso era un pecado. Siempre me metían eso en la cabeza, y yo me preguntaba, si es pecado ¿por qué nací así?, ¿por qué tengo que sentir lo que siento? Ese día salí de la Iglesia más desorientada de lo que entré, y desde entonces, siempre digo que soy creyente, creo en Dios, pero no en un cura, ni en un pastor. Quedé bastante desorientada y no sabía qué hacer. Pensé mucho, pensé incluso en quitarme la vida. Produce gran angustia no tener a quien decirle lo que sientes, no tener a nadie que te oriente… Pero todo 59
Afrodita ha llenado mi corazón esto cambió y a los diecisiete años pude contarlo. Todas las semanas iba a acompañar a mi madre al psiquiatra. Ella era enferma mental y yo la acompañaba cada día a la consulta, incluso entraba con ella. Una tarde el psiquiatra le dijo a mi madre: “Doña Ana, ¿usted me puede esperar ahí fuera un momento?”. Yo también me iba a salir, pero me dijo: “Tú no, tú quédate”. Pensé que quería hablar sobre mi madre, pero entonces se acercó y me dijo: “¿qué es lo que te pasa?”. Yo no le decía nada, pero al final rompí a llorar, lo saqué todo y le conté. El psiquiatra me preguntó si estaba segura de lo que sentía. Yo le dije que sí. Cuando tenía seis años ya lo sabía. Ese sentimiento lo llevaba dentro desde siempre. Me dio un buen consejo: “Si te sientes segura, lo que tienes que hacer es irte de tu casa. Vivimos en un país que es demasiado cerrado y si la gente es cerrada, tu familia también es cerrada. No tienes por qué vivir la vida de los demás. Vive tu vida, vive lo que sientes”. Tenía pensado irme a vivir a Cali, pero el psiquiatra fue el que me dio el empujón. Él me siguió tratando. Siempre hablaba conmigo, me preguntaba cómo estaba, me preguntaba cosas de mi casa, cosas mías, como me sentía. Yo le decía que me sentía bien porque al menos tenía a alguien con quien hablar. Fue la única persona con la que me abrí y le conté todo lo que sentía. Después de mis visitas nunca más lo volví a ver.
Los amores que marcaron mi vida La primera experiencia afectivo-sexual que tuve fue con una prima, en plena adolescencia. Ella iba a cumplir quince años y yo era dos años mayor. A pesar de que fue una relación en silencio, cuando sus padres se enteraron le dijeron que la iban a llevar a un médico porque la homosexualidad era una enfermedad. Eso pasó y punto. Después vino la segunda mujer. La veía pasar todos los días por delante de mi casa en una moto. A las siete de la tarde estaba yo como un clavo en ese lugar, hasta que llegó el día que la conocí. Fue el uno de noviembre. Me acuerdo tanto. Ese día una amiga y yo fuimos al cementerio a hacer la novena a los difuntos. El cementerio era muy grande, comenzamos a andar, y tuve la impresión de que me estaban mirando. Al rato la vi, estaba con su novia pero, no sé 60
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales cómo, me enredé con ella. No le quise decir donde vivía. Siempre la quise apartar de mi casa por mi madre y mis hermanos. No por miedo a que me pudiesen regañar o volverme a pegar, sino que era por respeto. Pero dio la casualidad que la vieron un día porque ella me vino a buscar al bar. Mira tú por donde, mis hermanos estaban allí. Entonces, ellos, como si fueran “marujitas”, empezaron a hablar de su condición sexual, de su conducta indecorosa en público, etc,… Tengo que decir que era conocida en el pueblo y que estaba “etiquetada”. Un día estábamos en la primera comunión de mis sobrinos y llegó ella y se me acercó. Mi hermano entró en cólera y, cuando entramos en la casa, me pegó en la cara. Al otro día me dijeron que me tenía que ir de la casa. Habían decidido que me tenía que ir de la casa y yo marché, no podía más. Cuando fui a Cali empezó mi amor tortuoso. Fue con mi amiga de la infancia. Estuvimos juntas casi una década. Fueron casi diez años de infierno. Ahora, echando la vista atrás, aún no puedo entender qué me pasó. Con ella todo fueron mentiras, engaños,… y maltrato físico –por supuesto de ella hacia mí. Yo nunca le he levantado la mano a una mujer. Mi madre me veía golpeada, y me decía: ¿qué le pasó? Siempre me inventaba excusas. Aguanté mucho. Un día vino a mi trabajo (estando ya en España) y tras discutir sin acuerdo me golpeó. Llamé a la policía, pero no vinieron. Como toda persona violenta su conducta posterior era de arrepentimiento manipulador: se arrodillaba, lloraba, me pedía perdón, asegurando que no volvería a pasar. Yo volvía y caía, una y otra vez, volvía y caía. Entramos en una simbiosis que nos tragaba. Estábamos reproduciendo la conducta machista y viciada de muchas parejas heterosexuales tradicionales. Y siguiendo la tradición de estas relaciones, una de las dos partes siempre sale bastante mal parada. En esta relación fui yo. Lo perdí todo, los esquemas y hasta la dignidad por mí misma. Caí muy bajo. Dejé a un lado muchas cosas, como familia, amistades,… ¡por alguien que no valía la pena! Pero en medio de esta relación conocí a un gran amor que me abrió los ojos. Trabajábamos juntas, pero no tomé conciencia de mis sentimientos hasta el último día de trabajo. Fue en el autobús volviendo del trabajo. Ocurrió, como se suele decir, un amor a primera vista; vamos… ¡un flechazo! Sabía que no iba a volver a verla, así es que me armé de valor y le 61
Afrodita ha llenado mi corazón dije: “Tengo que contarte algo”. Me daba igual que me pegara un bofetón, y me dije a Santa Marta o al charco. Una de dos. Le dije lo que sentía. Ella se quedó mirándome y me dijo: “¿en serio?”. Era nuestro último día de trabajo pero se nos pidió que, voluntariamente, fuéramos a colaborar al día siguiente. Y le dije: “Lo único que sé es que si tú mañana vas a trabajar yo entenderé que quieres algo conmigo”. Al otro día se presentó tarde al trabajo, pero se presentó. La cita era a las 8 de la mañana y ella llegó a las 10,30. Allá empezó la relación, con ella duré dos años. Fue una relación muy bonita. Por qué se acabó, no sé, quizá porque ella era muy joven y tal vez quería experimentar otras cosas. Ella siguió su vida y yo seguí la mía. Me dolió. A día de hoy tenemos muy buena relación.
El viaje a España: Una se siente muy sola Viajé a España porque en Colombia me quedé sin trabajo. Con este viaje también entendía que tenía una oportunidad para darle un cambio a mí vida. Desprenderme de los lastres que me agobiaban y respirar otros aires. Ahora hace trece años que estoy aquí. Me vine el 24 de junio de 1998 con mi amor tortuoso. Finalmente no puede desprenderme de esta losa. Este proyecto empezó cuando mi hermano el menor me dijo que se venía a España y que si quería venir con él. En un principio me dio miedo y pensé que era mejor que se viniera él primero. Mi hermano me enseñó lo poco y nada que conocí de Pamplona –porque él se tenía que ir a trabajar a pesar de no tener papeles. Fue muy duro. No salía de casa, no conocía a nadie. Me sentí muy sola. Otra vez me ahogaba. Un día estuve tan desesperada que le dije que me iba a la policía para que me deportaran y me llevaran a Colombia. Siempre me preguntaba ¿por qué me vine aquí? Pero lo tenía muy claro, venía a conseguir lo que necesitaba y me iba. Quería ganar dinero para montar un negocio en Colombia. Aquí tengo amigas que me dicen que me quede, pero ya son 13 años y tengo ganas de marchar. Me siento integrada en España, tengo amigos de aquí, y buenos amigos. Tengo a mis jefes de Pamplona, mucha gente que me conoce, tengo buena relación con gente española. Siempre he dicho que, a mí, aquí 62
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales me ha ido bien en todos los aspectos, menos en cuestión sentimental. He tenido trabajo y buenas amistades. En Castellón he visto mucho racismo en el trabajo, más que en Navarra. Hasta el mismo racismo de los valencianos con la propia gente de aquí de España, por ser de otras partes del país. Me ha tocado verlo y no lo puedo comprender. En otros ámbitos no he visto racismo. No encontré racismo conmigo, sino que yo veía todo eso, y lo veía mal hecho. Escuchaba racismo alrededor de la inmigración, se da un sentimiento de rechazo hacia la población inmigrante, sin embargo observo más tolerancia a hacia la condición sexual de cada persona. Es verdad que en este sentido España es muy diferente a Colombia. A pesar de todo ello, no tengo perspectivas de quedarme, siempre he tenido las miras de volver. En estos momentos, ahora mismo ya quisiera volver. Me falta algo. La tierra me llama, quiero volver otra vez. Si pudiera ahora mismo me iría. Les dije a mis hermanos que aquí, en estos momentos, la situación está muy dura para encontrar un trabajo y que quería trabajar para lograr el pasaje. No lo consigo, pero sigo intentándolo.
