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chantal akerman x beatriz martinez
como elemento metafórico en el que siempre se ha encerrado a las mujeres se convierte en otro rasgo fundamental para hablar de la alineación y el machismo congénito de ayer y de hoy. La cocina es cárcel y es lugar de destrucción.
Otro elemento fundamental en la obra de Akerman, por supuesto es la figura de la madre, superviviente del Holocausto. A ella le dedica “News from Home” a través de su relación epistolar componiendo un documental confesional a modo de videodiario experimental. En su última película, “No Home Movie”, recupera a su madre antes de morir para hablar de la memoria tanto íntima como histórica, así como de los vínculos materno filiales de una forma tan delicada como profunda. No solo en sus películas encontramos elementos rimados, también en la esencia de su obra.
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Esa forma de ver el mundo tan única, también se trasladó a su literatura, en la que la manera de medir el tiempo se adecua a la cadencia de las voces interiores. En “Una familia en Bruselas”, pone en práctica esta técnica sin signos de puntuación.
Teniendo todo esto en cuenta, que #JeanneDielman haya convulsionado y renovado el canon contemporáneo me parece un acto de justicia poética. Porque es una película incuestionable en la forma y en el fondo y crucial para entender a las nuevas generaciones de directoras.
Las imágenes de Akerman hablan de nuestros paisajes emocionales: el cuerpo de Chantal se desmonta y se reconstruye desde la noche, despojado de civilidad. Se vuelve absurdo y esencial.
Las primeras escenas de “Yo, tú, él, ella” tienen un carácter de depuración voraz. Se nos ahueca el estómago cuando nos acercamos al vacío. Mientras, desde fuera de plano su voz la explica o la anticipa, como si manejara a un títere inerte. El murmullo la zarandea y nos dicta, como un mal profe a una criatura que no entiende nada. ¡Aunque nunca es fiable! La voz de Chantal llega siempre a destiempo, demasiado pronto o incluso tarde, y en tantas ocasiones describe una imagen que no corresponde. Realidad y relato van por caminos diferentes, por mucho que uno intente controlar a la otra.
Akerman saluda y abraza la neurosis. Reconoce la emoción que burbujea por debajo de su complicadísimo entramado de pensamientos, pero le quita carga. Cuando las palabras nos desbordan, acaban valiendo lo que el papel mojado. Chantal abandona sus paranoias, ya purgadas, y juega con su cuerpo. El cuerpo es lo único que ha seguido ahí, a pesar de todo.
Y luego se marcha. Fuera, la voz narradora remite: nos deja a solas con ella, en el mundo. Es un mundo marginal y empobrecido, que la relega por defecto a un segundo plano (obvio: es mujer, va sin guita). El alma que la recoge en la carretera, el camionero guapo, levanta todas nuestras red flags. Y afuera todo resulta ruidoso y problemático. Todo suena demasiado, pero el murmullo suena muy diferente a la voz del enanito caótico que ordenaba el relato interior.