Lección de vida Uno, de joven es muy tonto. Piensa que se va a comer el mundo. Una siempre se aleja de casa. Yo lo hice por ir detrás de alguien que no valía la pena. Una lección que me ha dado la vida es que no supe valorar lo que tenía: a mi familia. Y ahora, después de perder lo que una pierde… ¡ya no hay nada que hacer! Es vivir con ello. Lo fuerte de todo es que una lo ve venir; pero una sigue ciega, sin saber valorar lo que Dios me había dado. He perdido los tres pilares más importantes de mi vida, ya no está ninguna de ellas: ni mis dos hermanas ni mi madre. A quienes verdaderamente quise ya murieron.
Y ahora qué… Ahora me siento más fuerte, más independiente. Reivindico mi condición de mujer y mi orientación sexual. He aprendido que he de res63
Afrodita ha llenado mi corazón petarme y quererme a mí misma. He comprendido que éste es un buen antídoto para “resistir” en un mundo hecho y conducido por unos pocos que no miran ni respetan a la individualidad ni la diferencia. Una tiene que aprender que tiene el derecho a dirigir su propia vida, pues esto es lo que nos da la dignidad moral de nuestra existencia. Es por ello, y entre otras cosas, que no me he planteado tener hijos. Me gustan mucho los niños, pero no los míos. No me veo como madre. Tengo veintipico sobrinos, y cuatro ahijados: ¡ya tengo suficiente! Entre otras cosas, lucho por conseguir los últimos deseos de mi hermana, quien me decía “lucha por ti misma; te mereces a alguien que te quiera, que te valore como eres y que te respete”. Esta es la historia de mi vida, la que he querido compartir con vosotros y que quiero dedicármela a mí misma.
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HONDURAS. LA AVENTURA DE SOÑAR La historia de Ixthlt
HONDURAS Introducción de Celia Sánchez
Pese a que los actos homosexuales sean legales desde el año 1899, y que la edad de consentimiento de las relaciones sexuales sea la misma para parejas heterosexuales, y homosexuales, la República Democrática de Honduras sigue tristemente siendo uno de los países de América Latina que mantiene un más alto nivel de homofobia, transfobia y lesbofobia. La Constitución de este Estado, aprobada en 1982, establece expresamente en su artículo 60, que: “Todos los hombres nacen libres e iguales en derechos. En Honduras, no hay clases privilegiadas. Todos los hondureños son iguales ante la Ley. Se declara punible toda discriminación por motivo de sexo, raza, clase y cualquier otra lesiva a la dignidad humana.” Además de prohibir, a nivel nacional, todo tipo de discriminación –lo que habría de incluir la discriminación por motivos de orientación sexual y de género-, Honduras, miembro de la Organización de las Naciones Unidas, y de la Organización de Estados Americanos, firmó la Carta Internacional de Derechos Humanos. Y es actualmente uno de los ochenta y cinco países firmantes de la Declaración Conjunta presentada el pasado mes de marzo de 2011, por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, por la que se hace un llamamiento conjunto a los Estados para que cesen los
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Afrodita ha llenado mi corazón actos de violencia, la imposición de sanciones penales y la violación de los Derechos Humanos de las personas Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales (LGTB). No obstante, no se promueve internamente normativa alguna para la protección de estas minorías. A nivel político, el “golpe de Estado” que afectó Honduras en el año 2009 y la ocupación de facto por los militares, instauró una tremenda censura a la visibilidad de las personas LGTB, impidiendo por ende la protección de sus Derechos Fundamentales. El actual Gobierno, liderado por Porfirio Lobo Sosa, lejos de intentar paliar la desprotección sufrida, promueve, junto a las poderosas organizaciones religiosas de Honduras, los actos de discriminación, de tal manera que muchos de dichos actos discriminatorios son llevados a cabo cotidianamente por los propios agentes del cuerpo de policía. Ante las numerosas denuncias planteadas por varias Organizaciones de protección de los Derechos Humanos, el pasado año 2010 fue creado el Ministerio de Justicia y de Derechos Humanos, destinado, en parte, a complementar la acción del Comisionado Nacional de Derechos Humanos de Honduras. Pese a dichas medidas, las persecuciones, agresiones y asesinatos de personas LGTB, siguen siendo muy elevados, y la discriminación social generalizada fuerza a muchas y muchos a huir de Honduras. Podemos recordar el asesinato en Tepucigalpa, en septiembre de 2010, de un hombre homosexual, de 38 años de edad, que iba a testificar en el juicio seguido contra un agente de policía, presunto culpable de haber apuñalado salvajemente a una mujer transexual, mero ejemplo de lo que sucede a diario en éste país. A raíz de la violencia y situación de persecución sufridas por las personas LGTB en Honduras, el proceso de visibilización se hace muy difícil, y muchas de estas personas se ven resignadas a callar su orientación/identidad sexual ante el temor de represalias, tanto en el ámbito familiar, como en los ámbitos educativo y laboral. El activismo está severamente reprimido, y las asociaciones de protección de los Derechos de las personas LGTB, entre las que se encuentran el Colectivo Violeta, –creado en 1995- y Las Cattrachas –gru70
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales po lésbico-feminista dedicado a la incidencia política en defensa de los derechos de las mujeres y la diversidad sexual desde el año 2000-, están llevando a cabo una lucha permanente de visibilización. Finalmente, cabe destacar que la sociedad sigue un modelo patriarcal y androcéntrico, siendo las mujeres lesbianas doblemente discriminadas, tanto por su sexo como por su orientación sexual, lo que dificulta su lucha diaria para visibilizarse y para alcanzar una protección de sus derechos contra la discriminación latente en el país.
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HONDURAS. LA AVENTURA DE SOÑAR. Relato elaborado por Marta (Ixthlt), Ana Doménech y Paula Escobedo. Ilustración de Roberto Campillo Romero
Mi nombre es Ixthlt soy de Honduras, y tengo 35 años. Me considero una persona con mucho coraje y valentía, una persona luchadora que quiere llegar hasta el final de todo. Soy una mujer que pelea por aquello que quiere y ambiciosa en lo que considero que me merezco. Me defino como muy transparente, sincera, positiva y una gran amiga de sus amigos. Tengo que decir que me siento muy orgullosa de mí, de cómo soy y de lo que me he esforzado en esta vida para conseguir mis metas.
Mis raíces… Nací en un pueblo muy pequeño en el seno de una familia humilde, de padre campesino y madre ama de casa. Yo siempre digo que son muy buena gente, pero bueno, ¿qué voy a decir? es mi familia. Por mi madre siento una gran admiración y cariño. Somos una familia muy unida, en la que existe una bonita relación entre los hermanos y en la que siempre nos hemos ayudado los unos a los otros. Con ellos es con quienes crecí. Estuve en mi pueblo hasta los 15 años, cuando me fui a Tegucigalpa y empecé la educación obligatoria. Mis amigos se quedaron en el pueblo, donde crecimos todos, y nunca se fueron. A veces pienso que si me hubie73
Afrodita ha llenado mi corazón ra quedado mi vida sería muy diferente de lo que es ahora. Por supuesto, en aquel momento, contaba con el apoyo de mis padres. La verdad es que tuve muchísima suerte de tener unos padres que han trabajado tanto en la vida y siempre han querido dar lo mejor a sus hijos. Creo que eso no lo tiene cualquiera y se lo agradezco eternamente. Ellos me abrieron las alas y en ese momento comenzó a cambiar mi vida. Esta fue la primera experiencia en la que tuve que “tomar el toro por los cuernos”, cuando me fui por primera vez fuera de mi casa, de mi gente, de mi pueblo. Recuerdo perfectamente el día que me iba y tuve que despedirme de mis padres. Mi madre y yo no podíamos dejar de llorar. Eso fue para mí fue muy fuerte y doloroso. Jamás había experimentado algo así. Pero ahora, desde la distancia, lo veo más bien como el inicio de un largo proceso, un largo camino. Al principio fue muy duro, la verdad, como todos los principios. Para mí era un cambio muy radical ir de un pueblo tan pequeño y tranquilo, donde todos nos conocíamos, a una ciudad con delincuencia, inseguridad,… Pero con el tiempo me fui acostumbrando y se convirtió en una experiencia muy positiva para mí.
Luchar por tus sueños y poder alcanzarlos Mi admiración y amor por la música me impulsaron a salir de mi pueblo para poder formarme en aquello que me gustaba. Mi padre fue músico y desde bien pequeñita me transmitió ese amor por la música. Además, era bastante corriente en mi pueblo ir a los pueblos vecinos a estudiar algo más, una vez terminabas la escuela. Pero yo quería ir más allá, no me conformaba con el pueblo de al lado. Tegucigalpa era una ciudad más moderna y además la única de toda Honduras donde podía estudiar Educación Musical. En aquel momento era bastante difícil acceder a dichos estudios, pero me lo propuse y lo conseguí. No sé si es suerte o qué es, pero siempre he hecho lo que he querido. Cuando terminé Educación Musical me planteé estudiar en una universidad privada. Pero claro, era carísima y mis amigos me decían que allí solo podían estudiar los hijos de la gente con mucho dinero. Pero un día sacaron unas becas, tan sólo había 12 plazas y era muy difícil conseguir una. Las pruebas no 74
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales eran nada sencillas, se trataba de cantar la 9ª sinfonía de Beethoven, en 4 audiciones diferentes. Sin embargo, me lo propuse y lo conseguí: superé las cuatro pruebas, logré la beca y me puse a estudiar Comunicación Audiovisual. Durante esta etapa estuve feliz, fui muy feliz. Siempre recordaré el tiempo que pasaba mirando el cielo, me encantaba. Subía al último piso de mi casa, me tumbaba en el suelo y me quedaba horas y horas mirando hacia arriba, viendo pasar los aviones. También tengo muy buen recuerdo de mis amigos, teníamos una excelente relación, compartíamos los mismos gustos y lo pasábamos genial. Recuerdo con gran cariño cuando nos acostábamos todos en la hierba para ver las estrellas. Era una costumbre muy bonita que teníamos. Esa época fue muy especial para mí, me marcó mucho. Pero como muchas veces suele ocurrir en la vida, con el tiempo, poco a poco y sin darme cuenta, me fui distanciando de mi tierra, de mi gente, de lo que había sido hasta entonces mi vida. Apenas volvía al pueblo a ver a los míos, estaba tan a gusto en “Tegu” que prácticamente no me daba ni cuenta del paso del tiempo… estaba muy feliz con mi nueva vida. Pero aun así, tengo que reconocer que nunca olvido de donde vengo, mis raíces, mi familia, mis amigos,… Eso nunca.
Trabajar en la música y sentirme realizada. Estaba aportando algo a la sociedad Cuando estaba en Tegucigalpa combinaba mis estudios con el trabajo. Mientras acababa mi carrera trabajaba en una organización con niños. Para aquel entonces tenía una vida muy estresante, en la que mí día a día era un no parar, una locura… Aunque yo la concibo como una etapa muy bonita. Era una vida muy ocupada pero lo mejor de todo es que estaba haciendo lo que yo quería. Además de estudiar tenía la posibilidad de trabajar con niños para evitar que acabaran en la calle. Aquel trabajo me llenaba mucho. Actuábamos en barrios marginales, donde la gente no tenía nada de nada y mi función era enseñarles y transmitirles el amor por la música, eso que tanto amo. El ambiente de trabajo era fantástico, la gente que trabajábamos allí no éramos solo compañeros, sino 75
Afrodita ha llenado mi corazón también amigos, lo compartíamos todo: reflexiones, actividades,… era como una gran familia. Yo creía mucho en mi trabajo y en la gente con la que compartía mi tiempo, no lo veía como una obligación, lo hacía con muchas ganas y disfrutaba con lo que hacía día a día. En alguna ocasión, tras unos años de haber trabajado con unos niños volví a verlos de nuevo por la calle y ya no eran niños, eran jóvenes, personas adultas que habían tomado las riendas de su vida y que estaban labrándose un buen futuro. Eso para mí fue lo más grande, me llenaba muchísimo ver cómo con mi trabajo estaba ayudando a muchos niños y niñas. Era fantástico. En esta misma organización en la que yo trabajaba solíamos hacer intercambios con distintos países: con España, con Francia, con Holanda,… sobretodo con países de Europa. De hecho, cada año llegaban voluntarios a trabajar con nosotros, a conocer lo que hacíamos, a aprender y ayudarnos en nuestra labor. Muchas veces, lo que acababa pasando es que tras una experiencia tan intensa como la que vivíamos en la organización, había gente que no quería regresar a su país, que decidía quedarse un tiempo más en Honduras para profundizar en nuestro trabajo. En uno de esos grupos de voluntarios que venían a trabajar con nosotros estaba la que sería mi futura pareja. Durante el tiempo que estuvo en Honduras nos fuimos conociendo, poco a poco, día a día, y al final acabé locamente enamorada de ella. Hasta conocerla siempre me había enamorado, o mejor dicho, me había ilusionado con chicos. Puede que en alguna ocasión sintiera algo por alguna mujer, pero no me planteaba que pudiera ser algo más profundo, quizás porque nunca había estado realmente enamorada. De hecho, me sorprendí a mí misma, porque en el momento en que surgió el amor de verdad lo viví como algo totalmente natural, sin prestar atención al hecho de que fuera con una mujer. Así es como empezó nuestra historia. La relación tuvo una corta vida en Honduras y es que claro, ella tenía que regresar de nuevo a España. En aquel momento, después de lo que habíamos vivido y sentido juntas no podíamos separarnos, era imposible. Así que tomé la decisión de dejar todo lo que tenía, toda mi vida y venir con ella. Había conocido el verdadero amor y eché a volar.
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Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales
Volar por amor Recuerdo el día antes de coger el avión: estaba sentada en la terraza de casa de una amiga conversando y pensando en el viaje que iba a emprender hacia España. He de reconocer que para mí aquello era una locura de la vida y –todos me lo decían- quizás poco meditada. Horas antes de subir al avión me plantee perder el vuelo, era una sensación muy desconcertante. Tenía muchas dudas y miedo, porque en el fondo sabía que era una decisión equivocada. Pero tras esta incertidumbre, tome la firme decisión de venir, de volar por amor. Así es como llegué a España, de hecho, al fin y al cabo era lo que quería y necesitaba en aquel momento. Esta relación me marcó de por vida, lo disfrute mucho mientras duró. Y fue muy bonito. Era un amor sincero y correspondido, un amor verdadero que me brindó la posibilidad de conocerme mejor, de saber lo que soy capaz de dar cuando estoy enamorada. Creo que fue lo máximo que una persona puede querer a otra, yo pensaba: “es imposible querer más, si hay más, yo me muero de tanto amor”. Ahora lo pienso y espero algún día poder volver a sentir algo igual, fue precioso. Fue una de las mejores experiencias de mi vida y durante 5 años estuve como flotando en una nube. De hecho, después de lo que sentí con ella, me está costando volver a sentir algo así con otras personas. Con ella todo fue muy bonito, pero a la vez sufrí tanto,… que ahora es como si las otras personas que se acercan a mí se encontraran con una pequeña barrera infranqueable. Parece que algo se quedó ahí para siempre. Fue una relación que cambió mi vida en dos aspectos, uno porque conocí el verdadero amor, un amor muy bonito, y otro porque al terminar la relación conocí el dolor. Un dolor del que he aprendido y con el que he crecido. Ahora ya no se me puede hacer daño fácilmente. Aun así, sé que llegará un momento en el que, aunque no me lo espere, volveré a sentir. El corazón nunca muere y mientras esté vivo hay amor. Recuerdo que la relación no fue fácil y hubo muchas cosas que provocaron la ruptura. En ese momento nosotras nos queríamos mucho.
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Afrodita ha llenado mi corazón Pero hubo otras personas que influyeron en la relación. Yo siempre he creído que en una pareja sólo importan las dos personas, nada más, el resto debía dejarlo al margen. Pero por desgracia no es así, es triste pero no. Vivimos en un mundo donde nos dejamos influir por demasiadas cosas, cosas que nos benefician pero también cosas que nos perjudican. Así fue como terminó nuestra relación y yo tuve que empezar mi vida sola. Logré averiguar todo aquello que soy capaz de dar por otra persona, pero también lo que significa la soledad. Me he dado cuenta de que no necesito a otra persona que me ayude constantemente, que yo puedo con el pesar que nos produce a la soledad. Es una paradoja, pero fue el amor quien me llevó a vivir con la soledad. En ese momento comencé a notar la falta de los míos, de mis amigos, de mi familia…. de mi gente. Hasta entonces no lo había notado, no echaba de menos a mi gente cuando estaba enamorada; pero cuando eso acabó, todo cambió. Empecé a valorar mi vida y me pregunté una y mil veces cómo podía seguir adelante, y al final lo conseguí. Conocí a gente nueva, buenas personas, que me aportaron mucho, que me llenaron de nuevo y que me dieron sensaciones y experiencias que creía que no iba a revivir de nuevo. Parece que cuando se nos rompe el corazón éste se queda dormido, pero es mentira. Vuelves a amar. A pesar de la ruptura, entre nosotras sigue habiendo amistad. Era un sentimiento distinto, pero seguimos siendo un apoyo la una para la otra. A veces pensamos que alguien es para toda la vida y nos equivocamos; pero si hemos querido de verdad, con el tiempo se recuerda aquello como algo muy bonito, te das cuenta de cómo cambia la gente, de cómo evolucionamos con el tiempo. Eso es precioso, es el cambio, un cambio que como persona te hace crecer. En España nuestra relación podía verse con más apertura, era una sociedad más abierta, con una mentalidad más moderna que la que había en Honduras. No quiero decir que en Honduras hubiera echado atrás la relación, ¡en absoluto! En ese momento me daba igual lo que pensara la gente, lo que dijeran. Si nos hubiéramos quedado allí habría seguido al 100%. Pero, sí es cierto que la homosexualidad no se ve con la naturalidad con la que se vive ahora en España.
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Libertad y soledad: eché alas, volé; pero eché tantas alas que ahora ya no sé como volver España me ha dado mucho, sobretodo en libertad. En el momento en el que vine necesitaba abrirme porque me estaba reprimiendo. Honduras me gustaba muchísimo pero allí no tenía oportunidad de mostrarme siempre como yo soy en realidad. En mi país la iglesia manda mucho, puede que en algunas cosas demasiado. Está bien creer, tener fe y creencias, pero allí la gente se siente reprimida, hay gente que ni baila. Aun así, cuando estás en ese contexto, un contexto que te reprime, no te das cuenta, no lo aprecias, no lo sientes,… piensas que es lo que hay, lo normal. No te puedes imaginar el mundo que hay fuera, lo que hay más allá, simplemente vives como en una burbuja, adaptada a lo que consideras “normal” en ese entorno. No eres consciente de lo que estás viviendo y tampoco piensas en huir rápidamente y escapar de ello. Simplemente lo aceptas. En mi país, tan solo por ser chica me veía obligada a ocultar muchas cosas, cosas que no podía contar. A veces pienso que llegará el día que tenga 40 años y mi familia me pregunte “Ixthlt, ¿cuándo se va a casar?” Pero la verdad es que pienso que es mejor callar según qué cosas para no hacer daño a la gente. Si le contara a mi madre cómo soy en realidad le haría mucho daño y no me lo perdonaría nunca. No puedo soportar pensar que ella llore por mí, prefiero vivir ocultándoles esta parte, aunque piense que ella o mis hermanos lo podrían llegar a entender, pero prefiero no hacerles sufrir. Lo único que le oculto a mi familia es mi orientación sexual. Por lo demás soy una persona muy transparente y sencilla, pero considero que tampoco tengo porqué hablar de mi vida privada con todo el mundo, nadie tiene por qué hacerlo. Respecto a España, pienso que al venir, al ver y sentir en mis carnes algo diferente me he dado cuenta de la libertad que hay en este país. Yo he sido siempre de hacer lo que me apetecía. Siempre lo he hecho, sin que me importara el qué dirán. Pero aun así me faltaba algo, me faltaba venir a un país distinto… Se trataba de crecer, de crecer como persona más que nada, en libertad. En España no existe represión, yo no he no-
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Afrodita ha llenado mi corazón tado discriminación sexual alguna. Creo que la gente es respetuosa, no pasa nada porque estés con un hombre o con una mujer. En cambio, en Honduras no existe esa libertad. Puedes estar con quien quieras en tu casa, pero en la calle es distinto, no está bien visto. Por esta y otras razones tengo un gran dilema sobre si volver a Honduras o no. Para mí sería como retroceder en el tiempo, como volver atrás en ese aspecto que aquí ha sido tan fácil y que me ha hecho tan feliz. No obstante, puede que en estos años que yo he estado fuera las cosas hayan cambiado mucho en mi país. Quizás la gente está manifestándose, organizándose para exigir derechos. Pero si te digo la verdad, si vuelvo a Honduras, no tengo ganas de luchar, solo tengo ganas de vivir y de ser feliz. Sé que mi postura es egoísta, pero es así, de hecho es una de las razones por las que de momento sigo aquí. En España puedo vivir mi vida tranquilamente y disfrutarla cada día, nadie me va a juzgar. Pero después de todo esto siento que mi etapa en España está terminando. Cuando llegué, al igual que muchas otras personas inmigrantes, el inicio no fue fácil. Todos venimos de fuera, de diferentes países y tenemos algo en común, seamos de donde seamos: todos estamos viviendo una realidad distinta a la nuestra, una realidad dolorosa. Cada día nos enfrentamos a situaciones difíciles y complicadas, pero hay que saber superarlas y vivir la vida, sin dejar nunca de estar orgulloso de quién eres y de dónde vienes. Cada día es un reto y nos vamos acostumbrando a ello… es una vida totalmente distinta. Venimos aquí con la intención de prosperar, de encontrar una vida mejor… y prosperamos, pero nos perdemos algo tan bonito como la vida con los nuestros. Es un cambio de vida totalmente radical y no es fácil, no es nada fácil.
Una aventurera con sueños por alcanzar Mis sueños no me los quita nadie, siempre he luchado y así seguiré. Por eso siempre digo que todavía tengo algunos sueños por cumplir. El que siento que está más cerca es viajar a Inglaterra, vivir allí una temporada y aprender el idioma. Por circunstancias de la vida todavía no he podido cumplirlo, pero sigue siendo una de las cosas que me queda por hacer. 80
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales Cuando pienso en mi futuro, no sé lo que me deparará la vida, si regresaré a mi país, si me iré a Inglaterra,… Pero lo que sí sé es que mi ciclo en España está acabando, este país ya me ha brindado lo que me tenía que brindar y empieza a no tener demasiado sentido estar aquí. De hecho, aunque la libertad haya sido un aspecto importante en mi vida y uno de los motivos por los que me vine a España, ya no lo es, ya no lo vivo así. Ahora creo que cada uno se construye su propia libertad y quizás mi felicidad esté en Honduras, donde puedo sentirme realizada a nivel profesional. En España estoy bien con el trabajo que tengo, no me puedo quejar, pero siento que estoy desperdiciando mi talento musical y ahora tengo la necesidad de seguir creciendo a nivel profesional. Si me preguntas si soy feliz: sí lo soy. Pero no me siento completa, siento como que me falta algo. No me arrepiento de haber venido a España por lo que vine, por el amor. Quizás ahora, si volviera el tiempo atrás y supiera cómo ha sido la vida aquí, puede que me quedara en Honduras. Pero en aquel momento no sabía lo que me esperaba, y por eso, en las mismas circunstancias de años atrás, volvería a cruzar el charco. Soy una aventurera, y me lancé a vivir un sueño. Me da igual si me muero el día de mañana y me quedo sin un duro. Para mí lo importante es que habré hecho lo que he querido y que siempre he luchado sin descanso. Si me muero habré muerto luchando por aquello en lo que yo siempre creí
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PERÚ. Y SE CURRARON LA FELICIDAD PARA SIEMPRE. La historia de Aitana
PERÚ
Introducción de Luis Navarro Sánchez
La situación del colectivo LGTB en Perú es complicada. Si bien la homosexualidad es legal en el país desde el año 1921 y no hay ninguna ley que penalice a las personas por su orientación sexual o su identidad de género, los miembros del colectivo LGTB todavía no pueden disfrutar de los mismos derechos que el resto de la población, y además sufren constantemente situaciones de discriminación y violencia. La imagen que tiene la población de ellos es estereotipada y negativa. En los últimos años se han llevado a cabo diferentes iniciativas para equiparar y reforzar los derechos de las personas LGTB con el resto de ciudadanos y ciudadanas peruanas, aunque ninguna de ellas ha sido finalmente aprobada: 1. Proyecto de ley contra los crímenes de odio (No. 3854/2009CR). Esta ley serviría para penalizar y sancionar con mayor severidad los crímenes de odio motivados, entre otras causas, por homofobia, lesbofobia y transfobia. A pesar de que tuvo dictamen favorable de la Comisión de Justicia y DDHH del Parlamento, se postergó su debate debido a cuestiones religiosas (miembros de diferentes iglesias consideraron que esta ley atentaba contra la libertad religiosa de las personas, sobre todo de pastores y sacerdotes, quienes al dirigirse con frecuencia a sus feligreses suelen marcar posturas sobre la homosexualidad y la identidad trans). 2. Proyecto de ley de patrimonio compartido (inicialmente No. 3814/2009-CR). Proponía la creación, por medio de un contrato, de un 87
Afrodita ha llenado mi corazón patrimonio autónomo. Aunque el nombre que se incluía era el de patrimonio compartido dado que la Constitución del país impide emplear el término autónomo. El patrimonio autónomo es el régimen habitual en matrimonios heterosexuales o uniones de hecho heterosexuales, por lo que con esta ley se equipararía al resto de parejas. El proyecto se derivó a la Comisión de Justicia y DDHH del Congreso y tras su paso por él hubo opiniones favorables y críticas para mejorar el proyecto, por lo que se retiró y presentó de nuevo incluyéndolas (No.4176/2010-CR). El proyecto quedó parado a pesar de que no hubo oposición contra él. 3. Proyecto de ley de Uniones civiles entre Personas del Mismo Sexo (No. 4181/2010-CR). En Perú existe diferencia legal entre matrimonio y unión de hecho. Si bien se ha debatido sobre el matrimonio, los proyectos presentados hasta la fecha son sólo sobre uniones civiles (la Constitución del país reserva el término unión de hecho a uniones heterosexuales). Se pretendía que las personas homosexuales vieran reconocida su unión afectiva con derechos y deberes al igual que las heterosexuales, pero el proyecto fue archivado por la Comisión de Justicia y DDHH del Congreso, paralizando cualquier avance por lo que respecta al matrimonio o a la adopción. En los ámbitos cotidianos de su vida, las personas LGTB se enfrentan a situaciones de discriminación: • En la educación, donde faltan planes de estudio que incluyan en sus temarios el conocimiento de la orientación sexual y la identidad de género, así como medidas para enseñar su respeto y tolerancia por parte del profesorado y del alumnado. • En la sanidad, ya que sólo se tiene en cuenta al colectivo LGTB en los programas sobre VIH, dejando de lado otras demandas como son la salud mental (depresión, ansiedad y adicción al alcohol y drogas ilegales), tratamientos hormonales para personas trans o protocolos ginecológicos para mujeres lesbianas. • En la justicia, ya que hay casos de abusos de autoridad (agresiones, acoso, extorsión, chantaje y violencia sexual), que son archivados sin investigación, investigaciones por casos de agresiones o incluso asesinatos contra miembros del colectivo LGTB que se paralizan, detenciones arbitrarias en espacios de socialización de personas LGTB con traslados 88
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales forzosos... es decir, ausencia de mecanismos de sanción eficientes para quienes transgreden las normas y generan actos de violencia y discriminación. En particular, el colectivo trans es el que peor se encuentra ya que tiene problemas para poder alquilar vivienda, encontrar trabajo, son las víctimas mayoritarias de agresiones, se han desarrollado redes de trata de personas con las más jóvenes,… Y sus dos reivindicaciones principales siguen estancadas: • El derecho a la identidad y al nombre mediante el cambio de nombre y sexo en el DNI (en el estado peruano, el nombre se asocia únicamente al sexo, no a la identidad de género, y la posición conservadora de muchos funcionarios no favorece); • La falta de documentación que apremia a esta población. Los procesos de cambio de nombre presentados en el Poder Judicial son muy lentos y dificultosos, por las barreras puestas por los funcionarios públicos y porque dentro de la administración de justicia, no existe un proceso específico que contemple el cambio de identidad (nombre y sexo), por lo que el trámite se deriva en un proceso de conocimiento, el cual es el más largo en la vía civil y permite la presencia de oposiciones, que son presentadas por el Ministerio Público, el Registro Nacional de Identificación y Estado Civil (Reniec) y una municipalidad. Sí que hay casos en los que se ha conseguido el cambio de nombre pero para ello se tuvo que invocar el tema de la patologización de la identidad trans, es decir, apelar a su condición de “enfermedad mental” para conseguirlo, y no a que es necesario para el libre desarrollo de la personalidad, la dignidad personal y el respeto a la identidad. Son los medios de comunicación, los funcionarios públicos (en especial los miembros de la Policía Nacional del Perú –PNP-) y las distintas iglesias, los responsables de la mayoría de agresiones contra el colectivo. En el país faltan políticas de respeto, protección y promoción de los derechos humanos de las personas LGTB. El Estado peruano, además, no tiene un mecanismo a día de hoy que permita recoger y publicar información sobre todas estas situaciones: la información pública es imprecisa y superficial y no permite conocer la situación real, precaria y con riesgos. Ha de tenerse en cuenta que en muchos casos, las personas que 89
Afrodita ha llenado mi coraz贸n las sufren no las denuncian. A pesar de todo ello hay ciertos avances, gracias al trabajo de las organizaciones LGTB, que organizan multitud de actos, cada vez con mayor difusi贸n y participaci贸n.
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PERÚ. … Y SE CURRARON LA FELICIDAD PARA SIEMPRE Relato elaborado por Josefina García y Andrea Francisco Ilustración de Paula Algueró
Sin habérmelo planteado nunca, la vida -mi vida- me ha sorprendido transitando por caminos por los que busco la libertad. Debe haber sido porque crecí entre la libertad y el control. Puedo deciros que estoy bien y que ahora me siento bien. Os voy a contar un poco de cómo ha transcurrido mi vida hasta el día de hoy.
Soy del Callao Nací en el Callao, un puerto que está unido a Lima, la capital del Perú. Nací a finales del 68. Dos meses antes, el general Juan Velasco Alvarado había dado un golpe de Estado en el Perú e instaurado lo que se denominó el “Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas”. Un gobierno militar que, a diferencia de otras dictaduras militares de América Latina, tenía un carácter claramente de izquierda y nacionalista. Implantó una serie de reformas sociales y económicas. Recuerdo que todo proceso político, económico, social, iba unido a las palabras revolucionario y/o reforma. Revolución de tierras, reforma económica, reforma educativa. Así, cuando me tocó asistir a la escuela, el currículo era parte de lo que se llamaba la Reforma Educativa de Velasco. 91
Afrodita ha llenado mi corazón De mi período de aprendizaje guardo el lejano recuerdo de que esta reforma ocasionó más de un problema y preocupación para todas y todos los que me ayudaban con los deberes: ya no me enseñaban el abecedario, sino las sílabas; no me enseñaban a sumar sino a formar conjuntos; y los libros de texto tenían figuras de estética andina. En casa estaban realmente impactados por esto, e imagino temían que no llegaría muy lejos en los estudios; por eso siempre estaba obligada por las tardes, en casa, a cumplir con un currículo paralelo similar al de mis tías, tíos y hermanas: cuadernos de caligrafía, aprender las tablas de multiplicar, cuadernos enteros de sumas, restas y divisiones. Pero, ni de esas preocupaciones, ni otras de las impulsadas por el Gobierno de Velasco se hablaban en voz alta. Recuerdo que cuando las personas mayores querían criticar al Gobierno, bajaban mucho la voz. Los militares eran de izquierda, pero militares al fin y al cabo. Mi país no había tenido una gran tradición democrática y siempre había habido militares que gobernaban, así que hablar bajo posiblemente era lo normal. Crecí en una casa antigua construida por mi abuela paterna. Estaba cerca de un mar muy peligroso y, como no podía ser de otra forma, se le llamaba “la Mar Brava”. Jamás podías bañarte, ni acercarte siquiera a la orilla de la playa. Sólo alguna vez íbamos a recoger piedras de diferentes tonos que mi hermana Andrea coleccionaba durante esos meses claros que durante el verano hacen Lima menos gris. Papá tenía varias cosas que lo definían: amaba a mamá profundamente, con perseverancia y buen humor, era católico, honrado, bueno, cariñoso, sin ningún tipo de ambición, además de melómano. Y como tenía su taller en casa, crecí escuchando siempre música, desde clásica, hasta folklore latinoamericano, pasando por valses y polkas criollas, dependiendo de la hora. Incluso el rosario: los misterios gozosos, gloriosos y dolorosos. Tal vez de ahí soy ahora una amante de la música, especialmente la brasilera, y una mujer creyente –aunque actualmente no profeso ninguna religión. A diferencia del carácter romántico de papá, mamá era práctica, se dedicaba obsesivamente a las labores de la casa, inteligente, trabajadora, hiperactiva y prolija. De ella saqué esa practicidad que viene en mi auxilio, porque aún muchas veces me sorprendo romántica como papá. Mis dos hermanas siempre tenían ganas de cuidarme y celebrar 92
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales todas las cosas que hacía. Costumbre que, hasta hoy, mantienen. Papa y mamá nos permitían hacer lo que quisiéramos: dormir hasta tarde, incluso no ir a la escuela, y por supuesto jugar todo el día con muchas amigas y amigos, lo normal en una época en la que todavía no había Internet. Y podíamos leer todo y hasta entrada la noche porque no teníamos televisor. En casa había mucha libertad. Papá y mamá decían: “ya te hemos dicho lo que es bueno y lo que es malo, ahora tu decide”. A una calle de nuestra casa, estaba la de mi abuela materna. Una casa con dos ventanales, con dos pasadizos que parecían interminables, una sala y una cocina con una gran mesa donde casi siempre comíamos a la salida de la escuela, pues mamá cocinaba muchas veces junto con mi abuela. En esa casa vivían mis tías y tíos, todos jóvenes de no más de 25 años, atentos y cuidándonos siempre. Pero también, en esa casa se acababa la libertad, se imponía el control de mi abuelo, serio, mandón, machista y que, como no podía ser de otra forma, creía que siempre tenía la razón. Le tenía un poco de miedo, porque, si mientras miraba a través de uno de los grandes ventanales, o caminaba por los pasillos, o cruzaba la sala, o estaba sentada ante la inmensa mesa, tenía la mala suerte de encontrarme con mi abuelo y estaba desprevenida, de súbito preguntaba: “ocho por ocho”, “nueve por cinco”, y si no respondía a su evaluación matemática con la suficiente soltura, dudaba que supieras las tablas de multiplicar y te sentaba a estudiar. Pero eso no era todo: nos hacía comer la comida aunque no nos gustara, siempre preocupado porque éramos muy delgadas. Siento que mi abuelo siempre nos quiso mucho, pero él fue criado de una forma abismalmente diferente. Hoy da gusto hablar con él porque es muy crítico respecto a cómo actuó de más joven con sus hijos y sus nietos; pero, sobre todo, de cómo fue educado. De mis tías y tíos recuerdo muchas risas, bailes, enseñanzas de todo tipo, juegos en familia. En casa, los roles de género no estaban muy marcados. Papá tenía una gran sensibilidad y era proveedor, pero también cuidador. Todo un pionero de lo que ahora llamamos las nuevas masculinidades –aunque sufriendo en su piel las penalizaciones sociales por desafiar el papel de “macho” tan presente en nuestra sociedad. Pero si él no marcaba nunca roles de género, mi abuelo sí y mi abuela también. Así que de un lado crecí escuchando a mi padre decir que nosotras lo podíamos hacer todo, 93
Afrodita ha llenado mi corazón que podíamos vivir libres sin depender de nadie –especialmente de ningún hombre- y mi madre dando ejemplo de independencia. Pero de otro lado, también crecí escuchando a mi abuelo decir que nosotras éramos mujeres y que alguien nos tenía que cuidar. Siempre la contradicción. Entre abuelos, tías y tíos, papá, mamá y hermanas, yo, la niña pequeña, era la mimada de la familia. Crecí muy pegada a todos ellos en un ambiente que oscilaba entre la libertad y el control. Esa mezcla me ha acompañado toda la vida y se ha traducido en un autocontrol que ha equilibrado los dos extremos. Dos influencias, también contradictorias, marcaron mi forma de ver las cosas en la infancia. Por una parte, mi padre era una persona religiosa, así que crecí rezando a Dios. Y de la otra, uno de mis tíos maternos, el menor, un marxista-trotskista. Guardo recuerdos de muchas conversaciones acerca de la sociedad, la pirámide social y la lucha de clases. Él me enseñó a mirar desde la complejidad y a fijarme en las desigualdades estructurales. Cuando entré en la adolescencia, todo esto se materializó en una necesidad de querer cambiar el mundo. Tenía la sensación que había muchas cosas por hacer en mi país. Eran los años ochenta habíamos estrenado democracia. Pero la ansiada primavera democrática llegó junto con el inicio del conflicto armado interno, y momentos angustiosos, unidos con políticas económicas que produjeron graves crisis. El Conflicto Armado interno comenzó en los años 80 en la zona andina, y la violencia de Sendero Luminoso, se respondió desde el estado con más violencia. Es doloroso pensar en todas las expuestas a la violencia de los dos lados. En esos años, lo que casi definió mi vida fue el nefasto gobierno de Alan García. Ese gobierno nos golpeó a toda una generación. De un día para otro, ibas a comprar un cartón de leche y en lugar de un sol había pasado a costar doce soles. La inflación fue tanta que hasta tuvieron que cambiar la moneda porque ya se hablaba de millones. Arruinó a familias enteras y la nuestra lo perdió todo, la casa y el negocio. Al terminar el colegio, con diecisiete años, continuaba con las ganas de estudiar algo relacionado con lo social y así poder hacer algo por la sociedad. Aunque papá y mamá hacían muchos esfuerzos, tuve que dejar en suspenso lo de ir a la universidad. Hice un curso de un año que era caro, pero como era 94
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales de un año, estaba la posibilidad de empezar a trabajar al terminarlo. Culminado el curso empecé a estudiar inglés y a trabajar en la peluquería de mi primo. Mi primo era (y es hasta hoy) un gay muy discreto, pero todos sabíamos que era gay. Mi padre lo quería mucho, tanto que decía que él era el hijo que hubiera querido tener. ¡Mira si era abierto de mente mi padre! Sentía muchas ganas de enamorarme pero nadie me gustaba lo suficiente. Además me sentía siempre muy insegura de mi físico. Y me esforzaba mucho en que me gustara un chico. Conocí a un chico brillante y salí con él como tres años. Sin embargo, lo afectivo no era algo que me preocupara. Había caído el muro y los comunismos reales se habían desinflado y no había lucha política. Pertenezco a una generación que fue formada para la revolución, la justicia y de pronto no puedes hacer nada porque ya todo ha acabado sin siquiera comenzar. Fue en esa época que decidí meterme a monja, lo hice en ese momento de la vida en el cual no tienes conciencia de qué va a ser de ti en el futuro, piensas que eres dueña del mundo en ese momento y tienes la capacidad de cambiarlo todo. Y pude disfrutar por un tiempo de colaborar con las personas necesitadas en un comedor popular, en algunas comunidades andinas. Descubrí la pobreza y riqueza inagotable de las personas y cultura andina. Pensé que eso era lo mío, que había encontrado mi vocación. Sin embargo, ocurrió un día, un domingo cualquiera, después de hacer oración. Estaba leyendo el periódico y encontré un anuncio en el que buscaban a personas menores de veinticuatro años con formación en turismo para trabajar en una aerolínea. El simple anuncio, me produjo una auténtica angustia vital, una sensación de que se me estaba yendo la vida. Se me nublaron las letras, no podía respirar y me resultaba imposible quedarme sentada. Confié en que pasaría, pero la angustia creció en los días siguientes hasta que se hizo insoportable. Comprendí entonces, con ayuda de mi director espiritual de aquella época y de una psicóloga, que había hecho un equivocado proceso de discernimiento y que lo que yo quería hacer lo podía hacer independientemente de la vida religiosa. Semanas más tarde, después de tres años con las monjas, volví a 95
Afrodita ha llenado mi corazón casa. Entré a la habitación que compartía con mi hermana antes de irme, y sentada sobre una banqueta lloré con tristeza y desconcierto. Días más tarde, caminando como sonámbula, me inscribí en cursos y todo me parecía ruidoso. De esos años en la congregación religiosa me quedo con las amistades hechas, pero sobre todo con la reflexión y el autoconocimiento. Ahora lo veo como una oportunidad que me ayudó en un momento. Soy una persona romántica y eso me hizo ir, pero también soy práctica y lo mejor era comprobar si tenía vocación. No hubiera soportado quedarme con la duda toda mi vida. Esa es una característica muy mía: siempre pruebo. Si es para mí, perfecto; si no, a otra cosa. Mi familia me acogió, como siempre, con los brazos abiertos y toda la predisposición a ayudar. Y, aunque en mi cabeza resonaban las preguntas sobre qué hacer ahora con mi vida, sentí una paz y tranquilidad inmensa por estar nuevamente en casa. Recuerdo que estuve muy enamorada de un chico que era seminarista y él también salió, pero algo en mí me decía que no era para mí. Y decidí que no quería tener ninguna relación con él. Esa sensación de sentir que él no era para mí, que había algo como poco sincero en mi afecto por él, lo había sentido siempre. Tener un novio en esa época no era tanto algo que yo quería sino que parecía que debía ser así. No había pasado ni un año de haberme salido de las monjas, cuando comencé a trabajar y a ganar dinero. Y entonces murió mi padre. Tuvo un infarto cerebral y murió de forma repentina. Nosotras sentimos que en pocos años lo habíamos perdido todo. Mis hermanas y yo hicimos piña con mi madre y salimos adelante. Las cuatro juntas, inseparables. Como si nadie más nos pudiera consolar, porque nadie más pudiera sentir nuestro dolor. Cuando miro donde estábamos cuando murió mi padre a como estuvimos ocho años después, veo un gran cambio. Y eso fue gracias a la unión de las cuatro, a la fuerza de mi hermana mayor, a la lucidez de mi hermana la segunda y a la practicidad de mi madre. Recuerdo que, cuando murió, ella nos dijo: “su padre ha sido un hombre de fe y como un hombre de fe hay que despedirlo”. Es decir, si mi padre creía que nos íbamos a encontrar después de la muerte, no podíamos desmayarnos, gritar o hacer show. Sólo debíamos seguir viviendo. 96
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales Al año siguiente, en 1994, mis hermanas me animaron a estudiar y comencé la carrera de Antropología. Realicé dos cursos pero, por los horarios, no me fue posible continuar estudiando ya que tenía que trabajar. La perseverancia es un valor que he heredado de mis padres y con un poco de motivación, normalmente, termino lo que empiezo. En el año 1999, tres años después, decidí volver a la universidad y compaginarlo con el trabajo que tenía, lo hice porque en Perú la gente está muy formada y vi que era la forma de garantizar mi futuro a largo plazo. También tenía un novio que me quería mucho y siempre estaba motivándome.
El despertar del amor: De pronto, todo tiene su lugar Era el año 1999 y en mi mundo se estaba produciendo una revolución que lo cambiaría todo. Gozaba de un trabajo estable, había retomado los estudios, salía a bailar, a jugar bowling, viajaba fuera del Perú por vacaciones, hacía hasta deporte y tenía un novio encantador. Ya había tenido antes un par de novios de la universidad, chicos buenos, amables, inteligentes, e indudablemente me querían más que yo a ellos. Fue en esa época cuando, con 29 años y por primera vez, asumí que soy lesbiana. El momento en el que me dí cuenta de que miraba para un sitio cuando todo decía que debería mirar para otro. Venía de una familia que tenía un grado de control y un grado de apertura. El sexo nunca había sido un tema que se hablara, ni siquiera con mis hermanas. Pero tampoco era visto como pecado. Así que estaba como oscuro, ahí, apartadito en un rincón, casi como invisible. Pero si la sexualidad estaba arrinconada, el gran tema era el amor romántico que se materializaba en el sueño de casarte con tu príncipe azul. Y yo ya había conocido al menos un par. No recuerdo qué pasó, creo que mi último novio empezó a hablar de casarnos y empecé a tener un gran temor de quedarme embarazada. Me di cuenta que nunca había hecho clic con ningún novio. Ellos eran geniales, pero faltaba alguna cosa que no se podía expresar con palabras. Creo que, justo antes de asumir que era lesbiana, viví un momento de quiebra y de depresión. Iba a una fiesta y todo el mundo disfrutaba en 97
Afrodita ha llenado mi corazón una escala del 1 al 10, 10 ó 9, mientras que yo disfrutaba 5. Una temporada hasta tomé Prozac. Me preguntaba si esto era la vida y sentía que, de ser así, no merecía la pena. Pero era el año 1999 y en el mundo se estaba produciendo una revolución que lo cambiará todo. Era la revolución digital. Con la expansión de Internet en lo cotidiano, mi vida privada e íntima también iba a transformarse. La red de redes me permitió comenzar a transitar ese camino que estaba ahí hacía mucho pero que sólo entonces era capaz de verlo con claridad. Y un día como cualquier otro, estando en la oficina donde trabajaba, me decidí a abrir una cuenta de correo electrónico y escribir un anuncio. Creo que lo hice por supervivencia pura y dura. Porque sentía que no encajaba, que a mi vida le faltaba algo. Me lancé al ciberespacio buscando, como decían en el mayo del 68, la vida que “está más allá”. A ese mensaje que navegaba en códigos binarios y que contenía mucho amor, esperanza e incertidumbre, me contestó una chica desde Venezuela. Quedé impactada. Sentí emoción como nunca antes había sentido. Una cosa ahí, en el estómago, profunda, que se despertó. Y, de pronto, todo tenía su lugar ¡Todo! El por qué los chicos eran tan buenos tíos, el por qué no podía encajar en el mundo y el por qué me había sentido alguna vez tan deprimida, tan profundamente sola, incluso estando con un novio… Y comprendí que esto era lo que yo siempre había querido. Y lo viví sin ningún tipo de conflicto espiritual, con total naturalidad y con un profundo alivio. No sin algo de asombro, porque yo jamás había mirado chicas –excepto a las chicas que parecían que les gustaba las chicas (eso me sucede hasta ahora: solo me gustan las mujeres a las que abierta y sinceramente les gustan de mujeres). En este punto, mis hermanas, como siempre, me apoyaron de una manera fortísima. Y fue este apoyo incondicional el que permitió que lo viviese de una forma honesta conmigo misma. Una de ellas me dijo “hermanita, te quiero tanto y estoy tan feliz de que estés en un proceso de encuentro contigo misma”. La otra dijo: “Te diré lo que hubiera dicho papá: vive tu vida y sé feliz”. Cuando las escuché, sentí que todo estaba bien. Mamá, práctica como siempre, dijo: “si hay amor y respeto todo 98
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales está bien”. Esta primera historia de amor terminó después de meses de mensajes y llamadas telefónicas que atravesaban fronteras. Pero comencé a conocer y salir con otras chicas. Durante un tiempo me sentí como una adolescente que va de un lado a otro disfrutando y abriéndose al mundo en plena primavera. Supongo que, en cierta manera, quise experimentar lo que diez años antes no había podido. Pero, además, no sólo las cosas estaban en su lugar, sino que todo se relativizaba. No necesitaba trabajar tanto y no me preocupaba tanto por trabajar y estudiar. Recuerdo muchas de esas experiencias con gran cariño y gran intensidad. Entre todas, claro está, la primera vez que hice el amor con otra mujer. La había conocido por Internet y nos habíamos visto un par de veces pero esa noche nos fuimos a bailar y acabamos en su casa. Allí nos comenzamos a besar y fue para mí el beso más rico que me habían dado en mi vida, ese gran beso que una se imaginaba cuando veía las películas. Después, todo fluyó como si siempre me hubiese acostado con mujeres, tan natural, tan desinhibida y tan entregada al goce y al placer. Descubrí que me gustaba mucho el sexo lésbico, ese sexo de la intimidad absoluta del otro cuerpo que era casi conocido. Todo comenzaba a encajar: el tema sexual, el afectivo, el emocional, el intelectual. Viví ser lesbiana como algo completo y diferente a todo lo anterior que me había sucedido. Como un antes y un después. Pero, si bien hasta este momento había sentido que no encajaba por dentro, ahora ya sí todo estaba en su lugar. Sin embargo, el problema era el contexto social y la casi escasa apertura. No sentí que saliera del closet (del armario), sentí que conocía espacios donde podía vivir sin contradicción. Pero en Perú el tema lésbico se vivía siempre en un ambiente casi claustrofóbico, oculto. Cualquier muestra de afecto había que realizarla entre las cuatro paredes de tu habitación si no querías que la gente lo utilizara en tu contra. Dos percances me anunciaron que debía plantearme qué significaba ser lesbiana en Perú y qué actitud debía tener. Una vez, estaba en mi coche con una chica con la que salía –simplemente nos estábamos besando- cuando se acercó un policía. Nos preguntó en tono arrogante quién 99
Afrodita ha llenado mi corazón era el hombre allí: si era ella o era yo; y nos amenazó con ir a la comisaría por tener relaciones sexuales en público. Sabíamos que no estábamos haciendo nada malo, que lo del escándalo público era sólo un chantaje, pero me sentí muerta de miedo, completamente expuesta y vulnerable. Si nos llevaba a la comisaría nos descubriría a la sociedad. Así que tuvimos que arreglarlo dándole dinero, mucho más que el soborno habitual. Y nos fuimos de allí con una humillación absoluta, ¡absoluta! Semanas más tarde, sucedió el segundo percance: había roto con una chica y me sentía destrozada, tanto que a la hora del almuerzo, estando con unos amigos íntimos de la oficina, me puse a llorar durante más de hora y media. Yo lloraba y lloraba, pero no podía explicarles lo que me pasaba porque ellos no tenían ni idea de mi orientación sexual y yo no tenía el valor para decírselo. Descubrí que salir del armario es algo que tienes que hacer, aunque lo tengas que hacer una y otra vez, aunque tengas el temor de cómo van a reaccionar las personas que tienes delante: tus hermanas, tus amigas, tus compañeros de la oficina, tus vecinos,…Y eso cuesta, cuesta mucho. Aún así, después de esos momentos, comprendí que tenía que sincerar mis relaciones y comenzar a confiar en las personas importantes para mí. En Lima, el círculo LGBT era limitado, las interacciones se daban en espacios cerrados o en un ambiente lésbico casi guetizado. Después de un tiempo de fiestas lésbicas, vorágine emocional e intensidad casi adolescente, comencé la relación con el primer gran amor de mi vida: Miriam. Hacía tiempo que nos conocíamos, las dos habíamos pasado por encuentros y desencuentros con otras personas hasta que, libres de compromisos, pudimos empezar a construir juntas. Fueron cuatro años maravillosos de profunda complicidad, de planes y proyectos vitales compartidos al lado de un pequeño círculo de amigos íntimos con los que podíamos contar. La vida pasaba a su lado suave y cómplice, sin grandes sobresaltos. Cuando inicié la relación con Miriam había terminado la carrera, pero continué trabajando hasta el 2004, cuando decidí renunciar a mi trabajo anterior y trabajar en mi profesión. Nadie entendía como podía dejar un buen trabajo para hacer la prueba como antropóloga. Fue una decisión casi de pareja, y nos empezó a ir muy bien a nivel económico. 100
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales Pero un día Miriam me dijo que quería cambiar de vida, dedicarse a otra cosa y dejar su trabajo estable como economista. Sentí que quería y debía apoyarla como ella lo había hecho conmigo e intentamos reajustar presupuestos para poder comenzar otra etapa. Sin embargo, hay veces que los caminos nos acercan y otras que nos separan. Y hay momentos que los puentes no son posibles. Que los afectos se han transformado. Que las miradas no tienen el mismo significado. Que la pareja es más compañera que amante. Y escuché de su voz las palabras que pueden perforarte el corazón: “creo que ya no te quiero”, me dijo con dolor y profunda honestidad. De pronto, me sentí con las manos vacías, no sólo porque había perdido un gran amor y una gran compañera, sino porque a esa pérdida se sumaba la conciencia de que en mi país no quedaban muchos lazos que me ataran. Mis dos hermanas habían migrado a Estados Unidos hacía unos años, mi madre estaba de viaje visitándolas, y mi perra de doce años, había muerto. Caminé sin rumbo, luché contra mis sentimientos por ella. Y lloré, lloré y lloré. Me levantaba por las mañanas estando absolutamente sola en un piso y solo me quedaba llorar. Primero con impotencia, luego con rabia y finalmente solo con dolor; porque nada puede ser igual después que has conocido lo que es el amor. Pero lo peor es que sentí que, nuevamente, no encajaba.
La decisión voluntaria de migrar: Aquí estoy con los dos pies. Hasta que la tristeza fue menguando. Como tras el cierre de una puerta se abre una ventana, un tiempo después de terminar mi relación con Miriam conocí a Marina. De nuevo fue Internet quien me permitió este contacto. Es curioso que mi primer y mi último amor hubieran sido posibles gracias a encuentros “enredados en la red”. Creo que el ciberespacio ha sido fundamental para que las lesbianas pudiéramos conectarnos. Tal vez porque en el mundo físico a veces carecíamos de espacios, tal vez porque parecía que no existiéramos. Siempre había pensado que me quedaría en Perú para siempre, pero comencé a replantearme las opciones de salir y de conocer otros 101
Afrodita ha llenado mi corazón lugares… Lugares donde, tal vez, se viviera con más apertura la homosexualidad… Lugares donde, tal vez, pudiera estar más cerca de Marina. Concretamente, fue en el foro de una página de Internet dedicada a la gran pareja lésbica, Maca y Esther, de la serie de televisión “Hospital Central” (que emitía Tele5). A un primer intercambio de correos le siguieron otros hasta que, poco a poco, fuimos estrechando los lazos. En este sentido, constituyó un inicio más sereno, más relajado, más tranquilo. Y fue esta historia la que me llevó al otro lado del charco, la que impulsó mi proceso migratorio. En un momento donde se juntaron las razones profesionales y personales, decidí que debía continuar estudiando y hacerlo fuera de Perú. Y aquí comenzó mi historia migratoria que, como he dicho, también estuvo unida a cuestiones afectivas. Para comprenderlo hemos de regresar al pasado. Con esto en mente miré opciones de estudios de postgrado en España, y en 2008 me dieron una beca para realizar los cursos de doctorado feminista en Sevilla, Andalucía. Tenía entonces 38 años. Vine para cuatro meses pero hasta el día de hoy todavía no he regresado. La de Sevilla fue una experiencia fascinante. No sólo porque comencé a escuchar qué era la Teoría Queer y todo lo que suponía para las personas con sexualidades disidentes, sino porque éramos un grupo íntimo de once chicas y, de pronto, yo podía ser lesbiana, abiertamente lesbiana. Me dije: “Éste es el punto”. De Andalucía fui a Castellón a realizar un Máster de Estudios para la Paz y, finalmente, dos años después, llegué a la Barcelona de mi querida Marina. Desde el principio de este periplo de ciudades he sentido que aquí, tal vez por mi contexto migratorio, he podido vivir lo afectivo con tranquilidad y con apertura. Puedo decir abiertamente que tengo una relación con una mujer y no hay represalias ni en el ámbito de las amistades ni en el laboral. Cuando entiendo mi migración lo vivo así, he venido a un país donde está casi normalizado, donde te puedes casar, donde puedo ser pareja de hecho y vivir mi relación de pareja sin que ello tenga tanto peso. En este sentido, he aprendido a vivir mi vida afectiva sin que sea lo prioritario –como creo que se vive en Perú. En mi país, al estar en un 102
Relatos de vida de mujeres migrantes lesbianas y bisexuales gueto, lo vives de una forma dicotómica entre la represión y la intensidad. En un contexto nadie sabe tu orientación sexual, y en otro contexto, todo el mundo lo sabe. En España he logrado sentirlo de otra forma, con normalidad y con apertura. Y eso es algo de lo que me he dado cuenta estando aquí. Yo no quiero ir mostrando que soy lesbiana –creo que nadie va mostrando que es heterosexual-, ni explicar mi vida sexual a todo el mundo –como tampoco la muestran los heterosexuales. Pero no quiero tener que decir mi novio cuando es mi novia. Eso es agotador, porque vives el tema casi de mentira. El proceso migratorio también tiene sus conflictos y sus duelos. En mi caso, estoy todavía aprendiendo los códigos culturales y construyendo mi red de apoyo. Esa amiga a la que llamas cuando te encuentras triste, cuando te sientes sola. Esa complicidad que muchas veces encuentras con otra persona migrante. Pero estoy en ello, porque cuando me planteo la migración lo hago poniendo los dos pies aquí; porque vine y me quedé voluntariamente. Intento verlo todo bajo el prisma optimista, aprovechar cada momento para caminar con las personas que se encuentran cerca de mí. Tal vez lleguemos solo hasta el siguiente cruce, o tal vez andemos un gran trecho, pero disfrutemos de esa compañía ahora. Si vuelvo a mi infancia y a mi niñez el dramatismo y la intensidad están completamente integrados en mi cultura. Tal vez por eso, aquí me gusta vivir lo emocional con más tranquilidad. Me gusta Barcelona. Me gusta y me siento acogida. Tal vez porque nunca me fijo en lo negativo. Por ejemplo: cuando alguien no es políticamente correcto y te ofende por el simple hecho de ser de otro lugar (si fuera muy sensible a este tema no podría vivir aquí). Prefiero mirar lo que tenemos en común que lo que nos separa y afrontar este apasionante reto de estar en una sociedad que aún no conozco pero en la que me encuentro como en casa.
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Afrodita ha llenado mi corazón
Futuro: Un final con beso Me gustaría seguir aquí, en Barcelona. Aunque en realidad no es dónde estoy sino cómo estoy. He aprendido que lo geográfico no importa, todas las preocupaciones profundas que tengo aquí las tendría en Perú. Al final, cuando migras vienes contigo misma en el equipaje. Migré por amor y eso es algo que hubiese hecho fuera o no lesbiana. Aunque la migración y la edad me han hecho vivir mis relaciones afectivas de una forma diferente. Desde que a los 29 años comencé a amar a otras mujeres, he experimentado algunos cambios sobre la idea del amor. He entendido que el amor no es sólo intensidad. Comienza por ahí, pero termina en cariño y comprensión. Es una carrera de fondo que requiere esfuerzo más que emoción pura y dura. No existe “la mujer de tu vida”: existe la pareja y ésta siempre es un ser independiente a ti. No sé cual será el final de esta historia, pero esperaría que tuviera un final feliz, un final con beso. No existe ese “y fueron felices para siempre”, pero sí “…y se curraron la felicidad para siempre”. Y eso es lo que yo estoy haciendo cada día.
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CONTINUARÁ…
Este proyecto no se acaba aquí. Esperamos que siga creciendo y expandiéndose a través de la red. Encontraréis más información en nuestra web: www.encontrandovidas.org